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  • Adolfo Surez

  • Adolfo Surez

    Ambicin y destino

    GREGORIO MORAN

    DEBATE

  • Primera edicin: mayo de 2009

    2009, Gregorio Moran 2009, de la presente edicin en castellano para todo el mundo:

    Random House Mondadori, S. A. Travessera de Gracia, 47-49. 08021 Barcelona

    Quedan prohibidos, dentro de los lmites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrnico o me-cnico, el tratamiento informtico, el alquiler o cualquier otra forma de cesin de la obra sin la autorizacin previa y por escrito de los titulares del copyright. Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogr-ficos, http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra.

    Printed n Spain - Impreso en Espaa

    ISBN: 978-84-8306-834-2 Depsito legal: B-14.941-2009

    Compuesto en Vctor Igual, S. L. Impreso en Litografa SIAGSA

    Joaqun Vayreda, 19. Badalona (Barcelona)

    Encuadernado en Relligats Mollet C

    8 4 8 3 4 2

  • A mi generacin, que empez luchando contra

    la mentira que fue el franquismo, y que luego

    acab aceptando todas las dems

  • ndice

    INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS .................................................... 11

    PRIMERA

    PARTE LA

    GLORIA

    1. El elegido.................................................................................. 47

    2. Hacerse demcrata en un ao ................................................. 101

    3. Un presidente, un partido, una ambicin ............................... 160

    4. La quiebra del liderazgo ........................................................... 209

    SEGUNDA

    PARTE LA

    CUCAA

    5. El va crucis de vila ............................................................... 307

    6. A Madrid en busca de fortuna ................................................ 338

    7. A tus rdenes, jefe!, o el aprendizaje....................................... 347

    8. La generacin del SEU pide permiso ...................................... 389

    9. Segovia, parada y fonda del Poder ........................................... 418

    10. Fidelidad al pasado, al presente y al futuro ............................. 439

    11. Las derrotas, con dinero, duelen menos .................................. 489

    12. El ao que muri Franco ................................................ 521

  • NDICE

    TERCERA PARTE EL

    PURGATORIO

    13. El final de la ambicin .............................................................

    541

    NOTAS .............................................................................................

    603

    NDICE ALFABTICO .........................................................................

    621

  • Introduccin en tres tiempos

    PRIMERO EL

    PERSONAJE

    Quiz nos hicimos mayores cuando descubrimos que era el pasado el

    que cambiaba siempre, y que el presente segua en general inmutable.

    Bastaba echar un vistazo a la llamada transicin democrtica para que

    nos expusiera, como en un espejo, lo mucho que haba ido cambiando

    nuestro pasado y la resistencia del presente a transformarse.

    En 1979, cuando empec a estudiar la transicin, que haba pasado

    ya su ecuador, apareca como un encaje de bolillos con tres encajeras:

    Torcuato Fernndez Miranda, Adolfo Surez y el Rey. Haba tambin

    unos cuantos ms apostados a la vera de la mesa, observando y metien-

    do baza, pero los que marcaban las reglas del juego eran tres.

    Luego, el tiempo fue aparcando a uno. Torcuato se convirti en una

    especie de espectro paterno de Hamlet, al que quitaron la posibilidad de

    decir sus frases, y que quedara desde entonces al fondo del escenario, sin la

    posibilidad de hablar, mudo para siempre. Morira en un hospital de Lon-

    dres, en julio de 1980, cuando visitaba a uno de sus hijos. Adolfo Surez,

    an presidente del Gobierno, manifest con rotundidad que no asistira a

    su funeral, y all estuvo el reclinatorio, esperndole ostentosamente.

    Y por fin le toc a l. El turno de Surez lleg en enero de 1981.

    Aguant hasta bastante ms all de lo que sus adversarios calculaban, y fue

    muy arrogante en su derrota, pero por ms que se revolva, tratando de sa-

    car pecho y cabeza, no hubo manera. Fue entonces cuando volvi a cam-

    biar el pasado, y aseguraron que haba asumido el ostracismo poltico con

    enorme dignidad. Todo ms falso que el papel moneda. Puro referente.

    Al final se qued el Rey, el motor de la transicin y el cambio, solo,

    apenas con algn mecnico, que es como se llamaban antiguamente a

    los conductores que adems servan un poco para todo.

  • 12 ADOLFO SUAREZ

    Y entonces lleg la foto y aparecieron las puertas del cielo: el ho-

    menaje al sacrificado. El Rey, de espaldas, echndole el brazo por detrs

    a un Adolfo Surez en camisa, recogida hasta los codos, y algo encogi-

    do por la enfermedad implacable. En la instantnea caminaban juntos, y

    tan al unsono, que basta ver el pie derecho de ambos, en la misma dis-

    posicin de marcha hacia la espesura de un jardn umbroso. Fin de la se-

    cuencia. Uno enfermo de Alzheimer y el otro sano de supervivencia ce-

    rraban en ese plano final con fundido a rosa una turbulenta historia,

    paseando tranquilamente el Rey lleva una mano en el bolsillo ha-

    cia la naturaleza, siempre acogedora, y dndole la espalda al fotgrafo, a

    nosotros, al pasado. La ms hermosa imagen: la alta poltica convertida

    en un gesto sencillo y humano que iluminar a quienes pretendan mirar

    hacia atrs. Y se toparn con esa foto, casi un cuadro de poca, que en-

    sea sin ningn gnero de duda lo grandes, dignos, magnnimos, va-

    lientes y sufridores que fuimos todos, sin excepcin.

    Esa foto fue preparada, disparada, retocada, edulcorada y enviada a

    los espaoles, y quedar como el magno resumen del tndem que forj

    la democracia. Sin ninguna duda se trabaj a conciencia, con sentido de la

    oportunidad, y no sin cierta alevosa. Imagnense si ese retrato viene a

    cerrar un pasado, que se hizo pblico el 18 de julio de 2008! Nadie re-

    cuerda ya aquel otro 18 de julio, y todos los 18 de julios festivos que si-

    guieron a aquel primero de 1936? Pues no; ni se acuerdan, ni tiene ya

    sentido alguno hacerlo.

    Un retrato sacado en el ltimo momento, en el tiempo de descuento

    final de ese hombre que fue Adolfo Surez Gonzlez, ex presidente del

    ltimo gobierno autoritario y del primero de la democracia. Prota-

    gonista de excepcin de la transicin de la dictadura a la democracia, en

    el instante postrero posa de espaldas para inmortalizar la definitiva con-

    sagracin de un pasado y del principal superviviente, el que conserv el

    poder en las ms procelosas situaciones, el Rey.

    Esa foto de Adolfo Surez de espaldas marchando con Juan Carlos,

    que en gesto carioso le pasa el brazo por el hombro, quedar como el

    icono definitivo de una poca; pelillos a la mar y que nos quiten lo bai-

    lado. Atribuida, no sin candidez, al hijo de Surez, Adolfo S. Illana, que

    de ser cierto hubiera demostrado, con su golpe de vista y una buena c-

    mara, que al menos algo saba hacer bien. No se precisa ser un experto del

    Photoshop electrnico para detectar en esa instantnea la mano de un

    profesional. Lo delata a gritos la profundidad de campo, el encuadre, la

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS J3

    nitidez, incluso la magnificencia de un fotgrafo de cmara. Bastara la

    ayuda de Alberto Aza, profesional donde los haya; el mismo que ayer

    fue jefe del gabinete del presidente Surez hasta el da de su dimisin, y

    hoy lo es del Rey Juan Carlos.

    Porque hay muchas cosas que estn condensadas en esa foto. Y no

    slo porque sea la ltima instantnea en que salen juntos los dos supervi-

    vientes del perodo ms sorprendente, polticamente hablando, del siglo

    xx espaol. Resulta obligado empezar por ah. Dos hombres de espal-

    das al espectador, donde uno ayuda a caminar al otro, ahora que la mal-

    dita enfermedad de la memoria le ha castigado a no saber quin es l y

    quin es el otro, y quines son quienes le rodean y le observan, y le han

    convertido en el icono en vida de esa transicin, desde la dictadura ms

    larga y brutal de nuestra historia moderna hasta la democracia ms larga

    y asentada que ha conocido Espaa. Ese Adolfo Surez o, ms exacta-

    mente, lo que queda de aquel hombre que fue odiado hasta la patologa,

    cuyo nombre represent para sus odiadores innmeros la vileza y la

    mentira, y que lleg de derrota en derrota hasta la victoria final. Porque

    la gran victoria de Adolfo Surez sobre sus enemigos es postuma. Espe-

    raron a verle humillado y derrotado para exclamar todos a una: Qu

    grande fuiste, Adolfo!

    Cuando esa msica se hizo coro, result que el protagonista ya no

    poda or; se haba quedado sordo, medio ciego y con esa cara de idiota

    enfadado que ponen los enfermos de Alzheimer para afrontar la angus-

    tia que es vivir sin enterarse de nada que no sea lo que tienen delante.

    Pero la crueldad de la paradoja est ah; le cantaron las glorias y las ma-

    anitas cuando ya no poda orlas, y esperaron a hacerlo cuando estu-

    viera polticamente muerto. Porque un poltico muere en el momento

    que ha perdido toda esperanza de ejercer el poder, cualquiera que sea

    ese poder.

    La vida de Adolfo Surez como poltico acaso era otra cosa?, un

    analista, un profeta, un intelectual, un agudo contemplador de la reali-

    dad?, poltico y punto, esa vida, digo, termin en mayo de 1991 al di-

    mitir de la presidencia de su partido, el CDS, o unos meses ms tarde,

    en octubre, cuando renunci a su escao de diputado. Era lo nico que

    le quedaba, aquella ruina de partido que se llev sus ltimas esperanzas,

    el Centro Democrtico y Social, que aguant una dcada. Ah es nada,

    una dcada sufriendo la poltica como un paria, volviendo a cruzar el

    desierto de la peor manera, porque ya conoca de los goces del disfrute

  • 14 ADOLFO SUAREZ

    del poder, ese oasis del que le echaron. Le echaron o se fue? Ya lo ve-

    remos a su debido tiempo. Ahora quedmonos con esa travesa del de-

    sierto, tan suya e intransferible, que dur diez aos, diez. Y pensar que

    todos le recordarn por haber sido presidente del Gobierno durante me-

    nos de cinco!

    Lo curioso de este hombre es que su vida no tuvo claroscuros.

    Siempre estuvo bajo la atencin de los focos; con mayor o menor inte-

    rs de los cmaras, pero a la luz siempre. Y he aqu que cada quien tiene

    su visin del personaje y son ellos quienes introducen los claroscuros,

    sealando cunto les gust aquel gesto valiente de Surez en el 23-F. O

    su intervencin en TVE cerrando la campaa posconstitucional del 79,

    cuando grit su imperecedero que viene el lobo!, o lo que es lo mis-

    mo, la izquierda, el socialismo, y result que la manada de asilvestra-

    dos la tena dentro y acabaron devorndole a l, como si fuera

    Caperu-cita. Casi cada testigo de aquella poca tiene su Adolfo Surez

    particular; un rasgo que le hace simptico, en ocasiones entraable.

