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Melvin Hoyos Galarza • Efrén Avilés PinoAcuarelas de Pedro Gambarrotti Gámez

Ab. Jaime Nebot SaadiAlcalde de Santiago de Guayaquil

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Guayaquil.Memorias urbanasISBN-

Autores: Melvin Hoyos GalarzaEfrén Avilés Pino

Acuarelas originales, retoque digital y Diseño editorial:Pedro Gambarrotti Gámez, Arq.

Impresión:Xxxxx Xxxxxx

Primera EdiciónOctubre de 2006

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Contenido

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PrólogoEscalinata Diego NoboaIglesia de Santo DomingoBarrio Las PeñasParque SeminarioLa CatedralIglesia de San FranciscoParque CentenarioMonumento a OlmedoLa RotondaEl Reloj Municipal

La “Pepa de Oro”Biblioteca MunicipalLa Casona UniversitariaBasílica de La MercedLa otra ciudadLa historia escrita a diarioEl Palacio de CristalLa MetrovíaMalecón 2000Malecón del SaladoPalacio Municipal

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Prólogo“GUAYAQUIL, Memorias Urbanas”, es un pequeño y grande libro. Al rescoldo de una misma llama, lo crearon tres guayaquileños: Melvin Hoyos Galarza, Efrén Avilés Pino y Pedro Gambarrotti Gámez. No se trata de una obra de historia, aunque necesariamente la tiene; ni de una colección de recuerdos desempolvados, aunque éstos aparecen constantemente como una vieja melodía; no es un álbum de dibujos fuera de serie, aunque éstos sean la riqueza de todo libro…La memoria es el conservar una cosa o acordarse de ella. Memorias Urbanas significa traer un hecho pasado de la ciudad y hacerlo presente. Por ejemplo: desenterrar un acontecimiento sucedido en estos cinco siglos que próximamente tendrá nuestra ciudad. Para escribir esta clase de obras necesitamos tener una mente y un corazón colmados de ternura y una búsqueda muchas veces del inconsciente colectivo que lo llevamos muy adentro, en nuestras entrañas. Es un libro en donde, con mucho amor, se debe aprender a hacer una mixtura con el olor de la guayaba madura y el perfume del Jazmín del Cabo, cuando tiñen nuestras noches estrelladas. Es una especie de MEMORIAL HEBREO, que evoca cuanto hay de pasado y lo hace presente y actual.

El Río Guayas, desde que es Río, lleno todas las horas de nuestros días con el único canto que aprendió a componer durante su larguísima historia. Pero ese cántico, tan simple y tan hermoso, también hizo y escribió sus memorias, llenándonos las orillas con lápices de palmeras y enmarañados de mangle. El Río estuvo presente cuando en el año de 1537, la ciudad se trepó sobre el Cerro Santa Ana, adueñándose de una parte del Cerro de El Carmen, y apareció “como asiento de silla gineta.” Arriba plantó su Iglesia Matriz, su Cabildo y su Plaza. Poco a poco se fue poblando el cerro, hasta parecerse a un precioso nacimiento. Allí se quedaron las primeras memorias, cuando se rompió el cascarón del cerro y la Ciudad corrió a la Sabana para apropiarse de los terrenos nuevos. Las casas recién construidas comenzaron a mirarse diariamente en los Esteros. Poco a poco la Ciudad se fue extendiendo, hasta llegar al Guayaquil de ahora.

Nuestras ventanas eran chazas, que más parecían, cuando se las abría hacia fuera, pestañas de unos ojos grandes. En los portales, que se hicieron consuetudinarios, por las noches revoloteaban los cocuyos, que llevaban su propia central eléctrica, con foquitos de color verde. Con el desarrollo de la Ciudad, tenemos que hablar de las Góndolas de los enamorados, que iban del Conchero a las Peñas y de las Peñas al Conchero. Vinieron los carros urbanos, halados por mulas famélicas y que hacían su recorrido por rieles aceitadas. Luego el tranvía sonoro y los automóviles con sus delgadas ruedas y toldas negras. Todavía se acostumbraban los coches elegantes tirados por caballos. Después comenzaron a rodar los buses con su cola larga, de madera. Estas memorias son hermosas y nos despiertan un abanico de nostalgias. En los últimos años, subieron de estatura casi todos los edificios del centro y la gente comenzó a treparse hasta cerca de las nubes. Brotaron

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las inmensas avenidas, las calles pavimentadas de negro asfalto y cemento, los túneles, el suburbio inmenso, los pasos a desnivel, los parques, los monumentos…Y, por supuesto, los Malecones del Río y del Estero. Vino la Regeneración Urbana, y trepó del cerro del Santa Ana. Ahora tiene una escalinata inmensa, que parece llegar al infinito, su Iglesia recordando a la primera Matriz y con un inmenso faro, que se sube sin respeto sobre las casas coloreadas y remozadas. Y todo, en absoluto todo, se han vuelto MEMORIAS URBANAS. Y de toda esta grande regeneración y del pasado que aflora, trata este libro muy nuestro y muy guayaquileño.

