ALFONSO X EL SABIO, HUMANISTA Y CIENTÍFICO · Assi como dixo Tholomeu en el Almageste, non morró...

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4 - Argutorio 40 - II semestre 2018 Assi como dixo Tholomeu en el Almageste, non morró el qui abiuó la sciencia et el saber, ny fue pobre el qui fue dado a entendimiento (Alfonso X, Libro de las cruzes) El presente artículo está formado por una serie de respuestas a otras tantas preguntas formuladas por un lector de mi libro El humanismo medieval y Alfonso X el Sabio. Ensayo sobre los orígenes del humanismo vernáculo, Madrid, Ediciones Polifemo, 2016, el cual deseaba profundizar en los aspectos científicos del humanismo alfonsí. Me complace ofrecérselas ahora a los lectores de Argutorio en el mismo formato origi- nal, pero de forma más elaborada y completa, aña- diendo algunas notas críticas. Sirva de pequeño homenaje al VIII Centenario (1118-2018) de dos extraordinarios acontecimientos culturales castellano-leoneses, el de las Constitucio- nes de Alfonso IX de León, que dieron origen a la vida parlamentaria europea, y el de la fundación de la Universidad de Salamanca por el mismo rey, trans- firiendo el viejo Studium palentino a la ciudad del Tormes, que sucesivamente su nieto Alfonso X, gran patrocinador de instituciones leonesas, convertirá en la primera Universidad de la Península Ibérica (1254), poniéndola con su prestigio a la par con las grandes universidades europeas. P. - ¿Cuáles son, grosso modo, esas ideas contenidas en su libro que los humanistas tradicionales no acep- tarían? [Esta pregunta preliminar, ajena al tema central del presente artículo, pero que calza igualmente con lo que voy a decir en él, me fue hecha a raíz de un co- mentario verbal durante la presentación de mi libro en la Universidad de Salamanca cuya respuesta dejó sorprendido a mi interlocutor]. R. - 1) Que existió un humanismo medieval; y 2) que ese humanismo se sirvió de una lengua vernácula: el castellano. Esto, para los “humanistas tradicionales”, o clasicistas, del siglo XV y sus partidarios del siglo XXI, es anatema. En la Europa latino-cristiana del siglo XIII, se pensaba que solo a un rey loco, o que vivía entre magos toledanos e intelectuales musul- manes, podía ocurrírsele la descabellada idea de es- cribir obras jurídicas, filosóficas, científicas o históri- cas en una lengua vulgar. ¡Absurdo! P. - Alfonso X fue sabio, poeta, rey, erudito, mece- nas, reformador, repoblador e incluso conquistador. ¿Cómo le definiría usted, en pocas palabras? R. - En una: Educador. Alfonso fue, ante todo y so- bre todo, un rey educador de su pueblo. Toda su obra estuvo encaminada a elevar el nivel cultural de sus súbditos por eso la escribió en castellano “drecho[correcto]. P. - ¿Se puede decir en algún caso que Alfonso X fue un científico? ¿O “tan solo” que fue un mecenas y el impulsor de un grupo especializado en traducir, compilar y crear obras científicas (aparte de los otros tipos)?. Creo que en su honor, la Luna luce un cráter llamado “Alphonsus”... R. – Para el siglo XIII Alfonso X fue un gran cientí- fico, en el sentido que cabe hablar de ciencia en aquella época. No lo fue en el sentido moderno como lo fueron, por ejemplo, los nobeles Albert Einstein (1878-1955) o Max Planck (1858-1918). No se puede ALFONSO X EL SABIO, HUMANISTA Y CIENTÍFICO H. Salvador Martínez

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4 - Argutorio 40 - II semestre 2018

Assi como dixo Tholomeu en el Almageste, non morró el qui abiuó la sciencia et el saber, ny fue pobre el qui fue dado a entendimiento (Alfonso X, Libro de las cruzes)

El presente artículo está formado por una serie de respuestas a otras tantas preguntas formuladas por un lector de mi libro El humanismo medieval y Alfonso X el Sabio. Ensayo sobre los orígenes del humanismo vernáculo, Madrid, Ediciones Polifemo, 2016, el cual deseaba profundizar en los aspectos científicos del humanismo alfonsí. Me complace ofrecérselas ahora a los lectores de Argutorio en el mismo formato origi-nal, pero de forma más elaborada y completa, aña-diendo algunas notas críticas.

Sirva de pequeño homenaje al VIII Centenario (1118-2018) de dos extraordinarios acontecimientos culturales castellano-leoneses, el de las Constitucio-nes de Alfonso IX de León, que dieron origen a la vida parlamentaria europea, y el de la fundación de la Universidad de Salamanca por el mismo rey, trans-firiendo el viejo Studium palentino a la ciudad del Tormes, que sucesivamente su nieto Alfonso X, gran patrocinador de instituciones leonesas, convertirá en la primera Universidad de la Península Ibérica (1254), poniéndola con su prestigio a la par con las grandes universidades europeas.

P. - ¿Cuáles son, grosso modo, esas ideas contenidas en su libro que los humanistas tradicionales no acep-tarían?

[Esta pregunta preliminar, ajena al tema central del presente artículo, pero que calza igualmente con lo que voy a decir en él, me fue hecha a raíz de un co-mentario verbal durante la presentación de mi libro

en la Universidad de Salamanca cuya respuesta dejó sorprendido a mi interlocutor].

R. - 1) Que existió un humanismo medieval; y 2) que ese humanismo se sirvió de una lengua vernácula: el castellano. Esto, para los “humanistas tradicionales”, o clasicistas, del siglo XV y sus partidarios del siglo XXI, es anatema. En la Europa latino-cristiana del siglo XIII, se pensaba que solo a un rey loco, o que vivía entre magos toledanos e intelectuales musul-manes, podía ocurrírsele la descabellada idea de es-cribir obras jurídicas, filosóficas, científicas o históri-cas en una lengua vulgar. ¡Absurdo!

P. - Alfonso X fue sabio, poeta, rey, erudito, mece-nas, reformador, repoblador e incluso conquistador. ¿Cómo le definiría usted, en pocas palabras?

R. - En una: Educador. Alfonso fue, ante todo y so-bre todo, un rey educador de su pueblo. Toda su obra estuvo encaminada a elevar el nivel cultural de sus súbditos por eso la escribió en castellano “drecho” [correcto].

P. - ¿Se puede decir en algún caso que Alfonso X fue un científico? ¿O “tan solo” que fue un mecenas y el impulsor de un grupo especializado en traducir, compilar y crear obras científicas (aparte de los otros tipos)?. Creo que en su honor, la Luna luce un cráter llamado “Alphonsus”...

R. – Para el siglo XIII Alfonso X fue un gran cientí-fico, en el sentido que cabe hablar de ciencia en aquella época. No lo fue en el sentido moderno como lo fueron, por ejemplo, los nobeles Albert Einstein (1878-1955) o Max Planck (1858-1918). No se puede

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H. Salvador Martínez

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hablar, sin embargo, de Alfonso X como científico, si no se tiene presente lo que significaba ser hombre de ciencia en la Edad Media. Para hacernos una idea en materia, respondo con las palabras de un científico que trabajaba a su lado y lo conocía íntimamente:

Loores e gracias a Dios ... qui en nuestro tiempo nos deñó dar señor en tierra...conocedor de dere-churía e de todo bien, amador de la verdat, esco-drinnador de sciencias, requiridor de doctrinas e de ensennamientos, qui ama e allega a sí los sabios e los que se entremeten de saberes e les face algo e merced... qui siempre desque fue en este mundo amó e allegó a sí las sciencias e los sabidores en ellas e alumbró e cumplió la grant mengua que era en los ladinos [los que hablaban la lengua vulgar] por desfallecimiento de los li-bros de los buenos philosophos e provados1.

Los términos quasi mesiánicos con que este sabio describe a su patrocinador merecen ser ponderados, pues en ellos se halla la esencia de toda investigación científica: “escodrinnador de sciencias”, es decir, es-crutador cuidadoso de las ciencias; y “requiridor de doctrinas e de ensennamientos”, es decir, examinador y verificador de los resultados obtenidos, y con auto-ridad y capacidad para exigir a sus colaboradores la perfección en sus investigaciones.

Simón Mago en la Catedral de León.

La ciencia de punta en la época alfonsí fue la As-tronomía y sus aplicaciones prácticas, como fue la fabricación de instrumentos para la observación y medición de los astros; en este campo, según testimo-nios fehacientes, Alfonso y su corte “sobrepujaron” a cualquier otro rey o grupo investigador, de tal manera que “se falla que del rrey Tolomeo acá ningún rrey nin otro omne tanto fiziesse por ello [el saber] commo él”. Los textos que ilustran la pasión de Alfonso por

las ciencias y los científicos son incontables; pero por su valor testimonial quiero citar solo uno de su so-brino y gran admirador, Don Juan Manuel, el mejor prosista castellano de la Edad Media, al cual pertene-cen también las palabras que preceden:

… avía muy grant espacio para estudiar en las materias de que quería conponer algunos libros, ca morava en algunos logares un año e dos e más, e aun, segunt dizen los que vivían a la su merced, que fablavan con él los que querían e quando él quería, e ansí avía espacio de estudiar en lo que él quería fazer para sí mismo e aun para veer [su-pervisar] e esterminar [evaluar] las cosas de los saberes qu’él mandava ordenar a los maestros e a los sabios que traía para esto en su corte2.

Alfonso, pues, no fue solo un mecenas o un im-pulsor de la investigación científica, sino que fue participante activo en las investigaciones junto con sus colaboradores, apartándose a lugares remotos en compañía de ellos para consultar manuscritos, co-piarlos y discurrir con ellos sobre las materias de las obras en elaboración. Es bien sabido y probado que el Rey Sabio vigilaba los trabajos de sus astrónomos, presidía a veces sus juntas en Toledo, y después en Sevilla, ponía personalmente los prólogos a las obras traducidas y corregía personalmente los textos con el fin de presentarlos en “castellano drecho” [correcto]. Esto es lo más próximo que tenemos a lo que hoy día sería el jefe de un equipo de investigación:

… en tal manera, escribe D. Juan Manuel, que todo omne que la lea [la Estoria de España que está resumiendo] puede entender, en esta obra e en las otras que él compuso e mandó componer, que avia muy grant entendimiento, e avia muy grant talante de acrecentar el saber, e cobdiciava mucho la onra de sus regnos, e que era alum-brado de la gracia de Dios para entender e fazer mucho bien (Crónica abreviada, Prólogo -las cursivas son nuestras-).

Dicho esto, podemos pasar a ilustrar algunos deta-lles concretos de su actividad científica. Su grado de interés en todas las fases del proceso de producción, como podía ser el trazado de las iluminaciones y la selección de los colores de las tintas para hacer resal-tar determinadas figuras e imágenes, fue asombroso. Esto es lo que se desprende claramente del siguien-te pasaje del Libro de la Açafeha, obra que ocupa el segundo lugar de los tres títulos que componen los Libros del saber de astronomía, o Astrología, como sostienen algunos estudiosos, siendo los otros dos: el Libro de la espera y el Libro del quadrant (Bibliote-ca de la Univ. Complutense, Ms.156). Alfonso, cons-

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ciente de la dificultad de entender el texto si no se tenía delante el instrumento, instruye al copista en un prólogo minuciosísimo cómo debe dibujar aquel raro instrumento:

Nós, rey don Alfonso el sobredicho, veyendo la bondat d’esta açafeha que es generalmientre pora todas las ladezas, e de como es estrumen-te muy complido e mucho acabado, e de como es caro de señalar, e que muchos ombres non podrién entender complidamientre la manera de como se faz por las parablas que dixo este sa-bio que la compuso, mandamos figurar la figura d’ella en este libro. Et mandamos señalar con tinta prieta todos los cercos que son llamados almadarat, e son los que están en par del cer-co del eguador del día, et enderecho d’él. Et a estos cercos que son llamados en arabigo alma-darat, dizen en castellano cérculos cerculares. Et otrossí por que sean estos cérculos más co-ñoçudos e más departidos de los otros, fiziemos tiñir lo que á entre ell uno e ell otro d’ellos con açafrán. Et mandamos fazer otrossí los cercos que son llamados en arabigo almamarrat, que van de un polo del mundo al otro, con vermejón, e los cercos de las longuezas que son en par del zodiago e en so derecho. [...] Et por que se fazen muchos e se semejan los unos a los otros, fizié-moslos señalar con colores departidas segund es dicho. (Astrología, Açafeha, f. 109r)3.

La misma preocupación por el diseño del códice,

con instrucciones precisas sobre su estructura e icono-grafía, se manifiesta ya en el prólogo general de los Libros del saber de astrología de los que forma parte la Açafeha.

En general se puede decir que la iconografía que aparece en las obras científicas, y en las demás ob-ras, incluyendo las Cantigas, revela una ciencia de vanguardia, en gran parte astrológica, que tendrá una enorme influencia, por sus textos y por sus novedosas ilustraciones, en Europa, teniendo como objetivo pri-mario la transmisión de los saberes de la Antigüedad a través de las traducciones del árabe. Este influjo, como veremos más adelante, se manifestó sobre todo en la copia de los manuscritos alfonsíes, especial-mente los astrológicos, en ambientes cortesanos de ideología gibelina, interesados en la astrología y la magia y con problemas en sus relaciones con la Igle-sia4.

Otro tema que se ha debatido apasionadamente en el pasado ha sido el concepto de autor y autoría cuan-do nos referimos a Alfonso X y su relación con las obras que nos han llegado con su nombre. Aunque el concepto de autor en la Edad Media no fue el mismo que tenemos hoy día, Alfonso X lo tenía claro quién era autor y por qué, como expuso en un célebre pasaje

del Libro de la ochaua esfera y en el mucho más sig-nificativo de la General Estoria:

... el rey faze un libro, non porquel le escriua con sus manos, mas porque compone las razones dél, e las emienda et yegua [iguala] et enderesça, e muestra la manera de como se deuen fazer, e desi escriue las qui él manda, pero dezimos por esta razón que el rey faze el libro5.

