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1 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras.
ADIOS AL CINE PALACIO.
EN AGOSTO y PRINCIPIOS DEL CINE PALACIO
Es el de agosto un mes algo siniestro y no lo digo por el asfixiante calor, propio
del tórrido verano, que también, sino porque en este ardiente mes ocurren
cosas calamitosas, pasan cosas nefastas; en fin pasan cosas que nos tocan la
fibra de la sensibilidad. Recuerdo que a mi madre, a la vuelta de las vacaciones
de verano, que junto con mi padre pasaban en Soria, cuando le dábamos la
noticia del fallecimiento de alguna persona conocida, ella, comprensiva como
siempre y con un ligero toque de humor me decía: “¡Ay hijo, eso de morirse es
lo último!”. Y también me contaba que el abuelo Millán repetía ante sus amigos:
“Pasando el mes de marzo, tenemos otro año para vivir”. Claro que en este
caso no hacía referencia al mes de agosto, sino al durísimo invierno soriano,
durante el cual atacaban fuertemente las pulmonías.
El asunto es que, aquí en nuestro Getafe, en este mes de agosto del año 2016,
nos hemos quedado definitivamente sin el Cine Palacio ¡Una verdadera pena!
El Cine Palacio, también conocido en Getafe como el cine de “el Gordo”, fue
durante muchos años la única sala de cine del pueblo. Con un pasillo central y
dos pasillos laterales, era hermosa, confortable y además tenía calefacción; lo
cual la hacía aún más atractiva, sobre todo en invierno.
Estaba ubicado en la calle de Ramón y Cajal (antigua calle de Juan Tolo) y fue
construido en 1935, en un solar propiedad de las hermanas Felisa y Tomasa
Palacio, ambas hijas del General Romualdo Palacio González (1827-1907),
prestigioso militar y diputado en Cortes, que pasó sus últimos años viviendo en
Getafe, habiendo sido nombrado como “Hijo adoptivo de Getafe” en el año
1895, dando su nombre a la otrora llamada Plaza de la Feria.
El proyecto, obra del arquitecto Antonio Sala y el aparejador Antonio Galeote,
fue presentado en el Ayuntamiento de Getafe. La obra de construcción de la
gran nave fue llevada a cabo por los constructores Julio y Juan Galeote. Una
nave rectangular, con estructura de hierro y ladrillo, cubierta por un tejado a
dos aguas con la, entonces acreditada, uralita ondulada.
En un principio se le dio el nombre de Cine Alba, que era el apellido del marido
de Tomasa Palacio, José Alba de Valdecasas, pero algo más tarde se optó por
el bonito nombre de Cine Palacio, que ha llegado hasta nuestros días, en honor
al General Romualdo Palacio y a la vecina plaza que llevaba su nombre.
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Planos del proyecto inicial del Cine Alba, luego más tarde Cine Palacio.
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LA CALLE DE RAMÓN Y CAJAL
Para empezar, recordaremos por unos momentos la estructura urbana de la
calle de Ramón y Cajal, allá por los años cincuenta. Unos dirán que empezaba
en la Plaza del General Palacio y otros dirán que comenzaba en la Calle
Madrid. Al fin y al cabo es lo mismo, o sea que da igual.
Situados en la izquierda, la primera casa, con jardín, pozo y piloncillo para lavar
la ropa, estaba ocupada por la familia del prestigioso médico, el doctor Martín
Navarro Queralt, donde tenía su consulta de “iguala”.
En la primera esquina de la derecha, estaba la casa –una preciosa casa- donde
vivía la familia del notario Don Amalio, y por encima de la misma se encontraba
una herrería con su fragua; donde se preparan las herraduras para herrar las
mulas, burros y caballos. Inmediatamente después se hallaba la gran finca de
Berrocal, con un gran jardín y una hermosa casona, en el centro, donde vivía la
familia y adonde despachaban al público la fresca leche de vaca, pues al fondo,
haciendo esquina con la calle de Álvaro de Bazán, tenían la vaquería.
En la acera de la izquierda, pasando la casa de Don Martín, y frente a la finca
de Berrocal, estaba el Cine Palacio, junto al cine se encontraba la carbonería
de Leandro y pasando la carbonería había una terraza de cine de verano, con
servicios y ambigú, que daba a las traseras de las casas bajas de la calle de
Velasco. En la casa de la esquina vivía la familia Heras y algo más adentro la
familia Sandín y ya al fondo Teresa la del bulto y su marido Ricardo Cáceres.
