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116 1 Estas palabras que tomo como título, son el comienzo de una carta enviada por Vicenta Lorca Romero a su hijo en La Habana el 25 de marzo de 1930. 2 Francisco Simón, Ángel Otero, Mario Figueredo, Pedro N. Aguiar, Pedro Acevedo, Manuel F. Chaqueto, Marcelo Salinas, Luis Pérez, Francisco Montoto, Mariano Albaladejo, Teodo- ro Cabrera, Narciso Tejuca, Oscar Montano, Dr. Antonio Ramírez, Ángel Cremata Tabures, Lisardo Fernández, Juan Pérez, Enrique García, Francisco Garrigó, Ángel Moré, Dr, Radio Cremata, Jesús Romero, José Álvarez, Gerardo César, Francisco G. Rapa, Arturo Rodríguez, Alfredo Díaz, Enrique González, Dr. Antonio Rayneri, Salvador Torres, Fernando Aguado, Edmundo Escalante, Mario León Felipe. Hablando de ti y de lo que tardarían las cartas de La Habana 1 Pepa Merlo (Universidad de Granada) "Mi hijo habla con un entusiasmo tan grande de Cuba que yo creo que le gusta más que su tierra". Carta de doña Vicenta Lorca Romero a María Muñoz de Quevedo 2 de Septiembre de 1930 En la última hoja de la cartulina reza la lista de "Adherentes". Treinta y tres nombres 2 . En la cara anterior del díptico, el Menú: Entremés. Arroz con pollo. Ensalada Mixta. Lechón Asado. Plátanos "Criolla". Vino "Ceni- cero". Postres y un plus de Café y Tabacos "Alma Guajira". La invitación, en cartulina gris con letras color bronce anuncia en su primera página con letra inglesa, lo que terminará siendo la prueba del paso del poeta grana- dino, Federico García Lorca, por Santiago de las Vegas, población próxima a La Habana: Recuerdo de la Comida Fraternal En Honor del Poeta Federico G. Lorca En los Salones de la A. Artística Euterpe. ________ Abril 19 de 1930 _________ Santiago de las Vegas En Cienfuegos, días antes de la llegada del poeta, como bien señala Urbano Martínez Carmenate en su libro García Lorca: todas las aguas, la prensa hacía "campaña propagandística" (Martínez Carmenate: 62). El periódico La Correspondencia publicaba "La casada infiel" y El Comercio Número 10, Año 2013

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1 Estas palabras que tomo como título, son el comienzo de una carta enviada por Vicenta Lorca Romero a su hijo en La Habana el 25 de marzo de 1930.

2 Francisco Simón, Ángel Otero, Mario Figueredo, Pedro N. Aguiar, Pedro Acevedo, Manuel F. Chaqueto, Marcelo Salinas, Luis Pérez, Francisco Montoto, Mariano Albaladejo, Teodo-ro Cabrera, Narciso Tejuca, Oscar Montano, Dr. Antonio Ramírez, Ángel Cremata Tabures, Lisardo Fernández, Juan Pérez, Enrique García, Francisco Garrigó, Ángel Moré, Dr, Radio Cremata, Jesús Romero, José Álvarez, Gerardo César, Francisco G. Rapa, Arturo Rodríguez, Alfredo Díaz, Enrique González, Dr. Antonio Rayneri, Salvador Torres, Fernando Aguado, Edmundo Escalante, Mario León Felipe.

Hablando de ti y de lo que tardarían las cartas de La Habana1

Pepa Merlo (Universidad de Granada)

"Mi hijo habla con un entusiasmo tan grande de Cubaque yo creo que le gusta más que su tierra".

