49 Las zapatillas mágicas · Lo que la artista sentimental, dueña de la tienda, no sabía, era...

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Fernando Olavarría Gabler LAS ZAPATILLAS MÁGICAS 49 CUENTOS PARA ENTRETENER EL ALMA

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LAS ZAPATILLAS MÁGICAS

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Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.

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e acercaba el quince de noviembre, el cumpleaños de Juanita, y su papá, paseándose por una solitaria calle de Puerto Varas, divisó en una vitrina de una vieja casa de madera, unas atractivas zapatillas adornadas con brillantes lentejuelas de vivísimos colores. En esa casa había un taller de pintura y a su vez se vendían baratijas. -Estas zapatillas deben ser mágicas -se dijo-. Se las regalaré a Juanita en el día de su cumpleaños. Entró en la tienda, las observó, decidió comprarlas y después preguntó por el precio; esto sucede a menudo cuando los hombres compran algo. Y como la dueña del negocio era una mujer artista y sentimental, al saber que eran para Juanita, le hizo una rebaja en el precio sin mediar ni por asomo un regateo. Lo que la artista sentimental, dueña de la tienda, no sabía, era que las zapatillas eran realmente mágicas y Juanita, tiempo después, al sentirse muy cansada por trabajar tanto, triste por sentirse sola y por estar los perros ladrando en la noche sin luna, sin motivo aparente, decidió calzarse las zapatillas estando sentada en el borde de su cama y ocurrió lo que tenía que ocurrir… Cayó en un suave sopor y dentro de sus oídos, más bien en su mente, oyó una deliciosa melodía. Se recostó sobre la cama y se quedó, no dormida sino en un estado de “ensoñación”; algo así como una hipnosis suave y placentera. Sus dos hijos dormían plácidamente y la joven mamá se salió

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e acercaba el quince de noviembre, el cumpleaños de Juanita, y su papá, paseándose por una solitaria calle de Puerto Varas, divisó en una vitrina de una vieja casa de madera, unas atractivas zapatillas adornadas con brillantes lentejuelas de vivísimos colores. En esa casa había un taller de pintura y a su vez se vendían baratijas. -Estas zapatillas deben ser mágicas -se dijo-. Se las regalaré a Juanita en el día de su cumpleaños. Entró en la tienda, las observó, decidió comprarlas y después preguntó por el precio; esto sucede a menudo cuando los hombres compran algo. Y como la dueña del negocio era una mujer artista y sentimental, al saber que eran para Juanita, le hizo una rebaja en el precio sin mediar ni por asomo un regateo. Lo que la artista sentimental, dueña de la tienda, no sabía, era que las zapatillas eran realmente mágicas y Juanita, tiempo después, al sentirse muy cansada por trabajar tanto, triste por sentirse sola y por estar los perros ladrando en la noche sin luna, sin motivo aparente, decidió calzarse las zapatillas estando sentada en el borde de su cama y ocurrió lo que tenía que ocurrir… Cayó en un suave sopor y dentro de sus oídos, más bien en su mente, oyó una deliciosa melodía. Se recostó sobre la cama y se quedó, no dormida sino en un estado de “ensoñación”; algo así como una hipnosis suave y placentera. Sus dos hijos dormían plácidamente y la joven mamá se salió

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de su cuerpo y viajó por mundos ignotos y fantásticos, solamente conocidos por ella y por el que escribe estas páginas. Nadie sabe de esto a excepción de los antiguos alquimistas semintoxicados por los vapores de recónditas mixturas, inventadas por ellos en busca de la felicidad absoluta que nunca encontraron. Pero Juanita, la joven madre de treinta y tres años voló vaporosa y atravesó la intranscendente maraña de tabiques y ruidos y llegó al mundo que su padre le narraba cuando era niña y esto lo relataremos en capítulos sucesivos, de la mejor manera posible.

oló, voló, voló, pero no encontró el camino de vuelta. Era de noche. Tampoco lo iba a encontrar a cualquiera hora del día... Y después de revolotear un buen tiempo se posó en la copa de un gran árbol que crecía solitario en un valle y se puso a descansar para pasar la noche allí. Llegaron a pernoctar bajo el viejo tronco, un pintor y un poeta ciego de nacimiento. Los dos hablaban de la belleza de la vida y lo que Dios les había dado. En esos instantes el pintor le trataba de explicar al poeta, lo que significaba para él La Gran Armonía Universal, reflejada en la bellísima combinación de los colores, y el poeta lógicamente no entendía lo que se le explicaba y se entristecía al no poder complacer a su amigo en la aceptación de lo que él hablaba. Porque, triste es el expresar belleza y que no la capten a tu alrededor. El pintor estaba impaciente y -por qué no decirlo- molesto por la incomprensión del ciego. Entonces el poeta habló de la Gran Armonía de la Música, pero su compañero el pintor no lo escuchaba, porque estaba sordo, dominado por la ira. Ambos callaron. Uno de ellos fijó su mirada hacia el horizonte, ya borrado por la oscura noche. Sobre sus frentes cayeron gotas de lluvia que se deslizaron por las mejillas. Una gota se escurrió por la comisura de los labios del poeta. Éste, al limpiarse la boca con el dorso de la mano, se dio

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de su cuerpo y viajó por mundos ignotos y fantásticos, solamente conocidos por ella y por el que escribe estas páginas. Nadie sabe de esto a excepción de los antiguos alquimistas semintoxicados por los vapores de recónditas mixturas, inventadas por ellos en busca de la felicidad absoluta que nunca encontraron. Pero Juanita, la joven madre de treinta y tres años voló vaporosa y atravesó la intranscendente maraña de tabiques y ruidos y llegó al mundo que su padre le narraba cuando era niña y esto lo relataremos en capítulos sucesivos, de la mejor manera posible.

oló, voló, voló, pero no encontró el camino de vuelta. Era de noche. Tampoco lo iba a encontrar a cualquiera hora del día... Y después de revolotear un buen tiempo se posó en la copa de un gran árbol que crecía solitario en un valle y se puso a descansar para pasar la noche allí. Llegaron a pernoctar bajo el viejo tronco, un pintor y un poeta ciego de nacimiento. Los dos hablaban de la belleza de la vida y lo que Dios les había dado. En esos instantes el pintor le trataba de explicar al poeta, lo que significaba para él La Gran Armonía Universal, reflejada en la bellísima combinación de los colores, y el poeta lógicamente no entendía lo que se le explicaba y se entristecía al no poder complacer a su amigo en la aceptación de lo que él hablaba. Porque, triste es el expresar belleza y que no la capten a tu alrededor. El pintor estaba impaciente y -por qué no decirlo- molesto por la incomprensión del ciego. Entonces el poeta habló de la Gran Armonía de la Música, pero su compañero el pintor no lo escuchaba, porque estaba sordo, dominado por la ira. Ambos callaron. Uno de ellos fijó su mirada hacia el horizonte, ya borrado por la oscura noche. Sobre sus frentes cayeron gotas de lluvia que se deslizaron por las mejillas. Una gota se escurrió por la comisura de los labios del poeta. Éste, al limpiarse la boca con el dorso de la mano, se dio

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ógete de mi cola, dijo el tigre ¡y no te sueltes por ningún motivo de ella! Juanita, con mucho miedo, se agarró de la aterciopelada cola del tigre y éste se introdujo en un agujero que cada vez era más oscuro a medida que avanzaban, y la niña, sin poder caminar erguida, caminaba agachada. Después cayó de rodillas y posteriormente se arrastró con el vientre en la tierra y la cabeza entre los dos brazos, pero no soltaba la cola del felino el cual caminaba silenciosamente sin detenerse. -¡No te sueltes! -repetía-. Me duele la cola pero no me importa. ¡No te vayas a soltar porque sino eres una niña perdida! Y así se arrastraron, no sé cuanto tiempo, pero fueron largas horas; quizás medio día o un día entero. Nadie lo sabía porque todo estaba oscuro. Curiosamente, a Juanita no le dolía el vientre al ser arrastrada en esa forma. No se desgarraba el vestido ni se hería los codos. Hasta que llegaron al final del túnel y se encontraron ante un inmenso valle cubierto de largo pasto y cruzado por numerosos ríos. Arriba, la noche estaba oscura, sin luna, sin sol ni estrellas y la niña tuvo dudas si lo que veía era realmente el cielo. Se respiraba un aire fresco y puro y el silencio de la noche (una extraña noche) sólo era interrumpido por el ruido del agua que chocaba entre las piedras y rocas. Era un constante susurro, como un misterioso y prolongado sollozo.

cuenta de que la lluvia era salada y levantando el rostro le comentó a su compañero la rara cualidad de esa inusitada lluvia. Entonces comprendieron que lo que caía, no era lluvia, sino las lágrimas de una mujer. Era Juanita que estaba llorando y sus lágrimas habían tocado el rostro de los dos hombres. ¿Por qué lloras mujer? -le preguntaron al descubrirla. ¿Por qué estás triste? ¿Qué pena te aflige el corazón? Y ella respondió que no lloraba de pena sino de felicidad, porque había podido ver y sentir la infinita belleza y bondad de Dios. Estamos ciegos y sordos murmuraron cabizbajos los dos hombres. Estamos rodeados de ángeles y no somos capaces de verlos ni oírlos, porque nos domina la ignorancia, la oscuridad y el silencio de nosotros mismos.

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ógete de mi cola, dijo el tigre ¡y no te sueltes por ningún motivo de ella! Juanita, con mucho miedo, se agarró de la aterciopelada cola del tigre y éste se introdujo en un agujero que cada vez era más oscuro a medida que avanzaban, y la niña, sin poder caminar erguida, caminaba agachada. Después cayó de rodillas y posteriormente se arrastró con el vientre en la tierra y la cabeza entre los dos brazos, pero no soltaba la cola del felino el cual caminaba silenciosamente sin detenerse. -¡No te sueltes! -repetía-. Me duele la cola pero no me importa. ¡No te vayas a soltar porque sino eres una niña perdida! Y así se arrastraron, no sé cuanto tiempo, pero fueron largas horas; quizás medio día o un día entero. Nadie lo sabía porque todo estaba oscuro. Curiosamente, a Juanita no le dolía el vientre al ser arrastrada en esa forma. No se desgarraba el vestido ni se hería los codos. Hasta que llegaron al final del túnel y se encontraron ante un inmenso valle cubierto de largo pasto y cruzado por numerosos ríos. Arriba, la noche estaba oscura, sin luna, sin sol ni estrellas y la niña tuvo dudas si lo que veía era realmente el cielo. Se respiraba un aire fresco y puro y el silencio de la noche (una extraña noche) sólo era interrumpido por el ruido del agua que chocaba entre las piedras y rocas. Era un constante susurro, como un misterioso y prolongado sollozo.

cuenta de que la lluvia era salada y levantando el rostro le comentó a su compañero la rara cualidad de esa inusitada lluvia. Entonces comprendieron que lo que caía, no era lluvia, sino las lágrimas de una mujer. Era Juanita que estaba llorando y sus lágrimas habían tocado el rostro de los dos hombres. ¿Por qué lloras mujer? -le preguntaron al descubrirla. ¿Por qué estás triste? ¿Qué pena te aflige el corazón? Y ella respondió que no lloraba de pena sino de felicidad, porque había podido ver y sentir la infinita belleza y bondad de Dios. Estamos ciegos y sordos murmuraron cabizbajos los dos hombres. Estamos rodeados de ángeles y no somos capaces de verlos ni oírlos, porque nos domina la ignorancia, la oscuridad y el silencio de nosotros mismos.

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El tigre ahora se lamía la punta de la cola y dirigió a Juanita una dulce mirada. -¿Te he lastimado?- preguntó la niña. Pero el tigre sonrió y le dio un lengüetazo en la cabeza con su áspera lengua. Juanita pensó que le habían pasado un papel de lija por los cabellos y dio gracias mentalmente al tigre por no haberle pasado la lengua por la mejilla. -Sígueme- dijo el animal. Y echó a andar silenciosamente hacia la profundidad del valle. Tuvieron que atravesar dos ríos. La niña se subió al lomo del felino y se aferró a su cuello. Juanita no sabía que los tigres eran grandes nadadores y les agradaba el agua. Después de atravesar los dos ríos siguieron por un extenso prado y a lo lejos la niña divisó unas misteriosas luces. A medida que se acercaban, pudo constatar que las luces provenían de un inmenso palacio rodeado de fantásticos jardines. El palacio estaba iluminado, tenía las puertas abiertas y se veía deshabitado. El silencio era total. El tigre y la niña entraron a una gran sala alumbrada por inmensas lámparas de oro y cristales colgantes, recortados en forma de largos rectángulos luminosos. Al fondo de la sala había un trono y el tigre avanzó por una larga alfombra roja hacia el trono y se echó sobre éste en un blando cojín de terciopelo, también rojo. Entonces bostezó dejando ver sus enormes colmillos y le dijo a la niña: Cuéntame un cuento.

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El tigre ahora se lamía la punta de la cola y dirigió a Juanita una dulce mirada. -¿Te he lastimado?- preguntó la niña. Pero el tigre sonrió y le dio un lengüetazo en la cabeza con su áspera lengua. Juanita pensó que le habían pasado un papel de lija por los cabellos y dio gracias mentalmente al tigre por no haberle pasado la lengua por la mejilla. -Sígueme- dijo el animal. Y echó a andar silenciosamente hacia la profundidad del valle. Tuvieron que atravesar dos ríos. La niña se subió al lomo del felino y se aferró a su cuello. Juanita no sabía que los tigres eran grandes nadadores y les agradaba el agua. Después de atravesar los dos ríos siguieron por un extenso prado y a lo lejos la niña divisó unas misteriosas luces. A medida que se acercaban, pudo constatar que las luces provenían de un inmenso palacio rodeado de fantásticos jardines. El palacio estaba iluminado, tenía las puertas abiertas y se veía deshabitado. El silencio era total. El tigre y la niña entraron a una gran sala alumbrada por inmensas lámparas de oro y cristales colgantes, recortados en forma de largos rectángulos luminosos. Al fondo de la sala había un trono y el tigre avanzó por una larga alfombra roja hacia el trono y se echó sobre éste en un blando cojín de terciopelo, también rojo. Entonces bostezó dejando ver sus enormes colmillos y le dijo a la niña: Cuéntame un cuento.

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izquierda, trató de leer en su interior algo que estaba grabado y como no veía bien, encendió un fósforo y leyó: “Dame una vuelta y pide lo que quieras”. Entonces el soldado pidió inmensas riquezas y un barril de vino, el cual apareció al instante. Lo destapó y comenzó a beber directamente del chorro que salía del agujero, hasta que quedó completamente borracho. Así estaba tendido junto al barril que seguía vaciándose, cuando desde el fondo del sendero apareció una caravana de mulas cargadas con pesados cofres. Detrás de la penúltima mula iba un hombre a horcajadas, tendido sobre el cuello del animal y con los brazos colgando. Era el único sobreviviente del asalto que había sufrido esa caravana. Los bandidos habían sido diezmados, pero el hombre estaba muerto al igual que todos sus compañeros. El soldado se levantó dificultosamente, se dio cuenta de lo que estaba delante de él y recordando lo que le había pedido al anillo, abrió uno de los cofres y se percató de que estaba repleto de monedas de oro. Dejó al hombre muerto tendido en el suelo y montándose en la mula del difunto arreó lo animales, salió del bosque y se encaminó al pueblo más cercano. Allí lo recibieron con recelo y luego la policía lo apresó para juzgarlo por los crímenes que se habían cometido en el asalto de la recua de mulas. Imposible convencer a la justicia que él nada tenía que ver en todos esos crímenes. Fue juzgado y condenado a la horca. Cuando lo preparaban para ejecutarlo, se le ocurrió darle una vuelta al anillo y le pidió que lo llevara a mil leguas de donde estaba,

Juanita, sorprendida y algo atemorizada, no sabía qué decir y nada le llegaba a la cabeza. Pero poco a poco se serenó y le vino a la imaginación algo que tiempo atrás había pensado y sentándose a los pies del trono comenzó el siguiente relato:

abía una vez… -¡No!- dijo el tigre-. No empieces así. ¿Por qué todos los cuentos tienen que empezar de la misma manera? .Comienza de nuevo. -Érase una vez… -¡Tampoco! -Sucedió un día… -¡No! -Bueno, entonces, -dijo la niña ya molesta- ¿cómo quieres que empiece? -Así me gusta más. Sigue. -Bueno, entonces, el soldado se internó por el camino del bosque y en la oscuridad vio algo que brillaba. Se detuvo y se inclinó para observar mejor. Era un anillo de oro. Lo recogió y se lo puso. Le quedaba como anillo al dedo. ¿De qué otra manera le iba a quedar?, comentó el tigre. -Pero antes de ponérselo en el dedo anular de su mano

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izquierda, trató de leer en su interior algo que estaba grabado y como no veía bien, encendió un fósforo y leyó: “Dame una vuelta y pide lo que quieras”. Entonces el soldado pidió inmensas riquezas y un barril de vino, el cual apareció al instante. Lo destapó y comenzó a beber directamente del chorro que salía del agujero, hasta que quedó completamente borracho. Así estaba tendido junto al barril que seguía vaciándose, cuando desde el fondo del sendero apareció una caravana de mulas cargadas con pesados cofres. Detrás de la penúltima mula iba un hombre a horcajadas, tendido sobre el cuello del animal y con los brazos colgando. Era el único sobreviviente del asalto que había sufrido esa caravana. Los bandidos habían sido diezmados, pero el hombre estaba muerto al igual que todos sus compañeros. El soldado se levantó dificultosamente, se dio cuenta de lo que estaba delante de él y recordando lo que le había pedido al anillo, abrió uno de los cofres y se percató de que estaba repleto de monedas de oro. Dejó al hombre muerto tendido en el suelo y montándose en la mula del difunto arreó lo animales, salió del bosque y se encaminó al pueblo más cercano. Allí lo recibieron con recelo y luego la policía lo apresó para juzgarlo por los crímenes que se habían cometido en el asalto de la recua de mulas. Imposible convencer a la justicia que él nada tenía que ver en todos esos crímenes. Fue juzgado y condenado a la horca. Cuando lo preparaban para ejecutarlo, se le ocurrió darle una vuelta al anillo y le pidió que lo llevara a mil leguas de donde estaba,

Juanita, sorprendida y algo atemorizada, no sabía qué decir y nada le llegaba a la cabeza. Pero poco a poco se serenó y le vino a la imaginación algo que tiempo atrás había pensado y sentándose a los pies del trono comenzó el siguiente relato:

abía una vez… -¡No!- dijo el tigre-. No empieces así. ¿Por qué todos los cuentos tienen que empezar de la misma manera? .Comienza de nuevo. -Érase una vez… -¡Tampoco! -Sucedió un día… -¡No! -Bueno, entonces, -dijo la niña ya molesta- ¿cómo quieres que empiece? -Así me gusta más. Sigue. -Bueno, entonces, el soldado se internó por el camino del bosque y en la oscuridad vio algo que brillaba. Se detuvo y se inclinó para observar mejor. Era un anillo de oro. Lo recogió y se lo puso. Le quedaba como anillo al dedo. ¿De qué otra manera le iba a quedar?, comentó el tigre. -Pero antes de ponérselo en el dedo anular de su mano

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aparece un príncipe encantado? ¿O algo parecido? -No seas insolente- respondió el tigre.- Modera tu mal genio. ¿No te has dado cuenta de dónde estoy echado? No soy un tigre. Soy el Rey de todo esto. Sígueme contando el cuento. -Estoy cansada -dijo Juanita-. Me duelen los pies. Diciendo esto se sacó las zapatillas, entonces ocurrió algo inusitado. Se encontró en el borde de su cama, en su alcoba. Los dos hijos pequeños dormían. La ciudad también dormía. ¿Quién habrá sido ese tigre? -pensó-. Y ¿en qué mundo extraño estaba yo, contándole un cuento a este tigre tan disconforme? Uno de los niños comenzó a lloriquear. Juanita tiernamente lo hizo callar y el chiquitín siguió durmiendo. Mañana había que trabajar. Juanita, dando un largo bostezo se metió entre las sábanas. Minutos después estaba dormida.

y el anillo le concedió esto y se encontró en medio del océano, gritando y dando manotazos desesperados para no ahogarse -porque no sabía nadar- y cuando se estaba ahogando le dio una vuelta al anillo y le pidió ser un poderoso rey de una rica nación y al instante se vio en un consejo de ministros, los cuales le presentaban todos los problemas del reino. Irritado con tantos datos que le desagradaban, decidió ir a reposar a su habitación y cuando se recostaba en una real cama, con los velos del palio subidos, apenas cerró los ojos lo atacaron miles de mosquitos. Porque las ventanas estaban abiertas y los velos no habían sido bajados. Se defendió de los insectos, pero eso no era todo, detrás de los cortinajes aparecieron unos conspiradores, puñal en mano, para asesinarle. Como era un soldado diestro con la espada, se defendió anulando a sus enemigos y estos huyeron por los pasillos. Desesperado entonces por toda esta situación, decidió darle vuelta al anillo y deseó estar en una verde llanura. La brisa era suave y el pasto perfumado de flores pero empezó con grandes calofríos. Los mosquitos le habían transmitido la malaria… -Muy tedioso tu improvisado cuento -murmuró el tigre- y le falta humor. Eso de encontrarse con una sortija en el bosque que le concedería todo deseo ya está muy leído y contado. Seguramente el soldado deseó mejorarse de su fiebre y pidió encontrarse en el mismo lugar donde había encontrado el anillo, lo arrojó allí y siguió su camino feliz, libre de tantos contratiempos y desgracias que le había donado el famoso anillo. -Si tú lo quieres, el cuento termina así- replicó la niña bastante molesta. -¿Pero, no tienes algo más interesante que contarme? -¿Qué deseas tigre? ¿Un cuento en que se te desprende la piel y

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aparece un príncipe encantado? ¿O algo parecido? -No seas insolente- respondió el tigre.- Modera tu mal genio. ¿No te has dado cuenta de dónde estoy echado? No soy un tigre. Soy el Rey de todo esto. Sígueme contando el cuento. -Estoy cansada -dijo Juanita-. Me duelen los pies. Diciendo esto se sacó las zapatillas, entonces ocurrió algo inusitado. Se encontró en el borde de su cama, en su alcoba. Los dos hijos pequeños dormían. La ciudad también dormía. ¿Quién habrá sido ese tigre? -pensó-. Y ¿en qué mundo extraño estaba yo, contándole un cuento a este tigre tan disconforme? Uno de los niños comenzó a lloriquear. Juanita tiernamente lo hizo callar y el chiquitín siguió durmiendo. Mañana había que trabajar. Juanita, dando un largo bostezo se metió entre las sábanas. Minutos después estaba dormida.

y el anillo le concedió esto y se encontró en medio del océano, gritando y dando manotazos desesperados para no ahogarse -porque no sabía nadar- y cuando se estaba ahogando le dio una vuelta al anillo y le pidió ser un poderoso rey de una rica nación y al instante se vio en un consejo de ministros, los cuales le presentaban todos los problemas del reino. Irritado con tantos datos que le desagradaban, decidió ir a reposar a su habitación y cuando se recostaba en una real cama, con los velos del palio subidos, apenas cerró los ojos lo atacaron miles de mosquitos. Porque las ventanas estaban abiertas y los velos no habían sido bajados. Se defendió de los insectos, pero eso no era todo, detrás de los cortinajes aparecieron unos conspiradores, puñal en mano, para asesinarle. Como era un soldado diestro con la espada, se defendió anulando a sus enemigos y estos huyeron por los pasillos. Desesperado entonces por toda esta situación, decidió darle vuelta al anillo y deseó estar en una verde llanura. La brisa era suave y el pasto perfumado de flores pero empezó con grandes calofríos. Los mosquitos le habían transmitido la malaria… -Muy tedioso tu improvisado cuento -murmuró el tigre- y le falta humor. Eso de encontrarse con una sortija en el bosque que le concedería todo deseo ya está muy leído y contado. Seguramente el soldado deseó mejorarse de su fiebre y pidió encontrarse en el mismo lugar donde había encontrado el anillo, lo arrojó allí y siguió su camino feliz, libre de tantos contratiempos y desgracias que le había donado el famoso anillo. -Si tú lo quieres, el cuento termina así- replicó la niña bastante molesta. -¿Pero, no tienes algo más interesante que contarme? -¿Qué deseas tigre? ¿Un cuento en que se te desprende la piel y

