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Alcance y limitaciones del método científico E l afán y la capacidad de conocer el funcionamiento de la natura- leza es una característica típicamente humana, que se suele justi- ficar por las facultades intelectuales con que la evolución ha equipado nuestras mentes. Rafael Andrés Alemañ Berenguer http://raalbe.jimdo.com AUTORES CIENTÍFICO-TÉCNICOS Y ACADÉMICOS 55 El hombre es capaz de aprender mediante la observación y el razo- namiento, y esta potestad, única entre todos los seres vivos, es la que le ha permitido embarcarse en la apasionante aventura de desentra- ñar los misterios del universo. Es costumbre situar los orígenes del pensamiento racional en la antigua Grecia, a la par que los primeros filósofos se interrogaban sobre el nacimiento y organización del cos- mos. Esta era una forma muy primitiva de ciencia a la que se deno- minó ciencia especulativa, debido a que los helenos relegaron la prác- tica experimental y se apoyaron en razonamientos abstractos a la hora de fundamentar y desarrollar sus teorías. Hubo que esperar hasta el periodo situado entre los siglos XVI y XVII para que la revolución científica encabezada por Galileo y Newton abandonase este modo de proceder. A partir de entonces una sabia combinación de observación experimental y razonamiento lógico ha demostrado ser extraordinariamente fecunda, permitiéndonos explorar los mecanismos del mundo físico hasta un punto de precisión que con ningún otro método hubiese sido posible. Por todo esto es oportuno preguntarse por la naturaleza de aquello que llamamos conocimiento científico, que tantos éxitos nos ha procurado en todos los órdenes. En palabras del famoso físico y filósofo de la ciencia, el argentino Mario Bunge, la ciencia “es un estilo de pensamiento y acción: preci- samente el más reciente, universal y provechoso de todos los estilos”. El hecho de que Bunge se refiera al “pensamiento” y a la “acción” nos da a entender que, para la correcta comprensión de lo que la ciencia es, habremos de examinar tanto la clase de conocimiento que la cien- cia aspira a lograr el conocimiento científicocomo el propio méto- do el método científicoque se emplea para su adquisición.

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Alcance y limitacionesdel método científico

El afán y la capacidad de conocer el funcionamiento de la natura-leza es una característica típicamente humana, que se suele justi-

ficar por las facultades intelectuales con que la evolución ha equipadonuestras mentes.

Rafael Andrés Alemañ Berenguerhttp://raalbe.jimdo.com

AUTORES CIENTÍFICO-TÉCNICOS Y ACADÉMICOS

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El hombre es capaz de aprender mediante la observación y el razo-namiento, y esta potestad, única entre todos los seres vivos, es la quele ha permitido embarcarse en la apasionante aventura de desentra-ñar los misterios del universo. Es costumbre situar los orígenes delpensamiento racional en la antigua Grecia, a la par que los primerosfilósofos se interrogaban sobre el nacimiento y organización del cos-mos. Esta era una forma muy primitiva de ciencia a la que se deno-minó ciencia especulativa, debido a que los helenos relegaron la prác-tica experimental y se apoyaron en razonamientos abstractos a la horade fundamentar y desarrollar sus teorías.

Hubo que esperar hasta el periodo situado entre los siglos XVI y XVII

para que la revolución científica encabezada por Galileo y Newtonabandonase este modo de proceder. A partir de entonces una sabiacombinación de observación experimental y razonamiento lógico hademostrado ser extraordinariamente fecunda, permitiéndonos explorarlos mecanismos del mundo físico hasta un punto de precisión que conningún otro método hubiese sido posible. Por todo esto es oportunopreguntarse por la naturaleza de aquello que llamamos conocimientocientífico, que tantos éxitos nos ha procurado en todos los órdenes.

En palabras del famoso físico y filósofo de la ciencia, el argentinoMario Bunge, la ciencia “es un estilo de pensamiento y acción: preci-samente el más reciente, universal y provechoso de todos los estilos”.El hecho de que Bunge se refiera al “pensamiento” y a la “acción” nosda a entender que, para la correcta comprensión de lo que la cienciaes, habremos de examinar tanto la clase de conocimiento que la cien-cia aspira a lograr −el conocimiento científico− como el propio méto-do −el método científico− que se emplea para su adquisición.

Figura 1. Mario Bunge.

