Amalia mirando el mar

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Narración breve

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Amalia Mirando el Mar.

Por: OSMOME

.

Amalia caminaba con tristeza, los recuerdos caían despedazados a cada paso y

quedaban abiertos, retorcidos, ajados sobre la húmeda arena. El mar estaba gris. Una

nube con forma de ballena de grandes fauces dormitaba caprichosa sobre un horizonte

indefinido, irreal, como sacado de una acuarela, difuminado por un descuidado pincel.

Amalia con los cabellos sedientos de brisa, revoloteando alegres tras su espalda, dejaba

la mirada perdida en el mar. Un leve zumbido la sacó de su ensimismamiento, era un

abejorro descarriado que intentaba a toda costa posarse en su pelo y quedar prendido en

uno de sus negrísimos rizos. De un manotazo ahuyentó al inquieto y porfiado insecto,

que en vuelo atolondrado se perdió tras unas rocas cercanas. Amalia detuvo sus pasos y

se echó de rodillas en la arena, sintió la humedad deliciosa en las rótulas, en las

pantorrillas y en los tobillos. De nuevo un aluvión de recuerdos empujados por la

melancolía cayó sobre la arena y esta vez fueron arrastrados por las olas. Amalia vio

alejarse flotando la tarde en que conoció a Gabriel, vio enredarse en el límpido encaje

de la espuma el verano hirviente y sensual del 95 en el camping de Las Clavellinas,

observó como era tragada por la cresta de una ola la noche en que hicieron el amor a la

orilla del río, con una coral de sapos y ranas desgañitándose en las inmediaciones,

mientras en la lejanía, se escuchaba la romántica canción de una intérprete de moda.

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Amalia mujer pájaro, Amalia Flora, Amalia Maja desnuda, Amalia crisantemo, Amalia

rosa púrpura del Cairo, Amalia canción desesperada de Neruda, Amalia Batista,

Amalia Mayombe...

Cada uno de los apelativos que le inventaba Gabriel alcanzaron las aguas y se fueron

veloces, engullidos por el azul salado del mar a las profundidades de la desmemoria.

Cinco años ya. Habían pasado cinco años desde su muerte.

Gabriel chocolate en flor, Gabriel clavo y canela, Gabriel guitarra de azúcar, Gabriel

García El marqués de caramelo, Gabriel soldado de la música, Gabriel poeta del rifle

verde, Gabriel en el verde con un rifle de poeta. Gabriel atravesado por una ráfaga de

ametralladora, Gabriel muerto en la tierra ocre de un país enorme, Gabriel asesinado

en una nube lila del cielo Angolano. Gabriel intangible, etéreo, invisible, inexistente.

Gabriel en una caja de zapatos en un frío nicho de un cementerio descuidado. Gabriel

en la memoria y desde hoy en la desmemoria.

La vida seguía. le dijeron sus padres. El tiempo todo lo cura, le dijeron los amigos. Las

heridas se cierran, le dijeron los ángeles que aparecían en sus sueños. Desde donde él

esté querrá que tu seas feliz, le dijeron las pitonisas y cartománticas. Pero ella seguía

atada a sus recuerdos, no se despegaba de sus fotos. Sin salir, sin divertirse. De la

universidad a la casa y de la casa a la universidad. Sin leer, sin escribir, sin oír música.

Así durante cinco larguísimos años. Viendo la cara de Gabriel en cada cara, viendo su

cuerpo en cada cuerpo. Alimentando la añoranza, agotando la juventud en el marco de

una fotografía (Ambos de blanco el día de su boda, sonrientes, el mar de intenso azul

tras sus espaldas, mientras ella sostiene un ramo de orquídeas malvas.) Viviendo a ser la

viuda de un mártir de la patria, de un héroe internacionalista. Recatada, silenciosa,

guardando las formas por convicción y por amor, pero también por el que dirán, por lo

inquisitivo de algunas miradas.

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Amalia plañir de campanas de duelo y dolor, Amalia óleo de una mujer sin sombrero,

Amalia agua cristalina, Amalia la novia vestida de negro, Amalia sola en una cama

fría, Amalia fría en una cama sola, Amalia inerte entre banderas dormida, Amalia

rosario de cuentas rotas, Amalia sin hombre, Amalia sin hijos.

Pero Amalia había ido a ver el mar y el mar estaba gris y una ballena de humo

dormitaba en el horizonte tras los incipientes rayos de un débil sol, y Amalia arrodillada

sobre la arena rogaba a Yemayá le enviara una señal, y entonces de las aguas salió él.