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armonioso que los trinos de ella, que resultaban más dulces y modestos en comparación con los otros. Las zapatillas mágicas la habían convertido en una hermosa pajarita . Plena de gozo echó a volar y se perdió de vista detrás de los árboles de un enorme jardín. Voló de árbol en árbol durante toda la mañana, saboreando esta nueva y gran experiencia. Se encontró con muchos amigos pajarillos de numerosas especies y variados colores. Algunos más grandes y otros más pequeños que ella. Hablaron infinidad de cosas, la mayoría agradables: Sobre los diversos lugares para encontrar comida y de las mejores ramas donde construir los nidos. De la primavera. De cuántos hijos habían empollado la temporada que pasó, etc. También hablaron de cosas muy desagradables pero importantes, como los jardines de las casas donde vivían gatos. Del niño de la casa aquella que tenía una honda. Del halcón que habitaba allá en el gran cerro, pero que una vez al día planeaba sobre la ciudad para realizar un crimen necesario para alimentar a su familia. Las palomas eran sus víctimas predilectas y los pajarillos, por ser más pequeños, se libraban de esta horrorosa pesadilla, pero no así de los gatos o del niño cazador. Juanita, de tanto hablar tenía sed, entonces le dieron el dato de una pequeña fuente en la que podía haber agua fresca de una llave que goteaba constantemente. Se fue volando y divisó desde arriba el prado donde estaba la fuente. Saltando de rama en rama se acercó cautelosa hacia ella. Llegó hasta el borde y se dio cuenta de que no tenía manos para echarse el agua a la boca, así que metió el piquito en el agua y levantó la cabeza, porque constató que el agua no llegaba al estómago si no hacía este movimiento, y en esa forma empezó a

e puso las zapatillas y se encontró dentro de una de ellas. Era inmensa. Al tratar de salir levantó los brazos y no eran brazos, sino un par de alas verdes con plumas armoniosamente dispuestas. Hizo la prueba de batir esas alas y salió volando de la zapatilla. Empezó a revolotear en círculos chocando contra las paredes del dormitorio. Esto era placentero pero le daba susto chocar porque la velocidad era grande y no controlaba bien los movimientos. Entonces se dio cuenta de que se había transformado en un hermoso pajarillo de alas verdes, con un lomo de plumas color rojo ladrillo y la pechuga y la cola, azul oscuro. Era una bella pajarita, que salió volando por la ventana, y con susto mezclado con una gran alegría se posó acezando sobre unos alambres. Desde allí divisó un nuevo mundo. Se veían los techos de las casas entremezclados con los árboles del barrio y las calles allá abajo. La ciudad había cambiado de fisonomía al verla desde este nuevo ángulo. Podría decirse que era más hermosa, porque Juanita no se sentía canalizada entre veredas, rejas y cunetas. Ahora era libre y lo expresó en voz alta con felicidad, pero en vez de palabras salieron de su boca (que ya no era una boca sino un lindo piquito) una gran cantidad de notas musicales. Eran delicados trinos y gorjeos y quedó admirada de tanta belleza y armonía. A lo lejos oyó unos trinos similares a los que había recientemente emitido, pero ese canto lejano era más fuerte y

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armonioso que los trinos de ella, que resultaban más dulces y modestos en comparación con los otros. Las zapatillas mágicas la habían convertido en una hermosa pajarita . Plena de gozo echó a volar y se perdió de vista detrás de los árboles de un enorme jardín. Voló de árbol en árbol durante toda la mañana, saboreando esta nueva y gran experiencia. Se encontró con muchos amigos pajarillos de numerosas especies y variados colores. Algunos más grandes y otros más pequeños que ella. Hablaron infinidad de cosas, la mayoría agradables: Sobre los diversos lugares para encontrar comida y de las mejores ramas donde construir los nidos. De la primavera. De cuántos hijos habían empollado la temporada que pasó, etc. También hablaron de cosas muy desagradables pero importantes, como los jardines de las casas donde vivían gatos. Del niño de la casa aquella que tenía una honda. Del halcón que habitaba allá en el gran cerro, pero que una vez al día planeaba sobre la ciudad para realizar un crimen necesario para alimentar a su familia. Las palomas eran sus víctimas predilectas y los pajarillos, por ser más pequeños, se libraban de esta horrorosa pesadilla, pero no así de los gatos o del niño cazador. Juanita, de tanto hablar tenía sed, entonces le dieron el dato de una pequeña fuente en la que podía haber agua fresca de una llave que goteaba constantemente. Se fue volando y divisó desde arriba el prado donde estaba la fuente. Saltando de rama en rama se acercó cautelosa hacia ella. Llegó hasta el borde y se dio cuenta de que no tenía manos para echarse el agua a la boca, así que metió el piquito en el agua y levantó la cabeza, porque constató que el agua no llegaba al estómago si no hacía este movimiento, y en esa forma empezó a

e puso las zapatillas y se encontró dentro de una de ellas. Era inmensa. Al tratar de salir levantó los brazos y no eran brazos, sino un par de alas verdes con plumas armoniosamente dispuestas. Hizo la prueba de batir esas alas y salió volando de la zapatilla. Empezó a revolotear en círculos chocando contra las paredes del dormitorio. Esto era placentero pero le daba susto chocar porque la velocidad era grande y no controlaba bien los movimientos. Entonces se dio cuenta de que se había transformado en un hermoso pajarillo de alas verdes, con un lomo de plumas color rojo ladrillo y la pechuga y la cola, azul oscuro. Era una bella pajarita, que salió volando por la ventana, y con susto mezclado con una gran alegría se posó acezando sobre unos alambres. Desde allí divisó un nuevo mundo. Se veían los techos de las casas entremezclados con los árboles del barrio y las calles allá abajo. La ciudad había cambiado de fisonomía al verla desde este nuevo ángulo. Podría decirse que era más hermosa, porque Juanita no se sentía canalizada entre veredas, rejas y cunetas. Ahora era libre y lo expresó en voz alta con felicidad, pero en vez de palabras salieron de su boca (que ya no era una boca sino un lindo piquito) una gran cantidad de notas musicales. Eran delicados trinos y gorjeos y quedó admirada de tanta belleza y armonía. A lo lejos oyó unos trinos similares a los que había recientemente emitido, pero ese canto lejano era más fuerte y

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beber con inclinaciones y levantadas sucesivas del cuello, hasta que sació la sed y echó a volar hacia las ramas de un damasco. Algunos de los frutos estaban maduros. Juanita picoteó uno de ellos y saboreó su carne dulce y apetitosa. Satisfecha, voló nuevamente. Voló largo rato hasta cansarse y tuvo que aterrizar. Llegó a una línea férrea cerca de una estación.El tren aún no pasaba y varias palomas buscaban algo sobre los durmientes. Juanita voló hacia ellas, por curiosidad, para averiguar qué es lo que buscaban. Una gruesa paloma de pecho blanco y alas grises, de ojos y pico encarnado, la saludó mientras picoteaba entre el ripio de los durmientes. -Buenas días- saludó Juanita -¿Qué te llama la atención en este lugar tan seco y con basura? -Escarbo entre la hierba- respondió la paloma. Aparentemente este lugar se ve feo y sucio, rodeado de pasto seco, pero si observas e indagas con atención, encontrarás cosas bellas. Mira este trocito de miga de pan ¿no es hermoso? Lo he encontrado entre estos maderos.En realidad es un hallazgo valioso, contestó la pajarita. No olvides esto -observó la paloma- este lugar es como los seres humanos que llegan aquí a tomar el tren y comen y tiran los papeles al suelo. Si tú escudriñas en su alma, encontrarás un pequeño tesoro. Una hermosa miga de pan. Es cuestión de buscarla en cada uno de ellos. Todas las tardes llega una anciana y saca de un cartucho de papel gran cantidad de migas y las echa al piso para que comamos. Ella es un verdadero tesoro para nosotros y la queremos mucho. Ven, come un pedacito de pan porque es demasiado para mí. Juanita agradeció el ofrecimiento y le dio unos picotazos a la miga. Estaba bastante seca pero sabrosa. Más allá encontraron unas

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beber con inclinaciones y levantadas sucesivas del cuello, hasta que sació la sed y echó a volar hacia las ramas de un damasco. Algunos de los frutos estaban maduros. Juanita picoteó uno de ellos y saboreó su carne dulce y apetitosa. Satisfecha, voló nuevamente. Voló largo rato hasta cansarse y tuvo que aterrizar. Llegó a una línea férrea cerca de una estación.El tren aún no pasaba y varias palomas buscaban algo sobre los durmientes. Juanita voló hacia ellas, por curiosidad, para averiguar qué es lo que buscaban. Una gruesa paloma de pecho blanco y alas grises, de ojos y pico encarnado, la saludó mientras picoteaba entre el ripio de los durmientes. -Buenas días- saludó Juanita -¿Qué te llama la atención en este lugar tan seco y con basura? -Escarbo entre la hierba- respondió la paloma. Aparentemente este lugar se ve feo y sucio, rodeado de pasto seco, pero si observas e indagas con atención, encontrarás cosas bellas. Mira este trocito de miga de pan ¿no es hermoso? Lo he encontrado entre estos maderos.En realidad es un hallazgo valioso, contestó la pajarita. No olvides esto -observó la paloma- este lugar es como los seres humanos que llegan aquí a tomar el tren y comen y tiran los papeles al suelo. Si tú escudriñas en su alma, encontrarás un pequeño tesoro. Una hermosa miga de pan. Es cuestión de buscarla en cada uno de ellos. Todas las tardes llega una anciana y saca de un cartucho de papel gran cantidad de migas y las echa al piso para que comamos. Ella es un verdadero tesoro para nosotros y la queremos mucho. Ven, come un pedacito de pan porque es demasiado para mí. Juanita agradeció el ofrecimiento y le dio unos picotazos a la miga. Estaba bastante seca pero sabrosa. Más allá encontraron unas

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salir. La pajarilla jadeaba con el pico entreabierto y las alas extendidas, echada sobre el pavimento. Después de un rato se serenó y se levantó en sus dos patitas. El peligro había pasado y los latidos de su corazón se normalizaban.De pronto el pájaro muerto movió sus pequeñas patas encogidas y emitió un leve quejido. ¡Sí! ¡Estaba vivo! Tal vez mal herido. La pajarita se acercó a él y escuchó sobre el plumaje de su pechuga. El corazón latía. En un principio débilmente pero ahora bastante fuerte. El pajarito quiso ponerse de pie pero se tumbó hacia un lado. Después de un corto tiempo se levantó como si hubiese despertado de un profundo sueño. Juanita estaba feliz y lo reanimó dándole unos cariñosos picotazos en la mejilla. El pajarillo estaba asombrosamente recuperado y al darse cuenta de que la pajarilla lo trataba de alentar, le agradeció esta atención con un pequeño gorjeo. -¿Qué te ha pasado? ¿Por qué estabas como muerto? ¿Estás herido?- preguntó Juanita. -He sufrido un tremendo golpe- respondió el pajarito-. Poco a poco me estoy recuperando. -¿Acaso se accidentó tu familia? ¿Se ha roto el nido? ¿Ha muerto tu esposa? -Nada de eso -respondió el pájaro- aderezando las plumas de la cola y de las alas. El terrible golpe que he recibido fue en esta ventana. Casi me rompí el cuello. Aún me duele bastante. Venía volando y divisé las flores que hay en ese florero que está sobre el piano, y sin darme cuenta de que había un cristal en la ventana, choqué contra él y no supe más de mí hasta que te encontré

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semillas de pasto y la paloma y su amiga pajarita las engulleron con agrado. ¡Agur! -dijo la paloma-. Tengo que reunirme con la bandada. Esta es la hora en que volamos todas juntas por encima del barrio. Es una antigua costumbre que no podemos dejar de hacer todos los días. -¿Puedo ir yo también?, preguntó Juanita. -Lo siento pajarita- respondió la paloma. Esa es una ceremonia privada en que solamente nosotras podemos estar. ¡Adiós! ¡Felicidades! -¡Abur!, respondió Juanita y se quedó mirando el cielo, entre los rieles de la línea del ferrocarril. Las palomas se unieron en el aire y volaron en círculo. Eran decenas de ellas. Pasaron sobre una iglesia y se perdieron de vista.Juanita se sintió muy sola y decidió volar hacia unos árboles que divisó allá lejos. Mientras descansaba en una rama y pensaba cómo llegar hasta su casa, porque estaba preocupada por sus hijos, sintió un violento crujido de ramas y hojas a muy poca distancia de ella. Aterrorizada echó a volar hacia otro árbol y al mirar hacia abajo divisó a un niño que la estaba mirando y cargaba su honda con una piedra. Entonces se dio cuenta de que había estado a punto de ser despedazada por la piedra que había lanzado el niño. Voló sin saber adónde, hasta que llegó a un gran ventanal. Allí, en el alféizar, había un pájaro muerto, pero Juanita estaba tan agotada por el esfuerzo físico y las intensas emociones que había recibido, que no pudo seguir volando y se echó en la superficie de cemento debajo del ventanal, al lado del pájaro muerto. Su corazón latía vertiginosamente y parecía que se le iba a

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salir. La pajarilla jadeaba con el pico entreabierto y las alas extendidas, echada sobre el pavimento. Después de un rato se serenó y se levantó en sus dos patitas. El peligro había pasado y los latidos de su corazón se normalizaban.De pronto el pájaro muerto movió sus pequeñas patas encogidas y emitió un leve quejido. ¡Sí! ¡Estaba vivo! Tal vez mal herido. La pajarita se acercó a él y escuchó sobre el plumaje de su pechuga. El corazón latía. En un principio débilmente pero ahora bastante fuerte. El pajarito quiso ponerse de pie pero se tumbó hacia un lado. Después de un corto tiempo se levantó como si hubiese despertado de un profundo sueño. Juanita estaba feliz y lo reanimó dándole unos cariñosos picotazos en la mejilla. El pajarillo estaba asombrosamente recuperado y al darse cuenta de que la pajarilla lo trataba de alentar, le agradeció esta atención con un pequeño gorjeo. -¿Qué te ha pasado? ¿Por qué estabas como muerto? ¿Estás herido?- preguntó Juanita. -He sufrido un tremendo golpe- respondió el pajarito-. Poco a poco me estoy recuperando. -¿Acaso se accidentó tu familia? ¿Se ha roto el nido? ¿Ha muerto tu esposa? -Nada de eso -respondió el pájaro- aderezando las plumas de la cola y de las alas. El terrible golpe que he recibido fue en esta ventana. Casi me rompí el cuello. Aún me duele bastante. Venía volando y divisé las flores que hay en ese florero que está sobre el piano, y sin darme cuenta de que había un cristal en la ventana, choqué contra él y no supe más de mí hasta que te encontré

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semillas de pasto y la paloma y su amiga pajarita las engulleron con agrado. ¡Agur! -dijo la paloma-. Tengo que reunirme con la bandada. Esta es la hora en que volamos todas juntas por encima del barrio. Es una antigua costumbre que no podemos dejar de hacer todos los días. -¿Puedo ir yo también?, preguntó Juanita. -Lo siento pajarita- respondió la paloma. Esa es una ceremonia privada en que solamente nosotras podemos estar. ¡Adiós! ¡Felicidades! -¡Abur!, respondió Juanita y se quedó mirando el cielo, entre los rieles de la línea del ferrocarril. Las palomas se unieron en el aire y volaron en círculo. Eran decenas de ellas. Pasaron sobre una iglesia y se perdieron de vista.Juanita se sintió muy sola y decidió volar hacia unos árboles que divisó allá lejos. Mientras descansaba en una rama y pensaba cómo llegar hasta su casa, porque estaba preocupada por sus hijos, sintió un violento crujido de ramas y hojas a muy poca distancia de ella. Aterrorizada echó a volar hacia otro árbol y al mirar hacia abajo divisó a un niño que la estaba mirando y cargaba su honda con una piedra. Entonces se dio cuenta de que había estado a punto de ser despedazada por la piedra que había lanzado el niño. Voló sin saber adónde, hasta que llegó a un gran ventanal. Allí, en el alféizar, había un pájaro muerto, pero Juanita estaba tan agotada por el esfuerzo físico y las intensas emociones que había recibido, que no pudo seguir volando y se echó en la superficie de cemento debajo del ventanal, al lado del pájaro muerto. Su corazón latía vertiginosamente y parecía que se le iba a

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ellos! Estamos muy contentas. ¡Quivit! ¡Quivit! ¡Quivit! ¡Buenas tardes golondrinas! -saludó Juanita con un gorjeo, y se quedó observando cómo cazaban los mosquitos con movimientos rápidos y rasantes sobre la superficie del agua. ¡Qué lindas son!- Se dijo Juanita-. Con sus alas muy largas y azules parecen estar vestidas en tenida de etiqueta. Su amigo el pajarillo estaba en un terreno barroso escuchando cómo caminaban las lombrices bajo tierra. De pronto daba un rápido picotón, sacaba la lombriz y la engullía. Juanita se aproximó a él y le preguntó de qué manera se las iba arreglar para llevárselas a sus polluelos. Las llevo dentro del buche, es el mejor bolsón, dijo el pajarillo, y cuando llego al nido, mis hijos meten el pico en el mío y las sacan de allí. Es un buen modo de llevarlas -pensó Juanita- así no hay peligro de que se caigan y además, los jugos del estómago de papá las hacen más fáciles de digerir. Se hace tarde -dijo el pajarillo-. Me voy. Las ranas han empezado a cantar. La ciudad, allá lejos, había comenzado a iluminarse. Entonces la pajarilla echó a volar y a medida que volaba se iba transformando en Juanita, pero a pesar de no tener alas ni cola ni plumas, no caía a tierra. Se desplazaba por los aires como una imagen etérea, con los brazos extendidos. Volaba a gran altura buscando la luz amarillenta de la ciudad que se difundía en medio de la noche. Entonces se dio cuenta de que alguien volaba junto a ella. En un comienzo se asustó, pero casi al instante tuvo la sensación de que le estaban dando una placentera emoción de protección y una gran felicidad. No quiso

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a mi lado tratando de darme ánimo. -¿De dónde saliste tú? -Yo venía huyendo de un niño que me lanzó una piedra. -¡Ah! Ese niño vive cerca de aquí. Hay que tener cuidado con él, se cree un gran cazador y arremete contra nosotros. Menos mal que no tiene buena puntería. La más de las veces la piedra pasa zumbando a dos hojas de distancia de donde está uno parado en una rama. ¿Sabes? Estoy totalmente repuesto y debo ir a buscar alimento para mis polluelos. Mi esposa debe estar esperándome; acompáñame al estero. Conozco un lugar donde hay unas lombrices deliciosas. Volaron los dos pajarillos y divisaron un largo trecho de arena amarilla que atravesaba toda la ciudad. Siguieron por el curso de la arena internándose hacia unos valles cultivados. A la sombra de unos arbustos se detuvieron a descansar. -Queda poco- dijo el pajarillo. Y emprendieron nuevamente el vuelo. Pronto llegaron a un riachuelo donde crecían totoras y las orillas estaban cubiertas con aromáticas hierbas. La ciudad había quedado muy atrás. Se respiraba un placentero ambiente de campo donde no se escuchaban ruidos de industrias ni de automóviles. Era como estar en tiempos pasados. A lo lejos, unos caballos pastaban en uno potrero y el pasto corto llegaba hasta la orilla del agua. En ese lugar había un remanso. -¡Quivit! ¡Quivit! ¡Quivit! -saludaron las golondrinas- ¿no es hermoso este lugar? ¡Y está lleno de mosquitos! ¡Nos hartamos de

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ellos! Estamos muy contentas. ¡Quivit! ¡Quivit! ¡Quivit! ¡Buenas tardes golondrinas! -saludó Juanita con un gorjeo, y se quedó observando cómo cazaban los mosquitos con movimientos rápidos y rasantes sobre la superficie del agua. ¡Qué lindas son!- Se dijo Juanita-. Con sus alas muy largas y azules parecen estar vestidas en tenida de etiqueta. Su amigo el pajarillo estaba en un terreno barroso escuchando cómo caminaban las lombrices bajo tierra. De pronto daba un rápido picotón, sacaba la lombriz y la engullía. Juanita se aproximó a él y le preguntó de qué manera se las iba arreglar para llevárselas a sus polluelos. Las llevo dentro del buche, es el mejor bolsón, dijo el pajarillo, y cuando llego al nido, mis hijos meten el pico en el mío y las sacan de allí. Es un buen modo de llevarlas -pensó Juanita- así no hay peligro de que se caigan y además, los jugos del estómago de papá las hacen más fáciles de digerir. Se hace tarde -dijo el pajarillo-. Me voy. Las ranas han empezado a cantar. La ciudad, allá lejos, había comenzado a iluminarse. Entonces la pajarilla echó a volar y a medida que volaba se iba transformando en Juanita, pero a pesar de no tener alas ni cola ni plumas, no caía a tierra. Se desplazaba por los aires como una imagen etérea, con los brazos extendidos. Volaba a gran altura buscando la luz amarillenta de la ciudad que se difundía en medio de la noche. Entonces se dio cuenta de que alguien volaba junto a ella. En un comienzo se asustó, pero casi al instante tuvo la sensación de que le estaban dando una placentera emoción de protección y una gran felicidad. No quiso

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a mi lado tratando de darme ánimo. -¿De dónde saliste tú? -Yo venía huyendo de un niño que me lanzó una piedra. -¡Ah! Ese niño vive cerca de aquí. Hay que tener cuidado con él, se cree un gran cazador y arremete contra nosotros. Menos mal que no tiene buena puntería. La más de las veces la piedra pasa zumbando a dos hojas de distancia de donde está uno parado en una rama. ¿Sabes? Estoy totalmente repuesto y debo ir a buscar alimento para mis polluelos. Mi esposa debe estar esperándome; acompáñame al estero. Conozco un lugar donde hay unas lombrices deliciosas. Volaron los dos pajarillos y divisaron un largo trecho de arena amarilla que atravesaba toda la ciudad. Siguieron por el curso de la arena internándose hacia unos valles cultivados. A la sombra de unos arbustos se detuvieron a descansar. -Queda poco- dijo el pajarillo. Y emprendieron nuevamente el vuelo. Pronto llegaron a un riachuelo donde crecían totoras y las orillas estaban cubiertas con aromáticas hierbas. La ciudad había quedado muy atrás. Se respiraba un placentero ambiente de campo donde no se escuchaban ruidos de industrias ni de automóviles. Era como estar en tiempos pasados. A lo lejos, unos caballos pastaban en uno potrero y el pasto corto llegaba hasta la orilla del agua. En ese lugar había un remanso. -¡Quivit! ¡Quivit! ¡Quivit! -saludaron las golondrinas- ¿no es hermoso este lugar? ¡Y está lleno de mosquitos! ¡Nos hartamos de

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e acercaba la fecha de la luna llena y Juanita decidió calzarse las zapatillas mágicas porque deseaba encontrarse con su ángel. Y cuando las tenía puestas, el ángel estaba junto a ella, sonriéndole. -A dónde quieres ir- le preguntó. -Muéstrame el cielo- respondió Juanita. Y el ángel dejó de sonreír. - Eso no es para ti aún -le dijo- pero podemos dar una vuelta por ahí cerca. Podemos invitar a Juan Pablo y a Alonso, tus hijitos, para que no se queden solos en casa. -¿Y cómo lo haremos? Es muy fácil -dijo el ángel- llevamos consigo sus ángeles y viajamos todos juntos por otros mundos, de otras dimensiones, que tú jamás podrás imaginar. Vamos. Partamos ya. Y partieron los cuatro tomados de las manos. Los niños reían y gritaban de contento. Era un viaje maravilloso, a una velocidad indescriptible hacia un lugar infinito. El mundo terrenal era otro mundo. Un insignificante mundito en comparación con el que estaban ahora. Sentían una enorme felicidad y todo era de una inmensa armonía y belleza. Lo que Juanita pudo analizar, mucho tiempo después,

22 23

preguntarle quién era porque lo sabía perfectamente. Era su ángel de la guarda. -Quiero ir a casa. Mis pequeños hijos están solos y no sé como llegar- dijo Juanita. -No te preocupes -le respondió el ángel sin hablarle- vuela al lado mío y yo te llevaré hacia ellos. Y siguieron desplazándose por la noche hasta llegar a la gran ciudad. Cógete de mi mano -le ordenó el ángel- y partieron vertiginosamente hacia abajo. Se encontró en su cama con los pies descalzos encima de la alfombra y con las zapatillas de vistosas lentejuelas a su lado. Juanita bostezó. Estaba muy cansada. -Muchas gracias ángel por haberme guiado hasta mi casa. -“Para eso estoy. Para ayudarte y protegerte” -oyó que le decía una voz invisible. Recostó su cabeza en la almohada y antes de quedarse dormida recordó la oración que le había enseñado mamá cuando era pequeñita.

