Un Fundamento Bíblico del Ministerio de Necesidades Especiales Samuel Telemaque.
9 EL CONOCIMIENTO BÍBLICO, UN COMENTARIO EXPOSITIVO, TOMO 2 (1º SAMUEL).pdf
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1 SAMUEL
Eugene H. Merrill
Traducción: Elizabeth M. de Carpinteyro
INTRODUCCIÓN
Nombres. El nombre de los libros de 1 y 2 Samuel provienen del profeta Samuel, que es el primer
personaje importante que se menciona en este libro. Los mss. más antiguos en hebr. no dividen los dos
tomos. Sencillamente titulan la colección ―Samuel‖. La LXX fue la primera versión que dividió el
material en dos partes. Esa división se sigue utilizando hasta el día de hoy en todas las trad. y versiones,
incluyendo las Biblias impresas en hebr.
Autor. La autoría de 1 y 2 Samuel es anónima, aunque difícilmente se puede dudar de que Samuel
haya escrito o suplido la información de 1 Samuel 1:1–25:1. Ese pasaje describe su vida y ministerio
hasta su muerte. Sin embargo, es imposible decir algo con certeza acerca del autor del resto de esos dos
libros.
Fecha. La fecha de composición de los libros no puede determinarse con precisión. No hay evidencia
alguna de que el(los) autor(es) haya(n) sabido algo acerca de la caída de Samaria que sucedió en 722
a.C., y aun así vivió(eron) sin duda alguna, en la era postsalomónica, después de la división del reino
entre Israel y Judá (931 a.C.). Esto se infiere por la referencia a Siclag, ciudad filistea que, según el
autor, ―vino a ser de los reyes de Judá hasta hoy‖ (1 S. 27:6) y por las alusiones a Israel y Judá (11:8;
17:52; 18:16; 2 S. 5:5; 11:11; 12:8; 19:42–43; 24:1, 9).
Ubicación histórica. Los eventos que se describen en 1 y 2 Samuel giran alrededor de la vida de tres
personajes importantes—Samuel, Saúl y David. Primero Samuel comienza con la narrativa del
nacimiento de Samuel, que ocurrió hacia finales del s. XII, alrededor del año 1120 a.C. Primero Reyes
inicia con la historia de la sucesión monárquica. Estando en su lecho de muerte, David hizo los arreglos
necesarios para que su hijo Salomón heredara el trono. Ese acontecimiento debe fecharse en el 971 a.C.
Por lo tanto, el período histórico de los libros abarca alrededor de 150 años.
Los 300 o más años de la historia de Israel bajo el gobierno de los Jueces estuvieron marcados por la
anarquía y la declinación política, moral y espiritual. La situación llegó a tal extremo, que incluso los
hijos de Elí, el sumo sacerdote que oficiaba al final del s. XII, habían apostatado totalmente de la fe y
habían utilizado el ministerio sacerdotal para satisfacer sus tendencias licenciosas y obtener ganancias
ilícitas. En el preciso momento en que parecía que la nación había llegado a la peor podredumbre, Dios
LXX Septuaginta
trad. traducción, traductor
s. singlo
intervino. En respuesta a las oraciones piadosas de Ana, le concedió el nacimiento de Samuel. El fuerte
liderazgo de Samuel como juez, profeta y sacerdote proveyó para el pueblo un respiro temporal de las
amenazas internas y externas. Sin embargo, cuando envejeció y se requirió de un sucesor,
infortunadamente sus propios hijos no fueron dignos de tomar su lugar. Ese hecho, aunado a las
invasiones de los amonitas por el oriente del río Jordán, orillaron a Israel a demandarle que les diera un
rey ―como tienen todas las naciones‖ (1 S. 8:5, 20). A pesar de que él se molestó por esa petición, la
cual implicaba el rechazo de Jehová como Rey, Samuel seleccionó a Saúl para que fuera el monarca.
Esa elección fue determinada y aprobada por Jehová mismo. Así fue como se estableció la monarquía
en Israel. Las circunstancias y el tiempo de su institución no eran los apropiados, pero la idea de que se
instituyera la realeza era parte del plan de Dios, tal como él lo había revelado anteriormente, en el
tiempo de los patriarcas (Gn. 17:6, 16; 35:11; Dt. 17:14–20). Al final, al seleccionar y ungir a David, el
segundo rey de Israel, Samuel pudo ver el inicio de la dinastía real que el Señor había prometido como
parte de su plan mesiánico y redentor (Gn. 49:10; Nm. 24:17). Los libros de Samuel, entonces, abarcan
ese período crítico de la historia de Israel: de la época de los jueces a la monarquía, de fracciones
tribales débiles, a un gobierno central poderoso.
Propósito. Los libros de Samuel proveen un relato de la historia de Israel desde finales del s. XII hasta
principios del X a.C. Pero, tal como sucede con toda la historia bíblica, estos libros deben mantenerse
en una perspectiva teológica y no considerarlos un simple relato de eventos, divorciados de los
propósitos y plan de Dios. Dado que se puede sostener que el tema más importante de la teología
bíblica se relaciona con el establecimiento de la soberanía de Dios sobre todas las cosas, se puede decir
que el propósito específico de 1 y 2 Samuel es mostrar cómo esa soberanía fue delegada a la nación de
Israel a través de la línea divinamente elegida de reyes davídicos. David y su dinastía demuestran lo
que significa gobernar bajo la autoridad de Dios. Además, fue a través de la casa real de David que se
encarnó nuestro Señor Jesucristo, su descendiente más sobresaliente. Cristo gobernó perfectamente en
su propia vida y proveyó con su muerte y resurrección, la base sobre la cual los que creen en él pueden
reinar con, y a través de él (2 S. 7:12–16; Sal. 89:36–37; Is. 9:7).
BOSQUEJO
I. Preparativos para la monarquía (caps. 1–9)
A. Nacimiento y niñez de Samuel (cap. 1)
1. Familia de Samuel (1:1–3)
2. El problema de Ana (1:4–8)
3. Oración de Ana (1:9–18)
4. Nacimiento de Samuel (1:19–23)
5. Presentación de Samuel ante Dios (1:24–28)
B. Cántico de Ana (2:1–10)
1. Ana se gloría en el Señor (2:1)
2. Ana exalta al Señor (2:2–8)
3. Lo que Ana esperaba del Señor (2:9–10)
C. Situación en Silo (2:11–36)
1. Progreso de Samuel (2:11, 26)
2. Pecados del sacerdocio (2:12–17, 22–25)
3. Bendición de la familia de Samuel (2:18–21)
4. Rechazo del sacerdocio (2:27–36)
D. Llamamiento de Samuel (cap. 3)
1. La voz divina (3:1–10)
2. El mensaje divino (3:11–14)
3. Reivindicación de Samuel (3:15–21)
E. El arca (caps. 4–7)
1. Captura del arca (cap. 4)
2. Poder del arca (cap. 5)
3. Regreso del arca (6:1–7:1)
4. Restauración del arca (7:2–17)
F. Selección de un rey (caps. 8–9)
1. El pueblo exige un rey (8:1–9)
2. Naturaleza del rey (8:10–18)
3. Presentación del rey (8:19–9:14)
4. Elección del rey (9:15–27)
II. Período de Saúl (caps. 10–31)
A. Saúl asciende al trono (caps. 10–14)
1. Israel elige a Saúl (cap. 10)
2. Primera victoria de Saúl (cap. 11)
3. Discurso de Samuel (cap. 12)
4. Primera reprensión para Saúl (cap. 13)
5. Jonatán en peligro (cap. 14)
B. Rechazo de Saúl (cap. 15)
C. Saúl y David (caps. 16–26)
1. En términos amistosos (caps. 16–17)
2. En términos de enemistad (caps. 18–26)
D. Muerte de Saúl (caps. 27–31)
1. David en Siclag (cap. 27)
2. Saúl en Endor (cap. 28)
3. Regreso de David a Siclag (caps. 29–30)
4. Batalla en Gilboa (cap. 31)
COMENTARIO
I. Preparativos para la monarquía (caps. 1–9)
A. Nacimiento y niñez de Samuel (cap. 1)
1. FAMILIA DE SAMUEL (1:1–3)
1:1–3. Samuel fue hijo de Elcana, efrateo de Ramataim de Zofim. Esa área, también conocida
simplemente como Ramá (―la altura‖), se encontraba en las montañas, aprox. 24 kms. al norte de
Jerusalén. Es posible identificarla, según Eusebio, con Arimatea, el hogar de José de Arimatea de la
época novotestamentaria. (Ramá fue el lugar de nacimiento de Samuel [vv. 19–20], el lugar de su
residencia [7:17] y donde fue sepultado [25:1]). La descripción que se hace de Elcana como procedente
de la tribu de Efraín presenta cierto problema, ya que Samuel fungió como sacerdote, que era un
ministerio reservado exclusivamente para los levitas. Sin embargo, Elcana era descendiente directo de
Leví (1 Cr. 6:33–38) y fue así como Samuel pudo cumplir la función sacerdotal. Elcana era levita por
su linaje, pero efrateo por residencia. Una indicación de la falta de leyes que imperaba en los tiempos
en que nació Samuel es el matrimonio bígamo de su padre. En esos días, era usual (aunque nunca fue
aprobado por Dios) que un hombre cuya esposa era estéril pudiera tomar una segunda mujer para tener
hijos (Gn. 16:1–3; 30:3–4, 9–10, etc.). Eso explica por qué Elcana tenía … dos mujeres y por qué
Ana, la amada pero estéril, deseara un hijo con tanto anhelo.
2. EL PROBLEMA DE ANA (1:4–8)
1:4–8. Dado que la posteridad de un hebreo dependía de tener hijos que perpetuaran su nombre, la
incapacidad de su esposa para concebir se consideraba una maldición de parte de Dios. (De acuerdo
con Dt. 7:13–14 tener hijos era una señal de bendición divina. Por ello, los israelitas consideraban la
esterilidad como maldición.) Pero la esterilidad de Ana no hizo que disminuyera el amor de Elcana por
ella. De hecho, le daba el doble de la porción que daba a Penina, su segunda esposa, cuando llevaban
aprox. aproximadamente
sus ofrendas a Jehová … en Silo, lugar que se encontraba aprox. a 25 kms. al norte de Ramá. Allí fue
donde Josué estableció el lugar del tabernáculo (Jos. 18:1). Eso molestaba a Penina, por lo que
menospreciaba a su rival Ana (1 S. 1:6–7). Uno puede recordar los celos que Raquel debe haber
sentido en su corazón por la bigamia de Jacob (Gn. 30:1). La seguridad de la devoción que Elcana le
profesaba no surtía efecto alguno sobre Ana y tampoco aliviaba su profundo dolor (1 S. 1:8). Su único
consuelo era entregarse completamente a la misericordia de Dios.
3. ORACIÓN DE ANA (1:9–18)
1:9–18. La ley requería que todos los varones adultos de los hebreos asistieran al tabernáculo o templo
de Jehová durante las tres festividades religiosas más importantes del año (Éx. 23:14–17). En ese
período de la historia, el tabernáculo se encontraba en Silo, 24 kms. al norte de Ramá. Elcana asistía
regularmente a las festividades con sus esposas, y Ana derramaba su espíritu ante Dios rogándole por
un hijo varón. En una de esas ocasiones, Ana hizo un voto al Señor de que si le otorgaba su petición,
ella entregaría su hijo para que sirviera a Jehová todos los días de su vida. Esa dedicación era un voto
de nazareato, mismo que se describe en Números 6:1–8. Ese fue el mismo voto que juraron los padres
de Sansón cuando lo dedicaron al Señor en idénticas circunstancias (Jue. 13:2–5). La oración silenciosa
de Ana fue tan intensa, que el sacerdote Elí, que estaba sentado cerca de allí, notó el movimiento de la
boca de ella y supuso que estaba ebria. Cuando conoció su verdadera situación, le aseguró que Jehová
respondería a su petición.
4. NACIMIENTO DE SAMUEL (1:19–23)
1:19–20. Poco tiempo después del regreso de Ana a Ramá, concibió, y al cumplirse el tiempo de
gestación, dio a luz un hijo a quien puso por nombre Samuel. Aunque técnicamente ese nombre
significa ―su nombre es Dios‖ o algo similar, Ana debe haber entendido que el nombre significaba
―pedido a Dios‖, porque ella le había ―pedido‖ (šā’al) a Dios un hijo y él la había ―escuchado‖ (šāma‘).
Así que ―Samuel‖ podría relacionarse con el vocablo šămūa‘’ēl, ―oído por Dios‖, porque ella lo había
pedido a Jehová.
1:21–23. Durante la siguiente fiesta anual, Elcana fue a Silo a ofrecer a Jehová el sacrificio (cf. v. 3)
y en esa ocasión también pagó su voto al Señor. Ese pago debe haber consistido en ofrendar al mismo
Samuel a quien Elcana (y Ana) habían prometido entregar si el Señor respondía a sus oraciones (cf. Lv.
27:1–8; Nm. 30:1–8).
Ana y Samuel no acompañaron a Elcana, puesto que el niño no había sido aún destetado, y era
totalmente dependiente de su madre. Elcana aprobó esa sabia decisión y estuvo de acuerdo en que Ana
y Samuel se quedaran en su hogar. Sin embargo, es probable que él haya sentido cierto temor al
impedir que temporalmente Samuel estuviera al servicio del Señor, poniendo así en peligro el favor
divino (al darles un hijo que fuera sano y madurara). Por eso, Elcana oró para que Jehová cumpliera
su palabra.
5. PRESENTACIÓN DE SAMUEL ANTE DIOS (1:24–28)
1:24–28. Después de que Ana hubo destetado a su hijo, cumplió su promesa y lo llevó consigo a Silo
para ofrecerlo a Jehová para que fuera nazareo de por vida. La costumbre era que los niños fueran
destetados hasta cumplir los tres años (V. el libro apócrifo de 2 Macabeos 7:27). Así que el pequeño
Samuel no representaría carga alguna para Elí y los sacerdotes de Silo. Además, tenía la suficiente edad
como para aprender los rudimentos del servicio del tabernáculo.