    Me quieren, se nota que me quieren, pero no me votan, deca l en

    plena travesa del desierto.

    Vivimos en una poca de gentes tan acostumbradas a engaarse a s

    mismas y a tratar de ampliarlo a los dems, que an es el da que sus par-

    tidarios ms fervorosos se niegan a admitir que a Surez, como tal Su-

    rez, es decir, como poltico, no le votaron ms que una vez, la primera,

    all por el ao 77, quiz dos, e incluso en algunos casos de fans

    berro-queos de ltima hora, ni siquiera una vez. Pero la cosa se ha

    puesto tan emperifollada de superlativos, que se hace necesario volver a

    hacernos las mismas preguntas de aquel verano de 1976, con Franco

    apenas muerto y el franquismo an vivo. Le faltaban dos meses para

    cumplir los cuarenta y cuatro aos cuando fue nombrado presidente

    del Gobierno. Una razn para sentirse orgulloso de su carrera. Franco,

    a quien entonces se consideraba an la medida de todas las cosas, haba

    llegado a la jefatura del Estado dieciocho das ms viejo que Surez a

    presidente, si es que puede hablarse de vejez a esas edades.

    Meda un metro setenta y siete centmetros y pesaba setenta y tres

    kilos cuando lleg su hora estelar. Fsicamente estaba bien; ninguna en-

    fermedad digna de ser tenida en cuenta; alguna lipotimia a lo largo de su

    carrera, por exceso de tensin y movimiento, y pequeos dolores cir-

    cunstanciales. Casi como todo el mundo. No poda considerarse un

    hombre de desarrollo fsico proporcionado, porque la alimentacin de

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 15

    la infancia no haba sido muy equilibrada; hasta que le operaron de la

    hernia no empez a crecer, y desde aquel momento su estatura no co-

    rresponda con la estructura interior de su cuerpo. Esto le dio el aspecto

    un poco encogido que hubo de ir corrigiendo, gracias a los trajes de

    hombreras reforzadas, y ampliando los tacones de sus zapatos, para dar la

    apariencia de mayor estatura. Su sastre, Pajares, tuvo siempre en cuenta

    esos detalles.

    El rostro, con el tiempo, se hara ms firme, con algunos movi-

    mientos extraos en las comisuras de los labios, y unas ojeras demasiado

    pronunciadas para una cara tan flaca. Los nervios a veces se le concen-

    traban en la lengua, obligndole a pasarla por el incisivo izquierdo, como

    si sintiera deseos de morder y se contuviera. Una broma o un acto falli-

    do, hubiera dicho un psiclogo. En sus intervenciones ante las Cortes o

    por televisin, aprovechaba las pausas para hacer ese gesto caracterstico

    de hinchar el labio inferior con el peso de la lengua. Slo los ojos le trai-

    cionaban, porque, obligado a llevar gafas, no saba distinguir con faci-

    lidad las reacciones de quien estaba frente a l, y entonces mantena la

    mirada fija, como si bebiera las palabras del interlocutor. Si ste no es

    perspicaz, no notar que uno de los ojos est ms vivo que el otro,

    mientras mantiene fijamente la vista, como si quisiera impresionar por

    su atencin. Esa coquetera de no llevar gafas le provocaba que las cejas

    no fueran al unsono de esa mirada cargada de inters ficticio, y a veces

    se movan contrayndose, como en un bostezo interrumpido.

    Las fotografas de Surez mirando a la cmara parecen las de un

    mozo algo tmido que pretenda ocultarlo con arrojo. Por eso no le gus-

    taba ponerse de frente a los fotgrafos, porque no controlaba su mirada

    y le sala un gesto fro, retador, como si les estuviera provocando. En-

    tonces no saba disimular, a menos que sus ojos pasaran a un segundo pla-

    no y otras partes de su cuerpo fueran las protagonistas. Consideraba que

    la nariz y el pecho eran las partes ms desproporcionadas de su figura; pa-

    recan un reto a la mesura y un borrn en un tipo cuya apariencia fsica

    resultaba agradable, pero que no llamaba la atencin por ningn detalle,

    como no fueran sus ojos, lo ms dbil y lo ms humano de su persona.

    La parte baja de la cara tena el color amoratado de las barbas cerra-

    das a las que una mquina elctrica nunca termina de afeitar bien, espe-

    cialmente si carece de la paciencia necesaria para insistir ms de tres mi-

    nutos. El pelo formaba lo ms inmvil de su aspecto; corto, con raya

    lateral, conservando el mismo aire que tena cuando era un estudiante

  • 16 ADOLFO SUAREZ

    de provincias. Quiz el peinado resultaba relamido, alambicado, como

    si acabara siempre de dejar al peluquero; antes de las audiencias con el

    almirante Carrero Blanco pasaba siempre por la peluquera.

    El lado fuerte estaba en la boca y en las manos; respondan a sus es-

    tmulos. Las iniciativas de Adolfo se manifestaban en una enorme gama

    de matices a partir de esos instrumentos. Pero esa caracterstica limitaba

    en parte su capacidad de conviccin; le obligaba a poner en prctica sus

    recursos siempre en privado, o ante un crculo pequeo de personas. De

    ah que fuera imbatible en la entrevista personal, en el cara a cara sin tes-

    tigos, en aquellos lugares donde estuviera sentado y a pocos metros de

    sus interlocutores, donde pudiera manejar las manos y los gestos de su

    boca dominaran al resto de su figura.

    La sonrisa de Surez no se puede separar de la risa a mandbula ba-

    tiente, a menos que estuviera nervioso. No conoca la sonrisa; ese esbozo

    con los labios apenas despegados y un rictus de entendimiento. No, o

    se rea o es que estaba incmodo. La seriedad, sin embargo, daba unos

    rasgos a su boca de conmiseracin, como si pidiera disculpas y fuera

    obligado sentir piedad por el mal momento que estaba pasando. Su risa

    siempre fue la de un compaero de tienda de campaa en el Frente de

    Juventudes: abierta, segura de s, confiada, con la plenitud de que todo

    est dicho y la complicidad no necesita de firmas ni de pactos. Adolfo se

    haca entender ms por el gesto que por la reflexin; cuando llegaba

    sta, el adversario o el cmplice ya estaban en su casa creyendo que se

    haban ganado la confianza del presidente.

    Las manos siempre necesitaban tocar algo, para evitar los temble-

    ques. Le gustaba coger del brazo, pasar la mano por encima del hom-

    bro, como hace el Rey en la foto de marras, e incluso dar golpes con el

    codo en seal de asentimiento. Las manos respondan al estmulo de su

    boca, mientras miraba fijamente, o sencillamente los ojos estaban en otra

    cosa, traicionndole. Porque sus brazos eran la parte ms comunicativa

    era por lo que nadie abrazaba como l, por lo que nadie apretaba la

    mano en el saludo con su vigor clido. Ni siquiera nadie era capaz de

    ofrecer cigarrillos o fuego con aquel aire de dar algo ntimo, importan-

    te. Era un gran actor; algo antiguo, pero muy eficaz.

    Careca de pasiones personales fuera de la poltica. Viva para, de y

    con ella desde la maana hasta la noche, y no lo haca con una concepcin

    profesional de la cosa pblica, por inters en la incidencia social o por

    estar imbuido de nfulas de liderazgo, sino porque el poder poltico para

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 17

    l era como una montaa rusa que, conforme avanzaba, iba aumentan-

    do su velocidad, embriagndose por el hecho de ir ms deprisa. Ms

    que un hombre con vocacin poltica, Adolfo fue un hombre con vo-

    cacin de poder.

    Ser un chusquero de la poltica, segn sus propias palabras, un

    hombre que haba empezado desde los niveles ms bajos del escalafn,

    obliga a considerar el poder como la medida de todas las cosas. Todo de-

    ba estar subordinado a ese poder y, por tanto, lo que ayudara a ejercer-

    lo sin cortapisas era positivo, y aquello que lo dificultara, negativo. Du-

    rante la primera parte de su vida no hubo otro objetivo que alcanzar la

    cima. Durante la segunda, no vivi ms que para mantener y acrecentar

    ese poder que tanto le haba costado conseguir. Y la tercera? Se le fue

    en un intento baldo por recuperarlo.

    Qu condiciones exige una carrera de este tipo? En primer lugar,

    conviene detenerse en las posibilidades que tena un hombre como

    Adolfo Surez para introducirse en la vida poltica de la Espaa de Fran-

    co. Para un joven que naci en 1932 y que, por tanto, no particip en la

    guerra civil, sin una carrera profesional brillante, sin medios econmicos y

    sin relaciones familiares, no era fcil penetrar en el escalafn del viejo

    Rgimen. La nica va abierta se reduca a la bsqueda de padrinos po-

    lticos: Herrero Tejedor, Alonso Vega, Lpez Rod, Fernndez Miran-

    da. Lo curioso es que conforme fue avanzando, gracias a esa labor de pa-

    drinazgo, no corrigi ninguna de sus limitaciones. Si exceptuamos el

    terreno econmico, en el que obviamente se movi de manera

    espas-mdica desde que fue consciente de que la carrera poltica

    obligaba a un saneado patrimonio, en los otros campos no hizo ningn

    esfuerzo. Como abogado, asisti en Madrid a un curso de doctorado

    ms precisamente de ampliacin de conocimientos sobre

    Derecho del Trabajo y no se preocup ni de trasladar su expediente

    acadmico de Salamanca a Madrid, condicin obligada para intentar

    doctorarse en la Complutense. Lo hizo en 1963, y no volvi a insistir en

    este campo hasta el gracioso intento de cursar la carrera de Econmicas

    en 1974.

    Y por lo que respecta a las relaciones ntimas, se cas con una dama

    discreta, honesta hasta la beatera, bellsima persona, de un nivel algo supe-

    rior al suyo, como no se cansaba de resaltar su suegro. Una chica anticua-

    da de provincias, que poda leer en francs e ingls aunque no lo practica-

    ra, tmida y discreta, muy religiosa y poco adecuada para servir de muleta

    a un hombre que aspiraba a llegar lejos y de la manera que se terciara. En

  • 18 ADOLFO SUAREZ

    el cultivo del padrinazgo y de las amistades ntimas fue donde Adolfo

    ejecut autnticos encajes de bolillos; si no bellos, al menos, s eficaces.

    Su desdn por la cultura y por aprender cosas que luego sirvieran

    para el ejercicio de la poltica fue tan notorio, que cabe preguntarse si en-

    tre sus preocupaciones estaba la de superar su nfimo nivel cultural, evi-

    tndose levantar sospechas. Nunca ley un libro de la primera pgina a la

    ltima; en cierta ocasin avanz mucho con un best-seller de su poca,

    Pa-pillon, de Henri Charrire, pero se cans antes de terminarlo. Su

    desprecio por la msica estaba agudizado por un odo de corcho. En

    1978 pens en utilizar un abono de pera y lo aprovech junto a su

    amigo, y vicepresidente a la sazn, Fernando Abril. Llegaron al teatro los

    dos matrimonios, se sentaron y cinco minutos despus abandonaban el

    palco las dos personalidades polticas. El mismo narraba la escena a quien

    quisiera orla: Las dejamos a ellas all, y Fernando y yo vinimos a

    Moncloa para ver el partido de ftbol que daban en la tele. Su universal

    ignorancia sorprendi a una dama tan poco inclinada a las veleidades

    intelectuales como la premier britnica Margaret Thatcher, cuando

    visit Espaa.

