U N I V E R S I D A D N A C I O N A L D E L A P L A T A

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ALMA MATEE (DISCURSO LEIDO EN EL ACTO DE ASUMIR L A PRESIDENCIA

DE L A UNIVERSIDAD N A C I O N A L DE L A P L A T A )

POR I L

Doctor RICARDO LEVENE

1931

DISCURSO LEIDO EN EL ACTO DE ASUMIR LA PRE-

SIDENCIA DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL

DE LA PLATA

Señoras; señores miembros del Consejo su-perior; profesores y estudiantes; señores-.

Al asumir la Presidencia de la Universi-dad nacional de La Plata reitero a los pro-fesores y alumnos la manifestación que hice en la magna asamblea, de luchar por la cien-cia y la patria.

Al doctor Ramón G. Loyarte, que ha lle-nado los días de su rectorado con consagra-ción que nadie desconoce, le digo al dejar el cargo: volvéis a la actividad científica del Instituto de física, de vuestra digna direc-ción, con mis votos por los nuevos y renova-dos triunfos que conquistaréis, porque cual-quiera haya sido la disidencia de ayer o la de mañana nos unen los vínculos más profun-

dos de nuestra propia condición de profesor dedicado a la enseñanza y el amor a la Uni-versidad.

Cumplido así estos deberes de la solida-ridad con profesores, estudiantes y el ex-presidente, dirijo mi saludo a la ciudad de La Plata, a su culta sociedad y su esforzado pueblo, la ciudad política que ha venido a la historia para fundar el equilibrio institucio-nal del país, no la ciudad económica que le-vantaban nuestros mayores en vista de las minas o rios navegables, o el fortín contra los indios; y por eso mismo, la ciudad nueva en cuyos habitantes hay el enérgico designio de erigirla grande como su voluntad. En el seno de la ciudad nueva por su espíritu, que pronto va a celebrar su cincuentenario, se fundó premeditadamente la universidad nue-va por su ideal, que acaba de cumplir sus bodas de plata.

Me dirijo a la sociedad y al pueblo, aso-ciando los nombres de Dardo Rocha y Joa-quín V. González, porque la ciudad ha abra-zado con calor de alma a la universidad, que es su penacho.

Señores:

Mi discurso será breve. No es esta la opor-tunidad para hacer gala de la opulencia en la palabra, la aristocracia verbal, como la llama Rubén Dario, que no es precisamente el ensueño literario con sus encantos y su derecho a ennoblecer la vida.

En este momento de la acción salgo en su busca dirigido e inspirado en ideas generales.

Ideas generales universitarias, que son de todos — no pretendo, pues, descubrir la ima-gen inesperada de la Universidad—; las ha elaborado nuestra experiencia e integran el patrimonio común de los hombres cultos.

I,a historia argentina es uno de los domi-nios humanos en donde triunfa el genio de la acción, entendiendo por tal el hombre de carácter capaz de asir la idea central que está en potencia en los demás hombres. Es-ta interpretación es rigurosamente exacta en nuestra historia política y lo es asimismo desde el punto de vista de la historia de la cultura. Hace algo más de un cuarto de si-glo — yo era entonces estudiante — se acu-saron los primeros síntomas de la crisis uni-versitaria, en el gobierno y en la docencia.

Joaquín V. González, que conocía el mal, fundó con visión de estadista la Universidad nacional de La Plata, con la que se inaugura una nueva etapa en nuestra vida universita-ria. En las bases había una concepción del gobierno que no se practicaba entonces y que aún no se aplica en otras universidades, en algunas de sus innovaciones, como la elección de su presidente por todos los profesores; y en la cima, es decir en su alta orientación, se levantó la bandera de la cultura superior por ella misma, que consultase "junto con el por-venir del país, las nuevas tendencias de la enseñanza superior, las nuevas necesidades de la cultura argentina y los ejemplos de los mejores institutos de Europa y América", según palabras de González.

La crisis de hace treinta años, que no fué resuelta, ahondóse en su profunda di-mensión, evolucionando hacia el movimiento que es la Reforma universitaria, hasta gol-pear la atención del país, formando esta con-ciencia de hoy sobre las cuestiones de la do-cencia, la investigación científica, la práctica de la enseñanza y la extensión cultural. Con-ciencia de hoy que reclama su ley universi-taria, para estabilizar un orden de ideas y

dotar a sus órganos del instrumento de sus futuras conquistas, entre las cuales señalo como la fundamental — sin orillar el pro-blema — la fijación de la categoría de pro-fesor, exclusivamente dedicado a la enseñan-za, como función incompatible con cualquier otra de orden público.

