Alfredo Saenz SJ - Arquetipos Cristianos - 2

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    P. Alfredo Senz, S. J. Arquetipos cristianos

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    Santo Toribio de Mogrovejo

    Nos complace detenernos en la consideracin de lafigura de Santo Toribio, el gran pastor de Hispanoamri-ca, autntico arquetipo de lo que puede llegar a ser unobispo cuando asume sus responsabilidades pastoralescon generosidad y grandeza de alma.

    I. De los Picos de Europaal Episcopado

    Naci Toribio en Mayorga, pueblo del Reino de Len.All se haba trasladado su familia, cuya casa solariegase ubicaba en una aldehuela denominada Mogrovejo, sitaen las estribaciones de los montes de Asturias, los llama-dos Picos de Europa. Fue en dichos montes donde seinici la gloriosa Reconquista de Espaa, hasta entoncesen poder de los moros. Sus padres eran de familia noble,lo que dejara una impronta indeleble en el modo de serdel joven Toribio, el tercero de cinco hermanos. No sesabe con exactitud la fecha de su nacimiento, si bien esopinin comn que acaeci el ao 1538.

    En el valle de Libana, junto al castillo de los Mogrovejo, seencuentra un monasterio, fundado en el siglo VI por el monje Toribio,que haba sido obispo de Palencia, y que eligi ese lugar para vivirall con un grupo de compaeros segn la regla benedictina. A me-diados del siglo VIII, una vez consolidada la Reconquista en esazona, llevaron al monasterio los restos de otro Toribio, que habasido obispo de Astorga en el siglo V, juntamente con el lignumcrucis que dicho obispo trajo consigo de una de sus peregrinacio-nes a Jerusaln. Hoy el monasterio se llama de Santo Toribio deLibana. De este santo le viene su nombre a nuestro Toribio, ascomo su amor apasionado por la cruz.

    1. Joven estudiante en Valladolid

    A los 13 aos Toribio fue enviado a Valladolid paraestudiar gramtica, humanidades, derecho y filosofa.Ciudad histrica aqulla, que haba sido varias veces sedede la corte de Castilla y capital del Imperio, cuna de Fe-

    lipe II y lugar de su coronacin, ciudad que acogi aHernn Corts para que diese a conocer el mundo azte-ca, foro de la polmica entre Las Casas y Seplveda,lugar de promulgacin de las Leyes Nuevas, asiento delConsejo de Indias... En dicha ciudad, corazn del mun-do hispano, donde por aquellos aos se encontraba Feli-pe II, quien tena apenas 25 aos y all permanecerahasta el traslado definitivo de la corte a Madrid, residiToribio durante una dcada.

    No haca cincuenta aos que en la iglesia de San Francisco habansido inhumados los restos de Coln, cuya casa se encontraba enaquella ciudad. Podrase decir que la tierra americana palpitaba enValladolid, siendo la ciudad entera latido y pulso del emprendimientoglorioso de las Indias. Si en Sevilla se embarcaban las expediciones,

    Valladolid las preparaba y equipaba. Ningn sitio, pues, ms suge-rente para suscitar la llamada de las Indias.

    No sera extrao que aqu hubiese comenzado Toribioa experimentar dicho atractivo. Diez aos de su primerajuventud, desde 1550 a 1560, transcurri en ese am-

    biente de Valladolid, cortesano a la vez que acadmico.Eran aos cruciales, pletricos de acontecimientos: lassesiones del Concilio de Trento, el nacimiento deCervantes, el primer concilio de Lima, la muerte de SanIgnacio, la coronacin de Felipe como rey. Ya desde en-tonces comenzaron a manifestarse los quilates del alma deToribio, un verdadero ejemplo para sus compaeros deestudios, a quienes no vacilaba en decirles, segn ellosmismos nos relatan: No ofendis a tan gran Seor [a

    Dios], reventar y no hacer un pecado venial.2. En Salamanca

    En 1562 pas Toribio a Salamanca, para proseguir susestudios. All se encontraba un to suyo, Juan Mogrovejo,cannigo y clebre catedrtico de la Universidad.Salamanca era una ciudad esplndida, y lo sigue siendohoy. A juicio de Cervantes, enhechiza la voluntad devolver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vi-vienda han gustado. Los aos que all pas Toribio, de1562 a 1571, fueron tambin aos preados de aconte-cimientos. Durante esa dcada naci Lope de Vega, seclausur el Concilio de Trento, se realiz la reforma deSan Carlos Borromeo en Miln, gobern como Papa SanPo V, se public el Catecismo del Concilio de Trento,muri fray Bartolom de Las Casas...

    En lo que toca a la misma Salamanca, cuando a ella lleg Toribio,enseaban all grandes profesores, como los padres Domingo deSoto y Melchor Cano, habiendo transcurrido tan slo diecisisaos desde la muerte de su egregio maestro, el P. Francisco deVitoria. Asimismo ejerca la docencia por aquellos tiempos el cle-bre fray Luis de Len. No cabe duda que el nivel cultural era eleva-dsimo, como si buena parte del Siglo de Oro se hubiera refugiadoen aquella ciudad.

    Por otro lado, Salamanca era tambin madre de la naciente cultu-ra hispanoamericana, no slo en razn de que en sus aulas se for-maron numerossimos alumnos que luego se dispersaran por nues-tras tierras, sino tambin por haber sido la matriz de las Universi-

    dades que naceran en Iberoamrica, especialmente de la que secreara en Lima bajo el nombre de San Marcos, fundada a semejan-za suya y con los mismos privilegios y exenciones como los tienela de Salamanca. Cuando algunos aos despus, Toribio interven-ga en aquel centro americano de altos estudios, procediendo a unreajuste de ctedras y materias, lo hara de acuerdo en todo con loque vio y aprendi en la Universidad de Salamanca.

    Tal fue el mundo que conoci nuestro joven, un mun-do bullicioso, inquieto y vido de saber. All se destacenseguida por su gran capacidad de trabajo, su rigor in-telectual y su enorme facilidad de asimilacin. As lo re-cordaran luego sus compaeros: Su ingenio, que lotena muy sutil. Estaba en todas las materias muy se-or. Hombre de muy aventajadas y grandes letras.

    Siendo seor de todo, como quien estaba siempre enlos libros...

    Son algunas de las apreciaciones de quienes fueronsus condiscpulos, segn nos lo revelan las declaracio-nes de su proceso de canonizacin. Uno de ellos diraque con frecuencia le resuma lo que haba odo en lasaulas, hacindolo muchas veces mejor que los maes-tros de quienes lo oy. Y eso que no eran tontos aque-llos maestros!

    Su to estaba feliz con los progresos del aventajadoToribio. De ah que con gusto le hara entrega, ms ade-lante, de buena parte de su copiosa biblioteca: Mando ami sobrino Toribio mi librera. Eran libros especialmen-

    te de ndole jurdica, de modo que con su ulterior trasla-do al Per sera la primera biblioteca de temas cannicosque pasara de Espaa a Amrica.

    Lleg el ao 1568. Aprovechando las vacaciones, elque un da haba de ser viajero incansable por los cerros

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    y quebradas del Per donde se ha de ir a pie, segnluego dira, quiso prepararse dirigindose en peregrina-cin a Santiago de Compostela. Tom el bordn con lacalabaza, cosi las conchas en la esclavina, y puso elzurrn a la espalda. Lo acompaaban un amigo suyo,Francisco de Contreras, que con el tiempo llegara a serel presidente del Consejo de Castilla.

    Durante el transcurso del viaje ocurri un hecho pintoresco, quede algn modo adelanta la actitud pastoral que luego lo caracteriza-

    ra. Cerca ya de Santiago, entraron a rezar en la iglesia de un pueblo.Como ambos estaban vestidos de manera humilde, una esclavanegra, que se encontraba esperando en la puerta la salida de susamos, peregrinos tambin, al ver a los dos jvenes sac del bolsoun maraved y se los dio de limosna. Toribio declin amablementeel obsequio: Dios os lo pague, seora, que aqu llevamos parapasar nuestra romera. La pobre mujer, creyendo que no le acep-taban su limosna por demasiado insignificante, insisti: Herma-nos romeros, perdonadme, que no tena ms que este cuarto, y asno os di ms; el conde, mi seor, est ah dentro, oyendo misa,pedidle que os dar un real o medio. Los dos estudiantes, que erande noble linaje, besaron conmovidos el maraved y se lo devolvieron.

    Aos ms tarde aquel peregrino ya transformado enarzobispo tendra a su cuidado en slo la ciudad deLima no menos de ocho mil negros, a quienes amara

    como un padre, erigiendo varios curatos especiales paraellos, a cargo de sacerdotes expertos en tan difcil apos-tolado. Tanto los distinguira que nunca llamaba ni con-senta llamar a los negros, negros, sino por su nombrede bautismo u hombre moreno. l mismo le confesaraa uno de sus confidentes que jams olvid aquel en-cuentro con la negra en su peregrinacin al santuario deSantiago.

    Llegado a Compostela, Toribio aprovech para prepa-rar su licenciatura en cnones durante el mes que allpermaneci. Con la colacin de grados, que se celebren una capilla de la catedral compostelana, le otorgaronel ttulo. Nunca la Universidad de Santiago olvidara tan

    ilustre graduado. An hoy se conserva all una leyendaen latn que dice: Toribio Alfonso Mogrovejo, viniendocomo peregrino a Compostela, fue investido del gradode licenciado en Derecho Cannico en esta universidadliteraria el 6 de octubre del ao del Seor 1568. Tenatreinta aos.

    Una vez obtenida la licenciatura volvi a Salamanca,ingresando como alumno becario en el Colegio MayorSan Salvador de Oviedo. Esos Colegios Mayores, reser-vados para los ms capaces, apuntaban a formar sacer-dotes diocesanos observantes y celosos, munidos de unaslida formacin humanstica y teolgica, y tambin di-rigentes laicos que trabajasen luego por el bien comn.

    De all saldran, as, gobernantes, obispos, consejeros,sabios, escritores... Los haba a la sombra de todas lasUniversidades.

    La de Salamanca contaba con tres de esos Colegios. Toribioeligi el ms prestigiado. El ambiente que all se viva, en rgimende completo internado, era excelente, no slo en lo que toca a lointelectual y moral sino tambin a lo religioso. Los estudiantes seejercitaban en la piedad, con misa diaria y comunin frecuente,asistiendo a clases en la Universidad prxima, y consolidando lue-go en el Colegio lo escuchado en las aulas, con repeticiones yenseanzas complementarias. All Toribio se form en ambos de-rechos, el cannico y el civil, as como en teologa.

    Durante su estada en Salamanca ha de haber tenidoabundantes noticias del Nuevo Mundo. Se sabe, por ejem-

    plo, que all llegaron los escritos y comentarios del fran-ciscano Bernardino de Sahagn, profesor de la primeraescuela importante fundada en Mxico, la de Santa Cruzde Tlatelolco, sobre la idiosincrasia de los indios mejica-nos, sus costumbres, la historia del Imperio Azteca, y elmodo que deba emplearse para aprender su lengua.

    Varios de sus compaeros nos han dejado testimoniosde la integridad de vida de nuestro biografiado y de lasvirtudes que ya desde entonces lo ornaron. Era el limos-nero ms generoso del Colegio. Y tambin el ms morti-ficado. Tan severas fueron sus penitencias, con ciliciosy disciplinas, que algunos las juzgaron excesivas, denun-cindolo al Rector del Colegio. ste le pidi que modera-se el rigor con que castigaba su cuerpo y se atuviera auna justa medida, de modo que no daase la salud. Hasta

    entonces Toribio no haba manifestado deseos de seguirla vocacin sacerdotal. Si bien sus estudios lo capacita-ban para recibir las rdenes mayores, por el momentoera laico, muy destacado, pero nada ms.