Ángel de la guarda.Dulce compañía.

No me desamparesni de… noche

ni… de… día…

Juanita estaba durmiendo. En varias ocasiones se encontraría nuevamente con su ángel y tendría más aventuras.

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e acercaba la fecha de la luna llena y Juanita decidió calzarse las zapatillas mágicas porque deseaba encontrarse con su ángel. Y cuando las tenía puestas, el ángel estaba junto a ella, sonriéndole. -A dónde quieres ir- le preguntó. -Muéstrame el cielo- respondió Juanita. Y el ángel dejó de sonreír. - Eso no es para ti aún -le dijo- pero podemos dar una vuelta por ahí cerca. Podemos invitar a Juan Pablo y a Alonso, tus hijitos, para que no se queden solos en casa. -¿Y cómo lo haremos? Es muy fácil -dijo el ángel- llevamos consigo sus ángeles y viajamos todos juntos por otros mundos, de otras dimensiones, que tú jamás podrás imaginar. Vamos. Partamos ya. Y partieron los cuatro tomados de las manos. Los niños reían y gritaban de contento. Era un viaje maravilloso, a una velocidad indescriptible hacia un lugar infinito. El mundo terrenal era otro mundo. Un insignificante mundito en comparación con el que estaban ahora. Sentían una enorme felicidad y todo era de una inmensa armonía y belleza. Lo que Juanita pudo analizar, mucho tiempo después,

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preguntarle quién era porque lo sabía perfectamente. Era su ángel de la guarda. -Quiero ir a casa. Mis pequeños hijos están solos y no sé como llegar- dijo Juanita. -No te preocupes -le respondió el ángel sin hablarle- vuela al lado mío y yo te llevaré hacia ellos. Y siguieron desplazándose por la noche hasta llegar a la gran ciudad. Cógete de mi mano -le ordenó el ángel- y partieron vertiginosamente hacia abajo. Se encontró en su cama con los pies descalzos encima de la alfombra y con las zapatillas de vistosas lentejuelas a su lado. Juanita bostezó. Estaba muy cansada. -Muchas gracias ángel por haberme guiado hasta mi casa. -“Para eso estoy. Para ayudarte y protegerte” -oyó que le decía una voz invisible. Recostó su cabeza en la almohada y antes de quedarse dormida recordó la oración que le había enseñado mamá cuando era pequeñita.

Ángel de la guarda.Dulce compañía.

No me desamparesni de… noche

ni… de… día…

Juanita estaba durmiendo. En varias ocasiones se encontraría nuevamente con su ángel y tendría más aventuras.

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allá. No ha llegado tu hora. -Quisiera estar aquí para siempre y no volver, exclamó Juanita en alta voz, y era tan grande su emoción que gritó y sollozó de alegría. Es tiempo de regresar -dijo el ángel- y en esos momentos llegaron los niños, radiantes de luz y felicidad y abrazaron las piernas de mamá. Juanita, dulcemente los tomó en sus brazos y el ángel los guió alejándolos de ese maravilloso lugar. A medida que se acercaban a la Tierra, sus pensamientos permanecían en ese misterioso mundo y parecía que sus vidas habían cambiado. Eran otros seres diferentes. Se encontró en su dormitorio y el ángel estaba al lado suyo. -Quiero ir nuevamente allá y no volver- balbuceó Juanita. -Todo a su tiempo- respondió el ángel, sonriendo, y desapareció.

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meditando en esa aventura, es que reinaba un gran AMOR, con mayúsculas, que hacía sentir al que estaba allí, una sensación que nunca o quizás muy pocas veces podría haber tenido efímeramente en la Tierra un ser humano. ¿Ha tenido alguien la emoción que siente una madre cuando ve que su pequeño hijo ha sanado de una grave o mortal enfermedad? ¿O cuándo la esposa recibe a su esposo después de un largo tiempo en la guerra y se creía que estaba desaparecido? ¿O el santo que después de tantas privaciones encuentra a Dios? ¿O la reconciliación en un abrazo del hijo con su padre? Todas esas sensaciones juntas dicen muy poco para describir lo que Juanita sentía y pensemos que solamente se estaban acercando a lo no permitido aún. ¡Qué necios!, refleccionaba Juanita -los que desprecian todo esto. Las malas acciones, cómo alejan a los seres humanos de lo que estoy viviendo. -Ven- dijo el ángel-. Te presentaré a otros seres que están con nosotros y que tú aún no los ves. Pasaron a otra dimensión donde Juanita percibió solamente felicidad que se traducía a sus sentidos como una hermosa luz blanca, muy brillante. -Aquí, tus hijos pueden jugar con otros niños- dijo el ángel.- están bien cuidados. Nada en absoluto les pasará. Juanita se había trasladado a otra espacio, a otra etapa, y la felicidad era ahora inconmensurable. -¿Este es el cielo?- preguntó al ángel, en una exaltación extrema de su afecto. -No- dijo el ángel. No lo es. Solamente es una de las tantas etapas que te permiten llegar a él, pero me está vedado llevarte más

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allá. No ha llegado tu hora. -Quisiera estar aquí para siempre y no volver, exclamó Juanita en alta voz, y era tan grande su emoción que gritó y sollozó de alegría. Es tiempo de regresar -dijo el ángel- y en esos momentos llegaron los niños, radiantes de luz y felicidad y abrazaron las piernas de mamá. Juanita, dulcemente los tomó en sus brazos y el ángel los guió alejándolos de ese maravilloso lugar. A medida que se acercaban a la Tierra, sus pensamientos permanecían en ese misterioso mundo y parecía que sus vidas habían cambiado. Eran otros seres diferentes. Se encontró en su dormitorio y el ángel estaba al lado suyo. -Quiero ir nuevamente allá y no volver- balbuceó Juanita. -Todo a su tiempo- respondió el ángel, sonriendo, y desapareció.

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meditando en esa aventura, es que reinaba un gran AMOR, con mayúsculas, que hacía sentir al que estaba allí, una sensación que nunca o quizás muy pocas veces podría haber tenido efímeramente en la Tierra un ser humano. ¿Ha tenido alguien la emoción que siente una madre cuando ve que su pequeño hijo ha sanado de una grave o mortal enfermedad? ¿O cuándo la esposa recibe a su esposo después de un largo tiempo en la guerra y se creía que estaba desaparecido? ¿O el santo que después de tantas privaciones encuentra a Dios? ¿O la reconciliación en un abrazo del hijo con su padre? Todas esas sensaciones juntas dicen muy poco para describir lo que Juanita sentía y pensemos que solamente se estaban acercando a lo no permitido aún. ¡Qué necios!, refleccionaba Juanita -los que desprecian todo esto. Las malas acciones, cómo alejan a los seres humanos de lo que estoy viviendo. -Ven- dijo el ángel-. Te presentaré a otros seres que están con nosotros y que tú aún no los ves. Pasaron a otra dimensión donde Juanita percibió solamente felicidad que se traducía a sus sentidos como una hermosa luz blanca, muy brillante. -Aquí, tus hijos pueden jugar con otros niños- dijo el ángel.- están bien cuidados. Nada en absoluto les pasará. Juanita se había trasladado a otra espacio, a otra etapa, y la felicidad era ahora inconmensurable. -¿Este es el cielo?- preguntó al ángel, en una exaltación extrema de su afecto. -No- dijo el ángel. No lo es. Solamente es una de las tantas etapas que te permiten llegar a él, pero me está vedado llevarte más

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-¡Qué lindo! ¡Me gusta ese nombre! Exclamó el niño, radiante de felicidad. Y levantándose de un salto corrió hacia Juanita y abrazó sus caderas. ¡Tengo nombre!- gritó, y salió corriendo hacia el pueblo. Mas, luego se detuvo y corriendo de vuelta llegó donde Juanita, se puso a gritar y a saltar alrededor de ella y preguntó si deseaba ser su mamá, porque él a nadie tenía en este mundo. -¿Qué eres? ¿Un huerfanito?- preguntó Juanita, y como no obtuvo respuesta le dijo: Bueno. Yo seré tu mamá, pero tienes que obedecerme y portarte bien. -Así lo haré mamá -dijo el niño- y corrió hacia unas vacas que estaban pastando por ahí cerca. Recogió unas piedras y se las lanzó una tras otra golpeándoles el lomo. -¡Tranco! ¿Qué estás haciendo? ¡Tranco Polanco! ¡Ven acá! -Sí, mamá, allá voy, dijo el chico corriendo hacia ella. -Tranco ¿Por qué lanzas piedras a esos animales? -¿Acaso es feo mamá? -No los molestes y ven conmigo. Vamos al pueblo a comer algo. Se hace tarde y debes de tener hambre. Partió Juanita con el niño, tomados de la mano; entraron al pueblo y se sentaron donde había unas sillas y pequeñas mesas en la acera de la calle principal. Estaban dispuestas allí para que los parroquianos se sirvieran algo al aire libre. Llegó el garzón y Juanita pidió dos tajadas de torta, té para ella y un vaso de leche para el niño. Cuando estaban comiendo las tortas, el niño, poniéndose de pie sobre su silla, se inclinó sobre la mesa y escupió las dos tortas. -¿Por qué haces eso?- Reaccionó indignada Juanita.

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tardecía. El valle se veía hermoso. Una luz amarillenta teñía los prados y los árboles de un color verde más intenso. Los grises y marrones se veían rojizos. En la orilla del sendero que conducía al pueblo, Juanita divisó una piedra grande de color rosáceo, al llegar junto a ella, constató que no era una roca como ella creía sino un niño vestido de blanco que estaba sentado y acurrucado en el suelo. Tenía la cabeza sobre las rodillas y se abrazaba las piernas. El pobre estaba muy triste y sollozaba. -¿Por qué estás llorando?- Le preguntó Juanita -. ¿Cómo te llamas? -Estoy triste porque no puedo responder a tu pregunta- dijo el niño. -¿Y por qué? -insistió Juanita, extrañada. -Porque nadie me ha puesto un nombre respondió el niño. Soy el único niño en el mundo que no tiene nombre ¡Es algo terrible! Nadie me llama o me dice haz esto o no hagas eso. Soy un desconocido para la humanidad. Nada me piden. Ninguna cosa me dan ¿Alguna vez has tenido la sensación de no ser alguien? ¿De no ser nada? .Y el niño, después de mirar a Juanita con los ojos llenos de lágrimas, hundió su rostro entre sus brazos y rodillas. -No te aflijas- le consoló Juanita - Yo te pondré un nombre. -Te llamarás… Te llamarás... ¡Ya sé! Te llamarás: ... ¡Tranco Polanco Calzoncillos Blancos!

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-¡Qué lindo! ¡Me gusta ese nombre! Exclamó el niño, radiante de felicidad. Y levantándose de un salto corrió hacia Juanita y abrazó sus caderas. ¡Tengo nombre!- gritó, y salió corriendo hacia el pueblo. Mas, luego se detuvo y corriendo de vuelta llegó donde Juanita, se puso a gritar y a saltar alrededor de ella y preguntó si deseaba ser su mamá, porque él a nadie tenía en este mundo. -¿Qué eres? ¿Un huerfanito?- preguntó Juanita, y como no obtuvo respuesta le dijo: Bueno. Yo seré tu mamá, pero tienes que obedecerme y portarte bien. -Así lo haré mamá -dijo el niño- y corrió hacia unas vacas que estaban pastando por ahí cerca. Recogió unas piedras y se las lanzó una tras otra golpeándoles el lomo. -¡Tranco! ¿Qué estás haciendo? ¡Tranco Polanco! ¡Ven acá! -Sí, mamá, allá voy, dijo el chico corriendo hacia ella. -Tranco ¿Por qué lanzas piedras a esos animales? -¿Acaso es feo mamá? -No los molestes y ven conmigo. Vamos al pueblo a comer algo. Se hace tarde y debes de tener hambre. Partió Juanita con el niño, tomados de la mano; entraron al pueblo y se sentaron donde había unas sillas y pequeñas mesas en la acera de la calle principal. Estaban dispuestas allí para que los parroquianos se sirvieran algo al aire libre. Llegó el garzón y Juanita pidió dos tajadas de torta, té para ella y un vaso de leche para el niño. Cuando estaban comiendo las tortas, el niño, poniéndose de pie sobre su silla, se inclinó sobre la mesa y escupió las dos tortas. -¿Por qué haces eso?- Reaccionó indignada Juanita.

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tardecía. El valle se veía hermoso. Una luz amarillenta teñía los prados y los árboles de un color verde más intenso. Los grises y marrones se veían rojizos. En la orilla del sendero que conducía al pueblo, Juanita divisó una piedra grande de color rosáceo, al llegar junto a ella, constató que no era una roca como ella creía sino un niño vestido de blanco que estaba sentado y acurrucado en el suelo. Tenía la cabeza sobre las rodillas y se abrazaba las piernas. El pobre estaba muy triste y sollozaba. -¿Por qué estás llorando?- Le preguntó Juanita -. ¿Cómo te llamas? -Estoy triste porque no puedo responder a tu pregunta- dijo el niño. -¿Y por qué? -insistió Juanita, extrañada. -Porque nadie me ha puesto un nombre respondió el niño. Soy el único niño en el mundo que no tiene nombre ¡Es algo terrible! Nadie me llama o me dice haz esto o no hagas eso. Soy un desconocido para la humanidad. Nada me piden. Ninguna cosa me dan ¿Alguna vez has tenido la sensación de no ser alguien? ¿De no ser nada? .Y el niño, después de mirar a Juanita con los ojos llenos de lágrimas, hundió su rostro entre sus brazos y rodillas. -No te aflijas- le consoló Juanita - Yo te pondré un nombre. -Te llamarás… Te llamarás... ¡Ya sé! Te llamarás: ... ¡Tranco Polanco Calzoncillos Blancos!

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abuelo de este niño- dijo la señora chica y regordeta. Juanita la escuchaba con gran emoción. Nunca se hubiera imaginado que estaba sentada tomando té al lado de una familia de gnomos en la calle principal de un pueblo desconocido. Dentro de su desorientación se atrevió a preguntarle al niño -perdón, digo mal- a preguntarle al pequeño gnomo si iba al colegio. No -respondió la señora; Lima es músico. Ha organizado una orquesta junto a sus amigos. Cada uno toca un instrumento y él los dirige pese a su corta edad. Mi hijo es muy inteligente, demasiado inteligente. Yo diría, si no fuera su mamá, que es un gnomo genio. Lo que es mucho decir, tal como están las cosas en estos tiempos en que todo está solucionado a costa de las computadoras. Mientras las mamás conversaban, los niños, es decir el gnomo y el angelito, se habían bajado de las sillas y jugaban debajo de las mesas. Juanita había caminado bastante y le dolía un pie y sacando el talón de una de las zapatillas mágicas, dejó descansar los dedos al retirar un poco el pie. Esto aprovechó Tranco, que en esos momentos estaba debajo de la mesa, para agarrar la zapatilla suelta y correr con el gnomo Lima por la calle hacia el final de ésta. Juanita sintió que se le distorsionaban las imágenes. La calle se deformaba y las casas se doblaban como si fueran de mantequilla caliente, desvaneciéndose en parte. La hija del gnomo Naranja le sonreía como si estuviera debajo del agua pero no atinaba a llamar a los niños ni a hacer nada. El suelo se ondulaba y tendía a desaparecer y Juanita, tambaleándose y caminando algo coja con una sola zapatilla, empezó a correr detrás de los niños. Éstos se perdían de vista al final

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-Para que te dé asco mamá y no te puedas comer esa torta y así yo me como los dos pedazos. -Pero Tranco. ¿Nunca te han enseñado buenos modales? -No, mamá. -¿No sabes, Tranquito Polanquito Calzoncillitos Blanquitos que si quieres más torta no hay necesidad de escupir la de tu vecino sino que debes pedirme más? Cuando Juanita le decía esto, el niño la observaba con unos ojos inocentes y una dulzura en su rostro que inspiraba gran ternura. No parecía un niño, más bien daba la impresión que era un ángel. Y en realidad era un ángel. Juanita no sabía en absoluto que se había encontrado con un pequeño ángel sin alas, y qué contratiempos iba a tener con él. Algunos divertidos y otros no tanto. En la mesa del lado se sentó una señora con otro niño. La señora era chica y regordeta. Más bien parecía una gorda colegiala y no una señora. Se sentó costosamente en la silla y se acomodó. El niño que la acompañaba era pequeño y pálido. Su piel era amarillenta con tendencia a ser verdosa. A Juanita le pareció que podía tener una enfermedad del hígado, una hepatitis o algo parecido, pero la señora, al darse cuenta de que observaban a su hijo, estableció una conversación con Juanita y le respondió sin que ella le dijera nada, que su hijo era así, de nacimiento, que había nacido con ese color; que ella era hija del gnomo Naranja y que su pequeño hijo se llamaba Lima. Ellos pertenecían a una antigua familia de gnomos. -No sé si usted ha leído el cuento Tararí Tarará que escribió su padre cuando era joven. En ese cuento aparece el gnomo Naranja,

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abuelo de este niño- dijo la señora chica y regordeta. Juanita la escuchaba con gran emoción. Nunca se hubiera imaginado que estaba sentada tomando té al lado de una familia de gnomos en la calle principal de un pueblo desconocido. Dentro de su desorientación se atrevió a preguntarle al niño -perdón, digo mal- a preguntarle al pequeño gnomo si iba al colegio. No -respondió la señora; Lima es músico. Ha organizado una orquesta junto a sus amigos. Cada uno toca un instrumento y él los dirige pese a su corta edad. Mi hijo es muy inteligente, demasiado inteligente. Yo diría, si no fuera su mamá, que es un gnomo genio. Lo que es mucho decir, tal como están las cosas en estos tiempos en que todo está solucionado a costa de las computadoras. Mientras las mamás conversaban, los niños, es decir el gnomo y el angelito, se habían bajado de las sillas y jugaban debajo de las mesas. Juanita había caminado bastante y le dolía un pie y sacando el talón de una de las zapatillas mágicas, dejó descansar los dedos al retirar un poco el pie. Esto aprovechó Tranco, que en esos momentos estaba debajo de la mesa, para agarrar la zapatilla suelta y correr con el gnomo Lima por la calle hacia el final de ésta. Juanita sintió que se le distorsionaban las imágenes. La calle se deformaba y las casas se doblaban como si fueran de mantequilla caliente, desvaneciéndose en parte. La hija del gnomo Naranja le sonreía como si estuviera debajo del agua pero no atinaba a llamar a los niños ni a hacer nada. El suelo se ondulaba y tendía a desaparecer y Juanita, tambaleándose y caminando algo coja con una sola zapatilla, empezó a correr detrás de los niños. Éstos se perdían de vista al final

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-Para que te dé asco mamá y no te puedas comer esa torta y así yo me como los dos pedazos. -Pero Tranco. ¿Nunca te han enseñado buenos modales? -No, mamá. -¿No sabes, Tranquito Polanquito Calzoncillitos Blanquitos que si quieres más torta no hay necesidad de escupir la de tu vecino sino que debes pedirme más? Cuando Juanita le decía esto, el niño la observaba con unos ojos inocentes y una dulzura en su rostro que inspiraba gran ternura. No parecía un niño, más bien daba la impresión que era un ángel. Y en realidad era un ángel. Juanita no sabía en absoluto que se había encontrado con un pequeño ángel sin alas, y qué contratiempos iba a tener con él. Algunos divertidos y otros no tanto. En la mesa del lado se sentó una señora con otro niño. La señora era chica y regordeta. Más bien parecía una gorda colegiala y no una señora. Se sentó costosamente en la silla y se acomodó. El niño que la acompañaba era pequeño y pálido. Su piel era amarillenta con tendencia a ser verdosa. A Juanita le pareció que podía tener una enfermedad del hígado, una hepatitis o algo parecido, pero la señora, al darse cuenta de que observaban a su hijo, estableció una conversación con Juanita y le respondió sin que ella le dijera nada, que su hijo era así, de nacimiento, que había nacido con ese color; que ella era hija del gnomo Naranja y que su pequeño hijo se llamaba Lima. Ellos pertenecían a una antigua familia de gnomos. -No sé si usted ha leído el cuento Tararí Tarará que escribió su padre cuando era joven. En ese cuento aparece el gnomo Naranja,

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La orquesta daba terribles desacordes y el gnomo Lima gritaba y pateaba en el suelo, encolerizado, por los horribles sonidos que salían de los instrumentos y Tranco reía a más no poder al sentir que provocaba este caos. Cuando vio a Juanita, gritó: ¡Mamá! ¡Qué fantástico es todo esto! ¿No es maravilloso? ¡Escucha los sonidos que dirijo! ¡Es una orquesta desorquestada! Los instrumentos de cuerda están en desacuerdo ¡Es una música desacordada, asónica , retroinstrumentada y despercutidaaaaaa! ¿La encuentras linda? -¡Tranco! ¡Dame esa zapatilla! -¡Mamá! Pero escucha… -¡Tranco! Obedéceme, sino me voy a enojar. En esos instantes el gnomo Lima, sentado en el suelo, lloraba de rabia y los músicos se habían violentado. Cortaban las cuerdas, golpeaban los instrumentos hasta romperlos y abollarlos y se daban golpes y puñetes. A uno de ellos se le veía con una viola rota sobre su cabeza y otro había lanzado un golpe de puño dentro de un corno y no podía sacar la mano. Otro había metido un pie dentro de las cuerdas del arpa, etc. Y así, todo aquello era un desorden que daba risa. Juanita, tapándose los oídos con ambas manos, se abalanzó hacia Tranco. Le arrebató la zapatilla y se la calzó. Entonces le dio un ataque de risa. Se encontró en su dormitorio. Era domingo en la mañana. Los niños se habían despertado y reclamaban el desayuno. Alonso, el menor, estaba llorando. Había que cambiarle los pañales y prepararle su mamadera. Juanita se acercó a él, lo besó y le hizo cariño en el vientre. El niño terminó de llorar y sonrió.

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de la calle. ¡Tranco! ¡Tranco Polanco! ¡Ven acá! ¡Tranco Polanco Calzoncillos blancos! ¡Devuélveme la zapatilla! ¡Tranco! ¡Obedece a tu mamá! Pero el angelito Tranco había desaparecido y Juanita, de muy mal humor por tener que seguir a este niño desobediente, por no haber pagado la cuenta del restaurante y porque el mundo físico había cambiado alrededor de ella transformándose en un paisaje inestable, inseguro, que no sabía si estaba allí o no estaba; decidió seguir adelante aunque le costara, hasta el final de la calle, castigar al niño desobediente y recuperar la zapatilla. Llegó a un bosque de eucaliptos y se internó en él después de abrir una verja de madera. A lo lejos se escuchaban extraños sonidos y Juanita se encaminó hacia donde provenían. No era música ¿o sí era?. Era una música muy rara como si hicieran girar un disco al revés. Eran ruidos desconocidos sin ningún compás definido, que empezaban, se entremezclaban y terminaban abruptamente, pero de vez en cuando se podía escuchar algo de armonía. Parecía una obra de Shostakovich tocada al revés.Llegó a un claro del bosque y allí se detuvo jadeando, con la boca abierta por el cansancio y el asombro debido al espectáculo que tenía frente a ella. Vio a una orquesta de gnomos que tocaban toda clase de instrumentos. Ésta estaba dirigida por el amarillento gnomo Lima, y detrás del director, a espaldas de él, estaba Tranco Polanco Calzoncillos Blancos, dirigiendo también la orquesta con la zapatilla en alto.

