acompañamiento en la vida religiosa

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1 El Acompañamiento Espiritual durante la Formación en la Vida Religiosa «Moisés era pastor del rebaño de Jetró su suegro, sacerdote de Madián. Una vez llevó las ovejas más allá del desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de Dios. El ángel de Yahveh se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que la zarza no se consumía. Dijo, pues, Moisés: «Voy a acercarme para ver este extraño caso: por qué no se consume la zarza.» Cuando vio Yahveh que Moisés se acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza, diciendo: «¡Moisés, Moisés!»El respondió: «Heme aquí.» Le dijo:«No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada» ÉXODO 3, 1-5 Introducción Moisés, al acercarse a contemplar la presencia de Dios en medio de la zarza ardiendo fue invitado por el Señor a despojarse de sus sandalias porque el lugar que estaba pisando era tierra sagrada. Cuando somos invitados por alguien a ser testigos de su crecimiento espiritual, a acompañar el camino de Dios en el interior de la persona humana, estamos pisando un terreno sagrado en el que es necesario entrar descalzos y despojados de todo prejuicio. La reverencia que sintió Moisés antes esta manifestación de Dios en medio de la zarza debe acompañar a todos los que tienen la misión de ser testigos del amor de Dios en el corazón de una persona. En el presente escrito vamos a tratar algunos aspectos que consideramos fundamentales en el acompañamiento espiritual durante la formación en la vida religiosa, desde sus comienzos, hasta la madurez. No será una exposición exhaustiva sino una aproximación desde nuestra experiencia de acompañamiento de muchos jóvenes en su camino de crecimiento como religiosos en la Compañía de Jesús y en otras comunidades religiosas femeninas y masculinas. Hemos querido presentar un paralelo entre el proceso de formación y el camino de Israel desde la invitación que Dios dirige a Abraham para salir de su tierra, hasta la constitución de un pueblo que se dispone para acoger en su seno la venida del Mesías en la persona de Jesús. Evidentemente, no todos los elementos servirán para establecer este paralelo, pero creemos que las ideas que aquí exponemos pueden ayudar a muchos formadores y formadoras a reflexionar sobre su papel como compañeros y compañeras de camino de muchos jóvenes en la vida religiosa hoy y a ir, incluso, un poco más allá hasta la madurez en la vida religiosa. El método que vamos a seguir es ofrecer una exposición de algunos rasgos muy generales de la historia del pueblo de Israel durante cerca de mil ochocientos años, desde la salida de Abraham de Ur de Caldea, hasta la llegada del Mesías. Y, al mismo tiempo, iremos presentando las comparaciones o sugerencias que consideramos pertinentes a propósito del acompañamiento espiritual en la vida religiosa hoy. Una experiencia fundante: La Promesa Abraham recibe de Dios la llamada a salir de su tierra y a dejar su patria para caminar hacia una tierra de promisión. Lo acompañan la fe y la confianza plena en un Dios que se ha hecho cercano y que está dispuesto a caminar con él. Abraham creyó en Dios y

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El Acompañamiento Espiritual durante la Formación en la Vida Religiosa

«Moisés era pastor del rebaño de Jetró su suegro, sacerdote de Madián.

Una vez llevó las ovejas más allá del desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de Dios. El ángel de Yahveh se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza.

Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que la zarza no se consumía. Dijo, pues, Moisés: «Voy a acercarme para ver este extraño caso: por qué no se consume la zarza.» Cuando vio Yahveh que Moisés

se acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza, diciendo: «¡Moisés, Moisés!»El respondió: «Heme aquí.»

Le dijo:«No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada»

ÉXODO 3, 1-5 Introducción

Moisés, al acercarse a contemplar la presencia de Dios en medio de la zarza ardiendo fue invitado por el Señor a despojarse de sus sandalias porque el lugar que estaba pisando era tierra sagrada. Cuando somos invitados por alguien a ser testigos de su crecimiento espiritual, a acompañar el camino de Dios en el interior de la persona humana, estamos pisando un terreno sagrado en el que es necesario entrar descalzos y despojados de todo prejuicio. La reverencia que sintió Moisés antes esta manifestación de Dios en medio de la zarza debe acompañar a todos los que tienen la misión de ser testigos del amor de Dios en el corazón de una persona.

En el presente escrito vamos a tratar algunos aspectos que consideramos

fundamentales en el acompañamiento espiritual durante la formación en la vida religiosa, desde sus comienzos, hasta la madurez. No será una exposición exhaustiva sino una aproximación desde nuestra experiencia de acompañamiento de muchos jóvenes en su camino de crecimiento como religiosos en la Compañía de Jesús y en otras comunidades religiosas femeninas y masculinas.

