Anonimo - Cuentos de Hadas Españoles

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Cuentos de Hadas Espaoles

Cuentos de hadas espaoles

Annimo

Cuentos de Hadas Espaoles

Annimo

El prncipe Tomasito y San Jos

rase una vez un rey que tena un hijo de catorce aos.

Todas las tardes iban de paseo el monarca y el principito hasta la Fuente del Arenal.

La Fuente del Arenal estaba situada en el centro de los jardines de un palacio abandonado, en el que se deca que vivan tres brujas, llamadas Mauregata, Gundemara y Espinarda.

Una tarde el rey cogi en la Fuente del Arenal una rosa blanca hermossima, que pareca de terciopelo y se la llev a la reina.

A la soberana le gust mucho la flor y la guard en una cajita que dej en su gabinete, prximo a la alcoba real.

A medianoche, cuando todo el mundo dorma, oy el rey una voz lastimera que deca:

- breme, rey, breme!

- Me decas algo? - pregunt el monarca a su esposa.

- No.

- Me haba parecido que me llamabas.

- Estaras soando.

Qued dormida la reina y el rey volvi a or la misma voz de antes:

- breme, rey, breme!

Levantse entonces el rey y fue a la habitacin vecina, abriendo la caja, que era de donde procedan las voces.

Al abrir la caja empez a crecer la rosa, que no era otra que la bruja Espinarda, hasta convertirse en una princesa, que le dijo al rey:

- Mata a tu esposa y csate conmigo.

- De ningn modo - contest el rey.

- Pinsalo bien... Te doy un cuarto de hora para reflexionar... O te casas conmigo o mueres.

El rey no quera matar a su esposa, pero tampoco quera morir, por lo que cogi a la reina en brazos, la condujo a un stano y la dej encerrada.

La desgraciada reina, temiendo que su marido hubiese perdido el juicio, qued llorando amargamente e implorando la ayuda de San Jos.

Volvi el soberano a su alcoba y dijo a la bruja que haba matado a su esposa.

A la maana siguiente, cuando Tomasito entr, como de costumbre, a dar los buenos das a sus padres, exclam:

- sta no es mi madre!

- Calla o te mato! - grit la bruja.

Luego sali, reuni a todos los criados y dijo:

- Soy la reina Rosa... Quien se atreva a desobedecerme har que lo maten.

Tomasito se march llorando; recorri todo el palacio y cuando estaba en una de las habitaciones del piso bajo oy unos lamentos que le parecieron de su madre.

Guindose por el odo, lleg al stano donde estaba encerrada y le dijo:

- No puedo abrirte, mam; pero te traer algo de comer.

En el palacio, todos estaban atemorizados por la nueva reina.

Un da, la bruja pens en deshacerse del principito y le hizo llamar.

- Treme inmediatamente un jarro de agua de la Fuente del Arenal! - le orden

Tomasito tom un jarro, hizo que le ensillaran un caballo y sali al galope hacia la Fuente.

En el camino se encontr, con un anciano que le dijo:

- yeme, Tomasito... Coge el agua de la Fuente, sin detenerte ni apearte del caballo, sin volver la visita atrs y sin hacer caso cuando te llamen.

Al llegar Tomasito cerca de la fuente le llamaron dos mujeres, que escondan en sus manos una soga para arrojarla al cuello del principito, pero ste no hizo caso a sus llamadas y, llenando la jarra de agua sin bajar de su montura, regres al galope a palacio.

La bruja, extraadsima al verlo llegar sano y salvo, le orden que volviera a la Fuente del Arenal y le trajera tres limones.

Encontr el principito en su camino al mismo anciano de antes, que volvi a aconsejarle que cogiera los limones sin detenerse ni volver la vista atrs.

Hzolo as Tomasito y no tard en presentarse en palacio con los tres limones.

La bruja, hecha una verdadera furia, le dijo:

- Para qu me traes limones? Lo que yo te orden que me trajeras fue naranjas... Vuelve y treme tres naranjas inmediatamente.

Marchse de nuevo Tomasito y torn a aparecrsele el anciano, que le dijo que procurara no detener el caballo al pasar bajo los rboles.

Obedeci el principito, como las veces anteriores, y regres a palacio con las tres naranjas.

La reina Rosa, a punto de reventar de rabia, le dijo que era un intil y lo ech a la calle.

Tomasito se fue al stano, se despidi de su madre, encarg a una doncella que no dejara de llevarle comida y cuidarla y se march de palacio a recorrer el mundo, huyendo de la reina Rosa.

A los pocos Kilmetros de marcha le sali al paso el anciano, que era San Jos, aunque el prncipe Tomasito, estaba muy lejos de sospecharlo, y, pasndole la mano por la cara, disfraz, a nuestro hroe de ngel, con una cabellera rubia llena de tirabuzones, y le dijo:

- Vamos al palacio abandonado. Viven en l dos mujeres, que me dirn que te deje un ratito con ellas para ensearte el castillo. Son las dos hermanas de la reina Rosa. T me pedirs permiso, dicindome: Djame, pap! Y yo te permitir que pases dos horas con ellas... Te ensearn todas las habitaciones menos una... Pero t insistirs en que te enseen sta tambin y cuando lo hayas conseguido obrars como te aconseje tu conciencia y tu inteligencia.

Llegaron al palacio y todo sucedi como haba previsto San Jos. Dej ste al nio all y las brujas le ensearon todas las habitaciones del inmenso castillo, a excepcin de una, que estaba cerrada con llave.

Tomasito dijo que quera ver aqulla tambin, a lo que las brujas, contestaron que no tena nada de particular y que, adems, se estaba haciendo tarde, pues estaban esperando a un nio que se llamaba Tomasito para colgarlo de un rbol.

Insisti el prncipe en ver la habitacin, empleando tantos argumentos y caricias, que las convenci, y vio que se trataba de una cmara con paos negros en las paredes y una mesa con tres faroles, cada uno de los cuales llevaba en su interior una vela encendida.

- Qu significan esos faroles? - pregunt.

Y la bruja Gundemara respondi:

- Estas dos velas son nuestras vidas y aqulla es la de nuestra hermana Espinarda, que ahora se ha convertido en la reina Rosa. Cuando se apaguen estas velas moriremos nosotras...

No haba terminado de decirlo, cuando Tomasito, de un soplo, apag las velas de los dos faroles juntos, cayendo Gundemara y Mauregata al suelo, como si hubiesen sido fulminadas por un rayo. Un instante despus, sus cuerpos se haban convertido en polvo negro y maloliente.

Tomasito cogi el tercer farol y sali a la calle, donde le esperaba el anciano, que le dijo:

- Has hecho lo que supona... Vmonos a tu palacio.... Hora es ya de que sepas que soy San Jos, que estoy atendiendo las splicas de tu madre.

Llegaron al palacio y por medio de un criado mand llamar a su padre.

Cuando lo tuvo delante lo dijo:

- Pap, a quin prefieres? A mam o a la reina Rosa?

El rey exhal un suspiro y respondi sin vacilar:

- A tu mam, hijo querido.

- Sopla en esta vela, entonces.

El rey sopl, apagse la vela y la reina Rosa dio un estallido y sali volando hacia el infierno.

Entonces bajaron al stano y sacaron a la verdadera reina, que lloraba y rea de contento.

Cuando Tomasito se volvi para dar las gracias a San Jos, comprob con estupor que el anciano haba desaparecido.

Pero su proteccin no les falt desde entonces y los monarcas y su hijo fueron en lo sucesivo tan felices como el que ms.

El sapo y el ratn

rase una vez un sapo que estaba tocando tranquilamente la flauta a la luz de la luna, cuando se le acerc un ratn y le dijo:

- Buenas noches, seor Sapo! Con ese latazo que me est dando, no puedo pegar un ojo! Por qu no se va con la msica a otra parte?

El seor Sapo le mir en silencio durante todo un minuto con sus ojillos saltones. Luego replic:

- Lo que usted tiene, seor Ratn, es envidia porque no puede cantar tan melodiosamente como yo.

- Desde luego que no; pero puedo correr, saltar y hacer muchas cosas que usted no puede - repuso el Ratn con acento desdeoso.

Y se volvi a su cueva, sonriendo olmpicamente.

El seor Sapo estuvo reflexionando durante un buen rato. Quera vengarse de la insolencia del seor Ratn. Al cabo se le ocurri una idea.

Fuse a la entrada de la cueva del seor Ratn y empez de nuevo a soplar en la flauta, arrancndole sonidos estrepitosos.

El seor Ratn sali furioso, dispuesto a castigar al osado msico, pero ste le contuvo dicindole:

- He venido a desafiarle a correr.

A punto estuvo de reventar de risa el seor Ratn al or aquellas palabras.

Pero el seor Sapo, golpendose el pecho con las patas traseras, exclam_

- Qu apuesta a que corro yo, ms por debajo de la tierra que usted por encima?

- Me apuesto lo que quiera. Mi casa contra su flauta. Si gano, ya tendr derecho a destrozar ese infernal instrumento, golpendolo contra una piedra hasta dejarlo hecho aicos... Si gana usted, podr tomar posesin de mi palacete, y yo me marchar a correr mundo.

- De acuerdo - respondi el seor Sapo.

- Pues bien: al amanecer empezaremos la carrera.

El seor Sapo regres a su casa y al entrar grit:

- Seora Sapo, venga usted aqu!

La seora Sapo, que conoca el mal genio de su marido, acudi al instante a su llamamiento.

- Seora Sapo - le dijo, - he desafiado a correr al seor Ratn.

- Al seor Ratn...!

- No me interrumpas...! Maana, al amanecer, empezaremos la carrera. T irs, al otro lado del monte y te meters en un agujero. Y cuando veas que el seor Ratn est al llegar, sacars la cabeza y le gritars: Ya estoy aqu! Y hars siempre la misma cosa, hasta que yo vaya a buscarte.

- Pero... - murmur la seora Sapo.

- Silencio, mujer...! Y no te mezcles en los asuntos de los hombres, de los cuales t no sabes nada.

- Muy bien - murmur la seora Sapo, muy humilde.

Y se puso inmediatamente en movimiento para seguir el plan de su astuto esposo.

El seor Sapo se dirigi al lugar en que se abra la cueva del seor Ratn, hizo a su lado un agujero y se tendi a dormir.

Al amanecer, sali el seor Ratn frotndose los ojos, descubri al seor Sapo que estaba roncando, sonoramente y le despert diciendo:

- Ah, dormiln, vamos a empezar la carrera! O es que se ha arrepentido?

- Nada de eso. Vamos, cuando guste.

Colocronse uno al lado del otro y al tercer toque que el seor Sapo, dio en su flauta, emprendieron la carrera.

El seor Ratn corra tan velozmente que pareca que volaba, dando la sensacin de que no apoyaba las patitas en el suelo.

Sin embargo, el seor Sapo, apenas hubo dado tres pasos, se volvi al agujero que haba hecho.

Cuando el seor Ratn iba llegando al otro lado del monte, la seora Sapo sac

la cabeza y grit:

- Ya estoy aqu!

El seor Ratn se qued asombrado, pero no vio el ardid, pues los ratones no son muy observadores.

Y, por otra parte, nada hay que se asemeje tanto a un seor Sapo como una seora Sapo.

- Eres un brujo - murmur el seor Ratn - Pero ahora lo vamos a ver.

Y emprendi el regreso a mayor velocidad que antes, diciendo a la seora Sapo:

- Sgame; ahora s que no me adelantar.