Era un joven delgado, de mediana estatura, de endeble complexión y enormes ojos de

mirada triste. Amalia reconoció su propia mirada en aquellos ojos de párpados caídos,

pero aún descubrió más, encontró en el fondo de aquellas pupilas la misma soledad, el

mismo desamparo que le embargaba. El joven chorreaba agua y tiritaba de frío. Como

única pieza de ropa llevaba un bañador de un beige gastado.

__ Hola _ dijo tímidamente al pasar junto a ella.

__ Hola _contestó Amalia sin quitarle ojo de encima.

El joven tembloroso se echó unos metros más allá, al resguardo de una duna. Con los

brazos en cruz sobre su pecho trataba de mitigar el frío. Los dientes le castañeteaban.

Amalia sacó de su bolso playero una toalla y se acercó al joven que se había quedado

acurrucado sobre la arena, en posición fetal.

__Toma _ le dijo _ te vas a helar, muchacho ¿a quién se le ocurre meterse en la playa a

estas horas?.

__ A mí_ contestó él _ y... gracias. _ Tomó la toalla y se enroscó en ella, como un

gusano en su crisálida.

Pero Amalia había venido a ver el mar, y el mar estaba gris, y Amalia había venido a

olvidar, porque ya era tiempo de olvidar, de deshacerse de todos los recuerdos. Era hora

de nacer a una nueva vida. Amalia miraba el mar, y arrodillada frente al mar suplicaba a

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Yemayá que se llevara los recuerdos en las crestas de sus olas. Entonces del agua salió

un joven, un escuálido tritón tiritando y castañeteando los dientes. Y Amalia vio en él la

señal que le enviaba Yemayá, porque Yemayá y el mar todo lo pueden, todo lo limpian,

todo lo curan.

Los ojos del escuálido joven eran marchitos y grises girasoles en un mundo sin sol.

Amalia se le quedó mirando con curiosidad, escudriñando cada porción de su cara: el

moreno de la piel, la tersura de las mejillas, la leve sombra azulada sobre la comisura de

los gruesos labios, vestigio de un bigote afeitado; el húmedo y arremolinado cabello,

goteando aún, y las simpáticas orejas de Elfo, en las que, en una de ellas, la izquierda,

un diminuto arete de plata en forma de calavera, yacía incrustado en el blando lóbulo.

Amalia vio como comenzaron a rodar las lágrimas, una tras otras, por las mejillas del

joven. Las vio escaparse sin remedio de aquellos grandes ojos fijos, mientras los

temblores seguían recorriendo el cuerpo del muchacho.

__ ¿Qué te pasa? __Preguntó ella_ ¿Te has hecho daño, te duele algo?_ El joven negó

con la cabeza. Amalia se echó frente a él de rodillas, le tomó la cara entre sus manos y

levantándole un poco la barbilla le dijo:

__Tranquilo, ya pasó, sea lo que sea que te haya sucedido ha acabado.

Su voz sonó tibia, su aliento acarició la tez del joven que con los ojos anegados giró la

cabeza y balbuceó entre gemidos: Todos están muertos... todos.... Estalló en un

frenético llanto y se abalanzó hacia Amalia abrazándola con fuerza, aferrándose a ella

como a una tabla de salvación. Amalia lo dejó hundirse en su cuerpo y en la tibieza que

de el nacía. Entre sus senos quedó apretujada la cara compungida del joven, y los

enormes girasoles grises siguieron deshojándose inevitablemente. Amalia fue recorrida

por un súbito temblor. La sintió, la palpó: la muerte todavía emanaba de la piel de aquel

muchacho, había estado jugueteando en sus carnes, pero por alguna razón aún

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desconocida, aquel endeble tritón había salido ileso del mar. Lo apretó con fuerza, y el

cuerpo masculino entre sus brazos y entre sus senos le trajo el recuerdo de Gabriel. Otro

temblor recorrió su cuerpo, pero esta vez de otra naturaleza. Llevaba mucho tiempo sin

el contacto de una piel de hombre. Miedo y erotismo se mezclaron en un sin fin de

sensaciones extrañas, placenteras y escalofriantes a la vez.