Hemos querido presentar un paralelo entre el proceso de formación y el camino de

Israel desde la invitación que Dios dirige a Abraham para salir de su tierra, hasta la constitución de un pueblo que se dispone para acoger en su seno la venida del Mesías en la persona de Jesús. Evidentemente, no todos los elementos servirán para establecer este paralelo, pero creemos que las ideas que aquí exponemos pueden ayudar a muchos formadores y formadoras a reflexionar sobre su papel como compañeros y compañeras de camino de muchos jóvenes en la vida religiosa hoy y a ir, incluso, un poco más allá hasta la madurez en la vida religiosa.

El método que vamos a seguir es ofrecer una exposición de algunos rasgos muy

generales de la historia del pueblo de Israel durante cerca de mil ochocientos años, desde la salida de Abraham de Ur de Caldea, hasta la llegada del Mesías. Y, al mismo tiempo, iremos presentando las comparaciones o sugerencias que consideramos pertinentes a propósito del acompañamiento espiritual en la vida religiosa hoy. Una experiencia fundante: La Promesa Abraham recibe de Dios la llamada a salir de su tierra y a dejar su patria para caminar hacia una tierra de promisión. Lo acompañan la fe y la confianza plena en un Dios que se ha hecho cercano y que está dispuesto a caminar con él. Abraham creyó en Dios y

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tuvo confianza, aunque lo que se le pedía era muy exigente; incluso, supo confiar cuando se le pidió el sacrificio de su propio hijo. Esta es la característica más típica de Abaham, recocida por muchos pueblos a lo largo de la historia de la salvación “Después de estos sucesos fue dirigida la palabra de Yahveh a Abram en visión, en estos términos: «No temas, Abram. Yo soy para ti un escudo. Tu premio será muy grande.» Dijo Abram: «Mi Señor, Yahveh, ¿qué me vas a dar, si me voy sin hijos...?» Dijo Abram: «He aquí que no me has dado descendencia, y un criado de mi casa me va a heredar.» Mas he aquí que la palabra de Yahveh le dijo: «No te heredará ése, sino que te heredará uno que saldrá de tus entrañas.» Y sacándole afuera, le dijo: «Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.» Y le dijo: «Así será tu descendencia.» Y creyó él en Yahveh, el cual se lo reputó por justicia” (Génesis 15, 1-6). Esto es lo que João Batista Libânio ha llamado en un famoso artículo: La experiencia fundante; una experiencia de Dios radical en la cual se asienta todo el edificio que se va a construir en la vida religiosa. Es el momento de encuentro inmediato con Dios, cara a cara, que se acoge con una confianza total. Desde allí adquieren sentido las exigencias apostólicas y comunitarias que pueden sobrepasar las propias fuerzas y las capacidades de cada persona y que sólo pueden ser superadas desde la fe profunda en el Dios de la promesa que un día quiso revelar su rostro amoroso a cada uno en particular. Así como Abraham, cada uno de nosotros fue llamado por Dios un día; Dios nos sedujo y, como bien reconoce Jeremías, nosotros nos dejamos seducir (Cfr. Jer. 20, 7). Cuando volvemos a los orígenes de nuestra vocación –y cuanto más lejos está, con más fuerza la recordamos– nos damos cuenta de los ánimos y bríos que nos acompañaban; éramos capaces de renunciar a una familia, de renunciar a una carrera exitosa, a un legítimo amor. Éramos capaces de sacrificios, de extensas reuniones, de renunciar a la siesta, de trabajar por el anuncio de la Palabra. Como Pedro, estábamos dispuestos a caminar incluso sobre las aguas; San Mateo nos recuerda cómo Pedro, cuando vio al Señor caminando sobre el lago de Tiberíades, se dejó llevar por un entusiasmo casi infantil, y se atrevió a decir: "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas" (Mt. 14, 28). Y Jesús, sin pensarlo dos veces, le dice: "¡Ven!" (Mt. 14, 29). Estos primeros impulsos, estos arranques de generosidad de los comienzos, son fundamentales; nos emborrachamos de Dios y le decimos: ordena que yo vaya hasta tí sobre las aguas. Si lo pensamos con cabeza fría, sabríamos que es imposible. Sabríamos que las leyes de la gravedad, la ley de la libertad, la ley del deseo, la ley de la satisfacción, las leyes de Freud nos dicen que es imposible. Seguramente algún amigo, algún familiar, algún conocido nos lo advirtió y nos lo dijo: "¡Eso es imposible! ¿Cómo vas a hacer esta locura?" Pero, como se dice muy coloquialmente, un bobo careado, mata a la mamá y un loco enamorado, lo entrega todo por el Reino. Por esto, el acompañamiento espiritual en los comienzos de la vida religiosa debe apoyar, incondicionalmente, el crecimiento de la persona en la fe, en la confianza plena en este Dios que nos invita y nos anima a caminar con él en su seguimiento. No podemos perder de vista las dificultades, los problemas que pueda haber en estas primeras etapas, pero tampoco es legítimo que desanimemos a los que comienzan y los llamemos siempre a la sensatez de la madurez; hay que saber acompañar con paciencia esos arranques de generosidad y procurar afirmar a los jóvenes en la fe que debe sostenerlos cuando llegue la prueba. Si sólo hiciéramos lo que nos parece sensato desde la cima de la madurez y perdiéramos de vista la confianza radical que exige de nosotros Dios en los comienzos, nadie se lanzaría a construir una aventura de seguimiento a la cual nos invita Dios desde nuestra radical pobreza e impotencia.

