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Historia Argentina 1820-1830 1 de 10 1) Después de Cepeda Los caudillos triunfantes, el gobernador de Santa Fe, Estanislao López, y el caudillo entrerriano Francisco Ramírez, eran los nuevos árbitros de la situación. Acampados en Pilar, exigieron la renuncia del Director Rondeau. Producida la renuncia de José Rondeau, del 1 al 11 de febrero asume interinamente Juan Aguirre y López, quien no pudo retener su cargo. A pedido de los vencedores, el Congreso se disolvió el 11 de febrero de 1820 y el Cabildo asumió el mando de la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Con la disolución del Congreso se inició la llamada Anarquía de la década del 20. Días después designó una Junta de Representantes que tuvo como misión nombrar al nuevo gobernador. A partir de allí, la conducción de las Provincias Unidas fue ejercida por los Gobernadores porteños. La ruptura de la unidad del Estado generó un fenómeno de dispersión de los diferentes distritos que los obligó a la organización de sus propios gobiernos, sus propias formas institucionales y sus propias administraciones para evitar el caos total. Esa organización autonómica haría lugar a una nueva etapa en la vida del país. Tratados Al desaparecer todas las autoridades totalizadoras, Buenos Aires, en uso de su propia autonomía, procedió a elegir gobernador. El ciclo de la segunda elite o dictatoriales estaba concluido. Se concretó la elección de la Primera Junta de Representantes Bonaerenses y este cuerpo eligió gobernador a Manuel Sarratea, quien el 23 de febrero de 1820 firmó con López y Ramírez el Tratado del Pilar , por el que se comprometen a lograr la unión nacional bajo el sistema federal. Los ríos Paraná y Uruguay serían solo navegados por buques de las provincias amigas y Buenos Aires se comprometía a no cerrar sus desembocaduras. Se invitaba a Artigas a sumar a la Banda Oriental al Tratado, pero se omitía declarar la guerra a Portugal como lo exigía Artigas. Este pacto marca el inicio de una hábil política porteña destinada a terminar una a una con las influencias de los principales caudillos del interior; por un lado alimenta y ayuda a las ambiciones de Ramírez tendientes a eliminar la influencia de Artigas. Posteriormente, mientras Buenos Aires se debatía en la anarquía que la llevó de Sarratea a Martín Rodríguez (pasando por Balcarce, nuevamente Sarratea, Ramos Mejía, Soler, el Cabildo, Alvear, Dorrego), Ramírez volvió apresuradamente a su tierra, pues Artigas, vencido definitivamente por los portugueses en Tacuarembó (20.1.1820), había buscado refugio en territorio entrerriano, sometido entonces a su Protectorado. El 20 de septiembre de 1820 Ramírez terminó con Artigas en la batalla de Cambia. El caudillo oriental consideró terminado su ciclo y se refugió en el Paraguay, donde falleció en 1850. Cuando Ramírez sentía que le había llegado el momento de su triunfo definitivo, el 24 de noviembre de 1820, Buenos Aires y Santa Fe con la mediación de Córdoba, firman

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1) Después de Cepeda Los caudillos triunfantes, el gobernador de Santa Fe, Estanislao López, y el caudillo

entrerriano Francisco Ramírez, eran los nuevos árbitros de la situación. Acampados en Pilar, exigieron la renuncia del Director Rondeau.

Producida la renuncia de José Rondeau, del 1 al 11 de febrero asume interinamente Juan Aguirre y López, quien no pudo retener su cargo. A pedido de los vencedores, el Congreso se disolvió el 11 de febrero de 1820 y el Cabildo asumió el mando de la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Con la disolución del Congreso se inició la llamada Anarquía de la década del 20. Días después designó una Junta de Representantes que tuvo como misión nombrar al nuevo gobernador. A partir de allí, la conducción de las Provincias Unidas fue ejercida por los Gobernadores porteños.

La ruptura de la unidad del Estado generó un fenómeno de dispersión de los diferentes distritos que los obligó a la organización de sus propios gobiernos, sus propias formas institucionales y sus propias administraciones para evitar el caos total. Esa organización autonómica haría lugar a una nueva etapa en la vida del país.

