Antigona-Anouilh

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f Jezabel Antígona JEAN ANOUILH Traducción de Aurora Bernárdez

Transcript of Antigona-Anouilh

fJezabel

AntígonaJEAN ANOUILH

Traducción de

Aurora Bernárdez

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Anouilh, JeanJezabel. Antígona. -1" ed. - Buenos Aires: Losada,2009 -

204 p.;79 x 12 cm. - (Aniversaño,67)

Traducido por: Aurora BemárdezISBN 978-9s0-03-9700-r

1. Teatro Francés.. I. Bemárdez, Aurora, trad. II. Título.CDD 842

Colección AniversarioPrimera edición en esta colección: Septiembre de 2009

I

@ 1956, Editorial Losada, S. A.Moreno 3362 - 1.209 Buenos Aires, Argentina

Tels. 437 3-4006 I 437 5-500twww.editoriallosada.com.ar

Títulos originales:Jezabel (Nouuelles Piéces Noires)

@ Editions de la Table Ronde, 1947Antigone

@ É,ditions de la Table Ronde, 1946Tapa: Peter Tjebbes

Maquetación: Taller del Sur

ISBN 978-95 0-03 -9700-tDepósito legal: B-289 40 -2009

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723Libro de edición argentina

Impreso en España - Printed in Spain

Índice

JnzenEr-

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Personajes

AntígonaCreónEl coro

El guardiaIsmenaHemón

La nodrizaEl mensaieroLos guardias

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Acto primero

Decorado neutro. Tres puertas semejantes. Al leuan-tarse el telón, todos los personaies están en escena.

Charlan, teien, iuegan a las cartas. El prólogo se se-para y se adelanta unos pasos.

El prólogo: Los personajes que aquí ven les repre-sentarán la historia de Antígona. Antígond es la chi-ca fl,aca que está sentada allí, call ada. Mira haciairdelante. Piensa. Piensa que será Antígona dentro de

un instante, que surgirá súbitamente de la flaca mu-chacha morena y reconcentrada a quien nadie toma-ha en serio en la familia y que se erguirá sola frenteal mundo, sola frente a Creón, su tío, que es el rey.

Piensa que va a morir, que es joven y que también a

clla le hubiera gustado vivir. Pero no hay nada quehacer. Se llama Antígona y tendrá que desempeñarsu papel hasta el fin... Y desde que se levantó el te-lón, siente que se aleja a una velocidad vertiginosade su hermana IsmenA, que charla y úe con un jo-ven; de todos nosotros, gu€ estamos aquí muy tnan-quilos mirándola, de nosotros, gu€ no tenemos quernorir esta noche.

El joven con quien habla la rubia, la hermosa, la

[eliz Ismenl, es Hemón, el hijo de Creón Es el prome-

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JEAN ANOUIT

tido de Antígona. Todo lo llevab a hacia Ismena: su

afición ala danza y a los iuegos, su afición a la felici'dad y al éxito, su sensualidad también, pues lsmena es

mucho más hermosa que Antígona, y sin embargo

una noche, una noche de baile en que sólo había dan'zado con Ismena' una noche que Ismena estaba des'

lumbrante con su vestido nuevo, Hemón fue a buscar

a Antígona que soñaba en un rincón, como en este

momento, rodeando las rodillas con los brazos, y lepidió que fuera su mujer. Nadie comprendió nunca

por qué. Antígona alzó sin asombro sus ojos graveg

hasta él y le difo que sí con una sonrisita triste... La

orquesta atacaba una nueva danzar lsmena reía a car'cajadas, a\lá, en medio de los otros muchachos, y en

ese mismo momento, él iba a ser el marido de Antígo'na.Ignoraba que jamás existiría marido de Antígonaen esta tierra y que ese título principesco sólo le daba

derecho a morir.Ese hombre robusto, de pelo blanco, que medita

allá, cerca de su paje, es Creón Es el rey, tiene arru'gas, está cansado. Juega el difícil iuego de gobernara los hombres. Antes, en tiempos de Edipo, cuandosólo era el primer personaje de la corte, gustaba de

la música, de las bellas encuadernaciones, de los

prolongados vagabundeos por las tiendas de los pe-

queños anticuarios de Tebas. Pero Edipo y su hiiohan muerto. Creón dei6 sus libros, sus objetos, se

arremangó y ocupó su puesto.A veces, por la noche, está fatigado y se pregun-

ta si no será inútil gobernar a los hombres. Si no se'

rá un oficio sórdido que ha de dejarse a otros más

apáticos... Y ala mafiana siguiente, se plantean pro'

eNtfcoNR

blemas concretos que es preciso resolver, y Creón se

levanta tranquilo, como un obrero al comienzo de lajornada.

La anciana que está tejiendo, al lado de La nodri-za qtre ha criado a las dos chicas, es Eurídice,la mu-jer de Creón. Teierá durante toda la tragedia hastaque le llegue el turno de levantarse y morir. Es bue-tra, digna, amante. No presta ninguna ayuda aCreón. Creón está solo. Solo con su pequeño paje,que es demasiado pequeño y que tampoco puede na-da por é1.

Aquel muchacho pálido, eu€ está allá, en el fon-do, soñando pegado a la pared, solitario, es El men-saiero. Él vendrá a anunciar la muerte de Hemóndentro de un rato. Por eso no tiene ganas de charl¿rni de mezclarse con los demás. Él ya sabe...

Por último, los tres hombres rubicundos que jue-gan a las cartas, con el sombrero echado sobre la nu-ca, son Los guardias. No son malos individuos, tie-nen muier, hijos y pequeñas dificultades como todoel mundo, pero detendrán a los acusados, dentro deun instante, con la mayor tranquilidad del mundo.Huelen a ajo, a cuero y a vino tinto y no tienen nin-guna imaginación. Son los auxiliares, siempre ino-centes y siempre satisfechos de sí mismos, de la jus-ticia. Por el momento, hasta que un nuevo iefe deTebas con el debido mandato les ordene detenerlo,son auxiliares de justicia de Creón.

Y ahora que los conocen a todos, podrán repre-sentar para ustedes la historia. Comienza en el mo-mento en que los dos hijos de Edipo, Eteocles y Po-linice, que debían reinar en Tebas un año cada uno,

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por turno, se batieron y mataron entre sí al pie de

io, -,rros de la ciudad, porque Eteocles, el mayor, al

término del primer año en el poder se negó a ceder

el puesto a su hermano. Siete grandes príncipes ex'

tt*¡.tot a quienes Polinice había ganado para su

causa, han sido derrotados frente a las siete pubrtas

de Tebas. Ahora la ciudad esrá salvada,los dos her-

manos enemigos han muerto y Creón, el re¡ ha or'denado que a Eteocles, el buen hermano, se le hagan

imponenies funerales, pero que Polinice, el bribón,

el iebelde, el granuja quede sin llanto y sin sepultu-

ra, presa de cuervos y chacales. Quienquiera que se

atriva,a rendirle homenajes fúnebres será despiada-

damente castigado con Ia muerte.

Mientras El prólogo habla, los personaies uan sA'

liendo uno por uno. El prólogo también desaparece,

La iluminación se ha modificado en escena. Ahora es

un alba gris y líuida en una. casa dormida. Antísona

entreabre la puerta y entra desde el exterior, en punti'

llas, descalza, con los Zapatos en Ia m1no. Permanece

un instante inmóuil escuchando. Aparece La nodtiza,

La nodrizaz ¿De dónde vienes?

Antígona: De pasear, nodtiza. Era hermoso' Todo

.rt"b" gris. Ahora no puedes imaginártelo; todo es'

tá ya rosa, amarillo, verde. Se ha convertido en una

tarjeta postal. Tienes que levantarte más tempranof

nodriza, si quieres ver el mundo sin colores.

(Se dispone a. Pasar.)

eNtfcoue

La nodriza: ¡Me levanto cuando todavía es de no-che, voy a tu cuarto pafa ver si te has destapadodurmiendo, y no te encuentro ya en la cama!

Antígona: El jardín dormía. Lo he sorprendido, no-driza. Lo vi sin que él se lo sospechara. Qoé hermo-so es un jardín que no piensa todavía en los hom-bres.

La nodriza: Has salido. Estuve en la puerta del fon-do, la habías dejado entreabierta.

Antígona: En los campos todo estaba mojado y algoaguardaba. Todo aguardaba. Yo hacía un ruidoenorme sola en el camino y me sentía incómoda por-que sabía perfectamente que no me agua rdaba a mí.Entonces me quité las sandalias y me deslicé por elcampo sin que se diera cuenta...

La nodriza: Tendrás que lavarte los pies antes demeterte en la cama.

Antígona: No volveré a acostarme esta mañana.

La nodriza: ¡A las cuatro! ¡No eran las cuatro! Melevanto para ver si estabas destapada. Me encuentrocon la cama fría y nadie adentro.

Antígona: ¿Crees que sí una se levantara así todaslas mañanas, sería todas las mañanas, tan lindo, no-driza, ser la primera mujer afuera?

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La nodriza: iDe noche! ¡Era de noche! ¡Y quiereshacerme creer que fuiste a pasear, mentirosa! ¿Dedónde vienes?

Antígona (con una extraña sonrisa)zBs cierto, toda-vía era de noche. Y yo era la única en todo el cam-po que pensaba que había llegado la mañana. Esmaravilloso, nodriza. Hoy fui la primera que creyóen el día.

La nodrizaz iHazte la loca! ¡Hazte la loca! Ya conoz-co la historia. He sido muchacha antes que tú. Na-da dócil, tampoco, pero cabeza dura como tú, no.

¿De dónde vienes, mala?

Antígona (súbitamente graue): No. Mala no.

La nodrizazTenías una cita, ¿eh? Di que no, a ver.

Antígona (dulcemente): Sí. Tenía una cita.

La nodriza: Tienes un enamorado.

Antígona (de un modo extraño, después de un silen-cio)z Sí, pobre, sí, nodriza. Tengo un enamorado.

La nodriza (estalla)z ¡Lh, DUy bonito!, ¡muy bien!

¡Tú, la hiia de un rey! ¡Tómese una trabajo, tómeseuna trabaio paru criarlas! Son todas iguales. Sin em-bargo, tú no eras como las demás, siempre emperi-follándose delante del espejo, pintándose los labios,buscando que se fiien en ellas. Cuántas veces me di-

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jer "¡Dios mío, esta chica no es bastante coqueta!siempre con el mismo vestido y mal peinada. Losmuchachos sólo verán a Ismena con sus ricitos y suscintas y tendré que cargar con ella". Bueno ¿ves?,eres como tu hermana, y peor todavía, ¡hipócrita!¿Quién es? ¿Un sinvergüenza, eh, acaso? Un mucha_cho que no puedes presentar a tu familia diciendo:"Este es el hombre que yo quiero, deseo casarmecon é1". ¿Es así, eh, es así? Contesta, descarada.

Antígona (todauía con una sonrisa imperceptible):Sí, nodriza.

La nodriza: iY dice que sí! ¡Misericordia! La cuidédesde pequeñita; prometí a su pobre madre que ha_ría deella una mujer honesta, y ahí está. pero esto no va aquedar así, nena. No soy más que tu nodriza y metratas como a una vieja estúpida, ¡está bien!, pero rutío, tu tío Creón lo sabrá. iTe lo prometo!

Antígona (un poco cansada de pronto)z sí, nodriza,mi tío Creón lo sabrá. Déjame ahora.

La nodrizaz Y verás lo que dice cuando sepa que televantas de noche. ¿y Hemón? ¿y ru novioi ¡nórqr.está comprometida! Está comprometida y , i", cua-tro de la mañan a deja la cama para ir a correrla con9tr9. Y después conresta que la dejen, no quiere quele digan nada. ¿Sabes qué tendría que hace, yo? pe_gafte como cuando eras pequeña.

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Antígona: Nana, no deberías gritar tanto. No debe-

rías ser tan mala esta mañana.

La nodriza: ¡No gritar! ¡Encima, no debo gritar! Yo,

que había prometido a tu madre... ¿Qué me diría si

estuviera aquí? "¡Vieja estúpida, sí, vieja estúpida,

que no has sabido conservarme pura a mi niña.

Siempre gritando, haciendo de perro guardián, dan-

do vueltas alrededor de ellas con abrigos para que

no tomen frío o con yemas batidas para fortalecer-

las; pero a las cuatro de la mañana duermes, vieja

estúpida, duermes, tú que no puedes pegar los oios,

y la dejas escapar, marmota, y cuando llegas la cama

está fría!" Eso me dirá tu madre allá arriba cuando

yo llegue , y 4 mí me dará vergüenza, vergüenza has-

ta morir, si no estuviera muerta Ya, Y no podré hacer

otra cosa que baiat la cabeza y contestar: "Señora

Yocasta, es cierto".

Antígona: No, nodriza. No llores más. Podrás mirara mamá a la cara, cuando te encuentres con ella. Yte dirá: "Buenos días, nana' gracias por la pequeña

Antígona. La has cuidado bien". Ella sabe por qué

he salido esta mañana.

La nodriza: ¿No tienes un enamorado?

Antígona: No, nana.

La nodrizaz ¿Te burlas de mí, entonces? Ya ves' soy

demasiado vieja. Eras mi preferida, a pesar de tumal genio. Tu hermana era más suave, pero yo creí

¡NtfcoNR

que tú me querías. Si m querías, me hubieras dichola verdad. ¿Por qué estaba fría tu cama cuando fui a

taparte?