Carta de doña Vicenta Lorca Romero a María Muñoz de Quevedo2 de Septiembre de 1930

En la última hoja de la cartulina reza la lista de "Adherentes". Treinta y tres nombres2. En la cara anterior del díptico, el Menú: Entremés. Arroz con pollo. Ensalada Mixta. Lechón Asado. Plátanos "Criolla". Vino "Ceni-cero". Postres y un plus de Café y Tabacos "Alma Guajira". La invitación, en cartulina gris con letras color bronce anuncia en su primera página con letra inglesa, lo que terminará siendo la prueba del paso del poeta grana-dino, Federico García Lorca, por Santiago de las Vegas, población próxima a La Habana:

Recuerdo de la Comida Fraternal En Honor del Poeta Federico G. Lorca En los Salones de la A. Artística Euterpe. ________ Abril 19 de 1930 _________ Santiago de las Vegas

En Cienfuegos, días antes de la llegada del poeta, como bien señala Urbano Martínez Carmenate en su libro García Lorca: todas las aguas, la prensa hacía "campaña propagandística" (Martínez Carmenate: 62). El periódico La Correspondencia publicaba "La casada infiel" y El Comercio

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el "Romance de la luna, luna". Cuenta Urbano Martínez que "una comitiva del Ateneo se adelantó en automóvil para darle la bienvenida y conducirlo hasta la ciudad" pero "era tal el entusiasmo por congratular al visitante que otra comisión, con similares propósitos, se presentó también en la estación de ferrocarriles. Llegaron algo retrasados y ya los primeros se habían llevado el premio de la suerte. [...] Parecían dos bandos que se dis-putaban noblemente el honor de una primicia afectiva" (Martínez Carme-nate: 62). Agasajos en el Yacht Club, comida en el Roof Garden del Hotel San Carlos... Tanta atención propició que Lorca volviese a Cienfuegos en una segunda ocasión, donde al Ateneo sólo le restaba nombrarlo "Hués-ped de Honor". Desde su llegada a La Habana el viernes 7 de marzo de 1930, a bor-do del vapor "Cuba" procedente de Estados Unidos3, la estancia del poeta en la isla estuvo llena de atenciones. Le reciben en el muelle José María Chacón y Calvo, el poeta Juan Marinello, Féliz Lizaso, Luis Rodríguez Em-bil, Santiago Guardiola, representando a la Institución Hispanocubana de Cultura, por quién Lorca llegaba invitado a la isla, y el periodista Rafael Suárez Solís que lo definiría, en un artículo publicado en el Diario de la Marina, como "el más eminente poeta español del momento". Todo un comité de recepción que lo acompañaría durante el periplo por la isla y a los que se unirían otros intelectuales cubanos como Nicolás Guillén, Emi-lio Ballagas, Jorge Mañach, Francisco Ichaso, José Antonio Fernández de Castro o Fernando Ortiz –con estos dos últimos viaja Federico García Lorca a Santiago de las Vegas–; Emilio Roig de Leuchsenring, director literario de Carteles, José Zacarías Tallet, Juan Pérez de la Riva, Fran-cisco Campos Aravaca, el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, el matrimonio Antonio Quevedo y María Muñoz, así como un largo etcétera entre los que no hay que olvidar a un joven Lezama Lima y por supuesto, a los hermanos Loynaz4. Todos ellos coparon hasta el último instante del poeta en Cuba, disputándose en muchas ocasiones, como adolescentes, el tiempo compartido y adjudicándose un mayor porcentaje del mismo o el protagonismo de haber sido ellos quienes descubrieron al poeta de Gra-nada tal o cual lugar o quienes tuvieron la fortuna de compartir los últi-

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3 Narra Federico el largo viaje en una carta a su familia fechada en La Habana el 8 de marzo y con membrete en el papel del Hotel "La Unión" de Francisco Suárez y Ca., donde se alojó: "Yo he hecho el viaje por tren, y así que he atravesado los Estados Unidos, Norte y Sur de California, Georgia, Charleston y Florida" (Anderson y Maurer, Epistolario: 681).

4 Relata Ian Gibson en la biografía del poeta, Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca, que "Lorca se encontraba tan a sus anchas en "la casa encantada" de los Loynaz como en la mismísima Huerta de San Vicente. En ella escribía, tocaba el piano, contaba historias, bebía whisky con soda, leía, recitaba. A veces, si los otros tenían que salir, incluso se quedaba allí solo" (426-427).