Tratados Al desaparecer todas las autoridades totalizadoras, Buenos Aires, en uso de su

propia autonomía, procedió a elegir gobernador. El ciclo de la segunda elite o dictatoriales estaba concluido. Se concretó la elección de la Primera Junta de Representantes Bonaerenses y este cuerpo eligió gobernador a Manuel Sarratea, quien el 23 de febrero de 1820 firmó con López y Ramírez el Tratado del Pilar, por el que se comprometen a lograr la unión nacional bajo el sistema federal. Los ríos Paraná y Uruguay serían solo navegados por buques de las provincias amigas y Buenos Aires se comprometía a no cerrar sus desembocaduras. Se invitaba a Artigas a sumar a la Banda Oriental al Tratado, pero se omitía declarar la guerra a Portugal como lo exigía Artigas.

Este pacto marca el inicio de una hábil política porteña destinada a terminar una a una con las influencias de los principales caudillos del interior; por un lado alimenta y ayuda a las ambiciones de Ramírez tendientes a eliminar la influencia de Artigas. Posteriormente, mientras Buenos Aires se debatía en la anarquía que la llevó de Sarratea a Martín Rodríguez (pasando por Balcarce, nuevamente Sarratea, Ramos Mejía, Soler, el Cabildo, Alvear, Dorrego), Ramírez volvió apresuradamente a su tierra, pues Artigas, vencido definitivamente por los portugueses en Tacuarembó (20.1.1820), había buscado refugio en territorio entrerriano, sometido entonces a su Protectorado. El 20 de septiembre de 1820 Ramírez terminó con Artigas en la batalla de Cambia. El caudillo oriental consideró terminado su ciclo y se refugió en el Paraguay, donde falleció en 1850.

Cuando Ramírez sentía que le había llegado el momento de su triunfo definitivo, el 24 de noviembre de 1820, Buenos Aires y Santa Fe con la mediación de Córdoba, firman

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el Tratado de Benegas, que firmado en la estancia de Don Tiburcio Benegas significaba la consumación de un acuerdo entre ambos que tiene un directo destinatario en su contra: Francisco Ramírez. De esta forma lo entendió este último y comenzó las hostilidades. Invadió Santa Fe logrando inicialmente 2 éxitos mientras esperaba la ayuda de la misma flotilla porteña, que le había sido cedida en ocasión de su enfrentamiento con Artigas. Los citados refuerzos no llegaron, y López lo venció ampliamente en Coronda (16/5/1821). Pasó entonces a Córdoba, donde Bustos lo derrotó completamente, primero en Cruz Alta (16/6/1821) y luego en San Francisco (10/7/1821). Intentó regresar a su Entre Ríos por el norte, muriendo en tal empresa. Al tiempo, López recibió a los enviados porteños encargados de la entrega de cabezas de ganado pactadas en Benegas, “al lado de una mesa de tijera donde se exhibía la degollada cabeza de Francisco Ramírez”. El pacto se complementaba en sus dos obligaciones.

Pese a las bases institucionales consagradas en el Tratado del Pilar, el invariable control del puerto por porteños y la concentración en sus manos de los derechos aduaneros tornó ilusorias las reivindicaciones que pretendía el Litoral

La derrota de Ramírez y su posterior muerte a manos de una partida santafecina simplificarían el panorama. El compromiso de “paz, armonía y buena correspondencia entre Buenos Aires y Santa Fe y sus gobiernos” previsto en el articulo 1 del Tratado de Benegas, era el anticipo de una política que tendía a reforzar el bloque del Litoral en detrimento del Interior. Buenos Aires decide no ir al congreso de Córdoba, al que había convocado Bustos, diciendo que mejor es que cada provincia se organice debidamente, mejores sus instituciones y Estado y que entonces llegará el momento de dictarse una constitución.

Finalmente el Acuerdo del Cuadrilátero firmado entre Buenos Aires, Corrientes, Santa Fe y Entre Ríos el 22 de enero de 1822 daría el golpe de gracia al caudillo Bustos (Córdoba). Al retirar su presencia Buenos Aires, única en medianas condiciones para sostener los enormes gastos de un Congreso, sus ejércitos y sostener su naciente autoridad, las restantes provincias tomaron la misma conducta.

