19-Ramon Cifre Navarro (1926-1980)

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RAMÓN CIFRÉ NAVARRO (1926-1980) Nació en Santo Domingo el 15 de septiembre de 1926. Realizó sus primeros estudios en la escuela República de Chile, de la villa de San Carlos. Años más tarde ingresa a la Escuela Normal de Varones, en la que son sus profesores, entre otros, Pedro Mir, Carlos Curiel y Andrés Avelino. En 1946 ingresa a la facultad de Derecho de la Universidad de Santo Domingo, estudios que abandona cuatro años más tarde. Trabaja entonces como profesor de lengua española y literatura de la Escuela Normal Nocturna Eugenio María de Hostos y colabora en El Caribe hasta 1952. Sus versos iniciales son una confesión de fe, con ingenuidad, lejos de la oscuridad y del hermetismo que lo atraerían después. El amor es el tema casi único de su obra poética. La amada para Cifré es ardorosa materia de los espejos, su pensamiento vital. El poeta, fundido en la realidad o en el sueño, crea una visión de la amada que es pureza absoluta, sustancia iluminada por el deseo, que colma sus ansias, dándole la seguridad perdida. Pero la idealización plena de la amada no lo desvincula de la realidad circundante. En «Espacio en la tiniebla» el poeta se integra a la vida vinculado a los únicos temores de la sangre. El hábito del alcohol, desilusiones amorosas, su divorcio e influencias nerudianas de última hora, tienen una repercusión negativa en la vida y obra del poeta, al extremo de que por estas circunstancias Cifré Navarro cae desde mediados de la década del 50 en un estado de abandono y descuido tal que le lleva a la destrucción de sus facultades creadoras. Sus obras, aunque publicadas años más tarde con la ayuda de amigos, corresponden a esta época. Ramón Cifré Navarro fue director de la revista Testimonio (1964-1967), en cuya colección se publicó De manos con las piedras, su primer libro. Murió en Santo Domingo el 27 de noviembre de 1980. OBRAS PUBLICADAS: De manos con las piedras (1964), Espejo y aventura (1974), Poemas póstumos e iniciales (1995). DEFINICIÓN DEL ALBA Creo en el hombre, en el ángel anuncio de su alma, en el cuerpo delirio de la muerte que desnuda su voz en todo tiempo. Creo en el árbol, en el brillo verdor de su silencio,

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RAMÓN CIFRÉ NAVARRO (1926-1980)

    Nació en Santo Domingo el 15 de septiembre de 1926. Realizó sus primeros estudios en la escuela República de Chile, de la villa  de San Carlos. Años más tarde ingresa a la Escuela Normal de Varones, en la que son sus profesores, entre otros, Pedro Mir, Carlos Curiel y Andrés Avelino. En 1946 ingresa a la facultad de Derecho de la Universidad de Santo Domingo, estudios que abandona cuatro años más tarde. Trabaja entonces como profesor de lengua española y literatura de la Escuela Normal Nocturna Eugenio María de Hostos y colabora en El Caribe hasta 1952.

     Sus versos iniciales son una confesión de fe, con ingenuidad, lejos de la oscuridad y del hermetismo que lo atraerían después. El amor es el tema casi único de su obra poética. La amada para Cifré es ardorosa materia de los espejos, su pensamiento vital. El poeta, fundido en la realidad o en el sueño, crea una visión de la amada que es pureza absoluta, sustancia iluminada por el deseo, que colma sus ansias, dándole la seguridad perdida. Pero la idealización plena de la amada no lo desvincula de la realidad circundante. En «Espacio en la tiniebla» el poeta se integra a la vida vinculado a los únicos temores de la sangre. El hábito del alcohol, desilusiones amorosas, su divorcio e influencias nerudianas de última hora, tienen una repercusión negativa en la vida y obra del poeta, al extremo de que por estas circunstancias Cifré Navarro cae desde mediados de la década del 50 en un estado de abandono y descuido tal que le lleva a la destrucción de sus facultades creadoras. Sus obras, aunque publicadas años más tarde con la ayuda de amigos, corresponden a esta época.