Pero cuando estaba a punto de llegar a su cueva, el seor Sapo asom, la cabeza y dijo tranquilamente:

- Ya estoy aqu!

El seor Ratn estuvo a punto de enloquecer de rabia.

- Vamos a descansar un rato y correremos otra vez - murmur con voz sofocada.

- Como quiera - respondi el seor Sapo en tono displicente.

Y se puso a tocar la flauta dulcemente.

Pensando en su inexplicable derrota, el seor Ratn estuvo llorando de ira. Cuando se sinti descansado, dijo al seor Sapo apretando los dientes:

- Est dispuesto?

- S, s... Ya puede echar a correr cuando guste... Llegar antes que usted.

La carrera del seor Ratn slo poda compararse a la de la liebre.

Iba tan veloz que dejaba sus uas entre las piedras del monte sin darse cuenta.

Cuando apenas le faltaban dos pasos para llegar a la meta, la seora Sapo sac la cabeza de su agujero y grit:

- Pero hombre! Qu ha estado haciendo por el camino? Ya hace bastante tiempo que le estoy esperando!

Dio la vuelta el seor Ratn, regresando al punto de partida con velocidad vertiginosa. Pero cuando le faltaban cuatro o cinco pasos percibi el sonido de la flauta del seor Sapo, que al verle le dijo:

- Me aburra tanto de esperarle que me he puesto a tocar para matar el tiempo.

Silenciosamente, con las uas arrancadas, jadeando, fatigado y con el rabo entre las piernas, el seor Ratn dio media vuelta y se march tristemente a correr mundo, careciendo de techo que le cobijara, por haber perdido su casa en una apuesta que crea ganar de antemano.

El seor Sapo fue a buscar a su seora y estaba tan contento que le prometi, para recompensarla, no gritarle ms, durante toda su vida...

El Cristo del convite

Haba una vez dos hermanas viudas, una con dos hijos y otra con cuatro, todos pequeitos.

La que tena menos hijos era muy rica; la que tena ms hijos era pobre y tena que trabajar para mantenerse ella y sus hijitos.

Algunas veces iba la hermana pobre a casa de la hermana rica a lavar, planchar y remendar la ropa, y reciba por sus servicios algunas cosas de comer.

Y sucedi que un da, estando en casa de la hermana rica de limpieza general, encontraron en un cuarto oscuro un Crucifijo, muy sucio de polvo, muy viejo.

Y dijo la hermana rica:

- Llvate este Santo Cristo a tu casa, que aqu no hace ms que estorbar, y yo tengo ya uno ms bonito, ms grande y ms nuevo.

As la hermana pobre, terminado su trabajo, se llev a su casa algunos comestibles y el Santo Cristo.

Llegada a su casa, hizo unas sopas de ajo, llam a sus hijitos para cenar y les dijo:

- Mirad qu Santo Cristo ms bonito me ha dado mi hermana. Maana lo colgaremos en la pared, pero esta noche lo dejaremos aqu en la mesa, para que nos ayude y proteja.

Al ir a ponerse a cenar, pregunt la mujer:

- Santo Cristo, quieres cenar con nosotros?

El Santo Cristo no contest, y se pusieron a cenar.

En este momento llamaron a la puerta, sali a abrir la mujer y vio que era un pobre que peda limosna.

La mujer fue a la mesa, cogi el pan para drselo al pobre y dijo a sus hijos:

- Nosotros, con el pan de las sopas tenemos bastante.

A la maana siguiente clavaron una escarpia en la pared, colgaron el Santo Cristo, y, cuando lleg la hora de comer, invit la mujer antes de empezar:

- Santo Cristo, quieres comer con nosotros?

El Santo Cristo no contest, y en este momento llaman a la puerta.

Sali la mujer y era un pobre que peda limosna.

Fue la mujer, cogi el pan que haba en la mesa, se lo dio al pobre y dijo a sus hijitos:

- Nosotros tenemos bastante con las patatas, que alimentan mucho.

Por la noche, al ir a ponerse a cenar, hizo la mujer la misma invitacin:

- Santo Cristo, quieres cenar con nosotros?

Y el Santo Cristo no contest. En stas llamaron a la puerta. Sali a abrir la mujer, y era otro pobre que peda limosna.

La mujer le dijo:

- No tengo nada que darle, pero entre usted y cenar con nosotros.

El pobre entr, cen con ellos, y se march muy agradecido.

Al da siguiente la mujer cobr un dinero que no pensaba cobrar y prepar una comida mejor que la de ordinario, y al ir a empezar a comer convid:

- Santo Cristo, quieres comer con nosotros?

El Santo Cristo habl y le dijo:

- Tres veces te he pedido de comer y las tres me has socorrido. En premio a tus obras de caridad, desculgame, sacdeme y vers la recompensa. Qudatela para ti y para tus hijitos.

La mujer descolg el Santo Cristo, lo sacudi encima de la mesa y de dentro de la Cruz, que estaba hueca, empezaron a caer monedas de oro.

La pobre mujer, que de pobre, en premio a sus obras de caridad, se haba convertido en rica, no quiso hacer alarde de su dinero.

Pero cont a su hermana, la rica, el milagro que haba hecho el Santo Cristo.

La rica pens que su Santo Cristo era todo de plata, muy reluciente, ms bonito y de ms valor, y que s le convidaba le dara ms dinero que a su hermana.

As, a la hora de comer, dijo la rica al ir a empezar:

- Santo Cristo, quieres comer con nosotros?

Y el Santo Cristo no contest.

En ese momento llaman a la puerta, sale a abrir la criada y viene sta a decir:

- Seora, en la puerta hay un pobre.

Y contest la rica:

- Dile que Dios le ampare.

Por la noche, al empezar a cenar, dijo tambin:

- Santo Cristo, quieres cenar con nosotros?

Y el Santo Cristo no contest.

En stas llaman a la puerta, sale la criada y entra diciendo que era un pobre.

Y dijo la rica:

- Dile que no son horas de venir a molestar.

Al da siguiente, cuando se pusieron a comer, volvi a invitar:

- Santo Cristo, quieres comer con nosotros?

Y el Santo Cristo no contest.

Llamaron a la puerta y se levant la misma rica y fue a la puerta y vio que era un pobre.

Y le dijo:

- No hay nada; vaya usted a otra puerta.

Lleg la noche, se pusieron a cenar y dijo la hermana rica:

- Santo Cristo, quieres cenar con nosotros?

Y el Santo Cristo contest:

- Tres veces te he dicho que s, porque convidar a los pobres hubiera sido convidarme a m, y las tres veces me lo has negado;, por lo tanto, espera pronto tu castigo.

Y aquella misma noche se le quem la casa entera y perdi todo lo que tena.

Y se fue a casa de su hermana, y la hermana pobre y caritativa se compadeci y le dio la mitad de todo lo que le haba dado el Santo Cristo.

El Castillo de Irs y No Volvers

rase que se era un pobrecito pescador que viva en una choza miserable acompaado de su mujer y tres hijos, y sin ms bienes de fortuna que una red remendada por cien sitios, una caa larga, su aparejo y su anzuelo.

Una maana, muy temprano, sali el pescador camino de la playa con el estmago vaco, la cabeza baja, descorazonado, y cargado con los trebejos de pescar.

A medida que andaba, el cielo se iba ennegreciendo y cuando lleg al lugar donde acostumbraba a pescar observ que se haba desencadenado una horrorosa tempestad.

Pero el infeliz pescador no pensaba ms que en sus hijos y en su esposa, que ya haca dos das que no probaban bocado, por lo que, sin hacer caso de la lluvia que le empapaba, ni del viento que le azotaba, ni de los relmpagos que le cegaban, arm la red y la ech al mar.

Y cuando fue a sacarla, la red pesaba como si estuviese cargada de plomo; por lo que el pescador tir de ella con todas sus fuerzas, sudando a pesar del viento y de la lluvia, latindole el corazn de alegra al pensar que aquel da su familia no se acostara sin cenar, como en tantas otras ocasiones.

Finalmente, con la ayuda de Dios y de la Virgen del Carmen, a la que implor, viendo que le faltaban las fuerzas, el pescador consigui aupar la red, viendo que en su interior no haba ms que un pez muy chiquito pero gordito, cuyas escamas eran de oro y plata.

Asombrado al ver que le haba costado tanto trabajo pescar aquel nico pez, el pobre pescador se lo qued mirando con la boca abierta.

De repente el extrao pececillo rompi a hablar y dijo con voz dulcsima, extraordinariamente armoniosa y musical:

- chame otra vez al agua, oh pescador, que otro da estar ms gordo!

- Qu dices, desventurado? - pregunt el interpelado, que apenas poda creer lo que oa.

- Que me eches otra vez al agua, que otro da estar ms gordo!

- Ests fresco! Llevan mis hijos y mi mujer dos das sin comer; estoy yo dos horas tirando de la red, aguantando el viento y la lluvia, y quieres que te tire al agua?

- Pues si no me sueltas, oh pescador, no me comas. Te lo ruego...

- Tambin est bueno eso! De qu me habra servido cogerte, si no te echara en la sartn?

- Pues si me comes - prosigui diciendo el pececillo -, te suplico que guardes mis espinas y las entierres en la puerta de tu casa.

- Menos mal que me pides algo que puedo hacer... Te prometo cumplir fielmente tu solicitud.

Y marchse, contento de su suerte, camino del hogar.

A pesar de ser tan chiquito el pececillo, todos comieron de l y quedaron saciados. Luego, el pescador enterr, como prometiera, las espinas en la puerta de su choza.

Por la maana, cuando Migueln, el hijo mayor del pescador, se levant y sali al aire libre, encontr, en el lugar donde haban sido enterradas las espinas, un magnfico caballo alazn; encima del caballo haba un perro; encima del perro un soberbio traje de terciopelo y sobre ste una bolsa llena de monedas de oro.

El muchacho, que anhelaba correr el mundo, pero que estaba dotado de excelente corazn, dej la bolsa a sus padres, sin tocar un cntimo, y, seguido del can, emprendi la marcha sin rumbo fijo.

Galop durante tres das y tres noches, recorriendo la selva de los rboles parlantes y el bosque de las campanillas ureas y argentinas, que sonaban al ser acariciadas por el viento, formando un serfico concierto, llegando finalmente a una encrucijada donde vio un len, una paloma y una pulga disputndose agriamente una liebre muerta.

- Prate o eres hombre muerto, - rugi el len. - Y si eres, como dicen, el rey de la creacin, srvenos de juez en este litigio. La paloma y la pulga estaban disputndose la liebre... Para qu quieren ellas un trozo de carne tan grande...? Yo, confieso que he llegado el ltimo, pero para algo soy el rey de la selva... La liebre me corresponde por derecho propio... No lo crees as?

La paloma habl entonces y dijo, arrullando:

- Ya habas pasado de largo, cuando yo descubr desde lo alto a la liebre, que estaba mortalmente herida... Me corresponde a m, por haberla visto morir.

La pulga, a su vez, exclam:

- Ninguno de vosotros tiene derecho a la liebre!. No la habran herido, si no le hubiese dado yo un picotazo debajo de la cola cuando iba corriendo, con lo que le obligu a detenerse y entonces, un cazador le meti una bala en las costillas... La liebre es ma!

Y ya estaba la disputa a punto de degenerar en tragedia si Migueln no hubiese mediado como amigable componedor.

- Amiga pulga - dijo - Qu haras t con un trozo de carne como ese, que asemeja una montaa a tu lado?

