81308641 Nagel Thomas El Absurdo Traduccion
-
Upload
nico-retamal-rivera -
Category
Documents
-
view
228 -
download
39
Transcript of 81308641 Nagel Thomas El Absurdo Traduccion
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
1
El absurdo Thomas Nagel.1
En ocasiones la mayoría de las personas sentimos que la vida es
absurda, y algunos lo sienten de manera vívida y continua. Pero las
razones que usualmente se ofrecen en defensa de esa convicción son
patentemente inadecuadas: no podrían explicar por qué la vida es
absurda. ¿Pero entonces por qué sirven de expresión natural a la sensación
de que sí lo es?
I.
Consideremos algunos ejemplos. Suele hacérsenos notar que nada
de lo que hagamos tendrá importancia dentro de un millón de años. Pero
si eso es verdadero, entonces por la misma razón nada de lo que ocurra en
millón de años tiene importancia ahora. En particular, no importa ahora
que en un millón de años nuestros actos carezcan de importancia. Incluso
si supiéramos que lo que hagamos ahora sí tendrá importancia dentro de
un millón de años, ¿en qué manera ayudaría a evitar que nuestras
preocupaciones presentes resulten absurdas? Si el hecho de que importen
ahora no es suficiente para lograrlo, ¿cómo ayudaría el que importaran
dentro de un millón de años?
Que lo que hacemos ahora importe dentro de un millón de años sólo
podría servir para establecer una diferencia relevante si el hecho de que
tenga importancia dentro de un millón de años dependiera de que tenga
importancia sin más. Pero entonces negar que lo que ocurre ahora tendrá
importancia dentro de un millón de años es una petición de principio
acerca de su importancia (sin más). Pues en ese sentido, uno no puede
saber que ser ahora feliz o miserable carecerá de importancia en un
millón de años, si no sabe que [ser feliz] carece sin más de importancia.
Las cosas que decimos para expresar lo absurdo de nuestras vidas
suele estar relacionado con el espacio o con el tiempo: somos pequeños
puntos en la infinita vastedad del universo; nuestras vidas son meros
instantes incluso en una escala de tiempo geológica, por no hablar de una
1 The Journal of Philosophy, Vol. 68, No. 20, Sixty-Eighth Annual Meeting of the American Philosophical Association Eastern Division. (Oct. 21, 1971), pp. 716-727. Stable URL: http://links.jstor.org/sici?sici=0022-362X%2819711021%2968%3A20%3C716%3ATA%3E2.0.CO%3B2-3
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
2
escala cósmica: en cualquier minuto estaremos todos muertos. Pero
obviamente ninguno de estos hechos evidentes pueden ser los que hacen
que la vida sea absurda. Supongamos que viviéramos por siempre; ¿una
vida que ya es absurda si dura setenta años, no resultaría infinitamente
absurda si durara por toda la eternidad? Y si nuestras vidas resultan
absurdas dado nuestro actual tamaño, ¿por qué serían menos absurdas si
ocupáramos todo el universo (ya sea que nosotros fuéramos más grandes,
o más pequeño este último)?. La reflexión acerca de nuestra pequeñez y
brevedad parece estar íntimamente conectada con la sensación de que la
vida carece de sentido; pero no resulta claro cuál es esa conexión.
Otro argumento inadecuado consiste en decir que, dado que todos
vamos a morir, todas las cadenas de justificación debe quedar
suspendidas en el aire: uno estudia y trabaja para ganar dinero para pagar
por ropa, alojamiento, entretenimiento, comida, para mantenerse de año a
año, quizás para sostener una familia y seguir una carrera - pero cuál es el
fin último? Se trata de un elaborado viaje que conduce a ninguna parte.
(Uno tendrá también algún efecto en las vidas de otras personas, pero eso
sólo reproduce el problema, pues ellas también morirán.)
Existen varias réplicas a este argumento. Primero, la vida no consiste
en una serie de actividades cada una de las cuales tiene su propósito en
algún miembro ulterior de la secuencia. Las cadenas de justificación
llegan a su fin repetidamente durante nuestra vida, y el hecho de que el
proceso en su totalidad pueda o no ser justificado no tiene ninguna
relevancia para la finalidad de cada una de esas metas [end-points]. No es
necesaria ninguna justificación ulterior que haga razonable tomar una
aspirina para una jaqueca, asistir a la exhibición de un pintor que uno
admira, o evitar que un niño apoye su mano en una estufa encendida. Para
que estos actos tengan sentido no es necesario ningún contexto más
amplio ni ningún propósito superior.
