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    EL PRIMERO.

    Un creciente murmullo se fue apoderando de la plaza cuando Frasquillo, situado

    delante del toro para entrar a matar, espada en alto, desvi la mirada hacia el callejn,

    desatendiendo al astado que lo amenazaba con los cuernos enfilados hacia su pecho.

    Supe entonces que me estaba buscando, que senta que yo era un enemigo ms

    poderoso que los dos cuchillos que coronaban la testa del animal, aun a riesgo de que

    terminasen con su vida de una cornada certera. Apart los ojos mientras intentaba, en

    vano, olvidar su desafo: Comisario, si quiere usted conocer mi verdad, lo espero

    maana en la plaza, en el callejn. Esa enigmtica frase con la que se despeda de m la

    tarde anterior exiga que yo fuese a su encuentro.

    La angustia comenz a corroerme. Acaso prefera morir de una cornada en el

    ruedo? Comenc a sudar cuando mi mente reprodujo otra frase suya, en respuesta a mi

    amenaza de llevarlo a comisara: Ir salvo que algn toro disponga otra cosa,

    Comisario.

    Refugiado en mi asiento del tendido nueve, pretenda evitarle la presin de mi

    presencia en cada lance, en la idea, tal vez errnea, de que pudiera concentrarse en la

    lidia y, al calor de los vtores y aplausos de los espectadores, olvidar, al menos por un

    momento, el duro interrogatorio al que le haba sometido la vspera. En mis ms de

    treinta aos de servicio policial, no encontraba un recuerdo ms amargo que tener

    sentado ante m, para responder de un triple asesinato, a una de las figuras ms excelsas

    del toreo, a uno de los personajes ms admirados por todos los aficionados, a un hombre

    que no poda dar dos pasos en la calle sin ser reconocido y abordado para requerirle un

    autgrafo; aunque en ese trmite no fuera Frasquillo, sino tan solo Francisco Snchez

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    Prez, nacido en Granada el da veintinueve de agosto de mil novecientos cuarenta y

    siete, a la sazn, de veintiocho aos.

    El murmullo se torn, de pronto, en un clamor y cuantos me rodeaban se

    levantaron de sus asientos impulsados por un invisible resorte. Sin ser capaz de

    sustraerme a la incertidumbre, yo tambin me ic para comprobar cul de los dos

    adversarios: toro o torero, se haba alzado con el triunfo.

    Al fijar la vista en el albero, un resoplido de alivio sali de mi boca antes de

    unirme a la cerrada ovacin. El primero de los seis toros a los que Frasquillo haba

    citado para encerrarse en solitario yaca muerto a sus pies de una certera estocada en

    todo el hoyo. Los aplausos dieron paso a un flamear de pauelos de los espectadores

    que llenaban Las Ventas, en solicitud de los trofeos por su encomiable faena, de la que

    no pude disfrutar por tener el nimo encapotado.

    Mientras la orquesta se arrancaba con un pasodoble, el impulso de bajar al

    callejn se iba haciendo ms fuerte. Era terreno vedado para quienes no formasen parte

    de la cuadrilla o cumpliesen alguna funcin en la plaza, lo cual no era mi caso. Sujeto

    por mis dudas volv a ocupar mi localidad.

    Llam al muchacho de las bebidas para pedirle un refresco. La boca, seca como

    un erial, era el reflejo de mi desazn. Todos los indicios apuntaban al artista como autor

    de tres gravsimos delitos y, pese a ello, me resista a aceptarlo, tal vez porque me

    faltaba una pieza esencial del puzzle, el mvil, y tambin por la incapacidad de entender

    cmo alguien que lo tena todo: la gloria, el dinero, las mejores compaas, pudiera

    ponerlo en riesgo al asesinar a tres personas, en diferentes momentos y lugares, sin

    ninguna conexin aparente entre s. Supona, adems, un hecho inslito que en el

    mundo de la tauromaquia alguien hubiese perpetrado tan horrendos crmenes.

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    Sin embargo, las evidencias llevaban su nombre. Antes de irrumpir en la

    intimidad del callejn, mi mente me exiga un esfuerzo para el que tal vez no estaba

    capacitado: comprenderlo. No solo conocer los hechos, no solo reunir las pruebas, no

    solo intentar su confesin. Sobre todas las cosas, entender la situacin y comprender a

    la persona.

    Apenas haban transcurrido unos meses desde la aparicin del primer cadver, a

    comienzos de mil novecientos setenta y seis. Mientras toda Espaa esperaba con la

    respiracin contenida los acontecimientos polticos que deban marcar nuevos

    derroteros tras el fallecimiento de Franco, yo reciba la noticia de que, a tan solo unas

    pocas calles de mi comisara, en pleno barrio de Chamber, un hombre de unos

    cincuenta aos haba sido hallado muerto en el interior de su vivienda, con un cuchillo

    clavado en la nuca. Lo haba descubierto su asistenta al entrar a limpiar en la maana

    del viernes nueve de enero. A los gritos de la mujer acudieron los vecinos y uno de ellos

    llam al 091 para denunciar el hecho. Me desplac al lugar del crimen con mis hombres

    para ordenar la investigacin.

    En el portal del edificio se amontonaban los curiosos cuando hicimos acto de

    presencia. El portero de la finca, convertido en improvisada estrella, relataba a los

    reunidos el acontecimiento. Sustrayndolo de su momento de gloria me dirig a l para

    que me condujese al piso de autos, lo que acat con cierto pesar por abandonar a sus

    anhelantes inquisidores. Subimos a la cuarta planta donde, como esperaba, los vecinos

    del finado rebosaban el descansillo, arremolinados a la puerta del piso donde el difunto

    esperaba, sin prisas, a contarnos lo ocurrido.

    Vamos, todos a sus casas, djenos trabajar orden en alta voz. Y usted

    tambin me dirig al portero, deseoso de participar en las pesquisas.

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    Un murmullo de decepcin sigui a mis palabras. La asistenta del difunto, de pie

    en el vestbulo de la vivienda, tambin se dio por aludida, disponindose a salir del

    domicilio.

    Usted no la detuve.

    Me tengo que quedar? sus ojos reflejaban espanto.

    Puede esperar en el descansillo, si lo prefiere. Ni se vaya ni hable con nadie

    est claro?

    S, seor.

    Un momento. Cundo lleg la puerta estaba cerrada o abierta?

    Cerrada.

    Bien, espere fuera.

    Pasamos al interior de la casa, un piso antiguo, techos altos y parquet, decorado

    en tiempo inmemorial con muebles desgastados por el tiempo. Un olor desagradable nos

    fue guiando por el interior hasta una sala con balcones a la calle. Ah esperaba el

    cadver, sentado en una silla del comedor, atado de pies y manos, amordazado para

    amortiguar sus splicas, con la cabeza cada sobre el pecho, tal y como si le hubieran

    aplicado el garrote vil. Haba sido ajusticiado con un arma punzante que llam de

    inmediato mi atencin. No era una navaja, ni un cuchillo casero, no; su forma recordaba

    a un cachete, el cuchillo que utilizan los puntilleros para rematar a los toros en la plaza.

    Le cerr los ojos antes de observar con ms detalle el ambiente. En la librera de

    madera de cerezo se exhiban diversas fotografas en las que el difunto posaba con

    toreros y otras personas relacionadas con el mundo taurino; ninguna de ellas me result

    conocida.

    Morales llam a uno de mis hombres , conocemos la identidad del difunto?

    Consult su bloc de notas antes de responder:

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    El portero nos ha dicho que se llamaba Jacinto Alcocer. Viva slo y era

    apoderado de toreros, si bien con poco xito.

    Llame a la asistenta, vamos a tomarle declaracin.

    Aqu, Comisario? Delante del fiambre?

    No, hombre, no. Llvela a la cocina.

    Me encamin hacia all para encontrarnos. Estaba plida y toda ella era un

    estremecimiento. Reunidos en la cocina, le orden que tomase asiento. Estrujaba las

    manos, ya coloradas, sin darles sosiego.

    Cmo se llama usted?

    Matilde Colina.

    Lleva mucho tiempo al servicio de la casa?

    S, seor. Entr como interna hace unos diez aos, hasta que la seora, que

    Dios tenga en su gloria, se nos fue har unos dos aos. Desde entonces qued como

    externa porque el seor Jacinto ya no me necesitaba para todo el da.

    Qu puede decirnos del difunto?

    Pues, no s.

    Veamos. Sabe usted si tena enemigos o estaba metido en algn lo?

    Huy, yo no s nada de eso, que una es muy discreta y no se mete en la vida de

    los seores.

    Era un hombre tranquilo, de costumbres? Beba, llegaba tarde a la casa?

    Tena alguna mana?

    Bueno, sin que parezca que una habla demasiado

    Hable, no se preocupe.

    Bueno, cuando estaba interna si le oa llegar tarde algunas noches. La seora

    se enfadaba y le deca: ests borracho otra vez. Discutan y algunas veces l le

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    levantaba la mano, que yo no digo quien tena o dejaba de tener razn, entonces oa

    gritar a la seora y encerrarse en su cuarto.

    Alguna vez vino alguien a reclamarle dinero o tuvo aqu algn

    enfrentamiento?

    No que yo sepa. Cuando no estaba en los toros o de viaje, el seor trabajaba en

    el despacho que est junto al saln. Aqu no venan a verlo. Alguna vez o, sin

    quererlo, claro, que se reuna en un bar del centro.

    No habr odo el nombre del bar, sin quererlo, claro.

    No, seor.

    Bien. El inspector Morales le tomar sus datos. Una ltima pregunta: sabe

    usted cmo estaba el difunto de dinero?

    Pues, No s. Yo slo puedo decirle que me pagaba religiosamente,

    aunque

    Si?

    No sobraba la comida.

    Mientras mis hombres terminaban de tomar fotografas y posibles pruebas, baj

    a la calle para hablar con el portero. Lo encontr rodeado de vecinos que hablaban todos

    al mismo tiempo. Con la mirada lo apart del corrillo. Sus andares rechonchos me

    condujeron a la portera, un lgubre garito sin luz natural ni ventilacin, donde una silla

    y una mesa descolorida soportaban sus interminables horas. Cerr el Marca y me

    ofreci la silla. Declin la invitacin para indicarle que se sentara.

    Cmo se llama?

    Herminio Hernndez Hontoria.

    Todas con hache?

    S, seor.

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    Cuntos aos lleva usted en la casa, Herminio?

    Puf! Mi padre era portero de esta finca cuando nac. Al morir, me qued en su

    lugar, hace ya unos diecisis aos.

    Entonces conoca bien a Don Jacinto, el difunto?

    Y que lo diga! Sus padres alquilaron el piso cuarto derecha en el ao

    cincuenta y uno y, cuando murieron, se lo qued el hijo, Don Jacinto, como es un piso

    de renta antigua

    Qu puede decirme del finado?

    De quin?

    Del muerto.

    Ah, como le ha llamado usted de esa manera Era apoderado de toreros

    ninguno famoso, sabe? Se defenda. Tenamos mucha confianza. Yo, en mis aos

    mozos, hice mis pinitos como maletilla, sin suerte l me daba nimos y me deca que

    tal vez pudiera darme alguna oportunidad, pero nunca se acord de m.

