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UNA LIBRA, 1,36 EUROS. Suena el teléfono móvil y en la pantalla un número desconocido. Al descolgar un carraspeo y una voz en inglés con un marcado acento británico empieza a hablar de forma muy educada. La conversación transcurre fluida y concisa hacia el tema en cuestión. Una entrevista de trabajo en Reino Unido. Pertenecer a la llamada generación perdida, pese a parecer romántico y rebelde, no tiene nada de bueno. Como muchos jóvenes andaluces de mi generación estudiamos con la promesa de un futuro mejor que el de nuestros padres, de un progreso vital que nos daría la posibilidad de hacer progresar nuestra sociedad. Llevar a cuestas con nuestros logros personales y profesionales un lugar mejor donde vivir. Pero la realidad supera siempre a la ficción. No es mi intención caer en el fatalismo, no me gusta. De hecho, estoy harto de escuchar el mismo discurso sobre jóvenes y menos jóvenes que parten a trabajar fuera de España. Quiero aclarar que nosotros no tenemos miedo a salir, hemos demostrado sobradamente que somos capaces de sobrevivir y vivir fuera. Contamos con los conocimientos y la determinación suficiente para labrarnos un placentero futuro en otros países. Esto no es de extrañar nos han formado para hacerlo, para solucionar grandes problemas durante años. Como no vamos a ser capaces de resolver nuestros propios problemas laborales. Y además, gustamos fuera más que en nuestro propio país. Nos buscan y nos llaman. En cambio, las preocupaciones pueden llegar por otro lado. Nuestra cultura mediterránea tiene muy en cuenta pilares como la familia o los amigos. No somos esas personas frías más propias de otras latitudes y nuestro carácter nos une más a aquellos que queremos. Esto no es una debilidad, es una gran virtud que se topa de frente con nuestro extendido y deslocalizado modelo capitalista. Por ello palabras como emprendedor , reinvención u otros muchos términos baratos pronunciados desde los atriles políticos sobre el desempleo juvenil se han instaurado en el acervo social. Son muchos los que han probado en los últimos años y pocos los que todavía siguen. En un mercado muy precario y paralizado donde las políticas de apoyo a los emprendedores o mejor dicho a los autónomos son mínimas, no es nada fácil llegar a buen puerto. Quizás hay algún hueco en el competitivo y dinámico mercado tecnológico que se ha utilizado como ejemplo hasta la saciedad en los superficiales informativos, donde ese joven emprendedor de éxito en un año cuenta con cien empleados. Es una imagen irreal y que no debe utilizarse como norma ya que, afortunadamente, no todo el mundo es informático en este mundo y la mayoría de los perfiles profesionales van incluso más allá de la tecla y el ratón. También más allá de las peticiones a la virgen del rocío por parte de nuestra ministra de empleo, quizás sería interesante un replanteamiento sobre los llamados planes de empleo juvenil . Desde una perspectiva amplia es fundamental un cambio de políticas que dejen de abaratar a las empresas el contratar a jóvenes en detrimento de otras generaciones. Ya que este modelo no beneficia ni a unos ni a otros. Unos por convertirse en eternos becarios sin perspectivas de futuro y a los otros por la muerte súbita laboral que sufrimos después de los treinta y tantos. Y ni hablar después de los cincuenta. Algo inaudito en otras economías pero práctica enormemente común por parte de los empresarios españoles. Existen grandes ventajas en otros mercados laborales europeos. En muchos casos relacionados con un trato hacia el trabajador exquisito, transparencia en los procesos de selección, mejores salarios, protección social y un mercado laboral dinámico que aporta oportunidades profesionales de futuro. Pero no es oro todo lo que reluce. Existe como en cualquier país europeo incluido España trabajo ilegal, engaños, salarios más bajos o peores condiciones laborales hacia trabajadores inmigrantes. La pillería no entiende de fronteras, ni idiomas aunque la gran diferencia se encuentra en la amplia demanda de profesionales existente junto a una legislación más exhaustiva frente al

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Artículo sobre la emigración juvenil en España.

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UNA LIBRA, 1,36 EUROS.

Suena el teléfono móvil y en la pantalla un número desconocido. Al descolgar un carraspeo y unavoz en inglés con un marcado acento británico empieza a hablar de forma muy educada. Laconversación transcurre fluida y concisa hacia el tema en cuestión. Una entrevista de trabajo enReino Unido.

Pertenecer a la llamada generación perdida, pese a parecer romántico y rebelde, no tiene nada debueno. Como muchos jóvenes andaluces de mi generación estudiamos con la promesa de unfuturo mejor que el de nuestros padres, de un progreso vital que nos daría la posibilidad de hacerprogresar nuestra sociedad. Llevar a cuestas con nuestros logros personales y profesionales unlugar mejor donde vivir. Pero la realidad supera siempre a la ficción.