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La orquesta daba terribles desacordes y el gnomo Lima gritaba y pateaba en el suelo, encolerizado, por los horribles sonidos que salían de los instrumentos y Tranco reía a más no poder al sentir que provocaba este caos. Cuando vio a Juanita, gritó: ¡Mamá! ¡Qué fantástico es todo esto! ¿No es maravilloso? ¡Escucha los sonidos que dirijo! ¡Es una orquesta desorquestada! Los instrumentos de cuerda están en desacuerdo ¡Es una música desacordada, asónica , retroinstrumentada y despercutidaaaaaa! ¿La encuentras linda? -¡Tranco! ¡Dame esa zapatilla! -¡Mamá! Pero escucha… -¡Tranco! Obedéceme, sino me voy a enojar. En esos instantes el gnomo Lima, sentado en el suelo, lloraba de rabia y los músicos se habían violentado. Cortaban las cuerdas, golpeaban los instrumentos hasta romperlos y abollarlos y se daban golpes y puñetes. A uno de ellos se le veía con una viola rota sobre su cabeza y otro había lanzado un golpe de puño dentro de un corno y no podía sacar la mano. Otro había metido un pie dentro de las cuerdas del arpa, etc. Y así, todo aquello era un desorden que daba risa. Juanita, tapándose los oídos con ambas manos, se abalanzó hacia Tranco. Le arrebató la zapatilla y se la calzó. Entonces le dio un ataque de risa. Se encontró en su dormitorio. Era domingo en la mañana. Los niños se habían despertado y reclamaban el desayuno. Alonso, el menor, estaba llorando. Había que cambiarle los pañales y prepararle su mamadera. Juanita se acercó a él, lo besó y le hizo cariño en el vientre. El niño terminó de llorar y sonrió.

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de la calle. ¡Tranco! ¡Tranco Polanco! ¡Ven acá! ¡Tranco Polanco Calzoncillos blancos! ¡Devuélveme la zapatilla! ¡Tranco! ¡Obedece a tu mamá! Pero el angelito Tranco había desaparecido y Juanita, de muy mal humor por tener que seguir a este niño desobediente, por no haber pagado la cuenta del restaurante y porque el mundo físico había cambiado alrededor de ella transformándose en un paisaje inestable, inseguro, que no sabía si estaba allí o no estaba; decidió seguir adelante aunque le costara, hasta el final de la calle, castigar al niño desobediente y recuperar la zapatilla. Llegó a un bosque de eucaliptos y se internó en él después de abrir una verja de madera. A lo lejos se escuchaban extraños sonidos y Juanita se encaminó hacia donde provenían. No era música ¿o sí era?. Era una música muy rara como si hicieran girar un disco al revés. Eran ruidos desconocidos sin ningún compás definido, que empezaban, se entremezclaban y terminaban abruptamente, pero de vez en cuando se podía escuchar algo de armonía. Parecía una obra de Shostakovich tocada al revés.Llegó a un claro del bosque y allí se detuvo jadeando, con la boca abierta por el cansancio y el asombro debido al espectáculo que tenía frente a ella. Vio a una orquesta de gnomos que tocaban toda clase de instrumentos. Ésta estaba dirigida por el amarillento gnomo Lima, y detrás del director, a espaldas de él, estaba Tranco Polanco Calzoncillos Blancos, dirigiendo también la orquesta con la zapatilla en alto.

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o había una sola nube en el cielo. Juanita pasó por entre una multitud de niños y gente grande. Todos estaban sonrientes. Las niñas estaban vestidas de blanco y con una rama de flores, también blancas, en la mano. Había mamás y papás. Un joven abrazaba a otro más viejo y le decía alborozado: ¡Qué gusto de verlo nuevamente! -Me he puesto las zapatillas mágicas -pensó Juanita- y éstas me han traído al cielo. Estoy rodeada de ángeles vestidos de blanco con una hermosa corona de flores en la frente. -Ese joven que abrazaba al hombre de más edad seguramente ha muerto recientemente y saluda a su familia que ha venido a recibirlo. -No sabía que en el cielo hay calles y veredas con árboles, y hasta una iglesia. De pronto sonó la bocina de un tren. En esos momentos unos hombres apuntaban con sus máquinas fotográficas a los ángeles. Juanita se miró los pies. Tenía puestas unas sandalias celestes. No calzaba las zapatillas mágicas. Entonces se dio cuenta de que estaba atravesando un numeroso grupo de niñas vestidas con traje de primera comunión, y los demás eran familiares que las acompañaban. Todos esperaban que se abrieran las puertas de la iglesia para entrar e iniciar la ceremonia religiosa.

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Entonces Juanita caminó con sus dedos sobre su barriguita y le hizo cosquillas en el cuello. ¡Tranco Polanco Calzoncillos Blancos! Y el niño reía por las cosquillas y el cariño de mamá. ¡Tranco Polanco Calzoncillos Blancos! Alonso reía más y más y esperaba expectante a que la mamá volviera a hacerle cosquillas. ¡Tranco Polanco Calzoncillos Blancos!... Todos reían a más no poder y Juan Pablo quiso que a él también le hicieran cosquillas.

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o había una sola nube en el cielo. Juanita pasó por entre una multitud de niños y gente grande. Todos estaban sonrientes. Las niñas estaban vestidas de blanco y con una rama de flores, también blancas, en la mano. Había mamás y papás. Un joven abrazaba a otro más viejo y le decía alborozado: ¡Qué gusto de verlo nuevamente! -Me he puesto las zapatillas mágicas -pensó Juanita- y éstas me han traído al cielo. Estoy rodeada de ángeles vestidos de blanco con una hermosa corona de flores en la frente. -Ese joven que abrazaba al hombre de más edad seguramente ha muerto recientemente y saluda a su familia que ha venido a recibirlo. -No sabía que en el cielo hay calles y veredas con árboles, y hasta una iglesia. De pronto sonó la bocina de un tren. En esos momentos unos hombres apuntaban con sus máquinas fotográficas a los ángeles. Juanita se miró los pies. Tenía puestas unas sandalias celestes. No calzaba las zapatillas mágicas. Entonces se dio cuenta de que estaba atravesando un numeroso grupo de niñas vestidas con traje de primera comunión, y los demás eran familiares que las acompañaban. Todos esperaban que se abrieran las puertas de la iglesia para entrar e iniciar la ceremonia religiosa.

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Entonces Juanita caminó con sus dedos sobre su barriguita y le hizo cosquillas en el cuello. ¡Tranco Polanco Calzoncillos Blancos! Y el niño reía por las cosquillas y el cariño de mamá. ¡Tranco Polanco Calzoncillos Blancos! Alonso reía más y más y esperaba expectante a que la mamá volviera a hacerle cosquillas. ¡Tranco Polanco Calzoncillos Blancos!... Todos reían a más no poder y Juan Pablo quiso que a él también le hicieran cosquillas.

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Pasaron los días y las semanas y el simpático perro, con su pelaje de manchas de varios colores, retozaba con los niños y ladraba a cada rato de alegría. Llegó la etapa de la dentición y el perrito empezó a mascar todo lo que encontraba delante de su nariz. Juanita comenzó a preocuparse porque había roto unas medias y ropa que había dejado Rosa a su alcance. Dicen que los cachorros humanos se ponen irritables con la salida de los dientes, pero los perritos ¡Oh! ¡Los perritos lo destruyen todo! ¿Qué nombre le pondremos? Preguntó Juanita. Juan Pablo dijo, le pondremos Turco; Alonso dijo, Pinino y Juanita decidió ponerle Pepino. Y Pepino siguió creciendo; tenía gran apetito, jugaba con los niños y era la alegría de todos. Una tarde, cuando Pepino jugaba en el patio con los niños, de repente corrió veloz atravesando la cocina, subió la escalera y se escondió bajo la cama de Juanita. ¿Qué encontró allí? Las zapatillas mágicas. Agarró una y bajó con ella al comedor. Los niños, creyendo que el perro había corrido hacia el antejardín, abrieron la puerta para llamarlo. Mientras gritaban su nombre, Pepino, con la zapatilla en el hocico fue donde ellos. Juanita, que venía llegando en esos momentos, se encontró con esta escena y amonestando al perrito para que soltara la zapatilla, se la trató de sacar, pero el perro no quiso y dando un salto corrió por la calle y al final de ésta se metió en otra casa que estaba con la puerta de rejas abierta. Rosa estaba en esos instantes con los niños, Juanita se despreocupó de ellos y muy enojada fue tras Pepino para rescatar la

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n día de lluvia golpearon en la puerta. Los niños se estaban bañando en la tina. Juanita le dijo a Rosa que se encargara de ellos y fue a ver quién llamaba. Era un pobre viejo que traía en una bolsa dos cachorros de perro. -Si no desea comprar uno de estos perros, deme algo de comer- dijo el mendigo. -Juanita fue a la cocina a buscar algún alimento para darle al viejo y al volver a la puerta éste había desaparecido. En el umbral gemía uno de los cachorros, de frío, de hambre y de desamparo. Juanita lo cogió y cerró la puerta. El perro inspiraba ternura y una gran lástima al mismo tiempo. Le dio leche y lo acomodó en una caja de cartón que había en el patio. El cachorro lloró toda la noche porque se sentía solo y esto fastidió a Juanita porque tuvo que levantarse varias veces para abrigarlo y darle más leche en un platillo. Días después el perro se había adaptado a su nuevo ambiente, Juanita lo llevó al veterinario para que lo vacunara, le recetara vitaminas, remedios contra las pulgas y parásitos intestinales, etc. Su raza es única en el mundo -comentó sonriendo el veterinario- porque probablemente es la mezcla de más de diez mil razas de perros. Juanita no se asombró por este comentario del profesional porque sabía de dónde había obtenido el animal.

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Pasaron los días y las semanas y el simpático perro, con su pelaje de manchas de varios colores, retozaba con los niños y ladraba a cada rato de alegría. Llegó la etapa de la dentición y el perrito empezó a mascar todo lo que encontraba delante de su nariz. Juanita comenzó a preocuparse porque había roto unas medias y ropa que había dejado Rosa a su alcance. Dicen que los cachorros humanos se ponen irritables con la salida de los dientes, pero los perritos ¡Oh! ¡Los perritos lo destruyen todo! ¿Qué nombre le pondremos? Preguntó Juanita. Juan Pablo dijo, le pondremos Turco; Alonso dijo, Pinino y Juanita decidió ponerle Pepino. Y Pepino siguió creciendo; tenía gran apetito, jugaba con los niños y era la alegría de todos. Una tarde, cuando Pepino jugaba en el patio con los niños, de repente corrió veloz atravesando la cocina, subió la escalera y se escondió bajo la cama de Juanita. ¿Qué encontró allí? Las zapatillas mágicas. Agarró una y bajó con ella al comedor. Los niños, creyendo que el perro había corrido hacia el antejardín, abrieron la puerta para llamarlo. Mientras gritaban su nombre, Pepino, con la zapatilla en el hocico fue donde ellos. Juanita, que venía llegando en esos momentos, se encontró con esta escena y amonestando al perrito para que soltara la zapatilla, se la trató de sacar, pero el perro no quiso y dando un salto corrió por la calle y al final de ésta se metió en otra casa que estaba con la puerta de rejas abierta. Rosa estaba en esos instantes con los niños, Juanita se despreocupó de ellos y muy enojada fue tras Pepino para rescatar la

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n día de lluvia golpearon en la puerta. Los niños se estaban bañando en la tina. Juanita le dijo a Rosa que se encargara de ellos y fue a ver quién llamaba. Era un pobre viejo que traía en una bolsa dos cachorros de perro. -Si no desea comprar uno de estos perros, deme algo de comer- dijo el mendigo. -Juanita fue a la cocina a buscar algún alimento para darle al viejo y al volver a la puerta éste había desaparecido. En el umbral gemía uno de los cachorros, de frío, de hambre y de desamparo. Juanita lo cogió y cerró la puerta. El perro inspiraba ternura y una gran lástima al mismo tiempo. Le dio leche y lo acomodó en una caja de cartón que había en el patio. El cachorro lloró toda la noche porque se sentía solo y esto fastidió a Juanita porque tuvo que levantarse varias veces para abrigarlo y darle más leche en un platillo. Días después el perro se había adaptado a su nuevo ambiente, Juanita lo llevó al veterinario para que lo vacunara, le recetara vitaminas, remedios contra las pulgas y parásitos intestinales, etc. Su raza es única en el mundo -comentó sonriendo el veterinario- porque probablemente es la mezcla de más de diez mil razas de perros. Juanita no se asombró por este comentario del profesional porque sabía de dónde había obtenido el animal.

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L A I M A G E N D E L A B R U J A E L E VA D A A L A S É P T I M A P O T E N C I A

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Entonces Juanita, carraspeando, y algo molesta, le expresó que esa zapatilla era suya, que Pepino había salido con la zapatilla por la calle y que ella etc., etc. La vieja poniéndose de pies dio una gran carcajada y dándole un puntapié al perro avanzó hacia la puerta, empujó a Juanita hacia un lado y arrastrando los pies sobre el pasillo abrió otra puerta y desapareció después de dar un portazo. Juanita estaba perpleja. Permanecía sentada en el suelo después del empujón y Pepino moviendo su cola fue a darle lengüetazos de cariño en la mejilla. ¡Vamos Pepino! -Dijo Juanita- ; a rescatar la zapatilla que se ha llevado esta vieja ladrona. Abrieron la puerta del pasillo pero en ella solamente encontraron ropa vieja colgando de unos ganchos. Me equivoqué -pensó Juanita-. Debe de ser esta otra puerta por donde se arrancó la mujer. Detrás de la otra puerta había una tosca escalera de madera y Juanita con su perro bajaron por ella. Se sentía una fresca brisa marina y una luz tenue que venía de abajo, alumbraba los escalones. Llegaron a una playa por donde corría un fuerte viento, húmedo y salino. ¡Qué extraño es todo esto! Pensó Juanita. ¿Por dónde se fue la vieja? Pepino olfateó la arena y partió corriendo por la orilla. La playa estaba recortada por un larguísimo muro. Llegaron a una caleta de pescadores y Juanita le preguntó a uno de ellos si había visto a una mujer de negro con una zapatilla multicolor en uno de sus pies.

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zapatilla y traer al perro de vuelta. No solamente la puerta de la reja estaba abierta sino también la de la entrada a la casa. Juanita tocó el timbre, llamó, pero nadie contestó. En el interior de la casa se oyó el ladrido del perro. -Seguramente ha soltado mi zapatilla -se dijo Juanita- y está ladrando para que lo vayan a buscar. ¡Pepino!… ¡Pepino! ¡Dónde estás perro bribón? El perro ladró en el segundo piso de la casa. Juanita subió cautelosamente la escalera y llamó. ¿Hay alguien aquí? Silencio. ¿No hay nadie que viva en esta casa? Silencio. El perro comenzó a ladrar nuevamente pero ahora muy fuerte, como si estuviera enojado. En el segundo piso Juanita encontró un pasillo con dos puertas. Una de ellas estaba entreabierta y la joven se asomó porque de ahí venía el ladrido. Había una gran sala con una chimenea donde crepitaba el fuego, a la luz de éste Juanita vio, sentada en una silla de balancín, a una mujer vestida de negro que se estaba calzando su zapatilla. El perrito ladraba enfurecido frente a ella porque le habían quitado su juguete. Juanita saludó y se excusó por haberse introducido en la casa sin anunciar su presencia. La vieja la miró con unos grandes y extraños ojos negros y sonrió mientras se esforzaba con las dos manos de ajustarse la zapatilla.

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Entonces Juanita, carraspeando, y algo molesta, le expresó que esa zapatilla era suya, que Pepino había salido con la zapatilla por la calle y que ella etc., etc. La vieja poniéndose de pies dio una gran carcajada y dándole un puntapié al perro avanzó hacia la puerta, empujó a Juanita hacia un lado y arrastrando los pies sobre el pasillo abrió otra puerta y desapareció después de dar un portazo. Juanita estaba perpleja. Permanecía sentada en el suelo después del empujón y Pepino moviendo su cola fue a darle lengüetazos de cariño en la mejilla. ¡Vamos Pepino! -Dijo Juanita- ; a rescatar la zapatilla que se ha llevado esta vieja ladrona. Abrieron la puerta del pasillo pero en ella solamente encontraron ropa vieja colgando de unos ganchos. Me equivoqué -pensó Juanita-. Debe de ser esta otra puerta por donde se arrancó la mujer. Detrás de la otra puerta había una tosca escalera de madera y Juanita con su perro bajaron por ella. Se sentía una fresca brisa marina y una luz tenue que venía de abajo, alumbraba los escalones. Llegaron a una playa por donde corría un fuerte viento, húmedo y salino. ¡Qué extraño es todo esto! Pensó Juanita. ¿Por dónde se fue la vieja? Pepino olfateó la arena y partió corriendo por la orilla. La playa estaba recortada por un larguísimo muro. Llegaron a una caleta de pescadores y Juanita le preguntó a uno de ellos si había visto a una mujer de negro con una zapatilla multicolor en uno de sus pies.

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zapatilla y traer al perro de vuelta. No solamente la puerta de la reja estaba abierta sino también la de la entrada a la casa. Juanita tocó el timbre, llamó, pero nadie contestó. En el interior de la casa se oyó el ladrido del perro. -Seguramente ha soltado mi zapatilla -se dijo Juanita- y está ladrando para que lo vayan a buscar. ¡Pepino!… ¡Pepino! ¡Dónde estás perro bribón? El perro ladró en el segundo piso de la casa. Juanita subió cautelosamente la escalera y llamó. ¿Hay alguien aquí? Silencio. ¿No hay nadie que viva en esta casa? Silencio. El perro comenzó a ladrar nuevamente pero ahora muy fuerte, como si estuviera enojado. En el segundo piso Juanita encontró un pasillo con dos puertas. Una de ellas estaba entreabierta y la joven se asomó porque de ahí venía el ladrido. Había una gran sala con una chimenea donde crepitaba el fuego, a la luz de éste Juanita vio, sentada en una silla de balancín, a una mujer vestida de negro que se estaba calzando su zapatilla. El perrito ladraba enfurecido frente a ella porque le habían quitado su juguete. Juanita saludó y se excusó por haberse introducido en la casa sin anunciar su presencia. La vieja la miró con unos grandes y extraños ojos negros y sonrió mientras se esforzaba con las dos manos de ajustarse la zapatilla.

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gran patio. Había un silencio casi absoluto. Solamente se oía el silbido del viento al pasar rozando sobre las altas murallas del castillo y el ruido de las olas. Juanita caminó por una galería de altas columnas que había al costado del patio y llegó a un aposento solitario. Allí encontró una gran puerta y la abrió, decidida a rescatar su zapatilla. Llegó a una sala, y en el centro de ella estaba la bruja de pie, esperándola . -No te muevas Pepino- ordenó Juanita-. Déjame a mí este asunto. Avanzó hacia la bruja y le dijo secamente: ¡Entrégame lo que es mío! -¡Ah! ¿Sí? Dijo melosamente la bruja. - Hijita mía. Estoy muy vieja. Sácamela tú del pie, lo antes posible, esta zapatilla, me queda chica y me duelen terriblemente los callos. Juanita se inclinó para sacar la zapatilla y se encontró con miles de brujas con zapatillas. Eran miles que se perdían en el horizonte. Las brujas reían a carcajadas y exclamaban ¿Cuál de ellas soy? ¡Adivina querida! ¡Ja, ja, ja! Juanita se abalanzó ante la bruja más cercana pero sus manos se resbalaron como si hubieran tocado un espejo. Era imposible atrapar a la vieja que se había multiplicado en miles de miles de personajes iguales a ella. Juanita se puso a meditar y le preguntó a su perro qué podrían hacer. El perrito se puso a ladrar y se oyeron miles de ladridos y la

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El pescador se echó a reír ante la descripción tan original de Juanita y le respondió que la única mujer de negro que él conocía era la Bruja de la Imagen Elevada a la Séptima Potencia. -Si tienes tanto interés en verla, yo podría llevarte a la isla donde vive- dijo el pescador. -Lo que me sucede- explicó Juanita- es que salí muy rápido de mi casa y no tengo dinero. -No importa- respondió el pescador. Mañana me pagarás. Súbete a mi barca y remaré hacia donde debe de estar esa bruja. Juanita, con el perro en brazos, se embarcó en el bote del pescador y éste, remando con gran energía se alejó de la orilla. El oleaje mar adentro era fuerte y Juanita hacía esfuerzos para no marearse. Pepino, echado en el fondo del bote, completamente mareado, estaba a punto de vomitar. -No te aflijas- dijo el pescador al observar el pálido rostro de Juanita-. Estamos llegando. En efecto, rodeada de peligrosas rocas, donde hervía la espuma de las olas, Juanita divisó una fortaleza de piedra. El pescador sorteó hábilmente la corriente de las olas y finalmente con la ayuda de la resaca encalló suavemente en una hermosa playa. -¡Te esperaré aquí hasta que vuelvas con la zapatilla! Le dijo el botero. Juanita saltó de la embarcación y después de ayudar a Pepino a bajar a tierra, se encaminaron por un sendero que los conducía hacia el castillo de piedra. Juanita era valiente y algo porfiada. Cuando deseaba algo, no titubeaba en sortear cualquier clase de dificultades para conseguirlo.Así que, sin miedo alguno, llegó a los muros del castillo y entró a un

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gran patio. Había un silencio casi absoluto. Solamente se oía el silbido del viento al pasar rozando sobre las altas murallas del castillo y el ruido de las olas. Juanita caminó por una galería de altas columnas que había al costado del patio y llegó a un aposento solitario. Allí encontró una gran puerta y la abrió, decidida a rescatar su zapatilla. Llegó a una sala, y en el centro de ella estaba la bruja de pie, esperándola . -No te muevas Pepino- ordenó Juanita-. Déjame a mí este asunto. Avanzó hacia la bruja y le dijo secamente: ¡Entrégame lo que es mío! -¡Ah! ¿Sí? Dijo melosamente la bruja. - Hijita mía. Estoy muy vieja. Sácamela tú del pie, lo antes posible, esta zapatilla, me queda chica y me duelen terriblemente los callos. Juanita se inclinó para sacar la zapatilla y se encontró con miles de brujas con zapatillas. Eran miles que se perdían en el horizonte. Las brujas reían a carcajadas y exclamaban ¿Cuál de ellas soy? ¡Adivina querida! ¡Ja, ja, ja! Juanita se abalanzó ante la bruja más cercana pero sus manos se resbalaron como si hubieran tocado un espejo. Era imposible atrapar a la vieja que se había multiplicado en miles de miles de personajes iguales a ella. Juanita se puso a meditar y le preguntó a su perro qué podrían hacer. El perrito se puso a ladrar y se oyeron miles de ladridos y la

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El pescador se echó a reír ante la descripción tan original de Juanita y le respondió que la única mujer de negro que él conocía era la Bruja de la Imagen Elevada a la Séptima Potencia. -Si tienes tanto interés en verla, yo podría llevarte a la isla donde vive- dijo el pescador. -Lo que me sucede- explicó Juanita- es que salí muy rápido de mi casa y no tengo dinero. -No importa- respondió el pescador. Mañana me pagarás. Súbete a mi barca y remaré hacia donde debe de estar esa bruja. Juanita, con el perro en brazos, se embarcó en el bote del pescador y éste, remando con gran energía se alejó de la orilla. El oleaje mar adentro era fuerte y Juanita hacía esfuerzos para no marearse. Pepino, echado en el fondo del bote, completamente mareado, estaba a punto de vomitar. -No te aflijas- dijo el pescador al observar el pálido rostro de Juanita-. Estamos llegando. En efecto, rodeada de peligrosas rocas, donde hervía la espuma de las olas, Juanita divisó una fortaleza de piedra. El pescador sorteó hábilmente la corriente de las olas y finalmente con la ayuda de la resaca encalló suavemente en una hermosa playa. -¡Te esperaré aquí hasta que vuelvas con la zapatilla! Le dijo el botero. Juanita saltó de la embarcación y después de ayudar a Pepino a bajar a tierra, se encaminaron por un sendero que los conducía hacia el castillo de piedra. Juanita era valiente y algo porfiada. Cuando deseaba algo, no titubeaba en sortear cualquier clase de dificultades para conseguirlo.Así que, sin miedo alguno, llegó a los muros del castillo y entró a un

