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La juventud y su compromiso social.

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CONTEXTO Y CONDICIÓN DE JUVENTUD

Reflexiones para su comprensión

CUADERNO Nº 4

SERIE CUADERNOS DE ANIMACION SOCIOCULTURAL

Manuel López García

ALIANZA ESCUELA DE ANIMACIÓN JUVENIL

Universidad Pontificia Bolivariana, Corporación Región, Comfenalco, Asociación Cristiana de Jóvenes ACJ- YMCA,

Subsecretaría de Metrojuventud de la Secretaría de Cultura Ciudadana del Municipio de Medellín.

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Contexto y Condición de Juventud:Reflexiones para su comprensión

Alcalde de MedellínAlonso Salazar Jaramillo

Secretario de Cultura CiudadanaLuis Miguel Úsuga Samudio

Subsecretario de MetrojuventudYesid Henao Salazar

AutorManuel Eduardo López GarciaPsicólogo U de A. Magíster en Estudios Socio Espaciales INER - U de A.Coordinador Académico Escuela de Animación JuvenilDocente U de A.

Corrección de textoManuel López García

Diseño e impresiónFrancisco Vélez. Producción Gráfica

EditorialMónica Sepúlveda - Escuela de Animación Juvenilwww.animacionjuvenil.org – [email protected]

Medellín, octubre de 2010

ISBN: 978-958-44-7409-4

Todos los derechos reservados, se permite su reproducción citando la fuente

Esta publicación se realiza con fondos de la Alianza Escuela de Animación Juvenil entre la Corporación Región, La Asociación Cristiana de Jóvenes ACJ, La Universidad Pontificia Bolivariana, la Caja de compensación Comfenalco y

la Subsecretaría de Metrojuventud, de la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín

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TABLA DE CONTENIDO

PRESENTACIÓN DE LA SERIE .....................................................................7PRÓLOGO ...............................................................................................9INTRODUCCIÓN .....................................................................................11

CAPITULO 1: CONTEXTO ............................................................................131.1 ¿QUÉ ES CONTEXTO? ............................................................................141.2 DIMENSIONES COMPRENSIVAS DEL CONTEXTO ACTUAL ....................15 1.2.1 Espacial .......................................................................................15 1.2.2 Histórica ......................................................................................17 1.2.3 Económica ...................................................................................23 1.2.4 Política ........................................................................................25 1.2.5 Sociocultural ................................................................................271.3 TENSIONES DEL CONTEXTO ACTUAL ...................................................31 CAPITULO 2: CONDICIÓN DE JUVENTUD ..............................................372.1 ¿CÓMO SE HA CONCEPTUALIZADO LA JUVENTUD? ...........................38 2.1.1 Sobre la conceptualización ..........................................................38 2.1.2 Las disciplinas sociales y humanas y las ciencias

médicas y sus acercamientos al tema de juventud .......................39 2.1.3 Las disciplinas sociales y humanas: del esencialismo

a la diversidad conceptual. .........................................................53 2.1.4 La juventud entre la categoría y el concepto y entre la

construcción y la producción ......................................................56 2.1.5 ¿Cómo entendemos joven, juvenil, juvenilización,

juventud? Diferenciación conceptual ...........................................582.2 CÓMO SE PRODUCE Y DETERMINA LA CONDICIÓN JUVENTUD? ........69 2.2.1 ¿Qué entendemos por condición de juventud? .............................69 2.2.2 Variables configurativas de la condición de juventud ...................71 2.2.3 La autoproducción .......................................................................87

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2. 3 ¿CÓMO SE MIRA LA JUVENTUD? ...........................................................90 2.3.1 Referentes de lectura de la condición de juventud .......................90 2.3.2 Ocho miradas sobre la juventud ..................................................91 CAPITULO 3: PRÁCTICAS JUVENILES Y FENÓMENOS EMERGENTES COMO VÍAS DE TRANSFORMACIÓN SOCIAL ................1033.1 TRANSFORMACIONES DE LAS PRÁCTICAS EXPRESIONES

Y CONSUMOS CULTURALES.................................................................114 3.1.1 Hibridación ...............................................................................115 3.1.2 Extremismo y excesividad .........................................................117 3.1.3 Resignificación ...........................................................................118 3.1.4 Complejidad .............................................................................1183.2. TECNOLOGIZACIÓN Y VIRTUALIZACIÓN COMO

SOPORTE DE RELACIONAMIENTO Y CONFIGURACIÓN SUBJETIVA ...1203.3 AMPLIACIÓN DE LA PERCEPCIÓN Y LA FUNCIÓN CORPORAL ..........1243.4 TRANSFORMACIONES DE LA EXPERIENCIA SUBJETIVA -

MODOS DE PRODUCCIÓN DE SUBJETIVIDADES ..................................126 Glosario ...........................................................................................131Fuentes de referencia ..............................................................................133Quién es el autor ....................................................................................138

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SERIE CUADERNOS DE ANIMACION SOCIOCULTURAL

“Es el momento de poner en práctica propuestas pedagógicas que no enseñen a guardar silencio sobre lo que se piensa o se siente.

Es hora de hacer realidad las pautas que no enseñan a fingir,que piensan, participan o sienten.

Llego el tiempo de impulsar una práctica y una teoría pedagógica que forme en la convivencia desde el reconocimiento y la palabra”

Alfredo Ghiso

La Alianza Escuela de Animación Juvenil de Medellín, en su interés por aportar a los procesos de fortalecimiento de las acciones públicas y privadas con la población juvenil, que realizan instituciones y organizaciones, presenta la Serie Cuadernos de Animación Sociocultural, que propone un marco conceptual, metodológico y experiencial desde la Animación Sociocultural (ASC) como una práctica pertinente para la intervención con la juventud. Esta serie recoge en buena parte la experiencia formativa y los aprendizajes obtenidos por su equipo docente y operativo en sus primeros 10 años.

Esta Serie de cuadernos en cada uno de sus números se acerca de manera crítica, reflexiva y propositiva a temas como la praxis de la Animación Sociocultural con jóvenes, teoría y referentes de la ASC, herramientas de trabajo con jóvenes, Contexto y Condición de juventud, Políticas Públicas de Juventud y enfoques de intervención con jóvenes.

De acuerdo al espíritu de la Animación Sociocultural, estos cuadernos no pretenden convertirse en fórmulas o guías establecidas para la intervención e interacción con jóvenes, sino servir como referentes temáticos y metodológicos que deben ser constantemente reflexionados y contextualizados, acorde a las dinámicas, intereses y realidades contemporáneas así que, más que puntos de llegada son puntos de partida para la acción.

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“Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer”.

(Rubén Darío. Poeta nicaragüense)

Escribir sobre la juventud y las y los jóvenes, nos toca. Sí, nos toca hacerlo y nos toca al hacerlo. No podemos perder de vista que a muchos, ese ideario se nos ha escapado como lo hacen las burbujas de jabón, se nos aparecen frente al rostro maravillado con el que las contemplamos y luego, sin darnos apenas cuenta, se desvanecen cual esperanza ilusoria. Los que somos adultos, vemos la juventud con retrovisor. Pero también, los más atrevidos la vemos cara a cara. Por eso nos toca, la sentimos respirando en el cuello, estorbando en nuestro zapato, hurgando nuestros pantalones, mancillando nuestras credulidades. Nos toca por doquier, sin remedio: habita con nosotros y a nuestro pesar, pues ella, la juventud, metáfora de lo indecible, nos gobierna el alma y nos cuestiona la existencia.

Por ello, escribir acerca de la juventud, tiene por complemento la lectura, allí se constituye su significado. Empero, tiene por condición las experiencias. Unas, las de la calle, dónde se produce cualquier referente empírico de juventud. Otras, las del estudio y la discusión (que también puede hacerse, y ojala, en la calle). La reflexión, la lectura cuidadosa, el debate abierto, la participación en escenarios de construcción y deconstrucción de ideas, las andanzas con las y los jóvenes y con los no jóvenes, el trabajo educativo de y con jóvenes y la búsqueda de respuestas inacabadas pero entusiastas; todo ello foguea al que escribe sobre la juventud. Simultáneamente, sentir a las y los jóvenes como una causa, asumir que la “realidad juvenil” merece comprensión y crítica, no escapa a las pasiones. Esta es una virtud del autor.

Por eso Manuel, y con él la Escuela de animación Juvenil, es una voz indicada para dar cuenta de la necesidad de fundamentar que la juventud es una condición, y eso es lo que trata de hacer en el presente texto, no sin algunas tendencias discutibles. Una de ellas llama la atención: el exceso. Pero, ¿por qué cuestionar el exceso, si ello es la materia prima de la pasión juvenil? No por excesivo, el texto pierde candor. Por ello, estimado lector-a, le invito a que se adentre con juicio y pasión, en los laberintos conceptuales acá expresados, dotado en la medida de lo posible de una actitud deliberativa, inquieta. El texto no es para ser consumido, es para ser degustado, con ardor, ardor juvenil, para que él mismo diga más de lo que dice, pues lo que hay que decir, sobre las y los jóvenes, sólo lo logra su estudio respetuoso y crítico. ¡Adelante!

Carlos Darío Patiño GaviriaSociólogo y magíster en Educación. Docente – investigador de la Universidad San Buenaventura. Coordinador de la línea de investigación en psicología social USB.

PRÓ-LOGO Y PRO-SIENTO

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INTRODUCCIÓN

“No sin desconfianza acepta uno escribir otro articulo más sobre la juventud. La literatura sobre la “inquietud” contemporánea aumenta cada semana, cada día, cada hora. Gran parte de ella refleja una profunda inquietud en los adultos, un estado traumatizado, de hecho, que busca la

catarsis en apresurados intentos de asegurar el control intelectual sobre un sorprendente curso de acontecimientos. Las conclusiones alcanzadas, por lo tanto, tienden a volverse anticuadas durante

el periodo mismo de publicación”. Erik Erikson, Sociedad y Adolescencia, 1972

Escribir un texto que presente elementos de comprensión del contexto y de la condición de juventud supone un punto de partida fundamental: es difícil pensar la juventud sin analizar las dinámicas sociales de las que hace parte, premisa que aplica tanto para la lectura de los antecedentes históricos como para los fenómenos contemporáneos de este grupo social. Igualmente, resulta casi imposible entender nuestra realidad actual sin pasar por el tema de la juventud, o mejor, una revisión de las dinámicas juveniles sería una lectura de nuestra actualidad.

Este texto hace una síntesis de las diferentes dimensiones y concepciones actuales sobre juventud, con el ánimo de plantear líneas desde las cuales se pueda construir o actualizar la mirada frente a este grupo social e identificar cuál es el estado de la juventud en Latinoamérica y desde allí pensar, como se propone en los anteriores cuadernos de esta serie, en relación con la Animación Sociocultural u otros marcos de intervención, las maneras más apropiadas de interactuar con ellos y ellas y garantizar sus derechos y su vida. Este texto gira en torno a algunas ideas básicas, que se proponen como supuestos para la reflexión en torno a la condición de juventud; entre ellas destacamos:

Es necesario inicialmente tener claridad sobre el contexto contemporáneo, sus antecedentes, características y tendencias.

Los términos juventud, jóvenes y juvenil, así como juvenilización no son iguales. Cada uno hace referencia a un aspecto diferente de la condición de juventud.

La condición de juventud se entiende como un referente de análisis que permite reconocer y analizar los modos de producción social de una población juvenil particular.

La juventud comporta un capital simbólico y cultural que refleja, amplifica, metaforiza y resignifica las tendencias del mundo actual a la vez que se convierte en la creadora y portadora de nuevas subjetividades.

El mundo adulto ha generado estrategias de relacionamiento, control y regulación del mundo juvenil. Desde el adultocentrismo, la reglamentación de la participación y la expresión social, hasta el panoptismo de lo juvenil y la juvenilización.

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A partir de estas ideas, en el primer capítulo, desarrollaremos las dimensiones comprensivas del contexto, que aunque parezca alejado de “lo juvenil” se constituye en el principal referente de análisis de la condición de juventud. En un segundo capítulo, nos adentraremos en las discusiones sobre la conceptualización, la determinación y el análisis de la condición de juventud, intentando llegar a una síntesis y una propuesta de unos marcos para su lectura. Finalmente, propondremos unos fenómenos emergentes en la condición juvenil y unas líneas de reflexión en torno a esta población.

Sea esta la oportunidad para agradecer a todos mis amigos y amigas de la Alianza EAJ y de la vida, quienes con paciencia soportaron mis monólogos durante la elaboración de este texto y amorosamente aportaron su saber, en especial a Mónica Sepúlveda y su tesón para impulsar este sueño y a Julieth Alejandra Londoño, por su complicidad y reflexividad crítica. A la juventud latinoamericana.

Manuel E. López Garcia. Medellín, Febrero a Octubre de 2010

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CAPITULO 1 CONTEXTO

La máquina acosa a los jóvenes: los encierra, los tortura, los mata. Ellos son la prueba viva de su impotencia. Los echa: los vende, carne humana, brazos baratos, al extranjero.

La máquina, estéril, odia todo lo que crece y se mueve. Sólo es capaz de multiplicar las cárceles y los cementerios. No puede producir otra cosa que presos y cadáveres, espías y policías, mendigos y

desterrados.Ser joven es un delito. La realidad lo comete todos los días, a la hora del alba; y también la historia

que cada mañana nace de nuevo. Por eso la realidad y la historia están prohibidas.Eduardo Galeano. Días y noches de amor y de guerra.

No disparen. Donaldo Zuluaga V. El Colombiano. 20 de mayo de 2002.

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1.1 ¿QUÉ ES CONTEXTO?1

Creer que los fenómenos sociales son espontáneamente producidos o no tienen relación con las condiciones de la época o el lugar donde ocurren es una idea equívoca. Las reflexiones disciplinares y la experiencia investigativa han demostrado que son precisamente estas condiciones y posibilidades las que determinan o influencian el surgimiento de maneras de comportamiento social, de movilizaciones masivas o de cambios en las formas como un conglomerado se mueve en el mundo y produce su entorno.

Estas condiciones y posibilidades son las que acá llamamos contexto, aludiendo al tejido, al entramado de características tanto positivas como negativas, potenciales o dificultosas de un lugar en un momento determinado de la historia. Estas condiciones pueden generarse y a la vez, leerse desde diferentes dimensiones, que a la postre se han convertido en líneas de desarrollo del conocimiento sobre lo social. Estas son la espacial, histórica, sociocultural, económica y política. Igualmente es importante para la determinación de un contexto, la comprensión y lectura de las características geofísicas de la región o lugar en el que vive la población que se quiere reconocer.

Un contexto por tanto, puede tener también una dimensión escalar, puede ser macro, meso y micro, escalas que no necesariamente se relacionan con tamaños geográficos a nivel mundial, regional o local, sino también con el alcance interpretativo que se pretende; en últimas, la lectura de un contexto debe dimensionarse, tanto espacial como temporalmente en una relación dialéctica de sus contenidos, ya que los fenómenos sociales, económicos y políticos son una consecuencia de esta relación, que se mueve tanto en el espacio como en el tiempo, es decir, posee escalas o dimensiones, es histórica y además puede ir de lo individual a lo colectivo, de lo local a lo mundial, de lo macro a lo micro.

Esta comprensión teórica desarrollada por M. Santos (Santos, 2000), implica una consideración que es a la vez un signo particular del contexto mundial actual y es, la tendencia, cada vez mayor, de interrelación e influjo de las características de una escala en otra, o sea, la posibilidad de que aspectos macrocontextuales influencien o determinen aspectos micro y viceversa; esto, en última instancia, es lo que se ha dado en llamar globalización. Contextualizar es entonces establecer relaciones entre lo histórico, lo espacial, lo político, lo cultural, etc., para comprender qué influencia o determina el surgimiento de un fenómeno social específico o qué hace posible su aparición con unas características particulares.

1 Algunas de las reflexiones de este apartado fueron inicialmente planteadas en: López, M. & Sepúl-veda, M. (2010) Mil espadas, mil espacios: Prácticas espaciales juveniles emergentes en Medellín: afianzamientos y rupturas en la sociedad contemporánea, INER, U de A, Medellín.

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1.2 DIMENSIONES COMPRENSIVAS DEL CONTEXTO ACTUAL

1.2.1 Espacial

A lo largo de la historia del pensamiento moderno, y en particular de las ciencias sociales, el componente temporal ha ocupado un lugar de preeminencia como variable para la lectura, comprensión y organización de los fenómenos; la “Historia”, el historicismo, la historiografía y en general la pregunta por el cuando se convirtieron en el eje explicativo de las teorías sociales, relegando a un segundo plano la reflexión por el dónde, por el espacio y todas sus acepciones materiales e inmateriales (lugar, territorio, nación, por ejemplo). De esta manera, el pensamiento de la modernidad convirtió al espacio en un subordinado del tiempo, y a este en el “núcleo de la historia, estructurante de la memoria y el ritmo social” (Piazzini, 2006: 55), lo que permitió incluso que el control político del espacio se hiciera posible mediante el ordenamiento del tiempo. Esta comprensión política y teórica del mundo, fue uno de los fundamentos ontológicos del pensamiento moderno que desde entonces, y hoy por hoy, hace que percibamos aquellos lugares o dinámicas sociales alejadas de los centros de mayor despliegue tecnológico, urbanístico o civilizatorio, no como otra cultura u otro lugar, sino como “atrasados” en el tiempo, premisa teleológica que posibilitó las acciones de colonialidad Europea sobre nuestro territorio y desde la cual se generaron los ordenamientos sociales que hoy conocemos.

Sin embargo, con los avances en la física einsteniana, que han demostrado la estrecha relación entre estas dos dimensiones, su inseparabilidad, y con el cambio propuesto en el paradigma social por las teorías críticas que cuestionan los fundamentos dualistas científicos de la modernidad, han surgido, aunque aún como edificios conceptuales separados y con débil articulación, reflexiones en torno al fundamento espacio-temporal de los fenómenos.

Estas revisiones de la teoría social han permitido una mayor visibilidad de lo espacial, entendido no como un contenedor material sino como la dinámica en la que se produce lo social y como producto de lo social mismo, que implica tanto elementos de tiempo como de lugar. A partir de estas comprensiones es posible pensar no sólo un tiempo sino un espacio social, el cual es susceptible de analizar a partir de las variables históricas, culturales, materiales y físicas en las que se produce. Así, elementos que antes eran despreciados por la comprensión temporal como la identidad, la cultura, las delimitaciones territoriales y los marcajes discursivos y emocionales de un lugar, son entendidos hoy como necesarios para la contextualización de un fenómeno.

Desde este marco de análisis, podemos identificar características de la espacialidad social contemporánea o, si se quiere, algunos fenómenos actuales del espacio social. Uno de ellos es, de suyo, la mayor visibilización del espacio tanto en su índole material como inmaterial. Desde los avances tecnocientíficos que posibilitan la medición, reconocimiento y delimitación total del globo terrestre (Google Hearth,

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gps, etc) hasta las demandas sociales por espacios de representación y expresión social, la noción de espacio adquiere mayor vigencia e importancia; el espacio público es un buen ejemplo, ya que en este se combina lo material e inmaterial, pues hace referencia tanto a algunos lugares del espacio urbano como al discurso sociopolítico de deberes y derechos que lo alienta.

Otra característica es la intensificación y compresión del espacio, que consiste en que cada vez hay mayor concentración de los usos, verticalización arquitectónica y estructural y superposición de dinámicas en un espacio físico determinado. Las ciudades generan dinámicas de centralización de los servicios y de agregación y organización social.

Como consecuencia de esta característica, una reacción espontánea es que se hace necesario buscar nuevos espacios, físicos y sociales generando procesos de expansión espacial; surgen nuevos centros urbanos al interior de las ciudades o en las afueras, ciudades o espacios urbanos intermedios son equipados o rediseñados. Se crean incluso, ciudades nuevas con una vocación específica, turística, de servicios, de producción o se generan espacios de encuentro, intercambio, organización y participación social alternativa, diferentes a los tradicionales. Cabe anotar que estos procesos de expansión, que se encuentran en la base de la globalización, no son homogéneos ni horizontales, intereses de índole político y económico movilizan la instalación o no de equipamientos y la visibilización o no de espacios sociales. Como resultado, aún al interior de una ciudad, pueden darse sectores con mayor nivel de desarrollo y otros en casi completo abandono. Al no existir ya una sola comprensión del espacio, este es diversificado tanto en su aspecto físico como en el social e incluso temporal; diferentes espacios coexisten en un mismo lugar, los espacios generan temporalidades de acuerdo con las dinámicas sociales, los usos se multiplican y se superponen (Foucault, 1997). La virtualidad aparece como un espacio nuevo que rompe con las temporalidades y las espacialidades fijas, espacio de espacios omnipresentes (siempre y cuando se tenga acceso a este). Vale decir, que esta percepción de la diversidad espacial esta muy ligada a la experiencia vital de los sujetos, aspecto en el cual los y las jóvenes destacan, pues son en particular, generadores de espacios y tendientes a hacer usos diferenciados de espacios predeterminados, como por ejemplo el espacio educativo. Es por ello que la juventud se ve a menudo enfrentada al mundo adulto institucional, pues su percepción del espacio es múltiple y alternativa; los estadios de fútbol son escenarios de reivindicación identitaria, el tiempo para la producción no precede al de la fiesta y la virtualidad genera otros canales y formas de encuentro.

Finalmente, en tanto se genera una mayor visibilización del espacio físico y social, la concentración y densificación poblacional de las ciudades aumenta la demanda y uso del espacio físico disponible, los intereses estatales o privados propenden por el control de los mismos y los espacios sociales de representación se organizan, surgen luchas por el espacio, visibles a partir de las tensiones sociales y la manifestación violenta de los conflictos, pero también en la creatividad cotidiana de los sujetos y de los colectivos para garantizar su espacio. Desde la delincuencia juvenil, los paros y marchas en contra de medidas estatales, los grupos en facebook a favor o

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en contra de casi todo, así como los procesos alternativos de organización social de índole político o cultural, hasta la manera como cada individuo hace uso de su celular o enfrenta los conflictos cotidianos de la vida diaria, son un ejemplo de ello.

Todo lo anterior nos permite entender el espacio como una producción social en la que intervienen no sólo las grandes instituciones y los poderes estatales y del mercado, sino también las prácticas socioculturales de los individuos y los colectivos sociales, y que comporta lo físico-material, lo temporal-histórico, lo social-cultural, lo político y lo económico, dimensiones de las cuales, sin embargo, se puede hacer lecturas específicas.

1.2.2 Histórica

La comprensión de la dimensión histórica del contexto no debe limitarse, por un lado, a la referenciación cronológica de acontecimientos, ni al establecimiento de hitos que marcan el acontecer social, lo cual sería historicismo, y por otro, a la comprensión de lo acontecido como un fenómeno dado que es posible de narrar y entender a partir de los discursos oficiales que determinan la manera en que esta ocurrió, lo cual sería “La Historia”. Más bien, la historia debe ser pensada como la reflexión (apoyada en acontecimientos históricos y en los discursos oficiales, entre otros) sobre la manera y el por qué se han generado transformaciones sociales y qué denominaciones han recibido estas épocas, así como las percepciones y efectos de estas transformaciones. Dos nociones son importantes para esta reflexión: modernidad y contemporaneidad.

La modernidad es una noción que hace referencia inicialmente a una etapa determinada de la historia y que en su espectro más amplio podría rastrearse a partir del siglo XV hasta nuestros días. Sin embargo, para algunos autores como Habermas (Habermas, 2002), la modernidad es ante todo una percepción estética un modo de habitar, pensar y comprender el mundo y reconocen un proceso de configuración de diferentes momentos y sentidos del término.

Esta medición de tiempo es producto de la reflexión del ser humano sobre su entorno y sobre sí mismo, en particular impulsada desde Europa como principal centro civilizatorio y hegemónico. Es así como una serie de pensamientos, descubrimientos, posturas y configuraciones sociales, políticas, culturales y de conocimiento, son leídos a posteriori como un giro, un avance, un cambio, -a menudo un logro- en el proceso de comprensión y denominación del ser humano y del supuesto distanciamiento de este con la naturaleza y con Dios.

La modernidad como proyecto social tiene sus primeros antecedentes entre 1400-1650, en el denominado Renacimiento, cuando ideas de autonomía y búsqueda del conocimiento surgen en la Florencia italiana; es la época cuando Galileo Galilei demuestra que la tierra no es el centro del universo, haciendo tambalear el dogma religioso. Igualmente, ideas de respeto y recuperación de lo antiguo Romano y Griego, así como la contemplación de la naturaleza se pusieron en boga. Luego en Inglaterra y en la misma Francia entre los años 1650 y 1800, a partir de las

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numerosas y atroces guerras de religión que se presentaron en Europa, una serie de ideas de tolerancia ante la diversidad de la fe, y otras en las que la razón aparecía como el elemento que une a la especie humana empezaron a surgir de la mano de Condorcet y otros filósofos, que afirmaban que la razón es la única forma de llegar a la objetividad, que nada es creíble si no es comprobado por medio de la racionalidad, y el saber humano de las artes y las ciencias haría libres y felices a los hombres.

El proyecto de la modernidad es entonces el de la racionalidad que permite establecer un equilibrio en la distribución de los poderes laicos y eclesiásticos, entre el lugar de la razón y el de las emociones, entre lo divino y lo terreno. Otra serie de ideas en torno a la libertad, la justicia, la condición humana y en general, de todos los aspectos de la civilización se derivaron de estas, lo que permitió además, que los conocimientos y la capacidad técnica aumentaran. Se consolidan entonces una serie de premisas que han posibilitado y sostenido el orden occidental hasta nuestros días: el predominio de la razón, la autonomía del sujeto, la ciencia al servicio del hombre, la generación de Estados ligados a una identidad nacional, el dualismo en el pensamiento, la disciplina en el comportamiento social, el libre mercado y la posibilidad de generar en el futuro una sociedad de bienestar soportada en estas ideas, que entran en crisis en el siglo XX.

Lo anterior implica comprender la modernidad, ya lo hemos dicho, más que como una serie de acontecimientos y dinámicas históricas y sociales, como una manera, un modo de pensar, entender y producir el mundo. La modernidad en tanto concepto es entonces construida a posteriori, surgió a partir del siglo XIX.

La diversidad de enfoques acerca del desarrollo de esta época y de sus componentes (estético, cultural, político, filosófico, epistemológico), han permitido la proliferación de definiciones que ponen que hacen énfasis en sólo algunos de ellos. Habermas plantea que el rasgo común de la modernidad es una conciencia transformada del tiempo, que se expresa por la vanguardia, pero que en realidad es una exaltación del presente: “La modernidad estética se caracteriza por actitudes que encuentran un rasgo común en una conciencia transformada de tiempo. (…) Pero este avanzar a tientas, esta anticipación de un futuro indefinido y el culto de lo nuevo significan de hecho la exaltación del presente” (Habermas, 2002: 19).

Para Foucault, a partir de Kant, la modernidad se correspondería más que con una época, con una actitud, un giro en la manera como el ser humano y la sociedad comprenden el mundo y los parámetros que utilizan para ello, donde lo actual cobra mayor importancia que lo tradicional o anterior. Sin embargo, a partir de sus búsquedas de la comprensión de las relaciones de poder y saber, el autor propone reconocer en la modernidad, la época en la que se instauran formas de poder y se operacionalizan los dispositivos que el autor nombra como biopolíticos (las formas de gobierno, las relaciones estratégicas y los estados de dominación y las prácticas de estructuración y control social), que se expresan en la población y en la corporeidad humana (Foucault, 1999).

A su vez, Arjun Appadurai habla de la “modernidad desbordada”, y propone una reflexión en torno a cómo ésta es reformulada por efectos de la globalización y que

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más “que un proyecto incompleto, como sostiene Habermas, la modernidad es vista como entrando en una nueva etapa donde grandes flujos reestructuran la vida de las sociedades en el conjunto del planeta, en particular el flujo migratorio y el de la información. Pero donde, además, el trabajo de la imaginación se ha vuelto central” (Appadurai, 2001:11).

Entonces, hablar de modernidad implica problematizar sus referentes teóricos y epistemológicos, sus premisas ideológicas. La modernidad no es entonces sólo una época, que para algunos ya ha terminado y para otros se ha transformado, sino que es una actitud y una percepción del mundo aún vigente en gran medida, que rechaza o resignifica aquello que no está de acuerdo con sus parámetros y en la cual se genera una ordenación del mundo. Incluye también modernismo y modernización y por supuesto, colonización, ya que estas ideas fueron posteriormente impuestas a través de los procesos de descubrimiento y conquista, no sólo en América, sino en otras regiones del planeta.

Igualmente, la Contemporaneidad puede ser entendida como una época que hace parte de la alta modernidad y que inicia para algunos autores en los tiempos posteriores a la revolución francesa, y para otros, en los tiempos de posguerra de la segunda guerra mundial. Mejor, la contemporaneidad debe ser la reflexión sobre los acontecimientos actuales y su efecto sobre lo social, en relación con los antecedentes históricos.

Más allá de la determinación del nombre adecuado para la situación actual: modernidad, antimodernidad, (Habermas, 2002), postmodernidad (Lyotard, 1987), desmodernidad (Touraine, 1997), sobremodernidad (Augè,1999), modernidad desbordada (Apaddurai, 2001), modernidad reflexiva (Lash,1994), segunda modernidad (Beck, 2002), todos ellos producidos en el marco del pensamiento intelectual Europeo o Norteamericano, parece más pertinente la comprensión del tiempo-espacio que se está viviendo y la identificación de los factores de transformación que están configurando la concepción del mundo y de sí misma que tiene Latinoamérica, a partir de los autores que han rastreado su modernidad contextualizándola y espacializándola2 en los estudios culturales y poscoloniales: Néstor García Canclini, Jesús Martín Barbero, Renato Ortiz, Walter Mignolo, Santiago Castro, Arturo Escobar, Denise Najmanovich, entre otros, pensadores y pensadoras todos latinoamericanos, los cuales se proponen como referentes conceptuales y contextuales para entender la contemporaneidad:

La civilización que creyó en las certezas definitivas, en el conocimiento absoluto y el progreso permanente esta derrumbándose y están abriéndose paso a nuevas formas de pensar, sentir, actuar y vivir en el mundo. La transformación de nuestra mirada, que estamos viviendo, implica pasar de la búsqueda de certezas a la aceptación de la incertidumbre, del destino fijado a la responsabilidad de la elección, de las leyes de la

2 Estas teorías surgidas en el contexto intelectual y político latinoamericano se pueden articular a las teorías más recientes sobre el espacio, donde, más allá de la hegemonía del tiempo, de lo histórico, se contempla lo social como una producción en el espacio, lo cual incluye por supuesto el tiempo, pero también lo material

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historia a la función historizante, de una única perspectiva privilegiada al sesgo de la mirada (Najmanovich, 2001: 5).

Estos autores concuerdan con las nociones generales en torno al marco histórico de la modernidad, los fundamentos de su proyecto y finalmente, la crisis a la que se enfrenta desde mediados del siglo XX, planteamiento que les permite ir en pos de claridades en torno a las formas en que no sólo este proyecto intentó instaurarse en Latinoamérica, sino sobre las maneras en que Latinoamérica vive la crisis del mismo, su forma particular de adscribirse o resistirse, no sin plantear escenarios posibles a futuro, en los cuales se inscribe la globalización como consecuencia de la modernidad. Así pues, pensar la modernidad contemporánea en América Latina implica reconocer que el proyecto ilustrado homogéneo, anclado en la razón y en la existencia de un Estado-Nación que garantizara su sustento, no logra configurarse, dadas las dificultades y diferencias no solo culturales, sino espaciales, sociales y políticas que se dan en ella.

Para García Canclini, es posible rastrear cuatro nociones básicas para la comprensión de la modernidad en la relación entre Latinoamérica y el resto del mundo a partir del marco de los estudios culturales. La primera noción hace referencia a que la modernidad Latinoamericana es diferente de la Europea y Norteamericana y debe leerse con parámetros particulares ya que la forma en que estos se han presentado en la región difiere de las anteriores en los tiempos de establecimiento de estas dinámicas, en la manera en que se articularon las formas sociales locales con las emergentes y en las rupturas que se han generado; es decir, la modernidad surge y se construye en Europa, mientras que en Latinoamérica es un proyecto impuesto. Esta percepción tiene como consecuencia los denominados “procesos de hibridación cultural”:

La hibridación es un proceso que implica una mezcla constante no solo en el ámbito racial sino en el mundo más amplio de la cultura. Así mismo, la hibridación es no solo un desafío para el conocimiento (la multidisciplinariedad) sino también una constatación de las incertidumbres actuales como impacto de la crisis de la modernidad (García Canclini, 2003: 25).

Teniendo en cuenta esta idea de hibridación, la modernidad en Latinoamérica debe ser revisada como hibridación cultural y temporal que implican confrontaciones internas y externas, rupturas y afianzamientos con formas locales y foráneas y también coexistencias. Ante los procesos de los proyectos de modernización cultural, clásica o ilustrada, García Canclini considera que Latinoamérica vive una modernidad “americanizada” foránea, mezclada, hibridada con los procesos históricos de producción sociocultural locales.

En segundo lugar, como la modernidad o lo que de ella se haya configurado en Latinoamérica, sus preceptos, narrativas e ideario original, han entrado en crisis, una modernidad incompleta coexiste con una postmodernidad “de manera que la coexistencia conflictiva entre modernización y modernismo y ciertas formas de postmodernidad es lo que actualmente caracteriza nuestras encrucijadas” (García Canclini, 2003: 27).

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En tercer lugar, la modernidad en Latinoamérica involucra un paso de la dependencia política a la desterritorialización de la noción de lo Latinoamericano que implica además la construcción de representaciones foráneas de Latinoamérica, ya que: “En la actualidad varios procesos hacen trascender el sentido de lo latinoamericano a otros circuitos y escenarios: se es latinoamericano dentro de los países de América Latina, pero también en relación con comunidades y circuitos comunicacionales que desbordan el territorio” (García Canclini, 2003: 26). En cuarto lugar, la modernidad en Latinoamérica representa un proceso de paso por los avances de la industrialización, el acceso a nuevos recursos de confort y la transformación del campo a la ciudad, acompañado de una progresiva transformación de las fuentes locales de producción identitaria “fijados en repertorios de bienes exclusivos de una comunidad étnica o nacional” hacia una “explosión globalizada de las identidades y de los bienes de consumo que las diferenciaban” (García Canclini, 1995: 15).

Para el autor, la condición Latinoamericana no puede resolverse entonces en los marcos explicativos espaciotemporales propuestos por otros autores, aunque concuerda con ellos en la existencia de una crisis del llamado proyecto moderno y en la existencia de un giro en las estructuras sociales que en el caso latinoamericano se traduce en formas culturales, sociales, económicas y políticas, que comportan elementos antiguos y nuevos, foráneos y locales, pero ambos con la posibilidad de ser resignificados en un nuevo orden sociocultural que tiene implicaciones directas en la condición de ser sujeto latinoamericano.

Emergen en Latinoamérica unos referentes nuevos articulados a estas críticas al modelo de modernidad eurocéntrico, blanco, monolítico, “monocultural” y “universal”, “que posicionan el conocimiento científico occidental como central, negando así o relegando al estatus de no conocimiento, a los saberes derivados de lugar y producidos a partir de racionalidades sociales y culturales distintas” (Walsh, 2007:103). A estos referentes se les ha llamado decolonialidad. Esta decolonialidad problematiza las posturas de la colonialidad que ubicó a Latinoamérica como continente subalterno, como un lugar a desarrollar, que incivilizado había que llevar a la modernidad.

Además, propone la autora que en esa perspectiva se pueden distinguir cuatro esferas o dimensiones de operación que, a partir de su articulación, contribuyen a mantener la diferencia colonial y la subalternización en America Latina. La primera de ellas es la colonialidad del poder, “entendida como los patrones del poder moderno que vinculan la raza, el control del trabajo, el Estado y la producción de conocimiento” (Walsh, 2007:104). En torno a esa mirada se propuso en América Latina la diferenciación social (el blanco como referente, el indio y el negro como incivilizado). La segunda es la de la colonialidad del saber, “que no sólo estableció el eurocentrismo como perspectiva única de conocimiento, sino que al mismo tiempo, descartó por completo la producción intelectual indígena y afro como “conocimiento” y, consecuentemente, su capacidad intelectual” (Ibíd.:104); y por ende el saber y conocimiento de los pueblos colonizados latinoamericanos. La tercera dimensión, la colonialidad del ser, “que ocurre cuando algunos seres se imponen sobre otros, ejerciendo así un control y persecución de diferentes subjetividades como una dimensión más de los patrones de racialización, colonialismo y dominación”

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(Ibíd.:105), referente que justificó por siglos la violencia colonizadora en nuestro continente. La cuarta dimensión de la colonialidad es la definida como colonialidad de la naturaleza, en la cual se propuso una “división binaria cartesiana entre naturaleza y sociedad, una división que descarta por completo la relación milenaria entre seres, plantas y animales como también entre ellos, los mundos espirituales y los ancestros (como seres también vivos)” (Ibíd.:105), precepto que justificó la depredación por siglos de nuestros recursos naturales y la instauración de modelos desarrollistas, modernizantes e incluso asociados a procesos de violencia y guerra.

Entonces, comprender la modernidad contemporánea en América Latina implica pensar la relación constante entre adscripción y resistencia, entre la innovación y la continuidad, la homogenización y la heterogeneidad y la secuencialidad y las rupturas. Ello quiere decir, el acercamiento a los diversas formas de vivir, asimilar y recrear de sus habitantes que responden de diversas maneras a los requerimientos de los proyectos biopolíticos de la modernidad europeizante o norteamericanizante, donde lo tradicional indígena y lo afro descendiente no es el punto de partida de los procesos de modernidad y civilización de nuestros países, sino que estas tradiciones coexisten en las dinámicas urbanas y en las hibridaciones socioculturales de nuestros pueblos.

Con relación a la juventud, podemos decir que la modernidad no sólo la produce, como consecuencia de las transformaciones sociales del siglo XIX, sino que potencia la configuración de una condición juvenil, desde el hombre joven (o aún, niño) campesino que se forma en las tareas del campo, la mujer joven (o aún, niña) que acompaña las tareas del hogar y se adiestra para poder conducir el propio y procrear; luego, el joven obrero no diferenciado por su edad sino por su capacidad de trabajo, el estudiante (hombre, y luego tardíamente, mujer) que inicia la visibilización social de la condición juvenil al introducir en el paisaje social moderno un imaginario, un cuerpo diferenciado en su vestir, un comportamiento y una función, pasando por el soldado, figura importante en las confrontaciones armadas de la última fase de la modernidad, hasta el que podríamos denominar “joven moderno” de los años 50’s y 60’s que empieza a desligarse de los marcajes de las instituciones de regulación y a producir su propia experiencia vital y su configuración e imaginario social.

Como se ha dicho, la juventud de la modernidad más reciente, actúa en contraposición o actitud crítica hacia el proyecto moderno (expresado en el mundo adulto e institucional), lo cual le granjea una connotación de rebelde, desorientado e inmaduro, a lo cual las disciplinas del saber humano reaccionan produciendo un conocimiento moderno, compartimentado y aparentemente ordenado sobre estos sujetos, agregando a los nombramientos ya mencionados otros como el de púberes, adolescentes, menores de edad; ordenamiento que sirve tanto para conocerlo, como para regularlo y vigilarlo.

Sin embargo, no todo el surgimiento de esta categoría social y de su condición es una consecuencia premeditada del proyecto moderno, de hecho, desde otro ángulo puede leerse como una de las sucesivas transformaciones que a la postre pondrían en crisis la modernidad. No en vano, fue la población juvenil no sólo signo y síntoma de los cambios, sino una de las principales protagonistas de éstos durante el siglo XX.

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Para García Canclini, en la actualidad la juventud aparece en medio de los procesos de la globalización moderna latinoamericana y relacionada con las formas de producción cultural, como una vía de generación de formas identitarias y de subjetividades, que no necesariamente se adscriben a las lógicas establecidas del consumo y desarrollan maneras recreadas de expresión social, cultural y política, que buscan ya sea reivindicar los discursos tradicionales o bien producir nuevas maneras de ser y estar, nutridas de elementos foráneos y propios que se mueven entre la igualdad y la diferencia, la primera en el acceso a la globalización y la segunda en la expresión social y cultural:

Los jóvenes actuales adhieren más a causas que a organizaciones. Este tipo de instantaneismo o espontaneismo de las luchas políticas tiene que ver, como sabemos, con muchos factores. Algunos provienen de la desintegración y la deslegitimación de las formas clásicas de representación política y otros del modo en que hoy se hace cultura o nos conectamos con el pasado, el presente y el futuro (García Canclini, 2003: 32).

En suma, en las formas de expresión y producción cultural juvenil se pueden rastrear las transformaciones, impactos y procesos de la modernidad/colonialidad en América Latina, así como de las transformaciones socio culturales y espaciales producidas en ella, ya que en sus modos de ser y estar aparecen mezclas entre lo ancestral y lo moderno, entre lo local y lo global, donde coexisten historias, memorias y espacios que se funden en procesos profundos de socialización y producción de subjetividad individual y colectiva.

1.2.3 Económica

Para la comprensión de la dimensión económica es necesario, antes de adentrarse en discusiones sobre la economía como tal, identificar y reflexionar algunos conceptos y nociones previas como progreso, desarrollo, capitalismo y modelo de desarrollo neoliberal.

El progreso, entendido como todas las acciones de un individuo o comunidad sobre sí misma o sobre otras, tendientes a mejorar sus condiciones de vida, ha existido siempre y tomó en épocas anteriores a la modernidad otras formas y nombramientos como dominio o superioridad del hombre sobre la naturaleza, explotación de recursos, supervivencia, exploración o conquista, que eran a la vez dispositivos y nociones teleológicas, y que se hallaban relacionadas con otros discursos como el de la religión, la ciencia y la política. En la dimensión económica es importante reconocer el significado del término “desarrollo” como la representación de progreso que se tiene actualmente.

Es conveniente evitar la naturalización o el esencialismo de este concepto, como “una práctica de definir y categorizar para ordenar y dar significado a la intervención en una determinada realidad social, en suma, un ejercicio de poder” (Cejas, 2000:73 -74), a la manera en que actualmente opera dicha práctica, dando un salto de la búsqueda del mejoramiento de las condiciones humanas como una necesidad, hacia la implementación de estrategias de generalización, homogenización y objetivación

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con el fin de producir sujetos gobernables (Cejas, 2000:75) y contextos adecuados para la producción capitalista; en fin, que existe un desarrollo, pero han sido posibles y son, otros desarrollos, entendidos estos como la búsqueda del ser humano más equitativa por el mejoramiento de su existencia y la satisfacción de sus necesidades existenciales.