Falta gobierno de Martín Rodríguez. Baring. Enfiteusis

i) Gobierno de Gregorio de Las Heras

El 9 de mayo de 1824, el general Gregorio de Las Heras es elegido gobernador de Buenos Aires en reemplazo de Martín Rodríguez. Tenía excelentes antecedentes militares pero no tenía experiencia en términos políticos. Formó su gabinete con Manuel J. García en los Ministerios de gobierno y hacienda y con el general Cruz en el de Guerra. Parecen coincidir los historiadores en endilgar a García el carácter de fiel amigo de Inglaterra.

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Al mismo tiempo se estaba dando la penetración brasileña en la Banda Oriental, que empezaba a preocupar al gobierno de Buenos Aires, que hasta ese entonces hacía la vista gorda, ya que su presencia le simplificaba su larga lucha contra el Litoral federalista.

ii) Congreso de 1824

El 21 de febrero 1824 Buenos Aires convocó oficialmente a un nuevo congreso, llamando a elecciones para la designación de representantes. Para la designación de los diputados del interior se previó que iban a ser designados directamente por el gobernador o por su legislatura. Algunos provincias fueron al principio reticentes, invocando a veces su situación económica. En otros casos, fueron elegidos diputados que no eran ni oriundos ni residentes de la provincia que representaban, sino que –incluso, en algunos casos- eran apoderados de empresas comerciales que -por ejemplo- explotaban yacimientos mineros en esas provincias, con lo que no es difícil advertir que sus intereses no siempre eran los adecuados. En otros casos (por ejemplo en el caso de Lucio Mancilla) empieza como diputado por Entre Ríos, renuncia al cargo en marzo de 1826, y de inmediato pasará a representar a La Rioja.

El 23 de enero de 1825 se dicta la llamada Ley Fundamental que garantizaba a las provincias que, hasta la promulgación de la constitución, se regirían por sus propias instituciones. Dictada la Ley Fundamental, el congreso se dedicó a la consideración del Tratado de Amistad y Comercio firmado con Inglaterra el 2 de febrero de 1825, que fue aprobado por el Congreso sin que sugieran objeciones de fondo. Apenas se opusieron los representantes de algunas provincias a la tolerancia religiosa que establecía.

Era un instrumento legal que serviría a la penetración económica británica estableciendo, en pie de igualdad privilegios recíprocos para las flotas mercantes. No teníamos flota equivalente. En realidad, los historiadores señalan que era condición previa para el reconocimiento la independencia.

El episodio más grave en este momento era la invasión brasileña en la Banda Oriental. El Imperio, sofocados los intentos de resistencia, había incorporado a la Banda Oriental, con el nombre de Provincia Cisplatina y, para asegurarse el apoyo de algunos sectores (la clase alta), los halagaba con títulos de nobleza.

Ya en 1823, resistiendo el ataque imperial, importantes comerciantes, como Félix Castro, Braulio Costa y Pedro Trapani, habían dado su apoyo al Cabildo de Montevideo. Más tarde, con la expedición de los 33 Orientales, esos mismos personajes, Rosas y los Anchorena, dieron su plena cooperación. Dorrego reclamaba una actitud firme frente al invasor. El éxito de Lavalleja, que había desembarcado en la Banda Oriental, y la declaración del Congreso General reunido en La Florida, fechada el 25 de agosto de 1825, por la que los orientales declaran que la Banda Oriental se independizaba del Rey de Portugal, del Emperador de Brasil y de cualquier otro poder del Universo, y que se declaraba incorporada a las Provincias Unidas del Río de la Plata, de las que se consideraban parte integrante, unidos a la inocultable colaboración porteña, que por ley del 10 de setiembre la reconocía de hecho incorporada, a la que ha pertenecido y quiere pertenecer, quedando el Poder Ejecutivo a cargo de su defensa y seguridad, dispusieron

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al Brasil a la guerra, cuya declaración acaece el 10.12.1825. Aún sin tener los núcleos gobernantes una posición uniforme, empujado por la fuerza de los acontecimientos, el Congreso aceptó la reincorporación de la Banda Oriental a las Provincias Unidas. La guerra fue entonces inevitable.

iii) Asunción de Rivadavia como Presidente

Los sectores del partido oficialista no eran demasiado afectos a la figura de Manuel J. García. En octubre de 1825 Rivadavia volvía al país, y ello motivó que se iniciara una campaña destinada a brindarle la presidencia. Con sobrados méritos para serlo, lo único que explicaba que Rivadavia no fuera candidato a integrar el Congreso, era que estaba destinado a ocupar el cargo de Presidente.