Y sac el cuchillo de monte, cort a la liebre muerta la puntita del rabo y lo entreg a la pulga, que qued complacidsima.

Del mismo modo, cort las orejas y el resto del rabo, que ofreci a la paloma, la cual confes que tena bastante con aquellos despojos.

Lo que quedaba, o sea, la liebre entera, se la cedi al len, que qued encantado de juez tan justiciero.

- Veo que eres realmente el rey de la creacin - exclam, con su ms dulce rugido - pero yo, el rey de los animales, quiero recompensarte como mereces, como corresponde a mi indiscutible majestad.

Y arrancndose un pelo del rabo lo entreg a Migueln, dicindole:

- Aqu tienes mi regalo; cuando digas: Dios me valga, len!, te convertirs en len, siempre que no pierdas este pelo. Para recobrar tu forma natural, no tendrs ms que decir: Dios me valga, hombre!

Marchse el len, alta la frente, orgullosa la mirada, pero sin olvidar llevarse la liebre, y se intern en la selva.

La paloma, para no ser menos, se arranc' una pluma y dijo:

- Cuando quieras ser paloma y volar, no tienes ms que decir: Dios me valga, paloma!

Y agitando las alas, se remont por el aire.

- Yo no tengo plumas ni pelos - dijo la pulga - pero puedo orte dondequiera que digas: Dios me valga, pulga! y convertirte en un ente tan poco envidiable y molesto como yo.

Migueln volvi a montar a caballo y prosigui su camino sin descansar, hasta que, al cabo de tres das y tres noches, vio brillar una lucecita a lo lejos.

Pregunt a un pastor que encontr:

- De dnde procede esa luz?

El pastor respondi:

- Ese es el Castillo de Irs y No Volvers.

Migueln se dijo:

- Ir al Castillo de Irs y No Volvers.

Al cabo de tres das y tres noches, se encontr con otro pastor.

- Podras decirme, amigo, si est muy lejos de aqu el Castillo de Irs y No Volvers?

- Libre es el seor caballero de llegar a l - repuso el pastor, echando a correr como alma que lleva el diablo.

Pero el hijo del pescador era firme de voluntad y duro de mollera y se haba propuesto ir al castillo, aunque fuese preciso dejar la piel en el camino; as es que, sin pizca de temor, sigui cabalgando tres das con tres noches, al cabo de los cuales la lucecita pareca acercarse, por fin!, ante sus ojos.

Y he aqu que, despus de muchas, muchsimas fatigas, lleg ante el suspirado Castillo de Irs y No Volvers.

De oro macizo eran sus muros y de plata las rejas de sus ventanas y las cadenas de sus puertas; en lo alto de sus almenas, deslumbraban, al ser heridas por el sol, las incrustaciones de jaspe y lapislzuli, el nix, el marfil, el gata e infinidad de piedras preciosas.

Rodeaba al edificio un bosquecillo donde, posados en las ramas de sus rboles, cuyas hojas eran de oro o plata, segn se reflejara en ellas, el sol o la luna, innumerables pajarillos de colores maravillosos saludaban al recin llegado; unos con burlonas carcajadas, otros con sus trinos ms inspirados, otros con palabras de nimo o de desesperanza.

- Adelante el mancebo! Adelante nuestro salvador! - decan unas voces.

- Atrs! Atrs! Irs y no volvers! Irs y no volvers! - repetan otras.

Pero el hijo del pescador, como si fuese sordo, continuaba su camino sin detenerse un instante a escuchar los maravillosos trinos, ni volver la cabeza para ver de dnde procedan, sin detenerse ante la fuente de cristal que cantaba: Alto! Alto!, ni el rbol de mil hojas que, como manecitas verdes, se agarraban a su casaca para impedirle el paso.

As hasta las mismas puertas del castillo, pero oh desilusin! Tres perros, del tamao de elefantes, le impedan la entrada.

Qu haba de hacer? Volverse, atrs? De ninguna manera! Todo antes que retroceder!

Sac el cuchillo con aire decidido, mas qu poda aquella arma minscula contra los formidables monstruos?

De repente record las ddivas de los animales litigantes y viendo en lo alto, junto a las almenas, una ventana abierta sac de su escarcela la pluma y grit:

- Dios me valga, paloma!

Una fraccin de segundo ms tarde, Migueln, convertido en paloma, volaba a travs de la abierta ventana y se colaba de rondn en el castillo. Cuando estuvo dentro se pos, en el suelo y grit:

- Dios me valga, hombre!

Y recobr en el acto su forma natural.

Encontrse en una sala inmensa, cuyas paredes eran de plata; pero no haba en ellas muebles, adornos, ni utensilios de ninguna clase, as como tampoco el menor rastro de persona viviente. Pas a otra estancia toda de oro y luego a otra de piedras preciosas, esmeraldas, rubes y topacios que refulgan de tal modo que le cegaban. En todas hall la misma soledad.

La contemplacin de tales maravillas no impeda a nuestro hroe sentir un apetito horroroso, hasta el punto de que, impaciente por conocer de una vez la dicha o el peligro que le aguardaba, exclam:

- Diablo o ngel, genio o gigante, dueo de este maravilloso castillo; todo tu oro, toda tu plata, todas tus piedras preciosas, las trocara de buena gana por un plato de humeante sopa!

Al punto aparecieron ante sus ojos una silla, una mesa con su blanco mantel, sus platos, cubierto y servilleta. Y Migueln, contentsimo, sentse a la mesa.

Servidos por mano invisible fueron llegando todos los platos de un opparo festn, desde la humeante y sabrosa sopa de tortuga, hasta las riqusimas perdices, amn de frutas, dulces, y confituras.

Terminado el banquete, desaparecieron platos, cubiertos, mesa, silla y manteles como por arte de magia, y Migueln empez a vagar, desorientado, por los regios y desiertos salones.

- Siete das llevo sin dormir - record - si en vez de tanta pedrera hubiera por aqu aunque fuera un jergn de paja...

Al punto apareci ante sus ojos asombrados una magnfica cama de plata cincelada con siete colchones de pluma.

Migueln se acost, dispuesto a dormir toda la noche de un tirn. Mas apenas haban transcurrido unas dos horas, despertle un llanto ahogado, que sala de la habitacin vecina.

- Ser algn pequeo del hada - murmur, dando media vuelta.

Pero todava no haba conseguido reconciliar el sueo, cuando los sollozos se dejaron or con ms fuerza, acompaados de suspiros entrecortados y lamentos de una voz de mujer.

- Esto se pone feo - pens, Migueln.

Y levantndose de un salto, pas al saln contiguo, que encontr tan desierto como antes.

Pas a otro, y a otro, y a otro, hasta recorrer ms de cien salones, sin dar con alma viviente y oyendo siempre, cada vez ms cercanos, los lamentos.

Creyendo que se burlaban de l, dio con rabia una fuerte patada en el suelo, que se abri. Y al abrirse, cay Migueln por la abertura, en un aposento regiamente amueblado, con las paredes tapizadas de tis de plata y damasco azul.

En medio de tanto esplendor, una princesita, de rubios cabellos y manecitas de lirio, lloraba amargamente.

- Apuesto doncel - dijo, al verle entrar: - aljate cuanto antes de este malhadado castillo. No seas uno ms entre tantos jvenes infortunados que aqu han dejado sus vidas, pretendiendo salvar las de otras princesas tan desgraciadas como yo. El gigante dueo de este castillo duerme veintids das de cada mes, durante los cuales no toma alimento alguno. Cuando despierta, dedica siete das a preparar el banquete con que se obsequia el octavo, despus del cual reanuda su sueo. El postre de este banquete consiste en una doncella, princesa si es posible. Maana despertar el monstruo y la vctima elegida he sido yo. Slo me quedan ocho das de vida; mas, como nada puedes hacer en favor mo, aljate, te lo suplico.

- No llores, preciosa nia! - exclam Migueln. - En siete das puede volver a hacerse el mundo. Y no me tomes por tan poquita cosa. Para defenderte, tengo mi cuchillo de monte y si esto no bastara, puedo convertirme en len, en paloma o en pulga. Seca, pues, tus lgrimas y dime dnde est ese dormiln tragaprincesas, que ya me van entrando ganas de conocerlo.

- Nada podrs contra el gigante - contest la princesita. - Ni tu cuchillo ni la garra del ms fiero len. Slo un huevo que se encuentra dentro de una serpiente que habita en el Monte Oscuro, en los Pirineos.

El huevo ha de dispararse con tan certera puntera que hiera al monstruo entre ceja y ceja, matndolo. Entonces quedara desencantado el castillo. Pero tambin la serpiente es un monstruo maligno y poderoso: devora a todo bicho viviente que se atreve a acercarse a cinco leguas de ella. Creme, convirtete en paloma ya que tal poder tienes, y sal por esa ventana antes de que den las doce de la noche y despierte el gigante, porque entonces no podras librarte de sus iras.

- As lo har - repuso Migueln - mas ser para ir al encuentro de esa monstruosa serpiente y si quieres que salga vencedor en la empresa, - aadi - promteme que te casars conmigo dentro de siete das, cuando te saque de este castillo.

Prometilo as la Princesa, y Migueln, convertido en paloma, vol, al bosquecillo a travs de la ventana.

All volvi a su estado de hombre, para recoger el caballo y el perro, que, alejados cuanto podan de los tres gigantescos guardianes, le esperaban.

Montado en su alazn y seguido de su perro fiel, sali del bosque y del recinto del castillo, sin hacer caso de las voces con que pretendan detenerle los pjaros, los rboles y la fuente de plata.

Y anduvo, anduvo, durante tres das, siguiendo la direccin que le diera la princesita, hasta llegar al pueblo, cuyas seas retena en la memoria, y que se hallaba enclavado ante un monte elevadsimo, cubierto de maravillosa vegetacin.

Dej caballo y perro en las cercanas y entr en el pueblo humildemente.

Llam a la primera casa.

- Qu deseas, hermoso doncel? - le preguntaron.

- Una plaza de pastor, slo por la comida.

- Eres demasiado apuesto para eso - le contestaron.

Y le dieron con la puerta en las narices.

Por fin hall en las afueras del pueblo una casa de labranza de blancas paredes, donde llam y sali a abrirle una linda muchacha.

- Vengo a ver si necesitan ustedes un mozo para la casa - dijo tmidamente.

La muchacha, prendida de la donosura de Migueln, fue corriendo a avisar a su padre.

Y ste dio a Migueln una plaza de pastor.

Vistiendo la tosca pelliza y el cayado en la mano, sali Migueln al da siguiente, muy de maana, tras los rebaos flacos y esculidos.

- No te acerques a aquellas montaas cubiertas de verdor - le advirti su amo al despedirle - Hay en ellas una serpiente de colosal tamao, que devora a cuantos pastores y rebaos intentan acercarse siquiera a cinco leguas. Por eso nuestros animales estn flacos y en este pueblo la mortandad entre ellos es tremenda, ya que sus nicos pastos son aquellas otras montaas, ridas, y estriles, adonde has de dirigirte.

Pero Migueln hizo todo lo contrario de lo que le haban aconsejado; es decir, se encamin en derechura a la montaa de la serpiente.

Anduvo, anduvo y, desde muchas leguas de distancia, cuando apenas haba hollado los pastos verdes y hmedos, oy el silbido espantoso de la Serpiente que se hallaba en la cima de la montaa.

Al poco, la Serpiente llegaba como una exhalacin.

Pero Migueln, al conjuro de Dios me valga, len! se haba convertido ya en imponente fiera.