Volviendo a la acera de enfrente, esquina a la calle Álvaro de Bazán, se hizo un
hermoso chalé, que todavía hoy existe, el teniente Lozano y junto a él, el
practicante militar Solís construyó un bloque de viviendas, esquina a la calle de
San José de Calasanz. Enfrente, entre las calles Velasco y la del Padre Felipe
Estévez, había una gran casa con hermoso jardín, donde vivía la familia de
Lucas, el peluquero. Al otro lado de la calle, en la esquina a la de Felipe
Estévez, se erguía en ruinas una casa que debió haber pertenecido a una
familia de abolengo, a juzgar por los moldes que aún se veían en sus ruinosas
paredes. A continuación un gran y hermoso jardín y la casa de “las molineras”;
después la imprenta Romero y para finalizar estaba el almacén del Sindicato
Nacional del Trigo, donde se pesaban y almacenaban los sacos de trigo que
más tarde irían a parar a la fábrica de harinas, para la molienda.
Habíamos dejado en la acera de la derecha las casas de Solís; pues al otro
lado de la calle de San José de Calasanz estaba el chalé, con jardín y patio, de
Doña Amelia del Castillo y siguiendo hacia arriba las casas, también con jardín,
de las familias Losada, ya delimitando con la calle de Núñez de Balboa. En la
esquina siguiente vivía un peluquero y un poco más arriba, años más tarde,
José López y Agustina pusieron el bar “Los Ángeles”, esquina a la calle Cubas.
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En la otra esquina Don Rufino Vara mandó construir una hermosa casa con
jardín y un gran patio, además de una vivienda anexa al impresionante chalé,
(que aún existe) y un pequeño local, donde el “tío Parra” instaló su taberna.
Ya estábamos en la calle de Jacinto Benavente y en la esquina de los impares
lucía atractiva la fábrica de harinas. Un impresionante edificio con moderna
maquinaria para moler el trigo, con los rodillos estriados de veinticinco cms. de
diámetro y metro y medio de longitud. Además había en el recinto una gran
báscula en la que se pesaban los camiones, antes y después de descargar,
(también alguna vez los grandes verracos de la granja del 13 de artillería).
Frente a la fábrica de harinas el gran solar de esparcimiento, “La Barbacana”.
Largo sería hablar de este lugar, en el que generaciones de muchachos han
desarrollado los huesos y los músculos de sus lozanos cuerpos, a la vez que la
habilidad y el ingenio, practicando infinidad de juegos infantiles y juveniles,
como el aro, las bolas, las chapas, el hinque, la pita, los tejos, el bote bolero,
los botes de carburo, el pañuelo y la pídola; además de aprender a montar en
bicicleta y ¡cómo no! jugar a la pelota, no al fútbol, sino a la pelota, durante
horas y horas de solaz, sin descanso, en cualquier época del año.
Junto a la Barbacana unas pocas viviendas, ocupadas por las familias Garrote
y Mondejar. Y al final de la calle la coqueta Estación Corta de Getafe, con sus
magníficas instalaciones, que además de su utilidad pública eran el atractivo de
la chiquillería del barrio y de las muchachadas de otros barrios.
EL CINE PALACIO
Este emblemático edificio tenía en su gran fachada, además de las puertas de
entrada, como es normal, un escaparate en el que se publicitaban, mediante
una docena de cuadros con fotogramas, las películas que se iban a proyectar
en los días sucesivos, principalmente las de los domingos. Junto al escaparte
estaba la taquilla en la que se despachaban las entradas. Al otro lado de las
puertas, asomaban dos pequeñas ventanas de oxigenación, a más de dos
metros de altura, que correspondían a los urinarios. Y en lo alto de la fachada,
en el centro de la misma, una serie de pequeños ventanucos, que sin duda
servían de respiración a la sala de proyecciones.
Nada más entrar, nos encontrábamos en un gran “hall” en el que a la derecha
estaban los baños y una escalera que daba acceso a un pequeño palco con
tres filas, en las que se podían acomodar quince personas. Por la izquierda otra
escalinata llevaba a la sala de proyección y justo al lado del comienzo de la
misma unas puertas dobles daban paso al bar, cuyas cristaleras a la calle eran
las que formaban el escaparate que citábamos al principio.
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La sala era impresionante, con un pasillo central, dos pasillos laterales y otro
transversal. Un desnivel hacia la zona del escenario, donde se encontraba
emplazada la pantalla, permitía ver cómodamente las películas. Las butacas,
tapizadas en color rojo, eran de buta-percha. Creo recordar que había
veintiocho filas, con quince butacas a cada lado, lo que daba un aforo de unas
ochocientas personas. Situados en ambos pasillos laterales, había unos
formidables radiadores, de al menos veinte elementos cada uno, que en los
fríos inviernos aportaban a la sala una de agradable temperatura ambiental.