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5 Discuten entre Antonio Quevedo y los Loynaz, quien acompañó a Lorca hasta Matanzas y le mostró desde la Ermita de Monserrate el Valle de Yumirí que tanto impactaría al poeta. Dul-ce María Loynaz asegura que fue su hermano Enrique con quien hacía esas escapadas "ma-tanzeras". Varios fueron también los que compartieron los últimos minutos del poeta en La Habana antes de que se embarcara en el Manuel Arnús rumbo a España. Antonio Quevedo, en El poeta en La Habana, narra estos últimos minutos como si hubiesen sido dedicados a él y a su mujer: "Los cuatro amigos [Antonio Quevedo, su esposa María Muñoz, Adolfo Salazar y Lorca], como movidos por un resorte, se levantaron de sus asientos y se confundieron en un abrazo. Federico dijo: ‘Hago falta en España’. Para Flor Loynaz aquel tiempo fue diferente y suyo: ‘Ya de sobremesa, el prudente Adolfo, advirtiendo que se hacía tarde y Lorca no se cansaba de leer, ni de escuchar, interrumpió la lectura pidiendo a Federico que acabara de bajar las maletas si no quería perder el barco [...]: –¿Qué maletas? –¡Las tuyas, hombre de Dios? –tronó el otro. –Pero aún no las tengo hechas –fue la inocente respuesta. Me puse en pie al tiempo que don Adolfo gritaba: –¡Suba, suba, Flor, y haga la maleta, el baúl o lo que sea, para acabar de irnos. [...] Subí volando, guardé lo que encontré, que era bien poco por cierto, en una maleta –era casi un maletín– que fue colocada a toda prisa en mi automóvil [...] Ya frente al timón, conduje el auto con tal velocidad que de esta última premura sí protestaba a gritos el amigo Salazar. Y así fue que, con el favor de Dios, llegamos sanos y salvos y sin atropellar a nadie, casi al momento de zarpar el barco" (Martínez Carmenate: 102).

6 Federico García Lorca leyó sus conferencias en Sagua la Grande, Caibarién, Santiago de Cuba, Santa Clara, además de las mencionadas en Santiago de las Vegas o Cienfuegos. Visita también el Valle de Güines, Santa María del Rosario, Guanabacoa, Batabanó, Guanajay, Cai-mito de Guayabal o Mariel.

mos minutos de estancia de Federico García Lorca en la isla5. Rafael Luis Hernández en su artículo "Lorca en Cuba, Cuba en Lorca", considera que la estancia en la isla de Federico tuvo la gran particularidad de que fuese acogido, premonitoriamente, como uno de los más grandes líricos de las letras hispánicas (Hernández: 39). El martes 11 de marzo, el poeta visita la Universidad de La Habana y las clases se interrumpen en honor del visitante. El 3 de abril "las damas ‘distinguidas’ de La Habana le ofrecen un té en el ‘Lyceum Tennis Club’ de la capital" (Martínez Carmenate: 159). Antes, el 16 de marzo, la Institución Hispanocubana de Cultura anuncia que "el éxito alcanzado entre nosotros por el ilustre poeta español Federico García Lorca, con sus conferencias ya pronunciadas, ha decidido a esta institución a solicitar de él dos diser-taciones adicionales" (158). Además de organizarle toda una gira por la isla en las filiales que la Hispanocubana tenía esparcidas por el territorio, Lorca recorre de La Habana a Santiago de Cuba toda la isla6, acompañado siempre de amigos y recibido en todos los lugares con honores casi de hé-roe. Al leer esta crónica no nos sorprende tamaño recibimiento, no senti-mos la más mínima sorpresa, pues damos por hecho que estamos ante el poeta español con más relevancia internacional que conocemos. El fun-cionamiento del inconsciente, en milésimas de segundo y partiendo de una imagen, un nombre o un comentario, es muy dado a construir una idea, una opinión, sobre lo visto, lo leído o lo oído, que a priori conlleva la suposición de realidades, es decir, da por hecho que aquello que ve, es-cucha o lee, comporta tal o cual realidad. Lo normal es que se quede en la puntita que el iceberg muestra, sin adentrarse en más profundidades.

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7 Recordemos las palabras de Rafael Suárez Solís.

8 El poeta Eugenio Florit, había publicado, el mismo año de la aparición del Romancero, un artículo en La Revista de Avance sobre el poemario del poeta granadino.