La investigación científica arranca de la constata-ción de que el pensamiento ordinario resulta insufi-ciente para dar fácil solución a ciertas cuestiones quela curiosidad humana se plantea. ¿Dónde está el arcoiris?, ¿qué hay más allá del horizonte?, ¿de qué estáhecha la luz?, ¿están todas las cosas formadas en últi-ma instancia por los mismos componentes?, etc.,son ejemplos de interrogantes de esta clase. Talespreguntas no son distintas, en esencia, de las queaguijoneaban las cabezas de los antiguos filósofos eilustran el parentesco entre ciencia y filosofía, tantoasí que en un principio la ciencia se denominaba“filosofía natural” o “filosofía experimental”.

En este punto, la distinción entre conocimientocientífico y conocimiento ordinario se hace patente. Elconocimiento ordinario tiene su única fuente en lainformación que proporcionan los sentidos, es asiste-mático (carece de método propio) y no se encuentraestructurado (no existe un marco teórico en el que seintegren sus avances). Todos conocemos, por experien-cia, lo diferentes que parecen una piedra y un globo deferia: si soltamos la piedra, ésta caerá pesadamente alsuelo, pero si hacemos lo mismo con el globo lo vere-mos ascender para no volver más. De consideracionessimilares a éstas extrajo Aristóteles (384 a. C. – 322 a. C.)la conclusión de que había algo fundamentalmentedistinto en ambas situaciones. La causa de la diferen-cia se hallaba, para el pensador griego, en que los

movimientos pueden ser dedos clases: el movimientonatural de los cuerpos pesa-dos es hacia abajo (como enel caso de la piedra) y el delos ligeros hacia arriba (comoen el globo). Aristóteles llevóa cabo un intento fallido porsistematizar filosóficamenteel conocimiento común yhubo de aguardarse casi dosmil años para subsanar suserrores.

A diferencia del ejemplo anterior, el conocimien-to científico busca ir más allá de los sentidos cotidia-nos para explicar lo que no se puede ver, oír o tocar.Una admirable muestra de ello nos la ofrece la físicanuclear; nadie ha visto, olfateado o palpado unátomo, pero los efectos de sus reacciones, para bieno para mal, son de todos conocidos. Asimismo, elconocimiento científico comparte una serie de carac-terísticas con el conocimiento ordinario. Dichas carac-terísticas, potenciadas a su más alto grado en el ámbi-to de la ciencia, son su aspiración a la racionalidad,objetividad, crítica y coherencia. Los dos primerosrasgos tratan de garantizar que nuestra ciencia seadapte fielmente a los hechos, en tanto que los dossegundos intentan eliminar las incongruencias y lascavilaciones superfluas de nuestras teorías. Que laciencia aspire a ser crítica −o, mejor dicho, autocríti-ca− expresa su pretensión de poder corregirse a símisma durante el avance mediante la continua revi-sión y evaluación de los resultados obtenidos. La teo-ría de la pesantez de Aristóteles fue desmentida porlos experimentos de Galileo y la gravitación universalde Newton. Esta última se vio rebasada por las teorí-as de Einstein, las cuales, sin duda, algún día seránenglobadas en otra teoría más amplia y unificadora.

➠De la inducción a la deducción

De mucha mayor complejidad, en cambio, resul-ta la tarea de escrutar los entresijos del método cien-tífico. Acerca de lo beneficioso que sería disponer deun conocimiento certero y contrastable ha existidosiempre acuerdo universal; no así, por contra, sobreel modo de conseguirlo. A caballo entre los siglos XVI

y XVII tuvo lugar una agria polémica entre partidariosde dos métodos rivales que pugnaban por ganar elcalificativo de genuinamente científicos. Los inducti-vistas estaban capitaneados por Francis Bacon (1561– 1626), ensayista, filósofo y Lord Canciller de Ingla-terra. Los seguidores de Bacon defendían la necesi-dad de recolectar primero todos los hechos experi-mentales que fuese posible −cuantos más mejor−,colocarlos en tablas ordenadas y obtener de ellas lascorrespondientes hipótesis explicativas. El procederde los inductivistas se asemejaba así al de quien,deseando resolver un rompecabezas, recoge al prin-cipio todas las piezas que puede del mismo, infiere laforma de las que faltan observando las disponibles yfinalmente deduce la figura que contiene el conjunto.De esta manera, Bacon y sus discípulos hacían espe-cial hincapié en reunir la mayor cantidad de datosempíricos −cuantas más piezas de rompecabezas ten-

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Figura 2. Aristóteles.

gamos, con más precisión podremos describir sudibujo−, reduciendo la investigación científica, casipor completo, a una minuciosa labor de cosechaexperimental.