Esta comprensión de la(s) noción(es) de desarrollo, permite ubicar tres lugares del mismo: en primera instancia, el desarrollo como discurso o los discursos del desarrollo, entendidos como la o las ideologías y las nociones de bienestar o avance que proponen estrategias de acción y modos de ordenamiento socioeconómico; En segundo lugar, lo factual del desarrollo o las prácticas del desarrollo, que vienen a ser las implementaciones reales de aquellos discursos e ideologías y, en tercer lugar, los sujetos del desarrollo o las formas de subjetividad fomentadas por el desarrollo, que son por un lado, las concepciones de sujeto que se esconden tras los discursos del desarrollo, y por otro, las diferentes formas en que tanto los discursos como sus implementaciones generan respuestas en las poblaciones, como por ejemplo, las propuestas alternativas -como los movimientos sociales por ejemplo- al modelo establecido.

Entonces, tras todo ordenamiento económico, se oculta una idea de progreso, que se configura en una forma de desarrollo, cuya versión en nuestro caso, y en la mayor parte del mundo es el sistema capitalista, que ha alcanzado su forma más “avanzada” en el modelo de desarrollo neoliberal. En este modelo, se parte de la idea de que los sujetos individuales o colectivos son responsables de la generación de sus condiciones de vida a partir de las posibilidades del sistema del capital y que es a través de éste que se puede generar bienestar, pues posee unas leyes, posee un equilibrio, un ordenamiento que posibilita la distribución de la riqueza; la libertad es el máximo principio y esto aplica no sólo para la relación política sino de mercado, por ello el Estado no debe intervenir, debe limitarse a generar posibilidades de seguridad y administrar.

El ordenamiento económico es considerado por muchos autores como la dimensión contextual más importante para el surgimiento y moldeamiento de la condición juvenil. El orden social que se inició en la modernidad sentaba sus bases sobre los marcos del Estado - Nación3 y del libre mercado, estableciendo una distribución más o menos clara de las funciones de administración del Estado, cuidado de la población y movilización y sostenimiento económico, lo cual, aunado al crecimiento de la población, implicó la identificación y clasificación de los sectores poblacionales, visibilizando a uno nuevo, la juventud, que empezó a ser adiestrado para ingresar a la dinámica social y productiva.

3 Los Estados-Nación son las formas modernas de organización social y política, que se caracterizan por tener un territorio delimitado, una población vinculada a un cierto origen étnico y un gobierno, cuyas funciones son garantizar la justicia, la defensa del territorio y el monopolio de las armas, así como el bienestar de los habitantes.

Los Estados-Nación se crean, históricamente, mediante el tratado de Westfalia, al final de la guerra de los 30 años (1648). Mediante este tratado se acaba con el antiguo orden feudal y se da paso a or-ganizaciones territoriales y poblacionales definidas en torno a un gobierno que reconoce sus límites espaciales, y por lo tanto, de poder.

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Debido al crecimiento poblacional en el cual la juventud alcanzó su pico más alto, el modelo de desarrollo establecido no ha logrado dar lugar a todos los y las jóvenes y la idea de contenerles en la educación y en el tiempo libre mientras se preparan para su acceso al mundo productivo se ha resquebrajado. Habría que decir que posiblemente, no está en el interés del modelo dar solución a esta dificultad, ya que por un lado, se parte de la idea de que en el establecimiento definitivo y óptimo del modelo se generan daños colaterales o efectos secundarios y por otro, que la responsabilidad no está como tal en el modelo, sino en la misma juventud que no intenta adscribirse y hacer uso de las posibilidades que este tiene.

1.2.4 Política

La variable política como elemento para la comprensión de un contexto debe tener en cuenta principalmente las transformaciones que en las últimas décadas ha tenido no sólo esta noción sino su práctica. Si bien la política es entendida básicamente como la preocupación por los asuntos de la ciudad, esta premisa griega se ha venido configurando en unas ideas y formas de actuación social cuyos pilares pueden rastrearse en el proyecto de la modernidad y en el surgimiento del modelo Estado-Nación, al menos para nuestro mundo occidental.

Así, la política son todas aquellas relaciones que viabilizan el poder en un conglomerado social, implica unas concepciones de mundo y sociedad, unas formas de agrupamiento y unas estrategias y mecanismos para la difusión de las ideas y la toma de decisiones. La política no debe ser entendida únicamente como el ejercicio del poder gubernamental o la pugna por este, la participación en las maquinarias de partido o el ejercicio del sufragio, sino, de manera más amplia, las diferentes percepciones y relaciones de un individuo con la sociedad en la búsqueda del establecimiento de condiciones de vida.

Esta última noción de la política es producto de las transformaciones históricas de la misma; aunque en principio conserve la esencia del pensamiento de la polis griega, éstas implican crisis, y para algunos autores, la estructura política actual presenta una crisis que conlleva transformaciones. En efecto, para Nicolas Tenzer (Tenzer, 1992), existe una crisis general de la sociedad, expresada en un estado general de perturbación y cuyo síntoma más significativo es la crisis de la política. Para Tenzer, esta crisis se evidencia en dos aspectos: crisis de las ideologías que sustentaron la política moderna (las teorías liberales y marxistas por ejemplo) aunadas a las ideas de organización social, desarrollo y bienestar, y, en un segundo aspecto, la pérdida del carácter colectivo de la política, que ha derivado hacia acciones excluyentes y de interés individual o privado, profundizando estados de dominación.

Esta desvirtuación de la política y de lo político “genera un fenómeno de fragmentación social en el que lo público entendido como lo colectivo, se privatiza, se refuerza la individuación de lo social, las representaciones colectivas en la esfera política se desdibujan y cada día evidenciamos representaciones parceladas de lo social” (Sanin 2000:6). Sin embargo, este aparente desdibujamiento también puede leerse como una forma emergente de la política en la contemporaneidad: lo público vivido desde

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la individualidad, que permite el surgimiento de nuevas formas de relacionamiento en lo social; ya no habría que tener una idea colectiva de lo público, ni participar colectivamente o adhiriéndose a partidos políticos por ejemplo; la acción individual genera representaciones colectivas también.

Consecuente con lo anterior, las transformaciones de la política en nuestro contexto reciente, a partir de los tiempos de posguerra posterior a la segunda guerra mundial, implican la comprensión de la tensión entre los proyectos capitalista y autónomo o socialista, (tensión que explicaremos más adelante), aparentemente resuelta después de la guerra fría y con la caída del bloque soviético, pero que subsiste en los enfrentamientos y coaliciones estratégicas entre naciones que buscan evitar la hegemonía norteamericana, no sólo en lo político sino en lo económico y de contrarrestar o relacionarse en igualdad de condiciones con emporios económicos transnacionales de gran poder.

Ligado a lo anterior, la relación entre política y mercado se ha transformado al evidenciarse una mayor preeminencia del aspecto económico en la toma de decisiones, lo cual ha generado el surgimiento de nuevos movimientos sociales cuyas preocupaciones oscilan entre asuntos de orden local y global, o mejor dicho, amparados en la conciencia de las problemáticas globales y del peso de lo económico. Otra transformación importante en lo político, tiene que ver con una mayor conciencia del pluralismo ideológico frente a la homogeneidad propuesta por el proyecto moderno, generando una mayor tensión entre las propuestas autoritarias y las democráticas, entre el totalitarismo y el pluralismo.

Ninguno de estos cambios fuera posible si no se dieran transformaciones en la manera como la gente se concibe a sí misma, su idea de ser alguien en el mundo, su identidad y su subjetividad y estas a su vez implican transformaciones en sus maneras de relacionamiento. Así, la noción de la política, ha vivido ampliaciones en la manera como se concibe, expresa y practica, haciendo uso de nuevos medios y códigos, generando mecanismos alternativos y construyendo propuestas independientes en lo individual y lo colectivo.

Se podría hablar de dos grandes tendencias en la concepción de la política y lo político en la contemporaneidad, en las cuales, la población juvenil tiene una participación cada vez más notoria. La primera de ellas hace referencia al surgimiento de nuevos movimientos sociales y formas de participación y acción política que van desde posturas extremas de transformación de todo el orden sociopolítico hasta posturas que promueven la inclusión de otros discursos y formas de expresión, haciendo énfasis en la visibilización de aquellos grupos poblacionales y aquellos temas que tradicionalmente no fueron tenidos en cuenta como las minorías étnicas, la mujer, y la población juvenil, y temas como la regulación del sistema de mercado, la participación social y el cuidado del medio ambiente.

La segunda de ellas es la transformación y ampliación de la mecánica tradicional más allá de los partidos originarios de izquierda y derecha o federales y centralistas, o de tradición liberal o marxista, y de las formas de expresión y participación representativa jerárquica, hacia formas de mayor acercamiento de y a la población,

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que incluso retoman propuestas de la anterior tendencia mencionada, en las cuales, el Estado (y los gobiernos) se ubican más cerca de la gente del común y facilitan su acceso a los espacios de expresión y decisión a través de estrategias de organización y participación social en las cuales se da la posibilidad de decidir sobre parte del presupuesto o sobre aspectos de importancia menor en la dinámica social, pero sin modificar en lo estructural el sistema.

La población juvenil, en tanto se moviliza en alguna de estas dos vertientes, ya sea participando en movimientos de resistencia o manifestando su pensar político por vías estéticas, ya sea agregándose activamente a partidos políticos o participando en los escenarios facilitados por el Estado, desarrolla cada vez más, formas de adscripción estratégicas que más que vincularse totalmente en una u otra, se nutren de aquello que en cada una les sea útil a sus intereses. Esto, más que leerse como una pérdida de principios o de integridad política, debe leerse como una forma alternativa de participación o una búsqueda de medios más adecuados a sus necesidades y realidades.

1.2.5 Sociocultural

Esta dimensión hace referencia a los diferentes ordenamientos, imaginarios, premisas, prácticas y expresiones que surgen, configuran y delimitan el comportamiento de un conglomerado poblacional. Lo sociocultural es una conjunción de los elementos a través de los cuales una sociedad se organiza, tales como grupos, instituciones, mecanismos de distribución y clasificación poblacional, etc y los elementos que le dan un sentido y una expresión particular a estos. De acuerdo con Puig (1994), “la sociocultura denota una manera de trabajar solo posible en contextos donde existan relaciones cotidianas interpersonales e intergrupales, y en donde sus diferentes culturas entren en diálogo e interrelación”. Además, “la sociocultura haría también referencia a la expresión de la cultura de las comunidades y grupos. Desde esta visión, la diversidad de voces y el pluralismo cultural devienen elementos inherentes al hecho sociocultural” (Planas & Soler).Tanto los elementos tradicionales, geográficos, materiales e inmateriales, como los elementos emergentes, foráneos, innovadores son fuente de esta dimensión que se encuentra estrechamente relacionada con las demás y que, al igual que éstas, posee una relación escalar, es decir, es posible mirarla e identificarla en ámbitos o territorios pequeños, de carácter local y en ámbitos más amplios, que hagan referencia a regiones o naciones e incluso continentes.

En esta medida, se puede pensar que existen algunos elementos característicos y determinantes de la dimensión sociocultural actual que permiten el establecimiento de una nueva escena de carácter globalizado (globalizante), notoria en la urbes de los países latinoamericanos y que supone una vivencia particular del espacio tiempo contemporáneo, una realidad propia, que tiene su mayor expresión en las generaciones jóvenes que se constituyen en sujetos que no solo la asimilan sino que la producen. Estos elementos son: la mundialización, globalización de la cultura o de lo cultural, los avances tecnológicos, el aumento de las fuentes y canales de

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información y comunicación, la precarización de la sociedad por efecto del modelo de desarrollo económico, las transformaciones en la relación Estado – Sociedad Civil – Mercado, los procesos de movilidad y migración, la ampliación en el acceso, expresión y producción cultural, el consumo y la reconfiguración y diversificación de la idea de sujeto.

Mundialización, globalización de la cultura o de lo cultural: en donde la reivindicación identitaria entra en tensión con la interculturalidad, las fuentes identitarias locales se mezclan o hibridan con las foráneas, se producen expresiones culturales desterritorializadas o reterritorializadas y en contacto con sus contextos de origen. Las principales fuentes productoras de cultura y que por ende determinan las tendencias, provienen de un exterior europeo o norteamericano y generan nichos de amplificación en las grandes ciudades latinoamericanas, ante lo cual se producen fenómenos de “glocalización”, es decir, de articulación o mezcla de lo local con lo global.

Los avances tecnológicos y su implementación en el mundo de la vida cotidiana: la tecnología deja de ser el desarrollo de implementos para el avance científico e industrial y se convierte en un elemento facilitador y vinculante de las relaciones sociales y de la vida en general, introduciendo un nuevo campo social como lo es la virtualidad y que a la vez que intensifica lo social genera exclusiones y marginaciones por su relación con el mercado.

El aumento de las fuentes y canales de información y comunicación: de la mano con lo anterior, los avances tecnocomunicacionales a partir del soporte digital y expresados en la ampliación de la Internet, la televisión digital, la tecnología celular, y toda una gama de dispositivos y formatos de transmisión e intercambio de información, cuya tendencia es a fusionarse (radio en Internet, por ejemplo, acceso al cine o a la televisión desde el celular, I phones, etc), permiten acceder a información de manera amplia y rápida, a la vez que se genera una pérdida del sentido y la relativización de la valoración de esta información. A esto habría que agregarle la posibilidad de producción de información de cada individuo, independiente de las grandes fuentes.

Precarización de la sociedad por efecto del modelo de desarrollo económico: la transformación de los procesos productivos en el marco del modelo de desarrollo capitalista neoliberal, el paso de la industria fabril a la industria de servicios (de la fábrica a la empresa), el borramiento de prácticas y tecnologías de producción manuales o antiguas, y el poco control del Estado hacia las prácticas de la empresa privada, disminuyó y especializó el espacio laboral restringiendo el ingreso a él, generando competencia entre los empleados y perpetuando formas de esclavismo con presentación mejorada, que conducen a la emergencia de formas de trabajo en las cuales la empresa y el Estado se desresponsabilizan de la seguridad y el sostenimiento del trabajador y de sus condiciones de trabajo (tercerización, downsizing, outsourcing y teletrabajo, contratos de prestación de servicios o freelance, integrales, etc,)4, así como de la generación de empleos permanentes, acrecentando el trabajo informal.

4 Estos términos hacen referencia a las diferentes formas administrativas de la empresa privada y pública de disminución de gastos como son las contrataciones externas sin vinculación laboral y traslado de costos asociados a la producción hacia el consumidor o el entorno.

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La demanda cada vez más alta de formación para el empleo genera espacios de espera (moratoria educativa) sin acompañamiento estatal y social y transmite al individuo la obligación de generar su propio empleo o la consecución de uno. Los Estados intentan dar solución a esta problemática, ya no ofreciendo empleos de choque sino formación de choque (mano de obra con calificación técnica, el obrero del futuro). Esta situación hace que grandes cantidades de población no cuenten con los ingresos mínimos necesarios para garantizar una calidad de vida adecuada y acceder a las “bondades” del sistema, desconectándolas de la educación, la salud y la cultura, aumentando la sensación de desprotección e impotencia, generando atraso social y fomentando el establecimiento de una sociedad dual, que se mueve bajo la lógica de inclusión/exclusión, o mejor, como plantea Ferrara, de reclusión/exclusión del sistema (Ferrara, 2007) o del riesgo, como plantea Ulrich Beck, que incluso va más allá de la incertidumbre planteada por el modelo de desarrollo y se pregunta por el sostenimiento del planeta y de la especie humana.

Las transformaciones en la relación Estado – Población: Como consecuencia de lo anterior, se generan distanciamientos, reacomodaciones y tensiones en la relación entre los sujetos, el Estado (entendido este como estructura de gobierno) y el mercado, que entra a convertirse en un tercero en la producción de lo social. Gran parte de las necesidades básicas de los sujetos deben ser resueltas ya a través de la relación con el sistema de mercado; y con el Estado, que cumple un papel administrador y regulador más bien difuso, se discuten los asuntos de índole político y de ordenamiento social. La dificultad estriba en que ambos asuntos no van separados y los sujetos deben aprender a desenvolverse y desarrollar capacidades y estrategias individuales y colectivas para relacionarse y garantizar sus derechos, moviéndose entre la demanda a la empresa privada y la tutela al Estado, entre las asociaciones de consumidores y las organizaciones sociopolíticas.

El consumo como estilo de vida: El consumo, entendido no sólo como el gasto económico o la consecución de bienes y servicios, sino también como la destinación del tiempo libre en participar de actividades que generan sentido de pertenencia y granjearse objetos y bienes simbólicos ofertados por la industria cultural o el mercado y que se hallan socialmente avalados, se convierte en el medio expedito para garantizar el reconocimiento como sujeto y la inserción en el sistema socioeconómico.

El consumo, más allá de los marcajes identitarios tradicionales, el conocimiento e incluso el status social, se propone como el ideal del ser que además se encuentra más cercano al viejo sueño de la sociedad de bienestar, premisa que sostiene su paradigma: ser feliz. Es a través del consumo que es posible, de acuerdo con este ideal, ser mejor, hacerse escuchar, generar cultura e incidir en la transformación social. Así, el paso progresivo de la condición de ciudadanía a la de consumidor aparece como nuevo escenario donde se resuelve lo político debido a los cambios en el modelo económico. El consumo se propone como la forma moderna de ejercer la ciudadanía, de generar sentido de pertenencia y de participación en redes.

Los procesos de movilidad y migración: La relación entre avance tecnológico, sistema de mercado y mejoramiento infraestructural, conlleva a la generación de medios

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de transporte más rápidos y eficaces, más rutas y conexiones y más destinos interconectados, ya sea como centro de producción, de intercambio económico o de atracción para el cumplimiento del sueño del bienestar. La movilidad tiene tres vertientes: como estrategia del sistema de producción, como turismo y como opción de supervivencia. En esta última, la movilidad implica la búsqueda de permanencia en el lugar de llegada, que muchas veces es incierto. Ante las precarias condiciones de algunos sectores geográficos, aunadas a la acuciante presencia de la guerra, el hambre o la exclusión social, se generan procesos de movilidad y migración voluntaria o forzosa. Estos procesos se dan no sólo a gran escala entre continentes por ejemplo, sino de una ciudad a otra e incluso de manera intraurbana. Sobra decir que la movilidad y la migración tienen efectos en las prácticas socioculturales de quien vive en estas condiciones, ya sea generando ampliaciones en su espectro cultural, hibridaciones de sus prácticas con las del lugar de destino que implican borramientos del marco cultural de origen.

La ampliación en el acceso, expresión y producción cultural: en la medida en que los sujetos colectivos o individuales viven en un contexto de mayor transformación y acceso a las innovaciones tecnológicas que traen consigo información, tendencias y discursos culturales foráneos y los procesos de sostenimiento socioeconómico dejan espacio a la expresión vital sensorial, todas las formas y prácticas culturales se alimentan, recrean y amplían a partir de estas nuevas fuentes. Una de las características principales de este elemento es la entrada en crisis de los discursos patrimonialistas, museificantes y en general proteccionistas o de conservación de la cultura y lo cultural identitario. Se revisan las nociones de cultura patriarcal y se amplía el marco de la memoria y la producción cultural material e inmaterial. En consecuencia, otra característica es la posibilidad de creación y expresión que se sale de los parámetros tradicionales de lo artístico y lo culto; cada sujeto puede pensarse como productor cultural, ya no sólo desde la perspectiva de sujeto transformador de su entorno con sus prácticas cotidianas, sino como ente activo, particularmente desde las plataformas tecnocomunicacionales en las que puede generar video, audio e imagen y promocionar acciones y discursos culturales. La expresión y producción cultural ya no está únicamente en manos de profesionales.

Reconfiguración y diversificación de la idea de sujeto: A partir de los procesos antes señalados el sujeto latinoamericano ha vivido una serie de reconfiguraciones en sus formas de actuar, su noción de sujeto, su lugar en la sociedad y la manera como es visto, organizado, producido e influenciado por los estamentos públicos y privados. El sujeto Latinoamericano se piensa a sí mismo como ciudadano en unos aspectos y como consumidor en otros, como adscrito o resistente al modelo de desarrollo, que expande su derecho y su capacidad expresiva y sensorial con apoyo en las tecnologías, que concibe la posibilidad de transformar y moldear su cuerpo incluso con la inserción de dispositivos, que adquiere mayor autonomía en la producción del discurso identitario al cual adscribirse, a la vez que se entrega ciegamente a los parámetros de administración de lo vital generados desde el Mercado y el Estado, que implementan estrategias de regulación e influenciamiento social y moldean el comportamiento.

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1.3 TENSIONES DEL CONTEXTO ACTUAL

La globalización, por supuesto, no es una única cosa, y los múltiples procesos que reconocemos como globalización no están unificados ni son unívocos. Nuestra tarea política, argumentaremos, no

es, simplemente resistir a estos procesos, sino reorganizarlos y redirigirlos hacia nuevos fines. Negri & Hardt. Imperio

La juventud en la pared. Manuel López. 2010.

La comprensión de la contemporaneidad, es decir, del contexto actual latinoamericano, de acuerdo a como lo hemos planteado anteriormente, goza de diversas clasificaciones, caracterizaciones y explicaciones, según el enfoque que se proponga, cada una de las dimensiones antes expuestas puede adquirir un lugar de preeminencia y considerarse el principal factor decisorio de las circunstancias.

Una de estas clasificaciones de las que hablamos propone dos elementos comprensivos que estarían en la base de lo que se puede denominar contemporáneo; ellos son complejidad y nuevo orden global. El primero hace eferencia a la generación de diversos planos de diferenciación del sistema social en subsistemas particulares que son autónomos y a la vez interdependientes entre sí, en la irrupción de una pluralidad de significados y perspectivas expresados en la coexistencia de múltiples y discontinuos códigos de comunicación y en la variedad de posibilidades culturales y finalmente, en la creación de una conciencia de dicha complejidad que permite a los sujetos identificarse en y hacer uso de ella (reflexividad) (Gleizer, 2007). Otro tanto aporta el concepto de nuevo orden global, más conocido como globalización, entendido como un sistema de producción e intercambio de bienes, así como la preeminencia de tecnologías de la informática y la comunicación de alcance

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planetario, la debilidad de los Estados - nación, y la creciente tendencia a generar interrelaciones planetariamente abarcadoras.

Entonces, la comprensión de la contemporaneidad implica reconocer un giro en el nombramiento de la época, el surgimiento de nuevas y diversas formas de pensar, conocer y actuar cuyo fundamento es lo complejo, la generación de un nuevo orden mundial o planetario producto de diferentes procesos de globalización, y finalmente, la contextualización de las manifestaciones locales de estos fenómenos, que en el caso nuestro significa, la identificación de las maneras como Colombia y Latinoamérica se inscriben o participan de estas dinámicas.

Antes de adentrarnos en dicha identificación, es necesario recordar que la separación que hemos hecho de las dimensiones del contexto es sólo teórica y que existe una constante correlación e influjo de unas sobre otras; igualmente, en esta misma vía de reflexión, es necesario tener en cuenta que estas dimensiones no son unívocas y coherentes en su interior y entre sí; la mirada disciplinar histórica privilegió la visibilización de tendencias, prácticas, discursos y acciones hegemónicas, es decir, las más prominentes o aceptadas en un mismo territorio, lo cual no significa que existieran otras; de hecho, una revisión de los acontecimientos históricos desde esta perspectiva nos permitiría reconocer como hasta el denominado proyecto moderno, que se presenta como unívoco y coherente fue producto de tensiones y transformaciones en relación con las dimensiones que hemos desarrollado. Por ello, consideramos esclarecedor intentar una comprensión de las dinámicas actuales en este marco general de comprensión de la contemporaneidad a partir de los procesos de globalización, como tensiones que se presentan debido a pugnas al interior de sus dimensiones. Se debe hacer énfasis en el hecho de que usamos deliberadamente el concepto de tensión, que implica el conflicto como un modo de gestión de la tensión, y que comporta fuerzas en constante pugna a partir de las cuales surgen nuevos órdenes y dinámicas socioculturales.

Una tensión que se evidencia en casi todos los órdenes del acontecer humano actual es la que se da entre Globalidad y Localidad y que algunos autores denominan como glocalidad, entendiendo esta como la manera en que esta tensión se presenta o se resuelve. Esta tensión se genera a partir del encuentro entre modos de vida, economías, modelos políticos, discursos sociales, culturas y desarrollos tecnocientíficos generados desde los centros de poder con alcance planetario y las formas de hacer locales, encuentro que se da, como se ha dicho, bajo el sistema capitalista (y el modelo de desarrollo neoliberal) donde a pesar de la riqueza multi e inter cultural que pudiese generar resulta casi siempre en condiciones de inequidad y avasallamiento hacia las formas locales, lo cual es leído como “la constitución de una nueva forma de soberanía supranacional, que no pertenece a ningún Estado-nación y que configura un nuevo orden global al que se ha denominado imperio” (Hardt, M y Negri T, citados por Escobar, 2007: 148).

Sin embargo, sería necesario tomar distancia de esta aparente visión apocalíptica en la que toda subjetividad es producto de la biopolítica del denominado imperio y desconoce la capacidad humana de resistirse y recrear su entorno social y donde el futuro posible sería el arrasamiento de lo local, contrario a lo que algunas

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subjetividades y acciones locales nos muestran, particularmente en las prácticas y expresiones culturales y políticas juveniles que recrean y resisten los modos de hacer y de vivir propuestos por modelos de desarrollo foráneos, tal como explicaremos en el último capítulo. Preferimos leer esta tensión o las formas de resolución que resultan de ella como hibridaciones socioculturales en las cuales no necesariamente existen relaciones de dominación hegemónica de lo global sobre lo local, sino formas dialécticas en las cuales se generan procesos de relectura y reacomodación de los ordenamientos sociales y económicos pensados a gran escala y desde los suprapoderes como procesos de resistencia a los avasallamientos de estos mismos.

La tensión de orden político, es la tención generada entre el proyecto de autonomía y el proyecto capitalista. El proyecto de autonomía recoge todas las acciones sociales generadas alrededor de los últimos doscientos años que intentaban consolidar a nivel planetario la democracia como régimen en el que los sujetos, a partir de su condición, son los el creadores de sus propias leyes y donde la premisa de que todo puede ser posible mas no todo debe ser posible, es el marco para su autolimitación (Franco, 2000).

Si bien a partir de los 60’s, (del siglo anterior) el proyecto autonómico debió dirigir sus fuerzas hacia el cuestionamiento de las nacientes significaciones imaginarias del capitalismo, con la caída del muro de Berlín a finales de los 80’s, se debilita hasta casi desaparecer, permitiendo la preeminencia del proyecto capitalista y su idea de que el crecimiento ilimitado de la producción y de las fuerzas productivas (del consumo en su versión neoliberal) es la finalidad central de la vida humana, Sin embargo, desde diferentes lugares del planeta y a través de estrategias sociales, políticas y culturales se sigue buscando impedir la hegemonía del proyecto capitalista o al menos equilibrar o matizar sus alcances. Esto último es evidenciable en los Nuevos Movimientos Sociales de carácter ambientalista como Greenpeace o Sea Shepherd e incluso los partidos verdes; de reivindicaciones étnicas y culturales como los movimientos indigenistas latinoamericanos y de cambio en el orden socioeconómico, como aquellas que promulgan el comercio justo (fair trade o alternative trade).

Producto de las acciones del proyecto capitalista y sus alcances globalizadores, cantidad de seres humanos se ven en condiciones de abandono y desamparo social y carentes de las herramientas necesarias para insertarse en los flujos de producción y beneficio del sistema, mientras otra cantidad logra, a expensas de la anterior, alcanzar el bienestar en ellos o al menos mantenerse a flote, no sin pagar un precio en su autodeterminación como sujetos. Esta situación de un afuera y un adentro del sistema es expresada por la tensión entre Exclusión y Reclusión, (Ferrara, 2007) y no por el par exclusión-inclusión, ya que no por estar dentro del sistema se es inmune a los malestares generados por el modelo, donde uno de los más angustiantes es la siempre presente posibilidad de ser arrojado afuera, sin mencionar los temores y ansiedades que produce el estar recluido dentro del sistema, como el temor a la soledad que genera la impersonalidad de las instituciones, el individualismo, así como la amenaza de la violencia, la necesidad de consumir bienes y servicios para seguir haciendo parte; en últimas, estar del lado “bueno” del sistema no implica escapar a sus “males” o vivir en un mundo de bienestar.

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La expansión globalizadora también tiene efectos en lo espacial que se expresan en términos de tensión entre movilidad poblacional y delimitación territorial o su versión inversa que es segregación poblacional y apertura territorial. El aumento en los flujos de intercambio económico, las aperturas de fronteras entre comunidades de naciones, el surgimiento de ciudades que atraen por su imaginada capacidad para brindar bienestar y empleo, el mejoramiento de las estructuras de transporte que acercan grandes distancias, los avances en las telecomunicaciones que posibilitan el conocimiento y deseo de otras culturas, la creación de grandes centros de poder en contraposición a la precarización de naciones enteras a causa de guerras, hambrunas, gobiernos autoritarios, escasez de empleo e inadecuadas condiciones de vida, motivan y generan posibilidades para la movilización de grandes cantidades de población entre continentes, países y regiones creando flujos migratorios masivos e individuales frente a los cuales las entidades de control migratorio, los gobiernos y las sociedades responden con acciones y estrategias de delimitación territorial, fortalecimiento de fronteras, segregaciones étnicas, afianzamiento de identidades y todo tipo de filtros económicos, culturales y políticos que no pueden ser implementadas de manera totalitaria, dado que parte de esas movilizaciones benefician el sistema e incluso son esperadas o generadas por el mismo.

Tanto las poblaciones que permanecen en sus lugares de origen como las que migran de manera voluntaria u obligatoria deben enfrentar una nueva tensión entre el sostenimiento de su identidad cultural y la generación de formas transculturales, producto del descentramiento territorial que se genera, ya que este conlleva en sí un descentramiento cultural que implica la apropiación de nuevas formas identitarias o la defensa de las propias y tradicionales, situación que podría poner en riesgo la permanencia en el lugar de llegada o el acceso a sus beneficios y para los que permanecen podría implicar la pérdida o transformación de sus referentes tradicionales o de igual manera el no acceso a los beneficios del intercambio cultural.

En el ámbito de lo simbólico, la multiplicación de sentidos, de significados, de imaginarios y discursos que circulan a través de los distintos sistemas sociales, de los dispositivos mediáticos y de las instituciones, genera una tensión entre la insignificancia y la profusión simbólica o el exceso de información y la importancia de la misma, en la cual la persona se mueve en una constante búsqueda de significaciones imaginarias sociales que le den sentido a la vida y el agotamiento del poder de los significados que le suministra su entorno, que podría tener como consecuencia el que ya nadie sepa cuales son los referentes adecuados para buscar información, cuál es la información pertinente o verdadera y a partir de esta determinar “cuál es su función en la sociedad, el sentido de esta y de su participación en la misma” (Franco, 2000:7) o que el sujeto entre precisamente en un individualismo, un collage de sentidos y discursos desde los cuales construir y deconstruir constantemente su propio relato vital, condición que se ha dado en llamar nuevas subjetividades.

Semejantes condiciones de existencia en las que todo parece al alcance de la mano, pero la mano se hace cada vez más corta, donde el mundo se divide entre las posibilidades y los obstáculos, genera en los contextos sociales una cotidianidad que es experimentada por los sujetos como una tensión entre sus condiciones de riesgo y condiciones de seguridad que suelen estar separadas por una línea muy

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delgada e invisible. Lo paradójico de tal situación es que tanto el discurso sobre el riesgo como el de la seguridad son a la vez producidos y fomentados por el orden globalizador del cual se derivan consecuencias ambiguas, pues el riesgo puede ser interpretado como “efectos de un proceso de modernización que es eminentemente benéfico y en cuyo seno los riesgos son legítimos” (Maluf, 2002:16) y la seguridad como la consecuencia ideal de un nuevo orden que conlleva beneficios para todos y cuyos efectos dependen del aprovechamiento de las oportunidades que genera. Entonces, riesgo y seguridad hacen parte del sistema y éste debe ser asumido así. Es necesario aclarar que acá la noción de seguridad no se refiere al bienestar o a la protección, sino a estar alejado del peligro que representa todo aquello que pueda ser una amenaza para la vida, desde el consumo excesivo de grasas, hasta las acciones de terrorismo, generando discursos y prácticas de higienismo, sanitarismo, autoprotección y blindaje, tanto físico como social, condiciones que el mercado oferta y que son más viables de obtener a través del dinero que por derecho ciudadano, pues la tensión que allí se produce debe ser resuelta, de acuerdo con el modelo, por cada sujeto.

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CAPITULO 2CONDICIÓN DE JUVENTUD

Trazar un mapa de la condición juvenil latinoamericana plantea un importante desafío a las ciencias sociales de nuestra época. La coexistencia de diferencias internas hace de la juventud una situación

de intercambios más que un espacio de referencias y visiones generacionales claramente discernibles, como lo fuera en décadas anteriores. Pese a la difuminación que caracteriza el universo juvenil, hay

signos persistentes que ayudan a precisar la relación entre los jóvenes y el futuro de la región.Marcados por la desinstitucionalización, el consumo y la informalidad, los jóvenes siguen subrayando

los modos en que la sociedad se renueva o reestiliza frente a lo político, lo social y lo popular.Néstor García Canclini En: Nueva Sociedad, 200 | Noviembre / Diciembre 2005

Clan Meleth, Comunidad Cultural Mil Espadas. Medellín. Manuel López. 2010.

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2.1 ¿CÓMO SE HA CONCEPTUALIZADO LA JUVENTUD?

2.1.1 Sobre la conceptualización

Establecer un concepto que defina a la juventud puede ser un esfuerzo inútil si se parte de la idea de construir una representación totalizante. Este intento puede dar como resultado un discurso tan complejo y diverso como el mismo sujeto social que pretende definir y por tanto de poca utilidad como referente para acercarse a este. De otro lado, se corre el riesgo, como ha ocurrido en diferentes espacios académicos y de la sociedad, de reemplazar la realidad por el concepto, siendo este último una única representación o una síntesis de esta. A pesar de ello, han sido múltiples las tentativas por generar una definición o una delimitación conceptual acabada de este grupo social sobre las que vale la pena hacer una reflexión somera.

No es sólo el saber académico el que produce concepciones sobre la juventud y no son sólo éstas, por ende, las que deben interesar, en tanto se puede afirmar que toda concepción sobre la juventud es, en últimas, una representación social5 de ésta. Ocurre que hasta el estudio más juicioso puede hacer a un lado algún contenido, forma particular o característica de la misma, o al contrario, priorizarla, dependiendo ya sea del interés investigativo, el sector académico y social del que éste provenga y la experiencia y la postura personal de quienes lo realizan. Es necesario reconocer que existen diversos ámbitos desde los cuales se producen estas definiciones y diferentes modos o maneras de generarlas.

Es necesario entonces, plantear una reflexión sobre el tipo de delimitación que se quiere rastrear, o mejor, notar que en el ejercicio de determinación de lo que se entiende por juventud, los sucesivos acercamientos han usado términos que provienen de diferentes escuelas, disciplinas, ámbitos sociales, líneas epistemológicas o maneras que plantean diferentes niveles de acercamiento y comprensión. Términos como: concepto, concepción, definición, categoría, representación, e incluso otros, como imaginarios, miradas, comprensiones, nociones son usados a menudo de manera sinonímica o literal.

Otro elemento importante para la discusión es la migración del término y el concepto de juventud hacia otras disciplinas y discursos sociales o la ampliación de su alcance conceptual, pretendiendo abarcar con este toda la complejidad y diversidad de la población que representa. Un ejemplo a este respecto lo brinda Alvarado, quien apoyada en Manheim, nos propone el establecimiento de una Sociología de la Juventud, entendida como “el campo sociológico encargado de preguntarse por la producción de subjetividades y sociabilidades en el contexto de la condición cultural juvenil” (Alvarado et al, 2009:85) y que tiene como uno de sus supuestos el diálogo entre las teorías de las disciplinas sociales.

La historia del surgimiento de las delimitaciones disciplinares, termina delimitando la conceptualización del fenómeno, en este caso, de la juventud; así, desde la

5 La noción de representación social es explicada en las miradas sobre la juventud

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medicina, la psicología, la historia, la pedagogía, la jurisprudencia, la antropología, etc., se generaron acepciones y nociones de las cuales, la juventud, en tanto concepto sociológico tomó más vuelo, acaso por referirse a los aspectos más visibles de esta población, aunque algo similar ocurre con el concepto psicológico de “adolescencia” (Este concepto en particular, es un buen ejemplo de aquel riesgo señalado de convertir el concepto en la realidad, pues ya es de uso común y generalizado la connotación patológica de este término para referirse a quienes se les asocia a él). Esto sin olvidar la connotación ambivalente y peyorativa que desde su surgimiento y a lo largo de los años ha venido adquiriendo el término “juventud”, prestándose tanto para valoraciones positivas como negativas.

En este orden de ideas, para Pérez Islas (2008), la juventud es un concepto en disputa, misma que nace desde la separación en tres vertientes de la concepción moderna de la juventud que según el autor, funda Rousseau con su obra el Emilio en 1762. Estas vertientes son la pedagógica, la psicológica y la social, que desarrollaron caminos paralelos y a menudo distantes, sin mencionar, por nuestra parte, los saberes biomédicos y jurídicos, generando la fragmentación del sujeto y la discontinuidad y diversidad de enfoques que hemos planteado.

Finalmente, nos advierte Pérez Islas, en una reflexión sobre la veracidad y la pertinencia de estos “saberes clásicos” que “lo importante no es el producto, sino el proceso de dialogo que se establezca con ellos” (Pérez Islas, 2008:33). Por tal razón, a la par de la comprensión de las preguntas contemporáneas sobre el sujeto joven y el intento de acercarse a este rompiendo los moldes del enfoque disciplinar moderno, desde la teorías críticas, la inter y transdisciplinariedad, no se puede renunciar de plano a las posturas disciplinares ni a las teorías clásicas, ya que es a partir de esta “disputa” y búsqueda conceptual que han sido posibles las construcciones actuales. Acerquémonos entonces a unas nociones básicas de algunas de las disciplinas y sus aportaciones más significativas al tema de juventud.

2.1.2 Las disciplinas sociales y humanas, las ciencias médicas y sus acercamientos al tema de juventud

Psicología

La psicología es la disciplina encargada del estudio, comprensión y tratamiento del comportamiento humano a partir de los enfoques que conciben la existencia del psiquismo, de lo mental o del mundo interior. La psicología empieza a nacer como disciplina a mediados del siglo XIX y debate su lugar entre las áreas sociales, humanas, naturales y de la salud. Habría que diferenciar la psicología o las psicologías de los discursos igualmente aportantes del psicoanálisis y de la psiquiatría.

En relaciòn con el saber sobre la juventud, la psicología propone la noción de “adolescencia”, cuyo orígen dentro de las ciencias sociales y humanas y en particular de la psicología, data de principios del siglo XX con la aparición en Norteamerica del libro: “Adolescence, it’s Psychology and it’s relations to Psychology, Anthropology, Sociology, sex, crime, religion and education” del psicólogo G. Stanley Hall. Sin embargo, este hito histórico no puede olvidar los antecedentes que se remontan a

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la paideia Helénica, pasando por J.J. Rousseau en el siglo XVIII hasta la Revolución Industrial de finales del XIX, donde aparece la juventud como fenómeno social.

El término adolescencia, pretende designar en el ámbito psicológico lo que la sociología observa a nivel social: las características y comportamientos de una franja poblacional y las razones o causas de éstas. La adolescencia es entendida como una etapa del desarrollo psicoevolutivo o bien como un estado del psiquismo. Estas acepciones implican la noción de conflicto intrapsíquico donde todas las reacciones comportamentales del adolescente son comprensibles desde la perspectiva de sus elaboraciones de duelo, que no son más que defensas que le permiten la construcción de un discurso propio que dé cuenta de su Yo y lo relacione con el mundo externo. En otras palabras, la adolescencia es el surgimiento de una serie de conflictos que el sujeto debe resolver para construir una identidad.

De acuerdo con Aberastury y Knobel (1984), dos palabras puedan englobar todo el fenómeno de la adolescencia: pérdida y búsqueda, que en términos psicológicos se corresponderían con duelo y elaboración, donde los duelos se deben a las pérdidas del cuerpo infantil, del rol y la identidad infantiles, de los padres de la infancia y de la bisexualidad latente y las elaboraciones se refieren a los mecanismos de defensa antes mencionados y que se manifiestan en comportamientos como la tendencia grupal, intelectualidad y fantaseamiento, crísis religiosas con oscilaciones entre el ateísmo y el misticísmo, actitud social reivindicatoria con tendencias antisociales o contestatarias, fluctuaciones en el humor y el estado de ánimo, desubicación temporal y distanciamiento de los padres.

Sin embargo, dado que la psicología se divide en vertientes o corrientes disciplinares diferenciadas, existen posturas y especificidades de su comprensión sobre el fenómeno adolescente, por ejemplo, desde la psicología evolutiva y la cognitiva, las cuales centran su atención en el desarrollo de las capacidades intelectuales y morales del individuo y la forma en que estas son puestas en escena en lo social.

Igualmente, hace parte del interés de la psicología en la adolescencia, la determinación de los estándares de normalidad y anormalidad desde los cuales identificar lo patológico del comportamiento. La preeminencia de una noción de adaptación asociada a los parámetros sociales y morales de la modernidad llevaron a la psicología a construir una mirada prejuiciosa y peyorativa de la vivencia adolescente que trascendió luego al imaginario social, postura que por fortuna ha sido superada en el pensamiento psicológico contemporáneo. Ya Erikson a finales de los 60’s plantea que “la adolescencia no debiera ser concebida exclusivamente como una fase de desequilibrios; de hecho, el desarrollo evolutivo individual es un proceso constante y continuo, por tanto los conflictos relacionados con la configuración personal no son exclusivos de ninguna etapa del ciclo vital” (Erikson, 1982:82).

La relación entre las nociones de adolescencia y juventud se mueve entre el uso sinonímico indiferenciado (y poco riguroso) y los intentos de acercamiento interdisciplinar con la sociología, que introduce además, una diferencia en los tiempos cronológicos de vivencia de ambos fenómenos, lo cual no es del todo exacto:

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Esta sustitución de un concepto por otro no es aleatoria y tiene que ver directamente con la influencia de los modelos teóricos explicativos del desarrollo psicológico del individuo y de los procesos que intervienen en la construcción- consolidación de la personalidad que han influenciado los desarrollos de la psicología evolutiva por largo tiempo (Patiño, C. & Garcés, A. 2008:36).