    Senta usted rencor contra l por no ayudarle?

    No seor! Aquello pas y l me daba entradas para los toros de vez en

    cuando. Siempre hablbamos de las corridas y me contaba cosas de los toreros, ya

    sabe, de esas que no se publican.

    Sabe usted si tena enemigos? Tal vez algn torero resentido con l por no

    ayudarle? Alguien a quien debiera dinero? Algn asunto de faldas?

    Nunca me cont nada. Era un hombre tranquilo, salvo, salvo cuando beba.

    Tena mala copa, sabe? Entonces era mejor no hablar con l.

    Anoche, cuando cerr usted la portera, sabe si Don Jacinto estaba en casa?

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    No creo. Le vi salir por la tarde, sobre las ocho. Cuando estaba en Madrid, a

    esa hora sola ir a reunirse con sus amigos de los toros en un bar del centro y volva

    tarde, cuando yo ya haba cerrado. Ayer fue lo mismo.

    Hay sereno en la calle?

    Lleva varios das pachucho.

    Y no oy usted nada?

    No. Hasta que Matilde no entr esta maana en la casa y lo descubri, nadie

    coment nada raro.

    El portero se levant como un tiro cuando los camilleros del Instituto Anatmico

    Forense irrumpieron en el portal en busca del cadver:

    Seores, por aqu no, que me lo estropean todo! Deben ir ustedes por la puerta

    de servicio.

    Los dej discutiendo al respecto para regresar a la comisara. En mi cabeza haba

    ms sombras que luces sobre el crimen cometido. El nico dato fiable radicaba en el

    arma homicida, que pareca encaminarnos hacia el mundo de la tauromaquia. Un

    segundo detalle de inters resida en el hecho de que la vctima tal vez conociese a su

    asesino, como poda deducirse de que la puerta no estuviese forzada y los vecinos no

    hubiesen odo ruidos. En una primera conjetura pareca descartarse el robo. Ms bien

    debamos orientar la investigacin hacia la venganza personal. Esto exigira rastrear

    entre las amistades y conocidos del difunto para ir atando cabos.

    Centrado en estos pensamientos me sobresalt cuando, en el vestbulo de la

    comisara, una mano golpe mi hombro. Me gir para descubrir quin era el

    impertinente y reprenderlo en pblico. A punto de soltar un exabrupto, tuve que

    reprimirme. Delante de m tena a una mujer rubia, menuda, con una humeante pipa

    entre sus dientes.

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    Buenos das, Comisario me salud. Un pajarito me ha dicho que tiene

    cosas que contarme.

    Por lo general los periodistas me dan grima; los evito siempre que puedo en su

    afn por husmear en el estercolero de las acciones humanas ms repugnantes. El

    Inspector Pedrito, como era conocida en los ambientes policiales, construa una

    excepcin, por ella senta una especial debilidad. La clebre Margarita Landi, con su

    Karman Gua descapotable y su sempiterna pipa, era apreciada por todo el Cuerpo

    policial, a pesar de que sus crnicas en El Caso no regatearan los detalles ms

    escabrosos de cada crimen.

    Le invito a tomar un caf. Seguro que le vendr bien me ofreci.

    Los aplausos de cuantos me rodeaban en la plaza me retornaron a la realidad del

    momento y me puse en pie para observar. Frasquillo, vestido de blanco y oro, daba la

    vuelta al ruedo con la oreja de Carioso en la mano y su sempiterno gesto adusto. Aos

    ms tarde, cuando escribo este relato, resuenan en mi interior las muestras de

    admiracin con las que los ms de veintitrs mil espectadores premiaban su primera

    actuacin en esa tarde que nunca he podido olvidar. No solo por la belleza de su arte

    torero, sino por todo lo que aconteci despus, incluida la investigacin interna a la que

    yo mismo tuve que hacer frente, sujeto por la promesa que esa misma tarde hara a

    Frasquillo y que me impeda revelar toda la verdad.

    Los acordes del pasodoble, ejecutados por la banda de msica de la plaza, me

    trasladaron a la comisara, a principios de la semana siguiente al hallazgo del cadver.

    El inspector Morales acudi a mi despacho para mostrarme los resultados de la autopsia

    y el informe de las pesquisas del lugar del crimen. Mi estado de nimo padeca los

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    efectos de un resfriado que amenazaba con recluirme en la cama. Opt por pedirle a

    Morales que me sintetizara los datos:

    La autopsia indica que el difunto falleci de una certera pualada que le

    seccion el bulbo raqudeo, producindole la muerte.

    Como cuando apuntillan a un toro coment.

    Es el trabajo de un profesional; hay un solo corte, certero y definitivo.

    Un mdico, un veterinario o alguien relacionado con la tauromaquia.

    Con el mundo de los toros?

    S. Tenga en cuenta que la vctima era apoderado taurino. Tal vez alguien que

    tuviera una cuenta que ajustar con l.

    Eso explicara que la puerta no estuviese forzada. Seguramente se conocan.

    Adems

    Qu?

    La autopsia indica que el cadver tena un fuerte golpe en la cabeza y altas

    dosis de alcohol en sangre. Vamos, que estaba borracho cuando lo asesinaron.

    Faltaba algo del domicilio?

    Aparentemente, no. La casa estaba en orden. La asistenta no ech en falta

    ningn objeto e, incluso, encontramos en un cajn un sobre con ms de cincuenta mil

    pesetas.

    Luego el mvil no parece ser el robo.

    No.

    Ha dicho usted que el muerto estaba bebido

    Borracho, dira yo.

    No recuerdo que hubiera alguna botella a la vista, vasos, o algo que indicara

    que estuvieron bebiendo en el domicilio antes del asesinato.

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    No haba nada de eso.

    Han examinado el arma homicida?

    S. Martnez confirma que se trata de un pual de los que usan los que rematan

    a los toros.

    Morales, usted no es aficionado a las corridas, verdad?

    No, Comisario, donde est el ftbol A m que no me saquen del Bernabu.

    Mire, ese pual se llama cachete o cachetero y es el que usan los puntilleros

    para consumar la muerte del animal una vez que lo ha estoqueado el matador, antes de

    que las mulas se lo lleven a desollar.

    Ya.

    Se hizo el silencio entre nosotros. Carraspee antes de continuar:

    Alguna huella en el asa?

    No. Est recubierto de cuero y no encontraron nada en el laboratorio, salvo

    Si?

    Tiene una letra grabada, muy artstica, en un crculo de plata pegado justo en el

    medio de una de las caras de la empuadura, parece una F o algo as. Tiene algn

    significado?

    Bueno, hay toreros que graban sus iniciales en sus trastos de matar. Tambin

    puede ser la marca del orfebre, un adorno que le puso alguien, una pista falsa,

    cualquiera sabe Algo de inters del examen del lugar?

    Nada. Da la impresin de que, al poco de entrar en el domicilio, el asesino

    golpe a la vctima para reducirlo, lo at a la silla donde lo encontramos, lo amordaz

    para que no chillara y lo ajustici.

    Con premeditacin y alevosa.

    Exacto. Un asesinato en toda regla.

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    Quiero que se ocupe de averiguar a qu toreros representaba la vctima, con

    cuales haba roto sus relaciones, sin importar que fuese hace aos, qu amistades tena,

    incluidas las femeninas. El portero de la finca mencion un bar del centro donde el

    difunto acuda habitualmente. Localcelo y a ver qu podemos sacar en claro.

    Morales se me qued mirando:

    Tiene mala cara, Comisario, se encuentra mal?

    Tengo un enfriamiento del demonio. Me ir a casa en cuanto termine de firmar

    unos papeles.

    Cudese. Si hubiese algo importante, le llamo.

    Camino de casa, entre las brumas del resfriado, una idea persista en llamar mi

    atencin. Si el asesino haba extremado las precauciones para que no se descubriera su

    identidad, por qu cometer el crimen utilizando un arma tan poco convencional y,

    sobre todo, con una inicial grabada? Poda tratarse tanto de un loco que quisiera firmar

    su obra como de una maniobra de distraccin, para que fusemos detrs de una pista

    falsa. O ambas cosas. O una casualidad, si el arma homicida perteneca a la propia

    vctima y el asesino la emple al estar a mano Podan ser tantas posibilidades que no

    debamos obsesionarnos con ello, ni tampoco echarlo en saco roto.

    Cuando llegu a casa me prepar un vaso de leche muy caliente, al que aad

    una buena dosis de brandy, antes de meterme en la cama a pesar de que no haban dado

    las dos de la tarde.

    El viejo remedio casero me hizo dormir hasta bien entrada la maana siguiente.

    Sin tiempo ni para revisar la prensa, tom un caf y sal. La maana luca soleada, una

    de las muchas que, pese al fro invernal, te abrigan lo suficiente para que echarse a la

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    calle no sea una experiencia traumtica. Cualquier mdico me hubiera aconsejado

    permanecer en cama un par de das por lo menos y yo habra debido obedecerle, si no

    fuera por mi incapacidad para seguir ms horas sin nada que hacer ms que lamentarme

    del malestar que me asolaba. Adems, la intriga por el asesinato del apoderado me

    obligaba a volver a m puesto de mando. Bien pertrechado con el abrigo y una gruesa

    bufanda, me puse en camino conduciendo mi inefable Seat 124 de color crema que,

    prerrogativas del cargo, aparqu en el lugar reservado para m a la puerta de la

    comisara.

    Una montaa de papeles esperaba con paciencia mi regreso. De un vistazo fui

    distribuyndolos por las esquinas del escritorio hasta detenerme en uno de ellos. Era una

    pgina del ABC del da en el que figuraba, remarcada con tinta de bolgrafo, una

    esquela por el fallecimiento de Don Jacinto Alcocer Cnovas, ocurrido el da ocho de

    enero de mil novecientos setenta y seis, a los cincuenta y cinco aos de edad. Omita

    cualquier referencia a cmo se haba producido el bito y convocaba a una misa por el

    eterno descanso del finado para ese mismo da, a las siete de la tarde, en la iglesia de

    San Fermn de los Navarros, muy prxima al domicilio del difunto. La convocatoria la

    firmaban, genricamente, sus apenados familiares y amigos.

    Ahora est muerto de verdad.

    Murmur, recordando lo que en cierta ocasin me haba dicho un amigo: Nadie

    est realmente muerto hasta que su esquela no aparece en el ABC.

    El malestar del resfriado me aconsejaba recluirme pronto en casa y el dilema de

    atender a mi cuerpo o acudir al funeral se hizo presente. Ir al funeral me permitira

    observar a los asistentes, uno de los cuales, tal vez, fuera su propio asesino. Por el

    interfono mand llamar al inspector Morales, que hizo acto de presencia a los pocos

    minutos.

  • 16

    Buenos das, Comisario, Cmo se encuentra?

    La verdad, no muy bien.

    Y qu hace aqu?

    No soporto estar en casa.

    Le entiendo. Ha visto la esquela que le dej?

    S, debemos ir. Es una buena ocasin para ver a los allegados del difunto.

