4 el cerebro mamífero, de los monos y del hombre

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El CEREBRO MAMÍFERO, DE LOS MONOS Y DEL HOMBRE Basado en: La Ciencia de la vida. De: H.G. Wells Julian Huxley y G.P. Wells. Por Javier Avila Guzmán UNAM FES Acatlán Enero de 2012 El cerebro mamífero.

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El CEREBRO MAMÍFERO, DE LOS MONOS

Y DEL HOMBRE

Basado en: La Ciencia de la vida.De: H.G. Wells

Julian Huxleyy G.P. Wells.

Por Javier Avila Guzmán UNAM FES Acatlán

Enero de 2012

El cerebro mamífero.

La mente inteligente es una invención mamífera, un ave comparada con cualquiera de los mamíferos superiores, no es más que una maquinaria instintiva muy sofisticada y altamente emotiva. Antes de lanzarnos a un análisis del crecimiento y significado de la inteligencia, conviene advertir sobre la tendencia a exagerar las facultades mentales de los mamíferos, principalmente de los que nos son más cercanos y conocidos. Hace un siglo, los libros de psicología animal, se dedicaban en mayor medida a los mamíferos refiriendo, infinidad de anécdotas sobre su inteligencia. La memoria del elefante, los buenos actos del león, y en mayor medida las referidas a la inteligencia de caballos, perros y gatos, historias que aunque públicamente aceptamos, para no desentonar socialmente, siempre dejan en nuestro fuero interno, cierta capa de escepticismo, sabiendo que la prueba anecdótica no es a veces muy digna de crédito. Abordaremos con atención y cuidado la revisión de la inteligencia mamífera esperando que no produzca

indignación, si parece que tratamos con poco respeto a algunos de sus animales favoritos. La herencia mamífera se divide en dos ramas, la más inferior de éstas es en la que se encuentran los marsupiales, una serie de criaturas primitivas, apenas arriba de los reptiles debido a su sangre caliente y su modo de reproducción, y no mucho más en su conducta. Figura 46.

Parece que aprenden con dificultad y esto los está llevando a su disminución y posible extinción. De hecho se considera que el marsupial es una reliquia del mundo cretácico y que su vida ha sido

Figura No 46. Mamífero marsupial. Una zarigüeya lanuda con sus tres crías

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preservada por el aislamiento de Australia, aunque esto ha contribuido a los muy pocos progresos de la especie en potencia cerebral y métodos de reproducción. Los pocos marsupiales carnívoros que quedan, como el diablo de Tasmania y el lobo marsupial son indomesticables. Y ni siquiera sus instintos gregarios y familiares parecen estar muy desarrollados, porque en Australia se ha visto con frecuencia, como una canguro hembra, perseguida muy de cerca, arroja de su bolsa al hijo sin desarrollarse, para poder escapar más fácilmente.

Lo que sabemos por comparación con fósiles, es que sus cerebros en la era Cenozoica, no eran mayores ni menos complicados que los actuales. Posteriormente, la intensa competencia en los campos del hemisferio septentrional favoreció el desarrollo de la inteligencia y donde el aumento en el volumen cerebral fue uno de sus rasgos característicos de la evolución mamífera entre el Eoceno y el Plioceno. Aún así, sobrevivieron algunas criaturas con cerebros pobres, bien en lugares recónditos del mundo, como los armadillos y perezosos de América del Sur; adoptando modestos y oscuros modos de vida, como los musgaños y topos. Hasta donde sabemos, estos animales están casi al mismo nivel de los lagartos o las aves, en lo que respecta a la calidad automática de su conducta.

Pero cuando, con la evolución aumentó proporcionalmente el tamaño de la corteza cerebral (cambio evidentemente reflejado en los pliegues y repliegues de la zona externa del tejido cerebral), se perfeccionaron las facultades de asociación y memoria. Todos los mamíferos superiores aprenden bien y rápidamente, un perro conoce a su amo y reconoce a amigos y enemigos, y no existirían los circos sin la habilidad de elefantes, caballos, focas y leones. Por otro lado, los zorros no sobrevivirían en los campos europeos, si no fueran adaptables. Pero todo este aprendizaje, por rápido que parezca, es de un alcance restringido. Hace a la conducta flexible, más que inteligente. La representación de animales amaestrados y la inteligencia de que dan muestra nuestras mascotas, son engañosas, pues se deben en alguna medida, a la actividad deliberada o inconsciente de profesores humanos. El hombre ayuda a los animales en su

Figura No 47. Una cangura con su cría en el marsupio.

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aprendizaje. Por supuesto que la verdadera prueba de inteligencia de un animal, está en las cosas que puede descubrir por su cuenta, sin auxilio humano alguno y esto apenas empieza a investigarse.

Por ejemplo un perro, aprende espontáneamente a penetrar en una caja donde hay comida y la abre moviendo una palanquita. Un día se gira la caja en un ángulo recto. El animal queda completamente desconcertado; se empeña en no separarse de donde debía estar la palanca y araña infructuosamente; y le costará el mismo tiempo que al principio, aprender a abrir la caja. La misma automática formación de hábitos se produce cuando se enseña a animales a recorrer un laberinto, en busca de libertad o comida. Nosotros también nos formamos hábitos motores de manera muy parecida. En cierto sentido, nuestra casa es algo parecido a la caja del ejemplo anterior; tenemos que aprender el camino para llegar a ella; o el automatismo mecánico con el que vamos del dormitorio al comedor para desayunar, pensando seguramente en algo distinto, el movimiento motor, es igual al del animal que ve la caja, oprime la palanca, entra y come; pero dedica a estos actos la misma atención que nosotros al movimiento de nuestras piernas. El proceso que estableció nuestro hábito motor fue algo distinto al método de ensayo-error seguido por el animal.

