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Algunos datos históricos para poder contextualizar la obra (fragmento) 1 MÓNICA VILLA En la década de 1910, el sistema teatral culto de Buenos Aires estaba basado en la textualidad de la obra dramática de Florencio Sánchez, quien introdujo el naturalismo en el teatro. Los autores naturalistas preconizaban la reproducción total de la realidad, no estilizada ni embellecida. Utilizaban métodos vinculados a las ciencias del momento: el positivismo y el cientificismo. Esto significaba que el hombre no podía escapar a la influencia del medio y de la herencia. Se crea entonces una fatalidad determinista, triunfan los fuertes, fracasan los débiles y aparece el personaje desenmascarante que intenta tomar autoridad en la familia. Según Juri Lotman, en este tipo de textualidades los personajes actúan por miedo o por vergüenza social. Para la visión determinista de la época, los procesos sociales son estáticos y el individuo nunca va a poder hacer algo que modifique su destino. Tanto la sexualidad masculina como la femenina eran apenas materia de estudio en la Facultad de Medicina entre 1870 y 1940, salvo desde el higienismo, y el concepto de inversión sexual era considerado un mal que amenazaba la salud moral de la sociedad. El tema de la inversión sexual (hombres femeninos y mujeres masculinas) era recurrente en los escritores e intelectuales de comienzos del siglo XX. Tal es el caso de Carlos Octavio Bunge en su novela Los envenenados de 1908, en La mala vida en Buenos Aires de Eusebio Gómez (abogado y criminólogo) publicado en 1909 y en Patología de Las funciones psicosexuales de José Ingenieros, 1910, entre otros. La palabra "invertido" era utilizada para identificar al hombre que adoptaba un rol pasivo en la relación homosexual. Esta "inversión" también implicaba una feminización gradual un proceso patológico de transformación en un ser, femenino dentro de un cuerpo 1 Estudio Preliminar a la obra “Los invertidos” de José González Castillo, Corregidor, Buenos Aires, 2015. masculino. Desde el discurso médico jurídico de la época, el castigo social correspondía al invertido, al seducido, no al seductor, ya que éste en ningún momento invertía su rol activo en la relación sexual, no era traidor al género masculino. A lo largo del período que se extiende desde mediados del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial la mentalidad burguesa estuvo signada por el cientificismo y el positivismo, siendo al mismo tiempo una "doctrina totalmente admitida inclusive por los movimientos obreros" (Romero 1987: 141). ' Desde el discurso del poder se ubicaba tanto a lo~ "invertidos" como a las "invertidas" en la clase baja: peones, obreros, desempleados, fundamentalmente inmigrantes pero también de nacionalidad argentina. La sociedad se apoyaba firmemente en un sistema de normas que, a través de sus instituciones disciplinantes (el matrimonio, la escuela, el servicio militar, la familia), construían un "ser social", regían las relaciones entre las personas, entre los sexos y entre los diferentes estratos sociales. No sólo era necesario construir una nacionalidad, sino también una sexualidad. A partir de 1871, época de la gran epidemia de fiebre amarilla, el gobierno nacional decidió invertir tiempo y dinero en construir una nueva ciudad de Buenos Aires, una ciudad subterránea con un sistema de cloacas y otro de distribución de agua potable, una "ciudad higiénica", que se vio concretada recién en 1892. Este proyecto fue fundamentalmente impulsado por el intendente de la ciudad Torcuato de Alvear, quien estuvo en funciones desde 1879 hasta 1887, y se rodeó de un grupo de médicos quienes liderados por José María Ramos Mejía, construyeron y concretaron un primer proyecto de "higiene social". Este es el momento en que se comienza a divulgar en Europa una imagen de Argentina "salubre" que atraería inmigrantes para poblar el país, y se funda el Departamento Nacional de Higiene Pública y Medicina Legal que se va a hacer cargo de toda la política sanitaria de la ciudad. Más adelante se crearía el Instituto Médico Legal de la Facultad

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Materiales para analizar "Los invertidos" de González Castillo.