Su autores se apiñaron ante una sola llama, durante muchos y durante muchas noches fueron agregando cantos y frases lindas. Se dieron cuenta que todo les salía bien. Y también cantaron. A la ternura le añadieron melodías y así nació Guayaquil, Memorias Urbanas: Se sacaron el corazón y por obra de encantamiento, apareció el libro.

MELVIN HOYOS GALARZA, que desde niño vivió y sintió el aleteo de las garzas y se metió en el canto de los pericos, cuando salían de la escuela; que se puso lentes de color para descubrir la voz viva de las Memorias…las fue escribiendo, con su castellano de metáforas y símiles, y, cuando menos pensó, todo estaba lleno de su corazón y su ternura. Así sus memorias fueron tomando lugar preferentemente entre nosotros. Y tomarán sitio por muchos años o para siempre.

EFREN AVILES PINO, junto al estilista poeta, está el estilista sobrio, que agradece, clarifica y le da el sabor total al libro de Memorias Urbanas. Avilés Pino tiene la gracia de poner el sello elegante y preciso, a todo lo que Melvin Hoyos Galarza, le pone vida. La letra y las voces son de dos guayaquileños legítimos, que aman a su tierra, que bendicen a Dios por ella, y que le cantan desde lo más recóndito de su sangre.

PEDRO GAMBARROTTI GAMEZ, con sus dibujos, termina entregándole a GUAYAQUIL, Memorias Urbanas, con toda su singularidad y belleza. Es pintor y dibujantes de altos kilates. Tiene un arte en el pincel no igualado. Traza las líneas precisas y juega con los claros y oscuros. Su dibujo es finísimo, hecho como de filigrana. Tengo la certeza que muy pronto lo reconocerán al libro por la belleza de los dibujos y por los pinceles que hicieron y lograron tanta maravilla.

P. Hugo Vázquez AlmazánGuayaquil, 30 de Mayo del 2006

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En el Santa Ana, cuna en la que meciera sus primeros sueños la Perla del Pacífico bajo la mirada y los cuidados de Orellana, fue tomando forma una ciudad llamada a convertirse en eje estratégico del dominio español en las costas del Pacífico.

Una ciudad que con el paso de los años vería momentos cumbres de gloria como valles de infinita tristeza con los flagelos tanto provocados como naturales a los que estuvo sometida.

Piratas e incendios, pestes y malos gobiernos provocaron cambios sucesivos en su rostro y emplazamiento.

Hoy, la antigua cuna; el lugar en el que, el tuerto descubridor del Amazonas plantara definitivamente a Santiago, se ha convertido en sitio de peregrinación para quienes quieren sentir y respirar el alma de un pueblo atrapada en las es-caleras del cerro, que, cual paginas de un libro ajeno, nos permitan caminar por su historia haciéndonos sentir y vivir las angustias y alegrías de una ciudad que, con cara al futuro no abandona los recuerdos que la hicieran lo que es, grande, humana y gloriosa.

Escalinata Diego Noboa

Las escaleras Diego Noboa, construidas en la administración del Ab. Jaime Nebot Saadi, sobre las antiguas escaleras del cerro y un más antiguo sendero colonial (Requena,1770), dan acceso a la cumbre del Sta. Ana recorriendo, hasta ella, un largo camino en el que el visitante puede sentir el sabor colonial de una ciudad que nació mirando los Andes y creció junto al río, una ciudad que por singularidad es sin duda alguna el corazón de la patria, espíritu de su diversidad cultural.

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Iglesia de Santo Domingo

Y al pie de los cerros que acunaron su primer sueño tropical, en las breñas de su original regazo, la Santa Cruz sentó sus reales, fueron dominicos, los del hábito marrón y blanco, los hijos de Santo Domingo, quienes se organizaron primero y mejor en la vieja tierra huancavilca.

Aquí construyeron una y otra vez, cada vez que el fuego o los piratas lo exigieron, convento nuevo o nueva iglesia, en el mismo lugar y con el mismo fin.

Así, Guayaquil y Santo Domingo fueron una el primer siglo; iglesia matriz y casa de refugio; lugar de oración y trin-chera de defensa, hasta que el tiempo y los embates del destino relegáronla a papeles menos importantes.