Antígona: No llores más, por favor, nana. (La besa.)

Vamos, mi vieja manzaníta colorada. ¿Recuerdascuando te frotaba pafa que brillaras? Mi vieja man-zanita toda arrugada. Q,re no corran tus lágrimas en

todas las zanjitas, por tonterías como ésta, por nada.

Soy pura. No tengo otro enamorado que Hemón, miprometido, te lo juro. También puedo jurarte, si loquieres, que nunca tendré otro enamorado... Guardatus lágrimas, guarda tus lágrimas; quizá las necesites

todavía, nana. Cuando lloras así me vuelvo peque-

ña... Y no debo ser pequeña esta mañana.

(Entra Ismena./

Ismena: ¿Ya estás levantada? Vengo de tu cuarto.

Antígona: Sí, ya estoy levantada...

La nodrizaz ¡Las dos, entonces!... ¿Las dos vais a

volveros locas y a levantaros antes que las criadas?

¿Os parece bien estar de pie por la mañana en ayu-nas, os parece propio de princesas? Ni siquiera es-

táis cubiertas. Pero si vais a enfermar.

Antígona: Déjanoss nodriza. No hace frío, te lo ase-

guro; ya estamos en verano. Vete a hacernos café.(Se ha sentado, súbitamente cansada.) Quisiera unpoco de café, por favor, nana. Me haría bien.

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La nodriza: ¡Mi paloma! La cabeza le da vueltasporque está en ayunas, y yo aquí, como una idiota,en lugar de darle algo caliente.

(Sale rápido.)

Ismena: ¿Estás enferma?

Antígona: No es nada. Un poco de fatiga . (Sonríe,)

Es que me levanté temprano.

Ismena: Yo tampoco he dormido.

Antígona (sigue sonriendo/: Tienes que dormir. Noestarás tan linda mañana.

Ismena: No te burles.

Antígona: No me burlo. Esta mañana me tranquili-za que seas hermosa. De chica eso me hacía tan des-

dichada, ¿te acuerdas? Te embadurnaba con tierra,te metía gusanos por el cuello. Una vez te até a unárbol y te corté el pelo, tu hermoso pelo... (Acariciael pelo de Ismena./ ¡Qué fácil ha de ser no pensar

tonterías con todas esas hermosas mechas lisas ybien ordenadas alrededor de la cabezal

Ismena (de improuiso)z ¿Por qué hablas de otracosa?

Antígona (suauemente, sin deiar de acariciarle el pe'/o/: No hablo de otra cosa...

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Ismena: ¿Sabes?, lo he pensado bien, Antígona.

Antígona: Sí.

Ismena: Lo he pensado bien toda la noche. Estás loca.

Antígona: Sí.

Ismena: No podemos.

Antígona (después de un silencio, con su uocecita)z

¿Por qué?

Ismena: Nos condenaría a muerte.

Antígona: Por supuesto. Cada uno su papel. Él debecondenarnos a muerte, y nosotras debemos enterrara nuestro hermano. Ésos son los papeles. ¿Qué quie-res que hagamos?

Ismena: Yo no quiero morir.

Antígona (dulcemente)z Yo tampoco hubiera queri-do morir.

Ismena: Escucha, he reflexionado toda la noche. Soyla mayor. Pienso más que tú. Tú aceptas en seguidalo que se te pasa por la cabeza, y paciencia si es unatontería, yo soy más equilibrada. Yo reflexiono.

Antígona: A veces no hay que reflexionar demasiado.

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Ismena: Sí, Antígona. Es horrible, claro está, y yo

también compadezco a mi hermano, pero compren-do un poco a nuestro tío.

Antígona: Yo no quiero comprender un poco.

Ismena: Él es el re¡ tiene que dar el eiemplo.

Antígona: Yo no soy el rey. Yo no tengo que dar el

ejemplo. .. La pequeña Antígona,la sucia bestia, latozuda,la mala, hace lo que le pasa por la cabezarydespués la meten en un rincón o en un agujero. Y lotiene merecido. ¡Bastaba con que no desobedecierat

Ismena: ¡Vamos! ¡Vamos!... Ya iuntas las cejas, hi'ras hacia adelante y te largas sin escuchar a nadie.

Escúchame. Tengo raz6n más a menudb que tú.

Antígona: No quiero tener raz6n.

Ismena: ¡Trata de comprender por lo menos!

Antígona: Comprender... Es la única palabra que te-

néis en la boca, todos vosotros, desde que soy muy pe-

queña. Había que comprender que no se puede tocar

el agua, el agua hermosa, fugitiva y fría, porque moja

las losas, ni la tierra porque mancha los vestidos. ¡Ha-bía que comprender que no se debe comer todo a lavez ni dar todo 1o que se tiene en los bolsillos al men-

digo, ni correr al viento hasta caer al suelo, ni beber

cuando se tiene calor, ni bañarse cuando es demasia-

do temprano o demasiado tarde, pero no justo cuan-

RNtf coNe

do se tienen ganas! Comprender. Siempre comprender.Yo no quiero comprender. Comprenderé cuando sea

vieja. (Acaba despacito./ Si llego a vieja. Ahora no.

Ismena: Él es más fuerte que nosotras, Antígona. Esel rey. Y todos piensan como él en la ciudad. Nos ro-dean millares y millares bullendo en todas las callesde Tebas.

Antígona: No te escucho.

Ismena: Nos insultarán. Nos tomarán con sus milbrazos, con sus mil rostros y su única mirada. Nosescupirán a la cara. Y tendremos que avanzar en elcarro en medio del odio de ellos, y su olor y sus ri-sas nos seguirán hasta el suplicio. Y allí estarán losguardias con sus caras de imbéciles, congestionadas,sobre los cuellos rígidos, con sus grandes manos la-vadas, con su mirada bovina, y comprendes que po-drás gritaÍ, trataf de hacerles entender y ellos comoesclavos harán todo lo que les han dicho, escrupulo-samente, sin saber si está bien o si está mal... ¿Y su-frir? Habrá que sufrir, sentir que el dolor sube, queha llegado al punto en que ya no es posible sopor-tarlo; que tendrá que detenerse, pero sin embargocontinúa y sigue subiendo, como una voz aguda...¡Oh!, no puedo, no puedo...

Antígona: ¡Qué bien lo has pensado todo!

Ismena: Durante toda la noche. ¿Tú no?

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Antígona: Sí, por supuesto.

Ismena: Yo, ¿sabes?, no soy muy valiente.

Antígon a (despacito)z Yo tampoco. ¿Pero qué im-porta? (Hay un silencio; Ismena pregunta de impro-uiso:)

lsmena: ¿Así que tú no tienes ganas' de vivir?

Antígon a (murmura)z Qrre no tengo ganas de vivir...(Y más despacito todauía, si es posible.) ¿Quién se

levantaba primero, por la mañana para sentir tan

sólo el aire frío sobre la piel desnuda? ¿Quién se

acostaba la última cuando no podía más de fatiga,p^ravivir otro poco de la noche? ¿Quién lloraba, de

muy pequeña, pensando que había tantos animali-

tos, tantasbriznas de hierba en el prado y que no era

posible cargar con todos?

lsmena (con un súbito impulso hacia ella)z Herma-

nita...

Antígona (se yergue de nueuo y grita)z ¡Ah, no!

¡Défame! ¡No me acaricies! No nos pongamos a

lloriquear juntas ahora. ¿Has reflexionado bien, di-ces? ¿Piensas que basta toda la ciudad aullando

contra ti, piensas que bastan el dolor y el miedo de

morir?

Ismena: (baia la cabeza)z Sí.

eNrf coNn

Antígona: Utiliza tú esos pretextos.

Ismena (se lanza hacia ella)z ¡Antígona! ¡Te lo supli-co! Está bien para los hombres creer en las ideas ymorir por ellas. Pero tú eres una mujer.

Antígona (con los dientes apretados)t Una mujer, sí.

¡Ya he llorado bastante por ser una mujer!

Ismena: Tienes la felicidad ahí delante, te basta ten-der la mano. Estás comprometida, eres joven, eres

linda...

Antígona (sordamente): No, no soy linda.

Ismena: No linda como nosotras, pero de otro mo-do. Bien sabes que hacia ti se vuelven los granujas enla calle; que las chiquillas te miran pasar, súbitamen-te mudas, sin poder quitarte los ojos de encima has-ta que doblas la esquina.

Antígona (Con unt sonrisita imperceptib"le)t Losgranujas, las chiquillas...

Ismena (después de una pausa): ¿Y Hemón, Antí-gona?

Antígona (cerrada): Hablaré en seguida de Hemón;Hemón será en seguida asunto arreglado.

Ismena: Estás loca.

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Antígon a (sonríe): Siempre me dijiste que estaba

loca, por todo, desde siempre. Anda a acostarte de

nuevo, Ismena... Ya es de día, ¿ves?, Y de todosmodos, no podría hacer nada. Mi hermano muer-to está rodeado ahora de una guardia, exactamen'te como si hubiera conseguido llegar a rey. Anda a

acostarte de nuevo. Estás pálida de fatiga.

Ismena: ¿Y tú?

Antígona: Yo no tengo ganas de dormir... Pero teprometo que no me moveré de aquí antes de que des'

piertes. La nodriza metraerá de comer. Vete a dormir.Apenas sale el sol. Tienes los oios pequeñitos de sue-

ño. Anda...

lsmena: ¿Te convenceré, ¿verdad? ¿Te convenceré?

¿Me dejarás que te hable de nuevo?

Antígona (un poco cansada): Te dejaré hablarme, sí.

Os dejaré a todos hablarme. Vete a dormir ahora, telo luego. No estarás tan linda mañana. (La mira salircon unt sonrisita triste, Iuego cae súbitamente cansa-

da sobre una silla./ ¡Pobre Ismena!...

La nodriza (entra): Toma, aquí tienes un buen café y

unas rebanadas de Patr, paloma mía. Come.

Antígona: No tengo mucha hambre, nodriza.

La nodrizaz Yo misma te las tosté y les puse mante-

ca, como a ti te gustan.

eNtfcoNe

Antígona: Eres amable, nana. Solamente voy a be-ber un poco;

La nodriza: ¿Qué te duele?

Antígona: Nada, nana. Pero abrígame lo mismo, co-mo cuando estaba enferma... Nana más fuerte quela fiebre, nana más fuerte que la pesadilla, más fuer-te que la sombra del ropero que ríe y se transformahora a hora en la pared; más fuerte que los mil in-sectos del silencio que roen algo, en alguna parte,por la noche; más fuerte que la noche misma con suincomprensible ulular de loca; nana, más fuerte quela muerte. Dame la mano como cuando te quedabasal lado de mi cama.

La nodriza: ¿Qué tiene, mi palomita?

Antígona: Nada, nana. Sólo que soy todavía un po-co pequefra para todo esto. Pero tú eres la única quedebe saberlo.

La nodriza: ¿Demasiado pequeña para qué?

Antígonaz Para nada, nana. Y además, estás aquí.Tengo tu buena mano rugosa que. salva de todo,siempre, bien lo sé. Quizá me salve todavía. Eres tanpoderosa, nana.

La nodriza: ¿Qué quieres que haga por ti, mi tor-tolita?

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JEAN ANOUILH

Antígona: Nada ) nana. Sólo tu mano así en mi me-

'ii ;!!:, i:' !:,{: K::K:::K,'3:''á?i :'i:t' l,del vendedor de arena, ni del vieio que pasa y se lle.

va a los niños... (Otro silencio; continúa en otro to-

zo./ Nana, ¿sabes ? . -. a Dulce' mi perra. ..

La nodrizaz Sí.

Antígona: Vas a prometerme que no le gruñirás nun-

ca más.

La nodriza: ¡un animal que lo ensucia todo con sus

patas! ¡No debería entrar en la casa!

Antígona: Aunque 1o ensucie todo. Prométemelo,

nodriza.

La nodriza: ¿Entonces tendré que deiarla estropear

todo sin decir nada?

Antígona: Sí, nana.

La nodriza: ¡Ah! ¡Sería bonito!

Antígona: Por favor, nana. Tú la quieres bien a Dul-

ii;i,li""lHruff ??;,"#T::,::';iiti::do estuviera limpio siempre. Por eso te lo pido: no

le gruñas.

La nodrizaz ¿Y si orina en las alfombras?

RNrf coNe

Antígona: Prométeme que tampoco la gruñirás. Porfavor, ¿eh? por favor, nana...

La nodriza: Te aprovechas porque estás mimosa...Está bien. Está bien. Limpiaremos sin decir nada.Me llevas de las narices.

Antígona: Y además, prométeme que le hablarás,que le hablarás muchas veces.

La nodriza (se encoge de hombros)z ¿Habráse visto?

¡Hablar a los animales!

Antígona: Y iustamente no como a un animal. Co-mo a una verd adera persona como me habrás vistohacerlo...

La nodriza: ¡Ah, eso no! ¡A mi edad, hacer papel deidiota! ¿Pero por qué quieres que toda [a casa hablecon ese animal como lo haces tú?

Antígona (despacito/: Si yo, por cualquier razón, nopudiere hablarle más...

La nodriza (que no comprende): ¿No hablarle más,no hablarle más?, ipor qué?