El 28 de enero de 1826 el representante de Córdoba (Elías Bedoya) propone el establecimiento un poder ejecutivo permanente, concentrando todo el poder en una autoridad, procediendo a su nombramiento por el Congreso por simple mayoría. Rivadavia fue designado por 28 votos contra 5.

Asumió el 8 de febrero de 1826 y lo primero que hizo fue señalar que para organizar la nación había que dar a todos los pueblos una cabeza, un punto capital que reglara a todos, sobre el que todos se apoyaran y para ello era necesario que todo lo que forme la capital fuera esencialmente nacional. Al día siguiente presentó al Congreso el proyecto convirtiendo en capital federal a la ciudad de Buenos Aires y una vasta zona circundante. Esa medida, la constitución de un ejército nacional y la conformación del Banco, completaban las aspiraciones del grupo unitario que obtenía bases concretas para asegurar su predominio en todo el territorio del país.

Sin embargo, esta iniciativa centralizadora le costaría perder el apoyo no sólo de las masas populares, sino también de los hacendados, cuya gravitación era fundamental. De inmediato, estos sectores comenzaron una política de oposición, encabezada por aquellos antes mencionados que habían apoyado a Montevideo.

iv) Constitución de 1826

Rivadavia, pese a todo, instruye al Congreso para que sancione la Constitución. Por una Ley de Consultas se había requerido a las provincias opinión sobre el sistema de estado a adoptar. Se habían pronunciado por la federación Entre Ríos, Santa Fe, Santiago, Córdoba, San Juan y Mendoza; por la unidad La Rioja, Tucumán, Salta y Jujuy, quedando las restantes a la resultas de lo que se resolviera. Se sanciona aquello en lo que todos concordaban: un gobierno representativo, republicano. Y, burlando la aparente mayoría, consolidado en unidad de régimen. Discutido entre septiembre y diciembre de 1826 fue aprobado por amplia mayoría.

El texto sancionado reiteraba en gran medida los lineamientos de la que en 1819 había merecido el rechazo del Interior. Estableció un régimen basado en división de poderes, con un poder ejecutivo que sería unipersonal y dos cámaras (una de representantes elegidos proporcionalmente la población y un senado integrado por 2 miembros por cada provincia). Además se creó una Alta Corte de Justicia cuyos componentes designaba el Poder Ejecutivo, con acuerdo del Senado.

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La gran diferencia con lo que luego se aprobaría en 1853, y que constituyó la causa principal del fracaso, era lo referido a los gobiernos de provincia, decididamente lesiva a las autonomías regionales: los gobernadores eran dependientes inmediatos del gobierno central, elegidos por éste de ternas propuestas por los consejos de administración provinciales que la constitución creaba. La minoría federal era dignamente representada por Dorrego y Galisteo, mientras que la mayoría unitaria destacó a Manuel Antonio Castro, Julián Agüero y Valentín Gómez.

Se enfrentaban dos concepciones distintas: esa diferencia ya se manifestó al tratar el artículo 6. Los unitarios excluían del derecho al sufragio a jornaleros y domésticos a sueldo. En realidad su pretensión no difería de los sistemas electorales aplicados en la Francia posrevolucionaria, donde el derecho al voto se limitaba a los propietarios; la concepción liberal burguesa hacía de la igualdad ante la ley una abstracción carente de virtualidad práctica. Los federales se oponían sosteniendo que eso jornaleros eran generalmente los primeros a los que se echaba mano para la guerra, prestando el mayor sacrificio (la vida) y que por lo tanto debían tener derecho a sufragar. Apoyó este pensamiento el viejo revolucionario de Mayo Juan José Paso. Manuel Castro insistía con su proyecto:

“La aristocracia de sangre es la que se opone a las leyes, pero las otras no hay poder en la tierra que pueda destruirlas; … siempre se debe suponer que el rico tendrá más interés en la conservación del orden y de las instituciones, porque pierde en ello más que el pobre”.

El proyecto oligárquico fue aprobado por 42 votos a 3.

