Algunos Poemas - Rafael Valera Benítez (1928- )

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RAFAEL VALERA BENÍTEZ (1928-) Nació en Santo Domingo el 6 de agosto de 1928. Se dio a conocer en 1948, en la Página Literaria de El Caribe. Publica luego en Cuadernos Dominicanos de Cultura, y en otras revistas nacionales. En 1957, junto con Máximo Avilés Blonda, Lupo Hernández Rueda y Abelardo Vicioso, funda la colección «El Silbo Vulnerado», con un libro colectivo de sonetos denominado Trío. Valera Benítez es, además, quien redacta los pronunciamientos del grupo que constan en las solapas de «El Silbo Vulnerado», donde leemos lo siguiente: «El auténtico rol del hombre intelectual y artista se compadece sólo con una actividad creadora orientada en función de su tiempo y de su medio». Pero es en el Prólogo de La lumbre sacudida de Abelardo Vicioso donde Valera Benítez toma en sus manos la representación ideológica de un grupo que al rebasar a los directores de la Colección misma, abarca a una parte de los poetas que se inician alrededor del 1948, denominado por Máximo Avilés Blonda «Generación del 48», por Víctor Villegas «Generación Integradora», y por el propio Valera, «Generación de Post -Guerra». El manojo de sonetos que Valera publica en Trío con el título de «La luz descalza», constituye su primera publicación en forma de libro. Sobre estos sonetos, el crítico Contín Aybar dice: «La tónica de la poesía de Rafael Valera Benítez es la luz, el deslumbramiento. En la reiteración de imágenes, en el continuado uso de palabras específicamente denunciadoras de luz, en la ambientación evocadora de claridades, va manifestándose su amor por la pureza, por el nacer, como si quisiese disponer su espíritu al instante de la creación en una eterna fluencia de aurora». A este libro se suman años más tarde, Los centros peculiares y La luz descalza y Elegías. En estas obras canta con pasión jubilosa al amor, y con acento dramático a la patria pobre y oprimida, haciendo uso de un lenguaje orquestal, simbólico, generalmente onírico y oscuro. A pesar de esto último, su poesía adquiere zonas de gran luminosidad y colorido. Sus influencias más inmediatas parten de Pablo Neruda (ya asimilado desde el extranjero sin las trabas que imponía la censura trujillista), de Octavio Paz y de Rosamel del Valle. Valera Benítez es abogado. A la caída del régimen de Trujillo ocupó el cargo de Fiscal Nacional. Más tarde pasó al Servicio Diplomático, habiendo desempeñado funciones en México, Argentina, Uruguay y Venezuela, donde se desempeñó, además, como periodista. OBRAS PUBLICADAS: Trío (Colección El Silbo Vulnerado, 1957), Los centros peculiares (Buenos Aires, 1964), La luz descalza y Elegías (Montevideo, 1966), Canciones australes (Santo Domingo, 1979), El desamparado y la provincia (Santo Domingo, 1994). BALADA PARA LA PATRIA INOCENTE A Aída Cartagena Portalatín Delante de la noche no marcha sino tu rostro, tu sangre de relámpago y musgo como imborrable música, país mío desnudo, destrozado,

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RAFAEL VALERA BENÍTEZ (1928-) 

    Nació en Santo Domingo el 6 de agosto de 1928. Se dio a conocer en 1948, en la Página Literaria de El Caribe. Publica luego en Cuadernos Dominicanos de Cultura, y en otras revistas nacionales. En 1957, junto con Máximo Avilés Blonda, Lupo Hernández Rueda y Abelardo Vicioso, funda la colección «El Silbo Vulnerado», con un libro colectivo de sonetos denominado Trío. Valera Benítez es, además, quien redacta los pronunciamientos del grupo que constan en las solapas de «El Silbo Vulnerado», donde leemos lo siguiente: «El auténtico rol del hombre intelectual y artista se compadece sólo con una actividad creadora orientada en función de su tiempo y de su medio». Pero es en el Prólogo de La lumbre sacudida de Abelardo Vicioso donde Valera Benítez toma en sus manos la representación ideológica de un grupo que al rebasar a los directores de la Colección misma, abarca a una parte de los poetas que se inician alrededor del 1948, denominado por Máximo Avilés Blonda «Generación del 48», por Víctor Villegas «Generación Integradora», y por el propio Valera, «Generación de Post -Guerra». El manojo de sonetos que Valera publica en Trío con el título de «La luz descalza», constituye su primera publicación en forma de libro. Sobre estos sonetos, el crítico Contín Aybar dice: «La tónica de la poesía de Rafael Valera Benítez es la luz, el deslumbramiento. En la reiteración de imágenes, en el continuado uso de palabras específicamente denunciadoras de luz, en la ambientación evocadora de claridades, va manifestándose su amor por la pureza, por el nacer, como si quisiese disponer su espíritu al instante de la creación en una eterna fluencia de aurora». A este libro se suman años más tarde, Los centros peculiares y La luz descalza y Elegías. En estas obras canta con pasión jubilosa al amor, y con acento dramático a la patria pobre y oprimida, haciendo uso de un lenguaje orquestal, simbólico, generalmente onírico y oscuro. A pesar de esto último, su poesía adquiere zonas de gran luminosidad y colorido. Sus influencias más inmediatas parten de Pablo Neruda (ya asimilado desde el extranjero sin las trabas que imponía la censura trujillista), de Octavio Paz y de Rosamel del Valle. Valera Benítez es abogado. A la caída del régimen de Trujillo ocupó el cargo de Fiscal Nacional. Más tarde pasó al Servicio Diplomático, habiendo desempeñado funciones en México, Argentina, Uruguay y Venezuela, donde se desempeñó, además, como periodista. 