Antígona (uuelue un poco la cabeza y luego agrega,con uoz dura): Y si se pusiera demasiado triste, si a pe-

sar de todo pareciera que sigue esperando, con la na-riz debajo de la puerta, como cuando salgo, quizá fue-se preferible hacerla mata\ nana, sin que sufriera.

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La nodrizaz ¿Hacerla matar, mi chiquita? ¿Hacer ma-tar a tu perra? ¡Pero tú estás loca esta mañana!

Antígona: No, nana. (Aparece Hemón. ) Ahí llegaHemón. Déjanos, nodriza. Y no olvides lo que mehas jura do. (La nodriza sale. Antígon a corre haciaHemón./ Perdóname, Hemón, por nuestra disputade anoche y por todo. Era yo la equivocada. Te rue-go que me perdones.

Hemón: Bien sabes que te había perdonado apenascerraste de un golpe la puerta. Todavía estaba allí tuperfume y yo ya te había perdona do. (La tiene en losbrazos, sonríe, la mira.) ¿A quién le habías robadoese perfume?

Antígona: A Ismena.

Hemón: ¿Y la pintura de los labios, y los polvos, yel lindo vestido?

Antígona: También.

Hemón: ¿En honor de quién te habías puesro tanhermosa?

Antígona: Te lo diré. (Se estrecba contra él un po-co más.) ¡Oh, querido, qué tonta he sido! ¡Todauna noche desperdiciada! Una hermosa noche.

Hemón: Tendremos otras noches, Antígona.

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Antígona: Tal vez no.

Hemón: Y también otras disputas. La felicidad estállena de disputas.

Antígona: La felicidad, sí... Escucha, Hemón.

Hemón: Sí.

Antígona: No te rías esta mañana. Ponte grave.

Hemón: Estoy grave.

Antígona: Y apriétame. Más fuerte de lo que nuncame apretaste. Qu. toda tu fuerua se imprima en mí.

Hemón: Así. Con todas mis fuerzas.

Antígona (en un soplo)z Está bien. (Permanece uninstante sin decir nada; luego ella empieza, despaci-fo/ Escucha, Hemón.

Hemón: Sí.

Antígona: Quería decirte esta mañana... El chiquilloque hubiéramos tenido los dos.

Hemón: Sí.

Antígona: ¿Sabes?, lo hubiera defendido conrra todo.

Hemón: Sí, Antígona.

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JEAN ANOUILH

Antígona: ¡Oh! Lo hubiera estrechado tan fuerte que

nunca habríatenido miedo, te lo juro. Ni de la nocheque llega, ni de la angustia del pleno sol inmóvil, nide las sombras... ¡Nuestro chiquillo, Hemón! Hubie-ra tenido una mamá pequeñita y mal peinada, peromás segura que todas las verdaderas madres del mun-do con sus verdaderos pechos y sus grandes delanta-les. Tú lo crees, ¿no es cierto?

Hemón: Sí, amor mío.

Antígona: ¿Y también crees, no es cierto, que hubie-ras tenido una verdadera muier?

Hemón (suietándola)z Tengo una verdadera mujer.

Antígona (grita de pronto, acurrucada contra él)t

¡Oh! ¿Tú me querías, Hemón, me querías, estás

bien seguro, aquella noche?

Hemón (la mece suauemente)z ¿Qué noche?

Antígona: ¿Estás bien seguro de que en aquel baile,cuando viniste a buscarme a mi rincón, no te equi-vocaste de muchacha? ¿Estás seguro de que nuncalo lamentaste después, de que nunca pensaste, ni si-quiera en el fondo de ti mismo, ni siquie Ía rrna vez,que hubiera sido mejor pedir a Ismena?

Hemón: ¡Tonta!

Antígona: Me quieres, ¿verdad? ¿Me quieres como a

eNrfcoNe

una mujer? ¿Tus brazos que me estrechan no mien-ten? ¿No mienten tus grandes manos apoyadas en miespalda, ni tu olor, ni este buen calor, ni esta granconfianza que me inunda cuando pongo la cabeza enel hueco de tu cuello?

Hemón: Sí, Antígona, te quiero como a una mujer.

Antígona: Soy negra y flaca. Ismena es rosa y oro,como un fruto.

Hemón (murmura): Antígona.

Antígona: ¡Oh! Estoy roia de vergüenza. Pero tengoque saberlo esta mañana. Dime la verdad, te lo rue-go. Cuando piensas que seré tuya, ¿sientes en mediode ti como un gran agujero que se ahonda, como al-go que muere?

Hemón: Sí, Antígona.

Antígon a (en un soplo, después d.e una ptausa): Yosiento eso. Y quería decirte que hubiera estado muyorgullosa do ser tu mujer, tu verdadera mujer, enquien hubieras apoyado tu mano, por la noche, alsentarte, sin pensar como en una cosa tuya. (Se baseparado de el; adopta otro tono.) Ya está. Ahoravoy a decirte otras dos cosas. Y cuando las haya di-cho tendrás que salir sin hacerme preguntas. Aun-que te parezcan extraordinarias, aunque te hagandaño. Júramelo.

r46

JEAN ANOUIT

Hemón: ¿Qué más vas a decirme?

Antígon az Jura primero que saldrás sin decirme na'da. Sin mirarme siquiera. Si me quieres, júramelo.

(Lo mira con su pobre rostro trastornado.) Ya ves

cómo te 1o pido, júramelo, Por favor, Hemón... Es

la última locura que tendrás que tolerarme.

Hemón (después de pna pausa)z Te lo juro.

Antígona: Gracias. Es esto. Primero lo de ayer. Túme preguntabas hace un instante por qué había idocon un vestido de Ismena, con ese perfume y esa pin-tura en los labios. Era una tonta. No estaba muy se'

gura de que me desearas de verdad; hice todo eso

para ser un poco más parecida a las otras muieres,

para que me desearas.

Hemón: ¿Para eso?

Antígona: Sí. Y te reíste y discutimos y mi mal ca-

rácter fue más fuerte; me escapé. (Agrega en uoz más

baia.) Pero había ido a tu casa pafa que me poseye'

ras anoche, para ser tu mujer antes. (Él retrocede, ua

a hablar; ella grita./ Juraste que no me preguntarías

por qué. ¡Me lo juraste, Hemón! (Dice en uoz más

baia, humildemente.)Te lo suplico. .. (Y agrega, uol-uiéndose, dura.)Además, voy a decírtelo. Quería ser

tu mujer a pesar de todo, porque te quiero así, mu-cho, y -¡te haré daño, oh querido, perdóname!- por-que nunca, nunca podré casarme contigo. (Él se ha

quedado mudo de estupor; Antígona corre a la uen-

RNtÍcoNe

tanA, grita.) ¡Hemón, me lo juraste! Véte. Véte en se-

guida sin decir nada. Si hablas, si das un solo pasohacia mí, me tiro por esta ventana. Te lo juro. Te lojuro por la cabeza del chiquillo que los dos tuvimosen sueños, del único chiquillo que tendré nunca.Ahora véte, véte rápido. Lo sabrás mañana. Lo sa-brás en seguida. (Conclwye con tal desesperación,que Hem6n obedece y se aleia.) Por favor, véte, He-món. Es todo lo que puedes hacer todavía por mí, sime quieres. (FIem ón ha salido. Antígon a permaneceinmóuil, de espaldas a la sala, luego cierra Ia uenta-no, uA a sentarse en una sillita en medio de la esce-

nd, ! dice despacito, como extrañamente sosegada).Ya está. Acabamos con Hemón, Antígona.

Ismena (entra llamando): ¡Antígona!... ¡Ah, estás ahí!

Antígona (sin mouerse): Sí, estoy aquí.

Ismena: No puedo dormir. Tenía miedo de que salie-ras e intentaras enterrarlo a pesar de la luz. Antígo-na, hermanita mía, estamos todos a tu alrededor.Hemón, nana y yo, y Dulce, tu perra... Te queremosy estamos vivos, te necesitamos. Polinice ha muertoy no te quería. Siempre fue un extraño para noso-tras, un mal hermano. Olvídalo, Antígona, como élnos había olvidado. Deja que su dura sombra vaguesin sepultura, eternamente, ya que es la l.y deCreón. No intentes lo que está por encima de tusfuerzas. Siempre lo desafías todo, pero eres muy pe-queña, Antígona. Quédate con nosotros, no vayasesta noche, te lo suplico.

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Administrator
高亮

JEAN ANOUIL

Antígona (se leuanta con unA extraña sonrisita en

U, iáU¡os, se dirige a la puerta y desde el umbral'

sunuernente, dice)t Et d.-asiado tarde' Esta maña-

na, cuando me encontraste, venía de allí'

(Sate.Ismena la sigue con un grito')

Ismena: ¡Antígona!

(Apenas sale Ismena, entra Cte6n por otra puer'

ta con su Paie.)

Creón: ¿Un guardia, dices? ¿Uno de los que vigilan

el cadáv efi Hazlo entrar.

(El guardia entra. Es un bruto' Por el momento

está uerde de miedo.)

El guardía (se presenta, haciendo la uenia): Guardia

Jonás, de la Segunda ComPañía'

Creón: ¿Qué quieres?

El guardia: Esto, iefe. Tiramos suertes parla saber

["i2" vendría. Y me tocó a mí' Por eso estoy aquí'

¡efe. Vitte porque pensamos que era preferible que

or,o ,olo &pli."ta, y además porque no- podíamos

abandon ^, i^ g,,ar'día los tres. Estamos los tres del

piquete de g,taidia, iefe, alrededor del cadávet'

Creón: ¿Qué tienes que decirme?

eNrfcoNe

El guardia: Estamos los tres, jefe. No estoy solo. Losotros son Durand y Boudousse, el guardia de prime-ra clase.

Creón: ¿Por qué no vino el de primera clase?

El guardia: ¿Verd ad, iefe? Yo lo dije en seguida. Elde primera clase es el que debe ir. Cuando no haygraduado, es el de primera clase el responsable. Pe-ro los otros dijeron que no y quisieron tirar suertes.

¿Voy a buscar al de primera clase, jefe?

Creón: No. Habla tú, ya que estás aquí.

El guardia: Tengo diecisiete años de servicio. Soy vo-luntario, obtuve la medalla, dos menciones. Estoybien calificado, iefe. Yo estoy siempre dispuesto. Noconozco otra cosa que lo que me mandan. Mis supe-riores siempre dicen: "Con Jonás se está tranquilo".

Creón: Está bien. Habla. ¿De qué tienes miedo?

El guardia: De acuerdo con el reglamento hubieradebido venir el de primera clase. Yo estoy propues-to para la primera clase, pero todavía no me hanpromovido. Debían ascenderme en junio.

Creón: ¿Hablarás de una vez? Si sucedió algo, lostres sois responsables. No pienses más quién deberíaestar aquí.

El guardia: Bueno, pues esto, jefe: el cadáver... ¡Sin

h="-

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高亮

JEAN ANOUILH

embargo vigilamos! Era el relevo de las dos, el máo

duro. Usted sabe lo que es, iefe el momento en que

va aterminar la noche. Ese plomo entre los ojoso la

nuca que tira, y todas las sombras que se mueven y

la niebla del amanecer que se levanta... ¡Ah! ¡Eligie-ron bien la hora!... Estábamos allí, hablábamos, ha'

cíamos carreritas... ¡No dormíamos, jefe, podemos

jurarle los tres que no dormíamos! Además, con el

irío que hacía... De golpe yo miro el cadáver"' Es'

tábamos a dos pasos, pero yo lo miraba de vez en

cuando a pesar de todo... Yo soy así, jefe, soy meti-

culoso. Por eso mis superiores dicen: "Con Jonás"'"(IJn gesto de Creón Io detiene; grita de pronto'/ ¡Yo

lo viprimero, jefe! Los otros se 1o dirán, yo fui el

que dio la primera voz de alarma.

Creón: ¿Voz de alarma? ¿Por qué?

El guardia: El cadáver, jefe. Alguien lo había recu-

bieito. ¡Oh! No gran cosa. No habían tenido tiem-

po con nosotros al lado. Solamente un poco de tie-

,r^... Pero, con todo, lo bastante para esconderlo de

los cuervos.

creón (se le acerca)z ¿Estás seguro de que no fue un

animal que estuviera escarbando?

El guardia: No, iefe. Primero también nosotros espe-

,"*o, que fuera eso. Pero le habían echado tierra

encima. De acuerdo con los ritos. Fue alguien que

sabía lo que estaba haciendo.

¡,Ntf coNe

Creón: ¿Quién se ha atrevido? ¿Quién ha sido tanloco para desafiar mi ley? ¿Encontraste huellas?

El guardia: Nada, jefe. Nada más que un paso más

leve que el andar de un pájaro. Después, buscandomejor, el guardia Durand encontró más lejos una pa-la, una palita de niño muy vieia, toda oxidada. Pen-

samos que no podía ser un chico el que lo hizo. Pe-

ro el de primera clase la guardó para lainvestigación.

