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Programación Neurolingüística Anclándote al éxito El poder de las “anclas” en programación neurolingüística para alcanzar el éxito en todos los ámbitos Edmundo Velasco

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Programación Neurolingüística

Anclándote al éxito El poder de las “anclas” en programación neurolingüística para alcanzar el éxito en todos los ámbitos

Edmundo Velasco

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Anclándote a éxito

El poder de las “anclas” en programación neurolingüística para alcanzar el éxito en todos los ámbitos

Este material es el resultado de años de investigación y de más de 17 años de trabajo con el Dr. John Grinder, co-creador de la Programación Neurolingüística.

Cómo crear anclas positivas para alcanzar el éxito

Anclas y condicionamientos Una de las tecnologías más exitosas que se utilizan en Programación Neurolingüística se llaman “las anclas”.

Hace muchos años, un médico ruso llamado Pavlov, descubrió lo que llamamos los “condicionamientos”. Su experimento consistía en dejar un perrito sin comer. Cuando el perrito tenía mucho hambre, Pavlov le mostraba un plato con comida. Al perro se le hacía agua la boca, y cuando salivaba, el médico hacía sonar una campanita. Pavlov repitió este proceso hasta el punto que cuando él tocaba la campana, el perro salivaba aún inmediatamente después de haber comido.

En su momento, a esto se lo llamó “condicionamiento”; y en psicología se trabajó durante muchos años con el conductismo, que tiene mucha relación con los condicionamientos.

En Programación Neurolingüística los llamamos anclas.

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¿Qué es un ancla?

Un ancla es una poderosa asociación entre un estado interno intenso y un

estímulo externo.

Por ejemplo, en el caso de la experiencia de Pavlov, el estímulo externo es la campanita, y el estado interno del perro es el hambre.

Existen 3 tipos de anclas (en Programación Neurolingüística todo se trabaja desde tres partes distintas):

• Anclas visuales • Anclas sensoriales • Anclas auditivas

Anclas auditivas Para explicar las anclas auditivas, voy a darte un ejemplo con la siguiente situación:

La abuelita está gravemente enferma, y sabe que le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, junta a sus hijos y sus nietos y les dice: “No quiero que en mi entierro estén todos llorando. Es más, quiero que cuando me entierren, lleven un mariachi que me despida tocando”. Esa es la voluntad de esta señora.

Pasados unos meses, la abuela muere. ¿Y cuál es el estado interno de los hijos y de los nietos cuando están enterrando a esta señora? Efectivamente, sienten una profunda tristeza. Y en medio de esa sensación de tristeza y angustia muy intensa, suena la música del mariachi que fue a cumplir la voluntad de la abuela. Así, los parientes, hacen una neuro asociación interna llamada ancla, entre la música del mariachi y la muerte, el entierro de la abuela.

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¿Y qué le va a pasar a esta familia cada vez que escuchen música de mariachis? Se van a poner tristes, pues van a recordar el sepelio de su abuela.

Si la abuela hubiera sabido que los iba a dejar anclados por el resto de sus vidas con el mariachi, seguramente su último deseo no habría sido el mismo.

Una situación similar se da cuando en un matrimonio, la pareja asocia un momento de felicidad con una canción, por ejemplo la canción con la que se casaron, o la canción que bailaron cuando se conocieron... Estas son anclas de tipo auditivo.

Un ancla auditiva también puede ser la voz de un padre. Por ejemplo, en cierta ocasión trabajamos con un equipo de fútbol profesional, revisando qué sucede con los jugadores, y por qué fallan cuando tienen la gente tan cerca en un estadio. Los jugadores de fútbol, muchas veces provienen de familias en las que hubo mucha violencia: un padre muy fuerte, un padre grosero, quizá tomador.

Entonces, supongamos que la voz del padre es esta: “¡Eres un completo inútil!”. Este jugador, por lo tanto tiene un ancla. Y cuando está por patear, el público está muy cerca, y desde las

tribunas alguien le grita con una voz muy similar a la de su padre: “¡Eres un inútil!”.

Inmediatamente, su cerebro activa el estado emocional de cuando su padre le gritaba o lo regañaba, e increíblemente el jugador se equivoca. No es que no sepa patear, sino que un ancla se ha disparado.