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niña vio con asombro que a su alrededor tenía a miles de perros iguales a Pepino que ladraban al mismo tiempo. -¡Esto es imposible de tolerar! Gimió Juanita. ¿Qué voy a hacer? Entonces se acordó que el pescador le había dicho que la bruja se llamaba “de la imagen elevada a la séptima potencia” y no se le ocurrió otra cosa que tenía que decir un conjuro para terminar con toda esta enorme multiplicación de imágenes de brujas y perros. -Significa -se dijo- que el perro y la bruja, o sea dos figuras se han multiplicado siete veces cada siete veces. Lo que tengo que hacer es… ¿Qué tengo que hacer? ¡Dios mío! ¡Se me ha olvidado! Hace tiempo que salí del colegio. A ver… Empecemos de nuevo. Si dos elevado a siete es este número de brujas y perros que estoy viendo -se dijo en voz alta- tengo que dividirlos por siete, siete veces y veamos: ¡Divídanse por siete! Gritó Juanita. Entonces las miles de brujas y perros disminuyeron un poco. Juanita captó que había encontrado la clave y gritó sucesivamente seis veces que se dividieran por siete. Finalmente se encontró con su perro y la bruja que la miraba furiosa y daba una patada en el suelo. En esos instantes Juanita se arrojó al pie de la bruja que tenía la zapatilla y se la sacó. El efecto de la patada de la bruja fue que, la isla, el castillo, la bruja, Juanita y Pepino nuevamente se multiplicaron por miles. Pero las miles de Juanitas ya sabían el conjuro y todas gritaron al unísono que se dividieran por siete. Cada vez, quedaron menos Juanitas, perros y brujas hasta que volvieron al estado natural y Juanita con la zapatilla en una mano y Pepino detrás de sus talones corrieron hacia la playa, le gritaron al

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niña vio con asombro que a su alrededor tenía a miles de perros iguales a Pepino que ladraban al mismo tiempo. -¡Esto es imposible de tolerar! Gimió Juanita. ¿Qué voy a hacer? Entonces se acordó que el pescador le había dicho que la bruja se llamaba “de la imagen elevada a la séptima potencia” y no se le ocurrió otra cosa que tenía que decir un conjuro para terminar con toda esta enorme multiplicación de imágenes de brujas y perros. -Significa -se dijo- que el perro y la bruja, o sea dos figuras se han multiplicado siete veces cada siete veces. Lo que tengo que hacer es… ¿Qué tengo que hacer? ¡Dios mío! ¡Se me ha olvidado! Hace tiempo que salí del colegio. A ver… Empecemos de nuevo. Si dos elevado a siete es este número de brujas y perros que estoy viendo -se dijo en voz alta- tengo que dividirlos por siete, siete veces y veamos: ¡Divídanse por siete! Gritó Juanita. Entonces las miles de brujas y perros disminuyeron un poco. Juanita captó que había encontrado la clave y gritó sucesivamente seis veces que se dividieran por siete. Finalmente se encontró con su perro y la bruja que la miraba furiosa y daba una patada en el suelo. En esos instantes Juanita se arrojó al pie de la bruja que tenía la zapatilla y se la sacó. El efecto de la patada de la bruja fue que, la isla, el castillo, la bruja, Juanita y Pepino nuevamente se multiplicaron por miles. Pero las miles de Juanitas ya sabían el conjuro y todas gritaron al unísono que se dividieran por siete. Cada vez, quedaron menos Juanitas, perros y brujas hasta que volvieron al estado natural y Juanita con la zapatilla en una mano y Pepino detrás de sus talones corrieron hacia la playa, le gritaron al

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an oído hablar de Pinocho? ¿De Copelia? ¿O del ballet de Cascanueces? Sucedió algo parecido en casa de Juanita, y en víspera de Navidad. El hijo mayor de Juanita, descubrió en el baúl de su mamá un pequeño payaso marioneta. El simpático muñeco bailó delante del niño, moviendo los pies y los brazos mediante los hilos que manejaba la mamá con una cruz de madera. Juan Pablo estaba dichoso, y olvidándose de los hilos y de la voz fingida de mamá, se arrodilló frente al muñeco para observarlo mejor. Después de un buen rato de diversión ya era hora de irse a la cama y el niño quiso dormir con el bufoncito. Mamá lo puso junto a la almohada pero con los hilos escondidos para que el niño no se enredara mientras dormía. Cuando mamá estaba en la cocina, lavando algunos platos y otras cosas, Juan Pablo se levantó, y aprovechando la oportunidad que Juanita había dejado las zapatillas debajo de la cama, se las puso al muñeco para que caminara o bailara. Y así fue en efecto. El payaso se transformó en un ser vivo que le habló al niño al igual que Pinocho. Juan Pablo se lo quedó observando en silencio. Para él no había nada extraño en todo lo que estaba aconteciendo en esos momentos.

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pescador que echara el bote al agua y se embarcaron en él. -¡Rápido! Gritó, ¡Rápido! ¡Antes que nos convirtamos en miles de botes flotando sobre el océano! El pescador remó con energía, pero tranquilo. -No te inquietes Juanita -le dijo-. La bruja pierde su poder cuando sale de la isla. Llegaron a la orilla y Juanita se despidió del pescador. No te incomodes Juanita por el precio del viaje -señaló el pescador-. Ha sido un paseo muy agradable el de acompañarte a la isla. Juanita caminó por la playa y subió por una escalinata hacia las calles de la ciudad. Cuando se dirigía a su casa, le vino a la mente una idea, el pescador le había dicho su nombre. ¿Cómo lo sabía? .Lo que Juanita no sabía era que, cuando se despidió del pescador, éste se había esfumado con bote y todo. Llegaron a la casa y los niños corrieron a recibirla. Estaba empezando a preocuparme -dijo Rosa- porque ya han pasado cinco minutos y no aparecía. ¿Cinco minutos? ¡Qué cosa más rara! Al día siguiente, con dinero en la cartera, Juanita quiso ir a cancelarle al pescador, pero no lo halló. Por curiosidad pasó por delante de la casa deshabitada donde se había encontrado con la bruja, pero ésta tampoco estaba allí donde debería de estar. ¿Y la zapatilla? Juanita la guardó junto con la otra, arriba muy alto en el closet para que Pepino no la pudiera coger.

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an oído hablar de Pinocho? ¿De Copelia? ¿O del ballet de Cascanueces? Sucedió algo parecido en casa de Juanita, y en víspera de Navidad. El hijo mayor de Juanita, descubrió en el baúl de su mamá un pequeño payaso marioneta. El simpático muñeco bailó delante del niño, moviendo los pies y los brazos mediante los hilos que manejaba la mamá con una cruz de madera. Juan Pablo estaba dichoso, y olvidándose de los hilos y de la voz fingida de mamá, se arrodilló frente al muñeco para observarlo mejor. Después de un buen rato de diversión ya era hora de irse a la cama y el niño quiso dormir con el bufoncito. Mamá lo puso junto a la almohada pero con los hilos escondidos para que el niño no se enredara mientras dormía. Cuando mamá estaba en la cocina, lavando algunos platos y otras cosas, Juan Pablo se levantó, y aprovechando la oportunidad que Juanita había dejado las zapatillas debajo de la cama, se las puso al muñeco para que caminara o bailara. Y así fue en efecto. El payaso se transformó en un ser vivo que le habló al niño al igual que Pinocho. Juan Pablo se lo quedó observando en silencio. Para él no había nada extraño en todo lo que estaba aconteciendo en esos momentos.

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pescador que echara el bote al agua y se embarcaron en él. -¡Rápido! Gritó, ¡Rápido! ¡Antes que nos convirtamos en miles de botes flotando sobre el océano! El pescador remó con energía, pero tranquilo. -No te inquietes Juanita -le dijo-. La bruja pierde su poder cuando sale de la isla. Llegaron a la orilla y Juanita se despidió del pescador. No te incomodes Juanita por el precio del viaje -señaló el pescador-. Ha sido un paseo muy agradable el de acompañarte a la isla. Juanita caminó por la playa y subió por una escalinata hacia las calles de la ciudad. Cuando se dirigía a su casa, le vino a la mente una idea, el pescador le había dicho su nombre. ¿Cómo lo sabía? .Lo que Juanita no sabía era que, cuando se despidió del pescador, éste se había esfumado con bote y todo. Llegaron a la casa y los niños corrieron a recibirla. Estaba empezando a preocuparme -dijo Rosa- porque ya han pasado cinco minutos y no aparecía. ¿Cinco minutos? ¡Qué cosa más rara! Al día siguiente, con dinero en la cartera, Juanita quiso ir a cancelarle al pescador, pero no lo halló. Por curiosidad pasó por delante de la casa deshabitada donde se había encontrado con la bruja, pero ésta tampoco estaba allí donde debería de estar. ¿Y la zapatilla? Juanita la guardó junto con la otra, arriba muy alto en el closet para que Pepino no la pudiera coger.

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rapidez. El payaso reía al ver la cara de asombro del niño y en esos instantes un enano pasó delante de ellos y ambos fueron pintados quedando como dos nuevos y bellos juguetes. Es hora de que regresemos -dijo Gervasio, el payasito recién pintado. Tu mamá va a subir de la cocina al dormitorio y no te va a encontrar. -No quiero irme- manifestó Juan Pablo-. Dime ¿dónde está el viejo de Pascua? -El viejo viene viajando en estos momentos y llegará en algunos instantes más. -Quiero conocerlo- expresó Juan Pablo. -Es verdad- dijo Gervasio. Yo te ofrecí que podríamos ver lo que te iban a regalar mañana. Espera. Se me ha ocurrido una idea. Como aquí el tiempo se maneja de una manera diferente, podemos detenerlo con una pincelada. Diciendo esto, Gervasio le pidió un pincel a uno de los enanos y haciendo un croquis de la mamá en el aire, la detuvo cuando subía por la escalera. Pero como la mamá no podía quedarse así, estática, mientras seguían sucediendo las cosas, el payaso, aprovechándose del poder mágico del pincel, inmovilizó todo, incluso la Vía Láctea en su lento girar. Todo permaneció quieto. Los rayos luminosos de la Luna y el Sol. La rotación de la Tierra y el trayecto de los cometas. Todo, menos el quehacer de los enanos rojos, amarillos y azules del gran palacio de cristal. Y en esos momentos se abrieron las grandes puertas y entró ¿Sabes quién? ¡El trineo del viejo de Pascua! Con sus renos galopando en el cielo azul, silencioso y

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-¿Qué regalo te traerá el viejo de Pascua? -preguntó el muñeco. -No sé. -¿Te gustaría saber? -Sí. -Bien, acompáñame a la fábrica de juguetes del cielo. Diciendo esto, el muñeco cogió con su mano enguantada la mano del niño y ambos subieron al techo y volaron hacia el infinito en un segundo. El niño no sentía miedo. Al contrario, estaba pleno de felicidad en este viaje misterioso. Llegaron a un gran palacio de cristal de roca, donde miles de enanitos, vestidos al igual que el viejo de Pascua; con trajes rojos, amarillos y azules, trabajaban en el interior de centenares de compartimientos haciendo cada uno la pieza de un juguete. Se veían ejes, engranajes de bronce, cuerdas de acero, plásticos y más plásticos de todos los colores, y más plásticos… Pero lo que más divirtió al niño, fueron las salas de pintura donde se les daba el último toque a los juguetes. Había allí potes y tarros con innumerables combinaciones de tintas y colores y los enanitos pintaban toda clase de juguetes que puedas imaginar. Juan Pablo admiró la destreza de estos enanos para combinar los colores y la agilidad para adornar tantos juguetes. Volaban por los aires y en fracciones de segundo coloreaban todo. Parecían picaflores. Juan Pablo no sabía y tampoco le interesaba averiguar, cómo podían hacer todo este trabajo a una velocidad vertiginosa como si se pasara una película con gran

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rapidez. El payaso reía al ver la cara de asombro del niño y en esos instantes un enano pasó delante de ellos y ambos fueron pintados quedando como dos nuevos y bellos juguetes. Es hora de que regresemos -dijo Gervasio, el payasito recién pintado. Tu mamá va a subir de la cocina al dormitorio y no te va a encontrar. -No quiero irme- manifestó Juan Pablo-. Dime ¿dónde está el viejo de Pascua? -El viejo viene viajando en estos momentos y llegará en algunos instantes más. -Quiero conocerlo- expresó Juan Pablo. -Es verdad- dijo Gervasio. Yo te ofrecí que podríamos ver lo que te iban a regalar mañana. Espera. Se me ha ocurrido una idea. Como aquí el tiempo se maneja de una manera diferente, podemos detenerlo con una pincelada. Diciendo esto, Gervasio le pidió un pincel a uno de los enanos y haciendo un croquis de la mamá en el aire, la detuvo cuando subía por la escalera. Pero como la mamá no podía quedarse así, estática, mientras seguían sucediendo las cosas, el payaso, aprovechándose del poder mágico del pincel, inmovilizó todo, incluso la Vía Láctea en su lento girar. Todo permaneció quieto. Los rayos luminosos de la Luna y el Sol. La rotación de la Tierra y el trayecto de los cometas. Todo, menos el quehacer de los enanos rojos, amarillos y azules del gran palacio de cristal. Y en esos momentos se abrieron las grandes puertas y entró ¿Sabes quién? ¡El trineo del viejo de Pascua! Con sus renos galopando en el cielo azul, silencioso y

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-¿Qué regalo te traerá el viejo de Pascua? -preguntó el muñeco. -No sé. -¿Te gustaría saber? -Sí. -Bien, acompáñame a la fábrica de juguetes del cielo. Diciendo esto, el muñeco cogió con su mano enguantada la mano del niño y ambos subieron al techo y volaron hacia el infinito en un segundo. El niño no sentía miedo. Al contrario, estaba pleno de felicidad en este viaje misterioso. Llegaron a un gran palacio de cristal de roca, donde miles de enanitos, vestidos al igual que el viejo de Pascua; con trajes rojos, amarillos y azules, trabajaban en el interior de centenares de compartimientos haciendo cada uno la pieza de un juguete. Se veían ejes, engranajes de bronce, cuerdas de acero, plásticos y más plásticos de todos los colores, y más plásticos… Pero lo que más divirtió al niño, fueron las salas de pintura donde se les daba el último toque a los juguetes. Había allí potes y tarros con innumerables combinaciones de tintas y colores y los enanitos pintaban toda clase de juguetes que puedas imaginar. Juan Pablo admiró la destreza de estos enanos para combinar los colores y la agilidad para adornar tantos juguetes. Volaban por los aires y en fracciones de segundo coloreaban todo. Parecían picaflores. Juan Pablo no sabía y tampoco le interesaba averiguar, cómo podían hacer todo este trabajo a una velocidad vertiginosa como si se pasara una película con gran

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titilaban. La Vía Láctea había empezado a girar nuevamente, como un lento remolino de crema en la superficie de una tacita de café. Juanita entró en puntillas y vio que su niño dormía tranquilamente. Dándole un beso se fue ella también a dormir; mañana era Navidad. Al día siguiente, el niño se despertó y se acordó del sueño que había tenido en la noche. ¿Sería verdad? A los pies de la cama estaba el payaso abrazado de una caja. Era una inmensa caja de lápices de colores. Además había otros juguetes: Un velero, una pelota, un pequeño camión y otras cosas más. -¡Mamá!- gritó Juan Pablo- ¡Ven a ver lo que me trajo el viejo de Pascua! La mamá llegó alegre y el niño gritaba y saltaba en la cama pleno de felicidad. -Pero Juan Pablo ¿por qué te pintaste la cara? -Fue un enano el que me la pintó mamá. Cuando estuvimos en el palacio de cristal donde se hacen los juguetes. Mi niño. Estás entero pintado. Pero te vez muy bonito así, pareces un verdadero muñequito -dijo Juanita, asombrada- y ¡mira! Pintaste a Gervasio también. ¿Qué lindos se ven los dos! -No, mamá -insistió el niño- Gervasio y yo fuimos pintados por un enano pintor de juguetes. -¡Ah! ¿Sí? -Sí. Llegó el viejo de Pascua en un inmenso trineo tirado por unos ciervos, tocando muchas campanitas y aterrizó frente a nosotros y me preguntó qué deseaba de regalo, y yo le dije que

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quieto. Sonaban las campanillas de los arneses y resoplaban los renos y el viejo haciendo restallar el látigo en el aire dio la señal para que descendieran. El trineo se detuvo frente al niño y el payaso. Ambos estaban mudos de emoción. Juan Pablo miraba al viejo con los ojos agrandados por el asombro y al ver su cara sonriente y bonachona, no tuvo miedo y se acercó a él para darle un beso de saludo. El viejo lo abrazó y el niño sintió la suave barba blanca en su cara. -¿Qué deseas que te traiga mañana? -preguntó el viejo. Y el niño contestó: Unos lápices de colores para pintarte, viejo de Pascua. -Así será- dijo el viejo. Ahora tengo mucho que hacer ya que debo cargar el trineo con todos estos juguetes que ves alrededor. Tendrás tu juguete, mi pequeño Juan Pablo y otros más que pondré a los pies de tu cama ¿Deseas ir a verlos? -¡Sí!- dijo el niño con entusiasmo. -Muy bien. Te daré un beso en la frente y estarás en tu cama. Diciendo esto, el viejo le dio el beso y el niño se quedó dormido. -Llévatelo Gervasio a su cama -ordenó el viejo- y no olvides de sacarte las zapatillas mágicas y dejarlas debajo de la cama de Juanita. -Así lo haré -contestó el payaso- y voló en menos de una fracción de segundo hasta la casa y la cama de Juan Pablo. El tiempo había dejado de estar estático y Juanita subía la escalera, los automóviles circulaban por las calles, los aviones ya no estaban inmóviles suspendidos en el cielo y las estrellas ahora

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titilaban. La Vía Láctea había empezado a girar nuevamente, como un lento remolino de crema en la superficie de una tacita de café. Juanita entró en puntillas y vio que su niño dormía tranquilamente. Dándole un beso se fue ella también a dormir; mañana era Navidad. Al día siguiente, el niño se despertó y se acordó del sueño que había tenido en la noche. ¿Sería verdad? A los pies de la cama estaba el payaso abrazado de una caja. Era una inmensa caja de lápices de colores. Además había otros juguetes: Un velero, una pelota, un pequeño camión y otras cosas más. -¡Mamá!- gritó Juan Pablo- ¡Ven a ver lo que me trajo el viejo de Pascua! La mamá llegó alegre y el niño gritaba y saltaba en la cama pleno de felicidad. -Pero Juan Pablo ¿por qué te pintaste la cara? -Fue un enano el que me la pintó mamá. Cuando estuvimos en el palacio de cristal donde se hacen los juguetes. Mi niño. Estás entero pintado. Pero te vez muy bonito así, pareces un verdadero muñequito -dijo Juanita, asombrada- y ¡mira! Pintaste a Gervasio también. ¿Qué lindos se ven los dos! -No, mamá -insistió el niño- Gervasio y yo fuimos pintados por un enano pintor de juguetes. -¡Ah! ¿Sí? -Sí. Llegó el viejo de Pascua en un inmenso trineo tirado por unos ciervos, tocando muchas campanitas y aterrizó frente a nosotros y me preguntó qué deseaba de regalo, y yo le dije que

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quieto. Sonaban las campanillas de los arneses y resoplaban los renos y el viejo haciendo restallar el látigo en el aire dio la señal para que descendieran. El trineo se detuvo frente al niño y el payaso. Ambos estaban mudos de emoción. Juan Pablo miraba al viejo con los ojos agrandados por el asombro y al ver su cara sonriente y bonachona, no tuvo miedo y se acercó a él para darle un beso de saludo. El viejo lo abrazó y el niño sintió la suave barba blanca en su cara. -¿Qué deseas que te traiga mañana? -preguntó el viejo. Y el niño contestó: Unos lápices de colores para pintarte, viejo de Pascua. -Así será- dijo el viejo. Ahora tengo mucho que hacer ya que debo cargar el trineo con todos estos juguetes que ves alrededor. Tendrás tu juguete, mi pequeño Juan Pablo y otros más que pondré a los pies de tu cama ¿Deseas ir a verlos? -¡Sí!- dijo el niño con entusiasmo. -Muy bien. Te daré un beso en la frente y estarás en tu cama. Diciendo esto, el viejo le dio el beso y el niño se quedó dormido. -Llévatelo Gervasio a su cama -ordenó el viejo- y no olvides de sacarte las zapatillas mágicas y dejarlas debajo de la cama de Juanita. -Así lo haré -contestó el payaso- y voló en menos de una fracción de segundo hasta la casa y la cama de Juan Pablo. El tiempo había dejado de estar estático y Juanita subía la escalera, los automóviles circulaban por las calles, los aviones ya no estaban inmóviles suspendidos en el cielo y las estrellas ahora

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hacía días que no probaban bocado. Otros no se daban cuenta de lo que recibían, y así, todo lo que puedas imaginar. Esto no me pertenece, pensaba Juanita. Es un regalo para ustedes. Alguien lo ha dejado debajo de mi cama para que yo lo distribuya en este día. Después de repartir todas las monedas, se volvió a pie a su casa porque se había olvidado de llevar dinero para movilizarse. Llegó cansada pero feliz. Y al entrar al dormitorio percibió que las zapatillas brillaban más que lo habitual en la oscuridad. Más bien brillaba el interior de ellas, porque había tres grandes diamantes como garbanzos. Junto a las zapatillas había un sobre con una blanca tarjeta. Ésta decía:

“Porque has dado todas las monedas de oro a los pobres el día de mi cumpleaños, tendrás como recompensa estas partículas del cielo.

Bella Juanita

Que seas muy feliz.

P.D.: Tu hijo será un gran pintor. Espero que me dedique algunas de sus obras.”

La tarjeta no estaba firmada, pero al final, a la derecha, estaba dibujado un niño Jesús sobre unos pañales y rodeado de la Santísima Virgen y San José, en un pesebre. Esa mañana Juan Pablo estaba pintando en un bloc de dibujo con sus lápices de colores. Entró Juanita y observó lo que pintaba.

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quería esta caja de lápices. -¡Qué grande y linda es! ¡Tantos lápices! Exclamó mamá. Juanita estaba desconcertada. No sabía cómo había aparecido esa valiosa caja y tampoco cómo habían sido pintados, el muñeco y el niño en esa forma tan linda. Esto debe ser algo mágico relacionado con las zapatillas, pensó y las fue a buscar al cajón de la cómoda donde acostumbraba a guardarlas. Pero al no encontrarlas, se acordó de que la noche anterior se las había puesto para ir al baño y a la vuelta las había dejado cerca de la cama. Se asomó debajo de la cama para sacarlas de allí y guardarlas en la cómoda, pero se dio cuenta de que estaban muy pesadas. -Con estas zapatillas uno puede tener cualquier sorpresa -se dijo. Al arrastrarlas hacia la alfombra vio que estaban repletas de antiguas monedas de oro. Esto debe ser una broma -pensó Juanita-. Deben ser esos chocolates que imitan monedas de oro, y tomando una, quiso sacarle la cubierta dorada, pero no pudo porque eran de oro macizo. Juanita, dichosa, vació sobre la alfombra las zapatillas y formó un montón que relucía a la luz del dormitorio. Al chocar las monedas hacían el característico ruido metálico. Le preguntó a sus padres, hermanos y amistades quién había sido el autor de este maravilloso y exagerado regalo, mas, nadie pudo darle una respuesta porque nada sabían, y entonces dado su carácter bondadoso y romántico, tuvo la idea de dar este regalo de Navidad a los pobres, y saliendo a la calle con una bolsa, repartió las monedas a los más necesitados. Algunos lloraban de gozo porque

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hacía días que no probaban bocado. Otros no se daban cuenta de lo que recibían, y así, todo lo que puedas imaginar. Esto no me pertenece, pensaba Juanita. Es un regalo para ustedes. Alguien lo ha dejado debajo de mi cama para que yo lo distribuya en este día. Después de repartir todas las monedas, se volvió a pie a su casa porque se había olvidado de llevar dinero para movilizarse. Llegó cansada pero feliz. Y al entrar al dormitorio percibió que las zapatillas brillaban más que lo habitual en la oscuridad. Más bien brillaba el interior de ellas, porque había tres grandes diamantes como garbanzos. Junto a las zapatillas había un sobre con una blanca tarjeta. Ésta decía:

“Porque has dado todas las monedas de oro a los pobres el día de mi cumpleaños, tendrás como recompensa estas partículas del cielo.