Sin embargo, cuando se trata del poeta Federico García Lorca, ocurre algo novedoso: se despliega en el imaginario un enorme y magnifico Hidden Depths, que en lugar de intuir, evocamos inmenso y con toda clase de de-talles, y se elude lo que se ve, justo lo contrario de lo que suele suceder. Nos parece, entonces, normal que la entrada triunfal del poeta granadino en la isla de Cuba y los múltiples agasajos recibidos, era lo que debía ser. Así fue su entrada en Buenos Aires y así también la estancia en Argentina. Sin embargo, obviamos épocas, edades y logros. Equiparamos en la memoria el tiempo y creamos un bloque donde se unifica ese tiempo y la madurez de la vida, donde parece que todo era así invariablemente, que no hay un principio, una evolución, un desarrollo. Y Lorca es Lorca en el inicio y en su muerte y todas sus obras parecen estar ahí siempre, se hable de la época que se hable. Pero la realidad es bien distinta. La realidad es que cuando Federico García Lorca llega a La Habana en 1930 y es anunciado y tratado como el poeta más importante del panorama literario español7, apenas si comenzaba su andadura poética. Hasta ese instante había publi-cado Impresiones y paisajes (1918), el Libro de poemas (1921), Canciones (1927) y el más importante, Romancero gitano (1928)8. Como dramaturgo tenía una sola obra, Mariana Pineda (1928), aunque estrenara el 22 de marzo de 1920 en el Teatro Eslava de Madrid El maleficio de la mariposa, que supuso como bien sabemos un fracaso estrepitoso. No es el conjunto prolífico que luego creó y no está en estos libros, ni muchísimo menos, el poeta y dramaturgo innovador que luego, y ese luego como veremos es a raíz de este viaje, fue Federico García Lorca. Añadamos a todo esto que, a pesar de ser anunciado a bombo y platillo en todos los medios habane-ros como "el gran poeta", "el más eminente poeta español", etc., Federico García Lorca arriba a la isla en calidad de conferenciante, no de poeta y además, lo hace de un modo mucho más modesto que su recibimiento. En una carta enviada a sus padres desde Nueva York en enero de 1930, Lorca escribe:

Ya es seguro que voy a Cuba en el mes de marzo. [Federico de] Onís me ha arreglado el viaje. Allí daré ocho o diez conferencias. Desearía que me en-viaseis la conferencia de Góngora [...] Claro es que no la daré como está, pero me servirá de base para una que escribo. Y me enviáis también, si tenéis, la conferencia del cante jondo. No para darla como está, sino para recoger las sugestiones de ella, ya que es un asunto muy importante, y que yo voy a presentar en polémica, no sólo en Cuba (Anderson y Maurer, Epistolario Completo: 674).

En realidad fueron cinco las conferencias que leyó en La Habana y que repitió en otros lugares de la isla: "Mecánica de la poesía", "Paraíso cerra-do para muchos, jardines abiertos para pocos", "Canciones de cuna", "La imagen poética de don Luis de Góngora" y "Arquitectura del Cante Jondo".

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9 Este último lo lee Federico García Lorca en Santiago de Cuba.

10 El episodio tuvo lugar el 9 de marzo en el Teatro Principal de la Comedia donde Federico García Lorca se disponía a leer la conferencia "Mecánica de la Poesía".

Pura tradición, puro folclor localista y popular. Nada que aventurara que el poeta estaba pergeñando la "Oda a Walt Whitman". Durante la estancia en Cuba, el insigne poeta Federico García Lorca no dio ni una lectura poé-tica pública. Si bien es cierto que agasajó en cenas y homenajes a algunos amigos con lecturas de poemas del Romancero gitano, pero siempre en petit comité. Respondió, por ejemplo, a los romances de Francisco Simón leídos la noche de Santiago de las Viñas en su honor o a la agrupación musical La Sonora Santiaguera, el septeto de moda del momento, con la lectura del "Romance de la luna, luna". Cuenta el poeta Luis Cardoza y Aragón:

Esa noche [se refiere al 15 de marzo] [...] Lorca cenó con unos amigos y luego nos desvelamos en mi departamento hasta la madrugada. Bebió ron muy moderadamente. Fue sobrio. Le sobraba su espontánea jocun-didad. De sus bolsillos extraía poemas nacientes o terminados. Leía con suaves inflexiones. Charlaba, magnífico evocando. Las horas no pasaban (Martínez Carmenate: 158).

