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Abrir puertas a la tierra Microanálisis de la construcción de un espacio político

Santa Fe, 1573-1640

Darío G. Barriera

2013

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Índice

Introducción .......................................................................................... 9

Agradecimientos .................................................................................... 15

Siglas y abreviaturas más utilizadas ....................................................... 17

CAPÍTULO IEl Río de la PlataConstruyendo los bordes de la Monarquía Hispánica ............................... 19

CAPÍTULO IIUrbis et civitasLa ciudad como dispositivo de conquista y colonización .......................... 49

CAPÍTULO IIIUn lugar para la historia .......................................................................... 75

CAPÍTULO IVOrganizar la extensiónOccidentalización y equipamiento político del territorio ........................... 97

CAPÍTULO VLa dimensión local del gobierno y la justicia ............................................ 135

CAPÍTULO VILa rebelión de 1580Significado y escalas de un acontecimiento .............................................. 159

CAPÍTULO VIIUna organización política sensible: el cabildo santafesino entre 1573 y 1595 ................................................... 197

CAPÍTULO VIIILa dimensión política de la medida de las cosas ....................................... 209

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CAPÍTULO IXLa encomienda y los encomenderosConstricciones y oportunidades, derecho y fuerza .................................... 239

CAPÍTULO XClero regular ordena mundo secularLos Jesuitas en Santa Fe ......................................................................... 267

CAPÍTULO XILa política local como espacio de negociaciónLa ley y su interpretación por el cabildo entre dos gobernaciones (1615-1625) ............................................................................................. 291

CAPÍTULO XIILa familia del fundadorTejido de lealtades, espacio de confrontación ........................................... 327

CAPÍTULO XIIILa Justicia como laboratorioDel mundo seguro al terreno de la incertidumbre ..................................... 359

Conclusiones .......................................................................................... 415

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CAPÍTULO I

El Río de la PlataConstruyendo los bordes de la Monarquía Hispánica

“Su historia, oscura y marginal en comparación con las realiza-ciones prestigiosas de Oriente y de Occidente, hierve de héroes, de sabios y de tiranos. En la geografía abstracta de la llanura, en el vacío sin fin del desierto, ciertos actos humanos, individuales o colectivos, ciertas presencias fugitivas, han adquirido la peren-nidad maciza de las pirámides o de las catedrales. Y si flotan, aéreas en la transparencia de la llanura, revelando su carácter de espejismos, no debemos olvidar que, desde cierto punto de vista, catedrales y pirámides no son otra cosa.”

Juan José Saer, El Río sin Orillas

Europeos en el Río de la Plata

La expresión “…Río de [la] Plata se utiliza tanto para designar el río pro-piamente dicho como el conjunto que forma la región pampeana y el Uruguay, pero que incluso a veces es una sinécdoque para nombrar a la

Argentina entera, e incluso al Paraguay (la cuenca del Plata)...”.1 La observación de Saer es correcta y la fórmula fue, también, el tercer nombre con el cual los navegantes hispanos designaron el camino de agua que, de acuerdo con la visión de los primeros exploradores, los llevaría directo a las entrañas argentíferas de las tierras nuevas. Así como la leyenda de El Dorado provocó que las regiones sep-tentrionales del subcontinente sudamericano fueran conocidas como “la Castilla del Oro”, las informaciones que los primeros navegantes del mar dulce habían obtenido del contacto con los indígenas del lugar, alentaban la posibilidad de arribar por esta vía al “País de la Plata”. Sin embargo, los factores por los cuales los europeos exploraron, invadieron, conquistaron y poblaron los territorios que desde el segundo tercio del siglo XVI ya se conocían como rioplatenses, fueron diversos.

Cuando en 1513 Balboa atravesó el estrecho que, en Centroamérica, comu-nica los océanos Atlántico y Pacífico –al que llamó “Mar del Sur”– los europeos confirmaron que las tierras nuevas no eran las Molucas, ni el Catay ni el Cipango.

1 SAER, Juan José El Río sin orillas, Alianza, Buenos Aires, 1991, p. 34.

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No estaban navegando entre los archipiélagos de las buscadas Indias Orientales, sino que habían arribado a una enorme masa continental que obstaculizaba el camino para llegar al destino que buscaban. La pesquisa de un paso hacia el Océano Pacífico camino de las Indias de las Especias, se convirtió desde entonces en uno de los ejes primordiales de los convenios de navegación orientados hacia el sur profundo, y a ellos se deben algunas de las llegadas al estuario platense.

Juan José Saer suscribe esta interpretación cuando afirma que el Río de la Plata “[...] fue descubierto a decir verdad por error, porque la expedición de Juan Díaz de Solís, que en 1516 se internó por primera vez en sus aguas, estaba buscando, más allá de la Tierra Firme, un paso hacia las Indias. Lo que esos na-vegantes querían alcanzar [continúa Saer] eran las islas Molucas, y, como se dice, de paso descubrieron el río, sin saber hasta qué punto, internándose en esas aguas barrosas, entraban al mismo tiempo en las comarcas del desastre.”2

Solís, reemplazante en el cargo de Piloto Mayor del Reino del ya célebre Américo Vespucci, se internaba en aquellas comarcas del desastre sin la posibilidad de advertir la metáfora zoomórfica que Saer nos regaló cuatro siglos más tarde: “habiendo pasado sin novedad por entre las tenazas y a través del cuerpo del escorpión, eligió para detenerse el lugar más mortífero, la cola”.3 El desastre referido por Saer está relacionado con la muerte de Juan Díaz de Solís a manos de los indios –a quienes cierta antropología e historiografía acreditó el estigma de antropófagos.4

Sin embargo, la hipótesis del “error” no debe tomarse muy en serio. Las costas atlánticas de Sudamérica eran exploradas desde comienzos del siglo XVI

2 SAER, Juan José El Río…, cit., p. 45. 3 SAER, Juan José El Río..., cit., p. 47.4 Probablemente charrúas, aunque para Cervera se trataba de “los antropófagos guaraníes”. Váz-

quez de Espìnosa proponía que los pampas compartían este atributo. Para Díaz de Guzmán, también lo eran chiriguanos y tupís. Uno de los editores de la Historia de Díaz de Guzmán, Pedro de Ángelis, ratifica estos supuestos, descalificando las afirmaciones en contrario del via-jero Félix de Azara. DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia Argentina del Descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata escrita por Rui Díaz de Guzmán en el año 1612, en DE ÁNGELIS, Pedro Colección de Obras y Documentos Relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, Tomo I, prólogos y notas de Andrés M. Carretero, Plus Ultra, Buenos Aires 1969 [Imprenta del Estado, 1836], p. 306. Sobre los chiriguanos, véase también la carta del Licenciado Cepeda, referida en PASTELLS, Pablo S. J. Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay (Argentina, Paraguay, Uruguay, Perú, Bolivia y Brasil). Según los documentos ori-ginales del Archivo General de Indias extractados y anotados por el R. P. Pablo Pastells, Tomo I, Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1912, p. 25. Véase también la carta del Padre Diego de Torres, escrita desde Córdoba del Tucumán a 17 de mayo de 1609, en Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay, Chile y Tucumán, de la Compañía de Jesús (1609-1614), en Documentos para la Historia Argentina, Tomo XIX, Iglesia, Buenos Aires, 1929, p. 14. También la relación de Diego García de Moguer.

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también por marinos portugueses,5 y por eso mismo, según una Capitulación celebrada el 24 de noviembre de 1514, el objetivo primordial de la expedición en-cargada a Solís era el de relevar una cartografía costera que permitiera establecer acuerdos claros con la Corona portuguesa.6 Su expedición costeó la entrada del mar dulce hacia 1516.

Pocos años más tarde, en 1520, el motivo principal de la capitulación de la Corona con Hernando de Magallanes fue el paso del sur. Esta empresa, que derivó en la primera circunnavegación del orbe concluida por Sebastián Elcano,7 se había orginado en una alianza de la Corona de Castilla con el comerciante portugués y Cristóbal de Haro, un distribuidor “…de productos orientales en Amberes, Lisboa y La Coruña....”, quien fue además el promotor de la creación de la Casa de Contratación de La Coruña.8

En 1525, Carlos V capituló con García Jofré de Loaysa y, hacia finales del mismo año, confirmó un acuerdo con Diego García de Moguer, integrante de las huestes de Juan de Solís. Del mismo participaron también el mencionado Cristóbal de Haro y otros mercaderes coruñeses ligados al tráfico con Amberes. Idéntica intencionalidad mercantil tuvieron los acuerdos firmados con Sebastián Gaboto, quien en 1527 se encontró con los sobrevivientes de la expedición de Solís en costas del río Uruguay como así también con Diego García de Moguer.9

5 RELA, Walter Exploraciones portuguesas en el Río de la Plata, 1512-1531, Academia Uruguaya de Historia Marítima, Montevideo, 2002.