__ Cálmate __ Susurró ella __ Cálmate... Cuéntame... ¿Quiénes están Muertos?

__ Todos... __ repitió él __ Todos... __ y volvió a detonar en llanto.

__ ¿Todos... quiénes? __ insistió ella un tanto nerviosa.

__ Mi hermano Javi, Abelito el Fiera y Cundingo. Todos Muertos, ahogados,

Apuñalados... Allá... a unas cincuenta o cuarenta millas hacia el norte. __ dijo, y señalo

hacia el mar.

__ Pero… qué pasó... ¿Cómo que apuñalados? ¿Por quién? __ interrogaba Amalia con

desasosiego.

__ Se mataron entre ellos y Cundingo quiso matarme a mí... __ El llanto cortó sus

palabras, las ahogo las apuñaló también.

Amalia le volvió a apretar con fuerzas, miró al mar, el mar seguía quieto, seguía gris.

De la gran ballena de humo sólo quedaban tiras dispersas de la cola. Amalia imaginó

tres jóvenes cadáveres tendidos en la lejana línea del horizonte navegando hacia un

futuro incierto.

__ Tenemos que avisar a la policía, avisar a alguien... __ Dijo ella.

__Nooo... a la policía no, a la policía no. __Gritó el muchacho, desesperado, sin dejar

de llorar.

__ Pero… ¿por qué no?__ Insistió ella.

__ Nos íbamos ilegalmente del país. __ balbuceó él mientras se tragaba los líquidos

pétalos que seguían derramando los girasoles de sus ojos.

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Amalia había venido a ver el mar, y el mar estaba gris, y Amalia había venido a

olvidar, porque ya era tiempo de olvidar, y el mar estaba quieto, y Yemayá, que todo lo

cura y todo lo puede, le haría olvidar. Pero del mar salió un joven tembloroso y asustado

que había escapado de las zarpas de la muerte. Amalia vio en sus ojos la misma tristeza

que le embargaba, y vio en el una señal. Qué raro es el destino, por qué los dioses nos

tejían esos enrevesados caminos. Por qué Yemayá le enviaba fantasmas y terrores, en el

cuerpo de un muchacho, para acabar con sus propios terrores y fantasmas, para ayudarla

a olvidar y a comenzar una nueva vida.

Lo despegó suavemente de su cuerpo, acarició tiernamente su cara y le escurrió con los

dedos el agua del encrespado cabello, luego le miro a los ojos húmedos y rojos, y con

voz maternal le pidió le contara todo lo sucedido, ella estaba allí para ayudarle a él y a

ella misma, Yemayá así lo había predestinado, estaba segura, él era la señal, su señal.

Juntos saldrían de aquello porque así lo había decidido la reina de las aguas. Yemayá y

el mar los habían unidos.

El joven no entendió lo que Amalia le decía pero aquella voz dulce le daba confianza y

le brindaba protección, como una manta de lana virgen en una zona helada. Cada vez

que las palabras que salían de la boca de ella resbalaban por su tez y por su cuerpo

semidesnudo, le embargaba un calor placentero que le hacían sentirse un polluelo dentro

del cascarón. Entonces la miró bien por primera vez. Era bonita, muy bonita. El pelo de

gruesos rizos le caía sobre la frente y los hombros en caprichosos arabescos. Sus ojos,

negros y achinados, le miraban con atención y desenfado, pero en el fondo de ellos

podía adivinarse a la señorita Soledad de Silvio danzando envuelta en velos de

melancolía. Tenía labios pulposos de herencia mestiza y una nariz pequeña, un poco

achatada. Ésta cara le recordaba a alguien... sí, claro, se parecía a Tojosa, la sufrida

esclava de una vieja telenovela que había hecho furor.

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__ ¿Cómo te llamas? _ preguntó Amalia. Él, algo más calmado y secándose las

lágrimas con el dorso de la mano, contestó:

__Noel, me llamo Noel... y tú... ¿Tojosa?

__ ¿Tú también piensas que me parezco a Luisa María Jiménez?

__ Sí... mucho... pero tu eres más...

__ ¿Más...?

__ Bonita.

__ Gracias, pero me llamo Amalia ¿te sientes mejor? __ él asintió con la cabeza __

Bueno cuéntamelo todo.