Continúan los autores planteando que “tanto la adolescencia como la juventud son construcciones sociales, no determinados cronológicamente sino que obedecen precisamente a los requerimientos sociales y al número de moratorias necesarias para la construcción de un lugar del individuo en el sistema” (Patiño, C. & Garcés, A. 2008:37), postura desarrollada desde la psicología social que permite establecer las relaciones sociales, que son finalmente las que posibilitan la producción de identidad y subjetividad.

Antropología

La antropología es la disciplina de las ciencias sociales que se ocupa de la comprensión del comportamiento social humano, por lo cual nociones como cultura, sociedad, etnia e identidad están en la base de sus reflexiones. Dada la amplitud de su objeto de estudio, desde sus inicios ha vivido un proceso tanto de diversificación en áreas como de fusión o acercamiento con otras disciplinas como la sociología, la historia (etnohistoria), psicología, biología (antropología biológica), siendo su principal interés actual el conocimiento y comprensión de la diversidad de formas y expresiones culturales humanas. El texto Historie Naturelle, de Georges-Louis Leclerc, Comte de Buffon, de 1749, es considerado el primer texto antropológico, pero los primeros textos con una rigurosidad de antropología (etnográfica) fueron lo escritos por Lewis Henry Morgan (The League of the Iriquois 1851) y Edward Burnett Tylor (Anahuac; or, Mexico and the Mexicans, Ancient and Modern, 1861).

En relación con la juventud, inicialmente, la antropología ha sido importante a la hora de estudiar la diversidad de formas culturales en que las sociedades elaboran la transición de la niñez a la adultez, lo que en la sociedad occidental moderna se configura como la juventud, resaltando la importancia de que hay comunidades y sociedades en las cuales este tiempo, o este lugar social no existe, es muy corto o está mediado por rituales o vivencias, planteamiento que ayuda a fundamentar la idea de la juventud como una producción sociocultural no necesariamente ligada a momentos del desarrollo bioevolutivo.

La antropología ha trasegado por tres nociones desde las cuales ha intentado leer el comportamiento sociocultural juvenil de la modernidad, no sin antes haber identificado a la juventud como una nueva agregación social: subcultura, contracultura y cultura juvenil. Si bien el surgimiento y aplicación de estas nociones se puede leer históricamente, no implica la renuncia total a estos marcos de referencia, como quiera que en revisiones críticas se les ha cuestionado por la mirada peyorativa que parece existir en las dos primeras.

La juventud como subcultura parte de la comprensión de la cultura como un sistema en el cual se debaten relaciones de poder y la juventud representa el surgimiento de una nueva forma de comportamiento cultural con prácticas, marcajes identitarios,

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territorialidades, estilos de vida y discursividades que se convierte en un subsistema, en una microsociedad con alto grado de autoreferenciación. Aunque lo anterior implica también relaciones de dominación, no es este el eje de esta mirada; Desde esta perspectiva, la juventud sería un colectivo con sus propias estéticas y modas, valores y símbolos. Habría que señalar que esta mirada frente a lo juvenil se construyó desde dos corrientes diferenciadas tanto epistemológica como geográficamente: La Escuela de Chicago en los años 20’s y 30’s y la Escuela de Birmingham en la segunda postguerra.

Posteriormente se propone la noción de contraculturas juveniles en donde la juventud se manifiesta como un sistema propio y alternativo de valores, en rechazo de los valores adultos y de las instituciones. Usa medios difusos más individualizados, propone instituciones alternativas, y es notorio que no hay vivencia sin discurso ideológico justificatorio. En esta mirada, sí es más claro que una de las funciones de la juventud es la movilización cultural por medio del derrumbe o la confrontación de los valores hegemónicos establecidos, mas no siempre desde la acción violenta, si bien esta apareció como uno de los elementos que posibilitó esta mirada, a partir de las manifestaciones juveniles en la época de posguerra. La juventud como una contracultura “reflejaba una ruptura en la hegemonía cultural, una crisis en la “ética puritana” que había caracterizado la cultura burguesa desde sus orígenes: ya no se requería de trabajo, ahorro, sobriedad, gratificaciones pospuestas, represión sexual, etc., sino ocio, consumo, estilo, satisfacciones inmediatas y permisividad sexual” (Feixa, 1999: 96).

La antropología contemporánea prefiere trascender las nociones de sub y contra, en la medida en que la cultura es una sola, pero hay diversidad de sociedades y de manifestaciones culturales. Además, el termino contracultura estaría haciendo referencia a una “no cultura” o una negación de la misma, mientras que los y las jóvenes en la actualidad reestructuran la cultura hegemónica a partir de sus prácticas alternativas. La diversidad y la manera de “innovar” por parte los y las jóvenes construye unos estilos de vida alternativos, que complementan la cultura y el mundo adulto, más no se alejan de del mismo creando una “contracultura”, lo cual agota en gran medida la utilidad de estas nociones. En la actualidad y desde la perspectiva de la antropología contemporánea, para Feixa (Feixa, 1999), el estudio de la juventud tiene dos caminos: por una lado, el estudio de la construcción cultural de la juventud, es decir, de las formas mediante las cuales cada sociedad modela las maneras de ser joven y por otro, el estudio de la construcción juvenil de la cultura, o sea de las formas mediante las cuales los/as jóvenes participan en los procesos de creación y circulación culturales, lo cual configura una mirada de la juventud como una cultura, que en sí misma encierra también diversidades producto de las comprensiones contemporáneas de lo cultural, donde expresión, diversidad, subjetividad, hibridación son las nuevas premisas de lectura.

Sociología

Definir la sociología es una tarea tan compleja como el mismo desarrollo de esta disciplina, que es rica en escuelas, tendencias de pensamiento, autores sobresalientes

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y por tanto, propuestas teóricas. Desde el surgimiento de la sociología como una disciplina que se encarga del conocimiento y estudio de las relaciones sociales y las formas de ordenamiento humano, en los albores del siglo XIX (sin desconocer las aportaciones del periodo de la Ilustración), se han generado disímiles perspectivas teóricas, y métodos de análisis que se configuran en lo que la disciplina denomina como sistemas sociológicos y que han vivido un proceso de constante creación y crítica, generando uno de los corpus teóricos más amplios de las ciencias sociales

Las teorías sociológicas de la juventud están ligadas a sus escuelas y corrientes teóricas más significativas, sobre todo a partir del siglo XX, cuando la juventud irrumpe en el escenario social demandando la construcción de teoría social a su alrededor.

La sociología comprende a la juventud como el grupo social que, al tiempo que se constituye en el eslabón más débil en la reproducción social, es sometido al proceso de doma y de asimilación de los valores y normas que facilitan la cohesión y la reproducción social, y que aún en este marco logra construir una praxis masiva que le diferencia del resto de grupos sociales (Londoño, J, Gallo, N & García, S. 2008:54).

Inicialmente, la sociología aportó al conocimiento social de la juventud, el planteamiento de la existencia de un grupo social con características propias, que surgía en Occidente por los procesos de industrialización y que se separaba de la clase obrera tanto por la edad como por el papel social que desempeña. En los años 20, el denominado Generacionismo, ve en la juventud (al menos en la que queda después de la guerra) al grupo social que introducirá cambios en el ordenamiento.

De manera más o menos paralela, en los años 30’s, en asocio con la antropología, la Escuela de Chicago introduce la mirada subcultural, en la que se encuentran dos vías de estudio sobre la juventud: la primera se centra en la delincuencia juvenil, estudia la subcultura delincuente, la cual se asocia a los jóvenes populares. La segunda, se centra en la juventud, en la subcultura juvenil, y en los jóvenes estudiantes de clase media.

En los años de posguerra surge otro enfoque denominado Estructural funcionalismo, en el que se considera que el alargamiento de la instancia en instituciones educativas separa al joven del sistema productivo y de las relaciones de clase. Por ello, en los institutos se estaría formando una cultura adolescente diferente de la adulta y sin distinción de clase, con un sistema autónomo de valores y normas esencialmente hedonistas, producto de las tensiones entre las generaciones pero funcional en tanto integra.

Posteriormente surgen posturas críticas a estas escuelas que avanzan en la explicitación de nociones comprensivas como generación, clase, edad, categoría social y en la cada vez mayor identificación del lugar de la juventud como productora y no sólo reproductora de ordenamiento social. En los años 70’s el Centro de Estudios de Sociología y Cultura de Francia (CSEC), con Pierre Bourdieu a la cabeza, introduce un descentramiento de las miradas aparentemente esencialistas de estos enfoques, proponiendo la inexistencia de una juventud e invitando a revisar este fenómeno a partir de las relaciones de poder entre grupos sociales y de estos con las instituciones:

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En la división lógica entre jóvenes y viejos esta la cuestión del poder, de la división (en el sentido de repartición) de los poderes. Las clasificaciones por edad (y también por sexo, o, claro, por clase….) vienen a ser siempre una forma de imponer límites, de producir un orden en el cual cada quien debe mantenerse, donde cada quien debe ocupar su lugar (Bourdieu, 2002:164).

Las propuestas comprensivas de la juventud en la sociología han generado lo que algunos autores llaman una sociología de la juventud, teoría que extiende sus límites o se fusiona con otras disciplinas convirtiéndose en uno de los motores de la transdisciplinariedad. El poder teórico de las escuelas sociológicas es tan fuerte que no es posible hablar de una sociología de la juventud de raigambre latinoamericana en tanto sus postulados sirven de referencia pertinente para las realidades de la juventud del continente; sin embargo, existen diversas investigaciones y aportaciones teóricas para la comprensión de la realidad social de la juventud latinoamericana, como las realizadas por Roberto Brito Lemus, en las cuales nuevamente, las relaciones de poder, el papel de productora de ordenamiento social a través de procesos de resistencia y movilización social y la ampliación del espacio social juvenil a través de la creatividad sociocultural son los principales ítems, pero establecen especificidades en torno a los efectos negativos de la perspectiva histórica en la producción conceptual de la sociología sobre la juventud en Latinoamérica y proponen conceptualizaciones de la juventud más como proceso que como clase o grupo social:

Es así que los jóvenes generan sus propios espacios, dentro o en oposición a los ya establecidos, al reunirse en los centros educativos, en la calle, en el barrio; al compartir un tiempo y un espacio, al enfrentar problemas similares en circunstancias comunes, al intercambiar y compartir elementos culturales como el lenguaje, la música o la moda. Todo ello posibilita el vínculo y la identidad con los miembros de la propia generación estableciendo las bases para el desarrollo de lo que nosotros denominamos una praxis diferenciada, que unifica y simboliza a la juventud (Brito, L. 1996: 6).

Pedagogía

La pedagogía se propone como la práctica social que posee el saber sobre las formas de educación y formación del ser humano y en particular del infante y el sujeto joven. Su importancia en la configuración de un saber sobre la juventud ha sido importante, pues introduce la mirada del y la joven como quien debe ser instruido inicialmente en los saberes de la humanidad para poder luego hacer parte del conglomerado social. Si bien la comprensión moderna de la pedagogía surge, como en las demás disciplinas a partir del proyecto ilustrado de la modernidad, sus raíces son anteriores. En la Grecia antigua, el término paidagogós designaba al esclavo que llevaba los niños a la escuela, de dónde se deslinda la idea de llevar, conducir a la juventud por los senderos del conocimiento.

En la actualidad, la pedagogía es más conocida como ciencias de la educación, ya que no sólo se ha acercado y nutrido de otros saberes sobre lo humano sino que ha ampliado su comprensión y enfoque de los procesos educativos en términos de enseñanza aprendizaje, en los cuales desde diferentes metodologías el sujeto es más protagonista de su formación. Sería extenso describir las diferentes tendencias

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pedagógicas (Pedagogía tradicional, Escuela nueva o activa, La tecnología educativa, Pedagogía autogestionaria, Pedagogía no directiva, Pedagogía liberadora, La perspectiva cognoscitiva, Pedagogía operatoria, Constructivismo, Pedagogía diferenciada, etc) pero se pueden plantear como principales transformaciones en primer lugar, la ampliación de la noción de educación que va de la transmisión de información a la generación de actitudes proactivas frente al conocimiento; en segundo lugar, los avances en la implementación de metodologías tecnocomunicacionales, que van desde la oralidad, el ejemplo y la magistralidad hasta el uso de nuevas tecnologías digitales al servicio de la formación, lo cual implica además, la desterritorialización y la atemporalidad en el proceso de enseñanza aprendizaje; en tercer lugar, la comprensión del sujeto a educar, que va desde el alumno, aprendiz o discípulo, términos que en su época implicaban no sólo desconocimiento o ignorancia sino relaciones de poder desigual, hasta educando, estudiante y sujeto de la formación, lo cual ha permitido (al menos en la teoría) la promoción de sujetos críticos, con perspectiva política y con mayor conciencia de su función social. Esta última transformación es la que ha generado el acercamiento de la pedagogía a los saberes en torno a la juventud como grupo social.

Historia

La historia es la disciplina que se ocupa no sólo del estudio del pasado de la humanidad sino de la reflexión en torno a los acontecimientos que configuran su situación actual. Al igual que las demás disciplinas ha vivido un proceso de especificación de su hacer desde sus antecedentes más remotos y desde el acercamiento o distanciamiento con ellas. Los primeros historiadores fueron en realidad cronistas de su tiempo, y en algunas culturas como la China y la Musulmana, existía el oficio de registrar los acontecimientos, lo cual se convertía en la historia oficial. A partir de allí, suele reducirse o confundirse la cronología y la historiografía y la historia misma en tanto, narración de acontecimientos, con el método y la reflexión en torno a los hechos, sus causas y consecuencias. Como con los saberes mencionados antes, la historia como disciplina surge en la Europa de la modernidad y se consolida luego en América del Norte, por tanto, sus reflexiones en torno al devenir humano y las periodicidades que establece son inicialmente occidentales.

En ese sentido, la historia como disciplina se ha acercado a la juventud tanto desde el rastreo y la descripción de sus antecedentes y su surgimiento en la modernidad occidental como desde la revisión de sus implicaciones en el desarrollo histórico de la humanidad. En la primera mirada, la historia nos advierte del origen de la juventud, partiendo de lo que ocurría en Europa y América, como un proceso sociohistórico discontinuo, premisa fundamental en la comprensión actual de lo juvenil:

Ser joven parece ser una condición social y cultural bastante antigua, pero no lo es. El recorrido que podamos hacer por la historia universal nos muestra la condición de lo juvenil como una característica cambiante, no siempre nombrada, cuando no desconocida por épocas y generaciones enteras (Hoyos, 2001:1).

Por la historia se sabe de la existencia de clasificaciones poblacionales similares a la juventud actual, la cual por demás, comporta algunas de las características de sus antecesoras. El puber y el efebo de la Grecia y la Roma antigua, el juvenis, el mozo de la edad media y otros nombramientos cercanos como el antes mencionado

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de discípulo e incluso el de soldado, hacen parte los antecedentes de la juventud actual. Estas clasificaciones se corresponderían o darían cuenta de configuraciones sociales históricas, es decir, de periodicidades y a la vez, de continuidades y discontinuidades en su interior.

De otro lado, la historia se ha encargado, a la par que la sociología, de estudiar la participación de los y las jóvenes en los procesos de transformación social, para lo cual ha propuesto nociones explicativas como generación y movimientos sociales entre otras. La juventud ha sido no sólo participe sino impulsora de grandes cambios en la sociedad y a la vez, como nos lo ha señalado la antropología, es signo de éstos a partir de sus prácticas y expresiones culturales, particularmente en el siglo XX.

El surgimiento de la noción más contemporánea occidental de la juventud está relacionada con el ordenamiento social de la posguerra (de la segunda guerra mundial), en el cual, para efectos de movilización económica fue necesario visibilizar no sólo la franja poblacional juvenil (cuya función como soldado había quedado inoperante) sino sus prácticas de uso de tiempo y de consumo cultural, con lo cual a su vez se expiaba la culpa de las generaciones perdidas en batalla. Antes de esto, la población juvenil guerrera era invocada ya fuera como adulto o metafóricamente como niños (“Bring the boys back home, Don’t leave the children on their own Bring the boys back home”6 haciendo referencia tanto a los jóvenes soldados caídos o perdidos en batalla como a sus familias e hijos abandonados en la patria).

Así, fue la población juvenil no sólo signo y síntoma de los cambios, sino una de las principales protagonistas de éstos durante el siglo XX en el mundo occidental. De acuerdo con Hobsbawm, se dio una especie de revolución cultural que tuvo como principal característica y acicate el surgimiento y posicionamiento de una “cultura juvenil” que tenía como fundamento un rechazo hacia los valores de sus padres, la producción de un lenguaje identificatorio grupal y más apropiado para los cambios tecnológicos y sociales, es decir, la identificación de una necesidad de contar con marcos discursivos más apropiados para comprender y moverse en la realidad de su tiempo y espacio, lo cual implicaba un rechazo a “la vieja ordenación histórica de las relaciones humanas dentro de la sociedad, expresadas, sancionadas y simbolizadas por las convenciones y prohibiciones sociales” (Hobsbawm, 1996: 335).

En un principio, las consignas, discursos y expresiones intelectuales de esta nueva cultura juvenil no tenían ni conciencia ni interés político y eran más bien altamente subjetivistas e individualistas, pero al popularizarse, debido a que esta era una característica del fenómeno, movilizaron masas e impulsaron movimientos sociales y políticos. De esta manera, ciertas actitudes y comportamientos, ciertas prácticas individuales como el consumo de drogas, el uso de blue jean, se convirtieron en simbolizaciones de rechazo, desafío a las prohibiciones y modelos de comportamiento establecidos por el mundo adulto

6 “Traigan los muchachos de regreso a casa, no dejen los niños por su cuenta, traigan los muchachos de regreso a casa” Canción del Grupo Inglés Pink Floyd, The Wall, 1979

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Continúa planteando Hobsbawm que resulta interesante ver como este rechazo no se hace a nombre de otras pautas de ordenación social, no es un discurso político pero tiene efectos a la postre sobre la ordenación social; es resistencia social, en tanto resistirse es manifestar abiertamente no querer algo o tomar consciente o inconscientemente otra opción, lo cual, en la mirada actual de la historia sobre la juventud permite entenderlo tanto como consecuencia como productor de historia.

Ciencias Médicas o áreas de la salud

Las ciencias médicas, o en general, la medicina, son aquellas que se dedican al estudio, conocimiento y tratamiento de la vida, de los factores que la posibilitan o la dificultan a través del proceso salud-enfermedad y cuyo objeto de estudio principal, por ende, es el cuerpo humano. Al igual que la sociología, las ciencias médicas, es uno de los campos más amplios y antiguos de conocimiento social y humano, lo cual ha permitido no sólo que sea el fundamento de otros saberes sino que tenga una mayor diversidad temática y riqueza conceptual. Si bien existen registros de acciones médicas en la antigüedad, es en el Siglo XVIII que se funda la medicina moderna a partir del cambio de enfoque hacia el pensamiento racional positivista y los descubrimientos que este permite. Se destacan entre ellas las, ciencias de la nutrición, la epidemiología, la medicina forense, la psiquiatría, la toxicología, la patología y otras derivaciones o énfasis como la salud pública o la medicina del trabajo.

La medicina se ha preocupado por identificar las diferentes transformaciones del proceso de desarrollo vital del ser humano y los factores que le afectan. La pediatría y la medicina del adolescente son las especificidades médicas más cercanas al tema de juventud, si bien todas las áreas de la salud pueden intervenir el cuerpo joven. La medicina introduce la noción de pubertad para definir todo el fenómeno de cambios físicos y fisiológicos que surgen en el cuerpo humano y que marcan el fin de la niñez y la maduración de la capacidad reproductiva. En la pubertad se generan transformaciones internas que son visibles a partir de las características sexuales secundarias como el crecimiento corporal general o aumento de estatura y otros rasgos diferenciados según el género como lo son el crecimiento de las mamas o telarquia, la cual se considera el primer indicio de la pubertad femenina; el aumento de los genitales, la aparición del vello púbico o pubarquia y crecimiento del vello facial y corporal, el cambio de voz, cambios en el olor corporal y en la piel, de los cuales el más notorio es el acné, la primera menstruación o menarquia en las mujeres y el inicio de la producción y liberación de espermatozoides o espermaquia en los hombres, la cual por cierto es poco conocida, contrario a la menarquia, precisamente por la carga moral y social que hay alrededor del cuerpo joven femenino.

Lo anterior implica pensar, al igual que con el concepto psicológico de adolescencia, que la pubertad no puede reducirse a una etapa crono-fisiológica establecida, que es vivenciada de manera similar por todos los seres humanos, ya que esta depende de factores genéticos, étnicos, ambientales e incluso socioculturales que también pueden ser identificados en el caso a caso. A partir de esto, y más allá de los parámetros cronológicos y de desarrollo evolutivo general desde los cuales se establece la normalidad, y que son por demás controlados a partir de medidas como

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la Escala Tanner para las mujeres y el Orquidómetro Prader7, la medicina identifica una serie de trastornos o alteraciones (no enfermedades), en el fenómeno de la pubertad, que pueden o no generar dificultades en todo el proceso de maduración, tanto en los aspectos fisiológicos como en los psicosociales.

En general, la medicina propone las nociones de pubertad precoz y pubertad tardía para identificar aquellas desviaciones del proceso considerado normal y que se evidencian en la aparición temprana o tardía de los rasgos que configuran la pubertad o en el surgimiento de alteraciones en la manera en que estos se presentan. La pubertad precoz es el desarrollo de caracteres sexuales antes de los 9 años en el varón o antes de los 8 años en la mujer. En el niño, el primer signo puberal es el crecimiento de los testículos junto a la aparición del vello pubiano. En la mujer es el desarrollo del botón mamario.

La pubertad precoz, mucho más frecuente en niñas que en niños, se caracteriza por la aparición temprana de desarrollo sexual que suele ser completo, con aparición de todos los caracteres sexuales (olor axilar tipo adulto, vello pubiano en ambos sexos y tejido mamario en la mujer) y progresivo; no sólo se produce la aparición de los caracteres sexuales, sino que también tiene lugar el llamado “estirón” del crecimiento. Al producirse el “estirón” estos niños y niñas parecen más altos de lo normal durante un tiempo. Sin embargo, pierden años de crecimiento por lo que al final, pueden tener una talla baja, por lo que una de sus consecuencias es el compromiso de la estatura final, ya que quienes viven esta alteración suelen quedar más bajos; otras problemáticas son los aspectos psicológicos y sociales derivados del desarrollo precoz: la comparación y burla con sus pares en el colegio, las demandas sociales por el desarrollo corporal y una autopercepción negativa la estima y el autoconcepto.

La pubertad precoz se produce generalmente, por una activación prematura, antes de tiempo, del sistema de hormonas sexuales. La causa de esta activación precoz, es en las niñas, en la mayoría de los casos desconocida. Sin embargo, en los niños, se requiere un estudio cuidadoso siempre y suele ser un efecto secundario de tumores en el sistema nervioso central. La pubertad tardía consiste en la no aparición de los síntomas de crecimiento en la edad de 13 años en las niñas y 14 años en los niños. La pubertad tardía puede ser hereditaria, por lo cual puede darse en miembros de la misma familia; sin embargo, también puede ser consecuencia de anomalías cromosómicas, trastornos genéticos, enfermedades crónicas o tumores que dañan la glándula pituitaria o el hipotálamo, lo que afecta la maduración.

La notable falta de signos de crecimiento es el principal indicador de que un niño o niña puede estar sufriendo retraso en la pubertad. Los síntomas más frecuentes

7 Instrumentos comparativos de medida del crecimiento y desarrollo bioevolutivo, mediante los cuales se busca determinar el grado de desarrollo normal de acuerdo con la edad, el peso y otros signos de crecimiento. Para el caso de las mujeres, se usa la escala de medida Tanner, consistente en cinco imágenes del seno con unos tamaños y formas calificados del 1 al 5, siendo 1 el menor grado de crecimiento. Para el caso de los hombres, el Orquidómetro de Prader, es un aparato que permite la estimación del tamaño testicular. Puede llevarse a cabo de forma directa, mediante un calibrador que valora los ejes testiculares, o indirectamente, a través de la comparación con elipses de distintos volúmenes.

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para las niñas son la ausencia de desarrollo de los senos hacia los 13 años, distancia de más de cinco años entre el crecimiento de los senos y el período menstrual o ausencia de menstruación hacia los 16 años y, ausencia de vello púbico hacia los 14 años. En el caso de los niños, la ausencia de crecimiento testicular hacia los 14 años, la ausencia de vello púbico hacia los 15 años y más de cinco años para completar el crecimiento genital. Sin embargo, cada niño o niña puede experimentar estas alteraciones de forma diferente. Se debe tener en cuenta que estos síntomas de la pubertad tardía pueden compartirse con otras patologías. El aspecto psicosocial es cada vez de mayor importancia para la medicina y las ciencias médicas, por lo cual se han generado acercamientos y cruces entre estos saberes, los cuales buscan identificar las implicaciones psicosociales en el proceso de desarrollo de los y las púberes y a su vez, las implicaciones de lo fisiobiológico en lo psicosocial.

Derecho

El derecho es una de las disciplinas sociales aplicadas cuyo objeto es el estudio, la reflexión y manejo de los ordenamientos jurídicos, es decir, de la justicia, apoyada en premisas ideales sobre el deber ser, la legitimidad y la implementación coercitiva de las normas. El derecho es tanto el saber resultante de estas reflexiones, como su aplicación, así como la profesión que ejerce este conocimiento. Sin embargo, su quehacer se encuentra en estrecha relación de un lado, con la ciencia política, cuya reflexión gira en torno a las formas en que se concibe, configura y administra el poder, y de otro, con el ordenamiento jurídico que exista en un Estado – Nación. Entonces, en conjunto con las ciencias políticas, la estructura jurídica y de acuerdo a parámetros más o menos universales, las sociedades establecen formas de comprender, ordenar y aplicar la justicia, teniendo en cuenta, entre otros factores, las características históricas, psicológicas, culturales, etc, identificadas en las sociedades por las anteriores disciplinas.

El discurso de lo jurídico gira en torno al eje de los derechos y deberes, para los cuales establece parámetros de cumplimiento y sanción. En Colombia existe un ordenamiento que se compone de leyes, códigos, ordenanzas y decretos, amparados bajo la constitución. Cabe señalar sin embargo, que se reconoce como legítima, en aras del pluralismo avalado por esta misma constitución, la existencia de otros ordenamientos generados por las comunidades indígenas, hecho importante, ya que esto implica que hay cierta población indígena “joven” regida por otras leyes.

En particular, para la población juvenil, el derecho colombiano no ha generado una doctrina, es decir, una reflexión específica sobre lo justo en torno a la población juvenil, y han sido otros procesos sociales los que han impulsado la creación de un marco jurídico para la juventud, que se articula con leyes generadas para la población infantil, adolescente o la denominada menor de edad.

La noción de “minoría de edad”, aplicada en el código del menor colombiano, que regía desde los años 80’s a partir del acuerdo internacional de reconocimiento de los derechos del niño establecido en la convención de la ONU, se basaba en la idea de madurez social establecida por el discurso ilustrado de la modernidad, el cual no reconocía en el individuo menor de 18 años y menos en el infante, las condiciones cognitivas y psicológicas necesarias para tener voz en el concierto social de la

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participación y la toma de decisiones, es decir, no podía ser un sujeto político. Ello implica la ausencia de plena capacidad legal para obrar, lo cual de acuerdo con el derecho es una condición básica para la vida social y por tanto el no tenerla supone límites tanto a los derechos como a las responsabilidades. Este marco jurídico tiene una serie de regulaciones que establecen límites sobre lo que considera que el menor no tiene capacidad legal suficiente para hacer por su cuenta y se le exime de la responsabilidad de actos que no se le pueden imputar por su falta de capacidad.

Dada la obsolescencia y el reduccionismo de esta noción, el discurso jurídico sobre la población juvenil ha trascendido hacia las nociones de adolescente y joven, que amplían las posibilidades de reconocimiento y participación social de esta población al otorgarles el estatus de actor social, amparados en un enfoque de derechos y de ciudadanía activa que promulgan los artículos 44 y 45 de la constitución, lo cual se explicita en la Ley 1098 de 2006 o Código de Infancia y adolescencia que se desarrolla en un enfoque de protección del individuo, y en la Ley 375 de 1997 o Ley de la juventud, que se mueve en el ámbito de la promoción de derechos y que son los principales ordenamientos jurídicos sobre la juventud en el País.

Lo anterior no implica que haya desaparecido la separación entre mayor y menor de edad que se establece como medida para determinar la prevalencia de derechos sobre deberes o para el acceso a ciertas oportunidades sociales. El límite de los 18 años opera aún como el posibilitador o denegador de la condición de ciudadanía activa, a pesar de la insistencia de ciertos sectores sobre la necesidad de reconocimiento de una ciudadanía juvenil, lo cual en un régimen jurídico se traduce únicamente en ofertas de mejoramiento de calidad de vida y una cierta visibilidad y respeto hacia la condición juvenil.

Otros conjuntos de normas importantes son el código civil, el código penal y el código de policía, ya que desde ellos se regula tanto el lugar o rol social como las condiciones de tratamiento en el ámbito de los comportamientos punibles, dada la mirada peligrosista que ha existido en torno a los y las jóvenes y su vinculación con los procesos de conflicto sociopolítico que ha vivido el país. Otras normas no atañen directamente a la condición juvenil pero inciden en ella, como son todas las leyes en torno a la educación, la cultura, la salud, etc.

La existencia de distintas leyes y parámetros de edad jurídica evidencia que no sólo no hay articulación entre leyes (además, la ley de juventud no esta reglamentada y antes se ha propuesto derogarla), sino que en el derecho no se ha construido un saber o discurso específico sobre la juventud, no se ha indagado lo suficiente en la condición juvenil, sino que se han promulgado leyes y reglamentaciones sobre algunos asuntos que atañen a una población que desde la época de los 90’s ingresó al escenario social al demandar con sus acciones de visibilización violenta o pacífica, organizada o espontánea, el reconocimiento de su estatus de sujeto de derechos. Es entonces a través de la ley de la juventud que se puede indagar por una definición jurídica de la juventud, que en el artículo 3 se propone como articuladora de los elementos etarios y psicosociales de esta población:

Artículo 3º. Juventud. Para los fines de participación y derechos sociales de los que trata la presente ley, se entiende por joven la persona entre 14 y 26 años de edad. Esta definición no sustituye los límites de edad establecidos en otras leyes

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para adolescentes y jóvenes en las que se establecen garantías penales, sistemas de protección, responsabilidades civiles y derechos ciudadanos.

Es claro entonces que ha habido avances en la búsqueda de un marco legal que se adecue a las necesidades de esta población, mismo que ha variado a partir de las representaciones sociales y los discursos disciplinares y que en los años recientes camina hacia el horizonte de las denominadas Políticas Públicas de Juventud. Los cambios en los enfoques jurídicos han variado de lo coercitivo o punitivo en los años 60’s, lo preventivo – proteccionista en los 80’s-90’s y lo promocional reivindicativo en los primeros años del Siglo XXI, sin querer decir que no se conserve parte de las anteriores posturas.

A propósito de las Políticas Públicas de Juventud, en las décadas recientes se han convertido en la estrategia social y política para intentar organizar y direccionar el accionar público y privado de la población juvenil, partiendo de la idea de que la Política Pública de Juventud puede entenderse como el “conjunto coherente de principios, objetivos y estrategias que identifica, comprende y aborda las realidades de los jóvenes, da vigencia a sus derechos y responsabilidades, reconoce y reafirma sus identidades y afianza sus potencialidades, resultado de consensos y acuerdos entre Jóvenes, Estado y Sociedad. Como finalidad, busca crear condiciones para que los jóvenes participen en la vida social, económica, cultural y democrática y por ende en la construcción de un nuevo país” (Presidencia De La República, Colombia Joven. Presente y futuro de los Jóvenes, Diálogo Nacional. Bogotá, 2001:3).

Si bien las PPJ no provienen directamente de la disciplina jurídica, si tienen su principal fundamento en el ordenamiento jurídico general que se produce amparado en el derecho, y se convierten ellas mismas en Leyes y Acuerdos, como es el caso del acuerdo 02 de 2000 por el cual se adopta la Política Pública de Juventud en el Municipio de Medellín según la Ley 375 de 1997 y el acuerdo 076 de 2006, por el cual se adopta el Plan Estratégico Municipal de Desarrollo Juvenil de Medellín 2007-2015.

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MIRADAS DISCIPLINARES Y TEÓRICAS*

CONCEPTOSCómo nombran al

joven

OBJETO- CAMPO DE ESTUDIO

Qué estudian de él --ella

REFERENTES DE ANÁLISISNociones, conceptos, desde

dónde, marco teórico.

HORIZONTE DE ACTUACIÓN

Con qué fin/uso social

MED

ICIN

A Púber Pubertad temprana media o tardíaAdolescente

Cambios Biológicos Trastornos del crecimiento Explica comportamiento:Sexualidad.Alimentación.

Procesos de crecimiento y psicobiológicos. Funcionamiento hormonalCuerpoEstilos de vida saludable

Promoción de la saludPrevención de la enfermedad.

HIS

TÓRI

A

Generación.Categoría de la Modernidad.

Movimientos y presencia socio histórica con sus manifestaciones Procesos de cambio y confrontación

Acontecimientos.Movimientos socialesCambios generacionalesTiempo- EspacioContinuidad y discontinuidad

Lecturas comparativas

PSIC

OLÓ

GIA

Adolescente.

Transformación de la identidad. Elaboración de duelos Relación con Norma – Ley – Autoridad.Conductas y comportamientos

Mundo adulto - Mundo Joven. Complejo edípicoSíndrome normal de la adolescencia. Duelos y elaboracionesEscuelas psicológicas

Adaptación IntervenciónClínica Estilos de vida saludablePromoción y prevención

SOCI

OLÓ

GIA Joven, juventud

Grupo socialGeneración.Actor socialPersonaConstrucción social

Maneras como adscribe, recicla, transforma o resiste Relación con el poder.Fenómenos y comportamientos de la juventud en tanto grupo social

SociedadEstructuras socialesPoderMoratoria socialSociomorfismoHábitus

Inclusión – participación y ciudadaníaLecturas comparativasIntervención

AN

TRO

POLÓ

GIA

Etnias, culturas, tribusJuventudes, identidades.

Formas de ser, pensar, sentir y actuar (practicas, expresiones y consumos)Agregaciones

Cultura, contracultura, subcultura, Consumo cultural.DiversidadSemióticaSemiologíaSimbología

DiagnósticoCaracterizaciónInterpretar y explicar fenómenos y problemáticas juveniles

PEDA

GÓGI

A

Alumno, estudiante Sujeto a moldear o modelar.

EducaciónProcesos de enseñanza-aprendizaje

Enseñanza - AprendizajePreventivo, formativo y/o instruccional transmisión y aprendizaje del conocimiento

DEM

OGR

ÁFI

AEp

idem

iolo

gía

PoblaciónGrupo socialDatoJuventud

Fenómenos y tendencias que afectan el desarrollo de la población juvenil.Educación, salud, violencia, etc.

Datos ( Edad y sexo)MorbimortalidadPrevalencia VulnerabilidadJoven en riesgo.Peligro – Peligroso

PrevenciónControl.Referentes de intervenciónSeguimiento

DER

ECH

O

Menor de edadcapacidad para toma de decisiones, ley, norma, derechos y deberes

Edad, Verticalidad, autoridad, responsabilidad, control

Coerción, prevención punición, protección, regulación,

* Matriz elaborada por Mónica Sepúlveda y Manuel López, con aportes de los estudiantes del Diplomado en Juventud de la EAJ.

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2.1.3 Las disciplinas sociales y humanas: del esencialismo a la diversidad conceptual.

Una crítica establecida a las miradas disciplinares tiene que ver con su no reconocimiento del polimorfismo discursivo y de la necesaria contextualización temporal y espacial de los discursos frente a un fenómeno estudiado, ambas, consecuencia del positivismo científico exacerbado de la modernidad (Alvarado et al, 2009), dando como resultado, la generalización y supuesto consenso y un cierto esencialismo atemporal en el saber sobre la juventud, es decir, el borramiento de elementos diferentes a los más visibles de edad, y procedencia social, como el género, la etnia, el nivel de desarrollo bio y psico evolutivo y las prácticas e identidades, tienden a borrarse o encajonarse como asuntos propios de una disciplina en particular y que otra olvida o considera irrelevante, el discurso teórico, o sea de representación de la juventud, adquiere más peso que la juventud misma. Así, las disciplinas vivieron una fase de producción en la que todos los jóvenes eran iguales en el tiempo y en el espacio y su objeto de estudio se compartimentaba en el cuerpo, el psiquismo, el grupo y la identidad entre otros.

Posterior a estas perspectivas clásicas centradas en el paradigma y el método positivista, (especialista, taxonómico, fragmentador, medible) de las ciencias sociales en la primera modernidad o de las primeras búsquedas disciplinares, surge, paralelo a la necesidad de producir saberes contextuados, un cambio de paradigma que busca o reivindica la inter y multidisciplinariedad y que finalmente desembocará en las propuestas post estructuralistas y contemporáneas o posmodernas como el pensamiento complejo, la biopolítica, constructivismo, amparadas en el marco de las teorías críticas y las transdisciplinariedad.

En este intersticio, las corrientes disciplinares en su avance, rompen en gran medida los enfoques clásicos centrados en un aspecto del sujeto-objeto y avanzan a lecturas interdisciplinares que proponen marcos de análisis y metodologías como la microsociología (el interaccionismo simbólico, la etnometodología, el constructivismo)8 y la fenomenología, en los cuales leer el sujeto en relación con el entorno y no por fuera de este, haciendo énfasis en algún componente de la dinámica social.

Prontamente, estos desarrollos epistemológicos desembocan en enfoques integrativos y transdisciplinares que acentúan este énfasis en lo contextual, articulando diferentes saberes y posturas sobre el sujeto, ubicándolo en relación contextuada e histórica con su entorno y propendiendo por la identificación de sus características particulares, en donde la generalización está siempre en entredicho y se transforma en tendencias. Es desde este marco que se producen líneas de análisis como la generación, los grupos sociales, la participación, las minorías culturales, las prácticas juveniles, el conflicto, las subjetividades y culturas juveniles, entre ellas, las tribus urbanas como marco de análisis. Igualmente se plantean dinámicas colectivas juveniles, como los comportamientos “desviados” (anomia) y los traducen como elementos dinamizadores de lo social (Alvarado et al, 2009).

8 La microsociología es una línea de desarrollo de la sociología que hace énfasis en la observación de los procesos sociales de pequeña escala, como las interrelaciones de los sujetos, la familia y de los individuos con la sociedad.

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Para algunos autores (Gonzales, Tanaka, Nauca, Venturo.), existen tres grandes perspectivas de análisis desde los cuales las ciencias sociales han leído y producido saber sobre la juventud; es denotar, sin embargo, que esta síntesis recogida a partir de la experiencia del Perú, se puede ampliar al contexto latinoamericano y además, no da cuenta sólo de las perspectivas disciplinares sino de las posturas sociales en torno a la juventud en las últimas décadas. Una primera perspectiva de análisis hace referencia al denominado “protagonismo popular” en el cual centra su análisis en los procesos que realizan las organizaciones de base y los movimientos populares propios de los años 70’s desde los cuales “en el estudio de la juventud popular se privilegia a aquellos jóvenes en tanto miembros de organizaciones y las potencialidades que supuestamente “encarnan”” (Gonzales, Tanaka, Nauca & Venturo, 1991:2).

Una segunda perspectiva es denominada de “desestructuración” que surge como una respuesta a la agudización de los conflictos socioeconómicos en los años 80’s. “En ésta se relaciona la juventud con crisis, dispersión, desamparo, falta de oportunidades, expectativas frustradas, criticidad, distancia y falta de solidaridad con las instituciones, etc.” (Gonzales, Tanaka, Nauca & Venturo, 1991:2). Esta perspectiva de análisis puede equipararse al denominado enfoque problémico desde el cual se ha leído esta época en Colombia.

Una tercera perspectiva de análisis, denominada “cultural” se propone como una respuesta precisamente a esta situación, (acaso también al hacerse más notorias las dinámicas y prácticas juveniles a partir de la expansión en Latinoamérica de los procesos de globalización y el mayor acceso e influencia de las posibilidades tecnocomunicacionales). En esta se propone “ir hurgando en los nuevos procesos de formación de identidades, individuales y colectivas y, desde ahí, descubrir las motivaciones que explican su acción” (Gonzales, Tanaka, Nauca & Venturo, 1991:2).

Dado que estas perspectivas de análisis van más allá de las miradas disciplinares y configuran posturas sociales frente al fenómeno juvenil, se podrían hacer comparaciones con los tres contextos de producción de la condición juvenil en Colombia propuestos por Quintero que son: un primero denominado de la modernización política y económica que va desde los 50’s hasta los 80’s en los cuales se piensa el joven en lo educativo, el tiempo libre, el relevo generacional y el surgimiento como actor político que es por demás, reprimido. Un segundo contexto, de los 70’s a finales de los 80’s, denominado de la crisis de la modernización, se centra en la respuesta estatal a la crisis social en la cual se construye la particular mirada de la juventud como problema social que debe ser intervenido por estar en peligro o ser peligroso. En un tercer contexto, desde inicios de los 90’s se genera lo que se puede denominar la institucionalización de lo juvenil, que, sin dejar de lado los dos anteriores, empieza a ver al joven como actor estratégico del desarrollo, articulado a lógicas globales y en el cual propone estrategias de institucionalización y políticas de inserción económica como productor o consumidor (Quintero, 2005:100).

En la actualidad, algunos autores hablan de la unificación de todos estos contextos a partir de discursos ya no desde la represión y coacción sino de seducción, coptación, resarcimiento de derechos, asimilación e inclusión que tienen como fin la producción y regulación de una condición de juventud adscrita e integrada

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al sistema, disminuyendo la posibilidad de expresión del malestar social y la agremiación colectiva alternativa. Sin embargo, cuando esto no es posible, se puede volver a las viejas usanzas, aunque ya no de manera abierta sino con ciertos disfraces a través de medios para estatales.

Otra síntesis interesante es la que presentan Londoño, Gallo y García en su estado del arte sobre la oferta formativa para jóvenes en la ciudad de Medellín, donde rastrean los enfoques más visibles tanto en las investigaciones como en las políticas orientadas a la juventud en Latinoamérica, (apoyado en los trabajos de Pérez Islas y M. Abad) donde esta correlación evidencia nuevamente la condición de saber-poder que poseen las producciones académicas.