6 Se trataría de una expedición que llevaba 66 hombres en tres naos, partida de Sanlúcar de Barra-meda el 8 de octubre de 1515. Las referencias provienen de FERNÁNDEZ DE ENCISO, Suma de Geographia (Sevilla, 1519), Edición y estudio de Mariano Cuesta Domingo, Madrid, 1987; y HERRERA Y TORDESILLAS, Antonio Historia General de los hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, edición de Mariano Cuesta Domingo, Madrid, 1991. Las dudas sobre los datos vertidos por el cronista Herrera y su contrapunto con Navarrete, véase MADE-RO, Eduardo “Descubrimiento del Río de la Plata por Juan Díaz de Solís”, enviado a Emilio Mitre y Vedia y publicado por TRELLES, Manuel Revista Patriótica del Pasado Argentino, Tomo III, Buenos Aires, 1890, p. 56 y ss., donde también discute a Trelles que el primer expedicionario europeo en arribar al Río de la Plata hubiera sido Diego García.

7 Sobre esta expedición, un registro literario reciente narra la historia desde un personaje subalter-no (Juanillo, el bufón de la flota). BACCINO PONCE DE LEÓN, Napoleón Maluco, la novela de los descubridores, Seix Barral, Barcelona, 1990.

8 LOBOS, Héctor “Adelantados en el Litoral y exploradores en el Interior”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, Academia Nacional de la Historia [en adelante ANA], Planeta, Buenos Aires, 1999, I, p. 369.

9 Que Saer trabajó en otra novela, El entenado, Folios, México, 1983.

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22 Darío G. Barriera

Dirección de las exploraciones y establecimiento de pueblos y ciudades entre 1528 y 1562Basado en Nueva Historia de la Nación Argentina, ANA,

Planeta, Buenos Aires, 1999, Tomo I, p. 382.

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La costa este del río de Solís y la isla de Santa Catalina se constituyeron en el escenario donde pasaron sus días –de manera involuntaria– sobrevivientes, náu-fragos o desertores de varias empresas expedicionarias. La primera en adentrarse Paraná arriba hasta el río Paraguay fue la de Alejo García (uno de los náufragos de la expedición de Solís), quien según referencias de alguno de sus acompa-ñantes a otros expedicionarios, habría alcanzado las tierras altoperuanas atrave-sando el Mato Grosso y la planicie de los Guaycurúes, en un viaje que le habría demandado alrededor de cinco años. Según Héctor Lobos, “los conquistadores posteriores recogieron de los indios numerosas referencias de este personaje en-vuelto en las nubes de la fábula y responsable de la leyenda del Rey Blanco y de la Sierra de la Plata.”10

Gaboto tomó contacto con sobrevivientes de las expediciones de Solís y Loayza en Pernambuco y luego en Santa Catalina: allí le revelaron la existencia de la Sierra del Rey Blanco, rica en metales preciosos, a la que podría llegar re-montando el Paraná y “...otros que a él vienen a dar...”. Hacia 1527 atracó en el sitio nombrado como Puerto de San Lázaro y otro sobreviviente del grupo de Solís le confirmó esas noticias, aunque sin animarlo demasiado a remontar el río, empresa harto difícil por la escasa profundidad que presentaba en muchos de sus tramos. Gaboto no obstante remontó un trecho del Paraná y, en la confluencia de dos de sus brazos (el Carcarañá y el Coronda) erigió el Fuerte Sancti Spiritu, des-de donde se lanzó más tarde río arriba, adentrándose en el Paraná y el Paraguay. Las informaciones que Gaboto dejó en Lisboa y Castilla fueron cruciales para las decisiones que se adoptaron luego respecto de la exploración de estos territorios.

10 LOBOS, Héctor “Adelantados...”, cit., p. 372.

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24 Darío G. Barriera

Derrotero de las expediciones de Sebastián Gaboto en el litoral paranaenseSOLER, Amadeo Los 823 días del fuerte Sancti Spiritus, Amalevi, Rosario, 1981.

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Con la invasión y saqueo al Cusco por los españoles en 1533, la existencia de la Ciudad de los Césares ganó credibilidad y se constituyó en uno de los argumen-tos esgrimidos para solicitar el financiamiento de expediciones que ingresarían al corazón minero desde el sur, pasando por la región litoral. El registro que los agentes del proceso de conquista hacían de los metales preciosos es significati-vo. La adquisición de botines o premios en oro y plata, constituían uno de los horizontes que volvían factible la asunción de los muchos riesgos que tomaban, lo que parece suficiente como para considerar que este elemento era bastante en aquel imaginario. El editor de una de las versiones de la crónica de Aguirre afirma:

“Un factor fundamental para el reclutamiento de una hueste o de un contingente de colonos era la promesa del reparto de un suculento botín de guerra o bien, en el segundo caso, de encon-trar un maravilloso país abundante en toda clase de comodida-des y riquezas.”11

Fragmentos de la tradición antiguotestamentaria se expresaron en los primeros registros toponímicos del lugar: Solís llamó al río Paraná Guazú12 Santa María y la Casa de Contratación lo denominó Jordán.13 La región que se extiende a su levante, espléndidamente regada, se denomina hoy “mesopotamia”. Una chaca-rera de los Hermanos Ábalos, “Casas más, casas menos...” bromea sobre estas metonimias:

“Son el Dulce y el Saladonuestros ríos santiagueños como el Éufrates y el Tigrisríos mesopotameños”

11 ORTÍZ DE LA TABLA, Javier “Introducción” a El Dorado: Crónica de la expedición de Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre, Alianza, Madrid, 1989, p. 22.

12 Que en lengua guaraní significa grande, atributo merecido, incluso desde la perspectiva de los nativos quienes convivían con estos ríos que, a los españoles parecían y parecen desmesurados.

13 Paraná Guazú es una de las entradas del estuario, o –visto desde una perspectiva hidrográfica– es un riacho, “[...] el mayor de los brazos por los cuales desemboca el Paraná en el Río de la Pla-ta” LATZINA, Federico Diccionario Geográfico Argentino, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1891, p. 306. El que comunica al Paraná Guazú con el Río de la Plata se conoce como Paraná Miní, mientras que el Paraná Sauce y el Paraná Bravo, son dos riachos que comunican al Paraná Guazú con el río Uruguay. Los datos de Latzina indicarían que Cervera, en este punto, está en lo cierto. También aparece con esta denominación en los mapas lusitanos de 1514 y 1520. Sin embargo, en un párrafo confuso, Cervera sugirió que bajo el nombre de Jordán, el mapa de Chaves de 1527 señala al Río de la Plata y sostiene que la entrada al estuario era conocida desde 1508 o antes. CERVERA, Manuel Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe, Tomo I, Santa Fe, 1979 [1907], p. 55.

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28 Darío G. Barriera

Durante los años inmediatamente posteriores a la muerte del explorador que lo nombró con el oxímoron de “Mar Dulce”, el actual Río de la Plata fue denomi-nado “Río de Solís”.14 Pero la transmisión oral de la existencia de una región rica en el metal argentífero, basada en el probable contacto de algunos pueblos origi-narios del litoral con otros que se habían relacionado con la parte sur del Incario, provocó la tercera y duradera inflexión sobre el nombre del ancho río, desde entonces designado con el nombre del metal precioso. A la postre, si bien fue difícil –no imposible–15 de alcanzar remontando el Paraná y el Bermejo,16 la plata ofició como articulador de un espacio económico que conectó por vía terrestre el litoral rioplatense-paranaense con las lejanas tierras dominadas por el Inca.17 El mapa elaborado por Agnese en 1536, ya registraba el topónimo Río de la Plata.18

Las primeras jurisdicciones: una imagen horizontal del territorioEl 21 de marzo de 1534, Pedro de Mendoza firmó una capitulación con la Co-rona que le concedía la titularidad de la gobernación de los pueblos del Río de la Plata. Su gobernación (también llamada de Mendoza, ya que era de uso en la época llamar a las provincias por el apellido de su titular) coexistía con las de Nueva Toledo (Gobernación de Almagro), de Nueva Castilla (Gobernación de

14 De la séptima pregunta del pleito sostenido entre Gaboto y Rojas, se deduce que, mientras los his-panos le continuaban denominando Río de Solís, los lusitanos habían ya optado por la denomi-nación que tiene actualmente: “[...] los portugueses dijeron a Gaboto que en aquella costa había un río que ellos llamaban de la Plata y nosotros de Juan de Solís...”, Historia, Biblioteca Nacional, Buenos Aires 1903, p. 106. Cervera considera también que el río que se llamó de Solís era final-mente el actual Uruguay, sosteniendo que el vocablo guaraní huruai, en castellano, significaría Río de la Plata. CERVERA, Manuel Historia... I, p. 69. Sin embargo, Latzina, siguiendo a Carer, compañero de Azara, sostiene que “...este vocablo se compone de las voces guaraníes urugua e i las cuales, unidas, vienen a significar río de los caracoles.”, LATZINA, Federico Diccionario..., p. 501.