Bella Juanita

Que seas muy feliz.

P.D.: Tu hijo será un gran pintor. Espero que me dedique algunas de sus obras.”

La tarjeta no estaba firmada, pero al final, a la derecha, estaba dibujado un niño Jesús sobre unos pañales y rodeado de la Santísima Virgen y San José, en un pesebre. Esa mañana Juan Pablo estaba pintando en un bloc de dibujo con sus lápices de colores. Entró Juanita y observó lo que pintaba.

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quería esta caja de lápices. -¡Qué grande y linda es! ¡Tantos lápices! Exclamó mamá. Juanita estaba desconcertada. No sabía cómo había aparecido esa valiosa caja y tampoco cómo habían sido pintados, el muñeco y el niño en esa forma tan linda. Esto debe ser algo mágico relacionado con las zapatillas, pensó y las fue a buscar al cajón de la cómoda donde acostumbraba a guardarlas. Pero al no encontrarlas, se acordó de que la noche anterior se las había puesto para ir al baño y a la vuelta las había dejado cerca de la cama. Se asomó debajo de la cama para sacarlas de allí y guardarlas en la cómoda, pero se dio cuenta de que estaban muy pesadas. -Con estas zapatillas uno puede tener cualquier sorpresa -se dijo. Al arrastrarlas hacia la alfombra vio que estaban repletas de antiguas monedas de oro. Esto debe ser una broma -pensó Juanita-. Deben ser esos chocolates que imitan monedas de oro, y tomando una, quiso sacarle la cubierta dorada, pero no pudo porque eran de oro macizo. Juanita, dichosa, vació sobre la alfombra las zapatillas y formó un montón que relucía a la luz del dormitorio. Al chocar las monedas hacían el característico ruido metálico. Le preguntó a sus padres, hermanos y amistades quién había sido el autor de este maravilloso y exagerado regalo, mas, nadie pudo darle una respuesta porque nada sabían, y entonces dado su carácter bondadoso y romántico, tuvo la idea de dar este regalo de Navidad a los pobres, y saliendo a la calle con una bolsa, repartió las monedas a los más necesitados. Algunos lloraban de gozo porque

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uanita había trabajado desde la mañana hasta la noche. Necesitaba reponerse. Le dolían los pies. Estaba sola en la casa. Sus hijos habían salido y estaban donde unos amigos para estudiar los exámenes de fin de año. Ya estaban por entrar en la universidad y les iba bastante bien en sus estudios. Quisiera caminar por el hilo del tiempo -pensó Juanita-. Ser nuevamente una niña y gozar, gozar de la vida y de la naturaleza que me rodeaba cuando era pequeña. Recordó cuando salía de paseo con su mamá y todos sus hermanos, para darle tranquilidad a su papá porque estaba con jaqueca. En aquella época ella no sabía lo que era una jaqueca, pero su padre, que era médico, sí que sabía y tenía que trabajar escondiendo su dolor ante los enfermos con una sonrisa o con una cara apacible; debía razonar qué es lo que tenía el paciente y prescribir medicamentos. Deseó estar en las orillas del río Aconcagua; sin saber por qué se calzó las zapatillas mágicas que estaban sobre la alfombra, y sucedió lo que tenía que suceder. Las orillas estaban sosegadas y silenciosas. Detrás de los totorales una tagua llamaba a su pareja. Atardecía. Todo era tranquilidad y paz. De pronto se oyó un ruido de remos que provenían de un brazo

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-Es el viejo de Pascua, mamá- dijo el niño. -Mamá. -¿Sí? -¿Qué se celebra hoy? -Es el cumpleaños del niño Jesús. -¿Y el viejito de Pascua? -El viejo de Pascua se pone muy contento porque ha nacido el niño Dios y viaja por el mundo repartiendo juguetes a los niños. Así expresa su felicidad dándoles regalos a todos los niños en este día. -¿Es cierto que el viejo de Pascua detiene el tiempo cuando reparte los regalos? -Así es hijo. Sino, no podría repartir los juguetes a tantos niños que hay en la Tierra… El niño se quedó pensativo mientras dibujaba y balbuceó, yo lo detendré en este dibujo para que esté siempre conmigo.

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uanita había trabajado desde la mañana hasta la noche. Necesitaba reponerse. Le dolían los pies. Estaba sola en la casa. Sus hijos habían salido y estaban donde unos amigos para estudiar los exámenes de fin de año. Ya estaban por entrar en la universidad y les iba bastante bien en sus estudios. Quisiera caminar por el hilo del tiempo -pensó Juanita-. Ser nuevamente una niña y gozar, gozar de la vida y de la naturaleza que me rodeaba cuando era pequeña. Recordó cuando salía de paseo con su mamá y todos sus hermanos, para darle tranquilidad a su papá porque estaba con jaqueca. En aquella época ella no sabía lo que era una jaqueca, pero su padre, que era médico, sí que sabía y tenía que trabajar escondiendo su dolor ante los enfermos con una sonrisa o con una cara apacible; debía razonar qué es lo que tenía el paciente y prescribir medicamentos. Deseó estar en las orillas del río Aconcagua; sin saber por qué se calzó las zapatillas mágicas que estaban sobre la alfombra, y sucedió lo que tenía que suceder. Las orillas estaban sosegadas y silenciosas. Detrás de los totorales una tagua llamaba a su pareja. Atardecía. Todo era tranquilidad y paz. De pronto se oyó un ruido de remos que provenían de un brazo

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-Es el viejo de Pascua, mamá- dijo el niño. -Mamá. -¿Sí? -¿Qué se celebra hoy? -Es el cumpleaños del niño Jesús. -¿Y el viejito de Pascua? -El viejo de Pascua se pone muy contento porque ha nacido el niño Dios y viaja por el mundo repartiendo juguetes a los niños. Así expresa su felicidad dándoles regalos a todos los niños en este día. -¿Es cierto que el viejo de Pascua detiene el tiempo cuando reparte los regalos? -Así es hijo. Sino, no podría repartir los juguetes a tantos niños que hay en la Tierra… El niño se quedó pensativo mientras dibujaba y balbuceó, yo lo detendré en este dibujo para que esté siempre conmigo.

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-¿Paradero? ¿Qué es eso? -Ya lo verás. Los niños caminaron por un sendero rodeado con grandes arbustos y llegaron a una avenida con plátanos orientales. Había una vereda hecha de baldosas y la calle estaba pavimentada con piedras cinceladas como cubos, dispuestas una al lado de la otra. Entre la vereda y el pavimento había un trecho de tierra por donde pasaba una línea, que no era de ferrocarril sino de tranvías. Allí, adonde llegaron los dos niños, había una plataforma larga de concreto. -Este es el paradero- dijo el niño-. Aquí esperaremos que pase el tranvía. Apareció allá lejos, donde se juntaban los plátanos orientales. Venía balanceándose con el trole conectado en su extremo por una rueda metálica que giraba bajo un cable reluciente de cobre. Recién entonces Juanita se dio cuenta de que el cable pasaba por encima de sus cabezas, y que estaba sostenido por otros cables que llegaban a unos postes de hierro pintados de verde oscuro. El tranvía, de color amarillo, tenía un letrero blanco con el número 34 pintado negro. Se detuvo el tranvía y se abrieron unas puertas replegándose hacia los costados. Subieron los niños y el compañero de Juanita sacó dos monedas del bolsillo y se las dio a un hombre uniformado de gris que tenía una gorra parecida a la de los militares. Éste le dio dos boletos. -¿Quién es este señor? -preguntó Juanita. -Es el cobrador -¿Y el que va adelante?

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del río. Apareció un bote. Un niño venía remando y se dirigía hacia la orilla donde estaba Juanita. Entonces la niña le hizo señas para que la llevara al desembarcadero que estaba al otro lado, en la orilla opuesta, cerca de la desembocadura. Cuando Juanita saltó dentro del bote y pisó sobre la tabla del asiento de popa, el niño equilibró el bote con los remos y luego la miró con una expresión en sus ojos que denotaban felicidad a pesar de que su cara era seria, más bien triste. -¿Cómo te llamas? -preguntó Juanita. -Tú lo sabes- respondió el niño. -No. No sé. -Entonces no tiene importancia. Ponme el primer nombre que se te ocurra. Mientras Juanita pensaba en la multitud de nombres que le vinieron en esos instantes a la cabeza, el niño remaba y observaba distraídamente el paisaje. -¿Qué andabas haciendo en el río?-preguntó la niña. -Estaba pescando camarones. -¿Pescaste alguno? -No. Ninguno. ¿De que te ríes? -De que no hayas pescado ninguno. -No me importa. Lo pasé muy bien. El niño continuaba remando y el compás rítmico de los remos hacía sonar agudamente a una cuerda que amarraba el remo al tolete. -¿Te gustaría visitar mi casa?- dijo el niño. -Sí. -Allá -en mi casa- tengo una gran pajarera con catitas australianas. Son de varios colores. -Ven- ordenó el niño -bájate del bote y vamos al paradero.

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-¿Paradero? ¿Qué es eso? -Ya lo verás. Los niños caminaron por un sendero rodeado con grandes arbustos y llegaron a una avenida con plátanos orientales. Había una vereda hecha de baldosas y la calle estaba pavimentada con piedras cinceladas como cubos, dispuestas una al lado de la otra. Entre la vereda y el pavimento había un trecho de tierra por donde pasaba una línea, que no era de ferrocarril sino de tranvías. Allí, adonde llegaron los dos niños, había una plataforma larga de concreto. -Este es el paradero- dijo el niño-. Aquí esperaremos que pase el tranvía. Apareció allá lejos, donde se juntaban los plátanos orientales. Venía balanceándose con el trole conectado en su extremo por una rueda metálica que giraba bajo un cable reluciente de cobre. Recién entonces Juanita se dio cuenta de que el cable pasaba por encima de sus cabezas, y que estaba sostenido por otros cables que llegaban a unos postes de hierro pintados de verde oscuro. El tranvía, de color amarillo, tenía un letrero blanco con el número 34 pintado negro. Se detuvo el tranvía y se abrieron unas puertas replegándose hacia los costados. Subieron los niños y el compañero de Juanita sacó dos monedas del bolsillo y se las dio a un hombre uniformado de gris que tenía una gorra parecida a la de los militares. Éste le dio dos boletos. -¿Quién es este señor? -preguntó Juanita. -Es el cobrador -¿Y el que va adelante?

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del río. Apareció un bote. Un niño venía remando y se dirigía hacia la orilla donde estaba Juanita. Entonces la niña le hizo señas para que la llevara al desembarcadero que estaba al otro lado, en la orilla opuesta, cerca de la desembocadura. Cuando Juanita saltó dentro del bote y pisó sobre la tabla del asiento de popa, el niño equilibró el bote con los remos y luego la miró con una expresión en sus ojos que denotaban felicidad a pesar de que su cara era seria, más bien triste. -¿Cómo te llamas? -preguntó Juanita. -Tú lo sabes- respondió el niño. -No. No sé. -Entonces no tiene importancia. Ponme el primer nombre que se te ocurra. Mientras Juanita pensaba en la multitud de nombres que le vinieron en esos instantes a la cabeza, el niño remaba y observaba distraídamente el paisaje. -¿Qué andabas haciendo en el río?-preguntó la niña. -Estaba pescando camarones. -¿Pescaste alguno? -No. Ninguno. ¿De que te ríes? -De que no hayas pescado ninguno. -No me importa. Lo pasé muy bien. El niño continuaba remando y el compás rítmico de los remos hacía sonar agudamente a una cuerda que amarraba el remo al tolete. -¿Te gustaría visitar mi casa?- dijo el niño. -Sí. -Allá -en mi casa- tengo una gran pajarera con catitas australianas. Son de varios colores. -Ven- ordenó el niño -bájate del bote y vamos al paradero.

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que impulsaba velocidad la hizo rotar lentamente hacia la derecha y el tranvía empezó a desplazarse cada vez más rápido hasta llegar al próximo paradero. -Aquí tenemos que bajarnos- dijo el niño y apretó el botón negro de un timbre metálico que sobresalía de una barra de acero vertical. El tranvía se detuvo y se bajaron los dos niños junto con otros pasajeros. -¡Qué lindo es este coche! Dijo Juanita. -No es un coche- corrigió el niño. Se llama tranvía, pero nosotros le decimos carro. Yo tomo todos los días el carro para ir al colegio. Apúrate; tenemos que llegar luego porque tengo que hacer muchas cosas. -¿Las tareas? -No. Tengo que cazar gorriones y tocar en el autopiano. -¿Tienes un piano? -No. Un autopiano. -¿Es un auto con un piano? -¡No! Es un piano que tiene rollos de papel. Tú empujas los pedales y las teclas del piano se mueven solas como si un fantasma las estuviera tocando. Llegaron a una casa de un piso con un frondoso jardín. El niño abrió la puerta de hierro e invitó a la niña a entrar, pero no entraron a la casa sino que se dirigieron a través del jardín por un sendero de cemento, hacia el fondo, donde había un bosquecillo de eucaliptos. Allí, el niño hizo callar a Juanita y sigilosamente sacó una honda del bolsillo de su chaqueta y recogió una piedra del suelo. Cargó la honda y apuntó.

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-Es el conductor. -¿Cuánto vale el pasaje? -Veinte centavos -respondió el niño. -¿Centavos? No los conozco. Yo conozco los escudos. -¿Escudos? Replicó el niño. Estos son centavos de peso. Las puertas se habían cerrado y el tranvía comenzó su marcha.Entre los pasajeros, además de los adultos, había numerosos colegiales que vestían uniformes y “jockey” puestos en la cabeza. Todos iban con camisa y corbata y una vistosa insignia de género estaba pegada en el bolsillo alto de cada chaqueta. -Pasemos hacia la plataforma delantera donde está el maquinista- insistió el niño. Juanita, que se había sentado en uno de los asientos del carro, se levantó y siguió a su compañero hacia la parte de adelante. Allí estaba sentado, en un piso semejante a los pisos de los bares, el conductor de la máquina. Al frente tenía una manivela que la hacia girar lentamente hacia la derecha y esto le daba más velocidad al tranvía. Después de un recorrido de dos a tres cuadras, movía hacia la izquierda la palanca y le daba vueltas a una rueda de hierro dispuesta a su derecha en posición vertical. Era el freno. Después de varios giros apresurados a la rueda, el carro disminuyó su velocidad hasta detenerse. El maquinista abrió las puertas mediante una pequeña palanca metálica que funcionaba con aire comprimido. Ésta hacía un ruido característico, como un resoplido, cuando se abrían las puertas hacia los costados. Luego una campanilla tocada por el cobrador anunció que los pasajeros habían subido. El maquinista cerró las puertas. La rueda vertical del freno la hizo girar al revés y la manivela

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que impulsaba velocidad la hizo rotar lentamente hacia la derecha y el tranvía empezó a desplazarse cada vez más rápido hasta llegar al próximo paradero. -Aquí tenemos que bajarnos- dijo el niño y apretó el botón negro de un timbre metálico que sobresalía de una barra de acero vertical. El tranvía se detuvo y se bajaron los dos niños junto con otros pasajeros. -¡Qué lindo es este coche! Dijo Juanita. -No es un coche- corrigió el niño. Se llama tranvía, pero nosotros le decimos carro. Yo tomo todos los días el carro para ir al colegio. Apúrate; tenemos que llegar luego porque tengo que hacer muchas cosas. -¿Las tareas? -No. Tengo que cazar gorriones y tocar en el autopiano. -¿Tienes un piano? -No. Un autopiano. -¿Es un auto con un piano? -¡No! Es un piano que tiene rollos de papel. Tú empujas los pedales y las teclas del piano se mueven solas como si un fantasma las estuviera tocando. Llegaron a una casa de un piso con un frondoso jardín. El niño abrió la puerta de hierro e invitó a la niña a entrar, pero no entraron a la casa sino que se dirigieron a través del jardín por un sendero de cemento, hacia el fondo, donde había un bosquecillo de eucaliptos. Allí, el niño hizo callar a Juanita y sigilosamente sacó una honda del bolsillo de su chaqueta y recogió una piedra del suelo. Cargó la honda y apuntó.

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-Es el conductor. -¿Cuánto vale el pasaje? -Veinte centavos -respondió el niño. -¿Centavos? No los conozco. Yo conozco los escudos. -¿Escudos? Replicó el niño. Estos son centavos de peso. Las puertas se habían cerrado y el tranvía comenzó su marcha.Entre los pasajeros, además de los adultos, había numerosos colegiales que vestían uniformes y “jockey” puestos en la cabeza. Todos iban con camisa y corbata y una vistosa insignia de género estaba pegada en el bolsillo alto de cada chaqueta. -Pasemos hacia la plataforma delantera donde está el maquinista- insistió el niño. Juanita, que se había sentado en uno de los asientos del carro, se levantó y siguió a su compañero hacia la parte de adelante. Allí estaba sentado, en un piso semejante a los pisos de los bares, el conductor de la máquina. Al frente tenía una manivela que la hacia girar lentamente hacia la derecha y esto le daba más velocidad al tranvía. Después de un recorrido de dos a tres cuadras, movía hacia la izquierda la palanca y le daba vueltas a una rueda de hierro dispuesta a su derecha en posición vertical. Era el freno. Después de varios giros apresurados a la rueda, el carro disminuyó su velocidad hasta detenerse. El maquinista abrió las puertas mediante una pequeña palanca metálica que funcionaba con aire comprimido. Ésta hacía un ruido característico, como un resoplido, cuando se abrían las puertas hacia los costados. Luego una campanilla tocada por el cobrador anunció que los pasajeros habían subido. El maquinista cerró las puertas. La rueda vertical del freno la hizo girar al revés y la manivela

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demasiado sabias para que salieran de la boca de un mozalbete de unos diez años de edad. -El tiempo no es como tú crees- dijo. No es como una cuerda por la cual te equilibras, desplazándote para adelante y para atrás. El tiempo es como uno de esos vastos potreros que están frente a nosotros y que están separados por cercas de alambre. Cada tiempo tiene su territorio y está “junto” a otro tiempo. Están todos ahí. Desde aquí los puedes observar. Si tú quieres pasar de un tiempo a otro, debes de atravesar el cerco de alambre. A veces es difícil. Es doloroso… Volvamos. Va a llegar la noche y no conviene bajar a oscuras. Los niños deshicieron el camino y llegaron nuevamente al bosquecillo de eucaliptos. Los gorriones habían regresado pero ahora permanecían callados. -Quiero conocer tu autopiano - dijo Juanita. ¿Hay alguien en la casa? -No. No creo que haya alguien. -¿Siempre pasas solo? ¿No tienes padres? -Sí. Tengo un papá y una mamá, y un hermano. Pero siempre paso solo… Ven. Entra. El niño guió a la niña por un gran escritorio y luego pasaron a un salón donde estaba un piano vertical. El niño sacó un rollo del autopiano, lo desenrolló en el suelo y lo enrolló al revés. Luego, lo colocó en un nicho que había en el centro del piano y abriendo una tapa que existía por encima de los pedales, sacó otros pedales más grandes y los empezó a empujar alternativamente. El piano empezó a tocar. Las teclas se hundían como si unas manos invisibles las

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En el bosquecillo se escuchaba un chillido ensordecedor de numerosos gorriones que habían llegado para pasar la noche allí. El Sol se había escondido detrás de los tejados y el cielo estaba teñido difusamente de un suave color rosa. Salió disparada la piedra pero no dio en el blanco. Sólo se oyó un golpe seco contra una de las ramas y de inmediato salió volando una bandada de pajarillos que se perdió sobre los techos de las casas. -¿Por qué haces eso? Preguntó la niña. No deberías matarlos. -No los mato- respondió el niño. Siempre paso a media cuarta del gorrión que le apunto. -Ven. Súbete por esta muralla, recorramos el techo de la casa. -Este debe ser el niño que casi me hizo pedazos con la piedra que me lanzó con su honda cuando yo estaba convertida en una pajarita- pensó Juanita. -¡Ven! Llamó el niño. ¡No tengas miedo! Yo te ayudaré. Juanita lo siguió vacilante y fue ayudada por el niño en las subidas más difíciles. Crujían las tejas de greda con el peso de los cuerpos de ambos aventureros que gateaban en cuatro patas hasta llegar a la parte más alta del techo. El espectáculo era grandioso. Al fondo, la cordillera de los Andes. En esos momentos la luna llena ascendía lentamente sobre las cumbres nevadas. La noche no había llegado aún y los niños cansados por la escalada, se sentaron en el filo del tejado a contemplar este hermoso panorama. Los faldeos de la cordillera no se veían poblados y llegaban suavemente hasta un poco más allá de donde estaban los niños. Entonces el niño, sin mirarla murmuró unas palabras y Juanita escuchó algo que nunca iba a olvidar, porque eran palabras

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demasiado sabias para que salieran de la boca de un mozalbete de unos diez años de edad. -El tiempo no es como tú crees- dijo. No es como una cuerda por la cual te equilibras, desplazándote para adelante y para atrás. El tiempo es como uno de esos vastos potreros que están frente a nosotros y que están separados por cercas de alambre. Cada tiempo tiene su territorio y está “junto” a otro tiempo. Están todos ahí. Desde aquí los puedes observar. Si tú quieres pasar de un tiempo a otro, debes de atravesar el cerco de alambre. A veces es difícil. Es doloroso… Volvamos. Va a llegar la noche y no conviene bajar a oscuras. Los niños deshicieron el camino y llegaron nuevamente al bosquecillo de eucaliptos. Los gorriones habían regresado pero ahora permanecían callados. -Quiero conocer tu autopiano - dijo Juanita. ¿Hay alguien en la casa? -No. No creo que haya alguien. -¿Siempre pasas solo? ¿No tienes padres? -Sí. Tengo un papá y una mamá, y un hermano. Pero siempre paso solo… Ven. Entra. El niño guió a la niña por un gran escritorio y luego pasaron a un salón donde estaba un piano vertical. El niño sacó un rollo del autopiano, lo desenrolló en el suelo y lo enrolló al revés. Luego, lo colocó en un nicho que había en el centro del piano y abriendo una tapa que existía por encima de los pedales, sacó otros pedales más grandes y los empezó a empujar alternativamente. El piano empezó a tocar. Las teclas se hundían como si unas manos invisibles las