Incluso si alguien quisiera ofrecer una justificación para nuestra
búsqueda de todas estas cosas que normalmente se consideran
justificadas por sí mismas [autojustificadas, self-justifying], esa
justificación también debería tener un fin. Y si nada puede servir de
justificación a menos que se encuentre justificado en términos de alguna
otra cosa (que esté a su vez justificada), tenemos un regreso infinito, y
ninguna cadena de justificaciones estará jamás completa. Además, si una
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
3
cadena finita de razones no es suficiente para justificar ninguna cosa, ¿qué
ganaríamos con una cadena infinita, cada uno de cuyos eslabones debería
estar justificado por algo externo a sí mismo?
Dado que las justificaciones deben terminar en algún lado, nada
ganamos negando que lleguen a su fin precisamente dónde parecen
hacerlo –dentro de nuestra vida– o tratando de subsumir las múltiples y a
menudo triviales justificaciones cotidianas bajo un esquema de vida
unificado [unitario, unitary]. De hecho, a partir de una falaz
representación del proceso de justificación, este argumento propone una
demanda vacía. Insiste en que las razones de las que disponemos dentro
de nuestra vida resultan incompletas, pero sugiere al mismo tiempo que
todas las razones [y cadenas de razones] que llegan a un fin son
incompletas. Lo cual hace imposible ofrecer ningún tipo de razones.
Los argumentos más comunes [standard] a favor del absurdo [de la
vida] parecen pues, fallar. Pero creo que intentan expresar algo que, si bien
resulta difícil de exponer, es fundamentalmente correcto.
II.
En la vida cotidiana una situación es absurda cuando incluye una
apreciable discrepancia entre nuestras pretensiones o aspiraciones y la
realidad: alguien expone un complicado discurso defendiendo una
moción que ya ha sido aceptada; un conocido criminal es nombrado
presidente de una importante fundación filantrópica; alguien declara su
amor por teléfono a una máquina contestadora; mientras te están
nombrando caballero, se te caen los pantalones.
Cuando una persona se encuentra en una situación absurda,
normalmente tratará de cambiarla, ya sea modificando sus aspiraciones, o
tratando de hacer que la realidad concuerde mejor con éstas; o bien
tratando de excluirse completamente de esa situación [by removing himself from the situation entirely]. No siempre podemos o deseamos
salirnos de una posición cuyo [carácter] absurdo se nos ha hecho patente.
Sin embargo, usualmente es posible imaginar algún cambio capaz de
eliminar su carácter absurdo –independientemente de que seamos o no
capaces de hacer tales cambios. La sensación de que la vida como una
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
4
totalidad resulta absurda aparece cuando reconocemos, quizás
oscuramente, esa desmesurada pretensión o aspiración que es inseparable
de la continuación de la vida humana y que hace del absurdo algo
ineludible (salvo excluyéndose a uno mismo de la vida).
Muchas personas llevan vidas absurdas, temporal o
permanentemente, por razones convencionales que tienen que ver con sus
ambiciones, circunstancias y relaciones personales. Sin embargo, si hay un
sentido filosófico del absurdo, debe provenir de la percepción
[reconocimiento, perception] de algo universal –algún aspecto en el cual
nuestras pretensiones y la realidad inevitablemente entran en conflicto.
Tal condición, argumentaré, viene dada por el conflicto [collision] entre la
seriedad con la que tomamos nuestras vidas y la posibilidad siempre
abierta de considerar cualquiera de estas cosas como arbitrarias o
expuestas a la duda [open to doubt].
No es posible vivir vidas humanas sin energía y atención, o sin hacer
el tipo de elecciones que demuestran que tomamos algunas cosas más
seriamente que otras. Pero aun así tenemos siempre disponible un punto
de vista externo a nuestras formas de vida particulares, desde el cual toda
esta seriedad parece gratuita [injustificada, gratuitous]. Estos dos puntos
de vista inevitables entran en conflicto en nosotros, y eso es lo que hace
absurda la vida. Es absurda porque decidimos ignorar aquellas dudas que
sabemos que no pueden ser resueltas [settled], y continuar viviendo a
pesar de ellas, y esto con casi tanta seriedad como antes.