Noel comenzó a narrarle su historia a Amalia entre suspiros y pucheros. La noche

anterior su hermano Javi, sus amigos Abelito el Fiera, Cundingo y él, se habían hecho a

la mar en una balsa construida con bidones de plástico y cámaras de neumáticos

hinchadas a modo de flotadores, sobre los cuales habían colocado tablones de madera

atados con cuerdas y viejas tendederas. Destino: el codiciado Miami. Llevaban meses

planeándolo todo. Habían reunido unos dos mil quinientos dólares por cada uno con la

venta de varias pertenencias: grabadoras, relojes, bicicletas, motos Benjovinas, películas

de video y aparatos de video, ropa de moda, joyas de la familia y un etcétera de

pacotilla, como ellos solían llamar a los artículos de procedencia extranjera. El dinero

era para llegar y no encontrarse con una mano delante y la otra detrás, aunque tenían

amigos que les ayudarían una vez allí. Llevaban además algo de comida, protectores

solares para la piel, medicamentos, salvavidas, una brújula y mucha agua. Zarparon al

anochecer, si es que a aquello se le podía llamar zarpar, desde un alejado punto de la

playa en la que ahora se encontraban. Remaban media hora aproximadamente y

descansaban quince minutos. Habían entrenado mucho para soportar las fatigas. La

noche era fresca y corría un vientesillo agradable que les aplacaba los sudores. Remaban

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eufóricos y parlanchines, y hasta cantaron algunas canciones de Celia Cruz, Willie

Chirino y Gloria Stefan, aquellas canciones vedadas a la garganta y al oído del cubano

común, como simbolizando la ¨libertad¨ que les esperaba. Pero a pesar del

entrenamiento las fuerzas comenzaron a flaquear, entonces decidieron acortar el tiempo

de remado y alargar los descansos. El mar hasta ese momento los había acompañando

con una calma absoluta. La oscuridad total les impedía apenas verse entre ellos mismos.

A cada rato encendían una linterna y consultaban el rumbo con la brújula que ese habían

procurado (una reliquia museable que perteneció al abuelo gallego de Noel y Javi y que

había recorrido, en su bolsillo, la travesía de éste por el Atlántico en el 1902, desde su

Ourense natal hasta las costas de la Habana en busca de un futuro mejor) Y acaso no era

eso lo que pretendían ellos. A su abuelo nadie se le ocurrió nunca decirle que por haber

abandonado España era un traidor a su patria, por qué, entonces, a ellos sí los tildarían

de traidores, de apátridas, si los pescaban en la huida. ¿Por qué eran ellos traidores?

¿Porque se iban al bando del enemigo, a las entrañas del monstruo? Pero si a ellos les

daba igual la política y el régimen social, sólo querían probar suerte y buscar una

oportunidad, una mejora económica. Trabajar como mulos, pero que al final de la

jornada hubiera valido la pena y decir: Me han explotado pero he tenido mi recompensa,

ahí está: un techo, comida, ropa, y, con el tiempo y un ganchito, otras cosas.

¿Materiales? Sí, por qué no. Acaso eso no era lo que proclamaba el socialismo,

satisfacer las demandas cada vez más creciente de la población. Pues ellos tenían

muchas demandas y necesidades y no veían la forma de que fueran satisfechas.

Noel tragó saliva. Miró fijamente a Amalia. Ella seguía su relato con sumo interés, sin

embargo él dijo:

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_Perdona me estoy extendiendo en vacuas explicaciones que no vienen a cuento. No sé

por qué quiero justificar, lo injustificable. La verdad es que...

_ Que tú no querías marcharte _ Le interrumpió Amalia _ Tú querías quedarte ¿No es

así?.

_Sí, cómo lo sabes...

_ No sé, intuición femenina quizás.

_ Es cierto, yo no estaba muy convencido. A mí no se me había perdido nada allá en

Miami. Yo aquí soy feliz a mi manera... no te niego que tengo una frustración del

carajo, que a veces me siento ahogado, amordazado, que miro hacia delante y veo un

futuro mediocre... pero a pesar de ello amo esta tierra, amo a esta gente, estas son mis

raíces y no quiero perderlas. Aquí está todo mi universo, todo lo que quiero: Mi madre

(Que en paz descanse) mis amigos, mis recuerdos...

_ ¿Tu novia?

_No, no tengo novia. Quizás _Continuó Noel _ vivir aquí sea como una maldición. La

maldición del isleño. Sé que quedarme conlleva a que siga encerrado en una jaula

invisible. A que siga alimentando de esterilidad mi bufanda de recorrer caminos, de

conocer la nieve... pero de alguna manera siento que mi lugar es éste...

_ Entonces ¿qué pasó?

_ Mi hermano Javi… Él odiaba esto. Llegó a decepcionarse tanto.... Él influyó mucho

en mí...

_Decepcionarse ¿de qué?.