En este sondeo, se proponen tres momentos (y posiblemente un cuarto momento) cronológicos y conceptuales de la concepción del sujeto joven. En un primer momento, en la primera mitad del siglo XX la juventud vive el proceso de diferenciación de la infancia y la adultez a través de la configuración de la categoría de estudiante, asociada por tanto la educación, al uso del tiempo libre y a la prevención. En un segundo momento, los procesos de crisis y transformación social latinoamericana de los 60’s y 70’s, permiten la participación y visibilización de la juventud como movimiento social o como integrante de estos, lo cual puso a la juventud en el escenario social y político pero generó hacia ella estrategias de control y restricción, coerción, a la vez que profundizó el estigma de rebelde, ya no sólo desde la concepción inocente de “inmanejable” sino como sujeto peligroso para el orden. En un tercer momento, las políticas y transformaciones mundiales tendientes a la preocupación por la población vulnerable de los años 80’s y siguientes, implican ampliar la mirada sobre la población juvenil que oscila entre la condición vulnerable y la condición de actor estratégico (Londoño et al, 2008).

En Colombia en particular, las décadas de los 80’s y 90’s representaron una época de tensión y confusión en el surgimiento y visibilización de la población juvenil. En estos veinte años el ausentismo recurrente e histórico de políticas sociales en otras poblaciones como la mujer, la infancia, y las denominadas minorías étnicas, sumado a otros fenómenos como el narcotráfico, los procesos de apertura y globalización y la democratización de los Estados latinoamericanos, conllevó a que la juventud irrumpiera desde la pugna por encontrar un lugar social a través de tres formas: las expresiones violentas, la participación y organización social y política y la generación de identidades y prácticas culturales propias y diferenciadas del mundo adulto. Los fenómenos de sicariato, barras bravas, delincuencia juvenil, narcotráfico y adicciones proliferaron, pero también los componentes juveniles de los partidos políticos, las organizaciones juveniles, la participación en los procesos políticos como el fenómeno de la séptima papeleta y la expresión de gustos y tendencias musicales, estéticas, vestuarios y lenguajes, llegaron a colorear un poco el ocaso de la Colombia del siglo XX. Podríamos pensar en esta época como aquella en la que se produce la juventud en Colombia y a la vez se da un proceso de aprendizaje y acomodación, tanto de la juventud como del Estado y la sociedad.

Como consecuencia de este proceso, en la primera década del siglo XXI, sin implicar que las características anteriores desaparezcan, la tendencia parece ser hacia un mayor reconocimiento por parte del Estado y la sociedad de la condición juvenil y por tanto de la ampliación de la oferta institucional, producto de la también creciente

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discusión y visibilización de las políticas públicas de juventud como marco de acción. Podemos nombrar esta época como la de la identificación de un sujeto juvenil, de derechos y actor del desarrollo y de la explosión de la oferta institucional y de mercado. Vale decir, sin embargo, que esta tendencia se traduce en mecanismos de coptación, asimilación y regulación, soportados en discursos de reconocimiento de la diversidad cultural, garantía de derechos, empleo, emprendimiento y participación juvenil, por lo cual también se le podría reconocer como la época de la seducción y asimilación de la juventud.

A este respecto, es común encontrar en los autores autorreflexiones criticas en torno al desarrollo epistemológico de los saberes sobre la juventud, lo cual no significa una descalificación de la producción y el saber sobre la juventud sino que la ubica en un momento aún precario, aún de embelesamiento en el fenómeno juvenil. Para Reguillo (2000), por ejemplo, se ha generado una “substancialización de los sujetos juveniles y sus practicas” en la medida en que los estudios sobre juventud, además de estar divididos en perspectivas descriptivas (centradas en el punto de vista del joven) e interpretativas (centradas en el punto de vista del observador), no logran, en términos del tratamiento, trascender un nivel descriptivo y poseen “una escasa o nula explicitación de categorías y conceptos que oriente la mirada del investigador”, lo cual “vuelve prácticamente imposible un dialogo epistémico entre perspectivas, ya que las diferencias en la apreciación se convierten fácilmente en un forcejeo inútil entre posiciones. Donde unos ven ‘’anomia’’ y ‘’desviaciones’’ otros ven ‘’cohesión’’ y ‘’propuestas’’ (Reguillo, 2000:11).

2.1.4 La juventud entre la categoría y el concepto y entre la construcción y la producción.

En las distintas áreas de las disciplinas sociales y en otros ámbitos del conocimiento, la juventud es denominada ya sea como categoría social o como concepto social, en el caso de su definición, y en el caso de su surgimiento o generación se le nombra como construcción social o como producción. Es esclarecedor acercarse a estas denominaciones, ya que como nos advierte Reguillo, “no debe olvidarse que las categorías no son neutras, ni aluden a esencias; son productivas, hacen cosas, dan cuenta de la manera en que diversas sociedades perciben y valoran el mundo y, con ello, a ciertos actores sociales” (Reguillo, 2000:9). Igualmente, los conceptos y las definiciones son herramientas de saber-poder, es decir, percepciones teorizadas desde las cuales se define al otro y se le clasifica e interviene.

Del mismo modo, y como veremos a continuación, pensar que una condición social es construida, implica la existencia de un otro constructor que de manera más o menos conciente e intencionada desarrolla estrategias para que esta sea de una u otra manera; ahora bien, desde el marco de la producción, se puede pensar que una condición social emerge a partir de unas circunstancias particulares, incluso con el concurso de quienes la encarnan.

Sin embargo, al intentar rastrear en la producción teórica esta diferenciación, nos encontramos con la dificultad que presenta el uso poco riguroso o de manera literaria de las nociones de joven, juventud y juvenil, tal cual lo hemos reflexionado

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antes. Así, los diferentes autores hacen a veces referencia a la categoría “joven” mientras otros se refieren a la “juventud”, que como hemos visto refiere a diferentes momentos y perspectivas sobre lo social. Por ejemplo, para Reguillo, pareciera que lo que se ha construido es la noción de “joven”, haciendo referencia quizá, al discurso social sobre “la juventud”: “La construcción cultural de la categoría “joven”, al igual que otras “calificaciones” sociales (mujeres e indígenas, entre otros) se encuentra en fase aguda de recomposición, lo que de ninguna manera significa que ha permanecido hasta hoy inmutable (Reguillo, 2000:9).

La denominación como una construcción social hace referencia a esta categoría como resultado, más o menos pensado y consecuente de unas condiciones contextuales particulares. Es desde esta perspectiva que se plantea que la juventud contemporánea es una consecuencia tanto del proyecto moderno como de sus procesos de operativización como fueron la industrialización, la escolarización y la sociedad de consumo, así como de los efectos de la posguerra. Sin embargo esta mirada no reconoce o no tiene en cuenta los procesos históricos de autoafirmación de este grupo social, al verticalizar la influencia de los factores sociales, ya que se plantea que en ellos se produjeron unas miradas y unos discursos “sobre” la juventud, que de manera intencionada le ubican en un lugar de la sociedad, sin tener en cuenta su voz.

Como concepto la juventud puede pensarse desde las diferentes definiciones que ofrecen las disciplinas sociales que dan cuenta de una serie de comportamientos y características que agrupados configuran una forma de ser de un sujeto o de un colectivo en un conglomerado social. Estas definiciones específicas han corrido el riesgo de sesgar, segmentar, taxonomizar a la juventud, respondiendo al modelo científico positivista del cual provienen y poniéndose al servicio del saber-poder desde el cual se regulan los procesos y las acciones sociales sobre la juventud. Estos conceptos han sido más cercanos entonces al modelo de la construcción social pues en ellos se leen las características de la juventud desde un ideal esperado y toda característica diferente es leída como negativa generando miradas peyorativas y representaciones prejuiciadas y estigmatizantes soportadas en sus fundamentos científicos. Esto quiere decir, que ha sido en gran medida desde estos discursos desde donde han surgido las denominaciones clásicas y se ha construido la categoría de juventud como una acción biopolítica expresada en los mecanismos disciplinares (del cuerpo, del pensamiento) y de control (de las prácticas), determinando su lugar social y su subjetividad, al menos hasta épocas recientes y tal vez en algunos sectores aún hoy.

Sería mejor hablar de la juventud no como una construcción sino como una producción, (esto incluye tanto la juventud como categoría, como concepto y como discurso, joven, juventud, juvenil) lo cual implica que ella misma hace parte de los procesos y dinámicas que generan su condición, permitiéndole cada vez más definirse a sí misma y generar su espacio simbólico y social delimitante; si bien, inicialmente su condición fue producto de un contexto social dominado por la hegemonía adulta, hoy por hoy, aunque esa condición no ha cambiado mucho, la juventud genera espacios de resistencia y resignificación de este ordenamiento, haciéndose dueña de su categorización. Lo que habría que discutir es por un lado, qué fragmentos de esta población tienen mayor posibilidad de incidir en su delimitación social y en qué condiciones y por otro, qué tanto esta nueva dinámica

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esta siendo asimilada por los poderes sociales como una nueva estrategia para mantener la hegemonía del ordenamiento social, ya no a través de los aparatos ideológicos del Estado (Althousser), o de las tecnologías de gobierno (Foucault) o de las instituciones legitimadoras, sino desde los nuevos poderes del mercado, la industria cultural y las nuevas tecnologías. Sin embargo, para algunos autores, construcción y producción van de la mano:

Según Serrano et al. (2003), la producción de una condición juvenil implica dos procesos simultáneos: la construcción de la juventud que se refiere a los constructos discursivos que se hacen de las generaciones jóvenes un objeto de conocimiento, y la producción de lo juvenil que compromete todos los dispositivos, mecanismos, roles y posicionamientos que tienen como tarea la producción y reproducción de dicha condición. En consecuencia, los discursos pueden comprenderse como constructores-productores de lo juvenil, pues con las cosas que enfatizan, y también con las que dejan de lado, determinan los modos de relación y producción social de dicha condición (Serrano et al. 2003 en Quintero, 2005:96).

No obstante, parece que en esta mirada la producción es una operativización o un mecanismo de la construcción. En nuestra mirada de la producción, la juventud como tal no está afuera de esta, sino que hace parte, se ve influenciada y a la vez genera parte de los discursos que la configuran. Habría que entender que son procesos sociales ambos, que se constituyen recíproca y articuladamente, como un bucle. En tanto se producen las condiciones de juventud, se construyen modos de entenderlos y nombrarlos, volcándose lo discursivo como constitutivo de lo social mismo y lo social, como jalonador de nuevas y necesarias comprensiones.

2.1.5 ¿Cómo entendemos joven, juvenil, juvenilización y juventud? Diferenciación conceptual

Guitarras juvenilizadas. Manuel López. 2010.

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Otro aspecto necesario a tener en cuenta en las definiciones y concepciones sobre juventud es la diferenciación, entre los términos juventud, joven y juvenil y del fenómeno denominado juvenilización, ya que entre estos términos pueden existir sutiles pero esclarecedoras diferencias para la comprensión de toda la fenoménica causada por la irrupción y permanencia de esta franja poblacional, tal como lo propone Cevallos:

De lo que se trata, también, es construir los puentes, para entender a estos nomádicos sujetos de manera diferente, para percibir la realidad evitando lo obvio, y diferenciar entre el sujeto (el o la joven), sus colectivos (los y las jóvenes), su presencia (lo juvenil) y los imaginarios (la juvenilización) (Cevallos, 2006: último capitulo).

La primera dificultad que se enfrenta, al intentar establecer esta diferenciación es, al igual que con otras terminologías, el uso indiferenciado a veces, símil otras o incluso metafórico de estos términos. Si bien no se pretende una homologación rigurosa de ellos, es importante reconocer que en su esclarecimiento se encuentran pistas para un acercamiento más efectivo a la condición de juventud.

Esta diferenciación no ha sido ajena a la producción teórica; pasada por alto u obviada por algunos o reseñada al paso por otros, está sin embargo presente de manera implícita en todos los textos en los momentos de descripción de prácticas, de definición, de rastreo de antecedentes históricos y de análisis, tal como nos lo demuestra la cita anterior de Cevallos.

Para algunos autores como Dávila, lo juvenil hace parte constitutiva de la categoría juventud, al igual que lo cotidiano, en tanto “lo juvenil nos remite al proceso psicosocial de construcción de identidad y lo cotidiano al contexto de relaciones y prácticas sociales en las cuales dicho proceso se realiza” (Dávila, 2004:92), evidenciando la asimilación de un término por el otro. En este autor, lo juvenil es un proceso, no un discurso o imaginario social. Igualmente Alvarado, desde el enfoque de una sociología de la juventud, sin entrar en mayores discusiones, entiende que lo existente es la categoría social “joven” y los términos juventud, juvenil y juvenilización son correlatos de esta (Alvarado et al, 2009:86). Acerquémonos más a estas nociones.

Joven

El término “joven” hace referencia al sujeto como tal y designa a todo aquel que reúne en un contexto en particular unas características más o menos diferenciadas y dictaminadas por este, es decir, es quien encarna el discurso de lo juvenil y que se convierte en fuente para el análisis conceptual de la juventud. La relevancia de este término estriba en que este recuerda la existencia más allá de la idealización y de la teorización, o mejor, antes, de unos sujetos hombres y mujeres que se comportan y expresan y se reconocen o no como jóvenes.

Como se ha planteado antes, esta sutil diferencia en el uso de los términos nos remite a diferentes lugares; en el caso de “la juventud” nos hallamos en el terreno de lo teórico, de lo conceptual o de la mirada poblacional, no un o una joven, o un grupo, sino el genérico, que puede estar soportado sobre lo representacional conceptual o social. Al hablar de los y las jóvenes, hacemos referencia a quienes se comportan

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como tales y que pueden o no, parecerse o encuadrar en las representaciones establecidas. Es otra forma de decir que las teorías, las representaciones sociales y los imaginarios van siempre más despacio que la producción social real.

El joven, en tanto sujeto, implica la movilidad en el tiempo y en el espacio, condición sin embargo, propia de los seres humanos pero que es olvidada en la teorización social, en particular en la disciplinar clásica. Hoyos al respecto de esta movilidad nos recuerda que ser joven es una condición histórica cambiante:

Ser joven tal y como lo referenciamos hoy día es una invención de no más de un siglo; basta comparar las condiciones de vida de una persona de 16 años en 1850, 1950 o el año 2000, en una ciudad cualquiera del mundo para entender y sentir los privilegios que la sociedad entera ha cedido a la juventud, referente de vitalidad, vigor, creatividad y lujuria (Hoyos, 2001: 1).

A este respecto, desde el marco de la teoría crítica y el pensamiento complejo se proponen nociones que permitan comprender y analizar las dinámicas juveniles sin olvidar la corporeidad y lo impredecible del sujeto joven como el devenir, la hibridación, la percolación y el cronotopo.

El devenir hace referencia a la ya conocida premisa filosófica de Heráclito de Efeso, según la cual el tiempo (y el espacio) no se repiten, el panta rei o flujo continuo, lo cual llevado a la realidad de los y las jóvenes significa movilidad constante en su búsqueda identitaria, en sus prácticas, en su adscripción y uso de material cultural, haciendo inútil y reduccionista todo intento de caracterización y conceptualización de su ser. Pero esta movilidad no debe ser interpretada como una insatisfacción en su lugar, o como un proceso mediante el cual se pueda llegar a una cierta identidad o condición (adulta quizá, como lo proponen las teorías clásicas sobre la adolescencia y la identidad) sino como una forma de ser y estar en el mundo. La identidad ya no es un fin, sino un medio que se nutre y expresa en el tiempo espacio de manera subjetiva, haciendo de la idea del y la joven como sujeto en devenir, una noción, un término más apropiado para las configuraciones contemporáneas del sujeto joven.

Desde una perspectiva antropológica o del culturalismo, surgen otras nociones que buscan contextualizar la mirada sobre el sujeto joven partiendo del análisis de las transformaciones culturales y sus relaciones de influencia y correlación con los procesos políticos, sociales e históricos de la contemporaneidad contextual latinoamericana. Desde esta mirada, se plantean los preocupantes efectos de una modernidad vivida a posteriori, que sin lograr establecerse se encuentra con el embate avasallador de los procesos de globalización que se asientan de manera irregular y dispersa pero homogenizante en los nichos sociales de los países latinos, como el escenario que configura la realidad juvenil, donde nociones como exclusión, desigualdad, subordinación, segregación, están a la orden del día como consecuencia del establecimiento del modelo de desarrollo neoliberal – privatizante, la pérdida del proyecto nacional y la deslegitimación estatal. Para Canclini, estos escenarios de la globalización presentan algunas características comunes como son la fragmentación generada por la mediatización y la interconectividad, la discontinuidad creada por el inmediatismo y la velocidad de la información y, finalmente, el descreimiento que

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disminuye la importancia de la percepción temporal y de la valoración de la realidad (Canclini, 2004). Sin embargo, sería muy apocalíptico pensar que este nuevo (des)-orden no posibilita igualmente no sólo bondades sino que genera en las poblaciones mecanismos espontáneos de resistencia, resignificación y recreación de sus realidades. De la mano con las grandes transformaciones políticas y económicas de la modernidad globalizante latinoamericana, vienen las ventajas y posibilidades (no accesibles a todos) de los avances tecnocomunicacionales, la expansión de la expresión política y cultural, el acceso a información de otras latitudes y el reconocimiento de la diversidad social y cultural.

Los y las jóvenes en particular han reaccionado en este orden al ser ubicados como los y las afectados por la reducción sistemática de un futuro cierto, engrosando los datos sociodemográficos, epidemiológicos y estadísticos negativos, nutriendo y produciendo su entorno de capital simbólico y cultural cuya característica principal es la hibridación a partir de todas las fuentes de producción tanto locales como foráneas y tradicionales o contemporáneas. Esto los hace ver como sujetos híbridos que encarnan algunos aspectos de la tradición que son inculcados por las instituciones de socialización y los discursos identitarios locales y a la vez portan elementos de la producción tecnológica y cultural global.

De las comprensiones contemporáneas de lo social que proponen como marco de lectura la indisolubilidad de las nociones de tiempo y espacio, surge la noción de cronotopo (Bajtin, 1981) en donde el tiempo es una cuarta dimensión del espacio. Esto implica la dimensión móvil de los objetos y de los sujetos, la no estaticidad y la necesidad de la vivencia, de la experimentación para su comprensión. El sujeto joven puede ser entendido como un sujeto cronotopo en la medida en que confluyen en él diferentes significaciones del espacio y el tiempo, (recorridos y rutas de movilización, lugares cargados de significación, virtualidad, generación de temporalidades o lecturas del tiempo desde marcos no cronométricos o científicos, sino afectivos o emocionales), el establecimiento de un entramado de relaciones sociales, de escenarios performativos y de hibridaciones temporales (Alvarado, 2009), entendidas estas no sólo como la coexistencia y “sincretismo de posturas temporales de formas de ver el mundo” (Alvarado, 2009:99) sino como la intensificación del tiempo.

La filosofía, a partir de una apropiación del concepto de percolación, propio de la mecánica de fluidos, que hace referencia a la capacidad de retorno, mezcla y reconcentración de estos propone una lectura similar de los procesos sociales históricos y de la configuración de los sujetos (Serres, M. 1996). Esta postura argumenta que no es posible identificar el origen de las cosas ni su secuencialidad temporal, ya que estas se producen en infinitos movimientos de reapropiación y resignificación de lo anterior, lo pasado, generando cambios hacia el futuro.

Desde esta perspectiva el accionar juvenil sería percolante, en la medida en que en sus formas de ser, de producirse como sujetos, se recogen tendencias históricas tanto en lo psicológico, como en lo fisiológico y en lo social. Esto implica pensar en los y las jóvenes de hoy no como en sujetos actuales o proyectados hacia el futuro o

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fuera de su tiempo, o incluso singulares, sino en sujetos percolantes que recogen en cada individuo los capítulos de su especie mas no de la misma manera en que estos fueron vividos.

Cada joven re-presenta al efebo, al mozo, a la doncella, al soldado, al obrero, al alumno, al teen ager, al hippie; ha sido influenciado o puesto en comparación con estas discursividades e imaginarios sobre lo juvenil, ha sido educado y socializado con parámetros provenientes de épocas anteriores, resignificados ya por otras generaciones; convive con y usa bienes materiales e inmateriales patrimonializados por la cultura en la que se desenvuelve, es portador de tradiciones pero también de tendencias alternativas innovadoras. Su fisiología es la consecuencia de las acciones de transformación ejercidas por los procesos sociales y evolutivos en sus padres y en él o ella mismos, su prácticas le transportan a pasados tan remotos como el griego o tan recientes como su infancia, permitiéndole recapitular en su ser la esencia de todas las juventudes de todos los tiempos y a la vez resignificarlas. Una visibilidad de esta postura son los recurrentes apariciones de fenómenos neo – retro, en la moda, la música, el cine, y en ciertas organizaciones sociales y políticas.

Vale decir finalmente, con relación a estas nociones, cuyo elemento común puede ser la contextualización en el tiempo y en el espacio de las lecturas del sujeto joven, es decir, movilidad y corporeidad, en un intento de la teoría de alejarse de las nociones representacionales y pasar de la inamovilidad del sujeto cartesiano moderno identitario en el marco del Estado Nación, al sujeto polisémico, contemporáneo, subjetivo, de la globalización.

Juvenil

Si bien lo juvenil puede ser entendido como todas las prácticas, expresiones actividades, emocionalidades propias de los sujetos que acabamos de definir; estas prácticas están cada vez más supeditadas a los determinantes del contexto, en particular a los discursos provenientes de la industria cultural y del entretenimiento y del sistema de mercado y en cada vez menor medida a los discursos de las instituciones de socialización, que se distribuyen las respuestas sobre el para qué vivir y el cómo vivir, siendo estas últimas las que adquieren mayor importancia en el contexto contemporáneo actual. Lo juvenil es entonces la respuesta más o menos clara sobre el cómo vivir, un ideal a alcanzar y mantener, una sensación del espíritu, una postura social, una propuesta estética que se operativiza en la moda, la música, los consumos, la manera de hablar y comportarse.

El ideal de juventud, o mejor, la juventud como un ideal y lo que ello significa, es decir, lo juvenil, tiene su origen en la paideia helénica griega, que proponía a demás de una educación para la vida en la ciudad, un orden social que terminó oponiendo a jóvenes y viejos. La juventud implicaba la inteligencia, la expresión artística, la potencia física como preparación para la guerra, el deporte, la productividad y el amor, este último como beneficio para los adultos, quienes se hacían rodear y hacían uso de los favores y placeres sexuales de los efebos, mientras ellos se encargaban de la reflexión, la política y la toma de decisiones.

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De allí viene entonces la idea de lo juvenil como lo bello, lo activo, lo potente, lo expresivo, pero también lo veleidoso, voluptuoso, vital y por oposición, lo rebelde, lo no reflexivo, lo confuso, lo inadaptado y lo mortífero, características que fueron agregándose a partir de la educación Romana y la hegemonía del discurso judeo-cristiano en la edad media, que satanizó todas estas prácticas y estigmatizó al juvenis y su comportamiento inadecuado, para lo cual se escribían exempla o sermones que a la postre se convertirían en los discursos sobre el para qué vivir de las instituciones socializadoras.

En la contemporaneidad, lo juvenil como un ideal es retomado a su favor por el sistema de mercado como discurso publicitario y de promoción de formas de vida articuladas por el consumo de objetos y servicios, en particular, de la industria cultural y el entretenimiento, vaciando ya totalmente los pocos vestigios de la paideia griega que subyacen en el mismo y ampliando lo juvenil como una condición ideal para toda la humanidad.

Lo juvenil es entonces entendido como disfrutar la juventud al máximo, gozar, convertirse en los portadores del ideal de vida para la sociedad, ser eternamente joven, pero no solo en belleza, vitalidad o desarrollo físico únicamente sino en consumir, disfrutar y experimentar todo hasta el límite e incluso más allá. También, lo juvenil debe ser entendido como consumir para ser feliz. La cultura actual ubica el deseo del sujeto en el tener, en el consumir por el consumo mismo de no importa qué (es decir, el consumo como resultante de una necesidad sino como práctica cultural) premisa a la cual los y las jóvenes responden de manera excesiva pues lleva implícito el mensaje de que no se es si no se consume. Finalmente, lo juvenil implica la idea de que lo joven es lo adecuado, incluso para todas las edades. Esto ha dado como resultado la llamada juvenilización, simulacro social de juventud, vivido tanto por los y las jóvenes como por los adultos y las adultas, producto de la exaltación massmediática de una estética juvenil más ligada a la apariencia física, las prácticas y la moda que a una posible actitud inherente a lo joven. De esta manera lo juvenil se convierte en un modelo a seguir, en una pauta de consumo social que es equiparado o sustituye peligrosamente un verdadero sentido de la juventud. A este respecto, Carmona plantea que lo juvenil, entendido como la búsqueda excesiva de la felicidad, tiene su precio, pues funciona con la lógica del sistema capitalista de gozar primero y pagar después:

Es posible que no haya en la historia de la humanidad una cultura que jugara más sucio a sus jóvenes, que les haya barajado el naipe e invertido la lógica de la existencia, imponiéndoles hacer de la juventud (que suele ser una época caracterizada por conflictos internos, incertidumbres y perplejidades), hacer de esta época, repito, un paradigma de la vida deseable, del goce de la existencia, de la afirmación de la dicha. (Carmona, 2002: cuarto párrafo).

A partir de estas reflexiones es necesario identificar lo juvenil, más allá de los discursos idealistas e instrumentalistas del sistema de mercado y las instituciones socializadoras, y comprenderlo no sólo como la reproducción acrítica que los y las jóvenes (haciendo a un lado a los adultos) hacen de estos discursos, sino incluyendo las diferentes maneras como resisten, resignifican, recrean o transforman estos mismos en sus acciones performativas cotidianas, en sus expresiones vitales, en sus

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maneras de usar los objetos, en sus lenguajes y formas de agregación y sociabilidad, en su particular uso de las tecnologías, prácticas todas de las cuales se alimenta nuevamente el sistema de mercado y las instituciones socializadoras para intentar actualizar sus premisas.

Juvenilización

De la juventud lo que más le interesa a la sociedad adulta es su producción estética y simbólica, es decir “lo juvenil” traducido a objetos, narrativas y posturas con las cuales juvenilizarse sin perder sus lugares de poder, mantener el eufemismo de la eterna juventud y de paso apropiarse del espacio social que ha sido producido por los jóvenes de la mano de la industria cultural y los medios de comunicación. Genera algo de indignación e irónica burla en ambos lados (adultos y jóvenes) aquellas personas que encarnan – corporizan de manera visible esta actitud, las llamadas “cuchibarbies”9 o la versión masculina conocida como el síndrome de Peter Pan, pues hacen más notorio aquello que todos los adultos queremos hacer pero no podemos confesar, de manera que, como plantean Cevallos y Alvarado, “la sociedad enfrenta la paradoja: por un lado la sublimación de la juventud, y por otro, su reprobación” (Cevallos, 2006: segundo capitulo):

Valdría la pena preguntarse por la emergencia de cierto proyecto de juvenilización agenciado desde las dimensiones de lo corporal, lo político, lo estético, lo ambiental, lo religioso, lo recreativo, lo jurídico, entre otras. Dicho proceso se mimetiza en lo social como algo propio de lo “juvenil”, aunque no siempre parta de allí, caso, por ejemplo, el del “uniforme” que adquiere la gente joven para sentirse “diferente” frente a otros grupos “uniformados”, o cuando dicho proyecto es agenciado por discursos del “poder adulto” (Alvarado et al, 2009:96).

Así, la juvenilización consistiría en que los niños quieren llegar pronto a jóvenes, los adultos se quieren devolver y los jóvenes quieren permanecer allí eternamente, viviendo en un ideal que se opera desde los objetos, el lugar social que se ocupa, las prácticas, las posturas y como no, los consumos, y que es impulsado como premisa de vida desde el sistema de mercado y avalado por las instituciones de socialización, acaso como una estrategia de contención que evite el acceso temprano a los lugares de poder. Sin embargo, por esta misma idealización, vivir plenamente lo juvenil se torna difícil, haciendo que, incluso, grandes cantidades de personas en edad de nombrarse como joven no puedan alcanzarlo y por tanto quedan excluidos y reclasificados en otras categorías sociales como delincuente, desplazado, desescolarizado y hasta fuera de moda, postura en la que “el intento de parecer joven recurriendo a incorporar a la apariencia signos que caracterizan a los modelos de juventud que corresponden a las clases acomodadas, popularizados

9 Expresión peyorativa que hace referencia a las mujeres con edades superiores a las consideradas socialmente como de la juventud y que buscan mantener una imagen juvenil a través de acciones sobre su cuerpo como la realización de cirugías, implantes, moldeamientos, etc, y de sus prácticas en los modos de hablar, los gustos, los modos de vestir, etc. La psiquiatría posee el término de “Bo-varismo” para calificar este comportamiento y la psicología propone comprenderlo como una forma de adolescencia tardía o de asuntos de la problemática adolescente sin elaborar.

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por los medios, nos habla de esfuerzos por el logro de legitimidad y valorización por intermedio del cuerpo (Margulis, M & Urresti, M, 98:3).

Juventud

Este término tiene cuatro acepciones relacionadas entre sí. En primer lugar es una categoría social, un grupo de la sociedad que se enmarca en unas edades y con unas características más o menos similares y en segundo lugar es un concepto expresado en múltiples definiciones que pueden hacer referencia ya sea a dicha categoría social, ya sea a todo el universo fenoménico al que puede hacer referencia y que por tanto incluye a los y las jóvenes, las transformaciones históricas, la idealización de esta condición y los imaginarios existentes. Aludiendo a Dávila, la juventud puede definirse ya sea como construcción histórica, espacio simbólico, categoría etaria (socio demográfica), etapa de maduración y como subcultura (Dávila, 2009), a lo cual agregaríamos nosotros que es una producción sociocultural y sobre todo, una condición subjetiva con características particulares según el contexto.

Las discusiones más recientes en torno a la conceptualización de la juventud, señalan las limitaciones que generó la especificidad de las disciplinas sociales, al abstraer al sujeto de su entorno social, al intentar homogenizarlo y objetivarlo, vaciándolo de corporeidad y al introducir miradas tanto despolitizadas como peyorativas de la población juvenil, todo ello, producto del imaginario positivista de las ciencias sociales modernas. Para Serrano por ejemplo, muchas de las definiciones de juventud construidas desde las ciencias sociales apuntan a resaltar su estado de transitoriedad, de caos e incapacidad: “un momento de turbulencia, desorden, desconcierto, crisis de identidad, rito de paso hacia el mundo adulto o inicio de un cierto desarrollo psicológico que se supone completo en determinada edad” (Serrano, J. 2002: 12).

Desde un marco de análisis sociológico, P. Bourdieu, antes que establecer una definición, se opone a tal intento, al entender la juventud como una producción desde la manipulación de lo biológico y desde su configuración social como grupo, en favor de los intereses de los adultos o los grupos de poder:

El hecho de hablar de los jóvenes como de una unidad social, de un grupo constituido, que posee intereses comunes y de referir estos intereses a una edad definida biológicamente, constituye en sí una manipulación evidente. (…) sólo con un abuso tremendo del lenguaje se puede colocar bajo el mismo concepto universos que no tienen casi nada en común (Bourdieu, (2002: 164).

En la misma vía de la crítica a la definición disciplinar, Abramo propone que existe una noción social de la juventud, sustentada en las diferentes posturas disciplinares, pero que superficializa y peyorativiza su condición:

(…) la noción de juventud es socialmente variable. La definición del tiempo de duración, de los contenidos y significados sociales de esos procesos se modifica de sociedad en sociedad y, en la misma sociedad, a lo largo del tiempo y a través de divisiones internas. Además, es solamente en algunas formaciones sociales que la juventud se configura como un periodo destacado, o sea, aparece como una categoría con visibilidad social (Abramo, citado por Dávila, 2004:92).

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Para Reguillo, esta construcción se explica a través del surgimiento de un nuevo orden que visibiliza a esta población:

La juventud como hoy la conocemos es propiamente una “invención” de la posguerra, en el sentido del surgimiento de un nuevo orden internacional que conformaba una geografía política en la que los vencedores accedían a inéditos estándares de vida e imponían sus estilos y valores. La sociedad reivindicó la existencia de los niños y los jóvenes, como sujetos de derecho y, especialmente en el caso de los jóvenes, como sujetos de consumo (Reguillo, 2000:23).

En una análisis de las diferentes posturas que existen sobre la juventud, el Plan Estratégico de Juventud de Medellín 2003-2013, propone una síntesis desde la cual pensar y abordar la condición juvenil, intentando superar “miradas estigmatizantes, coptantes, represivas y de intervención” (Plan Estratégico de Juventud de Medellín 2003-2013, 2002:39), en la cual ve a los y las jóvenes como actores sociales, sujetos de derechos y de responsabilidades, sujetos estratégicos para el desarrollo, sujetos promotores de vida y protagonistas en la construcción de lo público, síntesis que aunque pretende ser abarcativa termina haciendo más énfasis en el carácter socioeconómico de la condición juvenil.

Esta comprensión ha corrido los mismos riesgos de homogenización provenientes de los enfoques disciplinares y más aún, en su intento de resarcir los derechos fundamentales de esta población, se confunde con enfoques y discursos provenientes del positivismo desarrollista desde el cual es nombrado como “actor estratégico del desarrollo o actor social estratégico”, empaquetándolo nuevamente en propuestas e intervenciones unívocas o ante las cuales el sujeto joven se debe homogenizar:

Si bien, en tanto saber “científico”, existe cierto consenso frente a que las definiciones de la juventud son una construcción sociocultural que responde a cada momento histórico de una sociedad determinada, el debate ha generado varios disensos: a) Cuando no existen diferencias en cuanto a las categorías de riesgo o vulnerabilidad relacionadas con la juventud, o de su reconocimiento como actores estratégicos del desarrollo (visión un tanto funcionalista para con el rol de la juventud en la sociedad); b) existe diferencias frente a que esta etapa de vida es un estado en sí mismo, o una transición entre la niñez y la adultez (privilegiando por tanto un modelo adultocéntrico) (Cevallos, 2006: tercer párrafo).

Partiendo de esta síntesis que realiza Cevallos sobre las tensiones presentes en la definición de juventud, compartimos algunas que se acercan a nuestra visión, en la que más allá de las definiciones disciplinares (de la sociología, la antropología, la psicología tradicionales) nos acercamos a los estudios de la sociología y la antropología cultural y las posturas transdisciplinares contemporáneas que contemplan la juventud como una condición subjetiva y social en relación con el entorno.

Inicialmente, para Dávila, los conceptos de adolescencia y juventud “corresponden a una construcción social, histórica, cultural y relacional, que a través de las diferentes épocas y procesos históricos y sociales han ido adquiriendo connotaciones y delimitaciones diferentes” (Dávila, 2004: 86) De igual manera,

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plantea, parafraseando a Lemus, “la juventud no es un “don” que se pierde con el tiempo, sino una condición social con cualidades específicas que se manifiestan de diferentes maneras según las características históricas sociales de cada individuo” (Dávila, 2004:92).

En palabras de Pérez Islas, la juventud (lo juvenil en sus términos) es “un sector de la población o grupo(s) con características propias según los espacios sociales donde se encuentras, que se va modificando y diversificando históricamente como producto de las transformaciones de la sociedad mismas y sus instituciones” (Pérez Islas, 2008:10).

En esta misma vía, Serrano propone, más allá de las miradas esencialistas, entender la juventud como una manera de constitución subjetiva, como “un acto discursivo con implicaciones muy complejas, pues supone modos de organizar las biografías individuales, pautas de interacción y de socialización, estilos de vida, tipos de distribución de los recursos materiales y simbólicos con los cuales las sociedades se organizan y determinan la circulación del poder que las sustentan” (Serrano, 2002: 11). Una concepción similar planteamos en un trabajo investigativo, al proponer que “la juventud puede entenderse como una producción sociocultural relativa en el tiempo y en el espacio, es decir, una manera particular de estar en la vida, con potencialidades, aspiraciones, requisitos, modalidades éticas, estéticas y lenguajes” (López & Sepúlveda, 2010: 97).

La juventud es entonces una condición social producida contextualmente, lo que significa un proceso de transformación constante en el tiempo y en el espacio de los sujetos que llegan a esta, y en la que solo se puede establecer su duración, características e impactos en contextos psicológicos, sociales, culturales, políticos, económicos e históricos específicos y es a partir de estos determinantes que se configura como categoría social y como concepto; la condición de juventud puede ser “habitada” por un grupo poblacional más o menos delimitado por la edad y otras variables y que adquiere o presenta expresiones diversas de su subjetividad en tanto integrantes de esta condición. La juventud, usando las palabras de Lyotard (1993), no es un gran relato, no tiene una historia mundial fija. No es un bloque monolítico moldeado desde los conceptos como una escultura creada por la razón. No hay una sola juventud. Hay, como un gran síntoma de la lógica postmoderna, muchas juventudes. Ser joven hoy no es lo mismo que ayer, ni tampoco será lo de mañana.

Los y las jóvenes transforman, reciclan y resignifican; son, en verdad, fuertes y febriles reorganizadores de los modelos de socialización, hibridan culturas por los fenómenos de transnacionalización y globalización, complejizan el mundo, proponiendo un orden que entremezcla lo nuevo con lo viejo, generando rompimientos con las dicotomías clásicas de la modernidad y convirtiéndose, contrario a lo que ocurría con anteriores generaciones, en productores de su propio espacio y tiempo social, aunque siempre en pugna con los intentos homogenizadores de la institucionalidad adulta.

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2.2. ¿CÓMO SE PRODUCE Y DETERMINA LA CONDICIÓN JUVENTUD?

Son deberes de los jóvenes nacionales y extranjeros en Colombia acatar la Constitución y las leyes y respetar los derechos ajenos, asumir el proceso de su propia formación, actuar con criterio de

solidaridad, respetar las autoridades legítimamente constituidas, defender y difundir los derechos humanos como fundamento de la convivencia pacífica, participar activamente en la vida cívica,

política, económica y comunitaria del país, colaborar con el funcionamiento de la justicia y proteger los recursos naturales y culturales, respetando las diferencias.

Ley de juventud de Colombia, 375 de 1997.Capítulo II

2.2.1 ¿Qué entendemos por condición de juventud?

La noción de Condición de juventud hace referencia a las miradas más recientes sobre la población juvenil que buscan trascender los enfoques del ordenamiento disciplinar de la modernidad, además de ubicarse en contraposición unas veces, y en articulación, otras, a las miradas de orden situacional provenientes de los discursos socioeconómicos, demográficos y epidemiológicos, aunque estas últimas también son entendidas como el análisis en concreto en un contexto espacio temporal de la condición juvenil de un grupo específico. Además, pensar la “situación” desde una acepción no lingüística, haría referencia al análisis específico (a menudo sólo a nivel descriptivo) de la juventud en un territorio específico o en una temática específica. En este sentido, la condición se propone como un marco más amplio.

La noción de condición de juventud, busca precisamente relievar las diferencias que existen tanto al interior de esta franja poblacional como en los contextos sociales y territoriales en los que pueda aparecer, ya sea en el marco de los Estados- nación, como en los marcos culturales que trascienden este ordenamiento, y ya sea desde lo individual como en lo colectivo. La noción de condición de juventud permite la ampliación y potenciación de características propias de los contextos actuales en el marco de la globalización como son las subjetividades, las identidades juveniles, la diversidad cultural, social y en particular sexual, la no linealidad de la trayectoria vital, las hibridaciones, la desterritorialización de la expresión subjetiva y la influencia del ámbito de las nuevas tecnologías en los procesos de individuación.

La producción de la condición de juventud ha estado ligada a procesos históricos y sociales generados durante la industrialización y en el marco del proyecto moderno que han visibilizado un sector de la población con aras en la distribución económica y el sostenimiento de un ordenamiento social que ante el crecimiento poblacional, el establecimiento de los Estados Nación, el aumento del conocimiento y la demanda de fuerza laboral requería preparación para la inserción en el mundo social. Así, desde todos estos ámbitos empezaron a surgir definiciones, enunciaciones, nombramientos y caracterizaciones de un sujeto denominado joven que, además de recoger en su esencia, algunas de las características planteadas en épocas anteriores a poblaciones semejantes como el efebo o el mozo, proponían un lugar en la cadena de reproducción social que ha variado desde el lugar de la espera para el acceso al mundo adulto y su poder, hasta el del consumo y el disfrute, es decir, desde la no

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significación social hasta un lugar de objeto y fin de mercado, que a menudo se disfraza de representatividad social.

Sin embargo, esta producción de una condición juvenil nunca ha sido homogénea. El acceso a esta siempre ha estado condicionado no sólo a una edad específica, sino a la etnia, el género y en particular, al estrato social, pues han sido los sujetos de sectores y clases sociales de mayor posibilidad económica quienes primero acceden a esta condición. Esto implica una de las principales ideas que propone el marco comprensivo de la condición de juventud: la juventud no es vivida de la misma manera por quienes “llenan los requisitos” para estar allí; de hecho, se considera que grandes sectores de la población que desde una mirada etaria podrían ubicarse allí, no lo están, como son los casos de la población joven rural, joven en situación de desplazamiento y joven de escasos recursos o que, mejor, viven esta condición de manera precaria. No hay por tanto una “condición de juventud” aunque desde los discursos instituyentes como el ámbito teórico y desde el mercado se propongan y promuevan condiciones ideales; leer la condición de juventud implica el reconocimiento del contexto particular en el que se inscribe el individuo o grupo que se esté mirando. La condición de juventud no es por tanto sólo un estado sino también un marco de lectura:

Por su parte, la producción discursiva que se hace de lo juvenil arroja imágenes específicas y variadas de un sujeto denominado como joven. Ellas le dan sentido y lugar en el marco de la experiencia social a las prácticas consideradas juveniles. De manera que el nombramiento resultante de estos discursos es al mismo tiempo la asignación e incorporación de un conjunto de prácticas sociales que lo ubican de acuerdo con los intereses y prioridades que se tienen como sociedad (Quintero, 2005:95).

Entonces, la condición de juventud es tanto una producción social, un estado o una condición de posibilidades, como una lectura analítica sobre la juventud misma, que, como propone Sepúlveda, “permite comprender las relaciones, las formas de articulación de unos sujetos con otros y con las instituciones políticas, religiosas, económicas y mass mediáticas y las interacciones con el mundo adulto en tanto se pueden complementar, oponer, diferenciar, independizar, restaurar o, adscribir” (Sepúlveda, M, 2001: 5).

Dado que no existe un acuerdo sobre el uso y el significado de esta noción, en la literatura académica se pueden encontrar diferentes definiciones que apuntan a determinar los aspectos que se deben tener en cuenta para la comprensión de la manera en que vive un grupo determinado de la población. Es así que términos como contexto, situación, estado, aparecen relacionados, incluso de manera pluralizada, como es el caso del marco comprensivo de las “condiciones de vida”, entendidas estas como:

El conjunto de bienes que conforman la parte social de la existencia, tales como la salud, educación, trabajo, sexualidad, etc. Merced a estos bienes, los individuos coexisten en el espacio y en el tiempo y se desarrollan a lo largo de la vida, esto es, ellas son las condiciones concretas de existencia que si bien son determinadas en una buena parte por la pertenencia a un grupo social, otros aspectos de penden de cómo el individuo materializa estas condiciones (Grisales, 2006:16).