Es digno de ser notado, precisamente a propósito del prólogo del Libro de la Açafeha, hasta qué punto descendía la meticulosidad del Rey Sabio, no ya en el diseño, sino en la disposición de la materia de la obra, ordenando que fuese divida en capítulos y que los tí-tulos de estos se pusiesen al principio, como estaban en todas sus obras, para que pudiese ser consultada con mayor facilidad; es decir, volvemos al motivo de fondo: Alfonso escribe para educar a su pueblo, quie-re que todos entiendan sus obras, lo cual le lleva a mimarlas, dotándolas, especialmente la científicas, de una belleza y esplendor incomparable (piénsese, por ejemplo, en los preciosos manuscritos de los cuatro Lapidarios).

Finalmente, es cierto que existe un cráter en la Luna que lleva el nombre del Rey Sabio, Alphon-sus. El nombre se lo dio Giovanni Riccioli en 1651, el creador de la nomenclatura lunar (originalmente lo había llamado Alphonsus Rex). Tiene un diámetro de 118 km y en el centro un pico de 1.500 m de altura6; se encuentra en la parte oriental del Mare Nubium, al oeste de las altas cimas Imbrian (según el mapa de la NASA); se sobrepone, en parte, al cráter Ptolomaeus, un poco más al norte. Al noroeste de Alphonsus se encuentra otro cráter menor, llamado Alpetragius; y a la izquierda de Alphonsus se halla aún otro cráter con el nombre de Arzachel. Alphonsus se encuentra, pues, en buena compañía: a su derecha, su admirado Ptolomeo; de frente, Alpetragio; y a su izquierda, Ar-zachel. Ptolomeo fue un bien conocido astrónomo y matemático egipcio; mientras que Alpetragio fue un célebre astrónomo andalusí (Abu Ishâk ibn al-Bitruji), que murió en 1204 en Los Pedroches (Córdoba), de ahí su nombre latino (Petragius, o Al-Petragius, el de Los Pedroches); mientras que Arzachel es la latiniza-latiniza-ción del nombre del árabe toledano Abū Ishāq Ibrāhīm ibn Yahyā al-Naqqāsh al-Zarqālī (1029-1087), que fue un célebre matemático y astrólogo al cual se de-ben las primeras Tablas astronómicas toledanas y la construcción de instrumentos y astrolabios para la ob-servación y medición de las estrellas7.

Los astrónomos saben que Alpetragio fue el pri-mero que propuso un modelo de sistema planetario distinto del de Ptolomeo, en el que los planetas nacen por influjo de esferas geocéntricas. Fue precursor en

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el campo científico de otro insigne cordobés, Averroes (1226-1298), cuya cosmología se aparta también del sistema astronómico ptolomaico; y su filosofía, como intérprete de Aristóteles, contribuyó de forma defini-tiva en la concepción científica alfonsí del universo.

P. -¿Era Alfonso X un hombre adelantado a su tiem-po y de alguna forma un príncipe renacentista? ¿O formaba parte de un movimiento común al de otros reyes eruditos, como Federico II de Sicilia? Quizás la Edad Media no era tan oscura como en general se suele percibir...

R. - De paso, y entre paréntesis: (la Edad Media fue, y sigue siendo, una época oscura para los que la desco-nocen, o los que han escogido ignorarla. El prejuicio de una “época oscura” se basa sin duda en la visión eurocéntrica de la historia, según la cual, puesto que la Edad Media fue una época “oscura” en lo relati-vo al conocimiento científico en Europa, concluyen que lo fue también en todo el mundo. A esta posición absurda debemos sumar la indiferencia, cuando no desprecio, con la que los científicos del Renacimiento y sus partidarios del siglo XIX miraban las obras de origen islámico, cerrando los ojos a la realidad his-tórica y negando que éstas habían sido las que en-señaron la ciencia a los europeos. El Renacimiento, que fue un movimiento intelectual arcaizante, recha-zó todo lo nuevo procedente de influencias árabes o hebreas, concentrándose exclusivamente en resucitar la herencia latina, como rechazó también la filosofía aristotélica solo porque sus textos llegaron a Europa a través de los árabes y los judíos españoles, esperando que algún día les llegarían los legítimos textos grie-gos, cosa que no aconteció hasta 1453 con la caída de Constantinopla. Los “científicos” del periodo de la Ilustración, que retomaron estos prejuicios, son los verdaderos responsables de la leyenda negra de una Edad Media “oscura” que se perpetúa, precisamente porque fue dominada por la cultura musulmana).

Hecha esta aclaración (un poquito larga), respon-do a la parte central de la pregunta, diciendo que sin duda hubo, antes y después de Alfonso X, príncipes y reyes ilustrados y sabios, pero ninguno tuvo la fama de tal, ya en vida, como él8. Dos ejemplos típicos de reyes sabios, uno anterior y otro posterior, serían el del emperador Federico II (1194-1250) y el de Carlos V el Sabio (1337-1380), rey de Francia durante la se-gunda mitad del siglo XIV. D. Juan Manuel, sobrino y admirador de Alfonso X, escribió de su tío: “puso en el su talante de acrescentar el saber quanto pudo, e fizo por ello mucho, assí como se falla que del rrey Tolomeo acá ningún rrey nin otro omne tanto fiziesse por ello commo él” (Libro de la caza). La referencia a

Ptolomeo, por el que Alfonso profesó una admiración sin límites, evidentemente, tiene que ver principal-mente con el saber científico9.

Alfonso frecuentemente ha sido comparado con su tío, el emperador Federico II (1194-1250), apoda-do stupor mundi, por su labor cultural como legisla-dor y gobernante. Es posible que en algo se parecie-ran, especialmente en la visión laica y secular de la sociedad que ambos promovieron; pero sus respec-tivas obras son radicalmente diferentes por el tono y el alcance de las mismas. Federico II lo escribió todo en latín, salvo una reducida parte de su obra de lírica cortesana; Alfonso X lo escribió todo en len-gua vulgar (usando para la lírica el gallego-portugués y para todo lo demás el castellano). La ciencia y la legislación de Federico II está concebida para uso de la élite cultural de la corte y las escuelas donde es-tudiaban los futuros difusores de aquella cultura se-lecta. Alfonso lo escribe todo en “romance paladino” [claro], porque quiere que la ciencia llegue a todas la gentes de sus reinos. En cuanto al alcance, como he expuesto por extenso en mi libro El humanismo medieval y Alfonso X el Sabio, la obra cultural al-fonsí abarca todos las ramas del saber, el científico y el literario, porque considera que todos “los saberes” son importantes para el desarrollo humano integral y para promover el bienestar de sus súbditos.

Para contrastar la obra legisladora de Federico II y Alfonso X, campo en el que tienen mucho en común, citaré un ejemplo del que se desprende claramente la diferencia entre uno y otro. Se ha dicho repetida-mente por los expertos en la Historia del Derecho que la obra jurídica del Rey Sabio es producto de la recep-ción del Derecho romano (Corpus iuris civilis), cuyos componentes más novedosos son: la nueva visión del rey y del reino, la idea de corpus o universitas apli-cada al conjunto social, la concepción de la majestad real y de la potestad pública diferenciada del dominio privado, así como la prerrogativa real de crear, inter-pretar y revocar las leyes10. Dentro de estos compo-nentes, cabe notar, como peculiaridad alfonsí que contradistingue su obra jurídica de la de otras compi-laciones contemporáneas y anteriores, como sería el Liber Augustalis Constitutionum (1231) de Federico II, su carácter vernáculo y sobre todo la introducción de una nueva fuente de naturaleza política y secular que no había comparecido en las demás compilacio-nes a la cual Alfonso recurre constante y sistemáti-camente, la Política de Aristóteles11. Esta obra, tra-ducida del árabe en Toledo por Hermann el Alemán, como ha puesto de relieve Georges Martin, fue cono-cida por primera vez entre los intelectuales de la Edad Media en el taller de Alfonso X entre 1254 y 125812. Del influjo de la obra aristotélica proviene sin duda

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el nivel avanzado de autonomía que Alfonso reclama para el rey con respecto al control del emperador y de la Iglesia y la secularización del orden político que se puede estimar en la legislación y el pensamiento del Rey Sabio13.

El juego de las tablas astronómicas, del Libro de los juegos de aje-drez, dados y tablas.

Alfonso, como es bien sabido, fue un gibelino de convicción; en esto fue un ferviente seguidor de su tío, para el cual el poder del rey procede de Dios, que lo trasmite directamente al monarca; mientras que para los que profesaban la ideología güelfa, o eclesiástica, el poder procedía de Dios quien lo transmitía a los sobera-nos a través del Papado. En esta diferencia radica el conflicto entre güelfos y gibelinos, o entre una cultura eclesiástica y una cultura secular y laica, que llevó a un clero extremista castellano a acusar a Alfonso de haber creado una nueva religión (desde luego su osadía en la iconografía de las Cantigas parace reflejarlo), gober-nando con un absolutis-mo extremo, en contra de los intereses de la Iglesia. A la heterodoxia de las imágenes en que el rey Sabio se representa como rey trovador, en el Códice Rico de las Cantigas (Escorial, T.I.1.), donde parece preceder y adoctrinar a los mismos obispos, se une el renacimiento de la astrología pagana en el Lapi-dario y en otros manuscritos astrológicos alfonsíes. Todo esto sobrepasaba los límites de la tolerancia por parte de la jerarquía eclesiástica castellana.

Será precisamente la iglesia castellana la que, un-ida al descontento de nobles y ciudades, por causa de haber eliminado el derecho tradicional y consuetudi-nario de fueros y privilegios, provocará la usurpación del trono regio por su hijo Sancho, el cual destronó a su padre poniéndose al frente de los conjurados, la nobleza y la jerarquía religiosa castellana. Desde esta perspectiva político-religiosa, la obra alfonsí, como la de Federico II refleja una de las grandes luchas por el poder civil que tuvieron lugar en la Europa medie-val14.

Dadas estas circunstancias históricas, Alfonso, antes que mirar hacia la Europa latino-cristiana para buscar un modelo cultural que imitar, como pudie-ra haber sido el de Federico II, prefirió dirigir su mirada al suelo patrio. Siendo un Hohenstaufen, el joven Alfonso, como su padre y su madre, sobrina de Federico II, debieron quedar horrorizados ante la sentencia pontificia y del concilio de excomul-gar y deponer a Federico II, emperador del Sacro Romano Imperio, acción que provocó en la cristian-dad la mayor crisis politico-religiosa del siglo XIII. Todos los demás reyes cristianos temblaron ante la posibilidad de perder sus coronas. Cuando Alfon-so sube al trono era ya un hombre maduro y con ideas de gobierno propias; era también muy cons-ciente de que el brillante legado cultural de su tío Federico II y de toda la dinastía Hohenstaufen tenía muy mala prensa por haber entrado en conflicto con los intereses terrenos del romano pontífice. Su sue-gro, Jaime I, un lince en política, en la famosa en-trevista de Fitero de Navarra, entre otras recomen-daciones, le aconsejó: “no te metas con la Iglesia; sale siempre ganando”. Efectivamente, años más tarde, cuando Alfonso, contra el parecer de Jaime I, se presentó ante Gregorio X en Beaucaire (Fran-cia) para demandar su derecho a la corona imperial, tras haber sido elegido Rey de Romanos, recibió la contraprueba, el papa, en un encuentro personal con Alfonso, rechazó sin contemplaciones todos sus de-rechos; y también él, como ya Federico II, acabará siendo depuesto por su hijo D. Sancho, la nobleza, y los obispos castellanos, sin que el papa, que lo ha-bía llamado “hijo predilecto”, moviese un dedo a su favor, como tampoco lo movieron los demás reyes cristianos europeos, todos ellos emparentados con el Rey Sabio, pero aterrorizados por el poder ponti-ficio; paradójicamente, solo su enemigo musulmán, el emir de Marruecos Ibn Yûsuf, le echó una mano, poniéndose de su lado15.

Estos hechos pudieron influir poderosamente en la mente de Alfonso, llevándole a desenganchar su programa educativo-cultural de la latinidad occiden-tal y orientarlo hacia una actitud abierta a las cien-

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cias, teniendo como fundamento los libri naturales de Aristóteles difundidos en versiones árabes. Porque no cabe duda de que era muy consciente de que los mu-sulmanes estaban usando una información tecnológi-ca muy superior a la de los cristianos, especialmente en el campo de la lengua y en la producción de libros y la traducción de textos de la antiguedad16.

En la Península Ibérica, desde luego, halló un pa-norama desolador por lo que se refería al estado de la lengua hablada, o escrita, el latín, que un clero anal-fabeto había sido incapaz de mejorar (recordemos la anécdota: el papa no pudo excomulgar a los clérigos concubinarios salmantinos porque no entendían el de-creto de excomunión). Aquella lengua con la que la cristiandad se hallaba unida sentimentalmente desde hacía miles de años, según Alfonso, era incapaz de seguir siendo la lengua de cultura. En el proceso de decidir cuál iba a ser la nueva lengua, Alfonso tuvo también presente el estado y la composición étno-religiosa de sus súbditos.

No es fácil entender, para el que no esté famil-iarizado con la cultura peninsular de la Edad Media, cómo el saber científico alfonsí está íntimamente trabado con la formación de la lengua y su política lingüística, y cómo los científicos de la corte fueron también los responsables del desarrollo lingüístico y los que le ayudaron a superar el dilema. La lengua más hablada en aquel momento era el árabe; pero adoptar el árabe como lengua oficial del reino hubiese comportado alienar la comunidad cristiana. Por otro lado, adoptar el latín, lengua de la Iglesia y de la teo-logía, entre otros inconvenientes, hubiese supuesto empezar desde cero en su enseñaza, en un momento en que el crecimiento del vernáculo era imparable, además hubiese alienado a dos grandes sectores so-ciales, musulmanes y judíos, lo cual era igualmente inaceptable. Los hispanohebreos, como han sostenido D. Américo Castro y otros estudiosos, se identificaban con la cultura árabe y aparecían como únicos dueños de vastas provincias del saber (filosofía y ciencias) apenas representadas dentro y fuera de la Península. Orgullosos de su incontrastada superioridad, repre-sentaban el concepto de avance intelectual que un rey como Alfonso X no podía dejar de aprovechar para articular su programa educativo y cultural. Los he-breos ofrecerían al monarca un programa de caste-llanización de la cultura islámica como hegemonía peninsular. Fueron ellos quienes hicieron posible un proyecto alfonsí centrado sobre “lo que el hombre ha sido históricamente, lo que debe ser moral y jurídica-mente, [y] lo que las estrellas hacen que sea”. Tales judíos solo sentían indiferencia o desprecio hacia el latín, lengua en la que apenas encontraban nada que aprender y que para colmo arrastraba para ellos el

peso muerto de su identificación con la Iglesia y sus actitudes antisemitas17. Sin duda, los judíos peninsu-lares vieron una oportunidad de incorporarse al nuevo poderío de Castilla y su soberano, realizando para él un tipo de incorporación de la cultura islámica que solo tenía razón de ser en la lengua común a las tres comunidades religiosas que convivían en la Penínsu-la; pero esto no quita mérito alguno a su gran contri-bución al desarrollo y perfeccionamiento del castella-no como lengua de cultura. También en este aspecto multirelioso-multicultural Alfonso X tenía una gran deuda contraída con su padre que había iniciado el movimiento y que por multitud de razones fue lla-mado “Rey de las tres religiones”.