Este análisis requiere defensa en dos aspectos: primero, en lo que
hace a la inevitabilidad de la seriedad; y segundo, en cuanto a la
inevitabilidad de la duda.
Nos tomamos en serio a nosotros mismos ya sea que vivamos vidas
importantes o no, ya sea que estemos interesados primariamente en la
fama, el placer, la virtud, el lujo, el triunfo, la belleza, la justicia, el
conocimiento, la salvación, o la mera supervivencia. Y si nos tomamos en
serio a las otras personas y dedicamos nuestra vida a ellas, sólo
multiplicamos el problema. La vida humana está llena de esfuerzos,
planes, cálculos, éxitos y fracasos: llevamos adelante [perseguimos,
pursue] nuestras vidas, con variados niveles de pereza y energía.
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
5
Sería diferente si fuéramos incapaces de "dar un paso hacia atrás"2
[step back] y reflexionar acerca del proceso, si sólo fuéramos guiados de
un impulso al siguiente sin autoconsciencia. Pero los seres humanos no
actúan únicamente en base a impulsos. Son prudentes, reflexionan,
evalúan las consecuencias, se preguntan si lo que están haciendo vale o no
la pena. No sólo llevan vidas repletas de elecciones que se agrupan en
actividades mayores con una estructura temporal: también deciden de
manera más amplia qué opciones buscar y cuáles evitar, cuáles deberían
ser las prioridades entre sus muchos objetivos, y qué clase de personas
desean ser o en qué clase de personas desean transformarse.
Algunas personas se enfrentan a tales elecciones en las grandes
decisiones que realizan cada tanto; algunas otras simplemente al
reflexionar acerca del curso que ha tomado por su vida producto de
incontables decisiones más pequeñas. Deciden con quién casarse, qué
profesión seguir, si unirse o no a un club, o a la Resistencia; o puede que
simplemente se pregunten por qué razón deberían continuar siendo
vendedores o académicos o taxistas y, finalmente, luego de un período de
reflexiones que no llegan a ninguna conclusión, dejan de pensar en ello.
Aunque las personas pueden estar motivadas de un acto a otro por
estas necesidades inmediatas que les presenta la vida, permiten que el
proceso continúe mediante su adhesión al sistema general de hábitos y la
forma de vida dentro de que tales motivos tienen lugar –o quizás
simplemente aferrándose a la vida. Invierten enormes cantidades de
energía, cálculos y riesgos en los detalles. Pensemos en la manera en la
que un individuo común se preocupa por su apariencia, su salud, su vida
sexual, su honestidad emocional, su utilidad social, su auto-conocimiento,
la calidad de sus lazos familiares, laborales y de amistad, por si está
realizando bien su trabajo, por si comprende el mundo y las cosas que en
él ocurren. Llevar una vida humana es un trabajo de tiempo completo, a la
que todos dedicamos décadas de intensa preocupación.
Este hecho es tan obvio que es difícil encontrarlo extraordinario o
importante. Cada uno de nosotros vive su propia vida –vive consigo
mismo veinticuatro horas por día. ¿Qué otra cosa se supone que haga?
¿Vivir la vida de alguna otra persona? Sin embargo, los humanos tenemos
2 N.d.T. En adelante utilizaremos la expresión “tomar distancia”, “toma de distancia”, etc. para traducir el verbo “to step back” y expresiones relacionadas.
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
6
la capacidad especial de tomar distancia para examinar las vidas en las
que estamos comprometidos con el mismo desapego lleno de asombro
que nos proporciona observar a una hormiga escalar un montoncito de
arena. Sin caer en la ilusión de que podemos escapar de nuestra
idiosincrática y altamente específica posición, los humanos podemos
vernos a nosotros mismos sub specie aeternitatis –y esa visión resulta al
mismo tiempo aleccionadora y cómica.
