Acerca de la Psicopatología general de Jaspers

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ACERCA DE LA PSICOPATOLOGÍA GENERAL DE JASPERS

Autor: Prof. Dr. Honorio Delgado

Publicado en: Revista de Neuropsiquiatría. Lima, Perú. Diciembre de 1947. Vol. 10. No 4.

Vista en perspectiva histórica, la psiquiatría, lo mismo que la medicina en general, está sujeta a perpetua mudanza en lo que respecta a las construcciones teóricas. En el período contemporáneo, simultáneamente con el progreso científico y técnico, que amplía más y más la eficacia de la medicina mental y confiere creciente seguridad a su pensamiento en la aprehensión de determinados aspectos de la realidad mórbida, el vaivén de las doctrinas no ha cesado y la frondosidad y desmesura de las mismas no es menor que antes. Al terminar el siglo pasado, el organicismo parecía haber triunfado definitivamente en la opinión de la mayoría de los alienistas, engañados, según se reconoce hoy, con fabulosas creencias acerca de las localizaciones cerebrales. No es necesario agregar que, con las muy raras excepciones correspondientes a los clínicos de primer orden, adictos a lo concreto, los psiquiatras que no pertenecían a una u otra secta organicista, abrazaban determinada concepción espiritualista o psicologista de los desórdenes mentales. De ahí que reinase entonces un verdadero caos en materia de clasificación y nomenclatura de síntomas y enfermedades.

Cuando Karl Jaspers publica la primera edición de su Psicopatología general, en 1913, la situación de la psiquiatría, en lo atañedero a adquisiciones positivas, estaba determinada por el interés concerniente a la investigación clínica y nosológica. Kraepelin, nada afecto a las teorías, había estudiado, con ejemplar perseverancia, los desarreglos mentales en un número considerable de enfermos, a lo largo de toda su vida. La observación clínica, psicofisiológica y anatomopatológica, con toda la penetración que le permitía su vasta ciencia y su vigoroso sentido crítico, dio los mejores frutos en materia de psiquiatría nosográfica. Por otra parte, Bonhoeffer había limitado con precisión el campo de las psicosis sintomáticas, y Nissl y Nonne introdujeron la investigación del líquido céfalo-raquídeo en el reconocimiento de las psicosis orgánicas. Lo descubierto entonces continúa sirviéndonos de base para el diagnóstico y el pronóstico. Hay que agregar la contribución de la escuela francesa, con Janet a la cabeza, al conocimiento de las neurosis y al tratamiento psicoterápico, con lo cual tenemos una imagen de lo principal.

Al lado de esas adquisiciones con substancia, abundaban las teorías desmedidas, procedentes de los conceptos más variados y anacrónicos: de la psicología asociacionista, de la patología cerebral, de la degeneración, de la vesania única, etc. Por entonces también se hallaba en su período limitante el psicoanálisis, con su multiplicidad de bandos antagónicos (hoy más numerosos e irreconciliables como en esa época) y con la misma mezcla, que al presente, de parcial comprensión acertada y fantástica metapsicología. Estas ficciones, como las del siglo pasado, más que hipótesis rectoras de la investigación, son obstáculo para el examen directo de los hechos. Propaladas con fanatismo, desnaturalizan el objeto de estudio e infunden en el ánimo desprevenido de los discípulos, triviales simplificaciones y conceptos engañosos con la apariencia de descubrimientos revolucionarios y con la fuerza convincente de la verdad, de la pretendida única verdad.

A los treinta años de edad, Jaspers publicó la primera edición de su Allgemeine Psychopathologie, obra destinada a introducir orden, limpieza y crítica en el dominio total del conocimiento psiquiátrico. Gracias al empleo de nuevos métodos y de una disposición

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inquisitiva realista, penetró con inequívoca derechura en el mundo interior del enfermo. Con un agudo sentido del valor científico de los datos inmediatos de la experiencia vivida, y un espíritu despejado acerca de la tarea infinita que entraña el saber propio de la índole humana, siempre circundando de arcanidad, asentó los fundamentos de la psicopatología general. En ésta la vida anímica anormal – lo mismo que la normal – nunca llega a constituirse objeto de conocimiento exhausto, pero es susceptible de una iluminación progresiva merced a la reflexión dirigida y regulada por las respectivas ideas de totalidad, siempre que con ello se respete el dominio empírico de los métodos científicos, forzosamente abocados a fenómenos y relaciones parciales, dentro de direcciones determinadas por la naturaleza de los hechos estudiados.

