Algunos Poemas de Víctor Villegas (1924- )

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VÍCTOR VILLEGAS (1924) Nació en San Pedro de Macorís el 22 de septiembre de 1924. Allí estudió las primeras letras y demostró desde muy temprano afición a la poesía, publicando sus primeros trabajos en El Este y en el periódico semanal del Teatro Aurora. Uno de sus mentores fue el poeta Francisco Domínguez Charro. Ya en la capital se gradúa en la Universidad de Santo Domingo de Doctor en Derecho y se integra a la «Generación del 48», también llamada por Rafael Valera Benítez «De Postguerra» y por el propio Villegas «Generación Integradora», ya que, además de que se reconocían continuadores de «La Poesía Sorprendida», deseaban mantener los contactos con todo lo que hasta entonces existía de avanzado en el país, fuera esto postumismo o una poesía de corte social como la de Pedro Mir y Héctor Incháustegui Cabral. María Ugarte en El Caribe y Pedro René Contín Aybar en los Cuadernos Dominicanos de Cultura fueron factores de cohesión para este grupo que aglutinaba a poetas como Rafael Valera Benítez, Lupo Hernández Rueda, Abelardo Vicioso, Máximo Avilés Blonda, Ramón Cifré Navarro, Luís Alfredo Torres, etc., todos ansiosos por continuar una tradición poética que ya contaba con nombres vigorosos. Víctor Villegas figura entre los más dotados del grupo, aunque sus inicios en las nuevas modalidades fueron vacilantes. Hay que esperar a los Diálogos con Simeón para conocer ampliamente los aciertos de este poeta que ya empezaba a dar pasos seguros rehuyendo las publicaciones apresuradas. Su poesía se acerca al hombre dominicano con fuerza y delicadeza a la vez mezclando, a una suprarrealidad controlada por la razón, los ecos de una poesía oral, que casi pretende explorar el folklorismo, los paisajes y las figuras regionales elevándolos a una significación social. Es en su último libro, titulado Poco tiempo después, donde el poeta se encierra en sí mismo, transfiriendo sus auscultaciones poéticas a su propio interior, trabajando la palabra con una densidad llena de significaciones. Sólo te habito cuando duermo, le dice a su cuerpo, estableciendo así una bipolaridad entre la realidad y la imaginación que es la que le ha permitido expandir su poesía. Poeta y caballero, su personalidad se ha clarificado en nuestro medio en la fidelidad de sus amigos y en el continuo trato con su trabajo literario, cada vez más depurado y más hondo. Presidente de la Unión de Escritores Dominicanos y miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Española. En 1982 obtuvo el Premio Anual de Poesía con su libro Juan Criollo y otras antielegías. OBRAS PUBLICADAS: Diálogos con Simeón (1977), Charlotte Amalie (1980), Juan Criollo y otras antielegías (1982), Pedro René Contín Aybar, selección y prólogo de su poesía (1984), Botella en el mar (1984); Cosmos (1986), Poco tiempo después (1991), La luz en el regreso (antología, 1993).

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VÍCTOR VILLEGAS (1924) 

    Nació en San Pedro de Macorís el 22 de septiembre de 1924. Allí estudió las primeras letras y demostró desde muy temprano afición a la poesía, publicando sus primeros trabajos en El Este y en el periódico semanal del Teatro Aurora. Uno de sus mentores fue el poeta Francisco Domínguez Charro. Ya en la capital se gradúa en la Universidad de Santo Domingo de Doctor en Derecho y se integra a la «Generación del 48», también llamada por Rafael Valera Benítez «De Postguerra» y por el propio Villegas «Generación Integradora», ya que, además de que se reconocían continuadores de «La Poesía Sorprendida», deseaban mantener los contactos con todo lo que hasta entonces existía de avanzado en el país, fuera esto postumismo o una poesía de corte social como la de Pedro Mir y Héctor Incháustegui Cabral.

    María Ugarte en El Caribe y Pedro René Contín Aybar en los Cuadernos Dominicanos de Cultura fueron factores de cohesión para este grupo que aglutinaba a poetas como Rafael Valera Benítez, Lupo Hernández Rueda, Abelardo Vicioso, Máximo Avilés Blonda, Ramón Cifré Navarro, Luís Alfredo Torres, etc., todos ansiosos por continuar una tradición poética que ya contaba con nombres vigorosos.