Establecido el sistema electoral, el Congreso se dedicó al art. 7 del Proyecto, que consagraba el régimen unitario. El artículo fue aprobado finalmente por 41 a 11. Ya en aquel momento quedó claro la disociación entre la posición política de cada provincia y la asumida por sus representantes. Recordemos que muchas veces ésa designación recayó en individuos pertenecientes a grupos ilustrados con intereses propios.

El Interior El Interior conformaba un sólido bloque de sentimiento federal. Las provincias del

noroeste y cuyo vivían un prolongado clima de guerra. Rivalidades regionales, factores económicos, generaban situaciones y conjuras. Cualquier afectación de la paz que se produjese en una provincia, atraía a los defensores del régimen centralista y a los caudillos. En Tucumán, noviembre de 1825, Lamadrid –que respondía a Buenos Aires- con el aparente propósito de formar un ejército para enfrentar a Brasil, en realidad lo estaba montando para la guerra civil.

Al asumir Rivadavia la presidencia, los planes para usar ese ejército del Norte como instrumento de penetración unitaria se hacen cada vez más evidentes, como lo demuestra el envío de tropas y pertrechos militares a Lamadrid y a Arenales. Bustos, en Córdoba, siempre dispuesto a enfrentar a Buenos Aires, advierte del peligro a los caudillos. Escribe a Estanislao López (Santa Fe) y a Facundo Quiroga (La Rioja). Quiroga marcha a Tucumán, desconoce la autoridad de Rivadavia y enfrenta y vence a Lamadrid

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en El Tala. Heroicamente repuesto, Lamadrid nuevamente se enfrenta a Quiroga el 6 de abril de 1827 en El Rincón y nuevamente es derrotado. Esto tiene efectos muy importantes en el panorama político. El prestigio y la autoridad de Quiroga se extiende desde Cuyo al Norte. El gobierno nacional pierde casi todos los apoyos interiores y ve formarse enfrente una poderosa liga que comprende las provincias de cuyo, La Rioja, Córdoba y Santa Fe, que lo aísla de sus relativos aliados del extremo norte.

La guerra civil también contribuye a la caída de Rivadavia.

La Guerra con el Brasil Luego de la declaración de guerra de Brasil a las Provincias Unidas del 10 de

diciembre de 1825, el bloqueo del puerto de Buenos Aires fue la primer medida bélica. El imperio contaba con una respetable flota. Las Provincias Unidas tenían tropas experimentadas en la lucha de la independencia y ellos le ponía en una situación favorable para el combate terrestre pero no teníamos una flota. La población contribuyó al equipamiento de una flota y se recurrió a comprar buques en el exterior. La designación como jefe de Guillermo Brown generó entusiasmo. Gente que había servido con él, y estaba en el interior, y marinos ingleses y norteamericanos pidieron anotarse. Así se formó una pequeña tripulación experimentada. Hasta fines de año no hubo acciones importantes. Sólo el Combate de Los Pozos producidos a la vista de la población de Buenos Aires.

La cuestión parecía iba para largo. Algunos sectores de la economía, especialmente los saladeristas, los comerciantes vinculados con importación y exportación y el poderoso núcleo de comerciantes ingleses estaban preocupados. Canning, ministro inglés, hacía pública la posición de Inglaterra: hacer de Montevideo un puerto libre, atendiendo básicamente a lograr la independencia de la Banda Oriental y la libre navegación de los ríos interiores. Jamás Europa consentiría que sólo dos estados, Brasil y Argentina fueran dueños exclusivos de las costas orientales de América del Sur, desde el Ecuador hasta el Cabo de Hornos.

El 20 de febrero de 1827, el ejército argentino (dirigido por Alvear) arrolló al brasileño en Ituzaingó. Esta victoria se complementa con los triunfos navales en Juncal y en Quilmes. Sin embargo, la situación interna se deteriora velozmente.

En el pueblo no se habla casi de otra cosa que de la penuria, la miseria, la pobreza y el hambre. Tales circunstancias, unidos a la derrota unitaria en las provincias y a la presión de los ingleses, favorecen el ablandamiento de la actitud del Gobierno, más pendiente de su propia posición interna que de terminar una guerra que se había vuelto favorable. Rivadavia designa a Manuel J. García para ir a Brasil a negociar la paz.