    3. Inquisidor en Granada

    Tres aos pas Toribio en el Colegio Mayor deSalamanca. Tena 35 aos de edad, y un flamante ttulode licenciado que haba trado de Compostela bajo el bra-zo. Se estaba ahora preparando para afrontar las pruebasque exiga el doctorado en Derecho. Mas he aqu queuna noche, cuando todos estaban descansando, reciosgolpes se escucharon en las puertas del Colegio. Por loinslito del caso deba tratarse de algo urgente. Cierta-mente lo era. Tratbase nada menos que de una carta delRey en persona, dirigida a Toribio, que haba de entre-garse en manos del destinatario. El caballero que haballamado era el gentilhombre del Santo Oficio de Sala-manca. La carta del monarca, anexa a pliegos del Conse-jo Supremo, le informaba que haba sido nombrado In-quisidor en Granada. Una altsima designacin oficial,mucho ms sorprendente por lo prematuro, ya que Toribiono era todava sino un simple estudiante, por aventajadoque fuese.

    Al principio crey que se trataba de una broma, tanpropia de los estudiantes. Pero cuando ley Yo, el reysobre la firma del secretario real y el agregado Por man-

    dato de Su Majestad, entendi que la cosa iba en serio.En el documento se deca: En el dicho licenciado con-curren las cualidades de limpieza que se requieren paraservir en el Santo Oficio de la Inquisicin. Y tambin:Nombro al licenciado Toribio Alfonso de Mogrovejo parael cargo de Inquisidor del Tribunal del Santo Oficio deGranada. Yo, el rey, Felipe II. Toribio entendi ensegui-da que alguien lo haba recomendado al monarca, sinduda sus antiguos condiscpulos. Como la orden era pe-rentoria, se fue inmediatamente a preparar sus valijas parasalir temprano hacia Granada. Sus compaeros lo feste-jaron toda la noche, pero l, para prevenir cualquier ten-tacin de vanidad, se encerr durante un rato en su cuar-

    to y se propin una buena cantidad de azotes...Hoy algunos, cuando oyen nombrar la Inquisicin, sienten quese les eriza la piel. En realidad se trat de una fundacin benfica,hecha para la salvaguarda de la fe. Si dejamos de lado algunos exce-sos, inevitables en toda institucin humana, la Iglesia, que la cre, ladeseaba justa, y no vacil en llamarla la Santa Inquisicin. Dehecho, varios inquisidores fueron declarados santos, y hubo entreellos mrtires, como San Pedro Arbus. En tiempos particularmen-te recios, se haca necesario poner recaudos especiales para conser-var la fe virgen de errores. Sea lo que fuere, la funcin de inquisidoren la Espaa del siglo XVI era de gran trascendencia. Haba en laPennsula varios tribunales regionales, que dependan de un Conse-jo Supremo. Los diversos inquisidores se iban turnando para reco-rrer todas las poblaciones del distrito a su cargo.

    A nuestro novel inquisidor le esperaba en el tribunal de

    Granada, ms all de los asuntos comunes y de los cues-tionamientos ideolgicos que se iban planteando por lasinfiltraciones en Espaa de la Reforma protestante, unproblema especfico, el de los moriscos y abencerrajes,antigua poblacin mora, incrustada en el pueblo cristiano

    Santo Toribio de Mogrovejo

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    como residuo compacto, difcil de asimilar. Constituanel ltimo baluarte del Islam, con fuerza ms que sufi-ciente para perturbar todo el reino de Granada, como loacababa de demostrar la rebelin todava humeante delos moriscos de las Alpujarras, a quienes haba derrota-do don Juan de Austria tres aos atrs. Puestos en eldilema, haca unos ochenta aos, de convertirse o aban-donar Espaa, muchos de ellos se haban hecho bautizarsin la sinceridad debida. Para enfrentar principalmente

    esta difcil situacin de los moros conversos, se habaelegido al destacado estudiante de Salamanca.All permanecera Toribio durante cinco aos. Diaria-

    mente deba recibir en audiencia tres horas por la maa-na y tres por la tarde. Los asuntos eran tan diversoscomo exticos: iluminados que se sentan enviados di-rectamente por Dios, perjuros, blasfemos, falsos con-versos judos y moros. El joven inquisidor estaba com-placido de poder trabajar en lo que ms le gustaba: elcampo del derecho, para hacer justicia, ganndosemerecidamente fama de rectitud y ponderacin en cadauna de las situaciones en que tuvo que intervenir. Nosdice uno de sus bigrafos:

    Senta en su alma notable desconsuelo cuando se ofreca elcastigar delitos de blasfemias, herejas, judasmo y otros semejan-tes. Amaba mucho a Dios y as era celoso de su honra. Quera conextremo a los prjimos y quera con extremo el ver usar de rigor conellos. Pero como en Dios los atributos de la justicia y de la miseri-cordia, aunque son diferentes, no son contrarios, sino conformes ycompatibles [...] era justiciero con misericordia y misericordiosocon justicia. Aborreca los delitos, no los agresores.

    A nadie envi a la hoguera, ni hubiera podido hacerlo,ya que ese castigo estaba reservado al poder poltico.Por aquellos aos, los casos de entrega al brazo seculareran rarsimos. Varias fueron las causas concretas quepasaron por sus manos, entre ellas la de una beguinailuminada, que pretenda recibir extraas inspiracionesdivinas, la de otra que haca propaganda de la bigamia, lade un iluminado para el cual la prostitucin no era peca-do. Por lo general los condenaba a penitencias que con-sistan en oraciones, ayunos y limosnas. En los casos deaquellos moriscos de dudosa conversin, numerosos enla regin, se mostr especialmente prudente. Durantecuatro meses recorri diversos barrios de Granada y unadocena de otras ciudades y pueblos de la zona.

    4. Obispo

    Estando en esos menesteres, recibi otra gran noticia.Felipe II lo haba presentado al papa Gregorio XIII paraque lo nombrase obispo de Lima, en el Nuevo Mundo.Aquella dicesis estaba acfala desde la muerte del pri-

    mer arzobispo, el dominico Jernimo de Loaysa. Cuatroaos haban pasado desde su fallecimiento, y el Consejode Indias no poda encontrar un sustituto que reunieralas condiciones requeridas para aquella sede episcopal.Una dcada atrs, el Rey haba expuesto en Valladolid lascondiciones que Roma consideraba indispensables paraque la colonizacin de Amrica se hiciera con un sentidoverdaderamente cristiano.

    Toribio ya haba tenido una experiencia poltico-religiosa de tresaos como Inquisidor en Granada, durante la cual mostr estardotado de un conjunto de cualidades personales: celo apostlico,serenidad de juicio, pulcritud en sus acciones y un ardiente deseode batallar en procura de la verdad y de la justicia. Toda Granadaera testigo de ello. Pero para ser obispo haba una dificultad, y es

    que por aquel entonces Toribio era todava laico.Las tramitaciones para la presentacin que de l hizoFelipe II fueron las habituales. Estando vacante la capitaldel Virreinato del Per, el Consejo de Indias se habadirigido al Rey para que cubriera dicha sede. En aqueltiempo las proposiciones para nombramientos episcopales

    en Amrica dependan del Consejo de Indias, que no sloatenda al gobierno general del Nuevo Mundo, sino queera tambin el rgano del Patronato eclesistico confia-do por el Papa al rey de Espaa sobre las tierras por elladescubiertas. Dadas las especiales caractersticas de lasede vacante en ella se necesitaba, a juicio del Consejode Indias un Prelado de fcil cabalgar, no esquivo a laaventura misional, no menos misionero que gobernante,ms jurista que telogo, y de pulso firme para el timn

    de nave difcil, a quien no faltase el espritu combativoen aquella tierra de guilas.

    Nos parece esplndida esta descripcin del perfil dequien haba de ser obispo en una zona tan ardua. Lonico que no nos gusta demasiado es esa preferencia delo jurdico por sobre lo teolgico. Quizs se quiso decirque, dadas las distancias que separaban Lima de Madridy de Roma, el obispo de aquella sede deba tener especialcapacidad de gobierno y de decisin, para saber zanjarsituaciones a veces complicadas sin permanentes con-sultas. Fue el parecer de Diego de Ziga, un antiguocompaero del Colegio Mayor de Salamanca, quien lehaba sugerido a Felipe II el nombre de Toribio.

    El Rey estudi la solicitud y resolvi de manera perso-nal, segn se lo comunicaba en carta al virrey del Per:la eleccin que yo hice en su persona. Felipe queraun obispo joven, capaz de emprender las visitas pastoralesque Jernimo de Loaysa no haba podido realizar desdehaca veinte aos. En lo que toca al ruego del Consejo,no olvidemos que Toribio conoci a la perfeccin am-bos derechos, el civil y el cannico. Si bien sera ms ungobernante religioso que un pensador o un telogo, contodo no se convirti en un leguleyo, un abogado de ofi-cina.

    Quedaba por obtener la confirmacin de Roma, que elPapa no tard en conceder. Al nombrarlo para el cargo,

    el Santo Padre alude a su futura sede, esa ciudad her-mossima y nobilsima le dice, en la que est el Virrey,el Consejo General y el Tribunal de la Santa Inquisicin.Era tambin, por elevacin, un elogio del nuevo arzobis-po: a tal honor, tal seor. En un principio, Toribio vacil,pidiendo tres meses de plazo para pensarlo mejor.

    Sabedor de ello, el Rey le hizo decir: Conozco la deli-cadeza de tu conciencia y la rectitud de tu corazn, y nome extraa que te consideres inhbil para el cargo que,en presencia de Dios, me ha parecido justo conferirte.Tus razones me agradan, pero no me convencen.

    Tambin su familia lo inclin a aceptar la denomina-cin. En especial sus hermanos le persuadieron a que

    lo aceptase declarara luego un conocido suyo, y lereconvenan diciendo que si deseaba ser mrtir que assiempre lo deca), aqulla era buena ocasin de serlo; yque as aceptase el dicho oficio. Con que por este finacept y por echar de ver que convena para exaltacinde la Iglesia y conversin de los indios infieles de esteReino y para la salud de las almas de ellos. As se lohizo saber al Santo Padre: Si bien es un peso que supe-ra mis fuerzas, temible aun para los ngeles, y a pesar deverme indigno de tan alto cargo, no he diferido ms elaceptarlo, confiando en el Seor y arrojando en l todasmis inquietudes.

    Aprestse entonces a su consagracin episcopal. Pero

    como an era laico, hubo de recibir primero, de manosdel arzobispo de Granada, las rdenes menores y elsubdiaconado, as como el diaconado y el sacerdocio.Finalmente fue hecho obispo en la catedral de Sevilla,que segua siendo moralmente la sede patriarcal de laIglesia en Amrica, como lo haba sido efectivamente

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    antes de la ereccin de los arzobispados de Santo Do-mingo, Mxico y Lima.

    5. Rumbo al Per

    Los meses que transcurrieron desde su eleccin comoarzobispo hasta el da en que se embarc en direccin asu nuevo destino, Toribio los emple en prepararse parapoder desempear mejor su ministerio episcopal. En or-den a ello, se puso a estudiar la historia y la geografa del

    virreinato del Per, sus costumbres, el estado en que seencontraban las misiones, los caminos que debera re-correr, y todo aquello que le permitiera identificarse mscon la tierra que sera su segunda patria.