_ De todo... pero esa es una historia demasiado larga y ahora ya no tiene sentido, él está

muerto... muerto... _ de nuevo Noel irrumpió en sollozos.

Amalia le abrazó con ternura y sin saber porqué, como si una fuerza sobrenatural le

hubiera empujado, comenzó a besarlo en las mejillas, en la frente, en los ojos, para

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luego rematar con un débil beso en los labios. Noel se dejó hacer y también

inexplicablemente, a pesar de la amargura que le invadía por dentro, debido a la pérdida

de su hermano y de los violentos acontecimientos que había presenciado, sintió un

estremecimiento, como un extraño y súbito cosquilleo eléctrico que le bajó al estómago

y le erizó la piel, dejándole el corazón paralizado y el arrugado sexo despertando de un

letargo frío y antiquísimo.

Pero Amalia había venido a ver el mar, y el mar antes gris se estaba volviendo azul.

Amalia había venido a olvidar, porque ya era tiempo de olvidar, y del agua salió un

naufrago caído por la borda de un Arca repleta de sueños. Y Amalia vio en él la señal,

su señal. Y aquel endeble naufrago escapado de la muerte, estaba renaciendo ahora

entre sus brazos, en el filo sedoso de su boca, en el calor sensual de su cuerpo. Yemayá

todo lo puede, Yemayá todo lo cura. Yemayá ahora estaba sacando su manto azul de

mar y ponía en el cielo los mejores rayos de luz. De la inmensa ballena de humo ya no

queda nada. El abejorro descarriado al fin pudo posarse en su pelo.

¡Oh! Gabriel vuelve en el átomo invisible, en la molécula de agua... Gabriel saliendo

del mar...

Gabriel en cuerpo ajeno como un ángel caído...

(No Amalia, no, has venido a olvidar, a renacer... Olvídame Amalia, olvídame...)

La voz en su cabeza retumbó como un bolero. Se clavó como miles de alfileres.

Olvídame Amalia, olvídame...

Amalia comenzó a olvidar. Este era otro cuerpo, estos eran otros labios...

Gabriel humo y ceniza, Gabriel cae el telón, Gabriel árbol marchito, Gabriel sinsonte

que vuela...

Adiós, Gabriel, adiós...

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Noel devuelve los besos. Tímidamente acaricia la cara de Amalia. Sus dedos como

frágiles alas recorren sus contornos, dibujan sus relieves, sellan sus ojos. Siente palpitar

el sexo debajo del bañador beige. Su sexo se inflama, se hace grande, se vuelve mástil.

Noel tiembla...

Amalia abre su blusa de algodón. Los senos brotan. Son tiernos frutos, capullos que

llevan tiempo sin ser libados. Amalia tiembla...

Noel recorre con su lengua el pezón erizado, el círculo perfecto de color canela. Noel

llora...

Amalia llora...

Yemayá llora y llora el mar...

Gabriel se ha ido en la misma nube lila del cielo angoleño y llora. Sigue cantado su

bolero: Olvídame Amalia, Olvídame... Vuelve a ser feliz...

.

_ ¿Por qué?_ Pregunta Noel_ ¿Por qué haces esto?

_ Te ayudará a olvidar, nos ayudará a olvidar.

_ Pero… no me conoces...

_Tus ojos me han dicho que puedo confiar en ti...

_ A mí los tuyos también... pero, no sé... qué va a pasar ahora. No me queda nada, no

me queda nadie...

Noel llora, llora con fuerzas, con ganas; su corazón está pariendo la amargura. Sus ojos

reviven de nuevo el horror. Su sexo fenece. Los enormes girasoles se esconden tras sus

manos mientras los pétalos caen vencidos en la arena húmeda que los devora. Siente

que tiene que terminar de sacarse el espanto, dejarlo allí para que la arena también lo

devore.

_Todo ha sido culpa mía, todo...están muertos por mi culpa...coño...por mi culpa...

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_ Tranquilo... Qué pasó. Cuéntamelo... Desahógate... _ dice Amalia enjugando sus

propias lágrimas.

_ Estábamos muy cansados... ya nos dolía todo, empezaba a hacer frío... _ Noel sintió

un nudo en la garganta que le impedía seguir hablando.

_ Espérate...

Amalia se levantó, se dirigió hacia donde había dejado el bolso, le echó mano y regresó

donde Noel. Sacó del bolso una botella de agua y un frasco de comprimidos. Extrajo de

éste una pastilla.

_ Toma, bebe... y trágate esto.