    A una persona de estas caractersticas se le exige para triunfar, adems

    de un encanto personal al que l debi posiblemente el 70 por ciento

    de su carrera, una gran sensibilidad para percibir dnde est el poder y

    cmo llegar a l. Con el corolario de que no deben existir escrpulos ni

    tabes que limiten el aprovechamiento de los puntos flacos del

    adversario, o del objetivo digno de conquista. Una tarea lenta, concien-

    zuda, en la que se mezclaba siempre la vanidad de los profesionales de la

    poltica y la capacidad envolvente de Adolfo. En un rgimen dictatorial

    como era el de Franco, no haba ms ascensos que por servicios a la causa

    y a las personas que la representaban. Por eso l hubo de subir peldao a

    peldao. A finales de los aos sesenta, su fino olfato le orient a servir,

    por encima de cualquier otra cosa, a un hombre que entonces no

    pareca tener mucho futuro, pero que poda llegar a tenerlo algn da:

    Juan Carlos de Borbn. Una opcin poltica que conviene decirlo

    ahora que todos aseguran ser juancarlistas desde nios muy pocos la

    percibieron en su momento y cabe considerarla una decisin de alcance

    y de clarividencia, a tenor de cmo rodaron luego los acontecimientos.

    Para llegar arriba por el procedimiento del padrinazgo resulta inevi-

    table el servilismo y la fidelidad, aunque sean transitorias, a unos caba-

    lleros que no le valorarn ms que en su categora de siervo. Y esa condi-

    cin de criado y, por tanto, inofensivo deba ser una mscara que se

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS f

    prolongara en el tiempo tanto como fuera necesario para culminar el

    objetivo. En algunos casos, la ineta consista en ser director general; en

    otros, ministro; pero cuando se desea llegar a presidente, cargo que no

    admite ser compartido por nadie, y que entonces slo se poda conse-

    guir por iniciativa del Rey, no debe extraar que el recurso a la adula-

    cin, a la promesa incumplida, al engao y a la astucia, no slo fuera

    moneda corriente, sino un procedimiento inexcusable.

    No exista entonces ms fuente de poder que una, y conquistarla

    exiga un plan de trabajo minucioso, constante, reiterado hasta hacerlo

    irreversible. Adolfo Surez llega a la presidencia por primera vez en 1976

    gracias a una coincidencia de intereses, en los que l desempea un papel

    subsidiario. Los aos de paciencia y servilismo tuvieron su prenda, pero el

    largo y tortuoso camino para llegar hasta ah no consinti amigos ni re-

    laciones sociales muy estables. Conservara algunas desde vila: la de Fer-

    nando Alcn, por ejemplo, y durante mucho tiempo la de su cuado

    Aurelio Delgado.

    Desde que descubri su vocacin de poder, no existieron ms nti-

    mos que sus superiores Herrero Tejedor, Camilo Alonso Vega, Ca-

    rrero Blanco, Fernndez Miranda, y posteriormente, ya presidente,

    ninguno que no fuera su albacea poltico Abril Martorell, Rodrguez

    Sahagn, cuya primera y nica condicin era la fidelidad. De sus

    amigos del lado econmico y financiero slo hubo uno que durara

    hasta el final, Jos Luis Graullera, el hombre de los siete velos sobre os-

    curas historias. Si Graullera hablara!, aseguran los veteranos del

    sua-rismo. Pero Graullera conserv esa caballerosidad siciliana y

    nunca habl como no fuera para ensalzar a Adolfo.

    Con poder o sin l, su frialdad poltica no le impeda emocionarse.

    Al contrario, fue siempre muy sensible al llanto y es probable que esas

    lgrimas con las que ha cerrado algunos de los momentos ms significa-

    tivos de su vida, no fueran ms que la descarga emocional, inseparable

    de ese gran actor que lleva dentro todo hombre de poder, que conoce

    sus recursos y sabe utilizarlos en el momento oportuno. Porque en la su-

    perficie de todo poltico hay un par de papeles superpuestos: el del ven-

    dedor, que exalta su mercanca, y el del actor, que representa la figura del

    hombre sencillo, tan natural como nosotros mismos. Quiz el secreto

    mejor guardado de su vida se redujera a algo tan difcil e inasequible

    como eso: que Adolfo Surez acab siendo lo que nosotros quisimos

    que fuera. Siempre habr un Surez para cada uno.

  • 20 ADOLFO SUAREZ

    Y sin embargo durante muchos aos nadie le perdon sus orgenes

    polticos, su paso por el Movimiento Nacional, como si esa parte del pa

    sado hubiera sido la principal culpable de sus limitaciones. Y no es cier

    to, y bastara para probarlo apelar a esos mismos que le rodearon y cuyo

    pasado fue tan lacayuno y vicario como el suyo. Adonde hubiera llega

    do hombre tan soberbio y limitado como Leopoldo Calvo Sotelo sin su

    pasado nacional-catlico, reforzado con el braguetazo poltico de casar

    se con la hija de Ibez Martn, uno de los ministros de Franco ms in

    fluyentes? Y Alfonso Osorio, una mediocridad poltica cuya carrera da

    un triple salto mortal tras la boda con otra hija de un ministro de Franco,

    nada menos que Iturmendi? Y Lavilla, el algodonoso? Y Herrero de

    Min, el apstol de la democracia interna y la traicin externa? Cun

    tas veces juraron y perjuraron por Franco y el Movimiento para acceder

    a sus capellanas en los ministerios? Y qu decir del incorruptible Fer

    nndez Ordez? Alguien se cree que se llega inclume a la presiden

    cia del INI, tras tantos aos de fiscal y bastantes ms de secretario del

    piadoso ministro Alberto Monreal? Y el Garrigues burln? Cunto no

    hicieron su padre y sus tos adobando al Caudillo en la misa, en la bolsa

    y en la vida, para que Joaqun llegara con holgado patrimonio al Go

    bierno, donde l, Surez, hubo de meterle?

    Es verdad que habr muchos capaces de decir que el Rgimen de

    Franco no fue el suyo, que no medraron, se enriquecieron, se formaron

    y se deformaron en l, hasta que un buen da se sumaron al carro del ms

    vulgar de los suyos, uno de la cantera del Movimiento. Ellos, que haban

    dejado de leer el diario Arriba por oficialista, pero que lean y escriban

    en el Ya nacional-catlico, o en el ABC aposento de cadveres, o en In-

    formaciones, que an conservaba la huella de su nazismo inasequible, o en

    el flamante Madrid, aguamanil de monseor Escriv de Balaguer. Ms o

    menos oficiales eran todos.

    Y eso los de su generacin, ms o menos; los que no haban llega

    do a tiempo a la guerra, pero que la ganaron. No digamos ya los vete

    ranos inclumes, los senadores del franquismo los que se lo deban

    casi todo y que hicieron de vestales en la transicin, los mismos que

    asumieron, no slo con su silencio sino tambin con la palabra y la arro

    gancia, las bajezas con las que el viejo Rgimen jalon su historia. Por eso

    debe figurar como imperecedera dentro de su cinismo la descripcin que

    har de Surez un veterano de la casquera, Po Cabanillas, en comentario

    confidencial a Leopoldo Calvo Sotelo, poco antes de que asumiera la

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 21

    presidencia del Gobierno que le regal el propio Surez: Superficiali-

    dad e instinto.

    Ah queda eso: Superficialidad e instinto. Eso es Adolfo Surez

    enunciado por un hombre cuya profundidad se meda entonces en ga-

    llegadas, muy jaleadas por sus ganapanes, y cuyo instinto siempre se li-

    mit a una propiedad del corcho, flotar. Pero as se escribe la historia,

    mientras otros la hacen.

    Y es verdad que tras los primeros aos del poder, en ese punto de

    inflexin entre el arrollador ascenso y el comienzo de la pendiente, que

    cabe situar a finales de 1979, pronunciar aquella frase definitiva: De

    aqu no me sacarn si no es con los pies por delante. Decirlo no era ni

    siquiera un gesto de arrogancia, sino la reaccin de quien empieza a sen-

    tir el fro de la soledad y la traicin. Era un Surez que haba cumplido

    tres aos, tres, en la presidencia. Jalonados por diferentes lmites que

    obligan a situar su manera de gobernar y su categora poltica. La refor-

    ma, las elecciones libres, los Pactos de la Moncloa, la Constitucin, las

    autonomas, todo se ir viendo a partir del hilo conductor de esa intrin-

    cada madeja. Por accin o por omisin, el presidente Surez ser ese

    hilo, a partir del cual cabe entender o juzgar esos decisivos tres primeros

    aos de la democracia.

    La declaracin ms plstica y precisa de lo que signific Adolfo

    Surez en aquellos aos la hizo l mismo en unas declaraciones al

    Sd-deutsche Zeitung, en abril de 1977, vsperas de las primeras

    elecciones democrticas: Mi punto fuerte es, creo yo, ser un hombre

    normal. Completamente normal. No hay sitio para los genios en

    nuestra actual situacin. Una reflexin que nos lleva de la mano a

    entender el papel de Surez en sus tres primeros aos como presidente.

    A diferencia de casi todos los lderes polticos que en el mundo han

    sido, Surez empez a existir polticamente tras su nombramiento como

    presidente del Gobierno. Las etapas anteriores que se recogen en este

    libro pueden tener inters por los rasgos humanos o por las facetas

    polticas de su entorno, pero carecen de relevancia histrica. Incluso

    los seis meses que desempea la cartera del Movimiento, tras la muerte

    de Franco, sern decisivos slo en la medida que ya conocemos que

    alcanzar la presidencia, pero en cuanto a poltica ministerial, presen-

    tan matices ms ricos las genialidades de Manuel Fraga en Goberna-

    cin, los viajes de Areilza en Exteriores o los modos de no abordar la

    economa de Villar Mir.

  • 22 ADOLFO SUAREZ

    Ahora bien, no cabe ninguna duda de que bastara con su labor de esos

    tres aos para que ocupara ya un lugar en la historia de Espaa. Es el

    hombre que en su figura representar la transicin de la dictadura a la

    democracia, sin que eso signifique la majadera expresada por su hijo

    Surez Illana, cuando seal, probablemente en uno de sus das trridos,

    que su padre fue quien trajo la democracia, que es cosa mucho ms

    compleja que traer y llevar. La entrada de Surez en la historia coincide

    con uno de los episodios ms interesantes de la poca contempornea.

    Luego lleg el 23-F de 1981, trascendental por tantas cosas, como se

    cuentan en este libro, que giraban en torno a l, porque para Tejero y

    los golpistas haba una coincidencia con la chuscada enunciada por el chi-

    co Surez Illana, y es que ellos, que nada saban de la democracia, pensa-

    ban que la haba trado Surez y por eso era el ms culpable de todos.