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Algunos datos históricos para poder contextualizar la obra (fragmento)1

MÓNICA VILLA

En la década de 1910, el sistema teatral culto de Buenos Aires estaba basado en la textualidad de la obra dramática de Florencio Sánchez, quien introdujo el naturalismo en el teatro. Los autores naturalistas preconizaban la reproducción total de la realidad, no estilizada ni embellecida. Utilizaban métodos vinculados a las ciencias del momento: el positivismo y el cientificismo. Esto significaba que el hombre no podía escapar a la influencia del medio y de la herencia. Se crea entonces una fatalidad determinista, triunfan los fuertes, fracasan los débiles y aparece el personaje desenmascarante que intenta tomar autoridad en la familia. Según Juri Lotman, en este tipo de textualidades los personajes actúan por miedo o por vergüenza social. Para la visión determinista de la época, los procesos sociales son estáticos y el individuo nunca va a poder hacer algo que modifique su destino.

Tanto la sexualidad masculina como la femenina eran apenas materia de estudio en la Facultad de Medicina entre 1870 y 1940, salvo desde el higienismo, y el concepto de inversión sexual era considerado un mal que amenazaba la salud moral de la sociedad.

El tema de la inversión sexual (hombres femeninos y mujeres masculinas) era recurrente en los escritores e intelectuales de comienzos del siglo XX. Tal es el caso de Carlos Octavio Bunge en su novela Los envenenados de 1908, en La mala vida en Buenos Aires de Eusebio Gómez (abogado y criminólogo) publicado en 1909 y en Patología de Las funciones psicosexuales de José Ingenieros, 1910, entre otros. La palabra "invertido" era utilizada para identificar al hombre que adoptaba un rol pasivo en la relación homosexual. Esta "inversión" también implicaba una feminización gradual un proceso patológico de transformación en un ser, femenino dentro de un cuerpo masculino. Desde el discurso médico jurídico de la época, el castigo social correspondía al invertido, al seducido, no al seductor, ya que éste en ningún momento invertía su rol activo en la relación sexual, no era traidor al género masculino.

A lo largo del período que se extiende desde mediados del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial la mentalidad burguesa estuvo signada por el cientificismo y el positivismo, siendo al mismo tiempo una "doctrina totalmente admitida inclusive por los movimientos obreros" (Romero 1987: 141). '

Desde el discurso del poder se ubicaba tanto a lo~ "invertidos" como a las "invertidas" en la clase baja: peones, obreros, desempleados, fundamentalmente inmigrantes pero también de nacionalidad argentina.

La sociedad se apoyaba firmemente en un sistema de normas que, a través de sus instituciones disciplinantes (el matrimonio, la escuela, el servicio militar, la familia), construían un "ser social", regían las relaciones entre las personas, entre los sexos y entre los diferentes estratos sociales. No sólo era necesario construir una nacionalidad, sino también una sexualidad.

A partir de 1871, época de la gran epidemia de fiebre amarilla, el gobierno nacional decidió invertir tiempo y dinero en construir una nueva ciudad de Buenos Aires, una ciudad subterránea con un sistema de cloacas y otro de distribución de agua potable, una "ciudad

1 Estudio Preliminar a la obra “Los invertidos” de José González Castillo, Corregidor, Buenos Aires, 2015.

higiénica", que se vio concretada recién en 1892. Este proyecto fue fundamentalmente impulsado por el intendente de la ciudad Torcuato de Alvear, quien estuvo en funciones desde 1879 hasta 1887, y se rodeó de un grupo de médicos quienes liderados por José María Ramos Mejía, construyeron y concretaron un primer proyecto de "higiene social".

