2-Proverbios 14

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Proverbios 14:17 Por Salvador Gómez Dickson Prov.14:17 “El que fácilmente se enoja hará locuras; y el hombre perverso será aborrecido” (14:17). La primera parte del versículo es la que trata con nuestro tema, y en ella se nos presenta nuevamente el peligro de permitir a nuestras emociones ventilar rápidamente su enojo. La Nueva Versión Internacional sencillamente lo llama el iracundo. El texto nos está ofreciendo la descripción de una clase de personas cuya marca es la rapidez con que manifiestan la ira. Un hombre o una mujer así estarán continuamente expuestos a cometer necedades y locuras que después tendrán que lamentar. ¿Cuál es el remedio para semejante espíritu? La paciencia. Necesitamos la consideración paciente y tolerante antes de hablar y actuar—máxime cuando percibimos que estamos internamente agitados e inquietos. Cuando el iracundo deja la consideración para después de su actuación y de sus palabras, entonces se da cuenta demasiado tarde que las cosas no tenían que ser así. Pudo haber tomado otro camino. El espíritu volátil actúa en contra, no sólo de los que reciben los golpes del enojo, sino también de su autor. Después que el géiser expulsa el agua no puede recogerla. Después que el daño está hecho muchas marcas pueden permanecer. No es lo mismo tener que sanar a un herido, que nunca haber herido a nadie. Aquel que se enoja fácilmente generalmente lo hace por tonterías y no por cosas de verdadera importancia. Si es el caso de un padre, se verá muchas veces castigando con severidad cosas que no merecen semejante sanción. No es un mal moral lo que le afecta; castiga más por la inconveniencia personal que le molesta. El efecto, sin embargo, es devastador. Es como un tornado en su paso destructor: súbito, repentino, rápido, y cuando llega la calma sólo vemos ruina y quebranto—“todo fue tan rápido”, “no quise decir lo que dije”— las excusas no pueden dar marcha atrás al tiempo, y los efectos quedan. El que se enoja con facilidad no tiene tiempo para reflexionar; no puede poner en balance los acontecimientos. Es así como las pequeñas ofensas adquieren proporciones gigantescas. Dios es lento para la ira porque sólo aquellas cosas dignas de ser tomadas en cuenta levantan su furor. No así nosotros en nuestra humana debilidad. Debemos pedirle al Señor que nos guarde, que envíe a Abigail a detenernos de reaccionar neciamente al ser movidos por la venganza personal (1 Samuel 25), que nos libre de cometer las locuras típicas de poner la mente bajo la servidumbre de nuestras pasiones. “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca” (Col.3:8).

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Proverbios 14:17 Por Salvador Gómez Dickson

Prov.14:17 “El que fácilmente se enoja hará locuras; y el hombre perverso será aborrecido” (14:17).

La primera parte del versículo es la que trata con nuestro tema, y en ella se nos presenta nuevamente el peligro de permitir a nuestras emociones ventilar rápidamente su enojo. La Nueva Versión Internacional sencillamente lo llama el iracundo. El texto nos está ofreciendo la descripción de una clase de personas cuya marca es la rapidez con que manifiestan la ira. Un hombre o una mujer así estarán continuamente expuestos a cometer necedades y locuras que después tendrán que lamentar. ¿Cuál es el remedio para semejante espíritu? La paciencia. Necesitamos la consideración paciente y tolerante antes de hablar y actuar—máxime cuando percibimos que estamos internamente agitados e inquietos. Cuando el iracundo deja la consideración para después de su actuación y de sus palabras, entonces se da cuenta demasiado tarde que las cosas no tenían que ser así. Pudo haber tomado otro camino. El espíritu volátil actúa en contra, no sólo de los que reciben los golpes del enojo, sino también de su autor. Después que el géiser expulsa el agua no puede recogerla. Después que el daño está hecho muchas marcas pueden permanecer. No es lo mismo tener que sanar a un herido, que nunca haber herido a nadie. Aquel que se enoja fácilmente generalmente lo hace por tonterías y no por cosas de verdadera importancia. Si es el caso de un padre, se verá muchas veces castigando con severidad cosas que no merecen semejante sanción. No es un mal moral lo que le afecta; castiga más por la inconveniencia personal que le molesta. El efecto, sin embargo, es devastador. Es como un tornado en su paso destructor: súbito, repentino, rápido, y cuando llega la calma sólo vemos ruina y quebranto—“todo fue tan rápido”, “no quise decir lo que dije”—las excusas no pueden dar marcha atrás al tiempo, y los efectos quedan. El que se enoja con facilidad no tiene tiempo para reflexionar; no puede poner en balance los acontecimientos. Es así como las pequeñas ofensas adquieren proporciones gigantescas. Dios es lento para la ira porque sólo aquellas cosas dignas de ser tomadas en cuenta levantan su furor. No así nosotros en nuestra humana debilidad. Debemos pedirle al Señor que nos guarde, que envíe a Abigail a detenernos de reaccionar neciamente al ser movidos por la venganza personal (1 Samuel 25), que nos libre de cometer las locuras típicas de poner la mente bajo la servidumbre de nuestras pasiones. “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca” (Col.3:8).