    La gallarda, el valor fehaciente de Adolfo Surez aquel da en el Con-

    greso de los Diputados, cuando los rufianes lo asaltaron, caus un im-

    pacto que an hoy, cuando repasamos las imgenes, nos conmueve. Por-

    que de Adolfo Surez se haba dicho de todo, empezando por cobarde;

    pero el valor fsico que exhibi hizo enmudecer hasta a los ms zafios, los

    que se jactaban del derroche de testosterona de Tejero, el pirata armado.

    Ofendido y castigado, pero no humillado, sali Surez del Congreso,

    para encontrarse fuera con la sorpresa de que el derroche de dignidad

    que l haba exhibido sin saber siquiera que iba a quedar grabado

    contrastaba con el chumacero comportamiento de las instituciones.

    Mientras unos mantenan enhiesto el pabelln, por decirlo en castizo,

    otros trataban de neutralizar a sus colegas golpistas con gestos de cama-

    radera profesional. Su dignidad frente a las gentes armadas no le vali

    para nada. Fue polticamente intil. Pas de ser un da de gloria para su

    patrimonio personal como lder, a convertirse en algo tan inocuo, tan

    desapercibido, como el contemplar a Leopoldo Calvo Sotelo, que sera

    su sustituto, cuando se levantaba, limpindose las rodilleras del polvo

    del suelo, que no de la humillacin. Que era tanta a repartir y entre tan-

    tos, que a la postre no se notara.

    O sea que los blandos y conciliadores fueron premiados, y Adolfo

    Surez, asumiendo el papel de justiciero defensor de la democracia, se-

    ra sancionado con el ostracismo. Y debe decirse y muy alto. Fue la so-

    ciedad y sus variados representantes los que ejecutaron tan inslita sen-

    tencia. La responsabilidad asumida por Surez le cost arrostrar desde

    entonces la derrota, cuando no la marginalidad poltica: sus diez aos del

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 2

    Centro Democrtico y Social. La frivolidad del Rey fue premiada; el ri-

    gor de Surez, penalizado.

    Sus pacatos defensores dentro de la UCD, que l haba creado, hu-

    bieran podido al menos prolongar su ya crepuscular carrera poltica.

    Tampoco ellos seran ya nunca lo que haban sido, pero mantuvieron

    sus prebendas. Esa frase, inconmensurable en su precisin y su crueldad,

    que dejar caer un resentido Leopoldo Calvo Sotelo a los periodistas de

    la carnada, lo dice todo: Lo malo de Surez es que nunca se ha dado

    cuenta de por qu es duque.1

    Fue duque en recompensa de que ya no le dejaran ser otra cosa,

    pese a sus intentos de retar al destino. Su tiempo haba terminado y l se

    negaba a admitirlo. Hasta entonces haba tenido por hbito imponerse y

    lo haba conseguido, pero all estaban ellos y eran muchos para de-

    mostrarle que era un bien amortizado, y que corran el riesgo de que se

    transformara en una provocacin para sus intereses. Ser entonces cuando

    aparezca ese elemento secundario para la historia y capital para el

    personaje, que impregnar la poltica de la derecha durante los aos

    ochenta: el miedo al Duque.

    La derecha espaola, en la Banca, en la Empresa, en el Ejrcito, en la

    Corona, en las clases medias, en los medios de comunicacin, abomin

    de Adolfo Surez, convencida de que estaban ante un nuevo Kerenski

    que acercara al poder a los nuevos bolcheviques del PSOE. Parece

    una secuencia de Billy Wilder, pero fue as, por ms que ahora lo nie-

    guen y le hayan ascendido derrotado, quebrado y enfermo a la ca-

    tegora de icono. Y por liquidar a Surez, que les pareca un presidente

    conciliador, que no saba ponerle freno a aquella izquierda hirsuta que

    trataba de capitalizar una transicin que haban protagonizado ellos, y

    nada ms que ellos, llevaron a la izquierda al poder y le facilitaron la ma-

    yora absoluta. Algo que no haba logrado nadie desde que reinventaron

    la democracia en junio de 1977.

    Por eso su mala conciencia fue tan absoluta que se lo ocultaron has-

    ta a ellos mismos, porque si algo queda difano durante la transicin no es

    otra cosa que la evidencia de que Adolfo Surez hubiera podido seguir.

    No slo porque tena ms razn que ellos, sino porque era un profesio-

    nal de la poltica ms curtido que ellos. Todos y cada uno de los repro-

    ches que le hicieron a l, los mismos y multiplicados, los cometern ellos

    en la oposicin primero y cuando lleguen al poder despus. Pero tar-

    darn catorce aos! Catorce aos, que se dice pronto, de gobiernos so-

  • 24 ADOLFO SUREZ

    cialistas hasta volver a gobernar, en 1996, en una situacin an ms pre-

    caria que la de Adolfo Surez.

    No fue la escalera el smbolo de la carrera poltica de Adolfo Surez.

    Eso hubiera sido posible en otros pases menos crispados y de pasados me-

    nos borrascosos. Lo suyo, muy espaol, fue la cucaa, que se diferencia de

    la escalera en todo. Empezando porque la escalera est hecha para subir e

    incluso para bajar, pero la cucaa est pensada para que te vean sufrir con-

    forme haces el esfuerzo de coronarla, y porque slo es susceptible de tre-

    par por ella quien asume el reto de romperse la crisma en el intento.

    SEGUNDO

    EL ICONO

    La historia de Adolfo Surez, como historia trascendente, es decir, como

    personaje de la historia, se acaba en 1991. Adolfo Surez Gonzlez, du-

    que de Surez, ha de renunciar a cualquier ambicin poltica. Fracasada

    su experiencia como inventor de una nueva formacin, el CDS, que lo-

    gr sobrevivir y tuvo sus oportunidades durante diez aos, se retir de

    la brega poltica. Abandon, segn la expresin manida, la primera fila

    del escenario para dedicarse a su vida privada.

    En 1991 no lo olvidemos ni adelantemos acontecimientos,

    Adolfo es un marido, si no modelo acaso alguien sabe qu es un ma-

    rido modelo, salvo la mujer que lo sufre!, al menos cumplidor de los

    rituales del matrimonio y de la familia. No hay entonces enfermedad al-

    guna que sobrevuele malignamente a los suyos; eso vendr despus, a fi-

    nales de 1993. Cuando se retira ese ao 1991 va a cumplir sesenta aos,

    y ya no tiene opcin poltica a la que adaptarse, ni tampoco la edad ni

    el prestigio para crear una nueva. Su credibilidad est por los suelos; es

    un lder derrotado hasta la humillacin y el ridculo. Incluso su invento,

    el CDS, se lo compra de saldo, como es su estilo, un arribista que est

    en la cima de todo las finanzas, la cultura, los medios de comunica-

    cin y que se propone llegar al poder poltico. Es Mario Conde, y

    desde que ha conquistado Banesto en 1987, y hasta la intervencin del

    banco a finales de diciembre de 1993, no tiene medida en su ambicin.

    Algn da habr que explicar cmo fue posible que este prototipo de

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 25

    trepador con talento fuera capaz de poner al pas al borde de la quiebra

    institucional.

    No es el tema de este libro, pero es imprescindible referirnos a Ma-

    rio Conde por varias razones. No slo por la influencia y los donativos

    que suministr al CDS, sino tambin por el ms audaz de los chantajes

    a que someti al Gobierno, al Estado y a la sociedad, y en el que iba a ju-

    gar un papel Adolfo Surez en el infausto 1995. Un ao ya crepuscular

    para Conde, que se haba visto en la cima de la gloria cuando la Uni-

    versidad Complutense (Madrid) le invisti doctor honoris causa el 9 de

    junio de 1993, en presencia de lo ms principal de los poderes del Esta-

    do, empezando por los Reyes, y donde tampoco falt Adolfo Surez.

    Pero tambin ese mismo ao, el 28 de diciembre, da de los Santos Ino-

    centes, el gobierno de Felipe Gonzlez decidir intervenir Banesto, pri-

    mer paso hacia los tribunales y la crcel.

    Para cualquiera de los que conocan a Adolfo Surez en su dimensin

    humana, que dejara la poltica les deba de parecer una imposibilidad bio-

    lgica. No slo no saba hacer otra cosa, sino que tampoco quera; ni se le

    pasaba por la cabeza. Incluso las variadas incursiones econmicas que rea-

    lizar a partir de entonces obviamente se harn a la sombra de la poltica.

    No poda ser de otro modo. Rondara lo inimaginable pensar que se

    inventara un hobby obsesivo, como la filatelia, o la lectura, o la msi-

    ca... Nada fuera de la pasin poltica poda interesarle, y como ocurre a

    los viejos apasionados que ya no tienen recursos fsicos para saciar su sed

    y no les queda otro remedio que la evocacin de las bellezas inasequi-

    bles, as fue l adaptando lo que haba sido ambicin poltica a ese su-

    cedneo llamado pasin poltica. Esa tortuosa situacin, circunscrita al

    terreno del erotismo, que describi con delicada brutalidad el narrador

    japons Kawabata en la hermosa y desazonadora Casa de las bellas dur-

    mientes. Pero Adolfo no ley nunca y, por tanto, jams hubiera tenido ese

    aliciente de la complicidad. La nica inclinacin fuera de la poltica que

    alcanz a reconocer sera el golf. Tanto empeo le puso, que acab con

    una fractura de costillas en 1996.

    Como le haba ocurrido ya otra vez en su vida que ustedes podrn

    leer en el captulo 11 de este libro, Surez se volc en algo que nun-

    ca fue capital en su trayectoria, el dinero. Por mantener el estatus al que

    se crea merecedor, y por ser duque, y por borrar de su presente esa

    eterna cantinela de deberle siempre algo a alguien. Y tambin, por qu

    no, para gozar de ese estadio de la vida que se define como el de abue-

  • 26 ADOLFO SUREZ

    lo, conciliador y satisfecho, con sus hijos, sus nietos y una familia que

    pudiera partir con paso franco, muy lejos de lo que haban sido sus ya

    olvidados comienzos.

    Para mantener satisfecha la pasin poltica, ya que no la ambicin, es

    preciso moverse y convivir entre los grandes, disponer de medios casi ili-

    mitados; porque no basta con amplias casas en las que asentarse, sino de

    mansiones para exhibirse. Nadie pasa a la condicin de retirado egregio si

    no dispone del boato que marca haber sido lo que fue. En mayor grado

    aun que la belleza, de la que se deduce que quien tuvo, retuvo, en este

    caso se exige acumular mucho para poder ser visto sin el puntillo de des-

    precio que provocan los que fueron grandes y un da dejaron de serlo.