    Víctor Villegas figura entre los más dotados del grupo, aunque sus inicios en las nuevas modalidades fueron vacilantes. Hay que esperar a los Diálogos con Simeón para conocer ampliamente los aciertos de este poeta que ya empezaba a dar pasos seguros rehuyendo las publicaciones apresuradas. Su poesía se acerca al hombre dominicano con fuerza y delicadeza a la vez mezclando, a una suprarrealidad controlada por la razón, los ecos de una poesía oral, que casi pretende explorar el folklorismo, los paisajes y las figuras regionales elevándolos a una significación social. Es en su último libro, titulado Poco tiempo después, donde el poeta se encierra en sí mismo, transfiriendo sus auscultaciones poéticas a su propio interior, trabajando la palabra con una densidad llena de significaciones. Sólo te habito cuando duermo, le dice a su cuerpo, estableciendo así una bipolaridad entre la realidad y la imaginación que es la que le ha permitido expandir su poesía. Poeta y caballero, su personalidad se ha clarificado en nuestro medio en la fidelidad de sus amigos y en el continuo trato con su trabajo literario, cada vez más depurado y más hondo.

    Presidente de la Unión de Escritores Dominicanos y miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Española. En 1982 obtuvo el Premio Anual de Poesía con su libro Juan Criollo y otras antielegías.  

OBRAS PUBLICADAS:

Diálogos con Simeón (1977), Charlotte Amalie (1980), Juan Criollo y otras antielegías (1982), Pedro René Contín Aybar, selección y prólogo de su poesía (1984), Botella en el mar  (1984); Cosmos (1986), Poco tiempo después (1991), La luz en el regreso (antología, 1993).

 

DIÁLOGOS CON SIMEÓN

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ITINERARIO DEL DOLOR

 

        Si deseas amar, ven conmigo en

silencio. Haremos la jornada.

 

        En la ruta del mar desciende el horizonte

y crece,

porque el ocaso roba vientos, y nubes

y ensancha la esperanza al sol.

Otras tierras inundan las sonrisas

y como un marinero, el alma es ruta

ardiente hacia sus playas.

        Pero este Sur, de espinas y de piedras,

donde el corcel del hambre

intimida las lluvias,

devora las mañanas, la vida la hace

ingrata y muere.

Entre machuelo y redes, entre breñales

y alpargatas,

un mes a veces sin aliento,

otro en punta de maíz podrido,

la vida pasa, transcurre hueca

porque ni siquiera el don de la tristeza,

que es una medianoche de amor

y de naufragio,

habita en estos hombres que tú y yo,

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camarada, tomándoles las manos,

acariciando sus cabellos y sus lágrimas,

hemos encontrado endurecidos,

aptos para la insurrección

porque ellos, como el guayacán,

ni se caen ni se doblan.

 

        Me temo que es esto lo que amo,

las mil casas de yagua o de clavó,

las dos calles que el cura ha apisonado

arengando, insultando,

porque es pecado acudir a los garitos,

gritar en las galleras al canelo

o al pinto,

rociarse de aguardiente, de

salvaje alegría, de menstruación. 

        En vano buscarás un edificio; no,

de ninguna manera en un trayecto

donde se desea ser laborioso

pero la tierra es ajena;

donde es viril la juventud,

sedienta en sus instintos y en sus ojos

pero que se desgasta en un

recodo del pequeño parque.       

    Me temo que es esto lo que amas

porque hay una fuerza irresistible

en tanta soledad y desamparo. 

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    Ves que hay un silencio de

muerte y azucenas

que parece salir de las ventanas. 

    Las noches oscuras se inundan

de lechuzas

y ante el presagio, el signo de la

cruz y el rezo sobrecoge

los barrios. 

    Nada pasará, sin embargo.

Seguirá el barbero murmurando

el cotidiano acontecer del

municipio,

vomitará el borracho en la

puerta de la iglesia ante

la indiferencia de los pordioseros,

será más falsa la supuesta

amistad del comandante

y el mandamás del pueblo;

habrá más sequía y menos plátanos

y menos vida y más flores,

sí, porque ellas son como los

hombres que se levantan en

medio de las ruinas a proclamar

su belleza permanente. 

    Si deseas amar, ven conmigo en

silencio. Tomemos esa ruta

donde verde es el cielo y

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la mañana

y el perfume es tan verde que

tiñe los contornos de la

noche y el viento. 

    «Hay unas vegas las más hermosas

del mundo,

sus montañas altísimas,

sus puertos primorosos.

La muchedumbre de sus ríos,

sus buenos aires, contribuyen

a su salubridad». Así decían

los capitanes.