De ningún modo es cosa fácil decir qué papel juega en la vida de los animales salvajes los hábitos motores automáticos con los que cuentan. Podemos suponer que un conejo corre alrededor de su madriguera tan automáticamente como nosotros andamos dentro de nuestras casas. En algunos casos tenemos animales cuyos actos han quedado estereotipados en una rutina inmutable. Así hay animales que depositan sus excrementos en el mismo lugar con extraordinaria perseverancia. Cuando se ha establecido un hábito automático, es muy semejante entre animales y hombres, pero hay una gran e importante diferencia en el modo como cada uno ha adquirido el hábito. Por lo menos a nivel experimental observamos que los animales resuelven el problema escarabajeando por todos los contornos al azar, y recordando los movimientos que resultan acertados. Pero si colocamos a un hombre, en la misma circunstancia, lo más probable es que se comporte de un modo muchísimo más razonable. Reflexionará sobre la situación y no empezará a intentar soluciones hasta que tenga alguna idea trabajada.

Hay que señalar que el contraste esencial no es la forma del hábito, sino en las dos formas de atacar el problema, uno -el animal- consiste en ensayar toda la suerte de movimientos con la esperanza de acertar; el otro, -humano- es tratar de comprender el problema antes de intentar su solución. En general, casi todos los mamíferos en este tipo de experimentos, recurren al primer método, y casi todos los hombres, en nuestra vida cotidiana, empleamos el segundo.

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Vamos a dar un muy sencillo ejemplo: usando tela de alambre hagamos un pasillo de 3 o 4 metros, que resulte paralelo a una pared, y que quede cerrado en uno de sus lados. Se trata del diseño más sencillo de un laberinto. Seleccionamos a tres organismos: una gallina, un perro y un niño de cinco o seis años. Los conduciremos frente a la tela metálica y arrojaremos por encima de ella, un bocado atractivo –que naturalmente será distinto en cada caso-. Diremos que el problema se resuelve acertadamente si el sujeto comprende la situación e inmediatamente retrocede sin vacilar y se orienta a rodear el trozo de tela metálica. Dirá el lector que el problema es tan estúpidamente sencillo, que en realidad no es problema. Nada de eso, la gallina nunca llega a resolverlo, en tanto vea y desee el alimento, se lanzará una y otra vez contra la malla picoteando infructuosamente. Si finalmente alcanza el alimento, será porque, cansada habrá abandonado el problema iniciando la retirada y luego por coincidencia se encuentra con él, en posición accesible. Por el contrario, la criatura humana nunca dejará de rodear la red y obtener la golosina. La conducta del perro es intermedia, si se arroja el bocado lejos, el perro dará unos dos o tres saltos ineficaces sobre la alambrada, luego parece que repentinamente comprende el problema y rodea la cerca con decisión. Pero si sólo dejamos caer el bocado muy cerca de su hocico, se conducirá tan torpemente como la gallina. El estímulo es, en este caso demasiado poderoso; el perro queda como hipnotizado por su influjo, tanto como para evitar que se separe y de la vuelta y, permanecerá arañando y ladrándole al bocado inaccesible. Las diferencias en el método son notables, y representan un paso importante en el proceso evolutivo que ha conducido a la inteligencia humana. Recapitulemos las fases de este proceso.

Recordemos que la primera fase es cuando falta por completo la inteligencia y que la conducta es innata y estereotipada, y el organismo no tiene facultad alguna para aprovechar la experiencia, sino que reacciona como una máquina frente a cualquier estímulo presente. Esta etapa está representada por el comportamiento del paramecium que revisamos ya con algún detalle. Colocado frente a cualquier tipo de obstáculo que le cierre el paso, el pequeño autómata no hace más que retroceder y cambiar al azar de dirección y anda a ciegas hasta que, por casualidad supera el obstáculo.

Vino luego la facultad de recordar cuál respuesta, de entre muchas, es la solución a una situación dada, esto produce una considerable economía de reacción; cuando el organismo se vuelve a encontrar frente al mismo problema, lo resuelve en menos tiempo y con menor gasto de energía que antes. Esta capacidad aparece ya en algunos invertebrados como la lombriz de tierra, pero todas las especies, por debajo del nivel mamífero, están siempre subordinadas a la reacción instintiva.

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La tercera etapa, es un movimiento ulterior en la misma dirección. Se extiende la capacidad de la corteza cerebral; se archivan debidamente los recuerdos, y se adquiere la facultad de comparar y contrastar diferentes situaciones, de observar sus parecidos y diferencias, etc. Hay muchos mamíferos que no han alcanzado esta etapa que representa un considerable ahorro en esfuerzo y tiempo. El ejemplo del perro y la caja muestra como aprende a fuerza de probaturas, pero un hombre comprende el cambio de posición de la caja y realiza los movimientos pertinentes. Las experiencias con la caja y la tela de alambre, indican cuan limitada es, en estas especies, la capacidad de imaginar los aspectos básicos de situaciones nuevas.

Así, pese a su capacidad de aprender, la mayor parte de los mamíferos no parecen disponer de nada que pueda ser parecido a una “idea”. Sus actos pueden parecer semejantes a los nuestros, hasta que algún incidente hace ver la profunda diferencia. Por ejemplo, una vaca a la que se le separe de su ternerito, recibirá pronto consuelo cuando se le presenta a su hijo disecado. La vaca lo lame y lo lame, sin embargo cuando en alguna ocasión, se le abrieron las costuras a este hijo fingido, la vaca se ha dedicado a comer la paja que lo rellenaba como forraje.