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Anclas sensoriales (olfato, gusto y tacto) Los aromas, son anclas. Por ejemplo, piensa en la primera vez que tuviste una cita, con un novio o una novia, cuando eras adolescente. La primera vez que pudiste acariciar o besar a tu pareja. Quizá él usaba una colonia con olor a “brut” (generalmente los estudiantes usaban este tipo de lociones).

Así, para ella, sus primeros besos, sus primeras caricias, fueron con aroma a brut. Pero esto sucedió en su adolescencia, y ya no se acuerda de ese novio. Se casó con otro hombre, y está feliz con su matrimonio. Sin embargo, si pasa alguien junto a ella, que huele a brut... ¡y ella se acordará automáticamente de ese primer novio, de sus besos y sus caricias!

De igual modo, hay gente que afirma que “la gelatina sabe a hospital”. Esto no es así, pero generalmente cuando estás hospitalizado, la gelatina es el postre que dan generalmente en el hospital. Y así se hace el ancla.

Y así podemos seguir con muchos ejemplos. A algunas personas les pasa con el caldo de pollo, a otras con el té de hierbabuena... estas son anclas de tipo sensorial.

Ahora pensemos en otra situación: Hay una persona en el sepelio de un familiar. Llega un amigo, le pone la mano en el hombro y lo consuela: “Lo siento mucho”. Ese contacto en el

hombro es un ancla.

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Y así, sucesivamente, las personas que llegan le demuestran su apoyo y le apoyan la mano en el hombro, que es un gesto muy frecuente en estos casos. Esta persona queda anclada, y el contacto en el hombro le dispara la tristeza. Puede estar feliz, pasando un buen momento con amigos, cuando llega un amigo, lo saluda y le pone la mano en el hombro... Inmediatamente se le cortará la sensación de alegría. Esto es muy frecuente, esa situación en la que de un momento a otro se corta la sensación que tenemos y cambia por otra completamente diferente. Y probablemente se deba a algún ancla; en este caso es un ancla sensorial: gusto, olfato y tacto.

Anclas visuales Continuando con la idea de las anclas anteriores, pensemos en aquellas personas que afirman: “Los días nublados son días tristes”. Y no es que esto sea así, sino que esas personas tienen un ancla: algo triste les pasó un día nublado. De la misma manera, otras personas pueden decir “Los días nublados son románticos”, según lo que hayan vivido en un día nublado. Cada persona tiene sus anclas.

Volvamos al ejemplo de la persona que está en el sepelio. Podría haber anclado su tristeza a muchas otras cosas: por ejemplo al techo, si tenía alguna forma o color especial, y cada vez que alguien le daba el pésame ella miraba hacia arriba y veía esa forma o celosía de colores. Años después, si esta persona entra a un salón y ve un techo con esa misma forma o ese tipo de celosía, automáticamente dirá

“Este lugar me deprime, este lugar me da angustia y no me deja estar a gusto...”.

Son anclas.

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El poder de las anclas Grinder y Bandler, creadores de la Programación Neurolingüística, sabían que tenemos este tipo de anclajes. Por ejemplo, cuando una persona llega a la consulta porque tiene mucho temor a hablar en público, lo primero que nos preguntamos es “¿puede ser un ancla?”. Y ¡por supuesto que lo es!

¿Qué pudo haber pasado con esta persona?

Supongamos que a la edad de 7 u 8 años, en la escuela le tocó aprender un verso para recitarle a su madre. Lo practicó en su casa, lo sabía bien. Pero cuando llega el día de recitarlo, este niño se encuentra con que hay muchas personas frente a él, un auditorio. Y el micrófono le queda muy alto, no llega a escucharse lo que dice, la directora lo interrumpe y le baja el micrófono. Se oyen sonidos raros...

El niño entra en un estado de nervios, de ansiedad y de susto. Y se le olvida la poesía... Y no puede más que repetir el título de la obra. Los padres y el público comienzan a reír, y el niño se pone a llorar. La maestra lo consuela... pero ese niño, tendrá 40 años y cuando le pongan un micrófono delante, estará anclado a ese momento.