    Si usted quiere voy yo a la misa y se va usted a descansar.

    No hace falta. A m me ser ms fcil reconocer a los asistentes del mundo

    taurino, ya que usted no es aficionado.

    Como quiera. Por qu tiene tanto inters en este caso?

    Yo voy a los toros desde que era nio. Mi padre me inculc la aficin. Y en

    este asunto hay algo extrao.

    He estado haciendo averiguaciones

    Y?

    De momento, poca cosa. El portero de la finca me ha dicho que el bar que

    frecuentaba la vctima est detrs de Sol, por la calle de la Cruz, sin precisarme ms.

    Pienso dar una vuelta por ah esta tarde.

    Ah est la calle de la Victoria, donde venden entradas para Las Ventas. Puede

    que ellos le indiquen qu bares de la zona frecuentan gentes del mundo del toro.

    A base de analgsicos pude ir llevando la jornada. A las seis y media, cuando el

    inspector Morales acudi a mi despacho para que salisemos hacia el funeral, el

    malestar me empujaba a irme a casa y meterme en la cama.

    Nos vamos, Comisario? Podemos ir en mi coche.

    La iglesia est aqu al lado.

    No creo que le convenga ir andando.

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    Dud si aceptar su ofrecimiento o marcharme a casa. Al final opt por cumplir

    con mi deber y aguantar como pudiera el dolor de cabeza que me torturaba. Salimos de

    la comisara con la oscuridad del invierno. La ausencia del sol dejaba la temperatura

    cercana a los cero grados. Una sucesin de estornudos me convulsionaron hasta

    alcanzar el Simca de mi subordinado y sentarme en el asiento del acompaante. Podra

    asegurar que haca ms fro dentro del vehculo que en la propia calle. Nada ms

    arrancar, ped a Morales que pusiese la calefaccin.

    En cuanto se caliente el motor, la pongo respondi.

    La tiritera de mis huesos presagiaba que la fiebre suba. Senta la boca spera

    como un ladrillo, slo humedecida con los estornudos que me agitaban. Morales me

    observaba de reojo al tiempo que controlaba el indicador de temperatura del coche para

    conectar la calefaccin en cuanto fuera posible. Antes de que pudiese accionarla ya

    habamos llegado a la puerta de la iglesia. Busc un hueco para aparcar y nos apeamos.

    La fachada de la iglesia quedaba justo enfrente, en la acera contraria. Esto me permiti

    observar con detenimiento su frontis de estilo neo mudjar madrileo, de finales del

    siglo XIX, con la estatua de San Fermn presidiendo su prtico de piedra, en contraste

    con el ladrillo ajedrezado y su alta torre, que alberga el reloj en el centro.

    Vamos Comisario. No est la tarde para hacer turismo y menos con su catarro.

    Acelerando el paso cruzamos la calle para unirnos al escaso grupo de asistentes

    que esperaban para entrar a la misa funeral. Se dividan en tres grupos: a la izquierda, de

    riguroso luto, tres hombres y dos mujeres con cara de afliccin hablaban en voz baja; a

    la derecha, cinco jvenes con pinta de toreros charlaban animadamente; en el centro,

    reconoc a Herminio, el conserje de la finca donde viva el finado, junto con otras

    personas que deban ser vecinos del difunto. Me inclin sobre Morales para comentarle:

    A ver cmo podemos hacernos con los nombres de los presentes.

  • 18

    Djelo de mi cuenta. Vaya usted dentro y yo me quedo aqu.

    Atend a su sugerencia y entr en el templo. Un escalofro me sacudi al cruzar

    el umbral. Haca ms fro que en plena calle y que en el coche de Morales. Ocup un

    lugar a media distancia con el altar y me entretuve observando los preparativos para la

    misa que llevaba a cabo el monaguillo. Unas cuantas viejas rezaban de rodillas en la

    segunda fila. Como un goteo, los asistentes fueron entrando y ocupando sus lugares. En

    la primera fila se colocaron los tres hombres y las dos mujeres de riguroso luto. Los

    vecinos se situaron en la tercera fila y el conserje se ubic, solo, una fila ms atrs. El

    sacerdote apareci por un lateral del altar y comprob que estaba todo el orden, dando

    comienzo a la ceremonia. Mir hacia atrs para ver dnde se haba metido Morales y lo

    descubr entrando a la iglesia en compaa de los supuestos toreros, a los que se haban

    unido varios ms de mediana edad. Morales dio una palmada en la espalda a uno de

    ellos y vino hacia m. Los segu con los ojos y pude reconocer, entre los recin llegados,

    a dos matadores de la parte baja del escalafn taurino, de los que nunca han logrado ser

    figuras pese a estar en plena madurez. Morales se sent junto a m y susurr:

    Ya estn todos fichados.

    No pude evitar mirarle con cierta admiracin. Pese a su juventud, el inspector

    Morales apuntaba maneras de buen polica. La curiosidad por conocer los datos tuvo

    que ser reprimida ante el silencio del templo, slo roto por las palabras del sacerdote. El

    malestar fsico me impeda atender al oficio religioso con el recogimiento necesario, en

    continua lucha por reprimir los estornudos que cosquilleaban mi nariz. En el responso,

    el sacerdote desglos las virtudes del difunto, si bien tuve la impresin de que eran ms

    una reproduccin de alguna charla mantenida con los familiares que encargaron la misa

    que por conocimiento propio del finado. Concluida la ceremonia, Morales y yo nos

    retiramos sin dar el psame a los familiares, cruzamos la calle y subimos al coche. Me

  • 19

    llev la mano a la frente para comprobar que los desbordantes calores eran fruto de la

    fiebre. Morales dijo:

    Tiene el coche en la comisara?

    S.

    No prefiere que le lleve a casa?

    Gracias, no es necesario.

    Si le parece, maana le comento lo que he averiguado.

    Mejor.

    Morales me dej delante de mi coche. Me temblaban las manos al introducir la

    llave en la cerradura. Cuando pude encender el motor, un sudor fro recorra mi nuca. El

    polica de guardia en la puerta se situ en mitad de la calle para detener el trfico y

    permitir mi salida con el vehculo.

    Un repentino silencio me devolvi a la realidad. La banda de msica de la plaza

    de toros haba cesado en los acordes del pasodoble y mis vecinos comenzaban a

    sentarse, a la espera de que hiciera su aparicin el segundo toro de la tarde. Incluso tuve

    tiempo de leer el cartel que, en el centro del ruedo, anunciaba al segundo enemigo de

    Frasquillo, un albaserrada cuatreo de quinientos cuarenta kilos, bautizado con el

    nombre de Bravucn.

    No logro recordar cmo fui capaz de llegar a casa sin estampar el coche. Mi

    siguiente imagen la asocio con una noche de sudores fros, temblores y pesadillas, en las

    que el difunto Jacinto Alcocer se arrancaba el pual de la nuca y, con una ruidosa

    carcajada, me aseguraba que todo haba sido una broma y se pona a canturrear. Todo

  • 20

    eso mientras segua atado a la silla. Yo le replicaba: usted est muerto; l no me haca

    caso y continuaba entonando una zarzuela a pleno pulmn. Me despert una voz:

    Don Luis, est usted bien?

    Era Conchi, mi asistenta, que, como todos los das, llegaba a las nueve en punto

    para poner orden en mi piso de soltero irreductible, a pesar de mis ms de cincuenta

    aos cumplidos. Hice ademn de levantarme para acudir al trabajo cuando su voz

    imperativa exclam:

    Dnde va usted, hombre de Dios, si est plido como un muerto!

    Un estornudo me tumb sobre la almohada hmeda, mientras ella continuaba

    con su admonicin:

    Usted no se mueve de la cama. Le voy a preparar un cafelito bien cargado y,

    cuando haya ventilado el saln, se me sienta ah para que pueda cambiarle las sbanas.

    No pude replicar. Haca aos que no me senta tan mal. Cuando pude

    trasladarme al saln llam a la comisara para avisar que me quedaba en casa y que, si

    haba algn asunto urgente, me llamasen por telfono. Se apiadaron de m y no me

    molestaron en todo el da.

    A la maana siguiente me encontraba mucho mejor. El caldo preparado por

    Conchi para cenar me haba devuelto a mi infancia, cuando mi madre elega una gallina

    del corral y la coca con sus verduras. El recuerdo de aquellos aos duros se haba

    dulcificado en mi memoria hasta convertirlos en nostalgia. Una buena ducha caliente

    me anim a salir a la calle para ocuparme de los asuntos de la comisara.

    Atendidas las cuestiones ms urgentes, llam al inspector Morales a mi

    presencia para que me hiciera partcipe de los avances en la investigacin del caso

    Alcocer. Compareci de inmediato.

    Cmo se encuentra, Comisario?

  • 21

    Mejor, gracias. Dgame, qu ha podido averiguar?

    Veamos. De nuestra asistencia al funeral pude obtener los datos de los

    familiares del difunto. Tena un hermano, mayor que l, y una hermana menor, los de

    riguroso luto que ocuparon, junto con sus cnyuges y el hijo de uno de ellos, la primera

    fila en la misa. Los recuerda?

    S. Prosiga.

    Resulta que ambos hermanos estaban peleados con el difunto por razn de la

    herencia de los padres y, especialmente, por haberse beneficiado ste del piso de renta

    antigua donde fue encontrado su cadver. Al parecer, el muerto haba maniobrado con

    la madre viuda para que lo mejorara en la herencia y le cediera los derechos del piso,

    donde todos convivan con la madre cuando esta falleci. Por esta razn, haca aos que

    no se hablaban.

    Podran estar implicados en la muerte?

    Tal vez. Tenga en cuenta que, al no tener descendencia la vctima, los

    hermanos pueden ser sus herederos, si bien no hay indicios de que tuviera un patrimonio

    suculento.

    Si no se vean desde haca aos, cmo se enteraron del fallecimiento?

    Les avis Herminio, el conserje, que los conoce a todos de cuando vivan en la

    casa.

    Les ha tomado ya declaracin a los hermanos?

    No he querido hacerlo sin su consentimiento. Como s que tiene usted un

    inters especial en este caso

    Ha hecho lo correcto. Conviene que los cite para ver qu le cuentan y si hay

    algo interesante me lo reporta. Qu ms?

  • 22

    Consegu los nombres de los toreros que apoderaba Alcocer. Eran tres cuando

    falleci. Dos de ellos estaban en el funeral.

    Y el tercero?

    No pudo asistir por estar de gira fuera de Espaa. Segn he podido averiguar,

    ste es el nico que ha alcanzado alguna relevancia en el mundo taurino. Le apodan el

    poeta, porque parece que le gusta hablar en verso.

    He odo hablar de l. Ocupa un escaln medio en el escalafn de los toreros.

    Los otros dos son muchachos jvenes que luchan por abrirse camino. Uno de

    ellos ya ha tomado la alternativa y el otro es novillero.

    Caray, Morales, para no gustarle los toros se est convirtiendo en un experto.

    Morales re:

    El mrito no es mo, Comisario. Todo esto me lo ha contado el camarero del

    bar que frecuentaba el difunto.