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Un tiempo de rupturas: La liberación

El pueblo de Israel reconoce la Pascua como un momento crucial en su camino hacia Dios. Después de muchos años de esclavitud, de vivir sirviendo a otros señores, el pueblo es invitado por Dios a caminar hacia la libertad. Esto supone rupturas, cambios, éxodos interiores y exteriores; es necesario calzarse los pies, apretarse el cinturón y tomar en las manos el bastón para emprender la marcha hacia la promesa. Sin embargo, no hay que perder de vista que estas rupturas no las hubiera hecho el pueblo por sí solo; fue necesario que Dios suscitara a Moisés como animador del proceso de liberación que llevaría al pueblo a salir de Egipto.

En la vida religiosa, después del tiempo de la experiencia fundante, viene la

concreción de las rupturas a las cuales invita el Señor. El postulantado y muchas veces también el noviciado, son un momento de ruptura primordial que el joven religioso debe vivir acompañado por alguien que pueda orientarlo en su camino. Tiene que ser alguien que, con firmeza y caridad, ayude a la persona a tomar conciencia de sus esclavitudes para emprender el camino hacia la libertad. No hay que tener miedo a llamar las esclavitudes por su nombre y no aplazar tampoco para más tarde las rupturas que se deben hacer en este momento en el que el fervor del primer llamado y las condiciones de las casas de formación, permiten acometer este proceso interior.

Como Pedro ante el Señor que camina sobre las aguas, tenemos que dejar a un lado

nuestros prejuicios y lanzarnos al camino del seguimiento, dejando atrás las seguridades de nuestra propia barca. No es un camino fácil y estará siempre coloreado con los tintes de las renuncias necesarias, pero lo emprendemos confiados en la Palabra del Señor que es quien nos sostiene. Un camino de Desierto: El Éxodo El pueblo de Israel al salir de Egipto dejó atrás sus esclavitudes, pero también dejó algunas ventajas que había ganado durante los años de servicio al pueblo egipcio. La dura experiencia de vida en el desierto hace que surjan en el corazón de los israelitas las tentaciones de volver atrás en su camino y el deseo de nunca haber salido de la esclavitud: “Y dijeron a Moisés: «¿Acaso no había sepulturas en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto? ¿Qué has hecho con nosotros sacándonos de Egipto? ¿No te dijimos claramente en Egipto: Déjanos en paz, queremos servir a los egipcios? Porque mejor nos es servir a los egipcios que morir en el desierto.»” (Éxodo 14,11-12). Por otra parte, también los reclamos aparecen por el pan sin cuerpo que tienen que comer (Cfr. Números 21,5); recuerdan las cebollas y los ajos de Egipto que comían de balde (Cfr. Números 11,5); llegan, incluso, a hacerse un ídolo de fundición (Cfr. Deuteronomio 9,12). Moisés tiene que armarse de paciencia para conducir al pueblo por este arduo camino en el que la convivencia se hace cada día más difícil. Es necesario recurrir a la ley para que el pueblo pueda sobrevivir en este camino inhóspito. Después de los comienzos entusiastas de fervor vocacional y del tiempo de rupturas que va concretando el camino de seguimiento, viene, generalmente, un tiempo largo de desierto, que corresponde con una actividad apostólica exigente, con unos estudios áridos y difíciles, con una vida comunitaria nueva a la que no estaban acostumbrados los jóvenes en formación. En estos momentos de la formación es necesario saber echar mano de todos los recursos que tiene la persona para sostenerse en medio de la crisis del crecimiento. En estas