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2.2.2 Variables para comprender la condición de juventud

Ya hemos hecho una reflexión sobre cómo el contexto es determinante para acercarse a la comprensión de la condición de juventud y de los fenómenos y problemáticas que en ella aparecen. Sabemos también que el reconocimiento de la juventud como fenómeno social está fuertemente asociado al crecimiento poblacional, la urbanización, el crecimiento económico, la expansión y caida de la clase media y el desarrollo de los medios de comunicación, factores que podríamos asociar bajo los términos de empresa capitalista y globalización. En particular llama la atención lo referente a los medios de comunicación que generan un rápido acceso a cualquier información o uso y a la vez una rápida obsolescencia de cualquier práctica o consumo, todo esto exacerbado por una industria cultural que vio allí posibilidades de mercado y que se convirtió a su vez en la gran lectora y productora de imaginarios juveniles. La condición de juventud (y su visibilidad) es generada por unas variables que la producen y configuran, mismas que pueden influenciar a todos los y las jóvenes en un contexto en particular pero no de la misma manera, pues su grado de influjo depende de las características de la variable misma y su interrelación con todas las demás:

Puede decirse entonces que son tres procesos los que “vuelven visibles” a los jóvenes en la última mitad del siglo XX: la reorganización económica por la vía del aceleramiento industrial, científico y técnico, que implicó ajustes en la organización productiva de la sociedad; la oferta y el consumo cultural, y el discurso jurídico (Reguillo, 2000:7).

Algunas de estas variables son de carácter más universal en la medida en que están presentes en todos los contextos (Edad, género, generación, etnia, condición socioeconómica y desarrollo biológico) y otras hacen parte de las características contextuales particulares del occidente contemporáneo y en particular de Latinoamérica, como son los conflictos sociopolíticos y armados, los procesos de colonización económica y cultural, la modernización del Estado, entre otras. Veamos unas reflexiones alrededor de estas variables.

Edad

La edad hace referencia al momento cronológico o biológico como punto de partida o variable primordial para la determinación del acceso o salida de la etapa juvenil. Sin embargo, dadas las dispersiones disciplinares en sus enfoques que incluyen o excluyen indistintamente algunas miradas, esta noción puede variar; así, desde la disciplina psicológica que hace referencia a la adolescencia, el marco cronológico oscila entre los 10-12 a 18-20 años, desde un enfoque sociológico la juventud en su espectro más amplio e incluyente abarca desde los 12 a 30 años inclusive; desde un enfoque jurídico, las Naciones Unidas comprenden la juventud entre los 15 y 24 años, entre los 14 a 26 años en Colombia, y hasta los 30 en otros países del continente. El periodo de pubertad se entrecruza con los anteriores y se ubica entre los 8 y 12 años, según el enfoque biomédico pero que, como hemos dicho, puede adelantarse (pubertad temprana) o atrasarse (pubertad tardía).

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Sin embargo, es claro que la llegada a una edad no determina por sí misma la condición de juventud; algunos autores plantean la necesidad de usar esta variable como “edad social” más allá de lo cronológico (ver Cevallos, 2006), generando un cruce entre las edades que se alcanzan, las prácticas culturales y la configuración social en la que se encuentre el sujeto:

Pero los enclasamientos por edad ya no poseen competencias y atribuciones uniformes y predecibles. Por el contrario, tales enclasamientos tienen características, comportamientos, horizontes de posibilidad y códigos culturales muy diferenciados en las sociedades actuales, en las que se ha reducido la predictibilidad respecto de sus lugares sociales y han desaparecido los ritos de pasaje (Margulis & Urresti,1998:1).

En consecuencia, no se debe confundir la vivencia del fenómeno con su durabilidad. Las lecturas disciplinares y a partir de ellas, las institucionales y sociales han intentado construir diferenciaciones y clasificaciones para toda la juventud y a su interior, tomando como eje de referencia el parámetro etario, “se trata de límites arbitrarios establecidos por instituciones y gobiernos para legislar la población juvenil” (Garcés, 2005: 37) lo cual, como plantea Brito Lemus, ha llamado a confusión, pues “no debemos confundir un criterio demográfico (la edad), con el fenómeno sociológico (la juventud).La edad sirve para delimitar un espacio demográfico con un fenómeno sociológico: la juventud.” (Brito, 1996:3). Lo anterior hace necesario aprender a leer la edad como una variable que adquiere importancia como marco general para la determinación sociodemográfica de la juventud y como guía en la comprensión de todas sus particularidades, más no como delimitador de su emergencia y su fin.

Desarrollo biológico

La variable de desarrollo biológico se encuentra emparentada con la de edad, en tanto existe cierta simetría entre los procesos de crecimiento y el tiempo, generando las temporalidades que se configuran a partir de estos. Es por ello que es posible hablar de edades de la infancia, la juventud, la adultez y la vejez. Sin embargo, como hemos recalcado, los procesos de desarrollo biológico funcionan como disparadores de condicionamientos psíquicos y sociales, mas no los determinan totalmente, existiendo variaciones entre el desarrollo corporal y psíquico alcanzado y la edad que se tiene. Ya en la explicación sobre el saber de las ciencias médicas al respecto de la juventud hemos hablado de los posibles trastornos, alteraciones y fenómenos que se presentan en la pubertad y sus efectos a nivel corporal y psicosocial.

Siendo de por si el crecimiento y sus manifestaciones un proceso difícil de manejar para el y la joven, lleno de sorpresas, incertidumbres, expectativas e incomodidades, aún el poseer características de desarrollo biológico cercanas a lo normal, que se evidencian en lo corporal, es vital para la vivencia de la juventud, pues de lo contrario no se contaría con lo necesario para llenar los parámetros ideales de juventud sustentados sobretodo en la potencia y belleza del cuerpo y de paso se expondrían al escarnio y estigma social. Así, el no lograr o no contar a tiempo con la estatura, los tamaños, las medidas o poseer signos evidentes de alteraciones ya sean están visibles o de orden fisiológico hormonal, determinará la manera como el

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y la joven se inscriban en las dinámicas juveniles, adquieran un lugar en sus grupos de socialización y accedan de manera tranquila a las vivencias juveniles.

Etnia

A menudo se piensa en la juventud como un otro, exótico, externo, distinto y lejano en el espacio y el tiempo y con características similares al comportamiento tribal; “nativos del presente” nos plantean Margulis y Urresti, como un sinónimo para la condición juvenil; esta “tribalización”, que alcanza su expresión máxima en la noción de “tribus urbanas” propuesta por Feixa (Feixa, 1999) no debe confundirse con el origen étnico (ni a este con el concepto de raza) de determinado grupo de sujetos jóvenes y sus implicaciones en la vivencia de la contemporaneidad occidental. La etnia hace referencia a los factores de afiliación genealógica, cultural y geográfica de una población. En tanto la idea de juventud hace parte de la civilización occidental y esta ha producido sus maneras de desarrollarla, para algunas poblaciones como la indígena y la afro, la noción de juventud está mediatizada por su propia cosmogonía en tensión con los procesos de occidentalización o “blanqueamiento”. Esto permite pensar sus consumos culturales, las diferentes expresiones estéticas, la apariencia física, la moda, la concepción de territorios y territorialidades; el qué hacen, cómo se comportan, dónde permanecen y cómo se reconocen a sí mismos de una manera diferente que no ha sido suficientemente estudiada y que implica, en la mayoria de los casos, una renuncia a sus parámetros originales. El pertenecer entonces a una condición étnica diferente a la hegemónica, entendida esta como blanca, occidental, civilizada, masculina y urbana, implica una forma diferente de vivencia de lo juvenil que puede oscilar entre el rechazo o resistencia a la integración, la mímesis o hibridación cultural que supone la conservación de algunos rasgos originales y el sincretismo de ciertas prácticas y, finalmente, la adscripción total a las prácticas y discursos hegemónicos con la consecuente renuncia o rechazo de la etnia de procedencia.

Nivel socioeconómico o de clase social

El nivel socioeconómico o de clase social es una gradación que hace referencia a las posibilidades de compra, pago y ostentación de bienes y servicios que se evidencia en la ubicación territorial en la ciudad, la posesión de bienes y el acceso a ciertos círculos sociales. Así, “depende de la clase social el que símbolos, significados y percepciones de la realidad tengan matices, contrastes, texturas diferentes en segmentos poblacionales juveniles, incide igualmente en los lenguajes y sentidos de futuro, sustrato de las prácticas culturales juveniles “(Arias, 2001:3).

En un contexto social y político cada vez más signado por la posibilidad de acceso a determinados bienes y productos culturales que restringen su uso a quienes cargan la marca de una clase social no privilegiada o no poseen el dinero suficiente para granjeárselos, la vivencia de lo que podríamos llamar una condición juvenil plena está fuertemente asociada a esta variable, mediante la cual en gran medida los y las jóvenes viabilizan sus prácticas y nutren sus procesos identitarios y subjetivos; “las condiciones socioeconómicas determinan entonces las expectativas e iniciativas de

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los jóvenes frente a su presente y futuro, por lo cual se hace imprescindible considerar este factor al momento de leer sus realidades y dinámicas” (Arias, 2001:3).

Sin embargo, los y las jóvenes buscan formas de saltarse esta determinación, como plantea Arias: “en espacios y prácticas los jóvenes trascienden las determinaciones de este factor, experimentando convergencias en gustos, intereses, experiencias o pensamientos sin contemplar orígenes o condiciones socioeconómicas” (Arias, 2001:3), pero también desde la trasgresión de los límites normativos y sociales que impiden el acceso, ya sea por la vía de la ilegalidad y la violencia o por la vía de las reivindicaciones sociales, lo cual aparece como una forma de resistencia y autoproducción.

Generación

La generación es una medida para grupos poblacionales que coinciden en el tiempo, es decir, el número de personas que nacen y crecen en un contexto temporal determinado por algunas características sociales particulares y que configuran una cierta homogeneidad social10. Los hechos sociales, las prácticas culturales y las transformaciones estructurales son elementos de cohesión para la determinación de una generación. Los y las integrantes de una generación compartirían entonces vivencias similares, prácticas y percepciones similares del mundo. De igual manera, podrían desarrollar un sentido de pertenencia, conformando una unidad generacional con delimitaciones y marcajes en su producción cultural a través de formas de agrupamiento, modas, comportamiento social, etc. Para Alvarado, “la generación como categoría de apoyo para la comprensión de lo juvenil, remite a la edad pero como una producción cultural, social e histórica” (Alvarado, 2009:99).

La noción de generación remite a la edad, pero desde una perspectiva histórica y cultural que permite trascender la mirada económica de clase social y la biológica de desarrollo bioevolutivo, ya que sus características perseveran en el tiempo, es decir, se hace parte de una generación independiente del momento y el lugar social que se ocupe:

Se es joven, entonces, también por pertenecer a una generación más reciente, y ello es uno de los factores que plantean fácticamente un elemento diferencial para establecer la condición de juventud. Pero la generación no es un grupo social, es una categoría nominal que, en cierto sentido, dadas afinidades que provienen de otras variables (sector social, institución, barrio, etc.) y de la coyuntura histórica, establece condiciones de probabilidad para la agrupación (Margulis & Urresti, 1996:6).

Sin embargo, es de notarse lo arbitrario de esta percepción social, que puede ser intencionada o reclasificada según intereses particulares y que hace referencia sólo a ciertos sectores de la población. A este respecto Cevallos plantea:

10 De acuerdo con José Ortega y Gasset, citado por Pérez Islas (2008), “El conjunto de los que son coetáneos en un círculo de actual convivencia es una generación. El concepto de generación implica: tener la misma edad y tener algún contacto vital. Comunidad de fecha y comunidad espacial son, repito, los atributos primarios de una generación”.

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Los enfoques utilizados han carecido de integralidad, pues han compartimentado a sus sujetos de estudio y “perversamente” los ha llevado a estigmatizar y signar sobre ellos generalizaciones sobre la base de sus roles o características particulares, se los llama: “estudiantes”, “hippies”, “yupies”, “roqueros”, “raperos”, etc.; o sobre la base de la influencia del contexto socioeconómico se las ha llamado generaciones: “NAFTA”, “perdida”, “X”, “Y”, “del desencanto”, “del suspenso”, “@” (Cevallos, 2006: primer capitulo).

Cabe anotar que en el nuevo orden mundial, que como se dijo en el capítulo sobre contexto, se ha venido estableciendo en las últimas décadas a partir de los procesos de globalización (avance tecnocomunicacional, hibridación cultural, etc), que generan mayor rapidez en el cambio social y cultural y el posicionamiento de un discurso moral y social de mercado en el que predomina la inmediatez, la obsolescencia, la fugacidad y la relativización de la importancia de los acontecimientos, no sólo es más difícil establecer grupos generacionales, sino que estos se suceden con mayor frecuencia, lo cual en la juventud es mucho más notorio. Al realizar este tipo de marcajes (generacionales), las generaciones “mayores” que detentan el poder del orden establecido, perpetúan las estrategias de regulación social pero posibilitan el surgimiento de otras formas de agrupamiento y su consecuente producción simbólica que es leída (y de hecho actúa) como contracultural, emergiendo el denominado “choque generacional”. De acuerdo con Margulis y Urresti “se es generalmente solidario con los códigos culturales incorpo rados durante la socialización, hay afinidades con otros miembros de la misma generación con los que se comparten espacios sociales y, por ende, desde esa perseverancia generacional se entra en contradicción y en desencuentro con las cohortes generacionales siguientes” (Margulis & Urresti, 1998:6).

Moratoria psicosocial

La noción de moratoria psicosocial surge como una manera de comprender no sólo cierta actitud de la sociedad frente a la población juvenil, sino como de la juventud misma. Erik Erikson, quien es el postulador de esta idea, hace referencia a una pausa en las demandas de la sociedad en la responsabilidad frente a asuntos sexuales, sociales, académicos y laborales, teniendo como resultado un “periodo en el que el joven puede dramatizar o, por lo menos, experimentar con pautas de conducta que son – o no llegan a ser- infantiles y adultas a la vez, y sin embargo con frecuencia incorporarse en forma aparatosa a ideales tradicionales o a nuevas direcciones ideológicas” (Erikson, 1972: 121).

Esta comprensión supone que la estructura social genera de manera implícita (y a veces explícita) un tiempo y unas condiciones que posibilitan la vivencia del ser juvenil y a la vez un tiempo de espera para el ingreso a un nivel aparentemente más elevado de la sociedad que es el mundo adulto institucional y su correspondiente lugar de poder. La moratoria es entonces habitar y esperar, pero también de algún modo, deber, en el sentido de que el argumento que parece sostener este orden social es la no preparación para avanzar al siguiente estadio social. Las personas entre los 12 y 18 años aproximadamente, deben entonces dedicarse a estudiar,

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prepararse y divertirse o usar su tiempo libre, que en la lógica contemporánea se traduce a menudo como consumir, configurando de esta manera la supuesta esencia de lo juvenil:

La moratoria social alude a que, con la modernidad, grupos crecien tes, que pertenecen por lo común a sectores sociales medios y altos, postergan la edad de matrimonio y de procreación y durante un período cada vez más prolongado, tienen la oportunidad de estudiar y de avan zar en su capacitación en instituciones de enseñanza que, simultánea mente, se expanden en la sociedad (Margulis & Urresti, 1998:3).

Sin embargo, esta variable de influencia sobre la producción de la juventud presenta dos problemas en la dinámica contemporánea que se evidencian a manera de tensión: el primero, es la tendencia hacia una moratoria infinita, como consecuencia de la incapacidad del mundo adulto de ceder o abrir nuevos espacios para las generaciones más recientes, aunado esto al aumento del tiempo de preparación para la vida, debido al nivel de información acumulado por la humanidad, las especialización de las profesiones y la exacerbación del ideal juvenil y sus posibilidades de vivencia. En segundo lugar, la casi desaparición o el trastocamiento de las condiciones de moratoria social para gran parte de la población juvenil, dado que el tiempo de la producción y la responsabilidad no dan espera por la situación económica en la que viven. La moratoria estaría relacionada con la clase social y la condición socioeconómica, haciendo que muchos y muchas jóvenes dispongan de tiempo libre más no de moratoria y para otros esta sea una condición alargada más allá de los tiempos sociales de la juventud.

En paralelo con esta noción de moratoria social, Dávila y Ghiardo, proponen la noción de “transición” en la que la permanencia no implica quietud o latencia, sino que supone la vivencia de una serie de experiencias condicionadas por el contexto y que determinarán y configurarán la vivencia y el proyecto adulto; un proceso en el que “ser joven es «ir dejando» de ser niño sin aún llegar a ser adulto, estar expuesto a la vivencia de lo indefinido, a la tensión por el desajuste que se produce cuando se deja de ser lo que se era, cuando se altera la identidad entre cuerpo, mente y condición social (Davila & Ghiardo, 2005:115).

Moratoria y transición podrían entenderse como la manera en que se operativiza en la juventud las condiciones que la hacen posible, las experiencias y parámetros sociales a los que hay que ajustarse (a las cuales no todos y todas se ajustan) y a la vez como las estrategias resultantes de las relaciones de poder, en donde el poder hegemónico adulto conmina a la población juvenil a un lugar y un tiempo diferenciado y regulado al que hay que someterse para luego acceder al mundo adulto.

En esta moratoria, o en esta transición, los y las jóvenes, de acuerdo a las posibilidades que les presentan las demás variables que configuran su condición, (socioeconómica, de género, étnica, etc) construyen “trayectorias”, es decir, se movilizan hacia el logro de mejores condiciones de vida o hacia la satisfacción de sus intereses y deseos vitales. Podríamos decir que esta variable en los contextos latinoamericanos es la que menos define su condición.

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Moratoria vital

La moratoria vital hace referencia a la cantidad de tiempo del que aparentemente dispone un joven, en tanto su ubicación en el cíclo vital le otorga una posición privilegiada, que hace pensar la juventud como un capital vital, que se traduce en fuerza física o lozanía, mayor cantidad de oportunidades para experimentar, distancia de la muerte y resistencia o inmunidad biológica, “lo cual implica una manera diferente de estar en el mundo, con percepciones y apreciaciones distintas, con abanicos de opción más amplios, y con una frecuente sensación de invulnerabilidad que deriva de esa falta de huellas previas, raíz de la que emana esa característica imagen de la disponibilidad” (Margulis & Urresti, 1998:10)

La moratoria vital es una actitud evidenciable en primera instancia en el plano corporal, o más bien, en el uso que se hace de este, pero es también una disposición vital que permite diferenciar la juventud de lo juvenil o a jóvenes de adultos, independientemente de su condición social, en tanto el adulto considera efectivamente disminuidas sus oportunidades, aumentan sus temores y aunque lo niegue, la certeza del desgaste de su energía vital. Es esta variable la que impulsa y posibilita en gran medida la vivencia y acumulación de experiencias y sensaciones y alimenta la representación social de una juventud vital, alegre, dinámica y menudo desenfrenada y temeraria.

Sin embargo, podemos pensar que la moratoria vital no siempre implica una ventaja en relación con las generaciones precedentes, es decir, con los adultos cuya moratoria vital se ha reducido. La conciencia de poseer semejante capital (conciencia no siempre presente), a menudo implica angustia y excitación ante la obligatoriedad social de hacer uso de esta (de manera adecuada o no, de acuerdo con cual sector de la sociedad la plantee, ya sea, por ejemplo, la familia o el mercado), con el consecuente temor ante el fracaso por no contar con parámetros de comportamiento o una guía que les ayude a aventurarse en el mundo; es paradójico: para no excederse en el uso de su capacidad de exceso. Muchos mueren en el intento.

Género

El género es una variable a tenerse en cuenta debido a que establece espacios y temporalidades sociales, culturales y psicológicas diferentes para hombres y mujeres. Para ello es necesario entender la especificidad del concepto y las diferencias y cercanias con las nociones de “sexo” y “diversidad sexual” y con la apuesta académico política de la perspectiva de género, campos todos ellos altamente complejos y aún en construcción.

En principio, el género hace referencia a los parámeros de comportamiento propios o ideales de lo masculino y lo femenino, los cuales han sido históricamente asignados y distribuidos para los hombres y las mujeres: “los grupos humanos, a partir de las diferencias biológicas, construyen los conceptos de masculinidad y feminidad y atribuyen simbólicamente características, posibilidades de actuación y valoración diferentes a las mujeres y a los hombres (Sepúlveda, 2000:1), haciendo que de

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esta manera se confundan género y sexo. Esta última categoria hace referencia a la condición biológica de hombre o mujer. La juventud entonces, en tanto hombres y mujeres, posee condicionantes femeninos y masculinos que a menudo, como hemos dicho en reflexiones anteriores, son borrados en la teorización y en las representaciones sociales, ya que “el concepto de género es una construcción social, lo cual implica que es creado y por lo tanto cambiante y, sobretodo, que se genera, se mantiene y se reproduce, fundamentalmente, en los ámbitos simbólicos del lenguaje y de la cultura (Sepúlveda, 2000:1).

De otro lado, la perspectiva de género “muestra que las diferencias entre mujeres y hombres son cambiantes” y busca “la transformación de las actuales relaciones de género, exige una reconstrucción del ordenamiento simbólico de lo femenino y de lo masculino en la interacción social” (Sepúlveda, 2000:2).

Finalmente, la diversidad sexual hace referencia a las posibilidades de expresión y vivencia tanto del género como del sexo, rebasando las delimitaciones culturales y fisiológicas que han sido impuestas a partir del modelo social de la modernidad occidental y el discurso religioso judeo-cristiano.

El género sin embargo, en su vivencia cotidiana, es decir, la construcción cultural de lo masculino y lo femenino, trae consigo una serie de marcajes comportamentales diferenciados y a menudo desiguales, como una forma más de expresión y operativización de la lógica masculina del proyecto de la modernidad, que en términos contemporáneos se convierte en una biopolítica, en una administración del cuerpo hombre y del cuerpo mujer. Hombres y mujeres jóvenes han ocupado históricamente en nuestro contexto lugares y tiempos diferentes en la reproducción social, de los cuales llama la atención, los de producir vida por parte de la mujer y muerte, por parte del hombre, dinámica que se hace visible en los embarazos tempranos y en la participación de niños y jóvenes en las violencias. Una variable de esta división puede encontrarse en la distribución de espacios y tiempos laborales, de mayor acceso para hombres jóvenes que para mujeres o que se caracteriza por una distribución de labores donde las menos ventajosas son ocupadas por mujeres jóvenes.

Dado que la determinación de las características de esta variable, sus formas de aparición y sus implicaciones, requiere de estudios y acercamientos que produzcan un conocimiento que aún está en ciernes, lo importante por decir, además de la necesidad de construir aprendizajes sobre género y juventud, es el reconocimiento de la existencia de un aspecto que es transversal a la juventud en tanto condición social y que toda mirada hacia ella debe tener en cuenta.

Las instituciones socializadoras o de mediación

No se puede hablar de variables sin reflexionar la manera en que estas son viabilizadas en el contexto. Desde diferentes marcos comprensivos de lo social se han generado nombramientos para este proceso y sus mecanismos: socialización, instituciones socializadoras, aparatos ideológicos, mediaciones sociales, procesos de inserción,

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entre otros, los cuales, sin embargo, guardan distancias y contradicciones entre sí, en la manera en que conciben la labor cuyo fin es la determinación de una condición, en este caso, la juvenil.

La modernidad adjudicó inicialmente esta función a la Escuela, la religión y la familia, como los entes encargados de formar, de dotar de discurso identitario y de insertar en la comunidad a los sujetos infantes y jóvenes, a partir de la implementación de metodologías, normatividades, regulaciones y en general discursos que suponían garantizar el buen desempeño y el éxito en el mundo social de la adultez. La industrialización y las guerras trajeron consigo otros espacios y discursos que apoyarían esta labor, como los ejércitos y las fábricas.

Sin embargo, el lugar de poder de mediación de estas instituciones socializadoras ha variado en el tiempo, desde ser las únicas productoras del discurso, su implementación social e introyección en los y las sujetos jóvenes, hasta su fusión o articulación con otros discursos, que han emergido de la mano de los avances tecnocientíficos y comunicacionales, que dieron más poder y autonomía a los sujetos para su autodeterminación, a la vez que generaron un mayor acceso a la información y al conocimiento de diversas formas de ser y estar en el mundo, situación actual en la que ceden parte de su poder configurativo a nuevas mediaciones como la industria cultural y del entretenimiento, los medios de comunicación y la misma creatividad juvenil.

En este proceso, las instituciones socializadoras se han tenido que plegar a las metodologías y discursos de las nuevas mediaciones, acercándose a los medios de comunicación, las Nuevas Tecnologías Digitales de la Información y la comunicación, las redes sociales virtuales, la música y las estéticas y lenguajes contemporáneos, así como horizontalizando su relación no sólo con la población sino con el saber que ostentan, logrando a veces, la conservación de su lugar y en otras, articulaciones poco creíbles o que no logran deslindarse de la lógica adulta, en una batalla por la hegemonía de la mediación para la socialización de la población juvenil que parece estar ganando la industria cultural.

Industria cultural y del entretenimiento

La industria cultural y en general, el discurso mediático ha hecho de la población juvenil (y por ende de la idea de juventud) una franja poblacional objeto de mercado y una fuente constante de producción simbólica que es traducida en objetos y espacios de consumo, que terminan siendo ofertados para toda la población como fines de vida o al menos, como medios para obtener la felicidad y el bienestar, reforzando la premisa de la juvenilización.

No se puede negar sin embargo, que ha sido este ámbito el de mayor acercamiento y lectura de la juventud, toda vez que las miradas producidas desde lo académico y desde lo social carecen de atractivo y de respuestas y ofertas inmediatas y satisfactorias, pero al precio de la espectacularización de la juventud, es decir, tanto de la creación de una imagen distorsionada de su esencia, como de la puesta

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en clave de espectáculo de su vida. Además, se ha generado una segmentación estereotipada y excluyente, a partir de la creación de franjas de mercado dentro de la misma juventud y la disminución de su auto producción bajo la simulación de darle la voz y la posibilidad de expresión a la juventud a través de sus medios y sus objetos.

Así, el discurso juvenil en términos de “su” discurso, termina siendo elaborado por la industria cultural por medio de una observación y una escucha interesada y direccionada de las prácticas y expresiones juveniles, que han sido producto de esta misma mecánica, en un círculo cada vez más cerrado en donde “las industrias culturales, los medios de comunicación y las redes de consumo han sido más efectivos en las definiciones de juventud; en lo concreto, encuentran en los jóvenes sus clientes privilegiados a los que ofrecen productos exclusivos y particulares; son “co-autores” del estilo juvenil y sus estéticas. (Cevallos, 2006: segundo capítulo).

Un ejemplo de la mirada “interactiva” de la juventud por parte de la industria cultural nos lo da la industria cinematográfica que ha ubicado en los últimos años a hombres y mujeres jóvenes en el lugar de actores principales de las temáticas de violencia, injusticia social o grandes desastres con buenas dosis de epopeya. El joven funge como antihéroe que resuelve los males de la sociedad pero que de alguna manera antes había sido rechazado por esta; los deseos de esta población por asumir las riendas del mundo se subliman y elaboran por vía del actor o actriz de turno, mientras en la realidad sigue siendo una subalternidad.

Otro tanto, mucho más conocido, ocurre con los grandes ídolos de la industria musical contemporánea, en su mayoría jóvenes, jóvenes adultos o adultos que teatralizan la juventud o se comportan como lo que la sociedad cree que es ser joven artista. En ellos y ellas, la juventud encuentra la fuente para su construcción identitaria, para la definición de su subjetividad, para la viabilización de sus intereses y expresiones políticas y estéticas, sin darse cuenta que estos referentes a menudo son construidos por la vía del casting, los concursos de talento y los parámetros de interés económico de la empresa de producción discográfica, que ya ha “leído” los deseos y gustos de la juventud. El sistema como tal no es problemático, puesto que en la aplicación constante ha aprendido a hacer uso de la diferencia, la diversidad y la innovación estética, sin romper del todo el molde; preocupa eso si, la pobreza ideológica, el vaciamiento de sentido critico y político y la instauración de un falso discurso de expresión juvenil, así como la inserción irreflexiva de modelos culturales foráneos que profundizan y perpetúan una colonialidad cultural que por fortuna, como hemos dicho, es resignificada por algunos grupos de jóvenes, generando prácticas culturales de origen foráneo pero con componentes estéticos locales.

No podemos olvidar el papel que en este andamiaje cumplen los medios de comunicación y la publicidad, que actúan como mediaciones operativas, recolectoras, reproductoras y amplificadoras del discurso y los intereses de esta industria.

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El estado de guerra como eje de pervivencia histórica.

La guerra, en todos sus tipos y a pesar de su crueldad, es considerada, a la par del comercio, los descubrimientos y los avances científicos, como uno de los factores que ha posibilitado el establecimiento de los conglomerados nacionales y el desarrollo de las sociedades, aunque a un costo muy alto para ellas mismas; inclusive, algunas posturas como el marxismo la han identificado como el motor de la historia. Latinoamérica ha construido su historia a golpe de invasiones, conquistas, enfrentamientos, revoluciones y genocidios, en los cuales las poblaciones de base, los hombres, niños, jóvenes y mujeres han puesto la cuota más alta de sacrificio y muerte.

Diferentes autores han intentado conceptualizar la guerra generando marcos comprensivos amplios que puedan ser puestos a prueba en cada uno de los contextos donde este fenómeno aparece, enfrentando desde diferentes ángulos teóricos las vicisitudes del mismo. Esto ha llevado al establecimiento de categorías y clasificaciones, más o menos generales, que están asociadas tanto a las interpretaciones de las características visibles de la guerra, como a los momentos históricos en que estas se dan.

Buena parte de esta indefinición del concepto de guerra se expresa en el conflicto colombiano, que aunque no es una condición sui generis -en relación con otros conflictos contemporáneos- si presenta algunas características y dinámicas que complejizan su entendimiento. Luego de los procesos de consolidación de las naciones, que implicaron guerras de independencia y revoluciones, siguieron los enfrentamientos fratricidas, las dictaduras y sus estrategias de eliminación y posteriormente, las guerras partidistas y el surgimiento de guerrillas. La contundencia de los actos violentos en Colombia es de un peso y una continuidad histórica tales que se resisten a ser definidos desde una sola óptica estática o un tipo particular de guerra y se hace más pertinente y productivo preguntarse por las dinámicas históricas en que se ha venido articulando el fenómeno, sus transformaciones, ritmos y acumulados.

En Colombia, nos hemos centrado en el estudio de “la violencia”; específicamente, desde la segunda mitad del siglo XX, ha existido un especial interés por la influencia de los partidos políticos, las relaciones con el Estado, los actores armados y en la actualidad, la participación de los grupos paramilitares y el narcotráfico, pero pocas veces se ha puesto el lente en las relaciones cotidianas, en la cultura, en los efectos sobre poblaciones específicas, más aún cuando, en palabras de W. Ramírez, “es cierto que en el conflicto actual hacen presencia elementos propios de las anteriores crisis de nuestra turbulenta historia republicana, lo urgente ahora es identificar las profundas modificaciones que desde las ya remotas razones de tipo social y político le dieron sentido originario a la actual contienda armada” (Ramírez, 2002:157). De esta manera, el autor desmiente aquellas posturas que pretenden reducir la violencia en Colombia a enfrentamientos de grupos armados sin ningún sustento social y político.

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Partiendo de lo anterior, se puede plantear que en Colombia existe un estado de guerra, más allá de las confrontaciones armadas; una situación en la que las actitudes y comportamientos de la población, las estructuras y relaciones sociales, son reguladas y mediatizadas por la sensación (y a menudo la constatación) de la posibilidad de morir, y cuyo trasfondo es el conflicto sociopolítico generado por la desigualdad histórica entre los diferentes grupos sociales, la incapacidad del Estado para garantizar el bienestar y la instauración de un sistema socioecómico que beneficia a unos pocos por encima de la mayoría, lo cual propone una espacialidad social particular que tiene efectos en la manera como se es sujeto, como nos lo plantea I.M. Baró al decir que “en base a este innegable deterioro colectivo de las relaciones sociales, la guerra está precipitando numerosas crisis y trastornos personales de quienes, por una u otra razón, ya no pueden descifrar adecuadamente las exigencias de su situación vital” (Baró, 1984:506).

Los y las jóvenes en Colombia (y en otros países que viven vicisitudes semejantes), también denominados metafórica y literalmente “hijos de la guerra” (en contraposición a la metáfora de “hijos de la libertad” utilizada por Ulrich Beck para referirse a las juventudes europeas) participan de este estado desde diferentes lugares y roles sociales, no sólo como actores armados o víctimas, sino como hereditarios de una cultura y un estado social que perpetúa la desigualdad, y promueve la resolución de los conflictos y la satisfacción de las necesidades de supervivencia por la vía de las violencias; Este efecto es más notorio con el surgimiento de la relación grupos armados-narcotráfico, que degenera y complejiza el conflicto, aumentando su nivel de urbanización, de tipos de actores y funciones, las cuales, en su mayoría son realizadas por población juvenil, situación que no ha sido suficientemente visibilizada y que conlleva a diferentes reacciones y efectos frente al mismo.

Entonces, el estado de guerra determina la condición juvenil no sólo por el hecho de involucrar directamente en las filas de los distintos grupos armados legales e ilegales, a grandes cantidades de jóvenes hombres y mujeres, o por descargar sobre esta población, como uno de los eslabones más débiles de la sociedad, las vicisitudes y efectos de ella en términos de deprivación cultural, ausencia estatal, desarraigo, y en fin, toda suerte de violaciones de DDHH, sino en la medida en que genera, lenguajes, actitudes, comportamientos y regulaciones que giran en torno al egoísmo, la beligerancia, la competitividad y la idea de vivir en la incertidumbre y el riesgo, discursividades que moldean el ser juvenil, se convierten en fuentes de construcción identitaria y de sentido de vida y alimentan el estereotipo del joven guerrero en los hombres, y el de la joven madre dadora de vida en las mujeres, endilgándole finalmente a estos la culpa o el origen de la guerra, y por demás, la labor de solucionarla.

El desarrollo y el actual modelo de desarrollo

La noción de desarrollo, entendido como todas las acciones de un individuo o comunidad sobre sí misma o sobre otras, tendientes a mejorar sus condiciones de vida, ha existido siempre, no sólo desde su posicionamiento como concepto y discurso último de la modernidad, a partir de la segunda guerra mundial

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-acontecimiento que exigió un replanteamiento del ordenamiento general del mundo y los objetivos de las naciones vencedoras- sino desde el surgimiento mismo de las organizaciones sociales humanas que configuraron su existencia, alrededor de prácticas de supervivencia y modificación de su entorno y que, eventualmente generaban avances o cambios que aumentaban su nivel de dominio del mundo y comprensión de sí mismos.

Esta apreciación implica dos ideas fundamentales: la existencia de una necesidad inherente a la condición humana de agenciamiento de su realidad (siempre con la intención de mejorar) y el establecimiento en diferentes momentos en el devenir histórico humano, de diversas formas de comprensión y operación de esa necesidad, lógica en la que se inscribe la noción contemporánea de desarrollo, o se debiera decir: las comprensiones contemporáneas del desarrollo, de las cuales la comprensión liberal (ahora neoliberal) se instaura como hegemónica.

Para poder acercarnos a una comprensión de un modelo de desarrollo como determinante de la condición juvenil, es necesario plantear en un principio la evitación de la naturalización o el esencialismo del concepto de desarrollo, como “una práctica de definir y categorizar para ordenar y dar significado a la intervención en una determinada realidad social, en suma, un ejercicio de poder” (Cejas, 2000: 73 -74) a la manera en que actualmente opera dicha práctica, dando un salto de la búsqueda del mejoramiento de las condiciones humanas como una necesidad, hacia la implementación de estrategias de generalización, homogenización y objetivación con el fin de producir sujetos gobernables (Cejas,2000: 73), en fin, que existe un desarrollo, pero han sido posibles y son, otros desarrollos, es decir, otros modelos y visiones del mundo, así como de los sujetos.

Entonces el desarrollo nace de sujetos y se dirige a sujetos en lugares desconocidos, pero sobre los cuales se tiene un imaginario. Ya muchos autores han hablado del desarrollo como la gran empresa para “occidentalizar” al mundo a su imagen. Semejante propósito que en el imaginario social de los “beneficiarios” muchas veces se representa en paisajes industrializados, avances tecnológicos y ciudades modernas, tiene en su fundamento también una concepción sobre el sujeto y sus modos de ser y estar, que (en el discurso “para” el desarrollo) promete la interpretación occidental del nirvana: la satisfacción inmediata y absoluta de las necesidades humanas, y que también trae implícita la idea del sujeto moderno: insertado en los modos de producción pero también en los de consumo, social mas no crítico, integrado mas que sumiso, reproductor mas que creador. Si hay un horizonte de desarrollo que establecer es por que existe una concepción de sujeto que lograr: el sujeto gobernable. Se puede decir que el desarrollo busca sobre todo producir sujetos, idea que nos aleja de la concepción del desarrollo económico como fin y lo convierte en un medio biopolítico, una estrategia de control social en beneficio de sus diseñadores, que busca la producción y el control de subjetividades que lo perpetúen o que al menos no impidan su funcionamiento al insertarse o adscribirse al mundo que este le ofrece. La mayoría de la población del tercer mundo no es beneficiaría directa de los planes, programas o proyectos específicos y focalizados en un territorio y sobre

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una problemática en particular, pero sí de los efectos históricos de la gran empresa del desarrollo, que a la luz de hoy poco se parecen al sueño progresista enunciado en sus inicios.

El discurso “para” el desarrollo, puesto en práctica, ha tenido un logro esperado por sus diseñadores pero no por sus beneficiarios: el distanciamiento paulatino e imperceptible de las comunidades receptoras de sus identidades originarias y la generación de subjetividades integradas de manera acrítica al gran proyecto de desarrollo: un modelo de desarrollo neoliberal y de raigambre colonialista que produce estructuras sociales y sujetos mediatizados por el mercado y el consumo que aceptan convertir en servicios lo que son derechos fundamentales.

Este efecto, en la medida en que se va dando el proceso de cambio crea grandes cantidades de población sin un piso real para vivenciar la subjetividad (construida o heredada), dado que los beneficios del desarrollo no están siempre al alcance de la mano, pues los efectos de cambio positivo económicos y sociales prometidos de éste nunca llegaron.

Así, los efectos del desarrollo en la subjetividad pueden plantearse en términos de dos tensiones: exclusión y reclusión e integración y resistencia. La tensión entre reclusión y exclusión se propone siguiendo las palabras de Ferrara (Ferrara, 2001), según las cuales lo contrario a la exclusión no es propiamente la inclusión, en el sentido positivo en que siempre se ha pensado y que es de algún modo equiparable al de integración, pues si bien, existen grandes cantidades de sujetos que se encuentran por fuera de la modernidad construida por el desarrollo en tanto viven en la pobreza, carecen de empleo, educación, acceso a servicios en salud y disfrute cultural, existe otra gran cantidad de población que vive en un adentro del desarrollo que en tanto acoge y posibilita el disfrute de sus beneficios, implica rendirse al consumo, el sostenimiento de un status social, la corrección política y la vivencia constante de sentimientos de miedo, soledad, aislamiento e incertidumbre ante el futuro. Esto significa que hacer parte del lado “bueno” del desarrollo no implica escapar a sus males.

La tensión entre integración y resistencia se articula a la anterior, en la medida en que los sujetos pueden adoptar posturas de aceptación o de reacción según el lugar social en el que se encuentran; en otras palabras, no todos los sujetos que están del lado de la exclusión construyen subjetividades resistentes a las causas de la misma, puesto que no las reconocen. La juventud es un ejemplo palpable de este fenómeno. De acuerdo con Parra Sandoval (Parra,1978), en Colombia, la génesis de la juventud como grupo social está asociada e incluso intencionada por la implementación del modelo de modernización o de desarrollo urbano industrial que expandió la juventud a grupos más amplios de la sociedad colombiana y no sólo a las élites de los años 60’s en adelante.

Este acontecimiento ubicó población juvenil tanto del lado de la exclusión como de la reclusión, aunque en el discurso “sobre” el desarrollo sea más notoria la segunda pues viven los efectos más desastrosos de este, convirtiéndola en la población “síntoma” del mundo contemporáneo y en un buen ejemplo para ilustrar el fracaso

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del desarrollo en tanto ayuda beneficiosa para los países destinatarios, aunque los organismos de seguimiento y los entes estatales locales no hagan esta lectura (véase La juventud en Iberoamérica: tendencias y urgencias. CEPAL – OIJ. Santiago de Chile, 2004), sino que promuevan el establecimiento de ajustes y nuevas políticas que no cuestionan estas subjetividades creadas sino que por el contrario las refuerzan:

Esta situación debe alertar sobre la necesidad de promover políticas innovadoras para los jóvenes del sector rural que se enfrentan a la vez a un drástico cambio de la estructura de la producción y el comercio agrícola, hasta hace poco, su fuente natural de actividad económica y generación de ingresos, y a una fuerte desventaja por la inequidad en la calidad y cantidad de educación que reciben, lo que les impide insertarse oportuna y adecuadamente en el mercado de trabajo urbano e incluso rural, incluyendo el agrícola (CEPAL, 2003:11).

Entonces, uno de los sectores de la población colombiana que vive en carne propia y sufre las vicisitudes del desarrollo es la juventud. La visión que esta franja poblacional posee sobre el país varía de acuerdo con la posición que ocupe o se le otorgue en él como víctima o victimario, como consumidor u objeto de consumo, que son los lugares más notables que ocupa la juventud actual en el país. Esa visión o visiones podrá entonces oscilar entre el positivismo irracional y la desesperanza aprendida, ambas, posiciones extremas; sin embargo, la visión más generalizada es aquella donde aparentemente no se dice nada, una especie de indiferencia inconsciente. Se plantea entonces que a la luz de la psicología los comportamientos juveniles son expresiones o si se permite, síntomas a través de los cuales intentan transmitir de manera codificada su opinión sobre el estado de cosas.

El interés por las modas, el consumo, la rumba y la cultura del entretenimiento en general, asociado a actitudes de rebeldía y sectarismo, oscilantes entre momentos de ubicación temporal en alguno de los extremos mencionados, es una solución inteligente ante la presión del desarrollo que conmina a excluirse o recluirse, a integrarse o resistirse, en una especie de negociación donde la objetivación aparece como subjetividad, efecto de la presión del desarrollo hacia los sujetos que en términos de M. Cejas (Cejas,2000), es violenta: el sujeto gobernable ha sido creado.