    Se dirigi luego a Mayorga para despedirse de su ma-dre, hermanos, parientes y amigos. All mismo se ofre-cieron para acom.paarlo su hermana Grimanesa, consu esposo don Francisco de Quones, y sus tres hijos.Quiso tambin agregrsele el joven granadino SanchoDvila, quien lo haba secundado en sus aos de Inquisi-dor, y ahora lo seguira a Lima y lo acompaara conuna fidelidad realmente admirable en sus grandes visitaspastorales, hasta cerrarle los ojos a su muerte. Junto conToribio partieron tambin 16 jesuitas.

    El ao 1580 embarcse Toribio en Sanlcar de Barrameda, acom-paado por veintiseis personas. Llevaba consigo su rica biblioteca.Durante tres meses la nave surc las aguas. Cun al caso vienenaqu aquellas palabras que dijera Po XII refirindose a las carabe-las de Coln: Fueron verdaderas auxiliares de la nave de San Pe-dro, que llevaron al nuevo Mundo el tesoro de la fe. Exactamenteocurra ahora tambin. Tras arribar a Canarias, el barco se dirigi aSanto Domingo y luego a Panam. Despus de cruzar el istmo, loesperaba otra nave, que le haba enviado el virrey del Per.

    Una vez que lleg a Paita, prefiri continuar el viajepor tierra, lo que le permita empezar a conocer el pas.Luego de pasar Trujillo, entr por fin en Lima el 11 demayo de 1581. All lo esperaba el pueblo fiel, encabeza-

    do por el Virrey, Martn Enrquez, recin llegado de Mxi-co, y los dems funcionarios, todos en traje de gala.Revestido de pontifical, el nuevo obispo emprendi lamarcha hacia la catedral, entre las aclamaciones y losvtores de la multitud. Desde un principio Toribio se ganel afecto de todos, por su afabilidad y sencillez. Nuncaolvidara este ingreso a su ciudad amada.

    Enseguida le inform a Felipe II: Llegu a este nuevoreino... a los once de mayo de ochenta y uno. El Cabil-do de la catedral, entreviendo ya los quilates del nuevopastor, se dirigi tambin a Felipe en estos trminos: Estal persona cual convena para remediar la necesidad queesta santa Iglesia tena de un tal prelado, y as es decreer que la merced grande que Vuestra Majestad noshizo en nos lo dar por pastor y prelado fue hecha pordivina inspiracin. Si Carlos V dio a Juan de Zumrragapara Mxico, su hijo Felipe no se qued atrs al dar anuestro Santo para el Per, mostrando as ambos, y demanera palmaria, su voluntad evangelizadora. Son dosnombres que encabezan la lista egregia de los grandesregalos que los reyes de Espaa hicieron a la joven Igle-sia en Amrica, cumpliendo as de manera tan loable elencargo pontificio contenido en las bulas del Patronato.

    Ya tenemos a Toribio en la capital virreinal. La arquidicesis deLima sobrepasaba, sin embargo, los lmites del Virreinato. Como setrataba de una Arquidicesis Metropolitana, dependan de ella di-versos obispados sufragneos. Eran stos el de Nicaragua, distantems de seiscientas leguas; el de Panam, por mar, quinientas; el dePopayn, en el Nuevo Reino, unas cuatrocientas; el de Cuzco,cientocincuenta; el de La Plata o Charcas, quinientas; el de Asun-cin, Paraguay, por tierra, seiscientas; el de Santiago de Chile, pormar, cuatrocientas; algo ms, tambin por mar, el de la Imperial actual Concepcin, en Chile; y el de Tucumn, en nuestra patria.Como se ve, fue tambin Obispo nuestro, ya que toda la actual

    Argentina estaba en su jurisdiccin.

    La mayor dificultad para las comunicaciones lo constitua la cor-dillera de los Andes, enorme barrera a modo de contrafuerte, exten-dida a lo largo de todo el continente y paralela al Pacfico, con lo quelas ciudades martimas quedaban aisladas del resto del territorio.Por lo dems, la topografa era endiablada, ya que se alternabansierras, quebradas y valles, con bruscas diferencias de climas, y congrandes e impetuosos ros.

    Pronto Toribio se enamor de su Lima. Ya no volveranunca ms a Espaa, aun cuando asuntos trascendentes

    lo hubieran justificado. En caso de necesidad, prefirique fuera siempre algn enviado suyo. La renuncia fuetotal. Quem no slo sus naves, como Corts, sino sucorazn. Al fin y al cabo el obispo se debe desposar consu dicesis.

    II. El Per pretoribianoAntes de que sigamos refiriendo la vida y el intenso

    accionar apostlico del nuevo obispo, ser convenienteambientarnos en el mundo que le toc vivir. Slo habanpasado cien aos desde que las carabelas de Coln avis-taron tierra americana. No exager Francisco Lpez deGmara, capelln de Hernn Corts y cronista de las In-

    dias, al afirmar que el descubrimiento de Amrica y suulterior evangelizacin fueron la mayor cosa despus dela creacin del mundo, sacando la encarnacin y la muertedel que lo cri. Dentro de esa epopeya, la conquista delPer signific un hito de singular relevancia.

    Fue el capitn extremeo Francisco de Pizarro quienen 1531 lleg a aquellas tierras; en 1533 entr en Cuzco,y el 6 de enero de 1535 fund la ciudad de Lima, quedenomin, por el da de su ereccin, Ciudad de los Re-yes. Los incas la llamaban Rimae, que en quechua sig-nifica valle que habla, por haber sido residencia de unorculo indgena, de donde su ulterior nombre de Lima.All lleg Espaa, volcando sobre esas regiones su cultu-

    ra y su civilizacin, es decir, un conjunto abigarrado deleyes, tradiciones, toreros y penitentes, y suscitando nue-vos santos, como Rosa, Martn de Porres y nuestroToribio, porque la Espaa de aquella hora nica, mien-tras descubra las Indias de la tierra ya estaba pensan-do en las Indias del cielo.

    Lima pareca una provincia andaluza, una especie de filial deSevilla, con aureola imperial, ya que sera algo as como el centropoltico, cultural y religioso de Amrica meridional y gran parte dela central. El Nuevo Mundo se compendiaba en dos grandes polos:el virreinato del Per para el sur, y el de Mxico para el norte. Si nosatenemos a los aos que ahora nos interesan, el Per se encontrabaen su mejor momento, superados ya los tiempos de la conquista ylos graves disturbios que le siguieron.

    En lo poltico, Lima era la sede del Virreinato, lugar de residenciadel Virrey, con plena jurisdiccin sobre las tres Audiencias existen-tes: Lima, Quito y Charcas Chuquisaca. La Audiencia de Lima,que presida personalmente el Virrey, estaba compuesta de quinceletrados. En caso de que la sede del Virrey estuviese vacante, elgobierno quedaba en manos de dicha Audiencia. En aquel alto tribu-nal, rgano del Patronato Regio Eclesistico, se ventilaban las cau-sas de competencia del poder temporal y la autoridad espiritual.

    Por lo que se refiere a lo cultural, Lima no tena que envidiar anadie. Haca poco que los dominicos, con el apoyo del obispoJernimo de Loaysa y del virrey Toledo, haban fundado la Univer-sidad de San Marcos, abierta a espaoles, indios y mestizos, enedificio propio e independiente, a imagen de la Universidad deSalamanca, gozando de sus mismos privilegios y exenciones, confacultades de Leyes, Teologa y Artes, ms una ctedra de lenguaindgena. Luego Toribio, tan conocedor del mundo universitario,

    erigira el Colegio Mayor de San Felipe, siguiendo el modelo de losColegios Mayores salmantinos.

    En el campo religioso, la dicesis de Lima era tpicamente ameri-cana, formada por una poblacin espaola cristiana y grandes con-tingentes de indios en camino de conversin, a los que haba queaadir los mestizos y los negros, que eran numerosos. Tena su

    Santo Toribio de Mogrovejo

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    P. Alfredo Senz, S. J. Arquetipos cristianos

    Cabildo eclesistico, integrado por hombres doctos, que cubranctedras en la Universidad, as como dos parroquias, cinco conven-tos de varones, con ms de 400 religiosos entre escolares, sacerdo-tes y hermanos legos, y tres conventos de monjas, con cerca de 400religiosas. Haba, asimismo, seis hospitales de indios y espaoles,a cargo de la Iglesia. Justamente por estar aquella dicesis tan bienatendida espiritualmente, Toribio estara en condiciones de dedicarlargas temporadas a viajes pastorales.

    Lima haba sido erigida en obispado el ao 1541, esdecir, a los seis aos de la fundacin de la ciudad, a

    proposicin de Carlos V y del Consejo de Indias,desmembrndose de la dicesis de Cuzco, la primeradicesis del Per, erigida en 1537. Cuzco era la capitaldel Imperio Incaico y la ciudad santa de dicho Imperio.

    En quechua, Cuzco significa ombligo, centro delmundo inca. Lima fue declarada, como en el caso deCuzco, sufragnea de la arquidicesis de Sevilla, siendosu primer obispo fray Jernimo de Loaysa. En 1546, lanueva dicesis, vuelta metropolitana, dej de dependerde Sevilla, teniendo ahora como sufragneas las nume-rosas dicesis que hemos mencionado ms arriba. Fueas la Arquidicesis primada de Per y de toda Sudamrica,y su influencia religiosa y misionera se extendera a Bra-

    sil, Filipinas y parte del mismo Mxico.Si bien Santo Toribio no se cont entre los primeros

    espaoles que pisaron tierra incaica, s lo estuvo uno desus parientes, el capitn Juan de Mogrovejo, primo car-nal de su padre, quien acompa a Pizarro en Cajamarcay en la fundacin de Lima. Al itinerario de su to se refe-rira luego Toribio en carta al Rey, donde le recomenda-ba a su cuado Francisco de Quiones:

    Tuvo asimismo en este Reino un hermano de su madre y to quefue de los de Cajamarca y vecino de esta ciudad [Lima] y en laocasin del levantamiento general de los indios, fue con la gente deesta ciudad al socorro del Cuzco, y llegado a la provincia de Jaujacastig a los indios que all parecieron estar alzados y prosiguiendosu viaje en paso estrecho le tiraron los indios una galga y le mataron

    y comieron.Detengmonos un tanto, por su inters contextual, en

    aquellos orgenes de la conquista espaola del Per, queinvolucraran al to de Toribio. El capitn de Mogrovejo,luego de permanecer durante un tiempo en Nicaragua, sehaba dirigido al Per, tomando parte en las correras dePizarro. Era un hbil y experimentado jinete, al tiempoque el hombre ms letrado de los que acompaaban alcaudillo extremeo, el intelectual de su contingente. En1533 se encontraba en Jauja, que haba sido fundadaprovisionalmente como ciudad espaola, ocupando enella un cargo poltico. Mientras el cuerpo principal deconquistadores avanz desde all hacia el Cuzco,

    Mogrovejo permaneci en Jauja como capitn de caba-llera, protegiendo el tesoro del Rey. Cuando se fund laciudad de Lima, el Virrey lo nombr alcalde del nuevopoblado.

    Nuestro capitn pareca estar destinado a ser uno delos grandes del Per, con el apoyo de la familia Pizarro.Pero su carrera qued frustrada abruptamente por unavatar histrico, al que se refera Toribio en su carta alRey. En 1536 haba estallado una rebelin indgena. Conocasin de ello, el gobernador Pizarro le pidi que enca-bezara una expedicin de treinta jinetes para acudir enrefuerzo de quienes combatan en las alturas del Cuzco.Enviar tan pocos hombres a una misin tan peligrosa

    pareca descabellado, pero no lo era tanto si se tena encuenta que en expediciones anteriores los jinetes espa-oles se haban mostrado invencibles frente a los indios.Claro que ello suceda as cuando se trataba de comba-tes en campo abierto. Los indios haban aprendido que lomejor era atraer a los espaoles a zonas montaosas, para

    atacarlos all por sorpresa en los desfiladeros o pasos an-gostos.