    Qu ms le dijo?

    Alcocer iba ah casi todas las noches cuando estaba en Madrid. Se sentaba en

    la barra y le contaba a Miguel, el camarero, entre whisky y whisky, todas sus penas.

    Segn me ha dicho, la vctima no andaba sobrado de pasta y beba DYC con agua.

    Le coment si tena deudas?

    Me dijo que no. Era un hombre austero, de pocos recursos pero sin deudas. Lo

    que me cotille es que se llevaba muy mal con su difunta esposa, de la que no se

    separaba por un cierto complejo de culpa que provena, segn Miguel, el camarero, de

    que Alcocer haba estado enamorado de otra mujer, a la que habra conocido ya casado.

    Era su amante?

    Lo fue tiempo atrs, ya haban seguido caminos distintos. Si a eso aadimos

    que su esposa nunca pudo darle hijos, pues el matrimonio haca aguas por todas partes.

  • 23

    Sola reunirse en el bar con amigos?

    Era hombre de pocas amistades, normalmente estaba solo. De vez en cuando

    coincida con algn conocido de los toros.

    Estuvo Alcocer en el bar la noche anterior a que apareciese su cuerpo?

    Esa noche no, s la anterior, la del mircoles. Fue el ltimo en marcharse.

    Miguel le tuvo que insistir en que iba a cerrar para que se fuese.

    Not algo raro en l?

    Se mostraba ms melanclico de lo habitual. Lleg a decirle que la vida era

    una mierda y que ya estaba harto de dar tumbos sin ninguna expectativa.

    A menos que fuese un mago, es imposible que se suicidara de la forma en que

    muri, atado de pies y manos.

    Nunca se sabe.

    Ha hablado con los muchachos que apodera?

    El da del funeral coment con ellos qu tal era Alcocer como apoderado.

    Segn me dijeron era un hombre conocido en el medio, si bien con poca llegada para

    conseguir buenos contratos. Por eso, los que no se hartaban y dejaban el oficio, cuando

    alcanzaban alguna notoriedad se buscaban otro apoderado ms potente, alguien que les

    abriera las plazas importantes. Con ellos se portaba muy bien; los trataba como a hijos.

    Caa bien a la gente y no se le conocan enemigos entre los taurinos.

    Bien, siga investigando, a ver si no se nos pudre el expediente entre los casos

    sin resolver.

    Morales se retir y una sensacin de desconcierto se apoder de m. No

    tenamos ni una pista de alguien que quisiera asesinar a la vctima. Habra que

    profundizar en los antecedentes del difunto para intentar descubrir si alguien lo odiaba

    tanto como para querer terminar con su vida de esa forma.

  • 24

    Hace el favor de sentarse?

    Me regao el seor que ocupaba el asiento contiguo al mo en la plaza cuando el

    chulo de toriles o torilero sali para comprobar que los peones de Frasquillo ocupaban

    los burladeros, a la espera de que saliera el segundo toro de la tarde.

  • 25

    EL SEGUNDO.

    Por la puerta de chiqueros apareci Bravucn, el segundo de la tarde, de capa

    crdena clara, con los pitones astifinos propios de su encaste, bien dotado, que sali con

    hambre de mantener a raya a cualquier intruso que se cruzase en su camino. De galope

    alegre y buen tranco, embisti con fiereza al primer burladero que encontr, el situado

    entre los tendidos del uno y del diez, haciendo saltar astillas de las tablas.

    Ya se ofreca el segundo pen en el burladero de los tendidos nueve y ocho y

    hacia all vol el animal al reclamo del capote, atacando con la misma determinacin.

    En tanto se repeta el juego con las voces del tercer subalterno que lo reclamaba desde el

    burladero de los tendidos siete y seis, fij mi vista en Frasquillo, acodado sobre las

    tablas con la mirada puesta en las evoluciones del toro. Aun estando a su espalda, al

    girar la cabeza el maestro pude, con los prismticos, apreciar su rostro sereno,

    concentrado, sin ningn destello de temor en sus pupilas.

    Cuando el tercer pen se refugi detrs del burladero, Frasquillo tom su capote

    y sali al ruedo. El toro percibi el movimiento y, atendiendo a su instinto, se lanz en

    su busca, para tener el primer encuentro. Frasquillo lo esper con el capote desplegado,

    dispuesto a resistir la embestida. Lo recibi con una vernica profunda, pasando

    Bravucn de largo para corregir su derrota y girar sobre s mismo en busca del enemigo.

    La segunda vernica, ms corta, fue de igual belleza que la primera, y ambos, toro y

    torero, entendieron que el combate haba de librarse con menos aspavientos. El animal

    se detuvo a tres metros escasos del capote y Frasquillo le murmur algo, sin acritud,

    ms bien como si le cursara una invitacin al juego. As arranc de nuevo, dando origen

    a una sucesin de bellos lances en los que ambos se acoplaron con sutileza hasta ocupar

    los medios. La plaza asista embelesada a la faena de capote, poco habitual en este

  • 26

    encaste, con un silencio respetuoso que no responda a la indiferencia, sino a la

    delicadeza con que el maestro arrastraba al toro en cada pase, sugirindole la tela, sin

    permitirle rozarla siquiera. Haba tanta ternura en los movimientos del torero como en la

    caricia con la que un nio roza la mejilla de su madre.

    Esta estampa evoc mis recuerdos de cuando las primeras sospechas de que

    Frasquillo pudiera ser el autor de los crmenes investigados, me impulsaron a recabar

    sus antecedentes personales para vislumbrar algn motivo que pudiera sostener tan

    grave acusacin.

    No fue tarea fcil. La personalidad de Frasquillo se rodeaba de un hermetismo

    inusitado. Preguntando de forma discreta, alguien insinu que su infancia haba

    transcurrido en un orfanato de Granada. Auxiliado por un compaero del Cuerpo,

    Serafn Montalvo, viejo amigo, destinado en la ciudad de la Alhambra, pude hacerme

    con una copia de su expediente en la casa de acogida.

    Francisco Snchez Prez, alias Frasquillo, ingres en el hospicio a punto de

    cumplir los siete aos. Hijo de madre soltera, muerta en circunstancias nunca aclaradas,

    no fue rescatado por ningn familiar que lo reclamase, incorporndose a la institucin

    que lo alberg con el mismo destino incierto de cuantos, por distintos motivos, se vieron

    privados del calor de una familia.

    Mi propsito no resida en conocer su expediente acadmico, plagado de fechas

    y datos carentes de cualquier sentimiento, sino en descubrir al nio que se encontr, de

    pronto, con una realidad tan distante de la que conoca, razn por la que entend que no

    tena ms alternativa que personarme en el propio orfanato.

    Aprovechando que dispona de algunos das libres que haba acumulado, me

    desplac a Granada el ltimo jueves de marzo, saliendo de casa sobre las ocho, cuando

  • 27

    la luz de la incipiente primavera ya empezaba a aflorar. Segn el mapa de carreteras, me

    separaban poco ms de cuatrocientos kilmetros que, en mi 124, a una media de

    noventa kilmetros por hora y con alguna parada para repostar, supondra unas cinco

    horas o algo ms. As que, si todo sala como estaba previsto, podra comer en mi

    destino y visitar el orfanato por la tarde, reservndome el viernes por la maana para

    continuar mis investigaciones. Un viaje en coche siempre ofrece la dificultad del estado

    de la carretera y de la climatologa. Por mucho que atendiese a las explicaciones del

    hombre del tiempo en la televisin, poda enfrentarme a placas de hielo en algunos

    tramos. Para reducir riesgos revis el coche en el taller de unos amigos, donde le

    realizaron el cambio de aceite de cada dos mil kilmetros, comprobacin de niveles,

    frenos y otras funciones, recomendndome el reemplazo de los neumticos si no quera

    disgustos.

    As que, con la inquietud que me acompaa en todos mis infrecuentes

    desplazamientos por carretera, sub al coche y me dispuse a salir de Madrid, rumbo al

    sur. La carretera nacional IV, con sus escasos dos carriles, uno de ida y otro de regreso,

    estaba plagada de camiones, impidindome adelantar, con el consiguiente retraso sobre

    el horario previsto. Eran las nueve y media de la maana y no haba alcanzado

    Aranjuez. Una repentina lluvia me forz a reducir el ritmo, ante la escasa visibilidad. Al

    paso que iba, dudaba en llegar a comer a Granada. Me arm de paciencia para no

    cometer algn error de consecuencias imprevisibles y, ante la imposibilidad de tener

    cobertura en la radio, introduje una cinta en el casete del coche. La msica de Mari

    Trini, con su cancin Yo no soy esa, me recompuso el nimo para seguir la estela de

    un seiscientos al que no me atreva a adelantar. Sobre las dos de la tarde super Jan

    para afrontar el ltimo tramo antes de llegar a Granada, al filo de las tres de la tarde. Las

  • 28

    casi siete horas empleadas me llevaron a preguntarme si algn da disfrutaramos de

    autopistas como las que, segn decan, disponan los alemanes, franceses o italianos.

    Me dirig al centro de la ciudad en busca de algn hotel modesto en el que

    alojarme esa noche. Encontr un establecimiento sencillo, limpio, cerca de la plaza

    Nueva. Cumplidos los trmites de registro y acomodadas las cuatro cosas que portaba,

    pregunt al conserje por algn restaurante prximo donde se comiese bien, a buen

    precio y que estuviese abierto a esas horas. No tuve que caminar mucho para

    encontrarme sentado a la mesa y, con el apetito abierto por el viaje, pedir unas habas

    con jamn, seguidas de un cabrito al ajo y, para rematar, unos piononos. Slo me

    abstuve de acompaar las viandas con un buen tinto; deba estar fresco para la visita de

    la tarde. El corto paseo hasta el hotel no me despej lo suficiente para no claudicar ante

    la costumbre de la siesta, disfrutndola hasta quedarme nuevo.

    Como no saba dnde estaba el orfanato, decid tomar un taxi. La tarde se

    mostraba apacible.

    El sonido de los clarines y timbales anunciando el cambio de tercio me devolvi

    a la realidad de la plaza. De la puerta de cuadrillas surgieron los picadores en sus

    monturas, cubriendo la puerta uno de ellos y rodeando la plaza el otro, siempre por la

    derecha, como mandan los cnones, escoltado por los monosabios. Los subalternos de

    Frasquillo, cumpliendo bien su cometido, sujetaban al toro contra el burladero del

    tendido del siete, dando tiempo al jinete para alcanzar la puerta grande y disponerse a

    recibir con la puya al animal. Cuando el maestro comprob que estaba en su sitio,

    acudi a por Bravucn para conducirlo por delantales a su encuentro con la vara. Lo

    situ al borde de la segunda raya, donde el toro vio al caballo, lanzndose a su

    encuentro con prontitud para embestirlo por el cuarto delantero, con el resultado de que

  • 29

    el mismo se tambalease. No le arredr la puya que, con precisin, el picador hinc en su

    morrillo, manteniendo el bicho la fijeza a fuerza de empujar con los riones, hasta ser

    rescatado por un pen e iniciar un nuevo ataque.