La modernización del Estado: generación de políticas y acceso a servicios sociales

A pesar de (o acaso debido a) las dificultades históricas presentes en la conformación de los Estados Nación latinoamericanos, - entre las cuales se encuentran las dos variables que acabamos de mencionar- y que es además complejizada por la irrupción de nuevos procesos y ordenamientos socioeconómicos, culturales y políticos, bajo el signo de la denominada globalización, es indudable que la región ha alcanzado niveles considerables de modernización, ampliación y fortalecimiento de la estructura estatal tendientes a generar las condiciones mínimas de vida esperadas en un estado social de derecho y que le alejan (si bien no le exorcizan totalmente) de los fantasmas de dictaduras, revoluciones y guerras.

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En concordancia con lo anterior, el conocido interés geopolítico y económico de los países del primer mundo y en particular los EE.UU. desde donde se han implementado proyectos de modernización, facilitación de recursos y alianzas estratégicas (a menudo con beneficios desiguales) ha tenido efecto, a la par con los procesos autonómicos de afirmación sociopolítica de nuestras naciones, en la construcción de Estados más capaces, abiertos y actualizados a la hora de generar políticas públicas y gubernamentales dirigidas a poblaciones y temas específicos, así como de promover y garantizar el acceso a servicios y espacios de participación social y política.

Los anteriores procesos de modernización y democratización mencionados, en nuestro país coinciden en la década del noventa del siglo pasado, con la intervención y la formulación de políticas explícitas para “la” juventud urbana popular. Desde entonces, ha sido prolífico el reconocimiento de la población juvenil y la promulgación de leyes nacionales y entes institucionales encargados de garantizar el cumplimiento de los derechos de esta población, mejorar sus condiciones de vida y promover su adscripción y participación por vía de mecanismos oficiales o por el apoyo a las formas convencionales y emergentes de organización social juvenil.

Este fenómeno es posible de ver en la mejora de las estructuras físicas necesarias para la salud, la educación, el deporte y la recreación, así como en la creación de programas específicos para la juventud en el marco de lo cultural-artístico, lo deportivo recreativo y competitivo, lo participativo-político y educativo-social. Casos específicos como los parques biblioteca, los colegios de calidad, la estructura recreodeportiva y educativa que incluye desde las canchas de futbol hasta el Parque Explora, la red hospitalaria con énfasis en servicios amigables para jóvenes, el Consejo Municipal de Juventud, el Programa musical Altavoz, la Red de Escuelas de Música y el Programa de Presupuesto Participativo Joven, todos en la ciudad de Medellín, son un ejemplo de esto, y en general, de las acciones de diseño e implementación de Políticas Públicas de Juventud en diferentes países latinoamericanos. Cabe anotar que un espacio en el que la modernización estatal no ha logrado incidir de manera efectiva es en el de generación de trabajo y empleo, pues paulatinamente ha cedido esta función al ámbito privado debido al modelo de desarrollo y corre el riesgo de perder lo ganado en otros terrenos por la vía de la privatización de los servicios sociales.

Esta disposición estatal se convierte en una variable determinante de la condición juvenil en la medida en que se “disputa” con la industria cultural, el mercado y la violencia, el lugar de preeminencia como fuente de producción identitaria y subjetiva, como referente y como lugar de inserción social, en tanto ofrece a los y las jóvenes otros discursos, otros lugares para ser y estar en la ciudad bajo el ala de la protección institucional, facilita recursos para llevar a cabo sus sueños e intereses y avala y visibiliza (incluso apropia) sus prácticas, sus estéticas y sus lenguajes, así como premia aquellas acciones que se pueden difundir como ejemplares. Esto hace que cada vez más jóvenes asistan a los conciertos, hagan uso de los servicios y participen en los procesos. Habría que añadir que no solo está en pugna el moldeamiento de una subjetividad juvenil para la prevención de la violencia o para la adopción de una determinada cultura política, sino que la actitud estatal es un

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mecanismo que posibilita o no el acceso al bienestar o a la denominada calidad de vida a través de la regulación de las relaciones con el mercado y de la configuración de instrumentos de distribución y redistribución de la riqueza; además, es la instancia en la que para muchos jóvenes se define su posibilidad de vivir o de morir a partir de las políticas y programas de seguridad y reinserción social.

Entonces, cada vez más, las generaciones jóvenes actuales reconocen e incluyen dentro de sus prácticas, la participación política y la toma de decisiones, la adhesión a organizaciones y la demanda de acceso a bienes y servicios, siempre moviéndose en la tensión entre la resistencia crítica y la integración disciplinada al sistema. Sin embargo, aunque algunos grupos juveniles y organizaciones no participen y decidan reconfigurar la política por fuera de los mecanismos oficiales, las intervenciones estatales sectoriales y poblacionales tienen influencia en el desarrollo de sus acciones como grupo y de sus prácticas como individuos; Esto es especialmente relevante para los y las jóvenes de las clases medias y sobre todo de las clases bajas en las que se focalizan las políticas públicas de juventud.

De otro lado, no hay que olvidar que este proceso de ampliación de la oferta es problemático debido a la tendencia a oficializar la organización juvenil, homogenizar su discurso y reducir su capacidad crítica y de autonomía, al dirigirla hacia los discursos oficiales e institucionalizar sus prácticas y comportamientos. La tendencia general de las estructuras gubernamentales, como ya lo hemos mencionado, es la de la asimilación por la vía de la seducción y el reconocimiento de las prácticas juveniles, pero solicitando a cambio la adscripción a modelos de participación y generando exclusiones sutiles de quienes no comparten el discurso oficial.

2.2.3 La autoproducción

Como hemos dicho anteriormente, algunos autores de la teoría social crítica, que toma distancia de los preceptos establecidos en la modernidad para comprender los diferentes ordenamientos sociales y las formas de producción de los sujetos, plantean, a partir de este cambio de perspectiva, que el sujeto no está totalmente atado ni supeditado por los esquemas y discursos institucionales y sociales, por las diferentes expresiones del poder, que se entendía como vertical, alienante y determinista; al menos no el sujeto de la contemporaneidad que se apodera cada vez más de herramientas simbólicas y materiales para la expresión de su propia subjetividad. Sin embargo, esta condición hay que plantearla en términos de tensión, ya que a la vez que esto ocurre, los procesos de homogenización global11, tienden a borrar las diferencias generando una pugna entre diversidad subjetiva y homogenización colectiva.

11 La homogenización global hay que entenderla como una de las vías de las globalizaciones, que in-cluso se apoya en el establecimiento de segregaciones, exclusiones y segmentaciones poblacionales, es decir, la globalización no es homogénea, pero busca estandarizar al sujeto.

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Es así como desde las comprensiones de las relaciones de poder propuestas por teóricos como Michel Foucault y Pierre Bourdieu, en las cuales se plantea que hay un poder en el sujeto y en los colectivos de base, en la propuesta de Henri Lefebvre de entender el espacio social como una producción impulsada por las dinámicas de sus habitantes, de Michel de Certeau sobre la producción de lo social y lo subjetivo desde la cotidianidad en relación con el consumo y el uso del espacio social, entre otros, es posible pensar que el sujeto contemporáneo ya no depende sólo de los grandes metarrelatos religiosos, políticos, sociales y culturales para constituirse como sujeto, sino que cada vez más, a partir de los procesos de expansión tecnológica y sociocultural, tiene acceso a otras fuentes identitarias y de expresión subjetiva y cada vez más reconoce la capacidad y el derecho a usarlas de manera creativa y en función de sus intereses particulares.

Pudiéramos decir que el sujeto actual, y en particular el y la joven, en gran medida se autoproduce, incluso como una obligatoriedad del sistema, que intenta por todos lados, mediar en esta producción, ofreciendo por la vía del mercado objetos y prácticas que se proponen para llenar los vacíos identitarios y servir de soporte al discurso subjetivo.

La población juvenil genera cambios, transformaciones, descentramientos, desespacializaciones (sobre los cuales hablaremos en el tercer capítulo), en contraposición a los modos evidenciados en las estructuras sociales tradicionales, la distribución social del trabajo, los discursos morales y trascendentes, las jerarquías sociales, la concepción de sujeto, las distribuciones territoriales y las identidades individuales y colectivas (Estados-Nación) cuyo fundamento se encuentra en la triada generada por el posicionamiento del discurso judeocristiano occidental, los descubrimientos científico técnicos de la industrialización y el triunfo del modelo capitalista de desarrollo; en otras palabras, la disolución de las antítesis clásicas de la modernidad occidental (masculino- femenino, centro-periferia, urbano-rural, bello-feo, bueno-malo, obediencia-rebeldía, santidad- maldad, trabajo-ocio, tiempo-espacio, entre otras) categorías que conminaban al sujeto a modos de actuación determinados y deterministas, frente a los cuales la juventud contemporánea parece deslindarse proponiendo la producción de nuevas subjetividades y el surgimiento de un sujeto articulado a partir de su función social e incluso su imagen y no como entidad ontológica inmanente, es decir, como una esencia, sino como un sujeto polimorfo, diversificado en la extensa gama de posibilidades identitarias y sociales, un sujeto “hecho trizas”, en palabras de Delgado (Delgado, 2002), mas “eso no quiere decir que el individuo no perciba su sujeto como una unidad no estallada, defienda su unidad biográfica y se niegue en redondo a aceptar que no es más que las representaciones situacionales a que se ve abocado una y otra vez” (Delgado, 2002:218).

Esto significa entonces que la población juvenil, en la medida en que recibe el influjo de las variables particulares del contexto en que se encuentra, adopta de manera consciente o inconsciente, estrategias para evitar ya sea posibles efectos negativos de estas, o todo aquello que no sea de su agrado o no responda a sus intereses, por ejemplo resignificando el sentido de ciertas prácticas, adecuando los usos culturales

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de los objetos, apropiándose de manera diferenciada de algunos espacios o generando creativamente otros espacios y prácticas, transformando constantemente de esta manera su discurso sobre sí mismo y su entorno y aumentando a la vez su poder como sujeto, en tanto genera una espacialidad, un discurso o un campo social diferenciado y estructurado a partir de sus propios códigos.

El y la joven, ya no son únicamente, si alguna vez lo fueron, la resultante de las intervenciones de las instituciones socializadoras o más recientemente de los discursos de la industria cultural y el entretenimiento a través de los medios de comunicación, sino también de sus propias producciones discursivas, individuales o colectivas, producto de la cada vez más amplia posibilidad de interacción.

Esto significa, hacerse a sí mismo, poseer desde tempranas edades, mayor control sobre lo que gusta, lo que se viste, lo que se come, lo que se piensa o se quiere ser. La autoproducción sería entonces, de acuerdo al influjo del contexto, variable; habría jóvenes hombres y mujeres que se limitan a dotarse y reproducir subjetividades construidas por sus ámbitos de socialización y habría jóvenes que se convierten en productores ellos mismos de simbologías y objetos para su propia subjetividad y la de los demás; son éstos aquellos jóvenes que a la luz del status quo aparecen como rebeldes, inadaptados, confrontadores o en el mejor de los casos como creativos y transformadores en todos los aspectos del mundo de la vida. Son jóvenes que en la medida en que se producen, generan, como diría Muñoz, una “política de la vida”, en la que “ellos/ellas anticipan se alimenta de preguntas como: ¿quién queremos ser?, ¿cómo queremos vivir?” (Muñoz, D. citado por Muñoz, G. 2006:213). Veremos más adelante qué la autoproducción es visible a partir de fenómenos emergentes en las prácticas juveniles y que se pueden plantear unos modos de subjetividad alrededor de ellos.

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2.3 ¿CÓMO SE MIRA A LA JUVENTUD?

Yenuri Chihuala murió en 1995, durante la guerra de fronteras entre Perú y Ecuador. Tenía catorce años. Como muchos otros muchachos de los barrios pobres de Lima, había sido reclutado por la

fuerza. La leva se lo había llevado, sin dejar rastros.La televisión, la radio y la prensa exaltaron al niño mártir, ejemplo de la juventud, que se había

sacrificado por el Perú. En esos días de guerra, el diario El Comercio consagraba sus primeras páginas a glorificar a los mismos jóvenes que maldecía en sus páginas policiales y deportivas. Los

cholos trinchudos, nietos de indios, pobres de pelo chuzo y piel oscura, eran héroes de la patria cuando vestían el uniforme militar en los campos de batalla, pero esos mismos buenos salvajes eran

bestias peligrosas, violentas por naturaleza, cuando vestían de civil en las calles de las ciudades y en los estadios de fútbol.

Eduardo Galeano. Patas arriba. p 98

2.3.1 Referentes de lectura de la condición de juventud

La juventud en tanto campo de estudio implica, -como lo proponen algunos autores de la teoría social como Oscar Dávila y Pérez Islas-, un espacio en discusión y disputa en el que esta franja poblacional es vista, ya sea como categoría social, investigativa, como una definición conceptual o como una noción social, elementos que se equiparan a la idea de jóvenes, juventud y juvenil y a la discusión sobre la juventud como concepto y como categoría que ya hemos desarrollado.

Además, en los últimos años adquieren relevancia los marcos conceptuales y los enfoques investigativos cualitativos de corte sociocultural en comparación con los estudios cuantitativos de índole demográfico, epidemiológico o sociopolítico o socioeconómico, estableciendo la necesidad de articular estas visiones. Es importante relievar que estos enfoques adquieren posturas diferentes en el sentido en que, pareciera que el enfoque cualitativo propugna por la visibilización de las juventudes, su reconocimiento e inserción en lo social o el resarcimiento de sus derechos como sujetos sociales, mientras que los enfoques cuantitativos, buscan visibilizar las problemáticas subyacentes a su condición, su descripción y caracterización socioeconómica como vías para pensar estrategias de inclusión. Sin embargo, ambos enfoques son usados para el diseño de políticas que no siempre van en beneficio de los intereses y necesidades de esta población ya que terminan siendo de control y regulación.

Igualmente, si bien desde 1971 el Instituto latinoamericano y del Caribe de Planificación Económica y Social (ILPES - CEPAL), proponía una síntesis de las miradas disciplinares consistente en seis enfoques (psicobiológico, antropológico-cultural, psicosocial o de la personalidad, demográfico, sociológico y político social) (Gurrieri & Torres-Rivas, En Dávila, 2004:94) los cuales, a nuestro parecer, no se correspondían directamente a disciplinas y confunden las nociones de enfoque disciplinar y perspectiva temática, plantean ya las búsquedas para el encuentro interdisciplinar y el surgimiento de marcos de lectura desde el pensamiento complejo, rompiendo y a la vez acercando las diferentes enunciaciones que en torno a la franja etaria amplia, de los 10 a los 30 años, han surgido en las disciplinas

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sociohumanistas clásicas. De este modo, pubertad, adolescencia, juventud, minoría de edad, estudiantado, y otros como tribus o identidades juveniles, no deben ser vistas como compartimentos aislados o cronológicamente sucesivos sino como énfasis disciplinares o especificidades de cada uno de sus campos teóricos, que deben ser articulados, trascendiendo las miradas funcionalistas, biologicistas u organicistas de las disciplinas de la modernidad.

Así, la reciente proliferación de estudios y análisis de toda índole en torno a la población juvenil, su visibilización en el campo social por su aumento demográfico, su pugna por ocupar un lugar social y su importancia por aparecer como portadores del síntoma social a través de fenómenos y problemáticas, ha generado una pluralización de su enunciación, diferentes formas discursivas y prácticas de mirarla, teorizarla y construirla, no sólo desde los ámbitos académicos sino desde otros como los culturales y económicos; miradas que responden a intencionalidades de conocimiento, de regulación o incluso de utilización pragmática de esta franja poblacional.

La metáfora de la mirada permite relievar el hecho de que la juventud existe para el mundo adulto institucional en tanto es vista por este de una u otra manera, de acuerdo a sus intereses y a su comprensión del mundo, pues se mira como se piensa. Proponemos acá unas miradas que pueden ser diferenciadas sólo como abstracción teórica pero que en la práctica operan de manera articulada y compleja en todos los ámbitos de la vida social en los cuales la juventud se desenvuelve.

2.3.2 Ocho miradas sobre la juventud

Construcción sociohistórica

Es el marco de lectura más usado desde los discursos socioantropológicos y se propone como el de mayor amplitud. La juventud como un producto de la historia, y en particular del proyecto de la modernidad occidental. Diferentes sucesos del acontecer sociohistórico se proponen como configurantes de la condición juvenil actual, la cual va cambiando en la medida en que se dan nuevas transformaciones; la consolidación del Estado - Nación, la industrialización, el surgimiento de la educación institucionalizada, el posicionamiento del mercado y los avances tecnocomunicacionales de las décadas recientes se consideran los principales hitos. La consolidación en este proceso, de la juventud como una franja significativa de la sociedad es su principal eje de discusión y en la actualidad, de cómo la juventud misma se convierte en un determinante de lo sociohistórico, pasando como hemos dicho, de ser una construcción a ser una producción sociohistórica. Es entonces, una mirada espacio temporal, con diferentes matices, de acuerdo al enfoque disciplinar o epistemológico de acercamiento.

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Estado - Etapa bioevolutiva

Esta es la mirada biomédica, de las ciencias de la salud y de las psicologías. En estas se concibe la juventud como una condición del cuerpo y de la mente que puede variar, de acuerdo a ciertas condiciones del contexto que influenciarían este proceso como la raza o la genética, los hábitos alimentarios, el ambiente, las acciones de la educación sobre el cuerpo y desde luego, la vivencia de las etapas previas del desarrollo bioevolutivo. Este marco incluye el saber sobre lo corporal, nombrado como pubertad, el saber sobre lo psíquico nombrado como adolescencia e incluso, nos atrevemos a decir, el saber sobre lo moral-jurídico nombrado como minoría de edad,12ya que este se soporta sobre la ideas de inadaptabilidad, desarrollo cognitivo y madurez. Este marco concibe que los comportamientos y características visibles de la juventud son consecuencia de los procesos internos fisiológicos y mentales y que es hacia estas etiologías que deben dirigirse los procesos de intervención (y acaso las Políticas Públicas).

Aunque inicialmente la comprensión de los fenómenos y problemáticas de este estado-etapa desde este marco se realizaba desde lo patológico, es decir, desde la noción de normalidad-anormalidad, el acercamiento de estas disciplinas a otras miradas sobre el sujeto lo ha ampliado hacia los discursos de proceso salud-enfermedad, prevención y promoción, hábitos o estilos de vida saludables, mejoramiento de la salud pública y otros, que conciben la estrecha relación de lo fisiológico mental con lo sociocultural.

Síntoma Social

No es fortuito que la noción de síntoma, perteneciente al ámbito biomédico, sea usada para referirse a los comportamientos juveniles, dada su connotación negativa al hacer referencia a la posible presencia de una enfermedad (lo cual es por demás una confusión con lo que en medicina se denomina el “signo clínico”), que debe ser intervenida para evitar su proliferación. Ocurre en esta mirada una aplicación del discurso organicista social, según el cual las malformaciones y trastornos del sistema deben ser intervenidos, extirpados o controlados en aras del equilibrio del mismo.

Entonces, esta mirada se ampara en la idea de que la juventud es producto de la sociedad en la que vive. La comprensión de la juventud como síntoma social puede entenderse a partir del análisis comprensivo de sus dinámicas juveniles como reacción ante crisis y resistencias, carencias y transformaciones del orden social que son evidenciadas, visibilizadas, expresadas, vehiculizadas e incluso elaboradas por la juventud. Esos comportamientos pueden ser leídos tanto por el común de la sociedad como por las disciplinas sociales como “desviaciones” o anomias, que

12 En la legislación colombiana la noción de minoría de edad ha entrado en desuso, pero sigue existien-do como representación social.

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generan ciertos etiquetamientos como delincuentes, contestatarios o consumidores hedonistas (Alvarado, 2009).

Sin embargo, desde otros enfoques, se reconoce en estas reacciones un síntoma positivo, un dinamizador social, no culpabilizante de la condición juvenil, sino producto de las condiciones del contexto:

La anomia, en cuanto no-acogimiento de ciertas representaciones colectivas y búsqueda de resignificaciones, da paso a la auto alteración de los mundos de vida en lo micro y a la redefinición de los ordenes de vida en lo macro. Es decir, posibilita la transformación y la renovación social. Las personas jóvenes y sus dinámicas, bien podrían estar actuando como “agentes reguladores de la vida social” al descentrar imaginarios y deconstruir ciertas sugestiones propias del orden social existente (Alvarado et al, 2009:91-92).

Estas visiones encontradas generan en la percepción social de la juventud una ambivalencia evidente en los discursos representacionales, que se traduce en ambigüedad social no sólo en la concepción de lo juvenil sino en su intervención. En el caso de la interpretación positiva del síntoma, se generan políticas y acciones afirmativas de la condición juvenil, procesos de reconocimiento de sus prácticas y de resarcimiento de sus derechos así como de solución a sus necesidades, de manera que se convierta en vehiculante de mejoras a la sociedad. En el caso de la interpretación negativa, se genera rechazo social hacia sus comportamientos y acciones de coerción, control, victimización y adaptación, confundiendo el síntoma con la enfermedad.

Objeto de mercado y recurso económico

La mirada sobre la juventud como un objeto de mercado y un recurso económico es una de las más extendidas pero menos explicitadas, acaso por su carácter instrumental, que cosifica a la población juvenil al convertirla en un objeto consumible o hacia el cual se pueden dirigir ofertas e influenciar sus prácticas de consumo, inoculando un imaginario idealista sobre su condición, que ve “en el sujeto joven no solo un productor o consumidor de bienes y servicios, sino la imagen ideal de la belleza, la vitalidad y lo nuevo, que se extiende rápidamente entre los demás grupos sociales y en todas las clases sociales, como la imagen deseable y envidiable que se obtiene con la moda” (Londoño, J, Gallo, N & García, S., 2008: 51).

Esta mirada proviene obviamente del ámbito económico productivo y de la industria cultural, en particular de la moda y los demás sectores que ofertan productos y servicios para la satisfacción de necesidades vitales y estéticas. Sin embargo, y como veremos más adelante, se convierte en una representación social idealizada que construye una visión tanto del cuerpo como de la mente juvenil, pues interviene y se desarrolla en asuntos que son importantes para la juventud: lo fisiológico (el cuerpo), lo psicológico (lo cognitivo y lo afectivo), lo social relacional (la norma, el rol) y lo económico (la generación de recursos y el trabajo, incluida la formación para este).

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En esta mirada, el cuerpo y la mente juvenil pueden ser estudiados, comprendidos y separados por edad, género, condición social, gustos en intereses, en aras de diseñar y producir los objetos que consumen, a la vez que se moldean los hábitos de consumo mismo, asociados a las espacialidades y temporalidades juveniles, es decir, el colegio o la universidad, el tiempo libre, la noche, la fiesta, el deporte, etc.

En lo económico, la juventud representa no sólo el potencial consumidor (población objeto de mercado) o el referente para el diseño de la oferta de consumo, sino la fuerza laboral que moviliza la economía de “lo juvenil” y otros sectores productivos; es el cuerpo fuerte y dinámico o bello y sensual, pero además abundante, que, no importando el nivel de formación, puede ser utilizado al servicio de los fines del sistema de mercado que tiene dispuestas diversas funciones y desempeños, en las cuales a menudo el y la joven se tienen que enfrentar a los rituales de iniciación y las trabas puestas por los adultos para el acceso al poder, las pugnas entre sus coetáneos para conservar el empleo o subalternizarse y aceptar las vejaciones del sistema en el cual se violan derechos humanos y laborales bajo el supuesto de la necesidad de trabajar.

Signo cultural

La mirada de la juventud como signo cultural se centra no sólo en la idea de la juventud como productora de nuestro tiempo, sino como aquel grupo poblacional que con su presencia, sus prácticas y producciones culturales avizora, pronostica y adelanta el futuro de toda la sociedad. Esta mirada puede estar presente tanto en la producción teórica – académica como en la industria cultural y en las representaciones sociales en las cuales es enunciada como “los y las jóvenes son el futuro” o bajo la idea de que “cada sociedad posee la juventud que se merece”. En la perspectiva académica, leer las prácticas juveniles se convierte no sólo en una metodología de acercamiento, que comporta un enfoque centrado en la juventud misma, renunciando a adjetivaciones del tipo “juventud y…” o a aquellos acercamientos centrados en un aspecto, ya sea psicológico, sociológico de la condición juvenil, pero sobre todo a las miradas esencialistas que construyen conceptos monolíticos de la juventud.

Igualmente, esta mirada permite juntar argumentos para la reivindicación de la juventud como una condición y como un grupo social diferenciado. Es decir, en términos de A. Garcés, que los y las jóvenes construyen un nos-otros en el cual “crean ritualidades que marcan el espacio y el tiempo de su cotidianidad, y por tanto producen una resignificación de la vida individual y colectiva que incide en los diversos procesos de identificación juvenil” (Garcés, 2005:122) y por medio de esto se convierten en una medida de lo que cambia, a la vez que lo van cambiando y por tanto, muestran y construyen futuros posibles. A este proceso de reproducción sociocultural en el cual las generaciones antiguas parecen ceder su lugar de producción cultural y hegemonía en la previsión de futuro a las generaciones más jóvenes, M. Mead lo denomina “cultura prefigurativa, en tanto “los jóvenes adquieren y asumen una nueva autoridad mediante su captación prefigurativa del futuro aún desconocido” (M. Mead, 1970,35, citada por Reguillo, 2000:63).

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La juventud en tanto signo, habla, y en la construcción de sus significaciones se debate entre los discursos de dominación y los discursos de resistencia los primeros impulsados desde las mencionadas instituciones de socialización y los discursos de mercado por medio de su aparato publicitario, y los segundos desde sus movimientos y expresiones estético políticas que han sido identificadas como de carácter underground o contracultural, (observación no siempre precisa y a menudo peyorativa de sus prácticas. Al respecto véase: Garcés, A. La juventud-signo. Entre los discursos publicitarios y los discursos de resistencia juvenil. UNIrevista - Vol. 1, N° 3: 3 julio de 2006). Ya hemos visto como la industria cultural ha sabido sacar provecho de esta tensión, implementando formas de mediación apropiación y reciclaje de las prácticas juveniles, amplificando el lugar de la juventud como un signo de las transformaciones culturales, pero obteniendo ganancias en este ejercicio.

Desde el ámbito académico, los esquemas de significación y los configuraciones sociales mediante las cuales la juventud se hace signo, han sido caracterizadas y categorizadas en una profusión de términos que a menudo se presta a confusión; de acuerdo con Reguillo (2000), el “grupo”, el “colectivo”, el “movimiento juvenil” y las “identidades juveniles” son los conceptos más usados para identificar los modos de agregación, así como “agregaciones juveniles”, “adscripciones identitarias” y “culturas juveniles” son los conceptos privilegiados por el observador externo o investigador, ya que, en consecuencia con esta mirada, no existe en la juventud y sus prácticas unas pautas de ordenamiento definidas. Esta última, la de “culturas juveniles”, se propone como la noción más pertinente como marco para las identificaciones del signo cultural juvenil.

Vale decir que la mirada de la juventud como un signo cultural implica una valoración especial de su dimensión expresiva, de sus prácticas y formas de agregación y socialización, ya que es en estas donde se puede “leer” no sólo lo que acontece sino las transformaciones posibles; en palabras de Reguillo: “la dimensión expresiva de las culturas juveniles no se reduce al comportamiento más o menos alocado de unos “no-niños, no-adultos”, en sus prácticas y lecturas del mundo radican pistas clave para descifrar las posibles configuraciones que asuma la sociedad”(Reguillo, 2000: 62).

Es interesante notar cómo esta mirada en el ámbito de las representaciones sociales, está relacionada con la percepción de lo juvenil como ideal de vida, como modelo de belleza, como símil de fuerza, como la portadora de los ideales y valores estéticos, culturales y sociales adecuados o deseables que generan la tendencia a la juvenilización de la cual hemos hablado. Es decir, la juventud se convierte en un mito a seguir, a emular, a temer y a tratar de descifrar, pues parece poseer las claves de lo que vendrá a la vez que su estilo de vida garantiza el aprovechamiento al máximo de la experiencia vital.

Actor Social

La mirada de la juventud como actor social tiene su origen en los discursos e intervenciones sociológicas en los fenómenos de organización social de base y

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posteriormente en los conflictos armados en Latinoamérica, pero su antecedente más primigenio es la discusión en las ciencias sociales entre las teorías del sujeto y las teorías del agente (agency) de la cual proviene la noción de actor social utilizada entre otros por A. Touraine, pero en la cual se critica la idea de los sujetos y los grupos como entidades sujetas a las macroestructuras sin mayor capacidad de movilización.

La teoría del actor social se propone como un avance, ya que en esta, los actores sociales “disponen de cierto grado de autonomía, lo que a su vez implica una identidad. Por lo tanto, el actor social se define ciertamente por su posición en la estructura social (o “espacio social”, como diría Bourdieu); participa de las normas, reglas y funciones de los procesos sociales; toma parte en los dramas de la historia, así como también en la producción y dirección de la sociedad” (Gimenez. En: http://www.paginasprodigy.com/peimber/actor.htm). Entonces, un actor social es una persona, grupo u organización colectiva que interviene de manera activa e intencionada en los procesos sociales, políticos, culturales y de desarrollo de su comunidad.

Si bien alrededor de esta noción se pretende aglutinar todas las características de la población juvenil en tanto sujetos (su aspecto cultural, expresivo, emocional, político) en nuestros contextos, se hace énfasis en la juventud como actor social como una estrategia para la visibilización positiva, la reivindicación de sus derechos y la inserción en las dinámicas de participación social y económica girando en torno a las dualidades actor social organizado-independiente, productivo-improductivo y positivo-negativo (o legal-ilegal) desde las cuales se le caracteriza e interviene; sin embargo la intencionalidad estratégico económica ha generado un reduccionismo en esta mirada al limitarla sólo a los aspectos socioeconómicos, es decir, la participación política y el acceso a los sistemas de trabajo, empleo y emprendimiento económico y privilegiando la percepción del actor social como colectivo organizado, adscrito a la institucionalidad pública y afecto a los discursos oficiales.

En el Plan Estratégico de Juventudes Medellín 2003- 2013, los y las jóvenes son concebidos-as como “Actores sociales, que imbricados en dinámicas de conflicto, confrontación, reconocimientos y resistencias, se reconocen con una identidad propia, cuestionan su interioridad y buscan asumir una posición diferente consigo mismos y frente a los otros” (Alcaldía de Medellín, Plan Estratégico de juventudes 2003-2013), enunciación que nos permite identificar cómo la noción del “actor social” obra como una mirada sobre la juventud, ya que en esta se parte de un ideal, una condición de posibilidad o una intencionalidad política más que de una realidad, pues no todos los y las jóvenes hacen parte de dinámicas de conflicto, tienen reconocimiento de su identidad y adoptan actitudes y posturas de cuestionamiento. Es decir, se confunde la noción de actor social con el reconocimiento explícito, individual y colectivo de esta condición y la lectura sociológica de las acciones de un conglomerado como actuaciones más o menos conscientes sobre su entorno, lo cual implica avanzar en la identificación de niveles y tipos al interior de un actor social individual o colectivo.

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Representación Social

Las representaciones sociales son formas de conocimiento o ideación construidas socialmente, que no pueden explicarse como fenómenos de la vida individual (E. Durkheim, 1898). Moscovici plantea que las representaciones sociales no son sólo productos mentales, sino que son construcciones simbólicas que se crean y recrean en el curso de las interacciones sociales. Se definen como maneras específicas de entender y comunicar la realidad y determinan las relaciones entre sujetos, a la vez que son determinadas por estos a través de sus interacciones. En términos de Moscovici: “Las representaciones son un conjunto de conceptos, declaraciones y explicaciones originadas en la vida cotidiana, en el curso de las comunicaciones interindividuales. Equivalen en nuestra sociedad, a los mitos y sistemas de creencias de las sociedades tradicionales; puede incluso afirmarse que son la versión contemporánea del sentido común” (Moscovici, 1.981: 181).

En consecuencia, las representaciones sociales se emparentan con otras nociones como las de “imaginario social”, “construcción cultural”, “estereotipos sociales” y “prejuicios” en tanto todas son formas- saber en las que “toda sociedad construye de manera especifica la realidad que experimenta, en aras de apropiársela para afrontarla, dominarla o acomodarse a ella” (Navarro et al, 2007:2).

Las representaciones sociales están constituidas por elementos simbólicos, y en este sentido, no sólo son formas de adquirir y reproducir el conocimiento, sino que además dotan de sentido la realidad social y son por demás, una herramienta teórico metodológica para el análisis de la misma. Su poder estriba en que compiten con los saberes disciplinares en importancia como fundamento y argumentación desde el cual el mundo adulto institucional se relaciona e interviene la población juvenil y en esa medida produce y determina la condición juvenil.

En un sentido amplio de la noción de representación social, se pueden plantear tres grandes fuentes de las representaciones sociales sobre la juventud. En primer lugar, se encuentran las que tradicionalmente se entienden como representaciones sociales, que son aquellos imaginarios y discursos sociales sobre la juventud, palabras e ideas generadas por el común de la gente y amplificadas por las instancias de socialización, los medios de comunicación, la publicidad, etc. En segundo lugar, los discursos disciplinares, técnicos y políticos que establecen y difunden definiciones de la condición de juventud, partiendo de un supuesto saber basado en el método científico (mediciones, encuestas, observaciones, teorizaciones, etc) que introducen en el saber social terminologías y valoraciones. Finalmente, las autoconstrucciones y significaciones propias que surgen de las prácticas de la misma población juvenil, la convierten en una fuente representacional en sí misma y para sí misma. Sin embargo, el sentido común, el saber popular, termina primando sobre las investigaciones y estudios, incluso, los reinterpretan de manera que les sean útiles a la hora de otorgar un lugar y una comprensión a la población joven.

En nuestro contexto, hacen carrera una serie de representaciones sociales sobre la juventud, cuyo trasfondo da cuenta de una ambigüedad en la mirada social sobre la juventud, ya que puede oscilar desde las representaciones como población peligrosa

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o en peligro, (que puede hacer o hace daño a la sociedad o que pone en riesgo a la sociedad al hacerse daño a sí misma sobretodo por la vía de las drogas, las prácticas sexuales inseguras y las violencias), pasando por población consumidora o de consumo, (que dedica gran parte de su tiempo y sus recursos al uso del tiempo libre ligado a la industria cultural musical y del entretenimiento, la moda y las tecnologías, o que puede ser consumida corporalmente, por la vía del acceso sexual legal o ilegal o del trabajo legal o ilegal), perdida o inadaptada (que se encuentra confundida o en crisis, sin claridad sobre su futuro y el potencial que posee o que no logra adaptarse a las prácticas tradicionales o a los ordenamientos sociales hegemónicos, los cuales son leídos por el mundo adulto como adecuados e inamovibles), hasta población constructora de futuro, ideal de vida y modelo de humanidad (que encarna los ideales de belleza, alegría, disfrute de la vida y la función de salvar el mundo a través de las transformaciones sociales y por qué no, del derrumbamiento de la hegemonía adulta y su estructura social). Esta ambigüedad en las representaciones sobre la juventud da cuenta de las positividades y negatividades existentes al interior de la condición juvenil, pero también del intento del mundo adulto institucional por comprender y controlar a esta franja poblacional.

En un reciente estudio sobre juventud (Juventud e integración suramericana: diálogos para la construcción de una democracia regional. IBOPE, 2009, Brasil), realizado en seis países del cono sur (Uruguay, Paraguay, Brasil, Bolivia, Chile y Argentina), se pudo identificar alrededor de mil palabras, en catorce mil adultos y jóvenes encuestados, que dan cuenta de las significaciones e imágenes sobre la juventud. Estas palabras o enunciaciones se agruparon en relatos que van desde el planteamiento de la juventud no necesariamente ligada a un sujeto que la encarne, pasando por la juventud como una etapa de la vida (que puede ser bonita, la más hermosa de todas, que se fue y no volverá o que conlleva añoranzas de experiencias afectivas ligadas a la etapa juvenil como la alegría o la felicidad o a las características y posibilidades asociadas al cuerpo joven como la salud, el vigor o la belleza), un conjunto de vivencias positivas que se mueven en el plano de la afectividad y la sociabilidad (por ejemplo el amor, el compañerismo, salir con los amigos), las particularidades de la juventud como condición social que diferencia de la adultez y la niñez y asociadas a la idea más extendida del uso que la juventud da al tiempo libre, asociado a libertad, menos obligaciones, soltería, fiesta, diversión etc; igualmente surgieron relatos que asocian a la juventud con trabajo y sacrificio, nociones asociadas a la idea de la juventud como madurez y criterio, que se contraponen a otras que la asociaron con incompletad e inmadurez.

Otros relatos asocian la juventud con una función mesiánica en tanto representan la esperanza y el porvenir, a través de la lucha, la rebeldía y el sueño, o la creatividad, las ideas nuevas y la tecnología. Otro grupo de enunciaciones hacen referencia a las ideas negativas sobre la juventud que incluyen disposiciones psicológicas como la impulsividad, el individualismo o la insolencia, o comportamentales como la flojera o el desorden. Otra serie de palabras implican juicios morales al asociar juventud con sexo, violencia y drogas, con libertinaje, degeneración, depresión o desorientación, así como maldad, caos y destrucción, poniendo el acento en la relación entre juventud y orden social (Estudio juventudes sudamericanas, IBASE

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y POLIS, 2009. En: Segovia, D, Dávila, O, et al. Sociedades sudamericanas: lo que dicen jóvenes y adultos sobre las juventudes. IBASE, POLIS, CIDPA, 2009, Chile).

La posibilidad de construir relatos con palabras asociadas a un “deber ser” de la juventud como un periodo de preparación para el futuro y el desligamiento de la noción de juventud de un sujeto y un tiempo particulares, recalca la condición ambivalente de las representaciones sociales sobre la juventud en Latinoamérica:

Juventud puede ser recuerdo de lo que uno mismo fue o de lo que era ser joven en otro tiempo; puede ser anticipo de lo que vendrá y puede, por cierto, referirse a los jóvenes actuales. Cuando el caso es este último, los significados se vuelven ambivalentes. Aparecen palabras positivas y negativas, visiones apologéticas y apocalípticas que expresan el choque de imágenes que produce la juventud (Segovia, D, Dávila, O, et al. 2009:113).

La juventud como representación social implica entonces no sólo la lectura que la sociedad hace de esta condición sino que se convierte a su vez en un referente de vida, en un discurso que representa y guía, tanto a jóvenes como a adultos en su comportamiento social.

Producción Biopolítica

La biopolítica es un concepto del teórico Francés Michel Foucault que está enmarcado en el análisis de las relaciones de poder mediante las cuales se han generado los diferentes constructos u ordenamientos sociales a lo largo de la historia. Este hace referencia a los dispositivos o mecanismos mediante los cuales opera un poder sobre la administración o regulación de los procesos vitales y sociales. En términos más sencillos, la vida de los seres humanos ha estado siempre determinada por los discursos y las acciones de las instituciones o entes a los cuales el mismo ser humano ha concedido poder (religión, ciencia, política, gobierno, mercado y la sociedad misma). La biopolítica es aquello “que hace entrar a la vida y sus mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte el poder-saber en un agente de transformación de la vida humana” (Foucault, 1995:173). Esos discursos y sus efectos en lo social, nos moldean y regulan y a menudo, adoptamos posturas de resistencia individual o colectiva frente a ellos, reconfigurándolos pero nunca negándolos, como en el caso de la condición juvenil:

Esta condición puede entenderse como una producción biopolítica en la medida en que la construcción de un cuerpo juvenil implica la naturalización de la condición juvenil en cuyo proceso se comprometen tres factores principalmente: a) la asociación entre edad biológica y edad sociocultural; b) la incorporación de representaciones y prácticas consideradas inherentes a una condición juvenil; y c) la adaptación a los procesos político-económicos, especialmente los relacionados con las demandas del sistema socio-productivo (Quintero, 2005:96).

Alvarado, apoyándose en Serrano enfatiza esta mirada al plantear el adultocentrismo y el tiempo panóptico, entendidos el primero como “la hegemonía de la interpretación del mundo desde la postura del sujeto adulto/masculino/occidental”(Alvarado,

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2006:96), que opera como un dispositivo de control social, y el segundo, como la intención de la sociedad (disciplinar) de regular y caracterizar los tiempos de vida de las poblaciones. En la juventud en particular, este tiempo de observancia se traduce en un momento de tránsito, de no-ser adulto y de moratoria social, es decir, de desresponsabilización de lo adulto, pero que se “responsabiliza” del uso y consumo del tiempo libre. Así, “existen ciertas tecnologías de normalización, que bien sea desde la óptica del consumo o del poder, terminan por significar “la juventud como una tecnología desarrollada en la modernidad capitalista para fomentar, mediante el control de sujetos de la producción y el consumo” (Serrano, 2002:14 en Alvarado, 2006:96).

La mirada biopolítica implica comprender que históricamente, desde las diferentes formas de gobierno, se han generado mecanismos explícitos e implícitos, violentos o sugestivos de control, segmentación distribución y regulación de la población, que incluyen no solo los diferentes ordenamientos discursivos del ámbito político y religioso, sino también la producción de saber en torno a los sujetos (que es por demás, segmentada también, tal cual vimos en las disciplinas sociales). Igualmente, el mercado, a través de la publicidad y su sistema de vinculación por vía del endeudamiento, y la industria cultural y del entretenimiento, se constituyen en medios de regulación poblacional, cuyo fin es ajustar las dinámicas vitales a los ciclos de producción y consumo, dictaminando o influenciando y distribuyendo los roles sociales, las relaciones de poder y en fin, las producciones subjetivas.

Desde esta mirada entonces, la juventud (la población, el saber sobre ella y su idealización discursiva) es una estrategia de regulación poblacional, donde incluso, hasta las acciones de resistencia de todo tipo, realizadas por este sector, están impulsados por algunos sectores del poder que instrumentalizan a la juventud o bien, refuerzan a manera de comprobación del discurso, la idea de la necesidad de constreñir, dirigir a la juventud, ya sea a través de estrategias de orden disciplinar, físico, de regulación de los cuerpos, es decir, la cárcel, el control policial, ya sea a partir de estrategias de control social discursivo, incluida la seducción y asimilación de las prácticas de la población juvenil.

La mirada biopolítica, no es entonces una intencionalidad conciente de algún sector social, sino una abstracción teórica explicativa que subsume a las anteriores miradas y da cuenta de la interrelación de todos sus discursos y la dinámica subyacente en ellos: unos discursos operantes a través de diferentes mecanismos sociales, políticos, económicos, culturales, académicos, por medio de los cuales se produce una idea de juventud, unos cuerpos juveniles y unas regulaciones sobre ellos.