B. Cántico de Ana (2:1–10)
Este es uno de los más antiguos y más conmovedores poemas del A.T. Es tan mesiánico en su carácter
que María, la madre de Jesús, lo incluyó en su propio cántico de triunfo, el Magnificat, en el cual alabó
a Dios por haberla elegido para ser la madre humana del Mesías (Lc. 1:46–55).
1. ANA SE GLORÍA EN EL SEÑOR (2:1)
V. véase
2:1. Haciendo una clara referencia a su rival Penina, Ana habló de su gozo en Jehová, quien por fin la
había ayudado, dándole la satisfacción de ser madre. Los cuernos, usados por los animales como
defensa y ataque, simbolizaban el poder. Así que Ana habló de su cuerno (V. ―cuerno‖ en RVR09 y
BLA nota mar. La RVR60 trad. ―poder‖.) para describir la fortaleza que le había venido cuando Dios
contestó sus oraciones.
2. ANA EXALTA AL SEÑOR (2:2–8)
2:2–8. A través de sus atributos de santidad, poder (refugio), conocimiento y discernimiento (vv. 2–3),
y en vista de sus hechos tanto a favor del piadoso como del impío (vv. 4–8), el Señor muestra su
asombrosa soberanía en las relaciones humanas. En especial, resalta la referencia que hace de sí misma
(v. 5) y de Penina, respectivamente: Hasta la estéril ha dado a luz siete, y la que tenía muchos hijos
languidece. Al pasar el tiempo, Ana tuvo otros cinco hijos (v. 21), pero la expresión ―siete‖ simboliza
el cumplimiento de su deseo de tener un hijo. Las frases quebrantar los arcos (v. 4), saciar a los
hambrientos (v. 5), levantar de la muerte (v. 6), y enaltecer al pobre (vv. 7–8), se refieren al principio
de que la decisión final de todas las cosas está en las manos de Jehová. Él es quien creó al mundo (v.
8) y también hizo que Ana triunfara.
3. LO QUE ANA ESPERABA DEL SEÑOR (2:9–10)
2:9–10. Además de declarar que Jehová bendice a sus santos, mas trae la destrucción sobre los impíos
(v. 9), Ana termina su poema con el anuncio profético de que el Señor dará poder a su Rey, y
exaltará el poderío (―cuerno‖, RVR09) de su Ungido. La referencia que este pasaje hace a un rey
antes de que existiera la monarquía ha hecho que muchos críticos afirmen que el poema fue redactado
en un período más tardío y que fue puesto en labios de Ana. Pero si uno acepta la posibilidad de que
exista la profecía predictiva [la que se refiere a hechos futuros cuando se escribió], no es necesario
afirmar tal cosa. Además, el conocimiento de un rey humano venidero no es ajeno a la expectativa
israelita, ya que el Señor había hablado de ello claramente desde los tiempos de Abraham (V. la
Introducción). La palabra paralela a ―rey‖ (v. 10), es ―Ungido‖, una trad. de māšîaḥ (―Mesías‖). Esta es
la primera referencia del A.T. a un individuo que sería ―el Ungido‖. Aunque no podría justificarse
hacer una relación directa entre la profecía de Ana y Jesús el Mesías, es evidente que la yuxtaposición
de ―rey‖ y ―Ungido‖ señala la naturaleza real del ungido(s) a quien(es) Dios levantaría (V. Sal. 89:20–
24).
C. Situación en Silo (2:11–36)
1. PROGRESO DE SAMUEL (2:11, 26)
2:11, 26. Inmediatamente después del regreso de sus padres a casa el joven Samuel comenzó su
capacitación delante del sacerdote Elí (v. 11), la cual se caracterizó por su desarrollo físico, pero
especialmente por el moral y espiritual (v. 26). Él crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para
con Dios y los hombres es una descripción adecuada de un hijo que, como al igual que el de María,
había venido como una bendición de Dios al mundo (Lc. 2:52).
2. PECADOS DEL SACERDOCIO (2:12–17, 22–25)
2:12–17, 22–25. Ya se ha registrado la razón humana para el nacimiento de Samuel. Él nació en
respuesta a las oraciones de una madre piadosa. Ahora era importante entender la razón divina de su
venida. El libro de Jueces afirma: ―en estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le
parecía‖ (Jue. 21:25), lo cual también se aplicaba a los sacerdotes. Elí era aparentemente un hombre
muy moral, pero había perdido el control de sus hijos, que incluso llegaron al punto de apropiarse de la
carne de los sacrificios animales que por derecho le pertenecían a Jehová y sus ofrendas (1 S. 2:12–
RVR09 Reina-Valera Revisión 1909
BLA Biblia de las Américas
mar. margen, lectura marginal
RVR60 Reina-Valera Revisión 1960
17). Más aún, practicaban la fornicación ritual en el mismo recinto del tabernáculo de Silo, tal como se
hacía en las prácticas cúlticas de los cananeos (vv. 22–25).
3. BENDICIÓN DE LA FAMILIA DE SAMUEL (2:18–21)
2:18–21. Como si quisiera mostrar un contraste entre lo impío y lo piadoso relacionado con lo que Ana
acababa de cantar, el autor compara a la familia de Samuel con la de Elí. A pesar de que la madre de
Samuel había entregado a su hijo a Jehová, ella todavía lo amaba y sentía una gran responsabilidad por
él. Por eso, iba cada año a Silo para cubrir las necesidades de su hijo. Tampoco Jehová se olvidó de
Ana. Como sucede con frecuencia, él le dio no solamente aquello por lo que había orado, sino mucho
más—en su caso tres hijos y dos hijas (cf. el ejemplo de Raquel, Gn. 30:22–24; 35:16–18).
4. RECHAZO DEL SACERDOCIO (2:27–36)
2:27–36. No es de sorprender que Dios haya rechazado el sacerdocio de Elí y sus hijos. Después de
repasar las circunstancias de la selección de los antecesores de Elí para que fueran sacerdotes delante
de Jehová sobre los hijos de Israel (vv. 27–28), un varón de Dios cuyo nombre no se menciona, le
anunció a Elí que su sacerdocio terminaría porque había violado los requisitos estipulados para que
continuara en su familia (vv. 29–33). Sin embargo, Jehová no terminaría con el oficio de sacerdote,
pues levantaría un sacerdote fiel (v. 35), cuya línea de sucesión (casa) sería establecida firmemente y
quien ministraría delante de su ungido (i.e., el rey) para siempre. En términos humanos eso se cumplió
cuando el sacerdocio le fue quitado a Abiatar, descendiente de Itamar hijo de Aarón y fue dado a
Sadoc, descendiente de Eleazar, hijo de Aarón (1 R. 2:27, 35). Pero en el sentido más estricto, el
―sacerdote fiel‖ y ―el ungido‖ es uno solo y el mismo, el Señor Jesucristo. Él es sacerdote y rey (Sal.
110; He. 5:6; Ap. 19:16).
D. Llamamiento de Samuel (cap. 3)
Por varios siglos Dios se había comunicado muy poco con su pueblo a través de revelaciones (v. 1).
Pero ahora contaba con un hombre a quien podría confiar su mensaje. Él llamó al joven Samuel.
1. LA VOZ DIVINA (3:1–10)
3:1–10. Aunque Samuel había sido dedicado al ministerio levítico en Silo y había pasado por el
adiestramiento en las cosas de Jehová, todavía no le había sido revelada directamente la palabra del
Señor (v. 7). Por fin el tiempo llegó para que Jehová cumpliera su promesa de quitar el sacerdocio de
Elí y establecer otro, y para que cesara el silencio divino. Samuel se encontraba recostado en el
tabernáculo (el significado del heb. hêkāl, es templo, v. 3) al pendiente de la lámpara y oyó la voz de
Jehová, la cual por equivocación confundió con la de Elí. Finalmente Elí entendió que lo estaba
llamando Jehová y le aconsejó que se sometiera a lo que Jehová le ordenara.
2. EL MENSAJE DIVINO (3:11–14)
3:11–14. El mensaje consistió en anunciarle que la remoción de la familia de Elí del sacerdocio estaba
por llegar. Era una noticia tan estremecedora, que quien la oyera haría que le retiñeran ambos oídos, tal
como un martillo retiñe sobre una campana. La razón de ello se dice explícitamente—los hijos de Elí
eran impíos y aunque su padre lo sabía, no los había estorbado. Aunque el mensaje le fue dado a Elí a
través de Samuel en ese momento, Elí vivió un poco más de tiempo y el sacerdocio continuó en su
familia por tres generaciones más. Eso es evidente por 14:3—Ahías fungió como sacerdote del rey
Saúl. A él se le identifica como el bisnieto de Elí, nacido a través de Finees y Ahitob. La profecía de
Samuel vino a cumplirse por completo cuando el rey David puso a Sadoc en lugar de Abiatar, hijo de
Ahías (también llamado Ahimelec en 22:9–12), después de que Abiatar se puso de lado de Adonías
para oponerse a Salomón (1 R. 1:7–8; 2:27, 35). Por lo tanto, el tiempo que transcurrió entre la profecía
y su cumplimiento fue de más de 130 años. No obstante, se cumplió lo dicho por Dios y el sacerdocio
fue entregado a Sadoc descendiente de Eleazar e hijo de Aarón, y permaneció en poder de sus
descendientes a través de toda la historia posterior de Israel.
3. REIVINDICACIÓN DE SAMUEL (3:15–21)
3:15–21. Elí reconoció que ese primer acto de Samuel como profeta provenía de Dios. Ese fue sólo el
comienzo de un ministerio profético público que duraría toda su vida y que sería reconocido por todo el
pueblo como un llamamiento divino, ya que la palabra de Jehová ―escaseaba en aquellos días‖ (v. 1).
Sin embargo, ahora sería común que él hablara, puesto que había encontrado un hombre en quién
confiar. La prueba de que Samuel era el embajador de Dios fue que el Señor no dejó caer a tierra
ninguna de sus palabras (v. 19); i.e., todo lo que profetizó se cumplió. Todo Israel, desde Dan hasta
Beerseba (las ciudades que formaban la frontera norte y sur de Israel—en total una distancia de aprox.
240 kms.), conoció que Samuel era fiel profeta de Dios. La prueba más clara de que un hombre era
llamado a ser profeta era que su palabra predictiva se cumplía siempre y sin error (Dt. 18:21–22). Una
nueva era en la revelación divina estaba entrando en vigor cuando se manifestó que los derechos de
Samuel como profeta estaban bien fundamentados. La revelación a través del sacerdocio y el efod
estaba quedando atrás y dando paso a la revelación a través de los profetas.
E. El arca (caps. 4–7)
1. CAPTURA DEL ARCA (CAP. 4)
Los filisteos fueron enemigos acérrimos de Israel durante el período de los últimos jueces (Jue. 10:6–8;
13–16). Eran un pueblo no semítico cuyos orígenes probablemente se encuentran en Creta o en alguna
otra parte cercana al mar Egeo (Gn. 10:14; V. Jer. 47:4; Dt. 2:23; Am. 9:7). Llegaron a Canaán en dos
migraciones diferentes, una muy antigua, durante el tiempo de Abraham (2000 a.C.) y la otra, alrededor
de 1200 a.C. Vivían en cinco ciudades principales de la costa sur de Canaán—Gaza, Ascalón, Ecrón,
Gat y Asdod. Eran gente avanzada en tecnología y fueron los pioneros en el uso del hierro y otras
habilidades de combate (1 S. 13:19–20). El dios principal de su mitología era Dagón, deidad a la que
también se adoraba en la Alta Mesopotamia como dios del grano. Algunos estudiosos sugieren que el
dios Dagón de los filisteos se representaba con un torso y cuerpo humanos con cola de pez. Es posible
que los filisteos originales fueran marineros y trajeran su dios-pez a Canaán y luego lo adaptaran al
dios semítico Dagón (o Dagán, como se conoce extrabíblicamente), por la necesidad que tenían de
convertirse en gente productora de semillas (Jue. 15:3–5).
4:1–11. Cuando Samuel era todavía joven, los filisteos atacaron a Israel en Afec, lugar que se
encuentra aprox. a 40 kms. al poniente de Silo. Cuando se dieron cuenta de que los filisteos iban a
ganar, los israelitas enviaron hombres a Silo, y trajeron de allá el arca del pacto al campo de batalla,
pues supersticiosamente creían que su presencia, como objeto de suerte, les ayudaría a superar la
dificultad. El arca sí representaba la presencia de Jehová en batalla (Nm. 10:35; Jos. 6:6), pero
solamente cuando el pueblo la cargaba con fe y bajo la dirección divina. Aun los filisteos se
atemorizaron cuando supieron que el arca se encontraba en el campamento de Israel, pues habían oído
de su relación con los dioses poderosos que los habían sacado de Egipto hacía más de 300 años (1 S.
4:6–8). Sin embargo, con gran valor pelearon, pues, los filisteos, e Israel fue vencido. En la batalla, el
arca … fue tomada, y los hijos de Elí, sus cuidadores, encontraron la muerte (v. 11).
4:12–22. Cuando Elí, que estaba en Silo, supo que el arca había sido tomada por los filisteos paganos
y que sus hijos … fueron muertos … cayó hacia atrás de la silla …, se desnucó y murió. Poco
después, su nuera la mujer de Finees murió al dar a luz un hijo a quien llamó Icabod, ―no hay
gloria‖ (’îḵāḇôḏ). Dado que el arca representaba la presencia de Dios en Israel, su captura sugería que
no solamente se habífa ido el arca, sino que el Señor mismo y toda su gloria estaban en manos de sus
enemigos. La mentalidad de los paganos suponía que sus dioses podían ser llevados al exilio (Is. 46:1–
2), pero los israelitas debían haber sabido que su omnipresente Dios no podría ser quitado de ellos.
¡Cuán pagana se había vuelto la percepción de Israel acerca del Señor!