Este es el momento en que se comienza a divulgar en Europa una imagen de Argentina "salubre" que atraería inmigrantes para poblar el país, y se funda el Departamento Nacional de Higiene Pública y Medicina Legal que se va a hacer cargo de toda la política sanitaria de la ciudad. Más adelante se crearía el Instituto Médico Legal de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, cuyos médicos especialistas en medicina legal se transformarían en funcionarios estatales y agentes del sistema policial y médico legal.

Este proyecto de "higiene social y nacional" será utilizado por las autoridades liberales hasta bien entrado el siglo XX para defender al cuerpo físico de la nación no sólo de los microbios y bacterias que lo acechaban a nivel de salubridad, sino también de los males sociales y morales que podían hacer estragos en el cuerpo social de la nación. Dentro de estos males sociales estaba la anarquía (que venía infiltrada entre los inmigrantes italianos de fines de siglo), los reclamos de las mujeres (que ya trabajaban como obreras en las fábricas y estaban comenzando a agruparse en movimientos anarquistas y socialistas femeninos), la prostitución y la homosexualidad. Todo esto era percibido como una "infección" que venía desde Europa formando parte del gran aluvión inmigratorio y representaba un peligro para la población nativa. Las clases altas vivían esta situación como una amenaza sobre todo considerando el gran escándalo homosexual en el ejército y círculo de consejeros alemanes del Kaiser Guillermo II, quienes entre 1900 y 1914 colaboraban activamente para reorganizar el ejército argentino y lograr: 'junto con la educación nacionalista, organizar un primer electorado nacional viril. ( ... )2 La homosexualidad alemana de clase alta, como la pederastia italiana de clase baja fueron concebidos como flujos ocultos, simulados, diseminándose, contaminando e invadiendo las escuelas, los cuarteles y los espacios públicos y privados de la nueva burguesía argentina moderna". (Salessi, 2000: 258)

La medicina legal jugó progresivamente un rol fundamental en el campo de la homosexualidad hasta llegar a establecer, hacia 1940, sanciones legales contra las personas que mantenían relaciones sexuales con otras del mismo sexo, y "el peritaje de estos médicos se consideraba científico y servía como una sentencia jurídica virtual" (Salessi, 2000: 129). Los médicos legalistas trabajaban en conjunto con la Policía de Buenos Aires, cuyas ordenanzas la habilitaban para detener a cualquier individuo sospechoso de honestidad dudosa, sin domicilio fijo o sin trabajo. De esta manera se ejercía el control, la vigilancia y persecución en las clases bajas formadas por obreros e inmigrantes.

Podemos imaginar, entonces, la virulencia del ataque de José González Castillo al "invertir", en 1914, los sujetos del drama y la clase social sujeta a persecución. En febrero de 1919 en su discurso previo al re-estreno, el autor explicó al público "(...) Pero, como precisamente, ese vicio está radicado más en las altas esferas sociales, que en las clases populares, y se trata de combatir seriamente en la obra, de ahí la mojigatería que les obliga, en nombre de una moral mal entendida a ocultar una infamia que consideran sin remedio y sin redención".

2 En 1901 se sancionó la Ley Richieri de Servicio Militar Obligatorio y en 1912 la Ley Sáenz Peña de Voto Secreto y Universal para los hombres.

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Presentó el "vicio sexual" en el seno de una familia de la alta burguesía patriarcal, cuyo jefe de familia, el De. Flórez, es un médico legalista que lleva una doble vida, desnudando, de manera impensable, la hipocresía de la clase dominante que arrojaba la primera piedra sobre las clases desprotegidas y quedaba por este medio "libre de pecado". Sin duda alguna, un ataque de cuño profundamente anarquista que equivalía, casi literalmente, a dinamitar las estructuras de poder y que le valdría, como es de suponer, la censura inmediata y la suspensión de las representaciones de la obra. Es válido remarcar que González Castillo acababa de regresar con su mujer y sus hijos de tres penosos años de exilio en Chile,3 los que ciertamente no habían acallado sus ideas libertarias, ni la valentía de su compromiso con la denuncia. Es en este acto donde seguramente reside la trascendencia de la obra.

