ABC Cultural 20020907 · Nueva York acababa de sufrir el horror del terro ... en las postales de...

2
Libros Historia de España siglo XVIII, de Ricardo García Cárcel (Coord.) Lecciones de septiembre Un año después la sombra de las cenizas cae sobre Nueva York y la ciudad se convierte en la geografía de un laberinto en busca de la resurrección. Son anchas y ajenas las lecciones aprendidas, son diversas tas voces que hablan de la pesadilla, son múltiples tentativas las que explican, también, lo que queda de aquel día ANTONIO MuÑoz MOLINA 4 E N Nueva York, los días que siguieron al once de septiembre, me venía con frecuen cia a la memoria un verso de T. S. Eliot en los Qta tro Cuartetos: «Human /cindcannot bear veiy much reality». Es cierto: los seres humanos no somos ca paces de soportar un grado excesivo de realidad. No la entendemos, no sabemos abarcarla si supera demasiado lo probable, si nos sumerge de golpe en lo más inesperado, en lo más atroz. El hecho en si, integro, monstruoso, repetido, imposible, estaba en las imágenes de la televisión, casi a cada mi nuto, pero para nuestra capacidad de percepción de lo real, para nuestra imaginación tan limitada, seguia siendo no ya inexplicable, sino inaceptable. Por eso era tan fácil identificar aquellas imágenes con las de una película, una de tantas películas norteamericanas en las que los efectos especiales convierten a Nueva York en un escenario del apo calipsis. En la vida, en la experiencia diaria, lo que ha bía ocurrido a unos cuantos kilómetros al sur per dia su magnitud intolerable para fragmentarse en una pocas sensaciones, en un cierto número de imágenes siempre laterales, nunca vinculadas de manera directa al horror principal. Deaquella ma ñana soleada y cálida lo que recuerdo con más cia- ridad son unos cuentos detalles secundarios: junto a la boca de metro, en Lincoln Square, una mujer joven, con gafas de sol, hablaba por un teléfono mó vil y rompía a llorar; en el supermercado ya no quedaba carritos ni cestos, y la gente Hevaba en las manos de cualquier manera las cosas elegidas a toda prisa y sin embargo con una calma rara y me tódica, alimentos primordiales y botellas de agua para prevenir quién sabía qué continuación del de sastre. En el supermercado el silencio inquietaba tanto como los alaridos próximos o lejanos de las sirenas, como el fragor de los aviones militares que volaban muy bajo. Carta de unadesconocida, de Stefan Zweig - AHÍ (:uItu1 / 7-9-2002

Transcript of ABC Cultural 20020907 · Nueva York acababa de sufrir el horror del terro ... en las postales de...

Page 1: ABC Cultural 20020907 · Nueva York acababa de sufrir el horror del terro ... en las postales de las tiendas turísticas de la Quinta Avenida. 4. 5 4134: (:ult ural / 7..q_ 2 E 2.

LibrosHistoria de España siglo XVIII, deRicardo García Cárcel (Coord.)

Lecciones de septiembreUn año después la sombra de las cenizas cae sobre Nueva York y la ciudad se convierte en la geografía de un

laberinto en busca de la resurrección. Son anchas y ajenas las lecciones aprendidas, son diversas tas voces

que hablan de la pesadilla, son múltiples tentativas las que explican, también, lo que queda de aquel día

ANTONIO MuÑoz MOLINA

4

E N Nueva York, los días que siguieron alonce de septiembre, me venía con frecuen

cia a la memoria un verso de T. S. Eliot en los Qtatro Cuartetos: «Human /cind cannot bear veiy muchreality». Es cierto: los seres humanos no somos capaces de soportar un grado excesivo de realidad.No la entendemos, no sabemos abarcarla si superademasiado lo probable, si nos sumerge de golpe enlo más inesperado, en lo más atroz. El hecho en si,integro, monstruoso, repetido, imposible, estabaen las imágenes de la televisión, casi a cada minuto, pero para nuestra capacidad de percepciónde lo real, para nuestra imaginación tan limitada,

seguia siendo no ya inexplicable, sino inaceptable.Por eso era tan fácil identificar aquellas imágenescon las de una película, una de tantas películasnorteamericanas en las que los efectos especialesconvierten a Nueva York en un escenario del apocalipsis.