2. PODER DEL ARCA (CAP. 5)
5:1–5. Los filisteos estaban por aprender el hecho de que el Dios de Israel era omnipresente y
omnipotente. Puesto que tomaron el arca como un trofeo de su conquista, la llevaron en primer lugar a
Asdod …, la casa de Dagón, ubicada aprox. a 80 kms. al suroeste de Silo. Allí la colocaron a los pies
de Dagón (o de su cola) como diciendo que Dagón era el vencedor y Jehová su prisionero. Pero al
siguiente día, la imagen de Dagón estaba postrada delante del arca. Levantaron al ídolo y lo pusieron
en su lugar, pero el siguiente día, nuevamente había caído postrado en sumisión ante Jehová. Esta vez,
estaba roto y mutilado. Solamente el tronco quedó intacto. La cabeza …, y las dos palmas de sus
manos estaban cortadas y esparcidas por el umbral o estrado. La palabra que se trad. ―umbral‖
(mip tān) puede y debería entenderse como el pedestal en el cual estaba posado el ídolo. Los filisteos
estaban tan avergonzados por la desgracia de su dios, que a partir de ese momento se rehusaron a
volver a poner un pie en el escenario de tal calamidad.
5:6–12. También fueron afectados personalmente, pues el Señor envió una plaga a los pobladores de
Asdod que fue transmitida por las ratas y que causaba grandes tumores (hebr. ’ōp el, ―prominencia‖)
en el cuerpo (5:6). La naturaleza de la plaga no es muy clara, pero parece que fue algún tipo de
afección en el área rectal como indica la palabra hebr. ’ōp el. Probablemente era una dolencia parecida a
las hemorroides, como sugieren algunas versiones (e.g., RVR09 y NC, v. 12).
En total desesperación por lo ocurrido, los asdoditas decidieron enviar el arca … a Gat, localizada a
unos 19 kms. al sureste en dirección a Israel. Sin embargo, los moradores de Gat fueron víctimas del
mismo desastre (v. 9); así que finalmente el arca fue trasladada a Ecrón, a donde ya habían llegado las
noticias de sus poderes mortíferos. Los habitantes de esa ciudad corrieron con la misma suerte y de
inmediato determinaron enviar el arca (el cofre cuyo contenido, según ellos, era el Dios de Israel) a su
lugar. Esto podría parecer muy ingenuo a los lectores modernos, pero la gente de todos los tiempos ha
intentado encajonar a Dios y manipularlo a su conveniencia.
3. REGRESO DEL ARCA (6:1–7:1)
6:1–12. Después de sufrir la humillación de su dios Dagón y las consecuencias fatales y dolorosas de la
plaga enviada por Dios, los nobles de los filisteos decidieron devolver el arca de Jehová a Israel.
Siguiendo sus técnicas supersticiosas, consultaron a sus sacerdotes y adivinos, quienes les aconsejaron
volver a enviar el arca junto con otros objetos de tributo como cinco tumores de oro y cinco ratones
de oro, para representar las cinco ciudades filisteas (vv. 17–18). Esas ofrendas para el Dios de Israel
eran como un reconocimiento de su superioridad (v. 5). Además, el arca debía ser enviada en un carro
nuevo como una prueba más del origen de sus problemas. Si los animales (dos vacas que todavía
estuvieran criando a sus becerros y en las cuales nunca había sido puesto yugo, v. 7) tiraban del carro
en dirección de Israel, sería muy claro que su Dios les había causado la aflicción. Y si no, los filisteos
podrían atribuir el desastre a la mala suerte o a un accidente.
Aunque no se sabe mucho acerca de la adivinación en el A.T., ya que estaba prohibida para Israel,
abundan los textos de adivinación en el mundo del antiguo Cercano Oriente. En ellos se mencionan las
técnicas que usaban para descubrir la intención de los dioses así como las que utilizaban para
contrarrestar los presagios malignos. Como en esta historia, era frecuente que utilizaran una forma
binaria, i.e., se hacía una prueba en la que sólo era posible una respuesta: sí o no. Es probable que
cuando Gedeón usó un pedazo de lana estaba recurriendo a tal práctica de adivinación, pero libre de
todo matiz pagano. Echar las suertes era algo similar. De cualquier manera, las sospechas de los
filisteos fueron confirmadas cuando las bestias caminaron sin apartarse ni a derecha ni a izquierda
hasta que llegaron a Israel. Era obvio que Jehová había causado todos sus problemas.
6:13–7:1. Los israelitas estaban tan gozosos de ver el arca después de siete meses (6:1), que ofrecieron
un sacrificio con las vacas en Bet-semes. Esa era la ciudad fronteriza hacia donde el arca se había
dirigido, y estaba a 24 kms. al poniente de Jerusalén (V. el mapa ―Traslados del arca del pacto‖, en el
Apéndice, pág. 297). Desafortunadamente, los de Bet-semes no solamente se regocijaron por el
regreso del arca (6:13) y ofrecieron … holocausto en adoración (6:14–15), sino que también la
profanaron cuando la abrieron y vieron su interior (6:19), quizá para comprobar si las tablas de la ley
todavía estaban allí. Esa fue una violación al estatuto mosaico que estipulaba que sólo los levitas
podían manipular el arca y que ni ellos podía siquiera tocarla directamente, mucho menos ver su
interior (Nm. 4:5, 15, 20). La desobediencia a ese asunto ocasionaba la muerte. El pecado de la gente
de Bet-semes fue deliberado, una violación flagrante de la voluntad de Dios que claramente se había
NC Nácar Colunga
manifestado (1 S. 6:19; cf. 2 S. 6:6–7). (De acuerdo a la VP, BJ, NC y otros mss. hebr., setenta
personas murieron. Sin embargo, la mayoría de los mss. hebr. registran 50,070. Parecería un número
demasiado grande, pero podría explicarse por medio de algo que todavía no se ha descubierto.) Lo
importante es que no solamente los incrédulos (los filisteos) padecen cuando la ley de Jehová es
quebrantada; los creyentes (los israelitas) también sufren cuando no se conforman a los requerimientos
estrictos de Dios. Después de ese desastre en Bet-semes, el arca se trasladó nuevamente (1 S. 6:21),
esta vez a Quiriat-jearim (la moderna Abu Ghosh, aprox. a 16 kms. al noroeste de Jerusalén). No hay
duda alguna de que el arca fue llevada allá en vez de a Silo porque esa ciudad fue destruida por los
filisteos, quizás después de la batalla de Afec (cap. 4; cf. Jer. 26:9). En ese lugar, el arca permaneció
bajo la custodia de la familia de Abinadab (1 S. 7:1) cerca de 100 años.
4. RESTAURACIÓN DEL ARCA (7:2–17)
El regreso del arca a Quiriat-jearim parecía ser una señal tangible de que Dios estaba una vez más en
medio de su pueblo para bendecirlo y liberarlo de todos sus opresores. Sin embargo, Israel había
aprendido en la batalla de Afec, que la sola presencia del arca no garantizaba el favor del Señor. En
lugar de ello, lo esencial era la sumisión al Dios del arca (v. 4).
7:2. Después de que el arca estuvo en Quiriat-jearim por más de veinte años, Samuel se dirigió a los
israelitas (v. 3). En otras palabras, el arca estuvo en Quiriat-jearim por 20 años antes de que Samuel
iniciara su primer ministerio público que se conoce. De hecho, el arca permaneció en Quiriat-jearim
por aprox. 100 años. Fue llevada allí justo después de la batalla de Afec (1104 a.C.) donde permaneció
hasta que David la llevó a Jerusalén en su primer año de gobierno sobre todo Israel (1003 a.C.; V. 2 S.
5:5; 6:1–11).
7:3–4. Después de esos veinte largos años que el arca estuvo en Quiriat-jearim, Samuel retó al pueblo
de Israel a que probara su lealtad a Jehová dejando los dioses ajenos y volviéndose a Jehová
solamente. El pl. los baales y … Astarot describe los abundantes lugares sagrados que había dedicados
a las deidades cananeas de la naturaleza. Baal, también identificado como el hijo de El (cabeza de los
dioses cananeos) o como el hijo de Dagán (deidad de Mesopotamia), era reconocido particularmente
como dios del trueno y la lluvia, cuya tarea era hacer que la tierra produjera. Astarot (o Astoret) era la
diosa del amor y de la guerra, tal como sus contrapartes Ishtar y Afrodita de Babilonia y Grecia
respectivamente. Parece que funcionaba junto con Baal como una deidad de fertilidad y el resultado de
su unión sexual era que la tierra y toda la vida experimentaban mágicamente cada año un efecto
rejuvenecedor y de fructificación. (V. ―Algunos dioses y diosas paganos que adoraban las naciones
vecinas de Israel‖, en el Apéndice, pág. 293.)
7:5–9. Después, Samuel convocó al pueblo en Mizpa, ubicada a unos 11 kms. al norte de Jerusalén y
allí oró por ellos e hizo un sacrificio en holocausto a Jehová (v. 9). Ese era el lugar donde
regularmente se realizaban asambleas en Israel. En el tiempo de los Jueces, los ancianos de las tribus se
reunieron allí para decidir el destino de Benjamín después de que esa tribu permitió el homicidio de la
concubina de un levita (Jue. 19:1–20:1, 3; 21:1, 5, 8). Más tarde, Saúl fue presentado a Israel como rey
en Mizpa (1 S. 10:17). Incluso, llegó a ser capital de Judá después de la destrucción de Jerusalén por
los babilonios (2 R. 25:23, 25). Con toda probabilidad, la ciudad de Mizpa puede ser identificada con la
moderna Tell en-Nesbeh.
7:10–17. Cuando los filisteos se enteraron de la reunión, atacaron a Israel en Mizpa, pero Jehová hizo
una majestuosa demostración de su poder (por medio de gran estruendo) y los derrotó. Para
conmemorar ese gran triunfo, Samuel erigió en el lugar entre Mizpa y Sen (cuya ubicación es
desconocida), un monumento al cual llamó Eben-ezer, que significa lit. la ―piedra de la ayuda [de
VP Versión Popular (Dios Habla Hoy)
BJ Biblia de Jerusalén
pl. plural
lit. literalmente
Dios]‖. Es obvio que eso terminó con la ocupación de la tierra israelita a manos de los filisteos, aunque
posteriormente, éstos aparecían una y otra vez para molestar a Israel (13:5; etc.). El amorreo (7:14) se
refiere al pueblo que habitaba en las montañas del sur de Canaán (V. Nm. 13:29; Jos. 10:5). De ahí en
adelante, juzgó Samuel a Israel todo el tiempo que vivió, haciendo un circuito (de aprox. 80 kms. de
circunferencia) que incluía Bet-el … Gilgal … Mizpa, así como su lugar natal Ramá (V. ―Las
ciudades de Samuel‖, en el Apéndice, pág. 298).
F. Selección de un rey (caps. 8–9)
Después de la batalla en Eben-ezer (7:12), alrededor de 1084 a.C. (V. el comentario de 7:2), la nación
de Israel estuvo dispuesta a seguir el liderazgo de Samuel por los aprox. 30 años que siguieron. El
pueblo había hecho intentos fallidos para establecer una monarquía durante los días de los jueces (V.
Jue. 8:22–23; 9), lo cual iba en contra del ideal teocrático de un reinado divino. Pero cuando Samuel
envejeció, y parecía que no viviría mucho tiempo más, el pueblo nuevamente expresó su deseo de tener
un monarca. Dios ya tenía en mente a un hombre que sería levantado y señalado en el tiempo que él lo
determinara (Dt. 17:14–15), pero ese momento no había llegado aún. Así que el escenario estaba listo
para que se diera un encuentro entre Samuel y el pueblo.
1. EL PUEBLO EXIGE UN REY (8:1–9)
8:1–6. Poco tiempo antes del año 1051 a. C., año en que Saúl llegó a ser rey (habiendo Samuel
envejecido. Para entonces probablemente tenía entre 65 y 70 años), el pueblo de Israel, consciente de
la avanzada edad de Samuel y de la maldad de sus hijos (vv. 3, 5), exigieron al profeta que
seleccionara un rey que los gobernara. Los hijos de Samuel habían fungido como jueces en Beerseba
de Judá y sin duda, sus actos recordaban al pueblo de Israel la maldad de los hijos de Elí (2:12, 22).
Probablemente el pueblo temía que se repitieran los días aciagos anteriores a que Samuel fuera elegido
por el Señor. Los hijos de Samuel, Joel y … Abías … eran jueces deshonestos, que se dejaban
sobornar y pervertían la justicia en vez de seguirla. Por supuesto que Samuel sentía dolor de que el
pueblo quisiera un rey humano, porque era Dios quien los había redimido de Egipto para que fuera su
pueblo y él, su Rey.
8:7–9. Pero dijo Jehová a Samuel que el pueblo no lo estaba rechazando a él, sino a Dios mismo.
Además, él permitiría que tuvieran un rey, pero tendrían que vivir lamentando ese impulso.
El requerimiento de un rey humano no era malo en sí mismo, puesto que Dios ya lo había prometido
(V. Introducción). Pero cuando se negaron a esperar el tiempo divino causó desagrado al Señor y a su
profeta. Cuando se enfrentó al conflicto con los amorreos (V. 12:12–13), el pueblo dijo que quería un
rey ―como … todas las naciones‖ (8:5). Aunque reconoció la dirección de Jehová en la aplastante
victoria sobre los filisteos en Eben-ezer, Israel exigió que le dieran un líder falible y humano.
2. NATURALEZA DEL REY (8:10–18)
8:10–18. Finalmente, Samuel cedió y dijo al pueblo que Dios concedería su petición, pero que el rey
sería un déspota, un dictador exigente que se enriquecería a expensas de ellos. Además, los forzaría a
involucrarse en sus asuntos militares y domésticos (vv. 11–13, 16, 17). Asimismo, se iba a apoderar de
sus propiedades, las usaría para su provecho (vv. 14, 16), y les impondría pesados tributos (vv. 15, 17).