15 Rui Díaz de Guzmán refiere que en tierras guaraníes, Gaboto consiguió “...con facilidad algunas piezas de plata y manillas de oro y otras cosas de las que a Alejos García habían quitado, y él había traído del Perú de la jornada que hizo a los charcas...” DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia Argentina del Descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata escrita por Rui Díaz de Guzmán en el año 1612, en DE ÁNGELIS, Pedro Colección de Obras y Documentos Relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, Tomo I, prólogos y notas de Andrés M. Carretero, Plus Ultra, Buenos Aires, 1969 [Imprenta del Estado, 1836], p. 91.

16 También llamado por los españoles Ipití, recuperando su denominación en lengua indígena: I = agua, pití = colorada.

17 Sobre esta articulación Cfr. sobre todo MOUTOUKIAS, Zacarías Contrabando y Control Colonial, Buenos Aires, 1988; la idea de la articulación del “interior” rioplatense en torno a la producción argentífera potosina como “polo de desarrollo”, se difundió a partir de los trabajos de ASSA-DOURIAN, Carlos El sistema de la economía colonial. Mercado interno, regiones y espacio económico, Lima, 1982. El desarrollo de esta línea interpretativa en su faceta más rioplatense es deudora de GARAVAGLIA, Juan Carlos Mercado Interno y Economía Colonial, México, 1983.

18 CUESTA DOMINGO, Mariano “Castilla en el dominio del Atlántico”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, ANA, Planeta, Buenos Aires, 1999, I, p. 341.

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Pizarro), la de Nueva León (Simón de Alcazaba)19 y la provincia del Estrecho y la provincia de Chile de la Nueva Extremadura.20 Todos los titulares de estas primeras gobernaciones eran adelantados que contrataban con la Corona.21

En 1540, las gobernaciones de Francisco Pizarro y Diego de Almagro fue-ron reunidas bajo el gobierno del Licenciado D. Cristóbal Vaca de Castro hasta 1542, cuando se dictaminó la creación del virreinato del Perú. En 1544 se instaló efectivamente la Audiencia de Lima (creada dos años antes). Años después de la muerte de Mendoza, en 1547 la Corona capituló parte del territorio paraguayo y rioplatense con Juan de Sanabria–motivo por el cual la gobernación también fue denominada “de Sanabria.”22

En la cartografía de la Monarquía, hasta 1547, el Virreinato del Perú pre-sentaba una distribución jurisdiccional en gobernaciones que recortaban latitudi-nalmente el territorio, enmarcadas por la línea de Tordesillas al este y el océano Pacífico al oeste. La salida al sur del Atlántico se ofrecía por las costas rioplaten-ses, y la provincia de Nueva Extremadura (Chile) comprendía aproximadamente desde los 19º a los 34º de latitud sur y desde la Cordillera al Pacífico (mar del Sur), obliterando la salida a ese océano para la gobernación de Sanabria.23

Sin embargo, a finales de la década de 1540 algunos funcionarios no visuali-zaban el territorio con este “mapa” de la Corona. Planteaban una diferenciación entre el Paraguay y el Río de la Plata y percibían que las jurisdicciones debían organizarse según los conflictos de intereses y las necesidades de las autorida-des locales.24 Por esto, desde la práctica, las jurisdicciones se veían contraídas, ensanchadas y hasta atravesadas por la creación de otras, promovidas por agen-tes como el Licenciado Pedro de La Gasca o, más tarde, la Real Audiencia de Charcas.25

19 Que habían sido objeto de la Capitulación del 26 de julio de 1529. AGI, Indiferente General, 415, I: 120-123.

20 NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio B. La disputa por la tierra: Tucumán, Río de la Plata y Chile, 1531-1822, Sudamericana, Buenos Aires, 1997, pp. 23-31.

21 Francisco Pizarro había recibido los títulos de adelantado, gobernador, alguacil mayor y capitán general de la Nueva Castilla (Capitulación de Toledo, 1529) y Diego de Almagro, a través de una rectificación de la misma capitulación en 1534, los de adelantado y gobernador de la Nueva Toledo. Véase la transcripción de la capitulación en QUITANA, Manuel Josef Vidas de españoles célebres, Libería Europea, París, 1845, pp. 176-80.

22 Sanabria falleció antes de llegar y el adelantazgo recayó en su hijo Diego, una “gobernación” que incluía Asunción, el Guayrá y el litoral pero no, por ejemplo, la actual provincia de Buenos Aires. Llegaba hasta el Pacífico, pero estaba recortada por la capitanía de Valdivia, conservando salida al océano por el norte de ésta. NOCETTI y MIR, La disputa por la tierra…, cit., pp. 49-51.

23 NOCETTI y MIR, La disputa por la tierra…, cit., p. 51.24 Es el caso de Domingo Martínez de Irala, Nuflo de Chávez y del mismo Licenciado La Gasca,

presidente de la Audiencia de Lima. LEVILLIER, Roberto Nueva crónica de la conquista del Tucu-mán, Sucesores de Rivadeneyra, Madrid, 1926, Tomo 1, p. 158.

25 La Real Audiencia de Charcas fue creada por Real Cédula del Rey Felipe II el 18 de septiembre de 1559, y sus límites fueron fijados por Real Cédula del 29 de agosto de 1563. Luego ésta se

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30 Darío G. Barriera

Esquema de las gobernaciones asignadas en territorio sudamericano entre 1534 y 1540 – Basado sobre WILGUS, Curtius Historical

Atlas of Latin American Civilization, New York, 1946.

modificó por un conflicto suscitado en Cuzco con la Audiencia de Lima. Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias [1680], Quinta edición, Madrid, 1845; Ley 9, Título IX, Libro 2, Tomo I.

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El caso de la gobernación de Diego de Centeno ilustra bien esta diferente percep-ción tanto como el margen de acción de los agentes y la relación entre las juris-dicciones y el impacto de su realización en el territorio. En 1547, en su calidad de presidente de la Audiencia de Lima, La Gasca premió a Centeno –capitán de su bando en la lucha contra los pizarristas–26 con una gobernación que llevaba su nombre y que ignoraba los acuerdos emanados de las capitulaciones entre la Corona y Pedro de Mendoza, Álvar Núñez Cabeza de Vaca o Juan de Sanabria (esta última rubricada el mismo año, 1547). Así, las gobernaciones de Pizarro y Almagro, reunidas como se dijo en 1540, tanto como la del Río de la Plata sufrían una fuerte amputación: Asunción, todo el Chaco paraguayo, la región de los bajos valles calchaquíes (luego tucumana), Charcas, Cuzco y Potosí, queda-ban bajo la nueva jurisdicción creada por el Licenciado La Gasca.

En Asunción tenía sede el adelantado Domingo Martínez Irala, titular de una gobernación que comprendía buena parte de estos territorios.27 Pero la entra-da física de Centeno al Paraguay nunca se realizó y los asunceños descartaron la posibilidad de continuar hacia el Perú.28

La Gobernación de Paraguay y Río de la Plata quedó en manos de Irala hasta su fallecimiento en 1557, cuando fue traspasada por testamento a su yerno, Gonzalo de Mendoza,29 y hasta 1592 su gobierno estuvo en manos de adelanta-dos que capitulaban directamente con la Corona.30 Las gobernaciones y las juris-dicciones que, como las de Centeno, no llegaron a concretarse territorialmente,

26 Sobre las guerras civiles del Perú y la rebelión pizarrista véase los clásicos trabajos de LOC-KHART, James El mundo Hispanoperuano: 1532-1560, FCE, México, 1982 [Spanish Peru, 1532-1560, Madison, 1968], trad. de Mariana Mould de Pease, 328 pp. The man of Cajamarca: a Social and Bibliographic Study of the First Conquerors of Peru, University of Texas Press, Austin, 1972 y TRELLES ARESTEGUI, Efraín Lucas Martínez Vegazo, funcionamiento de una encomienda peruana inicial. PUCP, Lima, 1983, 280 pp.