Y len y serpiente lucharon con todo el bro posible.

Todo era espuma y sangre, silbidos y rugidos de coraje y amenaza.

Al cabo de un buen rato, rendidos y jadeantes, cesaron el combate y se separaron.

La Serpiente dijo rabiosa:

Si tuviese agua de la ra,

qu pronto, len mo, te matara!

Y el len contest:

Y si yo tuviese un trozo de pan,

una botella de vino y el beso de una doncella

qu pronto, serpiente ma, la muerte te diera!

Luego, aadiendo: Dios me valga, pulga!, desapareci, para recobrar la forma natural en la falda de la montaa, donde recogi su rebao y regres a la casa de labranza, donde no salan de su asombro al ver a los animales tan gordos y relucientes.

A la maana siguiente, cuando sali Migueln con los rebaos hacia el monte, dijo el labrador a su hija:

- Habra que espiar al nuevo pastor, pues no comprendo cmo en un solo da ha podido hacer cambiar de ese modo a los animales. Estn gordsimos y lustrosos.

- Padre mo, si quieres, yo ir maana a vigilarle - contest ella.

Y a la maana siguiente, le sigui de lejos y vio cmo se encaminaba a la montaa de la Serpiente y dejaba los rebaos en su falda paciendo a placer, dirigindose sin temor al encuentro del monstruo.

Luego le vio convertirse en len y luchar fieramente con la Serpiente.

Todo era espuma y sangre y rugidos de coraje y amenaza. Por fin, rendidos y jadeantes, se soltaron, y la Serpiente, enfurecida, silb:

Si tuviese agua de la ra,

qu pronto, len mo, te matara!

Y rugi el len:

Y si yo tuviera un trozo de pan,

una botella de vino y el beso de una doncella,

qu pronto, serpiente ma, la muerte te diera!

Luego le oy aadir:

- Dios me valga, pulga!

Y desapareci.

La hija del labrador ech a correr hacia su casa, mas se guard muy bien de referir a nadie lo que haba visto. Al da siguiente, cuando sali Migueln con los rebaos, cada vez ms gordos y lustrosos, ech a andar la moza, con un cestito en la mano, siguindole de lejos.

Y otra vez vio la moza cmo Migueln convertido en len acometa a la Serpiente, cmo los nimos de las dos fieras se encendan de ira, y ambos despedan chispas y todo el suelo se cubra de sangre y espuma, con nunca vista fiereza y demasa.

Por fin, cansados, medio muertos, cesaron el fiero combate y se separaron. Y la Serpiente, azul de clera, silb:

Si tuviese agua de la ra,

qu pronto, len mo, te matara!

Y el len, no menos furioso, replic:

Si yo tuviera un trozo de pan,

una botella de vino y el beso de una doncella,

qu pronto, serpiente ma, la muerte te diera!

En aquel instante la hija del labrador sali de la espesura donde estaba escondida, sac del cesto un pedazo de pan y una botella de vino y se lo dio al len, acompaado de un sonoro beso de sus labios frescos.

El len comi el pan con presteza, bebise el vino, y de nuevo embisti, con renovada energa a la Serpiente.

Repitise la lucha, y otra vez man la sangre y corri la espuma de los cuerpos maltrechos. Mas la serpiente no tard en desfallecer y el len cada vez ms pujante le atacaba; hasta que al fin la serpiente se desplom.

Migueln, recobrando la forma humana, despus de haber dado las gracias a la hija del labrador, sac su cuchillo de monte, abri al monstruoso reptil en canal y extrajo de su vientre el huevo que haba de servirle para libertar a la princesita de rubios cabellos y manecitas de lirio.

No hay que decir el jbilo y los agasajos con que fue recibido nuestro Migueln en el pueblo, no bien se supo que haba dado muerte a la monstruosa serpiente.

Todos se disputaban el honor de verlo y abrazarle y todos le regalaban sacos, llenos de oro y riqusimas joyas, y el labrador, loco de alegra, quera casarlo a toda costa con su hija.

Pero Migueln arda en deseos de correr a libertar a la princesita, a quien slo quedaba un da de vida.

As lo notific al labrador y al mismo tiempo le pidi, la mano de su hija para casarla a su regreso con su hermano, el hijo segundo del pescador.

Todo el pueblo acudi a despedirle, vitorendole y llevndolo en hombros; pero l slo pensaba en no llegar demasiado tarde a salvar a su bella princesa.

Cuando, montado en su caballo alazn y seguido de su perro fiel, atraves, el bosquecillo de los pjaros cantores, de los rboles parlantes y de la fuente de cristal, y se encontr a la puerta del castillo, vio que haban empezado los preparativos para el gran festn.

Inmediatamente dijo:

- Dios me valga, paloma!

Y en raudo vuelo lleg hasta el lugar donde el gigante esperaba a que sonara la hora para dar principio a la matanza.

Posose en el antepecho del ventanal y exclam:

- Dios me valga, hombre!

Y en hombre se convirti.

Y antes de que el monstruo tuviera tiempo de abrir la boca, sac de la escarcela el huevo de la serpiente, apunt con precisin y se lo tir, hirindole entre ceja y ceja, matndole.

Oyse un estrpito horroroso, como de millones de truenos que retumbaran al unsono y el Castillo de Irs y No Volvers se derrumb.

De entre sus escombros surgi Migueln dando la mano a la Princesita de rubios cabellos y manecitas de lirio.

Otras muchas princesas y otros muchos galanes, encantados desde haca largos aos por el Gigante, salieron tambin.

Los pjaros cantores se convirtieron en hermosos nios, las hojas de los rboles en apuestos mancebos y la fuente de cristal en una lindsima dama, que se cas con el hijo menor del pescador.

- Acab mi encantamiento - exclam la Princesita de rubios cabellos y manecitas de lirio. - Yo soy la hija del rey de estas tierras. Vmonos al punto a casa de mi padre.

Y a palacio fueron.

El rey se volvi loco de jbilo; llam al seor obispo y los mand casar.

Migueln quiso que sus propios padres tuviesen un palacio en la ciudad.

La hija del labrador, que tan eficazmente le haba socorrido, se cas con su otro hermano, el segundo hijo del pescador.

Y desde entonces vivieron todos felices y contentos, y el que no lo crea que se fastidie; y al que lo crea, albricias.

Pereza y testarudez

Haba una vez un marido y una mujer, ambos campesinos, que habran vivido pacficamente y hasta con alegra, de no haber sido por la pereza, fesimo vicio que atacaba con intermitencias a uno y otro cnyuge y al que se una, para colmo, una testarudez de aragoneses.

Cuando cualquiera de los dos esposos se senta con pocas o ningunas ganas de trabajar, empebase el otro en hacer lo mismo que su compaero, o menos.

Cierto da levantase la esposa con unos deseos atroces de no hacer nada.

Apenas si quedaba en la casa pan para desayunar.

El marido, al darse cuenta de la escasez, dijo a su mujer:

- Mara, tienes que amasar esta misma tarde.

- No sern estas manos las que se metan en harina - respondi ella. - Amasa t, si ese es tu gusto.

- Acaso piensas que cenemos sin pan

- Tienes un par de brazos hermossimos; mucho ms fuertes que los mos. Amasa t.

- Mara, no me hagas enfadar!

- Quico, no me pongas nerviosa!

- Yo no amaso!

- Yo tampoco!

- No riamos.

- Eso, de ti depende.

- Voy a decirte lo que se me ha ocurrido.

- Adivino que es algo para no trabajar.

- Y para no discutir.

- Eso est mejor... Qu es?

- Puesto que t no tienes ganas de amasar...

- Ni t tampoco...

- De acuerdo... Puesto que no tenemos ganas de amasar...

- As.

- Para no enzarzarnos en discusiones, vamos a acordar que el primero que hable sea el que amase el pan... Conforme?

En vano esper - el marido respuesta de su esposa, que, aunque perezosa, no era tonta, y comprendi que, si contestaba, tendra que amasar.

Pasaron horas y horas y ninguno se decida a hablar.

Sin probar bocado, tal vez por miedo a que, al despegar los labios, pudiera escaprseles alguna palabra, se acostaron poco despus de anochecer.

Tendironse en la cama, uno de cara a la pared y el otro dndole la espalda y se durmieron sin haber abierto la boca.

A la maana siguiente, cuando se despertaron, mirronse disimuladamente de reojo. El marido tena la cara seria. A la mujer le faltaba poco para romper a rer; pero ninguno se dio por enterado.

Sonaron en la iglesia del pueblo las campanas de las doce y el matrimonio segua en la cama, sin haber abierto la boca, como no fuese para bostezar, pues tenan un hambre espantosa.

Psose el Sol y seguan del mismo modo y lleg la noche y no hubo modificacin alguna en su actitud, exceptuando, una mayor frecuencia en los bostezos.

Los vecinos, asombrados de no haber visto en todo el da a ninguno de los dos, ni haberse abierto en la casa puerta ni ventana alguna, temieron que una desgracia irreparable fuera la causa de aquel silencio incomprensible.

No tardaron en congregarse los vecinos, que, algo medrosos para obrar por su cuenta, furonse a casa del alcalde para comunicarle lo que sospechaban.

Tomse el acuerdo de acudir, sin prdida de tiempo, al domicilio de Quico y Mara, marchando el propio alcalde a la cabeza de la asamblea.

Cuando llegaron a la casa, llamaron a la puerta con gran fuerza, pero nadie contest a las llamadas, ni se percibi el menor sonido en el interior.

Los rostros de los vecinos all congregados empezaron a mostrar temor e inquietud. Insistieron en las llamadas con el mismo resultado y ante lo grave de la situacin, el alcalde propuso que se derribara la puerta.

La cosa se hizo con rapidez. Entraron en la casa con extremadas precauciones, temblndoles exageradamente las piernas a muchos de los reunidos. Temblaba hasta la vara del alcalde; pareca la batuta de un director de orquesta, de tanto como oscilaba a uno y otro lado.

Por fin llegaron al dormitorio de Quico y Mara.

Ninguno de ellos se mova ni daba la menor seal de vida. Tenan los ojos cerrados y las caras plidas y desencajadas; nada extrao si se piensa que llevaban ya todo un da y una noche sin probar bocado.

Apoderse de los all reunidos un horror general. El alcalde, alzando la vara, que le temblaba ms que antes, tartamude emocionado:

- Quico! Mara! Responded al alcalde!

Pero los perezosos testarudos no pronunciaron palabra alguna ni hicieron el menor movimiento.

Entonces, la primera autoridad del pueblo se quit respetuosamente el sombrero, que hasta entonces haba conservado puesto, adopt un aire compungido y dijo a los vecinos presentes:

- Rogad a Dios por el alma de estos desgraciados! En cuanto a los cuerpos, voy a ordenar, ahora mismo, que les den cristiana sepultura.

A una de las vecinas le pareci, que, en el momento en que el alcalde pronunciaba estas palabras, los cadveres de Quico y Mara se estremecieron o temblaron ligeramente.

Pero como, en buena lgica, esto era imposible, no quiso la vecina hablar del caso, ni considerarlo ms que como una ilusin de sus sentidos.

Poco tardaron en llegar seis fornidos lugareos que cargaron con los cuerpos inertes, de la infeliz pareja, conducindolos camino del cementerio.

Llegados al lugar de reposo eterno, iluminado por la luz de la luna, dejaron sobre el suelo los que todos crean despojos mortales de Quico y Mara.

Y quiso la casualidad que sus cuerpos quedaran de costado y frente a frente.