Estos discursos, soportados y difundidos actualmente a través de los nuevos medios de comunicación y las diferentes implementaciones de planes, programas proyectos y escenarios de participación y expresión juvenil, se convierten en un gran ojo y una voz, que direcciona e influencia el comportamiento juvenil buscando su compartimentación y su normalización. La estrategia actual es el aplanamiento de las diferencias sin negar su existencia, en un juego perverso de palabras en el que

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la diversidad se enuncia pero se busca su unidad. Una forma perversa de la igualdad en la diversidad, “de manera que los discursos producidos sobre la juventud y los dispositivos políticos implementados a partir de dichos nombramientos se constituyen en un mecanismo que naturaliza y homogeneiza un modo histórico específico de experimentar lo juvenil” (Quintero, 2005:96).

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Y cuando algún mamelfo de los más chicos decía: “¿Y si probamos? ¿Y si buscamos? ¿Y si tratamos de encontrar de nuevo esos fulgores, esos brillos, ese sol?”. Cuando algún

mamelfo de los más chicos decía eso siempre había otro mamelfo, que caminaba muy pesadamente, que se movía con mucha lentitud, que casi no podía avanzar ni esto por el peso de todo lo que tenía pegado encima, que invariablemente contestaba: “Pero no, esos son cuentos. El mundo que conocemos es así y no puede ser de otra manera. Las cosas son

como son”.Adela Basch. Blunquimelfa. 1998

CAPITULO 3PRÁCTICAS JUVENILES Y

FENÓMENOS EMERGENTES COMO VÍAS DE TRANSFORMACIÓN SOCIAL

Joven DJ. Taller de Hip Hop Comuna 16, Medellín. 2010.

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Al igual que con los procesos de globalización, los avances y descubrimientos tecnocientíficos y tecnocomunicacionales y su aplicación y visibilidad en la vida cotidiana, las sociedades se sorprenden, se intimidan y se escandalizan, con los cambios en las formas de ser de los y las jóvenes a lo largo de toda Latinoamérica y el mundo; sus gustos, sus actividades, las músicas que escuchan y sus formas de danzar, los deportes que practican, la forma de vestir y ataviar su cuerpo, sus lenguajes y gestualidades y sus dinámicas grupales, sus maneras de estar, no sólo en el tiempo libre sino en todos los espacios de su vida, a menudo perturban al mundo adulto.

Acaso, esto no sea novedoso, pues como hemos dicho antes, entre la transformación social que desde su aparición en el mundo moderno occidental ha generado la juventud y la tendencia del mundo adulto institucional a conservar el orden tradicional, se ha mantenido una constante pugna, una brecha que causa estupor, enojo y desesperanza a ambos lados, pero también, la tranquilidad que genera la certeza de la existencia de una estructura social que soporte a las generaciones nuevas y mantenga la posibilidad de un futuro, permite nuevamente acercar, saltar o eliminar momentáneamente esta brecha para el logro del avance social. Ello no significa necesariamente que la juventud sea la única encargada del cambio social, ya que si se adopta esta perspectiva generacional como única hipótesis de cambio, se pone a la juventud del lado creativo y a la adultez del lado conservador, idealizando a la primera y satanizando a la segunda.

Ligado a lo anterior, surge el interrogante de si lo novedoso del accionar juvenil es simplemente producto de la oferta del mundo adulto institucional, hipótesis que ya hemos cuestionado en apartados anteriores (véase la autoproducción) y en la cual se plantea que la juventud reacciona y reproduce las transformaciones operadas por el contexto, es decir, que sus estéticas, sus formas de hablar y en general su rol social siguen siendo totalmente dictaminados por las instancias de socialización y por tanto no son más que la visibilidad de las tendencias del mundo contemporáneo, aquello que en términos generales se ha denominado la cultura postmoderna, que es holística, hedonista, mutante, individualista, veloz, narrativa, consumible, sexualmente diversa, obsolescente, visual y relativa, que establece una actitud de cuestionamiento al pasado y al futuro, valora la imagen sobre la palabra y genera procesos tanto de homogenización como de diversificación, análisis de la contemporaneidad que como hemos dicho, no siempre aplica para nuestras realidades latinoamericanas.

Siguiendo esta misma línea de pensamiento, sería posible establecer algunas características generales de la juventud actual en relación con las tendencias del nuevo milenio. Una de ellas, muy mencionada a lo largo de este texto, es la tensión entre la idealización y la invisibilización de su condición, ligada a la objetivación corporal y la adscripción adaptativa13 que se les propone bajo las premisas “sé feliz, vive al máximo, consume”. En segundo lugar, la expansión – contracción de la

13 La adscripción adaptativa es el comportamiento juvenil que busca incluirse en el sistema, sin re-chazarlo y buscando obtener beneficios de él. Esta noción la ampliaremos en la reflexión sobre las transformaciones de la experiencia subjetiva.

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moratoria social, que se traduce en más tiempo para ser joven pero menos tiempo para disfrutarlo. En tercer lugar, la disminución de la edad de ingreso que genera una especie de juvenilismo infantil, un desarrollo precoz y en consecuencia un aumento en el bono demográfico, fenómeno que sin embargo, parece estar disminuyendo en América Latina. Otra característica es la deconstrucción cultural, consistente en la modificación de tradiciones o el replanteamiento de los valores existentes, el surgimiento de ciudadanías móviles o desterritorializadas, es decir, no ligadas a un territorio o cultura particular, lo cual también es leído como tribalismos, neoguetos o comunidades virtuales principalmente compuestas por jóvenes. En estrecha relación con esta característica anterior, se plantea la tendencia en la población juvenil hacia una transculturalidad y mundialidad que implica la mezcla, la hibridación de culturas y el sincretismo cultural, y una percepción planetaria de la cultura o globalismo pero con aplicación local, característica que ha sido denominada por algunos como glo-calidad.

Finalmente, se proponen una serie de características en torno a la condición subjetiva, como el indivualismo – colectivismo que consiste en que todos y todas las jóvenes parecieran estar aparte haciendo lo mismo, sin vínculos obligantes, a través de relaciones telemediadas el uso de NTDIC’s y el pantallismo, la preeminencia de una cultura visual digital, en donde la imagen, y en particular la imagen en movimiento es el principal soporte de lectura e información, y el virtualismo y en general el uso cotidiano de tecnología como fuente por excelencia de la constitución como sujeto, y, la fragmentación y pragmatismo, que da cuenta de la existencia de discursos y posturas éticas cambiantes, de un paso de la ética a la estética como valor predominante..

Creemos sin embargo, que cada vez más la juventud participa, individual y colectivamente, no sólo en la construcción del contexto social y sus ofertas sino en la generación de prácticas alternativas, resignificantes y re-creativas del mismo, que no sólo hace uso de las nuevas tecnologías aplicadas por ejemplo a los juegos de video, sino que cada vez son más jóvenes las personas que los diseñan y que incluso ordenan su producción, adoptando posturas más proactivas y protagonistas en la transformación sociocultural, ya que son las generaciones nuevas las que portan la sensibilidad y la disposición para apropiarse, corporizar y crear nuevos mundos, como los que surgen por vía de la música, las estéticas y las prácticas deportivas, y tal vez sea esto lo que permite hablar de prácticas y fenómenos emergentes en la juventud contemporánea, entendiendo que éstas no implican por tanto, el rompimiento total con los hábitos y las ofertas tradicionales, sino un aumento, una explosión constante de haceres y sentires.

Con relación a la diferenciación entre los fenómenos juveniles y las problemáticas de la juventud, en nuestros contextos hace carrera la certeza de la existencia de tres grandes problemáticas de la juventud: el manejo inadecuado de su sexualidad, la relación y uso de la violencia y el consumo abusivo de sustancias psicoactivas. Es tal el poder de estas ideas, que muchos programas y estrategias de intervención se diseñan bajo este supuesto, sin preguntarse el transfondo de ellas y partiendo de diagnósticos parciales de índole sociodemográfica y epidemiológica. No queremos negar su veracidad, es indudable que existen altos niveles de embarazos no

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planeados, no deseados y a temprana edad en nuestros contextos, así como gran cantidad de jóvenes vinculados a grupos armados o a procesos violentos y que hacen uso inadecuado de todo tipo de sustancias psicoactivas, pero creemos que existen allí algunas dificultades en la comprensión de lo que implica caracterizar una situación como problemática juvenil. El término fenómeno (del griego phaenomena: apariencia) hace referencia a aquello que aparece sin necesidad de determinar su condición negativa o positiva, a pesar de su carácter sorprendente.

Es necesario reflexionar cómo alrededor del discurso de las problemáticas juveniles ha surgido, acaso como consecuencia de la lógica de los saberes-poder operantes en las instituciones del mundo adulto, en primera instancia, una generalización en la cual se piensa la parte por el todo, en segundo lugar, una estigmatización que lleva a endilgar y centralizar los problemas en la población juvenil y en tercer lugar, una confusión del síntoma con la causa, es decir del fenómeno subyacente, con la posible problemática subsecuente; la no diferenciación entre lo que es una problemática y lo que es un fenómeno. Se podría decir que los verdaderos problemas a los cuales se enfrenta la población juvenil son el ser usados-as para la guerra, ser asesinados-as o tener la vida en riesgo, tener que delinquir para sobrevivir, no tener dinero, no tener acceso gratis a servicios u ofertas de la ciudad (o ser muy restringido), no poder estudiar, aburrirse estudiando o ser costoso, no tener trabajo o empleo significativo y justo, tener una oferta institucional gubernamental inadecuada o limitada y, finalmente, no ser escuchados-as ni respetados-as en su diferencia.

Igualmente, la noción de emergencia puede ser vista desde dos perspectivas o significados en relación con lo juvenil: uno en el que el término hace alusión al surgimiento, la llegada, la aparición de prácticas juveniles que trascienden los discursos de la modernidad y la configuración social de posguerra, en la que incluso ocurren sucesivas emergencias generacionales, dada la brevedad de las generaciones como característica contemporánea. Otro significado hace referencia a una condición emergente, es decir, de apariciones momentáneas, visibilizaciones en los escenarios de debate social, ya sea a partir de acciones violentas, de confrontación al orden, de resignificación, o bien a partir de movilizaciones de afirmación del mismo, ambas de carácter tanto individual como colectivo, pues en la lógica de la homogenización, la acción de un-una joven puede ser interpretada como de toda la juventud.

Ya en el año 2000, Rosana Reguillo titulaba uno de sus textos como “Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto”, haciendo alusión al surgimiento de prácticas y comportamientos juveniles que se proponen como alternativas a la desesperanza generalizada por causa de los efectos de una globalización económica desigual en Latinoamérica. En este texto, describe y analiza algunas prácticas y culturas como los punks, los taggers, los raztecas (rastas) y los raves (tecnos), a partir de los cuales propone variaciones características de la condición juvenil de fin de siglo, como son la posesión de una conciencia planetaria, la priorización de la vida cotidiana como trinchera para impulsar la transformación social, el respeto por el individuo, la selección cuidadosa de las causas sociales a apoyar y el rompimiento del barrio como epicentro del mundo y de sus prácticas (Reguillo, 2000). A este análisis a la luz de hoy habría que plantearle por un lado, la pregunta por qué tanto las prácticas juveniles contemporáneas son la consecuencia de un desencanto,

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o son también producto de las transformaciones socioculturales a partir de las posibilidades contextuales, en particular las tecnocomunicacionales y culturales, pues ese primer análisis se nos antoja un tanto pesimista y reactivo.

De otro lado, preferimos la noción de “prácticas” a la de “culturas”, ya que estas últimas implican acaso toda una construcción que supone procesos de adscripción, pertenencia, rituales etc, que no siempre son identificables en el accionar juvenil; aunque podrían estar indicando el surgimiento de una nueva cultura, inicialmente son acciones, gestos, posturas, actividades creativas, espontáneas, lúdicas, difusas, y sin un sentido explícito, que se dan en el anonimato o en la relación de pares y grupos, como introducir un paso de baile, proponer una palabra nueva o un sentido codificado a otra ya existente, combinar estilos de vestuario o agregar algún tipo de accesorio nuevo o viejo a una moda, decorar los celulares con dibujos hechos con esmalte para uñas, diseñar un nuevo estilo de Tagg (firma en la cultura Hip Hop), reproducir en sus cuadernos hasta el cansancio las imágenes de los personajes manga, para luego inventar los propios, construir speakers con los bafles para celulares, incorporando una USB integrada, para reproducir música en formato mp3 y poderla escuchar en grupo mientras se camina por las calles, práctica que recrea la antigua versión de la grabadora, adherir stickers a los pc portátiles o redecorarlos con sus propias imágenes, (práctica que llevó a las empresas a salir de la monocromía de sus productos y ofrecer una “línea juvenil”), y en fin, hacer uso de la posibilidad creativa que surge ante la ausencia de recursos para adquirir ciertos objetos, la necesidad de marcar, diferenciar o establecer apropiaciones de objetos y espacios, que podría derivar en el surgimiento de una nueva cultura o en la transformación de las prácticas al interior de una de ellas.

En últimas, estamos hablando acá de la forma en que surge en la cotidianidad aquello que hemos llamado autoproducción, posibilidad que ha sido identificada por el mercado y los medios tecnológicos que intentan también controlarla y adelantarse al deseo de los sujetos, por lo cual sus productos, aunque homogéneos, ofrecen la opción de “personalizar”,o “customizar” (del inglés: customer: cliente, comprador), servicio en el cual el cliente participa activamente en el resultado final de aquello que va a consumir, desde una hamburguesa hasta la cuenta en un foro virtual, opciones que a menudo son rechazadas por la juventud en favor de sus propias invenciones. Lo interesante es notar qué prácticas novedosas o qué emergencias se están gestando en el mundo de la vida juvenil y cómo éstas pueden dar cuenta de transformaciones y fenómenos socioculturales que por ahora, se podrían nombrar como juveniles, pero que a la postre, con el avance de las generaciones, se podrían convertir en características generales del orden social.

Se trata entonces de la aparición de prácticas juveniles novedosas y la resignificación de prácticas tradicionales como signo de fenómenos emergentes o transformaciones sociales. Así, las prácticas serían el comportamiento visible, la materialización de transformaciones individuales o colectivas, de tendencias sociales. Habría que dar cuenta primero de qué prácticas están surgiendo o cambiando para luego leer en ellas la existencia de fenómenos sociales presentes con mayor intensidad en la juventud o que son causados por esta y que a futuro podrían convertirse en cambios evidentes del orden social establecido.

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Aparecen en las últimas décadas, tendencias y prácticas en el ámbito de la música, los bailes, los deportes, las tecnologías y las formas de agregación entre otras, que pueden poseer tanta fuerza o visibilidad como para considerarse culturas y cuya comprensión no debe reducirse a la descripción básica que haremos, ni a una visión estática, pues siempre están en movimiento e incluso en fusión entre ellas mismas, en tanto una característica contemporánea es la tensión entre el afianzamiento cultural y la interculturalidad. Estas surgen en general de la fusión entre elementos ideológicos, históricos, tecnológicos y sociales, a la vez que parece haber un cambio de la concepción como tribus urbanas con fuertes marcajes identitarios a la apropiación temporal, simultánea o relativa de la vinculación a ellas. Es importante señalar que muchas de estas prácticas no nacen en el contexto latinoamericano, pero que su implementación local por parte de la juventud adquiere matices, cambios contextuales que representarían niveles de apropiación, hibridación y resignificación de los que hablaremos más adelante.

En la música, los Emo y los screamo, que son estilos musicales provenientes del hard core punk y del rock alternativo, acompañados de posturas filosóficas y estéticas, estigmatizadas por su carácter aparentemente depresivo y suicida, pero que se centran en la expresión genuina de las emociones y en el existencialismo, con una alta preocupación por la apariencia y la imagen física que en cierta medida contradice los lineamientos de la estética imperante, (el cabello, el uso de los colores, cierto transformismo y androginia) y una actitud que cuestiona la inhibición de las emociones negativas, la separación de los roles masculinos y femeninos y las relaciones amorosas idealistas; El gothic rock y el gothic metal, también denominados dark, post punk o música oscura, son considerados subgéneros del rock y el heavy metal, provenientes del constante proceso de fusiones, que ha vivido el rock desde los años 70’s e incluso desde su origen. Su música y su estética se caracteriza por una mezcla entre lo tanático y lo romántico, inspirado por la ficción de la mitología medieval europea que incluye lo depresivo, lo apasionado e intenso y lo melodramático. El amor, la muerte y la oscuridad, así como la existencia de mundos fantásticos tenebrosos, son sus principales temáticas. Su actitud es introspectiva y su vestuario es oscuro, con mezclas de metal, cuero y materiales sintéticos. Serían algo así como los Emos del rock.

De otro lado, el hip hop, más difundido en nuestros contextos latinoamericanos, incluye los denominados cuatro elementos: Mc o rapper, el DJ o conductor de la consola, el breakdancing (bboying o baile) y el graffiti, es decir, canto, música, baile y escritura que se complementa con una imagen y una actitud de reivindicación social, por provenir de grupos y contextos sociales más bajos o excluidos y poseer una estructura estética que no demanda formación musical clásica y permite la expresión libre, cuestionando (sin proponérselo) los moldes cultos de la música; El hip hop ha tenido inicialmente dos vertientes: una tendencia hacia el hedonismo y la vida lujosa y otra, de mayor eco en Latinoamérica de denuncia y reivindicación social que ha vivido fusiones con otros ritmos y tendencias y ha aumentado su aceptación social.

El reggaeton y el dembow, una mezcla del reggae, el hip hop y los ritmos caribeños, originario de Panamá, Puerto Rico y Jamaica, también compuesto de un estilo

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musical, un baile (el perreo), una estética y una filosofía que exalta el machismo, el sexo y la vida lujosa y festiva, aunque en sus inicios, al igual que el hip hop era de denuncia social. Existen otras tendencias de menor reconocimiento, con procesos de hibridación retro o neo, o de gustos musicales y posturas políticas o filosóficas como en el caso de los skinhead o cabeza rapada, y los neonazi, asociados inicialmente a las clases medias de raza blanca y al gusto por el ska, que poseen tanto tendencias de ultraderecha como de antirracismo (estas prácticas no poseían originalmente una postura política definida); los krishnacore, fusión entre el hardcore/punk y la cultura krisna, todos los tipos de techno music o electrónica, como el chill, el dance hall, el house, el trans, el drum and bass, el progressive, y una infinidad de variaciones que configuran una estética ligada a los instrumentos electrónicos o sintetizadores y mixers, el futurismo, el uso de las tecnologías, las fiestas, las discotecas y conciertos de larga duración como los raves, los after partys, los sound system, el consumo de drogas sintéticas y en general el consumo y la vida lujosa; destaca también la casi ausencia de letras y el uso de loops o sonidos programados repetitivos por lo cual el sentido de esta música se asocia a una pobreza expresiva y a un cierto desinterés por lo sociopolítico.. Recientemente ha surgido una variación en las formas de baile asociadas a la electrónica, denominada tektonika, que introduce una actitud más dinámica en el disfrute de esta música al proponer mayor movimiento y la creación constante de pasos y figuras, la saca de las discotecas y la aleja de su asociación con el consumo de sustancias psicoactivas. Es la respuesta de la población más joven para esta música, que se podría denominar la música de la tecnología y que carga, como las demás, estigmas sociales, por lo cual hace falta explorarla más.

Una práctica que sirve de ejemplo para mostrar las transformaciones musicales y la hibridación con estilos de vida urbanos es el stomp, folclor industrial o solle (versión colombiana), el cual es una forma de hacer música utilizando como instrumentos objetos producidos industrialmente y deshechados como canecas, tapas y toda suerte de implementos plásticos o metálicos con los cuales se generan estructuras rítmicas de corte experimental y contemporáneo, aunque sin rechazar lo folclórico tradicional. Esta forma de hacer música tiene sus raíces en el jazz y en las formas percutidas tradicionales así como en otros experimentos sonoros que buscan crear nuevos instrumentos, liberarse de los parámetros “cultos” y acercarse a las sonoridades de la ciudad, haciendo metáforas de la vida urbana, sus ritmos tecnologizados e industrializados, que oscilan entre la monotonía y la variedad, entre la rapidez y la lentitud, permitiendo construir un lenguaje musical que expresaría lo juvenil al permitir la vivencia libre de la música, una mayor participación del cuerpo, su fuerza y su fogosidad y mezclar la expresión musical con otras expresiones y prácticas contemporáneas como lo audiovisual, el uso de tecnologías y las puestas en escena. El poder de la música como vehículo de transformación social y de configuración subjetiva es tal, que es acaso de los pocos elementos del capital simbólico juvenil que trasciende las edades, a tal punto que pervive hasta cuando son adultos o puede ser apropiada por jóvenes de diferentes generaciones.

En las prácticas deportivas o actividades físicas de ocio parece darse una resignificación de los deportes tradicionales, en donde éstos se alejan de la idea de ser una práctica asociada a la virtud del triunfo y la representación de la identidad nacional. Hay un surgimiento de nuevas actividades físicas asociadas a los discursos

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sanitaristas de la salud, al ambientalismo, el cuidado y culto del cuerpo, la premisa filosófica de la intensidad, el extremismo y la apropiación y uso recreativo de espacios urbanos. Cada uno de estos deportes viene acompañado de un lenguaje técnico y de socialización, una estética del vestuario y la imagen y en muchos de ellos, un estilo de música y una concepción del mundo particular.

Algunas prácticas asociadas a lo ambiental, el disfrute y cuidado de la naturaleza, también denominados algunos como deportes de aventura y deportes extremos, son el cannopy que consiste en desplazarse a considerable velocidad a través de un sistema de cuerdas ubicado a la altura de los árboles, rappel o descenso de superficies verticales por medio de cuerdas, boungie o bungee jumping, el cual es un salto al vacío desde lugares elevados como puentes o plataformas, soportado sólo por una cuerda elástica amarrada a los tobillos, el rafting o descenso de ríos en balsa y el b.a.s.e. jump (Building, Antenna, Span, Earth), consistente en saltos con paracaídas desde lugares firmes.

En el caso de los deportes de vehículos como la bicicleta, la moto y los carros, existen una serie de prácticas deportivas asociadas algunas a los deportes extremos o de campo abierto y otras a los espacios urbanos, incluyendo también una diferenciación socioeconómica por el alto costo de los equipos. Entre éstos se encuentran el downhill o descenso de colina en bicicleta, el bmx Freestyle, gravityy y flat floor, todos deportes relacionados con la habilidad en el manejo de la bicicleta en espacios urbanos y en pistas construidas específicamente para ello. En el caso de los carros, el allterrain o campercross o competencias de obstáculos para carros, biketrial o pruebas de habilidad para sortear obstáculos naturales o artificiales en bicicleta y su versión para las motos, el mototrial. Desde la óptica de la apropiación y resignificación del uso de los espacios urbanos existen algunas prácticas deportivas ya mencionadas como el flat floor y el base jump, y otras como el Skateboarding, el wall o escalada de muros artificiales, el ultimate, conocido antes como freesby, el pogo, versión moderna del canguro. Al igual que con la música, las hibridaciones y experimentaciones en este campo son innumerables.

Caso especial son las prácticas asociadas al cuidado del cuerpo donde es notoria una mayor estetización del ejercicio físico como son los centros de acondicionamiento o gimnasios, que no solo realizan deportes intramurales, en lo privado o de carácter urbano sino que generan toda un estilo de vida asociado a lo juvenil; los aeróbicos, el spinnig o aeróbicos en bicicleta fija, el levantamiento de pesas y otros que borran el límite entre el deporte, el baile y los usos del cuerpo como el pole dance o table dance, baile de tubo y sus variaciones chair dance y sexy dance. Otro tanto ocurre con el Porrismo o cheerleading, práctica importada de la cultura de las instituciones educativas norteamericanas, bastante generalizada en nuestro contexto sin mayor reflexión y cambio, lo cual también da cuenta de los procesos de influenciamiento cultural de las prácticas juveniles.

Acaso el deporte que mejor muestra la resignificación del ejercicio físico y los procesos de hibridación cultural que genera la juventud es el parkour (del francés parcours: recorrido), o arte del desplazamiento, que sería una especie de versión contemporánea de las denominadas “seguidillas”; esta práctica consistente en

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desplazarse de manera inédita sobre superficies de la ciudad (también del campo), sorteando todo tipo de obstáculos como muros altos, vallas, escalones, etc, fusiona el ejercicio físico y la apropiación del espacio urbano con una filosofía de vida que implica la autosuperación, el respeto y el apoyo mutuo entre otros, y una concepción del cuerpo como un elemento a dominar y fortalecer como principal herramienta para afrontar las vicisitudes de la vida. El parkour resignifica el deporte en tanto no demanda escenarios deportivos, no requiere de equipamentos especiales y no propone la competición entre sus practicantes; el reto va dirigido hacia el mismo individuo. De igual manera, esta práctica confronta la ideologización del espacio público al hacer un uso diferenciado e irrestrictivo del mismo pero sin violentar a los demás habitantes.

Dado que muchas de estas prácticas ya poseen el status de deporte, la mayoría de las veces con equipamentos, membresías, entrenamientos y escenarios deportivos específicos, lo cual genera inversiones económicas significativas que alejan a los sectores más pobres de la población juvenil, éstos se inventan maneras de transformar la práctica deportiva y el ejercicio físico con sus versiones de deportes, desde los gimnasios populares, los parques acondicionados para hacer “barritas” (levantamiento de pesas), hasta el descenso por las pendientes de los barrios en carros de rodillos y el pegarse de los buses en una bicicleta. Es necesario resaltar la existencia alrededor de estas prácticas de espacios deportivos también resignificados, que incluyen los escenarios deportivos naturales y aquellos que se crean artificialmente y de manera fugaz para exhibiciones de carros, competencias y espectáculos deportivos y espacios diferenciados como gimnasios, placas polideportivas y pistas para deportes extremos. Vale mencionar también la realización de Ex-games o juegos extremos y juegos olímpicos juveniles.

En la práctica del estar en grupo y vincularse parece tomar fuerza las sociedades de interés, aunque con cierto carácter efímero; el club juvenil o la barra del barrio que se proponían como duraderos, son reemplazados por las iniciativas juveniles, los grupos transitorios o ligados a temas y gustos que pueden ser cambiados o compartidos simultáneamente con otros. El grupo no demanda exclusividad. Además de las dinámicas de sociabilidad, lo que emerge es la infinitud de posibilidades temáticas y asociativas, que producen un carácter marginal y periférico a algunas de ellas, dada la dificultad (y a la vez la no necesidad) de visibilizarse. Esto se traduce en una profusión de grupos y estilos ligados a gustos musicales, estéticos y de uso de tiempo libre que parece no ser posible de abarcar y comprender ni por los mismos jóvenes.

Igual que en las anteriores prácticas, esta tendencia incluye su opuesto, en tanto existen grupos con alta visibilidad y vinculación social, así como con un interés de permanecer ligados a su práctica eternamente; esto es notorio en los grupos religiosos y en los fanatismos del fútbol como las barras bravas. La lógica acá parece ser “será eterno mientras dure”.

Las formas de agregación que más fuerza toman son las asociadas a los medios tecnológicos o lo que se ha denominado comunidades virtuales; destacan acá los twitteros o jóvenes que están continuamente enviando mensajes a través de esta

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plataforma, los bloggers, que son fanáticos de la creación y el seguimiento de blogs o bitácoras, que son sitios web personalizados, de actualización más o menos constante (la gran mayoría de ellos son creados y casi abandonados) y que giran en torno a un tema o interés particular y que permiten mayor interacción con quien los visita; los posters o jóvenes expertos en subir información a los blogs y los floggers, una práctica que nace en argentina y que consiste en subir fotos a un blog personal y hacer y recibir comentarios sobre estas para medir la popularidad, así como la práctica de agregarse a los foros sociales como facebook, hi5, Sonic, Quepasa, etc, o poseer un sitio o canal, en estos y otros espacios como msn, myspace, youtube, entre otros.

Estas prácticas tecnológicas, contrario a lo que se piensa, poseen niveles de uso más elaborados que el común intercambio de saludos, imágenes, invitaciones y expresiones del estado de ánimo, así como la aparente conversación banal, lo cual es una concepción reduccionista y prejuiciosa del lugar y la función que ocupan estas actividades en la vida de los y las jóvenes. Desde el típico “chateo” (Chat), el cambio cotidiano de la información del muro o perfil, el envio de mensajes o texteo, la búsqueda aleatoria de videos, hasta la elaboración de blogs, cuentas, canales y sitios web, la subida de videos, la participación en foros y la movilización de campañas ideológicas, la difusión de información política, comercial, académica y cultural independiente que surge de los amigos y amigas o allegados, se convierten en una forma poderosa de socialización y vínculo entre la juventud y de esta con la institucionalidad, se construyen debates sociales, se movilizan sectores de la juventud y se impulsan corrientes culturales e ideológicas.

La relación entre las prácticas juveniles y la expresión política es motivo de investigaciones y análisis que oscilan entre identificar posturas apáticas, individualistas o en el mejor de los casos coptadas por las formas tradicionales y posturas de resistencia, movilización y mayor participación política de la juventud. Creemos que ambos extremos son posibles y existen.

Más allá de esto, es posible identificar algunas características sobresalientes en la relación entre la juventud, la política y lo político. La manera más amplia de concebir esta relación en la actualidad es desde el surgimiento de procesos y expresiones juveniles que resignifican el concepto y la práctica política, ampliando su margen de acción. Esto implica cruces entre lo estético y lo político, o lo político expresado a través de la estética y una virtualización de la política, es decir, el uso cada vez mayor de los medios tecnocomunicacionales para la expresión y movilización política.

Esta resignificación genera una tensión entre las juventudes propicias a la participación a través de los mecanismos oficialmente establecidos y las que prefieren el rechazo a la institucionalidad tradicional pública, amparados en discursos ambientales, contestatarios o de transformación social. Esta ampliación de lo que significa lo político conlleva a nuevas modalidades asociativas, expresivas y participativas formales y no formales, o sea, ofertadas por el Estado o generadas de manera autónoma que hacen uso ya no sólo del lenguaje, de los medios y escenarios oficiales, sino que acuden a todas las formas posibles de expresión cuyo fin no es únicamente incidir en la toma de decisiones o aspirar a cargos de poder,

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sino manifestar, movilizar la opinión en torno a un tema que en la medida en que se hace masivo se torna “de interés político”:

Sin duda alguna, mucha de la movida juvenil de hoy se enarbola desde discursos de la izquierda o del enfrentamiento al poder, critican procesos históricos como el nazismo, la guerra, la globalización y a ciertos países con nombre y apellido; temas como la protección del medio ambiente o los derechos humanos, incluso el anarquismo, son revindicados. Basta ver sus camisetas, sus tatuajes, sus parches; oír sus canciones o conversar con ellos (Cevallos, 2006: tercer capítulo).

Tal vez como nunca antes, la preocupación por la “polis”, se encuentra por fuera de los estamentos de la Administración Pública y de los mecanismos oficiales de participación. Circula en las acciones de los y las jóvenes, articulada a sus necesidades, sus intereses, sus deseos y sus concepciones del mundo, amparadas en la intuición de que lo político se puede expresar de cualquier manera y que no debe estar supeditado a un comportamiento político conciente.

Sin embargo, es relevante en este panorama el papel que cumplen las organizaciones y movimientos juveniles con conciencia e ideología política visible, la mayoría de ellos de carácter resistente o crítico ante el sistema. Abundan en Latinoamérica las redes juveniles, las organizaciones “anti” y los espacios de expresión física y virtual de ideas políticas, que hacen uso de la música a través de conciertos, los espacios urbanos públicos y privados a través de murales, stencils, vallas de contrapublicidad, acciones directas no violentas, pintas; de la red con grupos en facebook, blogs, portales, emisoras en live stream con contenido independiente así como medios de prensa virtual críticos e infinidad de textos, audios, videos, flashes y movie clips. Toda esta dinámica viene acompañada de lo que se ha denominado una estetización de lo político y de la política; el arte y en general la expresión estética aparece como el medio más expedito y menos cuestionable de manifestación política, sobre todo cuando esta va en contravía de los intereses hegemónicos. Las canciones, los mensajes en las camisetas, en botones, en las paredes; los cuerpos desnudos realizando un performance en contra de las corridas de toros, los grafittis y murales que a la vez que decoran cuestionan o hacen visible otra mirada.

Ciertas prácticas juveniles tienen la característica de bordear el límite. Al igual que algunas ya mencionadas existen aquellas que hacen difuso el límite entre los géneros, como es el caso de los denominados metrosexuales, hombres jóvenes que tienen una alta preocupación por su apariencia física, adoptando prácticas de cuidado corporal tradicionalmente femeninas pero sin perder su condición masculina. Otro tanto ocurre con los seguidores de la cultura de dibujos animados manga y anime, cuyos seguidores se denominan otakus y de la cual se generan otra serie de prácticas más difusas que incluyen el vestirse y maquillarse de acuerdo con la estética anime. Tal vez una de las que más preocupa a los adultos por su tendencia a la violencia, es la práctica, no muy generalizada por fortuna, del acoso escolar o bullying, en la cual un joven o un grupo de jóvenes asedian de manera repetida y constante a alguno de sus compañeros con todo tipo de acciones simbólicas o físicas de carácter agresivo, lesivo o humillante, sin que los demás compañeros intervengan, convirtiéndose en testigos pasivos, fenómeno que bien pudiera leerse como un intento de los jóvenes de resignificar y viabilizar toda la violencia que el contexto genera.

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Adentrarse en las prácticas violentas, agresivas o de carácter extremo de la juventud implicaría descripciones tan extensas como la que acabamos de hacer, pero en las cuales la diferencia estriba en el nivel de instrumentalización que la juventud vive en ellas; baste por mencionar la participación en todo tipo de combos, pandillas, barras, con diferentes niveles de violencia y articulación a procesos de guerra, narcotráfico y control territorial. Habría que diferenciar allí aquellas cuyo eje de actuación es de carácter ideológico, racial, político, religioso e incluso deportivo, pero que comportan algún componente de violencia.

Es conocido por todos el fenómeno del sicariato en Colombia, la existencia en general de combos de jóvenes al servicio de los capos de la mafia, fenómeno que se reproduce también en brasil y en México entre otros países y que constituye una vía de configuración identitaria y toda una cultura, que en los tiempos de su auge y en medio del estupor general fue llamada la “cultura de la muerte”. Es también famoso el caso de las “maras” salvadoreñas, originadas por el retorno a centroamérica de enormes cantidades de emigrantes deportados por delincuencia desde México y Estados Unidos y que conforman una mezcla particular entre narcotráfico, control territorial, construcción cultural e identitaria y filosofía de vida. Caso aparte representan los grupos nacionalsocialistas o neonazis en Latinoamérica, práctica sorprendente, sobre todo por el contrasentido que supone la defensa de una pureza racial que no se tiene y una ideología que en caso de aplicarse los aniquilaría. Finalmente cabe resaltar el fenómeno de barras bravas, importado hacia Argentina desde Inglaterra y apropiado con diferentes niveles de agresividad a nuestros países, no sin mencionar que es una de las prácticas de carácter inicialmente violento con mayor tendencia a transformarse y articularse socialmente como práctica pacífica.Como es notorio, es difícil identificar y clasificar estas prácticas juveniles emergentes, por su carácter espontáneo, a menudo difuso y efímero, adscrito a veces a ciertos grupos o clases sociales o a temporalidades y espacios en los que se vive “lo juvenil”. Igual que con las miradas sobre la juventud propuestas en el capitulo anterior, estas separaciones “fenoménicas” deben entenderse como abstracciones teóricas para su comprensión, ya que podrá observarse como en la práctica no existe tal separación entre por ejemplo, la ampliación de la percepción corporal y el extremismo en los deportes. Intentaremos acá unas reflexiones sobre lo que parece estar detrás de éstas prácticas juveniles emergentes.

3.1 TRANSFORMACIONES DE LAS PRÁCTICAS EXPRESIONES Y CONSUMOS CULTURALES

Acaso la transformación más evidenciable en las formas de ser de la juventud actual se halla en sus prácticas culturales. Dada la riqueza que las caracteriza, parece imposible encontrar un solo término que las denomine y de cuenta de su sentido. Este fenómeno tiene diferentes configuraciones que pueden ser nombradas como cambio, transformación, interacción, traslocación, mutación, intercambio, imposición, asimilación, resignificación, integración, fusión, mezcla, hibridación, interculturalidad, aculturación y otros, según el enfoque o el énfasis que se quiera

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hacer desde su relación con el tiempo, con el espacio, con lo cultural, con lo material o lo sociopolítico.

Sobra repetir en este apartado las razones contextuales que impulsan estas transformaciones; del por qué la juventud se esta yendo a otros países, individual o masivamente, por qué sus referentes para definir su identidad ya no son locales únicamente, por qué muchos adquieren cada vez más una imagen más “global” o nutrida de elementos foráneos y sus posturas, por qué sus valores e imaginarios son producto de la mezcla de dos o más culturas localizadas en diferentes espacios o tiempos, por qué en algunos lugares, la cultura tradicional o local está desapareciendo por el ejercicio de procesos de fuerza, seducción u olvido realizados mayormente por esta población, etc.

Sin embargo, se pueden señalar algunas causas específicas que influencian la irrupción de cambios en las prácticas culturales juveniles: -Nuevamente, las tecnologías de la información y la comunicación por su posibilidad de vehicular culturas, formas de ser, imaginarios y todo tipo de información cultural. -Las violencias (guerras y confrontaciones bélicas) que obligan a poblaciones a movilizarse hacia otras culturas (migración, diáspora, éxodo, desplazamiento) en busca de mejores condiciones o en huida del riesgo de muerte. -El modelo de desarrollo socioeconómico y sus efectos en lo local y lo global que conecta culturas pero también tiende a eliminarlas. -Los procesos de racismo, exclusión, rechazo y segregación e incluso genocidio cultural, para el caso de aquellos procesos culturales que tienden a desaparecer o a ser desaparecidos y en particular para la juventud, que sin moverse de su lugar de origen introduce elementos de otras culturas o es influenciada por ellas. -La hegemonía de una cultura sobre otra que a través de diferentes mecanismos de seducción, presión, difusión o invisibilización, promocionando estilos de vida y valores, se impone impulsada por una idea geopolítica colonial que es implementada a través del control (social, territorial) de lo cultural, de donde se hace evidente por demás, que la cultura, la instauración de una forma de cultura, de una “tradición”, de una cosmogonía, implica violencia y es (ha sido) un proceso violento. Y finalmente, la capacidad creativa y la sensibilidad juvenil que le permite a esta población adoptar posturas de adscripción, resistencia y resignificación o recreación, actitud que como hemos recalcado, es cada vez más determinante y autodeterminante de las prácticas culturales, no sólo juveniles sino de toda la sociedad.

Existen a nuestro modo de ver, cuatro características identificables en las transformaciones de las prácticas culturales juveniles: la hibridación espaciotemporal, el extremismo, excesividad o intensidad, la resignificación y la complejidad.

3.1.1 Hibridación

Ya hemos dicho en apartados anteriores, amparados en las lecturas de Garcia Canclini sobre la realidad latinoamericana, que una de sus características es la coexistencia de tiempos y espacios socioculturales que conviven, a veces mezclados, a veces diferenciados; en otras palabras, en nuestras ciudades hay presencia de restos históricos de la conquista y la colonia que cohabitan con los

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más avanzados desarrollos tecnológicos. De igual forma, estructuras sociales y modos de pensamiento, como el de la modernidad se desarrollaron en presencia de culturas precolombinas y ahora son cuestionados por nuevos modelos. La hibridación es entonces un proceso que implica una mezcla constante no solo en el ámbito racial sino en el mundo más amplio de la cultura y que también da cuenta de las incertidumbres actuales como impacto de la crisis de la modernidad, pero también de la capacidad creativa de las culturas y en particular de la juventud.

Viene ocurriendo en las últimas décadas con más fuerza, que la juventud se convierte en la principal productora de hibridación cultural, en tanto es educada bajo los parámetros de los viejos ordenes socioculturales, mientras los discursos del desarrollo, el mercado y los avances tecnológicos le brindan la posibilidad de cuestionar y construir mundos simultáneos y alternativos, a la vez que estos mismos discursos entran en crisis. La hibridación surge entonces como búsqueda, como respuesta y como negociación entre discursos; como búsqueda en la medida en que la práctica cultural, ya sea musical, política o deportiva tradicional se acerca o va adquiriendo elementos nuevos; es respuesta a partir de su consolidación como práctica aceptada y generalizada al interior de una parte de la población juvenil, ya que posibilita la vehiculización de un modo de ser y sentir, una interpretación del mundo y un mensaje hacia la sociedad. Finalmente, tanto búsqueda como respuesta implican negociaciones sobre lo que se conserva y lo que se agrega

Las hibridaciones se mueven en las lógicas del espacio y el tiempo inmersas en la cultura; sus fusiones y mezclas retoman elementos históricos del pasado o visiones futuristas, tanto como insumos culturales de regiones foráneas. Vale decir, que debido a los procesos de colonización cultural que ha vivido Latinoamérica, algunos procesos de hibridación ya se encuentran asentados como elementos culturales y por lo tanto a menudo no se reconocen como tales, por ejemplo en las prácticas religiosas y en las músicas.

Ya hemos hablado de algunas prácticas musicales híbridas, en las cuales sin embargo, sigue primando cierto carácter foráneo. Un ejemplo de hibridación local a la inversa lo brindan los movimientos de la nueva música folclórica que se gestan a lo largo de toda Latinoamérica en los cuales los ritmos e instrumentos tradicionales étnicos son fusionados con las tendencias musicales contemporáneas del jazz, el rock, el hip hop y los ritmos afrocaribeños, movimientos impulsados por las generaciones jóvenes de músicos y folcloristas. Estas transformaciones de la práctica musical implican también resignificaciones del sentido de la música folclórica, alejándola del discurso de preservación patrimonial, de la ceremonia de la repetición del ritual folclórico y de los contenidos estéticos referidos a la tradición, la tierra y la naturaleza e introducen lenguajes y temáticas urbanas y sociales como la guerra, las drogas, la cotidianidad y la injusticia social, convirtiéndose también, como ya hemos mencionado, en un vehículo de la expresión política.

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3.1.2 Extremismo y excesividad

Otra de las características presentes en estas transformaciones es la tendencia juvenil a realizar sus actividades en la lógica de la búsqueda de lo extremo, lo excesivo, lo intenso o lo veloz; que sus prácticas lleguen al límite, más alto, más lejos, más placentero, a poseer lo último, lo cual se traduce tanto en un impulso para el desarrollo creativo e innovador o en acicate para sus logros artísticos o deportivos, como en la premisa causante de algunas de las problemáticas en las que se ven involucrados: drogarse al máximo, hacer uso excesivo de la violencia, correr riesgos en el disfrute de la vivencia de su sexualidad.