    Reanud entonces el mortecino bufete que ya se haba montado

    tras la dimisin del 81, en la calle Antonio Maura, lugar emblemtico,

    en el barrio seorial por excelencia de Madrid, en vecindad con el Pra-

    do y el Ritz, con la Bolsa y la Carrera de San Jernimo, y entreteji an

    ms su relacin con el muidor ms importante de la transicin espao-

    la, Antonio Navaln. Uno de sus bigrafos ms entusiastas, Jos Garca

    Abad, escribi: Antonio Navaln "administr" la figura y la marca de

    Adolfo Surez durante las dos ltimas dcadas. Resulta duro decirlo,

    pero el presidente de la transicin estaba en su cuadra.2

    Antonio Navaln, personaje que en este libro aparece slo en su

    tercera y ltima parte, ser quien consiga buena parte del patrimonio

    que acumular el duque de Surez incluido su hijo, Adolfo S. Mana,

    a quien colocar Navaln en su despacho. Tambin ser quien le en-

    see Nueva York, donde se haba establecido este intermediario para

    todo, cuando la justicia espaola empez a ponerle la lupa encima. Per-

    sonaje interesante en la medida de haberse convertido, con xito, en el

    mayor corruptor de mayores de la Espaa de finales del siglo xx y

    parte del xxi hasta su establecimiento en tierras americanas, primero en

    Estados Unidos y luego en Mxico donde ha seguido haciendo de las

    suyas. Es difcil encontrar a un espaol que haya sido alguien en los l-

    timos treinta aos y que no haya conocido a Antonio Navaln; un re-

    laciones pblicas solicitadsimo y ubicuo, exclusivamente reservado a las

    grandes fortunas y los grandes bufetes, oculto a los medios de comuni-

    cacin, que ha sabido manejar y manipular como pocos.

    Lo que son las cosas. El tal Navaln comenz su irresistible carrera

    hacia las cumbres borrascosas trabajando para Adolfo Surez. A l dedi-

    c un libro, deleznable en todo, empezando por la prosa.3 Pertenece

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 27

    por derecho propio a la primera generacin de periodistas posmoder-

    nos; los que no saben escribir y tampoco lo echan de menos. El libro,

    del que nadie se acordar nunca, ni probablemente sus autores, apareci

    en 1987, exactamente el mismo ao que se cambiaron las tornas, y pas

    Surez a trabajar para Navaln, quien le pondra en relacin con Mario

    Conde.

    Desde el mismo ao de su retirada forzosa de la poltica hasta 1993,

    el bufete de Adolfo Surez A. S., Abogados recibi de las compa-

    as elctricas muchos millones de pesetas, canalizados por Antonio Na-

    valn, con denominacin profesional: Euroibrica Internacional de Es-

    tudios, S.A. (EIESA). El despacho de Adolfo Surez hubo de pagar a

    Hacienda 15 millones de pesetas (1991), 53 millones (1992) y 29 mi-

    llones (1993).4

    Si la pasin poltica le deslizaba entonces hacia conseguir un patri-

    monio por la va ms rpida y a no abandonar la relacin con los gran-

    des, eso habra de traducirse en un objeto preciadsimo, como era ha-

    cerse una mansin en Mallorca: el lugar de veraneo de los Reyes, y

    donde Mario Conde atracaba, probablemente en su doble sentido, el

    yate Alexandra, preparado para recibir a majestades y duques. Lo logr.

    Cuatro mil metros cuadrados en la exclusivsima zona de Son Vida. Un

    peridico, que aos ms tarde se derretira ante el icono de Adolfo Su-

    rez, escribi: A tenor de su casa en Palma de Mallorca, Adolfo Surez

    hubiera pasado por un presidente de Estados Unidos bastante megal-

    mano.... La inauguracin oficial de la mansin tendra lugar en 1997.

    Pero antes transcurri ese ao crucial para su vida que fue 1995, el

    comienzo de su consideracin social como el hombre definitivamente

    amortizado, convertido en el icono ms representativo de la democra-

    cia; primer paso para la canonizacin que vendra despus y su definiti-

    va ubicacin en el Olimpo. Hasta tal punto este ao, que sera el ltimo

    de Felipe Gonzlez y de los socialistas en el Gobierno, marc un jaln

    en la apreciacin de su figura, que la naturaleza de ese proceso exige una

    explicacin que nos ayude a comprenderlo.

    Y como son hechos entremezclados y no pertenecen directamente

    al Adolfo Surez poltico sino al entorno en el que se mover el Du-

    que, exigen al menos un pequeo relato, que debera empezar en ese

    bies, ese embozo ltimo del gobierno de Felipe Gonzlez, vsperas de la

    victoria electoral de Jos Mara Aznar y del Partido Popular.

    A la altura de 1995, con Mario Conde procesado desde noviembre

  • 21 ADOLFO SUAREZ

    de 1994, Adolfo Surez pareca como si se hubiera distanciado del ex

    banquero, pero los tribunales seguan su marcha implacable y apareci

    entonces un lote de 300 millones de pesetas que Conde-Banesto haban

    regalado a Adolfo durante la etapa del CDS. Un episodio que perte-

    nece por derecho propio a la biografa de Surez y que se explica con al-

    gn detalle en el captulo 13.

    Resulta una obviedad afirmar que no haba nadie en 1995 deseoso

    de amalgamar al duque de Surez en el mismo saco de Mario Conde.

    Cuando declar ante el juez, en los primeros das de junio, nadie, ni si-

    quiera el abogado del sindicato UGT que le haba reclamado, os ha-

    cerle la ms mnima pregunta, y haba en la sala diez letrados para inte-

    rrogar! Hubo de ser el propio juez, Garca Castelln, para cubrir el

    expediente, quien le interrogara unos minutos, los suficientes para que

    Adolfo, que en un principio lo haba reconocido, no slo negara lo de

    los 300 millones de marras, sino que borde la intencin de que ni si-

    quiera conoca a Mario Conde.5

    Unos das despus, y tras un almuerzo ntimo entre un Mario Con-

    de contra las cuerdas de los tribunales y un duque de Surez obligado a

    devolver los favores, tendr lugar en el palacio de la Moncloa una de las

    reuniones ms increbles de la democracia espaola. El 23 de junio de

    aquel inabarcable 1995, y a peticin de Adolfo Surez, el presidente

    Gonzlez recibe al abogado de Mario Conde, Jess Santaella que, por

    cierto, haba sido asesor de la presidencia del Gobierno durante el man-

    dato de Surez, en presencia del ministro de Justicia e Interior, Juan

    Alberto Belloch.

    La intencin de Mario Conde, expuesta en trminos muy claritos

    por su abogado, se reduce a un chantaje al Gobierno y al Estado. A cam-

    bio de no hacer pblicos los documentos reservados que un agente del

    Centro Superior de Inteligencia haba robado los que se haran famo-

    sos como papeles de Perote y que comprometan al Gobierno en te-

    mas tan sensibles como la lucha contra ETA, y especialmente la creacin

    de los GAL, Mario Conde, que ha comprado esos papeles, ofrece al Go-

    bierno que no trasciendan, pero exige a cambio quedarse libre de cargos

    y 14.000 millones de pesetas.6 Confieso, yo, quien escribe, que cada vez

    que me detengo a pensar en este asunto lo que me resulta ms llamativo

    es lo del estrambote de los 14.000 millones. Acaso no le pareca sufi-

    ciente quitarse los cargos? Los ricos son insaciables! No perdonan nada.

    Carecen de sentido de la medida en todo lo que se refiere a ellos.

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 29

    El papel de Adolfo Surez, como intermediario en aquel inequvoco

    chantaje, no slo afectaba a su honra, sino que adems poda ponerle al

    borde del delito. Para evitar males mayores, hizo pblico un comunicado

    en el que reconoca su mediacin, pero afirmaba desconocer el contenido

    de lo que iba a ser tratado. Posteriormente alegara que su agradecimiento

    hacia Mario Conde se deba a un supuesto prstamo que le haba otor-

    gado para el tratamiento de su hija. Un argumento harto forzado, porque

    la intervencin de Banesto por el Gobierno y el descubrimiento inicial de

    un cncer de mama a su hija Mariam son prcticamente simultneos.

    El bueno de su bigrafo Abad no puede menos que concluir as el

    balance de las relaciones entre Surez y Mario Conde: El Duque se

    gan el dinero recibido, muy poco en comparacin con el que Conde

    aplic a comprar influencia por medio de la adquisicin de peridicos y

    periodistas, de camelarse a Don Juan para acceder a su hijo y a otros

    miembros de la familia del Rey y de cuidarse de la cartera de inversio-

    nes de este ltimo ... Surez fue muy lejos en su compromiso con el

    banquero y no dud en recabar la ayuda del Rey, a quien puso en una

    situacin comprometida por sus imprudentes relaciones con Mario

    Conde.7

    Las casualidades no existen afirman que deca el divino Giulio

    An-dreotti, son la voluntad de Dios. Quiz sea as y entonces no

    podremos desentraar el misterio, que no la casualidad, de que en ese

    atiborrado ao 1995 fueran a coincidir una serie de testimonios que

    levantaron alguna esquina de la alfombra extendida sobre la dimisin de

    Adolfo Surez como presidente del Gobierno, aquel fro enero de 1981.

    Por ignotas razones divinas, o casuales, o vayan ustedes a saber, casi quince

    aos despus nos adentrbamos en aquella trama. Qu actualidad tena en

    1995, cuando el PSOE de Felipe Gonzlez daba sus ltimas boqueadas y

    le arrancaba el poder Jos Mara Aznar, cumplindose al fin la reiterada

    monodia de Vayase, seor Gonzlez? La nica certeza es que a partir

    de entonces la figura de Adolfo Surez inici su proceso de canoniza-

    cin, y el pasado de la primera transicin, transcurrido un tiempo pru-

    dencial, empezara a cambiar.

    Los testimonios novedosos van a ser tres, y tendrn como soportes

    otros tantos libros, humildes de hechura, y escritos segn esa norma a la

    que parece tan dado el gremio periodstico espaol de escribir al dicta-

    do de sus protagonistas. Pero en este caso, como los protagonistas son

    de fuste, el inters resulta sobresaliente. Se titulan Nosotros, la transicin,

  • 30 ADOLFO SUREZ

    El quinto poder y Sabino Fernndez Campo: la sombra del Rey, publicados

    los tres ese mismo ao de 1995 y en la misma coleccin Temas de

    Hoy de la Editorial Planeta. Los tres fueron pergeados por periodis-

    tas avezados en los vericuetos de la transicin, con efmeras participa-

    ciones en la poltica. El primero, firmado por Julia Navarro, hija de una

    de las plumas ms feraces y falaces del franquismo, Felipe Navarro Yale.

    El otro, por Abel Hernndez, que dio el salto del sacerdocio, y la cura

    de almas a llenarlas, sin demasiada preocupacin por si el alimento era de

    buena o deplorable calidad; particip en todas las operaciones de

    Su-rez durante y despus de la presidencia del Gobierno, incluso lleg a

    presentarse como candidato electoral del CDS. El tercero, Manuel

    Soriano, desde su tierna edad media colabor activamente con la UCD y

    posteriormente con el PP. A los tres se debern aportaciones

    importantes sobre Adolfo Surez y su dimisin, debidas

    principalmente al cardenal Tarancn, confidente de Surez durante su

    presidencia,8 y a Sabino Fernndez Campo, jefe de la secretara del Rey

    durante los acontecimientos de 1981.