Yo no halólo sino de la Universidad como entidad autónoma, foco encendido de la cul-tura superior, para resolver sus problemas propios, que son muchos, descuidados a ve-ces para salir en busca de otros, de valor ideológico muy respetable, pero que se exa-minan en las cátedras respectivas y sobre los cuales la Universidad no puede pronunciarse como gobierno, por la razón legal de que no está en sus atribuciones y por la razón con-sustancial de que en su seno conviven los hombres de todas las ideas.

La Universidad desde los puntos de vista cultural y docente. Mi labor será universita-ria por excelencia. La tradición de La Plata es la de la preeminencia de la Universdiad sobre las Facultades e Institutos, acaso más de orden político que espiritual y yo creo que

ha llegado el momento de trocarla en espiri-tual principalmente.

Alma mater, como los antiguos decian también alma terra, alme sol, es decir, madre que sustenta y crea, que asi la queremos a la Universidad.

Es necesario robustecer su personalidad por las ideas comunes y el sentimiento ge-neral de la cultura. Las ciencias, las letras y •las artes se diferencian para su especializa-ción, pero son indivisibles, como partes que integran el sistema de la unidad de la filo-sofía.

El pensamiento directriz será en esta ma-teria la penetración cada vez mas profunda de lo cultural en lo profesional y de la cien-cia pura en la técnica aplicada, porque las Facultades no han de preparar al hombre práctico, al privilegiado de la sociedad para el uso de un monopolio de Estado, sino al hombre capaz, en una determinada profesión sin duda, pero animado de nobles ideales, en una patria como la nuestra, que necesita de la palabra y el ejemplo de las minorías res-ponsables y dinámicas.

La realización de la cultura integral con carácter libre, para todos los alumnos y el

público, constituirá otro de los medios de unión espiritual de la Universidad, si se lle-va a cabo la enseñanza de disciplinas funda-mentales en materia científica, filosófica y artística, con cursos de carácter permanente. La Escuela libre de cultura integral podrá ser nuevo' órgano de la vida intelectual pla-tense.

En la Ley - Convenio hay un resorte del que no se ha hecho uso sino en contadas ex-cepciones. Me refiero a la asamblea general de profesores, que puede convocarse para cuestiones de especial interés científico y di-dáctico y conferencias comunes a todos los Institutos y Facultades. Esta asamblea se restablecerá con grandes beneficios, si se la reúne seccionalmente por Facultades y Es-cuelas, para promover la investigación y do-cencia erç, las distintas disciplinas y aun con-vocando la conferencia anual de todas aque-llas en asamblea general, con el fin de dar cuenta de la labor del curso, publicándose sus conclusiones y comunicaciones científi-cas.

Là correlación de estudios para la ense-ñanza de las mismas o afines disciplinas en las Facultades tiene, con razón, el excepcional

significado que le atribuía Joaquín V. Gon-zález para formar el núcleo de los estudian-tes de distintas carreras que se encuentran en clases y laboratorios, fraternizando entre ellos, como que son estudiantes de una sola casa y hermanos de un mismo ideal. Además de esta correlación para la enseñanza en torno a las cátedras comunes, hay que esti-mular la cooperación en el trabajo en torno a los institutos de investigación, fundados los más de ellos durante la Presidencia del doc-tor Loyarte, hasta constituir escuela en las ideas, que es el signo de superior evolución y distinción de las grandes universidades europeas, para dar una dirección fundamen-tal a la cultura del país. Hemos salvado una primera etapa. Ejemplares esfuerzos indivi-duales han realizado creaciones en la labor científica. El sabio huraño, erguido en su personalidad original y en su enérgico que-rer, es de otro momento. A nosotros nos co-rresponde unirnos en el trabajo intelectual con.el fin de intensificar o reelaborar el sa-ber adquirido y conquistar nuevos espacios en sucesivos avances colectivos. Para resol-ver estos y otros problemas, arrancando de nuestro espíritu las ideas falsas que nos es-

torban su visión, hay una disciplina nueva que los filósofos llaman la sociología del sa-ber, que investiga la cooperación de los hom-bres en el descubrimiento de la verdad, las formas en que se transmiten los conocimien-tos y la serie de generaciones y los modos en que el saber desciende de su fuente creadora hasta impregnar la masa popular.