El exceso, la velocidad, la intensidad, el presentismo y la obsolescencia, han sido propuestas como características del mundo contemporáneo, como factores de la postmodernidad; la necesidad inherente al ser humano de satisfacer de inmediato sus instintos encuentra en la capacidad tecnológica y en el sistema de mercado la posibilidad de cumplimiento, acelerando de esta manera todos los aspectos de la vida y generando el deseo de avanzar hacia ese algo nuevo e inalcanzable: la plenitud, el goce total, que parece cada vez más posible y que antes, dadas las condiciones tecnológicas y sociales, debía esperar. No es por tanto extraño que sean las generaciones más recientes las que en su mayoría desarrollen los comportamientos y prácticas movilizados por estas premisas y vivan en sociedades y dinámicas “dromológicas” (Virilio, 1995), es decir, aceleradas, violentas y movilizadas por lo tecnológico.

No deben leerse estos comportamientos sólo como una respuesta al discurso del consumo propuesto por el sistema de mercado que instaura lógicas de obsolescencia programada y obsolescencia percibida en los objetos14, para acelerar el uso y la compra, ni como una consecuencia de la necesidad de huir, de una especie de tendencia autodestructiva de los sujetos (jóvenes) ante el sinsentido del presente y la incertidumbre del futuro; mejor, la presencia del extremismos en algunas prácticas juveniles parece ser una forma de investigación de la realidad, una manera de experimentar las posibilidades humanas, que otrora movilizara a aventureros y científicos, y una manera de ser y producirse subjetivamente. Así, vivir el riesgo, o buscar el límite deja de ser algo por fuera de lo normal y se concibe como parte de la existencia. Si en la ansiada y dudosa sociedad del bienestar, la seguridad era el fin último, la respuesta de las nuevas generaciones ante la insistencia del mundo adulto por incentivar el miedo a lo inseguro, es hacer de éste último un estilo de vida.

14 La obsolescencia programada es la medida por la cual se determina la duración efectiva de un pro-ducto, cuanto uso resiste. La obsolescencia percibida es el cambio en la apariencia de un producto, cada determinado tiempo, para incentivar la compra del modelo nuevo. La regulación de ambas ob-solescencias por parte del sistema de mercado son consideradas el motor que moviliza la economía de consumo. (véase: la historia de las cosas En: http://www.youtube.com/watch?v=ykfp1WvVqAY)

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3.1.3 Resignificación

Tal vez la resignificación sea una forma de hibridación o una característica de ella, en la que se evidencia la necesidad y la capacidad a la vez, de dar un sentido nuevo a lo que se hace, de construir y llenar la realidad de nuevas prácticas que den cuenta de formas diferenciadas de ver el mundo, de búsquedas e intentos de apropiación que establezcan diferencias con generaciones anteriores y los discursos y premisas que los representan, a la vez que permite no tener que renunciar totalmente a la herencia cultural.

En la resignificación se generan palimpsestos o formas culturales superpuestas, reescrituras y transformaciones del sentido; acciones tan pequeñas como el cambio en la manera de escribir en los chats o foros electrónicos, que desafían las normas ortográficas, que mezclan imágenes o íconos (denominados emoticones, smilies o gif’s, que surgen también de la resignificación del uso de signos del lenguaje alfabético en el código ASCII de computación), con grafías para comprimir o abreviar (en la lógica de la velocidad), el mensaje que se quiere enviar, generan procesos de resignificación, - en esta caso, de las formas de comunicación- más grandes.

La resignificación implica entonces un proceso creativo que se nutre las fuentes de realidad, de los objetos y los símbolos generados por la cultura, que en el caso de la juventud se convierte en una característica habitual, en una búsqueda constante por dotar de sentido nuevo lo que se hace. Lo cual se traduce, a la luz de los investigadores, como plantea Reguillo (Reguillo 2000), en “nuevas” concepciones de la política, de lo social, de lo cultural. Lo novedoso, de este proceso, propio de la transformación cultural y si se nos permite un juego de palabras, lo resignificado, es que más allá de la superposición cultural, es decir, la puesta de un discurso sobre otro, de manera lineal, tal como se conciben los palimpsestos, es la manera como la juventud contemporánea introduce una variante aprendida de las posibilidades tecnológicas, al resignificar en hipertexto, es decir, en un permanente cambio y conexión constante entre los discursos y las prácticas resignificadas (Reguillo 2000);diríamos nosotros, todo tiene que ver con todo o es posible cambiar el sentido de una práctica al relacionarla con otro discurso u otra práctica. Así, la resignificación se convierte en una de las funciones de la práctica y no en una consecuencia de esta; se hace algo, cambiándolo o en constante búsqueda de su cambio.

3.1.4 Complejidad

Otra resultante de cambios en los paradigmas sociales que surgen en la crisis de la dualidad teleológica y monolítica del proyecto moderno, es decir, de un orden social (occidental) que comprendía el mundo y su destino en una sola dirección (la sociedad de bienestar), que otorgaba más validez a una verdad construida por el discurso de la ciencia, y que vivía mayormente bajo una escala dual de valores, en la que se separaba de manera tajante el bien y el mal, lo público y lo privado, lo individual y lo colectivo, lo sagrado y lo profano, entre otros, es el surgimiento de

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diversidad de discursos (o mejor, visibilización, ya que muchos de ellos ya existían en el orden social pero no eran reconocidos, valorados o estaban proscritos), de maneras de hacer, de ser y de comprender el mundo, sin renunciar del todo a la anterior; una supuesta esquizofrenia social, un aparente caos en el cual pareciera difícil mantenerse cuerdo, una posible pérdida del sentido de la civilización, que es en mayor medida vivenciada por las generaciones formadas en la doctrina anterior y a las cuales, la velocidad de los acontecimientos transformadores de las últimas décadas no ha dado tiempo para salir de su perplejidad, que alcanza apenas a ser enunciada en las diferentes formas del ¿“a dónde iremos a parar?”.

Son muchos los términos y los conceptos propuestos para nombrar y dar explicación a esta emergente condición: dispersión, fractalismo, atomización, fragmentación, bifurcaciones, fisuras, multiplicidad, disoluciones, liquidez, desespacialización, descentramiento y desurbanización, diversidad, difusión, difuminación, discontinuidad, rizoma…acogidos en su mayoría bajo techo del marco explicativo de la postmodernidad, aludiendo a la diversidad de lógicas sociales y sus correlaciones espaciotemporales.

Si bien esta aparente dispersión es consecuencia de la entrada en el orden social de nuevas lógicas generadas por los avances tecnocientíficos y la ampliación de la capacidad humana de autodeterminarse y expresarse, las juventudes contemporáneas, contrario al temor de las anteriores, hacen de ésta una condición de posibilidad para vivir, asumiendo que sus prácticas no son sólidas, son difusas y dispersas en el espacio y el tiempo, a veces atomizadas, casi invisibles, efímeras, llenas de vacios de sentido, contradictorias y no lineales, que es posible, permitida y de hecho, necesaria, la hiperindividualización o la singularidad. A nuestro modo de ver, esta comprensión del orden social para las juventudes, pasa de ser una complejidad azarosa a convertirse en una complejidad fractal, es decir, relacionada entre si, con multiplicidad y simultaneidad de voces y lenguajes, posible de descifrar o modificar; una realidad en la que, no sin incertidumbres, se pueden desarrollar prácticas y formas de ser, estableciendo recorridos y vínculos comprensibles sólo para quienes los vivencian o para quienes poseen la información necesaria para descifrarlos. Para un o una joven, cada vez hay menos diferencia entre lo afectivo y lo político, entre asuntos tan dispares como lo tecnológico y lo cultural, y si la hubiese, es concebible la posibilidad de establecer conexiones y dotarla de sentido por las vías de la hibridación o la resignificación.

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3.2 TECNOLOGIZACIÓN Y VIRTUALIZACIÓN COMO SOPORTE DE RELACIONAMIENTO Y

CONFIGURACIÓN SUBJETIVA

La expansión del acceso y uso de las Tecnologías de la Información, la comunicación y el Entretenimiento o TICE’s15, ha venido creciendo de manera exponencial en casi todo el mundo, como parte impulsora de los procesos de globalización o como consecuencia de estos. Las tecnologías son la versión más avanzada de la capacidad humana de generar prótesis, herramientas y dispositivos técnicos, de construir objetos y máquinas para comunicarnos, entretenernos, adaptar el medio y satisfacer todo tipo de necesidades. Las tecnologías son entonces un medio, que depende del nivel de acceso, de la posibilidad de apropiación tecnológica, o sea de la capacidad del usuario para solucionar problemas a través de ellas, así como del sentido social que le de a su uso, del empoderamiento o transformación social que genere por medio de ellas y de la capacidad de expresión que le permitan.

Es indudable, y además un lugar común en las reflexiones sobre las prácticas juveniles actuales, el papel que han venido a ocupar las TICE’s y en particular la Internet en la población juvenil, visibilizándose a través de ella los fenómenos de acceso y uso, de exclusión y disponibilidad, entre los cuales sobresalen el posicionamiento de la juventud como el sector social que prefigura la cultura y “adelanta” el futuro por la vía de las nuevas tecnologías y por otro lado, la continuación o exacerbación de las brechas sociales preexistentes en la población juvenil, como lo plantea el texto “Juventud y cohesión social en Iberoamérica”:

Se ha mencionado insistentemente que el acceso, disponibilidad, disposición, usos y sentidos asignados a las TIC pueden constituirse en nuevas formas de desigualdades, en las cuales la brecha digital o “brecha en conectividad” estaría representando y expresando (y en muchos casos exacerbando) brechas preexistentes, o brechas en cuanto a condiciones de orígenes, principalmente en cuanto a ingresos, niveles educacionales, actividad social, sector de residencia urbano o rural, etnia e inclusive diferencias de género (Segovia, D, Dávila, O, et al, 2009:63).

Significa entonces, como lo corroboran estos estudios citados, que si bien la población juvenil es la de mayor acercamiento a las TICE’s, y en particular a la Internet, existen dos especificidades y particularidades en la relación juventud – conectividad, que trascienden el lugar común de la juventud tecnológica: tienen mayor acceso, pero dependiendo de otras variables contextuales como son la clase social y la escolaridad, hacen un uso diferenciado y creativo, mas no por ello inútil o nocivo.

15 Sigla que recoge y amplia el campo de las TIC’s o Tecnologias de la Información y la comunicación y de las Nuevas Tecnologías Digitales de la Información y la Comunicación o NTDIC’s al incluir todas las formas de uso de los tecnológico.

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Sin embargo, la existencia de un mundo cada vez más estructurado y mediado por toda suerte de implementaciones de la tecnología digital, no sólo en la infinita gama de posibilidades de la Internet, de las telecomunicaciones celulares, la televisión digital y los juegos de video, en el mundo particular de los y las más jóvenes, sino en la presencia de lo tecnodigital en la vida cotidiana de las sociedades, por ejemplo a través del E- Gobierno (Pago de servicios, tramites ciudadanos, automatización de la atención al ciudadno o contribuyente, etc), el E-Learnig o Tele-educación (inscripciones a cursos, presentación de exámenes, clases por videoconferencias, plataformas educativas interactivas, etc), o el E-comercio (uso cada vez mayor del dinero plástico o tarjetas recargables en el transporte público, almacenes de Cadenas, corporaciones bancarias, Hoteles o espacios turísticos, cadenas de salas de cine, citiparks, o salones de Juego, etc), lo cual genera cada vez más interacciones mediadas por máquinas, pantallas, dispositivos y softwares, hace pensar que para los y las más jóvenes es “una realidad tan naturalizada y aceptada que no merece ni siquiera la interrogación y menos aún la crítica. Se trata en efecto de una condición constitutiva de la experiencia de las generaciones jóvenes, más instalada e inadvertida a medida que se baja en la edad” (Urresti, 2008: 14).

La anterior afirmación introduce no sólo la noción de una “era de la Internet”, sino de la existencia de una “cibercultura juvenil” (Urresti, 2008), es decir, un conjunto de prácticas y materialidades que configuran y determinan una concepción particular del mundo, unas formas de adscripción y relacionamiento, y unas subjetividades (entendidas estas como percepciones del sí mismo) referenciadas o mediadas por la acción de las nuevas tecnologías. La cibercultura juvenil es vivir no sólo rodeado por la tecnología sino bajo la percepción de que todo se puede tramitar por vía de esta, convirtiéndola en la fuente principal de satisfacción, entretenimiento, educación, expresión y relacionamiento con el otro y consigo mismo; esto tendrá, por supuesto, y como se ha comprobado, niveles nocivos y adecuados.

En la subjetividad aparece un nuevo parámetro o una nueva fuente de expresión y trámite subjetivo que es la virtualidad, el virtualismo o la virtualización, la cual como fenómeno emergente de las generaciones actuales debe entenderse no sólo como lo que se ha llamado realidad o espacio virtual, es decir, “la simulación por ordenador de diversos procesos que se presentan en ámbitos físicos, biológicos, sociales, cognitivos, lúdicos, etc. así como la invención de nuevos fenómenos y procesos perceptivos” (Echeverria, 2001: 23), sino como la capacidad de fabular o imaginar experiencias perceptivas a partir de soportes reales, como ocurre en los juegos, particularmente los infantiles, componente que pasa a un segundo plano en los deportes, en donde cada vez más se incorporan Consolas Interactivas, como Wii y las ultimas “Arcades” o máquinas de videojuegos disponibles en lugares públicos, que incluyen tapetes electrónicos, dispositivos que emulan el objeto en un campo de juego virtual; la experiencia deportiva con mas frecuencia, se presenta unida al mundo de las pantallas.

Se trata de recrear el entorno, lo objetivo, introduciendo elementos reales (objetos-artefactos) e imaginarios, ficticios o simbólicos (discursos-narraciones) de manera subjetiva o concertada (consensuada), que permiten a su vez recrear a quienes

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producen la experiencia en una reelaboración del espacio y el tiempo que en términos de Echeverría tiene efectos reales en la subjetividad:

Aun siendo ficticias, esas simulaciones generan sensaciones reales en los usuarios de dichas tecnologías. Además, esas simulaciones no son subjetivas, puesto que cualquier persona que use dichas prótesis tecnológicas puede percibirlas. La realidad virtual establece una frontera porosa entre la imaginación y la realidad, así como entre lo subjetivo y lo objetivo (Echeverría, 2001: 24).

Significa esto que la virtualización y la tecnologización no introducen nada nuevo sino novedoso o alternativo y expansivo, pues la fantasía siempre ha estado en el ser humano; lo que cambia son las maneras de recreación subjetiva y la cada vez mayor posibilidad, por vía tecnológica, de expresar y convertir en realidades (imagen, sonido u objetos) los sueños y las fantasías, así como el lugar que ocupan éstas en la producción como sujeto, hecho que es más visible en la población juvenil al contar con la opción de generar diferentes identidades, nombres y espacios personales en la red, de mutarse o camuflarse, de vivir historias y existir en mundos creados en red, relacionarse, chatear y entablar amistad con jóvenes y personas de lugares distantes, de vincularse a comunidades de interés y desarrollar habilidades tecnológicas con opción laboral como bloggers, webmasters, hackers y crackers, (Estos últimos son comúnmente coptados por el corporativismo privado, y los Desarrolladores de Software de Open Sources (Código Abierto) que promueven el uso no restrictivo de la Red y buscan la des-corporativización de lo Tecnológico).

También por esta vía es posible generar perfiles ficticios en los cuales “ensayar” personalidades, divulgar gustos, intereses y pensamientos a quien quiera conocerlos, como una manera de re-conocerse a sí misma, sin mencionar la dotación constante y cambiante de aparatos y soportes que facilitan estos relacionamientos sociales y expresiones de la subjetividad, desde el ya común celular hasta el Ipod y I phone, las I pads, las memorias, consolas, juegos y computadores portátiles, las tarjetas electrónicas, cámaras, Palms y toda suerte de accesorios de conectividad, lectura, almacenamiento y transmisión de información que generan un contexto sociotécnico, es decir, una articulación entre lo virtual y lo físico que en la práctica demuestra lo errado de los temores frente a la posible despersonalización de las relaciones, la disminución de la capacidad intelectual y el dominio de las máquinas sobre la especie humana. Así, en las Ciberculturas juveniles existen desde grupos que migran sus expresiones al mundo-red, hasta los denominados “nativos digitales”, que impulsan (intencionadamente o no) diversas causas políticas e ideológicas en este nuevo campo de representaciones y juegos intersubjetivos que propone la era del Internet. Un ejemplo de la fuerte relación entre lo tecnológico y el mundo juvenil y sus subjetividades lo brindan los Hikikomoris, “los encerrados en si mismos”, jóvenes japoneses que se recluyen en sus cuartos por largos periodos de tiempo, incluso años, reduciendo al máximo el contacto social, incluso con su propia familia. Esta práctica o estilo de vida, contrasta con los Otakus, grupos de jóvenes en Japón y en el mundo occidental que configuran su identidad a partir de la estética Manga, las músicas modernas y otras expresiones culturales de lo Nipón. Estos últimos

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cuentan con una percepción social favorable mientras que los Hikikomoris son percibidos como fracasados y seres que deshonran a sus familias.

Igualmente, entre los usos crecientes se encuentran los y las jóvenes empeñados en las micro narrativas, es decir, los twitteros o los dedicados al microblogging, están los creadores audiovisuales referidos solo al filmminute o a los celufilms, o los que testean desde sus celulares al Twitter escribiendo microcuentos o ficciones periodísticas o simplemente difundiendo sus opiniones y pensamientos, interactuando con amigos e incluso con personajes de fama como músicos y artistas. Lo anterior sin mencionar toda la gama de nombres y maneras de relacionamiento en la red, y sus niveles de especialización con mayores desarrollos en Europa y Norteamérica pero con algunas expresiones ya en Latinoamérica: tecnosexual, generación X, Generación I, cybertráfico (tráfico de drogas vía Internet), phreaker (hacker telefónico), bluesnarfing (ataques a móviles a corta distancia), bluebugging (secuestro de teléfono), bluesniping (francotirador de móviles), bluejacking (piratas entrometidos), tele o cyberdildónics (juguetes sexuales controlados vía Internet), telebacanal, tribu del pulgar, erotosoftwareadictos, geeks (persona fascinada por la telefonía y la informática), online speed dating (citas rápidas concertadas por Internet), screenagers, tecnodivas (oferta de tecnologías con toque femenino) y otras que quizá se estén inventando en este momento.

Es importante también resaltar la relación existente entre los espacios virtuales y los espacios físicos en el papel socializador que cumplen las TICE’s; éstas no sólo aglutinan en lo virtual, en los foros y redes sociales, sino que dependiendo del nivel de acceso y del uso, se han generado espacios físicos como las salas de video, los cibercafés, los centros comerciales tecnológicos, los tecnoparques y otros espacios efímeros y vinculados a la dinámica social juvenil como los conciertos musicales, en particular los de techno music y su despliegue de tecnología audiovisual, en donde es posible ver una de las expresiones más significativas de los alcances transformativos de las TICE’s: el VJ (Video Jokey) y el DJ o nuevo músico, que con unos audífonos adheridos a sus oídos, una consola mezcladora de audio o mixer y una carpeta con CD’s, crea músicas y nuevas sonoridades, ya sea a partir de canciones preexistentes o de bases rítmicas programadas.

Así, dos asuntos se tornan importantes y hacen cada vez más, parte de los recursos vitales y culturales básicos de pertenencia: el conocimiento y dominio de los recursos y los lenguajes tecnológicos (desde cómo pagar el transporte urbano con una tarjeta o recargar un celular, hasta por ejemplo, inscribirse y estudiar vía Internet en la Universidad o saber realizar procesos de programación y diseño virtual) y el acceso a los soportes y medios de conectividad (es decir, contar con señal de Internet, wi-fi, tv digital, satelital o por cable, cobertura de red celular, etc.)

Todo lo anterior permite des- satanizar el influjo de las nuevas tecnologías en la población juvenil y reconocer no sólo el rompimiento de la falsa dicotomía entre realidad y virtualidad establecida por el mundo moderno, sino la existencia de un mundo expandido por los objetos y discursos de la virtualidad tecnológica en el cual viven y se relacionan las juventudes actuales.

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3.3 AMPLIACIÓN DE LA PERCEPCIÓN Y LA FUNCIÓN CORPORAL

El cuerpo, la corporalidad de los seres humanos, ha estado siempre en el centro de las confrontaciones y los procesos de cambio social de la humanidad, es a menudo el cuerpo el que nos habla del pasado: sus despojos, sus imágenes, sus atavíos, la manera en que es narrado, poetizado, pintado o esculpido, nos enseña sobre la percepción que cada cultura y época tiene de él. El cuerpo es la visibilidad de los sujetos, el objeto (la materialidad) que delimita la esencia subjetiva o a partir de la cual cada persona construye su espacio corporal.

El cuerpo es entonces depositario y medio para la expresión y consolidación de las sociedades y las culturas, por lo cual cada una ha generado un imaginario y un discurso sobre este, permitiendo o delimitando su poder, construyéndolo, de ma-nera que, “el dominio, la conciencia del cuerpo no han podido ser adquiri-dos más que por el efecto de la ocupación del cuerpo por el poder: la gimna-sia, los ejercicios, el desarrollo muscular, la desnudez, la exaltación del cuer-po bello”(Foucault, 1979:77). Este poder, representado en cada época por los discur-sos hegemónicos de las instancias de socialización y viabilizado por sus mecanismos de gobierno y control, producía lo que podríamos denominar “cuerpos únicos” o imaginarios estáticos del cuerpo, en los que el sujeto tenía poca participación en la determinación de su corporalidad, aunque, como plantea el mismo autor, “des-de el momento en que el poder ha producido este efecto, en la línea mis-ma de sus conquistas, emerge inevitablemente la reivindicación del cuerpo con-tra el poder, la salud contra la economía, el placer contra las normas mora-les de la sexualidad, del matrimonio, del pudor” (Foucault, 1979:77).

Ello significa que el cuerpo ha sido uno de los elementos en los que los sujetos de diferentes épocas se han resistido al direccionamiento de sus vidas, estrategia que en las épocas más recientes, a raíz de las transformaciones socioculturales y la ampliación de las posibilidades expresivas sociales, ha adquirido dimensiones colectivas y conscientes, convirtiéndolo en algunos casos en la bandera y fin de movimientos sociales, como en el caso de las mujeres, en objetivo y producto, como en el caso del mercado y en vehículo de expresión y búsqueda, como en el caso de la juventud, aunque habrá que entender que estos discursos, en la lógica de la contemporaneidad, no vienen separados.

En particular la juventud actual, evidencia, al contrario de otras épocas, una serie de transformaciones en la comprensión y uso del cuerpo y lo corporal, que van desde la explosión, expansión o rompimiento de la univocidad del cuerpo, la difuminación del límite entre la interioridad y la exterioridad (lo privado y lo público), la desacralización o distanciamiento de los preceptos judeo-cristianos sobre el cuerpo, hasta la consecuente comprensión del cuerpo en sí mismo como un poder y una propiedad sobre la cual es posible construir e implementar una ética y una estética, transformaciones que a la luz de hoy, y ampliando la visión de Reguillo (Reguillo,. http://www.nombrefalso.com.ar/index.php?p116), generan dos

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grandes narrativas sobre el cuerpo que implican a su vez una tensión: de un lado, el cuerpo liberado y juvenil, portador y símbolo del espíritu de una época, potente, dinámico, que consume y es consumido y que hace realidad el triunfo de la ciencia sobre la naturaleza, y, del otro lado, el cuerpo pecador, que sufre y es derrotado por las vicisitudes perversas de la sociedad actual exponiéndose a enfermedades, virus, mutilaciones, intoxicaciones, etc, a lo cual se le podría sumar la metáfora foucaultiana de la derrota del cuerpo del Estado-Nación moderno, es decir, el cuerpo de la identidad étnica y de las regulaciones disciplinares físicas.

La juventud de hoy por hoy, (y todos aquellos y aquellas que ansían permanecer en ese lugar imaginario) somete su cuerpo a transformaciones, implantes internos y subcutáneos, decoraciones, extensiones, expansiones, perforaciones, divisiones, correcciones, limpiezas, reconstrucciones, moldeamientos, diseños, exhibiciones, excoriaciones, inyecciones, dietas, rutinas de gimnasio, masajes de relajación o adelgazamiento, tatuajes en la piel, tinturas en el cabello, peinados, frenos dentales, maquillajes, fajas y cirugías, todo con fines ya sea estéticos, para realzar algunas características, de salud para evitar o corregir algún posible daño, o social, para llenar los cánones establecidos, los ideales de belleza corporal masculina y femenina, pero siempre en el marco de lo que se ha denominado el sanitarismo o el higienismo autoritario, discursos que invitan (obligan) al cuidado del cuerpo, pero que esconden un transfondo, primero, de regulación poblacional en tanto proscribe algunas prácticas (como fumar por ejemplo) y promueve otras consideradas como positivas (como hacer ejercicio), segundo, de salud pública y economía social, ya que las acciones negativas sobre el cuerpo se traducen en inversiones que debe realizar el Estado o los propios sujetos para su recuperación, y en tercer lugar, de mercado, pues para cada necesidad, para cada temor o deseo sobre el cuerpo, existe un producto.

Los discursos sobre el cuidado del cuerpo se convierten entonces en disputas por el cuerpo; el mercado, el Estado y ciertos sectores de la juventud misma con posturas críticas frente al sistema, entran en pugna por la posesión del cuerpo y los derechos sobre este, las decisiones sobre cómo educarlo, cómo decorarlo, llevarlo o no a la guerra, usarlo para el trabajo, intervenirlo para marcarlo, interrumpir sus procesos vitales como en el caso del aborto o entregarlo a otro cuerpo, son los escenarios más visibles de esta confrontación.

Estas posibilidades performativas y transformativas del cuerpo conllevan en la población juvenil a una corporización de la identidad y a una subjetivación de la corporalidad como nunca antes el cuerpo tuvo, es decir, gran parte de su pertenencia social, lo que les constituye como sujetos y la forma en que esto es expresado pasa por su cuerpo; éste se convierte en fuente y medio para la expresión política, cultural, sexual, estética, social, “el cuerpo pasa de ser un recipiente de pecado a ser un objeto de despliegue donde el self se manifiesta con precisión, es objeto de cuidado, reconstruido y representado. Como resultado de lo anterior se reubican las emociones y múltiples subjetividades y realidades, reconociendo en consecuencia múltiples narrativas corporizadas” (Muñoz, 2006:200).

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3.4 TRANSFORMACIONES DE LA EXPERIENCIA SUBJETIVA - MODOS DE PRODUCCIÓN DE

SUBJETIVIDADES

Desde diferentes disciplinas sociales se plantea que los modos de estructuración de los sujetos y por ende, de los sujetos sociales, han vivido en épocas recientes cambios tan profundos como en ningún otro momento de la historia había ocurrido a la humanidad. Estos cambios en las formas de ser, estar y comprender el mundo, que se visibilizan precisamente en las actuaciones de los seres, en sus formas relacionales y en las comprensiones de sí mismos y de su entorno, han implicado que estas mismas disciplinas desarrollen nuevas nominaciones que den cuenta de manera más comprehensiva, de estas producciones de lo social y de la definición que los sujetos hacen de sí mismos. Se dice también que las principales protagonistas de los mencionados cambios son las generaciones jóvenes de las últimas décadas y en particular aquellas que les correspondió el fin de milenio y las que viven el inicio del nuevo, a quienes podemos denominar como la juventud de la globalización.

Con la entrada en crisis de las ideas del proyecto moderno que proponía la efectividad de la racionalidad científica, el bienestar y la libertad para toda la sociedad, la seguridad de los Estados –Nación y la pertenencia a una identidad cultural fija, la noción de sujeto único que podía vivir toda su vida bajo con las mismas certezas se rompe, haciendo necesario un proceso constante de reconfiguración y autoafirmación en el cual parecen hallarse más cómodas las generaciones recientes, sujetos jóvenes que construyen la experiencia de sí a través de la sensibilidad y la corporeidad, no necesariamente negando la racionalidad, sino ubicándola en un plano de igualdad con las anteriores y desvirtuando su carácter unívoco lineal y universalista,.asumiendo esta dinámica como normal, aunque no sin dificultades, transformación de la idea de sí mismo que se ha denominado subjetividad.

Partiendo de estas ideas, algunos autores reconocen las subjetividades juveniles como las manifestaciones de una franja poblacional frente a la incapacidad de las normas para proteger la sociedad de los peligros que la contemporaneidad conlleva, asociando riesgo y subjetividad, donde la subjetividad se manifiesta mayormente en los comportamientos extremos que se convierten en generadores de sentido ante la ausencia de un centro o de una coherencia entre los discursos de la institucionalidad, que se expresa en la crisis de los sentidos unitarios, en la manera de concebir las relaciones, las instituciones, las prácticas, las formas de ser (Maluf, 2002).

Las subjetividades juveniles pueden ser entendidas entonces como todas las acciones, enunciaciones, discursos de reconfiguración y autoafirmación de la idea de sí mismo que producen los y las jóvenes, es decir, de los anclajes identificatorios que se evidencian en sus expresiones, a partir de los cuales se construye el sentido de la vida.

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Creemos que existen puentes comprensivos entre las tensiones generadas por la dinámica de la contemporaneidad y los modos de ser de la juventud. Con esto queremos decir, en relación a la juventud, que aunque sus modos de ser y estar en el mundo, sus comprensiones de sí mismos, sus narrativas y comportamientos, son múltiples y diferenciales, pueden mostrar algunas de las claves que permiten comprender el funcionamiento y direccionalidad del mundo contemporáneo y que sus prácticas y expresiones no son el resultado directo de estas tensiones como una suerte de automatismo o alienación globalizante, sino que son también elaboraciones discursivas y comportamentales que le permiten a esta población formas de ser y estar en el mundo diferenciadas y particulares.

Sin embargo, aunque hemos venido hablando de una subjetividad juvenil, no es posible reducir a una adjetivación etaria la subjetividad, sino que es a través de identificación de sus formas de configuración y expresión que esta se establece; no existe como tal una subjetividad juvenil sino expresiones, exteriorizaciones -si se quiere- de su condición subjetiva, posturas frente al mundo que intentan agruparse en maneras ordenadas mas no siempre coherentes para el mundo social, racionales o racionalizadas, alrededor de viejas identidades resignificadas, nuevos núcleos identificatorios, prácticas emergentes, discursos e imaginarios. Así, la experiencia subjetiva juvenil, es decir, las formas de ser y estar juveniles en el contexto contemporáneo, parecen tener unos modos de expresión que giran en torno a la adscripción–integración, la reclusión–evitación y la resistencia–crítica.

En el modo de adscripción–integración, la juventud acepta vivir en las tensiones de la contemporaneidad, acepta el modelo capitalista como adecuado y conveniente. Sus fines vitales son el goce, el consumo, el control y el mantenimiento del orden. Busca siempre hacer parte de este y promueve todas las acciones que sean necesarias para impedir su destrucción. Su visión del mundo es esperanzadora y deja a la ciencia y la política la solución de los problemas fundamentales. Su aporte consiste en cumplir el orden. En este modo, el consumo opera como el principal productor de subjetividad a partir de la premisa “consumo, luego soy”. En este modo de subjetividad suelen encontrarse los y las jóvenes que por su condición socioeconómica reciben los beneficios del sistema y cuentan con las posibilidades para sacar provecho de él. Sin embargo, grandes cantidades de jóvenes que están por fuera del sistema, enfilan sus acciones vitales hacia la pertenencia a este modo. El miedo a no hacer parte o la angustia de ser arrojado, así como la frustración por no acceder a todos beneficios son las emocionalidades que giran alrededor de este modo.

El modo resistencia–crítica es opuesto al anterior. La juventud tiene cierto nivel de comprensión de las tensiones del modelo. Su vida gira en torno a la realización de acciones para evitar un mayor efecto negativo de estas en su existencia y en la de otros. No persigue por tanto hacer parte del sistema e incluso en la medida en que adquiere una mayor claridad propugna por su destrucción o su transformación. Los beneficios del sistema son rechazados o usados estratégicamente en contra del mismo o a favor de la construcción de estilos de vida acordes con su modo subjetivo. La juventud que vive bajo este modo debe enfrentar constantemente la tensión que se genera entre la oposición y el uso del sistema, ya que no siempre es

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fácil identificar qué tipo de posturas lo promueven o lo confrontan. La frustración por la condición avasallante del modelo y la sensación de minoría e incomprensión son las emocionalidades propias de este modo.

La resistencia es entendida en este modo no necesariamente como oposición consciente, contracultural o beligerante ante el sistema o desde una perspectiva de acción política, sino como una forma de disenso o crítica reflexiva. La resistencia puede darse, como mencionaremos más adelante, a partir de la producción de espacios y subjetividades alternas, estratégicas, soportadas en formas de fuga que no niegan la realidad sino que la resignifican, a partir de la imaginación, la creatividad, la fabulación y la virtualización de mundos y formas de agregación y de sociabilidad que comportan una propuesta de modificación al sistema y a los sujetos, y de allí su componente crítico.

En el modo de reclusión–evitación, se vive con malestar en el sistema, se desean hacer otras cosas diferentes a las propuestas por el modelo o al menos de manera diferente (Franco, 2000). Estar en el sistema genera sentimientos de indignación frente a las inequidades del mismo, pero se teme confrontarlo, so pena de perder el equilibrio o los beneficios de estar en él aún a regañadientes. Este modo se diferencia del de adscripción-integración en su menor grado de reconocimiento y claridad política del funcionamiento del sistema, una sensación de desconocimiento e indiferencia, pero también de impotencia para modificarlo o de incertidumbre para diferenciar si es o no conveniente frente a otras posibilidades de estructuración del mundo. El resultado es una sensación de estar atrapado en un modo de vida que se manifiesta en temor frente a los riesgos que se generan y soledad, por la tendencia al aislamiento producto de ciertas prácticas individuales. Cuando los sentimientos de incomodidad, de temor, de impotencia e incomprensión son muy fuertes, ligados a la problemática psicológica particular de la edad juvenil es posible que aparezcan comportamientos tendientes a la evitación, la negación o fuga, tanto física como imaginaria a través de los trastornos psicosomáticos, las psicopatologías, el estrés postraumático, las fantasías paranoides, la depresión, los intentos de suicidio o el refugio en formas de comportamiento subjetivo autodestructivo como el consumo de drogas, las prácticas deportivas y sexuales de riesgo, y todas las formas contemporáneas de la ilegalidad y la violencia.

Estos modos no son estáticos y excluyentes entre sí, ni pueden entenderse como formas de personalidad; son maneras de expresión de la subjetividad que los y las jóvenes pueden transitar o en los cuales permanecer e incluso, adoptar estratégicamente de acuerdo al contexto y a cada uno de los ámbitos en que se desenvuelven, cuyo fin es adaptarse, defenderse y resistirse de la sensación de impersonalidad y desidentificación -que es una amenaza constante del entorno contemporáneo-

Finalmente, ante la profusión de análisis y descripciones de las prácticas juveniles desde diferentes enfoques, no es fácil hacer una síntesis sin correr el riesgo de generar otro sistema categorial similar. Acá será importante diferenciar entre las descripciones o caracterizaciones generadas en las miradas de la juventud actual, las tendencias que se cree vienen surgiendo en las prácticas y el análisis de las premisas discursivas, de los sentidos culturales que las movilizan, que es lo que hemos intentado acá hasta cierto punto. Ello establece una diferenciación entre lo

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fáctico o lo visible y el sentido o lo no visible de las prácticas juveniles. Las primeras clasificaciones propuestas (idealizacion y la invisibilización, expansión- contracción de la moratoria social, disminución de la edad de ingreso, deconstrucción cultural, transculturalidad y mundialidad, indivualismo-colectivismo, cultura visual) apuntan a lo fáctico.

Otro tanto ocurre con las apreciaciones sobre la posesión de una conciencia planetaria, la priorización de la vida cotidiana como trinchera para impulsar la transformación social, el respeto por el individuo, la selección cuidadosa de las causas sociales a apoyar y el rompimiento del barrio como epicentro del mundo y otras como la tecnologización y los usos del cuerpo. Habría que ampliar este análisis rastreando los sentidos de todas ellas en la hibridación, el extremismo, la excesividad, la intensidad y la dispersión, la fragmentación y el pragmatismo, es decir, en la exploración de los relatos o premisas socioculturales que se vienen gestando en la contemporaneidad, creación de la cual son protagonistas los y las jóvenes.

Joven Emo. Manuel López. Medellín. 2010.

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GLOSARIO

Adultocentrismo: concepción del mundo que parte de la idea de que la capacidad para determinar el orden social es adquirida sólo al llegar a una supuesta edad de experiencia y madurez desde la cual es posible dirigir la sociedad. El adultocentrismo a menudo se traduce en rechazo y desacreditación de la juventud.

Anomia: falta, no comprensión o desinterés por las normas. Se confunde con la transgresión de leyes y el delito, aunque puede ser una de sus consecuencias. La anomia en la teoría social a menudo apunta al estado de “crisis”, a la falta de normas y a procesos sociales de alta “conflictividad”. Se usa metafóricamente como desgano o pasividad.

Autoreferenciado: que se usa a sí mismo para designarse. La autoreferencia en la teoría social alude a aquellos discursos que se explican en sí mismos o a partir de sus propios parámetros.

Coptación: el término parece ser un neologismo surgido en la teoría social, proveniente tal vez de la palabra cooptación que designa un sistema de organización que se elige por sí mismo. En la teoría social, el término hace referencia a la vinculación instrumental de personas o grupos por parte de una institución o sector a su discurso haciendo que estos terminen actuando a su favor. Pudiera ser un primer paso hacia la instrumentalización.

Cronotopo: esta noción implica la concepción del tiempo y el espacio como indisolubles. Un cronotopo sería un objeto material o simbólico que adquiere el carácter de representar un momento de la historia en un lugar del planeta.

Esencialismo: Doctrina de los sistemas filosóficos que sostienen que la esencia procede de la existencia. Tendencia a concebir las características de algo como propias de sí e inamovibles. Naturalizar las cosas.

Identitario: lo referente a la identidad. La noción de identidad se encuentra hoy en tensión por haber nacido en el seno de los Estados – Nación y su fuerte relación con lo territorial y lo étnico. El concepto de subjetividad se propone como más apropiado; sin embargo, los aspectos relacionados con el lugar de procedencia, la etnia, la tradición, etc, siguen haciendo parte de las formas constitutivas del sujeto.

Multi –inter – trans-disciplinariedad: en la búsqueda de un mayor acercamiento y articulación entre las diferentes disciplinas y teorías sociales, se han generado términos que hacen referencia a su multiplicidad y diversidad, a la posibilidad de relacionarse entre ellas y a la existencia de temas y métodos transversales.

Panoptismo: observar a todos. Tendencia de los diferentes órdenes sociales a generar procesos y mecanismos de vigilancia, observación y control de las poblaciones y los sujetos.

Percolante – percolación: en la mecánica de fluidos y en la física, es la acción de moverse a través de medios porosos o de generar flujos y contraflujos. Esta noción,

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llevada como metáfora de los procesos sociales, hace referencia a las dinámicas de avance y retroceso de estos, en los cuales se recupera parte de lo pasado mientras se avanza.

Performativo: se entiende como una capacidad y como una acción. Como una capacidad es la posibilidad de convertir en actos lo que se piensa y siente. Como una acción sería la realización de lo que se piensa y siente a través de todas las vías expresivas del ser humano, con un alto contenido estético.

Precarización: hace referencia a la pérdida paulatina de las garantías para vivir o a la disminución de las posibilidades de acceso a las condiciones socioeconómicas mínimas para una subsistencia digna.

Reflexividad: capacidad del ser humano de ponerse en contacto con la realidad para analizar el sentido de sus acciones. Pensarse a sí mismo en relación con su entorno.

Rizoma: término propuesto por G. Deleuze y F. Guattari e importado de la biología para describir y nombrar los procesos sociales, en tanto estos son concebidos como interinfluyentes, es decir, que aunque partan de una misma raíz, pueden generar múltiples ramas e influirse los unos a los otros. De acuerdo con esta noción, los procesos sociales no son continuos ni lineales, no obedecen a subordinaciones jerárquicas, determinismos o causalidades, sino que emergen y se articulan de maneras no siempre previsibles.

Subalternización: ubicación de una clase o sector en posición inferior o marginal a otra. El término adquiere esta connotación en la teoría social a partir del uso propuesto por A. Gramsci

Sujeto -Subjetividad – Subjetivación: la noción de sujeto se entiende como la forma de comprender al ser humano en el marco del proyecto moderno, el cual tiene la capacidad de comprender la realidad y hacer su voluntad mediante el uso de la razón. La subjetividad sería entonces el uso de esta condición y la subjetivación el proceso mediante el cual se lega a ser sujeto. Sin embargo, dadas las constantes transformaciones sociales, la subjetividad también es entendida como la forma-sujeto de la contemporaneidad, en la que este expande sus límites expresivos y tiene una mayor autoconcienca.

Tecnocientíficos- Tecnocomunicacionales: la relación entre los avances tecnológicos y las formas y medios de comunicación es cada vez más cercana, así como la mayoría de avances e implementaciones científicas se logran mediante lo tecnológico. Estos términos se refieren a todos los dispositivos tecnológicos generados para la comunicación y a los usos tecnológicos en la ciencia que se traducen en objetos y procesos para el bienestar humano.

Teen ager: del ing. Adolescente. Hace referencia también a las generaciones de jóvenes norteamericanos de las décadas de los 60’s y 70’s, primeros en adscribirse a la naciente sociedad del tiempo libre, el consumo y el entretenimiento.

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QUIÉN ES EL AUTOR

Manuel Eduardo López Garcia.

Psicólogo de la Universidad de Antioquia y Magíster en Estudios Socioespaciales del Instituto de Estudios Regionales – INER, de la misma universidad. Es Diplomado en Contextos juveniles, Enfoques de intervención y Gestión de Políticas Públicas de Juventud de la Escuela de Animación Juvenil de Medellín, de la cual también es docente y Coordinador Académico. Es docente y asesor del pregrado de Gestión Cultural de la Universidad de Antioquia y docente ocasional en otras universidades.

Gran parte de su vida profesional la ha realizado como coordinador, asesor y tallerista en proyectos tanto públicos como privados de intervención social con población juvenil en los ámbitos de la prevención y la promoción, el fortalecimiento de redes y organizaciones y la formación y acompañamiento a iniciativas juveniles, así como la formación a adultos que trabajan con jóvenes y la asesoría a instituciones que trabajan con juventud.

[email protected]@hotmail.com www.facebook.com/Manuel Lopez Garcia

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