En la vida, en la experiencia diaria, lo que había ocurrido a unos cuantos kilómetros al sur perdia su magnitud intolerable para fragmentarse enuna pocas sensaciones, en un cierto número deimágenes siempre laterales, nunca vinculadas demanera directa al horror principal. De aquella mañana soleada y cálida lo que recuerdo con más cia-

ridad son unos cuentos detalles secundarios: juntoa la boca de metro, en Lincoln Square, una mujerjoven, con gafas de sol, hablaba por un teléfono móvil y rompía a llorar; en el supermercado ya noquedaba carritos ni cestos, y la gente Hevaba en lasmanos de cualquier manera las cosas elegidas atoda prisa y sin embargo con una calma rara y metódica, alimentos primordiales y botellas de aguapara prevenir quién sabía qué continuación del desastre. En el supermercado el silencio inquietabatanto como los alaridos próximos o lejanos de lassirenas, como el fragor de los aviones militares quevolaban muy bajo.

Carta de una desconocida,de Stefan Zweig

-

AHÍ (:uItu1 / 7-9-2002

Page 2: ABC Cultural 20020907 · Nueva York acababa de sufrir el horror del terro ... en las postales de las tiendas turísticas de la Quinta Avenida. 4. 5 4134: (:ult ural / 7..q_ 2 E 2.

Una lección de aquel septiembre es que, en lascircunstancias más desastrosas, a una cierta distancia del epicentro de una catástrofe, la vida normal continúa con una especie de monotoníafantasma, y hay personas que almuerzan ensimismadas junto a la ventana de un restaurante, ycorredores sudorosos que se paran en un semáforo en rojo limpiándose el sudor de la frente, mirando el reloj para controlar sus pulsaciones agitadas. Los seres humanos no somos capaces deasimilar plenamente los extremos más atroces dela realidad. Con una obstinación no se sabe si heroica o suicida, uno intenta mantener sus costumbres, se refugia en ellas como en una machiguera en la que imagina que nada adverso lepuede suceder Procurábamos vivir aquellos díascomo si no hubiera pasado nada, como si fueraposible eludir otra lección del once de septiembre: la fragilidad de lo que parece más firme, loque se da por supuesto, de los mecanismos y lossistemas materiales que sostienen la vida cotidiana, de las tecnologias que se nos vuelven invisibles de tan habituales. ¿Qué ocurriría si unnuevo atentado cortaba el suministro eléctrico dela ciudad, sise envenenaban las aguas, o más sencfflamente si se cortaban los túneles y los puentes que mantienen la isla de Manhattan tan precariamente unida con el mundo exterior? Una mañana, muy cerca de casa, en la acera junto aledificio de la NBC, había cordones policiales, destellos azules y rojos de alarmas, hombres con trajes blancos como de astronautas, con escafandrasy mascarillas: había empezado el pánico del ántrax. Salvo en la zona del desastre, todo parecíanormal, era preciso que lo fuera, la línea de metroque pasaba debajo de las torres había vuelto a funcionar y estaban llenas las terrazas en los restaurantes de Columbus Avenue, pero el mido de unavión en el cielo provocaba un sobresalto intimoen el corazón, y los empleados de la oficina de Correos llevaban guantes de goma transparente. Encada acto normal había una fracción posible deamenaza: esa postal que uno escribia, que uno de’jaba caer en el buzón azul de la esquina, ¿no llevaría invisiblemente hacia el otro lado del océanounas esporas de veneno?

Uno tomaba el metro, vindicaba instintivamente al hacerlo las valiosas rutinas que tejen lavida, pero en la estación siempre había hombres deuniforme, y si el tren se detenía en medio de un túnel y el vagón se quedaba un momento a oscuras elmiedo se percibía como una presencia fisica en lainmovilidad de la gente callada.