Enteramente opuestos a este proceder se hallabanlos deductivistas, encabezados por el gran filósofo ymatemático francés René Descartes (1596 – 1650). Alsistema inductivo, que reemplazaba en gran medidala sagacidad por la paciencia en la acumulación dedatos, oponían éstos la conveniencia de tomar unoscuantos hechos significativos como premisas y dedu-cir luego de ellos, mediante reglas lógicas incuestiona-bles, el resto del conocimiento faltante. Descartes, aligual que los antiguos griegos, juzgaba accesible laverdad por medio del pensamiento puro, y por esarazón concedía una enorme preponderancia al razo-namiento deductivo mientras minimizaba la impor-tancia de los datos de partida. Es de suponer que sugenialidad matemática jugó esta vez en contra delsabio francés, pues le hizo incapaz de concebir elconocimiento de la naturaleza como algo que nofuese un vasto y deslumbrante despliegue de teore-mas indudables.

Fruto de esta visión axiomática del mundo fue suobra Discurso del método para dirigir bien la razón yhallar la verdad en las ciencias (1637), en la que Des-cartes exponía las reglas con las que, a su juicio, debíagobernarse el pensamiento a fin de resolver cualquiertipo de problema que se presentase. Como es fácilcomprobar, inductivistas y deductivistas hacían bas-cular los términos del problema entre extremos muyradicales. Los aspectos que un grupo menospreciabaeran ensalzados por sus contrarios y viceversa. Tan

incómoda situación para la ciencia se prolongó hastaque el dúo Galileo-Newton, cada uno en su época ysucesivamente, sentó las bases del método científicotal como hoy lo conocemos.

Figura 4. René Descartes.

La grandeza de estos dos genios se manifestó ensu habilidad para adoptar las mejores aportacionesde cada punto de vista, y componer con ellas unnuevo método alimentado con la savia de las dosescuelas pero superior a ambas. La esencia de estenuevo método fue su carácter empírico-matemático.En primer lugar había que proponer hipótesis sobrelos hechos o conjuntos de hechos que nos interesaseexplicar y someterlas después a verificación experi-mental. Posteriormente deberíamos expresar nuestrosresultados en lenguaje matemático.

Como sucedió cuando hablábamos del cono-cimiento, el significado de estos dos pasos es claro: elprimero trata de asegurar la correspondencia de nues-tras hipótesis con los hechos; el segundo busca expre-sar nuestras ideas matemáticamente para gozar delmayor grado de generalidad y el menor de ambigüe-dad que esté en nuestra mano. Bajo esta última condi-ción se esconde el supuesto de que el comportamientode la naturaleza es susceptible de ser descrito matemá-ticamente. O, dicho de otra forma, que siempre que lonecesitemos las matemáticas nos ayudarán a describirel mundo físico, lo cual equivale a suponer que la des-treza de los matemáticos será suficiente para suminis-trar los instrumentos adecuados en el momento correc-to. Justo es decir que ambas presunciones se hancumplido hasta el presente con admirable exactitud.

En la práctica, el método científico es algo máscomplicado de aplicar. Por ello, y sintéticamente,expondremos su ejecución ideal en una serie de eta-pas. En primer término vendría el descubrimiento deun problema o la constatación de una carencia en elseno de algún cuerpo de conocimientos. Inmediata-mente después, habríamos de plantear con precisiónel problema (a ser posible de manera matemática),ensayar los medios teóricos y técnicos a nuestro

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Figura 3. Francis Bacon.

alcance para solventarlo y, si esto último falla, proce-der a la invención de nuevas ideas o a la obtenciónde nuevos datos empíricos.

Una vez hecho esto, construiríamos una nuevahipótesis explicativa, más o menos, aproximada conlos nuevos datos o ideas con los que ahora contamos.Con posterioridad nos dedicaríamos a contrastar lasconsecuencias de la nueva hipótesis, investigando sucoherencia con el resto del conocimiento admitido ycomparando sus predicciones con las evidencias dis-ponibles. Si el resultado de tal contrastación es satis-factorio la investigación se da por concluida, y si no,se emprende la corrección de la hipótesis ensayada,iniciándose así otro ciclo de investigaciones.