Creón (un poco soñador): Un niño. .. La oposiciónaniquilada que sordamente va minándolo todo. Losamigos de Polinice con su oro bloqueado en Tebas,

los iefes de la plebe hediendo a aio, repentinamentealiados de los príncipes, y los sacerdotes tratando de

pescar alguna cosita en medio de esto... ¡Un niño!Seguramente pensaron que sería más conmovedor.Ya estoy viendo al niño, con su facha de matón asueldo y la palita cuidadosamente envuelta en papelbajo la ropa. A menos que hayan instruido a un ni-ño de verdad, con frases... Una inocencia inestima-ble para el partido. Un muchachito pálido que escu-pirá delante de mis fusiles. Una preciosa sangre

fresca en mis manos, doble ganga. (Se acerca alhombre.) Pero ellos tienen cómplices, y en mi guar-dia quizá. Escúchame bien...

El guardia: ¡Jefe, se hizo todo lo debido! Durand se

sentó una media hora porque le dolían los pies, pe-

ro yo, jefe, estuve siempre de pie. El de primera cla-se puede decírselo.

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JEAN ANOUILH

Creón: ¿Con quién habéis hablado va de este asuntol

El guardia: Con nadie, jefe. En seguida tiramos suer-tes, y vine.

Creón: Escucha bien. Vuestra guardia es doble. Des-pedid al relevo. Es orden mía. Quiero que vosotrogseáis los únicos junto al cadáver Y ni una palabra.Sois culpables de negligencia, de todos modos seréis

castigados, pero si alguien habla, si corre por la ciu-dad el rumor de que el cadáver de Polinice ha sidocubierto, moriréis los tres.

El guardia (uocifera/: ¡Nadie habló, iefe, se lo ¡tirotPero yo estoy aquí y quizá los otros ya lo han dichoal relevo... (Suda profusamente, tartaiea.) jefe, ten-go dos hijos. Uno de ellos es muy pequeño. Usted se-

rá testigo de que yo estaba aquí, iefe, cuando me iuz-gue el consejo de guerra. ¡Yo estaba aquí, con ustedt

¡Tengo un testigo! ¡Si alguien habló, serán los otros,no yo! ¡Yo tengo un testigo!

Creón: Vete rápido. Si nadie lo sabe, vivirás. (Elguardia sale corriendo. Creón permanece mudo uninstante. De improuiso murmura./ Un niño. .. (Totnaal pequeño paie por el bombro.) Ven, pequeño.Ahora tenemos que ir a contar todo esto... Y des-pués empezará una buena faena. ¿Tú morirías, pormí? ¿Crees que irías con tu palita? (El cbico lo mira,Creón sale con é1, acariciándole la cabeza./ Sí, porsupuesto, tú también irías en seguida... (Se le oyesuspirar mientras sale.) Un niño...

eNrfcoNl

(Han salido. Entra El coro./

El coro: Y ya está. Ahora el resorte está tenso. Notiene más que soltarse solo. Eso es lo cómodo en latragedia. Uno da el empujoncito para que empiece aandar, nada, una breve mirada a una mujer que pa-say alza los brazos en la calle, un deseo de honor enuna hermosa mañana) al despertar, como si fuera al-go comestible, una pregunta de más que nos plan-teamos una noche... Eso es todo. Después, basta de-jarlo. Nos quedamos tranquilos. La cosa marchasola. La máquina es minuciosa; está siempre bienaceitada. La muerte, la traición, la desesp eranza es-tán ahí, bien preparadas: los estallidos, las tormen-tas, los silencios, todos los silencios: silencio cuandoeI brazo del verdugo se levanta al fin; silencio alprincipio, cuando los dos amantes están desnudosuno frente al otro por primeÍa ve4 sin atreverse ahacer un movimiento, en el cuarto a oscuras; silen-cio cuando los gritos de la multitud estallan en ror-no al vencedor, como en un film cuando el sonido setraba, todas las bocas abiertas de las que nada sale,todo ese clamor que es sólo una imagen, y el vence-dor, vencido ya, solo en medio de su silencio...

La tragedia es limpia. Es tranquilizadora, es segu-ra... En el drama, con sus traidores, la perfidia en-carnizada, la inocencia perseguida, los vengadores,las almas nobles, los destellos de esperanza) resultaespantoso morir, como un accidente. Quizá hubierasido posible salvarse; el muchacho bueno tal vez hu-biera podido llegar a tiempo con la policía. En latragedia hay tranquilidad. En primer lugar, todos

L

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son iguales. ¡Todos inocentes, en una palabra! No e¡

porque haya uno que mata y otro muerto. Eso e¡

cuestión de reparto. Y además, sobre todo, la trag€,dia es tranquilizadora porque se sabe que no haymás espeÍanza,la cochina esperanza; porque se sabe

que uno ha caído en la trampa, que al fin ha caídtten la trampa como una rata, con todo el cielo sobrela espalda, y que no queda más que vociferar -no ge.

mir, no, no quejarse-, gritar a voz en cuello lo que

tenía que decir, lo que nunca se había dicho ni se sa.

bía siquiera aún. Y para nada; para decírselo a unomismo, para saberlo uno. En el drama el hombre 3e

debate porque espera salir de é1. Es innoble, utilite-rio. Esto es gratuito, en cambio. Para reyes. ¡Y, porúltimo, nada queda por intentar! (Entra Antígons,empwiada por guardias.) Ahora empieza. Han dete-

nido a la pequeña Antígon a. La pequeña Antígonapodrá ser ella misma por primera vez.

(Er cor.o desaparece mientras los guardias em-puian a Antígona a escena.)

El guardia (que ha recobrado todo el aplomo/: ¡Va.mos, vamos, nada de historias! Se explicará usted

delante del jefe. Yo no conozco otra cosa que la coh.signa. Lo que usted tenía que hacer allí, no quierosaberlo. Todo el mundo tiene excusas, todo el mun.do tiene algo que objetar. Si hubiera que escuchar ¡las gentes, si hubiera que comprender, estaríamo¡aviados. ¡Vamos, vamos! Sujetadla, vosotros, y na.

da de historias! ¡No quiero saber lo que tiene que

decir!

r56

RNrf coNe

Antígona: Diles que me suelten, con esas manos su-cias. Me hacen daño.

El guardia: ¿Manos sucias? Podría ser cortés, seño-rita... Yo soy cortés.

Antígona: Diles que me suelten. Soy hija de Edipo,soy Antígona. No me escaparé.

El guardiaz iLa hija de Edipo, sí! ¡Las rameras querecoge la guardia nocturna también dicen que tengacuidado, que son buenas amigas del prefecto de po-licía!

(Se ríen.)

Antígona: Acepto morir, pero no que me toquen.

El guardia: Y los cadáveres, ¿eh?, y la tierra, ¿no teda miedo tocarlos? ¡Dices "esas manos sucias"! Mi-ra un poco las tuyas.

/Antígon a mira con unct sonrisita sus manos suie-las por las esposas. Están llenas de tierua.)

lrl guardia: ¿Te habían quitado la pala? ¿Tuviste quevolver a hacerlo con las uñas, la segunda vez? ¡Ah!¡Qué audacia! Me vuelvo de espaldas un segundo, te

¡rido un chicote y listo, en lo que tardé para metérme-Io en la boca, en lo que tardé para dar las gracías, yacstabas ahí, escarbando como una pequeña hiena. ¡Ycn pleno día! ¡Y cómo luchaba, la zorca, cuando qui-

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FJEAN ANOUILH

se apresarla! ¡Quería saltarme a los oios! ¡Gritabrque tenía que terminar!... ¡Es una loca, sí!

El segundo guardia: Yo detuve a otra loca, el otrodía. Andaba mostrando el trasero a la gente.

El guardia: ¡Boudousse, la comilona que haremollos tres para festejar esto!

El segundo guardia: En la Torcida. Allí es bueno el

tintillo.

El tercer guardia: Tenemos franco el domingo. ¿Y si

lleváramos a las mujeres?

El guardia: No, nosotros solos, para divertirnos...Con las mujeres siempre hay historias, y además losmocosos que quieren orinar. ¡Hace un rato, teh,Boudousse?, nadie creía que íbamos a tener ganas de

bromear así!

El segundo guardia: Quizá nos den una recompensa.

El guardia: Puede ser, si es importante.

El tercer guardia: A Flanchard, el de la tercera,cuando pescó al incendiario, el mes pasado, le die-ron paga doble.

El segundo guardia: ¡Ah, no digas! Si nos dan pagadoble propongo que en lugar de ir a la Torcida va-yamos al Palacio Arabe.

RNrfcoNe

El guardia: ¿A beber? ¿Estás loco? Te venden la bo-tella al doble en el Palacio. Para hacer el amor, deacuerdo. Escuchad lo que voy a deciros: primero va-mos a la Torcida, nos atracamos como es debido ydespués, al Palacio. Dime, Boudousse, ¿te acuerdasde la gorda del Palacio?

El segundo guardia: ¡Ah, qué borracho estabasaquel día!

El tercer guardia: Pero si nos dan doble sueldo,nuestras mujeres lo sabrán. Si eso se arregla, quizános feliciten públicamente.

El guardia: En ese caso, veremos. La iuerga, es otracosa. Si hay una ceremonia en el patio del cuartel,como para las condecoraciones, también irán lasmujeres y los chicos.

El segundo guardia: Sí, pero habrá que enca rgar lalista de platos con anticipación.

Antígona (pide con unA uocecita): Quisiera sentarmeun poco, por favor.

El guardia (después de reflexionar)zBstá bien, que se

siente. Pero no la soltéis. (Creón entra. El guardiauocifera en seguida:) ihtención!

Creón (se detiene, sorprendido): Soltad a esa mu-chacha. ¿Qué pasa?

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JEAN ANOUIT

El guardia: Es el piquete de guardia, iefe. vinimo¡

con los camaradas.

Creón: ¿Quién cuida el cadáver?

El guardia: Llamamos al relevo, iefe'

creón: ¡Yo te había dicho que 1o despidieras! Te ha"

bía dicho que no dijeras nada'

El guardia: Nadie dif o nada,iefe. Pero como detuvi"

-o, " ésta, pensamos que era meior venir' Y esta vel

no tiramos a suerte. Preferimos venir 10s tres.

creón: ¡Imbéciles! (a Arntígona./ ¿Dónde te detu'

vieron?

El guardia: Cerca del cadáver, iefe'

creón: ¿Qué ibas a hacer iunto al cadáver de tu hert

mano? Sabías que prohibí acercársele'

El guardia: ¿Pregunta qué hacía, jefe? Por eso ln

traJmos. Estaba escarbando la tierca con las ÍtállolEstaba recubriéndolo otra vez'

Creón: ¿Sabes lo que estás diciendo?

El guardia: Jefe, puede preguntár-selo a.los otrtllHaúían limpiado el cadáver cuando volví; p€ro co*

mo en el sol que calentaba empez' a oler, nos subl.

mos a ,rn" p.queña altura, tto lt¡ot, para estar ál

eNrfcoN¡

viento. Pensamos que en pleno día no corríamosningún riesgo. Sin embargo, decidimos, para estarmás seguros, que siempre habría uno de los tres mi-rándolo. Pero a medio día, en pleno sol, y ademáscon el olor que subía desde que amainaru el viento,era como un mazazo. Por más que abriera los ojos,era inútil, el aire temblaba como gelatina, yo ya noveía. Voy al camarada a pedirle un chicote para so-portarlo... Lo que tardé para metérmelo en la meji-lla, jefe, lo que tardé para darle las gracias, me vuel-vo: allí estaba ella escarbando con las manos. ¡Enpleno día! Debía pensar que era imposible no verla.Y cuando vio que yo la corría, ¿cree que se detuvo,que trató de escapar? No. Continuó con todas lasfuerzas tan rápido como podía, como si no me vierallegar. Y cuand o la atrapé, luchaba como una dia-blesa, quería seguir, me gritaba que la dejara, que elcadáver no estaba todo cubierto todavía...

Creón (a Antígona)z ¿Es cierto?

Antígona: Sí, es cierto...

El guardia: Volvimos a desenterrar el cadáver, comoes debido, y después dejamos al relevo, sin decir unapalabra, y vinimos a traérsela, jefe. Eso es todo.

Creón: ¿Y anoche, la primeravez, fuiste tú también?

Antígona: Sí, fui yo. Con una palita de hierro quenos servía para hacer castillos de arena en la playa,durante las vacaciones. Era justamente la pala de

L

t6o t6t

FJEAN ANOUIL;

Polinice. Había grabado su nombre en el mango con

un cuchillo. Por eso la deié a su lado. Pero ellos se la

llevaron. Entonces la segunda vez tuve que hacerlo

con las manos.

El guardia: Parecía un bicho escarbando. Tanto que

al primer golpe, de vista, con el aire caliente que

temblaba, el compañero diio: "No, hombre, es un

animal". "¿Te parece?, dije yo, es demasiado finopara ser un animal. Es una mujer".

Creón: Está bien. Quizá se os pida declaración den-

tro de un rato. Por el momento, dejadme solo con

ella. Lleva a esos hombres al lado, hijo mío. Y que

permanezcan incomunicados hasta que yo vaya a

verlos.

El guardia: ¿Le pongo las esposas, iefe?

Creón: No. (Lo s guardias salen, precedidos por el

pequeño Paie. Creón y Antígona están solos uno

frente al otro.) ¿Habías hablado de tu proyecto con

alguien?

Antígona: No.

Creón: ¿Encontraste a alguien en el camino?

Antígona: No, a nadie.

Creón: ¿Estás bien segura?

eNrfcoNe

Antígona: Sí.

Creón: Entonces, escucha: vas a volver a tu casa, teacostarás, dirás que estás enferma, que no salistedesde ayer. Tu nodriza dirá lo mismo. Yo haré desa-parecer a esos tres hombres.