Nadie de los presentes y con toda probabilidad ni siquiera la misma luna, advirti que el marido y la mujer entreabrieron los ojos y se miraron como basiliscos. Hubo un instante en que pareci que Quico, desfallecido, iba a decir una palabra; pero no quiso darse por vencido, y cerrando los ojos, se apret la lengua entre los dientes.

Mara bostez una vez ms, con riesgo de ser vista por los improvisados sepultureros, que, abierta ya la fosa, aproximronse a recogerla para echarla dentro.

Estaba ya en la fosa la mujer, cuando fueron en busca del cuerpo del marido. De pronto se escap un chillido de horror de todos los labios y hombres y mujeres, con el alcalde a la cabeza, echaron a correr como alma que lleva el diablo.

Y es que el pobre Quico, comprendiendo que estaba a punto de no volver a contemplar la luz del sol, dise por vencido ante la horrorosa perspectiva de ser enterrado vivo, y, abriendo los ojos desmesuradamente, para demostrar que no estaba muerto, grit con voz sepulcral, como la de un fantasma:

- Socorro! Socorro! No estoy muerto!

No cost poco trabajo convencer a los vecinos y vecinas, con el alcalde a la cabeza, de que no haba expirado el perezoso y testarudo Quico y que, por consiguiente, no haba motivo para asustarse.

Pero el colmo de la sorpresa fue el ver que Mara, asomando la cabeza y los brazos por la abertura de la fosa, exclamaba con faz sonriente:

- Ahora amasaras t!

La ratita presumida

rase una vez una ratita que, barriendo la calle delante de su casa, se encontr un ochavo.

Lo cogi, y dijo:

- Qu comprar con este ochavito? Me comprar avellanas? No, no, que son golosina. Me comprar rosquillas, caramelos? No, no, que son ms que golosina. Me comprar alfileres? No, no, que me puedo pinchar. Me comprar unas cintitas de seda? S, s, que me pondr muy guapa.

Y la ratita, que era muy presumida, se compr unas cintitas de seda de varios colores y con ellas se hizo dos lacitos con los que se adorn la cabeza y la punta del rabito.

Luego se asom al balcn a lucir el garbo, viendo a los jvenes que pasaban.

En esto pas un carnero y le dijo:

- Ratita, ratita, qu guapa ests.

- Cuando una es bonita, todo luce ms.

- Quieres casarte conmigo?

- Y por la noche que hars?

- Bee, bee!

- Ay!, no, que me despertars.

Pas luego un perro y le dijo:

- Ratita, ratita, qu guapa ests.

- Cuando una es bonita, todo luce ms.

- Quieres casarte conmigo?

- Y por la noche que hars?

- Pues en cuanto oigo un ruido hago guau, guau!

- Ay!, no, que me despertars.

Pas luego un gato y le dijo:

- Ratita, ratita, qu guapa ests.

- Cuando una es bonita, todo luce ms.

- Quieres casarte conmigo?

- Y por la noche que hars?

- Miau! Miau!

- Ay!, no, que me despertars.

Pas luego un gallo y le dijo:

- Ratita, ratita, qu guapa ests.

- Cuando una es bonita, todo luce ms.

- Quieres casarte conmigo?

- Y por la noche que hars?

- Pues de madrugada canto: qu, qu, ri, qu!

- Ay!, no, que me despertars.

Pas luego un sapo y le dijo:

- Ratita, ratita, qu guapa ests.

- Cuando una es bonita, todo luce ms.

- Quieres casarte conmigo?

- Y por la noche que hars?

- Pues me la paso croando: croac, croac!

- Ay!, no, que me despertars.

Pas luego un grillo y le dijo:

- Ratita, ratita, qu guapa ests.

- Cuando una es bonita, todo luce ms.

- Quieres casarte conmigo?

- Y por la noche que hars?

- Pues me la paso haciendo: gr, gr, gr!

- Ay!, no, que me despertars.

Al poco rato pas un ratoncito chiquito y bonito y le dijo:

- Ratita, ratita, qu guapa ests.

- Cuando una es bonita, todo luce ms.

- Quieres casarte conmigo?

- Y por la noche que hars?

- Por la noche, dormir y callar!.

- Ay!, s, t me gustas; contigo me voy a casar.

Y se casaron.

La ratita presumida todos los das se arreglaba y se pona las cintitas de seda de varios colores, y el ratoncito chiquito y bonito estaba cada da ms enamorado de ella.

Eran una pareja feliz.

Un da, a media maana, dijo la ratita presumida a su ratoncito chiquito y bonito:

- Me voy a la plaza, y te traer unos quesitos para postre. Qudate t al cuidado de la casa; espuma el puchero con la cuchara de mango pequeo; y si ves que falta agua, chale una poca, para que no pare de cocer.

Y con el cesto de la plaza al brazo, sali la ratita a hacer algunas compras.

Llevaba un rato solo en la casa el ratoncito cuando se dijo:

- Voy a echarle un vistazo al cocido.

Destap el puchero, vio que estaba cociendo y que sobrenadaba un pedazo de tocino que fue una tentacin irresistible.

Meti una mano para enganchar el tocino y se cay dentro del puchero y all se qued.

Cuando volvi de la plaza, la ratita presumida llam:

- Ratoncito chiquito y bonito: abre! soy yo!

Y ratoncito no sali a abrirle. Volvi a llamar varias veces:

- Ratoncito chiquito y bonito: abre! soy yo!

Cansada de llamar, fue a casa de una vecina para preguntarle si haba visto salir a su marido o si le haba pasado algo.

La vecina no saba nada. Decidieron subir al tejado y entrar por la chimenea.

La ratita empez a recorrer la casa diciendo:

- Ratoncito chiquito y bonito, dnde ests? Ratoncito chiquito y bonito, dnde ests?

Se cans de mirar por todos los rincones y de meterse por todos los agujeros, y dijo:

- Habr salido a buscarme, ya volver.

Al cabo de un rato, sintiendo unas ganas de comer atroces, dijo:

- Har la sopa, a ver si, mientras tanto, viene.

Hizo la sopa y dijo:

- Pues yo voy a comer y le guardar la comida para cuando venga.

Se comi la sopa. Despus fue a volcar el cocido en una fuente y all encontr al ratoncito que se haba cocido con los garbanzos, las patatas, la carne y el tocino.

La ratita presumida rompi a llorar amargamente y avis a toda la familia.

Acudieron los vecinos, el pueblo entero, y le preguntaban:

- Ratita, ratita, por qu lloras tanto?

Y ella, sin parar de llorar, contestaba:

Mi ratoncito chiquito y bonito

se cay en la olla,

su padre le gime,

su madre le llora

y su pobre ratita, se queda sola.

Y se acab este cuento con ajo y pimiento; y el que lo est oyendo, que cuente otro cuento.

El pandero de piel de piojo

rase un rey que tena una hija de quince aos.

Un da, estaba la princesita paseando por el jardn con su doncella, cuando vio una planta desconocida.

Y pregunt, curiosa:

- Qu es esto?

- Una matita de hinojo, Alteza.

- Cuidmosla, a ver lo que crece - dijo la princesa.

Otro da, la doncella encontr un piojo. Y la princesa propuso:

- Cuidmoslo, a ver lo que crece.

Y lo metieron en una tinaja.

Pas, el tiempo. La matita se convirti, en un rbol y el piojo engord tanto, que, al cabo de nueve meses, ya no caba en la tinaja.

El rey, despus de consultar a su hija, public un bando diciendo que la princesa estaba en edad de casarse, pero que lo hara con el ms listo del pas.

Para ello se le ocurri hacer un pandero con la piel del piojo, construyndose el cerco del mismo con madera de hinojo.

Luego lo hizo colocar en todas las esquinas de las casas del reino un nuevo bando, diciendo:

La princesita se casar con el que acierte de qu material est hecho el pandero. A los pretendientes a su mano se les dar tres das de plazo para acertarlo. Quien no lo hiciere en este tiempo, ser condenado a muerte.

A palacio acudieron condes, duques, y marqueses, as como muchachos riqusimos, que ansiaban casarse con la princesita, pero ninguno adivin de qu material estaba fabricado el pandero y murieron todos al tercer da.

Un pastor, que haba ledo el bando, dijo a su madre:

- Preprame las alforjas, que voy a probar suerte. Conozco las pieles de todos los bichos del campo y la madera de todos los rboles del bosque.

Despus de discutir un rato con la madre, que tema le sucediera lo mismo que a tantos otros pretendientes a la mano de la princesa, el pastor logr convencer a su progenitora y emprendi el camino hacia la corte.

En las afueras de un pueblo encontrse con un gigante que estaba sujetando un peasco como una montaa y le pregunt:

- Qu haces ah, muchacho?

- Sujeto esta piedrecita para que no caiga y destroce el pueblo.

- Cmo te llamas?

- Hrcules.

- Mejor dejas eso y te vienes conmigo; llevo un negocio entre manos y si me sale bien algo te tocar a ti. Anda, ven!

Hrcules ech a rodar la pea en direccin contraria al pueblo, arrasando los bosques en una extensin de cinco kilmetros, y se march con el pastor.

Llegaron a otro pueblo y vieron a un hombre que apuntaba con una escopeta al cielo.

- Qu haces ah? - preguntle el pastor.

Y el cazador contest:

- Encima de aquella nube vuela una bandada de gavilanes. Por cada uno que mato me dan diez cntimos.

- Cmo te llamas?

- Bala-Certera.

- Mejor dejas eso y te vienes con nosotros; llevo un negocio entre manos y si me sale bien algo te tocar a ti. Anda, vente con nosotros.

Y Bala-Certera se uni al pastor y a Hrcules.

A la salida de otro pueblo vieron junto al camino a un hombre que estaba con el odo pegado al suelo.

El pastor le pregunt:

- Qu haces ah?

- Oigo crecer la hierba.

- Cmo te llamas?

- Odos-Finos.

- Vente con nosotros; con esos odos puedes prestarnos buenos servicios.

Y Odos-Finos se march con el pastor, Hrcules y Bala-Certera.

Llevaban andando un buen rato, cuando vieron a un hombre atado a un rbol, con sendas ruedas de molino a los pies.

El pastor le pregunt:

- Qu haces aqu?

- He hecho que me aten, porque suelto me corro el mundo entero en un minuto.

- Cmo te llamas?

- Veloz-como-el-Rayo.

- Ya somos cuatro - dijo el pastor. - No admitimos ms socios. Vendrs con nosotros.

Desataron a Veloz-como-el-Rayo y ste dijo a sus compaeros que se colocarn sobre las ruedas de molino, asegurndoles que los conducira adonde quisieran ir con la velocidad del rayo.

Mientras se colocaban todos, acercse una hormiga que dijo:

- Pastor, llvame en el zurrn.

- No quiero, porque vas a picotear la tortilla que llevo para la merienda.

- Llvame contigo, pastor, que tengo de prestarte buenos servicios.

El pastor meti la hormiga en el zurrn, y en esto se acerca un escarabajo que le dice:

- Pastor, llvame en el zurrn.

- No quiero, porque vas a estropearme una tortilla que llevo para la merienda.

- Llvame, hombre, que tengo de prestarte buenos servicios.

El pastor meti el escarabajo en el zurrn, y en esto se acerca un ratn que le dice:

- Pastor, llvame en el zurrn.

- No quiero que estropees, la tortilla que llevo para la merienda.

- No te la estropear, que anoche llovi y tengo el hocico limpio. Llvame contigo, que tengo de prestarte buenos servicios.