    Con la misma contumacia del picador resistiendo las embestidas del toro sin

    darle salida, la portera del orfanato repela mis intenciones de penetrar en sus dominios.

    Tuve que hacer uso de mi placa profesional para derribar su negativa y conseguir el

    acceso. Ya en el interior me acompa a las oficinas para dejarme bajo la custodia de

    una monja.

    Qu se le ofrece, Comisario? Pregunt cortsmente.

    Ver, Hermana, quisiera informacin sobre un interno que tuvieron ustedes a

    mediados de los aos cincuenta. Su nombre es Francisco Snchez Prez.

    Huy, ha llovido ya un rato desde esa poca.

    Lo s, pero es importante.

    Si me diera usted unos das, buscara su expediente en el archivo.

    El expediente ya lo tengo. Lo que quiero es hablar con alguien que lo haya

    tratado personalmente.

    Como no sea Sor Mara est muy mayor ya, sabe? No s si se acordar

    Le ruego que lo intente. He venido desde Madrid para esto.

    Tome asiento. Voy a buscarla a su celda.

    La monja sali con paso decidido, dejando entreabierta la puerta. Permanec de

    pie, preguntndome qu sentira un nio al atravesar por primera vez las puertas del

    orfanato. No sera lo mismo si proceda de la casa-cuna por haber sido abandonado al

    poco de nacer, que en el caso de Frasquillo, ingresado con casi siete aos de edad,

    consciente de que dejaba detrs un mundo en el que no tena cabida.

  • 30

    Unos pasos arrastrados me indicaron que Sor Mara se aproximaba por el pasillo.

    La puerta se abri por completo para dar paso a una monja que ya no cumplira los

    ochenta aos, seguida de la que me haba atendido.

    Sor Mara? Permtame que me presente. Soy el Comisario Menndez, de

    Madrid. Perdone que la moleste.

    Me mir con ojos vidriosos, antes de responder con voz apagada:

    Hable usted un poco ms alto, que estoy un poco sorda.

    Volv a presentarme. Esta vez s pareci entenderme.

    Ah, mucho gusto, Comisario. Me han dicho que pregunta usted por Frasquillo.

    Lo recuerda hermana? alc la voz.

    Cmo iba a olvidarlo! Tome asiento, por favor. A mis aos ya no puedo

    estar de pie.

    Nos acomodamos en unos butacones con la tela ajada por el tiempo.

    Qu quiere usted saber, Comisario?

    Todo lo que usted recuerde, Hermana, si no es molestia.

    Ver, Frasquillo ingres con nosotras dos das antes de cumplir los siete aos.

    Lo trajo un polica. Su madre haba muerto la vspera y el pobre haba pasado la noche

    en la comisara. Lo recib yo. Recuerdo su gesto serio, seco, y cmo aferraba entre sus

    manos una cajita de madera con una estampa de nuestra madre, la Virgen de la Soledad,

    en la parte superior. El polica slo me dijo que al nio lo descubrieron sentado junto al

    cadver de su madre, con la misma caja en las manos. No quiso comer ni beber nada en

    las horas que estuvo en la jefatura. Cuando el guardia se fue, pregunt a Frasquillo:

    me enseas que llevas en la cajita? No contest. Se limit a apretarla contra su

    pecho. Era un nio flaco, moreno, con una mirada desconfiada y firme, muy decidida.

  • 31

    Le ofrec la mano para que me acompaase a los dormitorios y se neg a aceptarla.

    Caminaba a mi lado con la cabeza alta, estirado y paso fuerte.

    Sabe usted cmo muri su madre?

    Nunca habl de ello. Slo sabemos que era soltera, que tena unos veinticinco

    aos cuando falleci y que, segn decan, era una mujer muy guapa.

    Bien, prosiga por favor.

    Los primeros das llegamos a pensar que era mudo, ni una palabra pronunci.

    Cojeaba un poco de la pierna izquierda. Yo intent que me la mostrase, para saber qu

    le ocurra, y no hubo forma.

    Polio, tal vez?

    No. El polio lo conocamos bien. Tal vez alguna rotura mal curada o un

    esguince, no lo s.

    Siempre se ha dicho que cojea un poco.

    Ser por lo que le he comentado A los pocos das de llegar, Frasquillo

    estaba sentado en un rincn del patio, solo como siempre, con su cajita en las manos,

    cuando un chico, varios aos mayor que l, quiso quitrsela para descubrir lo que

    esconda. Ambos forcejearon y Frasquillo la rescat, depositando la cajita en su rincn.

    Acto seguido se levant y, como un toro, se echo encima del otro, sin importarle que

    fuera mucho ms alto y fuerte, tirndolo al suelo y subindose a horcajadas en el vientre

    del muchacho. Yo corr hacia ellos para separarlos, cuando, a un metro escaso, me

    detuve, petrificada.

    Y eso?

    Con la mirada de un loco, Frasquillo le agarr por el cuello, levant el puo

    derecho y le susurr con una voz lenta, grave, que le sala de las entraas: la prxima

    te arranco la cabeza. El chaval, temblando como una hoja, se puso a llorar, pidindole

  • 32

    perdn. Frasquillo se levant del suelo y, sin decir una palabra ms, volvi al rincn

    para sentarse de nuevo y recuperar su cajita y su silencio. Fue la primera vez que le

    o hablar.

    Con el tiempo se volvi ms sociable?

    No, siempre andaba solo. Desde el incidente que le he comentado, si bien

    nadie se atreva a meterse con l, tampoco se relacionaba con los dems. Se sentaba en

    su rincn, el rincn de Frasquillo lo bautizaron, y se pasaba los recreos dibujando.

    Despus los esconda o los rompa para que nadie los viese.

    No tena amigos?

    Durante los dos primeros aos, ninguno. Entonces lleg al centro un chiquillo

    de unos cinco aos, s, ms o menos, tendr que disculpar mi mala cabeza.

    Si la tiene usted mejor que yo levant la voz.

    Sor Mara sonri antes de seguir:

    Al nio lo trajeron sus padres porque no podan darle de comer. Era el mayor

    de tres hermanos y la madre, con todo su dolor, nos lo entreg para que pudiera ser

    alimentado y estudiar. Eso ocurra con ms frecuencia de lo que pudiera imaginarse.

    Eran aos muy duros, sabe?

    S, lo s.

    El chiquillo no haca nada ms que gemir y llamar a su madre. El segundo da

    de estar aqu, el pequeo estaba en el patio, tan triste como el primer da, y algunos

    nios se burlaron de l, llamndole mariquita. Frasquillo estaba sentado en su rincn,

    observando la escena. Cuando el pequeo arranc a llorar desconsoladamente,

    Frasquillo se levant, se acerc a l y, sin decir una sola palabra, le pas la mano por el

    hombro para llevrselo a su rincn. El patio qued en silencio. Se convirti en el

    protegido de Frasquillo y nadie se atrevi ms a meterse con l. Se volvieron amigos

  • 33

    inseparables. Mientras Frasquillo haca sus dibujos en silencio, Antonio, que es como se

    llamaba el pequeo, permaneca a su lado, observndole, sin decir nada. Bueno, de vez

    en cuando deca chispas!, de ah que Frasquillo lo apodara Chispilla. Siempre fueron

    una y carne, hasta que salieron de aqu.

    Frasquillo era un nio conflictivo?

    No. Era un buen muchacho. A pesar de sus rarezas, era un chico que no se

    meta con nadie. Cumpla con la disciplina del centro y, en cuanto a los estudios, sin ser

    una lumbrera, iba aprobando los cursos. Enseguida nos dimos cuenta de que no era esto

    lo que le interesaba.

    Y qu era?

    En cierta ocasin, unos aos ms tarde, en la hora de estudio, lo descubr

    dibujando. Que lo hiciera en el patio no era problema, si bien l saba que no deba

    hacerlo en las horas lectivas o de estudio. As que me plant delante de l y, sin decirle

    nada, alargu la mano para que me entregase el papel y el lpiz. Me mir con ojos

    tristes, a punto de llorar. Nunca le haba visto esa mirada. Tras un momento de duda,

    entend que deba mantenerme firme si no quera que al da siguiente hiciese lo mismo.

    Extendi su mano temblorosa y me lo entreg.

    Sola mostrarse as?

    Nunca. Era una roca. Ni siquiera cuando hubo que llevarle al dentista para

    extraerle una muela solt una lgrima. Y eso que se la sacaron sin anestesia! Ya sabe,

    en aquellos tiempos no estaba al alcance de cualquiera y nuestros recursos siempre han

    sido limitados.

    Entiendo. Vio usted el dibujo?

    Sor Mara gir la cabeza para dirigirse a la monja ms joven, que participaba de

    la conversacin como oyente

  • 34

    Hermana, nos traera un poco de limonada?

    La monja se levant con desgana y sali sin cerrar la puerta. Sor Mara se

    inclin hacia m, controlando de reojo que no volviese.

    Me llev el dibujo a mi celda, sin verlo en la clase. Me persign varias veces,

    pidiendo perdn a Nuestro Seor por caer en la tentacin, y lo mir.

    Sera mucho pedirle que me lo revelara?

    Sor Mara comprob que nadie ms que yo poda escucharla, antes de susurrar:

    Frasquillo haba dibujado un toro.

    Ah.

    S, s, un toro No estaba mal dibujado, sabe? aunque estaba claro que nunca

    sera un artista. Eso me dio pie para pensar que Frasquillo tena un punto dbil, algo que

    para l, por alguna extraa circunstancia, era tan importante que su prdida le pona al

    borde de las lgrimas.

    Se lo coment?

    No, nunca. Unos meses despus, ya no recuerdo las fechas, los aos no

    pasan en balde, sabe?..., uno de nuestros benefactores, Don Vicente, que en gloria est,

    vino a visitarnos. Alguna vez me haba comentado que tena que ver con ganaderas, yo

    no le haba prestado mucha atencin, tenamos que ocuparnos de tantas cosas El caso

    es que Dios me ilumin y, al verlo, me atrev a preguntarle si algn da me poda

    conseguir entradas para los toros. Me mir sorprendido, con su bonachona sonrisa, y me

    pregunt si me haba vuelto aficionada. Negu con la cabeza y le confes que deseaba

    llevar a dos chicos, que ya por entonces Frasquillo rondaba los doce aos, a ver una

    corrida. No dijo nada y al da siguiente me envi con su chofer tres entradas para una

    corrida; no una con toreros de verdad, sino con chavales.

    Una novillada, tal vez?

  • 35

    S, me parece que era eso. El caso es que, sin darle ninguna explicacin a

    Frasquillo, le coment que al da siguiente, domingo, Chispilla y l se arreglaran, que

    bamos a salir despus de misa. Se lo dije el sbado antes de acostarse, para que no se

    distrajera en los estudios. Me mir con desconfianza, sin decir nada. El caso es que

    marchamos de aqu sobre las once, con un sol radiante, y nos fuimos andando, no haba

    dinero para otra cosa. Al cabo de un rato Chispilla comenz una leve protesta, entonces

    Frasquillo le dio un codazo y el otro se call. No hubo una sola pregunta. A medida que

    nos acercbamos a la plaza, la concurrencia de los aficionados haca ms difcil

    caminar. Les ped que se cogieran de mis manos para no perderse. Chispilla no tard ni

    un segundo; era un nio muy carioso, al que sus padres venan a visitar con

    regularidad. Frasquillo trag saliva y, con esfuerzo, consinti que lo asiera. Era la

    primera vez, en cinco aos, que tena un contacto fsico con l.