Y cuando todo eso pasara, sería demasiado tarde para reclamar nada, porque la gente habría cosechado
las consecuencias de obedecer sus deseos carnales (v. 18). Poco después de que Saúl subiera al trono,
muchas de esas predicciones se cumplieron (14:52) y continuaron marcando la larga historia de la
monarquía tanto en Israel como en Judá (2 S. 15:1; 1 R. 12:12–15; 21:7).
3. PRESENTACIÓN DEL REY (8:19–9:14)
8:19–9:2. Después de que el Señor había acordado que el pueblo tuviera a su rey como todas las
naciones, Saúl es presentado en la historia. Él era un benjamita, alto y bien parecido (9:1), que
aparentaba ser tímido y cualquier otra cosa, menos un rey. Era oriundo de Gabaa (10:26), donde la
concubina de un levita que había buscado hospitalidad, había sido violada y asesinada (Jue. 19). Las
excavaciones de Tell el-Ful, ciudad encontrada a unos 5 kms. al norte de Jerusalén, la han identificado
como el lugar de la antigua Gabaa. Aunque era uno de los hijos de Cis, hombre de cierta influencia (1
S. 9:1), Saúl no tenía muchos recursos para que se le encomendara la alta posición de rey a no ser por
su escultural físico (9:2). Dios tuvo que convencer tanto a Saúl como al pueblo de que él era el
candidato elegido.
9:3–11. Estando en una misión en la cual debía encontrar las asnas que le pertenecían a su padre Cis,
Saúl se aproximó a la región de Zuf (en el monte de Efraín; cf. 1:1, el hogar de Samuel). Al sirviente
de Saúl se le ocurrió que ya que Samuel era vidente, podría ayudarles a encontrar los animales. En los
días de Saúl, un profeta era conocido principalmente como un vidente (rō’eh), sin duda porque la
mayor parte de su ministerio consistía en recibir la revelación divina, aun en asuntos tan corrientes
como encontrar animales perdidos. Los profetas más tardíos actuaron más como proclamadores de la
revelación; eran portavoces de Dios (nāḇî’), aunque todos los profetas eran videntes y proclamadores.
E.g., a Samuel se le conocía por ambos términos (9:11; 3:20).
9:12–14. Cuando Saúl y su siervo llegaron a la ciudad de Samuel, supieron que el profeta iba camino al
lugar alto más cercano (un lugar de adoración en la montaña) para ofrecer un sacrificio. Con gran
decisión, los benjamitas continuaron su camino hasta que lo encontraron.
4. ELECCIÓN DEL REY (9:15–27)
9:15–27. Entre tanto, Jehová había revelado … a Samuel que Saúl estaba por llegar y que él era el
elegido para ser el rey (vv. 15–17). Eso no significa que Saúl cumplía con todos los requerimientos de
Dios, pero que en su gracia él estaba permitiendo que el pueblo obtuviera lo que había pedido. Cuando
se encontraron los dos (por el control providencial de Dios), Samuel no solamente tranquilizó a Saúl
respecto a las bestias perdidas, sino que también le dijo que él era el elegido de Dios para ser el rey (v.
20). Visiblemente impresionado, Saúl solamente pudo responder que era indigno de tan alto honor (v.
21). A esas alturas de su carrera, todavía se podía ver la transparencia y humildad de Saúl. Samuel lo
invitó a que se sentara con él como invitado de honor en el festín del sacrificio (vv. 22–24) y luego a
que pasara la noche en su casa en la ciudad que estaba al pie del monte. A la mañana siguiente,
Samuel lo detuvo para poder comunicarse con él a solas (el siervo ya se había adelantado) acerca de la
revelación de Dios relacionada con su elección como rey (vv. 25–27).
II. Período de Saúl (caps. 10–31)
A. Saúl asciende al trono (caps. 10–14)
1. ISRAEL ELIGE A SAÚL (CAP. 10)
10:1–8. Samuel se dispuso a revelarle a Saúl los propósitos de Dios y lo primero que hizo fue ungirlo
con aceite. En el A.T., el acto de ungir con aceite simbolizaba la separación de una persona u objeto
para el servicio divino (Éx. 30:23–33). Ese acto también iba acompañado de la presencia y poder del
Espíritu Santo (1 S. 10:6, 10; 16:13). Cuando Samuel lo derramó sobre su cabeza, fue para
representar la aprobación de Dios sobre Saúl como príncipe sobre su pueblo. Para confirmar a Saúl y
al pueblo el llamamiento y comisión divinas, se le dijo a Saúl que experimentaría tres señales: (a)
hallaría dos hombres junto al sepulcro de Raquel, en el territorio de Benjamín y Efraín, quienes le
señalarían el paradero de las asnas perdidas; (b) se encontraría en la encina de Tabor, que estaba entre
Selsa y Gabaa, con tres hombres, que le darían dos panes; y (c) se encontraría con una compañía de
profetas que descendía del lugar alto que estaba en Gabaa. Es de notarse que él se uniría a los profetas
y profetizaría cuando el Espíritu de Jehová viniera sobre él, después de lo cual, sería mudado en otro
hombre. Con frecuencia se toma este pasaje para decir que Saúl se convirtió y llegó a ser un hombre
espiritualmente regenerado. Sin embargo, esta terminología para describir la renovación espiritual no se
conocía en el A.T., y las subsecuentes actitudes y conducta de Saúl contradicen que ése haya sido el
caso (16:14; 18:12; 28:15–16). De hecho, lo que el Espíritu hizo fue capacitar al Saúl carente de
experiencia y educación, para que asumiera las responsabilidades reales, de la misma manera en que
los jueces que le precedieron fueron objeto de la misma bendición (Jue. 6:34; 11:29; 13:25; 14:6, 19;
15:14).
10:9–13. Cuando Saúl se alejó de Samuel, se cumplieron todas las señales prometidas. Los que
presenciaron el cambio de carácter tan dramático e impactante que sufrió Saúl, estaban tan
sorprendidos, que crearon un proverbio que de ahí en adelante se citaba para describir un fenómeno
totalmente inexplicable e inesperado: ¿Saúl también entre los profetas? Eso no quiere decir que llegó
a formar parte del ministerio profético dirigido por Samuel, sino que estaba capacitado para ejercer el
don de profecía, al menos en esa ocasión, aunque nunca había recibido entrenamiento profético. Esa
fue una señal muy notable y convincente de la presencia de Dios y su poder derramado en la vida de
Saúl.
Hay una evidencia importante que indica que Saúl no se convirtió en profeta. Ésta descansa en la raíz
del vb. hebr. Profetizó entre ellos que significa lit. ―actuó como un profeta entre ellos‖, i.e., según
todas las apariencias, él era un profeta, porque podía ejercer la actividad profética.
10:14–16. Saúl le contó a un tío suyo que con la ayuda de Samuel encontraron las asnas …, mas del
asunto del reino … no le descubrió nada.
10:17–27. Algún tiempo después Samuel reunió en Mizpa, uno de los lugares favoritos para reuniones
en tiempos del profeta (cf. 7:5–6), a los líderes de Israel. Después de recordarles su tonta insistencia de
tener un rey sin tomar en cuenta la voluntad directiva de Dios, procedió a demostrar la elección divina
de Saúl usando un proceso de eliminación (10:18–19). La suerte, o algún método similar, cayó sobre la
tribu de Benjamín, luego sobre la familia de Matri y después fue tomado Saúl hijo de Cis (vv. 20–
21). Sin embargo, al momento de ser señalado, lo buscaron, pero no fue hallado. Una indicación de la
sencilla humildad que caracterizaba a Saúl fueron sus intentos iniciales de evitar la publicidad (v. 22),
otra es que no buscó vengarse de aquellos que ridiculizaban su elección como rey (v. 27). Pero las
masas estaban convencidas de su idoneidad para el alto puesto, y gritaron con gran júbilo: ¡Viva el rey!
Sin embargo, a los ojos del Señor, Saúl estaba descalificado. La palabra profética de Jacob era que el
cetro (del reinado) no se apartaría de Judá (Gn. 49:10). La dinastía prometida de reyes de la cual
provendría el Mesías debía originarse en Judá. Como benjamita, Saúl no podría llenar el requisito
básico del linaje. Sin embargo, el pueblo había hecho su demanda, y Jehová había accedido. Todo lo
que le restaba hacer a Samuel era investir a Saúl con la autoridad y responsabilidad inherentes a su
cargo, como se describe en un libro que fue preparado para la coronación (1 S. 10:25). Sin duda
alguna, el texto incluía las reglas mosaicas para el reinado que se encuentran en Deuteronomio 17:14–
17. Es interesante que algunos hombres de guerra se unieran a Saúl en Gabaa (V. el comentario de 1
S. 9:1).
2. PRIMERA VICTORIA DE SAÚL (CAP. 11)
11:1–6. En cuanto Saúl hubo comenzado su reinado, una parte lejana pero importante de su reino fue
atacada por los amonitas. Era la ciudad de Jabes de Galaad, aprox. a 40 kms. al sur del mar de Galilea,
al oriente del río Jordán. La preocupación especial que sintió Saúl por esa comunidad puede deberse a
su posible antiguo nexo. Jueces 19–21 registra la historia de una guerra civil entre Benjamín y las
demás tribus que resultó en la aniquilación de todos, menos 600 hombres de Benjamín. Sin tener
esposas e hijos, se esperaba que la tribu desapareciera. Para evitarlo, los líderes de Israel propusieron
que las mujeres vírgenes de cualquier ciudad que no hubiera enviado tropas a pelear contra Benjamín,
fueran apartadas y entregadas a los sobrevivientes como esposas. Cuando descubrieron que Jabes de
Galaad no había cumplido el acuerdo, las 400 vírgenes de la ciudad fueron capturadas y dadas a los
benjamitas. Puesto que Saúl era de la tribu de Benjamín, es muy posible que parte de sus antepasados
provinieran de Jabes de Galaad.
Cuando Saúl supo que Jabes de Galaad, una ciudad sin esperanza alguna, era asediada por los amonitas
y que inevitablemente sería derrotada, se llenó de ira (1 S. 11:6) y se dio a la tarea de levantar un
ejército capaz de liberarla. El rey de Amón, Nahas, estaba tan confiado en que ganaría, que celebró una
alianza con Jabes de Galaad en la cual decía que si sus moradores se rendían, les arrancaría el ojo
derecho. Si oponían resistencia, Nahas los mataría. Los ancianos de Jabes le pidieron siete días de
gracia para encontrar ayuda. Nahas aceptó, para evitar un sitio largo y costoso, asumiendo que Saúl no
tendría poder alguno para intervenir, pues ni siquiera tenía ejército.
11:7–15. Oyendo Saúl de la dificultad del pueblo, tomó un par de bueyes y los cortó … y los envió
por todo el territorio de Israel, diciéndoles que así se haría a los bueyes de cualquiera que no saliera
en pos de Saúl y … Samuel. Ese método de atraer la atención de las tribus es muy similar al que usó el
levita de Efraín que cortó en pedazos el cuerpo de su concubina y los envió a las tribus, que es parte de
la historia de Jueces 19–21 (V. el comentario de Jue. 19:27–30). Después de reclutar a 330,000
soldados en Bezec, a unos 20 kms. al poniente de Jabes de Galaad, Saúl marchó toda la noche y parte
de la mañana (la vigilia de la mañana era el último tercio de la noche), enfrentó a los amonitas … y,
los derrotó, y fueron dispersos. La diferencia que se hace entre Israel y Judá (cf. 1 S. 15:4; 17:52;
18:16) indica que 1 Samuel fue escrito después de que la nación se dividió en los reinos del norte y del
sur en el año 931 a.C. Después de esa gran victoria, Saúl fue aclamado como un gran héroe y se afirmó
en su papel de monarca, pero él atribuyó toda la gloria a Jehová. Ese logro convenció a Samuel de que
Dios había puesto su mano sobre Saúl, así que el profeta convocó a otra asamblea en Gilgal para que el
pueblo pudiera renovar allí el reino. Aunque la evidencia es algo escasa, la ocasión descrita fue como
una ceremonia de renovación del pacto, quizá junto con la celebración del primer aniversario de Saúl
como rey. La presencia de Jehová, del rey y de todos los de Israel, podría sugerir esto,
particularmente a la luz de la fiesta sacrificial que engalanó el evento (1 S. 11:15).
3. DISCURSO DE SAMUEL (CAP. 12)
12:1–5. Samuel ya había hablado al pueblo acerca de su avanzada edad y de la inminencia de su
muerte, así que nuevamente se dirigió a la asamblea de Israel siendo ya Saúl el rey. Como si ahora
quisiera restablecer su credibilidad entre ellos, Samuel pidió que la gente mencionara si había detectado
alguna falla moral o espiritual en su vida. (En contraste, las faltas habían sido muy evidentes en sus
hijos, 8:3.) La respuesta, como era de esperarse, fue negativa. La intención de Samuel era mostrar que
así como había sido confiable en el pasado, su palabra podría ser aceptada con plena confianza en el
presente y en el futuro.
12:6–25. Israel había llegado a un punto crítico. El pueblo lo había exigido y se le había dado un rey,
en contra de los propósitos precisos y la voluntad de Dios. Ese rey les había guiado a una victoria
gloriosa ¡en su primera campaña! Ahora la pregunta era ¿percibiría Israel esa victoria como una
evidencia de la bendición de Dios para darle a él la gloria, o la interpretaría como un logro puramente
humano, divorciado de la capacitación divina? Samuel se anticipó a tal pregunta y buscó dirigir a la
gente a que reconociera de nueva cuenta la soberanía de Dios y la necesidad de adorarle y alabarle
como fuente de todas sus bendiciones. Hizo esto al recordarles primeramente la forma en que Dios los
había redimido de Egipto y los había traído a Canaán (vv. 6–8). Luego hizo un recuento de su
desobediencia bajo el dominio de los jueces (vv. 9–11). (Jerobaal, v. 11, era el otro nombre de
Gedeón, Jue. 6:32. Barac, como aparece en la RVR60, es lit. Beḏān en hebr. [V. BLA, RVR09]. B
eḏān
era otro nombre dado a Barac u otro juez que sólo se menciona aquí en el A.T.). Enseguida, Samuel
puntualizó que la amenaza de los amonitas los había orillado a pedir un rey humano, petición que, por
su gracia, Jehová había otorgado (1 S. 12:12–15). Finalmente, Samuel rogó a Jehová que enviara una
señal del cielo para autenticar sus advertencias de juicio y hacer que la gente reverenciara al Dios que
les había llamado y que deseaba bendecirlos y usarlos (vv. 16–18). El Señor les recordó que su
insistente demanda por un rey, aunque les había sido otorgada, era una petición impía, porque era
prematura y por motivos erróneos.