Antígona: ¿Por qué? Usted sabe que volveré a ha-cerlo.

(Un silencio. Se miran.)

Creón: ¿Por qué intentaste enterrar a tu hermano?

Antígona: Tenía que hacerlo.

Creón: Yo lo había prohibido.

Antígona (suauemente): Tenía que hacerlo, a pesarde todo. Los que no son enterrados vagan eterna-mente y nunca encuentran reposo. Si mi hermano vi-vo hubiese vuelto molido de una larga cacería, yo lehubiera quitado las zapatos, le hubiera dado de co-mer, le habría preparado la cama... Hoy Poliniceconcluyó la cacería. Vuelve a la casa donde mi padrey mi madre, y también Eteocles, lo aguardan. Tienederecho al descanso.

Creón: Era un rebelde y un traidor, tú lo sabías.

Antígona: Era mi hermano.

t6z r63

ffif

JEAN ANOUILH

creón: ¿Escuchaste la proclama del edicto en las es-

quinas? ¿Leíste el cartel en todas las paredes de la

ciudad?

Antígona: Sí.

Creón: ¿Sabías la suerte prometida a cualquiera que

se atreviese a tributarle honores fúnebres?

Antígona: Sí, lo sabía.

Creón: Talvezcreíste que ser la hija de Edipo' la hi-

ia del orgullo de Edipo ) efa bastante pafa estar por

encima de la leY.

Antígona: No. No creí eso'

Creón: ¡La ley ha sido hecha antes que nada para ti'Árrtigorr"; la iey ha sido hecha antes que nad a para

las hijas de los reYes!

Antígona: Si hubiese sido una qiadaque limpiabala

u^iíJi^cuando oí leer el edicto, ffi€ hubiera secado el

^gu^grasienta de los brazos y hubiera salido en de-

lantal-pa ra ir a enterÍar a mi hermano

creón: No es cierto. si hubieses sido una criada, no

hubieras dudado de que ibas a morir y te hubieras

quedado en casa llorando a tu hermano' Pero tú

pensaste que eras de taza real, sobrina míay prome-

iid" d. *i tti¡o Y Que, ocurriera lo que ocurriese' no

me atrev eúa a condena rte a morir'

ANTfGONA

Antígona: Se equivoca usted. Estaba segura de que,al contrario, usted me condenaría amorir.

Creón (la mira y murmura de pronto)z El orgullo deEdipo. Eres el orgullo de Edipo. Sí, ahora que lo en-cuentro en el fondo de tus ojos, te creo. Seguramen-te pensaste que te condenaría a morir. ¡Y te parecíaun fin muy natural paru ti, orgullosa! También paratu padre no digo la felicidad, ni se trataba de esa ladesgracia humana era demasiado poco. Lo humanoos estorba en la familia. Necesitáis una conversacióníntima con el destino y la muerte. Y matar a vuestropadre, y acostaros con vuestra madre, y saberlo to-do después, ávidamente, palabra por palabra. ¡euébrebaje, ¿eh?, las palabras que os condenan! Y conqué avidez se las bebe cuando uno se llama Edipo oAntígona. Y lo más sencillo¡ después, es reventarselos ojos e ir a mendigar con los hijos por los cami-nos... Bueno, pues no. Esos tiempos se han acabadopara Tebas. Tebas tiene derecho ahora a un príncipesin historia. Yo me llamo solamente Creón, graciasa Dios. Tengo los dos pies puestos en la tierra, lasdos manos metidas en los bolsillos y )ra que soy rey,he resuelto, con menos ambición que tu padre, dedi-carme sencillamente a hacer un poco menos absur-do, si es posible, el orden de esre mundo. Ni siquie-ra es una aventura, es un oficio de todos los días yno siempre divertido, como todos los oficios. Peroya que estoy aquí para desempeñarlo, lo haré... Y simañana un mensaiero mugriento baja desde el senode las montañas para anunciarme que tampoco estáseguro de mi nacimiento, le rogaré sencillamente

b---

r64 16s

qJEAN ANOUII

que se vuelva al lugar de donde vino y por tan poca

cosa no iré a provocar atutía ni me pondré a con-

frontar fechas. Los reyes, tienen otra cosa que hacer

que dramas personales, hiiita. (Se le acercd y la to'ma del brazo.)Así que escúchame bien. Eres Antígo-

na, eres la hija de Edipo, sea, pero tienes veinte años

y no hace mucho todavía todo esto se hubiera afre-

glado con un pan seco y un par de bofetadas' (La ,

mira sonriente.) ¡Condenarte ^ morir! ¡No te has

mirado, pajarito! Eres demasiado flaca. Meior en-

gorda un poco , pana dar un niño robusto a Hemón'

T.b"t lo necesita más que tu muerte. Volverás a tu

casa en seguid a,harás lo que te diie y te callarás' Yo

me encargo del silencio de los otros. ¡Vamos, andat

Y no me fulmines así con tu mirada- Me tomas' por

un bruto, claro está' y has de pensar que soy decidi-

damente prosaico. Pero te quiero bien a pesar de tu

maldito carácter. No olvides que yo te regalé la pri-

mera muñeca, no hace tanto tiempo. (Antígona no

responde. Va a salir. Creón Ia detiene.) ifuntígona!Por esa puerta no se va a tu cuarto. ¿A dónde vas

por ahí?

Antígon a (se detiene, le responde suauemente, sin

fanfarronería)z Usted lo sabe...

(tJn silencio. Se miran de nueuo de pie uno fren-te al otro.)

Creón (murmura colno para sí)z ¿A qué juego estás

jugando?

eNrfcoN¡

Antígona: No estoy jugando.

Creón: ¿Pero no comprendes que si alguien más queesos tres brutos se entera dentro de un instante de loque has intentado hacer, me veré obligado a conde-narte a morir? Si te callas ahora, si renuncias a esta

locura, tengo una posibilidad de salvarte, pero ya nola tendré dentro de cinco minutos. ¿Comprendes?

Antígona: Debo ir a entenÍar a mi hermano, porqueesos hombres lo han descubierto.

Creón: ¿Irás a repetir ese gesto absurdo? Hay otraguardia alrededor del cuerpo de Polinice, y aunqueconsigas cubrirlo otra vez) limpiarán su cadávegbien lo sabes. ¿Qué conseguirás sino ensangrentartelas uñas y hacerte prender?

Antígona: Nada más que eso, lo sé. Pero por lo me-nos puedo hacerlo. Y es preciso hacer lo que se

puede.

Creón: ¿Así que tú crees de verdad en ese entierrosegún las reglas? ¿Crees en esa sombra de tu herma-no condenada a andar siempre errante si no se arro-ja sobre el cadáver un poco de tierra con la fórmuladel sacerdote? ¿Oíste recitar la fórmula a los sacer-

dotes de Tebas? ¿Viste esas pobres caras de funcio-narios fatigados que abrevian los movimientos, se

tnagan las palabras, terminando apresuradamentecon un muerto para seguir con otro antes de la co-mida de mediodía?

t66 r67

qJEAN ANOUILH

Antígona: Sí, los he visto'

Creón: ¿Y no pensase nunca que si fuera una perso'

na aquien querías de verdad la que estaba allí' acos'

tada.t .l ,i1ón,te pondrías a aullar de golpe ' a gri'

tarles que se callaran, 9üe se fueran?

Antígona: Sí, lo he Pensado'

Creón: Y ahora corres peligro de muerte porque ne'

gué a tu hermano ese pasaporte irrisorio, ese chapu-

ir.o en serie sobre sus despojos, esa pantomima que

te averg onzaría y mordfi caúa si la hubieras repre'

sentado. ¡Es absurdo!

Antígona: Sí, es absurdo'

Creón: Entonces, ¿por qué adoptas esa actitud? ¿Pa'

ra los demás, p"rtiot que creen? ¿Para alzarlos con-

tra mí?

Antígona: No.

Creón: ¿Ni para los demás, ni pata tu hermano?

¿Para quién entonces?

Antígon az Para nadie. Para mí'

Creón (la mira en silenciol: ¿Así que tienes ganas de

morir? Ya pareces una pequeña presa de caza'

enternezca conmigo. Haga como

t68

eNtfcoNR

yo.Haga lo que tiene que hacer. Pero si es usted unser humano, hágalo en seguida. Eso es todo lo que

le pido. No tendré coraie eternamente, es cierto.

Creón (se acerca/: Quiero salvarte, Antígona.

Antígona: Usted es el rey lo puede todo, pero eso nopuede hacerlo.

Creón: ¿Te parece?

Antígona: Ni salvarme, ni impedirme hacer lo quequiero.

Creón: ¡Orgullosa! ¡Pequeña Edipo!

Antígona: Lo único que puede es condenarme amorir.

Creón: ¿Y si te hago torturar?

Antígona: ¿Para qué? ¿Para que llore, paÍa que pidagracia, para que jure todo lo que quieran y vuelva a

hacerlo otta vez cuando no me duela ya?

Creón (le aprieta el brazo): Escúchame bien. Me hatocado el papel malo, por supuesto, y a ti el bueno.Y lo sabes. Pero no te aproveches demasiado, peque-ña peste... Si fuerayo un buen bruto, un tirano co-mún, hace rato te hubiera aÍrancado la lengua, des-garrado los miembros con tenazas o arrojado en unpozo. Pero tú ves en mis ojos algo que vacila, ves

Antígona: No se

r6g

JEAN ANOUIT

que te dejo hablar en cambio de llamar a mis solda-

áor; por eso te burlas, atacas mientras puedes'

¿Adónde quieres ir, Pequeña furia?

Suélteme. Me lastima el brazo con su

eNrfcoNR

sentarse en unt silla en medio de Ia habitación. Se

quita la chaquetA, AuAnza hacia ella, pesado, pode-roso, en mangas de camisa.) Al día siguiente de la re-volución frustrada hay entuertos que enderezar, te loaseguro. Pero los asuntos urgentes esperarán. Noquiero dejarte morir por un lío político. Vales másque eso. Porque tu Polinice, esa sombra desconsola-d^ y ese cuerpo que se descompone entre sus guar-dias y todo ese patetismo que te inflama, no es másque un lío político. Ante todo, no soy tierno, perosoy delicado; me gustan las cosas limpias, claras,bien lavadas. ¿Crees que no me asquea tanto comoa ti esa carne que se pudre al sol? Por la noche,cuando el viento viene del mar, se la huele en el pa-lacio. Me da náuseas. Sin emb argo, ni siquiera ce-

rmé la ventana. Es innoble, y puedo decírtelo a ti,es estúpido, monstruosamente estúpido, pero es pre-ciso que toda Tebas huela eso durante un tiempo.¡Tienes raz6n, debería hacer enterrar a tu hermanoaunque más no fuera por higiene! Pero para que losbrutos a quienes gobierno comprendan, el cadáverde Polinice tiene que apestar toda la ciudad duranteun mes.

Antígona: ¡Es usted odioso!

Creón: Sí, hiiita. El oficio lo exige. Lo que puede dis-cutirse es si hay que hacerlo o no. Pero de hacerlo,tiene que ser así.

Antígona: ¿Por qué lo hace?

Antígona:mano.

Creón (apretand'o más fuerte)z No' Yo soy el már

fuerte así, también me aProvecho'

Antígon a (lanza un gritito): ¡AY!

creón (con oios risueños)zTalvez es lo que debería

hacerte después de todo, sencillamente' torcerte la

muñeca, tirárte del pelo como se hace a las muieres

en los iuegos. (La mira otra uez' Se pone graue' Le

d.ice dásdi *uy cerca.) Soy tu tío, claro está, pero no

somos cariñosos en la familia. ¿No te parece curio'

so, a pesar de todo, este rey ridiculizado que te escu'

.h", .rt. viejo que lo puede todo y que ha visto ma'

,^, ^otros'

ie lo aseguro' y tan enternecedores como

tú, y q,re está aquí, Iomándose tanta molestia con el

intento de imPedir tu muerte?

Antígon a (después de una pausa)z Aptieta usted de'

-"ri"do ahora. Ni siquiera me duele' Ya no tengo

brazo.

creón (la mira y la suelta con una sonrisita. Murmu-

ra)z Dios sabe sin embargo que tengo - otras cosat

qú. h"..r ho¡ pero con todo perderé el tiempo ne'

cesario para r"irr"rt., pequeña peste' (La obliga a

L.

170 17r

qJEAN ANOUILH

creón: una maitana me desperté siendo rey de Te-

bas. Y Dios sabe que había otras cosas en la vida

que me gustaban más que ser poderoso"'

Antígona: ¡Había que decir que no' entonces!

creón: Podía hacerlo. Pero me sentí de golpe como

un obrero que rcchaza un trabaio' No me pareció

honrado. Dije que sí.

Antígona: Bueno, lo siento por usted' ¡Yo no he di'

cho [o. sí! ¡eué pueden importarme a mí su políti'

.", ,,, ,t...ridád, sus pobres historias! Yo puedo de'

cir que no todavía a todo lo que no me gusta y soy

único juez.Y usted con su corona' con sus guardias'

con su pompa' sólo puede hacerme morir, porque

dijo que sí.

Creón: Escúchame.

Antígona: si quiero, puedo no escucharlo. usted di'

io q.re sí. usted no tiene nada más de qué enterarme.,yo

,i. Está ahí bebiéndose mis palabras. Y si no lla'

ma alos guardias, es paraescucharme hasta el final.