Sin embargo, sus arcabuces

        y sus cuchillos instalaron

los mayorales,

parcelaron el cielo, la tierra,

los ríos,

y lo que era de todos pasó a ser

para unos pocos,

y el tiempo transcurrió y crecieron

las campiñas y los ruiseñores

y se inundó el aire de polen,

de queso, de olor a estiércol,

y lanzar una semilla era

como tirar un puñado

de monedas de oro. 

    Desde entonces se dice que ahí nació

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maríasantísima. 

    Yo en particular no creo que sea cierto.

Nadie la vio nunca, ni siquiera

en los tambores ni en los güiros,

ni en las tonadas de Ma Teodora,

ni en la sangre de la luna degollada.

Tampoco en los vicios,

en los banquetes al recién llegado,

en los primeros pobres que fueron

negros y mulatos y paludismo. 

    No entiendo, si fue cierto, por qué

trazó a esa gente dos caminos,

uno por donde iban casi todos

sin cantos, sin estrellas, a la muerte;

otro por donde regresaban setenta y cinco

con risas y espadas

a la vida. 

            ¿Dime Simeón, por qué enfrentó

los hombres a los hombres

y cercenó a la mayoría sus deseos?

¿Por qué es ancho este caudal

de angustias

si es verde el cielo y la mañana

y el perfume es tan verde que tiñe

los contornos de la noche

y el viento? 

            Si deseas amar, ven conmigo

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en silencio. Nuestro camino ahora

tendrá sabor de espumas y de peces,

de chimeneas y balandros.

Al término, un pequeño recodo

junto al sol que ciertamente nace

ahí mismo, porque, según nuestros abuelos,

más allá de los pendones rubios

y cubierta por una intransitable rosa roja,

está la cueva jovovava que también distribuyó

los primeros pobladores de la isla.

Por los acantilados, donde son risueños

los ahogados nocturnos,

una medusa, en tiempo inmemorial,

mientras se iluminaba de relámpagos el vésper,

desembarcó gente, mucha, y eran

blancos y rubios, y cuarterones y

negros y amarillos, y hablaban

así, que no se entendían, pero

se mezclaron con los que ya dialogaban

con el jabillo y el capá.

Entonces fueron como hermanos

porque de noche iban a pescar 

y regresaban en la madrugada llenos

de escamas y leyendas y sueños. 

            Todo fue creciendo, los hijos, las vacas,

los alambres, las calles, los puertos

no fabricados, la lluvia a medio hacer

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y hasta la cruz de la iglesia cuando

le pusieron un reloj debajo

para que solamente diera las horas de la

medianoche. 

            Dicen, Simeón, que la gente reía,

que el esposo ayuntaba a la esposa

a cualquier hora, y que los novios

fornicaban en cualquier parte, porque,

¿qué mejor que una descendencia dueña de

las flores y del mar? 

            Ni siquiera el alcalde le puso el nombre

al río, porque antes de él nacer

los arbustos y el eco lo llamaban Higuamo. 

            Un día, inesperadamente, unos hombres

grandes con los ojos azules trazaron

rayas, midieron la pared del viento,

rielaron la mañana, la inundaron de ollín

y azúcar y látigo, levantaron

la rosa y tapiaron de hierro y sangre

la cueva jovovava.

Ese día sin dios estrecharon al pueblo,

arrinconaron sus ansias,

cayó el sol en pedazos y no hubo ya

paz ni amor ni vida. 

ELEGÍA DE LA MUERTE 

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        Eres desde mañana y desde siempre has

sido simple, hermosa muerte,

solo y delicado pétalo atrapado en las

aguas de todas las riberas.

Cuerpo de espuma, itinerante alondra eres

en los pasillos del deseo,

si se te desea, multitud de caminos,

jubiloso retorno,

cálido vuelo de secretas palomas. 

        Quien hacia ti vuelve sus pasos

y su rostro,

ansía una distante lluvia caída

en el olvido,

una gota de luz de noche permanente,

procura un goce de colina lejana,

una ruta de viento entre los bosques,

un hueco, hermosa muerte,

para la tibia soledad. 

        Cierto que el roce de un día

que transcurre

es igual que una inútil tentativa

de amor;

que el árbol milenario es roca

en el viento y en la tierra es profunda

cascada hacia

el misterio,

y todo muere,

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todo de ti tiene tu ausencia,

tu voz que ha de llegar,

el soplo donde esparces tu huésped

predilecto. 