A Alfonso, educador, no le quedaba otra alternati-va válida más que adoptar el castellano como la nueva lengua de cultura, con la ventaja de que era también la lengua materna hablada por las tres etnias sin gran conflicto religioso o cultural. Esta actitud del Rey Sabio hacia el saber y su difusión en castellano fue elogiada una y otra vez por sus colaboradores musul-manes, judíos y cristianos. En el prólogo a la versión latina del hermético Liber Razielis Archangeli escribe el traductor, el “maestro Juan clérigo” (probablemen-te se trata de Juan d’Aspa, el único colaborador en las tareas científicas que era clérigo):

Tuvo al alcance de la mano los libros de los fi-lósofos y a su lado hombres sabios que los en-tendían, haciéndoles gracias y mercedes; ellos traducían siempre por su mandato los libros me-jores y más perfectos de cualquier arte o ciencia tratasen y de cualquier lengua en que estuviesen compuestos, pasándolos a lengua castellana18.

En este contexto político y social debemos citar como referencia obligada y válida, más que influjo, el posible origen de la versión alfonsí de una cultura cristiana, como calco de posibles modelos lingüísti-co-culturales musulmanes, el que pudo haber reci-bido del último gran califa de Córdoba, al-Hakam II (961-976). Los estudiosos de la obra alfonsí han hal-lado múltiples semejanzas entre el mecenazgo alfonsí y el practicado por los gobernantes de al-Ándalus. Es, pues, hacia estos modelos que debemos dirigir nues-tra atención cuando se trata de determinar cuáles fue-ron los determinantes de aquella decisión que cambió para siempre el destino de la lengua predominante en la Península.

Como Alfonso X, al-Hakam II fue un apasionado de la ciencia y se sabe que coleccionó una extraordi-naria cantidad de textos científicos, filosóficos y li-terarios de toda índole, algunos de los cuales, por ca-nales desconocidos, siglos más tarde, fueron a parar a las manos de Alfonso y sus colaboradores, como

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fue el caso del Lapidario. No creo, sin embargo, que Alfonso, contrariamente a lo que se ha dicho reciente-mente, intentase rescatar volúmenes de aquella fabu-losa biblioteca, para construir la propia. Sabemos por el historiador Ibn Khaldún que Almanzor, al morir al-Hakam II, entregó a los alfaquíes, o teólogos, la ma-yor y mejor parte de la espléndida biblioteca califal, para que expurgasen y destruyeran con el fuego todo lo que juzgasen nocivo para la fe. En aquel fuego, de-safortunadamente, debieron perecer muchas obras de ciencias y filosofía griega, junto con volúmenes sobre las demás religiones existentes en la Península. Tam-bién entonces, como ahora, la lucha se libraba entre el saber inteligente y el rudo fanatismo. Por otro lado, sabemos que Alfonso no fue un bibliófilo, en sentido que se interesase en coleccionar obras, sino que fue el arquetipo del estudioso activo que necesita cons-tantemente consultar obras nuevas y diversas para su trabajo y que irá en su búsqueda donde quiera que se encuentren. No creo, pues, que tuviese un propósito deliberado de rescatar la legendaria colección de al-Hakam II.

Como he señalado en otros trabajos, la obra cientí-fica de Alfonso X en el campo de las ciencias de la naturaleza y en general todo su programa cultural per-maneció ajeno a los problemas filosóficos-teológicos que durante su reinado se debatieron acaloradamente en las universidades europeas, agitados por person-alidades como Alberto Magno, el padre de la ciencia medieval en el ámbito de la Escolástica, y Tomás de Aquino, el padre de la teología. Alfonso, de espaldas a las controversias parisinas sobre el aristotelismo-averroísta, no titubeó en fundar en Sevilla unas es-cuelas generales basadas en las ciencias de la natu-raleza y el estudio del árabe, y si fracasaron después de su muerte, desapareciendo en el siglo XIV tras un largo periodo de languidez, debemos atribuirlo a la intervención de un clero y de unos sucesores que prefirieron inspirarse en las ideas de la Universidad de París, centrada en la Metafísica y en la Teología, antes que en las ciencias.

La obra alfonsí nació en la encrucijada de dos cul-turas, la islámica y la cristiana, y adoptó, como diji-mos más arriba, un carácter más bien laico, sin ser ateo. En las Cantigas de Santa María se refleja una religión profundamente humanizada,

dirigida sobre todo a la sensibilidad e in-cluso a la sensualidad del lector y des-cuidando el dogma. Es la religión de los franciscanos, que va a impregnar el arte bajomedieval, frente a las preocupaciones dogmáticas de los dominicos, fundadores de la Inquisición en el siglo XIII (Ana Domínguez, art. cit.).

La cultura promovida por el Rey Sabio, aunque no guarda relación con la parisina, figura en la vanguar-dia de su tiempo y su modernidad justifica su larga repercusión, hasta el siglo XVI, en ambientes cortesa-nos y no eclesiásticos. Don Alfonso, según la mencio-nada estudiosa, fue en parte continuador de la tarea de Federico II Staufen aunque, como conocedor de la astrología, llegó más lejos (remontándose con mayor seguridad hasta las fuentes griegas y orientales) por haber estado en contacto, tras la conquista de Anda-lucía (Sevilla en 1248 por su padre Fernando III), con lo más avanzado de la ciencia islámica. Su reper-cusión fue mayor que la de su tío, como lo demuestra la existencia de diversas copias de los siglos XIV y XVI tanto del Libro de las Figuras de las Estrellas Fijas (dentro de los Libros del Saber de Astrología), como del Lapidario y del Picatrix. P. - Y ahora volvamos a la primera parte de la pregun-ta: ¿Era Alfonso X un hombre adelantado a su tiempo y de alguna forma un príncipe renacentista?

R. - De lo dicho hasta aquí, no creo que sea muy difícil concluir que Alfonso fue un hombre adelan-tado a su tiempo, como rey legislador, educador y como hombre de ciencia, y sobre todo, de cara a no-sotros, como creador de una nueva lengua de cultura, el castellano. Todo esto era impensable en la Europa latino-cristiana del siglo XIII. El comentario de Ave-rroes a la República de Platón, tenido muy en cuenta por Alfonso X en la composición de la Segunda par-tida, deja en claro que el bienestar de los goberna-dos requiere un gobernante en posesión de todas las virtudes teóricas y prácticas, pero que deberá poseer también la capacidad de enseñarlas en uso tanto de su capacidad racional como de sus recursos retóricos y poéticos, conforme a la naturaleza del perfecto imam. Dicho gobernante ideal, continua diciendo Averroes, deberá combinar las dotes de rey, legislador y filó-sofo. Deberá hallarse bien dotado para el estudio de las ciencias y gozar de buenos poderes de retención intelectual, hallarse interesado en indagaciones teóri-cas, amar ante todo la verdad, huir de placeres sen-suales, no ser codicioso, tener nobles sentimientos, ser valiente y buscar siempre lo bueno y lo bello.

Este pasaje del gran comentarista cordobés me lle-va directamente a la segunda parte de la pregunta: ¿Fue Alfonso de alguna forma un príncipe renacentista?

Alfonso, podríamos decir con mayor propiedad, fue un príncipe humanista medieval, como acaba de describirlo Averroes (no “renacentista”, a la manera del Principe de Machiavelli); si se quiere, Alfonso fue el sueño y el ideal de los “príncipes renacen-tistas”. Fue educado en la corte de Castilla, lugar de

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nacimiento de la cortesía como concepto y práctica que reclama una disposición desde dentro, que ema-na de la misma “puridad” del hombre, de la zona interior de su secreta conciencia, y se proyecta en su conducta social, poniendo ambos planos en con-formidad. De este equilibrio entre el interior y lo exterior emana la serenidad, la lealtad, la nobleza y la mesura de la persona: su adab, su cortesía19. Sabemos que Alfonso X modeló su reino y su propia personalidad siguiendo meticulosamente los dicta-dos y el ejemplo de su padre, cuya corte fue mo-delo viviente de la curialitas y la cortesía; términos que, junto con el árabe adab, descrito por Averroes, encarnan la valoración humanística de la sociedad promovida por Alfonso X.

Dos reyes jugando a los dados. Del Libro de los juegos de ajedrez, dados y tablas.

Cuando se trata, pues, de establecer la imagen del

príncipe ilustrado en posesión de todas la cualidades más deseadas para gobernar bien y resplandecer en la corte y ante la sociedad que gobernaba, Alfonso no tiene mejor modelo que proponer que su padre:

... fue rey mucho mesurado y cumplido de toda cortesía; y de buen entendimiento, muy sabedor; y muy bravo y muy sañudo en los lugares donde convenía, muy leal y muy verdadero en todas las cosas en que la lealtad tuviese que ser guar-

dada... [fue] Rey de todos los hechos granados (PCG, II, p. 771).

A todas luces, esta imagen de Fernando III es la proyección de la propia (Alfonso fue llamado por los trovadores “rey de cortesía”); y por tanto, debemos asumir que, cuando el Rey Sabio teje el incomparable elogio de su padre, educado en los buenos modales de la cortesía que caracterizaron las cortes de Castilla y León a partir de Alfonso VIII y Alfonso IX, está hablando de sí mismo; y otro tanto debemos pensar cuando hace de su padre el modelo de príncipe, culto y educado, que propone no solo en la Segunda Par-tida sino también en el Setenario:

Y además de todo esto, era mañoso en todas las buenas maneras que todo buen caballero debía usar; pues sabía bofardar bien y lanzar y recibir armas muy bien y muy competentemente. Era experto cazador de toda caza, así como jugador de tablas y de ajedrez y otros muchos buenos juegos; le deleitaban los buenos cantores y él mismo lo sabía hacer; gozaba de la presencia en la corte de hombres que sabían trovar y cantar y de los juglares que tocaban bien los instrumen-tos, cosa que le entusiasmaba mucho y entendía quién lo hacía bien y quién no (p. 13).

Baltasar Castiglione (1478-1529) no lo hubiese descrito mejor en su Cortesano.

La deuda contraída y la admiración que sentía por su padre se extendía a todos los aspectos de su per-sona y quehaceres humanos. Al trazar su retrato, nos habla del ambiente ilustrado de la corte fernandina y en particular de su padre como “omne conplido”, encarnación del perfecto caballero cristiano, del cor-tesano discreto y prudente y del príncipe humanista, mecenas de artistas y preocupado por todas las mani-festaciones de la cultura más refinada de la época, los deportes, los juegos de mesa, y la música; no viendo en todo esto contradicción alguna entre sus cuali-dades morales, su interior, y sus actitudes seculares de hombre cortés.

En el proceso de convertir a su padre en el mo-delo perfecto de príncipe cristiano, Alfonso va mucho más allá de la alabanza filial, pasando a toda una serie de viñetas de carácter biográfico en las que lo dibuja comiendo, bebiendo, “seyendo” [sentado], yaziendo, estando, andando y cabalgando.

Comía moderadamente, ni mucho ni poco. Lo mismo hacía en el beber; porque bebía cuanto es convenien-te y no de otra forma, ni mucho ni a menudo. Sabía presentarse de tal manera en público que todo el que le veía se percataba de que era el señor de todos los demás que estaban presentes (Setenario, p.12).

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Alfonso X, que sin duda conoció a su padre mejor que ningún cronista, nos dejó de él un retrato que, sin olvidar sus virtudes cristianas, enfatiza las cuali-dades más humanas y terrenas de su progenitor casi a un nivel naturalista, exaltando su hermosura físi-ca, su apostura, su buen continente, su donosura y sobre todo su buen entendimiento, su habilidad con las buenas palabras y las buenas maneras (Setena-rio)20. Es decir, Fernando III había puesto en práctica aquel estilo de vida cortesano que los estudiosos de hoy día han identificado con la curialitas (o cortesía), concepto nacido en la corte de su bisabuelo materno, Alfonso VIII (1158-1214), y que él definió magistral-mente en la Segunda Partida (IX, 30), dejándonos una visión de la corte de Castilla que no tiene nada de efímero o fugaz, sino de gran estabilidad y serenidad.

Sin duda alguna, Alfonso X se halla en la trayecto-ria del “príncipe renacentista”, a medio camino entre el orientalismo de Saladino (1137-1193) y la opulen-cia humanística de Lorenzo de’ Medici (1449-1492), Il magnifico, y como él, mecenas de las artes. Las ilus-traciones que se conservan de Alfonso X, vestido con fabulosos tejidos y mantos de manufactura oriental, son otras tantas manifestaciones exteriores de su con-vicción interior de príncipe humanista y no deslucen en nada ante las de sus rivales e imitadores del siglo XV.

P. - Y ya que mencionamos esa idea de “adelantado a su tiempo”, ¿era la Escuela de Traductores de Toledo un intento de crear algo así como una Enciclopedia de la Edad Media?

