Agente de Bizancio - Harry Turtledove

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AGENTE DE BIZANCIO Harry Turtledove 1994, Agent of Byzantium Traduccin: Ana Alonso Esteve

_____ 1 _____ Etos Kosmou 6814 El paisaje estepario que se extenda al norte del Danubio haca a Basilios Argyros pensar en el mar. Se prolongaba extenso, verde y ondulado hacia el este, como si fuera interminable, hasta las tierras de Serinda donde, casi ochocientos aos atrs, el emperador romano Justiniano haba robado el secreto de la seda. La estepa tena adems otro punto en comn con el mar: representaba una inmejorable va de entrada para los invasores. A lo largo de los siglos, sucesivas hordas de nmadas se haban lanzado contra las fronteras del Imperio romano: los hunos y los avaros, los blgaros y los magiares, los pechenegos, los cumanos y ahora los jurchen. En ocasiones, las defensas fronterizas no eran capaces de resistir la embestida y eran arrasadas por los brbaros que llegaron incluso a estar a punto de irrumpir en Constantinopla, la capital imperial. Haciendo un deliberado esfuerzo de determinacin, Argyros regres de la detallada metfora nutica por la que se haba dejado arrastrar y que, junto al vaivn del caballo que le

transportaba, amenazaba con conseguir que el comandante de exploradores se mareara. Volvindose hacia su compaero, un jovencito rubio de Tesalnica llamado Demetrios en honor del santo patrn de su ciudad, dijo: --Por ahora no tenemos nada. Cabalguemos un poco ms all. --Slo porque usted lo ordena, seor --replic Demetrios con una mueca--. No creo que esos diablos sigan estando por aqu. Por qu no regresamos ya al campamento? No me importara echar mano de un buen pellejo de vino. Demetrios reuna tres de las cuatro caractersticas sealadas por el autor militar Mauricio de Saxe para un buen explorador: era bien parecido, estaba sano y era listo. En lo que no destacaba era en mantenerse sobrio. Por su parte, Argyros no pasaba la primera parte del examen de Mauricio. Para empezar, las cejas se extendan por su frente formando una nica barra negra y espesa y, por nombrar otro detalle, tena una expresin en los ojos de pesadumbre extrema: eran los ojos del santo en trance de un icono, o los de un hombre que ha visto demasiadas cosas, demasiado pronto. Y, sin embargo, no haba an abandonado la veintena: era apenas un poco mayor que Demetrios. --Continuaremos adelante media milla ms --dijo--. Luego, si seguimos sin encontrar nada, consideraremos terminada nuestra misin y daremos media vuelta. --S, seor --respondi Demetrios con resignacin. Siguieron cabalgando con los largos tallos de hierba acaricindoles los tobillos e incluso llegando a veces a cosquillear la panza de sus caballos. Argyros se senta desnudo con su tnica larga de pelo de cabra. Deseaba no haber tenido que dejar atrs su cota de malla, pues los jurchen eran unos excelentes arqueros. Pero el tintineo de las anillas podra haberle delatado y, en cualquier caso, el peso de todo aquel metal hubiera ralentizado su marcha. Atraves un pequeo riachuelo junto a Demetrios. Haba huellas de cascos en el barro de la orilla opuesta y no se trataba del tipo de huellas que dejan los caballos romanos herrados, sino de las huellas de los ponis sin herrar de las

estepas. --Parece que una media docena de ellos haya estado aqu --dijo Demetrios girando la cabeza en torno suyo como si esperara que todos los jurchen de la creacin surgieran de detrs de la maleza y se precipitaran sobre su persona. --Es probable que se trate de su partida de exploradores --sopes Argyros--. El grueso del grupo no puede estar muy lejos. --Regresemos --dijo Demetrios presa del nerviosismo al tiempo que sacaba su arco del estuche y alzaba una mano sobre el hombro contrario para sacar una flecha que colocar en la cuerda. --Esta vez no voy a discutir contigo --dijo Argyros--. Ya hemos encontrado lo que venamos buscando. Los dos exploradores romanos espolearon sus monturas y regresaron al galope por donde haban venido. El hypostrategos o lugarteniente general del ejrcito era un hombrecillo de rasgos cetrinos que responda al nombre de Andreas Hermoniakos. Respondi al informe de Argyros con un gruido. Pareca amargado y la verdad era que lo estaba: unos terribles dolores de estmago lo atormentaban. --Muy bien --dijo tan pronto como el comandante de exploradores hubo terminado su relato--. Una buena derrota les ensear a esos ladrones de gallinas a permanecer en su orilla del ro. Retrese. Argyros se despidi con el saludo militar antes de abandonar la tienda del lugarteniente general. Unos minutos despus, el bramido de las trompetas llamaba a los soldados a formar. Con la misma precisin que si se tratara de unos ejercicios, los hombres vistieron sus cotas de malla y sus cascos emplumados, blandieron arcos y lanzas, espadas y dagas y ocuparon sus puestos para que su general les dirigiera unas palabras y rezar juntos antes de entrar en combate. Como suceda con tantos otros soldados del ejrcito romano, y especialmente con los oficiales, por las venas de Ioannes Tekmanios corra sangre armenia, aunque hablaba el griego con tintes latinos propio del ejrcito sin rastro de acento del este. Su amplia experiencia le deca cul era el tono adecuado

para dirigirse a la tropa: --Bien, muchachos --dijo--. Ya hemos vencido a esos indeseables en nuestro lado del Danubio. Ahora tan slo nos queda rematar la faena aqu y darles una leccin que tardarn mucho tiempo en olvidar. Y estoy seguro de que podemos hacerlo... tan seguro como de que tengo pelos en la barba! --Los rizos de sus magnficas patillas le llegaban hasta la mitad del pecho, cubriendo su brillante cota de malla y el comentario arranc carcajadas y vtores--. El emperador cuenta con nosotros para que expulsemos a esos malditos brbaros de nuestras fronteras, y una vez lo hayamos conseguido, estoy bien seguro de que obtendremos la merecida recompensa; Nikephoros, que Dios lo bendiga, no es en absoluto mezquino. Como sabis, proviene de las filas y sabe perfectamente cmo es la vida de un soldado. --Una vez aclarado esto, Tekmanios pas al siguiente punto--. Una vez derrotado el enemigo, recibiris lo que os corresponde, as que no os entretengis en desvalijar los cadveres de los jurchen ni en saquear su campamento. Podran mataros a vosotros y a vuestros compaeros mientras os gastis ese dinero extra. --Una vez ms, obtuvo la carcajada que deseaba para aliviar las tensiones--. Recordad: pelead duro y seguid las rdenes de vuestros oficiales. Ahora unos a m en una oracin para que Dios nos proteja en este da. Un sacerdote vestido de negro y con el pelo recogido hacia atrs en un moo se uni al general en la tribuna de campaa. Se santigu y tanto Tekmanios como el resto del ejrcito imitaron su gesto. --Kyrie eleison --grit el sacerdote. --Seor, ten piedad! --corearon los soldados hacindose eco de sus palabras. Repitieron la oracin una y otra vez y luego, naturalmente, el himno del Trisagion --la Santsima Trinidad-- que entonaban todas las maanas al levantarse y al anochecer, despus de la cena: Santo Dios, Santo Poderoso, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros!. El Trisagion sola ir seguido del grito latino Nobiscum Deus! --Dios est con nosotros--, pero al sacerdote de Tekmanios

no le faltaba imaginacin y en lugar de dar por terminado el servicio de manera tan abrupta, enton y cant con los soldados un himno compuesto por el gran autor de poesa religiosa san Mahoma: No hay ms Dios que el Seor y Jesucristo es su hijo. Argyros cantaba con los dems; san Mahoma era uno de sus favoritos y, despus de Pablo, probablemente el ms celoso converso que haba conocido la Iglesia. Naci pagano en una aldea rabe del desierto, abraz el cristianismo durante un viaje de negocios en Siria y jams regres a su hogar. Dedic su vida a Cristo y compuso innumerables y fervorosos himnos escalando rpidamente en la jerarqua eclesistica. Acab sus das como arzobispo de Cartago Nova en la lejana Hispania y fue canonizado poco despus de su muerte. No resulta sorprendente que fuera venerado como el santo patrn de los cambios. Una vez finalizado el servicio, el ejrcito form colocndose cada una de las tres divisiones tras los enormes y brillantes estandartes de sus mariscales. Los moirarcas o capitanes de regimiento portaban banderas de menor tamao, mientras que los estandartes de las compaas o tagmata eran simples serpentinas. El tamao de las tagmata era variable, pudiendo estar compuestas por doscientos hombres o hasta por cuatrocientos, de esta forma se evitaba que el enemigo pudiera realizar una estimacin certera del tamao del ejrcito por el mero procedimiento de contar los estandartes. Una pequea fuerza de reserva permaneca en la retaguardia para proteger el campamento y la caravana de los pertrechos. Los caballos levantaban terrones del suelo con sus cascos y una densa nube de polvo. Argyros se alegraba de ser explorador y mantenerse alejado de aquella polvareda asfixiante; los hombres situados en segunda lnea de combate a duras penas podran respirar trascurrida una hora de marcha. Los exploradores se adelantaron en busca de la columna de polvo que traicionara al ejrcito jurchen tal y como la suya les descubrira a ellos a ojos de sus enemigos. Argyros mastic un puado de cebada hervida y engull una tira de ternera seca y dura. Tom un trago de agua de su

cantimplora y por la forma en que Demetrios sonri y chasque los labios cuando bebi a su vez, Argyros sospech que llevaba la cantimplora llena de vino. Frunci el ceo. La batalla era un asunto demasiado importante para afrontarla borracho. Pero para ser justos hay que decir que el vino no mermaba la capacidad de Demetrios de estar alerta y que fue el primero en divisar el borrn de color marrn grisceo que se perfilaba en el cielo al noreste: --Por ah! --grit, y cuando varios de sus compaeros estuvieron seguros de haberlo visto, uno de los exploradores regres para transmitir la noticia a Tekmanios. El resto de la partida sigui avanzando para echar un vistazo ms de cerca a los jurchen. Todas las tribus nmadas demostraban una gran maestra a la hora de dispersar sus tropas para hacerlas parecer ms numerosas de lo que eran en realidad. Como eran dados al desorden, no combatan por divisiones y regimientos como lo hacan los pueblos civilizados, como los romanos o los persas, sino que se agrupaban por tribus o por clanes y formaban las lneas de batalla en el ltimo momento. Tambin solan tender emboscadas, lo que haca que la labor de exploracin minuciosa revistiera una importancia an mayor. El terreno presentaba una suave pendiente ascendente. Argyros entorn los ojos para forzar su visin al mximo y divis a un grupo de hombres de la estepa que se hallaban en lo alto de un pequeo promontorio: sin duda se trataba de los homlogos de los exploradores romanos. --Obligumosles a abandonar su posicin --dijo--. Esa elevacin del terreno nos permitir divisar a su ejrcito, en lugar de que sean ellos quienes puedan vernos a nosotros. Los exploradores espolearon a sus caballos para avanzar al trote mientras iban colocando una flecha en el arco. Los jurchen se percataron de su avance y unos cuantos se adelantaron para defender su posicin mientras otros permanecieron detrs con la idea de seguir observando al ejrcito romano. Los nmadas montaban unos caballos de menor tamao que