Creón: ¡Me diviertes!

Antígona: No. Le doy miedo. Por eso tfata de sal'

u"rr*. A pesar de todo sería más cómodo conservar

una pequeña Antígona viva y muda en este palacio.

Er,rrt.á demasiado sensible para ser un buen tirano,

eso es todo. Pero sin embargo me hará morir dentrO

ANTfGoNA

de un instante, usted lo sabe, y por eso tiene miedo.Es feo un hombre que tiene miedo.

Creón (sordamente)l Bueno, sí, tengo miedo de ver-me obligado a hacerte matar si te obstinas. Y no qui-siera hacerlo.

Antígona: ¡Yo no me veo obligada a hacer lo que noquisiera! ¿Acaso usted tampoco hubiera querido ne-gar una tumba a mi hermano? Dígalo: ¿no hubieraquerido?

Creón: Ya te lo he dicho.

Antígona: Y sin embargo lo ha hecho. Y ahora mehaú matar sin quererlo. ¡Y eso es ser rey!

Creón: ¡Sí, es eso!

Antígona: ¡Pobre Creón! Con las uñas rotas y llenasde tierra y los moretones que tus guardias me hicie-ron en los brazos, con el miedo que me retuerce lastripas, yo soy reina.

Creón: Entonces, ten lástima de mí, vive. El cadáverde tu hermano que se pudre bajo mis ventanas, es

precio suficiente para que el orden reine en Tebas.Mi hijo te quiere. No me obligues a pagar contigoademás. Ya he pagado bastante.

Antígona: No. Usted dijo que sí. ¡Ahora nunca deja-rá de pagar!

172- 173

I

JEAN ANOUILH

creón (la sacude de pronto fuera de sí)z ¡Pero Dior

mío! ¡Tr"r" de comprender un minuto tú también,

chica idiota! Yo he tratado de comprenderte. Tiene

que haber quienes digan que sí. Tiene que haber

q,ri.rr., gobi.rrr.n la 1"t.". Hace agua por todac

p"rr.r, está llena de crímenes, de necedad, de mise'

,i^... Y el timón vacila. La tripulación ya no quiere

hacer nada, sólo piensa en saquear la cala y los ofi'

ciales están ya construyendo una balsa cómoda, só'

lo para ellos, con toda la provisión de a}va dulce,

p^i^ salvar por lo menos el pellejo. Y el mástil cru'

i., y el viento silba y las velas van a desgarrarse y to'

do, .rot brutos reventarán juntos porque no pien'

san más que en el pelleio' en su precioso pelleio y en

sus asuntitos. ¿Te parece entonces que queda tiempo

pafahacerse .i t.iitt"do, para saber si hay que decir

qr.re sí o que no, para preguntarse si no habrá que

p^g^, demasiado caro algún día y si todavía se Po'árl ,., un hombre después? Uno toma el timón, se

yergue frente a la montaña de agua, grita una orden

y aItp"t" al montón, al primero que dé un paso' ¡Al

,,'orriOttl Aquello no tiene nombre' Es como la ola

que acab" á. abatirse sobre el puente delante de

,rto; el viento castiga y la cosa que cae en el grupo

no tiene nombre. Eia quizá aquel que te había dado

fuego, sonriendo, la víspera. Ya no tiene nombre' Y

tú ámpoco tienes nombre, afercada a la ca¡.a del ti'món. soto el barco tiene nombre y la tempestad.

¿Lo. comprendes?

Antígon a (sacude la cabeza/: No quiero comprender.

Eso éstá bien para usted. Yo estoy aquí pana otra co'

RNtfcoN¡,

sa que para comprender. Estoy aquí para decirle queno y para morir.

Creón: ¡Es fácil decir que no!

Antígona: No siempre.

Creón: Para decir que sí, hay que sudar y arreman-garse, tomar la vida con todas las manos y meterse enella hasta los codos. Es fácil decir que no, aunque ha-ya que, morir. Basta con no moverse y esperar. Espe-rar pata vivir, esperar hasta para que lo maten a uno.Es demasiado cobarde. Es una invención de los hom-bres. ¿Te imaginas un mundo donde los árboles tam-bién hubieran dicho que no a la savia, donde los ani-males hubieran dicho que no al instinto de caza o delamor? Los animales, por lo menos, son buenos, sen-cillos y duros. Van, empujándose unos a otros, va-lientemente, por el mismo camino. Y si caen, losotros pasan y puede perderse [o que se quiera, siem-pre quedará uno de cada especie dispuesto a tenernueva ctía y reanudar el mismo camino con el mismocoraje, igual a los que pasaron antes.

Antígona: Qué sueño para un rey, los animales, ¿eh?Sería tan sencillo.

(Un silencio; Creón la mira.)

Creón: ¿Me desprecias, verdad? (Ella no contesta;Creón continúa como para sí.) Es curioso. A menu-do he imaginado este diálogo con un hombrecito pá-

¡¡-

174 175

r-

i

JEAN ANOUII

lido que hubiera intentado matarme y de quien no

podría obtener nada más que desprecio. Pero nopensaba que sería contigo y por algo tan tonto... (Se

toma la cabeza entre las manos. Se nota que está ex'tenuado.) Pero escúchame por última vez. Mi papel

no es bueno, pero es mi papel y te haré matar. Sólo

que antes quiero que tú también estés bien segura

del tuyo. ¿Sabes por qué vas a morir, Antígona? ¿Sa-

bes al pie de qué historia sórdida vas a firmar para

siempre con tu nombre ensangrentado?

Antígona: ¿Qué historia?

Creón: La de Eteocles y Polinice, la de tus hermanos.

No, tú crees saberla, no la sabes. Nadie la sabe en

Tébas, salvo yo. Pero me parece que tú, esta maña'na, también tienes derecho a saberla. (Reflexiona un

instante, con la cabeza en las manos, de codos sobre

una rodilla. Se le oye mumurAr./ No es muy agrada-

ble, verás. (Y comienza sordamente sin mirar A An'tígona.)Ante todo, ¿qué recuerdas de tus hermanos?

¿Dos compañeros de iuego que seguramente te des'

preciaban, que te rompían las muñecas, siempre cu-

ihi.h.átrdose secretos al oído para hacerte rabiar?

Antígona: Eran grandes...

Creón: Después debiste de admirar sus primeros ci'garrillos, sus primeros pantalones largos; y luego

empezaron a salir de noche, a oler a hombrery ya no

te miraron,más.

eNrfcoue

Antígona: Yo era una mujer...

Creón: Tú veías llorar a tu madÍe) a tu padre coléri-co, oías golpear la puerta cuando volvían y sus risasen los corredores. Y pasaban delante de ti, tamba-leantes, oliendo a vino.

Antígona: Una vez me escondí detrás de una puerta;era a la mañan a, acabábamos de levantamos y ellosvolvían. ¡Polinice me vio, estaba muy pálido, con losojos brillantes y tan hermoso con su traje de gala!Me dijo: "Yaya, ¿estás ahí?" Y me dio una gran florde papel que había traído de la fiesta.

Creón: Y tú conservaste esa flor, ¿verdad?

Antígona (se estremece/: ¿Quién se lo dijo?

Creón: ¡Pobre Antígona, con tu flor de cotillón! ¿Sa-bes quién era tu hermano?

Antígona: ¡Sabía que usred iba a hablarme mal de é1,

en todo caso!

Creón: Un pobre juerguista imbécil, un carniceroduro y sin alma, un brutito que sólo servía par an-dar a más velocidad que los otros con sus coches,para gastar más dinero en los bares. Una vez, yo es-taba presente, tu padre acababa de negarle una fuer-te suma que había perdido en el juego; se puso muypálido y le levantó la mano gritando una palabra in-fame.

176 177

JEAN ANOUILH

Antígona: ¡Eso no es cierto!

Creón: ¡Su puño de bruto voló ala carade tu padretEra lastimoso. Tu padre estaba sentado a su mesa,con la cabeza en las manos. Sangraba por la nariz.Lloraba. Y en un rincón del escritorio, Polinice, bro-meando, encendía un cigarrillo.

Antígona (ahora casi suplicante): ¡Eso no es ciertol

Creón: Acuérdate, tú tenías doce años. No lo visteisdurante mucho tiempo. ¿Es cierto eso?

Antígona (sordamente): Sí, es cierto.

Creón: Fue después de aquella disputa. Tu padre noquiso denunciarlo. Polinice se alistó en el ejército ar-givo. Y desde que estuvo con los argivos, empezócontra tu padre la caza del hombre, contra aquelvieio que no se decidía a morir, a soltar el reino. Losatentados se sucedían y los matones que pescába-mos, siempre acababan por confesar que habían re-cibido dinero de é1. No sólo de é1, por lo demás. Por-que eso es lo que quiero que sepas, los entretelonesde este drama en el que ardes por desempeñar un pa-pel, la cocina. Ayer hice grandiosos funerales a Eteo-cles. Eteocles es ahora un héroe y un santo para Te-

bas. Todo el pueblo estaba presente. Los niños de lasescuelas dieron todos los centavos de sus alcancíaspara la corona; los ancianos, falsamente conmovi-dos, magnificaron con trémolos en la voz al buenhermano, al hijo fiel de Edipo, al príncipe leal. Yo

¡NtfcoNe

también pronuncié un discurso. y todos los sacerdo-tes de Tebas en pleno, con la cara de circunstancias.Y los honores militares... Era preciso... como teimaginarás, no podía darme el lujo de tener un crá-pula en los dos bandos. pero voy'adecirte algo, quesólo sé, algo horrible: Eteocles, ese premio a la vir-tud, no valía más que polinice. El buen hijo tambiénhabía intentado hacer asesinar a su padre, el prínci-pe leal había decidido también u.rid., a Tebas almejor postor. Sí, ¿te parece gracioso? Ahora tengo la¡ry9ba de que la traición por la cual er cuerpo dePolinice se está pudriendo al sor, Eteocres, gu€ duer-me en su tumba de mármor se prepa raba también acomererla. Es una casualidad que porinice hay a da-do el-golpe antes que é1. Teníamos que habérnoslascon dos ladrones de feria que se engañaban uno alotro mientras nos fumaban a nosotros y que se de_gollaron como dos pillos que eran, por una cuestiónde cuentas... Pero he teniáo que convertir en héroea uno de ellos. Entonces -"náé buscar sus cadáve-res entre los otros. Los encontraron abrazados, porprimera vez en su vida, sin duda. se habían ensarta-do mutuamente y después la carga de ra cabaileríaargiva les pasó por encima. Estaban hechos papiila,Antígona, irreconocibles. Hice recoger uno de loscuerpos' el menos estropeado de los dos, paralos fu-nerales nacionales, y di orden de que ,.'d.¡"r" p,r_drir el orro donde estaba. Ni siquiera sé ..r¿t. y teaseguro que me da lo mismo.

(Hay un largo silencio; no ue mueuen; están sinmirarse; después Antígona dice despacito:)

178 r7g

F''i

JEAN ANOUIT

Antígona: ¿Por qué me contó esto?

(Creón se leuanta, se pone la chaqueta.)

Creón: ¿Era preferible dejarte morir por esa pobre

historia?

Antígona: Tal vez. Yo creía. (Hay otro silencio,

Creón se le acerca.)

Creón: ¿ Qué vas a hacer, ahora ?

Antígon a (Se leuanta como una sonámbula)z Voy a

subir a mi cuarto.

Creón: No te quedes mucho tiempo sola. Vete a ver

a Hemón esta mañana. Cásate rápido.

Antígona (en un soplo,): Sí.

Creón: Tienes toda la vida por delante. Nuestra dis-

cusión era ociosarte lo aseguro. Tienes ese tesoro to-davía.

Antígona: Sí.

Creón: No hay otra cosa que importe. ¡Y tú ibas a

derrocharlo! Te comprendo, yo hubiera hecho lomismo a los veinte años. Por eso bebía tus palabras.

Escuchaba desde el fondo del tiempo a un joven

Creón flaco y pálido como tú y que también sólo

pensaba en darlo todo... Cásate pronto, Antígona,

ANTfGoNA

sé feliz. La vida no es lo que tú crees. Es un agua quelos jóvenes dejan correr sin saberlo, entre los dedosabiertos. Cierra las manos, cierra las manos, rápido.Reténla. Ya verás, se convertirá en una cosita dura ysimple que uno roe sentado al sol. Todos te dirán locontrario porque necesitan tu fuerza y tu impulso.No los escuches. No me escuches cuando pronuncieel próximo discurso delante del sepulcro de Eteo-cles. No será cierto. Sólo es cierto, lo que no se di-ce... Tú también lo sabrás, demasiado tarde; la vidaes un libro que amamos, un niño que juega a tuspies, una herramienta que uno suieta bien en la ma-no, un banco pata descansar ala noche delante decasa. Vas a despreciarme otra vez, pero descubrireso, ya verás, es el consuelo irrisorio de envejecer, lavida quizá sólo sea, después de todo, la felicidad.

Antígona (murmurA, con Ia mirada un poco perdi-da)z La felicidad...

Creón (de pronto con un poco de uergüenza): Unapobre palabra, ¿eh?