Una tez oscuraContaba el periódico que un hombre sU había

sido acosado y casi linchado por una chusma furiosa que tomó por símbolos musulmanes su largabarba y su turbante. Una tez oscura, unos ojosdemasiado brillantes, podían volverlo a uno sospechoso en el control de un aeropuerto. Otra lecciónde septiembre es que el poder del Estado tiende acompensar su incompetencia en la persecución delos terroristas limitando las libertades de los ciudadanos comunes, Al mismo tiempo que se revelaban las torpezas inauditas del FBI y de la CIA, incapaces de advertir a tiempo los signos de lo que seavecinaba, el presidente anunciaba medidas quedebilitaban gravemente las garantías jurídicas y laintegridad personal de cualquiera que pareciesesospechoso. Pero siempre es más fácil encarcelar a

Un gnipo de trabajadores entro los escombrosdel ES Trade Center

Otra lección, ésta muy adecuadapara los demócratas españoles:sólo es terrorismo el que auno le toca de cerca. Nueva Yorkacababa de sufrir el horror delterrorismo en grado extremo,pero eso no volvía mássensible a The New York Timeshacia el dolor y la crueldad delterrorismo que seguíagolpeando en España

un inocente que a un forajido, y en situaciones degrave emergencia pública la inutilidad de los quemandan se disimula fácilmente tras las oportunasunanimidades patrióticas.

Otra lección, ésta muy adecuada para los demócratas españoles: sólo es terrorismo el que a uno letoca de cerca; basta una cierta distancia para que ala palabra se le difuminen sus aristas de horror, yse convierta en otra cosa, vio]encia o rebeldía, porejemplo. En el otoño de 2001, las palabras terrorismo y terrorista aparecian en casi cada linea deThe New York Times, casi con una sola excepción:las informaciones breves que de tarde en tarde daban cuenta de un atentado en España, La ciudad deNueva York acababa de sufrir el horror del terrorismo en un grado extremo, pero eso no volvía mássensibles a los editores del periódico o a su lamentable corresponsal en Madrid, la señora EmmaDally hacía el dolor y la crueldad del terrorismoque seguía golpeando en España. Trroristas sonlos que matan en Estados Unidos: los que matan enla remota España son rebeldes, miembros, según laprosa 71w New York Times, de una «organizaciónseparatista armada)). Yo me preguntaba tristemente qué pensarían los editores del periódico y suaséptica corresponsal en Madrid si a quienes habían provocado la matanza en las ‘Ibrres Gemelaslos calificara alguien de pertenecientes a una«organización religiosa aerotransportada».

Generosidad sin condicionesLa entereza de la gente común fue otra lección:

la generosidad sin condiciones de tantos miles devoluntarios, el calor con que las instituciones y laciudadanía acogieron a los héroes que salvarontantas vidas y a los familiares de las victimas. Díatras día, durante varios meses, el New York Timesdedicó una página entera a publicar las fotos y lasbiografías de cada uno de los muertos. Nadie merece la infamia de ser arrojado al anonimato, a lafosa común de una cifra: cada uno de los que murieron tenía un nombre, una historia, dejaba un recuerdo preciso, un hueco singular de ausencieentre quienes lo conocieron. Una limpiadora dominicana, un agente de bolsa, un bombero irlandés deQueens, una joven española embarazada: todosmerecian la misma justicia, ninguno fue menosinocente.

Volveré dentro de unas semanas y en cuantopueda bajaré caminando por Broadway hasta ensolar ya despejado donde estuvieron las Torres,donde vi desfiladeros y muladares de chatarra yruina bajo la claridad de los reflectores nocturnos.Será una mañana del otoño soleado y fresco deManhattan, cuando ya empiezan a amarfflear enlas aceras las hojas de las acacias y los gingkos yuna bruma de herrunibre tiñe a la caída de latarde las copas de los robles y los arces en CentralPark. Pero seguramente dejaré muy pronto deechar en falta los dos prismas gigantes que agrandaban la sombra en las calles estrechas del distritofinanciero. Hace un año que no están, pero ya noshemos acostumbrado a no advertir su doble ausencia en el perfil azulado y vertical de la puntasur de la isla. Más fácil que aceptar que las torresexistieron y fueron derribadas en unos minutossepultando bajo sus escombros candentes variosmiles de vidas humanas será imaginar que no sealzaron nunca, que fueron un espejismo repetidoen las postales de las tiendas turísticas de laQuinta Avenida. 4.

54134: (:ult ural / 7..q_ 2 E 2