Visto desde esta perspectiva, parece injusta la crítica contemporánea que tildó a la obra de homofóbica en los años 90. González Castillo en tanto anarquista, no logró escapar al pensamiento dual que tenían los libertarios en tomo a la homosexualidad, ya que "Promiscuidad y adulterio eran escalofriantes descensos en la escala moral del anarquismo" (Barrancos: 1990, 28). Hasta mucho más avanzado el siglo XX, el pensamiento libertario no iba a poder sustraerse a la moral social imperante ni al gran peso del discurso médico determinista-cientificista y las corrientes eugenésicas de fines del Siglo XIX. Si bien los anarquistas defendieron el amor libre y la libertad sexual de la mujer tanto como la del hombre, en lo referente a sexualidad pensaban que había una Naturaleza que determinaba qué era normal y qué era patológico, siendo lo normal un equilibrio entre Naturaleza y Razón" (Barrancos, 1990: 20).

Es indudable que Los invertidos desafía la prueba del tiempo, a contramano del cuerpo social, con su carga de prohibiciones, silencios, escándalos e interpretaciones más o menos acertadas por el mérito hasta ese momento inédito de irrumpir en el orden privado y en consecuencia en el orden público, en el cual "el nacionalismo y la respetabilidad le asignaban a cada uno su lugar en la vida, hombre y mujer, normal y anormal, nativo o extranjero, y cualquier confusión entre estas categorías amenazaba con el caos y la pérdida de control" (Mosse, 1985: 16).

Tenemos necesariamente que llegar hasta nuestros días, para poder dar esta vuelta de tuerca y comprobar que

el anarquismo es una actitud de escepticismo ante la autoridad y la dominación. Y el reconocimiento de que toda forma de dominación, jerarquía, control, conlleva el peso de la prueba, no es auto justificante. Tiene que demostrar que es legítima, al igual que cualquier otra forma de fuerza o coerción, y por lo tanto, merece ser desafiada. Y si se la cuestiona, y no puede justificarse, debería ser desmantelada. (Chomsky, 2099: BBC) (La traducción es nuestra)

Haber advertido esto no menos de cien años antes, y haberse animado a ponerlo en escena, parece mérito suficiente para ubicar a su autor entre los más trascendentes de nuestro sistema teatral.

3 Como consecuencia de la sanción de la Ley de Defensa

56. LOS INVERTIDOS: Tomá... ahora, ahora te queda lo que tú llamas la última evolución. .. ¡tu buena evolución! 4

La traición estaba en marcha. El poder había decidido que tango y radicalismo entraban en los salones solo si

afuera quedaban anarquistas, obreros, prostitutas, homosexuales. Los primeros tuvieron que hacer profesión de fe repudiando a los segundos.

Faltaba todavía una defección más. José González Castillo –que había entrado al mundo del teatro con Los rebeldes,

cuadro filodramático de una entidad obrera5 y era un anarquista que peleó con el Estado cuando quiso ponerle de nombre a su hijo “Descanso Dominical Castillo” y terminó concediendo ponerle “Cátulo”– presentó en 1914 su obra Los invertidos. En principio, una osadía.

La palabra no se usaba en la prensa ni siquiera negativamente todavía. Quizás algún invertido de la época haya llegado al teatro esperando –habida cuenta

de los antecedentes anarquistas del autor– no una reivindicación que los tiempos no hubieran tolerado de ninguna manera, pero al menos una primera aproximación neutra al tema, algo que sirviera para no sentirse tan solo, tan monstruoso; la mano tendida que siempre ofrecieron los anarquistas.

Se habrá achicado en su asiento. Se habrá arrepentido de haber ido. Se habrá arrepentido de haber nacido. A eso parecía incitar la obra. Que, sin embargo, le ofrecía una solución rápida y definitiva a su “problema”: el suicidio.