los de sus adversarios. La mayora se protega con una armadura de cuero curtido en lugar de la pesada cota de malla tpica de los romanos. Portaban sables sujetos a sus costados, pero confiaban ms en sus arcos reforzados con cuerno. Uno de los jurchen se incorpor sobre los estribos, que eran cortos, al estilo de los hombres de la llanura, y dispar hacia los exploradores romanos. La flecha result no tener suficiente impulso y se perdi entre los altos tallos de hierba de la estepa. --Esperad! --grit Argyros a sus hombres--. Sus arcos tienen mayor alcance que los nuestros, as que no hay forma de que podamos darles desde esta distancia. --Yo soy mucho ms fuerte que cualquiera de esos jodidos y enclenques jurchen! --grit Demetrios a su vez al tiempo que disparaba. Pero no consigui ms que desperdiciar una flecha. Uno de los caballos emiti un sonoro quejido al recibir un impacto en el costado. La bestia se encabrit y ech a correr alejando a su jinete del escenario del enfrentamiento. Un momento ms tarde, uno de los jurchen se llevaba las manos a la garganta y caa de su montura. Los romanos celebraron con vtores tan certero disparo. Una flecha pas casi rozando la oreja de Argyros, dejndole la sensacin de un malicioso zumbido de avispa. Oy a alguien cercano a l quejarse, pero la inspirada retahila de maldiciones que sigui le dej claro que no se trataba de una herida grave. Se concentr en disparar lo ms rpidamente posible, al igual que el esto del grupo. Un carcaj con cuarenta flechas resultaba una pesada carga, pero en el combate se vaciaba a una velocidad pasmosa. Los jurchen tambin plagaron el cielo de silbantes mensajeras de la muerte. Hombres y caballos cayeron en ambos bandos. Los romanos se acercaron, confiando en la ventaja que les conferiran sus monturas y su proteccin en un combate cuerpo a cuerpo. Argyros esperaba ver a los hombres de la estepa rendirse y salir huyendo como una bolita de mercurio aplastada por un dedo. Sin embargo, lo que hicieron fue blandir sus sables y cerrar filas para proteger al pequeo

grupo que permaneca en la cima del promontorio. Uno de aquellos nmadas, un hombre anciano con el cabello casi totalmente blanco, tena un tubo largo y lo sujetaba contra su cara por un extremo, mientras tena el otro dirigido hacia el lugar donde se encontraba el grueso del ejrcito romano. Argyros se hubiera santiguado de no ser porque tena la mano derecha ocupada con la espada. Pareca como si algn brujo jurchen hubiese inventado un artilugio mgico para proyectar el mal de ojo. A partir de ese momento no pudo perder de vista al brujo, si es que era de eso de lo que se trataba. Un nmada vestido con un abrigo de piel de cabra forrado en piel de zorro se lanz contra l tratando de herirle con su espada. Lo rechaz con un golpe desmaado y el tipo emprendi la huida. Ante tan pronta retirada, le dedic una sonrisa de oreja a oreja que desvel una blanca dentadura en medio de su rostro curtido por el sol que an luca ms oscuro a causa del polvo y de la grasa. Estaran alrededor de un minuto intercambiando golpes sin que ninguno de los dos fuera capaz de herir al otro. Entonces fue cuando Argyros pudo ver por el rabillo del ojo cmo se acercaba por la colina una enorme lanza ornada con siete rabos de buey: el estandarte del ejrcito jurchen. --Retirada! --grit a los miembros de su patrulla de exploradores-- Vmonos de aqu antes de que se nos echen encima! A diferencia de los francosajones del norte de la Galia y de la Germania, los romanos no iban a la guerra en bsqueda de la gloria, por lo que no sentan la ms mnima vergenza por retirarse ante una fuerza superior. Sus oponentes, que haban resistido una fuerte presin, se alegraron bastante de verlos ceder. Argyros ech un vistazo a su alrededor para asegurarse de que todos los supervivientes haban logrado huir. --Demetrios, chiflado, vuelve aqu! --El explorador de Tesalnica haba logrado romper la lnea defensiva de los jurchen y, tal vez arrullado por la sensacin de omnipotencia que da el alcohol, se dispona a cargar l slo contra el

pequeo grupo de nmadas entre los que se encontraba el hombre del tubo. Pero en pago de su insensatez recibi lo que caba esperar: no logr acercarse a menos de cincuenta yardas de los jurchen pues sus flechas acabaron rpidamente con l y con su montura. No haba nada que Argyros pudiera hacer por vengar su muerte, desde luego no con el ejrcito jurchen al completo avanzando a buen paso hacia ellos. Dirigi a sus exploradores hacia otro pequeo promontorio en el que, no obstante, la perspectiva de lo que sera el campo de batalla no era tan buena como la que tenan los jurchen desde su posicin. Envi a uno de sus hombres a informar a Tekmanios de la situacin y a otro a por ms flechas, con la esperanza de que regresara antes de que aumentara el inters de los hombres de la estepa por su pequeo grupo. Siempre que tena oportunidad, echaba un ojo al grupito de exploradores jurchen que ahora poda encontrarse a una milla de distancia. Una sucesin constante de jinetes iba de un lado a otro, pero por ms que forzara la vista, no poda distinguir al hombre del tubo. Frunci el ceo. Jams haba visto algo as en el pasado y eso lo converta automticamente en un objeto sospechoso. Los exploradores estallaron en vtores; Argyros gir la cabeza y vio cmo se acercaba el ejrcito romano. Si se observaba desde el lateral, como lo hacan ellos, estaba claro cul era la estrategia de Tekmanios. Tena un grupo de tagmata que avanzaban por el flanco derecho ligeramente en la vanguardia de las dems, de manera que ocultaban al grueso de las fuerzas tras ellas, que rodearan a los jurchen una vez que ambos ejrcitos estuvieran enzarzados en la batalla. Desde la perspectiva de los nmadas, los flanqueadores deberan haber sido invisibles. Pero no lo eran. Aunque no maniobraban con la pulcritud propia de la caballera romana, los jurchen desviaron con gran rapidez su caballera hacia el flanco izquierdo de su formacin. --Han descubierto nuestra estrategia! --exclam Argyros,

consternado--. Gregorios, parte de inmediato a informar a Tekmanios, tan rpido como pueda galopar tu caballo! El explorador parti a toda velocidad, pero la batalla dio comienzo antes de que pudiera llegar a donde estaba el general. Los flanqueadores romanos no llegaron a poder desplegarse, sufrieron un ataque tan virulento que tanto ellos como una parte de las tropas de segunda lnea tuvieron que darlo todo de s para evitar ser flanqueados por los jurchen. Si se poda decir algo de Tekmanios es que era un hombre de recursos, as que decidi hacer avanzar al extremo del flanco izquierdo para intentar interceptar al extremo derecho de los jurchen. Pero el khan de los jurchen pareca estar leyndole la mente y la intentona fue abortada apenas dio comienzo. No se trataba de que las fuerzas de los jurchen fueran superiores en nmero, que no lo eran. Lo que suceda es que daba la impresin de que perciban cada uno de sus movimientos tan pronto como Tekmanios daba la orden de realizarlo. El explorador regres cargado de flechas. --Cmo me alegro de haber llegado! --dijo mientras empezaba a repartir a diestro y siniestro los haces que iba sacando de las albardas de su montura--. Parece que hoy estn jodidamente espabilados! Una llamada de trompeta se impuso sobre el estruendo de la batalla: era la orden de retirada. Abandonar siempre era arriesgado, pues con gran facilidad la operacin llevaba al pnico y a la derrota. Una retirada frente a los nmadas resultaba doblemente peligrosa pues a los hombres de las llanuras, a diferencia de los romanos y de los persas, siendo ms giles que sus enemigos, les gustaba presionarles en la huida al mximo con la esperanza de desunir a su ejrcito oponente. Pero aunque hubiera resultado vencido, Tekmanios conoca bien su oficio. Durante una retirada resultaba menos relevante que los jurchen tuvieran la capacidad de anticipar sus movimientos, puesto que stos eran obvios en cualquier caso. Su nico objetivo consista en mantener a sus tropas dentro de un cierto orden mientras alcanzaban el campamento. Y los soldados, por su parte, puesto que

reconocan que su nica oportunidad pasaba por permanecer unidos, obedecan sus rdenes ms al pie de la letra de lo que lo hubieran hecho en caso de haber vencido. Como los jurchen haban quedado entre ellos y su ejrcito, los exploradores romanos tuvieron que dar un amplio rodeo para evitar el campo de batalla. Argyros, lejos de los paisajes que le resultaban familiares, tuvo que guiarse por el sol. Le sorprendi lo bajo que estaba ya en el horizonte, por el oeste. Por fin identific una hilera de sauces situada a lo largo de la orilla del ro, que era tambin visible desde el campamento. --Ro arriba --dijo sealando la direccin con el dedo. Los exploradores resultaron ser los primeros soldados en regresar al campamento, lo que no resulta sorprendente teniendo en cuenta que no haban tenido que abrirse camino luchando. Los hombres de la tagma que haba quedado vigilando la caravana de los pertrechos se agruparon en torno a ellos y empezaron a torpedearles a preguntas ansiosas. Lanzaron gritos de alarma tan pronto como Argyros y sus compaeros les trasladaron las malas noticias. A continuacin, tal y como haban sido entrenados, ataron los bueyes a las carretas y colocaron las vagonetas en sus puestos, tras las zanjas del campamento, de manera que sirvieran de barricada contra las flechas. Estas faenas, en las que los exploradores colaboraron, no estaban an concluidas cuando el ejrcito romano se acerc, an hostigado por los jurchen. Varios bueyes recibieron el impacto de las flechas y tuvieron que ser sacrificados a hachazos a fin de evitar que sus bandazos daaran las carretas a las que estaban uncidos. Por los cuatros huecos de la zanja fueron entrando, una tras otra, las tagmata que componan la caballera. Las compaas que haban permanecido en retaguardia conteniendo a los nmadas mientras sus camaradas alcanzaban la seguridad del campamento esparcieron abrojos tras ellos para disuadirles de que los persiguieran hasta la entrada. Y finalmente, entraron ellos tambin, justo cuando el sol se pona por completo. Aquella noche y las tres noches siguientes fueron las peores

que Argyros hubiera pasado jams. Los lamentos de los heridos y los gritos y aullidos de los jurchen hacan del dormir una misin imposible y adems, hasta el amanecer no paraban de caer lluvias intermitentes de flechas errticas lanzadas al azar. Tan pronto como sala el sol, los nmadas hacan la primera intentona de tomar la posicin romana, pero eran repelidos por los arqueros y se vean obligados a retirarse, de manera que se colocaron fuera del alcance de las flechas y se dispusieron a sitiar el campamento. Andreas Hermoniakos se dedicaba a elevar la moral de los romanos. Iba de una tagma a otra diciendo: --Les deseo buena suerte, nosotros estamos acampados junto al ro y tenemos provisiones para una semana en las carretas; sin embargo, ellos qu van a comer? Se trataba de una pregunta retrica, pero alguien grit: --Piojos! La fama de sucios de los nmadas les preceda por doquier. --Ni siquiera los jurchen tienen suficientes parsitos para alimentarse durante ms de un par de das --replic el lugarteniente general con una risita siniestra--, acabarn por tener que volver junto a sus rebaos. Y as result ser, aunque los nmadas resultaron ser capaces de aguantar un da ms de lo que haba vaticinado Hermoniakos. Una vez que las partidas de exploradores hubieron confirmado que la retirada de sus enemigos era un hecho, Tekmanios convoc una reunin de oficiales en su tienda para discutir cul debera ser el siguiente movimiento a realizar. --Nada podra irritarme ms que la idea de regresar al Danubio con el rabo entre las piernas --expuso--, pero me da la impresin de que los jurchen, que san Andreas, patrn de Constantinopla, los cubra de carbunco!, podran haber estado de pie con las orejas junto a mi boca segn iba dictando las rdenes. Una batalla ms como sta y no nos quedar ejrcito ninguno que llevar de vuelta a casa. --No tendran que haber adivinado nuestros planes con tanta facilidad --mascull Constantinos Doukas. Haba capitaneado