Las ovejas conocen a sus corderos y podría pensarse que este es un notable caso de discernimiento. Pero su identificación como propios es en realidad producto de su olfato. En cuanto la madre a lamido a su prole, la reconoce como suya; si se le coloca un cordero ajeno que no haya sido aun lamido, lo lamerá y lo reconocerá toda su vida como propio. Un último ejemplo, es que si a una rata se le cortan los nervios de una pata, ya no la reconoce como suya y la roe y devora hasta deshacerse de ella. No tiene “idea” de su propio cuerpo. ¿Y qué decir del perro, que sigue royendo huesos, aunque esté bien alimentado; o que da y da vueltas antes de dormir, como si estuviera cavando, como si su tapete fuera de hierba y tuviera que configurarse una cama?.

Estos ejemplos nos recuerdan la importancia que el instinto sigue teniendo en la vida de la mayoría de los mamíferos. Sus instintos son mucho más fluidos y determinantes que los nuestros. En nuestro caso, se combinan y se influyen mutuamente, incorporan ideas y se modifican por necesidades, costumbres y tradiciones, de un modo que es nuevo en la evolución de la vida. Algunas veces se han calificado, estas consideraciones como frías e “inhumanas” y no obstante esta capacidad de diferenciación y conocimiento, es la única propiedad característica que posee la especie humana. A la inversa, esas a las que se les llama “cálidas” emociones humanas, son también compartidas con muchas especies animales. Otros mamíferos están sujetos a la misma clase de pasiones y tienen emociones de igual índole que las nuestras. Pero la capacidad de restar once de veinticuatro; comprender que la tierra es redonda, o conocer que el sol es

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millón y medio de veces mayor a ésta, saber que es la honestidad, o darle sentido a términos abstractos como Espacio o Verdad; es distinta y exclusivamente humana. En otras criaturas no hay sino el germen de tan distinta capacidad.

Cerebro y conducta de los monos.

La anatomía de los monos es tan parecida a la nuestra que sus comportamientos nos recuerdan constantemente actos humanos. Vemos a una mona meciendo en brazos a su pequeño, y nos parece que el animal debe experimentar los sentimientos propios de un madre humana; vemos la cara triste de un orangután dentro de su jaula en el zoológico, y su expresión nos convence de que está recordando su vida pasada en las islas de Borneo, como un prisionero humano piensa en su pérdida libertad.

Pero entonces sucede algo que nos recuerda las limitaciones animales. La madre mona quiere moverse rápidamente de un extremo a otro de la jaula, y el pequeño es tomado por su pie prensil y es violentamente arrojado al suelo, mientras su madre se balancea de un lado a otro en una barra de hierro; y ya no nos parece tan humana. Y como el melancólico filósofo de la jaula para intempestivamente a realizar una serie de acciones y expresiones obscenas, ¿es qué realmente la inteligencia preside sus actos?

Realmente ¿en qué se parecen a nosotros estas criaturas? Diremos que en el aspecto emotivo hay un parecido muy macado. No hace falta ser un experto para comprender los sentimientos de un

Figura No 47. Merienda de chimpancés. Jóvenes chimpancés educados en el zoológico de Londres, comiendo con una corrección casi humana. Antes de servirse a sí mismo el mayor ofrece siempre el plato a los demás.

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chimpancé con sólo mirarle la cara; su serie de expresiones emotivas es casi idéntica a la nuestra. Figura 48. Bueno quizá su llanto parezca poco común y la excitación exagere con esos labios sobresalientes con una mueca grotesca. Pero acarician y besan a sus hijos lo mismo que a sus amigos sean simios o humanos, para demostrar su afecto de un modo completamente humano. Gustan de jugar por diversión, sobre todo cuando son jóvenes y son bastante humanos cuando se burlan de otras criaturas más estúpidas como las aves de corral.

Debemos aclarar que cuando hablamos de monos debemos distinguir entre monos coludos y simios, sin cola, ya que son estos últimos aquellos de los que descendemos los humanos, evidentemente las capacidades cognitivas y conductuales de estos

antropoides, son superiores, las más parecidas al hombre. Orangutanes, gorilas y chimpancés, pertenecen a este grupo.

Los vínculos y la simpatía están muy desarrollados en los chimpancés. Si se enferma uno de su grupo, los demás no le molestarán; con frecuencia se acercará alguno a acariciar al compañero doliente. Los quejidos del enfermo atraen a los demás, que muestran su sentimiento, a veces con manifestaciones conmovedoras. Koehler, encontró que aunque se exprese fácilmente, la simpatía de los monos requiere de algún tipo de estímulo. Ojos que no ven corazón que no siente; cuando Koehler trasladó al enfermo a una choza distante, los demás no mostraron conservar recuerdo alguno de éste, ni lo buscaron ni expresaron sentimientos de tristeza o pérdida. En éstas y en muchas otras cosas la conducta de los simios difiere de la nuestra, principalmente en lo que respecta a su variabilidad.

Los chimpancés se encuentran entre los animales más sociables, el peor castigo que se le puede imponer a un joven es aislarlo. Siempre están bien dispuestos a convivir con otros, sean simios o seres humanos, sin embargo en la

Figura No 48. Expresiones antropoides . El chimpancé experimenta y expresa diferentes sentimientos.

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convivencia siempre se presentan cambios repentinos y explosivos que le recuerdan al hombre que está con seres de otra especie.

Koehler, en su libro “Mentality of Apes” señala que a pesar de su instinto gregario, en la convivencia con frecuencia, basta el más insignificante detalle, para que el mono lance un grito de rabia y salte sobre el enemigo, levantando una ola de furia que enloquece al grupo, cuyos miembros acuden de todas partes para iniciar un ataque común. Parecen poseer una fuerza demoniaca, todo el grupo entra en un estado de furia ciega, aun cuando la mayoría no haya visto nada de lo que motivó el grito ni tenga la menor idea de lo que sucede.

