2poema El Huerfano y El Sepulturero

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POEMA EL HUERFANO Y EL SEPULTURERO Estaba muerto de frío, el huérfano que aquel día, en los portones pedía, del cementerio sombrío, pobrecito entre el gentío, mientras su mano alargaba, con voz trémula exclama: ¡una listona señores!, es para un ramo de flores, para quién tanto me amaba. La gente entraba y salía, sorda a la voz penitente, de aquel despojo doliente, que en nombre de dios pedía, el pobre también quería, en su nostalgia infinita, entrar a la chacarita, y adornar de cualquier modo, la tumba llena de lodo, de su santa madrecita. Pobre niño en su orfandad y al ver que nadie le daba, y la noche se acercaba, con su densa oscuridad, empezó con ansiedad, a recoger unas flores, que por estar sin colores y por el sol marchitadas, fueron al suelo tiradas, por manos de unos señores. Después que un ramo formó, con varias flores del suelo, le dio gracias al cielo y en el cementerio entró, muy pronto el niño llegó, con el ramo que oprimía, al lugar donde sabía, que se encontraba la fosa, de su madre cariñosa, que el sueño eterno dormía. Pero todo había cambiado, pues donde su madre estaba, un panteón se levantaba, quizás de algún potentado, el niño desesperado, por el cambio que encontró, llorando le preguntó, a un viejo sepulturero, dígame señor, !ligero!, quién a mi madre llevó ? Y el viejo sepulturero, al niño triste le dijo: ! No me hagas preguntas hijo, que hacerte llorar no quiero! !Los ricos, los ricos están primero! Por eso el lugar le damos, mal hacemos si lloramos, por una simple pavada, los pobres no somos nada y hasta en la muerte estorbamos. http://www.diarioinca.com/2008/09/el-huerfano-y-el-sepulturero.html

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POEMA EL HUERFANO Y EL SEPULTURERO

Estaba muerto de frío, el huérfano que aquel día, en los portones pedía, del cementerio sombrío, pobrecito entre el gentío, mientras su mano alargaba, con voz trémula exclama: ¡una listona señores!, es para un ramo de flores, para quién tanto me amaba. La gente entraba y salía, sorda a la voz penitente, de aquel despojo doliente, que en nombre de dios pedía, el pobre también quería, en su nostalgia infinita, entrar a la chacarita, y adornar de cualquier modo, la tumba llena de lodo, de su santa madrecita. Pobre niño en su orfandad y al ver que nadie le daba, y la noche se acercaba, con su densa oscuridad, empezó con ansiedad, a recoger unas flores, que por estar sin colores y por el sol marchitadas, fueron al suelo tiradas, por manos de unos señores.

Después que un ramo formó, con varias flores del suelo, le dio gracias al cielo y en el cementerio entró, muy pronto el niño llegó, con el ramo que oprimía, al lugar donde sabía, que se encontraba la fosa, de su madre cariñosa, que el sueño eterno dormía. Pero todo había cambiado, pues donde su madre estaba, un panteón se levantaba, quizás de algún potentado, el niño desesperado, por el cambio que encontró, llorando le preguntó, a un viejo sepulturero, dígame señor, !ligero!, quién a mi madre llevó ? Y el viejo sepulturero, al niño triste le dijo: ! No me hagas preguntas hijo, que hacerte llorar no quiero! !Los ricos, los ricos están primero! Por eso el lugar le damos, mal hacemos si lloramos, por una simple pavada, los pobres no somos nada y hasta en la muerte estorbamos.

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QUE ME PERDONE LA CIENCIA (Claudio Martínez paiva)