Pero él no sabe qué es un ancla, y por ende, no sabe que la tiene. Simplemente, la tiene.

Casi todas las fobias, son anclas. Los miedos, son anclas. Los estados de ansiedad, son anclas. Pero también podemos generar estados de excelencia utilizando las anclas.

Un ejemplo de ello es el cigarrillo. En muchos de los casos de las personas que fuman y no pueden dejar el hábito es a causa de anclas.

Voy a explicar mejor este concepto. Cuando la gente está estresada respira a mayor velocidad, inhalando y exhalando el aire con un ritmo acelerado. Esto se llama hiperventilación. En psicología, muchas veces se usa esta técnica de respiración para ayudar

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al paciente a crear una catarsis, se le pide que respire de forma agitada para ayudarla a entrar en catarsis.

Esto se debe a que la hiperventilación produce alcalosis, alterando el PH de la sangre. Una persona con alcalosis se siente con ansiedad, está estresada, tiene ganas de salir corriendo... Se siente completamente alterada, como si estuviera bajo el efecto de una droga.

Pero al fumar, se puede cambiar ese patrón de respiración, ya que se debe inhalar y exhalar de forma pausada, lenta. Cuando la persona está alterada y respira de forma agitada, siente la desesperación que causa la alcalosis. Toma un cigarrillo e inmediatamente baja el ritmo de su respiración, y siente así que el cigarro lo ayuda a calmarse: se siente bien fumando. Solo puede respirar a través de un cigarrillo. Es decir, que tiene un ancla para respirar a través del cigarrillo.

En nuestra infancia, nuestros padres también nos anclaban. Sabíamos cuándo estaban enojados: subían una ceja, entrecerraban un ojo. Por ejemplo, cuando ibas de visita a alguna

casa y antes de salir tus padres te advertían que no corrieras. Si al llegar, otros niños te invitaban a jugar al patio, tú mirabas a tu padre, él solo levantaba la ceja y tú ya sabías que debías quedarte adentro y sentado. Estabas anclado a ese gesto.

Hay gestos de nuestros padres que pueden anclarnos toda la vida, y tienen el poder de quitarnos todos nuestros recursos y hacernos sentir miserables.

En síntesis, tenemos anclas a muchas cosas, a cientos de cosas. Pero lamentablemente, no siempre sabemos que tenemos esas anclas. Son anclas auditivas, visuales y sensoriales, que nos afectan de distinta forma, con mayor o menor intensidad, positiva o negativamente.

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Anclas positivas De la misma forma que existen anclas negativas, podemos generar anclas positivas. Por ejemplo, si tienes miedo de hablar en público y no sabes cuál es el ancla; podemos poner otra ancla positiva y dispararlas al mismo tiempo. De esta forma, ambas anclas se colapsan y se eliminan: un ancla negativa se elimina con un ancla positiva.

En algunos casos, cuando una mujer obesa llega a mi consultorio desesperada para bajar de peso, suelo poner un ancla para que ella la dispare después en el momento que quiera. Para ello, la cito después de alguna comida. Cuando esta mujer llega, la hago cerrar los ojos y visualizar la comida que más le gusta. De forma imaginaria, hago que esta mujer vea esa comida, sienta su aroma, sienta su textura entre las manos. Manteniendo siempre los ojos cerrados, le ordeno que pruebe un bocado de ese manjar que está imaginando.

Y cuando la mujer está saboreando en su mente ese plato, le digo: “Ahora usted, al morder, escuchó un ruido extraño. Observe que dentro de ese manjar, había una cucaracha. ¡Y acaba de comerse la mitad de esa cucaracha! ¿Siente el sabor de ese líquido blanco en su boca?”

Inmediatamente, la mujer comienza a sentir náuseas, se le seca la boca, hace gestos de asco...

En ese momento, le toco una parte de su cuerpo, puede ser la muñeca o un dedo. Así, hago un ancla negativa, para que cada vez que se toque la muñeca o su dedo, sienta náuseas.

Incluso, puedo incrementar más este estado. La invito, siempre de forma imaginaria, a servirse un vaso de agua para enjuagarse la boca. Y cuando la persona imagina que está tomando un trago, agrego “Lamentablemente, alguien había vomitado dentro de ese vaso”. La hago que recuerde el olor a vómito, que sienta el gusto de ese vómito en su boca. Y así, genero un estado intenso de asco y náusea, y lo relaciono con un ancla.