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situaciones exigentes se acrisolan las vocaciones, aunque también hay que reconocer que muchas de ellas naufragan durante estos años. Volviendo al Tiberíades, nos encontramos con el Pedro que “bajó de la barca y se puso a caminar sobre las aguas yendo hacia Jesús" (Mateo 14, 29). ¿Durante cuánto tiempo? No se puede saber; a algunos les da para el juniorado, a otros para algo más... Pero tarde o temprano, en un momento o en otro, cuando menos lo esperamos, comenzamos a sentir la fuerza del viento, y aparecen dos elementos que tenemos que reconocer de inmediato: el miedo y, consecuencia de éste, la duda: Pedro, "viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!»" (Mateo 14,30). Este por lo menos gritó, hay algunos que ni eso... por el miedo, se callan y quedan mudos; se ahogan en su silencio. Los vientos, más fuertes o más suaves, empiezan a aparecer, y con los vientos el miedo. Sólo después comenzamos a hundirnos, no antes. El miedo no es porque nos estamos hundiendo, sino que nos hundimos porque tenemos miedo, porque comenzamos a dudar. Esto de caminar sobre las aguas es imposible para nosotros, pero no para Dios; ya lo decía el ángel a propósito del anuncio del nacimiento de Jesús: "porque ninguna cosa es imposible para Dios" (Lucas 1, 37). Y en los tres sinópticos se ponen estas palabras en boca de Jesús a propósito de la duda que se le plantea a los discípulos sobre la salvación de los que tienen riquezas: "Para los hombres imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios" (Marcos 10, 27 y paralelos). Tiempos de Consolidación: La Conquista de la tierra El pueblo de Israel llega, después de muchos años, a la tierra prometida que mana leche y miel. Contrariamente a lo que se podría pensar, no era una tierra deshabitada sino que estaba repleta de pueblos que ejercían, legítimamente, su derecho a permanecer allí. Los israelitas deciden, entonces, conquistar la tierra a través de una campaña organizada y, sobre todo, ganándose aliados entre los agricultores más pobres que han vivido esclavizados y sometido por los reyezuelos del lugar. La promesa de Dios no excusa el esfuerzo de conquistar un espacio para vivir y crecer como pueblo. Ellos saben que la tierra prometida es también una tarea. Es un tiempo de consolidación y crecimiento a través de la organización y en la adoración de un Dios que no quiere perpetuar una relación amo-esclavo, sino que espera que se constituyan en un pueblo de hermanos. Esta etapa del pueblo de Israel puede compararse con el tiempo que sigue a los votos perpetuos durante el cual el religioso o la religiosa va consolidando su estilo de vida con mayor autonomía y libertad. Es un tiempo de conquista del espacio propio para vivir su vocación desde una auténtica fraternidad. El acompañamiento durante esta etapa debe ayudar al religioso a afirmarse en el camino que ha emprendido y a ganar su propia autonomía y libertad. Tiempos de Infidelidades y Denuncias: La Monarquía y los Profetas El proceso de consolidación del pueblo en la tierra prometida va haciendo progresar la organización y la autonomía, como veíamos más arriba; sin embargo, durante muchos años, el pueblo se fue alejando del seguimiento de su Dios. Es el tiempo durante el cual los profetas tuvieron el valor de denunciar las infidelidades de los gobernantes y llamar con insistencia y coraje a la fidelidad. El religioso que se va sintiendo cada vez más autónomo y que va siendo señor de su propio proceso puede llegar a olvidase de Dios y a alejarse de sus proyectos; no siempre se

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dará este fenómeno, pero si llegara a aparecer este deseo de una libertad que supone distanciamiento de los planes de Dios y de la alianza, es fundamental que se tenga un acompañamiento espiritual que pueda confrontar y advertir sobre los peligros de una autonomía mal entendida. Es necesario escuchar una palabra profética que recuerde el llamamiento inicial y que mantenga viva la confianza en el Dios que quiso hacer su camino junto a nosotros. Miqueas lo resume con una gran sabiduría cuando dice: “Se te ha declarado, hombre, lo que es bueno, lo que Yahveh de ti reclama: tan sólo practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios” (Miqueas 6,8). Crisis en la Madurez: El Destierro

El pueblo de Israel vivió muchos momentos de infidelidad a la alianza. Escuchó más de una vez las advertencias de los profetas que le recordaban que se estaba apartando del camino. No podemos ver el exilio como un castigo enviado por Dios, sino como la consecuencia lógica de un proceso de alejamiento de Dios por parte del pueblo.