No se llega a esta toma de distancia fundamental por virtud de
exigir un eslabón ulterior en la cadena de justificaciones y ser incapaces
de obtenerlo. Ya hemos expuesto las objeciones a esa línea de ataque; las
justificaciones llegan a su fin. Pero esto es precisamente lo que le da su
objeto a la duda universal. Al tomar distancia encontramos que todo ese
sistema de justificación y crítica, que controla nuestras elecciones y apoya
nuestra exigencia de racionalidad descansa en respuestas y hábitos que
jamás cuestionamos, y que no sabríamos cómo defender sin circularidad,
y a los que continuaremos adhiriendo incluso luego de que hayan sido
puestos en duda.
Las cosas que hacemos o deseamos sin razones, y sin exigir razones
para ellas –esas cosas que definen para nosotros qué es una razón y qué
no– son los puntos de partida del escepticismo. Nos vemos desde afuera, y
así se nos revela claramente toda la contingencia y especificidad de
nuestras metas y proyectos. Pero cuando tomamos este punto de vista y
reconocemos que lo que hacemos es arbitrario, eso no hace que dejemos
de estar comprometidos con la vida, y ahí radica nuestro absurdo: no en el
hecho de que podamos tomar ese punto de vista, sino en el hecho de que
podemos tomarlo sin dejar de ser nosotros mismos las personas cuyas
preocupaciones últimas están siendo tan fríamente evaluadas.
III.
Uno podría tratar de evitar esta posición mediante la búsqueda de
preocupaciones últimas de las que sea imposible tomar distancia –la idea
sería que el absurdo resulta de que lo que tomamos en serio es algo
pequeño, insignificante e individual. Los que intentan otorgar un
significado a sus vidas normalmente se representan a sí mismos como
cumpliendo un rol o una función en algo más grande que ellos. Por lo que
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
7
buscan realizarse [seek fulfillment] mediante su servicio al Estado, a la
revolución, al progreso de la historia, al avance de la ciencia, o a la religión
y la gloria de Dios.
Pero tener un papel en un proyecto [enterprise] más grande no
alcanza para conferirles significado salvo que ese proyecto sea en sí
mismo significativo. Y ese significado debe relacionarse con lo que
podemos entender, de otro modo ni siquiera nos parecería capaz de
ofrecer lo que estamos buscando. Si nos enterásemos de que somos
criados como fuente de alimento de ciertas criaturas amantes de la carne
humana que planean convertirnos en chuletas antes de que nuestros
músculos se pongan demasiado fibrosos –incluso si averiguáramos que la
raza humana ha sido desarrollada precisamente para este propósito– eso
no otorgaría un significado a nuestras vidas, y eso por dos razones.
Primero, aún ignoraríamos cuál es el significado de la vida de esos otros
seres; y segundo, aunque podamos reconocer que nuestro rol culinario
haría que nuestras vidas tuvieran significado para ellos, no está claro de
qué manera podría hacer que lo tuvieran para nosotros.
Ciertamente, la forma usual de servicio a un ser superior es algo
diferente de lo anterior. [Mediante ella] se supone que uno vivencia y
toma parte de la Gloria de Dios, y ésa no es la manera en que los pollos
toman parte de la gloria del coq au vin. Lo mismo vale para el servicio al
Estado, a un movimiento, o a la revolución. Cuando las personas son parte
de algo más grande, pueden llegar a sentir que también es parte de ellas.
Se preocupan menos de lo que les es más particular, y se identifican lo
suficientemente con ese proyecto más amplio como para encontrar
satisfacción en el rol que desempeñan dentro de él.
Sin embargo, cualquier proyecto de este tipo puede ser puesto en
duda del mismo modo en que pueden serlo los propósitos de una vida
individual. Y es tan legítimo encontrar justificación en esos detalles [de la
vida individual] como en aquel propósito superior [más amplio]. Lo que
no altera el hecho de que las justificaciones llegan a su fin precisamente
allí donde las consideramos satisfactorias –cuando no nos parece
necesario buscar más allá. Si podemos tomar distancia de los propósitos
de una vida individual y dudar acerca de su sentido, [también] podemos
tomar distancia del progreso de la historia humana, o de la ciencia, o del
éxito de una sociedad, o del Reino, el Poder y la Gloria de Dios, y
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
8
cuestionar del mismo modo todas esas cosas. Aquello que nos parece que
confiere sentido, justificación, significado, lo hace en virtud del hecho de
que no necesitamos más razones a partir de cierto punto.