la meros de la derecha, aquella cuya fuerza oculta y cuyos flanqueadores haban sido descubiertos por los nmadas--. Habran tenido que estar justo encima de nosotros para observar algo anormal. Ha debido ser el diablo quien le haya ido diciendo al khan lo que nos traamos entre manos. --Algunos culpan al diablo para no reconocer sus limitaciones --replic Hermoniakos mirando con el gesto altivo de su recta nariz al quejumbroso merarca. Doukas enrojeci de ira. Normalmente, Argyros se hubiera puesto de parte del lugarteniente general, pero en esta ocasin levant la mano y esper a que le dieran la palabra pues era nuevo en esa clase de reuniones. Finalmente, Tekmanios dirigi su atencin al final de la mesa: --Qu pasa, Basilios? --Es cierto que no se ve al diablo tantas veces como se habla de l, pero creo que en esta ocasin su excelencia el seor Doukas podra tener razn --dijo Argyros. Su intervencin le vali una mirada hostil de Hermoniakos, quien hasta aquel momento haba estado bien predispuesto hacia l. Con un suspiro se enfrasc en la explicacin de la historia del tubo que haba visto en manos del jurchen del pelo blanco--. En aquel momento pens que sera algo relacionado con el mal de ojo --concluy. --Eso no tiene sentido --replic uno de los capitanes de regimiento--. Con todas nuestras plegarias antes de la batalla y con la bendicin del sacerdote, cmo lograra un encantamiento pagano hacernos ningn dao? --Dios dispone segn su voluntad, no segn la nuestra --repuso Tekmanios--. Todos nosotros somos pecadores y tal vez nuestras oraciones y purificaciones no hayan bastado para expiar nuestra maldad. Se santigu y sus oficiales imitaron su gesto. --Aun as, se trata de un hechizo muy potente --dijo Doukas. Su entrenamiento en razonamiento aristotlico le hizo llegar a una conclusin lgica--: si no descubrimos de qu se trata y cmo funciona, los brbaros volvern a utilizarlo en contra del Imperio romano. --Y una vez que lo hayamos hecho --aadi Tekmanios--,

podremos llevarlo ante el sacerdote para que lo exorcice. Cuando conozca la naturaleza de esa magia estar en mejor disposicin de contrarrestarla. El general y los oficiales dirigieron a Argyros una mirada expectante. Se dio cuenta de lo que esperaban de l y dese haber tenido ms cabeza y haber mantenido la boca cerrada. Si Tekmanios quera que se suicidara, por qu no le daba un cuchillo sin ms? *** --Desgraciado cobarde! --explot Andreas Hermoniakos cuando Argyros fue a visitarle a la maana siguiente--. Lo peor que puedes hacer es desobedecer las rdenes de tu general! --No, seor --replic el capitn de los exploradores--. Lo peor que puedo hacer es seguirlas. No se tratara ni ms ni menos que de un suicidio, y eso es pecado mortal. Prefiero sufrir la ira de mi seor Tekmanios mientras estoy en este mundo que soportar las punzadas del infierno por toda la eternidad. --As que eso es lo que piensas, eh? Ya lo veremos! --Argyros no se haba percatado hasta ese momento de lo desagradable que era la sonrisa despectiva del lugarteniente general--. Si no cumples con tu obligacin, por todos los santos, no eres merecedor de tu rango. Elegiremos a otro lder para esa tropa tuya y veremos qu tal se te da servirle como el ms raso de sus soldados personales. Argyros salud con marcial precisin a modo de respuesta y Hermoniakos se le qued mirando fijamente durante casi un minuto, con los puos apretados. --Fuera de mi vista! --dijo por fin--, y que conste que si no ordeno marcar tu intil espalda es porque an recuerdo que un da fuiste un buen soldado. Argyros volvi a saludar y se march. Los soldados se apartaron para abrirle paso. Algunos se quedaron mirndolo mientras se alejaba y otros apartaron la vista. Uno de los soldados escupi sobre la huella de su pie. La hilera de caballos no estaba a ms de unos minutos de la

tienda del lugarteniente general, pero de alguna manera, gracias a uno de esos misteriosos medios de transporte que existen en los ejrcitos, la noticia de que Argyros haba cado en desgracia consigui llegar all antes que l. Los chicos de las caballerizas se quedaron mirndole con la boca abierta, tal y como hubieran contemplado el cadver de un hombre al que hubiera partido un rayo. Los ignor, subi a lomos de su caballo sin articular palabra y se dirigi a la tienda de Justino de Tarso quien hasta un par de minutos antes haba sido su ayudante y presumiblemente sera ahora su capitn. Justino se ruboriz cuando vio entrar a Argyros y an lo hizo ms cuando ste le dirigi un saludo militar. --Cules son sus rdenes para m, seor? --pregunt Argyros en tono neutral. --Bien... seor... esto, Basilios... eh... soldado, por qu no reemplaza a Tribonio en la patrulla de tres hombres del este? Sus heridas an le duelen demasiado y le impiden montar a caballo. --S, seor --respondi Argyros con la voz an inexpresiva. Espole a su caballo y se dirigi hacia la entrada situada al este del campamento, en donde le esperaban otros dos hombres. Puesto que l mismo haba organizado los turnos de las patrullas, saba con quin se iba a encontrar: Bardanes Philippikos y Alexandros el rabe. Justino se haba portado bien con l, sus compaeros eran hombres tranquilos y competentes, aunque Alexandros se pona de un genio insoportable cuando crea que le estaban engaando. Era obvio que la presencia de Argyros los pona en tensin. Bardanes lleg a hacer un conato de saludo hacia l, pero finalmente baj el brazo. Alexandros le pregunt: --Hacia dnde vamos, seor? --No me llames seor, soy yo quien te tiene que llamar seor. Y eres t quien debe decir hacia dnde tenemos que ir --respondi l. --Eso es justo lo que llevo semanas deseando hacer --replic Bardanes, quien habl sin asomo de malicia, sirvindose del chiste malo para intentar liberar un poco de la tensin que

senta. Para seguirle el juego, Argyros esboz una sonrisa, la primera desde su destitucin. Aun as, aqulla era la patrulla ms silenciosa de la que haba formado parte jams, al menos al principio. Bardanes y Alexandros estaban demasiado recelosos con respecto a l y no le dirigan la palabra y, por otra parte, su presencia les impeda hablar entre ellos acerca del tema que ms deseaban comentar: su cada. Bardanes, el ms desenvuelto de los dos, por fin cogi el toro por los cuernos. Haca rato que haban dejado atrs el campamento y no haba rastro de los jurchen: los tres jinetes no podan haber tenido ms intimidad. Por eso Argyros no se extra cuando Bardanes le pregunt: --Disclpeme, seor, pero cul ha sido el motivo del desacuerdo entre usted y el lugarteniente general? --Comet un error en la reunin de oficiales --respondi Argyros, e intent dejar el tema ah pero Bardanes y Alexandros seguan expectantes, as que prosigui--. Hice ver a Hermoniakos que estaba equivocado al llamar a captulo a Constantinos Doukas, y despus de eso supongo que me hubiera bastado con pestaear en el momento inoportuno para que Hermoniakos la tomara conmigo. --se es el tipo de cosas que suceden cuando te interpones en las rias de hombres que estn por encima de ti --repuso Alexandros en un arranque de fatalismo rabe--. Tanto si es el oso quien muerde al len como si es el len quien muerde al oso, el conejo siempre sale perdiendo. --Leones y osos --resopl Bardanes--, una maldita vergenza, si quieres que te d mi opinin. --Nadie lo ha hecho --dijo Argyros. --Ya lo s --replic Bardanes alegremente--, y otra maldita vergenza es que no se cargaran a unos cuantos oficiales cuyos nombres podra dar, en lugar de a usted. Estoy en deuda con ms de uno y a m me gusta pagar mis deudas. Sin embargo, usted... qu demonios! aunque sea un jodido tipo duro no puedo negar que tambin es usted legal. --Vaya, gracias por lo que me toca, hombre. --No hay de qu. Eso es todo lo que se puede esperar de un

oficial y mucho ms de lo que se suele ver, ya lo comprobar usted mismo. Poco a poco se haban ido acercando a otro riachuelo flanqueado por dos hileras de rboles, un lugar idneo para que una banda de jurchen les tuviera preparada una emboscada. Tanto Bardanes como Alexandros miraron inconscientemente hacia Argyros; las viejas maas nunca se pierden. --Ser mejor que nos separemos --dijo l aceptando que a sus ojos l segua siendo la autoridad. Aquello le dio nimos para hacer lo que se dispona a hacer, aunque slo hasta cierto punto--. Vosotros dos dirigios al extremo sur. Recordad manteneros siempre fuera del alcance de sus flechas. Yo ir por el norte, as daremos todos un rodeo vadeando la corriente y nos encontraremos al otro lado. Los otros dos exploradores asintieron con la cabeza y se dirigieron con sus caballos corriente abajo. Ninguno de los dos volvi la vista atrs, tenan centrada toda su atencin en los rboles y cualquier persona que pudiera estar acechndolos. Tal y como les haba dicho que hara, se dirigi hacia el norte. Atraves el riachuelo para alcanzar la orilla este... pero no regres para encontrarse con los romanos sino que prosigui en direccin noreste a todo galope. Poda imaginar lo consternados que se quedaran Alexandros y Bardanes cuando llegaran al punto de encuentro y se encontraran con que l no estaba all. Lo primero que haran, sin duda alguna, sera regresar a toda velocidad a la orilla oeste del riachuelo para ver si algo lo haba apartado de su camino. Cuando descubrieran que no era as, seguiran su rastro. Eso era lo que tenan que hacer. Se pregunt qu haran cuando se percataran de cul era la direccin que haba tomado. No pens que le seguiran, pues iba directo hacia los jurchen. Pero si lo hicieran no importara, l les llevara media hora y unas cuantas millas de ventaja: distancia y tiempo suficientes para confundirles con su rastro. Al final, a sus compaeros no les quedara ms remedio que regresar e informar a Ioannes Tekmanios de que haba desertado.