Resulta significativo que los poemas que más leyó fuesen el "Romance de la luna, luna", "La casada infiel" o el "Romance sonámbulo"9, ambos pertenecientes al Romancero gitano, en un momento en el que estaba tra-bajando en poemas tan dispares y distantes en cuanto a la forma y a la temática, como los que constituirán Poeta en Nueva York. Aunque por otro lado, no debería de extrañar, después de que Francisco Ichaso10 le-yera algunos fragmentos de la "Oda al Santísimo Sacramento del Altar" y la reacción de los asistentes fuese desmesurada. Ya se cuidaría Federico García Lorca, buen publicista de sí mismo, de no caer en semejante error. Si lo que gustaba era lo popular, en lecturas públicas no saldría de ahí, aunque a sus amigos más íntimos les deleitara con el "Son de negros" y con las nuevas composiciones que traía de la Gran Manzana. Cuenta Antonio Quevedo al respecto:

Parte del público, apegado en lo poético a la tradición finisecular espa-ñola, estimó que esa oda era [...] "no sólo herética en la fe, sino falsa en la filosofía". Cuando algunos días después los amigos de Federico comen-taban con él esta lectura, el poeta dijo estas palabras: "hay gentes [sic] que se atragantan con una oblea poética, pero que no tienen reparo en comulgar con una rueda de molino" (Quevedo, El poeta en La Habana s/p; Martínez Carmenate: 43).

Aunque él estaba intentando dejar atrás ese popularismo, no conse-guiría deshacerse de él nunca. Hasta el punto de ser considerado, gracias a esos primeros poemas, como "el acontecimiento más destacado de las le-

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11 Las pocas páginas del borrador que se conservan están escritas en papel del hotel La Unión de La Habana, aunque la última página que se conserva está fechada el 22 de agosto de 1930, ya de vuelta en Granada.

tras hispanoamericanas" después de Darío y Neruda. Así lo creía Raúl Roa García y así lo expresó en un artículo publicado en 1950 en la revista Bo-hemia, titulado "El poeta asesinado". Lo más significativo de este artículo es sin duda el hecho de considerar que "a Federico se deberá la exuberante floración de los romances, el auge de la canción popular, el retorno de las tradiciones nacionales, la exaltación de lo típico y regional" (Roa García: 48), todo aquello de lo que el poeta venía huyendo en ese momento y para lo que Cuba se convertiría en la puerta de salida perfecta. En la isla en-cuentra esa dramaturgia que andaba buscando para su propio teatro y que no había llegado a encontrar del todo, ni siquiera en los espectáculos que había visto en Broadway. Está en el teatro popular, el teatro de variedades, el género alhambresco que se representaba en el teatro Alhambra de La Habana. En este teatro se veían obras satíricas que arremetían contra el gobierno de Machado. Luis Cardoza y Aragón escribe en El río. Novelas de caballería, cómo era este teatro y, al leer sus palabras, no podemos dejar de pensar en El público de Federico García Lorca: "Teatro total: el públi-co delirante actuaba con los actores delirantes vueltos público delirante" (328). No es de extrañar que el poeta de Granada escribiera su obra más experimental durante su estancia en La Habana11 influido por aquellas operetas a las que se hizo asiduo. La liberación que supuso la isla a nivel personal, tenía que tener sus consecuencias a la hora de escribir sus obras y dejar que los temas y la forma también fluyeran con más libertad. Es en Cuba donde escribe el "Son de negros" y la "Oda a Walt Whitman". Si al poeta aquel viaje le supuso la confirmación de que era posible una nueva visión del teatro y de la poesía, ni que decir tiene que al músico Federico García Lorca, la isla le supuso un revés bastante importante. Un lugar donde el son resuena por todas partes. Cuenta Adolfo Salazar:

[Federico García Lorca] se había hecho amigo de los morenos de los sex-tetos y no había noche que la excursión no terminase en las "fritas" de Mariano. Primero, escuchaba muy seriamente. Luego, con mucha timi-dez, rogaba a los soneros que tocasen este o aquel son. Enseguida proba-ba las claves y como había cogido el ritmo y no lo hacía mal, los morenos reían complacidos haciéndole grandes cumplimientos. Esto le encantaba: un momento después, Federico acompañaba a plena voz y quería ser él quien cantase las coplas (Salazar, "Federico en La Habana": 30-31) (Mar-tínez Carmenate: 51).