El cambio de la población a Ciudad Nueva, hizo declinar su protagonismo sin mermar, eso si, la extraordinaria histo-ria de la orden y de la iglesia misma, primer bastión de la cristiandad en la tierra del prado verde...* Hoy la iglesia de Sto. Domingo, la más antigua de la ciudad, es el corazón

de un conjunto arquitectónico, construido sobre la entrada del túnel que atraviesa las entrañas del cerro Sta. Ana y que da acceso a la vía que va hacia el gran puente sobre el río Guayas.

Este complejo arquitectónico construido en la actual administración alcaldicia, de la Plaza Colón y que cubre el antiguo emplazamiento cuenta con un teatro al aire libre, varias terrazas para exposiciones y eventos culturales, y un área de oficinas desde la cual el municipio promociona los valores cívicos y culturales de la ciudad.

* HUAILLAKIL: nombre nativo de esta tierra, secular y antiguo como pocos, es traducido al español como

“tierra del prado verde”.

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Las Peñas, quien junto a la antigua plaza, iglesia y escaleras, forman el grupo colonial de emplazamientos destacados de la antigua Ciudad Vieja, es sin duda alguna el barrio con más historia de toda la nación.

Más de 11 presidentes vivieron en él y su historia podría llenar cientos de páginas. No es este nuestro afán. Bástenos tan solo decir, que no hay lugar en la ciudad que guarde de mejor manera su memoria.

Su historia se remonta a aquellos tiempos en los que la tierra, la honra y la familia se defendían aún con la sangre y con la vida.

Al pie de “la Planchada” (antiguo nombre de Las Peñas), dejaron de existir tanto lugareños como piratas, luchando por el trofeo que era el poseer la indómita tierra del cacique Guayaquile.

Ese espíritu de lucha y rebeldía, heredado hasta el día de hoy por sus hijos, aún se respira en la atmósfera del barrio.

Un maravilloso barrio, en el que el tiempo dejó de contar sus horas con el fin de mantener el alma y el espíritu del Guayaquil de siempre.

Barrio de Las Peñas

El barrio Las Peñas ha sido restaurado en su totalidad bajo la administración de Jaime Nebot.

Ha recuperado la vida y el esplendor de la “Belle Epoque” en la que sus grandes viviendas fueron escenario de momentos históricos cruciales para la vida del país.

Puerta de entrada a la historia de esta ciudad, su única vía de acceso, la Numa Pompilio Llona se convertirá, en poco tiempo, en la vía de ingreso a “Puerto Sta. Ana”, proyecto en el que lo antiguo y lo moderno darán origen a un nuevo y extraordinario emplazamiento en el que Guayaquil se reencontrará con su historia.

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Parque Seminario

Y Guayaquil cambió de casa y cambió de emplazamiento; la coge en nuevo sitio el ocaso del siglo XVII. Y en la sabana, escogida como nuevo domicilio creció hermosa y diferente, con nueva forma y nuevo corazón.

El eje; su plaza de armas, que como en otras urbes de la América colonial, vería suceder en larga procesión los eventos que irían dando forma a su historia, tiene la suya propia; una historia de formas y de nombres; nombres que, comenzan-do con el citado, continuaría con el de “la estrella”; por la estrella de ocho puntas que en roca caliza se practicó en ella; siguiendo con el de “la plaza de Bolívar”, por haberse erigido en su mitad un monumento en homenaje al libertador de cinco naciones y terminando con el de “PARQUE SEMINARIO”, pues gracias a la filantropía de esta antigua familia guayaquileña, fue cercado con una hermosa verja importada y dotado de una extraordinaria Glorieta circundada por bellos y bien cuidados jardines.

El Parque Seminario, parque de tres siglos, nacido como tal en 1895 vive hoy como un recuerdo y una imagen del Guayaquil épico de nuestros abuelos teniendo como único testigo de sus antiguas glorias a la iguana, su más antigua y más leal habitante, gracias a quien, las nuevas generaciones olvidaron el nombre original para pasar a llamarlo con el nombre de su vieja compañera: EL PAR-QUE DE LAS IGUANAS.

El “parque Seminario”, también conocido como “Parque de las Iguanas”, se levanta en el mismo corazón de lo que fuera el Guayaquil del siglo XVIII. Su entorno adquirió un carácter mucho más de época luego de que se realice el adoquinamiento de sus calles circundantes, como parte de la primera fase de regeneración urbana emprendida en la primera administración del abogado Jaime Nebot Saadi.

Hoy, es uno de los sitios a los que propios y extraños acuden a observar a esos mudos testigos del paso de los años recreando con su imaginación un tiempo que ya no volverá.

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La Catedral

Y en el mismo corazón de la ciudad, como compañera de la vieja plaza se mantuvo incólume por años la vieja MA-TRIZ, llamada a convertirse en Catedral el año de 1838. Largo trajinar el de su historia, desde la inicial e intermi-nable peregrinación entre la cima del cerro y sus faldas, hasta su definitivo traslado al lugar actual en 1698.