Estoy sólito en mi rancho Me he quedado solo en mi casa, Ladran los perros afuera Como si vieran fantasmas Y alumbran mi pensamiento Candiles de luces malas Álijones de pájaros negros Le ponen luto a mi alma. Y es tan grande el sentimiento Que llevo dentro de mi alma Que no lo dicen las cosas, Ni lo explican las palabras. Ocho años tenía… ocho años El pobre hijito de mi alma Que despertó una mañana Con los ojos encendidos Y el cuerpecito echando llamas. Me muero nana, decía Me muero tata, gritaba Siento una sed de martirio Siento un fuego que me abraza. Bese el cachorro en la frente Y lo deje sobre la cama Y volé, volé en mi caballo, siete leguas, Siete leguas de distancia Siete puñales de punta Metidos en mi garganta Y el grito de mi hijo adentro, Agua nana, agua tata. Le expliqué al doctor el caso Y se acomodó en su butaca Me miro de arriba abajo Y me dijo: ¡Señor lo siento mucho! Pero la senda que va a ese rancho Es muy mala y me va a estropear el

auto. El médico no venía… el médico no venía No porque fuera mala la senda que va a mi rancho Si no porque no tenía con que pagarle a la ciencia. Siete leguas, siete leguas de distancia Ahí comprendí yo, entonces Que la ciencia, no es tan ciencia Cuando no tiene conciencia. ¡Porque en esos mismos caminos Por donde muchos médicos no andan, Cruza a galopes la muerte Y va y viene la desgracia! Me ordenó que le comprara Al pasar por la botica Un frasco de limonada Y trajera a mi enfermo Cuando la fiebre pasara. Yo regrese a mi rancho Igual que regresaría todo padre En iguales circunstancias El corazón en los labios Y la tristeza en el alma La fiebre, duro poquito La fiebre duró poquito Y se me fue una mañana Entre el canto de zarzales Y el suave aclarar del alba. Yo abrazaba a mi hijo, lo besaba Así se me fue mi hijo Así murió mi hijito Con la frente, muy helada Y yo sin voz ni dinero

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Parado junto a mi casa. Así… así la tierra lo aguarda Con las manos sobre el pecho Acuñando mi desgracia Sin vida su cuerpecito Ya de la fiebre descansa. Estoy, sólito en mi rancho me he quedado solo en mi casa, ladran los perros afuera Como si vieran fantasmas Y alumbran mi pensamiento Candiles de luces malas, Y al filo de media noche Mi cuchillo cabo de plata

La única plata del pobre Que no le sirve pa´ nada Y medito mi venganza Y por eso grito al mundo Que me perdone la ciencia, No me culpen si mañana, Me gritan que soy bandido. O un mal hombre sin entrañas, Nací buey y me hacen puma Soy cordero y me ponen garras. ¡Dios! ¡Dios! Todo poderoso has que despunte el alba y arranca de mi pecho este grito, este grito que me mata: agua nana, agua.. agua tata.

LA CAIDA DE LAS HOJAS (MARCOS RAFAEL BLANCO BELMONTE) ¡Matrimonio feliz! miran dichosos correr por el jardín a sus dos hijos, son de plata sus risas infantiles y son de oro sus rizos que vuelan agitados por los aires. Descansan, luego un grito provocador y el juego se reanuda con más entusiasmo y más ahínco. Algunas veces el uno en brazos del otro cae. ¡Cómo se quieren los dos niños! Ella es fresca, robusta y apiñonada, él, es un tanto pálido y raquítico, pero ambos son iguales en amarse, iguales en su eterno regocijo, iguales en bondad y hermosura, iguales en espíritu. Una mañana, cuando alegres ambos correteaban, fueron sorprendidos por una extraña visita,

era un lejano tío, médico de gran fama, que al llamado del padre fue solícito, porque le despertaban sobresaltos, la delicada complexión del niño. El médico lo toma entre sus brazos, lo examina, lo ausculta y sus carrillos besando con ternura lo autoriza a continuar el juego interrumpido. Jugaban a ocultarse, la hermanita había hecho en la alcoba su escondrijo y en tanto su hermanito la buscaba, ella escuchó el pronóstico del tío. -Amarga es la verdad y me lastima tener que decirla, pero es preciso, este dulce calor de primavera defiende su organismo, le hace bien el aroma de las flores y de los ramajes el oxígeno,