    Tal fue lo que aconteci en la expedicin de Mogrovejo.Si bien al comienzo lograron varias victorias, al pasarpor un estrecho desfiladero, cay sobre ellos una ava-lancha de piedras una galga, la llamaban, lanzadasdesde todas las alturas y direcciones, de la que se esca-paron muy pocos. Fue all donde muri nuestro capitn,que tena slo 29 aos. Sin duda que en su niez, Toribio

    ha de haber odo hablar de estos sucesos en las conver-saciones de familia. Quizs a partir de entonces empeza interesarse en todo lo que se refera a las lejanas IndiasOccidentales, cuyas noticias y hechos singulares se lehacan fascinantes.

    Tras aquellos sucesos, comenzaron en el Per una serie deenfrentamientos entre los propios espaoles, lo que no dejara deresultar inslito para aquellos indios, acostumbrados como esta-ban a la disciplina imperial del Inca, delante del cual nadie chistaba.Francisco Pizarro se enfrent con Diego de Almagro (1537-1538);luego el hijo de Almagro combati a Vaca de Castro, nuevo goberna-dor del Per (1541-1542); Gonzalo Pizarro se rebel contra lasLeyes Nuevas, que acababan de llegar de Espaa, y fue muerto elvirrey Nez de Vela (1544-1546); el mismo Gonzalo Pizarro em-

    bisti luego contra el licenciado La Gasca, eclesistico enviado porla Corona con plenos poderes, siendo aqul vencido y muerto(1547-1548); Hernando Girn se opuso a la Audiencia de Lima(1553-1554), hasta que finalmente La Gasca logr imponer la auto-ridad de la Corona. Slo tras diecisiete aos de conflictos civiles, elvirreinato del Per logr consolidarse y progresar. Entre 1570 y1581 el virrey Toledo realiz una magnfica labor en el mbitopoltico, mientras que en el campo eclesistico el primer obispo deLima, fray Jernimo de Loaysa, consolidaba las bases de la estruc-tura eclesial.

    La labor de fray Jernimo de Loaysa fue digna de todaponderacin. Adems de haber convocado los dos pri-meros concilios limenses, en que se reglament el fun-cionamiento de las doctrinas de los indios, introdujo lasllamadas reducciones. Cul fue la causa de esta deci-

    sin? Los indgenas vivan dispersos en cuevas, chozas, oranchos diseminados, lo que haca prcticamente imposi-ble su evangelizacin. Primero deban vivir como hom-bres, como personas. Y as se los redujo a agregarse enpoblaciones o, mejor dicho, resolvieron formar pueblosde indios, donde se pudiese proveer a su educacin, hu-mana y cristiana, respetndose siempre los elementosrescatables de su cultura ancestral, como por ejemplolas costumbres autctonas que no fueran contrarias a laley natural o a la ley divina. As se fue creando una civi-lizacin mixta, indoeuropea, una nueva cristiandad. Encada doctrina no deba haber ms de 400 indios casa-dos, con sus familias, atendidos espiritualmente por uno

    o varios sacerdotes que, segn las instrucciones de Fe-lipe II, deban saber las dos lenguas indgenas funda-mentales, el quechua y el aymar.

    Ya anciano, fray Jernimo de Loaysa, que siempre fir-mabaArzobispo de los Reyes, muri en 1575, despusde haber gobernado la dicesis durante 32 aos. A sumuerte, la situacin pareca definitivamente afianzada.Los errores y delitos cometidos por los espaoles du-rante la Conquista haban quedado purgados por deci-sin de la Iglesia, que dispuso, cuando se trat de injus-ticias, restituciones masivas a los indios afectados, loque stos apreciaron justamente. Todas las semillas de lacultura intelectual y espiritual, escuelas, colegios, uni-versidades, misiones y reducciones, estaban echadas.Se erigieron cruces en cerros y encrucijadas, capillas ytemplos ornaron el paisaje, en una especie de gran bau-tismo geogrfico. La sociedad peruana se estaba convir-tiendo en una autntica cristiandad, como no suceda enninguna otra parte. El prestigio de la Iglesia, conducida

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    por un obispo culto y virtuoso, era considerable. El po-der poltico y la autoridad religiosa obraban en consuno.Tras tantos aos de huracanes, pareca levantarse el arcoiris. Slo bastaba que apareciera una nueva figura, unnuevo conductor, para que se lograra gestar un autnti-co Siglo de Oro cristiano de ultramar.

    III. El Tercer Concilio de LimaVolvamos ahora a nuestro Toribio y su actuacin pas-

    toral. No bien lleg a la sede para la que haba sido nomi-nado, se aboc a numerosos emprendimientos. Enten-di que su primer deber era asegurar la seriedad de lavida contemplativa. As nos lo revela en carta a Felipe II:

    [Las monjas] que dejaron el mundo y a sus padres y deudos yestn siempre encomendndonos a Dios en perpetua clausura ycerramiento, privadas de los contentos y regalos de fuera, ocupa-das en oraciones y divinos oficios y no dndoseles lugar por ordeny mandato mo a admitir visitas de nadie si no fuere de padres yhermanos con expresa licencia por escrito y a los padres y herma-nos de mes a mes tan solamente; atendiendo en esta parte al sosie-go y quietud de las monjas que yo tengo, he deseado y deseo yaque no sean molestadas ni fatigadas con visitas inoportunas declrigos ni de legos.

    Si bien l no form parte de ningn instituto religioso,supo sin embargo comprender el sentido de la vida reli-giosa, y en especial de los monasterios de clausura, lo-gstica inobviable de todo trabajo pastoral. Preocupseasimismo con especial inters en la ereccin de cole-gios, hospitales y numerosas iglesias, dando nuevo im-pulso a la restauracin de la Catedral, buena parte de lacual subsiste hasta el presente.

    Pero su principal emprendimiento fue la celebracindel Tercer Concilio de Lima. El rey Felipe II, siempreinteresado por el bien espiritual de sus sbditos, se habadirigido por Real Cdula al nuevo Virrey, Martn Enrquez,as como al novel Arzobispo, urgindoles la convoca-

    cin de dicha asamblea. Los objetivos por l sealadoseran los siguientes:Reformar y poner en orden las cosas tocantes al buen gobierno

    espiritual de estas partes, y tratar del bien de las almas de losnaturales, su doctrina, conversin y buen enseamiento, y otrascosas muy convenientes y necesarias a la propagacin del evange-lio y bien de la religin.

    A ms de un lector podr parecerle extrao el tenor deeste documento. Ante todo hay que tener en cuenta lasituacin peculiar de la Iglesia en Espaa, con su anti-qusima y gloriosa tradicin sinodal, que se remonta a lapoca de la monarqua visigoda y de los concilios tole-danos. Dichos snodos no slo tenan carcter eclesis-tico sino tambin civil. Como organismos vertebrales de

    la vida nacional, sus cnones eran tambin leyes del Es-tado.

    Por su parte, los reyes de Espaa, a partir de Felipe II,entendan que el derecho de convocar snodos, cuandolo juzgasen oportuno, se encontraba contenido en el Pa-tronato que la Sede Apostlica les haba reconocido. Noslo se fundaban en el privilegio pontificio, sino tam-bin, como lo explic el jurista espaol Juan de SolrzanoPereira, oidor por aquellos tiempos en Per y Consejerode Indias en Madrid, en la conviccin de que los reyesde Espaa eran y deban ser los ejecutores de los conci-lios que se celebraban en sus Reinos, para el mejor go-bierno de la Iglesia, pues a los reyes y prncipes de la

    tierra, segn deca una de las leyes de la Recopilacin deCastilla, les encomend Dios la defensa de la Santa Ma-dre Iglesia.

    En carta al virrey del Per le deca, pues, Felipe: Ya tendrisentendido cunto hemos procurado que se congregasen en esa ciu-dad todos los prelados de su metrpoli.... Y porque el demonio no

    ponga estorbo en cosas que nuestro Seor ha de ser tan servido, yconviene que ya no se dilate ms, os mandamos que, juntamentecon el arzobispo de esa ciudad, tratis y deis orden cmo luego seaperciban [los prelados] para tiempo sealado, envindole con vues-tras cartas las que van aqu nuestras... Vos asistiris con ellos en eldicho Concilio... y ordenaris que se haga con mucha autoridad ydemostracin para que los indios tengan reverencia y acatamientoque conviene... y que los dichos prelados sean estimados y acaricia-dos el tiempo en que en esa ciudad se detuvieren.

    En la misiva que iba al Arzobispo le agregaba: ...Y porque esto

    importa tanto como tendris entendido, os ruego y encargo que,juntndoos para ello con el nuevo virrey de esas provincias, ambosescribis y persuadis a los dichos obispos [los sufragneos] paraque con mucha brevedad se junten, envindoles las cartas nues-tras... advirtindoles que en esto ninguna excusa es suficiente ni seles ha de admitir, pues es justo posponer el regalo y contentamien-to particular al servicio de Dios, para cuya honra y gloria esto seprocura.

    Si bien el Concilio de Trento haba dispuesto que losConcilios nacionales se celebrasen cada tres aos, porlas enormes distancias que haba en Amrica, Po V lehaba otorgado a Felipe II el privilegio de que en las In-dias se celebrasen cada cinco. Como lo hemos sealadoanteriormente, ya el antecesor de Toribio, fray Jernimode Loaysa, haba convocado dos Concilios en Lima, perode hecho tuvieron escaso valor y casi ninguna influenciareal, no habiendo sido siquiera aprobados por la SantaSede. El que ahora se propuso realizar Toribio, que serael Tercer Concilio Provincial de Lima, resultara trascen-dente para la Iglesia en Amrica, al tiempo que la expre-sin viva del espritu y personalidad del Santo Obispo.

    Era Toribio un pastor joven y todava sin experiencia,lo que no le impidi lanzarse con denuedo a la empresa.Sin embargo, contra lo que se hubiera podido esperar,tom una decisin extraa, como lo son a veces las quetoman los santos. En vez de abocarse inmediatamente ala preparacin del Concilio, se le ocurri abandonar Lima,para visitar algunas regiones de su vasta dicesis, que

    nunca haban sido recorridas por ningn prelado. Ardaen deseos de entrar en contacto con sus ovejas.

    Su viaje de venida por tierra, desde Paita, le haba per-mitido conocer ya la zona norte de su inmensa dicesis;ahora se encamin hacia el sur, hasta Nazca, a fin devisitar la zona meridional. Luego de un retorno brevsi-mo a Lima, sali de nuevo, pero esta vez hacia el este, aHunuco, ciudad que se encuentra al otro lado de losAndes, por lo que debi cruzar la cordillera, que en esazona alcanza una altura de ms de cinco mil metros. Cuan-do regres a Lima slo faltaban quince das para la aper-tura del Concilio.

    1. Las turbulencias preconciliaresAntes de partir a ese viaje tan prematuro, haba hecho

    llegar la debida convocatoria a sus obispos sufragneos.Al Concilio deban asistir los titulares de Panam, Nica-ragua, Popayn, Quito, Cuzco, la Nueva Imperial, San-tiago de Chile, Charcas, Asuncin y Tucumn. De ellosla mayora eran religiosos y slo tres del clero secular.Las dicesis de Panam y Nicaragua estaban vacantes,as que no podan ser representadas por sus pastores.Segn iban llegando los primeros a Lima, no podan ocul-tar su asombro al enterarse de que el titular no estaba all,sino de gira pastoral. Pero l haba entendido que la me-jor preparacin para poder luego legislar con inteligencia

    y conocimiento de causa era la informacin personal,entrando en contacto directo con los indios, los corregi-dores, el clero, para tomar claridad y lumbre de las co-sas que en el concilio se haban de tratar tocantes a estosnaturales, como l mismo escribe con donaire.