Cuando el pueblo vio los truenos y lluvias, un fenómeno extraño a principios del verano, tiempo de la
siega del trigo (v. 17), se volvió a Samuel en solícita penitencia y le pidió que rogara a Jehová para
que perdonara su impulso de buscar a un rey (v. 19). En una manifestación maravillosa de la gracia de
Dios, Samuel dijo al pueblo que el Señor lo bendeciría a pesar de su mala elección, si era constante en
su obediencia a partir de ese momento. El pasado no podía deshacerse, pero su futuro estaba sin
mancha y podrían ser devotos al Señor (vv. 20–22). También Samuel, un verdadero mediador, se
comprometió a seguir orando por la gente (siglos después, Jeremías se refirió a Samuel diciendo que
fue un gran hombre de oración, Jer. 15:1). Si fallaba en su intercesión, dijo Samuel, sería ¡pecado
contra Jehová! (1 S. 12:23). Si el pueblo respondía afirmativamente, podría esperar la continua
bendición de Dios sobre la nación. Pero si no, podría esperar que cayera sobre él el juicio divino (vv.
24–25).
4. PRIMERA REPRENSIÓN PARA SAÚL (CAP. 13)
13:1. Si el escenario de la reafirmación del reinado de Saúl y el discurso dicho por Samuel en esa
ocasión ocurrieron en el primer aniversario de su coronación, podría ser que los eventos de este cap.
ocurrieran después de su segundo aniversario. Esta es una de las posibles interpretaciones de este
pasaje textualmente difícil de trad. y que la BLA consigna de la siguiente manera: ―Saúl tenía treinta
años cuando comenzó a reinar, y reinó cuarenta y dos años sobre Israel‖. En hebr., dice lit. ―Saúl era
de años cuando empezó a reinar y reinó dos años sobre Israel‖. Obviamente un número se ha omitido
de la primera parte de la declaración, y la segunda parte no puede significar que reinó un total de
solamente dos años. La cronología del A.T. implica—tal como dijo Pablo en su discurso en Antioquía
de Pisidia (Hch. 13:21)—que Saúl reinó por cuarenta años, sin duda un número redondo, pero muy
cerca de la cantidad real. Sin embargo, esa no es razón para pensar que el número ―dos‖ es sospechoso,
pues todos los mss. y versiones lo conservan. Eso es solamente el deseo de ver en 1 S. 13:1 una
fórmula normal del reinado (como en 2 S. 2:10; 5:4; 1 R. 14:21; 22:42; etc.) que lleva a muchos
estudiosos a decir que falta el ―40‖ u otro número. No obstante, según el contexto, el historiador no está
introduciendo aquí una fórmula de reinado (¿por qué hacerlo, una vez que ya estaba bien establecido el
reinado de Saúl?), sino que probablemente está indicando que la amenaza amonita había venido en el
primer año de Saúl y ahora, en el segundo, debía enfrentar a los filisteos.
Todavía queda un problema con la primera parte de la oración hebr., ―Saúl era de años …‖. Muchos
eruditos, seguidores de Orígenes (ca. 185–254 d.C.), postulan que son ―30‖ (como dice la BLA).
Puesto que el hijo de Saúl, Jonatán, ya había crecido para entonces y era comandante militar, Saúl debe
haber sido mayor de 30 años. Sin embargo, es más probable que la cantidad que deba suplirse es ―40‖,
a pesar de que eso resulta más difícil de reconciliar con la descripción (1 S. 9:2) de que Saúl era en el
momento de su ungimiento muy ―joven‖. Por supuesto que ―joven‖ en ese pasaje podría no ser una
muy buena trad. del hebr. bāḥûr, vocablo que podría vertirse como ―elección‖.
La mejor trad. de 13:1 puede ser: ―Saúl era de [40] años de edad cuando empezó a reinar, y reinó sobre
Israel por dos años‖. Eso encuentra aún mayor apoyo en el siguiente v., que empieza con un vb. en
tiempo pretérito, construcción gramatical que denota la cercana relación con la cláusula previa. ―Saúl
escogió …‖ (v. 2) implica que después de que hubo reinado por dos años, Saúl comenzó a seleccionar y
a entrenar a un ejército regular, no una milicia como la que había usado anteriormente.
13:2–15. Habiendo aprendido de su reciente experiencia con los amonitas, Saúl se dedicó a crear un
ejército de tres mil hombres entrenados. Dos mil estarían bajo sus órdenes directas y mil bajo su hijo
Jonatán. Éstos se estacionaron en Micmas y en Gabaa (V. ―Israel bajo el reinado de Saúl‖, en el
Apéndice, pág. 299), respectivamente, con el propósito de impedir los ataques filisteos. Después de un
encuentro preliminar en el collado cerca de Gabaa, a medio camino entre Micmas y Gabaa, los
filisteos (con treinta mil carros, seis mil hombres de a caballo e innumerable pueblo de a pie)
empujaron a las tropas israelitas hacia el oriente, hasta llegar a Gilgal (vv. 3–7). Esa fue la primera de
tres batallas grandes de Israel contra los filisteos durante el reinado de Saúl (cf. 17:1–54; 31:1–6). (A
pesar de que el hebr. dice ―30,000 carros‖, eso es difícil, porque significaría que eran 5 carros por cada
hombre. Las palabras hebr. para ―30,000‖ y ―3,000‖ son casi idénticas. Una podría fácilmente tomarse
como la otra cuando se copió el texto. Tal vez eso sugiera que el texto de 1 S. ha sufrido un poco en la
transmisión textual.)
En ese lugar, Saúl esperó a Samuel para que llegara a ofrecer el sacrificio (13:8) tal como se le había
dicho que hiciera dos años antes (10:8; V. el comentario del 13:1–2). Pero en el séptimo día, en el cual
Samuel debía llegar, Saúl no pudo esperar más y, en contra de la ley, se adjudicó la tarea sacerdotal de
ca. cerca de
ofrecer holocausto en favor del pueblo. Entonces llegó Samuel, y cuando supo que Saúl había
ofrecido el sacrificio, lo reprendió con las palabras: locamente has hecho. Por ello, Samuel le dijo que
su dinastía tendría su final (tu reino no será duradero), y que la de otro hombre tomaría su lugar, un
varón conforme al corazón de Jehová. La severidad del juicio de Dios sobre Saúl debe ser vista a la
luz de la santidad divina. Así como en el caso de la manipulación descuidada de la gente con respecto
al arca en Bet-semes, así Saúl había violado las normas santas del Señor, desobedeciendo la ley de
Moisés (Lv. 6:8–13) y la palabra de su profeta Samuel (1 S. 10:8). Había una posibilidad de duración
eterna de la dinastía de Saúl y se deriva de 1 S. 13:13, pero eso no enseña que el levantamiento de la
dinastía de David fue una contingencia debido a la caída de la de Saúl. Todo lo que Samuel dijo era que
el reinado de Saúl terminaría y que empezaría el de alguien más.
13:16–18. Habiendo tomado Gabaa de manos de los filisteos (v. 3), después del incidente con Samuel
en Gilgal, Saúl … y Jonatán fueron atacados una vez más por los filisteos de Micmas. Se dividieron
en tres escuadrones, uno marchaba al norte por el camino de Ofra, el segundo hacia el suroeste hacia
Bet-horón, y el tercer escuadrón hacia el oriente, hacia el valle de Zeboim (el valle del Jordán). El
resto del ejército filisteo, muy confiado en sí mismo, permaneció en Micmas.
13:19–23. Esta nota explicativa dice que los israelitas se encontraban en una gran desventaja, porque
no eran diestros en la manufactura y el uso del hierro; los filisteos les habían impedido el uso de la
metalurgia por temor a que los israelitas se hicieran espada o lanza. Parece que los filisteos habían
aprendido el oficio de la metalurgia avanzada de los heteos, u otros pueblos anatolianos con quienes
habían entrado en contacto durante la migración de la gente del mar Egeo hacia Canaán alrededor de
1200 a.C. Israel tenía que depender de los filisteos para obtener sus armas y herramientas de hierro (v.
20). En tiempo de guerra, tales servicios no estaban disponibles, así que sólo Saúl y Jonatán tenían
armas de hierro (v. 22).
5. JONATÁN EN PELIGRO (CAP. 14)
14:1–14. Cuando volvió a la escaramuza con los filisteos, Saúl acampó cerca de la capital de Gabaa
(v. 2), con seiscientos hombres. Pero Jonatán inició una misión secreta para atacar el campamento
enemigo que estaba cerca de Micmas. En el camino, Jonatán y su criado que traía las armas pasaron
entre dos peñascos llamados Boses, y el otro Sene (v. 4). Al pasar por el estrecho cañon, los filisteos
los descubrieron y los retaron a participar en un concurso (v. 12). Habiendo aceptado su misión
confiando en Jehová (vv. 6, 10), Jonatán sabía que él y su siervo vencerían. Juntos mataron como
veinte hombres en un campo pequeño.
14:15–23. El acto heroico de Jonatán impresionó y atemorizó a los filisteos. Los centinelas de Saúl
pudieron observar que el enemigo estaba retirándose. Sabiendo que eso debía haber ocurrido por causa
de alguna avanzada israelita, el rey buscó determinar quién de sus soldados había realizado esa acción
independiente. Pero Jonatán y su paje de armas no se encontraron.
Entre tanto, el sacerdote Ahías (cf. v. 3) vino cargando el arca del Señor (vv. 18–19). Ésta todavía se
encontraba en Quiriat-jearim (7:1) pero era un símbolo de la presencia del Señor, así que Saúl la
requirió para la batalla. Cuando Saúl vio que los filisteos se encontraban totalmente confundidos,
ordenó a Ahías que detuviera su mano (i.e., de las piedras sagradas Urim y Tumim, 14:19; cf. Éx.
28:29–30; 1 S. 14:40–42). La voluntad de Dios ahora era clara, así que Saúl obtuvo una gran victoria,
auxiliado por hebreos desertores (v. 21) y otros israelitas que se habían escondido en el monte de
Efraín (v. 22).
14:24–48. Antes que eso sucediera, Saúl había juramentado a todos los hombres para que ayunaran
hasta que hubieran derrotado a los filisteos. Todos estaban hambrientos por la batalla, pero rechazaron
ingerir cualquier comida, ni siquiera aceptaron comer algo de miel del campo, pues el ejército temía
que les cayera la maldición del juramento. Jonatán no había oído nada acerca de aquel voto, así que
cuando encontró miel, la comió e inmediatamente se sintió mejor (fueron aclarados sus ojos, cf. v.
29). El resto del ejército de Saúl estaba tan hambriento, que después de la victoria tomó los animales de
los filisteos, los mataron y se los comieron sin drenar completamente la sangre (vv. 32–33; cf. Lv.
17:10–14). Eso consternó tanto a Saúl, que impulsivamente edificó un altar en el cual ofreció un
sacrificio propiciatorio para el Señor (1 S. 14:35).
Después, Saúl tomó la decisión de perseguir y saquear a los filisteos, pero no obtuvo respuesta del
Señor (v. 37). Tal vez eso significaba que alguien había violado el ayuno, y por medio de la suerte
(i.e., el Urim y Tumim, vv. 41–42; cf. v. 19) descubrió que había sido su propio hijo, Jonatán. Lo
único que salvó a Jonatán de ser ejecutado fue que el pueblo lo impidió (v. 45).
Las principales campañas de Saúl se relatan en los vv. 47–48, e incluyen las victorias sobre Moab …
Amón … Edom … Soba (los sirios), los filisteos y aun sobre los amalecitas, aunque su éxito sobre
estos últimos se vio mermado por su desobediencia a Dios (cf. 15:20–23).
14:49–52. La familia real consistía de Saúl; su esposa Ahinoam; sus tres hijos … Jonatán, Isúi (que
no es el mismo que Is-boset o Es-baal; cf. 1 Cr. 10:2 donde Isúi es la misma persona que Abinadab), y
Malquisúa. Sus hijas fueron Merab y Mical (la primera esposa de David; cf. 1 S. 18:27); además su
pariente Abner, quien sirvió a Saúl como general de su ejército.
Es poco probable que Isúi sea el mismo que Is-boset, porque éste parece haber sido el hijo más
pequeño de Saúl que nació después de que empezara a reinar. Por esa razón no se encuentra en la lista
de 1 Samuel 14:49, pero sí se menciona en la lista completa de los hijos de Saúl de 1 Crónicas 8:33 (cf.
el comentario de 2 S. 2:8).
De acuerdo con 1 Crónicas 8:33 y 9:39, Ner fue abuelo de Saúl (Ner engendró a Cis, Cis engendró a
Saúl), pero en 1 Samuel 14:50, Ner parece ser tío de Saúl y Abner como su primo. En 1 Crónicas
Abner, a pesar de que no se menciona, sería el tío de Saúl, puesto que Abner era hijo de Ner (1 S.
14:50). Esa aparente contradicción se aclara por el texto hebr. de 1 Samuel 14:50b, donde dice lit.,
―Abner hijo de Ner, tío de Saúl‖, con el entendimiento de que la frase ambigua ―tío de Saúl‖ se refiere
a Abner, no a Ner. (V. ―Relación Familiar de Saúl‖ en el Apéndice, pág. 300.)