Lo que hace que la duda sea inevitable en relación a los limitados
propósitos de una vida individual también la hace inevitable en cuanto a
cualquier propósito superior que alimente la sensación de que la vida
tiene sentido [significado]. Una vez que la dudas fundamental ha
comenzado, ya no puede ser acallada [no puede detenerse – cannot be laid to rest].
En El mito de Sísifo Camus sostiene que el absurdo surge porque el
mundo es incapaz de responder a nuestras demandas de sentido. Lo cual
sugiere que si mundo fuera diferente podría llegar a satisfacer estas
demandas. Pero ahora podemos ver que no es el caso. No parece haber
ningún mundo concebible (que nos incluya) sobre el que no puedan
surgir dudas insuperables [irresolubles, unsettable]. En consecuencia, lo
absurdo de nuestra situación no deriva de un conflicto entre nuestras
expectativas y el mundo, sino de un conflicto dentro de nosotros mismos.
IV.
Podría objetarse que el punto de vista desde el cual este tipo de
dudas supuestamente se hacen sentir no existe –que si tratamos de
efectuar la recomendada toma de distancia terminaremos aterrizando en
el vacío, sin ninguna base para nuestros juicios acerca de las actitudes
[responses] naturales que se supone que estamos examinando. Si
mantenemos nuestros criterios [estándares, standards] usuales sobre lo
que es importante, las preguntas sobre la importancia [significance] de lo
que estamos haciendo de nuestras vidas pueden responderse de la
manera habitual. Pero si no lo hacemos, esas preguntas no podrían
significar nada para nosotros, pues entonces la idea de qué es lo que
importa carecería de contenido, y lo mismo ocurriría con la idea de que
nada importa.
Pero esta objeción malinterpreta la naturaleza de la toma de
distancia. No se supone que nos proporcione una comprensión de lo que
es realmente importante, de modo que podamos ver, por contraste, lo
insignificante de nuestras vidas. En el transcurso de tales reflexiones
jamás abandonamos los criterios usuales que guían nuestras vidas.
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
9
Simplemente los observamos actuar, y reconocemos que si se los
cuestionara sólo podríamos justificarlos en referencia a sí mismos,
inútilmente. Si los mantenemos es debido la manera en que estamos
constituidos; lo que nos resulta importante o serio o valioso no nos
parecería tal si estuviéramos constituidos de manera diferente.
Ciertamente, en la vida cotidiana no juzgamos que una situación sea
absurda salvo que tengamos en mente algún criterio de seriedad,
significatividad o armonía contra el cual contrastar el absurdo [de esa
situación]. Pero este contraste no está implicado por el juicio filosófico del
absurdo [de la ‘absurdidad’ de algo, absurdity], y podría pensarse que ello
hace que el concepto resulte inadecuado para la expresión de tales juicios.
Sin embargo, no es ése el caso, porque el juicio filosófico [de que algo es
absurdo] depende de otro contraste que lo hace una extensión del caso
cotidiano. Se aparta de éste solamente en que, en lugar de contrastarlas
con un contexto para el que puedan llegar a ser aplicables criterios
alternativos, compara las pretensiones de la vida con un contexto mayor, a
partir del cual ya no se puede descubrir ningún criterio.
V.
En este sentido, como en otros, la sensación [reconocimiento,
perception] filosófica del absurdo se parece al escepticismo
epistemológico. En ambos casos, la duda filosófica final, fundamental, no
se contrasta con ninguna certeza irrefutable [unchallenged], aunque
llegamos a ella extrapolando a partir de los ejemplos de duda que surgen
dentro del sistema de la evidencia o justificación, el cual sí implica un
contraste con otras certezas. En ambos casos, nuestro carácter limitado
[‘finitud’, limitedness] se une a una capacidad para trascender esas
limitaciones por medio del pensamiento (lo que nos hace verlas [a la vez]
como limitaciones, y como inevitables).
El escepticismo comienza cuando nos incluimos a nosotros mismos
en el mundo acerca del cual pretendemos tener conocimiento. Nos damos
cuenta de que ciertos tipos de evidencia nos convencen, que nos sentimos
satisfechos de permitir que las justificaciones de nuestras creencias
lleguen a su fin un algunos puntos determinados, que sentimos que
sabemos muchas cosas incluso sin saber o sin tener fundamentos
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
10
[grounds] para creer la negación de muchas otras que, si fueran
verdaderas, harían que las cosas que decimos saber resultaran falsas.