Y eso le pareci justo, puesto que precisamente lo que se propona hacer era desertar. *** La mayor de sus preocupaciones era, lgicamente, que el primer jurchen con el que se encontrara le disparara nada ms verlo. Pero cuando apareci cabalgando sin esconderse, una mano sujetando la brida y la otra en alto, al jinete nmada le pareci tan divertido que decidi que llevarlo al campamento Sera ms interesante que utilizarlo para practicar el tiro. Por Otra parte, no le divirti tanto como para hacerle olvidar que deba despojarlo de su arco, su espada y su daga. Como el romano ya se lo esperaba, no opuso resistencia. Las tiendas de los hombres de la llanura estaban dispersas sin seguir patrn alguno por una superficie tres veces superior a la ocupada por el campamento romano, aunque Argyros pensaba que los jurchen eran menos numerosos. Las tiendas negras le resultaban familiares: grandes, redondas y hechas de fieltro, un diseo que los romanos haban tomado prestado de los habitantes de la estepa unos cuantos siglos atrs. Haba hombres caminando de un lado para otro con sus pesadas botas y charlando en grupos. Los nmadas pasaban tanto tiempo sobre sus caballos que cuando estaban en el suelo parecan raros, como les pasa a algunos pjaros. Se pararon para contemplar a Argyros; cuando el explorador lo trajo, empezaba a estar cansado de que la gente lo mirara de aquella manera. La tienda del khan era la de mayor tamao y presentaba el estandarte con el rabo de buey clavado en el suelo frente a la entrada. El captor de Argyros profiri un grito en la musical lengua de los jurchen que el romano ignoraba por completo, a excepcin de unas cuantas frases obscenas. La entrada de la tienda se abri y dos hombres salieron de su interior. Era obvio que uno de ellos era el khan: tena la misma aura de autoridad que Tekmanios. Era un cuarentn bajito y fornido de ojos afilados y cara ancha, como la mayora de los

nmadas, pero con una nariz sorprendentemente aguilea. Tena la mejilla izquierda marcada por una cicatriz y luca una barba rala; adems, se dejaba crecer los escasos pelos del bigote de manera que le colgaban por encima de la boca, que era tan recta y afilada como el corte de una espada. Escuch al jurchen que se haba encontrado con Argyros y luego se volvi hacia ste: --Yo soy Tossuc. A m me dirs la verdad --dijo con un griego rudimentario pero inteligible. --Te dir la verdad, oh poderoso khan --respondi Argyros con una inclinacin de cabeza. Tossuc se alis la delantera de la tnica con gesto de impaciencia. Era una prenda de terciopelo granate, pero de la misma hechura que los cueros y las pieles que vestan el resto de los jurchen: abierta de arriba abajo y sujeta con tres enganches en el lado derecho y uno en el lado izquierdo. El khan dijo: --No tengo necesidad de escuchar cumplidos de los romanos. Dirgete a m como a cualquier hombre, pero si me mientes te matar. --As no te va a hablar como a cualquier hombre --solt entre risitas el hombre que haba acompaado al khan a la entrada de su tienda. Hablaba griego mejor que Tossuc, tena el pelo canoso y, lo que resultaba extrao entre los jurchen, estaba entrado en carnes. Su rostro careca de la dureza que caracterizaba a la mayora de aquellas gentes. El romano pens que aqul era el hombre portador del tubo que en tantos aprietos le haba metido, pero al no haberse acercado lo suficiente durante la batalla, no poda afirmarlo con total seguridad. Al ver que Argyros le miraba fijamente, el estepario volvi a rer y dijo: --No pongas tus esperanzas en m, romano. Slo t puedes salvarte, yo no puedo hacerlo por ti. No soy ms que el chamn del clan, no soy el khan. --T tambin hablas demasiado, Orda --le cort Tossuc, lo que pareci divertir enormemente al chamn. El khan volvi a dirigir su atencin a Argyros--. Y por qu no debera yo

atarte a dos caballos y descuartizarte por espa? A Argyros se le qued la espalda helada. Tossuc no estaba de broma, Argyros lo consideraba incapaz de estar bromeando como lo haba hecho el chamn. --No soy un espa --respondi el recin depuesto capitn de exploradores--. Acaso un espa estara tan chiflado como para dirigirse directamente a vuestro campamento y mostrarse abiertamente? --Quin sabe de qu chifladura es capaz un espa romano? Y si no eres un espa, por qu ests aqu? Responde rpidamente, no pierdas el tiempo en inventarte falsedades. --No tengo falsedades que inventar --replic Argyros--. Soy... era oficial de exploradores, algunos de tus hombres me habrn visto y te lo podrn confirmar. Le dije a mi lugarteniente general en el curso de una reunin que estaba equivocado y se lo demostr. A modo de recompensa, me degrad. Qu poda hacer? --Matarlo --dijo Tossuc enseguida. --No, porque en ese caso los otros romanos me hubieran matado. Pero cmo podra ahora seguir sirviendo al Imperio? Si me uno a vosotros podr vengarme del desaire en muchas ocasiones, no una sola vez. El khan se frot la barbilla mientras consideraba sus palabras. El chamn le dio un toque en la manga y se dirigi a l en la lengua de los nmadas. Tossuc asinti breve e inmediatamente. --Eres capaz de jurar por tu dios cristiano que ests diciendo la verdad? --le pregunt el chamn. --S --respondi Argyros santigundose--. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espritu Santo, por la Virgen y por todos los santos juro que he dejado a los romanos a causa de mi disputa con Andreas Hermoniakos, el lugarteniente general. --No podemos estar seguros de que diga la verdad, khan, pero es probable que as sea --dijo Orda dirigindose a Tossuc una vez que Argyros hubo terminado de hablar--. A la mayora de estos cristianos les asusta demasiado ese infierno suyo como para prestar un juramento as gratuitamente. --Chiflados! --mascull Tossuc--. Yo no temo a nada de este

mundo ni del prximo. No pretenda ser una fanfarronada y de haberlo pretendido, Argyros no le hubiera prestado la ms mnima atencin. Haba sido un simple pensamiento en voz alta y el romano saba demasiado bien que l s tena miedo, pues era el propio khan quien se lo provocaba. --Tal vez ests diciendo la verdad --prosigui al fin Tossuc--. Y si es as no tendrs inconveniente en contarnos todo lo que sepas del ejrcito romano. Hizo una reverencia cargada de una irona burlona ms sofisticada de lo que Argyros hubiera esperado encontrar en un nmada, al tiempo que con el brazo le indicaba que le precediera hacia el interior de la tienda. --No pises el umbral --le advirti Orda--. Si lo haces, sers muerto por la afrenta. Mientras ests entre nosotros no orines nunca dentro de una tienda, no toques el fuego con un cuchillo, no rompas un hueso con otro hueso ni derrames leche o cualquier otro alimento en el suelo. Todas estas cosas ofenden a los espritus y esas ofensas slo podra borrarlas tu propia sangre. --Bien, lo comprendo --dijo Argyros. Haba odo hablar acerca de las costumbres de los hombres de las llanuras, al igual que ellos saban algo de los cristianos. No obstante, algunas cosas eran nuevas para l y se pregunt con nerviosismo si Orda habra olvidado algo importante. El romano no haba estado jams en la tienda de un jefe nmada y qued sorprendido por sus riquezas. En algunas de las pruebas de prosperidad all expuestas pudo reconocer el botn obtenido en sus incursiones de pillaje por el Danubio: clices de iglesias hechos en oro y plata, cortinas de oro y prpura y bolsas de pimienta, canela y tinte escarlata. Pero algunas de aquellas riquezas las haban producido ellos mismos, como las gruesas alfombras de lana con bordados de esbeltos animales o con formas geomtricas que habran podido ser vendidas en los mercados de Constantinopla por gran cantidad de nomismatas. Y lo mismo poda decirse del casco baado en oro de Tossuc, de su espada y su vaina o del estuche de su arco, todos ellos ornados con incrustaciones de

piedras preciosas. Los cojines, rellenos de lana y paja, estaban hechos de rica seda. A excepcin de la silla robada en sus pillajes, no haba ningn otro mueble de madera. La vida de los jurchen era demasiado errante para vivirla cargados de posesiones grandes y pesadas. Tossuc y Orda se sentaron cruzndose de piernas con una agilidad a cuya altura Argyros no estaba, a pesar de ser el ms joven de los tres. El khan empez a disparar una pregunta tras Otra: Cmo de grande era el ejrcito romano? Con cuntos caballos contaban? Cuntos hombres haba en la primera meros? Y en la segunda? Y en la tercera? Qu transportaban en la caravana de los pertrechos? El interrogatorio sigui y sigui y tras cada una de las respuestas de Argyros, Tossuc miraba a Orda de soslayo. El romano era incapaz de descifrar el inexpresivo e inmutable rostro del chamn. l saba que no les estaba mintiendo y esperaba que Orda tambin lo supiera. Al parecer as fue, pues finalmente, Tossuc dej de preguntar. El khan levant el brazo para alcanzar una jarra de vino, un ejemplo ms de los saqueos al Imperio. Bebi, eruct y le tendi la jarra a Orda. El chamn tom un trago y solt un eructo an ms fuerte que el de Tossuc. Le ofreci vino a Argyros y ste bebi a su vez mientras los dos nmadas lo observaban atentamente. El eructo que consigui expulsar languideca en comparacin con los de los otros, pero bast para dejarlos satisfechos. Sonrieron y le dieron unas palmadas en la espalda. Haba sido aceptado, aunque an con ciertas reservas. *** Tras un par de semanas cabalgando junto a los jurchen, Argyros se sorprendi de haber llegado a admirar a aquellos nmadas a los que tanto haba combatido. No haba duda de por qu hacan incursiones peridicas en las fronteras romanas tan pronto como tenan ocasin: viviendo como vivan del fruto de sus rebaos y sin plantar jams una

cosecha o asentarse una temporada, conseguan lo justo para su sustento y cobijo, pero nada ms. Cualquier lujo tena que provenir de sus sedentarios vecinos, ya fuera mediante el comercio o por el uso de la fuerza. El romano lleg a entender por qu los habitantes de la estepa consideraban el desperdicio de comida un pecado mortal. Los jurchen coman de todo lo que se encontraran en su camino, desde carne de caballo hasta rata, pasando por lobo o gato montes: todo iba a la cazuela. Tal y como hacan tantos soldados imperiales, los haba tachado de comedores de piojos, pero jams pens en ese calificativo ms que como un mero insulto, hasta que tuvo ocasin de verlo con sus propios ojos. Y cuando lo vio se puso enfermo de asco, pero le hizo comprender que era aquella vida tan dura lo que converta a los jurchen en aguerridos guerreros. Y es que en el combate cuerpo a cuerpo eran los mejores contrincantes que Argyros hubiera conocido jams. Haca aos que era consciente de ello, pero ahora saba el porqu. Cogan el arco por primera vez a los dos o tres aos de edad, momento en el que empezaban tambin a montar a caballo, y el verse obligados a pastorear, cazar y luchar para obtener la comida necesaria les endureca hasta un punto que ningn hombre civilizado alcanzara jams. Se alegr de ser bastante buen arquero y jinete, de forma que no desmereca entre ellos, aunque no se engaaba: no poda compararse con los mejores. Su destreza en la lucha y en el uso de la daga le vali ganarse el autntico respeto de los jurchen, que tenan menos necesidad que los romanos de dominar los trucos propios del combate en espacios cerrados. Una vez hubo vencido a un par de guerreros de las llanuras que le retaron a demostrar de qu estaba hecho, el resto empez a tratarle prcticamente como a uno ms. Pero aun as, la sensacin de ser un perro entre los lobos jams lo abandon. Aquella alienacin no haca ms que verse reforzada por el hecho de que no poda comunicarse ms que con el puado de nmadas que hablaba el griego. La lengua de los jurchen no se pareca en nada a las que l conoca, pues adems de