27 NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La disputa por la tierra, cit., 57-60.28 En su idea de “pacificar” el Perú, La Gasca incluía el intento de contener la carga de los asunce-

ños sobre la rica región altoperuana, “...bajo pena de vida....” Según el cronista Ulrich Schmidel, el tema se zanjó negociando, ya que “...el dicho gobernador [del Perú, Pedro de La Gasca] hizo un convenio con nuestro capitán y le hizo un buen regalo, de modo que éste quedó bien contento y se aseguró que salvaba la vida....” SCHMIDEL, Ulrich Relación del viaje al Río de la Plata, ed. Lorenzo E. López Historia 16, Madrid, 1985, p. 210. Otras versiones (la del Padre Lozano, la de V. F. López y la de Levillier) descreen de ese testimonio, e indican que Irala se retiró del Perú des-confiado por la demora en la falta de noticias y que Centeno no realizó la “jornada” al Paraguay porque jamás recibió el apoyo prometido.

29 Muerto Gonzalo de Mendoza también prematuramente, un cabildo abierto nombró gobernador a Francisco Ortíz de Vergara, otro de los yernos de Irala, quien de todos modos debió esperar confirmación de la Real Audiencia. AZARA, Félix de Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata (Buenos Aires: Bajel, 1943), 337.

30 BRUNO, Cayetano Gobernantes beneméritos en la evangelización en el Río de la Plata: época española, Didascalia, Rosario, 1993, p. 71.

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demuestran que existían instrumentos legítimos para crear jurisdicciones que no coincidían con las imaginadas por la Corona pero también que una jurisdicción no podía efectivizarse sin la presencia física de su titular en una ciudad designada como cabecera.31 La historia del hacer jurisdicciones –la historia del ejercicio de la jurisdicción– permite ver a los agentes en conflicto y trabajar arqueológica-mente, relevando las huellas que dejaron en el terreno.

El proyecto de la Corona no siempre presentó en los territorios reales las for-mas diseñadas sobre el plano, pero las diferencias entre la cartografía administra-tiva y el real ejercicio de las jurisdicciones no atentaban contra su organización. En todo caso definían las siluetas de la territorialidad en función de los alcances de la potestad, lo que casi siempre daba una forma diferente a la prevista. Hacia mediados del siglo, el diseño latitudinal de las gobernaciones trazadas sobre el mapa por Carlos V en 1534 ya estaba hecho añicos: en la última década del siglo XVI, las divisiones jurisdiccionales que presentaba el virreinato del Perú carto-grafiaban el peso local de adelantados (su ascenso y también su caída), goberna-dores y audiencias, así como el resultado de la presión desde el Alto Perú sobre el Tucumán con el propósito de llegar hasta el Río de la Plata.

Estas primeras definiciones jurisdiccionales ignoraban el terreno y, apenas comenzó a desplegarse la conquista, revelaron que daban la espalda al modo real en que el territorio se convertía en un espacio. Mientras que desde la Corona se proponían cortes transversales de este a oeste que no contemplaban siquiera los hasta entonces más evidentes datos de una superficie generosa en sugerencias, los actores, en cambio, diseñaban un recorrido distinto. Caminado de norte a sur desde el Perú, y de sur a norte desde el Río de la Plata, el proceso de espa-cialización se realizaba sobre los ejes de la comunicación y las condiciones de accesibilidad en sentido amplio: éstas disponían y facilitaban movimientos que en el mapa trazaban diagonales, dejando ver una clara preponderancia del eje norte-sur frente al este-oeste. Así, mientras que en la “teoría” se describían ju-risdicciones con salidas a ambos océanos, para los actores estaba perfectamente claro que la cordillera de los Andes o el sistema de ríos del litoral rioplatense, organizaban conjuntos espaciales completamente diferenciados. Por lo demás, la comunicación entre estas franjas longitudinales, tampoco era un asunto sencillo: los ríos afluentes del Paraná que recorren el Chaco paraguayo o que atraviesan los valles calchaquíes,32 no ofrecían condiciones de navegabilidad en todos sus tramos. El camino que conectó la cuenca platense con la región altoperuana, se consolidó tempranamente como el “camino Real”, y fue así que se unieron por vía terrestre puntos extremos distantes entre sí más de 600 leguas.

31 NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La disputa por la tierra, cit., pp. 57-60.32 Me refiero aquí a los extensos vallados al sureste de comechingonia, denominados como “cal-

chaquíes” por los hombres del siglo XVI y XVII.

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El contraste entre las imágenes “administrativas” y las espaciales, diseñadas por los actores y su agencia se evidencia en todos los planos. Aun existiendo lo que Juan López de Velazco llamaba “caminos buenos”, como los que comuni-caban a Santiago de Chile con Serena y Concepción, queda claro que la elección de los flujos por donde se movían los agentes involucraba una serie de factores más compleja que una división administrativa. Sopesaban el objeto de la movili-zación, el tipo de recursos movilizados y los riesgos que el recorrido implicaba.

Los caminos horizontales organizados en base a los tramos navegables y pa-sajes por tierra paralelos a los ríos Pilcomayo y Bermejo, por ejemplo, no prospe-raron. El camino entre Santa Cruz de la Sierra y Asunción se transitaba solo en grandes grupos armados, capaces de resistir las duras condiciones climáticas de la travesía y los ataques de los indígenas que estaban en su espacio y sabían cómo imponer sus pautas de fuerza o de negociación.

Fortificación de Buenos Aires - Batalla con los querandíes (1536)Grabado de Theodor De Bry

en SCHMIDEL, Ulrich Viaje al Río de la Plata (1534-1554), Notas bibliográficas y biográficas por Bartolomé Mitre, Prólogo, traducción y anotaciones de Samuel Lafone

Quevedo, Cabaut y Cía., Buenos Aires, 1903 - Lámina que ilustra el Capítulo VIII

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NDIO DE BUENOS AIRES

Incendio del fuerte de Buenos Aires, 24 de junio de 1536Grabado de Theodor De Bry

en SCHMIDEL, Ulrich Viaje al Río de la Plata (1534-1554), Notas bibliográficas y biográficas por Bartolomé Mitre, Prólogo, traducción y anotaciones de Samuel Lafone

Quevedo, Cabaut y Cía., Buenos Aires, 1903 – Lámina que ilustra el Capítulo XI

Los caminos más seguros y perdurables fueron finalmente los trazados por y para las relaciones de dominación entre distintas culturas indígenas, ya conso-lidados con anterioridad a la llegada de los españoles.33 Los cronistas, en sus descripciones en apariencia neutrales, señalan que a la provincia de los Charcas y del Tucumán se entraba por el camino real de los Incas: la preexistencia de las relaciones políticas en el interior del incario había montado un orden y los cro-nistas no tardaron en percibir e incluso de recomendar a los jefes de sus huestes la adopción de elementos estratégicos que ya funcionaban en la sociedad indígena.

La franja territorial rioplatense, ubicada al oeste de la línea de Tordesillas, fue capitulada con Pedro de Mendoza en 1534. Frente a la efímera experiencia de Buenos Aires 1536-1541), retratada como desastre por Ulrico Schmidel, el desprendimiento de esa expedición, encabezada por Ayolas primero e Irala a su muerte, asentó en tierra de guaraníes la ciudad de Asunción, “madre de ciuda-

33 Fenómeno ya señalado por ZAPATA GOLLÁN, Agustín “Caminos de la colonia. El centro económico de América”, en Obras Completas, Vol. IV, Santa Fe 1989, p. 167 y ss.

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des” del corredor paranaense. Esta maternidad, sin embargo, debe ser conside-rada compartida con la tendencia que, desde el Perú, se proponía poblar tierra abajo hasta la salida atlántica. Los intercambios entre los conquistadores del Perú y los asunceños no se hicieron esperar. Tras la derrota de Diego de Almagro en las guerras civiles del Perú, Vaca de Castro distribuía premios entre sus adep-tos, a la vez que los alejaba. Como bien lo expresa Franklin Pease: “las guerras civiles alteraron el cuadro de entradas a la tierra, pero, terminadas aquellas, los abundantes hombres de armas fueron dispersados en expediciones destinadas a ampliar las fronteras hacia el Sur y el Sudeste.”34

Diego de Rojas y Francisco de Mendoza llegaron a las tierras antes visitadas por Gaboto, mientras que Domingo de Irala encaró una jornada al Perú para entablar negociaciones con La Gasca.