Jaspers perfeccionó su Psicopatología general en dos ediciones más, que aparecieron, en 1920 la segunda, y en 1923 la tercera. En los diez años transcurridos entre la primera y la tercera edición, ocurrieron cambios importantes en la vida académica del autor. Para comprender estos cambios conviene recordar algunas particularidades de sus años de aprendizaje. Formado en el gimnasio humanista e indeciso en el umbral de la universidad acerca de la carrera que debería abrazar, se matriculó primero en jurisprudencia (1901) y después en medicina, cuyos estudios acabó por seguir (de 1902 a 1907). Después fue asistente científico de Nissl en la Clínica psiquiátrica de Heidelberg, desde 1909, año en que se doctoró en medicina. Ahora vienen los cambios a los cuales me refería. En 1913 se habilitó para enseñar Psicología, curso que dictó desde 1916 como Profesor extraordinario, y desde 1921 se consagró a la enseñanza de Filosofía, como profesor ordinario ~ todo en la famosa Universidad de Heidelberg, donde ha permanecido hasta el día, en que la gobierna como Rector. En lo que respecta a sus escritos, las obras que ha publicado en el intervalo de las dos guerras mundiales son de tema filosófico, salvo el estudio patográfico Strindberg und van Gogh (1922).

Esta consideración de la vicisitud académica de Jaspers es pertinente, pues en cierto modo nos ofrece la clave de la amplitud de su visión vivificadora del pensamiento en medicina mental. Por íntima disposición, es creador en el campo de la ciencia y en el de la filosofía. Como Nietzsche, como Dilthey y como Max Weber, tres representantes egregios del espíritu de la época, a quienes puede considerarse sus maestros, Jaspers no admite la legitimidad de ningún sistema filosófico ni la posibilidad de ningún postulado general e inmutable en la aprehensión de la realidad humana, y si sólo horizontes abiertos y relativismo metódico para la determinación rigurosa del dato concreto, con la mirada puesta en la plenitud ideal del objeto del conocimiento.

Después de veinte años dedicados a filosofar, en los que plasma la grandiosa discusión sobre la existencia que le coloca en la primera línea de los pensadores contemporáneos, vuelve a cultivar la abandonada psicopatología, enjuiciando su contenido y sus posibilidades con mayor profundidad y con más puntos de vista que antes ~ tal es el origen de la cuarta edición de la obra objeto del presente comentario. Esta vez no se trata sólo de una edición corregida y aumentada, sino de una revisión completa y de una reestructuración a fondo. La extensión del texto es casi el doble de la que tuvo en la edición inmediata anterior.

El método es el nervio de la Psicopatología general, y desde las primeras páginas se determina el alcance del mismo. “Al leer la literatura psiquiátrica se encuentra mucho palabreo acerca de posibilidades, mucha abstracción, mucho material pensado sin el contenido de una

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verdadera experiencia. En el estudio de los trabajos, lo mismo que en la investigación propia, tenemos que preguntarnos: ¿Cuál es el dato? ¿Qué se ofrece a mi visión? ¿Cuáles son las verificaciones de que se parte o a las que llega? ¿Cómo se interpreta y en qué se apoya lo conceptuado? ¿Qué debo alcanzar como experiencia para poder seguir con sentido el pensamiento? ~ Frente al pensamiento pobre de experiencia, hay que preguntarse si debe desecharse por vacío. Ha de exigirse que el pensamiento haga posible nuevos hallazgos o que la significación de verificación sea puesta a plena luz o que relacione las que son fecundas. Es menester malgastar el menor tiempo posible en dejarse importunar con torturas del pensamiento sin contenido y juegos de esquematización. Para eso sirve la reflexión y la precisión metódicas. Capacitan para concebir consciente y determinadamente de qué se trata en cada caso. Enseñan a ver los límites entre las investigación empírica, de una parte, y de otra, los esfuerzos infructuosos, las repeticiones sin importancia, las exposiciones sin estructura”.