En un animal tan sociable, la personalidad y el instinto de represión tienen gran importancia. Cuando varios chimpancés han vivido en comunidad por algún tiempo, cada cual ha encontrado su nivel social. Uno, el macho alfa, ha asumido el mando y entre los demás habrá subjefes, capataces, etc, cada uno de los cuales dominará a cierto número de individuos y se dejará dominar por otros, sin que para establecer estas jerarquías se haya tenido que recurrir a la lucha. Podríamos llenar un libro con anécdotas emotivas de los monos, cuyos puntos de contacto y discrepancias con el hombre son fascinantes, pero por ahora, bastan unas cuantas anécdotas más.

Un chimpancé adulto de la hacienda de Madame Abreu, en La Habana, empezó a hacer patente un desconcertante interés por una muchacha rubia empleada de la cocina, a la que veía trabajar desde su jaula. En consecuencia, se cubrió con una cortina, la puerta de la cocina; y el chimpancé vio que el que la ponía era un empleado de la casa. Antes de que aquel hombre privara al chimpancé de la contemplación de la rubia cocinera, había sido muy amigo del simio; pero a partir de aquel momento las cosas cambiaron, y a los pocos días el mono aprovecho una oportunidad para atacarlo ferozmente. Los complejos sentimientos provocados por este incidente, impidieron al mono, en lo sucesivo mirar a los ojos a su antiguo amigo y, hasta aceptar de él comida o caricias.

A los chimpancés, animales grandes y, para ellos, poco conocidos, les producen pánico. Un par de bueyes produjeron en una manada el efecto de un purgante. Koehler emprendió también una serie de experimentos con varios juguetes. Al introducir en la jaula de los chimpancés, un cuadrúpedo de cartón de medio metro de altura y ojos saltones, en un segundo se formaba un manchón negro en el extremo opuesto de la jaula, constituido por todo el grupo de simios empujándose unos a otros tratando de ocultar sus cabezas en el montón. Por lo que el autor señala “Cualquier representación de un animal aunque sea pequeño y de aspecto benévolo, para ellos es una cosa pavorosa; y juguetes más grandes y más grotescos los llevan al paroxismo del terror”.

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Lo que inspiraba su terror, era la combinación de parecido-diferente. Las figuras de forma solamente geométrica, no producían el efecto de los animales de cartón. Esto nos hace percibir un rasgo de la naturaleza interior humana. Lo pavoroso, lo que inspira un profundo terror, no es lo completamente extraño; lo que está más allá de la experiencia ordinaria, queda sencillamente sin ser comprendido. Para ser eficaz, tienen que combinar lo familiar con lo no familiar; si bien tiene que ser extraño, debe tener parecido con lo bien conocido.

En cuanto al desarrollo intelectual del mono, ahí las diferencias son más marcadas. A pesar de la notable superioridad de los simios sobre otros mamíferos, no lograron tener un lenguaje parecido al humano. Si bien tienen, un rico y variado vocabulario de sonidos que usan para comunicarse, sus referentes son siempre de sentimientos y o de estados emocionales y nunca referidas a objetos. Si a un chimpancé se le quita un plátano, puede expresar su enfado, si quiere un plátano expresa que está hambriento, si se le da un plátano expresa que está satisfecho, pero nada puede decir del plátano en sí. Ningún mono parece tener palabras para referirse a cosas. Por otra parte, su vida mental se extiende temporalmente muy poco hacia el pasado o hacia el futuro, viven en un presente continuo, como los niños pequeños.

Entonces, ¿en qué aspecto se encuentran los simios arriba del nivel de conducta, de gatos perros o caballos?. La primera característica de la conducta de los primates superiores (no el gibón), es su inquietud manipulante. Están siempre explorando, con intensa curiosidad su ambiente, disfrutando sin cesar, haciendo algo con las manos. Están mucho más familiarizados con los objetos que les rodean que cualquier otra criatura. Estos hábitos fueron finalmente sobre los que se sustentaron los comportamientos humanos.

Frente a problemas simples los simios no parecen mucho más inteligentes que los demás mamíferos, aunque muestran mayor curiosidad y movimientos e indudablemente son más imitadores, pero no parece que su agilidad e inquietud les sean de mayor utilidad, son más bien un exceso, una herencia accesoria de su pasada vida arborícola. Su falta de atención y concentración les impide aprovechar sus capacidades.

Los simios, monos sin cola, antropomorfos, delfines y ballenas, son la fase más elevada de inteligencia animal, no humana. Los simios son grandes imitadores y tienen discernimiento, se les puede enseñar y educar como a niños, aprenden modales en la mesa, a vestirse y desvestirse, incluso a realizar acciones más complejas, como los celebres chimpancés de las series de televisión, aunque seguramente no tienen la menor idea de aspectos complejos, son sólo trucos que aprenden.

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Koehler, puso a prueba su inteligencia colocando comida fuera de su alcance, al tiempo de que les proporcionaba instrumentos sencillos con los cuales podían alcanzarla, si fueran lo suficientemente inteligentes. Así mismo, impidió que algún ser humano les diera la menor sugerencia sobre el uso de esos instrumentos o cualquier insinuación de cómo usarlos. Los resultados fueron que los chimpancés se dieron cuenta de que golpeando los plátanos con bastones lograban bajarlos. Pero una vez aprendido esto, en ausencia de bastones, recurrieron a arrancar ramas de los árboles, buscando las más largas, las que también usaron como garrochas para saltar y alcanzarlos. En otro momento se colgaron plátanos de una cuerda con una polea, de inmediato recurrieron al extremo de la cuerda que no tenía los plátanos, para manipulándola bajarlos, cosa de la que no son capaces ni perros ni caballos. Un último ejemplo, es que siendo las hormigas uno de sus platos favoritos, se le ha visto recurrir a varitas y pajillas las que acercan al hormiguero y, una vez llenas de insectos son lamidas y vueltas a colocar en el hormiguero. Se vio también que utilizando cajas de embalaje, piedras grandes e incluso personas, para trepar, alcanzaban el alimento, además de manera muy importante, saben combinar diferentes herramientas.