En esta coexistencia de proyectos en tensión, es importante resaltar que los capitanes que fundaron ciudades a una y otra banda del Paraná y hasta el mismo Río de la Plata durante el siglo XVI –Santa Fe, Buenos Aires y San Juan de Vera de las Siete Corrientes, en 1573, 1580 y 1588 respectivamente–35 aunque partie-ron desde Asunción, tenían una experiencia anterior como vecinos y soldados en tierras peruanas. Esto es un punto de referencia para pensar las relaciones que establecieron entre ellos y con sus subordinados así como para reflexionar sobre la cultura política que llevaron al campo. En suma, esta experiencia que por en-tonces apenas se inauguraba configura –y me atrevo a afirmar que prefigura– la constitución política del mismo espacio que Carlos Sempat Assadourian ha pen-sado como un espacio económico.36 La organización del espacio político diseñó

34 PEASE, Franklin “Los Andes”, en PEASE, Franklin y MOYA PONS, Frank El primer contacto y la formación de nuevas sociedades, Tomo II de la Historia General de América Latina, UNESCO, Trotta, París / Madrid 2000, p. 160.

35 Lo mismo que quienes fundaron Concepción del Bermejo en 1585.36 Se trata de una categoría que recicla conceptos de François Perroux (La economía del siglo XX,

Ariel, Barcelona, 1964) para designar uan zona distintiva, articulada alrededor de la producción minera como producto que orienta el crecimiento “hacia afuera” en torno de la cual se desarro-llan procesos de especializaciones regionales del trabajo, integrando un conjunto en en cual “...un sistema de intercambios [...] engarza y concede a cada región un nivel determinado de partici-pación y desarrollo dentro del complejo zonal.” Su interpretación ha planteado que esta unidad, fuertemente gravitante durante la segunda mitad del siglo XVI y gran parte del siglo siguiente, “...se superpone coherentemente con la zonificación política, en tanto se extiende sobre el ámbi-to real del virreinato del Perú.” Mientras que las importaciones entradas por Lima y saldadas por plata bien se vinculaban al ámbito productivo (negros, hierro, mercurio) bien al consumo suntua-rio, la satisfacción de una extensa gama de necesidades de bienes y servicios imprescindibles para la reproducción del espacio provenía de “...un conjunto complejo de producciones que se crean y consumen en el interior del dicho espacio.” ASSADOURIAN, Carlos El sistema de la economía colonial. Mercado interno, regiones y espacio económico, Lima 1982, p. 111 y 112.

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algunos de los circuitos por los cuales más tarde se desplazaron los irresistibles efectos de arrastre de la economía minera potosina.

Paisajes para un territorio: el imperio de las magnitudesEl paisaje es el resultado –siempre provisorio y siempre arqueológico– de una construcción social en la cual participan los observadores, decidiendo qué ele-mentos ubicar en la categoría de datos. Este fenómeno, conocido como la “tesis de Hanson”, implica asumir la carga teórica de la observación:37 aunque emergente de reflexiones teóricas provenientes de las ciencias “duras”, este principio es par-ticularmente importante para las ciencias sociales.38

Los relatos de cronistas y viajeros del siglo XVII han sido utilizados como fuentes proveedoras de testimonios de primera mano que proporcionan datos so-bre las realidades que describen. Parece mejor convertirlos en parte de configura-ciones históricas: estas narraciones, sus narradores y sus operaciones cognosci-tivas nos interesan en tanto que partes activas de una configuración política que las dota de sentido, a la vez que adquiere, de ellas, parte de los materiales con los cuales se construye.

El estudio de crónicas sobre las regiones “nucleares” de la América Indígena (dicho brevemente, el Caribe, Mesoamérica y el área andina) es más volumino-sa que la existente sobre la frontera sur del Imperio hispánico con la Corona Portuguesa y con los indígenas del área rioplatense durante el período colonial temprano.39 Esta situación, acorde con el volumen de los materiales que existen para las áreas mencionadas, debe ser tomada como parte de las coordenadas de construcción de nuestros propios trabajos. Las narraciones sobre las extensiones y los lugares que la Monarquía Hispánica incorporaba a su dominio, hacen al corpus de imágenes que la Monarquía necesitaba y producía para organizar la extensión, para producir espacios. Crónicas, historias, relaciones y descripciones

37 Véase, por ejemplo, HANSON, Norwood Russell Observación y explicación – Patrones de descu-brimiento: investigación de las bases conceptuales de la ciencia, Alianza Universidad, Madrid, 1985 [1977], versión española de Enrique García Camarero y Antonio Montesinos, 310 pp. KNORR-CETINA, K. y MULKAY, Michael Science Observed, Sage, London, 1983.

38 Pero este principio es, justamente, uno de los ejes sobre los que pivota la deconstrucción de la distinción entre ciencias “duras” y “blandas” o “exactas” y “sociales”, ilustrado en las obras cuya producción ha sido etiquetada como la de la “tercera cultura”, y que, en este trabajo, forma parte de un presupuesto compartido. Cfr. sobre todo, en clave de resumen, BROCKMAN, John –editor– La tercera cultura. Más allá de la revolución científica, Tusquets, Barcelona, 1996 [The Third Culture. Beyond the Scientific Revolution, Simon & Schuster, 1995], trad. de Ambrosio García, 391 pp.

39 Para Morales Folguera esto puede deberse a que, en algunas regiones de la administración es-pañola en Indias, se recibieron las órdenes reales de ejecutar las relaciones, pero se practicó la costumbre se acata pero no se cumple. Cfr. MORALES FOLGUERA, José Miguel La construcción de la utopía. El proyecto de Felipe II para Hispanoamérica, Málaga, 2001, p. 42.

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contribuyeron a crear una imagen de las dimensiones y de los lugares reservados a cada espacio en el proyecto imperial, pero también producían densidad local.

Esta densidad no deriva entonces del follaje de las plantas ni de los caudales de agua, ni de las extrañas criaturas existentes en las tierras nuevas. Los agentes de la Monarquía tramaron un nicho de dichos que forjó una imagen de este territorio al uso de un capítulo del retrato transatlántico de todo el Imperio. La densidad del lugar emerge cuando el observador del “paisaje” es despojado por el investi-gador de su inocencia y, ya objetivado, aparece situado en medio de los flujos co-municacionales que atraviesan su experiencia de construcción del espacio. Así, la reflexión sobre la experiencia como constituyente del espacio es intrínsecamente temporal y no disocia entre espacio y tiempo.40

Sin omitir el valor que tiene una historiografía que colocó al “paisaje” entre las estructuras de mayor estabilidad, o que cambian sólo muy lentamente,41 lo que “la Tierra” tiene para aportar al lugar o la región tampoco ha permanecido inmóvil desde la llegada de los europeos al área. Esto se debe a un concurso de factores, entre los cuales el forzado y violento intercambio biológico al que fuera expuesto el subcontinente no juega un papel menor. Lo que una geografía clásica plantearía como una convergencia de factores naturales y humanos,42 hoy puede ser presentado como el proceso de construcción de un espacio.43

La explicación de tal proceso no debe prescindir de los discursos, de los modos en que fue enunciado desde su propia construcción. Si, como escribió Saer, hoy en día “...la expresión Río de [la] Plata se utiliza tanto para designar el río propiamente dicho como el conjunto que forma la región pampeana y el Uruguay, pero que incluso a veces es una sinécdoque para nombrar a la Argenti-na entera, e incluso al Paraguay (la cuenca del Plata)...”,44 este uso no se impuso gratuitamente: constituye un resultado de las capas de dichos que sedimentaron el universo de percepciones que los primeros navegantes, funcionarios Reales y

40 DALLA CORTE, Gabriela y FERNÁNDEZ, Sandra Lugares para la historia. Espacio, historia regional e historia local en los estudios contemporáneos, UNR, Rosario, 2001, 245 pp.

41 Claramente ilustradas en BRAUDEL, Fernand El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, 2 tomos, FCE, 2a edición, México, 1987 [París, 1949], trad. de Monteforte Toledo, Roces y Simón; 858 y 944 pp; y LE ROY LADURIE, Emmanuel Histoire du climat depuis l’An mil, Flammarion, Paris, 1967.

42 Se piensa aquí en las propuestas pioneras de VIDAL DE LA BLACHE, Paul Principes de Geogra-phie Humaine, presentado por E. De Martonne, París, 1947; Cfr. también LACOSTE, Yves “La Geografía” en CHATELET, François Historia de la filosofía. Ideas, Doctrinas, Espasa Calpe, Tomo IV, Madrid, 1984, pp. 218 a 272.

43 CROSBY, Alfred Imperialismo ecológico. La expansión biológica de Europa 900-1990, Crítica, Barce-lona, 1988; GONZÁLEZ LEBRERO, Rodolfo E. La pequeña aldea, Biblos, Buenos Aires, 2002; más recientemente, GALAFASSI, Guido La pampeanización del Delta. Sociología e historia del pro-ceso de transformación productiva, social y ambiental del bajo delta del Paraná, Extramuros, 2005.