    Santo Toribio de Mogrovejo

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    P. Alfredo Senz, S. J. Arquetipos cristianos

    Se acercaba ya la fecha sealada para el comienzo, yalgunos obispos todava no haban arribado. Entonces elVirrey, de acuerdo con Toribio, resolvi que comenzaseninmediatamente las sesiones con los obispos presentes.Lleg el da de la inauguracin. De la iglesia de SantoDomingo parti el cortejo que encabezaba el Arzobispo eintegraban cinco obispos, los de Cuzco, la Imperial, San-tiago, Tucumn y Ro de la Plata. Los acompaaba elVirrey, los miembros de la Audiencia y de ambos Cabil-

    dos, religiosos, sacerdotes y fieles. Terminada la SantaMisa se ley lo dispuesto por el Concilio de Trento, de-clarndose as abierto el Concilio. En l tomaban parte,adems de los prelados, un grupo de telogos y de juris-tas, as como representantes de los Cabildos. Cada dase llevaban a cabo dos sesiones, en las que con frecuen-cia se haca presente el mismo Virrey.

    El ambiente era particularmente tenso. El principal dolor de ca-beza que aquej a Toribio provino de la actitud del obispo deCuzco, Sebastin de Lartan. Enfrentado con el Cabildo de su sede,tena fama de codicioso, siempre exigiendo lo que crea serle debi-do. El Concilio se hizo eco de las quejas que aquel hombre habaprovocado, ya que Toribio juzgaba que si se quera hacer una laborpastoral en serio, era preciso contar con un episcopado irreprocha-ble y capaz. Habra, pues, que afrontar la denuncia presentada,antes de seguir adelante. El obispo de Cuzco se sinti agraviado ensu dignidad, y con l se solidarizaron los de Tucumn y del Ro dela Plata.

    El nico que apoy a Toribio fue el obispo de la Imperial. Preci-samente entonces muri el virrey Enrquez, gran amigo de Toribio,lo que hizo decir a ste que con ello le falt todo favor humano.Envalentonronse entonces los dems, principalmente el obispode Tucumn, fray Francisco de Vitoria, muy amante tambin l deldinero y de granjeras, como tiempo atrs oportuna y severa-mente se lo haba reprochado el Rey por carta. A ello se agregabaque trata y contrata en metales como minero, y hace los asegurosque en Potos se han usado, que son contratos usurarios y dadospor tales de los telogos y canonistas. Felipe II estaba tan hartode l, que haba llegado a solicitar al Papa que lo retirase de su sede.Fue Vitoria quien ahora encenda la hoguera de la discordia en el

    Concilio.Toribio no perdi la serenidad, a pesar de que los das

    iban pasando y nada se adelantaba. Estaba prxima laSemana Santa. Llam entonces a los obispos y les co-munic que la causa de Lartan sera remitida a la CuriaRomana para su tratamiento. Luego, dando a todos cor-tsmente las felices Pascuas, declar suspendido el Con-cilio hasta nuevo aviso, y se retir de la sala.

    Los prelados recalcitrantes se negaron a abandonarla. Ms an.Arrebataron las llaves de los secretarios, los echaron a empujonesde la sede, nombraron otro secretario a su arbitrio, y se llevaronconsigo todos los papeles tocantes al obispo de Cuzco. El obis-po de Tucumn, que sali con la carpeta bajo el brazo, se dirigi, encompaa del encausado, a una pastelera, y all pregunt dndeestaba el horno. Cuando la duea del local, muy atentamente, se lomostr, arroj a las llamas todos los papeles con los cargos que sele hacan a su amigo, burlndose del celo y el amor a la justicia deSanto Toribio. Luego se dirigi a la catedral, con su cortejo depaniaguados, para celebrar un aquelarre de concilio sin metro-pol itano.

    Gracias a Dios, el intento qued frustrado. Toribio re-plic de manera enrgica, exigiendo que abandonaseninmediatamente la iglesia. Si no lo hacan, quedaran sus-pendidos a divinis. Finalmente, como no cedan, los de-clar excomulgados. Asimismo exigi que le devolvie-sen los papeles. Pero ya no existan.

    Lo curioso es que mientras ocurra todo este desbara-

    juste, el grupo de telogos, juristas y misionlogos, diri-gidos por el Arzobispo, seguan redactando los primerosesquemas de las Actas, perfilando los decretos y dandolos ltimos toques a los catecismos proyectados. Por lodems, Toribio crey entender que sera mejor dejar delado los agravios que le haban inferido. Era la nica

    manera de salvar un Concilio que se tornaba necesario,y de sacar adelante las directivas y proyectos que, bajosu inspiracin, se haban ido pergeando. Tom enton-ces una determinacin que no habr dejado de resultarledolorosa: volver a convocar el Concilio, previa absolu-cin de los obispos rebeldes. Gracias a su paciencia hu-milde, prevaleci la misericordia sobre la miseria de loshombres. Las sesiones se reanudaron, sin especiales di-ficultades. Tres meses despus se clausur el Concilio.

    Quisiramos destacar ac la figura de un sacerdoteque sera el brazo derecho de Santo Toribio en los asun-tos de su gobierno pastoral, pero que ya comenz a des-empear dicho papel en el transcurso del Concilio. Nosreferimos al P. Jos de Acosta, de la Compaa de Jess,que ocupara el cargo de superior provincial de la provin-cia jesutica del Per por seis aos. Refirindose al Con-cilio recin terminado, as le escriba al P. Acquaviva,General de su Orden:

    Se nos encarg por el Concilio formar los decretos y dar lospuntos de ellos, sacndolos de los memoriales que todas las iglesiasy ciudades de este reino enviaron al Concilio, y cierto, para lasnecesidades extremas de esta tierra se ordenaron por los preladosdecretos tan santos y tan acertados, que no se podan desear ms,

    y as todas las personas de celo cristiano estaban muy consoladascon el fin y promulgacin de este santo Concilio.

    El P. de Acosta, hombre de simpata arrolladora, era te-logo, canonista, pero sobre todo misionero ymisionlogo. Su amplia experiencia en las Indias y suferviente amor al Per le llevaron a escribir un magnfi-co tratado al que puso por ttuloDe procuranda indorumsalute, donde daba respuesta a muchas cuestionesteolgicas, jurdicas y pastorales. Pronto dicha obra fuepublicada en Salamanca para uso de los catedrticos desu Universidad.

    El Tercer Concilio de Lima fue, entre nosotros, algoas como el eco del Concilio de Trento. Pues bien, sea-

    la Jean Dumont que el papel del P. de Acosta en el Con-cilio de Lima recuerda al del P. Diego Lanez, primersucesor de San Ignacio, en el del Concilio de Trento.Ambos, seala, eran de origen converso, de familias ju-das recientemente convertidas al catolicismo, al igualque lo fueron en esos mismos tiempos santos tan gran-des como San Juan de vila y Santa Teresa.

    Se manifestaba as, en Per, como en Trento y en Espaa, esaconfluencia del genio judo y de la Reforma catlica, que fue el granlogro de la Inquisicin espaola, as concebida en el alma lcida ysanta de su fundadora, Isabel la Catlica. Como por doquier enton-ces en tierras hispnicas, en Lima se daban la mano la vieja cristian-dad espaola, especialmente aristocrtica, incluida la Inquisicin,de la que vena doblemente Toribio, y la nueva cristiandad conver-

    sa.La Inquisicin slo atac a los falsos conversos; los

    verdaderos llegaron a contribuir sustancialmente en la ver-tebracin del edificio de la Iglesia en Espaa.

    Adems del libro recin citado sobreLa salvacin delos indios, el P. de Acosta escribi otra obra bajo el nom-bre de Historia natural y moral de las Indias, consa-grando dos de sus libros, el sexto y el sptimo, a demos-trar que en la obra de conversin de los pueblos indge-nas podan ser mantenidas varias manifestaciones de suherencia cultural autctona, con tal de que se excluyesede manera categrica cualquier inclinacin a la idolatra.

    El principal propsito del Concilio fue tender las lneasde una pastoral inteligente para la evangelizacin de losaborgenes, hacia lo que se orientaba tambin la inten-cin de la Corona de Espaa, siempre sobre la base de laenseanza de Trento. Si bien no nos es posible detallarac sus diversos logros, y menos an reproducir los 118

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    decretos que integran sus cincos partes, llamadas Ac-ciones, no podemos dejar de expresar nuestro asom-bro por la seriedad con que fueron tratados los principa-les temas de la doctrina catlica en relacin con la laborpastoral.

    El P. de Acosta, luego de haber llevado a trmino su inteligentetarea de sintetizar los diversos aportes y redactar los decretosrespectivos, as como de elaborar los catecismos de que enseguidahablaremos, una vez terminado el Concilio, sigui colaborando conel Arzobispo, a modo de apoderado, para que en Madrid y enRoma se aprobasen los decretos establecidos, logro que alcanzfelizmente. De entre las decisiones conciliares nos vamos a limitara exponer algunas que consideramos ms trascendentes para elfuturo de Hispanoamrica.

    2. Los Catecismos

    Veamos ahora cmo se fueron cumpliendo las dispo-siciones del Concilio. Uno de sus propsitos principalesfue asegurar la defensa y cuidado que se deba tener delos indios. Luego de que los Padres conciliares manifes-taron su dolor por el maltrato que a veces aqullos reci-ban, amonestaron a todos, sacerdotes y funcionarios,que los considerasen como eran, hombres libres y vasa-llos de la Majestad Real. Los sacerdotes, por su parte,en el trato con ellos, deban acordarse de que eran pa-dres y pastores.

    Buscando la mejor educacin de los indgenas, SantoToribio se preocup por consolidar el sistema de reduc-ciones-doctrinas, iniciado por su antecesor, que eranentidades parroquiales a la vez que polticas. Para mayoreficacia pastoral, los pueblos deban tener ms de milhabitantes indios por doctrinero. Este recurso apostlicoposibilit la aparicin de numerosos centros poblados enregiones que distaban cientos de leguas de la ciudad deLima, de modo que el paisaje americano se vio cubiertode campanarios que convocaban a los aborgenes en tor-no a Dios y a la Corona.

    Con el mismo fin el Concilio, en la Accin Segunda,casi toda ella destinada al modo como se ha de instruir alos naturales en la fe, dispuso la redaccin de un Catecis-mo que, traducido a las lenguas indgenas ms comu-nes, sirviese para la instruccin de los recin converti-dos. En Mxico ya se haba hecho algo parecido. Estoscatecismos indianos seran breves, sin pretensiones eru-ditas, incluyendo solamente las verdades fundamentalesdel cristianismo, de modo que los doctrineros, a partirde aquellos textos sucintos, las explicasen de viva voz, ylos sacerdotes las desarrollaran luego en sus sermones.El principal objetivo pastoral era que los indgenas, altiempo que abrazaban la doctrina catlica y se disponan

    a adorar al nico y verdadero Dios, repudiando la idola-tra, se comprometiesen a cumplir las exigencias mora-les derivadas de dicha doctrina.