Si el psicopatólogo no quiere sucumbir a la tentación de rebajar la vida anímica en general a un denominador común, forzosamente falso, no puede pretender tomar como objeto de inquisición actual la unidad del alma de sus enfermos, sino aspectos particulares de ésta. De otro modo no hay avance posible en el conocimiento clínico, el cual, por lo demás, no siempre se logra teniendo presentes los principios metódicos. Por el contrario, tal vez los mayores aciertos en la materia son producto de la intuición espontánea en el comercio con los pacientes. Es claro que tanto en este caso afortunado, como en el de la averiguación sistemática y concienzuda de la realidad, sirviéndose del andamiaje de los métodos, lo esencial para aprehenderla viva, es la vocación. Esta constituye el principal supuesto implícito. “Sin la aptitud y el placer de percatarse de lo psíquico en su plenitud, no hay ninguna posibilidad de cultivar la psicopatología”. El inquisidor de la vida anímica ajena no pone en juego sólo su entendimiento, a la manera de una forma vacía: debe vivir su tarea poniendo en ella toda su alma. No puede acertar con la substancia del alma, objeto de estudio, quien carece de substancia propia y de ideas y personalidad adecuadas a tal fin. Tales requisitos no son la medida del conocimiento adquirido del ser, sino su motor eficaz y la garantía de su autenticidad.

La cuestión cardinal en el conocimiento psicopatológico es entregar el alma propia a la tarea de aprehender la ajena. Jaspers expone esto de manera sencilla y luminosa: “El conocimiento más propio del psicopatólogo le viene del trato con los hombres. Lo que con eso experimenta depende de cómo se da él a los hombres en la situación y cómo influye terapéuticamente sobre el acontecer, en el cual a la vez él mismo, con el otro, se esclarecen. No se cumple sólo en un indiferente percibir, como quien verifica una medida, sino en la comprensión que le revela realidades del alma.

“Hay que introducirse en el interior de los otros hombres, en un intento de transformarse uno mismo, semejando al actor, pero cargado de substancia; hay una suavidad en la actitud de entrega al interlocutor, sin la que no se acierta a dar con lo fundamental del alma ajena.

“El psicopatólogo depende de su aptitud para ver y experimentar, para la amplitud, la sinceridad y la plenitud de las operaciones correspondientes. Hay una gran diferencia entre los

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hombres que pasan ciegos aunque con los ojos abiertos ante el mundo del enfermo y los que lo perciben con claridad gracias a su sensibilidad y don de simpatía.

“La vibración de la propia alma al unísono con los acontecimientos de la ajena exige del investigador pensar y examinar tal experiencia. Ser impresionado no es conocimiento, sino fuente de intuiciones, que ofrece al conocimiento el material indispensable. Examen frío e impresionabilidad son inseparables y no se oponen. La observación fría sola no percibe nada esencial. Sólo ambas en conexión recíproca pueden conducir al conocimiento. El psicopatólogo, que realmente ve, es un alma vibrante que permanentemente se adueña de lo experimentado, a lo cual da forma racional.

“La crítica de los fundamentos del conocimiento en su propia esencia se pregunta frente a los objetos: ¿En qué disposición de ánimo los concibo? ¿Han adquirido falsa o correcta jerarquía en materia de esencia e importancia para la concepción de la realidad? ¿Qué hago con ellos? ¿Cómo influyen sobre mi conocimiento del ser? Para quien adquiere conocimiento es necesario un trabajo sobre la esencia de su ser. Sólo es conocimiento completo aquel en que el mismo que conoce se acreciente; este conocer requiere ampliarse no sólo nivelando sino ascendiendo.

“El investigador y médico debe adquirir en sí un mundo interior de intuiciones. Un recuerdo de los cuadros vistos, de los estados mórbidos concretos, visiones biológicas de conjunto, hallazgos de entidad, en suma, su experiencia personal histórica debe poner a su disposición términos de comparación. Además, una conceptualidad articulada debe hacerse capaz de concepción clara de aquello que considera”.

En lo que respecta a la finalidad que debe cumplir un tratado de psicopatología general, Jaspers sostiene que no es acumular los resultados, como un repertorio del saber psiquiátrico, y menos constituir un catálogo de teorías, sino configurar el conjunto de aquellos resultados, de modo que haga posible la perfección científica de los mismos y la adquisición de nuevos conocimientos. Su función es aclarar la inteligencia de los hechos fundamentales, reunirlos en órdenes naturales e integrarlos con sobriedad de recursos categoriales, en la conciencia de una totalidad del ser humano. Es una tarea cognoscitiva específica, que incluye la investigación particular y está por encima de ella, así como de la simple exposición didáctica concebida para recordar fácilmente los hechos o para aplicar con desembarazo los datos según las necesidades de la práctica. En lo que respecta a los métodos – cuyas diversas clases se exponen con detalle en la obra –, la psicopatología debe distinguir y articular con precisión y limpieza las maneras de observar y entender, de suerte que hagan posible tanto la inteligencia imparcial y crítica de lo particular y limitado que se presenta en cada caso, cuanto el enjuiciamiento de todo lo abarcado por la experiencia personal. Pues la suma de problemas que se presentan en todo sano saber, debe mostrarse cada vez por medio del discernimiento de lo sabido y lo ignorado al respecto.