Cuando esta mujer vaya a almorzar o a cenar, le bastará con tocar su muñeca o su dedo, para sentir esas náuseas y perder el apetito. Esto podrá hacerlo cuando quiera. Y si no activa el ancla, podrá comer tranquilamente, también cuando quiera.

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A esto, lo denominamos un ancla de recursos.

Siguiendo el mismo razonamiento, supongamos que cada vez que estoy pasando por una situación de excelencia profesional, en la que me siento bien, me toco una parte del cuerpo, por ejemplo el lóbulo de la oreja. Así, hago un ancla sensorial al estado de sentir placer por hacer bien mi trabajo. Al hacerlo varias veces, cada vez que estoy haciendo bien mi trabajo, voy asociando el circuito neuronal al estado de tocar el lóbulo de mi oreja. En este caso entonces, el estado intenso externo es la excelencia profesional, el estímulo externo es tocarme el lóbulo de la oreja.

Si un día tengo que dar una disertación profesional y estoy cansado, pasé una mala noche o simplemente no pude dormir las horas suficientes, ¿qué pasará si toco el lóbulo de mi oreja? Inmediatamente se activarán mis circuitos de excelencia profesional, y podré hacer mi trabajo correctamente.

¿Podemos anclar entonces a nuestros hijos? Claro que sí.

Por ejemplo, cuando un hijo llega en un momento de satisfacción total por haberse sacado una buena nota en el colegio, podemos crear un ancla para esa sensación de excelencia escolar. Podemos tocarle el hombro, apretando levemente mientras lo felicitamos... y habremos creado el ancla.

Cada vez que el niño trae un logro escolar, ya sea una buena calificación o una nota favorable de su maestra, repetimos esa misma acción, ese gesto de apretarle ligeramente el hombro. Y cuando un día el niño se siente atemorizado, que cree que no va a pasar un

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examen, cambiaremos automáticamente su estado al tocarle el hombro. Habremos creado un ancla de excelencia para el estudio.

Tenemos anclas incluso para ir al baño. Muchas personas están anclados visualmente a su baño y al salir de viaje no pueden hacer todas sus necesidades en otro lado. Esto se solucionaría si cuando están en un baño extraño, cerraran sus ojos y visualizaran su propio baño, imaginaran sus objetos, su toalla, etcétera. Así es el poder de las anclas, para bien o para mal.

De la misma manera, cada vez que tienes un momento de amor hermoso con tu pareja, puedes anclar ese momento para bien, por ejemplo tocándole el hombro a tu compañero. Así, si una vez llegas tarde a casa y tu pareja te está esperando con enojo, puedes tocarla en el hombro y activarás el ancla del estado amoroso y disparará amor hacia ti. Una recomendación en este caso, es poner anclas amorosas en lugares a los que solamente tú tengas acceso, de lo contrario podría activarlas otra persona y se dispararía el amor de tu pareja para alguien que no eres tú.

Esto no es manipulación, también puedes pedirle a tu pareja que te ancle a algún momento agradable. Y así, ambos podrán disparar sus anclas para enfrentar juntos situaciones más difíciles, en un estado mucho más favorable.

Para cerrar esta sección, recordemos entonces la definición de anclas:

Un ancla es una poderosa asociación entre un estado interno intenso y un

estímulo externo.

Existen anclas visuales, anclas sensoriales y anclas auditivas.

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Anclas, fobias y alergias Las fobias son anclas. Incluso muchas alergias son anclas. Muchas de las cosas que le impiden a alguien alcanzar la excelencia, son anclas.

¿Por qué decimos esto? Porque estamos inundados de estímulos positivos y negativos que han generado esta fijación en nuestro cerebro.

Por supuesto, no es que seamos víctimas de la situación. Lo que sucede es que somos capaces de sentir intensamente los estados. Una vez que sentimos intensamente un estado, es posible que se instale un ancla.

En un estado de angustia, estás tan intensamente dolido, que debes tener

mucho cuidado de no disparar un ancla.