El pastor lo meti en el zurrn.

Emprendieron todos la marcha montados en las ruedas de molino y sin darse cuenta llegaron a palacio.

Alojronse todos en un mesn que haba frente al palacio, donde el pastor dej a Hrcules, a Bala-Certera, a OdosFinos y a Veloz-como-el-Rayo, para ir a ver a la princesa.

Cuando le ensearon el pandero, dijo:

- Esto es de piel de cabrito y madera de cornicabra.

- Te has equivocado - dijo el rey. - Tienes tres das para pensarlo. Si no lo aciertas, morirs.

El pastor, desconsolado, volvi al mesn, y Odos-Finos, el que oa crecer la hierba, le pregunt la causa de su tristeza.

Contle el pastor lo ocurrido y OdosFinos dijo:

- No te aflijas. Averiguar lo que te interesa saber y te lo dir.

Al da siguiente, se march al jardn donde paseaba la princesa con su doncella. Pego el odo al suelo y oy, decir a la doncella:

- No es lstima ver cmo matan a vuestros pretendientes, Alteza?

- S, desde luego; pero estarn muriendo hasta que alguno acierte que el pandero est hecho de piel de piojo y madera de hinojo.

- No lo acertar nadie.

Odos-Finos no esper ms; volvi corriendo al mesn.

- Ya s de qu es la piel del pandero - dijo a sus compaeros. - De piel de piojo y madera de hinojo. Acabo de orselo a la doncella de la princesa.

Lleno de alegra, el pastor se dirigi a palacio y pidi ver al rey.

El monarca le dijo:

- No sabes que el que no acierta la segunda vez de qu es la piel del pandero, tiene pena de la vida?

- S que lo s, Majestad. Venga el pandero.

El pastor cogi el pandero, lo mir un momento y dijo:

- La piel de este pandero es de un animal que se mata as.

Y al decir esto, apret una contra otra las uas de sus pulgares.

El rey mir para su hija.

Y sta pregunt al pastor:

- De qu es la piel? Dilo pronto.

- De qu es la piel? Ja, ja, ja! La piel es de piojo.

- Acertaste - dijo el rey.

El monarca reuni acto seguido a la Corte, para anunciar que el pastor haba acertado y que se casara con la princesa; pero sta dijo que con un pastor no se casaba de ninguna manera.

- Un rey - dijo su padre - no tiene ms que una palabra. Tienes que casarte.

- Bien - respondi la muchacha. - Lo har cuando me cumpla tres condiciones: la primera que me traiga antes de que se ponga el sol una botella de agua de la Fuente Blanca...

- Pero hija ma! La Fuente Blanca est a cien leguas de aqu...

- Ya lo s... No podr hacerlo; pero por si acaso habr de realizar otras dos pruebas: separar en una noche un montn de diez fanegas de maz, poniendo a un lado, el bueno, al otro el mediano y al otros el malo; y luego habr de llevar en un solo viaje dos arcones llenos de monedas de oro desde el palacio al pabelln de caza...

Marchse el pastor a la posada, tan afligido como el da anterior, y refiri, a sus compaeros las condiciones que, para casarse, le impona la princesa.

Veloz-como-el-Rayo, el que corra el mundo entero en un minuto, dijo:

- Por la botella de agua de la Fuente Blanca, que est a cien leguas de aqu, no te apures. Dame una botella y la traer llena de agua en un abrir y cerrar de ojos.

En un santiamn regres con la botella de agua.

Hrcules afirm:

- Los arcones los transportar yo, a donde quieras.

Y la hormiga asom la cabecita por un agujero del zurrn y aadi:

- Llvame a la habitacin donde est el maz y te lo separar en una noche.

Al poco rato se present el pastor en palacio con la botella de agua y la hormiga en el bolsillo. Entreg la botella y pidi que le pusieran una cama en la habitacin del maz, ya que le sobrara tiempo para dormir.

A la maana siguiente, mientras el rey y la princesa estaban viendo el maz, ya separado en tres montones, fue Hrcules y traslad los dos arcones al pabelln de caza.

Pero, la princesita se puso muy rabiosa y afirm que no se casara con el pastor aunque la mataran, presentando a la corte inmediatamente como su futuro esposo a un prncipe vecino muy guapo y arrogante.

El pastor, compungido, abandon el palacio.

Una vez en la posada, cont a sus compaeros lo que haba ocurrido, a lo cual dijo el ratn, asomando el hociquito por un bolsillo:

- El da de la boda, el escarabajo y yo te vengaremos.

Lleg el da de la boda. El pastor se present en palacio y dej el ratn y el escarabajo en la habitacin destinada al novio, marchndose luego a la posada a esperar los acontecimientos.

Cuando el novio entr a acicalarse para la ceremonia, el ratn se le meti en el bolsillo de la casaca, mientras que el escarabajo se esconda en una de las amplias solapas.

Fueron los novios hacia el altar, acompaados de los padrinos, entre nutrida y escogida concurrencia.

Cuando el sacerdote pregunt al novio si aceptaba por esposa a la princesa, el escarabajo, de un salto, se le meti en la boca, con lo que el infeliz no pudo pronunciar palabra, sino que sinti una angustia horrible.

Entretanto, el ratn sali del bolsillo y se meti por entre las ropas de la princesa, dndole un mordisco tan atroz en la rodilla que por poco se muere del susto.

Novio y novia echaron a correr como locos hacia la puerta del templo, seguidos de los invitados, que no saban lo que les pasaba.

Cuando hubieron, regresado a palacio, el novio abri la boca para excusar su conducta, pero el escarabajo se agit de nuevo y tuvo que cerrarla ms que de prisa, mientras que el ratn propin a la princesa un nuevo mordisco y la oblig a refugiarse en su habitacin para huir de lo que todava ignoraba lo que era.

Sola en su alcoba, la princesa se quit el traje de novia y empez a sollozar.

- Princesita - dijo el ratn - no descansars un instante hasta que rompas con el prncipe y te cases con el pastor.

- Quin me est hablando? - pregunt la princesa espantada.

- La voz de tu propia conciencia - asegur el simptico roedor.

Entretanto, el prncipe se esforzaba en matar el escarabajo haciendo grgaras; pero el bicho se le meta en las narices hasta que pasaba el chaparrn, consiguiendo que estornudara sin parar, con tal fuerza que se daba con la cabeza contra los muebles.

- Es que no me vas a dejar tranquilo, miserable bicho? - rugi encolerizado.

- Hasta que no salgas de aqu te atormentar sin cesar, da y noche.

El prncipe, al or estas palabras, sali despavorido, no parando de correr hasta llegar a su reino.

El escarabajo, cuando le vio cruzar el umbral del palacio se dej caer y fue a reunirse con el ratn.

- Vamos en busca del pastor - dijo el ratn. - Tengo la seguridad de que ahora la princesa se casar con l.

Fueron a la posada, contaron al pastor lo sucedido y cuando ste se present en palacio fue muy bien acogido por la princesa, que se colg de su brazo y, acompaados por el rey y los altos dignatarios, volvieron a la iglesia, celebrndose la ceremonia con toda pompa y esplendor.

Luego hubo un baile magnfico, en que bailaron Hrcules, Veloz-como-el-Rayo y Odos-Finos, mientras Bala-Certera se quedaba de centinela en la puerta de palacio.

A medianoche, la madrina del prncipe desdeado, una bruja horrible con muy malas intenciones, vino disfrazada de bho a matar al pastor, pero Bala-Certera, de un solo disparo, la envi al infierno.

Despus del baile hubo un gran banquete, al que acudieron los reyes y los pastores de todos los pases colindantes.

Los compaeros del pastor se quedaron a vivir para siempre en palacio.

Hrcules, el gigante, fue nombrado mayordomo; Odos-Finos, el que oa crecer la hierba, jefe de polica; Veloz-comoel-Rayo, el que corra el mundo en un minuto, correo real; y Bala-Certera, el cazador, capitn de la guardia.

La hormiguita, el ratoncito y el escarabajo fueron debidamente recompensados.

A la hormiguita le reservaron unos terrenos donde haba toda clase de granos y golosinas apreciados por ella, y con el tiempo form un pobladsimo hormiguero que todos los sbditos respetaban, pues se pregon que se castigara con la pena de muerte al que hollara aquel espacio.

El ratoncito recibi un queso del tamao de un pajar, para que hiciera en l su morada, prometindole otro igual cuando le hiciera goteras.

El escarabajo recibi una hermossima pelota de terciopelo verde y amarillo, con la que el avispado animalito haca verdaderas maravillas, rodndola de un extremo a otro del trozo del jardn destinado a l exclusivamente.

Y todos vivieron felices.

Y colorn colorado, este cuento se ha acabado.

El prncipe desmemoriado

Cuntase que haba una vez un prncipe, llamado Andana, hijo del rey Perico y de la reina Mari-Castaa, que tena el gravsimo defecto de carecer de memoria. Todo cuanto oa, vea, haca o deca lo olvidaba en el acto.

Los reyes, muy preocupados, llamaron en consulta a los mejores mdicos del reino y stos, despus de largas y profundas deliberaciones, llegaron al acuerdo de que ninguno de ellos conoca remedio alguno para el mal que aquejaba al joven prncipe, presentando al rey un extenso, dictamen, en el que le aconsejaban que enviara a Andana a recorrer el mundo, asegurndole que de este modo, cuando volviera, recordara, si no todo, algo de lo que viera.

Tanto el rey Perico como su esposa, la reina Mari-Castaa, acogieron con alborozo el consejo de los sabios doctores, concedindoles cruces y distinciones en premio a su fenomenal talento y sapiencia.

Inmediatamente decidieron poner en prctica la atinadsima sugerencia de los sesudos varones y la reina Mari-Castaa prepar con sus reales manos una suculenta merienda al infante desmemoriado, disela, junto con su bendicin y algunos consejos, y le despidi llorando a lgrima viva.

El prncipe emprendi la marcha. Al poco rato no se acordaba ni de las lgrimas de su madre, ni de los consejos, ni de que llevaba merienda.

Continu andando, hasta que sinti un hambre atroz y, viendo una posada, entr en ella. Pidi de comer; le sirvieron una suculenta comida, pues le haban reconocido, y cuando hubo terminado se march sin acordarse de pagar la cuenta al posadero.

Andando, andando, lleg nuestro hroe, a orillas del mar. Senta sed, y al ver una riqusima via, entr a coger uvas, pero el guarda le confundi con un ladronzuelo vulgar y para escarmentarlo lo arroj de cabeza al mar.

El pobre Andana no record' si saba nadar o no, pero cuando sali a la superficie empez a mover brazos y pies y comprob; con gran satisfaccin que se sostena a flote. Sin embargo, haba olvidado dnde estaba la playa y empez a nadar mar adentro, hasta que, cuando estaba ya casi desfallecido por el tremendo esfuerzo realizado, fue recogido por un barco que navegaba hacia Turqua.

En aquellos tiempos era soberano de aquella nacin el Gran Turco, dspota sanguinario y cruel, a quien todo el pueblo odiaba y tema. Ya tena ms de sesenta aos y estaba completamente ciego, pues se le haban formado cataratas en los ojos.

Por los das en que suceda lo que contamos, el feroz sultn haba llamado a los mdicos de la corte, y les haba dicho, con un acento que hubiera hecho estremecerse a una estatua de mrmol:

- O me devolvis la vista u os corto la cabeza.