Para esto y mucho más la Universidad cuenta con un cuerpo representativo de pro-fesores, por su número y calidad, caudal de energía que solo utiliza en una mínima parte, con la acción desplegada en las clases e in-vestigaciones por sus profesores titulares, ,que el Estado remunera con una asignación absurda y mantiene casi en la inactividad a los profesores suplentes. Para medir la dis-tancia que nos falta recorrer baste decir que esos profesores, que hoy sólo tienen puntos de contacto con la Universidad, podrían ser, si se les diera la tarea que les corresponde y son capaces de desarrollar eficazmente, los verdaderos guías de la cultura.

La Biblioteca de la Universidad, que es además la Biblioteca pública de la Provincia, debe establecer una coordinación en sus fun-ciones con las de las Facultades, como lo ha

propuesto la delegación estudiantil y movili-zar ese capital de libros, además de crear la sección de revistas universales, buscando al lector, ofreciéndose a su interés o a su curio-sidad y aun pasando a desempeñar la fun-ción editorial que pone .al alcance del pueblo, con criterio de selección y no de proselitismo, los grandes libros del pensamiento humano, como ha hecho en cuidadas ediciones la Uni-versidad de México.

En este plan de acción universitaria no puedo dejar de mencionar la importancia de una educación física proporcionada y la ne-cesidad de reconocer el valor insigne de la educación estética.

La Casa del estudiante, de que tantas ve-ces se ha hablado, los recursos mediante, po-dría ser la Universidad como hogar, porque esta institución, para formar el alma del hombre, no ha de ser máquina que acuña ideas o principios sin vida, siendo indispen-sable la cultura del corazón.

Hay un tesoro moral que la Universidad debe estudiar primero, labrar después: es el carácter nacional. No es un problema nues-tro solamente; es. el problema del mundo y diríamos mejor lo es de la civilización con-

temporánea, por lo mismo que la humanidad ha entrado, con las conquistas de la técnica, a dominar las fuerzas de la naturaleza, .su-jetándolas a sus pies. Es necesario defender el espíritu, que es intensidad de vida interior, ante el avance de la civilización que es bien-estar y extensión de la vida material. El pe-so de la civilización descansa en las cualida-des morales del pueblo que la soporta, es de-cir, en sus bases humanas: es apremiante formar con amor la reserva de los caracte-res superiores, sensibles al bien, a la verdad, a la justicia.

Debemos estudiar esta caractereología, he dicho, o sea explorar el alma de la nación, como el hombre dueño-de su destino conoce su propia personalidad. Debemos hacerlo nosotros, en primer termino, no porque con-sidere molesto para nuestro señorío el hecho de que nos conozcan periféricamente en nuestros sentimientos dominantes y los ma-les que nos afean los publicistas extranjeros, desde los viajeros ingleses del siglo XVIII hasta los últimos trabajos de sociólogos y fi-lósofos que nos visitan, sino porque creo que esta es materia de nuestra meditación, por-que nosotros somos la sustancia y forjamos

el espíritu público con voluntad y con pasión, viviendo y conviviendo en solidaridad unas veces y en luchas otras y estamos en condi-ciones de comprender y captar, entre las mu-taciones de la superficie, las constantes de la vida colectiva.

Hace tres siglos — vale la pena consignar el dato que, además de verdadero, no deja de ser risueño — un hombre de la preparación de Antonio León Pinelo criticaba a los cro-nistas que hablaban de los hombres de esta tierra sin visitarla y Ortega y Gasset, que nos ha dedicado un estudio, observa que se habla demasiado de este país y que hay una desproporción entre lo que aun es la Argen-tina y la resonancia que produce en el mun-do. Al mundo le interesa, salvo excepciones, la Argentina como emporio económico, pero a nosotros nos interesa descubrirnos a nos-otros mismos como nación, en la polarización de sus ideales, más que pueblo nuevo cultura naciente.