En un estado de excelencia, no dudes en colocar un ancla de poder. Esto te

ayudará a colapsar cualquier otro ancla que te anule tu estado de excelencia.

Por ejemplo, supongamos que entras a un lugar y automáticamente se te va la energía, te desanimas, te sientes mal. Quizá el techo del lugar te recordó al sepelio de un ser querido, o los colores de ese lugar te recordaron a los colores del cuarto de castigo de tu infancia, quizá el aroma del ambiente te recordó al olor que había en la Dirección de la escuela un día que te regañó el Director. No es posible descubrir cuál puede ser el ancla que te produce ese estado, pero sí sabes que algo te ha afectado.

Pero, si previamente has creado un ancla de poder cada vez que estabas en un momento de excelencia, conoces ese ancla y puedes dispararla. El ancla positiva, inmediatamente va a eliminar el ancla negativa y tu estado será de excelencia.

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Cómo anclarnos al éxito ¿Podemos anclarnos al éxito? ¿Podemos tener anclajes que nos permitan ser mejores? Sí, podemos.

El principio fundamental que tiene nuestro cerebro es que no puede diferenciar entre pensamiento y realidad.

Si veo algo en mi mente, recuerdo las sensaciones en mi mente y los sonidos en mi mente, mi cerebro no sabe si es real o mentira. Él simplemente lo activa. Por lo tanto, se puede hacer un ancla solamente con la imaginación. No es necesario vivir un estado de excelencia, basta con recordarlo.

El cerebro no necesita que vivamos un estado de excelencia de verdad para activarlo. Por ejemplo, si alguna vez metiste un gol, ese es un estado de satisfacción. Puedes anclarlo en este momento, si recuerdas las imágenes, los sonidos y las sensaciones que tuviste.

Si alguna vez recibiste un premio o ganaste un trofeo, si alguna vez hiciste algo con excelencia, puedes evocarlo en este momento en imágenes, sensaciones y sonidos. Tu cerebro va a responder como si estuvieras realmente en ese momento. Y entonces, coloca un ancla. Así de sencillo es colocar un anclaje.

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Algunos ejemplos Cuando una persona tiene fobia a las alturas, lo primero que hago es anclar el pensamiento negativo. Para ello, la hago cerrar sus ojos, e imaginar que está en un lugar muy alto. Le hago pensar en lo que ve cuando está en las alturas, lo que siente cuando está en las alturas y lo

que escucha en ese momento. La persona comienza a entrar en pánico. Cuando noto que está muy alterada y verdaderamente su cerebro está disparando el circuito neuronal del miedo a las alturas, le toco el hombro (ancla sensorial). O hago un sonido (ancla auditiva), o muevo mi mano (ancla visual) haciendo un ancla.

Después de eso, le pido que abra los ojos, y la distraigo un poco para que salga de ese estado de nervios. A continuación, le pido que imagine un momento de excelencia, que acceda a un recuerdo de una situación gratificante. La hago recordar lo que veía, lo que escuchaba, los

aromas de esa circunstancia. Y cuando noto en su rostro, en su respiración o por la posición de su cuerpo que ha alcanzado ese estado de excelencia, también la toco, o hago un sonido, o un movimiento con el fin de anclarla.

Si decidí tocarla en el hombro, dejo de hacer contacto. Le pido que abra los ojos. Y a continuación, toco el ancla positiva y el ancla negativa, ambos contactos al mismo tiempo. Automáticamente, esa fobia se va a colapsar y va a desaparecer.

Por eso decimos que con Programación Neurolingüística puedes eliminar una fobia en 10 minutos, utilizando esta técnica denominada “colapso de anclas”.

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De la misma forma, puedes eliminar un miedo; si activas el miedo y un recurso, anclas ambos y luego los disparas a los dos al mismo tiempo.

Estamos anclados ya a cosas de excelencia, y también a cosas de no excelencia. ¿Por qué ser víctimas de nuestros archivos o de nuestras anclas? ¿Por qué vivir el mundo a merced de lo que aparece a nuestro alrededor, que puede disparar anclas positivas o disparar anclas negativas? Nos convertimos en títeres de la vida, si no tomamos el control en nuestras manos.