El contenido del tratado de Jaspers está dividido en seis partes a las que precede una extensa introducción y sigue una serie de anexos. La primera parte trata de los factores parciales de la vida anímica anormal, considerados desde los puntos de vista de la fenomenología, de la psicopatología del rendimiento, de la somatopsicología y de la psicología

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objetiva. La nota dominante y ejemplar aquí es la precisa descripción de los datos, con el énfasis cargado sobre las diferencias específicas de los diversos fenómenos psicopatológicos. Nunca se elogiará lo suficiente la significación de la fenomenología jaspersiana, en una época en que la gran mayoría de los psiquiatras, obcecados por el afán interpretativo, encaran los datos de sus pacientes como mera representación de algo distinto, que les parece esencial, y con ello descuidan el escrutinio de lo que es objeto real de su aprehensión clínica. Olvidan así que incluso caen por su base sus interpretaciones, ya que para aventurar una conjetura, precisa saber qué es efectivamente lo que se trata de reducir a otra cosa supuesta. Jaspers ha enriquecido nuestra disciplina con verificaciones y distinciones fundamentales, llenas de consecuencias incluso para la práctica. Así, es clásico ya el criterio de distinción entre la delusión y la idea delusiva, entre la alucinación, la pseudoalucinación y la convicción corporal sin sensación.

En la segunda parte, sobre los nexos comprensibles de la vida anímica, Jaspers expone las relaciones genuinamente psíquicas de los fenómenos y de los mecanismos anormales, la actitud del paciente respecto a su enfermedad, y el estudio de la personalidad. Lo fundamental aquí es la comprensión de las reacciones anímicas patológicas, el fluir de los estados y actos, derivados unos de otros, y la manera como son vividos por el sujeto. No se trata de una reducción genética a base de supuestos absolutos, como en el caso del psicoanálisis, sino del descubrimiento de la actividad conexiva de lo anímico, basado en los datos de la vida consciente. Por cierto que los llamados mecanismos especiales implican la intervención de factores extraconscientes, cuyo estudio inició Leibniz y al cual Nietzsche hizo avanzar con sus grandes aciertos, que Freud ha vulgarizado, en el doble sentido que se da a esta palabra. Jaspers se limita a analizar la variedad de las conexiones evidentes y de las manifestaciones psicodinámicas típicas, sin caer en la estrechez y falsedad de ninguna teoría.

Constituye la tercera parte de la obra, el conocimiento de las relaciones causales de la vida anímica: influencia del ambiente y del cuerpo, herencia, y teorías explicativas. Merece que se recalque la importancia que tiene la forma como enjuicia Jaspers las características, el sentido y el valor de las teorías y del pensamiento teórico en general. Escoge como ejemplos las construcciones hipotéticas de Wernicke, de Freud y las más recientes de propensión filosófica. Los puntos principales de su impugnación son el absolutismo, las falsas identificaciones y las mezclas confusas. No se trata, ciertamente, de una condenación total de la teoría. Lo que confuta Jaspers, con plena razón, es el desenfreno, la credulidad, la inconsciencia de los límites y el dogmatismo pseudocientífico. Las teorías, concebidas con maduro examen de los hechos y aplicadas con advertencia, prestan servicios para la ordenación de los datos y para el planteamiento de los problemas; son indispensables en las explicaciones causales. Por eso mismo, es preciso que el psicopatólogo conozca sus principios, sus posibilidades y sus engaños.

En la cuarta parte, acerca de los conjuntos de la vida anímica, se considera la nosología, la “eidología” (sexo, constitución, raza) y la biografía. Este último tema, cuya exposición era breve en la edición anterior, en la presente es desarrollado de manera muy interesante en un amplio capítulo. El curso de la vida es considerado desde el punto de vista biológico y desde el punto de vista histórico personal. El método de la biografía, sus categorías y problemas, son asuntos tratados de modo sobrio y profundo. La manera de resolver la cuestión psicopatológica fundamental: ¿desarrollo de una personalidad o proceso? – es uno de los más felices

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descubrimientos juveniles de Jaspers, que hará época en la historia de nuestra especialidad. Su conocimiento en círculos más amplios de los profesores de psiquiatría y de los clínicos, evitará errores de diagnóstico hoy frecuentísimos.