Noel se llevó la pastilla a la boca sin preguntar que era y se empinó al pico de la botella.

_ Es Diazepán, te sentará bien... lo sabré yo... ¿Mejor? ¿Sí? Bueno, pues escúpelo todo,

todo ese horror, toda esa culpa, vomítala. Siente a Yemayá. _ Amalia cogió una pulida

y pequeña piedra de la arena y la colocó entre las manos de Noel._ Ella me a puesto en

tu camino para hacerte olvidar, como te ha puesto a ti en el mío para hacerme olvidar.

_ El caso es que ya no nos quedaban más fuerzas_ Continuó relatando Noel._estábamos

muy agotados. No teníamos idea de cuanto tendríamos que remar aún. Si estábamos

todavía en aguas territoriales o ya habíamos salido de ellas. Temíamos nos sorprendiera

el amanecer y fuéramos vistos por los guardacostas de uno u otro bando.

Yo empecé a quejarme: que aquello era una locura, que nos iban a coger, que nunca

teníamos que habernos ido. Mi hermano me dijo que me callara, pero yo no le hice caso

y seguí con mis lamentaciones. Trató nuevamente de acallarme dándome un codazo que

me dejó sin aire y con el que me deshice en llanto. Abelito El Fiera se iba

impacientando, lo sentía murmurar y resoplar, hasta que en un ataque de ira gritó:

__ Javi, dile al cacho de maricón este que se calle o lo voy a despingar to’. Me tiene

hasta los cojones con tanta blandenguería.

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__Noel, deja la bobá acere_ Gritó Cundingo también.

__Nos van a coger, coño, nos van a coger...Javi, esto es una mierda, vamos pa’

tras...Javi._imploré yo a mi hermano.

__Noelito, calla ya, coño, calla, que hasta a mí me estás poniendo nervioso. _replicó mi

hermano.

__ Este es un rajao, si quiere regresar que se tire al agua y que nade, a ver si se lo jaman

los tiburones y no resinga más._ Díjole Fiera.

__Venga cagao, que eres un cagao, tírate y jódete, mariquita.__Dijo Cundingo.

__Para ya Cundingo, acere, que el horno no está pa’ galletitas. __Dijo Javi.

__Ah, no defiendas tanto a tu hermano tú, que éste no ha puesto na’ aquí, sabes, y lo

que ha estado es todo el tiempo jeringando el hijo de puta.__soltó El Fiera iracundo.__

Si está aquí es por ti. Porque lo que es por mí, este maricón, hijo de puta, no hubiera

puesto el culo en esta balsa.

__Ya me han enpingao, cierra esa boca cochina pa’ referirte a mi familia, no mientes

más a mi madre muerta, singao por el culo, más puta será la tuya, cabrón, y más

maricón eres tú, y sabes bien por qué te lo digo, no me hagas hablar Fiera , no me hagas

hablar, que tu sabes que yo sí sé...

__Qué coño tú sabes de qué, pendejo, qué coño tu sabes de qué...

__Fiera... vamos a dejarlo ahí, cojones, vamos a dejarlo...

__Eh, qué te sabe éste, Fiera...__ Preguntó Cundingo.

__Na’, comepinga, na’, qué me va a saber...lo que pasa es que se a acojano como la puta

de su hermano.

__Fiera, te lo advertí, basta ya de ofender, basta ya...o te juro que te parto en dos aquí

mismo.

__Ah, éste se ha volao, qué tu dice maricón...

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__Mira, ya me cansé, más maricón eres tú, o ya se te olvidó lo tuyo, se te olvidó que en

el Pre te cogieron con dos libras de carne metías en el culo...eh, se te olvidó, pájaro de

mierda...

__Cállate, Singao, cállate... __Gritó el Fiera y se abalanzó sobre mi hermano que estaba

justo delante de él.

__Ahhh, Me has jodido desgraciao, me has jodido.___ gritó mi hermano. Luego

sentimos caer su cuerpo al agua. Cundingo encendió la linterna, entonces vimos al Fiera

jadeante, con los ojos llenos de lágrimas y la navaja en la mano chorreando sangre.