    Haca poco haba aparecido el Catecismo del Conciliode Trento, llamado tambin Catecismo de San Po V, oCatecismo Romano. En base a l y a otras fuentes, el P.de Acosta, por encargo del Concilio, e inspirndose en elque ya haba compuesto su colega en la Orden, el P.Alonso de Barzana, misionero en el Tucumn, redactdos Catecismos. Uno se llam Catecismo Mayor, y esta-ba destinado a los ms capaces. Otro se denomin Ca-tecismo menor, oCatecismo Breve, para los indios rudoso ancianos, que no estaban en condiciones de instruirse

    con prolijidad. Luego se los tradujo a los idiomas quechuay aymar. Poco despus aparecera un Tercer Catecis-mo, ordenado ms bien a la predicacin, escrito asimis-mo por el P. de Acosta, bajo el ttulo de Exposicin de la

    Doctrina por Sermones, en castellano y quechua.

    En el Captulo tercero de la Segunda Accin ya sepresenta como hecha y aprobada la traduccin del Cate-cismo en las lenguas quechua y aymar:

    y para que el mismo fruto se consiga en los dems pueblos, queusan diferentes lenguas de las dichas, encarga y encomienda a todoslos obispos que procuren, cada uno en su dicesis, hacer traducir eldicho catecismo por personas suficientes y pas en las dems len-guas.

    Esta insistencia en la necesidad de vertir el catecismo a

    las diversas lenguas indgenas implica una concepcinpastoral que tiene en cuenta la perentoriedad de la en-carnacin del mensaje evanglico en la idiosincrasia delpueblo. Lo seala expresamente el Concilio de Lima alafirmar que

    cada uno ha de ser de tal manera instruido, que entienda ladoctrina, el espaol en romance, y el indio tambin en su lengua,pues de otra suerte, por muy bien que recite las cosas de Dios, contodo se quedar sin fruto su entendimiento. De ah la consecuen-cia: Por tanto ningn indio sea de hoy en ms compelido a apren-der en latn las oraciones o cartillas, pues les basta y aun les es muymejor saberlo y decirlo en su lengua, y si algunos de ellos quisieren,podrn tambin aprenderlo en romance, pues muchos le entiendenentre ellos; fuera de esto no hay para qu pedir otra lengua ningunaa los indios.

    El Concilio orden adems que los que han de sercuras de indios fuesen examinados de la suficienciaque tienen as en letras como en la lengua de los indiosy de preguntarles por el catecismo compuesto y apro-bado por este snodo, para que los que han de ser curaslo aprendan y entiendan, y enseen por l la lengua de losindios.

    La situacin requera, de parte de Espaa, una polticalingstica. Muy a los comienzos se haba credo conve-niente, y hasta obvio, imponer el uso del espaol. Pero apartir de 1578, ao en que Felipe II estuvo mejor infor-mado de la situacin, se sancion con fuerza de ley elmtodo privilegiado por los misioneros, establecindosela obligatoriedad del aprendizaje de la lengua vernculapara todos los sacerdotes que pasaran al Nuevo Mundocon la intencin de ocuparse de los indios.

    Es cierto que la cosa no resultaba tan sencilla, dadoque el Imperio de los Incas constitua una verdadera to-rre de Babel. Si bien el quechua era el idioma ms gene-ral, ya que se hablaba en todo el Imperio, desde el Cuzcohasta Tucumn, sin embargo con l coexistan numero-sas lenguas y dialectos locales. Santo Toribio se propusoabordar varias de esas lenguas, aprendiendo por s mis-mo el quechua, el guajivo, el guajoyo quitense y el tunebe.Se habl de que tena don de lenguas, porque predicabaa los indios en su misma lengua materna. Esta preocu-

    pacin suya por aprender las lenguas vernculas se ma-nifest aun antes de embarcarse en Sanlcar. Ya enton-ces se le vea con un ejemplar del Arte y vocabularioquechua, publicado en Valladolid en 1564 para uso de losmisioneros. En el transcurso mismo del Concilio, losPrelados se dirigieron al Monarca espaol suplicando elapoyo real para la impresin del Catecismo traducido

    en su lengua [de los indios], al menos en las dos ms generales yusadas en estos reinos, que son las que se llaman quechua y aymar,y para lo uno y para lo otro, nos hemos ayudado de Telogos yLenguas muy expertas, para que tambin haya la conformidad de ladoctrina cristiana en el lenguaje de los indios.

    La obra que sali finalmente publicada se titulaDoctri-

    na cristiana y catecismo para instruccin de los indios.Fue el primer libro impreso en Per.En el prlogo se habla de estas tiernas plantas de los indios, los

    cuales as por ser del todo nuevos en nuestra fe como por tener elentendimiento ms corto y menos ejercitado en cosas espirituales,tienen suma necesidad de ser cuanto sea posible ayudados con el

    Santo Toribio de Mogrovejo

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    P. Alfredo Senz, S. J. Arquetipos cristianos

    buen modo y traza de los que les ensean, de suerte que la diligen-cia y destreza del maestro supla la rudeza y cortedad del discpulo,para que lleguen a formar el debido concepto de cosas tan sobera-nas como nuestra fe les ofrece.

    Siguen luego tres catecismos trilinges. El primero,Doctrina cristiana, de slo 22 pginas, incluye la sealde la cruz, el Declogo, los preceptos de la Iglesia, lossacramentos, las obras de misericordia, las virtudesteologales y cardinales, los pecados capitales, los enemi-gos del alma, los novsimos y la confesin general. Si-gue luego una Suma de la fe catlica, en dos pginas yslo en castellano. A continuacin, el Catecismo Breve,que presenta, en forma de preguntas y respuestas, losdiversos temas de la doctrina cristiana: el misterio deDios, en s mismo y en su obra, donde se pone el acentoen el monotesmo y en la culminacin de la obra creado-ra, que es el alma humana e inmortal; luego el misteriode Jesucristo Redentor y los novsimos; por ltimo elmisterio de la Iglesia, a la que Cristo le confi la palabrade Dios y los medios de salvacin; se incluye tambinuna Pltica breve, que contiene un compendio de losconocimientos cristianos, juntamente con un abecedariotrilinge.

    Finalmente el Catecismo mayor, destinado a los mscapaces, que sigue de cerca el modelo del Catecismo delConcilio de Trento, aunque es original en la forma deadaptarse a la realidad e idiosincrasia de los indios. Sus98 pginas se articulan en 5 partes con 117 preguntas:introduccin a la doctrina cristiana, el smbolo, los sa-cramentos, los mandamientos de la Ley de Dios y de laIglesia, las obras de misericordia, el Padre nuestro. Lesiguen advertencias sobre las traducciones al quechua yal aymar.

    Publicse asimismo un volumen complementario bajoel ttulo de Exposicin de la Doctrina Cristiana por ser-mones, para que los curas y otros ministros prediquen y

    enseen a los indios... y a las dems personas. Es el textoms extenso, con 446 pginas, y contiene 31 sermonesen los tres idiomas, donde se desarrollan los presupues-tos de la fe y los principales misterios del cristianismo,con la ayuda de textos de la Sagrada Escritura, de losSantos Padres y del Magisterio eclesistico. En las oncepginas del proemio se alude al modo de ensear y pre-dicar a los indios.

    All leemos que se ha de acomodar en todo a la capa-cidad de los oyentes el que quisiere hacer fruto con sussermones o razonamientos; ser preciso que les hablende modo llano, sencillo, claro y breve, de modo quesu estilo sea fcil y humilde, no levantado, las clusulas

    no muy largas, ni de rodeo, el lenguaje no exquisito, nitrminos afectados, y ms a modo de quien platica entrecompaeros, que no de quien declara en teatros.

    Del Catecismo ha dicho un experto: Es una obra admirable dedoctrina y de redaccin. En su sustancia se conforma al Catecismoromano y al mismo tiempo al genio de los indgenas de esos pa-ses. Toribio lo impuso a sus curas de manera obligatoria y exclu-siva, en virtud de santa obediencia y bajo pena de excomunin.Deban saberlo de memoria en lengua indgena, y ensearlo solem-nemente, revestidos de sobrepelliz, de modo que los indios apren-diesen a venerarlo.

    Tal fue el resultado de los esfuerzos del Santo Obispoen lo que toca a su obra catequtica. El Catecismo deSanto Toribio, que fue el nombre con que pasara a la

    historia, sirvi durante largo tiempo para la evangeliza-cin de nuestros pueblos, prestando a Hispanoamricaun servicio invalorable. Siempre se recordar entre no-sotros dicho Catecismo, como en Alemania se conservala memoria del de San Pedro Canisio o en Italia la del queredact el cardenal Roberto Bellarmino. Nadie, ni siquie-

    ra el Concilio Plenario Latinoamericano que se celebren Roma el ao 1900, con ocasin del cual se hizo unasexta edicin del texto original, se atrevi a cambiarleuna coma. Este Catecismo grab en los corazones denuestros pueblos la verdadera fe catlica, lo que hay quecreer, lo que hay que orar, lo que hay que practicar.

    3. Los sacramentos

    En la Accin Segunda del Concilio se trata ampliamen-

    te del tema de los sacramentos, al que se de dedica 31captulos. Especial importancia reviste all el de la peni-tencia. Se insiste en la necesidad de una buena prepara-cin de parte de los confesores, ya que a veces su for-macin no era todo lo adecuada que se hubiera deseado.Entre otras se le recuerda la obligacin grave de enten-der la lengua del penitente.

    En 1585 sali publicada una obra de 32 pginas, con elfin de facilitarles a los sacerdotes el arduo ministerio deconfesar a los indgenas, bajo el nombre de Confesona-rio para los curas de indios. Estos confesonarios india-nos, siguiendo el ejemplo de los penitenciales medie-vales y de los manuales de confesores que se estila-

    ban en Espaa desde mediados del siglo XV, ponan enmanos de los sacerdotes un instrumento pastoral queayudase a lograr del penitente una buena e ntegra con-fesin de sus pecados. Dichos libros solan incluir unaexhortacin para antes de la confesin, en orden a indu-cir al que se confesaba a un verdadero arrepentimiento,luego una serie de preguntas breves y concisas, siguiendoel orden de los mandamientos, y al trmino unas palabrasfinales exhortando a la perseverancia en la vida cristiana.

    El folleto limeo que ahora nos ocupa contiene dichoselementos, recorriendo con el penitente los diversos man-damientos, con preguntas apropiadas a las diversas cla-ses de personas: curacas o caciques, fiscales, alguaci-les, alcaldes de indios, hechiceros, etc. Una vez oda laconfesin, se le exhortaba a practicar la moral cristiana,reprendindolo especialmente por los pecados de idola-tra, supersticin, embriaguez, amancebamientos y la-trocinios. La obra no se dirige tan slo a los confesores,sino tambin a los predicadores y doctrineros.

    La parte que se dedica al sacramento de la Eucaristamuestra que la prctica corriente era no permitir que losindios se acercasen a ella con demasiada facilidad:

    El no haberse tan fcilmente admitido hasta ahora estosindios a la sagrada comunin ha sido por la pequeez desu fe y corrupcin de costumbres, por requerirse paratan alto sacramento una fe firme, que sepa discernir aquel

    celestial manjar de este bajo y humano, y tambin lim-pieza de conciencia, a lo cual grandemente estorba latorpeza de borracheras y amancebamientos y, muchasms, de supersticiones y ritos de idolatras, vicios queen estas partes hay gran demasa.

    Con todo, se agrega, han de empearse los curas enhacerlos dignos de aquel soberano don, y cuando loshallen bien instruidos y asaz enmendados en sus cos-tumbres, no dejen de darles el sacramento a lo menos porPascua de Resurreccin. En lo que toca a la sagradaliturgia, sobre todo de la Santa Misa, se urgi la perfec-cin y lustre de las ceremonias.