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¡Ah! pero a la caída de las hojas cuando esos tilos la calzada alfombren de hojas secas, tened resignación, morirá el niño! Pasó la jubilante primavera, pasó el fecundo y caluroso estío, a las primeras rachas otoñales aquel ser enfermizo demostró que el doctor no se engañaba, fue perdiendo los bríos para jugar, mostrando desaliento, al comer era nulo su apetito, y una triste mañana ya su lecho abandonar no quiso. Los padres permanecen largas horas contemplando a su pálido enfermito, que es el ser de su ser, que es toda su alma. ¿Toda? ¿ Y la niña? El otro ser querido que adora con pasión al dulce hermano, ¿Qué es de su alma de niña, lo mas íntimo? A este recuerdo se preguntaron ambos ¿Dónde está la niña? ¿Dónde se ha ido? que no acude a las voces del

enfermo que la extraña y la llama casi a gritos? Va la madre en su busca y la encuentra vagando en el jardín bajo los tilos, en los troncos apoya una escalera, y con el rostro abatido, pero con el paso firme sube y baja de ella, lleva un hilo en la mano derecha y una aguja y con afán solícito, va ensartando las hojas que del otoño al ósculo han caído, y los vuelve a ensartar en los ramajes. Desde que amaneció venciendo el frío, se entregó a su labor, el jardinero que asombrado la vio, nada le dijo, pero la madre al verle le pregunta: -¿Qué hace mi bien querido? y la niña angustiada le responde: -Oí lo que una vez dijo mi tío, ya empieza la caída de las hojas.. ayúdame mamá, yo te lo pido, que no se alfombre de hojas la calzada para que no se muera mi hermanito.

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EL MATRICIDA (Efraín Alatriste Nava) Sobre el banquillo gris, del acusado, se encuentra un hombre de mirar perdido y de ver su semblante entristecido el corazón se siente apesarado. Hundida entre las manos la cabeza y sumido en el mar de sus sollozos ante la ley brutal y los curiosos que mofándose están de su tristeza. Grave y sereno el juez; fruncido el seño impasible se encuentra en el estrado sin embargo en la faz del magistrado, se adivina un pesar jamás domeño. El turno es del fiscal; con voz de trueno ante la turba hostil de odio cegada lanza su acusación de hiel cargada cual lanza la serpiente su veneno. ¡Ahí lo tenéis señores es la bestia! el hombre sin entrañas el ladino el ser más despreciable ¡el asesino! que priva de la vida sin molestia. ¡Es un chacal! malvado y truculento, un ente sin piedad ¡un MATRICIDA! quien con sus garras arrancó la vida de la mujer que le brindo el sustento. De la mujer que lo veló de niño, de la mujer que lo forjó en su sangre, de esa mujer que como toda madre le arrulló alguna vez en su corpiño. Y cómo le pagó ¡qué cruel delito! que injusticia sin par… que cobardía arrancarle la vida en forma impía señores este ser ¡es un maldito! Es un chacal y al condenarlo en suerte

que se cumpla la ley en su persona y si Dios su pecado le perdona ¡Que la justicia le condene a muerte! Calló el fiscal; la turba enardecida con rugido feroz gritó al momento ¡Muera, muera; pero antes al tormento! ¡Que muera el indeseable matricida! Habla por fin el juez desde su estrado imponiendo silencio al ruido hecho y dice: todo ser tiene derecho que hable sobre el asunto el acusado. Anegados los ojos por el llanto la faz ajada… hirsuta la cabeza jamás he visto tan fatal tristeza, jamás he visto sufrimiento tanto. … ¡Yo soy el asesino la he matado! y lo juro ante Dios… ¡no me arrepiento! si por ello me aplican cruel tormento por su dicha lo doy por bien empleado. Más mienten los que dicen que con saña a mi madre maté, ¡miente la plebe! yo la maté sin el dolor más leve la maté con amor, y así no daña. La maté con ternura, suavemente … se extinguió su existencia tormentosa cual leve palpitar de mariposa y abandonó la vida… dulcemente. Dulcemente murió, ¡cuánto la quise! difícil es medir lo que es cariño maté a quien me arrulló cuando era niño sin embargo es amor; porque lo hice. Cuántos de los hipócritas humanos