La obra, por lo demás bien escrita,6 cuenta la historia de Clara, una señora de clase acomodada del Buenos Aires de principios de siglo XX, casada con el doctor Florez, con quien tiene dos hijos: Julián y Lola. Clara tiene un amante, Pérez, pero descubre que Pérez además es amante de Florez, su marido. Clara está casada con Florez que sale con Pérez que sale con Clara. Clara mata a Pérez y le alcanza un arma a Florez para que se mate y no sea un mal ejemplo para los hijos.

Florez está escribiendo un peritaje médico legal sobre un invertido: “Hay una ley secreta, extraña, fatal, que siempre hace justicia en esos seres, eliminándolos trágicamente, cuando la vida les pesa como una carga... Irredentos convencidos... el suicidio es ‘su última, su buena evolución’”. En el informe, hablando del invertido que está analizando pero también de sí mismo, Florez anota: “Cuando están bajo la acción del momento, que llamaremos crítico, de la noche especialmente, [los invertidos] se convierten en mujeres, en menos que mujeres, con todas sus rarezas, con todos sus caprichos, y sus pasiones, como si en ese instante se operara en su naturaleza una transmutación maravillosa y monstruosa (como poseído). ¡Es la voz de los ancestros, el grito del vicio, el llamamiento imperioso de la decadencia genésica, heredados de un organismo decrépito y gastado en su propio origen por la obra de un pasado de miseria material y anímica”. Clara, que de sonsa no tiene un

4 Osvaldo Bazán, Historia de la homosexualidad en la Argentina, Buenos Aires, La Marea, 2013. (pgs 198-200).5 Pedro Orgambide: “Plumas libertarias”, Clarín (17,9.2000). 6 González Castillo fue además autor de alguna buena letra de tango, como Silbando: “Y, desde el fondo del Dock, gimiendo en lánguido lamento, / el eco trae el acento / de un monótono acordeón, / y cruza el cielo el aullido / de algún perro vagabundo / y un reo meditabundo / va silbando una canción...”.

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pelo, cuando le entrega el arma le dice, haciéndolo esclavo de sus palabras: “Tomá... ahora, ahora te queda lo que tú llamas la última evolución... ¡tu buena evolución!”.

Al comienzo de la obra, la mucama Petrona recuerda a un homosexual y dice: “Lo vi pocas veces hasta que, según me dijeron, se mató... Y mire lo que son las cosas, ¿no?... ¡Casi todos los mariquitas que yo he conocido o he oído decir, han muerto lo mismo... como si “juera” un castigo de Dios!”.7

El invertido que fue a ver la obra el día del estreno, aparte de haberse achicado en su butaca, debió escuchar al autor, al anarquista de las soluciones rápidas, vitoreado por el público según contó el diario La Mañana: “A instancias del extraordinario público que una vez terminada la obra pidió al autor que hablase, hizo este uso de la palabra, manifestando entre otras cosas: que según una estadística publicada en 1905, los ‘anormales’, en Buenos Aires alcanzaban a la suma de más de diez mil, lo que hacía, desde luego, que la enorme proporción tomara un carácter alarmante. Agregó el señor González Castillo que era humano atacar por todos los medios el incremento de la degeneración que ha inspirado su obra”.8 En el diario Crítica dijeron: “Agregó el señor González Castillo que tratar por todos los medios de ataca: el mal, convenciendo a la multitud del desprecio y la lástima de que era ‘dignos’ –lo pondremos entre comillas– esos seres dotados de una si se quiere segunda naturaleza, era hacer obra moralizadora”.9

El anarquista hacía “obra moralizadora” convenciendo a la multitud de que debía despreciar al invertido y al invertido de que debía despreciarse a sí mismo hasta llegar al suicidio.