Antígona (despacito)z ¿Qué será mi felicidad? ¿Enqué mujer feliz se convertirá la pequeña Antígona?¿ Qué mezquindades tendrá que hace r día a día, pa-na arrancar con los dientes su pedacito de felicidad?Dígame, ¿a quién deberá mentir, a quién sonreír, aquién venderse? ¿A quién deberá deiar morir apaf-tando la mirada?

Creón (se encoge de bombros)z Estás loca, cállate.

r8o r8r

,,nl

JEAN ANOUILH

Antígona: ¡No, no me callaré! Quiero.ybg cómo

-. fit arceglaré' yo tamb íén, pan ser feliz' En segui'

á", p.to,r."h"y ql. .l"gir en seguida' Usted dice que

ü íi¿" ., ,"r, h.i',o'"'"vo qt'itio saber cómo me las

arreglaré Pafa vivir.

Creón: ¿Amas a Hemón?

Antígona: Sí, amo a Hemón' Amo a un Hemón du-

ro y ioven; a un Hemón exigente y fiet':o1o yo' Pe-

;; ;t' la viÁa,U f.t.i¿ad de que usted habla han de

;;;.;.r él con su desgaste, si Hemón no ha de pa-

lidecer ya cuando yo pahdezca' si no ha d.e creerme

*rr.rr".uando tardo tittto minutos' si no ha de sen-

tirse solo en el mundo y detestarme cuando me río

,in qrr. él sepa por qué, si. ha de convertirse a mi la-

do en el señor É.-étt, si ha de aprender a.decir que

sí él también, entonces ya no amo a Hemón'

Creón: No sabes lo que dices' Cállate'

Antígona: Sí' yo sé lo que 4igot es usted el que ya no

;; .r... Ahára le hablo deide muy leios' desde un

reino donde no puede entrar con SUS arrugas, Su

prudencia, su buriig"' (Se ríe') ¡Ahl ¡Me río' Creón'

me río porq,r. i.l,Jo dt golpe a los quince años! El

mismo aire de impotenti" y de creer que todo se

p".¿.. La vida sólá te ha añadido todas esas arrugi-

,", .r, la caray esa grasa que te envuelve'

Creón (la sacude)z ¿Te callarás de una vez?

eNrfcoNe

Antígona: ¿Por qué quieres hacerme callar? ¿Porquesabes que tengo razónl ¿Crees que no leo en tus ojosque lo sabes? Sabes que tengo razín,pero no lo con-fesarás nunca porque estás defendiendo tu felicidaden este momento como una fiera.

Creón: ¡La tuya y la mía, sí, imbécil!

Antígona: ¡Todos vosotros me dais asco con vuestrafelicidad! Con vuestra vida que hay que amar cues-te lo que cueste. Como perros que lamen todo lo queencuentran. Y esa pequeña posibilidad pafa todoslos días, si no se es demasiado exigente. Yo lo quie-ro todo, en seguid^ -y que sea completo-, y si no,me niego. Yo no quiero ser modesta y contentarmecon un trocito, si he sido iuiciosa. Quiero estar segu-ra de todo hoy y que sea tan hermoso como cuandoera pequeña, o morir.

Creón: ¡Anda, empieza, empieza como tu padre!

Antígona: ¡Como mi padre, sí! Somos de los queplantean las preguntas hasta el fin. Hasta que noquede ya en realidad viva una pequeña posibilidadde esperanza) hasta que no quede sin estrangular lamás pequeña posibilidad de esperanza. ¡Somos delos que saltan encima, cuando la encuentran, a la es-

petanza, a vuestra querida esperanza, a vuestra su-cia esperanzal

Creón: ¡Cállate! ¡Si te vieras gritando esas palabras!Te pones fea.

F

i

t

t

E

183t8z

JEAN ANOUILH

Antígona: ¡Sí, soy fea! Son indignos' ¿verdad?' estos

gritos, estos sobresaltos, esta lucha de traperos' Pa-

pa ,oto fue hermoso después, cuando estuvo seguro

por fin de que había matado a su padre, de que se

Labía acost;do con su madre, y de que ya nada, na-

da podía salvarlo. Entonces se tranquíIízó de golpe,

trrut una especie de sonrisa y se volvió hermoso. To-

do había acabado. ¡Le bastó cerrar los oios para no

ver nada más! ¡Ah, qué caras las vuestras, pobres ca-

ras de candidator " la felicidad! Sois vosotros los

feos, hasta los más hermosos. Todos tenéis algo feo

en la comisura del ojo o de la boca. Tú lo diiiste ha-

ce un instante, creón: la cocina. ¡Tenéis caras de co-

cineros!

creón (le estruia el brazo): Ahora te ordeno que te

calles, ¿me oyes?

Antígona: ¿Me lo ordenas, cocinero? ¿Crees que

puedes ordenarme algo?

creón: La antesala está llena de gente. ¿Quieres per-

derte? Te oirán.

Antígona: ¡Bueno, pues abre las puertas! ¡Justamen-

te, me oirán!

creón (que trata de taparle la boca a la fuerza)z iTe

callarás de una vez' Por Dios!

Antígona (se debate): ¡Vamos, rápido, cocinero!

¡Llama a los guardias!

eNtf coNR

(Se abre la puerta. Entra Ismena./

Ismena (lanzando un grito): ¡Antígona!

Antígona: ¿ Qué quieres tú ahora ?

Ismena: ¡Antígona, perdóname! Antígona, ya ves,vengo, tengo coraje. Ahora iré contigo.

Antígona: ¿Adónde vendrás comnigo?

Ismena: ¡Si la condena a morir, tendrá que conde-narme a morir con ella!

Antígona: ¡Ah, no! Ahora no. ¡Tú no! Yo, yo sola.No te figures que vendrás a morir conmigo ahora.

¡Sería demasiado fácil!

Ismena: ¡No quiero vivir si tú mueres, no quieroquedarme sin ti!

Antígona: Tú has elegido la vida y yo la muerte. Dé-jame ahora de jeremiadas. Había que ir esta maña-na, en cuatro patas, en la noche. ¡Había que ir a es-

carbar la tierra con las uñas mientras ellos estabancerca y dejarse apresar como una ladrona!

Ismena: ¡Bueno, pues iré mañana!

Antígonaz ¿La oyes, Creón? Ella también. Quién sa-

be si no se contagiarán otros al escucharme. ¿Quéesperas para llamar a los guardias? Vamos, Creón,

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Fi t'! ¡,9LlL'uri':

c{tÍ {'toIf uJEAN ANOUILH

un poco de coraje, no es más que un mal rato. ¡Va'mos, cocinero, ya que no hay más remedio!

Creón (grita de pronlo/: ¡Guardias! (Los guardias

aparecen en seguida.) Llevadla.

Antígon a (con un fuerte grito d.e aliuioT: ¡Por fin,Creón!

(Los guardias se lanzan sobre ella y la lleuan- Is'mena sale gritando tras ella.)

Ismena: ¡Antígona! ¡Antígona!

(Creón se ha quedado solo. EI coto enlt4 y-SgJe

aceyca.)

El coro: Estás loco, Creón. ¿Qué has hecho?

Creón (mirando a lo leios/: Tenía que morir.

El coro: ¡No dejes morir a Antígona, Creón! Todos

llevaremos esa \laga en el costado durante siglos.

Creón: Ella era la que quería morir. Ninguno de no-

sotros tenía fuerza bastante para convencerla de que

viviera. Ahora lo comprendo; Antígona naci6 para

estar muerta. Quizá ni ella misma lo supiera' pero

Polinice era sólo un pretexto. Cuando tuvo que re-

nunciar a ese pretexto, encontró otro en seguida. Loque importaba pata ella era negarse y morir.

eNrfcoNa

El coro: Es una niña, Creón.

Creón: ¿Qué quieres que haga por ella? ¿Condenar-la a vivir?

Hemón (entra gritando): ¡Padre!

Creón (corre hacia é1, Io besa): Olvídala, Hemón; ol-vídala, hijo mío.

Hemón: Estás loco, padre. Suéltame.

Creón (lo suieta más fuerte)z Lo he intentado todopara salvarla, Hemón. Lo he intentado todo, te lojuro. No te quiere. Hubiera podido vivir. Prefirió sulocura y la muerte.

Hemón (grita, tratando de librarse de su brazo): iPe-ro padre, ya ves que la llevan! ¡Padre, no dejes queesos hombres la lleven!

Creón: Ya ha hablado. Toda Tebas sabe ahora loque hizo. Me veo obligado a hacerla morir.

Hemón (se arranca de sus brazos/: ¡Suéltame!

(Un silencio. Están uno frente al otro. Se miran.)

El coro (se acerca/: ¿No se puede imaginar algo, de-cir que está loca, encerrarla?

t86 t87

JEAN ANOUILH

Creón: Dirán que no es cierto. Qoe la salvo porque

iba a ser la mujer de mi hijo. No puedo.

El coro: ¿No se puede ganar tiempo, hacerla escapar

mañana?

Creón: La multitud ya 1o sabe, aúlla alrededor del

palacio. No puedo.

Hemón: Padre, la multitud no es nada. Tú eres el

amo.

Creón: Soy el amo antes de la ley. No después.

Hemón: Padre, soy tu hijo, no puedes dejar que me

la lleven.

Creón: Sí, Hemón. Sí, hiio mío. Valor. Antígona no

puede vivir más. Antígona ya nos ha abandonado a

todos.

Hemón: ¿Crees que yo podré vivir sin ella? ¿Creesque aceptaré vuestra vida? Y todos los días, de la

mañana a la noche, sin ella. Y vuestra agitación,vuestra charla, vuestro vacío, sin ella.

Creón: Tendrás que aceptar, Hemón. Cada uno de

nosotros tiene un día, más o menos triste, más o me-

nos lejano, en que debe aceptar ser un hombre. Pa-

ra ti, ha llegado hoy... Y aquí estás frente a mí con

las lágrimas asomándote a los ojos y el corazín do-

lido, muchachito mío, por última vez... Cuando te

eNrfcoNe

hayas vuelto, cuando hayas cruzado ese umbral den-tro de un instante, todo habrá acabado.

Hemón (retrocede un poco y dice despacito/: Ya se

acabó.

Creón: No me iuzgues, Hemón. No me juzgues tútambién.

Hemón (lo rnira y dice de pronlo/: Aquella granfuerua y aquel coraje, arel dios gigante que me le-vantaba en sus brazos y me salvaba de los mons-truos y las sombras, ¿eras tú? Aquel olor prohibidoy aquel buen pan de la noche, bajo la lámpara,cuando me mostrabas libros en tu escritorio, ¿erastú, te parece?

Creón (humildemente)t Sí, Hemón.

Hemón: Todos aquellos cuidados, todo aquel orgu-llo, todos aquellos libros llenos de héroes, ¿eran pa-ra llegar a esto? ¿Para llegar a ser un hombre, comotú dices, y muy contento de vivir?

Creón: Sí, Hemón.

Hemón (grita de pronto como un niño, arroiándoseen sus brazos)z ¡Padre, no es cierto! ¡No eres tú, noes hoy! No estamos los dos al pie de este muro don-de sólo cabe decir que sí. Todavía eres poderoso, co-mo cuando yo era pequeño. ¡Ah! ¡Te lo suplico, pa-dre, que yo te admire, que siga admirándote! Estoy

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demasiado solo y el mundo queda demasiado desnu-do si no puedo admirarte más.

Creón (lo aparta de sí): Estamos solos, Hemón. Elmundo está desnudo. Y me has admirado demasia-do tiempo. Mírame, esto es convertirse en un hom-bre: ver un día, de frente, el rostro del padre.

Hemón (lo mira, Iuego retrocede gritando/: ¡Antígo-na! ¡Antígona! ¡Socorro!

(Sale corriendo.)

El coro (se acerca a Creón): Creón, salió como unloco.

Creón (que mira a lo leios, hacia adelante, inmóuil)zSí. Pobrecito, la quiere.

El coro: Creón, hay que hacer algo.

Creón: No puedo hacer nada más.

El coro: Se ha marchado, herido de muerte.

Creón (sordamente)z Sí, estamos todos heridos de

muerte.

(Antígona entra en la habitación, empuiada porlos guardias que apuntalan la puerta, detrás de lacual se adiuina a la mubitud que grita.)

t/'lznl' a;-a o¿'tl. *<?v'*

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El guardia: ¡Jefe, invaden el palacio!

Antígona: ¡Creón, no quiero ver más sus rostros, noquiero oír más sus gritos, no quiero ver más a nadie!Ahora tienes mi muerte, ya basta. Haz que no yea anadie más hasta que esto haya terminado.

Creón (sale gritando a los guardias); ¡Guardia en laspuertas! ¡Que desalojen el palacio! ¡Tú quédate conella!

(Los otrgs_ Q9s guardias salen seguidos por el co-

€: AnTG-óna i, q-;iaa ioTa ión guálct a--*Lo mira.)

Antígona (dice de pronto/: Así que eres tú.

El guardia: ¿Yo qué?

Antígona: Mi última cana de hombre.

El guardia: Hay que creerlo.

Antígona: Déjame mirarre...

El guardia (se aparta, molesto): Vamos,

Antígona: ¿Tú fuiste el que me deruvotante?

vamos.

hace un ins-

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El guardia: Sí, yo.

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Administrator
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JEAN ANOUILH

Antígona: Me lastimaste. No necesitabas lastimar-me. ¿Acaso parecía que quería escaparme?