su lengua materna hablaba varios dialectos del latn y tena nociones de persa. Intent ir aprendiendo, pero el progreso era lento. Para empeorar las cosas, Tossuc no dispona de mucho tiempo que dedicarle. La planificacin de la jornada y el mantenimiento de la calma entre sus hombres (que tenan bastante tendencia a volverse pendencieros cuando beban alcohol) eran suficiente trabajo para mantener al khan tan ocupado como cualquier gobernador de provincias romano. As que Argyros empez a buscar la compaa de Orda, el chamn, y a verle cada vez ms a menudo. No slo se trataba de que hablara griego mejor que ningn otro de los habitantes de las llanuras: su mente tena horizontes ms amplios que los rebaos y la caza. Constantinopla, la gran capital desde la que los emperadores romanos haban dirigido su mundo desde haca ms de mil aos, ejerca una infinita y fascinante atraccin sobre el chamn. --Es cierto --pregunt-- que se tarda un da en atravesar la ciudad a caballo, que sus murallas llegan a las nubes y que los edificios tienen los techos de oro? He odo hablar de estas y otras maravillas a hombres de la tribu que han visitado la ciudad como enviados a la corte imperial. --Ninguna ciudad puede ser as de grande --replic Argyros, y sus palabras parecieron estar ms cargadas de certeza de lo que lo estaban en realidad. l era de Serrhes, un pueblo de la provincia de Estrimn, en los Balcanes, y jams haba visto Constantinopla. Prosigui con su argumentacin:-- Y para qu iba nadie a construir unas murallas tan altas que los defensores no pudieran ver a sus enemigos en el suelo? --Vaya, eso que dices tiene sentido --asinti Orda con satisfaccin--. Tienes cabeza encima de los hombros, y qu me dices de los techos de oro? --Eso podra ser --admiti Argyros--. Quin sabe todo lo que los ricos podran acumular en una ciudad que lleva ms de mil aos sin sufrir un saqueo? --Bueno, pues esto no se lo dir a Tossuc --dijo Orda estallando en carcajadas--, no lograra ms que estimular su

avaricia. Toma, bebe, un poco de kumiss y cuntame ms cosas acerca de la ciudad. A lo largo y ancho del Imperio e incluso aqu en las planicies que quedaban fuera de sus fronteras, Constantinopla era la ciudad. Argyros cogi el pellejo de leche de yegua fermentada que le tenda el chamn y al tomar un trago comprendi por qu Tossuc se deleitaba tanto con el vino. No obstante, daba una sensacin de plenitud en el estmago muy agradable. A los nmadas les encantaba beber, tal vez porque tenan muy pocos entretenimientos, e incluso los romanos, menos dados a los excesos, se encontraban con un buen dolor de cabeza al despertar un da s y otro tambin. Una noche bebi la cantidad suficiente para pinchar a Orda con un dedo y espetarle: --A tu manera eres un buen hombre, pero tu destino sern las llamas del infierno si no aceptas a Dios y abrazas la fe verdadera. Para su sorpresa, el chamn se ech a rer y tuvo hasta que sujetarse la barriga. --Perdname --dijo en cuanto pudo articular palabra--, no eres el primer romano que viene a nosotros, y tarde o temprano todo el mundo habla como t acabas de hacerlo. Yo creo en Dios. --Pero adoras a los dolos! --exclam Argyros sealando las imgenes humanas que colgaban a ambos lados de la puerta en el interior de la tienda de Orda y tambin a las ubres que colgaban bajo ellas-- y a esas cosas inertes e intiles les das a modo de ofrenda el primer trozo de carne y el primer sorbo de leche de cada una de tus comidas. --Por supuesto que lo hago --dijo Orda--, los hombres del clan se protegen unos a otros y las ubres son las guardianas de nuestro ganado. --Slo Dios, el nico, Padre, Hijo y Espritu Santo unidos en la Trinidad puede asegurarte una verdadera proteccin. --Yo creo en un Dios nico --replic el chamn imperturbable. --Cmo puedes decir eso? --grit Argyros--. Te he visto invocar a los espritus y leer los augurios de mil maneras.

--Todas las cosas tienen su espritu --declar Orda, quien se ech a rer al ver que Argyros sacuda la cabeza--. Espera a que llegue el da y te lo demostrar. --Por qu esperar? Mejor demustramelo ahora --replic Argyros. --Paciencia, paciencia. El espritu en el que estoy pensando es un espritu de fuego y duerme durante la noche. El sol ser quien lo despierte. --Ya veremos --respondi Basilios. Se dirigi a su tienda y pas la mayor parte de la noche rezando. Si Dios haba librado a un hombre de los demonios en Gadarene traspasndoselos a unos cerdos, sin duda no le resultara difcil desterrar a un espritu pagano del fuego de aquel chamn. Tras haber tomado un desayuno de leche de cabra, queso y carne secada al sol, el romano fue en busca de Orda. --Ah, s --dijo ste. Arranc un puado de hierba seca y lo coloc en mitad de un terreno de tierra rida. Los nmadas eran muy cuidadosos con el fuego, que podra extenderse por las llanuras a una velocidad devastadora. Aquellas precauciones hicieron que Argyros se quedara pensativo, ms que las palabras de Orda de la noche anterior: estaba claro que el chamn pensaba que podra cumplir su palabra. No obstante, Argyros sigui con la frente bien alta. --No veo ningn espritu por aqu, tal vez estn todava durmiendo --dijo imitando las burlas de Elias hacia los falsos sacerdotes de Baal. Pero Orda no mordi el anzuelo y respondi con calma: --El espritu habita aqu. De uno de sus numerosos bolsillos extrajo un disco de cristel transparente. No, no era exactamente un disco, pues tena los bordes mucho ms finos que el centro y su tamao era aproximadamente la mitad del de la encallecida palma de la mano del chamn. El romano hubiera esperado que hiciera alguna clase de invocacin, pero Orda no hizo ms que agacharse y mantener el trozo de cristal a unos dedos de la hierba seca, de forma que quedara alineada con sta y con el sol.

--Si se supone que es un espritu del fuego, no vas a arrimar el cristal a la yesca para que se toquen? --pregunt Argyros. --No me hace falta --respondi el chamn. El romano se acerc pestaeando para echar un vistazo ms de cerca. Jams haba odo hablar de una brujera de aquel tipo. Cuando tap el cristal con su sombra, Orda le espet cortante:-- chate a un lado! Ya te lo dije anoche: los espritus necesitan del sol para vivir. Argyros se apart un paso y pudo ver cmo aparecan unos puntos de luz brillantes en la base de una brizna de hierba blanquecina. --A eso le llamas espritu? Parece una cosa bastante nimia... No lleg a terminar la frase: un fino hilillo de humo empez a alzarse desde la hierba, que haba comenzado a chamuscarse en el punto en el que le daba la luz, y un momento ms tarde, el manojo rompi en llamas. El romano dio un salto hacia atrs, alarmado. --Por la Virgen y su Hijo! --exclam. Con una expresin de triunfo en el rostro, Orda se dispuso a apagar el fuego metdicamente. Argyros se senta a punto de reventar de tantas preguntas como se le ocurra hacerle, pero antes de que tuviera ocasin de hacerlo, recibi una orden que le oblig a separarse del chamn. Uno de los nmadas, mitad con gestos y mitad en griego chapurreado, le dijo que se pusiera a reparar los nidos de los pjaros hechos con tiras de cuero crudo y para cuando hubo terminado de decirle lo que tena que hacer, Orda se haba marchado a charlar con otra persona. Mientras iba trabajando, el romano intentaba dilucidar por qu haban fallado sus plegarias, y la nica respuesta que se le ocurri era que haba sido demasiado pecador para que Dios le escuchara. Y la verdad es que aquello fue flaco consuelo para l. *** Hasta el anochecer no volvi a tener oportunidad de hablar con el chamn. A pesar de que haba transcurrido casi un da

entero, segua estando perplejo por lo que haba visto y tuvo que tomar unos cuantos tragos de kumiss para poder calmarse lo suficiente como para preguntarle a Orda: --Cmo descubriste que ese espritu viva en el cristal? --Estaba engarzndolo en un colgante para una de las esposas de Tossuc. --Respondi el chamn. Argyros no haba conocido a ninguna mujer jurchen; la partida de asalto del khan las haba dejado atrs al cuidado de unos cuantos hombres y con la mayora de los rebaos para asegurar un ritmo de avance ms rpido. Orda prosigui:-- Entonces vi el pequeo punto de luz que genera el espritu. Por aquel entonces no conoca todava cules eran sus costumbres, as que llev el punto de luz a mi dedo y me quem. Tengo que decir que el espritu fue magnnimo, porque no me consumi entero. --Y sigues diciendo que crees en un nico Dios? --pregunt Argyros sacudiendo la cabeza con incredulidad. --Hay espritus en todas las cosas --dijo Orda, y aadi puntilloso--: tal y como t mismo has visto. Pero Dios est por encima de todos ellos, l dicta al mundo lo que es bueno y lo que es malo. Y eso es suficiente: no necesita que se le hagan rezos ni ceremonias. Qu importancia tienen las palabras si l tiene la capacidad de mirar en el interior del corazn de los hombres? Al romano se le abrieron los ojos como platos. Viniendo de un nmada, no hubiera esperado escuchar un argumento tan sutil. Tom otro largo trago del pellejo de kumiss --cuanto ms beba, ms le agradaba su sabor-- y decidi cambiar de tema. --Ya s por qu hablas de esa manera --dijo acusadoramente y remarcando sus palabras con el hipo. --Ah, s? Y por qu es? --replic el chamn sonriendo de nuevo con un ligero toque de desdn. Haba ido bebiendo al mismo ritmo al que lo haba hecho el romano y no estaba ms que un poco alegre, mientras que Argyros pareca estar francamente borracho. --Porque eres como Argos Panoptes, el personaje de la leyenda. --Enseguida, Argyros se dio cuenta de que iba a

tener que explicarle quin era Argos Panoptes, ya que Orda, al fin y al cabo, no haba gozado de los beneficios de una educacin clsica--. Argos tena el cuerpo cubierto de ojos, de manera que poda ver lo que suceda en todas partes al mismo tiempo. T debes haber aprendido algo de la magia con la que Argos consigui convertirse en lo que era. --Le cont cmo haba liderado a las fuerzas romanas que haban tratado de atacarle a l y a la partida de exploradores jurchen que estaban con l en la pequea loma durante la batalla--. Fuera hacia donde fuera que apuntaras con tu tubo, pareca que supieras exactamente lo que bamos a hacer. Debi tratarse de un embrujo con el que leer la mente de los oficiales. --Tu primera suposicin era mejor --contest el chamn echndose a rer con franco buen humor--. La verdad es que tengo esos ojos de Argos de los que estabas hablando. --Su acento silbante hizo que el nombre finalizara con un siseo amenazante. Argyros se dispuso a santiguarse, pero detuvo el gesto antes de haberlo empezado. Incluso sin los comentarios de Orda, los clices eclesisticos robados por Tossuc demostraban el poco respeto que el cristianismo inspiraba a los jurchen. Y ni que decir tiene que el Imperio se serva de la religin como instrumento para obtener un mayor control poltico, as que ahora que estaba viviendo entre los nmadas, el romano no quera posicionarse en contra de ellos. Pero de todas formas sinti cmo un escalofro de miedo le recorra el cuerpo. Siempre haba visto a Argos como al personaje de una leyenda pagana, y lo que es ms: de una leyenda pagana antigua. El hecho de concebirlo como un ser real y que segua existiendo trece siglos despus de la Encarnacin, realmente haca tambalear los cimientos de su mundo. --Dame un poco ms de kumiss, Orda --dijo temblando. Pero cuando el chamn le pas el pellejo, falt poco para que se le cayera. --Ay! Cuidado! No lo viertas! --exclam el chamn mientras Argyros lo manipulaba con torpeza--. Venga! Devulvemelo, que yo no lo voy a desperdiciar, te lo prometo!