La formación de caracteres íntegros es en otras sociedades la resultante del tiempo en la sucesión de las generaciones y decantación de la cultura general, pero se promueve tam-bién con aquel propio estudio y con la edu-

cación por el ejemplo, desde el hogar y la es-cuela primaria sin duda, pero en la univer-sidad sobre todo, porque a ella se llega en el instante de la plenitud de la conciencia cuan-do en el joven se dibuja el ángulo del hombre. No es un acto simiesco, de copia o reproduc-ción de la individualidad extraña, pues cada nación es una estructura con modos autén-ticos y diferenciados de creer, de pensar, de intuir y el carácter es vernáculo como el idio-ma.

Porque tengo fé en la juventud argenti-na — cuya historia he escrito en parte, desta-cando su intervención desde el nacimiento de la nacionalidad, y repito con Alberdi que todas las conquistas del espíritu humano han tenido órganos jóvenes — creo en la misión de nuestras universidades como depositarías de una reserva de fuerzas espirituales intac-tas, que plasmarán el carácter nacional.

No me ocupo en capítulo por separado de la extensión universitaria, dado que toda la Universidad está en función de ella. La Uni-versidad no es un orbe aparte, recogida en sí misma, bien tapada bajo su caparazón le-gal, sino que se nutre de las ideas que le cir-cundan, de los progresos técnicos o de las in-

quietudes espirituales; pero cuya absorción y respiración después se hacen por los conduc-tos de las cátedras, laboratorios y seminarios, al amparo de la libertad de enseñar y apren-der.

Lo mismo cuidando sus intereses económi-cos como su espíritu la Universidad le devol-verá a la Nación, no una clase doctoral pre-suntuosa, con la pompa de su sabiduría teó-rica, sino luchadores por su cultura y eleva-ción del nivel moral de la vida, las figuras ejemplares aptas para descubrir en la natu-raleza sus riquezas y sus secretos y en el al-ma del pueblo, entre la greda de las pasiones, el oro puro de la virtud humana.

La Universidad desde el punto de vista de su organización legal. He hablado de inicia-tivas de orientación general a resolver con el Consejo superior — el cuerpo representativo de la Universidad — porque en los problemas de Facultades, Escuelas e Institutos son ellos los llamados a pronunciarse en primer térmi-no, siendo indispensable reconocerles su au-tonomía para vitalizarlos.

Existen núcleos de actividad espiritual propia en las Facultades y Escuelas que con-viene promover, aunque asociándolos entre sí, en la realización del ideal universitario co-mún, reservando el pronunciamiento en con-tra del Consejo superior, en los casos en que hubiere olvido de aquellos principios, desconocimiento o transgresión de ordenan-zas, error de hecho o manifiesta injusticia.

En la medida de mis atribuciones cumpliré con todas las Escuelas el deber de cooperar a su desenvolvimiento. Los hombres que la di-rigen y sus profesores y' alumnos aspiran a su engrandecimiento, impulsados por noble afán. En las facultades de Agronomía y Ve-terinaria, con el fin de volver al gran presti-gio de que han disfrutado legítimamente; en la de Ciencias jurídicas y sociales, para reali-zar progresos docentes y de investigación; en la de Ciencias fisicomatemáticas, para en-sanchar el campo de sus descubrimientos y aplicaciones; en las de Química y Humani-dades, para continuar en la ampliación de la obra orgánica realizada en los últimos diez años; en la de Ciencias médicas, para ir inte-grando en su oportunidad el ciclo de sus es-tudios; en la de Bellas artes, para servir a

los fines sustantivos de la cultura artística; en los institutos del Museo y del Observato-rio, que fueron incorporados al sistema de la Universidad y han cumplido sus fines, pa-ra asegurar el predominio de la investigación y contener la tendencia del profesionalismo.

Aparte el cumplimiento de aquellos debe-res que impone el Estatuto está la convicción universitaria, es decir, el concepto de la uni-versidad que abarca el horizonte de la uni-versalidad, lo mismo en las ciencias de la na-turaleza que en las del espíritu y la filosofía, concepto éste que se define no sólo por su extensión sino por los grados de la enseñan-za, iniciándose en Ea Plata, como en la Uni-versidad de Rivadavia, con una escuela pri-maria de varones, que es realmente un mo-delo, siendo evidente la necesidad de fundar la escuela de niñas también, continuando con el Colegio nacional y el Colegio secundario de señoritas, que aplican ahora el nuevo plan de estudios, hasta su transformación en Co-legios pre - universitarios, para culminar en la enseñanza superior, que como se ha dicho alguna vez, no debe creerse superior a la en-señanza, desde cuya altura, como poder re-gulador, da el ritmo de la vida espiritual, di-

seminando las ideas prolíficas y derramando el saber, que se renueva y supera sin cesar.