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Queda demostrado que éstos chimpancés tiene una considerable capacidad para resolver sencillos problemas mecánicos; que generalmente los resuelven, no por el método de ensayo-error, sino con la ayuda de lo que hemos llamado perspicacia, que puede ser algo parecido a encontrar relaciones instrumentales entre los objetos, y un cierto grado de comprensión de la situación. Pero sus limitaciones resultan tan notables como sus proezas. Su perspicacia mecánica es muy tosca, muy débil, sus torres de cajas suelen tener un equilibrio inestables, si usan una escalera, no atinan a colocarla en el ángulo más seguro, por lo que cae al suelo, en cuanto empiezan a trepar por ella. La cuerda sujeta a un tubo por tres vueltas simples, nunca aprendieron a desamarrarla, y tiran de ella a ciegas. Además rara vez intentan utilizar algún instrumento que esté fuera de su campo de visión, generalmente el bastón y el plátano tenían que estar muy visibles para que los simios reflexionaran sobre la conexión entre ambos.

Figura No 49. El uso de instrumentos. Un chimpancé joven no entrenado, apila dos cajas y usa una pértiga para alcanzar la comida

Figura No 50. Uno de los chimpancés de Koehler descubrió la forma de apilar cajas para alcanzar el plátano, construcción adecuada pero algo inestable

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Podríamos citar muchos ejemplos de cómo su perspicacia los hace estar delante de muchos otros animales, pero también de cómo fracasan frente a situaciones que a nosotros nos parecen ridículamente fáciles. Sus limitados centros de asociación, no les permiten manejar muchos elementos en un acto de pensamiento. Y hay que señalar, que su capacidad media, como especie es mucho menor de lo que normalmente suponemos. De ningún modo todos los monos son capaces de resolver estos problemas, los chimpancés, como el hombre difieren individualmente lo mismo en temperamento que en inteligencia. Frente a estos problemas simples, muchos se quedan estupefactos, resignados o desilusionados, la solución es propia de simios genios. Quizá en el futuro y por medio de una adecuada selección, se pueda lograr que evolucionen un poco más, si el hombre les da un empujón.

El cerebro culminante.

Antes de hablar de la mente humana es necesario revisar el órgano que le da origen y substancia, el cerebro. El cerebro humano tiene más o menos la forma y tamaño de un melón partido por la mitad. Tiene una capacidad de aproximadamente 1250 centímetros cúbicos, es de color rosado y es muy suave al tacto. La figura 51, lo presenta, visto por encima y por el lado izquierdo. Al compararlo con los cerebros que hemos revisado, resalta que la principal característica que lo distingue, es el gran tamaño de sus hemisferios cerebrales y el modo como su superficie ha crecido lo más posible dentro de la cavidad craneana cubriéndose de un laberinto de surcos y arrugas. Su superficie rugosa, está compuesta principalmente por la corteza cerebral y por la materia blanca que alimenta a la corteza.

Los centros situados en la base del cerebro anterior, tan prominentes en las aves, son relativamente pequeños en el hombre. Herrick calcula que la materia gris de la corteza integra alrededor de la mitad del peso total del cerebro humano, y es dos veces más densa que la de un mono del mismo tamaño corporal. En el curso de su gran crecimiento, los hemisferios han llegado a cubrir las demás partes tan completamente que en la fotografía de la figura 51, no aparecen.

Para revisar los lugares que ocupan los demás centros tendremos que recurrir, o intentar otro método de aproximación.

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Recurramos a la imaginación, y obtengamos de alguna historia de ciencia ficción, una máquina que sea capaz de hacernos seres enormemente pequeños, tanto que podamos ser capaces de viajar, como una partícula, por el interior de la medula espinal. Figura. 52, y dejemos que acuciada por la curiosidad trepe hasta las cavidades del cerebro.

Para este recorrido, conviene tener un mapa, el que aparece en la figura 53 que muestra un corte por el centro del cerebro

presentado en la figura 51.

A medida que nuestro minúsculo viajero se aproxima al cerebro posterior, va ensanchándose el canal por el que asciende, al mismo tiempo de que las paredes se hacen más delgadas. Esta es la parte que citamos al describir el cerebro de rana, donde los vasos

sanguíneos se aprietan contra el delgado techo y las substancias nutritivas pasan del fluido que llena la medula al cerebro posterior,

Figura No 51 El cerebro humano.

Figura No 52. Sección de medula espinal humana adulta.

Figura No 53. Mitad de un cerebro humano. La banda xx espesa, blanca y ligeramente arqueada es el corpus callosum, que sirve de comunicación entre los dos hemisferios.

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oxigenándolo y nutriéndolo. Aquí enfrentamos una situación complicada, el hecho de que el hombre sea bípedo, hace que su medula espinal sea vertical, por lo que tendremos que encaramarnos como un dehollinador por una chimenea. Así el techo cerebral posterior, se alza después de un muro vertical. Quizá, al pasar por esta región ( letra A en la figura 53), lograremos percibir un redoble de arterias al otro lado de la pared.