    Ramón Cifré Navarro fue director de la revista Testimonio (1964-1967), en cuya colección se publicó De manos con las piedras, su primer libro. Murió en Santo Domingo el 27 de noviembre de 1980. 

OBRAS PUBLICADAS:

De manos con las piedras (1964), Espejo y aventura (1974), Poemas póstumos e iniciales (1995). 

DEFINICIÓN DEL ALBA 

Creo en el hombre,

en el ángel anuncio de su alma,

en el cuerpo delirio de la muerte

que desnuda su voz

en todo tiempo. 

Creo en el árbol,

en el brillo verdor de su silencio,

en el viento raíz de la esperanza

que brota de sus hojas,

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de sus ramas,

de su tronco. 

Creo en el amor,

en el cielo palabra de su canto,

en el ruido verano de la sombra

donde crece su instancia,

su primera angustia,

su último deleite.

 

Creo en el misterio,

en el humo vestido de su esencia,

en el gozo reclamo del crepúsculo

en que habita su rostro,

su número callado,

su destino inquietante.

    Creo en el dolor,

en el círculo piedra de su viento,

en el agua verdad de la nostalgia

que genera su mundo,

su imposible ausencia,

su inquebrantable norma.

 

    Y porque creo en todo esto,

me siento melancólico

como un náufrago de hojas desprendidas,

como el recuerdo de los labios

que todavía me besan.

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    Y creo en mí,

en el dolor vigilia de mis huesos,

en el siempre infinito de la tarde

que persisten en mi ansia;

en mi nocturna brisa,

en mi sola tristeza.  

 

ESPACIO EN LA TINIEBLA  

    Amor:

    Para ti levanto esta ansiedad y mi corazón

    en la vigilia del esperanzado lucero.

 

        Heme aquí vinculado a los únicos temores de la sangre.

En el espejo mi rostro decide llorar la suprema agonía

        de la ciudad,

el peso de las cosas que perduran en la piedra,

la lenta caída de los materiales del amor.

 

        Heme aquí, ante vosotros, sacando fechas a la esperanza.

He deseado coincidir apenas con el testimonio de la luz,

adentrar mi corazón en la tristeza circundante,

hacer mía la desgracia en el delirio que desata la noche.

 

    Heme aquí pulsando la fiebre de los ojos que abren su

            agitado mundo.

      Oriento mis pasos de huérfano por la mejilla del alba,

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a unas cuantas hojas del cabello encendido,

y mi determinación difunde visibles nacimientos

            en lo inmediato.

 

    Heme aquí, de nuevo, en la premura de una sílaba distinta,

de frente a los símbolos de la madrugada,

con la inocencia del niño en los ojos.

 

    Otra vez el sollozo como las manos en la tiniebla

ofrece su predilecta mansedumbre,

ir y llegar que dilatan una espera recóndita,

esta necesidad de protegernos la piel y el rostro con un

            mismo silencio.

 

    Lloro por el destino de los elementos que sobreviven

y la oscuridad organiza mis fuerzas,

mis tenaces ímpetus de sonido que continúa a la intemperie.

 

    Ahora deseo una comarca para fijar mi sueño en la ternura.

Me basta la simplicidad para acercarme a los hombres,

porque he de apoderarme calladamente de las pasiones nuevas,

de los lugares que se olvidan a raíz de conocerlos,

de un sistema y del orden que supone conmoverme.

 

    Heme aquí solitario y alerta como la humedad

            en el cansancio,

con más heridas en la palabra,

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al fin decidido a retornar a los seguros orígenes.

 

    Prefiero hablar de una mínima parte del asombro,

a la vista de los testimonios fieles al viento sin limitaciones,

queriendo aumentar la paciencia que emigra de los intactos

            volúmenes.  

