Analisis de-antigona-de-sofocles

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Análisis de Antígona de Sófocles. *Por Belén Pacheco y Dahiana Belfiori. http://intensa-apalabrada.blogspot.com.ar Desde una mirada ético-política, nos encontramos frente a un conflicto cuando hay dos o más personas o grupos de personas que asumen sobre un mismo tema posiciones antagónicas -o al menos diferentes. En el caso de la obra Antígona de Sófocles, podríamos asumir que hay tal tipo de conflicto y nos podríamos preguntar cómo surge, quién lo origina y cómo determina el devenir de la tragedia: ¿Creonte, al prohibir el enterramiento y ritual fúnebre de Polinice que establecen las leyes “divinas”; o Antígona, al desafiar las leyes de la ciudad (en este caso la ley -¿capricho, deseo, hybris?- de un sólo hombre que gobierna) en nombre de las leyes no escritas de respeto al cuerpo y al propio linaje (las leyes “divinas”)? Si -como señala Duvignaud[1] - la puesta en valor de la palabra (del ser humano que habla y que con ello puede decidir y confrontar su existencia con aquello que lo aplasta), hace que la distancia que separa a los dioses de los seres humanos tienda a disminuir (en la polis griega del siglo V) aparece la política y con ello la deliberación. Antígona parece saber que lejos del ejercicio de una “razón de Estado”, la política se reafirma cuando se da lugar al ejercicio de la palabra que se contrapone al de la violencia, en este caso la violencia que impone la mudez de un “tirano”. Creonte al ordenar la prohibición de enterrar a Polinice, tensa y agranda esa distancia entre los seres humanos y los dioses que la polis de Sófocles comienza a cuestionar. Con su actitud, Creonte, no armoniza las leyes de la ciudad (la palabra deliberadora del pueblo) con las de los dioses (la cuestión fundante de enterrar a los muertos) allí es donde se crea el conflicto principal. A pesar de la prohibición impuesta, Antígona actúa según la ética griega cuando le da sepultura a su hermano muerto y se rebela así ante el poder de un solo hombre. Sabe que obrando de esta manera no va en contra de las leyes divinas ni de la voz del pueblo (que no es lo mismo que Estado, encarnado en la figura de Creonte) dejando a la vista el aspecto democrático de su propia decisión y la hybris que guía a Creonte, obedecido por medio del gobierno del miedo. De este modo dirá Antígona al ser interrogada por Creonte acerca de su osadía al desobedecerlo: “Sí, porque no es Zeus quien ha promulgado para mí esta prohibición, ni tampoco Dike, compañera de los dioses subterráneos, la que ha promulgado semejantes leyes a los hombres; y no he creído que tus decretos, como mortal que eres, puedan tener primacía sobre las leyes no escritas, inmutables de los dioses. No son de hoy ni de ayer estas leyes; existen desde siempre y nadie sabe a qué tiempo se remontan. No tenía, pues, por qué yo, que no temo la voluntad de ningún hombre, temer que los dioses me castigasen por haber infringido tus órdenes.” [2] Siguiendo a Faigenbaum y Zanger[3] , Antígona se nos presenta como un personaje bello, y esa belleza le viene porque es ella misma en todo momento. No sufre metabolé o modificación subjetiva (en términos modernos). Reivindica siempre su verdad (que no es otra que la verdad del pueblo, agregamos nosotras) y por ese motivo no puede ser entendida como una heroína ni en el sentido de la épica ni en el de la tragedia. Sin embargo es posible revestirla de ciertas características heroicas cuando la vemos desafiar el poder. Su convicción, a pesar de la fuerza que le viene de saberse sustentada en la verdad de lo sagrado, es la que la lleva a sostener el respeto al cuerpo amado de su hermano muerto y con él, el que le rinde a su linaje. Esta posición rebelde y consciente de quien defiende el derecho fundante a enterrar a sus muertos nos permite asociar a Antígona con “heroínas” actuales como las Madres de Plaza de Mayo. Según Laura Rossi, “Lo que estaba vedado a Antígona -vivir políticamente la muerte de su hermano- es lo que constituye a las Madres como movimiento social.”[4] En ese sentido, Antígona reivindica un derecho que la confronta con un Otro, sin mediaciones y es por eso que según los autores antes mencionados, aparece en la escena trágica como una “héroa” con resonancias épicas, y podríamos ver del mismo modo a las Madres: en la tragedia que imprime el terrorismo de Estado a sus víctimas -en esa escena- las Madres alcanzan una dimensión heroica al sostener el mismo reclamo con absoluta convicción durante tantos años. Aparecen otras características heroicas en Antígona que merecen ser mencionadas por la posición que ocupaban las mujeres en la antigua Grecia. No sólo se rebela al poder de un hombre particular, al mismo tiempo se rebela al poder que ejercen todos los hombres en esa cultura, dado que su posición de mujer le prohíbe tener “voz propia”, diríamos hoy, ejercer derechos políticos. Si por un lado no va en contra de la voz del pueblo, en el sentido del derecho a enterrar a los muertos, por el otro -y en esto radica su heroicidad- sí lo hace en cuanto a lo que se espera de ella en tanto mujer. Ismena se lo recuerda: “Piensa además, ante todo, que somos mujeres, y que, como tales, no podemos luchar contra los hombres; y luego, que estamos sometidas a gentes más poderosas que nosotras y por tanto nos es forzoso obedecer sus órdenes aunque fuesen aún más rigurosas”[5] Antígona le contesta desde la actitud heroica propia del héroe épico: “Déjame, pues, con mi temeridad afrontar este peligro, ya que nada me sería más intolerable que no morir con gloria.”[6]