Pero no sólo el son, que estaba en pleno apogeo y al que Lorca se había hecho adicto, debió influir al poeta. Sabemos que, de la mano de Lydia Cabrera, Federico asiste a una ceremonia ñañiga y que el impacto que le causó fue tremendo. Lo que no es de extrañar. Los ritos ñañigas son tan teatrales como lo pueda ser una Semana Santa andaluza. Para Fernando Ortiz, esta ceremonia adquiere la dimensión de una verdadera tragedia

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12 Denominados de mayor a menor: bonkó enchemiyá, obí apá, cuchí yeremá y benkomo.

teatral, donde los participantes asumen las personalidades de los prota-gonistas originales. La danza de los íremes o diablitos, la representación misma y, sobre todo, el gran espectáculo de tambores que intervienen en esta ceremonia a la que, supuestamente, no se permite la asistencia de foráneos por tratarse de una sociedad secreta, era evidente que conmo-vería al poeta granadino. Tambores de orden ritual, el ekue o tambor de fundamento o secreto, que se toca por fricción y su sonido viene de una esquina, oculto siempre al público. El mpegó, nkríkamo, más pequeño que el anterior y que se usa para convocar a los diablitos o ñañas o espí-ritus danzantes. La música ñáñiga se ejecuta con cuatro tambores12 uni-membranófonos afinados con un sistema de uñas y cáñamos. Completan la orquesta ñáñiga, los itonoes o palos, el cencerro o ekón y las erikundis o sonajas. Cómo no iba a sentirse impresionado Federico García Lorca, un animal de teatro, ante semejante puesta en escena, inmerso en la música tronadora de tanta percusión. Lo cierto es que, para Federico García Lorca, ese primer trimestre del año de 1930 supondría el colofón de un viaje que había dado al traste con la poética que hasta entonces venía trabajando. Que su visión de la poesía estaba dando un giro de ciento ochenta grados que culminaría y se afian-zaría con aquella estancia en Cuba. Todo sería diferente para el poeta de Granada después de vivir la isla. Si llega a Cuba un Federico García Lorca que apenas estaba comenzando a despegar en el ámbito poético, que había dado muy pocos pasitos en el teatro, no es menos cierto que se marcha de Cuba un Federico distinto. En su lugar dejó su propia personalidad, la que conquistó a un pueblo que terminó rendido a sus pies, porque Federico García Lorca era un fenómeno de masas en sí mismo, en el sentido más literal del término. Martínez Carmenate reproduce, como preliminar del libro García Lorca y Cuba: todas las aguas, un manuscrito de Dulce María Loynaz donde la poeta cubana lo describe del siguiente modo:

No era en modo alguno un hombre bello, si se entiende por bello lo es-trictamente físico: corrección de facciones y de líneas, elegancia de porte y demás. De mediana estatura, ni grueso ni delgado, del color oliváceo, que él gustaba de poner en sus personajes, lo que más impresionaba en él eran los ojos. No podría decir que porque fueran grandes, aunque lo eran, sino por-que el alma se le asomaba a ellos. Más que su color –quizás pardo, quizás verdoso– recuerdo su mi-rada que era algo radiante, algo que desde el primer momento le ganaba amigos. Tenía un modo de dar la mano que no he encontrado en nadie. Era un modo firme, llano, cordial, cabe decir que alegre por saludar a quien le saludara.

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Su voz era fuerte, su risa espontánea, ruidosa, contagiosa. Pocos se-res habrán existido tan llenos de vitalidad, tan desbordantes de optimis-mo (Martínez Carmenate: s/p).

Lezama Lima, en el artículo "García Lorca, alegría de siempre contra la casa maldita", publicado en 1961 en Lunes de Revolución, describía una de las lecturas del poeta en La Habana con las siguientes palabras:

Al alzarse en el recitado [la voz lorquiana], cobraba una entonación grave y como la de una campana golpeada por un badajo fino, que detuviese de pronto la excesiva prolongación de los ecos. [...] La seguridad de su lectura y su recitación, nacían de un moroso repaso de cada una de sus palabras, hasta que dueño de ellas por una memoria voluptuosa que las fijaba, les prestaba la exacta extensión de su aliento, la elevación de un denominado cimborrio (5).