    Sor Mara se detuvo y ote la puerta antes de comentar:

    Dnde se habr metido esta muchacha con la limonada? Tengo la boca seca.

    No pude evitar sonrer. La muchacha ya no cumplira los cuarenta. Le suger:

    Descanse usted un poco, hasta que ella venga.

    Neg con la cabeza. Se humedeci los labios para continuar:

    Cogidos de la mano fuimos avanzando entre el gento, cada vez ms

    numeroso, hasta que desembocamos en la plaza. Frasquillo se detuvo de golpe, como

    una mula cuando se para y, sin manifestarse, reanud el paso de inmediato. Not que le

    empezaba a sudar la mano. Chispilla pregunt: y eso qu es? Antes de que yo

    pudiera contestar, Frasquillo le respondi: Calla! El pequeo se estremeci y no

    volvi a preguntar. Llegamos a la puerta de la plaza y saqu las entradas, que llevaba

    bien guardadas, para entregarlas al portero y nos dejase pasar. Cuando solt la mano de

    Frasquillo not que me la haba dejado mojada y no era por el calor. Don Vicente, tan

  • 36

    generoso como siempre, nos haba proporcionado unas entradas estupendas. Nos

    sentamos sobre la piedra, yo en el centro, con cada uno de los chavales a mi lado.

    Huyyy! La exclamacin colectiva me devolvi a la realidad de la corrida que se

    celebraba en mi presencia y de la que, abstrado, me haba ausentado. Tuve tiempo de

    percibir el peligro que un pen de Frasquillo corra en ese instante, tras aguantar con

    firmeza ante la cara del animal para colocar un par de banderillas, vindose obligado a

    escapar a la carrera con el toro haciendo hilo. Frasquillo sali al encuentro del toro para

    cortar su paso, sin conseguir romper su fijeza del bicho por el banderillero, que solo

    consigui ganar la salvacin con un salto por encima de las tablas.

    Entonces me d cuenta de la supremaca que en ese momento ejercan los

    recuerdos sobre mi acrrima aficin taurina, hasta el punto de permanecer ajeno a las

    vicisitudes del ruedo en una tarde esplndida, suave temperatura de primavera, cielo

    lmpido y luz clara, sin presencia del viento, traicionero enemigo del torero, ni de agua,

    tan propicia en el mes de abril, que resultara inolvidable para el mundo de la

    tauromaquia y, en especial, para los que nos encontrbamos presentes. Eso no poda yo

    saberlo ni tampoco impedirlo cuando la voz de Sor Mara reson de nuevo en mi

    cabeza.

    Frasquillo no apartaba los ojos del ruedo, devorando cada movimiento que

    tena lugar, con las orejas levantadas para no perderse los comentarios de cuantos nos

    rodeaban. Yo procuraba sujetar mi mano para no taparme los ojos y evitar presenciar un

    espectculo que nunca he entendido ni disfrutado. Chispilla se entretena formando un

    avin con una hoja de papel que rescat del suelo

    No le gustan los toros, Hermana?

  • 37

    Nunca me han gustado; tampoco me gusta el futbol ni los entretenimientos

    populares en general. No me he aburrido cuidando a nuestros nios.

    As que Frasquillo estaba absorto en la corrida.

    No se puede usted imaginar. No parpadeaba siquiera,

    La monja se detuvo, como si estuviera reviviendo el momento.

    Si? la incit a seguir.

    A veces murmuraba cosas, que yo no lograba entender y, en ocasiones,

    meneaba la cabeza de forma casi imperceptible, desaprobando lo que ocurra.

    Por qu? No le gustaba?

    Ms bien dira que renegaba cuando el toro sufra porque el del caballo se

    ensaaba o el novillero pinchaba al animal repetidamente.

    Entend lo que quera decirme al recordar unas palabras de Frasquillo, en una de

    las pocas entrevistas que se haban publicado de l, en las que afirmaba que el toro

    mereca el respeto de todos los que lidiaban, repudiando el sufrimiento innecesario al

    que, a veces, le sometan los malos picadores o los toreros poco finos con la espada.

    Sor Mara continu su relato:

    Al concluir la corrida, Frasquillo no consinti en marcharse hasta que la plaza

    qued vaca. Baj las gradas hasta la primera fila y permaneci ah, la mirada fija en el

    ruedo, un buen rato. Cuando le llam para que nos fusemos, me pareci percibir en l

    una ligera sonrisa, tal vez la nica que recuerdo de l en su poca de interno, y, para mi

    sorpresa, me cogi de la mano unos instantes, si bien la solt como si un rayo le hubiese

    impactado, para volver a su aislamiento habitual.

    No le coment nada?

    Ni una palabra.

    Sor Mara se detuvo para seguir escarbando en sus recuerdos:

  • 38

    Al cumplir los catorce aos, los chicos deban buscar un trabajo o un oficio, ya

    no podamos seguir mantenindolos, sabe? Frasquillo vino a verme y me pidi si poda

    hablar con Don Vicente para que los contratase, a l y a Chispilla, en su ganadera.

    Habl con nuestro benefactor y consinti en que se incorporasen como mozos para las

    labores ms elementales en su finca de Crdoba. Les poda dar poco ms que una

    limosna, techo y comida. A Frasquillo eso no le importaba; l quera estar con los toros.

    Nunca entend esa querencia, esa vocacin.

    Y Chispilla?

    Ah tenamos un problema, no tena ms de diez aos. Como eran ua y carne,

    cualquiera los separaba. La junta rectora se reuni y acept que fueran los dos juntos,

    pidiendo a Don Vicente que no le impusiera trabajos fatigosos ni con peligro. Aun

    recuerdo el da que se fueron

    La monja sac un pauelo del hbito para pasarlo delicadamente por sus

    prpados:

    Perdone que me emocione; ese da no podr olvidarlo.

    No se preocupe, Hermana. Me hago cargo.

    Cuando Frasquillo y Chispilla se despedan en el patio de los compaeros, un

    nio llamado Jos Antonio, que tendra ocho o nueve aos, se acerc a Frasquillo y le

    pregunt, muy serio, si poda sentarse en su rincn del patio. ste lo cogi del brazo y

    lo llev hasta ah; a voces, proclam al pequeo como su heredero en el rincn de

    Frasquillo, invitndole a que se sentara y advirtiendo a todos que si alguien lo

    molestaba, l vendra a poner orden. Nunca he visto a un nio ms feliz. Por una vez, la

    vida le haba hecho realidad un sueo. Desgraciadamente le dur poco. La tuberculosis

    se lo llev con Dios, nuestro seor, a los pocos meses.

  • 39

    Sor Mara negaba con la cabeza, como si no pudiese, pese al tiempo

    transcurrido, entender esa tragedia.

    Frasquillo y Chispilla avanzaban por el corredor por el que usted ha venido,

    rumbo a la calle, donde les esperaba Don Vicente, y, al llegar a la puerta, Frasquillo se

    gir hacia m para abrazarme con todas sus fuerzas. Tena los ojos humedecidos. Slo

    acert a hacerme una promesa: dentro de unos aos vendr a verla, cuando pueda

    sentirse orgullosa de m.

    Sor Mara acudi de nuevo a su pauelo. Respet su emocin durante unos

    segundos antes de preguntarle:

    Y cumpli?

    La monja respir hondo para proseguir:

    No volvi hasta hace tres aos. Sin yo saberlo, se haba convertido en un

    torero famoso. Lleg un da y pregunt por m. Ya estaba hecho todo un hombre. No le

    reconoc. Las incipientes cataratas me hacan perder vista, sabe? Sor Mara, soy

    Frasquillo, me recuerda? Le abrac. Cmo poda olvidarlo? No me habl de l; slo

    quera saber cmo estbamos todos. Cuando le puse al corriente, sac un sobre de su

    chaqueta, porque vena muy elegante con un traje gris y corbata, y me lo entreg. Le

    pregunt qu era y me respondi que lo abriese. Haba un fajo importante de billetes,

    unas cien mil pesetas. Yo nunca haba visto tanto dinero junto. Para el orfanato,

    coment. Y, sin darme tiempo a darle las gracias, me entreg un estuche muy bonito, de

    esos que guardan joyas. En su interior haba una medalla de la Virgen de Guadalupe,

    esta misma que llev colgando.

    Es preciosa. De oro, verdad?

    Eso me dijo. A m me da lo mismo. Lo importante es que me la dio con mucho

    cario. Le dije que ese dinero era mucho, que a ver si l lo iba a necesitar, y se ri,

  • 40

    encogindose de hombros. Era la recaudacin de una corrida que haba dado en Granada

    a beneficio del orfanato.

    Bonito detalle por su parte.

    Y que lo diga. Desde entonces, cada ao ha vuelto a hacer lo mismo.

    Sor Mara volvi a revisar si la otra monja vena. Mene la cabeza antes de

    preguntarme:

    Y usted, por qu tiene usted inters en Frasquillo? No le habr pasado nada

    malo, verdad?

    Me qued sin palabras. Confesarle que sospechbamos de l como autor de dos

    asesinatos me pareca de una crueldad insuperable. No pude sostener su mirada. Le

    contest:

    No, Hermana, no le ha pasado nada malo. Es que soy un gran admirador

    suyo y quera conocer ms sobre su vida.

    Ah, gracias a Dios. Me haba preocupado.

    Tragu saliva antes de preguntarle:

    Sor Mara, usted cree que Frasquillo sera capaz de de hacer dao a

    alguien?

    Su mirada, opacada por las cataratas ya consagradas, buscaron mis pupilas:

    Despus de lo que le he contado, juzgue usted por s mismo. Ahora, yo pondra

    la mano en el fuego por l.

    En ese instante lleg la otra hermana con una jarra de limonada y tres vasos. Me

    puse en pie para despedirme.

    No va a probar usted la limonada? Me reprendi la monja con la bandeja en

    las manos.

  • 41

    Me van a tener que disculpar, es que tengo otro compromiso. Por cierto, Sor

    Mara, me ha parecido entender que Don Vicente muri; sabe usted si tiene hijos? Me

    gustara conocerlos y que me cuenten ms cosas de Frasquillo.

    Don Vicente, que en gloria est, falleci hace varios aos. S, tengo entendido

    que sus hijos siguen con la ganadera. Si espera usted un momento, la hermana le

    apuntar sus referencias.

    Me pareci apreciar un gesto de fastidio en la aludida. Se dirigi a un escritorio,

    extrajo una vieja agenda y, de forma parsimoniosa, copio los datos, con delicada

    caligrafa, en un folio en blanco.

    Les agradezco muchsimo su atencin, Hermanas. Ha sido muy ilustrativa esta

    conversacin.

    Vuelva siempre que quiera. Estamos para servirle respondi Sor Mara.