Por ejemplo, sé que estoy viendo una hoja de papel, aunque no tengo
bases para decir que sé que no estoy soñando; y si estoy soñando no estoy
viendo una hoja de papel. En este caso, se utiliza una concepción usual
acerca de cómo la apariencia puede diferir de la realidad para mostrar
que en general aceptamos aproblemáticamente la existencia del mundo
[take our world largely for granted]; la certeza de que no estamos soñando
no puede ser justificada más que de manera circular, en términos de esas
mismas apariencias que están siendo puestas en duda; pero la posibilidad
sólo es ilustrativa. Revela que nuestras pretensiones de conocimiento
dependen de que no creamos necesario excluir ciertas alternativas
incompatibles, y que la posibilidad del sueño o de la completa alucinación
representan algunas de esas posibilidades ilimitadas, muchas de las cuales
ni siquiera pueden ser concebidas3.
Una vez que hemos tomado distancia hacia una visión abstracta de
la totalidad de nuestro sistema de creencias, evidencia y justificación, y
una vez que hemos visto que, a pesar de sus pretensiones, sólo funciona
aceptando aproblemáticamente la mayor parte de las cosas [taking the world largely for granted], ya no estamos en posición de contrastar todas
estas apariencias con una realidad alternativa. No podemos rechazar
nuestras actitudes cotidianas, y aunque pudiéramos hacerlo, nos
quedaríamos sin medios para concebir realidad alguna.
Lo mismo sucede en la esfera práctica. No damos un paso fuera de
nuestras vidas para así adoptar un punto de vista desde el cual vemos qué
es lo realmente, objetivamente importante. Seguimos dando por
descontada [aceptando aproblemáticamente] gran parte de nuestra vida
aun cuando vemos que todas nuestras decisiones y certezas son posibles
únicamente por que hay muchas [otras] cosas que no nos tomamos el
trabajo de descartar.
Tanto el escepticismo epistemológico como el sentimiento del
absurdo pueden alcanzarse partiendo de dudas que es posible plantear
3 Estoy al tanto de que el escepticismo acerca del mundo exterior se considera ampliamente refutado, pero personalmente he estado convencido de su irrefutabilidad desde que me fueran expuestas las ideas de Thompson Clarke al respecto en Berkeley (en su gran mayoría inéditas).
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
11
desde el interior de los sistemas de evidencia y justificación que
aceptamos, y pueden expresarse sin violencia a nuestros conceptos
ordinarios. No sólo podemos preguntar por qué deberíamos creer que hay
un suelo bajo nuestros pies, sino también por qué deberíamos creer
incluso en la evidencia de nuestros sentidos –y en algún momento las
preguntas que podemos formular de este modo superarán a las respuestas
que podemos ofrecer. De manera similar, no sólo podemos preguntar por
qué deberíamos tomar una aspirina, sino también por qué deberíamos
preocuparnos por evitar el dolor. El hecho de que tomemos la aspirina sin
esperar por una respuesta a esta última pregunta no muestra que se trate
de una pregunta irreal. De la misma manera, seguiremos creyendo que
hay un suelo bajo nuestros pies sin esperar la respuesta a la pregunta
anterior. En ambos casos es esa misma injustificada confianza natural la
que genera la duda escéptica, por lo que no puede ser utilizada para
ponerle fin.
El escepticismo filosófico no hace que abandonemos nuestras
creencias cotidianas, pero les presta un sabor peculiar. Luego de reconocer
que su verdad es incompatible con posibilidades que no tenemos razones
[fundamentos, grounds] para descartar –salvo esas mismas creencias que
están siendo puestas en duda– volvemos a nuestras convicciones
habituales con cierta ironía y resignación. Incapaces de abandonar las
actitudes naturales de las que dependen esas creencias, las volvemos a
aceptar, como un cónyuge que se ha fugado con alguien más, y que decide
regresar; pero ahora las miramos con otros ojos (y esta nueva actitud no
es necesariamente inferior a la anterior, en ninguno de los dos casos).