R. - La, así llamada, Escuela de Traductores de To-ledo, hoy es entendida más bien como un grupo de traductores y estudiosos que fueron reuniéndose en Toledo tras su conquista por Alfonso VI (1085) y la llegada de los monjes cluniacenses. La actividad traductora e intelectual de estos grupos se protrajo durante muchos años, pero no tuvo nunca, que se sepa, un proyecto unificador que aunase los varios proyectos de traducción y a sus participantes bajo un objetivo común, como pudo ser la creación de una “Enciclopedia de la Edad Media”. Los varios proyec-tos dependieron del patrocinador del momento y de sus participantes. Terminado el proyecto, se deshacía la colaboración entre los individuos, hasta que un nuevo patrocinador promovía un nuevo proyecto con los mismos traductores u otros. Por tanto, no creo que hubo nunca un tal intento, aunque con los varios proyectos llevados a cabo, en solitario o en equipo, hoy día, un equipo competente de estudiosos pudiera compilar, sobre las bases de la traducciones llevadas a cabo en Toledo y otras ciudades, una inmensa “En-ciclopedia de la Edad Media” peninsular.

P. - Por lo que he leído, en su libro y en otros, Al-fonso X estuvo detrás de muchas obras “científicas”: Tratado del cuadrante señero, Tablas alfonsíes, Libro conplido en los judizios de las estrellas, Lapidario, Libro de las cruzes, Quadripartitum, Picatrix, Liber Razielis, Libro de las formas e imágenes, Libro de astromagia. Creo que también se sospecha que a él se deben traducciones de tratados de agricultura árabe. En general, ¿se puede decir que apoyó creaciones fundamentalmente astrológicas y mágicas en el cam-po de la ciencia?

R. - Ese largo listado de obras “científicas” alfon-síes (y no se incluyen todas), recoge esencialmente dos grupos de obras: astronómicas/astrológicas y mágicas. Como ya dije más arriba, Alfonso no solo apoyó la creación de dichas obras, sino que colaboró activamente en todo el proceso de producción de las mismas, traduciendo algunas y componiendo de raíz otras, y, finalmente, poniéndoles un prólogo de pro-pio puño. Es posible que en su taller de traducción se conservasen también los originales y las traducciones de obras de agricultura, minería, medicina, matemáti-cas, etc., como se conservaban obras de albeitería, de caza, de juegos y otros libros de pasatiempo. Algunas de estas obras nos son bien conocidas, de otras sabe-mos poco o nada.

El núcleo central de las obras “científicas” de Al-fonso X gira en torno a la astronomía/astrología y a la magia como ciencia práctica derivada de la as-trología. Históricamente el apodo de “el Sabio”, no siempre en sentido positivo, ha sido asociado más bien con lo que Alfonso tenía de astrólogo o mago/nigromante que con su saber astronómico. Aunque son bien conocidas sus inclinaciones astrológicas, esto no debería limitar o reducir su ingente labor en el campo de la astronomía que desde luego fue ex-traordinario, teniendo, entre otros colaboradores, a su mismo confesor, Fr. Pedro Gallego, primer obispo de Cartagena, intelectual de punta de la corte alfonsí al cual se deben diversas traducciones de importantes textos científicos en el campo de la astronomía y la medicina21.

Como ha puesto de relieve recientemente el es-tudioso de la ciencia alfonsí Javier Espiago, cuando escribe que la visión de Alfonso como astrólogo no es una valoración parcial y negativa llevada a cabo exclusivamente por algunos estudiosos actuales, sino que ya existía en la Baja Edad Media una interesa-da leyenda negra sobre las nuevas actitudes hacia el conocimiento en la que lo astronómico participaba de las ciencias ocultas que las religiones no cristianas fo-mentaban. Los enemigos del progreso de las ciencias y del saber frecuentemente han asociado al Rey Sabio

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con estas corrientes más bien heterodoxas. El rechazo había comenzado a organizarse antes del nacimiento de Alfonso X y tenía raíces de confrontación de cul-turas, siendo muy difícil el reconocimiento de cual-quier mérito de los que eran señalados como con-trarios22.

Para algunos cristianos europeos, como insinu-amos al principio, en al-Ándalus anidaban los mis-terios de un conocimiento hermético, esotérico o enigmático, pues empleaba signos matemáticos e instrumentos incomprensibles. No obstante, no fal-taron algunos curiosos centroeuropeos que deseosos de penetrar aquellos saberes ocultos se atrevieron a acercarse a los varios centros peninsulares donde se impartían23. A partir de aquellas visitas y largas estan-cias en España, las cosas empezaron a cambiar. En-tre los varios enclaves peninsulares de traducciones surgió el grupo de traductores mozárabes de Toledo, bajo dominio musulmán, pero con el patrocinio de mecenas cristianos, siendo el más conocido el or-ganizado por el arzobispo de Toledo D. Raimundo. En el campo de las ciencias hubo ya durante el siglo XII algunas traducciones importantes, como fue la de las Tabulae astronomicae de Al-Khwarizmi (s. IX), llevada a cabo entre 1116 y 1126 del original árabe con nuevos cálculos toledanos. En 1140 se traduce el Introductorium in astronomiam de Abu Ma’shar y poco antes (h. 1135) había llegado a Toledo el gran empresario de las traducciones, Gerardo de Cremona, en busca del Almagesto de Ptolomeo, que consigue y traduce al latín. En 1141 llega también a España el Gran abad de Cluny, Pierre le Venerable, en busca de textos para combatir el Islam y se queda escandaliza-do de la orientación astronómica islámica de algunos scriptoria monásticos24.

Cuando a mediados del siglo XIII Alfonso X lanza su programa de traducciones, el grupo toledano lle-vaba ya más de un siglo de andadura, contando con grupos bien organizados, aunque, como observa Es-piago, hacia los años cuarenta los que mantuvieron el programa de traducciones fueron principalmente sa-bios musulmanes y judíos, habiendo sido expulsados de la ciudad la mayor parte de los mozárabes a partir de 1143, bajo el dominio almohade.

Los científicos a servicio de Alfonso X, tanto mu-sulmanes como judíos y cristianos, pronto empezaron a darse cuenta de que los cálculos matemáticos so-bre las distancias y las órbitas de los planetas, o la extensión del universo, así como los más refinados instrumentos, tenían sus limitaciones; no podían dar respuestas científicas a la gran incógnita que yacía más allá del mundo visible. La última respuesta, se pensaba, se hallaba en la Astrología, ciencia en la que se buscaba la justificación del asombro provocado por

las maravillas celestes, pero también se interesaron en ella desde la perspectiva de la superstición y lo oculto. Alfonso, en su condición de “escudriñador”, dedicó varias obras a explorar esta gran incógnita de lo in-visible. Los “iudicios de las estrellas” se imponían en presagios y horóscopos personales y colectivos como respuesta a preguntas que no podían ser contestadas por la ciencia astronómica o los instrumentos.

P. - Pero las Tablas alfonsinas describían el movimien-to de los planetas y la posición de las estrellas. ¿Tuvo esta obra mucha importancia? Me imagino que bási-camente fueron impulsadas por los científicos Isaac ben Sid y Yehuda ibn Moisés ha-Cohen, ¿no?

R. Sin pretender entrar en el contenido de las Ta-blas alfonsíes, asunto que dejo para los astrónomos, quisiera solo resumir brevemente lo que hoy sabemos de la obra científica más importante del scriptorium alfonsí y su difusión en toda Europa. Las Tablas fueron realizadas en la ciudad de Toledo entre 1263 y 1270 por sus dos colaboradores más conocidos en los trabajos científicos, los judíos Isaac Ibn Sid (cono-cido también como rabi Çag Aben Çayd de Toledo) y Yehuda ben Moshé ha-Kohén. El manuscrito original no se ha conservado, pero tenemos una copia fiel de principios del siglo XVI (BNE, Ms. 3306) que con-tiene un magnífico prólogo de los autores en el que explican cuándo y cómo se compuso la obra y las reglas para usarla correctamente. También nos infor-man que estas nuevas Tablas corrigen los errores que se habían detectado en la Tablas toledanas anteriores, se introducen nuevos parámetros de medición, y se pone como punto de partida, o raíz, el inicio de la “era alfonsí”, es decir, el mediodía anterior al 1 de enero de 1252, año en que Alfonso X subió al trono. La idea de proclamar el inicio de la “era alfonsí” en el prólo-go de su obra científica por antonomasia podemos decir que ha marcado el reinado del Rey Sabio y a él personalmente como el rey que sobrepujó a todos los demás reyes en todos los campos del saber, científico y humanístico:

Et este es el reinado del Señor rey don Alfonso, que sobrepujó en saber, seso et entendimiento, ley, bondat, piedat et nobleza a todos los reyes sabios. Et por esto tovimos por bien de poner por comienzo de era ell año en que comenzó a reinar este noble rey, por cabsa que se use et manifieste esta era, ansí como se usaron et manifestaron las otras eras antes della, porque dure et quede la nombradía deste noble rey ý para siempre. Et posiemos el comienzo deste año sobre dicho 1252 ser comienzo desta era, et posiémosle nombre la ‘era alfonsi’25.

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Estas palabras, estampadas en un tono tan contun-dente a la cabecera de la obra más conocida de Alfon-so X, sin duda debieron cambiar la visión de “mago” y “nigromante” que de él tenían muchos europeos. Los que las escribieron se sabía que eran científicos serios y que con ellas expresaban su profunda convic-ción acerca del talante científico de su patrocinador.

Las Tablas, como otras obras astronómicas y as-trológicas, fueron, por mandato de Alfonso X, tradu-cidas al latín con el objeto de darles mayor difusión fuera de España en un momento en que Alfonso aspi-raba a la corona imperial. La versión latina se difundió rápidamente a varias ciudades europeas, copiándose en infinidad de manuscritos muchos de los cuales afortunadamente se conservan. En 1327 fueron adap-tadas en la Universidad de París por Juan de Sajonia, cuya versión fue llevada por primera vez a la imprenta por Echard Ratdolt en 148326. Esta versión fue la que más tarde circuló en todas las universidades europeas y la que consultaron científicos y astrónomos, como Copérnico y Galileo, cuyos ejemplares se conservan.

Antes de cerrar este apartado sobre la obra cientí-fica más importante entre las astronómicas, quisiera volver la atención sobre las astrológicas, igualmente muy numerosas, así como sobre las que se ocupan de magia y nigromancia, teniendo siempre presente que la línea divisoria entre astronomía y astrología era tan tenue que a veces no existía; asimismo, la línea divi-soria entre magia positiva y nigromancia era tan sutil que prácticamente se intersectaban.

También en la manifestación del saber cientí-fico astrológico alfonsí debemos tener en cuenta el trasfondo cultural y los fundamentos filosóficos en los que se apoyaba si queremos entender y formular una valoración de su vocación de astrólogo.

La obra cultural promovida por el rey Sabio nos ha llegado en infinidad de códices repletos de minia-turas de los que se desprende claramente un mensaje: la obra se halla anclada en un contexto sapiencial y astrológico, y para entenderla necesitamos hacer un esfuerzo que comporta la comprensión del lugar emi-nente que ocupaba la astrología en la ciencia medieval. La astrología alfonsí descansa sobre un razonamiento que nos lleva a apreciar el impacto y la penetración que el naturalismo aristotélico-averroísta alcanzó en todas las capas de la sociedad, aun entre las más altas, como era la corte y el scriptorium real.

Los orígenes remotos de la visión alfonsí del mun-do se encuentran en la filosofía griega de la naturaleza tal como había sido trasmitida por los musulmanes, en la que el hombre no era más que uno de los compo-nentes de la cadena de los seres (minerales, vegetales y animales), aunque, dada su naturaleza racional, se hallase en la cima de la pirámide natural. Según esta

concepción del mundo, todos los seres reciben sus cualidades de los cielos, es decir, de los astros que forman las constelaciones y planetas. Alfonso expuso claramente esta concepción del mundo en el prólo-go que escribió para la traducción del Lapidario, al formular los fundamentos filosóficos de la astrología como ciencia:

Aritóteles, que fue más complido que los otros filósofos y el que más naturalmente mostró todas las cosas por razón verdadera y las hizo entender cumplidamente según son, dijo que to-das las cosas que están bajo los velos [cielos] se mueven y se enderezan por el movimiento de los cuerpos celestiales, por la virtud que tienen de ellos, según lo ordenó Dios, que es la primera virtud y de donde la tienen todas las otras; mos-tró que todas las cosas del mundo están trabadas y reciben virtud unas de otras, las más viles de las más nobles, y que esta virtud aparece en unas más manifiesta, así como en los animales y en las plantas, y en otras más escondida, así como en las piedras y en los metales27.

Esta visión aristotélico-averroísta del macrocos-mos tiene su reflejo en el microcosmos; entre ambos hay una constante interrelación; una especie de ley de simpatía universal que regula todas estas relaciones en las que el influjo de los seres celestiales es con-tinuo y necesario para el funcionamiento y la super-vivencia de las criaturas terrenales. De ahí que la fun-ción del sabio astrólogo/mago sea adquirir el máximo conocimiento de los astros, de tal manera que dicho conocimiento le permita modificar la influencia de los seres celestiales sobre los terrenales. Esta es la magia que, como veremos más adelante, profesaba el Rey Sabio.

Alfonso se puede decir que estaba obsesionado con esta cosmología aristotélica aprendida en los científicos árabes. Por eso cuando descubrió el Libro de la escala de Mahoma le debió parecer que había descubierto el ejemplo perfecto de esta doctrina, en el que físicamente podía ver la puesta en práctica de aquella doctrina filosófica. En el prólogo de la traduc-ción francesa (la castellana no se conserva), llevada a cabo por uno de sus traductores favoritos, se dice:

Este es el libro que llaman en árabe Halmaereig, que significa en castellano tanto como ascender a las alturas. Y este libro lo hizo Mahometo y le puso este nombre y por eso lo llaman así las gentes. Y este libro muestra la subida de Maho-ma, cómo él subió por la escalera del cielo, tal y como oiréis más adelante, y vio todas las mara-villas que Dios le mostró, como él mismo dice y el libro indica. Y este libro lo tradujo Habraym,

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judío y físico del ilustre varón el señor Don Al-fonso, por la gracia de Dios, rey de los Romanos siempre augusto, y Rey también de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén y el Algarbe. Y dividió el libro en 85 capítulos, para que se pudiera leer más lige-ramente. Y tal y como fue traducido dicho libro por Habraym [en la versión latina pone Abra-ham], del árabe al español, yo, Buenaventura de Siena, notario y escribano de mi Señor el Rey antes nombrado, por su mandato lo traduje del español al francés...”28.