Pero pronto vuelve a engrosar, y el explorador llega a la amplia cavidad señalada con la letra B. Aquí el centro del cerebro posterior, se encuentra rodeado de importantes centros nerviosos, tras él se alza el macizo cerebelo; a su lado y enfrente de él una serie de abultamientos en la pared marcan los sitios de cierto número de estos centros que, cuales oficinas de secretarios ejecutivos, se hacen cargo de las acciones reflejas. Aquí se gobiernan los movimientos de los músculos de la cara y garganta y los que originan el movimiento respiratorio. Enfrente se reciben los informes del oído, del gusto, del tacto y en general, de los órganos situados en cara y cabeza. Comúnmente se le conoce como la base del cráneo. A ambos lados de esta cámara, hay grandes columnas de fibras nerviosas por medio de los cuales se comunica con centros del cerebro anterior.

Más adelante, en C, el túnel vuelve a ensancharse y penetra en el cerebro medio. Nuestro explorador avanza y observa que los lóbulos ópticos han perdido gran parte del volumen que tienen en vertebrados más primitivos. Su tamaño, comparativamente parecería insignificante. Bruscamente el paisaje cambia de forma convirtiéndose en la cavidad del cerebro intermedio, D. Al llegar a este punto, el explorador encuentra el camino cortado por un obstáculo (obsérvese como un óvalo blanco), que es la conexión comunicativa entre los dos lados del cerebro intermedio. Al crecer y hacerse más complejos los dos tálamos, se han encontrado uniéndose entre sí. El explorador tiene dos opciones puede subir por encima de esta barrera, o puede pasar por debajo de ella, pero en este último caso, corre el riesgo de resbalar por el embudo que conduce a la glándula pituitaria. En vista de ello, elige el camino más seguro. Al pasar por encima del obstáculo, deja atrás la glándula pineal, ese botoncito pedunculado del tamaño de un hueso de cereza, y observa que la mayor parte del techo es muy delgada y percibe las pulsaciones de sangre circulante.

Pero ahora, el paso está definitivamente obstruido; la cavidad del cerebro intermedio, termina en un muro vertical, que corresponde a su extremo delantero. Sin embargo, los dos hemisferios cerebrales han desbordado por los lados, al cerebro anterior, y por ellos puede aventurarse si quiere. A cada lado encuentra un agujero redondo llamado Agujero de Monro y, por uno de ellos M, puede pasar al enorme y serpenteante cavidad del hemisferio cerebral. En el hemisferio encuentra una serie tan complicada de cámaras y pasadizos que podría pasar

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muchas horas observando cada parte de las profundidades del cerebro anterior, de gran interés por estar directamente involucradas en las funciones olfativas o sobre la superficie interna del cuerpo estriado. Aunque nunca podría acercarse a la materia gris de la corteza puesto que ésta recubre la superficie y él se encuentra en el interior; y es este interior, el que por hora reclama nuestra atención.

Uno de los avances más relevantes de la neurología, fue el descubrimiento de que diferentes parte de la corteza estaban más involucradas en algunos tipos de funciones, aunque de hecho fue desde el siglo XIX, cuando el médico alemán Francisco José Gall, quien después de describir la materia blanca como un tejido fibroso que no eran más que haces de conexiones comunicativas entre centros de la materia gris, fue el primero en proponer que la corteza era un mosaico de zonas y cada una de ellas la sede de alguna función o facultad. Pero apreció equivocadamente el significado de estas zonas grises, por ejemplo, al observar que sus conocidos más pendencieros, presentaban un chichón prominente detrás de los oídos, colocó en esta región un centro de combatividad. En realidad su clasificación resultó ser sólo un disparate, pero llamó la atención para que estudios posteriores, buscaran mayor precisión.

La subdivisión de los hemisferios que proponemos, parte de un terreno mucho más sólido, parte de observaciones de la estructura microscópica de las zonas de la materia gris y de las procedencias de las fibras que las alimentan; y, de experiencias sistemáticas de análisis de síntomas producidos por lesiones cerebrales o tumores. Ya hemos descrito como la corteza mamífera se expandió desde simples rudimentos como los presentes en reptiles y aves. La primera parte que creció y se diferenció fue el archipallium, entrando en relación con conexiones olfativas, del gusto y de reacciones viscerales, pero en la medida en que los mamíferos se iban haciendo más activos, fueron desarrollando otros sentidos, sus ojos se hicieron más precisos y fuertes; se agudizó el sentido se actitud y movimiento corporal que depende de los órganos dispersos en músculos, tendones y articulaciones; mejoró el sentido del tacto y la facultad de movimientos manuales. De este modo, se especializó el neopallium o néocortex, corteza relacionada con estas funciones y que gradualmente fue substituyendo a las partes y funciones antiguas, sólo interesadas en el olfato.

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Ahora bien, así como el cerebro medio y el cerebro posterior contienen cierto número de centros distintos que corresponden a diversas funciones, así el néocortex empezó a subdividirse en una serie de funciones especializadas, pero relacionadas entre sí cuando crecieron sus responsabilidades, hasta llegar a encargarse de gobernar y dirigir todas las actividades. En la figura 54, reproducimos una serie de cerebros mamíferos, todos primitivos y poco especializados para indicar con la mayor aproximación posible la línea por la cual ha evolucionado el cerebro. Cerebelo y cerebro posterior presentan un ligero punteado que les da una apariencia sólida, el archipallium (cerebro viejo), aparece en blanco y, el neopallium, está sombreado de diferentes modos –aparenta un cobertor remendado-. El diagrama revela con bastante claridad la gradual substitución del cerebro primitivo, por el neopalliun, antecedente de la nueva corteza cerebral o néocortex.