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a quien yo supliqué pidiendo ayuda hoy me escarnecen con terrible duda ¡y todavía pretenden ser cristianos! Cómo sufrió mi madre ¡pobrecita! con atroces dolores en el pecho implorándole a Dios desde su lecho ¡sufriendo aquella enfermedad maldita! ¡Jamás he de olvidar aquella noche! en que gritando de dolor me dijo ¡Mátame por piedad, mátame hijo! y no esperes de mi alma ni un reproche. Yo bendigo tu mano hijo de mi alma, ¡Mátame ya!… y dame sepultura yo bien sé que mi mal no tiene cura, ¡Mátame por piedad!… dame la calma. Y ese grito salvaje y lastimero, que anhelaba la muerte suplicante taladraba mi alma a cada instante ¡Mátame hijo! ¿Dios mío por qué no muero? Y se ofuscó la luz de mi conciencia,

y dejé de ser hijo… ¡fui verdugo! y le arranqué del sufrimiento el yugo yo le quité señores ¡la existencia! Lo demás ya lo saben; qué tortura ¡ya no soporto del dolor el peso! y aquí me encuentro ante vosotros preso y es mi única pasión la sepultura. Mas no es la ley quien deberá juzgarme, aunque sí soy culpable de eutanasia no se van a reír de mi desgracia ¡No lo harán! porque yo ¡voy a matarme! Una daga sacó de la cintura que en el pecho clavóse con violencia al cielo suplicó ¡Señor… clemencia! y se borró en su rostro la amargura. Y así termina la existencia agita de un hombre que de amor es ¡MATRICIDA! y deja en los anales de la vida ¡UNA HISTORIA DE AMOR CON SANGRE ESCRITA!

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ANTE LA TUMBA DE UN MAESTRO (Fidencio Escamilla Cervantes) Maestro, escucha un momento mis palabras, Haz a un lado el gis que te agiganta, Cierra el libro con el cual nos hablas Y escucha, maestro: Estas manos, que antes eran vanas, No sabían de escuelas, no sabían de aulas, Ignoraban todo, eran sólo humanas Que a puros reflejos se desarrollaban. Contar a retazos, sumando los dedos. ¡Ah mis pobres manos tanto que sufrieron antes de tu estancia , querido maestro! Cuando ni una escuela había en el pueblo. Y llegaste tú, a enseñar sediento De ciencia, nosotros vivíamos hambrientos, Nos diste tu mente, tus conocimientos, Y luchamos juntos, aun mismo tiempo. Y la noche oscura que antes era eterna, Se volvió mañana, risa, primavera; Hiciste el milagro, prendiste la hoguera Que ilumina al hombre en su ardua tarea. ¿Cómo agradecerte querido maestro todos estos años tus miles de esfuerzos? Tu vasta ternura, tus días de desvelo, Tu noble paciencia, tus sabios consejos. Me faltan palabras, me sobra el aliento Para dedicarte un bello recuerdo Que vaya en mi pecho y en mi pensamiento, Que me guíe en la vida en todo momento. Ahora estás aquí frente a mí, en silencio, Tal vez meditando que cambian los tiempos Que avanza la ciencia, también sus secretos, Que nosotros mismos estamos creciendo. Pero estás aquí, sólo aquí y no dices nada; Tu voz que en el mundo es oda sagrada, Ha quedado escueta, tranquila, callada, sin pedir aplausos, ni gloria, ni fama. Sólo un epitafio recuerda tu nombre, Una tumba sola y una cruz más pobre, Un recuerdo magro de aquellos menores Que bajo tus manos hoy se hicieron hombres.

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Que tristeza maestro me aprisiona el alma De ver esta tumba rodeada de calma, Pero sola, sin voces de niños que a gritos te llaman; Los pueblos sin alma ya no te reclaman. Que ingrato es el pago de la especie humana, De todos los pueblo y en todas las razas; Hoy te vitorean si les haces falta, Mañana, si mueres, ya nadie te extraña. ¿Dónde están los padres de los hijos? ¡Los que guiaste! Los que bebieron agua de tu ciencia hasta saciarse, A aquellos que de la ignorancia los sacaste; No han podido o no han querido recordarte. Legaste tu vida, sin premios, ni honores, Quedaste hecho nada, ignorado y pobre, Cubierto de tierra, que tu cuerpo absorbe. Sólo una flor marchita es la ofrenda Y una cruz olvidada y macilenta, ¡para tanto tributo que cobró la tierra, que poco fue el triunfo que obtuvo la escuela! Aquí estás, maestro, rodeado de olvido, Venero de ciencia que yaces tendido, Cual faro radiante que hubieran destruido; Héroe sin medalla, gigante dormido. ¿Dónde están los que guiaste? ¡Yo pregunto! Grito sin respuesta, se han quedado mudos, Los rostros impávidos, los cuerpos enjutos; Ni una sola frase se escucha en el mundo. Y tu voz esa voz que recorrió la sierra, La costa y el bosque cual grito de guerra, Impregnada en los vientos, volviéndose eterna, Llevando el mensaje de toda la ciencia. Esa voz, maestro, que nadie recuerda, Se queda contigo, al morir te la llevas, Pero cuando alguien grite: ¿Dónde está el MAESTRO? ¡Héroe sin bandera! Con orgullo inmenso y con voz serena: “Lo tengo en mi espíritu _¡Nos dirá la Escuela! “Lo tengo en mi seno” ¡Gritará la tierra!