Después todo fue muy rápido, yo llamando a mi hermano, El fiera y Cundingo

discutiendo, mi hermano que no respondía, ellos comenzaron a pelarse, la linterna de

Cundingo cayó al agua. Todo quedó de nuevo a oscuras, saqué la mía y comencé a

alumbrar hacia el mar. A pocos metros estaba el cuerpo de mi hermano, la sangre

manaba a su alrededor, remé hasta él, los otros seguían discutiendo, le giré boca arriba,

estaba muerto. El Fiera le había atravesado el corazón con la navaja. Me quedé mudo de

espanto, quería gritar y no podía, sentí que un frío glacial se apoderaba de mi cuerpo,

era miedo, era terror. En la discusión Cundingo se acaloró y golpeó al Fiera con la

cantimplora en la cara, luego se le tiró al cuello con sus potentes manazas, hasta que

comprobó que le había estrangulado, entonces lo empujó al agua. Era mi amigo, coño,

gritaba, era mi amigo Fiera, era mi brodher, nadie jode a un brodher mío. Al mismo

tiempo se giró hacia mí, yo le alumbraba con la linterna. Todo por tu culpa, me dijo,

esto se ha ido a la mierda, coño, a la mierda, ya no merece la pena... aquí vamos a morir

todos, y ahora… En el suelo de la balsa la navaja del Fiera yacía ensangrentada,

Cundingo la recogió y se me echó encima, apagué la linterna de golpe y le esquivé,

perdió el equilibrio y su cuerpo golpeó contra los tablones, la cabeza fue a parar justo

encima de mis pies, traté de escapar levantándome pero me agarró por la pantorrilla,

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entonces cogí el remo que llevaba a mi lado y le golpeé en la cabeza, le golpeé con

fuerza, sentí la madera hacerse añicos en el cráneo. Me había convertido en un asesino,

pensé que le había matado en ese momento, pero no, volvió a ponerse en pie, lo sentía

manotear en el aire buscándome. Me arrinconé lo más que pude al borde de la balsa, aún

con el pedazo de remo en una mano y la linterna en la otra. Entonces me encontró, su

enorme zarpa atrapó mi pulóver y pude percibir muy cerca el frío acero de la navaja,

pero no le di tiempo a asestar la puñalada que se me venía ciega y sin rumbo sobre

cualquier parte de mi cuerpo. Con una rabia que no sabía de dónde me salía, y con una

idéntica destreza, logré zafarme y comencé a propinarle golpes a diestra y siniestra con

el cacho de remo y con la linterna. Le oía gritar de dolor pero no emitía palabra alguna.

De pronto sentí que uno de los golpes con la linterna le había alcanzado la cabeza, su

cuerpo cayó como un enorme pedrusco al borde de la balsa y luego al mar. No lanzó ni

un quejido, le había matado, le había fulminado con un linternazo en la sien, lo pude

comprobar cuando, casi saliéndoseme el corazón por la boca y un escalofrío recorría

todo mi cuerpo, encendí la linterna y el cono amarillento de luz me devolvió su cabeza

sangrante y sus ojos fijos e inmensamente abiertos, mirándome desde la negrura de la

muerte de forma acusatoria. Seguí rastreando con la luz de la linterna y descubrí los

cuerpos de mi hermano y de El Fiera flotando a la deriva y alejándose cada vez más de

la balsa. La cabeza me daba vueltas y el estómago se me revolvió de tal manera que

comencé a vomitar hasta casi echar el alma y parte de mis vísceras. Me tiré sobre las

tablas desnudas y el frío me invadió de arriba abajo. En mi mente me martillaba una

palabra: ASESINO, ASESINO, ASESINO…La cabeza se me quería partir en dos. Allí

agazapado, entre el vómito y aquel incesante martilleo mental, me quedé dormido.

Cuando desperté casi estaba amaneciendo, la débil luz del sol posada sobre el agua me

mostró la inmensidad de un mar en calma y el minúsculo punto que era yo en aquel

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espejo aún opaco. Los cuerpos de mi hermano y sus amigos ya no se veían. Para mi

sorpresa pude atisbar, en la lejanía del horizonte, unas sombras que me hicieron pensar

que podían ser árboles, por lo tanto la posibilidad de que hubiera tierra, era real. Supuse

que alguna corriente marina me devolvía a algún punto, otra vez, de la geografía

cubana, pues estaba seguro que no habíamos avanzado lo suficiente, como para que

aquello fueran las costas de la Florida. Sin pensarlo dos veces me despojé del pulóver

todo manchado de sangre, del short y de los tenis, y me lancé al agua con uno de los

salvavidas que nos habíamos agenciado por unos dólares de mierda, con él he estado

nadando hasta casi llegar a la orilla. Y esto es todo.