Hombres de extraordinaria prosapia y de no menores ejecutorías se sucedieron dando lustre e importancia al templo de los templos. Garaycoa; el primero, familia de próceres y héroes, fue el responsable de su primer cambio. Tomás de Aguirre, el reconstructor, nadie como él para embellecer de manera esplendorosa la nueva casa de Dios. El obispo Tola; el reorganizador a quien entre otras cosas, le tocó realizar la primera ordenación episcopal dentro de la nueva iglesia.

La Catedral de Guayaquil, joven por nacimiento y vieja en aconteceres ha observado a este pueblo crecer, ha hecho repicar sus campanas para comunicar su júbilo ante eventos de grandeza como el de la obtención de su libertad en 1820 así como en los momentos en que se enseñoreó la desgracia como el 6 de Octu-bre de 1896 al observar con profunda tristeza y en medio de miles de humeantes escombros las consecuencias del dantesco incendio que acabó con la ciudad en aquel año.

Testigo y protagonista de muchos de los cambios históricos de Guayaquil, su clero ha podido observar que el crecimiento de la urbe se debe tan solo gracias a la ayuda divina y al esfuerzo de sus propios hijos, siendo, su Catedral un ejemplo tangible de la lucha librada por una comunidad dispuesta a ser la dueña de su propio destino.

La Catedral de Guayaquil, erigida como tal en 1838 luego de que su diócesis obtuviera la autonomía al separarse del obispado de Cuenca, ha experimentado una serie de transformaciones que nos cuentan del secular amor que los guayaquileños sienten por ella.

De estos cambios radicales, dos son los más destacados por lo drástico de ellos: El primero iniciado en 1862, cuando, bajo el obispado de Monseñor Tomás de Aguirre, el antiguo edificio de la matriz adquiere una imagen totalmente distinta, con la reconstrucción integral de nave central y de sus torres.

El segundo, a partir de 1924, cuando, luego de bendecir la primera piedra, Monseñor Andrés Machado da inicio al proceso de conversión que transformaría en una monumental catedral de hormigón armado, el antiguo edificio de madera.

En ambos casos, los cambios se dieron gracias a la generosidad de los guayaquileños y el infinito tesón manifestado por su clero.

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Y en los linderos de ciudad nueva, allá donde el cabildo había trazado sus extramuros, hacia allí los hijos de San Francisco trajeron y construyeron templo y convento, con plaza colonial y todo, convirtiéndose con el paso de los años, en casa de oración de miles de feligreses. Fuente de historias y leyendas, que en alas de sus palomas han

volado de generación en generación hasta nuestros días, este templo es parte intemporal del rostro de la ciudad, pieza indivisible de su alma y de su espíritu.

De su historia, va como muestra el papel que este tuviera en los albores de su independencia y de sus leyendas, nada igual a la de sus palomas de Castilla y Fray Simplón, su primer dueño, originada allá por 1735 en tiempos de cuentos y consejas.

Con sus catacumbas, destino final de hombres de la talla de Olmedo; San Francisco se consumió, junto a cientos de reliquias del guayaquil colonial, en las llamas del incendio grande de 1896.

Rocafuerte, desde su broncínea imagen erigida frente a él en 1880 vio medi-tabundo el fin de la vieja ciudad de los próceres.

Con el paso de los año, la resurrección junto a la ciudad les confirió una nueva imagen sin eliminar el encanto colonial de sus primeros años.

Iglesia de San Francisco

El templo y plaza de San Francisco, trasladados a inicios del siglo XVIII desde su emplazamiento original frente al estero de Villamar junto al antiguo muelle de “LA MARINA”, (hoy emplazamiento de la ESPOL junto a la calle Loja), y ubicado en el mismo lugar en el que hoy se levanta, son dos de los lugares más tradicionales de la ciudad de Guayaquil.

En los 300 años que lleva en este lugar, ha experimentado junto a la ciudad, profundas transformaciones, siendo la más reciente en el 2003, cuando el Municipio de Guayaquil finalizó los trabajos de Regeneración Urbana, rediseñando la fuente e integrándola a la base del monumento del gran tribuno; adoquinando la plaza y levantando un conjunto de kioscos que, con una imagen arrancada de la tradición, permitieron establecer un perfecto equilibrio entre lo moderno y lo ancestral de la ciudad.

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Al año de independizada; la ciudad en alborozo, pedía a sus autoridades oficializar el festejo de esta magna fecha. Olmedo, conciente de su importancia, ideó una columna, que perennizara la gesta, a la vez que homenajeara a quienes habían sido los responsables de ella.