También en la vida religiosa pueden aparecer crisis muy fuertes en el tiempo de la

madurez; crisis que pueden ser interpretadas como momentos de prueba o también como experiencias de purificación. No es raro que Dios cuestione un camino cuando percibe que el religioso ha perdido su rumbo y se ha alejado de él... San Ignacio de Loyola, siguiendo la tradición de los padres, habla de tres razones por las cuales la persona puede tener momentos de desolación y de crisis. Dice en el número 322 de los Ejercicios Espirituales: “Tres causas principales son porque nos hallamos desolados”:

“la primera es por se tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios

espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros”; “la segunda, por probarnos para cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su

servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias”; “la tercera, por darnos vera noticia y conocimiento para que internamente sintamos

que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación” (EE 322). Tenemos, pues, algunas pistas para orientar al que se siente desolado y abandonado por Dios; el exilio es una experiencia dolorosa, una situación de desarraigo y alejamiento de Dios y de la comunidad. En estas circunstancias es necesario que el acompañante espiritual cumpla la tarea que cumplieron los profetas del exilio; cuando el pueblo vivía en medio de imperios paganos, con culturas politeístas, culturas refinadas y lujosas; se preguntaba ¿dónde queda la alianza de Dios con los pobres?; ¿dónde las promesas del Señor?; piensan, por otra parte ¿cómo cantar al Señor en tierra extraña? (Salmo 137). En este contexto, el papel de los profetas es mantener la esperanza contra toda esperanza; anunciarle al pueblo que Dios sigue siendo fiel; que sigue presente en la historia; la misión del profeta es consolar al pueblo, anunciar buenas nuevas y animar para que puedan resistir. Apertura para recibir la Promesa: La Anunciación

Todo este proceso que hemos descrito va preparando al pueblo de Israel para la venida del Mesías que se encarna en el vientre de una mujer sencilla y pobre. María de Nazaret es el icono del pueblo abierto para recibir la Palabra de Dios que quiere poner su tienda entre nosotros. Es desde esta apertura humilde y sencilla, desde donde se hace

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posible la realización plena del plan de salvación de Dios sobre su pueblo. Ella es el modelo del creyente que acoge en su ser la Verdad de Aquel que se hace Camino y que lleva al mundo hasta la Vida plena y definitiva de Dios.

El acompañamiento espiritual debe conducir, lenta y procesualmente, hasta esta cima

de la experiencia espiritual. Allí debe llegar todo proceso de formación y de acompañamiento espiritual en la vida religiosa. Hasta que cada uno y cada una pueda repetir esas benditas palabras de María en diálogo con su Dios:

“He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra” (Lucas 1, 38).

Algunos rasgos generales para el acompañamiento espiritual durante la formación

- Es importante buscar a las personas y no esperar sencillamente a que vengan; como Felipe, que recibe del Ángel del Señor la misión de ponerse en camino para encontrarse con el funcionario etíope (Cfr. Hechos 8, 26ss).

- Ayuda mucho que el acompañante establezca relaciones de fraternidad y no de dependencia con su acompañado; como Pedro, que levanta a Cornelio del piso y le dice: “Levántate, que también yo soy un hombre” (Hechos 10, 26).

- Hay que saber desaparecer cuando se ha terminado el servicio de acompañante durante una etapa determinada de formación; a ejemplo del Señor que desparece de la vista de los discípulos de Emaús (Cfr. Lucas 24, 31) y Felipe, que fue arrebatado por el Señor de la presencia del eunuco “y ya no le vio más” (Hechos 8, 39).

- El acompañante tiene que creer a la persona que viene a buscar orientación; partir de su situación; no puede el acompañante desconocer que el camino del acompañado es suyo y que Dios lo va guiando por su camino de una manera original e irrepetible.

- Hay que combinar siempre la caridad y la claridad; la caridad debe ayudar a descubrir la propia verdad y a mirarla con honestidad. No se puede ser caritativo ocultando la realidad y desconociendo la verdad de cada uno.

- Es fundamental saber combinar la dulzura y la firmeza. - Es muy importante que el acompañante espiritual sepa discernir el momento que vive

cada uno de sus acompañados para responder según las necesidades de la persona que busca la ayuda en el diálogo espiritual. Respetar cada uno de los procesos que hemos tratado de describir en este texto.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J. Bogotá, 13 de septiembre de 2001