44 SAER, Juan José El río sin orillas…, cit., p. 34.

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hombres de la Iglesia tuvieron de esta geografía. Antonio Vázquez de Espinosa, cronista que da cuenta de sus registros en el primer cuarto del siglo XVII, afirma por ejemplo que la ciudad de Santa Fe se ubica, no sobre el Quiloazas, ni siquiera sobre el Paraná –lo que constituiría ya una generalización gruesa pero frecuen-te– sino sobre el mismo Río de la Plata.45 No se equivoca el cronista al fijar la situación: al contrario, participa del tramado social que se filtra y produce una posición relativa en la situación de una redacción desde la distancia.

El estuario platense participa de una configuración que bajo su nombre in-cluía al más caudaloso de los ríos que van a dar a él. Lo contrario –pero al fin y al cabo lo mismo– sostenía Gonzalo Fernández de Oviedo, quien afirmaba que Río de la Plata era la denominación cristiana del que los indígenas llamaban Paraná, estableciendo una continuidad entre el curso y el cauce de ambos.46

De la misma manera que para designar territorios lejanos la Monarquía se refería a ellos como “sus provincias”, éstas tomaban su nombre de voces que de-signaban un elemento predominante del conjunto. Se puede decir que Vázquez de Espinosa también había provincializado el objeto de su observación, un sistema fluvial desmesurado y complejo al que desconocía. Nada de esto impidió a los europeos, sin embargo, avanzar en la invasión, conquista y dominación de un terreno al que, con estrategias que incluían, la introducción de cultivos, anima-les, palabras y el uso de la fuerza, espacializaban la extensión; y, a partir de la introducción de las ciudades, las gobernaciones, los Obispados y las Audiencias, territorializaban los espacios.47

45 VÁZQUEZ DE ESPINOSA, Antonio Compendio y descripción de las Indias Occidentales, transcrip-ción del original de Charles Upson Clark, Washington, 1948, [1627] p. 640 y ss.

46 Jamás estuvo en el Río de la Plata. Se basó en el Islario... de Alonso de Santa Cruz y otros testi-monios. FERNÁDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS, Gonzalo Historia General y Natural de las Indias, islas y Tierra-Firme del Mar Océano, publicada por la Real Academia de Historia cotejada con el códice original enriquecida con las enmiendas y adiciones del autor é ilustrada con la vida y el juicio de las obras del mismo por Don José Amador de los Ríos, Imprenta de la Real Academia de la Historia, Vol II, Madrid, 1852, pp. 114 y 165.

47 La diferencia entre espacialización y territorialización que propongo es tributaria de la antropo-logía jurídica del espacio: un espacio puede ser una extensión organizada a partir de diferentes criterios (económicos, culturales, religiosos, administrativos y políticos). Un territorio, en cam-bio, es tal únicamente a partir de una acción política sobre una porción de tierra y los hombres que la habitan: la territorialización tiene que ver, únicamente, con la presunción y el ejercicio de la jurisdicción de un agente político (es decir, en una relación entre suelo, población y autoridad), sea en un espacio, sea en una extensión a la que espacializa y territorializa al mismo tiempo.

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Diego Gutiérrez y Hieronymus Cock Americae sive Quartae Orbis Partis Nova et Exactissima Descriptio, Amberes, 1562.

Diego Gutiérrez fue nombrado cosmógrafo principal del rey de España en 1554. La Casa de Contratación debía elaborar para la Corona un mapa de la llamada “cuarta parte del mundo” con la finalidad de documentar reclamos

territoriales contra Portugal y Francia –de allí lo destacado de la información al sur del trópico de Cáncer. El grabador fue Hieronymus Cock (1510-1570).

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La construcción del tipo de conocimiento necesario para la monarquía está en el centro de los aciertos y de los desaciertos de estas descripciones.Unos diez años antes de la primera edición de la obra de Vázquez de Espinosa, Rui Díaz de Guzmán planteaba su descripción desde el interior del espacio. Su mirada era más comprometida no sólo desde la percepción visual sino también desde cierta sensibilidad auditiva, recuperando voces de los naturales de la tierra. Éstas, de to-dos modos, fueron reordenadas dentro de un universo de categorías descriptivas que, de hecho, las hispanizaba:

“...en este territorio hay muchas provincias y poblaciones de in-dios de diversas naciones, por medio de las cuales corren muy caudalosos ríos, que todos vienen a parar, como en madre prin-cipal, a este de la Plata, que por ser tan grande, le llaman los naturales guaraníes Paraná Guazú, como tengo dicho...”48

Si un común denominador caracteriza el horizonte perceptivo de los agentes que dejaron textos sobre lo que ellos nombraban como las provincias del Río de la Pla-ta es la referencia al orden de las grandes magnitudes.49 Los ríos se describen como “...caudalossos...”, los indios charrúas como gente “...muy crecida...”, los piñales “...muy grandes...”, las tierras “...extremadas...”. Incluso los elementos ingresados por los europeos adquirían la magnitud como atributo. Para Vázquez de Espinosa, la fauna prodigiosamente reproducida y la foresta abigarrada se mi-metizaban: “...aquellas llanadas están cubiertas de yeguas y caballos cimarrones en tanta cantidad, que cuando pasan a alguna parte parecen de lejos montes, y lo mismo es en parte las vacas...”50

48 DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia Argentina del Descubrimiento, población y conquista de las Pro-vincias del Río de la Plata escrita por Rui Díaz de Guzmán en el año 1612, en DE ÁNGELIS, Pedro Colección de Obras y Documentos Relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, Tomo I, prólogos y notas de Andrés M. Carretero, Plus Ultra, Buenos Aires 1969 [Impren-ta del Estado, 1836], p. 67; resaltado en el original.

49 Pedro Cunill Grau prefiere hablar de las “...magnitudes de las superficies americanas...” en clave de constricciones geográficas que “...han obstaculizado de diversa manera el establecimiento humano.” A diferencia de este autor que plantea la “...tiranía del tamaño y de la distancia...” a manera de dato geofísico, aquí se hurga en las representaciones que los agentes se hacían de la extensión. CUNILL GRAU, Pedro “La Geohistoria”, en CARMAGNANI, Marcello; HER-NÁNDEZ CHÁVEZ, Alicia y ROMANO, Ruggiero –coordinadores– Para una historia de Améri-ca. I – Las estructuras, FHA, Colegio de México, FCE, México 1999, pp. 13, 14 y ss.

50 VÁZQUEZ DE ESPINOSA, Antonio Compendio... cit.

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Nativos y fauna del Chaco boreal durante la entrada de IralaGrabado de Theodor De Bry

en SCHMIDEL, Ulrich Viaje al Río de la Plata (1534-1554), cit.Lámina que ilustra el Capítulo IV

Respecto de la fauna originaria, Zapata Gollán indicó que una forma primitiva de las actuales llamas –que llegarían desde el noroeste hasta las tierras del Paraná merced a los intercambios indígenas– provocaron la admiración de Luis Ramí-rez. El compañero de Gaboto, quien las había visto en las inmediaciones del Car-carañá, las describía hacia finales de la década de 1520 como “...obejas salbajes del grandor de una muleta de vn año y llevaban de peso dos quintales...”.51 Fernández de Oviedo y Valdés las llamaba “....ovejas de las grandes del Perú”. Durante la expedición de Juan de Ayolas en tierras de los mocoretás –sesenta y cuatro leguas al norte de las tierras de los quiolazas, donde se asentaría Santa Fe– Schmidel toma debida nota de un encuentro chocante:

“Mientras estábamos con esos Mocoretás, casualmente encon-tramos en tierra una gran serpiente, larga como de veinticinco

51 En ZAPATA GOLLÁN, Agustín “La fauna y la flora”, en Obras Completas, Cit., Vol. IV, p. 60. El resaltado me pertenece.

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pies, gruesa como un hombre y salpicada de negro y amarillo [...] Cuando los indios la vieron se maravillaron mucho, pues nunca habían visto una serpiente de tal tamaño [...] Yo mismo he medido la tal serpiente a lo largo y a lo ancho, demanera que bien sé lo que digo.”52

Schmidel hace participar de su asombro a los indígenas quienes, según él mismo consigna, ya habían sido víctimas del voluminoso reptil. Otro, no menos impac-tante, que el cronista registra como “un pez grande” es el yacaré, cuyo “...cuero [es] tan duro que no se le puede herir con cuchillo o con flecha”.