El guardia: ¡Vamos, vamos, nada de historias! Si nofuera usted, sería yo el que muriese.

Antígona: ¿Cuántos años tienes?

El guardia: Treinta y nueve.

Antígona: ¿Tienes hijos?

El guardia: Sí, dos.

Antígona: ¿Los quieres?

El guardia: Eso no le interesa.

(Comienza a caminar por la habitación; por unrato no se oye más que sus pasos.)

Antígona (pregunta muy humilde): ¿Hace muchoque usted es guardia?

El guardia: Después de la guerra. Era sargento. Mereenganché.

Antígona: ¿Hay que ser sargento para ser guardia?

El guardia: En principio, sí. Sargento o haber se-

guido el pelotón especial. Llegado a guardia, elsargento pierde el grado. Por ejemplo: si me en-

¡NtfcoNe

cuentro con algún recluta de la armada, puede nosaludarme.

Antígona: ¿Ah sí?

El guardia: Sí. Fíjese gue, generalmente, lo hace. Elrecluta sabe que el guardia es un graduado. Cues-tión de sueldo: tenemos la paga corriente del guar-dia, como los del pelotón especial, y durante seismeses, a maner a de gratificación, un suplemento dela paga de sargento. Sólo gu€, como guardia, hayotras ventaj as. Aloj amiento, combustible, gr'atifica-ción. Por último, el guardia casado con dos hijosllega a ser más importante que el sargento de servi-cio activo.

Antígona: ¿Ah sí?

El guardia: Sí. Eso explica la rivalidad entre elguardia y el sargento. Usted quizás haya notadoque el sargento finge despreciar al guardia. El granargumento de ellos es el ascenso. En cierto sentido,es justo. El ascenso del guardia es más lento y másdifícil en la armada. Pero no olvide usted que unbrigadier de guardias, es algo distinto de un sargen-to en jefe.

Antígona (le dice de pronto): Escucha...

El guardia:

Antígona: Voy a morir dentro de un rato.

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JEAN ANOUILH

@l guardia no responde. Un silencio. Sigue cami-nando. Al cabo de un momento prosigue.)

El guardia: Por otro lado, hay más consideracionescon el guardia que con el sargento del servicio acti-vo. El guardia es un soldado, pero es casi un funcio-nario.

Antígona: ¿Tú crees que duele pata morir?

El guardia: No puedo decírselo. Durante la guerra,los que tenían heridas en el vientre, sufrían. A mínunca me hirieron. Y en cierto sentido eso me per-

fudicó en los ascensos.

Antígona: ¿Cómo van a hacerme morir?

El guardia: No sé. Creo haber oído decir que parano manchar la ciudad con su sangre, iban a tapiarlaen un pozo.

Antígona: ¿Viva?

El guardia: Sí, primero.

([Jn silencio.El guardia snca tabaco pdra masticar.)

Antígona: ¡Oh, tumba! ¡Oh, lecho nupcial! ¡Oh,morada subterránea! ... (Parece pequeñita en mediode la gran habitación desnuda. Se diría que tiene unpoco de frío. Se rodea con su brazos. Murmura.)Completamente sola...

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El guardia (que ha terminado con el tabaco de mas-car): En las cavernas del Hades, a las puertas de laciudad. A pleno sol. Una buena faena p"r".los queestén de turno. Primero parecía que iba a ser tareade la armada- Pero según las últimas noticias, pare-ce que la guardia mandará los piquetes. ¡Buena bes-tia de carga la guardia! Asómbrese después de quehaya celos entre el guardia y el sargenrtdel servicioactivo...

Antígona (murmura, súbitamente cansada).. Dosanimales...

El guardia: ¿Dos animales qué?

Antígona: Dos animales se apretarían uno contra elotro para darse calor. Yo estoy completamente sola.

El guardia: Si necesira algo, es diferente. yo puedollamar.

Antígona: No. sólo quisiera que entregaras una car-ta a una persona cuando yo haya muerto.

El guardia: ¿Cómo, una cafta?

Antígona: Una carta que escribiré.

El guardia: ¡Ah, eso no! ¡Nada de historias! ¡Unacafta! ¡Las cosas con que sale! ¡casi nada arriesga-úa yo en ese jueguito!

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Antígona: Te daréeste anillo si "..pr"r.

El guardia: ¿Es de oro?

Antígona: Sí... Es de oro.

El guardia: ¿Sabes?, si me registran, consejo de gue-

rra para mí. ¿A usted le da lo mismo? (Mira otra uez

el anillo./ Lo que puedo hacer, si quiere, es escribiren mi libreta lo que usted quiera decir. Después

arrancaÍé la página. Con mi letra, no es lo mismo.

Antígona (cierra los oios; murmurt con un pobrerictus)z Tu letra. .. (Se estremece ligeramente.) Todoesto es demasiado feo, todo es demasiado feo.

El guardia (ofendido, hace ademán de deuoluer elanillo): Mire, si usted no quiere, yo...

Antígona: Sí. Guárdate el anillo y escribe. Pero rápi-do... Tengo miedo de que no haya tiempo... Escri-

be: "Querido mío... ".

El guardia (que ha sacado la libreta y chupa la minadel lápiz): ¿Es para su amiguito?

Antígona: "Querido mío: quise morir y quizá no me

quieras más...

El guardia (repite lentamente con su uoz gruesa

mientras escribe)z "Querido mío: quise morir y qui-zá no me quieras más...

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Antígona: "Y Creón tenía razón; es terrible; ahora,junto a este hombre, ya no sé por qué muero. Tengomiedo... ".

El guardia (luchando con el dictado)z "Creón teníaraz6n, es terrible... ".

Antígona: Ah, Hemón, nuestro chiquillo. Sólo aho-ra comprendo lo sencillo que era vivir...

El guardia (se detiene): Eh, vamos, va usted dema-siado rápido. ¡Cómo quiere que escriba! Hace faltatiempo...

Antígona: ¿Por dónde andabas?

El guardia (relee): "Es terrible ahora junto a estehombre... ".

Antígonaz "Ya no sé por qué muero."

El guard ia (escribe chupando la mina): "Ya no sé porqué muero...". Nunca se sabe por qué se muere.

Antígona (Continúa): "Tengo miedo. .i'. (Se detie-ne. De pronto se yergue/. No. Thcha todo eso. Espreferible que nadie sepa nunca. Es como si fuerana verme desnuda y a tocarme cuando esté muerta.Pon solamente: "Perdón."

El guardia: Entonces tacho el final y pongo perdónen cambio.

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2 1 1,,í-t,r' oo(,tr,[ e'{-t í W'O

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Antígona: Sí. "Perdón, querido. Sin la pequeña An-tígona todos hubierais estado muy tranquilos. Te

quiero... ".

El guardia: "Sin [a pequeña Antígona todos hubié-rais estado muy tranquilos. Te quiero...". ¿Eso es

todo?

Antígona: Sí, eso es todo.

El guardia: Es una carta curiosa.

Antígona: Sí, es una carta curiosa.

El guardia: ¿Y a quién va dirigida? (En ese momen'to se abre la puerta. Aparecen los otros guardias.Antígona se leuanta, los mirA, mira al primer guar-dia, que) erguido detrás de ella, se guarda el anillo yacomoda la libreta con aire de importancia... Ve lamirada de Antígona. Grita para darse ánimos.) iYa-mos! ¡Basta de historias!

(Antígona sonríe lastimosamente. Baia la cabeza.

Va sin decir una palabra hacia los otros guardias.Salen todos.)

Up:SJggr"kyry"toLr¡Bueno! Se acabó con An-;6na. ÁFora úáiéic;a'f,ttttó-dé Ciééñ." Ten dránque pasar todos.

El mensajero (irrumpe gritando)z iLa reina! ¿Dóndeestá la reina?

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El coro: ¿Qué le quieres? ¿Qué rienes que decirle?

El mensaiero: Una terrible noticia. Acababan dearrojar a Antígona al pozo. Todavía no habían ter-minado de empujar los últimos bloques de piedra,cuando Creón y todos los que lo rodean oyen que-jas que salen de pronto de la tumba. Todos callan yescuchan, pues no es la voz de Antígona. Es unaqueja nueva que sale de las profundidades del po-zo. .. Todos miran a Creón, y é1, que fue el primeroen adivinar, él que sabe ya antes que todos los otros,lanza de pronto un alarido como un loco: "¡Quitadlas piedras! ¡Quitad las piedras!" Los esclavos searrojan sobre los bloques amontonados y entreellos, el rey sudoroso, con las manos sangrantes. Laspiedras se mueven al fin y el más delgado se deslizapor la abertura. Antígona está en el fondo de la tum-ba colgada de los hilos de su cinturón, de los hilosazules, de los hilos verdes, de los hilos rojos que lehacen como un collar de niña, y Hemón de rodillas,sosteniéndola en sus brazos, se queja con el rostrohundido en su vestido. Mueven otro bloque y Creónpuede baiar al fin. Se ven sus cabellos blancos en laoscuridad, en el fondo del pozo.Trata de incorporara Hemón, le suplica. Hemón no lo oye. De pronto seincorpora, con los ojos negros, y nunca se pareciótanto al muchachito de antes; mira a su padre sin de-cir nada, un minuto, y de pronto le escupe a la cat:-y saca la espada. Creón se pone fuera de alcance.Entonces Hemón lo mira con ojos de niño, cargadosde desprecio, y Creón no puede evitar esa miradacomo evitó el filo de la espada. Hemón mira el vie-

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JEAN ANOUIT

jo que tiembla en el otro extremo de la caverna y sindecir nada se hunde la espada en el vientre y se ex-tiende junto a Antígona, besándola en medio de uninmenso charco rojo.

Creón (entra con su paie)z ¡Los hice acostar, por fin,uno junto al otro! Ahora están limpios, descansa-

dos. Están sólo un poco pálidos, pero tan tranqui-los. Dos amantes después de la primera noche. Elloshan terminado.

El coro: Tú no, Creón. Todavía te queda algo porsaber. Eurídice, la reina, tu mujer...

Creón: Una buena mujer que siempre habla de su

iardín, de sus dulces, de sus tejidos, de sus eternosteiidos para los pobres. Es curiosa la eterna necesi-

dad de prendas tejidas que tienen los pobres. Pare-

ceúa que sólo necesitan prendas tejidas...

El coro: Los pobres de Tebas tendrán frío este in-vierno, Creón. Al enterarse de la muerte de su hiio,la reina dejó las agujas juiciosamente, después de

terminar la vuelta, pausadamente, como todo lo que

hace, tal vez con un poco más de tranquilidad que

de costumbre. Y después pasó a su cuarto, a su cuar-to con olor a lavanda, con carpetitas bordadas ymarcos de felpa, para cortarse la garganta, Creón.Ahora está tendida en una de las camitas gemelas

pasadas de moda, en el mismo lugar donde la vistemuchacha una noche, y con la misma sonrisa, ape-

nas un poco más triste. Y si no hubiera esa gran

RNTfcoN¡

mancha roia en las sábanas alrededor de su cuello,podría creerse que duerme.

Creón: Ella también. Todos duermen. Está bien. Lajornada ha sido ruda. (Una pausa. Dice sordamen-te.) Ha de ser bueno dormir.

El coro: Y ahora estás completamente solo, Creón.

Creón: Completamente solo, sí. (Un silencio. Apoyala mano en el hombro del paie.) Pequeño...

El pafe: ¿Señor?

Creón: Voy a decírtelo a ti. Los otros no lo saben;

uno está aquí, delante de la tare\ y no puede cru-zarse debrazos. Dicen que es una cochina faena, p€-

ro si uno no la hace, ¿quién lahaú?

El paie: No sé, señor.

Creón: Claro está, no lo sabes. ¡Tienes suerte! Nohabría que saber nunca. Te tarda llegar a grande,

¿verdad?

El pafe: ¡Oh, sí, señor!

Creón: Estás loco, pequeño. No habúa que llegarnunca a grande . (Se oye Ia hora a lo leios, murmu-ra.) Las cinco. ¿Qué tenemos hoy a las cinco?

El paie: Consejo, señor.

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JEAN ANOUIT

Creón: Bueno, pues si tenemos consejo, pequeño,podemos ir andando.

(Salen, Creón apoyándose en El paje./

El coro (se adelanta)z Y es así. Sin la pequeña Antí-gona, es cierto, todos hubieran estado muy tranqui-los. Pero ahora se acabó. A pesar de todo, están tran-quilos. Todos los que tenían que morir han muerto.Los que creían una cosa, y los que creían lo contrario,y aun los que no creían nada y se vieron envueltos en

el asunto sin comprender nada. Muertos parecidos,todos, bien rígidos, bien inútiles, bien podridos. Y losque viven todavía comenzarán despacito a olvidar-los y a confundir sus nombres. Se acabó. Antígonaestá calmada ahora, jamás sabremos de qué fiebre.Su deber le ha sido perdonado. Un gran sosiego tris-te cae sobre Tebas y sobre el palacio vacío dondeCreón empezará a esperar la muerte. (Mientras ha-blaba, los guardias han entrado. Se instalan en unbAnco, con la botella de uino tinto al lado, el som-brero hacia atrás, y empiezan unA partida de cartas.)No queda más que los guardias. A ellos todo esto les

da lo mismo; no es harina de su costal. Continúanjugando a las cartas...

(El telón cae rápidamente mientras los guardiastiran triunfos.)

TELÓN

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