OBRAS PUBLICADAS:

Trío (Colección El Silbo Vulnerado, 1957), Los centros peculiares (Buenos Aires, 1964), La luz descalza y Elegías (Montevideo, 1966), Canciones australes (Santo Domingo, 1979), El desamparado y la provincia (Santo Domingo, 1994). 

BALADA PARA LA PATRIA INOCENTE 

A Aída Cartagena Portalatín 

            Delante de la noche no marcha sino tu

rostro, tu sangre de relámpago y musgo como

imborrable música, país mío desnudo, destrozado,

solo, tan solo que no es posible, sino de noche,

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encontrar la mano baldía de la novia, la puerta

destruida, el comedor del huérfano que ya no

espera al hombre a quien le dijo: «padre»

con el último beso bajo la mañana. 

            Esta es la soledad, el centro de mi

patria donde conozco y vivo la tristeza. Llevo

el viento, los árboles, el olor de las casas

de mi país implantado en mi pecho. Conservo

su mejilla oscura en la parte intransferible

del alma, en el rincón avariento del llanto

como una roja espuela que me arara desnuda,

palmo a palmo, la vida. Conozco el sitio

del desamparado cuerpo que rodó aniquilado,

viva espuma del sueño, al seno del terrón,

al vientre de la noche que peina cabelleras

verdes cuando extravía los pasos del jinete. 

    Nadie hable del mar junto a su boca

inmolada, aplastada por los asesinos, por el

villano inteligente que le pudre la entraña.

Dejen su cuerpo, su voz en paz porque la risa,

la luz, el ruiseñor están bajo la tierra, bajo

el mar, en las cárceles de la pureza viril,

en países lejanos como pañuelos donde el

hombre exiliado mira apagarse su pecho

cuando recuerda, día a día, el maternal

aroma de la isla apagada. 

    Nadie toque su puerta si no tiene

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las manos en alto todavía, el pecho levantado

a la altura del fuego. Veo los asesinos;

el despreciable académico, el que ha manchado

tus días y su propia renegada sangre a través

de los diarios. Los miro, patria mía, acecharte

la espuma, la casa, como hediondas perras

aguardando el desvío de las horas, el cambio

vergonzoso para volver a ensuciarte la mirada,

el corazón humilde, la fragancia que une

con amor tu boca al universo. 

    Aquí corrió el honor como un caballo

rojo, el sudor de la decencia viril, la sangre

del digno, irreductible. Quién, quién es el miserable,

el degradado que aún permanece, que arroja su propio

lodo en derredor para negar tu voz limpia, valiente?

Aquí hay y hubo gigantes que no caben dentro de

sus tumbas, de la podrida cárcel donde flamea el

decoro sin cesar. Un día, madre, te limpiaremos

para siempre, te cuidaremos con mano inolvidable

las entrañas. Te arrancaremos el mal olor, las

hienas bípedas que todavía enturbian tu

hermosura. Aguarda, madre, aguarda para entonces... 

    Patria mía en la sed, soy sólo un hijo

tuyo golpeado. No deseo ser nada sino una parte

blanda, pequeña de tu pobre pan. Sólo querría

ser la hierba tocada por tu mano dulce. Yo no

deseo nada sino mirarte, vivir en los escombros

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de tu pelo. Sólo quiero tocarte la soledad

en medio de la noche, cerrar la puerta

por donde entra sin pausa tu martirio. 

    Cae la noche, mi patria, y no llega

sino la rosa del enfermo, la tristeza del

pobre hombre vencido, atormentado. El delirio

de la apagada viuda, los sollozos del huérfano.

Estas son las únicas ventanas de tu alma. El

purísimo rincón que arde en el martirio.

Esta es tu limpia mano, tu verde voz valiente,

patria mía. Somos nosotros. Seremos sólo pedazos

del nombre que alzas en medio del marítimo sueño:

los que te aman la oscura puerta, el corredor

misterioso, el muro de las llagas: estamos

patria, despiertos guardándote la voluntad,

la arena, el polen, el aroma con que levantarás

la solitaria casa, la luz viva del tiempo de mañana. 

EL HIJO DEL AMOR 

    Impávido, el deseo me desnuda,

me da su plenitud, me torna huraño,

tan gozoso de siempre como antaño

el mar en su belleza testaruda. 

    Yo sigo su esplendor: me da su ayuda

con terrestre dulzura de rebaño,

de modo tan radiante, tan extraño

que el área del amor deviene ruda. 

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        Soy todo de pasión en la medida

del tiempo enamorado, sin salida

entre el alba y la noche suspirando. 

        Entonces doy por puro lo que tengo,

y hallo, sin saber de donde vengo,

todo mi cuerpo en el amor temblando.