    El pauelo blanco del presidente se desliz por encima del antepecho de su palco

    para ordenar a la banda que hiciera sonar los clarines y los timbales anunciando el

    cambio de tercio.

    Mi mente volvi a Granada en tanto prosegua la lidia. Sal del orfanato con el

    nimo confundido cuando una ligera llovizna comenz a impactar en la acera. Alc la

    mirada al cielo con la intencin de descifrar sus intenciones para descubrir que, en el

    ocaso de la tarde, el cielo encapotado presagiaba una fuerte tormenta. Decid refugiarme

    en el primer bar que sali a mi encuentro, reprochndome la imprevisin de no haber

    cargado un paraguas en mi equipaje. En la barra del bar ped un caf con leche y,

    mientras esperaba a que lo sirvieran, repas la concurrencia. Haba poca gente, tal vez

    porque la mayora de la poblacin se hallaba en horario de trabajo, no haban dado las

  • 42

    siete, y los pocos parroquianos eran gentes de edad. Me pregunt cmo sera su vida y,

    sin darme cuenta, fui imaginando la de cada uno de ellos, si bien todos parecan tener en

    comn su condicin de personas sencillas que, a buen seguro, nunca habran rozado las

    mieles de la gloria ni las dagas de la tragedia. Todo lo contrario que Frasquillo, para

    quien la existencia haba deambulado de forma caprichosa entre ambos extremos.

    Pregunt al camarero si disponan de telfono. Me seal un aparato negro adosado a la

    pared en una de las esquinas del bar, indicndome que funcionaba con fichas, una suerte

    de monedas con una ranura en su dimetro, ya en desuso, que impeda el uso de

    monedas normales. Me facilit una ficha y me situ delante del telfono. Extraje mi

    agenda del bolsillo izquierdo de la chaqueta y busqu el nmero de Serafn Montalvo,

    comisario en Granada y amigo de promocin. Marqu el nmero de la comisara y me

    atendi un agente:

    Buenas tardes, soy el Comisario Menndez, pregunto por el Comisario

    Montalvo, est disponible?

    Un momento, Comisario, voy a ver si puede atenderlo.

    El camarero haba procedido a servirme el caf con leche, que esperaba,

    humeante, mi regreso a la barra.

    Luis! Cmo ests? la recia voz de Serafn me saludaba.

    Bien, Serafn, y t? Vers, estoy en Granada hasta maana y me gustara

    verte y consultarte una cosa.

    Coo, vienes a mi tierra y no me avisas? Te hubieras quedado en casa

    Todo ha sido un poco precipitado. Te llamo desde un bar, cerca del orfanato.

    No s si tienes un rato libre para acercarme a la comisara y que charlemos.

    Cmo no voy a tener tiempo para ti? Dame las seas del bar que te mando

    una patrulla a recogerte.

  • 43

    Pregunt la direccin al camarero, se la facilit a Serafn y colgamos. Al

    acercarme a la barra, intu que el caf con leche se haba quedado templado, as que ped

    que lo calentase al vapor para disfrutarlo bien caliente.

    A punto de terminar mi caf apareci un coche patrulla a las puertas del bar.

    Apur el ltimo trago y pagu la cuenta para abordarlo. La comisara no estaba muy

    lejos; aun as, con la lluvia arreciando, evit pillar un buen resfriado, como el que me

    afectaba al poco tiempo de descubrir el primer cadver. El agente de la puerta me indic

    dnde encontrar al comisario Montalvo y me encamin a su despacho. Lo primero que

    vi, tras los cristales, fue su reluciente calva, dndome cuenta entonces de los muchos

    aos que haban pasado desde que ambos ingresamos en el Cuerpo. Toqu a la puerta,

    me hizo seas para que pasase y nos fundimos en un fuerte abrazo. Despus de las

    protocolarias preguntas de rigor sobre su familia y mi enfermiza soltera, me interpel:

    Qu te trae por aqu?

    Le puse en antecedentes del caso de forma somera y de las sospechas que

    tenamos sobre Frasquillo.

    Coo, apuntas muy alto! Me dijo. Frasquillo es muy querido en Granada.

    Es un mito. Meneaba la cabeza Por eso me pediste que te consiguiera su

    expediente?

    S. Y s que apunto muy, muy alto, Serafn. Frasquillo es muy querido en toda

    Espaa. No en vano est arriba en el escalafn, a la altura de los mejores. Lo que ocurre

    es que las pruebas circunstanciales apuntan a l y tampoco tenemos ningn otro

    sospechoso. Puedes imaginarte lo delicado de mi situacin; si patino en el asunto, me

    echan del Cuerpo.

    No s si tanto, pero que te mandan a la peor comisara de Espaa no te

    quepa duda.

  • 44

    Por eso quiero averiguar sobre l todo lo posible. Nadie ms que t sabe que

    estoy aqu. Ped un par de das libres para actuar por mi cuenta.

    Y en qu puedo ayudarte?

    Vers, vengo del orfanato donde Frasquillo se cri al morir su madre. Me

    gustara ver el expediente del fallecimiento de su progenitora; seguramente lo tengis

    que buscar en el archivo.

    Mira, has tenido suerte. Lo rescat cuando me llamaste para preguntarme por

    su infancia y lo debo tener por aqu. A ver Joder, tengo que poner un poco de orden!

    Aqu est.

    Montalvo abri el descolorido dossier.

    Te leo el atestado: personados en el piso bla, bla, bla, a requerimiento de

    una vecina, llamada bla, bla, bla, el da veintisis de agosto de mil novecientos

    cincuenta y cuatro, el agente abajo firmante, bla, bla, bla, localiza el cadver de

    una hembra, que, previa identificacin a travs de su cdula personal, resulta ser y

    llamarse Mara Soledad Snchez Prez, hija de Jacinto y Petra, nacida en Badajoz, el da

    quince de septiembre de mil novecientos veintinueve, soltera, sin profesin especial,

    bla, bla, bla, El cadver presenta una contusin a la altura de la sien izquierda, de la

    que mana sangre, posiblemente causada por un golpe con un mueble situado junto al

    cuerpo. Junto al cadver, los agentes actuantes encuentran sentado a un menor que,

    preguntado, manifiesta llamarse Frasquillo, contar seis aos de edad y ser hijo de la

    difunta. Preguntado por las circunstancias del bito, no responde. Se hace constar que la

    puerta de la vivienda se hallaba libre al personarse los agentes abajo firmantes,

    encontrando a la antes mencionada vecina en el pasillo, que manifiesta que oy un grito

    y un golpe, al que no hizo mucho caso, que pens que era algn nio, y que, al salir de

    su casa ms tarde, tras vestirse y calzarse, que iba a la compra, encontr la puerta de su

  • 45

    vecina Soledad abierta y al menor sentado junto a su madre. Preguntada si ya estaba

    muerta, responde que cree que s, porque la llam por su nombre y no contest.

    Preguntada si conoca a la difunta, manifiesta que sta haba llegado al inmueble apenas

    dos semanas antes. Preguntada si sabe a qu se dedicaba, responde que cree que

    limpiaba en una casa, sin poder dar detalles. Preguntada si viva en compaa de

    alguien, responde que ella slo conoca al hijo, a Frasquillo, y que nunca vio a nadie. A

    continuacin se procede al levantamiento del cadver Como ves, Luis, la apariencia

    es de una muerte fortuita.

    Se tomaron huellas dactilares?

    Ests de broma? En aquella poca no se dispona de medios como hoy.

    No hay ms documentacin en el expediente?

    No.

    Algn otro dato?

    El caso se asign a un inspector. No debieron encontrar ninguna pista y dieron

    por bueno que se trat de un accidente. No fueron los nicos; cuando se dio traslado al

    juzgado, sobreseyeron las diligencias al no haber indicios de delito.

    Lo extrao es que la puerta de la vivienda estuviera abierta, no te parece?

    Cualquiera sabe! Hemos visto tantas cosas raras en nuestra carrera

    En eso tienes razn.

    Bueno, vendrs a cenar a casa, verdad? Juana no te perdonara que vengas a

    Granada y no vayas a saludarla.

    La verdad es que he comido fuerte; bueno, s, sera una grosera no verla a

    ella y a los chicos.

    Nunca sabr si la causa de la noche de pesadilla que pas en aquella ocasin fue

    la copiosa cena que me vi obligado a ingerir, merced a las atenciones de Juana, o a la

  • 46

    historia de Frasquillo, conmovido al imaginar la escena de la madre muerta y su

    infancia en un orfanato. Lo cierto es que con la primera luz del alba ya estaba en pie,

    esperando a que fuese una hora aceptable para contactar con los hijos del difunto Don

    Vicente.

    El entusiasta aplauso de los asistentes me devolvi a la realidad del ruedo.

    Frasquillo, en un gesto de valenta, se haba situado en los medios y citaba al toro desde

    la distancia para que embistiera, oscilando la muleta de izquierda a derecha por detrs

    de la cintura. El animal arranc con fuerza y acudi a la cita con el trapo, sin definir en

    la carrera si atacara por uno u otro costado del torero, contagiando la emocin a los

    tendidos. Frasquillo permaneci inmvil hasta que lo tuvo encima, recibindolo con una

    pedresina por el pitn izquierdo que nos puso los pelos de punta. Esto fue el comienzo

    de una tanda que nos levant de los asientos, culminada con un remate por bajo. Clav

    Frasquillo las zapatillas al albero para brindarnos, a continuacin, una serie de naturales

    tan largos como profundos, que cerr con un pase de pecho muy autntico. Mi

    admiracin por su arte, compartida por los miles de aficionados que llenbamos la

    plaza, se tradujo en sonoros ols a cada uno de los derechazos con los que inici la

    tercera tanda, toreando en redondo para arrastrar al toro con el engao.

    Mientras Frasquillo permita que el animal recuperara el resuello, no pude por

    menos que recordar sus comienzos, segn me cont el primognito de Don Vicente

    cuando accedi a recibirme esa misma maana de mi viaje a Granada. Para mi suerte,

    tena una oficina en el centro de la ciudad, muy cerca de mi hotel, lo que me permiti,

    tras un breve paseo acompaado por un cielo nublado, tocar a su puerta a las diez en

    punto. Para no alarmarlo, disfrac mi visita con la excusa de ser un gran admirador de

  • 47

    Frasquillo, deseoso de conocer los orgenes taurinos del maestro. El heredero de la

    familia, un hombre poco ms joven que yo, accedi a contarme la historia:

    Cuando Frasquillo y un nio que le acompaaba se incorporaron a la

    ganadera, fueron destinados como zagales a la cuadra de los caballos que empleaban el

    mayoral y sus ayudantes para mover al ganado dentro de la finca. Frasquillo era un

    chico aplicado, disciplinado, que pona mucha atencin en todo cuanto haca; no as el

    otro, el pequeo, no consigo acordarme de su nombre

    Chispilla. Apunt.

    Eso, Chispilla. Siempre andaba distrado. Yo me ocupaba de la administracin

    de la empresa y tena poco contacto con ellos, hasta que un da el mayoral vino a verme

    con gesto de preocupacin y, al preguntarle qu ocurra, me cont que Frasquillo, por

    las noches, se iba donde descansaban los toros, se sentaba cerca de ellos y les hablaba.