Un año después, la abrupta incorporación a Colombia y el giro que la historia dió luego de este sombrío suceso, no permitieron que cristalice la justa aspiración del pueblo.

Más de sesenta años pasaron, hasta que la ciudad, orgullosa de sus logros y conciente de su herencia decidió iniciar preparativos para elevar una columna a los próceres, rememorando y mejorando la antigua idea original. Largos años duró el proceso.

Artistas de la talla de Querol, Monserratte y Homs, dejaron plasmada en piedra y bronce el alma de la historia, interpretando, de manera magistral, tanto los hechos como el espíritu de un pueblo, nacido para protagonista y líder; de una sociedad, llamada a convertirse en el fanal que guíe a esta nación por los senderos de la paz, el progreso y la justicia, sinónimos de libertad.

Hoy, la bella Plaza del Centenario, domicilio de la Columna, se levanta altiva como eje central de la avenida cuyo nombre recuerda la fecha que el monumento rememora.

Fuente de mil lecturas, desde la del hombre común hasta la del entendido, que ve en este conjunto lo que pocos pueden ver.

La columna al 9 de Octubre es sin duda alguna la máxima expresión del alma de la ciudad y un recuerdo constante, a la nación y al mundo, de lo que es capaz esta comunidad.

Terminada de construir en 1918 e inaugurada oficialmente este mismo año, la columna es parte indivisible del parque, inaugurado dos años después. Todo, en ambos, tiene una razón de ser; los caballos representando al destino y el hombre dominando su indómita bravura, simbolizan a la sociedad apropiándose de su futuro al obtener su libertad. Alegorías adecuadas y precisas para flanquear el pórtico principal de la plaza, que da acceso al lugar en que se observa la silenciosa aun cuando evocadora imagen de quienes permitieron que esta se haga realidad. Sobre el mismo eje Este–Oeste (eje que representa el nacimiento y la muerte, en estrecha vinculación con el curso solar), y hacia el pórtico opuesto, dos colosales figuras de Gea y Poseidón (dioses griegos que dominaban los mares y la tierra) simbolizan las bendiciones que la tierra y el mar han concedido a este lugar. En el sentido Norte–Sur, que es en el que la ciudad ha crecido, se localizan los pórticos secundarios, cuyas alegorías nos hablan de las cuatro características o cualidades que distinguen a esta ciudad y por las que esta evolucionó de la manera que lo ha hecho.

Hacia la calle Vélez están pues, las musas que representan tanto la industria como las artes y hacia el pórtico de la calle primero de Mayo; los dioses Artemisa y Hermes, símbolos de la agricultura y el comercio. Tanto la plaza como la columna así como el entorno que las rodea, han sido en los últimos años, objeto de profundos cambios y mejoras, la puesta en valor de su más importante ícono escultórico, permite hoy a Guayaquil presentar a propios y extraños, uno de los lugares más bellos y emblemáticos de la ciudad de Octubre.

Parque Centenario

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Setenta años después de la magna fecha, los hijos de Guayaquil erigían un monumento al padre de la patria. José Joaquín de Olmedo era inmortalizado en bronce por las manos virtuosas de Alexandre Falguieri, maestro de escul-tores, en cuyo taller vieran la luz algunos de los mas bellos monumentos que observara el mundo en aquel tiempo.

Silencioso y reflexivo, mirando a su amado río, el estadista insigne, bardo y patriota genial tendría para sí el homenaje de un pueblo agradecido que siempre vió en él, al más preclaro de sus hijos.

Los frutos de su siembra quedaron como recuerdo de un tiempo excepcional, en el que los ideales de un pueblo se hicieron realidad gracias a hombres que como él, lo supieron conducir por el sendero del trabajo fructífero, el bienestar y la justicia.

Su espíritu sensible de poeta, dejó a su patria y al mundo entero un legado de enseñanza y belleza invalorable, vigente hoy, tal como lo fue ayer e igual de como lo será mañana.

Monumento a Olmedo

El monumento a Olmedo fue levantado en 1892 al inicio de la avenida que lleva su nombre. Su escultor, contó para hacerlo con algunos retratos del prócer, de los cuales escogió al que, a su juicio, representaba mejor el espíritu que este singular hombre poseía. Curiosamente, la imagen seleccionada por Falguiere y en la que Olmedo, de no más de veinte años, tenía un extraordinario parecido con Lord Byron, provocaría con el tiempo un cúmulo de comentarios que sembrarían la duda de si el representado era o no “el cantor de Junin”. Ventajosamente, cartas conservadas en el archivo municipal, y dirigidas por Clemente Ballén al hijo del prócer, daban cuenta de este detalle por lo que, valiéndose de estos documentos y de otros no menos importantes que descansaban en su poder, Don Luis Noboa Ycaza, escribe en la década de los setentas, un ensayo en el que aclara el tema de manera definitiva para que no quepa duda alguna que el hombre representado en el monumento sedestre levantado al pie del río era José Joaquín de Olmedo, PADRE DE NUESTRA NACIÓN.