    Que todo lo que toque al culto divino se haga con la mayorperfeccin y lustre que puedan, y para este efecto pongan estudioy cuidados en que haya escuela y capilla de cantores y juntamentemsica de flautas y chirimas, y otros instrumentos acomodados alas iglesias. Porque es cosa sabida, se dice, que esta nacin deindios se atraen y provocan sobremanera al conocimiento y vene-racin del sumo Dios con las ceremonias exteriores y aparatos delculto divino.

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    Santo Toribio cumplira ajustadamente estas prescrip-ciones, y no slo en tierra de indios. Uno de los testigosen su proceso de canonizacin nos dice que procurabasiempre que las iglesias estuviesen con decencia y orna-mentos, de modo que Nuestro Seor fuese alabado, ha-ciendo que se comprasen casullas y frontales para elculto divino, y cuando las iglesias eran pobres, les dabasus vajillas doradas y piezas de mucho valor hechas enValladolid, para que se hiciesen clices, relicarios, patenas,

    vinajeras y cruces; cuando sobraba algn dinero, lo man-daba luego al punto gastar en ornamentos y mquinaspara hacer hostias.

    La preocupacin por la dignidad de la liturgia urga el coraznsacerdotal de nuestro Santo Obispo, lo que lo llev a cuidar tam-bin por el decoro de la catedral de Lima. La iglesia primitiva, quereemplaz al primer templo que hizo construir Pizarro, la habacomenzado el arzobispo Jernimo de Loaysa el ao 1550. Era deadobe, salvo la capilla mayor, y la haba mandado edificar doaFrancisca, la hija de Pizarro, para que en ella fuese sepultado supadre. Con el pasar del tiempo, el mismo Loaysa emprendi mejo-ras sustanciales. Sin embargo cuando Toribio lleg a su sede, lacatedral estaba sumamente deteriorada, por lo que se resolvi arestaurarla. Slo en 1625 se podra inaugurar el grandioso temploproyectado.

    4. La formacin de un clero idneo

    En lo que se relaciona con el clero, el Concilio atendiante todo, como es obvio, a la situacin de los sacerdo-tes ya existentes. Desde la poca de fray Jernimo deLoaysa, la Arquidicesis contaba con numerosos reli-giosos, especialmente dominicos, provenientes de la pro-vincia de Castilla, de donde salieron los ms selectosmisioneros que la Orden envi a Amrica. Poco antes dellegar Santo Toribio, se pidi a Felipe II el envo de trein-ta dominicos ms. San Francisco de Borja, por su parte,que era el superior general de la Compaa de Jess,envi un buen grupo de jesuitas, bien selectos, entre loscuales aquel P. Jos de Acosta, de que hemos hablado.

    Pero era preciso formar sacerdotes diocesanos. Paraello el Arzobispo orden erigir un Seminario. El Conciliode Trento haba dispuesto que cada dicesis deba esta-blecer el suyo. Lima fue una de las primeras en hacerlo,el ao 1590. Y a partir de all el Concilio Limense resol-vi que se fundasen seminarios en todas las dicesis su-fragneas de Lima. El de Lima todava hoy subsiste conel nombre de Seminario Santo Toribio de Mogrovejo.

    Dado que en buena parte los sacerdotes que all estu-diaban seran destinados a ejercer su ministerio entre losindgenas, el Concilio, al tratar de la formacin del clero,

    se detuvo largamente en el modo como deberan actuaren su apostolado con los indios. Para ello se requera,como condicin primordial, que los seminaristas, ade-ms de los conocimientos necesarios de filosofa y teo-loga, estudiasen el quechua y el aymar. Ms an, nadiepodra ser ordenado si no dominaba ambas lenguas. Encuanto a los que ya eran sacerdotes, Toribio les impusotambin dicho aprendizaje. Si al cabo de un ao no ha-ban aprendido al menos una de las lenguas indgenas,se les retirara el tercio de su sueldo. Pronto la medidasurti los efectos esperados.

    En el Captulo tercero de la Accin Tercera, tituladoDefensa y cuidado que se debe tener de los indios, elConcilio insisti en la solicitud que deban mostrar lossacerdotes en lo que atae a la formacin de los indios.Ante todo, no deban temer dirigirse a las autoridadesciviles cuando alguien abusaba de ellos. Leamos lo queall se dice:

    No hay cosa que en estas provincias de las Indias deban losprelados y los dems ministros as eclesisticos como seglares,tener por ms encargada y encomendada por Cristo nuestro Seor,que es Sumo Pontfice y Rey de las nimas, que el tener y mostrarun paternal afecto y cuidado al bien y remedio de estas nuevas ytiernas plantas de la Iglesia, como conviene lo hagan los que sonministros de Cristo. Y ciertamente la mansedumbre de esta gente yel perpetuo trabajo con que sirven y su obediencia y sujecin natu-ral podran con razn mover a cualesquier hombres, por speros yfieros que fuesen, para que holgasen antes de amparar y defender aestos indios, que no perseguirlos y dejarlos despojar de los malos y

    atrevidos.Y as dolindose grandemente este santo snodo de que no sola-

    mente en tiempos pasados se les hayan hecho a estos pobres tantosagravios y fuerzas con tanto exceso sino que tambin el da de hoymuchos procuran hacer lo mismo, ruega por Cristo y amonesta atodas las justicias y gobernadores que se muestren piadosos con losindios y enfrenen la insolencia de sus ministros, cuando es menes-ter, y que traten a estos indios no como a esclavos sino como ahombres libres y vasallos de la majestad real, a cuyo cargo les hapuesto Dios y su Iglesia.

    Y a los curas y otros ministros eclesisticos manda muy deveras que se acuerden que son pastores y no carniceros y que comoa hijos los han de sustentar y abrigar en el seno de la caridad cristia-na. Y si alguno por alguna manera hiriendo o afrentando de palabra,o por otra va maltrate a algn indio, los obispos y sus visitanteshagan diligente pesquisa y castguenlo con rigor porque cierto escosa muy fea que los ministros de Dios se hagan verdugos de losindios. De donde, concluye el texto, los han de tratar con msafecto y trmino de padres que con rigor de jueces, en tanto que enla fe estn tan tiernos los indios.

    Es cierto que en la poca del dominio incaico los indioseran tratados brutalmente y sin miramientos, por lo queestaban acostumbrados a ser gobernados de maneradesptica. Pero ello no poda servir de excusa a la con-ducta de los espaoles, fuesen religiosos o seglares.

    El cuidado pastoral de los indios deba incluir tambin,segn lo prescribe el Concilio, la preocupacin por sueducacin social: que los indios sean instruidos en vivir

    polticamente, es decir, que dejadas sus costumbresbrbaras y salvajes, se hagan a vivir con orden y cos-tumbres polticas; que no vayan sucios ni descom-puestos, sino lavados y aderezados y limpios; que ensus casas tengan mesas para comer y camas para dor-mir, que las mismas casas o moradas suyas no parezcancorrales de ovejas sino moradas de hombres en el con-cierto y limpieza y aderezo. Como se ve, la evangeliza-cin era inseparable de la civilizacin.

    Por cierto que antes de construir era preciso demolerlo que resultaba incompatible con el espritu del cristia-nismo. As los sacerdotes, declara el Concilio, harn loposible por erradicar la primera de las lacras all existen-

    tes, la idolatra y la hechicera, no dudando en solicitarpara ello, si fuera preciso, la colaboracin de los organis-mos civiles. Habr que proceder a la detencin de losindios hechiceros, ministros abominables del demonio,y juntarlos en un lugar de modo que no puedan con sutrato y comunicacin infeccionar a los dems indios. Yya que en lugar de los libros los indios han usado y usancomo registros hechos de diferentes hilos, que ellos lla-man quipos, y con stos conservan la memoria de suantigua supersticin y ritos y ceremonias y costumbresperversas, procuren los obispos que todos los memoria-les o quipos, que sirven para su supersticin, se les qui-ten totalmente a los indios.

    La segunda lacra que los pastores se esforzarn pordestruir es la borrachera, denunciada en los siguientestrminos: Hay entre los indios un abuso comn y degran supersticin de sus antepasados en hacer borrache-ras y taques y ofrecer sacrificios en honra del demonioen los tiempos de sembrar y cosechar y en otros tiempos

    Santo Toribio de Mogrovejo

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    cuando por ellos se comienza algn negocio que les pa-rece importante.

    Especial relevancia atribuye el Concilio al deber de laescolarizacin. Tengan por muy encomendadas las es-cuelas de los muchachos los curas de indios y en ellas seenseen a leer y escribir y lo dems y principalmenteque se acecen a entender y hablar nuestra lengua espa-ola y miren los curas que con ocasin de la escuela nose aprovechen del servicio y trabajo de los muchachos,

    ni les enven a traer yerba o lea...Ms puntualmente se alude al aprendizaje de la msica

    ya que es cosa cierta y manifiesta que esta nacin deindios est atrada y provocada por encima de todo, alconocimiento y a la veneracin de nuestro Dios sobera-no por las ceremonias externas y solemnidad del cultodivino. Por ello se establece que en cada doctrina seabra una escuela de msica con maestro, coro e instru-mentos: flautas, caramillos y otros. Toribio, por suparte, exigi que los mismos sacerdotes supiesen y prac-ticasen el canto y la msica. Todos los que se tenan queordenar deban pasar por un examen de msica sacraantes de recibir el sacerdocio. Dicha disposicin suscit

    la composicin de himnos, oraciones y parbolasquechuas catlicas, un tesoro de cultura quechua clsi-ca.

    En orden a llevar adelante el proyecto educativo seerigiran diversos colegios, algunos para hijos de caci-ques y otros para jvenes espaoles. Hubo incluso algncolegio mixto, de indios y espaoles, con el decididoapoyo de Felipe II. Ms an, en la ciudad de Lima sefund, en 1589, un Colegio Mayor, el Colegio Real deSan Felipe, reservado a los indios, un verdadero interna-do universitario, al estilo de los Colegios Mayores deSalamanca. Quizs fue una ilusin de Santo Toribio, yaque sus alumnos se mostraron incapaces de asumir las

    exigencias intelectuales y la disciplina de dicho instituto,por lo que hubo de ser cerrado. Los jesuitas ya habanconocido anteriormente el mismo fracaso en otro cole-gio que instituyeron para hijos de caciques.

    El Concilio haba insistido una y otra vez en la necesidad de quelos pastores que trabajasen con los indgenas fueran competentes.Lo que principalmente han de mirar los obispos es proveer deobreros idneos esta gran mies de los indios. Y, cuando faltasen, essin duda mucho mejor y ms provechoso para la salvacin de losnaturales haber pocos sacerdotes y esos buenos, que muchos yruines. Especialmente debern mostrarse libres de todo espritude codicia. Ello pareci un requisito tan importante que el Conciliodecret la excomunin ipso facto contra los clrigos dedicados alas contrataciones y negociaciones que son la principal destruc-cin del estado eclesistico. Tales excesos, prosigue el documen-to, constituye un total impedimento para adoctrinar a los indios,como lo afirman todos los hombres desapasionados y expertos deesta tierra.

    Recurdese los escndalos financieros del famoso obis-po de Tucumn, Francisco de Vitoria, que tanto alboro-to haba hecho al comienzo del Concilio de Lima. Toribiono se lo dej pasar. En 1590 le envi una carta donde ledeca:

    Habindome enterado de que, con mucho escndalo, notorie-dad y mal ejemplo, tratis y negociis mercancas pblicamente,llevndolas a vender a las minas de Per en persona, y parecindo-me que, ms all de que no podis dejar de desatender vuestrasobligaciones, ocupado como estis en esos negocios, llevarlos escosa indigna de vuestro estado y profesin y contrario al derecho,escribo al virrey don Garca Hurtado de Mendoza que os llame yos diga de mi parte lo que de l oiris.