    Yo le pregunt dnde estaba el problema y no supo responderme. Entend que le

    pareciera raro, pero, mientras no le diera por tentar a los toros, todo iba bien. Como

    usted sabr, el toro no es un animal agresivo, a menos de que perciba peligro, y, por lo

    visto, no se sentan intimidados por el muchacho.

    Segn tengo entendido, siempre ha sido un enamorado de estos animales; de

    pequeo, los dibujaba con frecuencia cuando estaba en el orfanato.

    Sera eso. Un da, cuando Frasquillo contaba diecisis aos, lo recuerdo

    perfectamente, vino a visitarnos un torero de la zona, ahora no me viene el nombre,

    bueno, es igual como le deca, el torero vino a nuestra casa porque se haba cortado la

    coleta un par de aos antes y se vea obligado a volver a los ruedos por causas

    econmicas. Le ofrecimos que lidiara uno de nuestras reses para que fuera cogiendo

    forma y el mayoral, auxiliado por Frasquillo, que ya haba ascendido a ayudante,

  • 48

    condujeron un novillo de casi quinientos kilos, de capa castaa, con unos cuernos que

    daba gloria verlos. El mayoral, acompaado de Frasquillo y del otro.

    Chispilla.

    S. El caso es que se acomodaron en el burladero, junto a mi padre y a m. El

    maestro se puso delante del novillo y comenz a torearlo con el capote. No era un

    figura, slo se defenda con oficio de las embestidas. Frasquillo murmuraba cosas, hasta

    que mi padre, que le tena mucho aprecio, le pregunt qu tanto cuchicheaba. Frasquillo

    se puso plido, mordindose los labios, sin atreverse a contestar. Yo le inst a que nos lo

    contara y, casi en un susurro, afirm con rotundidad que a ese novillo haba que torearlo

    por el pitn izquierdo, con delicadeza, porque el bicho era noble y con casta. Mi padre

    lo observ con los ojos muy abiertos y, sin pensarlo dos veces, le propuso que saliera al

    ruedo a dar unos pases. El mayoral protest, advirtiendo que el muchacho nunca se

    haba puesto delante de un toro y poda costarle la vida. Frasquillo le interrumpi para

    asegurar que no le pasara nada. Este novillo es mi amigo, afirm, le conozco bien de

    verlo en la dehesa, no me har ningn dao. El mayoral se santigu y mi padre pidi al

    torero que, si no tena inconveniente, le cediera el capote al chaval para que probara. El

    maestro tuvo que resignarse y, acercndose al burladero, instruy un poco a Frasquillo.

    ste, despus de escucharlo con atencin, con una determinacin que he visto en pocos

    toreros de postn, se lanz al ruedo. Todos contuvimos la respiracin. Frasquillo se

    acerc con lentitud a la res, la mir a los ojos y le murmur unas palabras, para acto

    seguido, citar al bicho y comenzar una serie de vernicas por el pitn izquierdo que

    pusieron colorado al maestro. Cualquiera que lo hubiera visto habra jurado que era un

    torero consagrado. Qu talento natural! Jugaba con el novillo como si no hubiese hecho

    otra cosa en su vida. El animal se entreg y, juntos, nos brindaron un espectculo de

    plaza grande, de tarde importante.

  • 49

    Impresionante. Nunca haba odo nada igual.

    Como se lo cuento. Mi padre, entusiasmado con lo que haba visto, le mand

    que cesara y volviese al burladero. Frasquillo no expresaba ninguna emocin, el gesto

    adusto que hoy conserva, que parece que la cosa no va con l.

    Cierto. Muy cierto.

    Como le deca, mi padre le pregunt, cuando el chaval estaba a buen recaudo,

    si quera ser torero. Frasquillo, con el mismo aplomo, respondi, aun recuerdo sus

    palabras: Nac para eso. Yo asent con la cabeza. Entonces, mi padre le orden:

    recoge tus cosas que te vas a Barcelona. Frasquillo entreabri los labios y los cerr sin

    decir una palabra, marchndose camino a su habitacin en las cuadras, cuando se gir

    para preguntar: Y Chispilla? Mi padre sonri: se va contigo, que aqu no lo quiero

    para nada.

    A Barcelona? Por qu all?

    A la escuela de tauromaquia que tena ah Pedrucho. En aquella poca no la

    haba ni en Crdoba ni en Granada. Adems, mi padre tena negocios en la Ciudad

    Condal y le resultara fcil encontrar amigos que recibieran a los dos chicos en su casa.

    Ah se form Frasquillo como novillero, toreando su primera corrida con picadores al

    ao siguiente, a la que asistimos mi padre y yo. Mi padre ejerca de apoderado informal

    suyo, ms para tutelarlo que para obtener beneficio alguno, hasta que Frasquillo tom la

    alternativa. Despus le segua con frecuencia y nos contaba los progresos que haca.

    Estaba entusiasmado con l. Aseguraba que llegara a ser una gran figura. La muerte no

    le permiti verlo consagrado y Frasquillo vol por su cuenta, si bien siempre que viene

    a Granada le lleva flores al cementerio. El da de su entierro es la nica vez que he visto

    a Frasquillo emocionado.

    Llor?

  • 50

    Si lo hizo, no me di cuenta. El resto de su carrera ya debe conocerla usted.

    As es. No quiero robarle ms tiempo. Me ha sido muy til esta charla.

    Vuelva siempre que quiera. Aqu nos tiene.

    Me desped para regresar al hotel, recoger mis cosas y tomar rumbo a Madrid,

    con la mente ms confusa que cuando llegu. Haba algo que me tena desconcertado: el

    Frasquillo que me haban descubierto no cuadraba con un asesino despiadado, aunque el

    alma humana es tan compleja que nadie es capaz de adivinar de qu seramos capaces.

    El silencio se hizo en la plaza. Despus de la soberbia faena de muleta ofrecida

    por Frasquillo en su segundo toro, se dispona a entrar a matar. El animal jadeaba del

    esfuerzo al que haba sido sometido. Frasquillo lo situ, baj la muleta al tiempo que

    levantaba la espada con la mano derecha, tensndola en el aire, y se arranc a volapi

    para clavar una media estocada que podra valer. Los subalternos, el cuadrpedo

    reculando hacia las tablas, acudieron a marearlo para que doblase, cuando Frasquillo

    detuvo a los enterradores y, acercndose al callejn, pidi a Chispilla, su mozo de

    espadas, que le entregara el verduguillo para el descabello. Esto comprometa los

    trofeos despus de una brillante faena, pero tuve la certeza de que para Frasquillo

    importaba ms no prolongar la agona del animal que disfrutar de sus orejas. Se acerc

    al toro, le arranc la espada con la traviesa del estoque, le humill la cara y, de un

    certero puntazo, acab con la vida de Bravucn, recibiendo como premio una ovacin

    cerrada con vuelta al ruedo.

  • 51

    EL TERCERO.

    Por la puerta de chiqueros asoma un crdeno de quinientos veintisiete kilos,

    nombrado Encinero. Se para sin permitir redondear la plaza y otea el horizonte. Del

    burladero del tendido uno surge un subalterno con la misin de desprenderlo de la

    querencia y meterlo de lleno en el ruedo para tantearlo. El toro arranca, presidido por

    dos astas tirando a veletas, sin detenerse ante el capote. Contina su marcha con buen

    tranco, superando todos los reclamos para adentrarse en los terrenos de la puerta de

    cuadrillas en busca de la salida, la puerta de toriles, atrado por el olor a alcanfor, que le

    recuerda la tranquilidad de su encierro. Al no conseguir el escape, enfila de forma seria

    para saltar las tablas, con el consiguiente revuelo de los picadores, atentos a las

    evoluciones del animal, al que intentan detener con manotazos en las maderas. El toro lo

    procura, si bien la fuerza no le da para alzarse hasta su destino, chocando con las patas

    delanteras y causando destrozos en las tablillas. Aficionados de los tendidos del sol

    comienzan a batir palmas y ondear pauelos verdes, reclamando de la presidencia que

    devuelva al bicho a los corrales. La autoridad se niega y Frasquillo, pendiente del que

    pronto ser su oponente, emerge, capote en mano, para iniciar la lidia.

    Se coloca junto a las tablas, consiguiendo que el toro le atienda, y, de rodillas, le

    espera en su carrera para girar al viento el capote al paso del animal, propinndole una

    larga cambiada. Resuenan los primeros ols y el torero se pone en pie para continuar

    con lances a la vernica y rematar con una media ajustndose el capote a la cintura.

    Suena la orden de iniciar el tercio de picas. Con los caballos en sus respectivos sitios,

    Frasquillo lo arrastra con capotazos por bajo hacia la garrocha, situndolo al borde de la

    segunda raya, donde el toro se detiene, expectante, obligando al varilarguero a

    mostrarse en reiteradas ocasiones antes de que, al fin, se decida a entrar, recibiendo un

  • 52

    buen puyazo. El toro huye, sin necesidad de arrancarlo del caballo, y tras l corre

    Frasquillo, que le habla en tono serio, recibiendo por toda respuesta que el bicho le eche

    la cara arriba, protestando mucho. Cuando hay toro, no hay torero y viceversa, afirma al

    aforismo taurino, y en esta ocasin todo apuntaba a que la regla iba a cumplirse.

    Me fui yendo de la plaza, arrastrado por los recuerdos de un viernes de mediados

    de febrero, cuando recib la llamada del comisario del barrio de Salamanca, una de las

    mejores zonas de Madrid:

    Menndez? Soy tu compaero Jess Gracia, del distrito de Salamanca. Tengo

    entendido que a principios de enero tuvisteis un asesinato en tu zona, un hombre

    acuchillado en la nuca. Es as?

    Cierto. Dime, Jess, en qu puedo ayudarte?

    Esta maana hemos tenido un caso parecido en la calle Claudio Coello. Pens

    que sera conveniente que presenciaras el lugar del crimen para coordinar nuestras

    actuaciones.

    S, s, claro. Faciltame la direccin por favor y ahora voy para all.

    Tom nota de las seas y, por el interfono, pregunt por el inspector Morales. Al

    decirme que se encontraba realizando actuaciones en la calle, orden que lo localizaran

    por la radio y lo enviaran a la direccin que indiqu. Interrump la lectura de un informe

    que tena sobre la mesa, me puse el abrigo para salir de mi despacho y ped un coche

    patrulla que me llevase al lugar del crimen.

    A pesar del denso trfico de media maana, merced a la sirena, arribamos en

    menos de un cuarto de hora. En la puerta del inmueble haba dos patrullas y los agentes

    intentaban controlar a los curiosos arremolinados a la puerta del edificio. Previa

  • 53

    identificacin, sub al piso primero centro, donde los inspectores de homicidios tomaban

    notas y buscaban posibles pruebas.

    El cadver de un hombre de mediana edad yaca en el suelo, sobre una alfombra,

    boca abajo. En su nuca tena clavado un cachete, el cuchillo empleado por los

    puntill