En 1999, y dentro del conjunto de trabajos programados para remodelar integralmente el malecón, se incluyó la creación de una gran base de mármol, con forma de estrella, que tendría, con frente al río, un almenar, estilizado en clara alusión al antiguo fortín que en dicho sitio existiera y sobre el cual se colocaría el monumento a Olmedo, trasladándolo unos pocos metros de su emplazamiento original e integrándolo al monumental conjunto de objetos patrimoniales que estarían colocados en el nuevo malecón.

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Si América decidiera alguna vez establecer un lugar para recordar en conjunto la memoria de sus Libertadores, ese lugar sería con seguridad la ciudad de Guayaquil. Pues fue en Guayaquil donde los colosos se encontraron por primera y única vez y fue aquí en donde decidieron el curso que debía tomar el destino del continente.

La singularidad del evento, así como lo que este significó para nuestra ciudad y su región de enclave, movió al cabildo Guayaquileño a programar la erección de un monumento que recordara el instante en que Bolívar y San Martín estre-chaban sus manos en el malecón de la ciudad, justo en el instante en que el segundo pisaba tierras guayaquileñas luego de desembarcar de la nave que lo había conducido.

Feliz selección la de su emplazamiento, no podía haber mejor lugar. Seria ubicado en donde la avenida 9 de Octubre termina (o se inicia, según lo queramos ver), en alusión directa con la consecuencia final de nuestra gesta o con la causa inicial de la misma.

Ahí, en el malecón que vio el estrecho abrazo de ambos titanes se inició la construcción de un hemiciclo de columnas de mármol que reemplazaría a la antigua “rotonda” ornamental levantada en el lugar años atrás.

El trabajo quedó terminado para 1929, coincidiendo con la ornamentación general del malecón realizada durante toda una década, gracias a los regalos que las colonias extranjeras harían a la ciudad en homenaje al centenario de su inde-pendencia (lo que daría origen al “Paseo de las Colonias”).

Pero no fue sino hasta 1936 que se instaló, en medio del Hemiciclo, el mo-numento a los libertadores, obra extraordinaria nacida de las manos virtuosas del escultor catalán Antonio Homs, que pasado el tiempo llegaría a ser el ícono urbano con el que se identificaría a Guayaquil en el mudo entero.

La Rotonda

El Hemiciclo de la Rotonda y el monumento a Bolívar y San Martín rercibieron un trato especial al momento de realizarse los trabajos de remodelación del Malecon dentro del marco del proyecto “Malecón 2000”.

Su entorno fue embellecido con un conjunto periférico de fuentes, que, a la vez que actúan como espejos de agua, también cumplen con darle mayor realce al monumento cuando éstas danzan.

Sin duda alguna no hay en América un lugar que nos permita recordar mejor las consecuencias que tuvo para el continente, LA ENTREVISTA DE BOLÍVAR Y SAN MARTÍN.

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Si Guayaquil ha tenido un compañero inseparable los últimos 150 años ese ha sido sin lugar a dudas su reloj. Desde los lejanos años en que el gran tribuno Vicente Rocafuerte reconstruía su amada ciudad, pasto de malos gobiernos y de injustas decisiones por parte del poder central Grancolombiano, el reloj de la ciudad marcaba las horas tanto

buenas como malas que esta vivía.

Y es que realmente no es un decir cuando esto aseveramos, pues fue el mismo Rocafuerte quien importa de Inglaterra la máquina que hasta hoy nos acompaña, haciéndola colocar en la torre de la Casa del Cabildo, la misma que hasta ese entonces había albergado al antiguo reloj del convento colonial de los jesuitas.

En este lugar, mantúvose el nuevo reloj el resto del siglo XIX. Con el siglo XX llegaron mil cambios y entre ellos su cambio de domicilio. La casa del cabildo alcanzó un elevado grado de deterioro y su torre comenzó a amenazar ruina, por lo que fue necesario desmantelarla y trasladarla al mercado de la orilla situado justo frente a la casa municipal.

En este sitio y luego de experimentar algunos cambios, la torre se mantiene hasta 1920, pues, por decisión del Consejo se procede a contratar el 6 de junio de 1921 los servicios del señor Nicolás Virgilio Bardelin para la construcción de una torre de madera revestida con cemento en la que se colocaría el ya viejo reloj público.