--Perdn --dijo el romano pareciendo an tener dificultades para lograr controlar el saco hecho de pellejo. Por fin, sacudiendo la cabeza, se lo pas a Orda. El chamn lo empin y se bebi todo su contenido, finalizando con un sonoro chasquido de labios. --Tiene un sabor raro --dijo frunciendo levemente el ceo. --Yo no he notado nada --replic Argyros. --Y qu sabrs t de kumiss! --le espet Orda. Siguieron charlando un rato ms. El chamn empez a bostezar hasta que de tanto que abri la boca, le cruji la mandbula. Incluso a la tenue y temblorosa luz de la vela, tena las pupilas tan pequeas como cabezas de alfiler. Bostez una vez ms. A medida que se le iban cerrando los ojos, lanz a Argyros una mirada de desconfianza. --Has sido t...? La barbilla se le cay contra el pecho y, soltando un leve ronquido, se derrumb sobre la alfombra. El romano se qued sentado unos minutos, hasta que se hubo asegurado de que Orda no se iba a despertar. Le caa bastante bien el chamn y esper no haberle dado demasiada esencia de amapola, no fuera a dejar de respirar. No. Su pecho segua subiendo y bajando rtmicamente, aunque lo haca bastante despacio. Cuando comprob que el nmada estaba profundamente dormido bajo los efectos de la droga, se puso en pie. Sus movimientos eran mucho ms seguros de lo que haba hecho ver minutos antes. Saba que tena que darse prisa, pues como chamn, Orda se encargaba de cuidar de las enfermedades de los hombres y de los caballos, as que en cualquier momento de la noche podra irrumpir un hombre en su tienda. El chamn guardaba sus posesiones en unos cuantos cofres de mimbre que tena colocados contra la pared del fondo de su tienda. Argyros empez a rebuscar entre ellas. Se apropi de una daga que escondi entre los pliegues de su tnica y de un estuche de arcos que contena unos cuantos en su interior. Tan pronto como hubo terminado de registrar uno de los cofres, volvi a guardar en su interior las pertenencias del

chamn, de manera que si se presentara un visitante, con ayuda de la Santsima Virgen tan slo pensara que el chamn estaba demasiado dormido y por eso no lo poda despertar. La mitad de las cosas de Orda servan para la brujera, de una clase o de otra. Argyros quera llevarse gran cantidad de ellas para examinarlas tan pronto como tuviera ocasin de hacerlo, pero se senta demasiado presionado por el tiempo y a la vez recelaba bastante de aquella magia que no comprenda. Ah! se era el tubo con el que haba visto a Orda apuntar a los romanos. Haba credo que estara hecho de metal, pero result ser de cuero pintado de negro sobre un armazn de palitos. Sin duda haba dos ojos de Argos, uno en cada extremo del tubo, recogiendo el reflejo cristalino de la luz de las velas que estaban tras l. Sin dejar de temblar, cogi el tubo y lo coloc junto al cuchillo, envolvindolo en la tnica de forma que quedara lo mejor disimulado posible y sali paseando tranquilamente de la tienda del chamn. El corazn le lata con fuerza cuando se aproxim a la larga hilera de caballos amarrados. --Quin va? --grit un centinela levantando su antorcha para verle. Argyros se dirigi caminando hacia l con una sonrisa en la cara y levantando un arco en una de las manos. --Buka, el de la patrulla del sur, se dej esto olvidado. Kaidu se fue a dormir y me pidi que se lo llevara --explic en una mezcla de griego y de las pocas palabras que conoca del lenguaje de la estepa. Tras unas cuantas repeticiones y un montn de mmica, el centinela entendi lo que quera decirle. Argyros estaba decidido a recurrir al cuchillo si aquel jurchen hubiera desconfiado, pero los nmadas haban visto cmo en otras ocasiones se le encomendaban tareas menudas como aqulla y Buka no destacaba precisamente por su buena cabeza. --Ese estpido hijo de cabra! --dijo el guardin entre desagradables carcajadas--. Si no fuera porque la tiene pegada al cuerpo, un da sera capaz de olvidarse la cabeza por ah. Venga, muvete! El romano no lo entendi todo, pero s capt que le haba

dado permiso. Se dirigi hacia el sur, tal y como haba dicho que hara y tan pronto como se encontr lejos de las luces del campamento y lo suficientemente lejos para evitar ser odo, cambi de sentido describiendo un gran crculo y ech a galopar todo lo rpido que pudo en medio de la oscuridad. Lejos del hedor del campamento, la pradera despeda un olor dulce, verde, a vida. All en la distancia se escuch el triste trinar de un atajacaminos, un canto parecido a un lamento. La luna en cuarto menguante se alz un poco despus, derramando su plida luz sobre la estepa, lo que facilit a Argyros la tarea de desplazarse pero lo haca tambin ms vulnerable ante sus posibles perseguidores. Mientras espoleaba a su montura de spero pelaje pens que todo dependa de cunto tardaran los jurchen en descubrir que Orda haba sido drogado. Cada yarda de ventaja que consiguiera sacarles hara que fuera ms difcil de capturar. Se sirvi de todos los trucos que conoca para lograr que su rastro fuera ms difcil de seguir: avanz por las zonas poco profundas de los riachuelos, volviendo sobre sus pasos y pisando de nuevo sobre su rastro anterior. En una ocasin tuvo la suerte de encontrarse con una lengua de tierra por la que haban pasado los rebaos de los jurchen y la sigui durante unas cuantas millas... a ver si les gustaba tener que dedicarse a diferenciar sus huellas entre millares de huellas distintas. El amanecer empezaba a despuntar dibujando el cielo del este de rosa y oro cuando Argyros se dispuso a buscar un lugar en el que refugiarse. Su montura pareca seguir estando fresca --los nmadas criaban bestias ms resistentes que los romanos--, pero no quera arriesgarse a reventar al nico caballo que tena. Y lo que es ms, l mismo estaba tan agotado que saba que no iba a poder mantenerse mucho ms tiempo erguido en la silla. Le dieron ganas de dar un grito cuando divis una hilera de rboles hacia su izquierda. Eso quera decir que haba un riachuelo: agua fresca y con un poco de suerte peces o cangrejos de ro y tal vez incluso frutas o frutos secos. Y en caso de que las cosas fueran a peor, podra pelear estando a

cubierto. Llev a beber a su caballo y luego lo amarr cerca del agua donde esperaba que ningn observador pudiera descubrirlo. Tras poner a un lado el tubo y la daga que haba robado, se ech unos minutos junto al animal con la intencin de levantarse enseguida para ir a procurarse algo de comida. El estmago le ruga como un oso iracundo. Le despert el resplandor del sol en los ojos. Mir a su alrededor confundido: la luz vena de la direccin equivocada. Entonces se dio cuenta de que llevaba medio da durmiendo. Elev una plegaria de agradecimiento porque los nmadas no le hubieran pillado desprevenido. Haba mejillones de agua dulce adheridos a las rocas de la orilla del riachuelo. Los golpe con una piedra para abrirlos y comerse la dulce carne anaranjada, lo que calm un poco su hambre. Intent capturar un pez con las manos, pero no lo consigui. Algunos de los rboles estaban cargados de ciruelas, grandes y verdes. Suspir. No tardara en tener que ponerse a cazar. No obstante, de momento estaba ms interesado en el tubo. Por un momento crey que lo haba roto, pues sin duda era ms largo cuando lo rob de la tienda de Orda. Entonces se dio cuenta de que no se trataba de un tubo, sino de dos, pero que el extremo del ms estrecho entraba ingeniosamente en el mayor. Lo extendi hasta que alcanz su longitud mxima. Volvi a echar un vistazo a los ojos de Argos. A la luz del da y con ms tiempo para examinarlos, no se le parecan tanto a unos ojos de verdad. Se parecan ms al cristal en el que Orda tena atrapado al espritu del fuego. Argyros estuvo a punto de romper el tubo para ver lo que haba en su interior, pero se detuvo. Quin sabe qu clase de demonio podra liberar? Tal vez pudiera ver qu aspecto tena el demonio. Lentamente, y listo para lanzar el tubo al suelo en un instante, se coloc la parte ms gruesa hacia la cara al tiempo que murmuraba: Madre de Dios, apidate de m!. El rostro lascivo y cornudo que haba esperado encontrar no apareci. Lo que vio le pareci ms extrao an: al fin y al cabo haba odo hablar de los demonios desde su ms tierna

infancia, pero cmo iba a saber qu era un minsculo crculo de luz con diferencia ms pequeo que el dimetro del tubo y que apareca en medio de la ms profunda negrura? Y lo que haba dentro del crculo...! Se apart el tubo de la cara y se frot los ojos con incredulidad. Repitiendo una vez ms su plegaria, volvi a levantar el tubo con precaucin. Con toda seguridad se trataba de los rboles de la orilla opuesta, pero de tamao diminuto, como si los estuviera viendo desde una lejana distancia, en lugar de tenerlos a tan slo unos cuantos cientos de pies. Y estaban --por la Virgen Santsima!--, estaban boca abajo, con las copas en donde deberan haber estado las races, y el riachuelo que discurra por el suelo, ocupaba el lugar del cielo. Baj el tubo y se sent mesndose la barba, perplejo. Por su vida que no vea en qu manera contemplar el mundo como si fuera minsculo y estuviera patas arriba poda haber ayudado a los jurchen a vencer a los romanos en la batalla. Por otra parte, poda ser que l no hubiera comprendido del todo la magia de Orda. Bien, qu poda hacer que no hubiera hecho? Al principio no se le ocurra nada, pero se dio cuenta de que las dos veces haba mirado por el lado grueso del tubo. Qu pasara si probara a mirar por el pequeo? Lo sujet de esa manera contra un ojo y cerr el otro para evitar confundirse ms de lo que ya lo estaba. Esta vez, el crculo de luz encerrado en la negrura del interior era ms grande. Pero si antes la imagen haba sido perfectamente ntida --aparte de diminuta y puesta del revs--, ahora no era ms que una confusa y difuminada mezcla de colores y formas indeterminadas. Argyros pens vagamente en san Pablo mirando a travs de un cristal, aunque en esta ocasin borrosamente sera la palabra adecuada. Se apart el tubo de la cara y se frot los ojos. Orda haba sabido cmo hacer funcionar aquella maldita cosa, acaso era l demasiado estpido incluso para seguir los pasos de un brbaro? Tal vez fuera as, pero no estaba todava preparado para admitirlo.