Si los Charrúas parecían gente de gran tamaño, el sur del subcontinente deparaba, en materia de anatomías, mayores sorpresas. Magallanes entendió ver gigantes en las costas patagónicas y, hacia finales del siglo XVIII, el Padre Gue-vara afirmaba que había de éstos, en algún tiempo, sobre el Carcarañá, y gustaba recordarlos todavía como “...torres formidables de carne, que en solo el nombre llevan el espanto y el asombro de las gentes....”.53 Para Schmidel, en cambio “...en toda la tierra del Río de la Plata no hay ni he visto gente más grande que los Yacarés [yaráes – xarayes].”54 Los portentos de esta gente, sin embargo, depara-rían a los conquistadores algo más en materia de experiencias: en tierras de los Jerus, cuando durante las comidas se tocaba música para hacer bailar ante el cacique a los hombres y las mujeres más bellas de la tribu, Schmidel asegura que, viendo “...bailar esas mujeres, nos quedábamos con la boca abierta...”. Éstas, además de hábiles artesanas, “...son muy hermosas, grandes amantes, afectuosas y de cuerpo ardiente, según mi parecer.”55

52 SCHMIDEL, Ulrico Relación, cit., p. 151.53 GUEVARA, Padre de la Compañía de Jesús Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, en

DE ÁNGELIS, Pedro Colección de Obras y Documentos Relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, [Madrid, 1762] Tomo I, prólogos y notas de Andrés M. Carretero, Plus Ultra, Buenos Aires, 1969 [Imprenta del Estado, 1836], p. 520.

54 SCHMIDEL, Ulrico Relación, cit., p. 179. “Yacarés” en la edición de L. López – Lafone lo trans-literó del original como Xarayes.

55 SCHMIDEL, Ulrico Relación, cit., p. 81.

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Serpiente maravillosaGrabado de Theodor De Bry

en SCHMIDEL, Ulrich Viaje al Río de la Plata (1534-1554), cit. Lámina que ilustra el Capítulo XVII

“Scherves” - los yaráesGrabado de Theodor De Bry

en SCHMIDEL, Ulrich Viaje al Río de la Plata (1534-1554), cit. Lámina que ilustra el Capítulo XXXV.

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44 Darío G. Barriera

Al norte, las Cataratas hoy denominadas del Iguazú, son descriptas como “...ese extraño salto que entiendo ser la más maravillosa obra de la naturaleza que hay...”.56 En la primera mitad del siglo XVI, Pedro Mártir de Anglería afirmaba:

“No faltará […quien…] se burle de mí diciendo: ‘Mira lo que cuenta como un portento, que hay en aquellas regiones ríos muy grandes!’; y después de recordar los más caudalosos de otras regiones del mundo, afirma que los de América son todavía mayores.”57

Zapata Gollán, quien también se refirió al autor antes citado, recuperó además los juicios sobre el Río de la Plata legados por Alonso de Santa Cruz en su Islario –“...uno de los mayores y mejores del mundo...”– o las de Lopes de Sousa “...era tan grande que me nom podia parecer que era rio...”. Del Paraná ha dicho en su hora el Oidor Matienzo que era “...el mayor que se viera en el mundo...”.58

Todos estos discursos obedecen a las reglas retóricas de la laudatio, impuesta a la descripción del lugar. En este proceso, la “naturaleza” ocupa el lugar de las construcciones humanas en torno de las cuales se elaboraron las descriptio civitatis en latín y en lengua vulgar durante el período bajomedieval.59 Respecto del or-den de lo magnífico, Paul Zumthor ha señalado el escaso nivel de precisión que caracteriza a los discursos de la amplificatio: ésta, afirmó el filólogo ginebrino, “...acaba en poca cosa: una serie de hipérboles que enmarcan y dan cuerpo a un esquema comodín; un tipo, según la terminología que he propuesto, conjunto de fragmentos descriptivos, al menos parcialmente estereotipados, por medio de los cuales, a través de los cuales y (cada vez más, a medida que se va avanzando en el tiempo) a pesar de los cuales se constituye, en la lengua o en las formas del arte, una representación de la realidad.”60 Estos discursos cuya retórica está vinculada, por otra parte, a unas descripciones que son tributarias de operaciones de persua-

56 DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia... cit., resaltados míos. En las primeras crónicas esto no difie-re, aun cuando se trate del área mesoamericana o de las tierras del Inca. Cfr. las notas sobre las zonas “tórridas” y sus disquisiciones con los “antiguos” del P. J. ACOSTA, Joseph de Historia natural y moral de las Indias. En que se tratan las cosas notables del cielo, elementos, metales, plantas y animales dellas y los ritos y ceremonias leyes y gobiernos de los indios, [1590], edición preparada por Edmundo O’Gorman, FCE, México, 1940, 444 pp.

57 MÁRTIR DE ANGLERÍA, Pedro Décadas Oceánicas, edición de Joaquín Torres Asencio, Ma-drid, 1892. Este religioso, confesor de Isabel y consejero de los Reyes Católicos, nunca estuvo en América; sus conocimientos provienen de relaciones de terceros a las cuales tuvo acceso por vía personal o a través de correspondencia. La narración del viaje de Solís se encuentra en la segunda de sus Décadas.

58 ZAPATA GOLLÁN, Agustín “El Paraná...”, cit., pp. 11, 21 y 22.59 ZUMTHOR, Paul La medida del mundo. Representación del espacio en la Edad Media, Cátedra, Bar-

celona, 1994 [Editions du Seuil, París, 1993], trad. de Alicia Martorell, p. 108 y ss.60 ZUMTHOR, Paul La medida del mundo... cit., p. 109.

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ción en distintos grados y niveles, están plagados de hipérboles o ditirambos cuya imprecisión no dejan de tener su significado:

“Es notable (aunque esta técnica de expresión aparezca en varios sectores del discurso medieval) que la mayor parte de nuestras descriptiones civitatis hasta el siglo XV construyan la imagen por acumulación de calificativos hiperbólicos de sentido impreciso (grande, bello, el más... del mundo) en una especie de balbuceo que parece sugerir que el objeto está fuera del alcance del lenguaje, en la esfera de lo maravilloso.”61

Rui Díaz pudo afirmarse en este lugar de observador encogido frente a un mundo al cual representó como abundante incluso cuando hablaba de lo que no había visto: a orillas de un río “...caudaloso que tiene por nombre Pepirí [...] es fama muy notoria haber mucha gente que poseen oro en cantidad...”.62 Las islas del Delta y las del Paraná, en el testimonio de Luis Ramírez –que sí las conocía– son “...tantas que no se pueden contar...”.63 Los peces, abundantísimos “...y los mejores que hay en el mundo, que creo yo provenir de la bondad del agua que es aventaja-da a todas las que yo he visto...”.64 Los españoles, ante la bondad y plétora de tan benévolo alimento, comían “a bentregadas”, no habiendo conocido mejor dieta. Siempre de la mano de Ramírez y de su carta, el agua del Paraná “...es la mejor y más sana que se pueda pensar...”. Para Lopes de Sousa, “...he mui sabrosa [...y...] quanta o homen mais bebe, quanto melhor se acha”.65

La amplificatio, claro está, no se limitó al plano de lo laudable. Conquista-dores, viajeros y cronistas hicieron que algunos fenómenos naturales tanto como las situaciones que ponían en riesgo la supervivencia –ergo, que exaltaban la “valentía” de los europeos– también fueran ensanchadas bajo el mismo foco. Componiendo su ensayo El río sin orillas, Juan José Saer lo advirtió: “en dos co-sas, aparentemente contradictorias coinciden muchos de los numerosos viajeros que han escrito sobre el río de la Plata: en la clemencia deliciosa de su clima, y en las tromentas frecuentes y espantosas que estallan en la región.”66 Tanto como recalcaban las virtudes de una tierra fértil y la placidez de días deliciosos,

61 ZUMTHOR, Paul La medida del mundo... cit., p. 109, resaltados en texto original.62 DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia... , cit., p. 68. Todos los resaltados me pertenecen.63 La carta de Ramírez en MADERO, Eduardo Historia del Puerto de Buenos Aires, Buenos Aires

1892, también retomada por ZAPATA GOLLÁN, Agustín “El Paraná...”.64 SANTA CRUZ, Alonso de Islario general de todas las islas del mundo..., fragmento recuperado en

BECCO, Horacio Cronistas del Río de la Plata, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1994, p. 10.65 Del Diario de Navegaçao, (1530-1532), citado en ZAPATA GOLLÁN, Agustín “El Paraná...”, cit.,

p. 24.66 SAER, Juan José El río... cit., p. 23.