García acepta condiciones humillantes para la nación que llevaba la mejor parte en la guerra: la cesión al Brasil de la provincia oriental y la indemnización de los daños que la guerra de corso causara al Imperio. Frente a ello el Congreso de Buenos Aires rechaza el acuerdo.

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El 21 volvió García a bordo de la fragata británica Heron. La primera reacción de alegría popular fue naturalmente viva. Con el correr de las horas empezaron a filtrarse indicios de que el arreglo no había sido bueno. El gobierno intentó infructuosamente que el contenido quedara en secreto. García y el gobierno se incriminaban mutuamente. El gobierno decía que García había incurrido en abuso de confianza y que no sólo había traspasado sus instrucciones, sino que había contravenido su letra y espíritu. García decía que se le había encomendado arreglar la paz a cualquier precio. El rechazo del Tratado no evitó los hechos. Rivadavia renunció y su renuncia que aceptada por 48 votos sobre un total de 50.

Se designó presidente provisional a Vicente López. Vicente López jamás había pertenecido a ningún partido ni había tenido la ambición de mandar. De hecho, para que aceptara, se debieron realizar algunas gestiones.

Va a corresponder a Dorrego el enorme peso de buscar solución al conflicto. Las dificultades económicas provocadas por la guerra eran enormes. El bloqueo del puerto de Buenos Aires era total. Si en 1825 habían ingresado 95 barcos de bandera inglesa, en sólo lo había hecho 1. El panorama general era desalentador. Aunque el gobierno trata de proseguir la guerra, una serie de presiones van limitando su capacidad de decisión. La legislatura, integrada por miembros de los sectores económicos dominantes, no le votaban partidas presupuestarias para la guerra, el banco nacional no le daba créditos y los hacendados comenzaban a impacientarse. Dorrego no se resigna fácilmente. Inclusive idea un plan que incluye el secuestro del emperador Pedro. Todo fracasa y debió aceptar el acuerdo. Juan Ramón Balcarce y Tomás Guido fueron los agentes diplomáticos argentinos y se encargaron de firmar la paz sobre la base de la independencia de la Banda Oriental. La Convención preliminar de paz fue firmada en Río de Janeiro.

v) Cnel. Manuel Dorrego

Como consecuencia de lo acaecido, la provincia de Buenos Aires reasumió su autonomía, reinstalándose la Junta de Representantes, que elige a Dorrego gobernador, quien asume el 12 de agosto de 1827. Tenía una trayectoria política que lo había identificado con los movimientos populares que habían enfrentado al Directorio en la época de Pueyrredón. Por eso había sido desterrado. En Estados Unidos había visto funcionando el sistema federal del gobierno. A su regreso, se dispuso a defender esas ideas aunque en 1820 su sentimiento porteñista lo llevó a enfrentar a los caudillos del Litoral. Esa visión siempre habría de entorpecer el entendimiento de Dorrego con los caudillos del Interior, más allá de su clara convicción federal.

Iba a iniciar su gestión afrontando grandes dificultades. Comenzó su gobierno con medidas que le dieron la simpatía de las clases populares. Suprimió el sistema de levas para la milicia, fijó precios máximos a la carne y prohibió el envío al exterior de dinero metálico. Asimismo, por decreto del 29 de agosto de 1826 envía delegados al Interior para terminar con las luchas. El resultado es la sucesión de pactos interprovinciales. El

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primero (21 de setiembre) se firmó con Bustos, gobernador de Córdoba. Las provincias aceptaban contribuir para la formación de la Nación y cooperar a la guerra contra el Imperio de Brasil. A tal fin concurrirían a un Congreso a celebrarse en Santa Fe. Las instrucciones de los diputados tendrían como objetivo nombrar un ejecutivo nacional interino para objetos de paz y de guerra, autorizando los gastos que demanden, precisar las atribuciones y deberes del congreso, fijar la forma de gobierno que deberá hacerse sobre la base federal y proveer a la seguridad del país. Acuerdos semejantes se afirmaron con Santa Fe y Córdoba.