Noel se quedó en silencio, con la mirada perdida, extraviada. Amalia le miraba con

ternura, como una madre a un hijo recién nacido. Tal parecía que aquel joven enclenque

se hubiera arrancado todo el espanto de encima. Tras la mirada enrojecida por el llanto,

que vagaba por no se sabía que recónditos territorios, el rostro se había tornado suave y

hasta más bello. ¿Se podía amar a un asesino? Se preguntó Amalia. ¿Era en verdad un

asesino?, si era cierto lo que había contado, había actuado en defensa propia, lo que para

ella lo eximía de tal acusación. Hubo un momento en que sus miradas se encontraron, la

de ella penetrante, taladrando la de él, como queriendo adentrarse en su cabeza y

adivinar lo que pensaba en esos momentos, y la de él, de vuelta de aquel vagabundeo

por las tierras del temor, del desconcierto y la incertidumbre, posándose levemente en la

dulzura interrogante que irradiaban aquellas ranuras de mezcla asiática y africana.

Quedaron así unos segundos, consumiéndose el uno en la mirada de la otra y viceversa.

Entonces dijo ella, mientras con delicadeza le acariciaba la mejilla:

__Es una historia terrible, lo siento mucho. No te tienes que sentir culpable, no te ha

quedado más remedio que actuar como lo has hecho. Yemayá es sabia y te ha salvado la

vida, te ha traído hasta mí y me ha traído a mí hasta a ti.

Page 18: Amalia mirando el mar

Le abrazó con deseo, le besó con amor, como si le conociera de toda la vida, como si le

amara de siempre, como si Gabriel no hubiera existido nunca, como si ella hubiera

vuelto a nacer.

Amalia pájaro despierto, Amalia semilla que se yergue, Amalia luz en la sombra,

Amalia acuarela que renace, Amalia libre, Amalia amando, Amalia para siempre

Amalia.

El cielo está ya completamente azul. Límpido y azul. No quedan vestigios de nubes, la

ballena ha sido engullida en sus propias fauces. El abejorro de nuevo deja escuchar su

zumbido alborotador, y el mar, también azul, rompe en la orilla en una desgarradora

caricia. Los primeros bañistas matutinos aparecen aquí y allá. En breves momentos la

playa se convertirá en un enjambre si el sol sigue decidido a ocupar su trono real,

después de haber desbancando el gris y frío amanecer que había despuntado.

Amalia se irguió con prisa y tomó a Noel de la mano, conminándolo a levantarse.

__Vamos__Dijo.

__ ¿A dónde?__Preguntó él, poniéndose en pie.

__Lejos de aquí, a otro sitio…y si Yemayá y Dios quieren, a un nuevo futuro. Tú y yo,

solos, empezando una nueva vida…

__No me conoces, he matado, soy un traidor…la gente…

__La gente, la gente, estoy harta de lo que diga y piense la gente, de que nos controlen

la vida, de que no nos dejen respirar…además, nadie tiene que enterarse, será nuestro

secreto.

__No sabes cómo soy…

__No me importa, me arriesgaré, ya te lo he dicho, tus ojos me dan confianza. ¿O es que

quieres regresar a tu casa?

__Allí no puedo regresar, comenzarían a hacer preguntas…

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__ ¿Tienes más Familia?

__Mi Padre, pero nos abandonó cuando éramos niños. Vive en Santiago, es lo único que

sé. Nunca se ocupó de nosotros.

__ ¿Entonces, qué temes?_Amalia le apretó con fuerza la mano, como queriendo

inyectarle el optimismo, la fe en lo que habría de venir.

Noel no tenía nada que perder, todo ya estaba perdido, quedó en silencio, era como si

del infierno al cielo mediara sólo un paso y él estuviera allí para darlo, para cruzar ese

límite que ahora se le antojaba minúsculo. Si emprendía con Amalia aquel vuelo, un

nuevo futuro se abría, incierto, claro está, como todos los futuros, pero podía ser un

oasis en el desierto, un pequeño paraíso en el gran infierno. La humanidad cruzaba de la

vida a la muerte, era lo normal, sin embargo él, haría lo contrario, cruzaría de la muerte

a la vida. Semidesnudo, con su gastado bañador beige, con la toalla sobre los hombros,

apretó la mano de ella también y despacio, muy despacio, como si el tiempo a partir de

ese momento dejara de correr para ellos, comenzaron a andar.

Amalia la salvadora, Amalia la viuda del héroe, Amalia despertando la mañana,

Amalia la amante del traidor, Amalia…mirando el mar.

FIN.

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