Figura No 54 Cuatro fases de la evolución del cerebro mamífero. Las zonas prefrontales y las señaladas con pequeños círculos y líneas horizontales son las “zonas de asociación” Su superficie es proporcional a la inteligencia del animal

Aun en el más sencillo de estos cerebros –el del musgaño saltador- el neopallium, está dividido ya en cierto número de zonas distintas. Una de ellas, señalada en negro, está relacionada con la percepción visual; otra marcada con signos en forma de T, interviene en la audición; una tercera con rayas cruzadas, corresponde al sentido del tacto; de una cuarta, toscamente punteada, parten fibras que van a los centros motores del cerebro posterior y la

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medula espinal, llevando las instrucciones de los hemisferios cerebrales. En mamíferos inferiores como ratas y zarigüeyas, existen estas zonas con mayores o menores distinciones. Es interesante seguir su desarrollo ascendente y ver reflejados en la estructura del cerebro, el perfeccionamiento y expansión gradual de la conducta animal.

El musgaño saltador es una criatura africana parecida al jerbo, que vive furtivamente, oculto generalmente durante el día y cazador de insectos por la noche. Debe su nombre a los saltados que da, como el canguro, apoyado en sus extremidades inferiores. Como puede derivarse de la simplicidad de su estructura cerebral, su conducta es elemental y está regida principalmente por el sentido del olfato. Algunos de ellos tienen narices tan largas y móviles que se les llama musgaños elefantes.

El musgaño arborícola es pariente cercano del musgaño saltador, pero es una criatura muchísimo más ágil. Es capaz de correr con sorprendente habilidad por ramas muy delgadas y para ello, necesita una vista aguda y un exquisito control de sus movimientos. Además al ser arborícola la nariz pierde gran parte de su importancia funcional. En el segundo cerebro, observamos cuán profundamente afecta esta circunstancia a la relación y equilibrio entre archipallium y neopallium.

El cerebro del tarsero, criatura que representa la frontera entre los primates (lémur) y los monos (el tití), muestran una mayor especialización en la misma dirección. A medida en que los ojos se vuelven más claros y precisos y la mano se convierte en un instrumento más sensible y plástico, se dilatan las zonas correspondientes del neopalliun, hasta que el antiguo cerebro olfatorio queda casi eliminado. Si recordamos la evolución de la inteligencia mamífera, se comprenderá cuan importantes han sido estos cambios. Una criatura como el musgaño saltador, que husmea el terreno, tiene un vista confusa y poca adaptabilidad y delicadeza en sus movimientos, debe vivir en un mundo extraordinariamente limitado. Se dará perfecta cuenta del olor de los objetos cercanos, seguramente su nariz móvil le da un sentido de localización de las cosas olorosas, más exacto de lo que nos imaginamos; pero cualquier objeto situado a partir de cierta distancia, será algo brumoso, alarmante, o de poco interés. A este nivel se encuentra una rata o un ratón que anda olfateando su camino, pero para el que su mundo debe ser olfativamente variado, pero carente de forma.

El ojo preciso y la mano hábil del mono, traen consigo un enorme aumento en la capacidad para explorar y percibir las formas de los objetos. Permite a sus poseedores liberarse de la concentración en sí mismos; y desviar algo de su atención hacia objetos distantes. Aumentar el radio de mundo perceptible, amplía

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el mundo del animal y amplia la capacidad de su mente, puesto que, si la habilidad reflexiva es evidentemente inútil, para una criatura que sólo puede percibir los acontecimientos que se desarrollan en su inmediata vecindad, la introducción de lo remoto, trae consigo la oportunidad de previsión y ajuste conveniente.

De este modo, el crecimiento y diferenciación del neopallium, ha hecho posible uno de los grandes avances de la mente humana. Ha permitido la sustitución del antiguo método de resolver problemas tentando al azar, por un nuevo método de pausa reflexiva y el descubrimiento por creatividad e invención. Vimos como este cambio de método aparece ya en los mamíferos intermedios, como perros y caballos, y de manera más clara y contundente en monos. ¿pero cómo se dio el paso final del mono al hombre? Podemos seguir la pista de este cambio en la estructura cerebral.

La figura 55 presenta las principales subdivisiones de la corteza cerebral humana.

Lo mismo que en el cerebro del tití, tenemos una amplia zona visual en el extremo posterior, una zona auditiva en la parte inferior lateral, y sobre está una zona táctil y otra motora. En la zona motora, la figura muestra más detalles que la del cerebro del tití, vemos que las diversas partes del cuerpo están sujetas al control de diferentes partes de la zona, correspondiendo su extremo superior a las piernas y regiones inferiores de la espalda, y su extremo inferior a la cabeza. Pero lo que resulta más notable en este cerebro, al compararlo con los ya revisados, es

el enorme desarrollo de nuevas zonas. Obsérvese que en el musgaño saltador, todo el hemisferio cae dentro de una u otra de las zonas motoras o sensoriales. En el musgaño arborícola aparece una nueva zona muy pequeña, en el extremo delantero del cerebro, (señalada con líneas horizontales). Esta zona se dilata en el tití y los simios y aparece otra frente a la corteza visual. En el hombre, estas nuevas regiones (en blanco en la figura 55) están enormemente desarrolladas; y hay una tercera al lado del hemisferio, debajo de

Figura No 55 Zonas del cerebro humano. Las zonas relacionadas con sensaciones están punteadas; las que controlan los movimientos están sombreadas

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la zona auditiva. Indudablemente el crecimiento de estas nuevas zonas del néocortex, indican el desarrollo de una mente pensante.

Estas nuevas partes de la corteza se diferencian de las antiguas en que no están directamente involucradas con ninguno de los centros sensorios o motores de las demás partes del cerebro. Todas sus fibras comunican con otras regiones de la corteza. Sirven para coordinar las partes de los hemisferios. Su aparición es un resultado curioso de algo que ocurrió muy al principio de la evolución cerebral. Como hemos visto, los primeros cerebros estaban constituidos por centros reflejos automáticos conectados con órganos sensorios y grupos especiales de músculos. Luego hicieron su aparición los centros de correlación que inspeccionan y regulan las actividades de estos departamentos, digamos administrativos. La corteza era uno de estos centros coordinadores. Pero en el tronco mamífero la plasticidad de la corteza resultó una propiedad tan valiosa se fue orientando a tener cada vez más el control y responsabilidad de los centros inferiores. La corteza misma se subdividió en regiones de mayor grado de especialidad. Una vez más se hizo patente la necesidad de centros interventores no encargados de ninguna actividad rutinaria y en respuesta a ella surgieron estas nuevas zonas.