El desenvolvimiento y proporciones adqui-ridas por todos los departamentos de la Uni-versidad han venido demostrando asimismo que el Consejo superior es su representación conjunta y solidaria y que formando parte de él el Presidente de la Universidad al di-rigir el cuerpo puede con su autoridad orien-tar su acción y aun señalar el rumbo.

La Universidad políticamente es la demo-cracia de los más capacitados. Suprimir la reelección del Presidente, como se suprimió la de los Decanos, es una exigencia fundada de la opinión. Este concepto lo enuncio con toda amplitud al iniciar mi presidencia y pro-pondré una nueva modificación del Estatuto en el sentido expuesto.

El Consejo superior, en debate memorable, hizo una declaración de principios en el pro-yecto del consejero Pascual Guaglianone, con la ampliación propuesta por Alfredo L. Pa-lacios, en el sentido de auspiciar la supresión de los derechos arancelarios, al que yo adhe-rí explícitamente, a la espera de una situa-ción económica que permita afrontar la so-lución de grandes problemas, asi como aus-

piciaré todo proyecto de agremiación estu-diantil obligatoria, por virtud del cual se con-sidere socio del respectivo Centro al estu-diante desde el momento de su inscripción en la Facultad.

La Universidad está integrada por profe-sores y alumnos, pero también trabajan ab-negadamente empleados técnicos y adminis-trativos, el personal obrero y el de servicio. Para ellos es necesario dictar la ordenanza de estabilidad y escalafón, siempre que el cargo no sea una creación burocrática y ha-ya prueba de la idoneidad y cumplimiento en el deber.

No siendo esta la oportunidad para fun-damentar cada una de las iniciativas expues-tas, referentes al orden político, digo ahora, en tesis general, que responden a un princi-pio: el de que en la Universidad se espeja la vida argentina, genuinamente democrática y federal, animada de la impulsión generosa de los pueblos que disponen de gran espacio y que evocan la noble tradición de su historia.

Aparte el valor de nuestra experiencia, que ha creado esta aguda sensibilidad polí-tica argentina, yo creo que la humanidad se desenvuelve en un sentido ascencional hacia

lo justo, impulsada por el anhelo de perfec-ción y armonía suprema y afirmo, con el fi-lósofo Stammler, que ya no hay un solo hom-bre a quien no preocupa justificarse ante sí mismo y justificarse ante los demás, de haber procedido siempre de modo fundamental-mente legítimo.

No termino mi discurso sin decir una pa-labra para la memoria de un ser modesto, engrandecido en un acto de inspiración. He nombrado a Maria Cruz Inchausti, la do-nante de sus valiosos bienes a la Universi-dad. Mujer debia ser, fuente eterna de bon-dad y de amor, la que diera este ejemplo no sólo de filantropía, sino de visión superior sobre el destino de la riqueza como medio de educación y elevación de las almas.

Donación de Maria Cruz Inchausti, que ella ha dispuesto para la realización de un fin concreto, como es lógico que asi se haga con todos los legados para perpetuar un recuerdo y ensanchar la acción cultural y a las que se-guirán otras más como se anuncia y espera-mos, para sellar esta unión de infinitas pro-yecciones, entre la Universidad y el pueblo.

Señores:

Este idealismo que me anima en el instan-te de iniciar las tareas de la Presidencia de la Universidad no es una fuga hacia la fan-tasía.

Tengo puesta la mirada hacia arriba, es verdad, pero conozco y aspiro a actuar sobre la realidad universitaria de hoy, encendido por un sentimiento, qué es de gratitud y de deber, al mismo tiempo, a la universidad que me ha formado, que puso alas en mi espíritu hace diez y siete años, al ensayar la primera lección en la cátedra que fué de Agustín Al-varez, que me distinguió después con cargos directivos en la Facultad de humanidades y ahora me honra nuevamente al designarme para presidirla, comprometiendo mi voluntad serena y enérgica, porque bien sé que el ho-nor no se anticipa a la obra: se conquista con los días y se acendra con la lucha.

He dicho.