B. Rechazo de Saúl (cap. 15)
15:1–8. Mucho tiempo antes, en los días de la peregrinación por el desierto, Israel había sido atacado
salvajemente por la retaguardia por los de Amalec, acción de la cual Dios había prometido vengarse
algún día (Éx. 17:8–16). Ahora había llegado ese tiempo, así que Samuel dijo a Saúl que destruyera a
los amalecitas por completo, i.e., que debía ―colocarlos bajo el anatema (ḥērem) de la guerra santa‖ (1
S. 15:3; cf. vv. 8–9, 15, 18, 20–21; Dt. 20:16–18; V. el comentario de Jos. 6:21). Sin embargo, Saúl
debía perdonar a los ceneos, porque habían mostrado misericordia hacia los hijos de Israel en la
peregrinación (1 S. 15:6; cf. Éx. 18:9–10 [Jetro era ceneo, Jue. 1:16]). Saúl entonces procedió a
cumplir lo dicho por Samuel (1 S. 15:7–8), pero no completamente.
15:9–35. Cuando Saúl advirtió que las ovejas y el ganado mayor de los amalecitas estaba muy bien
engordado, consideró el aumento de su propia gloria y prestigio si hacía prisionero a Agag rey de
Amalec. Entonces no pudo resistir la tentación de traerlos para hacer de ellos una exhibición pública de
su liderazgo (v. 9). Que esa era la intención de Saúl, se manifiesta en el v. 12, pues habla de que se
levantó a sí mismo un monumento en Carmel (de Judá, no Carmel de la costa alta Mediterránea).
Cuando fue abordado por Samuel (v. 14), Saúl trató de justificar su desobediencia diciendo que las
bestias habían sido traídas para sacrificarlas a Jehová (vv. 13, 15) por insistencia del pueblo (vv. 20–
21). Pero Samuel respondió con un enunciado que contiene un principio cuya aplicación trasciende a
cualquier época: obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención, que la grosura de los
carneros (v. 22). Además de la desobediencia, Saúl se hizo culpable de la rebelión … obstinación y
de desechar deliberadamente la palabra de Jehová (v. 23).
El resultado para Saúl fue que Dios lo rechazó como rey (v. 26), lo cual se simboliza en el acto en que
Saúl rasgó el manto de Samuel (v. 27–28). El repudio de Saúl y la elección de un suplente (David) no
significaba que el Señor había dirigido mal a Samuel o que se había arrepentido (v. 29). En lugar de
ello, había escogido desde el principio a otro que sería ―conforme a su corazón‖ (cf. 13:14; 16:1).
Aunque todavía fue reconocido por el pueblo como rey por unos quince años más, Saúl fue depuesto
por Jehová desde ese momento (cf. 16:14), y Samuel fue quien ejecutó a Agag (15:32–33). El profeta
sabía que la determinación divina era definitiva, y desde ese día nunca más volvió a ver al rey (v. 35).
El alejamiento entre Samuel y Saúl equivalía a la separación permanente que surgió entre el Señor y el
rey desobediente. Aunque Dios había permitido que Saúl reinara en respuesta a la exigencia del pueblo,
esa misma concesión ahora le pesaba a Jehová en su corazón (v. 35).
C. Saúl y David (caps. 16–26)
1. EN TÉRMINOS AMISTOSOS (CAPS. 16–17)
a. Elección y ungimiento de David (16:1–13)
16:1–13. Después de la rebelión de Saúl contra Jehová y su consecuente rechazo, Samuel fue
comisionado para que buscara al que sucedería a Saúl en el trono de Israel. Ese hombre ya había sido
identificado como ―un varón conforme a su corazón [de Jehová]‖ (13:14), y como ―un prójimo tuyo [de
Saúl], mejor que tú‖ (15:28). David había sido escogido desde la eternidad pasada para ser gobernante
de Israel. El rechazo de Saúl no forzó a Jehová a tomar un nuevo curso de acción. Por el contrario, la
acción de Dios siguió su plan omnisciente, de tal manera que usó la desobediencia de Saúl como el
evento humano que le permitió implementar su plan más elevado. Dios había permitido al pueblo tener
un rey según su elección. Ahora que se había manifestado su error al escoger a ese rey, Dios comprobó
la superioridad de su sabiduría al levantar a uno que daría cumplimiento a su perfecta voluntad.
Después de un tiempo no determinado en el cual Samuel se lamentó por el rechazo de Saúl, el Señor
ordenó al profeta que fuera a Belén a seleccionar a uno de los hijos de Isaí, el cual sería el siguiente
rey (16:1–3). Isaí era nieto de Rut y Booz (Rt. 4:18–21), así que se encontraba en la línea de la
promesa (V. ―Antepasados de David a partir de Abraham‖, en el Apéndice, pág. 295). Así como las
esposas de Jacob dieron origen a una casa real (Gn. 35:11; 49:10), Rut produjo la dinastía davídica (Rt.
4:11). Dios no le dijo a Samuel que mintiera, sino que combinara el ungimiento con el ofrecimiento del
sacrificio (1 S. 16:2), ya que los ancianos de la ciudad de Belén podrían preguntarse si Samuel habría
ido a su ciudad a aplicar algún juicio (v. 4).
Después de que los siete hijos mayores de Isaí fueron descalificados uno por uno (vv. 5–10), David
fue señalado por Jehová y Samuel … lo ungió (vv. 11–13). Como en la experiencia con Saúl, el
ungimiento fue acompañado de la venida sobrenatural del Espíritu de Jehová sobre el joven (v. 13).
Esa era la autenticación de la voluntad de Dios. Tiempo después, David fue ungido como rey sobre
Judá (2 S. 2:4) y luego sobre todo Israel (2 S. 5:3).
b. David como músico de Saúl (16:14–23)
16:14–23. Cuando David fue investido por el Espíritu, ese mismo Espíritu dejó a Saúl. Esa es una
evidencia de que la presencia o ausencia del Espíritu Santo en el A.T. no indicaba nada acerca de la
salvación, sino que su poder obraba en aquellos a quienes Dios había seleccionado para su servicio (cf.
Jue. 3:10; 6:34; 13:25; 14:6; 1 S. 10:10; 16:13).
Con la partida del Espíritu de Dios, a Saúl le atormentaba un espíritu malo que fue permitido por
Jehová (v. 14; cf. vv. 15–16; 18:10; 19:9). No se sabe si ese espíritu tenía características pecaminosas
o solamente dañinas, lo que sí es cierto es que fue un instrumento demoniaco de parte de Satanás (cf.
Job 1:12; 2:6; 1 R. 22:19–22). Aquejado por ese problema, Saúl sólo podía encontrar alivio en la
música, así que ordenó que encontraran a un músico (1 S. 16:15–17). Providencialmente, Dios hizo que
eligieran a David, así que el pastorcito fue llevado al palacio del rey (vv. 18–21). El Espíritu Santo le
dio poder a David para que alejara al espíritu malo que atormentaba a Saúl (v. 23). Las arpas ya se
habían mencionado en relación a la profecía (10:5). Posteriormente, Eliseo también pidió que se tocara
un arpa mientras esperaba la revelación del Señor (2 R. 3:15). También Asaf, Hemán y Jedutún
profetizaron con arpas, liras y címbalos (1 Cr. 25:1).
c. Triunfo de David sobre Goliat (cap. 17)
17:1–51. Poco tiempo después de que David comenzara su trabajo como músico de la corte, Israel se
encontró nuevamente en peligro por causa de los filisteos. Ambos ejércitos se apostaron en los lados
opuestos del valle de Ela, ubicado a algunos kms. al suroeste de Jerusalén (vv. 2–3). Es probable que
ambos ejércitos se sintieran intimidados uno por el otro, así que decidieron que el resultado del
encuentro se determinara por un combate entre los paladines de cada uno de los ejércitos, que debían
enfrentarse hasta morir. Los filisteos ofrecieron enviar a Goliat, un gigante (¡de aprox. 3 mts. de
altura!), pero Israel no pudo encontrar a nadie que le diera batalla. Ni siquiera Saúl podría enfrentarlo
(vv. 4–11). Goliat usaba un casco de bronce y una cota de malla, cuyo peso era de cinco mil siclos
de bronce, i.e., aprox. 56 kgs., y sobre sus piernas traía grebas de bronce. Además, iba armado con
una jabalina de bronce, y una lanza muy larga, con una punta de hierro que pesaba aprox. ¡7 kgs! (v.
7). Finalmente llegó a oídos de David la noticia, y habiendo sido enviado al campamento de Israel
con provisiones para sus hermanos (vv. 12–22), rogó a Saúl que le permitiera pelear contra el filisteo
(vv. 23–32). A regañadientes, Saúl aceptó, y armado solamente con su confianza en Dios y cinco
piedras lisas y su honda, David mató a Goliat, le cortó la cabeza, y la trajo en señal de triunfo (vv.
33–51).
17:52–58. Cuando terminó el conflicto, Saúl preguntó por la identidad de aquel joven guerrero y supo
que era David, hijo de Isaí (vv. 55, 58). ¿Por qué Saúl no reconoció a David, que ya le había trabajado
por algún tiempo como músico y paje de armas? Una respuesta es que Saúl no estaba preguntando
quién era David sino que, por primera vez, estaba interesado en su familia: ¿de quién es hijo ese
joven? (v. 55; cf. v. 25). Cuando el mismo David fue interrogado, no dijo ―soy David‖, sino: Yo soy
hijo de tu siervo Isaí de Belén (v. 58). Otra solución y probablemente la mejor, es que el servicio
anterior de David había sido corto y esporádico, y que ya habían pasado varios años desde que Saúl lo
había visto por última vez. E.g., si David hubiera tenido 12 años cuando llegó a ser músico de Saúl y lo
había hecho de vez en cuando por aprox. un año, ahora que contaba con 17 o 18 años, Saúl no pudo
reconocerlo. Ese punto de vista se apoya en el hecho de que después de que David se juntó con Saúl en
esa ocasión, el rey ―no le permitió volver a la casa de su padre‖ (v. 15; 18:2). Eso implica que la
estancia anterior de David en el palacio no había sido permanente. De cualquier manera, no es
necesario afirmar que los caps. 16 y 17 se basan en distintas fuentes textuales, o ver los eventos como
hechos irreconciliables.
2. EN TÉRMINOS DE ENEMISTAD (CAPS. 18–26)
a. David huye de Saúl (18–20)
(1) Popularidad de David. 18:1–7. Como ya hemos visto, David no solamente había sido elegido desde
la eternidad para que fuera fundador de la dinastía mesiánica de reyes, sino que también había sido
preparado providencialmente por el Señor para asumir las responsabilidades de la realeza. Habiendo
sido pastor, poseía el corazón amoroso y protector de un apacentador, atributo digno de un rey.
Aprendió a ser responsable y valiente al enfrentarse y matar a las bestias salvajes que amenazaban a su
rebaño (17:34–36). Sabía tocar el arpa, habilidad que le hizo ser sensible al lado bello de la vida y que
le ayudó a componer los conmovedores salmos que exaltan al Señor y celebran sus majestuosas obras.
Fue traído al palacio del rey como músico y guerrero para que adquiriera la experiencia de gobernar.
Aunque en el momento de su ungimiento todavía era novato, para el día de su coronación, unos 15 años
después, ya estaba completamente capacitado para ser rey de Israel. Sin embargo, su capacitación no
siempre fue agradable. Su creciente popularidad entre el pueblo provocó el deterioro de su relación con
Saúl, pues éste se enceló irracionalmente contra el nuevo héroe de Israel.
Después de la dramática victoria de David sobre Goliat, Saúl lo llevó a su palacio una vez más, ahora
como comandante de la gente de guerra (18:5). La posición favorecida de David en la corte se
fortaleció aun más por el afecto personal que despertó en Jonatán, el hijo mayor de Saúl (vv. 1, 3). Esa
amistad llegó a ser tan profunda que Jonatán, siendo el heredero con derecho al trono de Israel (cf.
20:31), se despojó de sus ropas reales y las colocó sobre David, en reconocimiento de que Dios lo
había elegido para reinar (18:4; cf. 23:17). Más de una vez, el pacto de amistad entre los dos hombres
resultó en ventaja para David. Además, David llegó a ser tan diestro en la milicia, que sus éxitos se
celebraban con una canción: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles.
(2) Los celos de Saúl (18:8–20:42). 18:8–16. Saúl se encontraba tan encolerizado por la disminución
de su propia gloria, que, inspirado por el espíritu malo (v. 10; cf. 16:14–16; 19:9), trató de alancear a
David contra la pared con su lanza (18:10–11; 19:9–10). Pero Dios libró a David, y le dio una
popularidad mayor (18:12–16).
18:17–30. Cuando Saúl entendió que no podría destruir a David por su propia mano, determinó que lo
harían los filisteos. Para ello, hizo los arreglos necesarios, proponiendo que David se casara con
Merab, su hija mayor. Pero el rey ya había fallado con anterioridad en cumplir una promesa a David
respecto a un compromiso marital (17:25). Sin embargo, David respondió que era un hombre común y
corriente y que no tenía suficientes recursos como para pagar ―la compensación que se acostumbraba
dar por la esposa‖ (18:25, mōhar, no ―dote‖ como dice la RVR60 y otras). Antes de darse cuenta,
Merab … fue dada por mujer a otro hombre (v. 19). Nuevamente Saúl ofreció a su segunda hija,
Mical, que a esas alturas estaba enamorada de David (v. 20; cf. 2 S. 6:16). Pero una vez más David
argumentó que no era digno de ser el yerno del rey por su baja condición social (1 S. 18:23). En un
despliegue de aparente generosidad, Saúl perdonó el pago normal que se daba por la novia y solamente
pidió a David que matara a cien … filisteos y trajera sus prepucios (v. 25), meta que sobrepasó sin
dificultad, porque mató a doscientos (v. 27) enemigos. Saúl había estado esperando, por supuesto, que
David muriera durante la expedición (v. 25). Como resultado, Saúl quedó atemorizado por David otra
vez (v. 29; cf. vv. 12, 15). David se convirtió en su yerno al casarse con Mical (v. 27) y, además, su
éxito militar y popularidad se incrementaron (v. 30).