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Análisis de Antígona de Sófocles.

*Por Belén Pacheco y Dahiana Belfiori. http://intensa-apalabrada.blogspot.com.ar

Desde una mirada ético-política, nos encontramos frente a un conflicto cuando hay dos o más personas o grupos de personas que asumen sobre un mismo tema posiciones antagónicas -o al menos diferentes. En el caso de la obra Antígona de Sófocles, podríamos asumir que hay tal tipo de conflicto y nos podríamos preguntar cómo surge, quién lo origina y cómo determina el devenir de la tragedia: ¿Creonte, al prohibir el enterramiento y ritual fúnebre de Polinice que establecen las leyes “divinas”; o Antígona, al desafiar las leyes de la ciudad (en este caso la ley -¿capricho, deseo, hybris?- de un sólo hombre que gobierna) en nombre de las leyes no escritas de respeto al cuerpo y al propio linaje (las leyes “divinas”)?

Si -como señala Duvignaud[1]- la puesta en valor de la palabra (del ser humano que habla y que con ello puede decidir y confrontar su existencia con aquello que lo aplasta), hace que la distancia que separa a los dioses de los seres humanos tienda a disminuir (en la polis griega del siglo V) aparece la política y con ello la deliberación. Antígona parece saber que lejos del ejercicio de una “razón de Estado”, la política se reafirma cuando se da lugar al ejercicio de la palabra que se contrapone al de la violencia, en este caso la violencia que impone la mudez de un “tirano”. Creonte al ordenar la prohibición de enterrar a Polinice, tensa y agranda esa distancia entre los seres humanos y los dioses que la polis de Sófocles comienza a cuestionar. Con su actitud, Creonte, no armoniza las leyes de la ciudad (la palabra deliberadora del pueblo) con las de los dioses (la cuestión fundante de enterrar a los muertos) allí es donde se crea el conflicto principal.

A pesar de la prohibición impuesta, Antígona actúa según la ética griega cuando le da sepultura a su hermano muerto y se rebela así ante el poder de un solo hombre. Sabe que obrando de esta manera no va en contra de las leyes divinas ni de la voz del pueblo (que no es lo mismo que Estado, encarnado en la figura de Creonte) dejando a la vista el aspecto democrático de su propia decisión y la hybris que guía a Creonte, obedecido por medio del gobierno del miedo. De este modo dirá Antígona al ser interrogada por Creonte acerca de su osadía al desobedecerlo: “Sí, porque no es Zeus quien ha promulgado para mí esta prohibición, ni tampoco Dike, compañera de los dioses subterráneos, la que ha promulgado semejantes leyes a los hombres; y no he creído que tus decretos, como mortal que eres, puedan tener primacía sobre las leyes no escritas, inmutables de los dioses. No son de hoy ni de ayer estas leyes; existen desde siempre y nadie sabe a qué tiempo se remontan. No tenía, pues, por qué yo, que no temo la voluntad de ningún hombre, temer que los dioses me castigasen por haber infringido tus órdenes.” [2]