La misma situación tiene lugar luego de que hayamos cuestionado
la seriedad con la que tomamos nuestras vidas y la vida humana en
general, y luego de que nos hayamos visto a nosotros mismos sin
presuposiciones. Volvemos a nuestras vidas, como debemos, pero nuestra
seriedad está teñida de ironía. Y no es que la ironía nos permita escapar
del absurdo. Es inútil repetir por lo bajo: “la vida no tiene sentido; la vida
no tiene sentido…” como acompañamiento de cada cosa que hacemos. Al
continuar viviendo, trabajando y esforzándonos seguimos tomándonos en
serio a nosotros mismos sin importar lo que digamos.
Lo que nos sostiene, tanto en la creencia como en la acción, no es la
razón o la justificación, sino algo más básico que cualquiera de ellas –pues
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
12
continuamos actuando de la misma manera incluso después de
convencernos de que se agotaron las razones4. Si intentáramos confiar
completamente en la razón, e insistiéramos en ello, nuestras vidas y
creencias colapsarían –una forma de locura que podría darse si esa
inercia de dar por sentado el mundo y la vida de algún modo llegara a
desaparecer. Si perdiéramos ese sustento, la razón sería incapaz de
devolvérnoslo.
VI.
Al vernos a nosotros mismos desde una perspectiva más amplia que
la que podemos de hecho ocupar, nos convertimos en espectadores de
nuestras propias vidas. Dado que no podemos hacer demasiado como
espectadores de nuestras propias vidas, seguimos llevándolas adelante, y
nos comprometemos con esas cosas que al mismo tiempo somos capaces
de ver como meras curiosidades, como rituales de una religión extraña.
Esto explica por qué el sentido del absurdo encuentra su expresión
natural en esos malos argumentos con los que comenzó la discusión. Las
referencias a nuestro pequeño tamaño o a la corta duración de nuestra
vida o al hecho de que eventualmente la humanidad entera desaparecerá
son metáforas de esa toma de distancia que nos permite considerarnos a
nosotros mismos desde afuera, y sentir que nuestra particular forma de
vida es curiosa y levemente sorprendente. Simulando esta visión
panorámica, ilustramos nuestra capacidad de observarnos a nosotros
mismos sin presuposiciones en tanto ocupantes del mundo altamente
específicos, arbitrarios, idiosincráticos, y como sólo una de las incontables
formas de vida posibles.
Antes de encarar la pregunta de si lo absurdo de nuestras vidas es
algo lamentable y de lo que deberíamos, de ser posible, escapar,
permítaseme considerar qué es lo que deberíamos resignar para evitarlo.
4 Como dice Hume en un famoso pasaje del Tratado: «Mas, afortunadamente, sucede que, ya que la razón es incapaz de disipar estas nubes, la naturaleza por sí misma se basta para este propósito y me cura de esta melancolía y delirio filosófico, ya relajando esta tendencia del espíritu o ya por alguna llamada o impresión vivaz de mis sentidos, que hace olvidar estas quimeras. Como, echo una partida de ajedrez, converso, me divierto con mis amigos, y cuando después de tres o cuatro horas de diversión vuelvo a estas especulaciones, me parecen tan frías, violentas y ridículas, que no me siento con ánimos de penetrar más adelante en ellas.» (Hume, Tratado de la Naturaleza Humana, Libro 1, Parte 4, Sección 7.)
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
13
¿Por qué no es absurda la vida de un ratón? La órbita de la Luna
tampoco es absurda, pues no involucra ningún esfuerzo ni ninguna
finalidad. Un ratón, sin embargo, debe esforzarse para mantenerse vivo.
Sin embargo, no es absurdo, porque carece de las capacidades de
autoconsciencia y auto-trascendencia que le permitirían darse cuenta de
que no es más que un ratón. Si tal cosa sucediera, su vida se haría absurda,
dado que la autoconsciencia no haría que dejara de ser un ratón, y no le
permitiría elevarse por encima de sus ratoniles ocupaciones. Armado de
su nueva autoconsciencia, debería sin embargo retornar a su frenética
vida de escasez lleno de dudas que sería incapaz de responder, pero
también lleno de proyectos que sería incapaz de abandonar.
