Amor perpetuo

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Amor Perpetuo Siempre estuvo enamorado de ella, pero nunca se lo dijo por ser tímido. Se conocieron cuando apenas eran niños, en la escuela primaria. Quizás no se haya manifestado entonces, pero él se enamoró de ella desde el primer momento. Era una chica especial aún a su corta edad. De una belleza notable, buenas maneras y un estilo propio de la flor y nata de la sociedad, él siempre la vio inalcanzable. Siempre sentiría algo intenso por ella, pero las grandes diferencias entre ambos, sumado a su extrema timidez, impedirían cualquier intento de parte suya, por lo que sólo se contentaría con fantasear una vida alternativa a su lado y escribirle poemas que nadie más que él leería. Qué dolorosos serían los primeros años de su idilio, sólo contentándose con verla a la distancia, como si se tratara de un paisaje o una obra de arte, nunca sería suya. Mientras sus amigos con el tiempo entablarían relaciones prácticas con las chicas, él siempre guardaría sus mejores sentimientos para su amor platónico. Pasaría el tiempo, él controlando como fuera sus impulsos, manteniendo puro lo que tenía por dentro. Unas veces sucumbiría ante el deseo, pero ya saciado de los amores temporales, seguiría devoto a su pasión. Para él el tiempo no importaba, siempre que mantuviera vivo su gran sentimiento. Aquello se fortalecería cada vez que tuviera noticias de su amada o por conmiseración del destino la viera, siempre de lejos. Pasaron los años, llegó al otoño de su vida y aún mantenía lo suyo como vocación religiosa. Por último, murió, toda la pequeña ciudad fue a su entierro, entre ellos su amada en compañía de su esposo y algunos de la gran familia que hizo en todos esos años. Tras terminar la ceremonia, un amigo del difunto le dio una carta suya, donde le rebelaba todo el amor que le tenía. Ella se asombró, soltó un leve llanto y tras reponerse se dijo a sí misma: “Es una pena. De habérmelo dicho antes, me hubiera casado con él”.

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Amor PerpetuoSiempre estuvo enamorado de ella, pero nunca se lo dijo por ser tímido. Se conocieron cuando apenas eran niños, en la escuela primaria. Quizás no se haya manifestado entonces, pero él se enamoró de ella desde el primer momento. Era una chica especial aún a su corta edad. De una belleza notable, buenas maneras y un estilo propio de la flor y nata de la sociedad, él siempre la vio inalcanzable. Siempre sentiría algo intenso por ella, pero las grandes diferencias entre ambos, sumado a su extrema timidez, impedirían cualquier intento de parte suya, por lo que sólo se contentaría con fantasear una vida alternativa a su lado y escribirle poemas que nadie más que él leería. Qué dolorosos serían los primeros años de su idilio, sólo contentándose con verla a la distancia, como si se tratara de un paisaje o una obra de arte, nunca sería suya. Mientras sus amigos con el tiempo entablarían relaciones prácticas con las chicas, él siempre guardaría sus mejores sentimientos para su amor platónico. Pasaría el tiempo, él controlando como fuera sus impulsos, manteniendo puro lo que tenía por dentro. Unas veces sucumbiría ante el deseo, pero ya saciado de los amores temporales, seguiría devoto a su pasión. Para él el tiempo no importaba, siempre que mantuviera vivo su gran sentimiento. Aquello se fortalecería cada vez que tuviera noticias de su amada o por conmiseración del destino la viera, siempre de lejos. Pasaron los años, llegó al otoño de su vida y aún mantenía lo suyo como vocación religiosa. Por último, murió, toda la pequeña ciudad fue a su entierro, entre ellos su amada en compañía de su esposo y algunos de la gran familia que hizo en todos esos años. Tras terminar la ceremonia, un amigo del difunto le dio una carta suya, donde le rebelaba todo el amor que le tenía. Ella se asombró, soltó un leve llanto y tras reponerse se dijo a sí misma: “Es una pena. De habérmelo dicho antes, me hubiera casado con él”.