    La actitud de Adolfo Surez ante estas nuevas aportaciones fue de

    rechazo total, en especial a todo lo que hiciera referencia al Rey o a sus

    colaboradores. De tal modo que en 1995 se dio la curiosidad de que sa-

    bamos ms pero estbamos an ms confundidos. Ahora bien, lo que s

    fue cierto es que la virulenta reaccin de Surez ante las revelaciones de

    Abel Hernndez, por ejemplo, reforz el carcter de secretismo total so-

    bre lo sucedido en los primeros meses de 1981, esa cadena que liga los

    prolegmenos de la dimisin de Surez y el golpe del 23-F. A partir de

    ah empez a cambiar, y sustancialmente, el pasado. Tambin por pri-

    mera vez el ex presidente Adolfo Surez explicaba, urbi et orbi, la que se-

    ra a partir de entonces la versin cannica: la tctica de acoso y derribo

    a la que le someti el PSOE haba sido la causa de su dimisin.9

    No es balad que estas casualidades sucedieran en 1995, cuando el

    ciclo socialista, iniciado en octubre de 1982, poda darse por finalizado

    tras las elecciones municipales de mayo y el cambio de hegemona; un

    cambio incontestable que se confirmara al ao siguiente con la victoria

    del PP en las elecciones generales. Estaba en el ambiente que el pasado

    iba a cambiar, como si se tratara de una exigencia del presente. Nadie lo

    expresara con tanta rotundidad como Jos Mara Aznar, el lder emer-

    gente, en ese mismo ao y en plena vorgine de junio: El nacimiento

    de la Espaa contempornea, moderna y democrtica, est asociado al

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 31

    nombre de Adolfo Surez. Y era verdad, sin duda, pero para eso no era

    menester tergiversar el pasado, bastaba con dejarlo como estaba.

    De todas las manipulaciones a las que se ha sometido la transicin, el

    proceso de beatificacin de Surez es quiz de las ms logradas, porque

    con ella se libraban del elemento ms contradictorio y a su vez la clave

    de todo el perodo, la piedra angular de la transicin tout court. En vez de

    sentir pena por ellos y sus vergenzas, se las transferan a Adolfo Surez,

    con nostalgia y agradecimiento. Ahora te queremos, Adolfo! Fueron

    ellos quienes te impidieron gobernar! La revisin de la figura de Surez

    pasar del maldito Duque a la beatera ms escandalosa.

    Si en enero era el Rey quien le haca entrega en Toledo del Premio

    Internacional Alfonso X el Sabio, el ao se cerraba con un reportaje en

    TVE, con entrevista y semblanza, donde Surez apareca, despus de mu-

    chos aos de premeditado olvido, en actitud de canonizable. La victoria

    del Partido Popular en marzo de 1996 aumentara la intensidad, pero no

    el sentido, ya trazado desde el ao anterior. Los amigos ms distantes y

    los enemigos ms contumaces saltaron a coro para confirmar que el ms

    grande caballero que haba conocido la democracia restaurada no era

    otro que el simpar Adolfo Surez Gonzlez, duque de Surez. Seran

    necesarios unos aos ms y el flagelo de las enfermedades de su mujer y

    de una de sus hijas para que el icono alcanzara la canonizacin en la ms

    sublime de las trascendencias que conoci la cultura de Occidente, la

    trgica mitologa griega. As, Garca Abad titulaba sus apuntes biogrfi-

    cos sobre el ex presidente como Adolfo Surez, una tragedia griega (2005).

    Se entiende pues que el Rey, dos aos ms tarde, se aprestara a conce-

    derle el Toisn de Oro, la ms grande distincin de la Corona, que

    consta de un collar con el vellocino de oro de la mitologa helnica.

    Para llegar hasta ah, fueron necesarias todas las medallas: la de oro

    de Castilla y Len, entregada por su presidente Juan Jos Lucas, del PP,

    que le llam timonel de la transicin; el Premio Blanquerna que otor-

    ga la Generalitat de Catalua a personalidades no catalanas, que le fue

    impuesto por Jordi Pujol; el Prncipe de Asturias a la Concordia, y va-

    rios ms que haran este relato interminable. Y tambin todos los elogios,

    hasta la desmesura y la falsedad manifiesta. Un editorial periodstico en

    su homenaje propalar esta descomunal falacia: Tras retirarse de la po-

    ltica activa, dimitiendo como presidente del CDS, para dedicarse en

    exclusiva al cuidado de su esposa e hija enfermas....10

    Quienes evoquen

    su etapa como presidente alcanzarn autnticos tonos elegiacos: Pare-

  • 32 ADOLFO SUAREZ

    ce ms valioso reparar en la actitud de Surez ... que fue el respeto a los

    dems, el respeto a los disidentes, a las minoras, a los contrarios. El res-

    peto que predicaba Surez no lo tuvieron con l cuando tras las eleccio-

    nes de 1979 el Partido Socialista puso en marcha un "ejercicio de de-

    molicin" contra su persona.11

    Pero no se crean que las desmesuras fueron patrimonio de un deter-

    minado sector, sino que se convirtieron en clamor. Si el periodista Jos

    Oneto reconoca que hemos sido injustos con l, el intelectual Flix

    de Aza iba ms all: Qu nostalgia de Surez!. Si el periodista Miguel

    ngel Aguilar admita que realmente nos pasamos, no volveramos a

    escribir lo que dijimos, la escritora Elvira Lindo le elevaba de grados:

    El hombre del que no supimos apreciar el valor poltico. El periodista,

    empresario y acadmico Juan Luis Cebrin admiti en tono autocrtico:

    Se vio ms tarde que los equivocados ramos nosotros. Francisco

    Umbral le hizo una peana para la ocasin: Surez generaba en los espa-

    oles y en m genera todava el respeto prctico de un Doncel de

    Sigenza y la lozana de un Juan de Austria. Y ya puestos en derrames

    histricos, se puede escoger entre personajes de ficcin nuestro rey

    Lear (Pedro J. Ramrez) o rotundos e incontestables como Ale-

    jandro el Magno (Gonzlez de la Vega) o ms cercanos en el tiempo

    nuestro (almirante) Nelson (Pedro J. Ramrez). El historiador

    de-mocristiano Javier Tusell, que haba colaborado en su

    defenestracin despus de haber sido alto cargo de su Gobierno, empez

    comparndole con Giolitti, el estadista italiano, para aos despus

    elevarle a la consideracin del mejor poltico del siglo xx.

    Historiadores e hispanistas, todos consagraron como mnimo un bolo a

    su ahora descomunal figura: Julin Maras, Raymond Carr, Seco

    Serrano...

    No habra espacio para tanta quincalla de homenajes y grandilo-

    cuencias. Mereceran por s solas un libro, porque en vez de explicar al

    poltico ninguneado, nos delatan a nosotros. Fue un elegido de los dio-

    ses, que le llevaron al poder y a la gloria en plenitud de gracia y juven-

    tud, y desde all le protegieron como a uno de los suyos, como a

    Aqui-les, Pars o Ulises, de las turbulencias de un viaje por los

    procelosos mares de la transicin.12

    Ah queda eso, inmarcesible!

    Adolfo Surez tuvo la suficiente generosidad poltica para convertir al

    lder de la oposicin en parte de su proyecto de gobierno, perspectiva

    tan novedosa, enunciada por Pedro J. Ramrez,13

    que de no saber que

    quien lo escribe fue un activo colaborador en la defenestracin de

    Surez, uno pen-

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 33

    sara que est escribiendo sobre otra persona. No, Adolfo Surez no

    est gaga, ni tiene Alzheimer. Lo que le ocurre es que est triste...14

    En

    fin, dejmoslo por fin aqu, remitindonos a una perla, no s si la ms

    esplendorosa pero, en mi opinin, la ms divertida, obra de su

    hagi-grafo Abad: Adolfo Surez fue un personaje ambicioso pero slo

    de poder....15

    Probablemente nadie en la historia de la Espaa moderna alcanz ta-

    les ditirambos en vida y sin tener el mando. Los elogios a Cnovas del

    Castillo fueron sobre todo postumos. Los del Caudillo Franco, mientras

    gobern y entretanto se enfriaba el cadver. No hay precedentes. Me-

    nos an en su duracin, hasta hoy mismo, y por tanto casi sobrepasan los

    quince aos y que, segn Ortega, definan una generacin. Cabe en-

    tonces la obligatoriedad de preguntarnos por qu. Qu hay o haba en

    Adolfo Surez que se convirti en una obligacin poltica ensalzarle

    hasta lo imposible, y por los mismos que cavaron su fosa, logrando, no

    sin muchos esfuerzos, enterrarle polticamente.

    Yo no creo que haya otra explicacin que una sencilla, muy catli-

    ca y escasamente freudiana. Salvndole a l, nos salvamos nosotros.

    Apoderndonos de la figura de Surez, hacemos verdad una ambicin

    poltica ya truncada. Adolfo Surez hay que repetirlo de nuevo

    acaba siendo lo que nosotros queremos que sea.

    Como a esos ancianos a los que perdonamos sus intemperancias y sus

    contradicciones, Adolfo Surez se fue convirtiendo en un referente obli-

    gado de la derecha, en un momento en que buscaba legitimarse en el pa-

    sado. Jos Mara Aznar lo entendi as y habl con su entonces amigo y

    presidente de Telefnica, Juan Villalonga. Adolfo qued nombrado ase-

    sor de la compaa para Latinoamrica; 60 millones de 1996, al ao.

    Ya afectado, porque la vida se le complicaba y, como ocurre siem-

    pre, porque no estamos preparados para ser viejos, el hombre pona vo-

    luntad para acertar, pero desbarraba un poco. Cuando nadie le exiga

    que dijera esta boca es ma, su pasin poltica ese remedo de la ambi-

    cin le forzaba a intervenir. En el vigsimo quinto aniversario de las

    primeras elecciones democrticas aprovech para decir, desde el Parla-

    mento reunido para la ocasin, quejse Mara Aznar era el mejor pre-

    sidente que ha tenido la democracia espaola. Como entonces Aznar

    era quien mandaba, nadie tuvo la menor duda, y menos an el propio

    Aznar. Como Adolfo estaba amortizado, lo que haca era pedir para su

    hijo una buena plaza en las filas del PP.

  • 34 ADOLFO SUAREZ

    Y as fue, porque al joven Surez Illana lo incorpor Aznar al Comit

    Ejecutivo del PP desde el mismo da de su inscripcin en el partido.

    Result un fiasco; al ao siguiente se present de candidato a la presi-

    dencia de Castilla-La Mancha y roz la catstrofe electoral. Pero su

    padre hizo todo lo que pudo. Lo aval en la que sera la ltima inter-

    vencin pblica de Surez, una pattica tarde de mayo de 2003, en Al-

    bacete. Se trataba del mitin de presentacin del chaval, un mentecato

    que pensaba que la poltica entraba por va sangunea. Adolfo llevaba el

    discurso escrito y lo empez a leer con dificultad hasta que lleg un mo-

    mento en que se par y no pudo seguir. Se dirigi al pblico con esa risa

    en la cara que tantos xitos le haba deparado en otros tiempos, y reco-

    noci: Tengo un lo de mil diablos con los papeles!. Y an aadi:

    Qu voy a decir de mi hijo! Que es estupendo!. Y todos, con el pre-

    sidente Aznar a la cabeza, se echaron a rer entre ovaciones.