 

Las horas suben el vertical silencio del año que termina

        esta vez.

Los ríos refieren su tránsito a la sombra,

a la tierra que siente insoportable la vida.

 

        Ha tenido lugar un ofrecimiento de lluvia,

una infinita sed en las raíces del árbol.

Oh, no finaliza aún la noche en lo íntimo del corazón.

 

        Heme aquí, en total desvelo, paseando por la ciudad

        de los días.

No necesito decir qué me acongoja y apena.

Algo de la intranquilidad me defiende,

estira mis brazos,

entreabre la consistencia de mi sangre.

 

        Estoy junto a los meses,

al amparo de sus dormidos secretos.

Oigo sus diferencias y dimensiones,

sus resonancias percibo.

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Estos meses siguen la trayectoria difícil de las palabras,

aducen viejos sollozos,

en sus adentros el amor enciende olvidadas promesas.

 

        Heme aquí sostenido por crueles abastecimientos,

en la dimensión de todas las cruces,

equidistante de la dura experiencia y de lo amargo,

confiado en lo que surge de la interminable agonía.  

 

CARTA HÚMEDA DE SOL

 

    Aquí, en el corazón,

saltan furiosos y recientes animales,

y las maderas de la noche suenan como pájaros libres,

porque tú

sin posibilidad de adivinarlo,

te acercas con árboles distintos,

y levantados designios estremecen tus ojos,

y las fiebres desbordan de intención en tus manos,

y a quien oigo es a ti repartir en voz alta

lo cierto del crepúsculo,

el murmurante temor del ímpetu a la sombra.

 

    Te pienso derramada como un destino fértil,

como una llama o población duradera,

oh, recinto de los polvos dormidos

que apacienta el hombre,

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decidora cañada como una voz para siempre

perpetuada.

 

    Aquí, en el corazón,

penetran tus olores apenados,

y los ágiles dedos que improvisa tu asombro,

tocan lentas honduras

y sufridas corolas de silencio.

 

    Puedes, si lo deseas, aceptar que un buen día llegue

solitario a tu frente,

y allí nos entreguemos a medir la inminencia

de comunes afanes y desvelos,

y contarnos,

como si volviera a sentirse en nuestra carne,

lo mucho que hemos padecido ambos.

 

    Sé que tienes despierto un índice de calles

y de nombres ausentes,

y que tu paso, en huellas, describe el sufrimiento

de vírgenes desvanes,

como si el mundo

se acomodara a tu sentido de las cosas,

a tu deseo de que discurra todo con ánimo tranquilo,

ya casi manantial de estrella,

dichosamente cielo.

      Lloraría

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si me enseñas los tiernos declives de tu pelo,

el color encendido de tu arboleda insomne,

lo que piensas del fresco que huye por las

madrugadas,

las horas que eliges para soñar y darte entera

y sobre todo,

por qué pasión de hombre te desvivirías.

 

    Aquí, en el corazón,

te muestro el ácido uniforme que me anima siempre,

las veces que me hace sufrir,

las que me hace gozar,

y cuanto se torna cemento natural de mis cantos

y dirige su delirante rumbo hacia las tardes,

en las que tú y yo,

rodeados por la ilusión de las gentes,

compadecemos el agua que sube y baja su lamento.

 

    Te aseguro qué fácil me sería,

contigo, explicarme qué siento cuando, como tú,

mis poemas no pueden ocultar a nadie

la frecuencia del llanto.

 

    Y en verdad,

aquí, en el corazón,

qué bueno presentir que llegas

con racimos dorados por la misma esperanza,

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mientras mis palabras caminan

en derredor de los pacientes hechos que supones,

y con tus ornamentos y tus plantas,

y con el humo

silencioso que sale de tus barcos,

quiero que vivas esta carta y llegues a su centro. 

    Sí, sólo quiero pedirte

que no dejes de llegar a su centro.