La historia de la sorpresa y suspensión del Rey Sabio ante el descubrimiento de una nueva obra se re-pite en muchos otros prólogos, como en el del Primer Lapidario (Escorial Ms.h.I.15), en el que habla tam-bién de una traducción, y no de un texto del Rey, y en el Libro de las Formas e Imágenes que están en los Cielos (Escorial, Ms.h.I.16, fol.1), en el que acontece lo mismo; así como en obras de ficción, como Ka-lila e Dimna, que mandó traducir cuando todavía era príncipe.

Entre las obras astrológicas, tal vez la más popular haya sido el Libro conplido en los judizios de las es-trellas, traducción del tratado respectivo de Aly Aben Ragel, compuesto hacia 103729. El traductor fue su fiel colaborador Yehuda ben Moshé ha-Kohén (que dio principio a su traducción “el 12 de marzo de 1254, a las seis y media de la mañana”), el cual había termi-nado la traducción del Lapidario cuatro años antes.

Me interesa señalar esta obra por ser un manual de astrología en el que se hallan reunidos los cono-cimientos esenciales de esta ciencia, empezando por el principio, y exponiéndolos de una forma didáctica clara y precisa para que todos los entiendan. El mo-tivo central de la obra es la correcta adivinación, que se funda en la mencionada teoría aristotélica del in-flujo de los astros sobre el mundo sublunar que son los que determinan todo lo que acontece (“según lo ordenó Dios”). Recorriendo, pues, la topografía as-tral, la obra va discutiendo los más variados aspectos y preocupaciones de la vida humana, en relación con la vida íntima, amores y desamores, casamientos y descasamientos, así como la social, los negocios, la guerra y otros acontecimientos colectivos. El libro tuvo un gran éxito: fue traducido al latín por lo menos dos veces, una de ellas, por mandato del Rey, por los dos notarios de la curia real, los italianos Egidio de Tebaldis y Pietro de Reggio; de esta versión latina se hicieron versiones completas al hebreo, al portugués y al alemán, y versiones parciales al inglés, al ho-landés, francés y catalán (estas dos últimas perdidas). La totalidad de los Libros del saber de astrología, de los cuales forma parte el Libro conplido, fueron tra-

ducidos del latín al toscano e iluminados en Sevilla en 1348.

La singular imagen de la Aritmética en una vidriera de la catedral de León (se encuentra en la parte alta del lateral izquierdo).

Debemos también mencionar, aunque sea breve-mente, aquellas obras “científicas” por las que ha sido más denigrado y ridiculizado el Rey Sabio, las que se ocupan de magia y nigromancia. Como es sabido, Alfonso X fue un apasionado de las ciencias ocultas y esotéricas, como la nigromancia, ciencia a la que dedicó varios tratados. Uno de los más conocidos y usados en toda Europa fue el llamado Picatrix sobre el que también diré algo más adelante.

Antes de presentar estas obras que, por un malen-tendido, han desprestigiado al Rey Sabio, haciéndolo pasar por “mago” o “nigromante”, que, en realidad, en la teminología medieval, eran sinónimos de “sabio”, es decir, “escudriñador de ciencias”, conviene tener presente el siguente texto de las Siete Partidas en el que expone qué debe entenderse por nigromancia:

Adevinanza tanto quiere decir como querer to-mar poder de Dios para saber las cosas que son

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por venir. Et son dos maneras de adevinanza: la primera es la que se face por arte de astronomía, que es una de las siete artes liberales; et esta se-gunt el fuero de las leyes non es defendida [pro-hibida] de usar a los que son ende maestros et la entienden verdaderamente, porque los juicios y los asmamientos [resultados probados] que se dan por esta arte son catados [observados] por el curso natural de los planetas et de las estrellas et tomados de los libros de Tolomeo et de los otros sabidores que se trabajaron [esforzaron] de esta esciencia; mas los otros que non son ende sabidores non deben obrar por ella, como quier que se puedan trabajar [esforzar] de aprenderla estudiando en los libros de los sabios […] pero los que ficiesen encantamientos u otras cosas con buena entención, así como para sacar demo-nios de los cuerpos de los homes, o para deslegar [separar] a los que fuesen marido et muger que non pudiesen convenir en uno, o para desatar [desencadenar] nube que echase granizo o niebla porque non corrompiese los frutos de la tierra, o para matar langosta o pulgón que daña el pan o las viñas, o por alguna otra cosa provechosa se-mejante destas, non debe haber pena, ante deci-mos que deben rescebir gualardón por ello30.

Es decir, toda la razón de ser de la nigromancia es querer saber las cosas antes de que acontezcan, pretendiendo así hacerse con conocimientos que son exclusivos de Dios. Esto, Alfonso, como responsable de la integridad moral de sus súbditos, no lo podía aprobar, puesto que era perfectamente consciente de las secuelas nefastas que acarreaba la profesión de mago y nigromante en la población sencilla cuando era practicada por ignorantes de esta ciencia; por eso marca claramente distancias entre la nigromancia como ciencia y su versión degradada entre charlata-nes y falsos adivinos; de ahí la proscripción tajante de practicarla en sus reinos. La prohibición alfonsí merece ser mencionada aquí porque capta de manera sorprendente realidades y circunstancias que descri-ben los aspectos más impensados de la obra de un mago y nigromante toledano contemporáneo, cono-cido como Virgilio de Córdoba31; lo cual nos lleva a pensar que su legislación recoge noticias, no solo de fuentes jurídicas y filosóficas, sino también de acon-tecimientos cotidianos y de obras de tono más popu-lar, que probablemente circulaban en Toledo, cuando prohíbe sin cortapisas la profesión a que se dedicaba el pseudo Virgilio:

Nigromancia dicen en latín a un saber extraño que es para encantar los espíritus malos. Y por-que de los hombres que se esfuerzan por hacer esto viene muy gran daño a la tierra y señala-damente a los que los creen y les demandan al-

guna cosa en esta razón, acaeciéndoles muchas ocasiones por el espanto que reciben andando de noche buscando estas cosas tales en los lugares extraños, de manera que algunos de ellos mue-ren, o quedan locos endemoniados; por ello pro-hibimos que ninguno sea osado de querer usar tal enemiga [maldad] como ésta, porque es cosa que pesa a Dios y viene de ellos muy gran daño a los hombres32.

La nigromancia, o magia negra, reprobada por Al-fonso no es la que él profesó. Para Alfonso la magia como ciencia es claramente uno de los siete saberes liberales que pertenece a las ciencias de la natura-leza derivadas de la Astronomía: “Ca [los sabios e las sabias de la mágica] departen assí sobrello que la mágica vna manera e vna parte es del arte del es-tronomía” (GE, II, 2, 340b); y “es mago el qui sabe ell arte mágica, et la sciencia mágica es aquel saber con que los quel saben obran por los mouimientos de los cuerpos celestiales sobre las cosas terrenales...” (GE, II, 1, 86a); pero no puede dejarse en manos de incompetentes y charlatanes.

Más allá de esta explicación del estudioso, podemos decir que la razón profunda, esencialmente filosófica y científica de su interés por la magia, nos la dieron sus colaboradores en el prólogo del Libro de las cruzes, considerado el primer tratado astrológico en lengua castellana:

Et por que él leyera, et cada un sabio lo affirma, el dicho de Aristotil que dize que los corpos de yuso [abajo], que son los terrenales, se man-tienen et se gouiernan por los mouemientos de los corpos de suso [arriba], que son los celestia-les, por uoluntad de Dyos entendió et connoció que la sciencia et el saber en connocer las signi-ficationes destos corpos celestiales sobredichos sobre los corpos terrenales era muy necessaria a los homnes33.

Entre los tres beneficios que los hombres derivan de la “mágica”, Alfonso pone los remedios médicos, tanto si se trata de farmacopea como de cirujía:

E de las obras de la mágica de las mexclas nació otrosí al mundo en los omnes el cuy-dado de la guarda de los cuerpos. Onde en las mezclas de las yeruas, e de las semien-tes [semillas], e de las otras cosas asacaron [dedujeron] commo se començó la física [medicina], e se ficieron los axaropes [ja-rabes] e otros beurajos [bebidas] e letuarios [ungüentos] contra las enfermedades de los cuerpos e contra los dolores. E fallaron otrosí de aquí los sabidores las melezinas de las lla-gas e de las exidas [heridas], e el saber de los

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celurgianos [cirujanos], e de los albeytares [veterinarios], e de los sangradores (GE, II, 2, 341b).

La astrología y las demás ciencias derivadas o an-cilares de ella cautivaron de tal manera la mente del Rey Sabio que se puede decir que las huellas de es-tas ciencias se hallan en todas sus obras escritas y en las más variadas manifestaciones artísticas, desde las miniaturas en los códices de las obras mismas hasta las extraordinarias representaciones en las Cantigas de Santa María, donde se mezcla con extraordinaria facilidad lo sagrado con lo mágico y lo profano.

Estas huellas las hallamos también en sus obras arquitectónicas, como la catedral de León, iniciada durante su reinado, donde se conserva en una espec-tacular vidriera la única imagen conocida de Alfonso X en la que aparece vestido con todas las insignias de Emperador (corona, cetro y poma), dignidad que en aquel momento estaba esperando fuese confirmada por el papa, tras su elección a Rey de Romanos. En la vidriera conocida como “La cacería”, otra pasión del Rey Sabio, de tema completamente profano, vemos, junto con jinetes y hombres armados dispuestos para la caza, representaciones del trivium y el quadrivium medieval; entre las artes liberales representadas se puede contemplar la Aritmética, que los medievales, por razones obvias, asociaban con la magia de los nú-meros en la construcción de las catedrales. Es digno de ser notado que la representación de la Aritmética en la Catedral de León, a diferencia de la consabida alegoría de las siete arte liberales como siete don-cellas (como fueron representadas, por ejemplo, en una vidriera de la catedral de Toledo), aquí vemos a unos monjes haciendo cálculos matemáticos, tal vez relacionados con la construcción de la catedral34. En la catedral de León se halla también la singular ima-gen de Simón Mago, el rival de Jesús, en un templo cristiano (!), prototipo del sabio alquimista medieval rodeado de sus alumnos.

La Alquimia fue otra de las ciencias que gozó de gran prestigio durante la Edad Media y, como la Arit-mética, se relacionaba también con la construcción de catedrales; de hecho, aparece también en una de las vidrieras de la fachada sur de la catedral leonesa un alquimista con su matraz, personaje que, como el matemático y el mago, sin duda tuvo mucho que ver, según el restaurador de las vidrieras J. M. Rodríguez Montañés, con la creación de los colores, como el amarillo de plata, que fue el resultado fallido de in-tentar convertir el nitrato de plata en oro; es decir, el arte secreto de la Alquimia practicado en la composi-ción de las vidrieras, que la ciencia moderna todavía no ha conseguido reproducir35.

Si de la nigromancia pasamos a la astromagia, la última manifestación de la astrología alfonsí, nos encontramos con las dos últimas obras que vamos a considerar: Picatrix y el Liber Razielis Archangeli, ambas se hallan en el mismo manuscrito astrológico vaticano (Reg. lat. 1283) publicado recientemente con el título Libro de Astromagia36.

Es en estas obras donde se manifiesta el aspecto más incomprensible, y hasta un cierto punto contra-dictorio, de la cultura alfonsí, al presentarse clara-mente teñida de hermetismo y, como tal, debemos pensar que se concibió para pequeños círculos de sa-bios y no para el pueblo llano, como él mismo reparó en un pasaje del Libro de Astromagia, donde se mues-tra muy consciente del riesgo que corría de ser mal entendido o de que su saber fuese, por incompetencia o ignorancia, mal usado, advirtiendo del peligro que esta ciencia representaba para los que no estaban pre-parados para recibirla37.

Conviene, sin embargo, tener presente que, tras la lectura de estas últimas obras uno se percata de que el pensamiento hermético alfonsí se manifiesta no solo en los aspectos filosóficos-científicos expresados en dichas obras, sino también en sus obras religiosas y morales, así como en las miniaturas del Codice Rico de las Cantigas (Ms. Escorial, 1.1.1), donde aparece Alfonso, rodeado de un círculo de cortesanos y aleja-do del pueblo; de donde se desprende, como dijimos más arriba, el carácter restrictivo que quería mantener en este aspecto de su cultura. La heterodoxia de las imágenes en que el Rey Sabio se representa como rey trovador, se conecta así con el renacimiento de la astrología pagana en las espectaculares ilustraciones de los Lapidarios y en otros manuscritos astrológicos alfonsíes.

Se trata, efectivamente, en el primer caso, Pica-trix, de una obra de nigromancia astrológica que, por mandato de Alfonso X, se tradujo del árabe al caste-llano. En el prólogo se nos dice que fue compilada por Norbar el Árabe en el siglo XII sobre la base de un texto atribuido a un sabio indio llamado Kancaf que habría vivido en Bagdad en torno al 800 d. C. Este sabio hindú reveló sus conocimientos “de arte mágica y cómo obran las cosas que hay bajo el cielo de la luna” a su discípulo Sirez de Babilonia. Como sucede frecuentemente en estas obras, en los prólo-gos se finge una larga historia acerca de la trasmisión del texto para legitimar su autenticidad y sobre todo la validez científica. En realidad, la crítica moderna cree que se trata de una traducción del árabe de una obra compuesta en la Península Ibérica a mediados del siglo XI por el famoso astrónomo andalusí Abu-l Qasim Maslama ibn Ahmad de Madrid, o pseudo al-Magrití, conocida como La meta del sabio (Ghayat

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al-hakim). La traducción castellana probablemente fue llevada a cabo por el favorito traductor de Alfonso X, Yehudá ben Moshé ha-Kohén, a mediados de los cincuenta. Esta versión castellana y el original árabe se han perdido, pero se han conservado los índices en un manuscrito de la Biblioteca Vaticana estudia-dos por Raquel Díaz38. Estos Índices fueron reusados sucesivamente en la traducción del Lapidario, obra del mismo traductor39; lo cual pudiera significar que la primera versión de Picatrix se hizo al castellano, y no al latín, entre 1243 y 1250.