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En el bosquecillo se escuchaba un chillido ensordecedor de numerosos gorriones que habían llegado para pasar la noche allí. El Sol se había escondido detrás de los tejados y el cielo estaba teñido difusamente de un suave color rosa. Salió disparada la piedra pero no dio en el blanco. Sólo se oyó un golpe seco contra una de las ramas y de inmediato salió volando una bandada de pajarillos que se perdió sobre los techos de las casas. -¿Por qué haces eso? Preguntó la niña. No deberías matarlos. -No los mato- respondió el niño. Siempre paso a media cuarta del gorrión que le apunto. -Ven. Súbete por esta muralla, recorramos el techo de la casa. -Este debe ser el niño que casi me hizo pedazos con la piedra que me lanzó con su honda cuando yo estaba convertida en una pajarita- pensó Juanita. -¡Ven! Llamó el niño. ¡No tengas miedo! Yo te ayudaré. Juanita lo siguió vacilante y fue ayudada por el niño en las subidas más difíciles. Crujían las tejas de greda con el peso de los cuerpos de ambos aventureros que gateaban en cuatro patas hasta llegar a la parte más alta del techo. El espectáculo era grandioso. Al fondo, la cordillera de los Andes. En esos momentos la luna llena ascendía lentamente sobre las cumbres nevadas. La noche no había llegado aún y los niños cansados por la escalada, se sentaron en el filo del tejado a contemplar este hermoso panorama. Los faldeos de la cordillera no se veían poblados y llegaban suavemente hasta un poco más allá de donde estaban los niños. Entonces el niño, sin mirarla murmuró unas palabras y Juanita escuchó algo que nunca iba a olvidar, porque eran palabras

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frenada que lo hizo girar sobre sí mismo y le preguntó a la niña. -¿Quieres conocer mis soldados? ¡Tengo mil! Y están todos, no en cajas, sino formados en un estante en mi dormitorio. La niña quiso contestarle pero el niño ya se había lanzado a patinar y había desaparecido nuevamente. Después de un corto rato, apareció en la sala de atrás y le comunicó a Juanita que en su laboratorio de química, estaba fabricando hidrógeno. -¿Deseas conocer mi laboratorio? -Ven. Y tomando de la mano a la niña empezó a patinar y Juanita tuvo que correr tras él. Saltó por una puerta al jardín y avanzó dificultosamente con sus patines por un sendero de cemento hasta el bosquecillo. Ahí había un garaje y detrás de éste, una habitación con muebles viejos. El niño abrió la puerta y le mostró su laboratorio. Sobre un mesón de madera había unos frascos de vidrio, tubos de ensayo, una probeta y un mechero. -Es muy simple- explicó el niño. Echas estas monedas de cobre en ácido clorhídrico y se desprende hidrógeno que lo recibes en esta campana donde burbujea este tubo debajo del agua. ¿Quieres presenciar el experimento? -Bueno. Dijo Juanita con cierta indiferencia. El niño sacó de un estante, una botella con un líquido amarillento. En la etiqueta de la botella estaba dibujada una calavera con dos tibias cruzadas. -Debe de ser un terrible veneno- pensó Juanita. El niño vació parte del contenido de la botella en la probeta, después echó unas monedas de cobre y tapó la probeta. Las monedas empezaron a hervir dentro del ácido y salió un

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tocaran. Y la música ¡Qué música! ¡Era horrible! Eso no era música. Era un sin fin de notas descompasadas. Pero llegó un corto instante en que se oyó una melodía deliciosa. Bellísima. -Esta música es inventada por mí, dijo el niño, en voz alta para hacerse oír. -Tu y yo somos los únicos en el mundo que hemos escuchado esta melodía. -Déjame tocarla- pidió Juanita, y el niño bajándose del asiento le cedió el lugar. La niña pedaleaba pero la melodía armoniosa había desaparecido y nuevamente se oían las notas desconcertantes. -Esto me recuerda -pensó Juanita- a la orquesta del gnomo Lima cuando Tranco lo hacía rabiar con la zapatilla mágica. De pronto se oyó un ruido de ruedas metálicas que venían corriendo sobre el reluciente piso encerado. Era el niño, que ahora con patines de ruedas, llegaba a gran velocidad cerca de Juanita y se perdía de vista pasando a otra habitación. Al parecer, el niño hacía el recorrido por todas las habitaciones de la casa que se conectaban entre ellas con las puertas abiertas. Al pasar nuevamente junto a Juanita, que estaba tocando el autopiano, ésta le gritó: ¡Oye! ¿Tú mamá no se enoja si rayas el piso con las ruedas de los patines? -¡Esa es la ópera de Fausto de Gounod!- respondió el niño. ¡Estás tocando el aria de Mefistófeles al revés! Juanita quiso preguntarle otra cosa, pero el niño había desaparecido nuevamente. Solamente se veían las huellas de las ruedas en el encerado. Cuando apareció otra vez, se detuvo al lado de ella con una

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frenada que lo hizo girar sobre sí mismo y le preguntó a la niña. -¿Quieres conocer mis soldados? ¡Tengo mil! Y están todos, no en cajas, sino formados en un estante en mi dormitorio. La niña quiso contestarle pero el niño ya se había lanzado a patinar y había desaparecido nuevamente. Después de un corto rato, apareció en la sala de atrás y le comunicó a Juanita que en su laboratorio de química, estaba fabricando hidrógeno. -¿Deseas conocer mi laboratorio? -Ven. Y tomando de la mano a la niña empezó a patinar y Juanita tuvo que correr tras él. Saltó por una puerta al jardín y avanzó dificultosamente con sus patines por un sendero de cemento hasta el bosquecillo. Ahí había un garaje y detrás de éste, una habitación con muebles viejos. El niño abrió la puerta y le mostró su laboratorio. Sobre un mesón de madera había unos frascos de vidrio, tubos de ensayo, una probeta y un mechero. -Es muy simple- explicó el niño. Echas estas monedas de cobre en ácido clorhídrico y se desprende hidrógeno que lo recibes en esta campana donde burbujea este tubo debajo del agua. ¿Quieres presenciar el experimento? -Bueno. Dijo Juanita con cierta indiferencia. El niño sacó de un estante, una botella con un líquido amarillento. En la etiqueta de la botella estaba dibujada una calavera con dos tibias cruzadas. -Debe de ser un terrible veneno- pensó Juanita. El niño vació parte del contenido de la botella en la probeta, después echó unas monedas de cobre y tapó la probeta. Las monedas empezaron a hervir dentro del ácido y salió un

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tocaran. Y la música ¡Qué música! ¡Era horrible! Eso no era música. Era un sin fin de notas descompasadas. Pero llegó un corto instante en que se oyó una melodía deliciosa. Bellísima. -Esta música es inventada por mí, dijo el niño, en voz alta para hacerse oír. -Tu y yo somos los únicos en el mundo que hemos escuchado esta melodía. -Déjame tocarla- pidió Juanita, y el niño bajándose del asiento le cedió el lugar. La niña pedaleaba pero la melodía armoniosa había desaparecido y nuevamente se oían las notas desconcertantes. -Esto me recuerda -pensó Juanita- a la orquesta del gnomo Lima cuando Tranco lo hacía rabiar con la zapatilla mágica. De pronto se oyó un ruido de ruedas metálicas que venían corriendo sobre el reluciente piso encerado. Era el niño, que ahora con patines de ruedas, llegaba a gran velocidad cerca de Juanita y se perdía de vista pasando a otra habitación. Al parecer, el niño hacía el recorrido por todas las habitaciones de la casa que se conectaban entre ellas con las puertas abiertas. Al pasar nuevamente junto a Juanita, que estaba tocando el autopiano, ésta le gritó: ¡Oye! ¿Tú mamá no se enoja si rayas el piso con las ruedas de los patines? -¡Esa es la ópera de Fausto de Gounod!- respondió el niño. ¡Estás tocando el aria de Mefistófeles al revés! Juanita quiso preguntarle otra cosa, pero el niño había desaparecido nuevamente. Solamente se veían las huellas de las ruedas en el encerado. Cuando apareció otra vez, se detuvo al lado de ella con una

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-Juanita: ¿No te habías dado cuenta? Yo soy tu papá… En esos instantes se oyó una explosión y saltaron lejos los tubos. Juanita se encontró sentada en su cama con las zapatillas mágicas. Sonreía, mientras se sacaba las zapatillas.

-Este papá ¡Qué cosas hacía cuando era niño! Qué entretenido estuvo todo aquello, en la casa del tiempo…

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humo espeso y rojizo que ascendió por el tubo de vidrio. A los pocos segundos el tubo debajo de la campana burbujeaba debajo del agua y el gas se acumulaba. -Eso que ves es hidrógeno- dijo el niño. Es el combustible que voy a usar en mi cohete para el viaje a la Luna. Aquí están los dibujos del cohete que voy a emplear en este viaje. Tengo aún que inventar el motor. Fíjate que la nave no tiene hélices sino un tubo en la cola y las alas son pequeñas y pegadas a lo largo del fuselaje. -Tengo hambre- dijo la niña. Me aburren todos estos experimentos. ¿Tienes algo de comer? -Sí- dijo el niño. Acabo de cocinar una cola de congrio que me dio Carmela, la cocinera ¿Te gustaría comerla con hojas de cardenales? -¿Una cola? ¿Y tiene carne? -No. Es la pura aleta. -¡Que asco! Exclamó Juanita, enojada. ¿No puedes darme una tajada de torta? -¿Torta? Llegan docenas de tortas y ramos de flores, solamente para el día de San Juan. -¿Y cuándo es ese día? Preguntó interesada Juanita. -No lo sé- contestó el niño con indiferencia. Vamos a comprobar que esto es hidrógeno. Le pondremos fuego. ¡Ya sé!- Dijo Juanita- que nombre te pondré. Te pondré Fernando. Así se llama mi hermano y mi papá. El niño la miró sonriente y le dijo, mientras encendía un fósforo y lo acercaba al gas.

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-Juanita: ¿No te habías dado cuenta? Yo soy tu papá… En esos instantes se oyó una explosión y saltaron lejos los tubos. Juanita se encontró sentada en su cama con las zapatillas mágicas. Sonreía, mientras se sacaba las zapatillas.

-Este papá ¡Qué cosas hacía cuando era niño! Qué entretenido estuvo todo aquello, en la casa del tiempo…

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humo espeso y rojizo que ascendió por el tubo de vidrio. A los pocos segundos el tubo debajo de la campana burbujeaba debajo del agua y el gas se acumulaba. -Eso que ves es hidrógeno- dijo el niño. Es el combustible que voy a usar en mi cohete para el viaje a la Luna. Aquí están los dibujos del cohete que voy a emplear en este viaje. Tengo aún que inventar el motor. Fíjate que la nave no tiene hélices sino un tubo en la cola y las alas son pequeñas y pegadas a lo largo del fuselaje. -Tengo hambre- dijo la niña. Me aburren todos estos experimentos. ¿Tienes algo de comer? -Sí- dijo el niño. Acabo de cocinar una cola de congrio que me dio Carmela, la cocinera ¿Te gustaría comerla con hojas de cardenales? -¿Una cola? ¿Y tiene carne? -No. Es la pura aleta. -¡Que asco! Exclamó Juanita, enojada. ¿No puedes darme una tajada de torta? -¿Torta? Llegan docenas de tortas y ramos de flores, solamente para el día de San Juan. -¿Y cuándo es ese día? Preguntó interesada Juanita. -No lo sé- contestó el niño con indiferencia. Vamos a comprobar que esto es hidrógeno. Le pondremos fuego. ¡Ya sé!- Dijo Juanita- que nombre te pondré. Te pondré Fernando. Así se llama mi hermano y mi papá. El niño la miró sonriente y le dijo, mientras encendía un fósforo y lo acercaba al gas.

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uanita había caminado por la playa solitaria, un día al atardecer. Se había encontrado con un pequeño trozo de vidrio de botella. Éste estaba pulido por el roce de la

arena. Sus suaves bordes y sus caras eran las de un vidrio esmerilado. El trozo de vidrio había perdido su transparencia y parecía una vieja gema, una antigua piedra preciosa de quizás qué remotas épocas. La recogió y la echó al bolsillo de su vestido. Cuando llegó a casa, se acordó de que no había preparado la comida para sus hijos. -Les haré una sopa- pensó; como hacía calor, se sacó la blusa y se puso un delantal que tenía para cocinar. Pero al sacarse la blusa, se cayó el trozo de vidrio pulido y se metió dentro de una zapatilla mágica, Juanita al tratar de extraerlo de allí, se encontró caminando por un desierto de arena, con las zapatillas mágicas puestas y la gema en la mano. El cielo se veía con una suave tonalidad azul celeste. La media luna se divisaba tenuemente allá lejos y una luminosa estrella se desplazaba lentamente atravesando la bóveda del firmamento. Muy lejos, Juanita divisó tres puntos oscuros que avanzaban por el desierto, se aproximaban e iban a pasar cerca de ella. Eran tres dromedarios que marchaban con su armonioso balanceo a través del océano de arena gris. En ellos montaban tres jinetes. Iban silenciosos observando el cielo. Juanita estaba fascinada con esta escena porque pensó que

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uanita había caminado por la playa solitaria, un día al atardecer. Se había encontrado con un pequeño trozo de vidrio de botella. Éste estaba pulido por el roce de la

arena. Sus suaves bordes y sus caras eran las de un vidrio esmerilado. El trozo de vidrio había perdido su transparencia y parecía una vieja gema, una antigua piedra preciosa de quizás qué remotas épocas. La recogió y la echó al bolsillo de su vestido. Cuando llegó a casa, se acordó de que no había preparado la comida para sus hijos. -Les haré una sopa- pensó; como hacía calor, se sacó la blusa y se puso un delantal que tenía para cocinar. Pero al sacarse la blusa, se cayó el trozo de vidrio pulido y se metió dentro de una zapatilla mágica, Juanita al tratar de extraerlo de allí, se encontró caminando por un desierto de arena, con las zapatillas mágicas puestas y la gema en la mano. El cielo se veía con una suave tonalidad azul celeste. La media luna se divisaba tenuemente allá lejos y una luminosa estrella se desplazaba lentamente atravesando la bóveda del firmamento. Muy lejos, Juanita divisó tres puntos oscuros que avanzaban por el desierto, se aproximaban e iban a pasar cerca de ella. Eran tres dromedarios que marchaban con su armonioso balanceo a través del océano de arena gris. En ellos montaban tres jinetes. Iban silenciosos observando el cielo. Juanita estaba fascinada con esta escena porque pensó que

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Los músicos tocaban instrumentos de bronce similares a trompetas, también instrumentos de cuerdas parecidos a las liras o arpas y tambores que marcaban el compás. La procesión, portando estandartes y grandes abanicos, se dirigía al lugar donde estaba Juanita y ésta, con mucho susto, corrió a esconderse detrás de una palmera al término de la avenida. El gentío se detuvo a los pies de la Esfinge y clavando los estandartes en el suelo, empezaron a quemar incienso y otras hierbas aromáticas en unos cubiles de cobre. Luego, tres sacerdotes entraron por el pasillo que había descubierto Juanita. Iban acompañados por esclavos que iluminaban toda la escena con antorchas. Juanita estaba tan fascinada con este espectáculo, que no se dio cuenta de que era observada. Era un soldado que estaba a su lado.Están entrando al interior de la pirámide por un pasillo secreto que recién se había abierto cuando tú lo descubriste- dijo el soldado. -¿Qué hacen allí dentro? Preguntó Juanita, turbada por la emoción y el miedo de saberse descubierta. Allí practican ritos secretos que son la máxima sabiduría del Reino. Nadie los ha presenciado y si lo han hecho, guardan el secreto con la muerte. Se dice que se salen de su cuerpo y una de sus almas viaja por el espacio eterno y es capaz de presenciar cómo la sombra de la Tierra se proyecta sobre el dios Anubis, el dios de los muertos. -Pero, ¿cómo salen de su cuerpo? Preguntó Juanita. Es un secreto que no te puedo revelar porque lo desconozco. Sólo podría decirte que eligen una de las tantas almas que están superpuestas en nuestros cuerpos. Niña. Me has caído simpática ¿Cómo llegaste hasta aquí

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estos viajeros del desierto podían ser algo semejante a lo que fueron los Reyes Magos, y esa luz que veía en el cielo, podría ser la estrella misteriosa venida del Oriente. Pero no eran jinetes o viajeros parecidos a los Reyes Magos. ¡Eran los Reyes Magos! Iban con sus camellos cargados con oro, incienso y mirra, regalos cuyo destino era un pesebre en un pueblito de pastores llamado Bethlehem. Lugar del pan. Juanita corrió hacia ellos cuando pasaban cerca y les preguntó si podrían sacarla de allí. -No podemos, niña querida- respondió uno de ellos. Pero no te aflijas. Tú tienes un curioso y mágico talismán que veo en tu mano. Tiene misteriosos poderes. Póntelo entre tu dedo gordo y el segundo dedo de tu pié derecho y saldrás de este desierto en el acto. Nosotros tenemos que seguir nuestra ruta de ofrenda y destino hacia algo sagrado que aún tenemos que descubrir. No podemos desviarnos en nuestro camino. Juanita siguió el consejo de los magos y sacándose una zapatilla mágica introdujo el trozo de vidrio esmerilado entre los dos dedos y en ese instante se encontró frente a la Esfinge en Egipto. Estaba entre dos dedos de una de las patas de la Esfinge. Allí había una abertura hacia un tenebroso pasadizo. La noche era de un color azul oscuro y la estrella de Oriente ya no estaba en el cielo. Por una avenida, adornada con palmeras en ambos lados, venía una procesión. Estaba formada por sacerdotes de alto rango, guerreros, músicos, esclavos y otras personas que Juanita no pudo distinguir en la oscuridad.

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Los músicos tocaban instrumentos de bronce similares a trompetas, también instrumentos de cuerdas parecidos a las liras o arpas y tambores que marcaban el compás. La procesión, portando estandartes y grandes abanicos, se dirigía al lugar donde estaba Juanita y ésta, con mucho susto, corrió a esconderse detrás de una palmera al término de la avenida. El gentío se detuvo a los pies de la Esfinge y clavando los estandartes en el suelo, empezaron a quemar incienso y otras hierbas aromáticas en unos cubiles de cobre. Luego, tres sacerdotes entraron por el pasillo que había descubierto Juanita. Iban acompañados por esclavos que iluminaban toda la escena con antorchas. Juanita estaba tan fascinada con este espectáculo, que no se dio cuenta de que era observada. Era un soldado que estaba a su lado.Están entrando al interior de la pirámide por un pasillo secreto que recién se había abierto cuando tú lo descubriste- dijo el soldado. -¿Qué hacen allí dentro? Preguntó Juanita, turbada por la emoción y el miedo de saberse descubierta. Allí practican ritos secretos que son la máxima sabiduría del Reino. Nadie los ha presenciado y si lo han hecho, guardan el secreto con la muerte. Se dice que se salen de su cuerpo y una de sus almas viaja por el espacio eterno y es capaz de presenciar cómo la sombra de la Tierra se proyecta sobre el dios Anubis, el dios de los muertos. -Pero, ¿cómo salen de su cuerpo? Preguntó Juanita. Es un secreto que no te puedo revelar porque lo desconozco. Sólo podría decirte que eligen una de las tantas almas que están superpuestas en nuestros cuerpos. Niña. Me has caído simpática ¿Cómo llegaste hasta aquí

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estos viajeros del desierto podían ser algo semejante a lo que fueron los Reyes Magos, y esa luz que veía en el cielo, podría ser la estrella misteriosa venida del Oriente. Pero no eran jinetes o viajeros parecidos a los Reyes Magos. ¡Eran los Reyes Magos! Iban con sus camellos cargados con oro, incienso y mirra, regalos cuyo destino era un pesebre en un pueblito de pastores llamado Bethlehem. Lugar del pan. Juanita corrió hacia ellos cuando pasaban cerca y les preguntó si podrían sacarla de allí. -No podemos, niña querida- respondió uno de ellos. Pero no te aflijas. Tú tienes un curioso y mágico talismán que veo en tu mano. Tiene misteriosos poderes. Póntelo entre tu dedo gordo y el segundo dedo de tu pié derecho y saldrás de este desierto en el acto. Nosotros tenemos que seguir nuestra ruta de ofrenda y destino hacia algo sagrado que aún tenemos que descubrir. No podemos desviarnos en nuestro camino. Juanita siguió el consejo de los magos y sacándose una zapatilla mágica introdujo el trozo de vidrio esmerilado entre los dos dedos y en ese instante se encontró frente a la Esfinge en Egipto. Estaba entre dos dedos de una de las patas de la Esfinge. Allí había una abertura hacia un tenebroso pasadizo. La noche era de un color azul oscuro y la estrella de Oriente ya no estaba en el cielo. Por una avenida, adornada con palmeras en ambos lados, venía una procesión. Estaba formada por sacerdotes de alto rango, guerreros, músicos, esclavos y otras personas que Juanita no pudo distinguir en la oscuridad.

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le dijo: Este no es tu destino hija querida ¡debes salir de aquí! Piensa en tus hijos. Entonces vino el ángel de Juanita y cogiéndola de una mano se la llevó lejos de esa horrorosa escena. Juanita despertó de esta visión y temblorosa se puso la gema entre el tercer y cuarto ortejo… Se encontró en el fondo de una gran quebrada. Ésta estaba cubierta de cadáveres y heridos. Desde los bordes, allá arriba, disparaban soldados enemigos. El batallón de abajo se defendía disparando hacia las alturas. El abanderado estaba herido de muerte y también el comandante del regimiento. Ambos agonizaban. La escena era terrible y Juanita no era capaz de soportarla. Deseaba correr hacia diferentes lugares y socorrer a los heridos, vendarle sus heridas, darles agua, en fin, cualquier cosa. Un oficial había tomado la bandera del camarada ya muerto, y marchaba ahora junto con los pocos sobrevivientes en medio de la balacera. Al pasar al lado de Juanita, le gritó, para hacerse oír entre los estampidos de la fusilería y los gemidos de los heridos: ¡Niña! ¡Sal de aquí! ¡No debes de estar en este lugar! ¿Era su ángel nuevamente? Juanita comprendió el mensaje de este héroe y colocándose la gema entre el cuarto y quinto dedo del pie, se encontró en su casa, sentada en una silla frente a su cama. En esos momentos los hijos subieron corriendo la escalera, entraron al dormitorio y le preguntaron. -¡Mamá! ¿Qué nos tienes de comer? -Les tengo sopa. -¿Cómo se llama esa sopa?

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burlando a todos los guardias? ¿De dónde vienes? -Llegué poniéndome esta gema entre los dedos del pié. -Pues, ponte pronto la gema donde mismo, porque mi obligación es no prenderte sino matarte de inmediato por haber presenciado los inicios secretos del rito de la máxima sabiduría. Juanita se dio cuenta de que estaba en un gran peligro y presurosa metió la piedra entre el segundo y tercer dedo. El soldado en esos momentos levantaba la espada… Se encontró frente a un muro de piedra por donde desembocaban varios túneles que terminaban en una reja al llegar al muro. Le pareció estar en una cancha de un gran estadio repleto de público, que vociferaba constantemente. Juanita constató que la cancha no estaba cubierta de pasto, estaba con arena. Se abrió la reja de uno de los túneles y apareció un grupo de hombres, mujeres y niños que vestían túnicas y cantaban con gran fervor religioso. Sus rostros y sus cuerpos, así como sus actitudes, reflejaban una gran santidad. A Juanita le impactó el contraste de este grupo de gente que cantaba himnos, en relación al rugido de las tribunas y galerías del estadio. Entonces se dio cuenta de que estaba en la pista del Coliseo de Roma y la gente que estaba allí, eran cristianos que iban a ser sacrificados. Ya se había levantado una de las rejas y aparecieron unas fieras hambrientas. Lo más probable es que estaban siete días sin comer, para prepararlas para el festín. Una mamá que portaba un niño en brazos le habló a Juanita y

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le dijo: Este no es tu destino hija querida ¡debes salir de aquí! Piensa en tus hijos. Entonces vino el ángel de Juanita y cogiéndola de una mano se la llevó lejos de esa horrorosa escena. Juanita despertó de esta visión y temblorosa se puso la gema entre el tercer y cuarto ortejo… Se encontró en el fondo de una gran quebrada. Ésta estaba cubierta de cadáveres y heridos. Desde los bordes, allá arriba, disparaban soldados enemigos. El batallón de abajo se defendía disparando hacia las alturas. El abanderado estaba herido de muerte y también el comandante del regimiento. Ambos agonizaban. La escena era terrible y Juanita no era capaz de soportarla. Deseaba correr hacia diferentes lugares y socorrer a los heridos, vendarle sus heridas, darles agua, en fin, cualquier cosa. Un oficial había tomado la bandera del camarada ya muerto, y marchaba ahora junto con los pocos sobrevivientes en medio de la balacera. Al pasar al lado de Juanita, le gritó, para hacerse oír entre los estampidos de la fusilería y los gemidos de los heridos: ¡Niña! ¡Sal de aquí! ¡No debes de estar en este lugar! ¿Era su ángel nuevamente? Juanita comprendió el mensaje de este héroe y colocándose la gema entre el cuarto y quinto dedo del pie, se encontró en su casa, sentada en una silla frente a su cama. En esos momentos los hijos subieron corriendo la escalera, entraron al dormitorio y le preguntaron. -¡Mamá! ¿Qué nos tienes de comer? -Les tengo sopa. -¿Cómo se llama esa sopa?