Ya sabes entonces que existen miles de anclas, y cada quien tiene las suyas. Ya sea para ir al baño, para dormir, etcétera. Por ejemplo, algunas mujeres tienen un “vestido de la suerte”: según ellas, cada vez que se ponen ese vestido, tienen éxito y conquistan al hombre deseado. ¿Pero qué pasa si un día, en la tintorería le queman sin querer ese vestido? No está más el vestido: ¡se acabó el sex appeal!

Poner el ancla fuera (en una medalla, en un llavero, en un amuleto, etcétera), entraña el enorme riesgo de que un día ese objeto se pierda o no lo tengas contigo y te quedes sin tu recurso.

Por esta razón, es mejor utilizar anclas internas (tu muñeca, tu oreja, etcétera), porque de esta forma el recurso siempre está contigo.

De hecho, si reconoces que un objeto es lo que activa tus estados de excelencia, rompe esa relación porque es externa.

No son los objetos, no son las personas, hay que poner anclas internas: tus contactos, tus sonidos, tus emociones.

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Activa tu estado de excelencia y haz un ancla Vamos a prepararnos para activar nuestro éxito y anclarlo. Para ello:

Piensa en un momento en el que has sido excelente y has logrado la excelencia. No importa si esto pasó hace mucho tiempo. Esa es la prueba de que todos los recursos que necesitas para ser excelentes están en este momento.

Accede a ese estado de

excelencia con tu mente: Recuerda las imágenes de ese momento en el que fuiste excelente. Recuerda también los sonidos asociados a ese evento. Y recuerda los aromas que se sentían en ese momento de excelencia personal. Cuando lo logres, y veas, escuches y sientas nuevamente todo lo que viviste ese día, estarás ordenando a tu memoria muscular que active tus circuitos de excelencia.

Lamentablemente, la mayoría de las personas hacen exactamente lo contrario de esto, y crean anclas poderosas precisamente para estados de angustia o temor. Así, generan ellos mismos sus propios miedos y fobias. A veces incluso, las situaciones que imaginan y a las que se anclan, no son situaciones que les hayan pasado realmente, sino solo fantasías o temores.

Pensemos por ejemplo en las personas que tienen miedo a viajar en avión. ¿Cuántas veces ha chocado tu avión? ¡Nunca! Sin embargo, ¿cuántas veces imaginan estas personas que el avión chocará? ¡Siempre! Imaginan que en su vuelo, el avión caerá. Y así registran un ancla, a

una situación que no es real, sino que la imaginaron. Al repetir tantas veces en su cerebro este ejercicio de visualizar el avión cayendo, generan un miedo irracional al volar, es un ancla que el avión dispara y que llamamos fobia.

Por eso decimos que la mayoría de las fobias, son anclas.

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¿Cómo podemos quitar esas fobias? Poniendo otras anclas, y disparando los mismos recuerdos al mismo tiempo, ya sea con imágenes, sensaciones o sonidos. Y en 10 minutos, se puede eliminar una fobia que existe hace más de 20 años.

Solamente hemos encontrado casos extraños en los que la fobia regresa. Esto es porque el cerebro tiene una ganancia mejor con la fobia que cuando no la tiene. Muchas veces, una fobia sirve para controlar otras situaciones. Salvo estos casos que representan un 5%, la mayoría de las fobias se eliminan en 10 minutos.

Cómo anclarte al éxito Busca un momento en el que has sentido profundamente el éxito, piensa en esa

situación de excelencia. Busca imágenes, sonidos y aromas que te lleven directamente a ese evento. Automáticamente, tu memoria muscular activa las emociones de la excelencia.

En ese momento, puedes tocar cualquier parte de tu cuerpo: la muñeca, un nudillo, el lóbulo de tu oreja, etcétera; para anclarlo. También puedes pensar en tu canción favorita y anclarlo a un sonido.

A partir de este momento, vas a reforzar este anclaje. Cada vez que te pasa algo bonito o agradable, toca ese mismo lugar, o recuerda esa misma canción.

Y cuando llegues a un lugar y algo que no puedes determinar dispara anclajes negativos en tu vida, solo tienes que tocar esa muñeca, nudillo, o lo que hayas elegido, para colapsar esa ancla negativa.