De todas formas, en 1256 se hizo en el scriptorium alfonsí una versión completa del árabe al latín, quizá por Egidio de Tebaldis, el cual ya había traducido para Alfonso, también al latín, entre otras obras, el Tetra-biblos, o Quatripartitum, de Ptolomeo. El autor de la traducción latina afirma en el prólogo que la obra fue compilada por un tal “Picatrix”, reuniendo más de doscientos libros de filosofía, y la llamó con su propio nombre40. La versión latina tuvo tal difusión en Eu-ropa (sabemos que fue conocida, entre otros muchos, por los humanistas Giovanni Pico della Mirandola y Marsilio Ficino) que ha prevalecido el título de su compilador “Picatrix”, aunque nadie sepa de dónde lo sacó el traductor latino o quién sea este personaje.

Al hablar de esta obra debemos, por necesidad, referirnos a esta versión latina para conocer el con-tenido del original árabe y del texto castellano, que no se conservan. El núcleo central de Picatrix, como obra de carácter mágico por excelencia, está formado por una serie de conjuros y fórmulas mágicas com-puestas en un lenguaje deliberadamente oscuro con alusiones frecuentes al padre del hermetismo, Hermes Trimegisto. Tal vez lo más significativo de la obra sea su finalidad: controlar el influjo de los astros sobre los acontecimientos sublunares, que fue el aspecto que debió fascinar a Alfonso X; para conseguirlo, el com-pilador inventa un artilugio originalísimo que consiste en tallar piedras adecuadas con imágenes pertinentes, justamente en el instante en que la confluencia de los astros trasmite a esa piedra el mayor número de sus cualidades (la conexión Hermes-piedras no parece tan disparatada, si tenemos en cuenta que el nombre Hermes tuvo su origen en la palabra griega έρμα, έρμαξ, que significa “montecillo de piedras”). Este sistema de usar fórmulas mágicas e imágenes talladas en piedras de las que se fabrican talismanes, se hacen sortijas y otros amuletos, acompañándose al mismo tiempo con recitaciones y conjuros, pone en relación directa el Picatrix con otras obras mágicas alfonsíes, como el Lapidario tercero y el Libro de las formas et imágenes, uniendo así las tres con la tradición hermé-tica que remontaría, a través de textos judíos y árabes peninsulares, hasta textos siríacos y griegos del Cor-

pus hermeticum, que, como es sabido, está formado por una colección de textos de una religión secreta del siglo II o III d. C. Fascinante tema que el espacio limitado de este artículo no me permite desarrollar en mayor detalle.

Imagen única de Alfonso X el Sabio adornado con todas las insig-nias de Emperador en una vidriera de la catedral de León.

La segunda obra que deseo señalar, en la misma línea de la tradición hermética pero con influjo de la Cábala judía, es el Liber Razielis, que es una versión latina de un compendio hermético de siete textos a los que el traductor añadió, en un apéndice, otros nueve libros: Semaphoras y sus Glosas, obra de un judío de Fez llamado Zadok de Fez; Verba operis Razielis, de Abraham de Alejandría; las Flores, de Mercurio de Babilonia; el Capitulum generale sapientium de Aegipti pro operibus magicae; las Tabulae et Karac-teres et Nomina angelorum grandium; el Liber super perfectionis operis Razielis, del filósofo griego Toz (alias Hermes); y el Liber ymaginum sapientium an-tiquorum, obra del mismo Hermes Trimegisto.

El traductor de todos estos textos fue el mismo clérigo Juan d’Aspa que debió llevar a cabo su tra-bajo en torno al año 1259 por mandato de Alfonso X, como se dice en el prólogo latino41. Este mismo

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clérigo, como se desprende de dicho prólogo, debió ser también el traductor de la versión castellana, que, como tal, no se conserva, pero se conservan numero-sas versiones posteriores de la misma42. Sabemos que D. Enrique Villena († 1434), muy dado a las ciencias ocultas y al hermetismo, poseyó una de estas versio-nes que tenía por título Raziel, custodio del Paraíso, sobre el arte mágica, que al parecer se salvó de la que-ma de los libros del Marqués por el obispo inquisidor D. Lope Barrientos; no tuvo mejor suerte otra versión del Libro de Raziel que fue quemada en Barcelona por orden del inquisidor Nicolás Eymerich en 1392.

Ambas obras, Picatrix y el Liber Razielis, junto con otras, como el Libro de las formas et imágenes y la Magna introductio in Astrologia de Abulmasar, fueron recicladas a finales de los años setenta en la corte alfonsí para componer el último tratado científi-co titulado Astromagia, “zodiacal y planetaria”, cuyo manuscrito, al parecer, fue copiado para la camara regia y, como se dijo, se conserva en la Biblioteca Apostólica Vaticana (Ms.Reg.lat.1283), que es un compositum de varios fragmentos de textos astroló-gicos, entre otros, como se dijo, se halla una parte (los Índices) del famoso manual de magia, llamado en Occidente “Picatrix”. Publicado recientemente, Astromagia se compone de seis libros, los tres prime-ros: el Libro de los paranatallonta, el Libro de los de-canos y el Libro de la luna, son atribuidos al Pseudo-Pitágoras; y los tres últimos: el Libro de las imágenes de los doce signos, el Libro de Marte y el Libro de Mercurio, se atribuyen al Pseudo-Aristóteles43.

El interés de Alfonso X por todas estas obras de naturaleza hermética, mágica y cabalística nos lo confirmó ya su sobrino D. Juan Manuel, al ofrecer-nos un panorama completo de la naturaleza de las obras traducidas en el taller de su tío, cuando afir-maba:

Fizo trasladar en este lenguaje de Castilla todas las sçiençias, tan bien de theología como la lógi-ca, et todas las artes liberales, como toda la arte que dizen mecánica. Otrosí fizo trasladar toda la secta de los moros, porque paresçiesse por ella los errores en que Mahomad, el su falso profeta, les puso et en que ellos están oy en día. Otrosí fizo traladar toda [la] ley de los judíos et aun el su Talmud et otra sçiençia que an los judíos muy escondida a que llaman Cábala44.

Esta afirmación de D. Juan Manuel, a la que los estudiosos no habían prestado gran atención por con-siderarla poco fiable o espuria, ha sido plenamente reivindicada con la publicación de nuevos manuscri-tos; y constituye la mejor prueba de la validez y pre-cisión con que debemos tomar las afirmaciones de su

sobrino45. No cabe duda que el Rey Sabio, en su deseo de proveer a sus súbditos con el saber del pasado, se ocupó de obras de autores griegos, como el Tetrabi-blos de Ptolomeo, y de autores árabes, como el Libro de los Juicios de las Estrellas de Alí Ben Ragel, o El libro de Escala de Mahoma, llegando en sus intereses a la cultura hindú, mandando traducir Calila e Dimna y el Libro de los Juegos de Ajedrez, Dados y Tablas, siempre a través de intermediarios musulmanes por el mundo hebreo, ordenando varias traducciones de la Biblia, del Talmuz y de los libros cabalísticos. Para esta inmensa labor cultural se sirvió de un equipo ex-traordinario de especialistas, judíos, musulmanes y cristianos, castellanos e italianos, lingüístas, científi-cos y miniaturistas de primera calidad.

P. - Tengo entendido que Alfonso X intentó rescatar volúmenes de la biblioteca del califa Al Hakám II, otro gran erudito y sabio ávido de libros y volúmenes. ¿Tuvo mucha importancia Alfonso X en la tarea de difundir el saber clásico (recuperado por árabes) a lo largo y ancho de Occidente?

R. - A esta pregunta ya he contestado, en parte, al hablar de al-Hakám II más arriba. Es bien sabido, aunque no siempre ha sido puesto en evidencia, que la trasmisión del saber clásico y oriental (filosofía, cien-cias, letras, etc.) pasa por la Península Ibérica. En la empresa de la trasmisión del saber de la antigüedad al Occidente cristiano la Antigua Escuela de Traducto-res de Toledo tuvo un papel decisivo. No debemos olvidar que Toledo era en la Edad Media la ciudad más cosmopolita de Europa y probablemente la mejor preparada para llevar a cabo aquella empresa: en ella convivían musulmanes, judíos y cristianos entre los que el multilingüísmo era normal, el latín, el árabe y el hebreo eran lenguas de uso común, además de las distintas modalidades del romance, habladas por los mozárabes y los cristianos tradicionales venidos del norte. Los grandes estudiosos europeos de los siglos XII y XIII que fueron llegando a la Península Ibérica en busca de las obras de la antigüedad son el mejor testimonio que tenemos para ilustrar el hecho de que allí se esperaba encontrar aquellas obras que no se encontraban en ninguna otra parte en una lengua que pudiesen entender46.

Del medio oriente y del lejano oriente (India) llegó a Córdoba el legado científico y filosófico de la anti-güedad griega clásica; sucesivamente este saber pasó a las ricas bibliotecas de los pequeños reinos taifa, donde todo se trasladó al árabe. Posteriormente, en Toledo y en otras centros peninsulares, aquellas obras con sus comentarios en árabe se tradujeron al latín y al castellano.

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Esta fue la ruta de la translatio studii, tópico lit-erario del cual hablan los estudiosos de la Edad Me-dia. Pero esta ruta, cuando llegamos al reinado de Alfonso X, tuvo una variante fundamental, no siem-pre reconocida por los estudiosos por contener un componente autóctono de difícil acceso a los críticos centroeuropeos, una lengua vernácula, el castellano. Un ejemplo típico de lo que estoy tratando de decir pudiera ser la traducción de la Ética nicomáquea de Aristóteles llevada a cabo por Hermann el Alemán en Toledo en 1240, según el Comentario de Averroes. El texto latino de Hermann fue llevado inmediatamente a la Universidad de París y de allí difundido en toda Europa; pero de aquel texto averroístico árabe se hizo también en el scriptorium alfonsí una versión caste-llana para ser usada en obras como Las Siete Parti-das, la cual, por desidia de los especialistas alfonsíes, no ha formado parte del canon de la translatio studii; de tal manera que esta versión castellana ha sido, y sigue siendo, desconocida47.

Por tanto, para responder a la pregunta, aunque la obra de Alfonso X, en el proceso de trasmisión del saber de la antigüedad greco-latina a Occidente, haya sido fundamental, su alcance ha sido limitado por causa de la lengua en que se reescribieron aque-llas obras, el castellano. Los estudiosos italianos es-tán hablando hoy día de los volgarizzamenti pioneros de la Ética nicomáquea por Taddeo Alderotti (1204-1294) y otros contemporáneos de Alfonso X, pero a nadie se le ocurre hablar de los volgarizzamenti (tra-ducciones castellanas) contenidas en la Estoria de España (toda la Farsalia de Lucano, por ejemplo) y en la General Estoria (donde se hallan traducidas, a veces enteras, muchas obras de los grandes escritores y poetas latinos).

Alfonso era muy consciente de las limitaciones de su obra por estar escrita en lengua vernácula, de ahí que, como hemos ido viendo, algunas obras que con-sideraba de interés pan-europeo las mandase traducir al latín; las demás, especialmente las de índole más humanística (historia, derecho, entretenimiento), las difundió en castellano porque su objetivo primario, como educador, era la composición de un corpus de conocimiento universal para su pueblo, que tenía como finalidad mejorar la moral del hombre y la búsqueda de la felicidad; para conseguir este obje-tivo, por necesidad, debía dirigirse a sus súbditos en castellano, consciente de que esto le haría inmortal, según el dicho de Ptolomeo: “no murió el que avivó la ciencia y el saber, ni fue pobre el que se dio al en-tendimiento del creado” (Libro de las cruzes).

P. -¿Es cierto que Alfonso X está detrás de la prim-era Universidad (Salamanca) y del primer obser-

vatorio astronómico (Toledo) del Occidente cris-tiano?

R. En cuanto a la primera parte de la pregunta, debo decir que la fundación de la Universidad de Sala-manca se debe a su abuelo paterno, Alfonso IX de León (1188-1230), el cual, tras la desintegración de la primera universidad peninsular fundada en Palencia por Alfonso VIII de Castilla (1158-1214), transformó en 1218 (hace ahora 800 años) la escuela catedralicia salmantina en Studium Generale: “Este [Alfonso IX], por consejo saludable, llamó maestros muy sabios en las sanctas escripturas y estableció que se fiziessen escuelas en Salamanca”48.

Tras la unión de Castilla y León en 1230 bajo una sola corona, Fernando III (1201-1252) confirmó la fundación salmantina en 1242 con un nuevo privile-gio real.

Alfonso vestido con una túnica de fantasía oriental dicta las reglas de los juegos de ajedrez, dados y tablas (del Libro de los juegos, fol. 65r).

Alfonso X, siguiendo los pasos de su abuelo y de su padre, se ocupó del Studium salmantino desde el primer momento que subió al trono, desplegando una política universitaria vigorosa de la cual tenemos un buen testimonio en las Partidas. El 8 de agosto de 1254 extiende su propio diploma de fundación de la Universidad de Salamanca, creando una docena de cátedras. En la carta fundacional, Alfonso X ignora por completo la Teología y se preocupa únicamente por la dotación de cátedras de Derecho a las que com-pensa con salarios mucho más elevados que al resto de las disciplinas. El 6 de abril de 1255 el papa Ale-jandro IV (1254-1261), a petición de Alfonso, con-firma la fundación de la Universidad de Salamanca. El texto de la bula pontificia recuerda en muchos de sus pasajes el ambiente ideal de todo Estudio gene-ral descrito por el Rey Sabio en las Partidas. Unos meses más tarde, el 22 de septiembre, el papa conce-

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de a los graduados del Estudio salmantino la licentia ubique docendi, es decir, el permiso para enseñar en cualquier Estudio general con excepción de París y Bolonia; y tan solo unos días después, a petición de Alfonso, el papa otorga al rey castellano el privilegio de erigir una facultad de Derecho Civil y establece al mismo tiempo que se enseñe dicha disciplina en los tres años sucesivos.