➠Razonamiento y experimentación

Desde otro punto de vista, el método científicopuede calificarse de empírico-racional, en un sentidoen que ambos caracteres se interconectan tan íntima-mente que cada uno acaba convirtiéndose en sopor-te insustituible del otro. Así es; la relación mutua de lafaceta empírica y la racional es vasta y profunda: elexperimento proporciona los datos empíricos queconstituyen el punto de partida y la guía para el racio-cinio, a la vez que el razonamiento dirige la selecciónde los datos experimentales auténticamente relevan-tes para nuestra indagación. A tenor de lo dicho, cabedistinguir una serie de aspectos empíricos y raciona-les en la tarea del investigador científico. Los aspectosracionales se reducen a las tres clases típicas de razo-namiento: el deductivo, que parte de premisas gene-rales para inferir resultados particulares; el inductivo,que generaliza en la medida de lo posible el compor-tamiento regular de sucesos particulares; y el analógi-co, que infiere ciertas características de algunos fenó-menos particulares basándose en su similitud conotros fenómenos igualmente concretos.

En el estado más perfeccionado de una cienciacontaríamos con una sólida cimentación de hechosexperimentales, a partir de la cual se culminaría porinducción en las leyes generales. E inversamente,desde esas leyes e hipótesis generales se podría des-cender deductivamente hasta la explicación de cual-quier caso particular. A su vez, si la inducción-deduc-ción se comporta como un sendero vertical de doblerecorrido, el razonamiento analógico nos permitiríatransitar horizontalmente pasando de unos hechosparticulares a otros a la luz de sus semejanzas. Hastael momento, la física es la ciencia que más cerca seencuentra de ese ideal de perfección y refinamiento.

Volviéndonos ahora hacia los aspectos empíricos,vemos que son incluso más numerosos. En efecto, enla práctica debemos tomar en cuenta al observable,es decir aquello que vamos a estudiar (un planeta, unelectrón, un animal salvaje); al observador, con sumayor o menor pericia, sagacidad, experiencia, pre-juicios, etc.; las circunstancias de la observación, puesno es lo mismo estudiar, digamos, a un espécimensalvaje en su hábitat natural o en cautividad; losmedios de observación, ya que cuanto mejores sean,mejor será también la precisión y fiabilidad de nues-tros resultados; y el contexto intelectual de la observa-ción, pues no resulta igual, por ejemplo, el intento deexplicar la evolución biológica apelando a la genéticamolecular que prescindiendo de ella.

Como consecuencia de la suma de los rasgos empí-rico-racionales precedentes, la ciencia elabora un con-junto de construcciones mentales que pretenden captarcondensadamente el comportamiento de la naturaleza.Estas son las hipótesis, leyes y modelos. Las hipótesisson suposiciones razonables que ideamos en un primermomento con el fin de explicar sucesos todavía nocomprendidos, las cuales deben someterse a constata-ción empírica para comprobar su grado de validez. Enel proceso de formación de hipótesis pueden diferen-ciarse varias etapas: la ocurrencia, o idea que nace demanera libre y espontánea en la mente del científico(Copérnico pudo pensar que la mecánica celeste seríamucho más sencilla si fuese la Tierra la que girase entorno al Sol y no a la inversa); hipótesis empíricas, con-jeturas aisladas pero apoyadas por los hechos (éstapudo ser la tesis de Galileo según la cual dos cuerposcaen con la misma aceleración independientemente desus masas); hipótesis plausibles, conjeturas razonablespendientes de verificación; e hipótesis convalidadas,cuando ya han sido contrastadas formalmente y pasana formar parte del conocimiento generalmente admitido.

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Figura 5. La corroboración experimental en la ciencia.

En un nivel superior hallamos las teorías, leyes ymodelos. Las leyes son enunciados normativos quedescriben el comportamiento regular de la naturalezatal como es o como podría ser percibido por nosotros.Las teorías, por su parte, unifican leyes enhebrándolasentre sí, dando lugar con ello a un armazón lógico enel que el significado de cada ley cobra mayor fuerza ynitidez que cuando permanecía aislada. Por último, elmodelo es una configuración ideal que representa demodo simplificado la idea fundamental de una teoría.El modelo planetario del átomo, vigente en los prime-ros años del siglo XX, representaba un núcleo centralformado por protones y neutrones con los electronesgirando en órbitas a su alrededor, en claro paralelismocon la disposición astronómica del sistema solar.