    Quizs temiendo alguna medida severa, el obispo deTucumn huy al Brasil. Finalmente volvi a Espaa,donde reprendido speramente por Felipe II en persona,

    fue recluido en el convento dominico de Atocha, en Ma-drid, como simple religioso, hasta el fin de su vida. Unabuena leccin, sin duda. Porque dicho convento era deestricta observancia, y all se guardaba una pobreza ab-soluta... Pues bien, la experiencia de ese obispo resulta-ba ampliamente ilustrativa. Haba que evitar que de losseminarios saliesen este tipo de sacerdotes y obispos.

    Por eso el Concilio Limense, tras pedir en uno de sus artculosque los sacerdotes cumpliesen su ministerio con perpetua solici-

    tud de las almas, que como sucesores de los Apstoles muestrendoctrina y vida apostlica, declara que los que tienen a su cargoel ministerio de ensear el Evangelio, de ninguna manera puedenservir a la vez a Dios y al dinero, y estipula una grave sancin a lossacerdotes traficantes, nada menos que la excomunin lat sententi.

    La medida tomada por el Concilio pareci demasiadosevera a algunos del clero, que elevaron un recurso ensu contra a Roma y al Rey. Pero tanto Felipe II como elpapa Sixto V dieron la razn a Toribio. El rey de Espaa,en particular, orden a todas las autoridades apoyar enr-gicamente la ejecucin del decreto conciliar. Toribio nodej de insistir en esta resolucin, aprovechando sus vi-sitas pastorales. Al fin logr lo que deseaba. Tanto queen 1602 pudo escribir al Rey: Queda poco o nada que

    corregir en este punto [...] Bendito sea Dios, el cleroest muy reformado. Por otra parte, haba que cuidarque los sacerdotes fuesen suficientes, tambin en nme-ro.

    Advirtiendo se dice el abuso perjudicial que en este nuevoorbe se ha introducido de encargarse un cura de innumerables in-dios, que a veces habitan en lugares muy apartados, no siendoposible instruirlos en la fe ni darles los sacramentos necesarios, niregirlos como conviene, mayormente teniendo estos indios necesi-dad de un continuo cuidado de su pastor, por ser pequeuelos en laley de Dios..., se estipul que cada cura de doctrina no tuviese asu cargo ms de mil almas.

    Hoy ello nos llama la atencin ya que por la actualescasez del clero hay parroquias de 50.000 y hasta

    500.000 habitantes. Ello demuestra, seala Dumont, cuninjusta es la acusacin de que en la primera evangeliza-cin de los indios, lo nico que se logr fue una cristia-nizacin tan masiva como superficial. La educacin erapersonalizada, tanto ms que en las doctrinas los sa-cerdotes procuraban que los chicos anduviesen todo elda con ellos para ensearles mejor y mantenerlos aleja-dos de los restos de idolatra que an podan persistir enlos miembros de sus familias.

    Mejor pocos buenos que muchos mediocres o ruines,se dijo. Pero aun numricamente el plantel de los sacer-dotes y religiosos de Hispanoamrica se acrecent demanera sorprendente. En los siglos XVI y XVII hubo no

    menos de mil misioneros en la sola regin mexicana deOaxaca. Tambin en el Per se produjo una especie deavalancha, no slo en la arquidicesis de Lima sino tam-bin en las dicesis sufragneas. Para cada doctrina va-cante, notaba Santo Toribio en 1591, hacen acto decandidatura veinte o treinta sacerdotes. Los que no ob-tienen lugar, escribe dos aos despus a Felipe II,

    sufren hambre, van buscando misas que decir para sustentarseun poco, se alojan en posadas, tratan de conseguir una ocupacincomo empleados, mayordomos o domsticos de los laicos, reduci-dos con frecuencia a mendigar, lo que es gran indecencia para elestado eclesistico [...] a menos que no se hagan soldados o se vuel-van bandidos.

    Slo en la ciudad de Lima, muy poco poblada por aquelentonces, los sacerdotes eran ms de cien. Para frenartal crecimiento tom Toribio diversas medidas, comopor ejemplo prohibir la llegada de nuevos sacerdotes oreligiosos del exterior, ofrecer sacerdotes a otras dice-sis de Amrica, etc.

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    Abrumado ante tal exceso de clero, concibi una ideaperegrina que propuso a Felipe II, ya anciano, el enviar aEspaa misioneros de Amrica, para evangelizar la Ma-dre Patria y Europa. Porque, escriba al Rey:

    Dios sea bendito que haya tantos sacerdotes y religiosos acque podran ser enviados a Espaa para poblar los conventos, yser afectados a muchos beneficios. Todos los conventos ac estnllenos de religiosos y tengo ms de cien sacerdotes con los que nos qu hacer. Se me ocurre que podra enviarlos a Espaa.

    Ahora Hispanoamrica se gozara en devolver la gra-cia recibida por la intermediacin de su Madre Patria. ElRey no supo qu contestar. La situacin se mantuvo aspor mucho tiempo, como lo deja advertir el tercer suce-sor de Toribio en Lima, Arias de Ugarte, quien en carta aFelipe IV el ao 1630 le deca que en la sola ciudad deLima haba ms de trescientos sacerdotes jirvagos.

    Ya hemos dicho con cunta frecuencia se procur quelos sacerdotes aprendiesen las lenguas indgenas, y ello apartir de sus aos de seminario. Tal disposicin no sloalcanzaba al clero sino tambin a los funcionarios reales.Ya Felipe II haba enviado en 1580 una Cdula al virreydel Per exigindole que se instaurasen ctedras de quechua

    en todas las ciudades donde existiese una Audiencia, osea, en Bogot, Quito, Cuzco, Santiago de Chile y laactual Sucre.

    Fue arduo el problema lingstico del Per observa RodrguezValencia. Pero era necesario resolverlo, por gigantesco que fuerael esfuerzo. Y es de justicia y satisfaccin mencionar a los Virre-yes, Presidentes y Oidores de Lima, que prepararon con su pensa-miento y su denuedo de gobernantes el camino a la solucin misionalde Santo Toribio. Solrzano Pereira sintetiza la posicin de aqu-llos: No se les puede quitar su lengua a los indios. Es mejor y msconforme a razn que nosotros aprendamos las suyas, pues somosde mayor capacidad.

    Por eso Felipe II, en la Cdula arriba recordada, apoyaba una vezms las disposiciones de Toribio, estipulando que no deba serordenado para el sacerdocio, y no deba recibir licencias para ejer-

    cerlo, nadie que no supiese la lengua de los indios. Establecironseas ctedras en todas las ciudades con una finalidad directamentemisional, ya que en ellas haban de hacer el aprendizaje necesario,no slo los funcionarios sino tambin el clero y los religiosos.Mediante ellas se pretenda, como agregaba el Rey, que los natura-les viniesen en el verdadero conocimiento de nuestra santa fecatlica y religin cristiana, olvidando el error de sus antiguas ido-latras y conociendo el bien que Nuestro Seor les ha hecho ensacarlos de tan miserable estado, y traerlos a gozar de la prosperi-dad y bien espiritual que se les ha de seguir gozando del copiosofruto de nuestra Redencin. El espritu cristiano que se trasuntaen esta Cdula Real est a la altura del famoso Testamento de Isabella Catlica.

    Como ya lo hemos sealado, Toribio tom muy enserio este aspecto de la formacin de los futuros sacer-

    dotes. Sin embargo hemos de agregar que la insistenciaen la necesidad de conocer las lenguas indgenas, noobst a que se procurase que los indios aprendiesen lalengua espaola, de modo que se fuesen integrando en launidad poltica de la Amrica hispana. Recordemos quelos Reyes del siglo XVI nunca consideraron las Indiascomo colonias de Espaa, sino como Reinos de la Co-rona, segn lo atestigua el P. de Acosta al escribir: Des-de luego, la muchedumbre de los indios y espaoles for-man ya una sola repblica, no dos separadas: todos tie-nen un mismo rey y estn sometidos a unas mismasleyes.

    La unidad de la lengua, en este sentido, haba de pro-

    curarse como un presupuesto necesario. Cmo com-paginar dicha poltica lingstica con la conveniencia deconservar las lenguas autctonas? Reiteradas veces sediscuti en el Consejo de Indias la posibilidad de unificartoda Hispanoamrica en la lengua castellana. La tenta-cin era muy grande, si se piensa en la enseanza y la

    administracin, la actividad econmica y la unidad polti-ca. Pero triunf siempre el criterio teolgico misionalde llevar a los indios el evangelio en la lengua nativa decada uno de ellos. Se vacil poco en sacrificar el caste-llano a las necesidades misionales, afirma RodrguezValencia.

    Segn era de esperar, as lo advierte Jean Dumont, lapervivencia de las lenguas indgenas, en orden a una me-jor evangelizacin, redujo considerablemente la difusin

    en Amrica de la lengua espaola. En 1685, cien aosdespus del Concilio de Lima, una Cdula Real dirigida alvirrey del Per resuelve unificar la lengua de Amrica enel castellano, constatndose que la lengua india ha sidotan ampliamente conservada en esos naturales, como siestuviesen en el Imperio del Inca.

    Puede, pues, decirse, escribe el P. Jos Mara Iraburu,que el esfuerzo misional de las lenguas indgenas retra-s en ms de un siglo la unificacin del idioma en Amri-ca. Prevaleci el criterio teolgico, y se sacrific el cas-tellano. Esta es la causa histrica de que todava hoy enHispanoamrica sigan vivas las lenguas aborgenes, comoel quechua, el aymar o el guaran. Lo que muestra cmo

    se equivocan y con cunta injusticia, quienes afirmanque la primera evangelizacin de Amrica trajo consigouna furiosa hispanizacin y europeizacin, una criminalaculturacin, atentando gravemente contra la idiosincra-sia del indio.

    La promocin cultural y religiosa de los indgenas setop con un escollo. Estaban los indios en condicionesde acceder al sacerdocio? Jernimo de Loaysa, en susdos Concilios, haba prohibido la ordenacin de los in-dios, no por espritu racista, ciertamente, actitud quehabra sido incompatible con l, que quiso vivir y moriren medio de los indios, no habiendo dejado jams de de-fenderlos y cuidarlos, sino en razn de su escasa prepa-

    racin religiosa y de sus vicios ancestrales.El Concilio de Toribio, si bien mantiene dicha disposi-

    cin, dice que ello es hoc tempore, por el momento. Y,de hecho, en una carta que los padres conciliares envia-ron al Rey, le suplican la creacin de colegios o semina-rios para que enseasen y criasen cristianamente losmuchachos de estos indios principales y caciques... quepor tiempo vendrn no slo a ser buenos cristianos yayudar a los suyos para que lo sean, sino tambin a seraptos y suficientes para estudios y para servir a la Iglesiay aun ser ministros de la palabra de Dios en la nacin.

    Toribio quiso abrir a los indios ms aptos el camino alas rdenes sagradas. Con todo, slo lleg a ordenar uno

    o dos entre ellos. El obispo de Quito, por su parte, con-sagrado como tal por su amigo Santo Toribio, fundaraen su sede un Seminario de indios, explicando al Rey queel motivo principal era por la esperanza que se tiene delfruto que podrn hacer los naturales ms que todos losextraos juntos.

    Y qu hacer con