Los galenos otomanos no saban operar las cataratas, pero como les peligraba el relleno del turbante, se decidieron a buscar un colega que fuese capaz de curar la ceguera del Gran Turco.

Lleg a su conocimiento que en una de las ciudades turcas habla un mdico cristiano que realizaba curas sorprendentes e inmediatamente transmitieron la noticia al Gran Turco.

- Que salgan cien jinetes a buscarlo! - orden el dspota.

Dos das ms tarde, el mdico cristiano se hallaba en presencia del sultn.

- Te he hecho venir, cristiano - djole con voz atronadora - para que me devuelvas la vista, cosa que estos imbciles no son capaces de conseguir... Si lo haces, te llenar todos los bolsillos de oro, pero si fracasas...

- Si fracaso, seor... ?

- Si fracasas, puedes despedirte de tu cabeza.

Lleno de temor, el mdico cristiano entretuvo durante unos cuantos das al tirano con cocimientos de flor de saco y con lavados de agua de San Antonio; pero como el Gran Turco no mejoraba y el pobre galeno tema por su vida, se le ocurri decirle:

- El remedio ms eficaz para curarte, seor, no se encuentra aqu, en Turqua...

- Qu remedio es se?

- Una especie de ungento hecho con manteca de cristiano y unas hierbas milagrosas que slo yo conozco... Pero, desgraciadamente, aqu es muy difcil encontrar un cristiano...

- Y las hierbas?

- Las hierbas, s, seor...

- Prepara entonces las hierbas y mis mdicos te sacarn la manteca a ti mismo...

El desgraciado galeno estuvo a pique de morir del susto.

- Es que..., seor - dijo tartamudeando, - mi manteca no sirve... Ha de ser la de un cristiano joven...

En aquel preciso instante entraron unos edecanes a decir al Gran Turco que unos marineros haban recogido a un nufrago cristiano, que aseguraba ser el prncipe Andana, hijo del rey Perico y de la reina Mari-Castaa.

- Ya tenemos el ungento! - exclam el sultn, con gran estupefaccin de los recin llegados.

Luego, volvindose al mdico, aadi: - Scale la manteca y preprate para devolverme la vista!

Tambalendose de espanto, el mdico cristiano sali, cubierto de fro sudor.

Fuse en busca del prncipe Andana, pero con el decidido propsito de no sacrificarlo y de salvarle la vida. Cuando lo vio, despus de saludarlo, concibi una idea maravillosa y, encaminndose seguidamente a las habitaciones del Gran Turco pidile audiencia y le dijo:

- Seor, el esclavo cristiano est tan delgado que no tiene, manteca ninguna. Si quieres curarte, tienes que alimentarlo bien, darle una buena habitacin y proporcionarle toda clase de distracciones.

La proposicin pareci de perlas al sultn, que orden que se alojara al prncipe Andana en la mejor habitacin de su palacio, vecina a la de una esclava circasiana, recin llegada, que era de peregrina hermosura.

Cuando el prncipe hubo tomado posesin de su nueva morada, el mdico fue a visitarle y le refiri lo que ocurra.

- Aunque pasis hambre - aadi no comis ms que lo estrictamente necesario. Yo me encargar de preparar nuestra fuga.

Pero al poco entraron los criados negros llevando enormes bandejas cargadas de faisanes trufados, gallinas en pepitoria, huevos hilados, frutas en inmensa variedad, helados, licores... Y el prncipe, sin acordarse de la recomendacin del mdico, se atrac de lo lindo.

Para reposar del pantagrulico banquete sac una butaca al balcn y vio a la circasiana.

Toda la tarde se la pas hablando con su vecina y se enamor de ella enajenadamente.

Las comidas abundantsimas y las conversaciones con la circasiana se repitieron durante algunas semanas, con lo que el prncipe engord extraordinariamente.

Un da entr el mdico a visitarle y le dijo que haba dado palabra al Gran Turco de hacerle el ungento al da siguiente, pero que no tuviese miedo, pues aquella misma tarde, al anochecer, se fugaran en un barco que tena preparado.

El prncipe respondi que haban de llevarse tambin a la circasiana, pues estaba dispuesto a casarse con ella, cosa a la que accedi el doctor.

Despidise el buen galeno, diciendo que pasara la tarde con el sultn, para que no sospechara nada, contndole el modo de confeccionar y aplicar la milagrosa untura.

Lleg la tarde y cuando el sol empez a ocultarse hacia Poniente, el mdico se dirigi apresuradamente al puerto, encontrndose con la desagradable sorpresa de que el barco no era ms que un puntito insignificante en el horizonte.

El prncipe, tan pronto como haba puesto los pies en el barco se haba olvidado de su amigo.

El mdico empez a dar gritos, llamando al prncipe y a la circasiana, pero slo consigui enronquecer. El barco no tard en desaparecer de su vista.

Ya estaba bien entrada la noche cuando un edecn entr en la suntuosa alcoba del sultn, para dar a su seor la noticia de la fuga del mdico, del prncipe y de la esclava circasiana.

- Maldito! - exclam el feroz monarca. - Cmo los has dejado escapar?

- Pero, seor, si yo no los he visto huir...

- Cmo sabes, entonces, que se han escapado? - clam el sultn.

- Porque un marinero los vio, y vino a traerme la noticia, pero yo estaba acostado y mientras me vesta...

- Oh, oh, oh! Te costar la cabeza haberte acostado tan a destiempo! Guardias! Guardias!

El edecn, al verse en peligro, desenvain su alfanje y de un solo tajo reban la cabeza del tirano.

Cuando entraron los guardias vieron el cadver del sultn y en vez de abalanzarse sobre su asesino prorrumpieron en gritos de jbilo, saliendo enseguida a dar la gratsima noticia al gran visir, que hizo salir por toda Constantinopla la banda de trompetas, con un heraldo al frente, para hacer pblica la muerte del Gran Turco.

El pueblo, al enterarse de que la causa de la muerte de su tirano haba sido indirectamente el mdico cristiano, form una gran manifestacin de alegra, dando vivas al mdico y al prncipe.

Un marinero llev a palacio la noticia de que el barco en que se haban fugado Andana y la circasiana haba embarrancado cerca de la costa.

Inmediatamente dio el heraldo la noticia al pueblo, formndose otra manifestacin, con dos carros triunfales para recoger a los nufragos y pasearlos por las calles y plazas de la ciudad.

Cuando llegaron al barco se enteraron de que el mdico no haba huido con ellos, en vista de lo cual fueron a su casa y derribaron las puertas de la habitacin.

El pobre mdico, oyendo el tumulto, se hinc de rodillas y encomend su alma a Dios, suplicndole que le concediera una muerte rpida y sin sufrimientos. Cul no sera su alegra cuando vio entrar al prncipe y a la circasiana, seguidos de los ms altos dignatarios de la corte, que daban vivas y ms vivas al mdico y al prncipe.

En triunfal procesin fueron conducidos todos a palacio, donde el nuevo gobierno les obsequi con un suculento banquete y luego les regal un barco cargado de oro.

Embarcaron acto seguido nuestros hroes, llegando al cabo de pocas semanas al pas del prncipe.

El rey Perico y la reina Mari-Castaa organizaron grandes fiestas para presentar la nueva princesa a la corte y poco ms tarde se casaron Andana y la hermosa circasiana. Esta ayud en lo sucesivo a su desmemoriado esposo a recordar todo lo que olvidaba.

En cuanto al mdico, recibi un magnfico empleo en palacio y todos vivieron felices hasta que se murieron.

Y colorn colorado...

Los zapatos de hierro

Pues seor, rase una vez un joven cordobs, llamado Luis, que se encontr una noche en una posada con un caballero desconocido que se haca llamar el Marqus del Sol.

Pusironse a jugar a cartas y el forastero gan sin cesar, mientras que Luis, ansioso de tomar el desquite, perda onza a onza toda su fortuna.

Empez perdiendo el dinero, luego se jug el caballo y lo perdi; a continuacin su espada y la perdi.

Finalmente, desesperado, dijo:

- Ya no me queda ms que mi alma! Me la juego!

Y la perdi tambin.

Levantse el forastero para marcharse y el joven, recobrando el buen sentido y dndose cuenta de su locura, exclam:

- Caballero, me ha ganado usted mi espada, mi caballo y mi fortuna... Son suyas las tres cosas; consrvelas y que le duren mucho, pero devulvame mi alma.

- Se la devolver, - replic el otro cuando haya gastado usted este par de zapatos.

Y el Marqus del Sol, entregando a Luis un par de zapatos de hierro, se march, llevndose su alma.

A partir de aquel da, Luis se senta extraordinariamente desgraciado. Ni experimentaba alegra, ni tristeza; todo le era indiferente. Por fin, se calz los zapatos de hierro y se dispuso a recobrar su alma. Un amigo le prest algn dinero y nuestro joven jugador emprendi la marcha.

Desgraciadamente no saba qu rumbo seguir, pues no saba del Marqus del Sol ms que este ttulo, que poda ser falso.

Anduvo das, semanas, meses, aos, sin encontrar a nadie que pudiera decirle dnde viva el misterioso Marqus del Sol. Recorri toda Espaa, desde Crdoba a Barcelona y desde Murcia a Santiago.

Y los zapatos de hierro se iban desgastando poco a poco.

Una noche que lleg a un pueblo desconocido vio, muchas personas que gritaban y gesticulaban ante una pequea posada. Pregunt el motivo de aquel alboroto y el posadero le respondi:

- Se trata, seor, de que un viajero que me deba ms de ocho das de estancia ha muerto de repente. Como haba contrado algunas deudas en el pueblo, sus acreedores estn disputando como locos, pues su equipaje no vale ni tres reales. Qu har yo ahora con el cadver? No soy lo bastante rico para pagar el atad y el entierro de un forastero, que ojal hubiese ido a terminar sus das en otra parte.

Luis entreg su bolsa al posadero y le dijo:

- Pague usted con eso las deudas de este desgraciado y con lo que quede, que le hagan un buen entierro, a fin de que su alma pueda descansar en paz.

- Que Dios se lo pague, seor - respondi el posadero. - Puede usted estar seguro de que todo se har como usted ha dispuesto.

Luis no comi aquel da, porque haba dado al posadero hasta el ltimo cntimo que posea. Continu su camino y no tard en darse cuenta de que uno de los zapatos de hierro acababa de romperse.

Llegada la noche, un caballero, jinete en un soberbio caballo negro, y envuelto en luenga capa, apareci de repente ante el viajero.

- Luis - dijo el desconocido, - soy el alma del forastero cuyas deudas y sepelio has pagado hoy. Has liberado mi alma y quiero pagarte el favor que me has hecho. Contina andando hasta que encuentres un ro; entonces, escndete entre los sauces que crecen a sus orillas y aguarda. Aparecern tres pjaros blancos que dejarn caer sus mantos de plumas y se convertirn en tres preciosas doncellas. Apodrate entonces del manto de una de ellas y no se lo devuelvas hasta que te diga lo que deseas saber.

Desapareci el caballero en la noche.

Luis no haba querido dirigir la palabra a aquella alma en pena, pero se dispuso a seguir su consejo y anduvo tanto y tan a prisa, que lleg antes del alba a orillas del ro anunciado.

En aquel instante se le rompi el segundo zapato, pero el joven, agotado de fatiga, ni siquiera pens en alegrarse, sino que se escondi, entre los sauces y se qued dormido.

Cuando despert, el sol naciente empurpuraba el ro y en el cielo rosado tres enormes pjaros blancos volaban pausadamente. Aproximronse poco a poco al ro donde nuestro hroe se hallaba escondido y vinieron a posarse tan cerca de l que sinti el viento de sus alas.