En el pasillo lateral de la izquierda había tres grandes puertas, que cuando se
abrían daban paso a un patio rectangular, usado para desahogo de la sala.
ALGUNAS CURIOSIDADES
No siempre pero, en muchas ocasiones, cuando ibas a comprar las entradas el
empleado te ofrecía un pequeño programa de la película que se iba a poner
unos días después. Los programas eran bonitos, coloridos, y en pequeño
formato reproducían el mismo cartel que en grandes dimensiones ponían en el
escaparate. Cuántas veces los mirábamos y los enseñábamos a la novia y a
los amigos. Por cierto que muchos chavales se dedicaron a coleccionarlos y
hasta se los cambiaban, como si fuesen cromos; la verdad es que gustaban
mucho. Mi hermano Luís Antonio los estuvo reuniendo durante algún tiempo.
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Durante los descansos, como los hombres acostumbraban a salir a fumar al
hall y era tal la cantidad de cigarrillos que se encendían al mismo tiempo, pues
resultaba que la atmósfera se hacía casi irrespirable, pero la gente aguantaba.
Una curiosidad digna de apuntar, es que en la penúltima fila de los impares, en
el número uno, había una butaca algo más ancha que las demás, reservada
para una clienta especial, una señora gordita que regentaba una pensión en la
calle Madrid: “La Sevillana”.
A las puertas del cine solía ponerse una señora de pelo completamente blanco,
con una cestita de mimbre, cubierta con un paño blanco, bajo el brazo, creo
que vivía por la calle Villaverde, y que vendía caramelos y cigarrillos sueltos,
ofreciéndolos con su voz suave y con una cantarina retahíla que decía así:
“¡Vaya caramelos que llevo! ¡Qué buenos son! Ideales, Bisontes”.
Fachada del Cine Palacio, perfectamente conservada, hace ya algunos años,
pero por entonces sin actividad alguna y cerrado al público.
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EL NO-DO
En la gran pantalla del Cine Palacio, vimos infinidad de películas en blanco y
negro, precedidas siempre por el No-Do, también en blanco y negro.
Perdamos pues unos minutos dando rienda suelta a la nostalgia y recordando.
La proyección del No-Do era obligada. Tenía dos partes una de noticias y otra
de imágenes. En la primera parte siempre se nos ofrecían los adelantos de
nuestra incipiente industria y las conquistas sociales, invariablemente bajo el
prisma del régimen. El Jefe del Estado aparecía una y otra vez inaugurando
pantanos, por lo que se ganó el apelativo popular de “el Rana” (claro que hoy
casi hay que agradecer a “el Rana” el magnífico plan hidrológico nacional).
Después venían las Imágenes; unos reportajes cargados por la exaltación de
nuestros deportistas: atletas, ciclistas, tenistas, boxeadores y futbolistas ¡eso sí
mucho fútbol! (quizás menos que ahora), partidos de Liga, la final de la Copa
del Generalísimo, los partidos del Real Madrid en la Copa de Europa y por
supuesto los partidos de la Selección Nacional. Tampoco faltaban los toreros,
los artistas de cine y de teatro del momento, las folklóricas, y los coros y
danzas de la sección femenina del Frente de Juventudes.
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ACTRICES Y ACTORES DE PELÍCULA
Y llegó el “tecnicolor” y pudimos asistir a inolvidables proyecciones como
“Escuela de Sirenas” protagonizada por la guapa Esther Williams en bañador, y
“Lo que el viento se llevó” con el insuperable galán de bigotes Clark Gable y
aquel inolvidable final en el que la protagonista, en este caso Vivien Leigh, dice
aquello de “Pongo a Dios por testigo que nunca volveré a pasar hambre”.
Pero antes habíamos visto unas cuantas pelis en blanco y negro. Por citar
alguna pondremos a la titulada “El enigma de otro mundo” en la que nos
hicieron pasar bastante mieditis. Sin embargo las de Mario Moreno “Cantinflas”
nos hacían reír a mandíbula batiente, con sus gestos y su forma de hablar tan
peculiar. Aquellos simpáticos Hermanos Marx (Harpo, Zeppo, Chico y Groucho)
eran unos cómicos sensacionales que, por lo absurdo de las situaciones, nos
entretuvieron con aquel humor sano “La parte contratante de la primera parte,
etc, etc.” “Más madera”. Bueno, y nunca olvidaremos al genial Buster Keaton
en “El maquinista de la General”, ni tampoco las muchísimas películas cortas
protagonizadas por Stan Laurel y Oliver Hardy “el gordo y el flaco”, también
vimos a otra pareja de “el gordo y el flaco” Bud Habbott y Lou Costello,
protagonizar películas de humor. Pero amigos, chapó (en este caso bombín)
para el genial Charles Chaplin, alias “Charlot”. El mejor. Sin más comentarios.