        Por eso te pareces a un torso

de mujer cuando un filo invisible

se acerca a sus contornos,

y te contiene el grito, el nido

y la montaña,

y estás sola en la puerta y la mano

que la abre;

y en lo desconocido, donde puede

una llama,

un presuroso aliento de botón

o de infancia,

desnudos son tus pasos,

vacías

tus paredes. 

        Sí, ya lo sé, también puedes llamarte

Marta,

y te regocijas y me regocijo porque

te he conocido en muchas partes.

Te sentí en los barrotes de la cárcel

mientras mordía mi rabia y

esperaba el sonido de las

llaves,

y hablaste con vehemencia, con voz

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dulce, de los tontos,

de los fuertes que evaden

tu presencia;

te palpé, asime de tus hombros,

de tu bulla,

de tus mangas de oro, Marta, muerte,

cuando me perseguía el débil, el

que temía la voz

el de las sombras. 

        Te conocí en los parques y

en los cines y aún

buscaba importunarte en

los viejos recuerdos,

hacer necias preguntas y

proyectar tu imagen luminosa. 

        Si te encontré, si te ayudé a

levantarte de tantas emboscadas,

si te auxilié ahogándote,

volcándote,

muriéndote,

si fui tu confidente en el puñal

que quisieron hundir en tus

caídas,

por qué he de soslayar el lecho

que me tienes. 

            Imposible negar, Marta, que eres

más breve que la vida y

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su más delgado instante,

más fugaz que el caer de la fruta o del

sonido que dejan atrás

las mariposas. 

            Y sin embargo, te sospecha la

gente,

huye despavorida, se arrincona,

basca los túneles,

el tupido ramaje, el ajo y las tijeras,

y cuando ve tu piel cubierta de ceniza

misteriosa

edifica en su sangre

su último refugio. 

            No te comprenden, te huyen, hermosa

muerte, Marta,

te denostan, te insultan llamándote

guadaña, parca;

si hay tesoros te nombran funeral,

velorio si es el pobre el que te

encuentra;

y a la verdad, por qué rondas la

cárcel,

por qué azotas los barrios miserables y te vistes

de sífilis, de hambre,

de tuberculosis mientras olvidas

las fachadas de mármol y las

barrigas de mármol y las

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barrigas hartas; 

porque tiendes al brazo redentor y a las frentes

erguidas tu celada,

y cuando nadie espera;

apareces de noche, de repente. 

            No te comprenden, te huyen Marta,

te blasfeman,

y eres tanto como el pozuelo donde

se bebe el té,

como los dedos amorosos que reparten

el pan,

como los utensilios que usan las abuelas

en ciertas ocasiones.

Eres llama permanente en la otra

orilla,

lámpara encendida ha mucho tiempo.

 

ENTRAR A LA MEMORIA SI ESTÁ SOLA 

    Entrar a la memoria si está sola

tocar su dimensión

y no llegar al límite

oírla cuando habla

escuchar su silencio

toda voz me refleja y se refleja. 

    Somos su vino

su muerte

las puertas que no abrimos

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por dentro

somos el hombro de la casa

donde habita. 

    ¿Hay acaso memoria

en la materia?

Si estamos detenidos

y ni siquiera vemos

y no venir lejos

es no llegar muy lejos

cruzar su dimensión

hacerla que florezca. 

 

DIOS HIZO AL HOMBRE A SU IMAGEN Y SEMEJANZA 

A Alberto Ulloa 

            Dios hizo el hombre a su imagen y semejanza

más, el hombre habló, rota la calma

fuego en las piedras

escrita la primera burla a su imagen en el agua.

En las manos la hacienda

pequeña la almendra en la montaña

y él, más alto que su oreja.

Pies de hielo o fuego encima de la lluvia

casas de cal o mármol en su vientre

y su lugar fue todo el orbe

luz y no sombras si lo hubiera querido.

Cerró lámparas

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abrió caballos al alarido de las llamas

derribó puertas y sonidos.

Entonces inventó la muerte. 

II 

    El hombre creó la estatua

a su imagen y semejanza.

Ella no habló

más con su nombre de arena

azul para el silencio de su cuerpo

voló desde su tiempo inapelable. 

    Habitada en sí misma

músculos y nervios bajo los pliegues

de su piel

espectrales ciudades bajo los pliegues

de su piel

miró su forma pura, altísima,

en todos los lugares y en ninguno

y como era estatua y no hombre

en su inmóvil vestido

entró a los animales y a la vida. 

III 

    Y Dios contempló la estatua

su criatura perfecta.