Amy la perrita Por: Beatriz Rodríguez Valdés

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AMY Después de escuchar casi tres horas de datos y recomendaciones de la criadora. Categóricamente, me parecieron exagerados, risibles y en parte hasta ridículos. Con el paso del tiempo, le daría la razón y entendería el porqué, de cada uno de sus consejos. Así fue la llegada de Amy a nuestras vidas. Llego a casa en una canasta, la más chica que hay para la fruta, que por cierto, le quedaba grande. La colocamos en el lugar más calientito que encontramos. Pusimos unas cobijitas y la dejamos. Esa noche, ella y la familia, no pudimos dormir. Toda ella fue llanto y ladridos, que continuaron en el día. Es de talla pequeña, peluda y de nariz húmeda; pareciera una nariz para muñeco comprada en la mercería. Los ojos vivaces y transparentes hablan sin hablar. Sus orejas caídas, su pelo de color miel, y negro azulado. Ligera de peso no llega a los tres kilos. Cuenta con la energía de una locomotora, incansable y vivaz. Increíblemente ágil cambia fácilmente de dirección, recorre cualquier tramo cuatro o cinco veces antes de que cualquiera lo haga. Emotiva, a más no poder, casi se ahoga cuando algo la emociona. Posee un oído y un olfato extraordinariamente finos. Los peluches y pelotas son sus juguetes favoritos. Diariamente sale a caminar, debidamente acompañada, a los alrededores de la colonia. Juega, sin cansarse, a la pelota; agotando fácilmente a cualquier compañero de juego Cariñosa a más no poder, y con la ayuda de su apariencia física. Llama tremendamente la atención y causa ternura en cuanta persona la ve. Produciendo expresiones como: “hay que

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AMY

Después de escuchar casi tres horas de datos y recomendaciones de la criadora. Categóricamente, me parecieron exagerados, risibles y en parte hasta ridículos. Con el paso del tiempo, le daría la razón y entendería el porqué, de cada uno de sus consejos. Así fue la llegada de Amy a nuestras vidas.

Llego a casa en una canasta, la más chica que hay para la fruta, que por cierto, le quedaba grande. La colocamos en el lugar más calientito que encontramos. Pusimos unas cobijitas y la dejamos. Esa noche, ella y la familia, no pudimos dormir. Toda ella fue llanto y ladridos, que continuaron en el día.

Es de talla pequeña, peluda y de nariz húmeda; pareciera una nariz para muñeco comprada en la mercería. Los ojos vivaces y transparentes hablan sin hablar. Sus orejas caídas, su pelo de color miel, y negro azulado. Ligera de peso no llega a los tres kilos.

Cuenta con la energía de una locomotora, incansable y vivaz. Increíblemente ágil cambia fácilmente de dirección, recorre cualquier tramo cuatro o cinco veces antes de que cualquiera lo haga. Emotiva, a más no poder, casi se ahoga cuando algo la emociona. Posee un oído y un olfato extraordinariamente finos.

Los peluches y pelotas son sus juguetes favoritos. Diariamente sale a caminar, debidamente acompañada, a los alrededores de la colonia. Juega, sin cansarse, a la pelota; agotando fácilmente a cualquier compañero de juego

Cariñosa a más no poder, y con la ayuda de su apariencia física. Llama tremendamente la atención y causa ternura en cuanta persona la ve. Produciendo expresiones como: “hay que bonita”, “que chiquita”. Estas características han hecho que se vuelva una parte muy importante de nuestra familia.

Crecimos en una casa sin mascotas. Nuestros padres nunca nos permitieron tener una. Decían que, no éramos suficientemente responsables como para cuidarla; que acabaría con los muebles y el jardín.

Hoy, las reglas han cambiado y mis padres la adoran. Cuando vienen la miman y hasta le traen premios. Más aún, se han convertido irremediablemente en sus “abuelos”. Efectivamente, acabó con el jardín, mordió los muebles, rasguñó las puertas , se comió unos cuantos zapatos y de vez en cuando, hace una “gracia” dentro de casa. Pero, el frenesí, afecto y regocijo que trajo a esta casa; son simplemente irremplazables.

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