El 31 de julio de 1828 se inauguraba la convención. Sin embargo Córdoba no fue. Bustos estaba celoso del prestigio que Dorrego alcanzaba, y decide desconocer el Congreso. Mientras los representantes de Santa Fe reclamaban la creación de un fondo nacional con el producto de las rentas aduaneras, que monopolizaba Buenos Aires, la Sala de Representante porteña, por iniciativa de Felipe Arana –posterior rosista- declaraba que debía dejarse en claro que esos ingresos eran exclusivos de la provincia. Corrientes, Mendoza y San Luis decidieron no ir. Mientras Dorrego tiene esta política interprovincial, la situación de la Provincia de Buenos Aires comienza a deteriorarse. No sólo los unitarios conspiran contra Dorrego. El descontento va conquistando a la población. En abril de 1828 hechos de violencia hacen suspender las elecciones para renovar la legislatura. En la nueva convocatoria, los unitarios no se presentan. Eso no mejora la situación de Dorrego. No consigue créditos del Banco y debe recurrir a empréstitos. Una ley de prensa, para acallar las voces, aumenta la resistencia. Sus días estaban contados.

Rosas, aunque encabezando otra fracción de federales, avisó a Dorrego del golpe que encabezaría Lavalle ni bien regresara el ejército nacional desde Brasil. Dorrego creyó ingenuamente que sería respetado y que las armas que se habían levantado contra el Imperio, no se alzarían en su contra.

vi) Revolución del 1 de diciembre de 1828. Juan Lav alle

El 1 de diciembre los unitarios llevaron a cabo la anunciada revolución. Las tropas de Lavalle avanzaron sin inconvenientes y tomaron posesión de la plaza central. Dorrego escapa y se dirigió al interior de la provincia para anoticiar a Rosas y a Estanislao López los episodios que venimos comentando.

Lavalle, tras declarar caducas las autoridades, dispuso convocar una asamblea con el objeto de designar los encargados de remplazarlas. Una reunión minoritaria, celebrada en la capilla de San Roque, lo ungió gobernador, decisión que fue puesta en conocimientos de Guido y de Balcarce, ministros de Dorrego que habían permanecido. El 5 de diciembre Lavalle dirigió una proclama con los acostumbrados reproches a la inmoralidad administrativa, a la corrupción política y a la arbitrariedad del gobierno saliente, imputándole serias consideraciones económicas, referidas a haber atacado y violado las normas del banco nacional. Mientras Lavalle afianzaba su autoridad en la ciudad, Dorrego, en contacto con Rosas, procuraba resistir a los sublevados organizando sus fuerzas en Cañuelas. Lavalle delega su autoridad en el Almirante Brown y persigue a las tropas federales localizándolas cerca de Navarro. Rosas aconsejaba separar las fuerzas y retirarse para dividir el ejército unitaria. Dorrego quería presentar batalla. Su

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imprudente actitud precipitó su derrota. Sus tropas, conformadas por paisanos e indios aportados por el prestigio rural de Rosas no pudieron resistir las cargas del disciplinado ejército de Lavalle y fueron derrotadas. Rosas se dirigió a Santa Fe, buscando el apoyo de López. Dorrego se queda en la Provincia.

Rosas llega el 12 de diciembre a Santa Fe y participa a López de lo que ocurre insistiendo en que cuenta con un buen ejército y que no pudo obrar conforme sus deseos por los errores de Dorrego. Agrega (era cierto) que toda la clase pobre de ciudad y campaña están en contra de los sublevados.

Dorrego busca el apoyo de las tropas de Pacheco. Es detenido y conducido a Salto, y desde allí, custodiado a Buenos Aires. La detención de Dorrego hizo temer de inmediato por su vida. En marcha a Buenos Aires escribió a Brown y a Díaz Vélez pidiendo se le permitiera retirarse a los Estados Unidos, dando fianzas que se quedaría el tiempo que se le dijera. Mas allá de que Lavalle ha tomado toda la responsabilidad histórica por su decisión, con el tiempo se conoció la participación de Del Carril y de Juan Cruz, y, para algunos, entre las sombras, de Rivadavia. Lavalle no puede librarse de las presiones que lo abruman. El 13 de diciembre, sin juicio alguno, Dorrego es fusilado.

La noticia de la muerte de Dorrego golpeó a Buenos Aires. La conmoción quitó toda colaboración al grupo unitario, al que no sólo rechazan los sectores populares sino también la clase dominante, que ve en aquella eliminación el comienzo de una época de inseguridad.