Así, tendrás un recurso para estar anclado al éxito. Tú puedes decidir si caer en un estado de depresión, o caer en un estado de excelencia.

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Los estados emocionales son accidentes. Por ejemplo, supongamos que cuando eras pequeño, te sentaban en la acera para ver pasar la gente. Y sin darse cuenta, un hombre un poco calvo te pisó el pie, causándote un gran dolor. Esto no fue adrede, pero tú inmediatamente crearás un ancla: “Los hombres calvos son malos y pisan a la gente”. Con el paso del tiempo, olvidarás por qué se hizo este ancla en tu mente, pero siempre tendrás ese temor hacia la gente con poco cabello. Y quizá alguien calvo quiere ayudarte, te ofrece trabajo con buena intención, pero tú automáticamente rechazas la comunicación con esta persona. Esto está instalado en tu mente inconsciente.

Y de esta misma manera, estamos anclados a miles de cosas.

Te desafío entonces a anclarte al éxito hoy mismo. Te desafío a que hagas un ancla y a partir de este momento, cada vez que aparezca un estado que te quite tus recursos, puedas colapsarlo. Rehúsate a vivir a merced de las anclas, a vivir con miedos, con fobias, rehúsate a la depresión y a las enfermedades. Hay miles de ellas instaladas en tu mente, tú no sabes cuáles. Pero ahora tendrás un recurso para eliminarlas.

Solo se requiere el valor de hacerlo. Tú decides: si en este momento decides tener el valor de anclarte al éxito, te desafío a que lo hagas.

Hemos dicho que estamos diseñados a imagen y semejanza de Dios. Tenemos todos los recursos para ser pequeños dioses. Activa la emoción de esos recursos que tienes de forma divina.

Asume el compromiso, siente la excelencia, siéntete como triunfador: este es el momento en el que vas a hacer el cambio de tu vida.

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Lecturas adicionales El árbol de los deseos Una historia de tigres de la India habla de un viajero muy cansado que sentó a la sombra de un árbol, sin sospechar que acababa de encontrar un árbol mágico, el árbol que hacía realidad los deseos.

Sentado en el duro suelo, pensó que sería muy agradable estar en una cama blandita. De inmediato la cama apareció a su lado.

Sorprendido, el hombre se tumbó en ella, diciéndose que el colmo de la felicidad sería que una joven viniese a masajear sus cansadas piernas. La joven apareció y le hizo un masaje muy agradable.

- Tengo hambre -se dijo el hombre-, y en ese momento comer sería su delicia.

Apareció una mesa, abarrotada de suculentos alimentos. El hombre se regaló. Comió y bebió. La cabeza le daba vueltas. Sus párpados, por la acción del vino y el cansancio, se cerraban. Se echó en la cama y pensó de nuevo en los maravillosos sucesos de aquella extraordinaria jornada.

- Voy a dormir una o dos horas -se dijo-. Con tal de que un tigre no pase por aquí mientras yo duermo.

Entonces apareció un tigre y lo devoró.

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El maestro Badwin y el té derramado El hombre llegó a la tienda de Badwin el sabio, y le dijo:

– He leído mucho y he estado con muchos hombres sabios e iluminados. Creo haber podido atesorar todo ese conocimiento que pasó por mis manos, y el que eso otros maestros dejaron sobre mí. Hoy creo que solo tú puedes enseñarme lo que sigue. Estoy seguro de que si me aceptas como discípulo puedo completar lo que sé con lo poco o mucho que me falta.

El maestro Badwin le dijo:

– Siempre estoy dispuesto a compartir lo que sé. Tomemos un poco de té antes de empezar nuestra primera clase.

El maestro se puso de pie y trajo dos hermosas tazas de porcelana medio llenas de té y una jarrita de cobre, donde humeaba el aroma de una infusión deliciosa.

El discípulo asió una de las tazas y el maestro cogió la tetera y empezó a inclinarla para agregar té en su taza.

El líquido no tardó en llegar al borde de la porcelana, pero el maestro pareció no notarlo. Badwin siguió echando té en la taza, que después de desbordar el platillo que sostenía el alumno empezó a derramarse en la alfombra de la tienda.