En un sentido estricto no se podrá decir que Al-fonso X fuese el fundador de la Universidad de Sala-manca; pero fue sin duda su padre espiritual y el que la modeló intelectualmente a su imagen y semejan-za. A pesar de que la educación superior en Castilla, como en el resto de Europa, hubiese nacido bajo la protección de la Iglesia, al subir al trono Alfonso X se produce un gran cambio de actitud hacia la educación superior. A diferencia de lo que estaba sucediendo en París, Oxford o Bolonia, donde el influjo pontificio dominaba todos los apectos de la vida universitaria, la política cultural de Alfonso X, siguiendo los pa-sos de la de su tío Federico II en Nápoles, aparece desde el primer momento bajo pleno control real y es claramente de signo laico en la selección de las materias y la dotación de cátedras en todos los Estu-dios generales de su fundación o potenciados durante su reinado, como fue el de Salamanca, el cual quie-re expresamente que sea “más avanzado” (“E yo con grand sabor que he quel estudio sea más auançado e más aprovechado…”, Dipl. fund.). La misma actitud se trasparenta también en la creación de otros centros de estudio, como el de Sevilla y Murcia. No obstante, para dar mayor prestigio y visibilidad internacional al Studium salmantino, Alfonso X solicitó y obtuvo del papa Alejandro IV que los grados conferidos por Salamanca fuesen valederos no solo en todo el reino de Castilla, sino también en cualquier otro reino fuera de él. Esta concesión pontificia dio a Salamanca un rango académico de calidad en toda Europa.

Finalmente, por lo que se refiere al primer obser-vatorio astronómico del Occidente cristiano en Tole-do, no creo que sea fácil determinar, ya que, todo lo que tuvo que ver con las ciencias astronómicas, los cristianos mozárabes lo heredaron de los árabes los cuales, como se dijo, fueron los que compilaron las primeras tablas astronómicas basadas en observacio-nes llevadas a cabo en Toledo, que serán traducidas asimismo en Toledo durante el siglo XII. Es de su-poner que para la composición de aquellas tablas se sirvieran de algún tipo de observatorio, tanto antes como durante el reinado de Alfonso X, pero no sa-bemos nada con certeza sobre el lugar dónde se ha-llaba o cuáles eran sus características. Ibn Yunus (c. 965-1009) y el célebre astrónomo toledano al-Zarkali (1029–1087), que nació y vivió en Toledo hasta que

la ciudad cayó en manos cristianas (1085), hablan de la construcción de grandes instrumentos de observa-ción de los cielos (parece que se refieren a astrola-bios), pero no dan ningún indicio de la existencia de observatorios. Por otra parte, Alfonso X, que dedicó su Libro del saber de astrología (compilación de 16 tratados de carácter práctico), a divulgar la ciencia que enseña a construir y usar instrumentos para la observación de los astros y la medición del tiempo, tampoco trató de observatorios en el sentido que lo entendemos hoy día.

También en esto, España, como Europa, estaba to-davía muy lejos de lo que sucedía en otras partes del mundo islámico, por ejemplo en Teherán o en Maraga (en el actual Azerbaiyán), capital del nuevo reino del mongol Hulegu, donde el astrónomo persa Nasir al-Din al-Tusi (1201-1274), contemporáneo de Alfonso X, con la ayuda de astrónomos chinos, construyó el célebre observatorio de Maraga en el que usó ya un cuadrante de cuatro metros, mejorando con mucho los modelos matemáticos de Ptolomeo, y resumiendo 12 años de observaciones astronómicas en su extensa obra, considerada hoy como el análisis astronómico más brillante hasta la aparición de la obra de Copér-nico.

No obstante las limitaciones de un mundo cien-tífico en su infancia, podemos decir con el insigne Conde de Puymaigre: “Desde Carlomagno hasta los Médicis, ningún príncipe hizo tanto como Alfonso X por la civilización y por las ciencias”49.

H. Salvador MartínezNew York University

1 Libro conplido de los juizios de las estrellas, de ALY ABEN RAGEL [ALI IBN ABI RIYAL]. Traducción hecha en la corte de Alfonso el Sabio, ed. G. HILTY, Madrid: Real Academia Es-pañola, 1954.2 JUAN MANUEL, Crónica abreviada, Obras completas, ed. J. M. BLECUA, 2 vols., Madrid: Gredos, 1981-1983, II, pp. 504-815.3 Libros del saber de astronomía del rey d. Alfonso X de Castilla, ed. M. RICO Y SINOBAS, 5 vols., Madrid: Tipografía de Euse-bio Aguado. 1863-1867. Al pasaje citado, en el manuscrito sigue la imagen del instrumento, exactamente como la ha descrito; al-madarat y almamarrat, son los meridianos y los paralelos. Cfr. E. PROCTER, “The Scientific Works of the court of Alfonso X of Castile: the King and his collaborators”, Modern Languages Review, 40 (1945), pp. 12-29; L. FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, Arte y ciencia en el scriptorium de Alfonso X el Sabio, El Puerto

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de Santa María, Univ. de Sevilla y Cátedra de Alfonso X el Sabio, 2013, pp. 135-211.4 Se ha escrito ya mucho sobre los antecedentes de la concep-ción cosmológica de la Divina Commedia de Dante en el Libro de la Escala de Mahoma. Hoy está fuera de duda que la cultura italiana del Trecento y del Quattrocento quedó notablemente im-pactada por los textos e iconografía de los manuscritos alfonsíes. Cfr. A. DOMÍNGUEZ, “La miniatura en la Corte de Alfonso X”; y H. SALVADOR MARTÍNEZ, “Alfonso X, Brunetto Latini y la historia de las primeras traducciones de la Ética aristotélica”, Estudios Humanísticos. Filología, 39 (2017). 245-277. 5 General Estoria, vol. I, libro XVI, cap. XIV, pág. 477b.6 El escultor científico R. Turner llevó a cabo un magnífico mode-lo en bajorrelieve del pico central de Alphonsus; una fotografía de la escultura de Turner puede verse en el libro del popular escritor holandés Chriet Titulaer, Operatie Maan, Den Haag, Van Hoeve, [1969], p. 29. 7 Cfr. Ewen A. Whitaker, Mapping and Naming the Moon: a His-tory of Lunar Cartography and Nomenclature, Cambridge [Eng-land], Cambridge University Press, 1999.8 El “maestro Juan clérigo” (probablemente se trata de Juan d’Aspa), traductor de la versión latina del hermético Liber Razie-lis Archangeli, escribía en el Prólogo: “… altísimo y nobilisimo mi señor [Alfonso] que es depósito de filosofía y ciencia sobre todos los señores que hoy viven en el mundo” (Liber Razielis, Biblioteca Apostólica Vaticana. Ms. Reg. lat., 1300, Prólogo, fol.1r).9 “Tolomeo ffue vno de los grandes philósofos que nunca

ouo en la arte de astrología; ca este ffabló más alto en fecho de los cielos et de las estrellas que otro que ffue. Et departió más de cosas en ffecho de las planetas e de los ssignos que otro; ca ffue omne que entendió e punnó en saber más las poridades [secretos] de los cielos” (Se-tenario, ed. K. VANDERFORD, Buenos Aires, 1945. Reimpresión Barcelona: Crítica, 1984 p. 113).

10 Véanse los ensayos en el volumen colectivo España y Europa: un pasado común, Universidad de Murcia, 1986. Las imágenes que encabezan las obras alfonsíes lo dicen todo.11 Cfr. J. FERREIRO ALEMPARTE, “Recepción de las Éticas y de la Política de Aristóteles en las Siete Partidas del Rey Sabio”, en Glossae: Revista de Historia del Derecho Europeo, 1 (1988), 97-133; y H. SALVADOR MARTÍNEZ, “Alfonso X, Brunetto Latini y la historia de las primeras traducciones de la Ética aris-totélica”, Estudios Humanísticos. Filología, 39 (2017). 245-277. 12 G. MARTIN, “Alphonse X de Castille, roi et empereur. Com-mentaire du premier titre de la Deuxième partie”, Cahiers de Linguistique Hispanique Médiévale, 23 (2000), 323-348., p. 346, nota 93.13 Cfr. J. A. MARAVALL, Estudios de historia del pensamiento español. Edad Media. Serie Primera, Madrid: Cultura Hispánica, 1973, pp. 105-107; y A. FERRARI, “La secularización de la teo-ría del estado en las Partidas”, AHDE, II (1934), 449-456.14 Cfr. H. S. MARTÍNEZ, Alfonso X, el Sabio. Una biografía, Madrid: Ediciones Polifemo, 2003, pp. 463-496.15 Cfr. H. S. MARTINEZ, Alfonso X, el Sabio, pp. 501-505.16 Bajo los Abasidas [Bagdad, 762-1258], escribe el insigne es-tudioso Thomas Glick, la producción de libros era pública y co-lectiva. Los autores leían sus obras públicamente al tiempo que los escribas transcribían sus palabras, a continuación estos se las volvían a leer para controlar la exactitud. Este método explica al mismo tiempo la proliferación de libros y el alto nivel de pre-cisión, si lo comparamos con el paso de tortuga de los escribas monásticos europeos que trabajan en solitario para producir una sola copia” (The Medieval Review, 4-4, 2009, reseña del libro de J. M. BLOOM, Paper Before Print: The History and Impact of Paper in the Islamic World, New Haven, 2000).

17 En relación con la incapacidad del latín para trasmitir el saber científico tenemos también el testimonio de un agudo observador, contemporáneo de Alfonso X y profesor en la Universidad de Pa-rís, que se dedicó al estudio de las ciencias y las lenguas, Roger Bacon (1214-1294), el cual escribe: Como quiera que en nuestro tiempo los enemigos de

los cristianos, como son los griegos [paganos], los ára-bes, y los hebreos posean las ciencias en sus respecti-vas lenguas, se niegan a conceder a los cristianos sus libros auténticos porque los mutilan [detruncant] y los corrompen, máxime cuando ven a hombres indoctos en lenguas y ciencias atreverse a traducirlos… Pocas co-sas útiles tenemos de filosofía en latín. Pues Aristóteles compuso mil volúmenes, como leemos en su Vida, y no tenemos más que tres de notable magnitud, a saber: los de lógica, los naturales y los de metafísica. De modo que de todas las otras ciencias que trató están faltos los latinos, si se exceptúan algunos tratados y unos pocos opúsculos que tenemos sobre otras materias. Muy poco en definitiva. Pues también de los libros de lógica care-cen los estudios latinos. Los dos mejores libros fueron los que Hermann tuvo en árabe, pero no se atrevió a traducirlos. Si bien tradujo uno de ellos [se refiere a la Retórica], o mandó traducirlo, pero lo hizo tan mal que no vale absolutamente para nada y ni siquiera los lógi-cos lo utilizan (Compendium philosophiae, ed. Brewer, pp. 472-473 –la traducción es nuestra-).

Y en su Opus tertium, compuesto a petición del papa Clemente IV (1265-1268), hablando sobre el tema de la universalidad de la ciencia, o sabiduría, la cual está por encima de todas las barreras lingüísticas o religiosas, escribe: Fue del agrado divino dar la sabiduría a quien quiso;

pues toda sabiduría procede del Señor Dios; y Él la re-veló a los filósofos, tanto infieles como fieles... y así se la entregó en primer lugar a Aristóteles en lengua grie-ga; después, principalmente a Avicena en lengua árabe; pero nunca fue compuesta en lengua latina, sino úni-camente traducida de lenguas extranjeras, y las cosas mejores [es decir, las ciencias] no han sido traducidas. Y de las pocas ciencias que han sido traducidas, nada es perfecto; las traducciones son pésimas [perversae], ininteligibles muchas de ellas, especialmente cuando se trata de los libros de Aristóteles. E infinidad de vo-cablos de otras lenguas han quedado en el texto latino que no se pueden entender. Y las que fueron traducidas correctamente, se hallan ahora corrompidas porque ig-noramos las lenguas [de las que fueron traducidas]. Y una gran cantidad fueron traducidas erróneamente por-que el intérprete [traductor] debe conocer la ciencia que quiere traducir (Opus Tertium, ed. L. Green, pp. 32-33).

18 “Posuit iuxta se libros philosophorum et homines sapientes qui aliud in eis intelligebant faciendo eis graciam et mercedem. Et ipsi transferebant semper propter suum preceptum libros melio-res et perfectiores cuiuslibet artis et scientie in quacumque lingua fuissent compositi convertendo eos in linguam castellanam” (Li-ber Razielis, Biblioteca Apostólica Vaticana. Ms. Reg. lat., 1300, Prólogo, fol.1r).Véase el estudio de A.G. AVILÉS, “Alfonso X y el Liber Razie-lis: imágenes de la magia astral judía en el scriptorium alfonsí”, Bulletin of Hispanic Studies, 74, n. 1, 1 January 1997, pp. 21–39.19 Adab significa originariamente tanto como un tipo de la

‘Sunna’, esto es, el conjunto de costumbres ancestrales estimadas como paradigma de comportamiento, y de ahí pasó a designar la conducta misma que se atiene a ese modelo, según es considerada como producto de una buena formación. El concepto fue evolucionando,

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advierte Gabrieli, hasta convertirse en una noción se-mejante a la de humanitas: una manera de conducta, basada en una sabiduría práctica y social, una disposi-ción del ánimo, apoyada en una disciplina intelectual (J.A. MARAVALL, “La ‘Cortesía’ como saber en la Edad Media”, en Estudios de historia del pensamien-to español, 2 vols., Madrid, 1983, I, pp. 273-286.”, p. 276).

20 Buen donayre auya otrossí; ca todos los quel oyen ffa-blar, o le veyen, o mostrar alguna cosa de las que él sa-bía ffazer se pagauan dellas. Buen entendimiento auya en las cosas; ca siempre las entendie sanamiente e a la meior parte. Muy buena palaura auya otrosí en todos los sus dichos, non tan solamiente en mostrar su rrazón muy buena e muy conplida a aquellos que la mostraua, mas rretraer [reprochar, criticar] aun e departir [expo-ner, explicar] e jugar e rreir; e en todas las otras co-sas que ssabían bien ffazer e usar los omnes corteses e palaçianos. Buena manera auya tomada para ffazer sus cosas; ca ffazíalas ssienpre en la sazón que deuyen sser fechas e segunt conueníe, non mucho arrebatado nin muy de uagar (Setenario, p. 12).