    La maldicin del Alzheimer acababa de hacer su presentacin en

    pblico con Surez de protagonista. Fueron los primeros sntomas. Sin

    embargo, hay quien asegura, no sin mala intencin, que esos fallos rei-

    terados en un hombre de tan fino olfato pudieron producirse en fechas

    anteriores, exactamente un ao antes, durante el debate dentro del PP

    sobre la sustitucin de Aznar. A pesar de que Surez siempre detest a

    Jaime Mayor Oreja, cuyo papel en el Pas Vasco juzg como una reite-

    rada traicin a la UCD y una entrega sin contrapartidas a la antigua

    Alianza Popular, sorprendentemente le dio su apoyo frente a Mariano

    Rajoy. Pero tambin caba otra interpretacin. Las desgracias personales

    de Adolfo le haban vuelto muy religioso. Volvi al entorno del Opus

    Dei, y en ese mundo Jaime Mayor Oreja tena un peso.

    El fallecimiento de su esposa en 2001 fue ms que un golpe. Eran

    muchos aos y muchas historias juntos y cinco hijos, y qu duda cabe

    que hubiera sido para l la cuidadora ideal de todo lo que iba a venir.

    Pero no pudo ser. Amparo Illana muri a los sesenta y seis aos de un

    cncer que le haban diagnosticado en 1994. Un ao despus de ente-

    rarse de que su hija Mariam lo padeca.

    La chica era la mayor de los hijos, la ms vinculada a su padre, y tam-

    bin la ms relacionada con la Obra de monseor Escriv de Balaguer.

    Mariam Surez Illana convirti sus once aos de lucha contra la enfer-

    medad, que coincidi en un principio con el embarazo de su segundo

    hijo, en un testimonio de fe y de voluntad. Una experiencia que traslad

    a un libro Diagnstico cncer. Mi lucha por la vida (2000) y lleg a

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 35

    xito editorial. Fallecera el domingo 7 de marzo de 2004. Su padre no

    lleg a enterarse, sumido ya en el Alzheimer.

    El hombre de la memoria incontestable, el que lo recordaba todo, se

    perdi y se olvid hasta de que le haba llegado la gloria postrera. Aho-

    ra que ya no la necesitaba ni le serva para nada, ni siquiera para paliar el

    dolor inevitable. Singular castigo el del Alzheimer a tantos protagonistas

    de la transicin. Cabr siempre la duda de si ser casualidad o voluntad

    divina, segn el maleficio de Andreotti. Y en este caso, para alivio de

    la memoria o para purgar pecados? Algn telogo tendra que explicar-

    lo. Como historiador, me limito a la resea y la piedad.

    Se hubiera merecido un final mejor. Acaso compensa ser aniquila-

    do como lo fue, para que un da tus enemigos de ayer canten a coro tus

    bondades? Adolfo Surez, mejor que nadie, es el ejemplo ms vivo de lo

    que nos hizo mayores. Entender que el pasado cada vez cambia ms,

    hasta el punto de hacerlo irreconocible a quienes lo hemos vivido.

    TERCERO

    EL LIBRO

    Esta biografa est construida en tres partes. La primera empieza con la

    muerte de Franco, que marcar el autntico comienzo de la transicin,

    y abarca hasta el golpe del 23-F de 1981, con el secuestro de .Adolfo

    Surez y del resto del Parlamento. Corresponde por tanto al perodo

    de Surez en el Gobierno; primero como ministro y luego como presi-

    dente. Ser su gloria.

    La reclusin individualizada a que le someten los golpistas del 23-F,

    sacndole del hemiciclo y mantenindole aislado de todo durante mu-

    chas horas, permite hacer un corte en la cronologa y volvernos atrs.

    Nos consiente reconstruir su vida desde los comienzos en vila hasta la

    muerte de Franco. El ascenso por la cucaa.

    Aunque se resistir a ello, ya nada ser igual para Adolfo tras su di-

    misin y el 23-F. Estamos en el comienzo de la tercera parte, que va a

    tratar de los diez aos, diez, de su proyecto poltico ms propio y ms

    complejo, la creacin del CDS. El Centro Democrtico y Social tendr

    una vida espasmdica que hubiera podido definir el propio Groucho

  • 3 ADOLFO SUAREZ

    Marx: desde la nada hasta la miseria ms absoluta. Va a ser su purgato-

    rio. Ah terminar la vida poltica de Adolfo Surez, y este libro.

    Hace ahora treinta aos publiqu una biografa de Adolfo Surez

    cuando estaba en la cima de su poder, que se abra con tres prrafos que

    an me resultan cercanos y precisos:

    Fue en enero de 1979 cuando me di cuenta de que Espaa tena un

    presidente del Gobierno que careca de biografa. Ni oficial ni oficiosa.

    Haba sido nombrado para tan alto cargo en julio de 1976, y despus de

    tres aos nadie pareca interesado en explicar ese curioso fenmeno de la

    historia espaola del siglo xx, que consiste en tener un jefe del Gobierno

    cuya trayectoria personal se desconoce.

    En menos de dos aos este pas nuestro pas de la dictadura a la de-

    mocracia de una manera tan particular, que cabe preguntarse qu tipo de

    dictadura dejamos y qu estilo de democracia acogimos. Las preguntas,

    formuladas as, exceden los lmites de este libro. Estamos demasiado cerca-

    nos a los hechos para tener la frialdad de observarlos en su conjunto.

    Hay algunos datos incontrovertibles. Adolfo Surez Gonzlez naci

    en Cebreros (vila) un da de septiembre de 1932. Otro da del mes de ju-

    lio del 76 fue designado por el Rey para hacerse cargo del Gobierno. En-

    tre estas fechas est la verdad, pero como dijo ya alguien, el resto es opina-

    ble, porque la verdad no es la misma dicha por Agamenn que por su

    porquero, y queda a cada lector considerar a cul de las dos se adscribe.

    Lo titul Adolfo Surez: historia de una ambicin y tuvo notable xito

    de pblico y una autntica cascada de crticas, de lo ms variopinto, eso

    s, dentro de la gama superior de la descalificacin y el insulto. Los pe-

    riodistas con hilo directo en La Moncloa fueron especialmente duros.

    Pilar Urbano, la Elsa Maxwell de la poltica espaola en la transicin,

    que ya se haba ganado entonces el sobrenombre de Pilar Suburbano,

    apuntaba hacia los servicios soviticos cuando se refera al libelo de

    Gregorio Moran, cerebro de los "dosieres secretos" del PCE contra Su-

    rez. Ella fue la primera en anunciar, antes de que se produjera, que el

    equipo de La Moncloa haba contratado a Ricardo de la Cierva para

    una rplica de lujo al libro.

    Y as fue: el mismo da que apareca en las libreras, Ricardo de la

    Cierva en ABC le dedicaba dos pginas.16

    El eximio cronista de Franco

    estaba entonces haciendo esfuerzos para quitarse de encima el qu

    error, qu inmenso error! con el que haba recibido a Adolfo Surez al

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 37

    ser nombrado presidente del Gobierno. sta era una ocasin para de-

    mostrar arrepentimiento y propsito de enmienda. Con el cinismo y la

    desvergenza que le caracterizaba desde haca dcadas, solicit a la edi-

    torial y al autor poder disponer del libro antes de su aparicin en libre-

    ras, porque deseaba darle la bienvenida. El artculo de De la Cierva en

    ABC empezaba presentndose como un hombre independiente No

    ostento cargo pblico alguno ni aspiro a l, si bien semanas despus in-

    gresara en la UCD y el presidente Surez le nombrara ministro, y

    marcara la va por la que iban a caminar los otros cronistas de corte.

    Abel Hernndez, columnista del que se serva La Moncloa para deses-

    tabilizar a los adversarios, alert que el libro era demasiado zafio y de os-

    curas intenciones, aunque posiblemente todo se reduzca a dinero y cele-

    bridad.17

    El director del diario Pueblo, el veterano falangista Jos Ramn

    Alonso, dio un paso ms: Llamar libro a la obra de Gregorio Moran pare-

    ce casi una cortesa, porque tiene facetas de libelo y desde la primera pgi-

    na a la ltima flagela con saa a su personaje.18

    El ms preciso y taxativo

    sera Antonio Papell (Pedro Villalar), columnista en un centn de dia-

    rios: El libro es repugnante, bajo, rastrero, tan alejado de cualquier calidad

    literaria o poltica que rozara la irreverencia incluso el que una basura se-

    mejante reposase en los anaqueles venerables de una librera de consulta.

    En pura consecuencia, terminaba convocando al autor a que se fuera del

    pas.19

    Despus de eso, sonaba a leve la reaccin de Augusto Assa (Felipe

    Fernndez Armesto), empresario ganadero, esposo de la diputada por

    Corua de Alianza Popular, Fernndez-Espaa, y veterana pluma conser-

    vadora que escriba en La Vanguardia de Barcelona y el Ya de Madrid, con

    incursiones en su propio diario, La Voz de Galicia: El libro entero es un

    error ... por lo retrico, lo confuso, lo discursivo y lo aburrido.20

    La rplica de lujo de Ricardo de la Cierva tena como primer objeti-

    vo la descalificacin intelectual del autor del libro confunde

    cegadora-mente a Galileo con Coprnico.21

    Segundo, demostrar que

    un hombre como l, que se consideraba el mejor conocedor de todos y

    cada uno de los intrngulis del franquismo de lo cual, por otra parte,

    viva y muy bien, y hasta haba conseguido ctedra en propiedad, no

    poda menos que burlarse de la supina ignorancia de aquel chico de treinta

    y dos aos; un advenedizo en territorio de De la Cierva. Tercero, y muy

    importante, animar al personal a denunciar al autor ante los tribunales,

    porque algunas alusiones rozan la calumnia y entran en el terreno de la

    querella criminal. Al final vena el toque de color que luego sera

    adoptado por

  • 38 ADOLFO SUAREZ

    los plumillas del entorno: Moran es un profesional de la maledicencia

    su-bliminal... Un experto en libelos, tpico submarino del partido

    comunista que, confinado (51c) en la impunidad, suele navegar en

    superficie.

    Tratndose del primer libro en la vida del autor, que, por cierto, no

    tena ninguna relacin con el Partido Comunista, el veterano manipula-

    dor saba lo que se haca. Santiago Carrillo sali al quite y calific el libro

    de pornografa poltica. Luego se hizo entrevistar en la revista de su par-

    tido, La Calle, donde manifest a su militante director Csar Alonso de los

    Ros el mismo que ahora deambula por la extrema derecha que des-

    conoca todo lo referente al libro y que consideraba el asunto como una

    operacin de la derecha para convertir al PCE en el chivo expiatorio.22

    Fueron llamativas tambin las diatribas de Paco Umbral entonces

    disfrazado de izquierdista, siendo como soy portavoz rojo de los ro-

    jos..., que colocaba el libro como parte de una turbia campaa: Mi

    querido y admirado Pedro Rodrguez, el ltimo estilista de la Falange,

    ha anunciado la guerra de los dosieres. El ms importante, de momento,

    parece ser el de Gregorio Moran sobre Adolfo Surez ... Algunos

    co-lumnistas dicen que an no lo han ledo. Yo es que no voy a leerlo

    nunca.23

    Divertida tambin era la exposicin de Baltasar Porcel,

    supuesto escritor bilinge, en una sarta de incongruencias sintcticas y

    lxicas: Una vez ledo dicho libro y cuesta llegar al final, porque es

    extenso por reiterativo y por estar escrito con frecuencia a trompicones,

    explicando adems una serie de acontecimientos de la historia de estos

    aos que ya figuran en otra infinidad de obras sobre la materia, una vez

    ledo, deca, la decepcin es total.24

    El historiador y alto cargo del Go-

    bierno, Javier Tusell, tras hacer una especie de ofrecimiento a Surez

    para que le encargara a l una futura biografa, que poda empezar pro-

    logando los discursos del presidente, sealaba con displicencia refirin-

    dose a esa nadera de libro: Lo ms obviamente comentable del libro

    de Moran es que no merece comentario alguno.2'' Probablemente no

    lo haba ledo; cada vez que cita el libro se equivoca en el ttulo.