No mucho tiempo duraría en casa nueva pues a poco de ser ésta construida, se detectaron errores estructurales que hacían peligrar su estabilidad por lo que para 1927 pasa a ser desmontado y embodegado.

En 1930 y dentro del marco de obsequios y celebraciones de los que Guaya-quil era objeto, se procede a construir la actual TORRE MORISCA trasladán-dose hasta ella a nuestro viejo y entrañable reloj. Desde aquel entonces y hasta la fecha, sigue siendo el heraldo, que canta las horas que ésta vive.

El Reloj Municipal

LA TORRE MORISCA construida por el Ingeniero Francisco Ramón y el Arquitecto J. Pérez Nin y Landín y el Reloj Municipal o Reloj Público, como también se lo conoce, ha experimentado en los últimos ochenta años, innumerables cambios que más que físicos, tienen que ver con sus momentos de gloria y abandono.

No es sino hasta 1992, que bajo la administración municipal del Ing. León Febres-Cordero, se procede a realizar una profunda restauración, tanto de la máquina como de la torre, con el fin de devolverles la imagen que les caracterizó en sus mejores tiempos. La torre como parte del Malecón de Guayaquil constituye por si sola uno de los íconos urbanos más emblemáticos y de mayor connotación histórica de la ciudad.

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El CACAO, fuente de riqueza de esta tierra, fue desde tiempos de la Colonia el principal recurso de ella para al-canzar los niveles de prosperidad necesarios para su crecimiento armónico. Ciudad estrechamente vinculada a su cultivo, mantuvo con él una relación tan estrecha, que en el pasado era imposible identificarla sin sus tendidos al

sol o sin la inconfundible fragancia de mazorca recién abierta.

Muchas familias hicieron fortuna con su comercio, trayendo como consecuencia importantes cambios en la fisonomía de la urbe, que veíase embellecida por la riqueza de sus edificios y la elegancia de su ornamentación.

La “Era de la PEPA de ORO” elevó a Guayaquil a un insospechable nivel de prosperidad que, naciendo a mediados del siglo XIX, duró hasta la segunda década del XX, cuando, como producto de los cambios producidos por la Primera Guerra Mundial, cae estrepitósamente el costo de la saca provocando la quiebra de muchos agricultores y hacendados.

La imagen del Guayaquil rico y romántico de aquella época aún se encuentra apresada en las maravillosas edificaciones que, hasta nuestros días, sobreviven como mudos testigos de un tiempo de gloria y de riqueza.

Muchos recuerdan aún los enormes tendales de cacao a lo largo de la calle Panamá; las oficinas de comercialización que ahí se hallaban y a los cacahueros y estibadores, movilizando hacia los muelles, la pepa seca y ensacada.

Ese cuadro de un ayer no tan lejano es parte de la pretérita identidad de este pueblo, tan parte de él, como lo es el Malecón y el río.

Es por eso que uno de los primeros lugares en beneficiarse con el proyecto de Regeneración Urbana fue justamente este; incluido dentro de los registros patrimoniales a ser puestos en valor con el fin de rescatar la identidad urbana de este sector perteneciente al VIEJO GUAYAQUIL.

La casa de los Carbo, diseñada y construida en el más puro estilo ART NOVEAU, y enclavada en el sector cacaotero de la urbe, es la edificación ícono de esta inolvidable época.

La “Pepa de Oro”

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La Vieja y entrañable Biblioteca Guayaquileña, por la que pasaron una pléyade de hombres notables que con su esfuerzo propendieron a la formación de juventudes y al crecimiento de la patria, es quizás, una de las instituciones culturales más emblemáticas e importantes de la nación. Hablar de ella es hablar del esfuerzo de un pueblo por al-

canzar mayores niveles de bienestar y cultura, así como de su inquebrantable decisión por hacerse dueños de su destino.

Nacida el 24 de Marzo de 1862 gracias a la iniciativa del ilustre patricio guayaquileño, Don Pedro Carbo Noboa, la Biblioteca Municipal se convirtió luego de su fundación, en indispensable auxiliar de la juventud estudiosa del puerto. Con ella, los guayaquileños se procurarían su primer centro de información científica y literaria.

Su primera ubicación fue en los altos de la Casa del Cabildo, lugar en el que se mantuvo hasta 1907. De aquí se tras-

ladó a la calle Villamil, a un chalet perteneciente al concejal Morla, lugar en el que funcionó hasta 1916, año en el que inaugura su “propia casa”, la misma que la albergará junto al Museo, refundado como Municipal en 1909 gracias a las gestiones de Don Camilo Destruge Illing-worth.