No es mi intención caer en el fatalismo, no me gusta. De hecho, estoy harto de escuchar el mismodiscurso sobre jóvenes y menos jóvenes que parten a trabajar fuera de España. Quiero aclarar quenosotros no tenemos miedo a salir, hemos demostrado sobradamente que somos capaces desobrevivir y vivir fuera. Contamos con los conocimientos y la determinación suficiente paralabrarnos un placentero futuro en otros países. Esto no es de extrañar nos han formado parahacerlo, para solucionar grandes problemas durante años. Como no vamos a ser capaces deresolver nuestros propios problemas laborales. Y además, gustamos fuera más que en nuestropropio país. Nos buscan y nos llaman. En cambio, las preocupaciones pueden llegar por otro lado.Nuestra cultura mediterránea tiene muy en cuenta pilares como la familia o los amigos. No somosesas personas frías más propias de otras latitudes y nuestro carácter nos une más a aquellos quequeremos. Esto no es una debilidad, es una gran virtud que se topa de frente con nuestroextendido y deslocalizado modelo capitalista.

Por ello palabras como emprendedor, reinvención u otros muchos términos baratos pronunciadosdesde los atriles políticos sobre el desempleo juvenil se han instaurado en el acervo social. Sonmuchos los que han probado en los últimos años y pocos los que todavía siguen. En un mercadomuy precario y paralizado donde las políticas de apoyo a los emprendedores o mejor dicho a losautónomos son mínimas, no es nada fácil llegar a buen puerto. Quizás hay algún hueco en elcompetitivo y dinámico mercado tecnológico que se ha utilizado como ejemplo hasta la saciedaden los superficiales informativos, donde ese joven emprendedor de éxito en un año cuenta concien empleados. Es una imagen irreal y que no debe utilizarse como norma ya que,afortunadamente, no todo el mundo es informático en este mundo y la mayoría de los perfilesprofesionales van incluso más allá de la tecla y el ratón.

También más allá de las peticiones a la virgen del rocío por parte de nuestra ministra de empleo,quizás sería interesante un replanteamiento sobre los llamados planes de empleo juvenil. Desdeuna perspectiva amplia es fundamental un cambio de políticas que dejen de abaratar a lasempresas el contratar a jóvenes en detrimento de otras generaciones. Ya que este modelo nobeneficia ni a unos ni a otros. Unos por convertirse en eternos becarios sin perspectivas de futuro ya los otros por la muerte súbita laboral que sufrimos después de los treinta y tantos. Y ni hablardespués de los cincuenta. Algo inaudito en otras economías pero práctica enormemente comúnpor parte de los empresarios españoles.

Existen grandes ventajas en otros mercados laborales europeos. En muchos casos relacionados conun trato hacia el trabajador exquisito, transparencia en los procesos de selección, mejores salarios,protección social y un mercado laboral dinámico que aporta oportunidades profesionales defuturo. Pero no es oro todo lo que reluce. Existe como en cualquier país europeo incluido Españatrabajo ilegal, engaños, salarios más bajos o peores condiciones laborales hacia trabajadoresinmigrantes. La pillería no entiende de fronteras, ni idiomas aunque la gran diferencia se encuentraen la amplia demanda de profesionales existente junto a una legislación más exhaustiva frente al

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fraude laboral. Este entorno ayuda a esa puesta en valor del profesional que en general gozamosfuera de nuestras fronteras. Sin embargo, desde los cargos públicos españoles se niegan areconocer el problema de la emigración por parte de un sector de la población española, joven ybien formada. Tampoco toman medidas efectivas, aunque sí se limitó su derecho al voto gracias al“voto rogado” aprobado por PP, PSOE y CIU en 2011. Quizás se veía venir que se nos escaparía unproducto de valor humano sobre el que todos los españoles han invertido, directa oindirectamente, y que tiene un enorme potencial. O simplemente nuestro papel en esta Europa yase decidió hace tiempo como el de un mero espectador y un fabuloso destino veraniego.

Pese a nuestro reminiscente sentido de inferioridad frente a lo de fuera, Europa ya no es elextranjero como lo era cuando emigrábamos a Alemania o Suiza con maletas de cartón. Hoy día, lamayoría vemos Europa como nuestros padres andaluces veían Barcelona, Madrid o Bilbao, lugaresdonde siempre había un familiar o un amigo viviendo. La gran pregunta es que será de nuestratierra cuando constantemente los que deciden caen en la espiral de políticas inútiles o minimizanla emigración como un problema que afectará al futuro de España. Negar la evidencia es unapráctica común a la que nos tienen acostumbrados desde los más altos estamentos, no hay másciego que quien no quiere ver. Aunque eso sí, mientras tanto el teléfono sigue sonando.

Para saber más:

• El colectivo Marea Granate presenta sus reivindicaciones en el Parlamento Europeo.

• El documental “Destino emigrante” muestra a doce jóvenes españoles que han emigradoen busca de un futuro laboral.