21 PEDRO GALLEGO, Petri Galleci opera omnia quae exstant: Summa de astronomia, Liber de animalibus, Regitiva domus / edidit J. MARTÍNEZ GÁZQUEZ, con un péndice de J. SAMSÓ, “La cultura astronómica de Pedro Gallego”, Firenze: SISMEL, 2000; J. MARTÍNEZ GÁZQUEZ, “La Summa de Astronomia de Pedro Gallego y el Liber de Aggregationibus scientie stellarum de Al-Fargani”, en De Astromia Alfonso regis, Barcelona, l987, 153-179; ID. “El Liber de animalibus de Pedro Gallego, adapta-ción del Liber animalium aristotélico”, en Roma, magistra mun-di. Itineraria culturae medievalis: Mélanges offerts au Pere L.E. Boyle a l’occasion de son 75e anniversaire, Louvain-la-Neuve, 1998, 563-571.22 Cfr. J. ESPIAGO, “Mediciones del espacio y del tiempo en los Libros del saber. Carácter científico de la obra alfonsí. Lo sabe-res islámicos”, en Alfonso X el Sabio, Catálogo de la Exposición, Murcia, 2009-2010, pp. 422-447.23 Uno de ellos fue Daniel de Morley (h.1140-h.1210), estudioso inglés aficionado a la ciencia toledana, el cual, viniendo a saber que el curriculum musulmán se caracterizaba por dar mayor én-fasis a las ciencias naturales, dejando París, rápidamente se enca-minó a Toledo: “Mas porque la ciencia de los árabes, que consiste

prácticamente toda ella en el cuadrivio, en estos días se cultiva principalmente en Toledo, con gran rapidez me dirigí allá, para escucharla de los más grandes sabios del mundo” [Sed quoniam doctrina Arabum. quae in quadrivio fere tota existit, maxime his diebus apud To-letum celebratur, illuc, ut sapientiores mundi philoso-phos audirem, festinanter properavi”] (Liber de naturis inferiorum et superiorum, en K. SUDHOFF, en Archiv fur Geschichte der Naturwissenschaften und der Tech-nik, 8, l, 1971, 1-40, p.6).

Cfr. H. S. MARTÍNEZ, El humanismo medieval, p. 76 (texto de Sa’id al-Andalusí sobre el curriculum studiorum entre los árabes andalusíes).24 Para la traducción del Corán por Marcos de Toledo (1191-1216), véase ahora: Alchoranus latinus quem transtulit Marcus canonicus Toletanus. Estudio y Edición crítica de NÀDIA PE-TRUS PONS. Madrid: CSIC, Colección Nueva Roma nº 44, 2016.25 Las tablas de los movimientos de los cuerpos çelestiales del iluxtrísimo rey Don Alonso de Castilla [seguidas de su] Additio (Traducción castellana anónima de los Cánones de Juan de Sajo-nia), ed. J. MARTÍNEZ GÁZQUEZ, Murcia: Academia Alfonso

X el Sabio, Alfonso X y el saber científico del siglo XIII, 1, 1989; y ID., Alfonso X el Sabio, Tablas de las Constelaciones. Alfon-sine Tables-Alfonsinische Tafeln, Introducción y Traducción del latín, Valencia: Patrimonio Ediciones, 2006.26 Les tables alphonsines, avec les canons de Jean de Saxe, édi-tion, traduction et commentaire par E. POULLE, Paris: Éditions du Centre National de la Recherche Scientifique, 1984. En la edición impresa en Venecia en 1492 todavía se recordaba a Al-fonso como “Rey de Romanos” y se le señalaba con el adjetivo de “divino” (divi) en un original colofón que recuerdaba la época de la composición de la obra, cuando Alfonso aspiraba a la corona imperial: “Expliciunt Tabule tabularum Astronomice Divi Alfonsi Romanorum et Castelle regi illustrissimi...”. Alfonso hizo uso del título de “Rey de Romanos” entre 1257 y 1275, cuando por vol-untad del papa tuvo que renunciar a llevarlo.27 Lapidario, fol.1, ed. BREY MARIÑO, 1982, p. 23. La frase que hemos puesto en cursiva convierte este texto alfonsí de puro averroísmo en aristotelismo cristiano o, si se quiere, en un neo-platonismo cristianizado, en el que Dios es el motor supremo que, a través de sus ángeles, imprime sus propiedades a constelaciones y planetas y desde estos al resto de los demás seres creados.28 J. MUÑOZ SENDINO, ed., La Escala de Mahoma, Madrid, 1949, Prólogo.29 Libro conplido de los juizios de las estrellas, de Aly aben Ragel [Ali Ibn abi Riyal]. Traducción hecha en la corte de Alfonso el Sabio, ed. G. HILTY, Madrid: Real Academia Española, 1954.30 Las Siete Partidas, glosadas por el Lic. GREGORIO LÓPEZ, Salamanca: Andrea Portonaris, 1555, VII, t. XXIII, l.1. Reimpre-sión facsímil, Madrid: Boletín Oficial del Estado,1974.31 Véase ahora la edición del texto latino acompañada de traduc-ción castellana de H. S. MARTÍNEZ, Filosofía de Virgilio de Córdoba. Aristotélico averroísta del siglo XIII, León: Ediciones de la Universidad de León, 2016.

D. Juan Manuel también se ocupó de la magia toledana en su célebre cuento sobre el “mago” D. Yllán, “el Gran Maestro de Toledo” y, el tan ambicioso como ingrato, Deán de Santiago (Conde Lucanor, Exemplo XI).32 Siete Partidas, VII, 23, 2. La lectura de este pasaje de las Par-tidas deja en el lector la clara impresión de que el Rey Sabio esté describiendo las actividades nigrománticas y exorcísticas del mago Virgilio.33 Libro de las cruces, ed. Ll. A. KASTEN y L. KIDDLE, Madrid: CSIC, 1961, p.1.34 Los estudiosos de la numerología han podido verificar que las distancias entre elementos arquitectónicos que se pueden encon-trar en el interior del recinto de la catedral de León no son casua-les, sino que los constructores emplearon el famoso “número de oro” (o “razón áurea”, “medida áurea”, “proporción”), que es un número algebraico irracional (decimal infinito no periódico) que posee propiedades particulares; fue descubierto ya en la antigüe-dad, no como unidad, sino como proporción entre segmentos de rectas y fue aplicado en la Edad Media como “razón extrema” en la construcción de grandes edificios, como las catedrales. 35 La catedral de León, como la mayoría de las catedrales me-dievales, contiene muchos secretos que solo un ojo avizor puede descubrir; pero predominan los relacionados con un cierto sin-cretismo religioso, como la alusión al dios Mitra, cuyo “rastro” aparece esculpido en la capilla del Carmen; la presencia del “de-monio Bafomet”, símbolo templario, que podemos contemplar en una ménsula del lado sur de la Catedral, conocida como “la cara que siempre mira”, por su bifaz bafomético; otro Bafomet se ha-lla en la capilla de Santiago; en otra vidriera vemos a una mujer vestida de verde con los brazos en alto y con la leyenda “sol ra” que, según Julia Álvarez, es una “alusión al dios egipcio del sol”; y, aún más en conformidad con el espíritu de la cultura alfonsí, es el hecho de que en numerosas capillas de la Catedral aparecen

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jugadores de dados, y la portada norte de la Catedral desde hace siglos se llama “Puerta del Dado”; en la fachada septentrional ha quedado inmortalizado el juego de dados en la vidriera de Nico-lás Francés, y en la “Capilla del Dado” aparece un ambiente de taberna, como el que aparece en las Cantigas, y el Libro de los juegos; el juego de los dados, alude, según algunos estudiosos, a ritos herméticos y ocultistas; finalmente, en las losas del claustro de la catedral han sido localizados una decena de alquerques (es célebre también el alquerque en un sillar de la catedral de Zamo-ra); el juego del alquerque es más antiguo que el ajedrez, y sobre él Alfonso X escribió también las primeras reglas en su libro Jue-gos diversos de Axedrez, dados, y tablas con sus explicaciones, ordenados por mandado del Rey don Alfonso el sabio (Escorial, Ms. T16).36 De estas dos obras más el Lapidario y algunas otras de astrolo-gía se ha ocupado recientemente ANA GONZÁLEZ SÁNCHEZ, Alfonso X el Mago, Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 2015.37 Cf. Libro Astromagia, IV.1, ed. A D’Agostino, p.229.38 Picatrix., ed. del Ms. Vaticano, Introducción y estudio, por R. DÍAZ, Ph. D. dissertation, New York University, 1995.39 Biblioteca de El Escorial, Ms.h.I.15, contiene los cuatro lapida-rios, o tratados mineralógicos.40 En alabanza y gloria del altísimo y omnipotente Dios al

cual compete revelar a sus predestinados los secretos de las ciencias, y también a ilustración de los doctores lati-nos que poseen una gran cantidad de libros compuestos por filósofos antiguos, Alfonso, rey ilustrísimo […], mandó traducir con gran esfuerzo y gran diligencia este libro del árabe al español y tiene por nombre Picatrix. Esta obra fue acabada el año del Señor 1256 […] La compiló Picatrix, sirviéndose de más de doscientos li-bros de filosofía y le puso su propio nombre.

[Ad laudem et gloriam altissimi et omnipotentis Dei cuius est revelare suis predestinatis secrata scientia-rum, et ad illustracionem eciam doctorum latinorum quibus est inopia librorum ab antiquis philosophis edi-torum, Alfonsus, illustrissimus rex […], precepit hunc librum summo studio summaque diligencia de arabi-co in hispanicum transferri cuius nominis est Picatrix. Hoc opus perfectum fuit anno Domini MCCLVI […] Pitatrix hunc librum ex CC libris et pluribus philoso-phie compilavit, quem suo proprio nomine nominavit], (Picatrix. The Latin Version of the Ghayat al-Hakim, ed. D. Pingree, London: Warburg Institute, 1986).

41 Et ego, magister Johannes clericus, existens sub rev-erencia et mercede predicti domini regis, transtuli istos libros, qui Libro Razielis sunt coniuncti, de latino in ydioma castellanum cum maiori reverencia et diligen-cia quam scivi et intellexi secundum intellectum et po-testatem quam michi concessit Creator omnium bono-rum propter preceptum domini mei predicti altissimi et nobilissimi qui est camera philosophie et sciencie super omnes dominos existentes in mundo, cui Deus sustineat et dirigat vitam suam et salutem, honorem, valorem et victoriam ad honorem et gloriam illius qui vivit et regnat per cuncta seculorum secula. Amen. … (Liber Razielis, Biblioteca Vaticana, Ms. Reg. lat. 1300, fols. 1r).

[Y yo, el maestro Juan, clérigo, viviendo bajo la con-sideración y las mercedes del dicho señor rey, traduje estos libros que están unidos con el Libro de Raziel del latín al idioma castellano con la mayor reverencia y di-ligencia que supe y entendí, según la inteligencia y el poder que me concedió el Criador de todos los bienes, por mandato del dicho altísimo y nobilisimo mi señor

[Alfonso] que es depósito de filosofía y ciencia sobre todos los señores que hoy viven en el mundo, al cual quiera Dios sostener y dirigir su vida, su salud, su ho-nor, su valor y su victoria para mayor gloria del que vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.]

42 Y por que este libro es más noble y de mayor valor que los demás, mandó [nuestro rey Alfonso] que fuese también traducido y copiado de la manera más digna y perfecta en lengua castellana en cuanto la condición humana fuese capaz. Y mandó [el rey Alfonso] que se reuniesen en este volumen los libros y las sumas que pertenecen a este secreto, como son el Semifore Semi-forarum y los demás libros que están incluidos en este libro según su orden, es decir, como aparecen nombra-dos al final de los capítulos que siguen al cuerpo del libro. Y yo, el maestro Juan, clérigo, viviendo bajo la consideración y las mercedes del predicho rey, traduje estos libros que están unidos al Libro de Raziel del latín al idioma castellano…

[Et quia iste liber est dignior et preciosior ceteris, pre-cepit [noster rex Alfonsus] ipsum dignius et perfectius transferri et scribi in linguam castellanam in quantum humana conditio posset sufficere. Et precepit [rex Al-phonsus] quod congregarentur in isto volumine libri et summe que pertinent huic secreto sicut sunt Semifore Semiforarum et alii libri qui sunt interclusi in isto li-bro per ordinem, sicut sunt nominati in fine capitulo-rum subsequencium in corpore libri. Et ego, magister Iohannes clericus, existens sub reverencia et mercede predicti domini regis, transtuli istos libros qui Libro Razielis sunt coniuncti, de latino in ydioma castella-num… (Liber Razielis, Biblioteca Vaticana, Ms. Reg. lat. 1300, fols. 1r-2v)].

43 A. D’AGOSTINO, ed., Alfonso X el Sabio, Astromagia (Ms. reg.lat.1283), Napoli, Liguori, 1992.44 Libro de la caza, Ms.6.376, BN Madrid, fols. 194r-217, ed. J. M. FRADEJAS RUEDA, Don Juan Manuel y el Libro de la caza, Tordesillas, 2001.45 Recientemente se ha descubierto la traducción latina del tratado cosmográfico Fi hay’at al-’alam de Ibn al-Haytam (De configu-ratione mundi) que es una traducción fidelísima de la traducción castellana, que no se conserva, hecha del árabe por orden de Alfonso X. Cfr. Josep Lluís Martos, “Traducción y transmisión de un tratado cosmográfico alfonsí: la versión castellana perdi-da del Fi hay’at al-’alam de Ibn al-Haytam”, Memorabilia, 19 (2017), 91-106. Según Martos, la obra está relacionada con el Li-bro de la Ochava espera, el otro tratado alfonsí sobre astronomía descriptiva o física; pero esta traducción no formó parte del Libro del saber de astrología.46 Cfr. H. S. MARTÍNEZ, La convivencia en la España del siglo XIII. Perspectivas alfonsíes, Madrid, Ediciones Polifemo, 2006, passim.; y J. MARTÍNEZ GÁZQUEZ, “Toledo, ciudad del saber en la Edad Media. (Testimonios de los traductores medievales del árabe al latín)”, en Miscellanea Latina. Edts. Mª TERESA MU-ÑOZ GARCÍA DE ITURROSPE y L. CARRASCO REIJA, Ma-drid: SELat, Universidad Complutense de Madrid, 2015, pp.117- 131.47 Véase ahora H. S. MARTÍNEZ, “Alfonso X, Brunetto Latini y la historia de las primeras traducciones de la Ética aristotélica”, Estudios Humanísticos. Filología, 39 (2017), 245-277.48 LUCAS DE TUY, Crónica de España, ed. J. PUYOL Y ALON-SO, cap. LXXXIX, p. 422.49 Les vieux auteurs castillans, 2 vols., Paris, 1890, II, p. 21.