Existen tres condiciones que toda teoría debecumplir si de veras aspira a ser considerada científica.La primera de ellas indica que la teoría ha de ser sus-ceptible de refutación. No puede juzgarse científicaninguna hipótesis o teoría imposible de desmentir,cualesquiera que sean los resultados experimentalescon los que se confronte. Las predicciones del futurocomunicadas por adivinos y agoreros suelen pertene-cer a esta clase de afirmaciones científicamente defec-tuosas. Si se nos pronostica, por ejemplo, que ciertodía nos romperemos una pierna, pueden ocurrir lógi-camente dos cosas: que en verdad nos la rompamoso que no. En el primer caso el adivino se ufanará dehaber acertado en su vaticinio; mientras que en elsegundo reclamará para sí el mérito de habernosadvertido, permitiéndonos evitar el mal. Desde luego,suceda lo que suceda, nos veremos imposibilitadosde refutar sus aseveraciones.

La segunda condición se denomina comúnmente“principio de economía lógica” o también “navaja deOckham”, en honor al primer filósofo que lo expusocon claridad, el clérigo y pensador inglés Guillermode Ockham (c. 1280 – 1349). Este principio remarcala necesidad de declinar las explicaciones retorcidas ycomplicadas, si es que pueden reemplazarse por otrasmás claras y sencillas que conduzcan a los mismosresultados. La formulación tradicional nos advierteque no hemos de multiplicar las hipótesis si no esinevitable, con el ánimo de librarnos de especulacio-nes sin control cada vez más y más enmarañadas.Hoy en día pertrechados con la física gravitacional,pongamos por caso, podemos prescindir de la hipóte-sis que explica el movimiento de los planetas por laacción de ángeles y seres sobrenaturales (suposicióncompartida por Aristóteles y los pensadores medieva-les). Esto no quiere decir que la teoría “angelical”,con un poco de ingenio por parte de sus promotores,no pudiese ofrecer resultados parecidos a los de la

teoría científica. No obstante, la gravitación física pre-cisa de menos supuestos adicionales −alguno de ellostan delicado como la existencia de entidades extra-mundanas, ángeles o similares−, goza de muchamayor potencia unificadora al explicar un númerosuperior de fenómenos, y se muestra coherente con elresto del conocimiento establecido.

Figura 6. Guillermo de Ockham.

La tercera y última condición previa pone su acen-to en la conveniencia de que una teoría carezca dehipótesis artificiosas, también llamadas ad hoc. Se con-sideran artificiosas las hipótesis cuya única misión esapuntalar gratuitamente aquellas teorías que se hun-den por su propia inadecuación a la realidad. Estasuerte de parches intelectuales ejercen la misma fun-ción y de la misma manera que en la ropa vieja: inten-tan posponer la retirada de las prendas hasta que sunúmero es tal que se hace imposible retrasar su aban-dono. En ocasiones puede ser difícil decidir cuándouna hipótesis es artificiosa y cuándo no lo es, pero enla mayoría de las situaciones importantes la elecciónresulta fácil. Los epiciclos de la astronomía ptolemaicano tenían más objetivo que asegurar la preeminenciacentral de la Tierra entre todos los astros del sistemasolar. A medida que las observaciones de los movi-mientos planetarios fueron aumentando en exactitud,el modelo ptolemaico se tornó más farragoso aún sicabe en el intento de dar cuenta de ellas. La astrono-mía geocéntrica era ya un escándalo por su incapaci-dad explicativa poco antes de que Copérnico enmen-dase el estropicio con su modelo heliocéntrico.

➠Explicando el cambio en la ciencia

Una de las circunstancias que hacen profunda-mente interesante a la ciencia es su capacidad paraprogresar en una paulatina aproximación a la verdad

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del universo. Y es precisamente ese modo de avanceotro de los temas en litigio entre quienes discurrensobre la ciencia misma. En un principio, y bajo elinflujo de la herencia intelectual del inductivismo,primó el modelo acumulativo del conocimiento. Desdela perspectiva de este modelo, el progreso de la cien-cia se contemplaba con optimismo como un continuoacopio de datos y saberes. Esta acumulación ininte-rrumpida de hallazgos e inventos iría enriqueciendoel edificio de la ciencia y haciéndolo gradualmentemás suntuoso e inconmovible.

Figura 7. Thomas Kuhn.