Cap. 19. Después de que Jonatán tuvo éxito en calmar los sentimientos hostiles de su padre hacia
David (vv. 1–7), Saúl redobló sus esfuerzos para destruirlo. Primeramente trató de matarlo con su
propia lanza (vv. 9–10), luego contrató a unos conspiradores para matarlo en la cama, complot que fue
frustrado por Mical (vv. 11–17). Después envió mensajeros a Naiot en Ramá donde David se había
refugiado con Samuel (vv. 18–24). (Ramá era la ciudad natal de Samuel.) Sus intentos también
fracasaron pues ellos, y después Saúl, fueron sorprendidos por el Espíritu de Dios que vino sobre ellos
y les hizo que actuaran como profetas (la RVR60 dice profetizaron, vv. 20–21, 23–24). Eso significa
que cayeron en trance o en un estado extático que los inmovilizó e incapacitó para lograr sus
intenciones diabólicas.
20:1–23. Habiéndose convencido de la irremediable hostilidad de Saúl hacia él, David buscó el origen
de ella y procuró hallar la manera de reconciliarse. La prueba sería la reacción de Saúl ante la ausencia
de David en la fiesta de la nueva luna (v. 5), que se llevaba a cabo el primer día de cada mes (Nm.
28:11–15). Si Saúl se enojaba por su ausencia, sabría que no había esperanza de reconciliar sus
diferencias. Sin embargo, si el rey se mostraba accesible, era señal de lo contrario (1 S. 20:6–8).
Jonatán se iba a acercar a su padre para conocer su estado de ánimo y le comunicaría los resultados a
David, lanzando sus saetas (vv. 18–23).
20:24–42. Al principio, Saúl pensó que David no estaba presente en la celebración porque no estaba
limpio (v. 26). Pero entonces la reacción de Saúl fue exactamente la que David temía. Después de su
ausencia el segundo día, se llenó de ira contra David y Jonatán (vv. 30, 33). Todo el tiempo que
David viviera, dijo Saúl, no habría esperanza de que su propia dinastía continuara (v. 31).
A la siguiente manaña y con el corazón lleno de pesar, Jonatán le hizo saber a David lo sucedido por
medio de las palabras que gritó a un muchacho con un mensaje y por las saetas que lanzó (vv. 34–40).
Jonatán y David se encontraron y lloraron el uno con el otro (v. 41). Era obvio que era imposible
lograr la reconciliación con Saúl. Pero Jonatán dijo que su propio lazo de lealtad con David jamás sería
roto (v. 42). Así, Jonatán entregó su reino por amor a su amigo.
b. Vida de David en el exilio (caps. 21–26)
Hasta donde se sabe, David era un joven de no más de 20 años cuando se vio forzado a abandonar el
palacio de Saúl y su propio hogar debido a la intransigente determinación del rey de destruirlo. Llegó al
área desértica de Judea, lo cual resulta lógico por el conocimiento que tenía de esa zona desde su
infancia. Allí vivió al estilo de ―Robin Hood‖ por cerca de diez años. Esta cifra se basa en el hecho de
que David ya había cumplido 30 años cuando comenzó a reinar sobre Judá en Hebrón (2 S. 5:4). Su
ascensión al trono ocurrió inmediatamente después de la muerte de Saúl (2 S. 2:10–11). El futuro rey
había pasado un año y cuatro meses entre los filisteos antes de eso (1 S. 27:7) y, como hemos sugerido,
solamente tenía 20 años cuando fue exiliado por Saúl. Los eventos de los caps. 21–26 deben
representar solamente una pequeña parte de las actividades de David durante ese período. Pero Dios le
enseñó muchas cosas en aquellos días; lecciones que posteriormente David compartió con los lectores
de los salmos, cuyo contexto se encuentra en ese turbulento período de su vida (V. e.g., Sal. 18; 34; 52;
54; 56–57). Con toda seguridad, esas cosas estaban obrando para bien en la preparación de David con
miras a llegar a ser el tipo de líder que traería gloria a Dios e inspiración a su pueblo.
(1) David en Nob y Gat (cap. 21). 21:1–6. Es difícil trazar la historia del tabernáculo después de la
captura del arca en 1104 a.C. Ésta se encontraba en Quiriat-jearim desde entonces (7:2; 2 S. 6:3–4),
pero el tabernáculo no se menciona en lo más mínimo sino hasta 1 Samuel 21, donde se presume que
estaba en Nob, la ―ciudad de los sacerdotes‖, hacia donde David huyó después de su ruptura definitiva
con Saúl. Así como había buscado anteriormente el santuario con Samuel en Ramá (19:18), ahora fue a
buscar el santuario con Ahimelec (también conocido como Ahías), sacerdote de Nob (21:1), ubicado a
la mitad de la distancia entre Jerusalén y Gabaa. David estaba hambriento debido a su apresurada huida
y pidió que el sacerdote le diera panes (v. 3). Éste respondió que no tenía pan común a la mano (v. 4),
pero que tenía el pan sagrado (Éx. 25:30) que había quitado de la presencia de Jehová para
reemplazarlo por pan más fresco (1 S. 21:6; cf. Lv. 24:5–9). Ese pan podía comerse, como Jesús lo
sugirió más tarde (Mt. 12:3–4), pero solamente por los sacerdotes y por aquellos que estuvieran
ceremonialmente limpios (1 S. 21:4–5; Lv. 15:18). El hecho de que David haya comido nos ilustra una
concesión que la ley permitía—la vida es más sagrada que el pan (Mt. 12:7–8).
21:7–15. Mientras David se encontraba en Nob, fue descubierto por un espía de Saúl, llamado Doeg
edomita, quien informó al rey acerca del paradero de su enemigo (v. 7; 22:9). David tomó la espada
de Goliat que estaba guardada con los sacerdotes de Nob (21:8–9) e inmediatamente huyó para salvar
su vida. Sin mayor precaución, llegó a Gat, tierra natal de Goliat, el héroe filisteo a quien él había
matado (v. 10). Cuando Aquis rey de Gat lo reconoció, David se fingió loco y así logró escapar de las
represalias de los filisteos (vv. 11–13). Esto concuerda con la práctica del mundo antiguo, en que se
consideraba que un demente estaba bajo una influencia malévola que lo eximía de cualquier ataque, so
pena de provocar a los dioses.
(2) David en Adulam. Cap. 22. El siguiente lugar a donde David se dirigió, fue a Adulam, ubicada
alrededor de 32 kms. al suroeste de Jerusalén y a 16 kms. al nordeste de Gat (v. 1). Allí entró a morar
en una cueva con otros cuatrocientos hombres que por diversas razones también eran desertores (v.
2). Mientras tanto, David percibió que había una amenaza contra su familia, por lo que se la llevó a
Moab (vv. 3–4), quizá para vivir entre la parentela de su bisabuela Rut. Entonces David se fue … al
bosque de Haret, al oriente de Adulam, en Judá (v. 5), sin duda para estar con sus coterráneos, porque
Dios lo había ungido para que reinara sobre ellos.
Tan pronto como Saúl supo que David había regresado a Judá, comenzó a maldecir a sus seguidores
por no haberle comunicado todo lo que sabían acerca de las actividades de David, en particular acerca
de su cercana amistad con Jonatán (vv. 6–8). Doeg había visto a David en Nob, y para consolar a Saúl,
le dijo que el sacerdote de ese lugar ayudó a David. Así que en su delirante paranoia, Saúl llegó a la
conclusión de que Ahimelec y los sacerdotes estaban conspirando contra él, y cuando los llamó y
escuchó su defensa, ordenó que los mataran (vv. 11–16). Sólo Doeg estuvo dispuesto a asumir esa tarea
tan espantosa. Así que mató en aquel día a ochenta y cinco sacerdotes de Nob junto con sus familias
y ganados (vv. 17–19).
Pero Abiatar, uno de los hijos de Ahimelec, huyó y se unió a David luego de que Saúl exterminara a
toda la comunidad sacerdotal (vv. 20–23). Eso marcó el inicio de una buena relación de David con la
familia sacerdotal. Esa familia fue la que posteriormente dirigió la adoración en el tabernáculo en
Jerusalén.
(3) David en el desierto (caps. 23–24). 23:1–18. Durante su huida, David hizo algo más que sólo
esconderse. También luchó a favor de su pueblo oprimido por los filisteos. En primer lugar, y después
de haber consultado a Jehová por medio del efod sagrado (v. 2; cf. v. 6), liberó a Keila, ciudad que se
encontraba cerca de la frontera filistea, 24 kms. al suroeste de Belén (vv. 1–5). Pero el pueblo le ―pagó‖
por su bondad traicionándolo y entregándolo a Saúl (vv. 7–12). Así que huyó con los seiscientos
hombres que le siguieron siendo fieles (v. 13; cf. 27:2; 30:9; 2 S. 15:18), al desierto de Zif (1 S.
23:14), área desolada llena de colinas y bosques situada entre Hebrón y el mar Muerto. Ahí se le unió
Jonatán por breve tiempo (en Hores, en el desierto de Zif), quien confirmó una vez más la legalidad
del reinado de David (vv. 16–18).
23:19–29. Los de Zif también traicionaron a David ante Saúl (vv. 19–23). David tuvo conocimiento
de ello (vv. 22–25), así que escapó hacia el desierto de Maón, aprox. a 16 kms. al sureste de Hebrón.
Saúl lo persiguió hasta allí, pero tuvo que regresar a defender a Israel contra otra incursión filistea (vv.
27–28). Eso dio a David la oportunidad de irse a En-gadi (v. 29), oasis ubicado a 16 kms. al norte de
Masada, cerca del mar Muerto.
Cap. 24. Saúl alcanzó a David en En-gadi y por poco lo encuentra. Sin embargo, el Señor tenía otros
planes, y la vida de Saúl cayó en manos de David cuando el rey fue a cubrir sus pies, eufemismo que
indica ir al retrete (v. 3), en la misma cueva en la que David se escondía. El rey estuvo tan cerca de él,
que David pudo cortar la orilla del manto de Saúl como evidencia de la oportunidad que tuvo de
matarlo. Pero aun esa acción hizo que David se sintiera mal, pues por su mente nunca pasó dañar al rey
(vv. 5–7); él jamás lastimaría al monarca, pues lo respetaba por ser el ungido de Jehová (vv. 6, 10; cf.
26:9, 11, 23). Además, David decía que el rey no tenía justificación para perseguirlo (24:14–15). Saúl
se arrepintió y reconoció la justicia de David (vv. 17–19) y el hecho de que llegaría a ser el rey (v. 20).
(4) David y Nabal. Cap. 25. Este cap. comienza con la muerte y sepultura de Samuel … en Ramá.
Después David … se fue al desierto de Maón (v. 1; cf. 23:24). David se encontraba pasando por
terribles circunstancias y se acordó de un hombre muy rico que tenía tres mil ovejas y mil cabras
(25:2–3). Apelando a la protección que le había prodigado a Nabal en el pasado (v. 7; cf. vv. 15–16,
21), David le pidió provisiones para sustentarse él y sus hombres en el desierto.
Sin embargo, con absoluto desprecio, Nabal se negó a ayudarle (vv. 4–11). Eso enfureció tanto a
David, que tomó a cuatrocientos hombres para quitarle por la fuerza lo que necesitaban. De no haber
sido por su esposa, Abigail, Nabal hubiera muerto. Ella supo de la necia respuesta de su esposo por
medio de uno de los criados. Para impedir el mal …, tomó provisiones de comida en abundancia para
suplir los requerimientos de David (vv. 14–19). Cuando la mujer les salió al encuentro, rogó a David
que no castigara a su esposo porque, dijo, conforme a su nombre, así es … la insensatez está con él
(nāḇāl, ―insensato‖). En lugar de ello, Dios iba a bendecir a David y pronto lo haría rey (v. 28). Matar
al insensato Nabal solamente le traería remordimientos innecesarios (v. 31). David, impresionado por
la sabiduría de la mujer, siguió su consejo y con gratitud recibió de su mano lo que le había traído
(vv. 32–35).
El buen juicio de Abigail fue muy pronto reivindicado. Nabal se emborrachó y supo cuán cerca había
estado de caer en manos de David. La noticia lo impactó tanto, que sufrió un ataque al corazón y diez
días después … murió (vv. 36–38). David comprendió que esos eventos eran señal de Dios. David
quedó tan impresionado por la belleza y carácter de Abigail, que le propuso matrimonio y ella lo
aceptó con gozo. Así que David tuvo otra esposa además de Ahinoam y Mical, con quienes se había
casado anteriormente, aunque durante su ausencia de Gabaa, Saúl había dado a su hija Mical … a un
hombre llamado Palti (vv. 43–44; cf. 2 S. 3:15–16).
(5) Última persecución de Saúl contra David. Cap. 26. Una vez más, Saúl supo del escondite de David
por los zifeos, así que con tres mil hombres escogidos fueron hacia el collado de Haquila (cf. 23:19)
en el desierto de Zif para buscar a David. El Señor volvió a hacer un milagro al liberar a su escogido,
quien en esa ocasión llegó—con Abisai … hermano de Joab, un soldado diestro y fiel (26:6; cf. 2 S.
2:24; 10:14; 18:12; 21:17; 23:18)—tan cerca del rey que estaba durmiendo, que David pudo llevarse su
lanza y la vasija de agua (1 S. 26:5–12). Una vez más David no se atrevió a lastimar al ungido de
Jehová (vv. 9, 11, 23; cf. 24:6, 10).
Después de cruzar hacia el lado opuesto, David le gritó a Abner, que supuestamente era el encargado
de guardar la integridad de Saúl, y lo regañó por su descuido al permitir que le quitaran su lanza … y
la vasija de agua (26:13–16). Entonces Saúl despertó y una vez más escuchó la súplica de David de
que lo dejara en paz. Si Dios era el que guiaba a Saúl en su persecución, David se rendiría (v. 19). Mas
si fueren hijos de hombres los responsables, entonces serían malditos del Señor, porque habían
interferido en los propósitos divinos al separar a David de su hogar (la heredad de Jehová, v. 19) y de
su adoración pública a Dios (Vé y sirve a dioses ajenos, v. 19).