    Hubo situaciones chuscas, como la entrevista con portada en la re-

    vista Sbado Grfico, que a la siguiente semana sac una nota editorial

    desdicindose, porque el libro les haba decepcionado y lo que se ha-

    ba anunciado como bomba no pasaba de petardo. La gesta no extra-

    ara a nadie tratndose de una publicacin que dirigan dos perillanes

    del oficio, como eran Eugenio Surez y Germn lvarez Blanco. El

    edi-torialista de El Pas, Javier Pradera, omnmoda autoridad

    intelectual, en

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 3f

    su mejor estilo perdonaba la vida al autor y al libro. 6 Fernando Onega

    ejerca de gallego al referirse a la crtica de De la Cierva sin decantarse,

    pero se felicitaba porque Surez puede dormir tranquilo. La misma

    idea, aunque por diferentes razones, la tena el poeta de la extrema de-

    recha Juan Van Halen, entonces activo pendolista en El Imparcal, quien

    consideraba el libro tan benevolente con el traidor Surez, que el au-

    tor deba ser recompensado por La Moncloa. Gonzalo Torrente

    Balles-ter se refera al texto en su semanal Torre del Aire, en el

    Informaciones, pero lo haca de una manera tan sutil que no era

    detectable su opinin, si es que tena alguna.27

    En fin, hubo algunos elogios. El ms llamativo, el de la historiadora

    Carmen Llorca, inslita representante del liberalismo conservador, que

    se descolg con un agudo anlisis crtico.28

    Tambin los parabienes de

    Jos Luis de Vilallonga, Amando de Miguel, Joaqun Marco, Pedro Al-

    tares y Manolo Vzquez Montalbn (Sixto Cmara), que escribi con

    proftico optimismo: Dentro de cuarenta aos el libro de Moran ser

    un guin malvado imprescindible para el historiador, mientras que las

    "defensas" de Surez sern un flaco ejercicio de lo que ya hoy es evi-

    dente.29

    Estbamos, es obvio repetirlo, en 1979 y todo tena an las dificul-

    tades e improvisaciones de un sistema que se descubra a s mismo. La

    elaboracin del libro, un parto de nueve meses exactos porque no ha-

    ba dinero para ms, fue posible gracias a un crdito de un par de ami-

    gos, a los que estar eternamente agradecido, porque no hubo editorial

    no slo que fuera capaz de dar un adelanto, sino ni siquiera de editarlo.

    Todas las gestiones para su publicacin fueron al tiempo entusiastas y

    fallidas. Entusiastas, porque todos, sin excepcin, auguraban un gran

    xito al libro como as fue, pero admitan que no osaban intentar-

    lo. Una biografa crtica de un presidente del Gobierno en ejercicio!

    Inimaginable.

    Al final, sera Rafael Borras y los hermanos Lara, de la Editorial Pla-

    neta los ltimos a quienes acced, quienes asumieron la edicin y

    hubieron de padecer el peculiar acoso de los dos cancerberos principa-

    les de la presidencia del Gobierno: el siniestro Prez Llorca, de buen

    apodo zorro plateado, ministro de la Presidencia a la sazn, con el que

    hube de entrevistarme en circunstancias entre jocosas y mafiosas, y

    Jo-sep Meli, notable asesor poltico-periodstico del presidente Surez,

    brillante redactor de sus discursos, comprador de hombres y cosas, que

  • 40 ADOLFO SUAREZ

    alcanz cimas de chalaneo fenicio al ofrecer un mercadeo singular: cam-

    biar la publicacin del libro por un alto puesto en Televisin Espaola;

    una golfera muy al uso que justific con una frase inconmensurable:

    Gente como el autor se necesita en RTVE. Yo tena treinta y dos

    aos, y a esa edad uno est en condiciones de superarlo todo, incluso de

    hacer un libro en nueve meses y ponerse al mundo por montera.

    Por sorprendente que parezca, en la elaboracin del libro slo re-

    cuerdo tres personas que se negaran a hablar: un siniestro personaje de

    las covachuelas del Movimiento, Arturo Serigrat, que me estuvo ma-

    reando la perdiz durante un par de meses; el filsofo del franquismo, Je-

    ss Fueyo, adentrado entonces en su perodo crtico de la dipsomana,

    que me explic telefnicamente su falta de ganas de ver a nadie; y Ma-

    nuel Fraga Iribarne, para quien, hablar de Surez careca de inters.

    Estbamos, no lo olvidemos, en 1979, cuando Adolfo Surez y su UCD

    alcanzaban cotas en alza, slo enturbiadas en septiembre por las declara-

    ciones de dos influyentes militares Milans del Bosch, capitn general

    de Valencia, y Gonzlez del Yerro, lo mismo en Canarias, netamente

    intervencionistas, amenazadoras.

    Hubo dos personas a quienes ahora, treinta aos despus, debo ha-

    cer su pequeo homenaje de respeto y agradecimiento, porque fueron

    importantes dado su conocimiento del tema y por su papel en diferen-

    tes etapas de la vida de Surez. Se trata de Torcuato Fernndez Miran-

    da, que hizo de todo con Franco y no menos con el Rey. Y tambin

    Eduardo Navarro, colega, compaero, subalterno, asesor, mamporrero

    y hasta socio de Adolfo Surez.

    Me entrevist con Fernndez Miranda en Madrid una media doce-

    na de veces, y an hoy hay cosas que no puedo olvidar. Siempre le vi-

    sitaba en su piso de General Ora, por la maana, en un saln tpico de

    la burguesa de cualquier lugar de Espaa; sillones mullidos e incmo-

    dos, y una gran mesa baja, atiborrada de pequeos objetos de plata. No

    haba un resquicio sin ceniceros jams usados, cuadros, fotos,... Todo

    abigarrado de tal modo que aunaba una cierta frialdad domstica con el

    aire pesado de una tienda de anticuario. Me abra una criada uniforma-

    da, me sentaba en el escasamente acogedor saln, y l llegaba, recin

    afeitado, para responder a mis preguntas. Me llamaban la atencin dos

    detalles: jams me ofreci ni un vaso de agua y hablaba de s mismo en

    tercera persona: Y entonces, Fernndez Miranda dijo.... Tena su gra-

    cia. Yo creo que nunca me mir, ni siquiera para hacerme las dos ni-

  • INTRODUCCIN EN TRES TIEMPOS 41

    cas preguntas que salieron de su boca: si yo segua siendo comunista y

    qu significaba para m la dialctica.

    Puedo decir con seguridad, treinta aos despus, que no me minti

    nunca. Otra cosa es que dijera toda la verdad. Slo le not desconcerta-

    do un da, la ltima vez que nos vimos. Sucedi en su chalet de Somi,

    en Gijn, el 23 de agosto de 1979. Yo haba llegado con un buen pu-

    ado de pginas, en las que haba una referencia expresa a su papel y a

    sus maniobras durante la presidencia de las ltimas Cortes franquistas

    que hered el Rey, y en su jefatura del Consejo del Reino que propu-

    so a Surez. Tena inters en que las leyera y adems le haba prometido

    que se las dara a leer. Me agradeci sonriente que se las trajera y se

    dispona a acompaarme hasta la puerta cuando le advert que no haba

    venido a dejrselas sino a que las leyera. Quiere decir que las debo leer

    delante de usted? Cuando le dije que s, tuvo un instante de vacilacin

    y, captando que la situacin entre nosotros haba cambiado, se puso sin

    ms comentarios a leer el texto.

    La sesin dur exactamente cuatro horas y diez minutos, y hubo tres

    o cuatro momentos delicados en los que levant la cabeza de los papeles

    que iba leyendo, sentado en una especie de mecedora, enfrente de m.

    Esas interrupciones eran para preguntarme quin me haba suministrado

    tal o cual dato, aunque siempre obtena la misma respuesta, hasta que la si-

    tuacin se puso especialmente tensa al llegar al relato del ltimo Consejo

    del Reino, de donde saldra la terna con la entonces inocua figura de

    Adolfo Surez en ella. Acaso es falsa?, le pregunt. Yo no le digo que

    sea falsa o que no lo sea, lo que le pregunto es cmo la obtuvo. As es-

    tuvimos un buen rato, y cuando se convenci de que la cosa no iba a

    avanzar un pice, sigui leyendo, pero de vez en cuando volva a insistir:

    Cmo la obtuvo?. Y yo replicaba: Acaso es falsa?. Y l repeta: Yo

    no digo que sea falsa ni cierta, yo le pregunto cmo la obtuvo.

    Debo decir en su honor que mantuvo el tipo hasta el final. Tener

    que leer un puado de pginas delante de un niato, porque no me fia-

    ba de l! Le debi de parecer una provocacin. Recuerdo que ya se ha-

    ba hecho de noche cuando se levant irritado y dijo que aqulla no era

    su visin de las cosas. Pero entiendo aadi que es su libro, no el

    mo. l pensaba que ya habamos terminado, y yo tambin. Fue enton-

    ces cuando me dirig a l, sin piedad alguna, secamente, exactamente igual

    que l haba hecho en todas y cada una de nuestras entrevistas. Sera tan

    amable de pedirme un taxi? Crey no haberme odo bien y me hizo re-

  • 42 ADOLFO SUAREZ

    petirlo. Llam a su esposa y le pas el cumplimiento: Pedirle un taxi al

    seor Moran. Luego se dio la vuelta y sali sin despedirse. Fue la lti-

    ma vez que le vi. Falleci once meses ms tarde.

    No se trataba slo de desconfianza, que la haba, sino de algo que me

    haba planteado desde que empec el trabajo: nadie dispondra del manus-

    crito original hasta que lo entregara al editor. Y as se lo hice saber a los tres

    periodistas que entonces trabajaban para el Gobierno y que pretendieron

    adquirirlo: Jess Picatoste y Antxon Sarasqueta, asesores de La Moncloa, y

    Manuel Bueno, jefe de la secretara del ministro Joaqun Garrigues.

    No sera de buena ley olvidar la paciencia y la buena fe de Eduardo

    Navarro, el colaborador ms fiel y constante de Adolfo Surez, y sin

    duda el peor tratado por l. Siempre hubo de asumir las derrotas de Su-

    rez y nunca le permiti compartir sus victorias. Navarro perteneci a esa

    generacin que fue fala