Esta visión se vio trastocada por completo cuandoen 1962 el físico Thomas S. Kuhn (1922 – 1997)publicó su obra La Estructura de las RevolucionesCientíficas. En ella destacaba la importancia de rela-cionar las teorías con el ambiente cultural de suépoca, y afirmaba que el cambio en las concepcionescientíficas se da de un modo brusco y rupturista, lasllamadas “revoluciones científicas”. Para Kuhn, elprogreso de una disciplina científica constaría de lassiguientes etapas:

a) Un origen caracterizado por la competenciaentre varias escuelas para dar respuesta a losproblemas de sus investigaciones.

b) Establecimiento de un conjunto de ideas bási-cas, o paradigmas, que constituyen el armazónde toda práctica científica posterior, dándoseasí un periodo de “ciencia normal”.

c) Finalmente se da una nueva crisis del paradig-ma por su incapacidad para explicar determi-nados fenómenos nuevos. Con ello se iniciaotro periodo revolucionario, que terminarácon la implantación de un paradigma distintoy un nuevo periodo de ciencia normal.

En este enfoque discontinuo y turbulento del cam-bio científico, Kuhn subraya que un paradigma acep-

tado sólo se abandonará por completo cuando seasustituido por otro mejor. Añade también que losparadigmas rivales son inconmensurables, en el sen-tido de que constituyen visiones distintas del mundoque no pueden compararse propiamente entre sí(algo similar a las preferencias gastronómicas de dosindividuos). Por ello, todas las etapas del proceso decambio son importantes sin que pese una más que lasotras.

Figura 8. Karl Popper.

El excesivo predominio otorgado por Kuhn a lavertiente sociológica obligó a otros autores a buscarmodelos alternativos del cambio científico. Los traba-jos de filósofos de la ciencia como Karl Popper (1902– 1994) seguido por Imre Lakatos (1922 – 1974) con-dujeron finalmente al concepto de “programas deinvestigación”. Un programa de investigación es unaestructura intelectual semejante al paradigma kuhnia-no, aunque dotada de una dinámica propia y distin-ta. El programa se compone en síntesis de un núcleo,o conjunto de ideas centrales que le confiere identi-dad propia (en la mecánica de Newton serían las tresleyes del movimiento), y de un cinturón de hipótesisauxiliares que protegen el núcleo, aumentando suverosimilitud.

Además de esto, la “heurística positiva” marca laslíneas de investigación a lo largo de las cuales se hade desarrollar y refinar el programa. La “heurísticanegativa” señala todo aquello que no se puede cues-tionar, so pena de poner en peligro la continuidad delprograma. En el ejemplo de la mecánica newtoniana–bien conocido por la mayoría de nosotros– la heu-rística positiva involucraría, entre otras cosas, todoslos esfuerzos por extender las técnicas de cálculo quepermiten refinar y corroborar las predicciones de estateoría. Por el contrario, la heurística negativa nosadvertiría que explorar leyes gravitatorias que depen-diesen de la cuarta potencia de la distancia, por ejem-plo, o conjeturar variaciones con el tiempo de la cons-tante gravitatoria, suponen un alejamiento fatal delprograma de investigación newtoniano que modificacrucialmente su visión de la naturaleza.

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➠Los límites del método científico

Hasta ahora hemos pasado revista a las abundan-tes y variadas ventajas del conocimiento y métodocientíficos. Llegado es el momento de que examine-mos también sus inconvenientes y limitaciones.Haciéndolo así alejaremos el peligro de caer inadver-tidamente en un triunfalismo desmedido, así como deextender su aplicación a regiones donde la prudencialo desaconsejaría. Dicho esto, nos encontramos condos limitaciones principales a nuestra confianza en laciencia, a saber: la validez de la inducción, la legitimi-dad de inferir cosas no experimentadas a partir de lasexperimentadas y, por último, el carácter abstracto dela información obtenida científicamente. Digamosalgunas palabras sobre cada una de ellas.

Comencemos con la inducción y sus problemas.En realidad es el postulado central −o, si acaso, unode los más importantes− de la ciencia en cuanto a taly puede adoptar diversos enunciados. En cualquiercaso, la esencia del mismo expresa nuestra creenciade que a una correlación de acontecimientos que seha encontrado verdadera en cierto número de casosy falsa en ninguno, puede atribuírsele, como mínimo,un cierto grado de probabilidad de continuar siendoverdadera en lo sucesivo.

Figura 9. Imre Lakatos.

