Akhulli con música

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Akhulli con música No seríamos personas ni tendríamos palabra sin ella. Regalo de dioses, alimento de pobres, la coca ha sido para la humanidad andina el más preciado tesoro. Saborear su delicada amargura es sin duda una de las experiencias cotidianas más profundas. Sus raíces y su generosidad se sostienen con tal fuerza en el tiempo y en la tierra que ha sobrevivido la agresión militar, el desprecio occidental y hasta la mercantilización. Coca, kuka, Inal Mama… nexo con el reino divino, sostén del diálogo humano, ruina de quienes la pervierten. Sin coca no habría cambiado Bolivia: lo saben las fogatas, los bloqueos, nuestros muertos. No lo entienden quienes han amasado su riqueza sangrienta con ella, perdiendo tal vez para siempre el mando de estos territorios. En estos tiempos de agitación y cambio, sólo la música se le parece un poco. A lo mejor porque alimenta el espíritu igual que la hoja sagrada, porque fortalece y conforta. Panchi Maldonado lo sabe bien y desde la urbanidad de sus canciones ha sido parte de este akhulli de generaciones que por fin pudo romper cadenas y tristezas. Por esa razón el disco, nacido para vivir en una película honesta, es la suma sensible de todo ello. En la exploración sonora del mundo de la coca, Panchi ha echado mano de todo lo que es y acepta, mestizo, como sus raíces indias o el reggae que le ha marcado el corazón a besos. Las piezas de este rompecabezas llamado Inal Mama constituyen un abanico. El diablo se lamenta y las mujeres ríen un poco. Los hombres akhullikan mientras hablan de sus cosas… y un helicóptero no cesa de amenazarnos a todos. Pasa de todo en esta música, como en la vida. Así es posible reconocer, una y otra vez, cómo fue que aymaras, quechuas y guaraníes sostuvieron solos al mundo con sus brazos, trabajando y peleando. Pinkillos y percusiones, cantos corales lo atestiguan… mientras un blues se lamenta desde la cárcel o un ritmo tropical desnuda irónicamente un negocio asesino. Este disco, conviene tenerlo presente, es además un tejido de las músicas de más abajo en este continente que huele a sudor y a esperanza, pero no solo. Por instantes, Panchi Maldonado husmea inclusive en sus orígenes africanos, o en las texturas más populares de Occidente (el rock nació como rebeldía,

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Akhulli con música No seríamos personas ni tendríamos palabra sin ella. Regalo de dioses, alimento de pobres, la coca ha sido para la humanidad andina el más preciado tesoro. Saborear su delicada amargura es sin duda una de las experiencias cotidianas más profundas. Sus raíces y su generosidad se sostienen con tal fuerza en el tiempo y en la tierra que ha sobrevivido la agresión militar, el desprecio occidental y hasta la mercantilización. Coca, kuka, Inal Mama… nexo con el reino divino, sostén del diálogo humano, ruina de quienes la pervierten. Sin coca no habría cambiado Bolivia: lo saben las fogatas, los bloqueos, nuestros muertos. No lo entienden quienes han amasado su riqueza sangrienta con ella, perdiendo tal vez para siempre el mando de estos territorios. En estos tiempos de agitación y cambio, sólo la música se le parece un poco. A lo mejor porque alimenta el espíritu igual que la hoja sagrada, porque fortalece y conforta. Panchi Maldonado lo sabe bien y desde la urbanidad de sus canciones ha sido parte de este akhulli de generaciones que por fin pudo romper cadenas y tristezas. Por esa razón el disco, nacido para vivir en una película honesta, es la suma sensible de todo ello. En la exploración sonora del mundo de la coca, Panchi ha echado mano de todo lo que es y acepta, mestizo, como sus raíces indias o el reggae que le ha marcado el corazón a besos. Las piezas de este rompecabezas llamado Inal Mama constituyen un abanico. El diablo se lamenta y las mujeres ríen un poco. Los hombres akhullikan mientras hablan de sus cosas… y un helicóptero no cesa de amenazarnos a todos. Pasa de todo en esta música, como en la vida. Así es posible reconocer, una y otra vez, cómo fue que aymaras, quechuas y guaraníes sostuvieron solos al mundo con sus brazos, trabajando y peleando. Pinkillos y percusiones, cantos corales lo atestiguan… mientras un blues se lamenta desde la cárcel o un ritmo tropical desnuda irónicamente un negocio asesino. Este disco, conviene tenerlo presente, es además un tejido de las músicas de más abajo en este continente que huele a sudor y a esperanza, pero no solo. Por instantes, Panchi Maldonado husmea inclusive en sus orígenes africanos, o en las texturas más populares de Occidente (el rock nació como rebeldía,

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como inconformidad). Todo para poblar los oídos con ambientes, con sensaciones, transmitiendo respeto y cariño por la hojita que tres veces por año visita esta tierra para florecer en nosotros. Sentadito sobre el puente que lleva al tiempo distinto, Panchi con su disco bajo el brazo nos espera entonces, para mostrarnos las maravillas de antes, de hoy… de siempre. Con la coca presta y una botellita, el músico y el hermano podrán sentarse a platicar un ratito de lo que hemos venido siendo en este flujo de dulzuras y de rebeliones, de dolores y alegrías… jallalla, hermano, dirán… y dejarán cantar sus lenguas y sus corazones.

Luis A. Gómez México-Tenochtitlan, noviembre de 2010.