Mientras González Castillo traicionaba sus ideales, el delicado Carlos Octavio Bunge traicionaba sus deseos más íntimos y secretos.

Con nostalgia Carlitos añoraba “los auxilios que prestaba la terapéutica a la humanidad doliente, las grandes convulsiones sociales –pestes, hambres –guerras [que] contribuían en primera línea a eliminar a los degenerados. En Buenos Aires, por ejemplo, las revoluciones, la tisis, la fiebre amarilla y el cólera han barrido al elemento negro [...] algo semejante ha sucedido en todos los países americanos con las razas aborígenes”.10

Como ya no hay pestes en las cuales confiar, Carlitos se queja de “la poca frecuencia y menor crueldad de las guerras [que], facilitan ahora la obra de la medicina en la perpetuación de los degenerados”.11

Por eso propone una salida genial: “El mejor medio de su eliminación, cuando se llega al caso extremo de la disolución por la herencia, es hoy, podría decirse voluntario: el suicidio. En las universidades alemanas varios moralistas han publicado en los últimos

7 Según Salessi, de esta manera la sugerencia de que ‘casi todos los mariquitas’ se suicidaban aparecía al mismo tiempo como una noción popular y una pena divina. El licenciado Carlos Alberto Barzani, en su trabajo “Uranianos, invertidos y amorales. Homosexualidad e imaginarios sociales en Buenos Aires (1902-1954)”, premiado en el 2° concurso de monografías de la Facultad de Psicología de la UBA y en las v Jornadas de Residentes de Salud Mental del área metropolitana 1998, como el mejor trabajo en el área institucional, dice que “este mensaje (el suicidio como la mejor posibilidad para el homosexual) se repite insistentemente a lo largo de toda la obra como el final inevitable de todos los invertidos”.8 La mañana (13.9.1914).9 Crítica (13.9.1914), citado por Salessi: O. cit., p. 372.10 Bunge: “Estudios filosóficos" en La cultura argentina, Buenos Aires, 1919, p. 248.11 Ib., p. 249.

lustros obras de una lógica admirable, sosteniendo el deber del suicidio en ciertos casos. [...] ¡Son tan pocos los degenerados que poseen el valor para el suicidio!”.12

Despreciados y humillados, los invertidos tenían que saber que su vida no valía y que lo mejor que podían hacer era matarse. No lo decía un médico metido a policía. No lo decía un policía enfrentando a un lunfardo.

Lo decía un artista anarquista desde el escenario del teatro. No había escapatoria posible. En una escena especialmente aleccionadora de Los invertidos, el doctor Florez le

decía a su amante Pérez, poco antes de matarse: “Este vicio, esta aberración que es ya una segunda naturaleza en mí, empieza a tener su crisis y tú la has provocado... Desde anoche te tengo asco... y me lo tengo a mí mismo (llorando). Soy un desgraciado”.

Sin embargo, aun con sus buenas intenciones moralizadoras, a diez días de estrenada, el gobierno municipal la prohibió. No podían permitir que en pleno centro de la ciudad un cartelón enorme dijese Los invertidos.

Si quieren, que se maten. Pero que no hagan ruido.

12 Ib., p. 249. Era cierto. El propio Bunge murió de muerte natural, a los 42 años, el 22 de ma-yo de 1919, después de haber confesado y comulgado a pesar de que a lo largo de toda su vida no había hecho más que mofarse de la religión católica. Tan profundo cambio marcó en los últimos tres días de su vida desde que se confesó hasta que murió, que se lo pasó rezando el Credo y revisando lo escrito por él a lo largo de su vida. No encontró nada en contra de la Santa Madre Iglesia pero autorizó a sus hermanos que si por ahí encontraban algo ofensivo, lo quitaran para siempre. Ya se había disfrazado lo suficiente ante el poder terrestre, haciendo creer que no era lo que era. Iba a empezar ahora a disfrazarse frente al poder celestial.