La inducción resulta ser, hasta donde alcanzanuestro conocimiento, un principio extralógico cuyaúnica justificación descansa en su propio éxito. Apesar de todas las tentativas emprendidas, no hapodido lograrse ninguna validación del postuladomás allá de la evidencia de que funciona razonable-mente bien. De hecho, la inducción debe admitirse,no porque exista algún argumento decisivo en sufavor, sino porque parece consustancial a la mismaciencia y no deducible de ningún otro principio muydiferente de ella misma (todos los intentos de probarteóricamente la inducción han conducido al uso deprincipios tan indemostrables o más que la propia

inducción). Si a esto añadimos que el proceso induc-tivo es condición indispensable, no ya de la ciencia,sino de todo conocimiento empírico, comprendere-mos la magnitud y complejidad del problema. Seacomo fuere, la inducción parece, en cierto modo, unapremisa necesaria de todo conocimiento humanogeneral y por ello, en tanto que su validez resulta con-firmada repetidamente por la experiencia, habremosde aceptarla aun con todas las salvedades y reservasque se quiera.

La necesidad de inferir cosas no experimentadasa partir de otras que sí lo son, constituye el segundoescollo metodológico de la ciencia. No cabe duda deque los datos sensibles inmediatos (los percibidos porla vista, el tacto, el oído...) representan los elementosmás firmes y seguros del conocimiento empírico decualquier individuo. Podemos cuestionar todo lo queno experimentamos, mas no lo que directamentevemos, oímos y tocamos. Tal vez nuestras percepcio-nes estén equivocadas, pero es indudable el hecho deque percibimos algo. Y es a partir de esos datos sen-soriales como construimos, acertadamente o no, todonuestro conocimiento acerca de los objetos físicos dela experiencia cotidiana (árboles, mesas, sillas, etc.),así como de los conceptos científicos (campos, ondas,partículas, etc.). Parece lógico que, puesto que losdatos sensibles forman la base más sólida de nuestroconocimiento empírico, y dado que la ciencia buscadescribir fidedignamente la naturaleza, fuese deseablefundamentar nuestro conocimiento del mundo única-mente en conjuntos de datos empíricos más o menoscomplicados. De lo que se trataría, pues, sería deinterpretar los enunciados físicos (cotidianos y cientí-ficos) como abreviaturas de otros enunciados más lar-gos en los que sólo se habla de datos sensibles.

Sin embargo, los esfuerzos de los partidarios deesa tesis, los llamados “fenomenistas” o “fenomenalis-tas”, no se vieron coronados por el éxito. La construc-ción lógica de nuestro conocimiento empírico comouna serie de grupos organizados de datos sensibles, setropezó pronto con serias dificultades. Para evitarincongruencias teóricas del tipo de las que indujeron anumerosos filósofos clásicos a declarar que “nada exis-te” (afirmaciones éstas tan apreciadas por los amantesdel absurdo), se hizo necesario aceptar, no sólo losdatos sensibles directos de una sola persona, sino losde todos los individuos y, más tarde, todos los datosposibles aunque no fuesen captados en la práctica pornadie. Tal vez no nos satisfaga demasiado que en laconstrucción del conocimiento científico que un indi-viduo puede poseer, sea menester contar con las sen-saciones de otros individuos −de las que, en rigor, notenemos ninguna garantía− e incluso datos sensibles

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no percibidos por nadie, aun cuando en principio seaposible percibirlos. No obstante, algo así resulta unaexigencia tan incómoda como ineludible si de verasdeseamos edificar la clase de teorías eficaces e impo-nentes con que nos provee la ciencia.

El último punto que vamos a tratar es el referidoal carácter abstracto de la información sobre elmundo que la ciencia es capaz de proporcionarnos.La discusión de este asunto ha levantado tradicional-mente una considerable polvareda entre físicos, filó-sofos y psicólogos, en razón del flagrante contrasteentre el contenido de nuestras percepciones y lo quenos dice la ciencia sobre ellas. Tomemos, por ejem-plo, el caso de la luz. La física nos explica que la luzes un conjunto de ondas electromagnéticas que secaracterizan por su longitud de onda (o su frecuen-cia), y se propagan por el espacio según leyes diferen-ciales bien definidas. Empero, nada tiene que ver estocon las sensaciones visuales a las que nosotros llama-mos colores. La descripción en términos de ondas ofrecuencias puede parecer artificial o ridícula a quienha contemplado el azul profundo del mar, el sol rojodel atardecer y el verde reluciente de la hierba fresca.Tanto es así que nos resulta de todo punto imposibleque un ciego de nacimiento adquiera el concepto delcromatismo que disfrutamos quienes podemos ver loscolores. A lo que sólo es asimilable por quienes expe-rimentan directamente los fenómenos −en nuestrocaso, el color de la luz− le llamaremos cualidades sen-sibles. Así, el problema de la abstracción científica sereduce a que ésta priva a los fenómenos de las cuali-dades sensibles por las cuales los reconocemos y nosresultan familiares. Y esto precisamente es lo que nosparece absurdo e inaceptable.