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Madre India ( Alberto Méndez) Me lo escupió como ofensa, y a mi, me supo a alabanza... Tu madre... ¿mi madre qué? Se me tensaron las venas como cuerdas de guitarra, como cuando alguien mete la mano así nomás, sin saber tocar. Y tiemblan, vibran, suenan a muerte, -luego se calman- pero en su impulso íntimo late un eco de venganza. Así se me templaron las venas al eco de sus palabras. Tu madre... ¿mi madre qué ? tu madre era india... India sí, pero de pura raza, todo el mundo puede verlo lo lleva escrito a claras sobre la tersa vitela del óvalo de su cara, con caracteres incaicos sobre un fondo de oro y plata. Un collar de baratijas, le cuelga en su pecho y canta, como un nido de gorriones que al respirar se le espantan Dos arracadas de cuelgan de sus orejas con gracia; como si fuesen marcando poquito a poco las ansias de que un día mejor que nunca llegue a despuntar el alba. Para rematar, dos trenzas le cubren pecho y

espalda; como si los Dioses Indios, hubiesen firmado el acta. India mi madre, ¡Muy india! y larguísimas son sus faldas; que sólo el viento o la mano de mi padre las levantan. Tu madre... ¿mi madre qué? sirvió de india en mi casa y era para todos como una bestia de carga. Para todos sí, lo admito; pero no para el canalla de tu padre que mil veces quiso de niña estrujarla y poseerla cuando ya era ¡mujer casada! Para el no, lo juro, lo juro por tata Dios y Santa María del Iquique mi virgen de la montaña. que si ella fue copo de nieve, mi madre; no le pidió nada. Sobre la piel su cuerpo, no hay más huella que las de los golpes, que mi padre borracho le propinaba. Mi tata, hay! mi tata.. Borracho y todo lo quise, con pasión emocionada. Porque la borrachera de mi padre más grande y más amarga, no era de alcohol, del que llora en el trapiche la caña.

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Sino del zumo ensangrentado de un refino de mil lágrimas. Borracho, para olvidar. Borracho de ira y de rabia. Borracho y así ... borracho sin saberlo la ultrajaba. Mamá, Mamá, como un relicario beso las huellas que hay en tu cara, porque son como cien años que compasión te hizo mi tata. con la viril iracundia de su hombría pisoteada, sobre el trapiche cruento de una injusticia nefasta. Y no llores Mamá, que ya nadie de Dios ha de matarte el alma te defenderé, aunque sea con esta gádua, que aspira a ser andamio y casa de un mundo mejor. Si no, que las cañas nuestra milpa se vuelvan lanzas .

Así que así Me has brindado la ocasión de estas palabras, anda, sigue tu camino, con tu soberbia de raza, y el mundo de tus prejuicios como joroba en la espalda. la vida te ha sido fácil y por serlo; inapreciada, ojala que cuando haya problemas (y están cercanos) sepas superar la vida con valor y elegancia; y temo que sean tus hijos parásitos del mañana, y que si llevan las trenzas ; se ahorquen con ellas por no aguantarlas, La vida para vivirla, hay que sufrirla y amarla, Anda, sigue tu camino, ¡pero mide tus palabras! quisiste hacerme una ofensa y a mi, a mi me supo a alabanza. Mi madre es india, India India.

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