Siguiendo a Faigenbaum y Zanger[3], Antígona se nos presenta como un personaje bello, y esa belleza le viene porque es ella misma en todo momento. No sufre metabolé o modificación subjetiva (en términos modernos). Reivindica siempre su verdad (que no es otra que la verdad del pueblo, agregamos nosotras) y por ese motivo no puede ser entendida como una heroína ni en el sentido de la épica ni en el de la tragedia. Sin embargo es posible revestirla de ciertas características heroicas cuando la vemos desafiar el poder. Su convicción, a pesar de la fuerza que le viene de saberse sustentada en la verdad de lo sagrado, es la que la lleva a sostener el respeto al cuerpo amado de su hermano muerto y con él, el que le rinde a su linaje. Esta posición rebelde y consciente de quien defiende el derecho fundante a enterrar a sus muertos nos permite asociar a Antígona con “heroínas” actuales como las Madres de Plaza de Mayo. Según Laura Rossi, “Lo que estaba vedado a Antígona -vivir políticamente la muerte de su hermano- es lo que constituye a las Madres como movimiento social.”[4] En ese sentido, Antígona reivindica un derecho que la confronta con un Otro, sin mediaciones y es por eso que según los autores antes mencionados, aparece en la escena trágica como una “héroa” con resonancias épicas, y podríamos ver del mismo modo a las Madres: en la tragedia que imprime el terrorismo de Estado a sus víctimas -en esa escena- las Madres alcanzan una dimensión heroica al sostener el mismo reclamo con absoluta convicción durante tantos años.

Aparecen otras características heroicas en Antígona que merecen ser mencionadas por la posición que ocupaban las mujeres en la antigua Grecia. No sólo se rebela al poder de un hombre particular, al mismo tiempo se rebela al poder que ejercen todos los hombres en esa cultura, dado que su posición de mujer le prohíbe tener “voz propia”, diríamos hoy, ejercer derechos políticos. Si por un lado no va en contra de la voz del pueblo, en el sentido del derecho a enterrar a los muertos, por el otro -y en esto radica su heroicidad- sí lo hace en cuanto a lo que se espera de ella en tanto mujer. Ismena se lo recuerda: “Piensa además, ante todo, que somos mujeres, y que, como tales, no podemos luchar contra los hombres; y luego, que estamos sometidas a gentes más poderosas que nosotras y por tanto nos es forzoso obedecer sus órdenes aunque fuesen aún más rigurosas”[5]Antígona le contesta desde la actitud heroica propia del héroe épico: “Déjame, pues, con mi temeridad afrontar este peligro, ya que nada me sería más intolerable que no morir con gloria.”[6]

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Salirse del oikos tiene su precio, y Antígona no duda en pagarlo: no sólo no se casará con Hemón, además se quitará la vida. Las palabras de Creonte confirman el lugar reservado para las mujeres en la polis griega donde, además, la asociación entre mujer rebelde y mujer frígida se insinúa por primera vez en la literatura occidental, cuando le dice a su hijo Hemón: “No pierdas, pues, jamás, hijo mío, por atractivos del placer a causa de una mujer, los sentimientos que te animan, porque has de saber que es muy frío el abrazo que da en el lecho conyugal una mujer perversa. Pues, en efecto, ¿qué plaga puede resultar más funesta que una compañera perversa? Rechaza, pues, a esa joven como si fuera un enemigo, y déjala que se busque un esposo en el Hades.”[7]

La posición de Antígona nos remite a otra figura mítica: Medea. Si Antígona osa oponerse a la cultura patriarcal al cuestionar la autoridad del gobernante, transgrediendo los límites del hogar, Medea va más allá al aniquilar el ámbito doméstico que es propio de la mujer y resiste el papel de pura reproductora del linaje de su esposo[8]. Ambas transgreden la noción misma de la moral imperante como reacción a la opresión y a la humillación recibidas.