Apunt con el tubo a lo ms alto de la copa de un enorme roble que estaba al otro lado del riachuelo y prest mucha atencin a lo que vea. Con toda seguridad, la base de la imagen era del azul del cielo y la parte alta era verde. Entonces, daba igual cul fuera el extremo elegido, el tubo siempre inverta la imagen del mundo. Pero cmo lograr que la imagen fuera ms ntida? Argyros pens que tal vez Orda contara con un hechizo que hacer a sus propios ojos. Si era as, estaba perdido, as que no tena sentido perder el tiempo preocupndose al respecto. Volvi a plantearse la misma pregunta de antes: qu poda hacer que no hubiera hecho ya? Cay en la cuenta de que el tubo estaba en realidad compuesto por dos tubos. El chamn de los jurchen lo haba construido as a propsito, sin duda, pues le hubiera resultado ms sencillo hacerlo de una sola pieza. Con un gruido de determinacin, Argyros empuj el tubo pequeo hasta que qued todo lo posible dentro del otro. Volvi a mirar por l. La imagen era an peor que antes, lo que Argyros no hubiera credo posible. Se neg a abandonarse al desengao; al fin y al cabo, haba logrado que las cosas cambiaran. Tal vez lo haba empujado demasiado. Tir del tubo pequeo hacia fuera hasta dejarlo a mitad de camino. --Por la Santsima Virgen! --exclam. La imagen segua siendo bastante borrosa, pero se haba aclarado lo suficiente para permitirle distinguir hojas y ramas de los rboles del otro lado del torrente y parecan estar tan cerca que pudiera alargar una mano y tocarlas. Meti el tubo un poco ms adentro y la imagen perdi nitidez. Volvi a sacarlo hasta donde lo haba tenido colocado antes y luego un poquitn ms. Aunque las lejanas hojas aparecan afiladas como la lama de un cuchillo, no se poda decir que la imagen fuera perfecta. Estaba todava ligeramente distorsionada y todas las cosas presentaban un borde de color azul y el contrario de color rojo. Pero Argyros hubiera podido contar las plumas de un pardillo que estaba tan lejos que a simple vista no hubiera ni tan siquiera podido individualizarlo entre el

fondo de hojas verdes. Sobrecogido, baj el tubo. Aristfanes y Sneca haban escrito acerca del uso de una jarra redonda de cristal como medio de aumento, pero slo para observar cosas cercanas. Ninguno de los sabios de la antigedad haba vislumbrado la posibilidad de agrandar los objetos que estaban situados a distancia. No obstante, al recordar a los autores clsicos le vino a la mente otra cosa. Aquella jarra redonda de cristal hubiera sido gruesa en el centro y fina en los bordes, exactamente igual que los cristales de Orda, de manera que el hecho de conseguir efectos peculiares en la luz podra ser una propiedad de tales objetos transparentes y podra darse sin tener a espritu de la luz alguno atrapado en su interior. Argyros dej escapar un largo suspiro de alivio. Se haba sentido horrorizado cuando comprob que sus plegarias no bastaron para impedir a Orda que hiciera fuego con el cristal. Pero si hubiera estado rezando para dejar sin efecto una de las leyes de la naturaleza, incluso aunque se tratara de una ley que l mismo no comprendiera, su impotencia pasara a ser perfectamente comprensible. Dios haca milagros, pero slo por mediacin de un santo y el romano estaba seguro de que l no lo era. Llevaba tanto tiempo en el campo que hasta las mujeres jurchen, a medio vestir, con el pelo lleno de grasa y apestando a mantequilla rancia, le hubieran parecido hermosas. Cerr el tubo y lo guard en la alforja. Ahora no le quedaba ms que llevarlo hasta donde se encontrara el ejrcito romano. Los artesanos romanos seran, sin duda alguna, capaces de fabricar una rplica del invento con el que el chamn nmada se haba encontrado por casualidad. *** --Por Cristo, por la Virgen y por todos los santos! --estall Basilios Argyros un par de das ms tarde-- Soy un estpido! Su caballo mene las orejas ante aquel ruido inesperado. No le prest atencin y sigui, en voz tan alta como antes:

--Si los ojos de Argos van a poder ser utilizados para permitir a Tekmanios ver a sus enemigos a distancia, podrn hacer lo mismo por m. Y estando solo, y slo Dios sabe cuntos hombres de la estepa me van siguiendo el rastro, tengo ms necesidad de ver de lejos que la que Tekmanios tendr jams en su vida. Sac el tubo de la alforja en la que haba estado reposando desde que lo guardara junto al riachuelo. Pasado un instante dej de reprocharse su estupidez. Los ojos de Argos eran algo nuevo para l: cmo iba a alcanzar a comprender de repente todas aquellas cosas para las que resultaban tiles? Resultaba mucho ms fcil estar rodeado de las cosas de siempre, pero por el momento, aquel nuevo objeto resultaba de mayor utilidad que ningn otro antiguo que l hubiera conocido. Amarr su caballo a un matorral situado en la base de una colina no muy alta por la que ascendi a pie. Al llegar a la cima se ech sobre el vientre para arrastrarse por la hierba. Incluso sin necesidad de un ojo de Argos, la silueta de un hombre recortada contra el cielo resultaba visible desde una gran distancia. Esta vez no se sorprendi cuando el mundo se puso boca abajo al colocarse el tubo contra el ojo. Rastre trazando un crculo y detenindose siempre que perciba movimiento. De no haber contado con el tubo, la pequea nube de polvo que observ al sur, le hubiera hecho huir, pero gracias a l pudo comprobar que no se trataba de jinetes, sino de simple ganado pateando el suelo. Poda seguir por el camino que haba elegido, desplazndose en torno a los nmadas en direccin al ejrcito romano antes de que Tekmanios se lo llevara de vuelta a las apacibles tierras situadas al sur del Danubio. Sin duda, Tossuc y Orda podran imaginarse cul era su propsito. Pero la estepa era tan extensa que no crea que los jurchen pudieran interferir con l apostando piquetes en su camino. Tendran que intentar seguir sus huellas y eso, Theou thelontos, si Dios quera, no iba a suceder. Y desde luego que no, si es que sus oraciones podan evitarlo. Transcurridos cuatro das, empez a sentirse seguro. Dios le

haba concedido su deseo. Estaba mucho ms hacia el sur de lo que hubieran podido apostarse los jurchen para tenderle una emboscada y lo que era mejor an, acababa de encontrarse con un rastro de huellas que reconoci como romanas, pues los caballos que las haban hecho estaban herrados. --Pero no es cuestin de confiarse ahora --dijo en voz alta. Se dio cuenta de que cada vez hablaba solo ms a menudo para contrarrestar el silencioso vaco de la estepa. Cit la famosa advertencia de Soln al rey Kroisos de Lydia: Ningn hombre es feliz hasta que no est muerto. As que, en pro de su seguridad, volvi a servirse de los ojos de Argos para mirar en la direccin de la que l vena. El efecto de aumento del tubo le dio la impresin de que los jinetes jurchen se precipitaban contra l a toda velocidad. Incluso vistos as, cabeza abajo, la lgubre intensidad con que cabalgaban resultaba aterradora. Todava no lo haban divisado, iban estirando el cuello por encima de las cabezas de sus caballos para ir reconociendo el terreno y mantenerse tras sus huellas. Pero si ya le haban ganado tanto terreno, pronto podran verlo y dara comienzo la ltima fase de la cacera. Clav los talones con todas sus fuerzas en el lomo de su caballo, pero todo lo que pudo conseguir fue un lento y cansino trotecillo. Slo una bestia de las llanuras habra sido capaz de lo que sta haba hecho; un caballo romano se hubiera agotado mucho tiempo atrs. Pero incluso los animales de los nmadas tenan un lmite y ste lo haba alcanzado. Volvi a mirar hacia atrs. Esta vez pudo ver a sus perseguidores sin ayuda del tubo y ellos podan verle a l. Sus caballos, frescos porque no llevaban das cabalgando, se acercaban al galope. No faltaba mucho para que estuvieran a tiro de flecha. Con suerte podra acertar y darle a uno o a dos de ellos, pero aquella partida estaba compuesta por muchos ms hombres. Cuando vio que tena otra partida de hombres a caballo por delante, todas sus esperanzas se desvanecieron. Si tena a los jurchen tanto por delante como por detrs, ni siquiera el

milagro del que no era merecedor bastara para salvarle. Aquellos otros jinetes tambin lo haban divisado y se dirigan hacia l a toda velocidad, tal y como lo hacan los guerreros de la estepa que le venan pisando los talones. Van corriendo a ver quin me dispara primero, pens mientras colocaba una flecha en su arco robado y se dispona a plantar cuanta batalla le fuera posible. Como iban a su encuentro en lugar de perseguirle, los hombres de delante se acercaban a mayor velocidad. Prepar el arco para disparar al ms cercano, pero el reflejo del sol en la cota de malla le impeda calcular la distancia. Cota de malla... su mente tard un segundo en darse cuenta de lo que aquello significaba. Entonces, baj el arco y grit con todas las fuerzas de que fue capaz: --A m, romanos, a m! Al rescate! Los jinetes que se aproximaban se detuvieron un momento sorprendidos y luego pasaron de largo dirigindose hacia los jurchen. Oblig a su caballo a girarse para ayudarles. Las dos partidas estuvieron intercambiando flechas a larga distancia. Como de costumbre, los nmadas eran mejores arqueros que los romanos, pero eran tambin menos numerosos. Y tampoco podan presionar ms pues un par de sus embestidas fueron rechazadas por los romanos. Argyros, exultante, rompi en gritos de alegra cuando los jurchen, sombros, se batieron en retirada tirando disparos partos por encima del hombro a medida que se iban alejando. Entonces, su montura emiti un grito ahogado y se derrumb, con la garganta atravesada por una flecha. No le dio tiempo de bajarse de un salto. El animal cay sobre l dejndolo atrapado bajo su peso. Se golpe la cabeza contra el suelo. El mundo se volvi rojo y luego negro. *** Cuando volvi en s, senta un fuerte dolor de cabeza y el resto de su cuerpo pareca haberse convertido en una gran magulladura. Pero ante todo, sinti alivio al comprobar que no segua atrapado bajo la carne y los huesos de su caballo

muerto. Una tras otra, prob si senta sus extremidades: todas respondieron a sus rdenes voluntarias. Se incorpor rechinando los dientes. Estaba rodeado por media docena de romanos en pie que formaban un crculo cerrado. Estir el cuello para mirarlos: aquello tambin le doli. Entre los que le miraban fijamente se encontraban Bardanes, Alexandros y Justino de Tarso. --As que no te han gustado tanto los brbaros, al fin y al cabo --dijo Alexandros cuando sus ojos se encontraron con los de Argyros. Sonri. Era una sonrisa particularmente desagradable, una expresin que deba asemejarse a la de un halcn que est a punto de abalanzarse sobre un ratoncillo de monte. --Me temo mucho, Basilios, que no puedes desdesertar --le solt Justino. Pareca estar afligido. Para ser soldado, no era un hombre especialmente cruel, pero tampoco haba en l la ms mnima sombra de duda. Prosigui--: pasarse al bando enemigo slo se castiga con una pena. Bardanes, que estaba de pie a su derecha, le peg una patada en las costillas al romano prdigo sin mediar palabra. Uno de los hombres que estaba detrs de l --no tuvo ocasin de ver quin haba sido-- le propin otra patada en la espalda. --Ahora vas a recibir tu merecido por habernos abandonado --dijo Alexandros entre carcajadas mientras se desahogaba tambin patendole. Argyros se dio cuenta de que iban a matarlo a patadas ah mismo, as que se enrosc protegindose la cara y la cabeza con los brazos. --Llevadme ante Hermoniakos! --grit, aunque las palabras sonaron ms a quejido que a otra cosa. --Y por qu deberamos molestar al lugarteniente general cuando podemos encargarnos de ti nosotros mismos? --pregunt Alexandros. Argyros solt un gemido de dolor cuando una bota le machac el muslo. --Esperad! --dijo Justino. --Para qu? --pregunt Bardanes abriendo la boca por primera vez, aunque su pie haba resultado ser ms que elocuente.