Versa la quinta parte del libro sobre el alma anormal en la sociedad y en la historia. Son objeto de esclarecimiento: el significado que tiene la situación sociológica para el enfermo; las investigaciones relativas a la población, las profesiones, la ciudad y el campo, así como otros grupos; la conducta asocial y antisocial; la psicopatología del espíritu; los aspectos históricos de los desordenes psíquicos. Infinidad de campos en los que se relaciona el mundo de la cultura con el del psiquiatra, campos a menudo ignorados por éste, aparecen aquí llenos del más alto interés. Entre los temas correspondientes a esto es digno de mención especial el enjuiciamiento de los problemas que plantea la patografía, asunto tratado por Jaspers magistralmente y con mayor detalle en su estudio acerca de Strindberg y van Gogh y en su gran obra sobre Niestzsche.

La sexta y última parte, dedicada a la integridad del ser humano, contiene una ojeada retrospectiva sobre la psicopatología, el examen de la cuestión de la esencia del hombre, las relaciones entre la psiquiatría y la filosofía, los conceptos de enfermedad y de salud, y el sentido de la práctica. Sin duda esta es la parte que encontrará más jugosa el lector de amplia cultura. De la mirada retrospectiva sobre la psicopatología es grato recoger las palabras iniciales del enigma concreto: “Casi en cada capítulo hemos topado con el enigma, esto es, no con las cuestiones provisorias, que encontrarán una respuesta, sino con aquellas que para este método de conocimiento son, fundamentalmente, misterio. Lo que es un enigma, podemos saberlo con la medida de una inteligibilidad. Fuera del círculo de esta inteligibilidad no se explica un hecho. Éste pertenece tal vez a otro círculo de lo inteligible, para lo cual hay otros enigmas. Por consiguiente, cada enigma es la invitación a reconocer el fracaso de una manera de inteligir, y a la vez invitación a buscar otra manera según la cual ese hecho ya no es enigma sino fundamento de una penetración. Los enigmas están permanentemente en el límite de una manera de conocer”.

Acerca de la esencia del hombre y de la relación de la psiquiatría con la filosofía, Jaspers piensa que la reflexión filosófica no es un recurso que pueda usar el psiquiatra para resolver los últimos problemas que le plantea el objeto de su ocupación. Es enemigo de la mescolanza de ciencia y filosofía, e impugna los intentos de constituir una psicopatología existencial o una basada en la antropología filosófica o médico – filosófica. Esto no quiere decir, sin embargo que Jaspers sostenga la tesis de que el psiquiatra deba desconocer las disciplinas espirituales. Por el contrario, considera requisito de su formación intelectual una sólida y completa preparación humanista y filosófica. Aunque la filosofía no es aplicable a la tarea de la medicina mental, si sirve al cultivador de ésta para algo decisivo, aunque en apariencia de poco momento: librarle el ámbito interior para que puedan prosperar con lozanía sus posibilidades de saber efectivo, sin la cizaña de los prejuicios ilegítimos y de los supuestos que inconscientemente se cree absolutos. La verdadera filosofía evita la introducción subrepticia de la falsa filosofía.

Merecerían especial consideración las ideas de Jaspers relativas a la salud y la enfermedad y la profunda comprensión que pone de manifiesto al discutir los intrincados

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problemas de la práctica profesional del especialista, sobre todo en lo tocante al sentido, las posibilidades, las ilusiones y los límites de la psicoterapia. Pero he de contentarme con señalar su extraordinaria importancia y novedad, pues no se prestan a un breve examen sinóptico. Por la misma razón, sólo enumero los títulos de los anexos: el examen del paciente, la tarea terapéutica, el pronóstico, y la historia de la psicopatología como ciencia.

En suma la Allgemeine Psychopathologie de Jaspers – lo mismo que su producción filosófica – se caracteriza por una singular finura y riqueza del pensamiento, que abarca con soberana rectitud toda la información valiosa acerca de la medicina mental y la psicología, hasta la más reciente, pero con una perspectiva histórica selecta; un pensamiento que jamás naufraga en el mar de datos ni se deja aprisionar en los reductos de la doctrina consagrada por la rutina o el apasionamiento. Con la osadía del investigador genial, que sustenta su espíritu en las mismas fuentes de la ciencia, Jaspers impregna el contenido provisorio de su experiencia y de su información con el aliento magistral de la plenitud posible.