Reconocer ciertas características heroicas en Antígona, nos lleva a revisar dicha cuestión en otros personajes de la tragedia sofóclea. ¿Es lícito pensar a Creonte como héroe? Si lo es, ¿en qué sentido? Lo mismo vale para Hemón. Para respondernos, nos valdremos del análisis de algunas isotopías que recorren la obra. Si como señalamos, Creonte aparece poseído por la hybris, Hemón muestra la contracara de dicha postura, al ser portador de la prudencia o sophrosyne. Así lo manifiesta: “No te obstines, pues, en mantener como única opinión, la tuya creyéndola la única razonable. Todos los que creen que ellos solos poseen una inteligencia, una elocuencia, o un genio superior a los de los demás, cuando se penetra dentro de ellos muestran sólo la desnudez de su alma. Porque al hombre, por sabio que sea, no debe causarle ninguna vergüenza el aprender de otros siempre más y no aferrarse demasiado a sus juicios.”[9] Creonte puede ser leído como héroe en un sentido épico, dado que es justamente el personaje que sufre una transformación a causa de su propia hybris. Hemón, en cambio, puede leerse como un héroe puramente trágico: es en todo momento conducido por la prudencia y paradójicamente (y esto es lo que lo convierte en verdadero protagonista de la tragedia) esa misma prudencia lo lleva a suicidarse abrazado a su amada muerta.

Prudencia versus hybris, isotopías encarnadas en dos de los personajes que hilvanan a su vez, otras. La hybris encarnada en Creonte lo coloca en el lugar del tirano que genera injusticia, la injusticia de ir contra la “sabiduría popular” (una sabiduría que hoy entenderíamos como “sentido común” y que está ligada a esa noción de destino del cual no es posible evadirse que tenían los griegos: es menester de los vivos enterrar a los muertos). Aquí Antígona es la que demuestra la justicia que hay en su rebeldía: rebelde ante la injusticia, se coloca del lado de la voz del pueblo y encarna así los valores democráticos.

Otro personaje ineludible en Antígona es el que conforma el Coro. Su posición es ambigua. Si por un lado parece señalarle a Creonte su insensatez utilizando –no pocas veces- el recurso de la ironía, no deja de perturbar el hecho de que abandone a Antígona a su suerte. De hecho, pareciera ser la voz de ese pueblo sometido al poder del tirano, que tiene miedo de decir y hacer lo que realmente piensa. Ese acatamiento a las palabras del déspota lo terminan haciendo cómplice de los tres suicidios. Con anterioridad comparamos el derecho ejercido por Antígona con el de las Madres de la Plaza: si estas voces son las de la Justicia, la del Coro bien podría ser la de una sociedad que mira para otro lado, y que –en esta comparación- muestra la complicidad necesaria de la sociedad civil durante el terrorismo de Estado ocurrido en Argentina entre los años 1976 y 1983. Una obra que ahonda y que abona esta lectura que proponemos, es la de la dramaturga y escritora argentina Griselda Gambaro, “Antígona furiosa”, que anexamos a este trabajo para una futura investigación.

[1] DUVIGNAUD, Jean; “Espectáculo y sociedad”. Cap. 2: “La tragedia comienza cuando se vacía el cielo”.Caracas, Tiempo Nuevo, 1970. p. 41. [2] SÓFOCLES. “Antígona”. Barcelona, Iberia, 1983. p. 112. [3] FAIGEMBAUM, Gustavo y ZANGER, Jorge. “Antígona: entre la épica y la tragedia” www.antroposmoderno.com [4] ROSSI, Laura. “¿Cómo pensar a las Madres de Plaza de Mayo? Fin de Siglo. Buenos Aires,.N° 7 . p. 27. [5] SÓFOCLES. op. cit., p. 102. [6] SÓFOCLES. op. cit., p. 103. [7]SÓFOCLES. op. cit., p. 118. [8]SILVESTRI, Leonor. http://www.todonuevobajoelsol.blogspot.com.ar/2012/03/nosotras-parimos-nosotras-decidimos-la.html [9]SÓFOCLES. op. cit., p. 119. Publicado 11th September 2012