Para Saúl la protección de Dios sobre su joven rival fue tan evidente que no solamente pudo confesar
su propia maldad (v. 21), sino que también reconoció completa y finalmente que David estaba
destinado a ser el pastor de Israel (v. 25). Hasta donde se sabe, Saúl aceptó su destino y nunca más
trató de interferir con la voluntad divina con respecto al reino y su próximo líder ungido (cf. 27:4). (V.
―Huidas de David de manos de Saúl‖, en el Apéndice, pág. 301.)
D. Muerte de Saúl (caps. 27–31)
1. DAVID EN SICLAG (CAP. 27)
Cap. 27. Aunque finalmente Saúl llegó a la conclusión de que seguir persiguiendo a David era en vano
porque Dios lo había señalado para ocupar el trono, David no lo sabía. Así que decidió fugarse a la
tierra de los filisteos (v. 1). Ese movimiento logró dos objetivos importantes: (a) lo libró de cualquier
posible peligro de parte de Saúl, y (b) lo congració con los filisteos, así que ya no tenía más temor de
ellos. No menos importante fue el hecho de que en ese respiro de 16 meses (v. 7) (desde el tiempo de
su estancia filistea hasta la muerte de Saúl) tuvo la oportunidad de desarrollar mejor sus habilidades de
combate y liderazgo. Él necesitaba ese tiempo para estabilizarse en vista del inminente final de la
dinastía de Saúl y el inicio de la suya.
Después de muchos años de huir de Saúl, David finalmente llevó a su familia inmediata (sus dos
mujeres v. 3, Ahinoam jezreelita [cf. 25:43] y Abigail … de Carmel [cf. 25:42]) y seiscientos
hombres (27:2; cf. 23:13; 30:9; 2 S. 15:18) a Gat y se puso a merced de Aquis, príncipe de los
filisteos. David había tratado de hacerlo con anterioridad (1 S. 21:10–15), pero fue durante el período
temprano de su distanciamiento de Saúl. En ese entonces, Aquis tenía temor de David y con gran
dificultad escapó para salvar la vida. Pero ahora era obvio para todo el mundo que David era el
enemigo mortal de Saúl y que podría ser útil a los filisteos en sus batallas contra Israel. Ahora Aquis y
David podían tener una relación de señor y vasallo (27:5–6). De acuerdo con los términos del pacto
que hicieron, David prometió lealtad a Aquis a cambio de vivir en una de sus aldeas. Aquis le otorgó
permiso de vivir en la ciudad de Siclag, un asentamiento pequeño en la frontera sur de Filistea entre
Gaza y Beerseba.
Siclag fue la base de operaciones de David por más de un año, hasta que murió Saúl y David cambió
de residencia a Hebrón (v. 7; 2 S. 1:1–2). De ahí llevó a cabo incursiones de pillaje contra algunos
pueblos del desierto, incluyendo a los gesuritas (tribu fronteriza de los filisteos por el sur, Jos. 13:2),
los gezritas (pueblo desconocido que vivía en las tierras que estaban entre los filisteos y Egipto), y los
amalecitas (1 S. 27:8), matando a la gente y saqueando sus ganados y otros bienes (v. 9). Tales
incursiones en la región de la moderna Gaza se llevaron a cabo hacia el desierto de Shur, al oriente del
actual canal de Suez (v. 8). Pero David reportaba a Aquis que los ataques eran contra su propia tribu de
Judá o Jerameel o contra los ceneos, declaraciones falsas que lo hacían más querido entre los filisteos
y los convencía de que era un súbdito leal y verdadero (v. 12).
2. SAÚL EN ENDOR (CAP. 28)
28:1–2. Llegó el día en que los filisteos determinaron hacer otra incursión masiva contra Israel. No
está muy clara la razón por la que la hicieron, pero puede ser que haya sido motivado por la
inestabilidad mental del anciano rey Saúl y la debilidad de su nación o por el aparente cambio de
lealtad de David. Sea lo que sea, sintieron que era el momento propicio. Por supuesto que el resultado
fue que David se encontró en una posición muy comprometida, porque sería llamado a demostrar su
lealtad a su nuevo señor ¡peleando contra su propio pueblo!
28:3–6. Mientras tanto, Saúl también se encontraba en una situación desesperante. Samuel había
muerto (cf. 25:1) y los filisteos habían acampado en Sunem (en el valle de Jezreel). Saúl se
encontraba en Gilboa, 8 kms. al noroeste del monte con el mismo nombre y tenía miedo. Él había
arrojado de la tierra a los encantadores (’ōḇôṯ, BJ ―nigromantes‖, BLA, ―médium‖, los que se
comunican con los espíritus de los muertos) y a los adivinos (yidd e ‘ōnîm, en hebr. ―los que tienen
contacto con los espíritus demoniacos‖, BLA ―espiritistas‖, v. 3). Pero el Señor no respondió a Saúl
cuando le pidió ayuda.
28:7–14. Entonces Saúl recurrió a una conocida adivina que vivía cerca de Endor y que había
escapado de ser echada de la tierra. El rey se disfrazó y llegó a Endor de noche, al valle de Jezreel, que
estaba al norte del monte Moriah. Después de tranquilizarla, Saúl le pidió que entrara en contacto con
Samuel. Usando sus poderes demoniacos de nigromancia (Dt. 18:10–11), ella invocó la aparición de
Samuel. La adivina se impresionó tanto de que apareciera en verdad, que inmediatamente se dio cuenta
de que esa obra era de Dios y no de sí misma, y que el visitante nocturno disfrazado era el mismo rey
Saúl. Eso implica que ella no creía que Samuel iba a aparecer, sino que más bien esperaba una
imitación satánica de él. Después de haber descrito la visión como dioses (’ĕlōhîm, ―el poderoso‖) y
como un hombre anciano … cubierto de un manto … Saúl entonces entendió que era Samuel. El
hecho de que no esperaban que Samuel apareciera ni en visión, enseña con claridad que la nigromancia
o los médiums realmente no tienen acceso a los muertos, especialmente a los justos, sino que sólo
pueden producir imitaciones. La aparición de Samuel aquí se explica por la intervención del Señor,
quien por su gracia, permitió a Saúl tener un último encuentro con el profeta a quien había buscado
tantos años atrás, cuando andaba en busca de las asnas perdidas de su padre (1 S. 9:6–9).
28:15–25. En esa ocasión, Samuel no dio buenas noticias al rey. Más bien reprendió a Saúl por su
impiedad y le informó que el Señor había quitado el reino de su mano y lo había dado a su
compañero David. También le dijo que así como Jehová lo había rechazado como rey por su pecado
en el asunto de los amalecitas (15:7–26), así lo entregaría ahora a los filisteos y permitiría su muerte y
la de sus hijos. Después de aceptar con renuencia una comida (un ternero engordado y panes sin
levadura) de manos de la adivina, Saúl se levantó y, abatido, se fue aquella noche.
3. REGRESO DE DAVID A SICLAG (CAPS. 29–30)
a. Dilema de David (cap. 29)
Cap. 29. En la víspera del combate, los filisteos se dieron cita en Afec, precisamente donde habían
derrotado a Israel y capturado el arca unos 90 años antes (4:10–11). Israel tomó posiciones en la
fuente que está en Jezreel, en un flanco del monte Gilboa, aprox. a 64 kms. al nordeste de Afec. Entre
las tropas de Aquis príncipe de Gat, se encontraban David y sus hombres. Aquis tenía plena confianza
en David (29:3) y lo defendió ante los otros líderes para que lo dejaran pelear contra Saúl, pero los que
se oponían eran la mayoría (vv. 6–7, 9). Es comprensible que los demás príncipes temieran que en el
fragor de la batalla, David se uniera a Israel (v. 4). David presentó una débil protesta (v. 8), pero para
su gran alivio, fue despedido y regresó a Siclag.
b. Diplomacia de David (cap. 30)
30:1–7. Durante la ausencia de David de Siclag, los invasores amalecitas habían prendido fuego a la
ciudad y se habían llevado cautiva a su familia y las de todos los demás. Después de un gran lamento
(v. 4) y de la amenaza de sus hombres de apedrearlo, David consultó a Jehová por medio del
sacerdote Abiatar buscando la voluntad divina en ese asunto. La pregunta se hizo por medio del efod,
túnica parecida a un delantal que usaba el sacerdote y que contenía al Urim y Tumim, piedras sagradas
que se usaban para discernir la voluntad de Dios (cf. Éx. 28:30).
30:8–31. Se le aseguró la victoria (v. 8), así que David y sus hombres persiguieron a los amalecitas
hasta el torrente de Besor (Wadi el-Arish, a unos 32 kms. al sur de Siclag). Cuando por fin los
encontraron (con la ayuda de un joven egipcio … siervo de un amalecita [vv. 11–15]), los
cuatrocientos hombres de David, que eran lo suficientemente vigorosos como para soportar la dura
marcha (vv. 9–10), vencieron a los amalecitas (excepto a cuatrocientos jóvenes que huyeron sobre
los camellos, v. 17) y recuperaron intactas a sus familias y posesiones (vv. 17–20). Pero los doscientos
que se habían quedado sin cruzar el torrente de Besor (vv. 10, 21) querían una parte del botín
amalecita. (Acerca de los 600 hombres de David, V. 23:13; 27:2; 2 S. 15:18.) Su requerimiento sonó
tan razonable a David, que en aquel día estableció un principio que prevaleció en los años posteriores:
la parte del que desciende a la batalla, así ha de ser la parte del que queda con el bagaje; les
tocará parte igual (1 S. 30:24). Pero el toque maestro de la diplomacia de David radica en haber
devuelto el botín robado por los amalecitas a las ciudades y pueblos de Judá (vv. 26–31). Los israelitas
nunca olvidarían esa preocupación por ellos y cuando llegó el momento en que David afirmó su
reinado en Hebrón, sin duda obtuvo el apoyo entusiasta de esa gente.
4. BATALLA EN GILBOA (CAP. 31)
31:1–6. Tal como Samuel había profetizado (28:19), los filisteos derrotaron rápida y fácilmente a
Israel en la planicie del valle de Jezreel (2 S. 1:6), ya que gracias a sus carruajes, contaban con una
avasalladora ventaja (cf. Jos. 17:16; Jue. 4:3, 13, para ver el uso de carros herrados por los cananeos en
esa misma área). Saúl con tres de sus cuatro hijos—excepto Is-boset (V. 2 S. 2:8)—huyeron del monte
de Gilboa. Sin embargo, a Saúl … le alcanzaron y lo hirieron de muerte después de que hubieron
asesinado a sus hijos. Temiendo ser encontrado por los filisteos y ser torturado hasta la muerte (1 S.
31:4), pidió a su escudero que lo matara, orden que su sirviente desobedeció. Entonces Saúl se suicidó,
violando flagrantemente un tabú israelita (v. 5). Ese era un acto poco común entre los israelitas del
A.T. (Cf. Abimelec [Jue. 9:54], Sansón [Jue. 16:30], Ahitofel [2 S. 17:23] y Zimri [1 R. 16:18]). El
hecho de que Saúl tomara su vida en sus manos fue el clímax de haber vivido totalmente ajeno a Dios.
31:7–10. Cuando los de Israel supieron que su rey había muerto, dejaron las ciudades y huyeron al
desierto. Los filisteos encontraron los cuerpos de Saúl y … sus tres hijos, decapitaron el cuerpo de
Saúl, exhibieron sus armas en el templo de Astarot (cf. el comentario de 7:3–4) y colgaron su cuerpo
en el muro de Bet-sán, ciudad prominente que se encontraba en la vertiente oriental del monte Gilboa
hacia el valle del Jordán.
31:11–13. Los de Jabes de Galaad se horrorizaron cuando supieron de la profanación del cadáver de
su rey y fueron de noche a bajar el cuerpo de Saúl y los cuerpos de sus hijos para llevarlos a su
ciudad, ubicada a unos 16 kms. del otro lado del Jordán. Probablemente con el propósito de esconder la
horrible mutilación de que fueron objeto, los quemaron y sepultaron. Esa última muestra de respeto
fue una señal de gratitud por el hecho de que la primera obra pública de Saúl fue rescatar a esa misma
ciudad de manos de los amonitas cuarenta años antes (11:1–11). Tampoco se puede olvidar que la
propia tribu de Saúl, Benjamín, tiene sus orígenes históricos recientes en Jabes de Galaad (Jue. 21:8–
12). De cualquier manera, la valentía de la gente de Jabes de Galaad no sería olvidada por David
cuando finalmente llegara al poder (2 S. 2:4–7). Más tarde, David exhumó los huesos de Saúl y Jonatán
y los enterró en Benjamín (2 S. 21:11–14).
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El conocimiento bíblico, un comentario expositivo: Antiguo
Testamento, tomo 2: Deuteronomio– 2º Samuel La exposición clara, la inclusión del bosquejo de cada libro, así como importantes datos acerca del autor, del trasfondo histórico, propósito del libro, fecha
de redacción, distintivos del texto y desarrollo del argumento, hacen de este Comentario un auxiliar indispensable para todo estudiante de la Biblia. El texto
bíblico que se usa es de la Versión Reina-Valera (1960). Es una herramienta de estudio especialmente preparada para entender mejor las Sagradas Escrituras.
Responde a preguntas tales como:
1. ¿Qué quiere decir este pasaje? 2. ¿Qué significa esta palabra griega o hebrea?
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leer.
Datos bibliográficos
Walvoord, J. F., & Zuck, R. B. (1999). El conocimiento bíblico, un comentario expositivo: Antiguo Testamento, tomo 2:
Deuteronomio-2 Samuel. Puebla, Mexico: Ediciones Las Américas, A.C.
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1Walvoord, J. F., & Zuck, R. B. (1999). El conocimiento bíblico, un comentario expositivo: Antiguo Testamento, tomo 2:
Deuteronomio-2 Samuel (223). Puebla, México: Ediciones Las Américas, A.C.