Como decía más arriba había llegado el tecnicolor y ya se había quedado para
siempre. Las películas norteamericanas traían los mejores fotogramas, el mejor
sonido y los mejores argumentos. Hasta la pantalla del Cine Palacio llegaron
Gary Cooper, Spencer Tracy, James Steward, Burt Lancaster, Tony Curtis,
Antony Quinn, Kirk Douglas, John Wayne, Henry Fonda, Montgomery Clif, Fred
Astaire, Gene Kelly, Frank Sinatra, Gregory Peck, Víctor Mature, Peter Ustinov,
James Dean, el gran Marlon Brando y muchos otros más, acompañados por
Mauren Ohara, Deborah Kerr, Ava Gadner, Marilyn Monroe, Jane Rusell, Janet
Leigh, Judy Garland, Ingrid Bergman, Audrey Hepburn, Katharine Hepburn,
Elizabeth Taylor, Grace Kelly, Bette Davis, Jean Simmons, Debbie Reynolds y
Susan Hayward, además de las italianas Silvana Mangano, Sofía Loren y Gina
Lollobrigida, sin olvidar a nuestra estrella Sara Montiel, actuando en Veracruz y
en El último Cuplé.
9 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras.
La lista, tanto de ellos y como de ellas, sería realmente
interminable, y un inventario de películas disfrutadas en las
cómodas butacas del Cine Palacio, también. Por lo tanto,
eso queda para los particulares recuerdos, que no serán
pocos, de cada uno de nosotros, sin duda espectadores
excepcionales de una época pasada, en la que era
costumbre muy popular, acudir a las sesiones de cine.
Pongo aquí, con todo mi respeto y admiración, una típica
foto del personaje cinematográfico más importante de
todos los tiempos, según mi propio criterio.
Y aunque sea una frivolidad, no quiero dejar de pasar por alto una apostilla
sobre la gran cantidad de películas del Oeste, de las que en el Cine Palacio
nos pasaban con frecuencia, que disfrutamos en aquellos tiempos, y a través
de las cuales descubrimos un mundo de cuasi-ficción, realmente interesante.
Cientos de películas del oeste americano, conocidas como westerns, llegaron
hasta la pantalla del Cine Palacio. Gracias a ellas nos entretuvimos en las frías
tardes de invierno y en las cálidas noches de verano. A través de ellas
conocimos parte de la historia, sobre la conquista del Oeste. Y también a
multitud de sus personajes: los indios y los vaqueros. Las grandes tribus de
Apaches, Arapahoes, Cherokys, Cheyennes, Comanches, Dakotas, Kiowas,
Navajos, Pies Negros, Shoshones y Sioux. Y sus grandes jefes: Águila Dorada,
Caballo Loco, Cochise, Jerónimo, Nube Roja, Oso Gris, Siting Bull y Toro
Sentado. Billy “el niño”, Búffalo Bill, Jese James y el General Custer, amén de
gran cantidad de caballistas, pistoleros, tahúres, enterradores y barberos.
También conocimos sus valles y montañas; sus praderas, las diligencias, los
fuertes, el ferrocarril de la Unión Pacific y el Séptimo de Caballería. El Saloon,
la horca, el Colt 45 y el Winchester 73 y por supuesto el whisky. Fumamos con
ellos la pipa de la paz, y nos encomendamos a Manitú, para que lloviera.
No podemos dejar de reconocer que lo pasamos de lo lindo, con la cantidad de
historias, que nos contaron a través de la gran pantalla. Y total por el módico
importe de una entrada: dos pesetas.
Pero el tiempo ha pasado inexorablemente y ya sólo nos quedan los recuerdos.
Aquellos tiempos de chaqueta, gabardina y zapatos embetunados, ya pasaron
a la historia, una historia que es nuestra, propia, personal e intransferible, una
historia se nos fue para siempre.
NOTA: Algunos datos, fotografías y planos, han sido tomados de un artículo
publicado en Internet en marzo de 2014, por David Miguel Sánchez Fernández.
10 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras.
¡ADIOS AL CINE PALACIO! ¡ADIOS!
En Getafe, 19 de agosto del 2016. Lamberto Sanz Esteras.