El conflicto anterior surge al comparar aconteci-mientos de diferentes órdenes. La física nos propor-ciona información acerca de las propiedades mate-máticas abstractas del mundo, o lo que podríamosllamar “propiedades estructurales”. Tales propiedades

son obviamente muy distintas de las cualidades sen-sibles que notamos en nuestras percepciones, y esentonces cuando emerge la paradoja. Conocemos lascualidades sensibles de las percepciones, en tanto quesus leyes (psicológicas) nos son aún parcialmente des-conocidas; y, a su vez, conocemos bastante bien lasleyes matemáticas del mundo físico, mas no sus cua-lidades intrínsecas. Debido a ello, no existe dificultadalguna en suponer, si así lo precisamos, que el mundofísico es en algún sentido similar en sus cualidadesintrínsecas a las cualidades sensibles percibidas pornosotros. Nada hay que nos lo indique, es cierto, peronada hay tampoco que pruebe lo contrario.

En concreto, las críticas contra la abstracciónimplícita en las ciencias recaen sobre el peligro de queésta nos aleje de la auténtica realidad. Aunque hemosvisto que esta opinión emerge de la confusión entreniveles conceptuales, es justo admitir que el papel delpensamiento abstracto adquiere una importancia cre-ciente conforme las teorías científicas se hacen másprofundas y abarcadoras. En su mayoría esta clase dequejas parecen provocadas por la incapacidad dequienes las hacen para manejar abstracciones cómo-damente, más bien que por su temor a falsear la rea-lidad. La aptitud para el razonamiento abstracto esuna distinción sin igual del intelecto humano y cadaaumento en la abstracción científica amplía el ámbitode nuestro saber. De modo semejante lo expresabaEinstein al escribir (Einstein & Infeld, 1986):

«Nuestro objetivo final es un entendimiento mejor de larealidad. Nuevos eslabones se agregan siempre a la con-catenación lógica entre la teoría y la observación. Paralimpiar de suposiciones artificiales e innecesarias elcamino que lleva de la teoría a la experiencia; paraabarcar dominios de la realidad cada vez mayores,hemos de alargar la cadena cada vez más. Cuanto mássimples y fundamentales son nuestras hipótesis, tantomás intrincado resulta nuestro instrumento matemáticode razonamiento; la ruta que conduce de la teoría a laobservación se hace más larga, más sutil y más intrinca-da. Aun cuando parezca paradójico, podríamos decir: lafísica moderna es más simple que la física clásica y pare-ce, por lo tanto, más difícil y complicada. Cuanto mássimple es nuestra imagen del mundo exterior y cuantomayor es el número de hechos que abarca, con tantamayor fuerza refleja en nuestra conciencia la armoníadel universo.»

Esto es, en suma, cuanto es posible decir en unsomero esbozo de lo que la ciencia es. Hemos visto queel concepto de ciencia sobrepasa el de un simple con-junto de conocimientos más o menos seguros, apuntan-do hacia un modo de pensar, una disposición del espí-ritu humano en su relación con el universo natural.Verdad es que los recientes avances científicos nos han

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Figura 10. La ciencia maneja abstracciones conectadas con lascosas concretas.

d2x(t)F(x(t)) = m

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colocado al borde del abismo, a causa de amenazascomo la guerra nuclear o la contaminación incontrola-da. Pero no es menos cierto que sería injusto culpar a laciencia de males que nacen, no de un aumento delsaber, sino de la pervivencia en nosotros de pasionesinsanas que todavía esperan ser dominadas.

Análogamente, del equívoco de considerar la cien-cia como la simple posesión de conocimientos, brotacierto desprecio por el talante científico, al que seacusa de soberbia intelectual. La verdadera actitud

científica, empero, no consiste en jactarse de lo que sesabe sino en la postura permanente de duda activa; enadmitir que nada se conoce ni se conocerá nunca conabsoluta certeza; y en estar dispuesto a revisar conti-nuamente nuestros criterios a la luz de nuevas eviden-cias, sin más norte que el acercamiento a la verdad.

Y quienes miren con disgusto esta perenne posiciónde duda razonable, deben recordar que la alternativahállase en la quietud sepulcral con que todo dogmatis-mo envenena el corazón y la mente del hombre.

Alcance y limitaciones del

método científico

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