Tanto l como Alexandros eran incapaces de olvidar que Basilios haba emprendido la huida cuando estaba de patrulla con ellos, lo que les haba expuesto a que los tomaran por cmplices de su desercin. --Porque soy vuestro comandante y os lo ordeno! --grit Justino. Pero no iba a bastar con eso, se daba cuenta de que empezaba a tomar forma en sus rostros una expresin de rebelda, as que aadi:-- si Argyros tiene tantas ganas de ver al lugarteniente general, se lo vamos a facilitar. Hermoniakos cuenta con medios ms interesantes que las botas para acercarlo a la muerte, y no le faltan agallas para recurrir a ellos. Los exploradores tomaron en consideracin sus palabras. Finalmente, Alexandros dijo con una risita: --Pues s. El hypostrategos suele convertirse en un autntico hijo de mala madre cuando se enfada. Bien, le dejaremos que se encargue personalmente de este bastardo. Me pregunto qu se le ocurrir hacerle. Argyros lo haba escuchado todo, aunque le pareca que haba sido desde la lejana. Le pareca que nada de todo aquello tena sentido alguno. La nica realidad era su propio dolor; y la incomodidad adicional de que lo arrastraran por los pies hasta un caballo, a cuyos lomos lo echaron como un fardo que contuviese un cadver, apenas empeor ya las cosas. Por suerte, nunca fue capaz de recordar la mayor parte del viaje de vuelta hasta el campamento romano. Lo que s recordaba era haberse despertado horrorizado entre las sacudidas y haber gritado: Las alforjas de mi caballo! --Cierra la boca! --gru Alexandros--. Ya nada es tuyo! Lo hemos cogido todo para repartrnoslo entre nosotros, si es que has robado algo de los jurchen que valga la pena conservar. Argyros volvi a desmayarse y Alexandros interpret su suspiro de alivio como un gemido de angustia. La siguiente vez que recuper el conocimiento fue cuando le cortaron las ataduras de los tobillos y las muecas y cay al suelo deslizndose como un saco de cebada. Alguien le tir un cubo de agua en la cara. Gru y abri los ojos. El mundo

daba vueltas y estaba ms borroso que cuando mir por el tubo. --As que has pedido que te trajeran ante mi presencia, eh? --Basilios reconoci la voz de Andreas Hermoniakos antes de lograr enfocar la vista sobre la imagen del lugarteniente general. --Responde a su excelencia! --dijo Justino de Tarso a la par que Alexandros ya se adelantaba para volver a patearlo. Hermoniakos le indic con un gesto que esperara. El segundo cubo de agua lo dej empapado. Logr esbozar un desaliado saludo y el movimiento le hizo preguntarse si no tendra rota la mueca. --Le comunico el xito de mi misin --dijo torpemente. Tena un corte en el labio, pero no crea haber perdido ningn diente: haba acertado a parar con el brazo la patada que iba dirigida a su boca. Para sorpresa de los exploradores, el lugarteniente general fue hasta donde l estaba. --Dnde est? Qu es? --pregunt. En su aturullamiento, apoy una mano en el hombro de Argyros, que hizo una mueca de dolor. Hermoniakos retir la mano de inmediato. --Perdname, te lo ruego. Argyros no le prest atencin. Segua intentando responder a las dos preguntas anteriores. --El tubo... en la alforja --logr por fin balbucear. --Gracias, Basilios. Cuando Hermoniakos se levant, fue Alexandros quien expres lo que sus camaradas tenan en mente: --Seor, este hombre es un desertor. --Eso es lo que vosotros pensabais, evidentemente --le espet el lugarteniente general--. Ahora, ve a buscar a un mdico inmediatamente. S, t, soldado! --Alexandros se march con una sensacin cercana al pnico mientras Hermoniakos se volva hacia los otros hombres--. La desercin fue fingida, por supuesto, pero vosotros tenais que creer que haba sido autntica por si acaso os capturaban los jurchen. Jams hubiera pensado que ibais a resultar ms peligrosos para Argyros que los propios nmadas.

Cuando el lugarteniente general se dispuso a comprobar el contenido de la bolsa, unos cuantos hombres aprovecharon la ocasin para hacer mutis por el foro. Los dems se quedaron mirndose entre s o con la vista fija en el suelo o el cielo, a cualquier sitio menos al hombre que haba sido su capitn y al que haban convertido en su vctima. Algunos de ellos lanzaron exclamaciones al ver que Hermoniakos extraa el tubo de la bolsa: haban visto a Orda con l durante la escaramuza de los exploradores que tuvo lugar antes de que diera comienzo la batalla contra los jurchen. Justino de Tarso fue el primero en resolver el rompecabezas: --Usted le envi para que robara la magia de los hombres de la estepa! --S --respondi Hermoniakos cortante, y luego, dirigindose a Argyros, pregunt--, qu hay que hacer para que funcione el hechizo? --No creo que se trate de un hechizo, seor. Dmelo. --Cogi el tubo con la mano izquierda y lo prepar sujetndolo con la parte interior del codo derecho. S, no haba duda de que tena la mueca partida. Con dificultad extrajo la parte delgada del tubo hasta donde pens que sera la distancia adecuada. Cuando se llev el tubo a la cara, Bardanes Philippikos hizo una seal contra el mal de ojo. Hizo un ltimo y pequeo ajuste antes de pasarle el tubo a Hermoniakos. --Sujteselo contra el ojo y apunte hacia aquel sendero, seor --dijo. --Madre de Dios! --exclam en voz baja el lugarteniente general cuando hubo hecho lo que Argyros le indic. Pero ste no le estaba ya prestando demasiada atencin: el ruido de los pasos del mdico del ejrcito que se acercaban a l le resultaba un sonido mucho ms grato. *** --Bien hecho! Buen trabajo! --dijo Ioannes Tekmanios unos cuantos das ms tarde, cuando Argyros pudo levantarse para

presentar su informe oficial al general. --Muchas gracias, su ilustrsima --respondi el capitn de exploradores. Se acomod agradecido en la silla plegable que Tekmanios le indic con un gesto de la mano; todava le faltaba bastante para poder mantenerse de pie un rato largo. Acept un vaso de vino a pesar de que no estaba acostumbrado a que fuese un general quien se lo sirviera. --Ojal hubiera habido dos tubos de esos para que los pudieras haber cogido! --dijo Tekmanios--. Nos quedaramos con uno y el otro lo enviaramos a Constantinopla para que los artesanos lo tomaran como modelo para fabricar ms. --Hizo una pequea pausa y se qued pensativo. Finalmente continu:-- Pero que sea Constantinopla quien se lo quede. Dentro de poco nos replegaremos hacia nuestro lado del ro, y si he podido vivir sin tus ojos de Argos todos estos aos, podr resistir sin ellos un mes ms. Argyros asinti. l habra tomado la misma decisin. Ioannes Tekmanios pareca seguir estando un poco ausente, abstrado. --Me pregunto cmo es posible que ese brbaro diera con este objeto y que ningn hombre civilizado lo hiciera. --Descubri por casualidad que un cristal debidamente tallado tena la capacidad de encender un fuego --respondi Argyros encogindose de hombros--. Debi de preguntarse qu pasara si se juntaban dos y se le ocurrira mirar a travs de ellos. --S, supongo que sera as --dijo Tekmanios distrado--. Ya da igual. Ahora somos nosotros quienes tenemos el tubo y de nosotros depende buscarle todas las utilidades posibles. Me imagino que los primeros hombres que recibieron el fuego de Prometeo, si es que crees en ese mito, no sabran tampoco para cuntas cosas les podra servir. --As es, seor --asinti Argyros. Le fascinaba esa clase de especulaciones. La cristiandad se enfrentaba a una era ms perfecta, lo que necesariamente implicaba que cualquier tiempo pasado no lo haba sido tanto. Era un concepto difcil de asimilar. Las cosas haban permanecido igual desde cuando alcanzaba su memoria y por lo que le haban contado,

haba sido de idntica forma en tiempos de su padre y de su abuelo. Tekmanios haba estado pensando en otro asunto. --Todava queda por resolver el problema de qu hacer contigo. --Seor? --pregunt Argyros sorprendido. --Bueno, no puedo tenerte ms tiempo aqu en el ejrcito, eso est claro --dijo el general levantando una ceja por tener que explicar algo que era obvio--. O no te parece que sera bastante extrao volver a tener bajo tus rdenes a unos hombres que te han apaleado hasta dejarte medio muerto? --Visto as, s, seor --reconoci. Era consciente de que los exploradores se sentiran aterrorizados. Tambin temeran que se vengase de ellos, por lo que podran incluso preparar un accidente para acabar con l de una vez por todas--. Entonces... qu? --Tal y como te estaba diciendo, has hecho un buen trabajo al desvelar el secreto de los jurchen. Y se da la circunstancia de que Georgios Lakhanodrakon es primo de mi esposa. --Se refiere al jefe de los Oficios, seor? --pregunt Basilios. El jefe de los Oficios era uno de los ms poderosos funcionarios del Imperio romano y uno de los pocos que tenan derecho a informar al emperador en persona. --S. Entre otras atribuciones, dirige el cuerpo formado por los magistrianoi. Qu te parecera encargarte de transportar tu precioso tubo hasta Constantinopla junto con una carta en la que se le inste a que te admita entre sus filas? Por unos instantes, Argyros no escuch ms que la palabra Constantinopla. Y con eso era suficiente. Al igual que cualquier otro ciudadano del Imperio, llevaba toda su vida escuchando historias acerca de sus maravillas y sus riquezas, pero verlas con sus propios ojos! A partir de ah, el resto de lo que Tekmanios dijera cay en saco roto. Los magistrianoi eran agentes imperiales de lite: investigadores y en ocasiones incluso espas, que servan bajo la supervisin directa del jefe de los Oficios, el nico hombre que se interpona entre ellos y el emperador, vicario de Dios en la Tierra. Argyros haba fantaseado con un puesto como

ese, pero no haba pasado de ser eso: una fantasa. --S, seor! Gracias, seor! --exclam. --Pens que te gustara --dijo Tekmanios con una sonrisa--. Es ms mrito tuyo que mo, que lo sepas. Te has ganado esa oportunidad. Ahora est en tus manos sacarle el mayor provecho posible. --S, seor --repiti Argyros relajndose ligeramente. --Tmate unos cuantos das ms para recuperar fuerzas --dijo el general con una sonrisa ms amplia an-- y despus os enviar a ti y a tu tubo de vuelta al Danubio acompaados de una potente partida de refuerzos para asegurarme de que llegis de una pieza. Una vez all, puedes coger una barca por el ro hasta Tomes, en el mar llamado Ponto Euxino, y ya desde ah subir a un autntico barco que os lleve a la ciudad. sa ser una forma ms rpida y segura de viajar que ir por tierra. La amplia sonrisa que luca Argyros en el rostro pareca no encajar en sus facciones por lo general lgubres, pero no poda borrrsela de la cara mientras sala de la tienda de Tekmanios. Una vez en el exterior, levant la vista hacia el cielo para dar las gracias a Dios por su buena fortuna. La plida y manchada luna, casi en cuarto creciente, llam su atencin. Se pregunt qu aspecto tendra si se la contemplaba con los ojos de Argos. Esa misma noche, si se acordaba, lo iba a averiguar. Quin sabe? Tal vez resultara interesante.

_____ 2 _____ Etos Kosmou 6816 Basilios Argyros se senta atrapado tras los montones de papiros que atestaban su escritorio. No era la primera vez que se cuestionaba si haba sido buena idea hacerse magistrianos. Cuando era oficial de exploradores del ejrcito romano, su trabajo siempre le pareci

maravilloso, fascinante, interesante. Basilios haba pensado que su nuevo trabajo sera parecido al anterior, slo que se desarrollara a escala de todo el Imperio. Ni de lejos hubiera credo cuan poco tiempo le dedicara a las labores sobre el terreno y cunto a despachar minucias. La burocracia imperial databa de trece siglos atrs, as que haba una gran cantidad de minucias que despachar. Dio un suspiro y volvi a enfrascarse en la redaccin de un informe relacionado con una operacin en la que haban frustrado los planes de contrabando de unos mercaderes francos