Pero, dado que este trascendental tomar distancia es natural en los
humanos ¿podemos evitar el absurdo negándonos a tomar distancia y
manteniéndonos completamente dentro de los límites de nuestras
mundanas existencias? Bueno, no podríamos rehusarnos conscientemente,
pues para hacerlo deberíamos tener consciencia del punto de vista que
estamos tratando de rechazar. La única manera de evitar este tipo de
autoconsciencia sería nunca alcanzarla, o bien olvidarla –pero ninguna de
estas opciones depende de nuestra voluntad.
Por otro lado, es posible invertir esfuerzos en un intento de destruir
el otro componente del absurdo –en abandonar nuestra vida humana
terrena e individual en un intento de identificarnos tan completamente
como sea posible con ese punto de vista universal desde el cual la vida
humana resulta arbitraria y trivial. (Y tal parece ser el ideal de ciertas
religiones orientales.) Si uno tiene éxito, ya no tendrá que acarrear una
consciencia superior por esta ardua vida mundana, y podrá disminuir el
absurdo.
Sin embargo, dado que esta auto-negación es el resultado del
empeño, de la fuerza de voluntad, del ascetismo, etc., requiere que uno se
tome en serio en tanto individuo –que uno esté dispuesto a tomarse las
considerables molestias que le permitirían no ser tan limitado y absurdo.
De este modo, el mismo propósito de desapego espiritual [unworldliness]
podría verse frustrado por una persecución demasiado vigorosa del
mismo. Aun así, si alguien simplemente permitiera que su naturaleza
animal e individual vagara de un impulso a otro, sin hacer de la
satisfacción de sus necesidades una meta consciente, podría alcanzar una
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
14
vida menos absurda que la mayoría (a un alto costo disociativo, claro
está). Por supuesto que tampoco se trataría de una vida significativa, pero
evitaría involucrar a una consciencia trascendental con el compromiso de
la asidua persecución de fines mundanos. Y ésa es la principal condición
del absurdo –el que una consciencia trascendente se halle obligada a estar
al servicio de un proyecto tan inmanente y limitado como el de una vida
humana.
El escape final es el suicidio; pero antes de adoptar soluciones
apresuradas sería prudente considerar cuidadosamente si el absurdo de
nuestra existencia realmente constituye un problema para el debamos
encontrar una solución –una forma de encarar lo que parece ser un
desastre. Esa es ciertamente la actitud con la que Camus encara el tema, y
gana credibilidad por el hecho de que todos estamos ansiosos de escapar
de las situaciones absurdas en una escala más pequeña.
Camus –mediante fundamentos de valor dispar– rechaza el suicidio
y las otras soluciones a las que juzga escapistas. Lo que recomienda es la
actitud desafiante o el desprecio. Parece creer que podemos salvaguardar
nuestra dignidad agitando los puños ante este mundo sordo a las súplicas,
y continuar viviendo a pesar de él. Esto no quitaría lo absurdo de nuestras
vidas, pero sí les otorgaría cierta nobleza5.
Todo esto me parece romántico y levemente autocompasivo. Nuestro
absurdo no amerita tanta turbación ni tanto desdén. A riesgo de caer en
un romanticismo de otro tipo, me atrevería a sostener que nuestro
carácter absurdo [absurdity] es una de nuestras cosas más humanas: una
manifestación de nuestras más avanzadas e interesantes características. Al
igual que el escepticismo en epistemología, sólo es posible porque
poseemos cierta clase de intuición [insight] –la capacidad de
trascendernos a nosotros mismos por el pensamiento.
Si en cierto sentido el absurdo es una forma de reconocimiento de
nuestra verdadera situación (aunque la situación no es absurda sino hasta
que surge ese reconocimiento), ¿qué razones tenemos para amargarnos
por ello o para tratar de escapar de él? Como nuestra capacidad para el
5 «Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la magnitud de su miserable condición: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio.» Camus, El mito de Sísifo.
N a g e l , Th o m a s - E l a b s u r d o
15
escepticismo epistemológico, es un resultado de nuestra habilidad para
comprender nuestras limitaciones humanas. Tampoco debería evocar un
desafiante desdén que nos permita sentirnos valientes u orgullosos.
Incluso en privado, tales gestos dramáticos revelan la incapacidad de
apreciar la falta de importancia cósmica de la situación. Si sub specie aeternitatis no hay razón para creer que nada importa, ese hecho tampoco
importa, y podemos encarar nuestras absurdas vidas con ironía en lugar
de desesperación.
Princeton University
THOMAS NAGEL