Fue entonces cuando el discípulo se animó a llamar la atención del maestro:

–Badwin – le dijo- no sigas echando té, la taza está llena, no cabe más té en ella…

– Me alegro que lo notes – dijo el maestro –, la taza no tiene lugar para más té. ¿Tienes tú lugar para lo que pretendes aprender conmigo…? – y siguió –. Si estás dispuesto a incorporar profundamente lo que aprendas, deberás animarte a veces a vaciar tu taza, tendrás que abandonar lo que llenaba tu mente, será necesario estar dispuesto a dejar lo conocido sin saber siquiera qué ocupará su lugar.

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Cielo e infierno Según cuenta un viejo relato japonés, en cierta ocasión, un belicoso samurai desafió a un anciano maestro zen a que le explicara los conceptos de cielo e infierno. Pero el monje replicó con desprecio:

—¡No eres más que un patán y no puedo malgastar mi tiempo con tus tonterías!

El samurai, herido en su honor, montó en cólera y, desenvainando la espada, exclamó:

—¡Tu impertinencia te costará la vida!

—Eso —replicó entonces el maestro— Eso, es el infierno.

Conmovido por la exactitud de las palabras del maestro sobre la cólera que le estaba atenazando, el samurai se calmó, envainó la espada y se postró ante él, agradecido.

—Y eso —concluyó entonces el maestro— ¡eso es el cielo!

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Aprender a bailar Santiago ingresó al hospital donde trabajaba David, víctima de una grave dolencia cardíaca. Practicamente, se estaba muriendo. Cuando David se reunió con él por primera vez, el sacerdote le preguntó:

- ¿Dónde aprendió a curar?

David rápidamente le recitó todos sus títulos académicos, que eran muchos. Luego, Santiago le preguntó:

- ¿Sabe usted bailar?

El psiquiatra le respondió poniéndose a bailar junto a su cama. Santiago, se atacó de la risa. Se levantó del lecho, y le mostró a David cómo se debía bailar. Después le dijo

- Si usted va a curar a la gente, tiene que saber bailar.

- ¿Y usted me enseñará sus pasos? – le preguntó David.

- Sí, puedo enseñarle mis pasos, pero usted tendrá que oír su propia música.

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El hombre que escupió a Buda En una ocasión, un hombre se acercó a Buda e, imprevisiblemente, sin decir palabra, le escupió a la cara. Sus discípulos, por supuesto, se enfurecieron.

Ananda, el discípulo más cercano, dijo dirigiéndose a Buda:

- ¡Dame permiso para que le enseñe a este hombre lo que acaba de hacer!

Buda se limpió la cara con serenidad y dijo a Ananda:

- No. Yo hablaré con él.

Y uniendo las palmas de sus manos en señal de reverencia, habló de esta manera al hombre.

- Gracias. Has creado con tu actitud una situación para comprobar si todavía puede invadirme la ira. Y no puede. Te estoy tremendamente agradecido. También has creado un contexto para Ananda; esto le permitirá ver que todavía puede invadirlo la ira. ¡Muchas gracias! ¡Te estamos muy agradecidos! Y queremos hacerte una invitación. Por favor, siempre que sientas el imperioso deseo de escupir a alguien, piensa que puedes venir a nosotros.

Fue una conmoción tan grande para aquel hombre… No podía dar crédito a sus oídos. No podía creer lo que estaba sucediendo. Había venido para provocar la ira de Buda. Y había fracasado.

Aquella noche no pudo dormir, estuvo dando vueltas en la cama y no pudo conciliar el sueño. Los pensamientos lo perseguían continuamente. Había escupido a la cara de Buda y éste había permanecido tan sereno, tan en calma como lo había estado antes, como si no hubiera sucedido nada…

A la mañana siguiente, muy temprano, volvió precipitado, se postró a los pies de Buda y dijo:

- Por favor, perdóname por lo de ayer. No he podido dormir en toda la noche.

Buda respondió:

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- Yo no te puedo perdonar porque para ello debería haberme enojado y eso nunca ha sucedido. Ha pasado un día desde ayer, te aseguro que no hay nada en ti que deba perdonar. Si tú necesitas perdón, ve con Ananda; échate a sus pies y pídele que te perdone. Él lo disfrutará.