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burlando a todos los guardias? ¿De dónde vienes? -Llegué poniéndome esta gema entre los dedos del pié. -Pues, ponte pronto la gema donde mismo, porque mi obligación es no prenderte sino matarte de inmediato por haber presenciado los inicios secretos del rito de la máxima sabiduría. Juanita se dio cuenta de que estaba en un gran peligro y presurosa metió la piedra entre el segundo y tercer dedo. El soldado en esos momentos levantaba la espada… Se encontró frente a un muro de piedra por donde desembocaban varios túneles que terminaban en una reja al llegar al muro. Le pareció estar en una cancha de un gran estadio repleto de público, que vociferaba constantemente. Juanita constató que la cancha no estaba cubierta de pasto, estaba con arena. Se abrió la reja de uno de los túneles y apareció un grupo de hombres, mujeres y niños que vestían túnicas y cantaban con gran fervor religioso. Sus rostros y sus cuerpos, así como sus actitudes, reflejaban una gran santidad. A Juanita le impactó el contraste de este grupo de gente que cantaba himnos, en relación al rugido de las tribunas y galerías del estadio. Entonces se dio cuenta de que estaba en la pista del Coliseo de Roma y la gente que estaba allí, eran cristianos que iban a ser sacrificados. Ya se había levantado una de las rejas y aparecieron unas fieras hambrientas. Lo más probable es que estaban siete días sin comer, para prepararlas para el festín. Una mamá que portaba un niño en brazos le habló a Juanita y

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uanita era una bella anciana. Sus hijos y sus nietos habían llegado a saludarla y a estar con ella un rato, esa noche, en las vísperas de Año Nuevo. Después se fueron a festejar el nuevo año que llegaba. Sola. Sentada en un sillón, meditó sobre la vida y el tiempo; como meditan los viejos, recordando el pasado. Pensó en tantos momentos felices y también en los sufrimientos. ¿Qué había sido más? La felicidad se añora con agrado. El sufrimiento se olvida o se desvalora. O es tan lejano ya, que se recuerda con un ligero dejo de tristeza placentera. Rememoró cuando era adolescente y había sido elegida Reina de la Primavera en Viña del Mar. Vivió emocionalmente el instante en que fue elegida en el Teatro Municipal ¡Y su coronación! También recordó cuando la familia veraneaba en el lago y su papá le contaba cuentos para entretenerla. Ambos viajaban por mundos fantásticos inspirados en las páginas de las Mil y Una Noches y en los cuentos de Christian Andersen. Hasta que ella se quedaba dormida. Le vino a la mente cuando sacó el primer premio nacional de pintura infantil auspiciado por La Armada. Cómo la entrevistaran junto a personajes importantes en esa época ¡Qué orgullosos estaban sus padres y sus abuelos!

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-Se llama: La sopa de mamá -¿La sopa de mamá? ¿Cómo está hecha? -Está hecha de muchas cosas importantes. Le he puesto: Ofrenda y destino hacia algo sagrado, Sabiduría, Santidad y… Heroísmo. -¡Qué verduras más raras mamá! -¿De dónde las has sacado? -Las he sacado de mi corazón… -Traigan los platos. La sopa está lista.

-¡Mamá! ¡Es la sopa más rica que nos has dado!

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uanita era una bella anciana. Sus hijos y sus nietos habían llegado a saludarla y a estar con ella un rato, esa noche, en las vísperas de Año Nuevo. Después se fueron a festejar el nuevo año que llegaba. Sola. Sentada en un sillón, meditó sobre la vida y el tiempo; como meditan los viejos, recordando el pasado. Pensó en tantos momentos felices y también en los sufrimientos. ¿Qué había sido más? La felicidad se añora con agrado. El sufrimiento se olvida o se desvalora. O es tan lejano ya, que se recuerda con un ligero dejo de tristeza placentera. Rememoró cuando era adolescente y había sido elegida Reina de la Primavera en Viña del Mar. Vivió emocionalmente el instante en que fue elegida en el Teatro Municipal ¡Y su coronación! También recordó cuando la familia veraneaba en el lago y su papá le contaba cuentos para entretenerla. Ambos viajaban por mundos fantásticos inspirados en las páginas de las Mil y Una Noches y en los cuentos de Christian Andersen. Hasta que ella se quedaba dormida. Le vino a la mente cuando sacó el primer premio nacional de pintura infantil auspiciado por La Armada. Cómo la entrevistaran junto a personajes importantes en esa época ¡Qué orgullosos estaban sus padres y sus abuelos!

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-Se llama: La sopa de mamá -¿La sopa de mamá? ¿Cómo está hecha? -Está hecha de muchas cosas importantes. Le he puesto: Ofrenda y destino hacia algo sagrado, Sabiduría, Santidad y… Heroísmo. -¡Qué verduras más raras mamá! -¿De dónde las has sacado? -Las he sacado de mi corazón… -Traigan los platos. La sopa está lista.

-¡Mamá! ¡Es la sopa más rica que nos has dado!

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La abuela tenía un perro ovejero alemán llamado Kaiser, el cual estaba tan feliz como los abuelos. Ella jugaba con ese perro hermoso y bueno. Ambos se querían. Era una vida plena de éxito y felicidad… De pronto, sonó el timbre de la calle. Alguien llamaba. ¿Sería un familiar? No. Era un encomendero que traía un paquete. Quizás un regalo atrasado de Navidad. Juanita lo recibió y volvió a sentarse en su sillón, cerca del árbol de Pascua. Mientras rompía el hermoso papel de Navidad que envolvía el paquete, recordó cuando había cumplido treinta y tres años y su padre le había regalado unas zapatillas compradas en Puerto Varas. Eran lindísimas, todas ellas cubiertas con lentejuelas multicolores. ¿Qué sería de ellas? Un día habían desaparecido y nunca más las volvió a ver. Eran mágicas. Quizás -pensó- volvieron al mundo de donde habían salido…En el interior del paquete había otro papel de seda que cubría algo blando, y al desenvolverlo se encontró que sus manos tenían ¡Las zapatillas mágicas! ¡Era increíble! Maravilloso… A Juanita se le llenó el alma de gozo y con profunda emoción, las puso en sus mejillas. Luego, sin preocuparse por los papeles de regalo que estaban dispersos sobre la alfombra, se sacó, no sin cierta dificultad, sus zapatos y se calzó las zapatillas mágicas. Se relajó en el sillón y cerró los ojos con gran placer. La soledad y la vejez se habían esfumado. Escuchó una melodía que venía desde la calle. Eran los compases de una marcha. Una banda de músicos se aproximaba e iba a pasar frente a su casa. Juanita se levantó y se asomó para ver

este inesperado espectáculo. A través de los visillos, observó cómo avanzaban los numerosos músicos luciendo sus llamativos uniformes. -Estos son los “marchados musiqueros”. Es así como los llamábamos con mis hermanos cuando éramos niños- pensó Juanita.Brillaban los bronces, y el bombo y los platillos hacían vibrar los vidrios de las ventanas y las lágrimas de la lámpara de cristal. Tocaban la marcha Erika, y en esos momentos, cuando pasaban frente a la casa, Juanita se sintió levantada en el aire como si un ser invisible la hubiese tomado en brazos y se paseara con ella en el salón de la casa al compás de la marcha. Juanita suspendida en el aire, volaba de un lado a otro de la habitación al ritmo de la marcha y al compás de grandes zancadas semejantes a las de su padre. Era maravilloso y placentero. Se sentía protegida y rodeada de una gran energía que venía de la música y de su alrededor. Entonces sintió sueño y lentamente se quedó dormida. Poco a poco su cuerpo bajó con suavidad y descansó en el sillón. La banda se alejaba. Dejó de tocar y desapareció en la oscuridad de la noche. En esos instantes se prendieron las luces del salón y los farolillos del árbol de Pascua brillaron, brillaron cada vez más y Juanita despertó sobresaltada. La invadía una gran alegría y rodeándola con esta intensa luminosidad estaban sus hermanos, sus padres, sus abuelos, sus sobrinos, sus tíos, cuñados y cuñadas. El tío Ricardo le decía, con su voz alegre de siempre ¡Vamos Juanita, despierta, no seas floja! ¡Es hora de divertirnos! Y cogiéndose todos de las manos formaron una larga fila y al compás de una vivísima música bailable que se oía bastante fuerte, iniciaron una carrera por toda la casa. Juanita era la última y todos reían y gritaban a más no poder.

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La abuela tenía un perro ovejero alemán llamado Kaiser, el cual estaba tan feliz como los abuelos. Ella jugaba con ese perro hermoso y bueno. Ambos se querían. Era una vida plena de éxito y felicidad… De pronto, sonó el timbre de la calle. Alguien llamaba. ¿Sería un familiar? No. Era un encomendero que traía un paquete. Quizás un regalo atrasado de Navidad. Juanita lo recibió y volvió a sentarse en su sillón, cerca del árbol de Pascua. Mientras rompía el hermoso papel de Navidad que envolvía el paquete, recordó cuando había cumplido treinta y tres años y su padre le había regalado unas zapatillas compradas en Puerto Varas. Eran lindísimas, todas ellas cubiertas con lentejuelas multicolores. ¿Qué sería de ellas? Un día habían desaparecido y nunca más las volvió a ver. Eran mágicas. Quizás -pensó- volvieron al mundo de donde habían salido…En el interior del paquete había otro papel de seda que cubría algo blando, y al desenvolverlo se encontró que sus manos tenían ¡Las zapatillas mágicas! ¡Era increíble! Maravilloso… A Juanita se le llenó el alma de gozo y con profunda emoción, las puso en sus mejillas. Luego, sin preocuparse por los papeles de regalo que estaban dispersos sobre la alfombra, se sacó, no sin cierta dificultad, sus zapatos y se calzó las zapatillas mágicas. Se relajó en el sillón y cerró los ojos con gran placer. La soledad y la vejez se habían esfumado. Escuchó una melodía que venía desde la calle. Eran los compases de una marcha. Una banda de músicos se aproximaba e iba a pasar frente a su casa. Juanita se levantó y se asomó para ver

este inesperado espectáculo. A través de los visillos, observó cómo avanzaban los numerosos músicos luciendo sus llamativos uniformes. -Estos son los “marchados musiqueros”. Es así como los llamábamos con mis hermanos cuando éramos niños- pensó Juanita.Brillaban los bronces, y el bombo y los platillos hacían vibrar los vidrios de las ventanas y las lágrimas de la lámpara de cristal. Tocaban la marcha Erika, y en esos momentos, cuando pasaban frente a la casa, Juanita se sintió levantada en el aire como si un ser invisible la hubiese tomado en brazos y se paseara con ella en el salón de la casa al compás de la marcha. Juanita suspendida en el aire, volaba de un lado a otro de la habitación al ritmo de la marcha y al compás de grandes zancadas semejantes a las de su padre. Era maravilloso y placentero. Se sentía protegida y rodeada de una gran energía que venía de la música y de su alrededor. Entonces sintió sueño y lentamente se quedó dormida. Poco a poco su cuerpo bajó con suavidad y descansó en el sillón. La banda se alejaba. Dejó de tocar y desapareció en la oscuridad de la noche. En esos instantes se prendieron las luces del salón y los farolillos del árbol de Pascua brillaron, brillaron cada vez más y Juanita despertó sobresaltada. La invadía una gran alegría y rodeándola con esta intensa luminosidad estaban sus hermanos, sus padres, sus abuelos, sus sobrinos, sus tíos, cuñados y cuñadas. El tío Ricardo le decía, con su voz alegre de siempre ¡Vamos Juanita, despierta, no seas floja! ¡Es hora de divertirnos! Y cogiéndose todos de las manos formaron una larga fila y al compás de una vivísima música bailable que se oía bastante fuerte, iniciaron una carrera por toda la casa. Juanita era la última y todos reían y gritaban a más no poder.

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El reloj dio las ocho de la mañana. Alguien conversaba en la puerta de calle. Era una de sus nietas que llegaba de una fiesta. Se oyó el ruido de una llave que entraba en la cerradura y la puerta fue abierta sigilosamente. La nieta andaba en puntillas con los zapatos en la mano, para no hacer ruido que pudiese despertar a la abuela. Con gran sorpresa se encontró con Juanita en el salón.

-¡Abuela! Todavía estás en pie. ¿Y esas zapatillas? ¡Qué lindas son! -Alguien me las trajo de regalo- respondió Juanita. -¿Te quedan bien? -Sí, muy cómodas. -¿Te has aburrido mucho abuela? -No. De ninguna manera. Hasta he bailado polca y twist. -¡Qué divertido abuela! ¿Quién te echó chaya en el pelo? -Unos familiares que vinieron a visitarme cuando tú ya te habías ido. -¡Qué gracioso abuela! -Bien. Es hora de dormir.

La abuela se levantó y tomada del brazo por su nieta fue llevada al dormitorio. -Buenos días abuela. -Buenos días, nieta querida. Que duermas bien.

La abuela se acostó en su cama y dejó frente a ella, encima de la cómoda, a las zapatillas mágicas.

La polca seguía oyéndose y provenía de la banda de músicos que habían llegado a la casa. Éstos se repartían por grupos en distintos aposentos. Los gritos y las risas estaban en su apogeo. Algunos se habían caído y otros mayores, algo cansados, tiraban chaya y lanzaban serpentinas a los que pasaban cerca. Todo era una felicidad sin límites y de pronto la fila humana con Juanita al final, salió por una ventana y voló sobre el mar. En esos momentos había una gigantesca lluvia de fuegos artificiales. Allí estuvieron, suspendidos en el aire contemplando todo esto, tomados de las manos y extasiados de tanta luminosidad y colorido. El espectáculo había terminado y las sirenas de los barcos despedían al año viejo ya pasado y saludaban al que llegaba. Nos vamos con el pasado, le dijeron algunos de los familiares a Juanita. Los demás tenían que volver a sus hogares. Llévanos tú, Juanita, ya que puedes volar con tus zapatillas mágicas. Poco a poco empezaron a irse sus abuelos, sus padres y algunos otros, y Juanita se quedó con el resto que ya dormían, flotando en el aire, tomados de la mano. Suavemente, Juanita cogió la mano del que estaba más cerca y todos la siguieron en un agradable y silencioso movimiento ondulante. Volaron por encima de la ciudad y cada uno llegó a su hogar sin hacer ruido alguno. Amanecía. Juanita entró por la ventana abierta del salón. Su cuerpo grácil de veinte años no sentía frío, a pesar de estar cubierto por un delgado vestido de seda. Entró en el salón y se posó lentamente en el sillón.

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El reloj dio las ocho de la mañana. Alguien conversaba en la puerta de calle. Era una de sus nietas que llegaba de una fiesta. Se oyó el ruido de una llave que entraba en la cerradura y la puerta fue abierta sigilosamente. La nieta andaba en puntillas con los zapatos en la mano, para no hacer ruido que pudiese despertar a la abuela. Con gran sorpresa se encontró con Juanita en el salón.

-¡Abuela! Todavía estás en pie. ¿Y esas zapatillas? ¡Qué lindas son! -Alguien me las trajo de regalo- respondió Juanita. -¿Te quedan bien? -Sí, muy cómodas. -¿Te has aburrido mucho abuela? -No. De ninguna manera. Hasta he bailado polca y twist. -¡Qué divertido abuela! ¿Quién te echó chaya en el pelo? -Unos familiares que vinieron a visitarme cuando tú ya te habías ido. -¡Qué gracioso abuela! -Bien. Es hora de dormir.

La abuela se levantó y tomada del brazo por su nieta fue llevada al dormitorio. -Buenos días abuela. -Buenos días, nieta querida. Que duermas bien.

La abuela se acostó en su cama y dejó frente a ella, encima de la cómoda, a las zapatillas mágicas.

La polca seguía oyéndose y provenía de la banda de músicos que habían llegado a la casa. Éstos se repartían por grupos en distintos aposentos. Los gritos y las risas estaban en su apogeo. Algunos se habían caído y otros mayores, algo cansados, tiraban chaya y lanzaban serpentinas a los que pasaban cerca. Todo era una felicidad sin límites y de pronto la fila humana con Juanita al final, salió por una ventana y voló sobre el mar. En esos momentos había una gigantesca lluvia de fuegos artificiales. Allí estuvieron, suspendidos en el aire contemplando todo esto, tomados de las manos y extasiados de tanta luminosidad y colorido. El espectáculo había terminado y las sirenas de los barcos despedían al año viejo ya pasado y saludaban al que llegaba. Nos vamos con el pasado, le dijeron algunos de los familiares a Juanita. Los demás tenían que volver a sus hogares. Llévanos tú, Juanita, ya que puedes volar con tus zapatillas mágicas. Poco a poco empezaron a irse sus abuelos, sus padres y algunos otros, y Juanita se quedó con el resto que ya dormían, flotando en el aire, tomados de la mano. Suavemente, Juanita cogió la mano del que estaba más cerca y todos la siguieron en un agradable y silencioso movimiento ondulante. Volaron por encima de la ciudad y cada uno llegó a su hogar sin hacer ruido alguno. Amanecía. Juanita entró por la ventana abierta del salón. Su cuerpo grácil de veinte años no sentía frío, a pesar de estar cubierto por un delgado vestido de seda. Entró en el salón y se posó lentamente en el sillón.

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L A S Z A PA T I L L A S M Á G I C A S

74

Fin

Al poco rato la anciana dormía profundamente Las zapatillas mágicas, que estaban sobre la cómoda, fueron haciéndose cada vez más tenues, hasta desaparecer completamente. Para siempre.

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Fin

Al poco rato la anciana dormía profundamente Las zapatillas mágicas, que estaban sobre la cómoda, fueron haciéndose cada vez más tenues, hasta desaparecer completamente. Para siempre.

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Otros títulos en esta colección C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A

01 El sol con imagen de cacahuete02 El valle de los elfos de Tolkien03 El palacio04 El mago del amanecer y el atardecer05 Dionysia06 El columpio07 La trapecista del circo pobre08 El ascensor09 La montaña rusa10 La foresta encantada11 El Mágico12 Eugenia la Fata13 Arte y belleza de alma14 Ocho patas15 Esculapis16 El reino de los espíritus niños17 El día en que el señor diablo cambio el atardecer por el amanecer 18 El mimetista críptico19 El monedero, el paraguas y las gafas mágicas de don Estenio20 La puerta entreabierta21 La alegría de vivir22 Los ángeles de Tongoy23 La perla del cielo24 El cisne25 La princesa Mixtura26 El ángel y el gato27 El invernadero de la tía Elsira28 El dragón29 Navegando en el Fritz30 La mano de Dios31 Virosis32 El rey Coco33 La Posada del Camahueto34 La finaíta35 La gruta de los ángeles36 La quebrada mágica37 El ojo del ángel en el pino y la vieja cocina38 La pompa de jabón39 El monje40 Magda Utopia41 El juglar42 El sillón43 El gorro de lana del hada Melinka44 Las hojas de oro45 Alegro Vivache46 El hada Zudelinda, la de los zapatos blancos47 Belinda y las multicolores aves del árbol del destino48 Dos puentes entre tres islas49 Las zapatillas mágicas50 El brujo arriba del tejado y las telas de una cebolla51 Pituco y el Palacio del tiempo

52 Neogénesis53 Una luz entre las raíces54 Recóndita armonía55 Roxana y los gansos azules56 El aerolito57 Uldarico58 Citólisis59 El pozo60 El sapo61 Extraño aterrizaje62 La nube63 Landrú64 Los habitantes de la tierra65 Alfa, Beta y Gama66 Angélica67 Angélica II68 El geniecillo Din69 El pajarillo70 La gallina y el cisne de cuello negro71 El baúl de la tía Chepa72 Chatarra espacial73 Pasado, presente y futuro mezclados en una historia policroma dentro de un frasco de gomina74 Esperamos sus órdenes General75 Los zapatos de Fortunata76 El organillero, la caja mágica y los poemas de Li Po77 El barrio de los artistas78 La lámpara de la bisabuela79 Las hadas del papel del cuarto verde80 El Etéreo81 El vendedor de tarjetas de navidad82 El congreso de totems83 Historia de un sapo de cuatro ojos84 La rosa blanca85 Las piedras preciosas86 El mensaje de Moisés87 La bicicleta88 El maravilloso viaje de Ferdinando89 La prisión transparente90 El espárrago de oro de Rigoberto Alvarado91 El insectario92 La gruta de la suprema armonía93 El Castillo del Desván Inclinado94 El Teatro95 Las galletas de ocho puntas96 La prisión de Nina97 Una clase de Anatomía98 Consuelo99 Purezza100 La Bruja del Mediodía101 Un soldado a la aventura

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01 El sol con imagen de cacahuete02 El valle de los elfos de Tolkien03 El palacio04 El mago del amanecer y el atardecer05 Dionysia06 El columpio07 La trapecista del circo pobre08 El ascensor09 La montaña rusa10 La foresta encantada11 El Mágico12 Eugenia la Fata13 Arte y belleza de alma14 Ocho patas15 Esculapis16 El reino de los espíritus niños17 El día en que el señor diablo cambio el atardecer por el amanecer 18 El mimetista críptico19 El monedero, el paraguas y las gafas mágicas de don Estenio20 La puerta entreabierta21 La alegría de vivir22 Los ángeles de Tongoy23 La perla del cielo24 El cisne25 La princesa Mixtura26 El ángel y el gato27 El invernadero de la tía Elsira28 El dragón29 Navegando en el Fritz30 La mano de Dios31 Virosis32 El rey Coco33 La Posada del Camahueto34 La finaíta35 La gruta de los ángeles36 La quebrada mágica37 El ojo del ángel en el pino y la vieja cocina38 La pompa de jabón39 El monje40 Magda Utopia41 El juglar42 El sillón43 El gorro de lana del hada Melinka44 Las hojas de oro45 Alegro Vivache46 El hada Zudelinda, la de los zapatos blancos47 Belinda y las multicolores aves del árbol del destino48 Dos puentes entre tres islas49 Las zapatillas mágicas50 El brujo arriba del tejado y las telas de una cebolla51 Pituco y el Palacio del tiempo

52 Neogénesis53 Una luz entre las raíces54 Recóndita armonía55 Roxana y los gansos azules56 El aerolito57 Uldarico58 Citólisis59 El pozo60 El sapo61 Extraño aterrizaje62 La nube63 Landrú64 Los habitantes de la tierra65 Alfa, Beta y Gama66 Angélica67 Angélica II68 El geniecillo Din69 El pajarillo70 La gallina y el cisne de cuello negro71 El baúl de la tía Chepa72 Chatarra espacial73 Pasado, presente y futuro mezclados en una historia policroma dentro de un frasco de gomina74 Esperamos sus órdenes General75 Los zapatos de Fortunata76 El organillero, la caja mágica y los poemas de Li Po77 El barrio de los artistas78 La lámpara de la bisabuela79 Las hadas del papel del cuarto verde80 El Etéreo81 El vendedor de tarjetas de navidad82 El congreso de totems83 Historia de un sapo de cuatro ojos84 La rosa blanca85 Las piedras preciosas86 El mensaje de Moisés87 La bicicleta88 El maravilloso viaje de Ferdinando89 La prisión transparente90 El espárrago de oro de Rigoberto Alvarado91 El insectario92 La gruta de la suprema armonía93 El Castillo del Desván Inclinado94 El Teatro95 Las galletas de ocho puntas96 La prisión de Nina97 Una clase de Anatomía98 Consuelo99 Purezza100 La Bruja del Mediodía101 Un soldado a la aventura

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Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.

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