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algunos testimonios ubicaron dentro del orden de lo magnífico los temporales que azotaban la amplia zona rioplatense. Desde una perspectiva contemporánea, Saer echa un manto de piedad sobre las percepciones de aquellos hombres: “...es perfectamente comprehensible que los testimonios de los viajeros sobre el clima en el río de la Plata sean contradictorios, ya que el clima mismo lo es.”67

Las tormentas que se formaban en el Río de la Plata o en las inmediaciones del Paraná, fueron objeto de juicios no menos azorados que aquellos emitidos a propósito de las dimensiones de los ríos: en una carta escrita hacia 1556, Fran-cisco de Villalba aseguraba sobre las tormentas del Paraná que “...eran tan abo-minables y malos los tiempos en esta tierra que visiblemente parecía que en los aires hablaban los Demonios”.68 Los peligros eran tan cuantificables como las bondades de la tierra. De la emboscada tendida por los indígenas a Garay y su gente en las inmediaciones del río Coronda, Guzmán retuvo que “...todo cuanto había a la redonda estaba lleno de gente de guerra, y mucha más que venía acu-diendo por todas partes, sin muchas canoas que de río abajo y arriba acudían...”69 Joannes de Laet se refería a los querandíes como “...gente furiosa y acostumbra-da a vivir de carne humana, ágiles y valientes, que en tiempos pasados causaron muchos males y pérdidas a los españoles.”70

Frente a la magnificencia verde y voluptuosa de los corredores fluviales que atraviesan y conforman la actual mesopotamia argentina, donde a comienzos del siglo XVII Rui Díaz encontraba una tierra bien poblada, con algunos cultivos, abundante pesca, vegetación exuberante, pasto para ganados y caza de una fauna prodigiosa en su variedad, el cronista construye una primera imagen diferente, dominada por lo horizontal, estableciendo una oposición fuerte: los llanos que van de Mendoza a Buenos Aires, escribió, son “...tan anchurosos y dilatados, que no hay en todos ellos un árbol: es de poco agua [...] de pocos naturales: los que hay son belicosos, grandes corredores y alentados [... y andan ...] de ordinario es-quilmando los campos.”71 Lo que poco tiempo después comenzó a denominarse “la Pampa”, nació como un protopaisaje que, por oposición al de los corredores fluviales, representaba la extensión desolada, magra, agreste por definición. Una de las imágenes que heredamos –y que probablemente compartimos, al punto de necesitar revisar permanentemente su genealogía– recupera este zócalo de discursos sobre la pampa: la tradición de su imagen negativa, catapultada a una

67 SAER, Juan José El río... cit., p. 39.68 Citada por Ulrico Schmidel en Relación, cit..69 DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia... , cit., p. 281.70 LAET, Joannes de Descripción General de la Gobernación o Provincia de Río de la Plata, cualidades de

su aire y de su tierra, edición establecida por Marisa Vannini de Gerulewicz, en BECCO, Horacio Cronistas... cit., p. 62.

71 DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia... , cit., pp. 72 y 73.

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presencia importante en la literatura del siglo XX por Ezequiel Martínez Estra-da, sintetiza una tradición que suelda la conquista con la mirada sarmientina que opuso civilización y barbarie en el siglo XIX. En la pampa de Martínez Estrada domina la soledad, la discordia, el olvido, la muerte. Esta tradición, montada sobre el supuesto de una soledad que “...convierte al individuo en el centro de la circunferencia infinita que es la llanura y la clave de esa bóveda absurda que es el cielo...”72 fue retomada por Juan José Saer en términos casi calcados:

“Las dos planicies de la pampa y del río no poseen en sí ningún encanto particular y [...] también la belleza que a veces la trans-figura debemos atribuírsela no al lugar en sí sino a su cielo, a causa de su presencia constante, visible en la cúpula y en el hori-zonte circular. El hombre de la llanura está siempre en el interior de una semiesfera, en el centro exacto de la base, bajo la bóveda celeste que es como una pantalla...”73

Esta mirada oblicua que el siglo XX proyecta sobre una pampa dilatada y, en su arreglo con el cielo, carcelaria, tiene su genealogía: la sensación que Juan José Saer describió como vértigo horziontal arraiga en una descripción del siglo XVII, cuando se decía que las llanuras al oeste de Buenos Aires eran “…planicies tan dilatadas [que] forman un horizonte parejo y circular, de suerte que uno pierde el rumbo y es necesario recurir a la brújula para no extraviarse por los caminos.”74

La esacasa presencia en estos discursos de atributos positivos –como la fer-tilidad de la tierra y de sus bondades para permitir la reproducción de ganado vacuno y equino en enorme número, valoraciones que hizo más tarde una so-ciedad que se vinculó con la tierra productivamente– no ignoró de todos modos que la llanura pertencía al orden de lo magnífico. La fama de las tierras y de la naturaleza platense proviene ante todo de un orden que –como en el medioevo lo habían articulado el bosque, los mares y, después, la mar océano– desequilibra los patrones de mensura peninsulares de los albores de la modernidad. Lo que está en juego detrás de estas miradas es, nuevamente, una manifestación de la experiencia de los límites técnicos y simbólicos de una civilización, en clave de miedo y asombro.75

72 MARTÍNEZ ESTRADA, Ezequiel Radiografía de la pampa, FCE, Buenos Aires, 1991 [1933], p. 77.

73 SAER, Juan José El río... p. 44.74 “Memoria acerca del establecimiento de una colonia en Buenos Aires o en la orilla opuesta del

Río de la Plata”, por el Señor de Sainte Colombe, 1664. Edición de MOLINA, Raúl Alejandro en “Primeras Crónicas de Buenos Aires. Las dos memorias de los hermanos Massiac (1660-1662)” en Historia, 1, agosto-octubre de 1955, p. 107.

75 Ver los exquisitos trabajos que Le Goff dedicara a los pantanos, el bosque o el Dragón, situado en “lugar” del Bósforo. LE GOFF, Jacques “L´occident médiéval et l´ocean Indien: un horizon

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Los pliegues iniciales de la curvatura occidentalizante del imaginario sobre el espacio rioplatense, están basados sobre esta sensación primigenia que los euro-peos manifestaron de encontrarse superados por un espectáculo ajeno al tópico cristiano-medieval de la ciudad. Pero el desorden de lo abundante fue reorganiza-do por los europeos en clave religiosa a partir de la idea de pacificación y doctrina de los naturales, lo cual sólo era posible a partir de la introducción de sus propios dispositivos espaciales: las ciudades, las iglesias y los pueblos indígenas, en pri-mer término.

Las magnitudes, que en términos del Padre Guevara provocan el “...asom-bro y el espanto de las gentes...”, organizan los dichos y la experiencia de los conquistadores en la zona rioplatense y el corredor fluvial que los llevaba hacia el norte. Sus discursos evidencian un impacto sólo posible en una dimensión comparativa,76 pero por sobre todo formalizan un complejo en el cual lo abun-dante y lo magnífico –amplificatio relacionada a veces con laudatio– se articulan para dar cuentas de un observador maravillado, de un testigo interesado y com-prometido que debe hacer notar a otros las posibilidades que estas tierras presen-tan para el proyecto que está encarnando. En la trastienda, la representación deja constancia de los deseos, los temores y las dudas de los agentes, probablemente la clave del foco que todo lo ensancha.

onirique” en Mediterraneo e Oceano Indiano, Florencia, 1970, pp. 243-263; “Les rêves dans la culture et la psichologie collective de l´Occident Médiéval”, en Scolies, 1971, pp.123-130; “Culture ecclésias-tique et culture folklorique au Moyen âge: Saint Marcel de Paris et le Dragon” en Ricerche storiche ed econimiche en memoria di Corrado Barbagallo, Nápoles 1970, T.II, pp.51-90; “Melusine, maternelle et défricheuse”, en Annales E.S.C., 1971, pp. 587-603 et “Le désert et la fôret dans l’Occident médieval”, in L´Imagianire médieval, Gallimard, 1985. Ediciones en español de estos trabajos, recopilados en Tiempo, Trabajo y Cultura en el Occidente Medieval, Madrid 1983 y Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente Medieval, Gedisa, Barcelona, 1985, trad. de Alberto Luis Bixio, 187 pp.

76 Son en este sentido bien conocidos los párrafos de Schmidel estableciendo paralelos entre los Quiloazas y los Gitanos de su país o entre las prácticas de asalto de los indígenas con los “bandi-dos salteadores” que hay en su tierra. También el “preparado” de los prisioneros humanos que, antes de ser comidos, se tratan “....como se ceba un cerdo en Alemania....”. Cfr. Relación... cit., pp. 139, 152 y 155.