El continuo y progresivo desarrollo de estas nuevas zonas en el neopallium es lo que caracteriza al tronco primate. Son las últimas partes del cerebro que llegan a su pleno desarrollo en el niño. El neopallium del musgaño saltador es tan sólo un conjunto de zonas inmediatamente interesadas en las sensaciones o en las respuestas y la vida mental de esta criatura está totalmente ocupada en estas actividades inmediatas. En los mamíferos superiores y en el hombre, las zonas de asociación se dilatan a medida de que crece la inteligencia. La diferencia en tamaño entre el cerebro de un hombre y de un gorila es debida, casi exclusivamente, a la enorme expansión de estas zonas de asociación en el primero.

Se sabe que el área de asociación prefrontal, está asociada principalmente con la realización de la conducta, como se deduce de las observaciones realizadas a partir de la segunda guerra mundial. Las lesiones extensas de esta zona, producen trastornos psíquicos y un comportamiento anómalo, que se manifiesta en la falta de iniciativa e interés de la persona, debilitamiento de la razón y la memoria y en un cambio de costumbres en general. La intervención de los lóbulos frontales en la regulación de la conducta es la base de la moderna neurocirugía.

En lo que se refiere a la conducta, el hombre se distingue de todos los demás animales en que usa palabras para hablar y para pensar; esta facultad es la principal diferencia entre el simio y el hombre, por lo que conviene detenerse un momento en el área del lenguaje. Se sabe que, a lesiones en el hemisferio

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cerebral izquierdo pueden seguir perturbaciones en el lenguaje, tanto en su expresión como en su comprensión. Es curioso que rara vez suceda esto en lesiones de hemisferio derecho, como se sabe, el control hemisférico es cruzado, es decir el hemisferio izquierdo controla el lado derecho y viceversa. Pero lo verdaderamente misterioso es que al parecer los procesos mentales relacionados con la palabra estén sólo radicados en un hemisferio, el izquierdo. Todos nosotros presentamos cierta asimetría en conductas motoras, pudiendo realizar movimientos más delicados con la mano derecha que con la mano izquierda; lo mismo se puede observar en los gorilas. Es probable que el hecho de que escribamos con la mano derecha influya en que nuestra asociación de palabras se de principalmente en el hemisferio izquierdo.

Una lesión puede causar una perturbación en el lenguaje si afecta a algún punto situado en una banda que recorre lateralmente el hemisferio, desde la zona visual hasta debajo de la zona motora, pasando por la auditiva. Además la naturaleza de la perturbación varía dependiendo de la parte afectada. Pudiendo ser “ceguera de palabra” cuando el paciente ve con toda claridad las letras escritas o impresas, pero tiene dificultad para descifrar su significado. Otra puede ser, la llamada “sordera de palabra” que se caracteriza porque, aunque el paciente escucha bien los sonidos, no consigue comprender el significado de las palabras habladas. Por último, también puede haber una lesión de tipo motora, que produce disturbios en la articulación y fonación. Aunque el paciente piensa con claridad y comprende perfectamente las palabras, no puede articularlas.

Estos hechos revelan un estado de cosas que marcha en sentido diferente al de buscar en un mosaico de zonas, sus especialidades funcionales. Es evidente que por lo menos en el caso del lenguaje, participa una gran parte de la corteza y no sólo un centro claramente identificado. Ya que las lesiones locales que hemos descrito producen solamente obstrucciones en una u otra parte del sistema, Así un tumor en el extremo delantero de la banda, interfiere con la función de formar palabras; el paciente puede seguir riendo, expresando emociones y hasta cantando incluso, en algunos casos, puede conservar la facultad de escribir, pero no de hablar fluidamente.

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La palabra no es, por tanto, función de alguna parte especial del cerebro de la carezcan los otros animales, sino la ampliación y refinamiento de funciones que existen de forma tosca en otros mamíferos. Cuando se inició el estudio de la anatomía cerebral se buscó con avidez alguna parte del cerebro, responsable del lenguaje, que sólo estuviera presente en nuestra especie. En todos los casos se encontró su similar en otros animales, principalmente en los antropoides. Ahora sabemos que no existe tal órgano humano característico. Las diferencias entre el cerebro del hombre y del mono son simplemente diferencias de proporción, sobre todo en el grado de desarrollo que han alcanzado las zonas de asociación.

Y así como el cerebro humano ha evolucionado pasando por una serie de fases que hoy estamos en condiciones de identificar con exactitud, lo mismo ha sucedido con la mente humana: no es más que la culminación de una serie de

Figura No 56. Comparación entre el volumen de un cerebro humano y el de un orangután, ambos del la misma complexión y peso. Nótese en la figura derecha que las “zonas de asociación” no están tan bien desarrolladas

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posibilidades de conciencia ya presentes en escalas inferiores de evolución de vertebrados y mamíferos.

Síntesis de Javier Ignacio Avila Guzmán de la obra: Evolución de la conducta en los vertebrados y

El cerebro culminante en: Conducta, Sensación y Pensamiento.

Libro Octavo de La Ciencia de la Vida. De H.G. Wells, Julian Huxley y G.P. Wells.

Traducción de: Ignacio López Valencia.Revisado por: Ignacio Bolivar Izquierdo.

Editorial Aguilar. México. 1959. Pps. 854- 910.