Conocida la muerte de Dorrego en el Interior, se generaliza un movimiento de repudio. Bustos escribía a López diciendo que el fusilamiento es una lección práctica de lo que las provincias pueden esperar de esa funesta logia unitaria y cuyos empeño es el exterminio de las instituciones.

La convención de Santa Fe declaraba anárquica, sediciosa y atentatoria contra la libertad del país la conducta de Lavalle. Entre tanto la situación en la provincia empeoraba progresivamente. Las masas rurales, encabezadas por caudillos respondían al sentimiento de enojo provocado por la conducta brutal de las tropas y hostilizaban por todos los medios a los efectivos militares, se robaban los caballos de las estancias, se cometían atentados y se armaban los llamamos los salvajes contra los unitarios. Si bien se echa la culpa a Rosas, no es descabellado pensar que esos movimientos populares actuaban autónomamente.

Lavalle afronta con energía estas dificultades. Incursiona con sus coraceros sobre el sur de la provincia en busca de partidas federales. Si bien obtiene éxitos parciales sus empeños para trabar un combate convencional son estériles. Su enemigo es muy volátil y la inmensidad de la pampa, su teatro de operaciones. Esos contratiempos le hacen cambiar de planes unitarios. Va a Santa Fe, pero las astutas maniobras de López desalientan sus esfuerzos y debe retirarse de regreso a Buenos Aires. El poder militar unitario se deteriora. Su dominio territorial se va reduciendo a los límites de la ciudad.

Se acentúa la represión. Varios personajes importantes son detenidos y expatriados Balcarce, Iriarte, los Anchorena. Las calles permanecen iluminadas toda las noche. El 20

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de abril hay algunos choques, pero el gobierno controla todas las imprentas, por lo que sólo se conocen sus explicaciones. El 26 de abril se van a enfrentar con los federales en puente de Márquez. El resultado de la lucha acaba con las esperanzas unitarias. Sólo queda resistencia infructuosa o la negociación. Lavalle prefiera esta última. Se abre un confuso episodio de gestiones que Lavalle lleva a cabo con Rosas. López, pensando que lo están dejando afuera de las negociaciones, se vuelve a Santa Fe. Tal alejamiento le da un tono local a la disputa y facilitaría el acuerdo.

El 24 de junio de 1829 se firmaba el Tratado de Cañuelas, entre Juan Lavalle, Gobernador provisorio de la Provincia de Buenos Aires y el Comandante General de Campaña Don Juan Manuel de Rosas, fugaz solución del conflicto, estableciendo el cese de las hostilidades, el restablecimiento de las relaciones entre la Ciudad y la campaña, la elección de una nueva Legislatura y la designación por ésta del nuevo gobernador. Una cláusula adicional, y oculta, determinó que el nuevo gobernador saldría de una lista consensuada. Pero no era aún la hora de la paz.

El triunfo en el interior logrado por Paz sobre Quiroga, reaviva los entusiasmos unitarios y sus firmes adherentes residen votar una lista partidaria, en vez de lo convenido entre Rosas y Lavalle. La sombra de la guerra se servía nuevamente sobre Buenos Aires. Algunas las principales figuras unitaria comenzaron a abandonar la ciudad. Finalmente después de nuevas negociaciones, se conviene designar gobernador provisional al Gral. Viamonte (Convención de Barracas, 24 de agosto de 1829). Este asume el 26 de agosto, nombrando ministros a Guido, Manuel J. García y Escalada. Lavalle quedó aislado y los unitarios comprendieron que habían sido derrotados. A los nueve meses de la revolución del 1 de diciembre de 1828, los federales reasumían el poder.

Bibliografía básica:

Galmarini, Hugo R., “Del fracaso unitario al triunfo federal (1824-1830)”, en Memorial de la Patria, colección dirigida por Félix Luna, Editorial Astrea, Ediciones La Bastilla, Buenos Aires, 1974.

Zuccherino, Ricardo Miguel, “Panorama General Introductorio de la Formación de la Argentinidad (1810-1820)”, en “Figuras prominentes de la Formación de la Argentinidad (1810-1820), AAVV, Fondo Editorial “Esto es historia”, Colección “Extensión Histórica”, n. 25, Ed. De la Junta de Estudios Históricos de la Provincia de Buenos Aires, Mar del Plata, 2006

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