Para Juan Marinello las recitaciones de Lorca se fundían en "aque-lla caliente comunicación que cada quien imaginaba nacida para su gozo" (Marinello, "Un poeta clásico": 196). Son múltiples los testimonios en este sentido y han sido recogidos en infinidad de ocasiones, quizás los más sig-nificativos y que resumen todo lo dicho, son los de Jorge Guillén: "Junto al poeta –y no sólo en su poesía– se respiraba un aura que él iluminaba con su propia luz. Entonces no había frío de invierno ni calor de verano: «hacía... Federico». (Guillén, "Federico en persona": 591) o "Ningún espec-táculo era comparable –¿quién lo ignora?– al de Federico recitador de su poesía" (603). Ese "aura" conquistó al pueblo cubano y arraigó de tal modo que la repercusión de su muerte tuvo mayor alcance que en otros rincones del mundo y no sólo por lo que simbolizaba, sino por la pérdida de alguien que consideraron como parte de sus vidas y de su cultura. Las manifestaciones en contra de la muerte y por ende en contra de los sublevados que dieron al traste con un gobierno elegido democráticamente en las urnas y con un proyecto moderno de futuro, se hicieron ver enseguida con firma de ma-nifiestos contra cualquier apoyo a los fascistas. Tan sólo un año después de la muerte del poeta, encontramos el primero: "Los poetas cubanos y González Marín":

Después de explotar con largueza el verso maestro de Federico García Lorca, al que debe sus mejores éxitos, José González Marín ha llegado al extremo de ofrecer en Puerto Rico un recital de poesías a beneficio de los generalotes traidores y de las tropas moras que están desangrando a España y que en Granada segaron la vida fecunda del autor de Roman-cero gitano. Por un deber de fidelidad y devoción a la memoria del gran poeta del pueblo español, cuya sangre gloriosa –maltratada, destruida por los enemigos de la cultura– nos duele para siempre, los poetas cubanos que suscriben expresan su más sentida repulsa a los recitales de González Marín, quien al poner su arte al servicio de los verdugos de su patria, profana la obra del gitano impar. La Habana, Febrero 14 de 1937.

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Mirta Aguirre, José Ángel Buesa, Serafina Núñez, José Rodríguez Méndez, Renée Potts, José Antonio Portuondo, Emma Pérez, Guiller-mo Villarronda, Ángel I. Augier, Emilio Ballagas, A.M. Martínez Bello, José Lezama Lima, Teté Casuso, Eugenio Florit, Tomás Borroto Mora, Vicente Martínez, Alberto Riera, Regino Pedroso, Ramón Guirao, Rafael García Bárcena, Francisco García Benítez, José Z. Tallet, Nicolás Guillén, Manuel Navarro Luna, Herminia del Portal, Marcelino Arozarean ("Los poetas": 6).

Poemas, romances, elegías, dedicatorias múltiples y sentidas a Fede-rico García Lorca, comenzaron a aparecer en diferentes publicaciones de la pluma de Mirta Aguirre ("Romance de la guerra civil"), Emilio Balla-gas ("A Federico García Lorca"), Gastón Baquero Díaz ("F.G.L.", "Carta en el agua perdida" y "Homenaje a Federico García Lorca"), Francisco Icha-so ("Una muerte sin sentido y un canto desaparecido"), Arturo Liendo ("Muerte de García Lorca"), Justo Rodriguez Sánchez ("F.G.L.") y así un largo etcétera de nombres conocidos y no tan conocidos, que han dedicado sus versos al poeta granadino, por no mencionar las múltiples ediciones que se han hecho de su obra, la influencia que tuvo en los poetas cubanos de generaciones más jóvenes, las distintas versiones que se han estrenado de su teatro: En La Habana tiene Federico –lo que no tiene en su país– un tea-tro dedicado a su nombre. La presencia de su obra es constante (Pérez Coterillo, Blanco y negro: 48).

Y todo esto con dos meses y medio escasos de presencia en la isla y cuando aún no había publicado ni la mínima parte de lo que sería después su obra. Definitivamente, el impacto del "ser" Federico "que todo lo cele-braba y todo lo reía" (Neruda: 152), debía tratarse de algo inmenso.

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Número 10, Año 2013

Hablando de ti y de lo que tardarían las cartas de La HabanaPepa Merlo