Casi al mismo tiempo las tres aves dejaron caer sus plumas y se convirtieron en tres doncellas de peregrina hermosura, que se lanzaron al agua entre gritos y risas, y se alejaron nadando.

El joven sali entonces de su escondrijo y se apoder de una de las capas de plumas.

En aquel momento, las tres nadadoras lo vieron y vinieron apresuradamente hacia la orilla; pero Luis ya se haba escondido de nuevo. Dos de las muchachas se convirtieron precipitadamente en aves y salieron volando ms que deprisa, pero la tercera, sentada en la arena, lloraba amargamente.

Sali Luis, por segunda vez de su escondrijo y ella, al ver que l tena en las manos su manto de plumas, suplic llorosa:

- Seor, devulvame eso. Sin el manto no podra volver al castillo de mi padre.

- Te lo devolver, bella ninfa, si me dices dnde se halla el Marqus del Sol.

- Que Dios no permita que lo encuentre usted jams en su camino, caballero. En cuanto a m, me est prohibido revelar su morada.

- Entonces no te devolver el manto.

- Seor, el Marqus del Sol es mi padre y nos ha hecho jurar a todas que jams le traicionaremos.

Luis reflexion un instante y dijo:

- Est bien. Permteme entonces que te siga y te devolver tus plumas. De este modo, t no habrs faltado a tu juramento, ya que slo prometiste no revelar su domicilio... As, toda la responsabilidad ser ma.

Consinti la muchacha y cuando Luis le devolvi las plumas, se troc de nuevo en ave y empez a volar lentamente, de modo que el joven pudo seguirla con facilidad.

Tardaron todo un da en llegar a un castillo cuyos formidables muros se elevaban al pie de una montaa enorme. En aquel momento desapareci de repente la blanca ave y Luis se encontr solo ante la entrada de la fortaleza.

Entr y, cuando, en medio de un patio de colosales dimensiones, titubeaba sobre el camino a seguir, vio venir hacia l a su compaero de juego de otro tiempo.

- Cmo ha podido llegar hasta aqu? - preguntle el Marqus del Sol.

- He venido andando; los zapatos de hierro ya los he gastado y vengo a pedirle que me devuelva mi alma.

- Se la dar maana - respondi el hechicero, pues habis de saber que el Marqus de mi cuento no era otra cosa. - Esta noche repose usted, que estar bastante fatigado del viaje.

Al da siguiente, Luis record a su anfitrin la promesa que le haba hecho.

- No puedo devolverle su alma hasta tanto que no haya aplanado esta montaa que me oculta la luz del da.

Luis sali del castillo. La montaa era tan alta que mil hombres, en mil aos, habran estado trabajando noche y da sin conseguir nivelarla con el suelo.

El joven, descorazonado, se dej caer bajo las ramas de una encina y ocult el rostro entre las manos para llorar.

Una hormiguita trep por su cuerpo y le dio un picotazo en un puo.

Ya se dispona Luis a aplastarla, cuando ella le dijo:

- No me mates. Soy la que te ha conducido hasta aqu. Me llamo Blancaflor. No te muevas. No digas nada; te ayudar. Duerme, que yo te prometo que, cuando despiertes, lo que ahora crees un imposible se habr realizado.

Durmise Luis. Cuando despert ya no haba ni montaa ni trazas de ella; el suelo estaba tan liso como la palma de la mano.

Entonces fue corriendo al castillo y dijo al hechicero:

- Ya he gastado los zapatos de hierro he aplanado la montaa. Me devolver ahora mi alma?

- Hoy, no; vyase a descansar. Maana le dar trabajo.

Al da siguiente el hechicero le entreg un cesto enorme lleno de semillas de rboles.

- Siembre esto y triganos para desayunar los frutos que haya dado.

Luis tom el cesto y se dirigi al lugar que ocupaba antes la montaa.

- Jams podr hacer crecer rboles y madurar sus frutos en tres horas pensaba con desaliento.

Pero un pajarito, posado en un zarzal, empez a cantar:

- Soy Blancaflor; te ayudo y te vigilo.

Dame ese cesto y duerme tranquilo.

Cuando se despert, el cesto, vaco, estaba a su lado; y en los rboles recin brotados maduraban sabrossimos frutos.

Luis cogi dtiles y melocotones, manzanas, granadas, uvas e higos, hasta llenar el cesto, que llev al Marqus del sol.

- Me devolver ahora mi alma? - le dijo.

- Se la devolver si me trae mi anillo de oro, que est en el fondo del ro.

Fuse el pobre joven a sentarse a orillas de la corriente y exclam:

- Cmo podr encontrar un anillo de oro en el fondo de estas aguas amarillentas?

En aquel momento apareci, en la superficie del lquido elemento la cabecita de un pececillo plateado, que dijo:

- Soy Blancaflor, Luis. Cgeme, crtame en tantos trozos como puedas v gurdalos con cuidado, pero echa mi sangre en el ro. Entonces vers al anillo flotando sobre la espuma y te ser fcil cogerlo. Luego colocars cada uno de mis trozos en su lugar, cuidando de no olvidar ninguno.

Sac el joven su cuchillo de monte, cogi al pececillo y lo hizo cuarenta y tres pedazos. A continuacin ech su sangre al agua, que se agit, se hinch y arroj el anillo sobre la orilla.

Luis recogi el anillo y se apresur a recomponer el pececillo, uniendo los cuarenta y tres trozos, pero tema tanto equivocarse que, en su ansiedad, dej caer uno de los pedacitos.

- Eres poco maoso - dijo el pez, volviendo a la vida. - Por tu culpa, tu amiguita Blancaflor tendr en lo sucesivo el meique de la mano izquierda ms corto que el de la derecha.

Desapareci el pez en el ro, mientras que Luis llevaba la sortija al Marqus del Sol.

- He gastado los zapatos de hierro - le dijo - he aplanado la montaa, he hecho madurar los frutos de rboles que haban sido plantados tres horas antes y he encontrado su anillo de oro. Me devolver ahora mi alma?

- Te la devolver enseguida - respondi el hechicero - y te regalar tambin uno de mis mejores caballos. Lo encontrars en la cuadra, ensillado y embridado, listo para conducirte a Crdoba en cuanto lo desees.

Luis, cuando se qued solo, vio acercarse un pequeo ratoncito gris.

- Soy Blancaflor - dijo. - Ten cuidado. Mi padre quiere matarte, pues el caballo que has de montar no es otro que l mismo e intentara tirarte a tierra y patearte. Clzate las espuelas, rmate de un ltigo que encontrars colgado en la pared de la cuadra y no dudes en utilizar ambas cosas hasta que el caballo, domado, te pida misericordia.

Obedeci Luis. Cuando lleg a la cuadra vio un esplndido caballo negro inmvil junto a un pesebre. Lo asi por la crin y salt a la silla, despus de haberse colocado las espuelas y apoderado del ltigo que colgaba de la pared.

Salieron al patio. El bruto empez a dar corcovas y saltos de carnero, bajando la cabeza y levantando a un tiempo las patas posteriores, con nimo de derribar al jinete.

Pero nuestro hroe no se dej desmontar y golpe al animal con todas sus fuerzas, a tiempo que clavaba ferozmente las espuelas en sus ijares, por donde no tard en correr la sangre.

- Detente, detente! - relinch el caballo. - Soy el Marqus del Sol!

- Dame mi alma, traidor, o te mato a latigazos!

- La tendrs, pero djame.

Apese Luis del caballo y el Marqus, adoptando la forma humana le condujo a una cmara sin ventanas, donde brillaban, como otras tantas llamitas, encerradas en sendos frascos de vidrio transparente, las almas de sus vctimas. Devolvi a Luis la suya y en el mismo instante el joven experiment tanta alegra que dese vivamente compartirla con alguien.

Baj al jardn y encontr el cielo ms azul, las flores ms olorosas y abigarradas; anhel volver a ver a Blancaflor exactamente igual que se le haba aparecido a orillas del ro y quiso darle las gracias por haberle salvado de los lazos que le haba tendido el hechicero.

En la impaciencia que senta por encontrarse en presencia de la muchacha Luis comprendi que al recuperar su alma se haba enamorado de Blancaflor.

Inclinse para coger una rosa.

- A cul de las tres hermanas elegiras para esposa? - preguntle la flor.

- A quin haba de elegir, linda flor? Pues a la que me ha conducido hasta aqu y me ha estado ayudando desde el primer da.

- Escchame, entonces... Para que mis hermanas no tengan celos de m y mi padre no sospeche nada de lo ocurrido, solicita hacer tu eleccin sin vernos.

- Y cmo he de reconocer a la que adoro con toda mi alma?

- Recuerda que Blancaflor, por tu culpa, perdi la punta del meique izquierdo.

Luis se present al Marqus del Sol y le dijo:

- Me marcho, pero quiero solicitar de usted un favor.

- Cul?

- Que me conceda la mano de una de sus hijas

- De cul de ellas?

- No importa. No conozco a ninguna. Sin embargo, para no ofender a las otras, quiero dejar todo a la suerte. Que se alineen sus hijas detrs de una cortina. Cada una de ellas har un agujerito en la tela y pasar a travs de la abertura el dedo meique; as escoger la que ha de ser mi esposa, sin haberle visto el rostro.

Accedi a ello el hechicero. Las tres jvenes, a las que se oa charlar y rer detrs de la cortina, hicieron, tres agujeritos en la tela y asomaron los dedos meiques.

Luis reconoci sin trabajo el dedo de Blancaflor, menguado por su culpa, y pudo elegir a la que amaba con todo su corazn.

Las otras hijas del hechicero, celosas de su hermana menor, fueron a contar a su padre que un da Blancaflor haba perdido su manto de plumas y haba prestado ayuda a Luis en contra suya.

Blancaflor las oy y resolvi emprender la fuga.

- Huyamos - dijo a su prometido. - Mi padre querr castigarme y vengarse de ti. Corre a la cuadra, toma un caballo, blanco muy viejo que vers atado a un pesebre y vente deprisa a reunirte conmigo a la puerta exterior del castillo.

Luis corri a la cuadra y vio un caballo blanco, tan viejo y flaco, que inspiraba compasin, por lo que, como haba all otros caballos, eligi el que le pareci ms fuerte y vigoroso y abandon a toda prisa el castillo maldito.

Su novia le esperaba. Haba preparado dos saquitos que colg, de la silla del noble bruto; en uno haba oro, en el otro iba encerrado su manto de plumas blancas.

- Desgraciado! - exclam al ver el caballo.

- Qu ocurre? - inquiri l sobresaltado.

- Que no has hecho caso de mi consejo y estamos perdidos. El caballo blanco es un animal embrujado que corre ms a prisa que la luz. Partamos, sin embargo; disponemos todava de algunas horas, pues he dejado en mi habitacin una camisa que responder por m, si a mi padre se le ocurre ir a buscarme.

Emprendieron el galope.

Blancaflor dijo en el camino a Luis que era preciso que llegaran cuanto antes al lejano ro, donde terminaba el poder mgico de su padre. All los fugitivos estaran a salvo de todo peligro.

El marqus del Sol haba odo el galope del caballo negro y crey, que Luis hua solo. Para asegurarse de que Blancaflor estaba todava en el castillo subi a la habitacin de su hija.

- Ests ah, Blancaflor? - pregunt, aplicando el odo a la cerradura de la puerta.

- Aq