La CASA NUEVA fue un palacio de madera único en su género, diseñado por el artista portugués Raul Maria Pereyra en un estilo eclectizado que contenía, tanto elementos mudéjares como renacentistas, con una decoración a su ingreso hecha con el más puro estilo Barroco. Lastimosamente, errores en su construc-ción evitaron que se prolongue su vida útil por lo que fue necesario demolerlo en 1936 cuando, a la corta edad de 20 años, ya amenazaba ruina.

De este sitio se trasladó al nuevo Palacio Municipal, funcionando en él du-rante casi 22 años hasta que, gracias al espíritu filántropo del ciudadano norte-americano Joseph Gorelik tanto como a las donaciones de un connotado grupo de guayaquileños, pudo terminarse una moderna construcción a donde sería trasladada en 1958 y en donde ha vivido momentos de gloria tanto como de abandono.

Hoy, luego de 48 años de ocupar el que ha sido su último domicilio, la insti-tución vive el mejor de sus momentos, reorganizada, modernizada y comprome-tida con su ciudad, principal motivo de su existencia.

Biblioteca Municipal

A partir de 1992 la institución experimentó un inusitado resurgimiento gracias al violento cambio de timón que desde la alcaldía diera el Ing. León Febres-Cordero Ribadeneyra. Tantos fueron los cambios que experimentó que sería necesario escribir un libro entero para narrarlos con veracidad y justicia. Lo cierto es que para 1998, seis años después de iniciados dichos cambios, la institución se había convertido en una biblioteca modelo, con servicios igualados solo por las mejores bibliotecas del continente.

A partir del año 2000, los cambios experimentaron una violenta aceleración, cuando el Ab. Jaime Nebot incrementa sustancialmente su presupuesto, apoyando la creación de originalísimos proyectos tales como el de las bibliotecas satélites y el de las carretillas biblioteca. En poco tiempo, su modernización la colocó a la vanguardia de las instituciones de su tipo en el país, adquiriendo un perfil más amplio y completo, con la instalación de un Cyber gratuito y la implementación de programas de apoyo a la lectura mediante la promoción masiva del gran proyecto de rescate editorial que se había iniciado en 1997. Esta institución, orgullosamente guayaquileña, es hoy por hoy el mayor ejemplo de lo que se puede hacer cuando el amor de patria inflama el pecho de los hombres que dirigen los destinos de una ciudad.

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La lucha de Guayaquil por su superación, siempre abrió frentes en los campos que le permitieran llegar, más rápido y de mejor manera, a la meta que su sociedad se había fijado. Esta sociedad, por la que nadie jamás veló y a la que nadie nunca ayudó, ni en sus momentos de mayor aflicción, creció orgullosa de sus logros y de haber sido ella la

que siempre tendió la mano cada vez que se la necesitó.

La educación fue uno de los campos de los que estuvo marginada desde tiempos coloniales. Pero, su proverbial volun-tad y el íntimo deseo de encontrar mejores días por medio de la ilustración, le permitieron no solo formar un extraordina-rio colegio en el siglo XVIII, sino que, a más de ello lucharía contra los malos vientos para poder establecer en, en 1867 las JUNTAS UNIVERSITARIAS, germen inicial del que naceria a posteriori la UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL.

Al igual que con la Biblioteca Municipal y el primer Museo que tuvo la ciu-dad, la nueva institución nacería de la iniciativa del ilustre patricio guayaquileño Don Pedro Carbo Noboa, hombre de raras cualidades, que con una mentalidad liberal, propia de los verdaderos líderes de su tiempo, permitió a la ciudad encon-trar el camino del progreso mediante el uso del saber y la cultura.

La vieja Casona Universitaria, levantada a fines del siglo XIX, es el símbolo silencioso del esfuerzo de esta ciudad por encontrar el camino hacia la ciencia y el saber. Esfuerzo coronado con el éxito mil veces pues de ella saldrían, con el paso de los años, innumerables sabios, cultores de todas las ciencias, que llegaron a ser gloria de su tierra y de la patria.

La Casona Universitaria

Hoy la Universidad de Guayaquil es sin duda uno de los principales centros de enseñanza superior de toda la nación. Sus niveles de excelencia en algunas disciplinas del conocimiento tales como la medicina, han trascendido desde hace décadas fuera de los linderos patrios, razón por la cual alberga una importante cantidad de estudiantes extranjeros.

Hace pocos años las autoridades universitarias y el gobierno central, emprendieron un completísimo programa de restauración de la vieja Casona con el fin de destinarla ha funciones culturales y devolverle el brillo que antaño la edificación tenía.

La antigua Casona Universitaria, venerada institución en la que imparten sus enseñanzas sabios de la talla de los doctores Alejo Lascano y Julián Coronel, ha pasado a ser un importante espacio para la cultura local y nacional.

Su bello y tradicional PARANINFO, sus antiguas aulas y oficinas y hasta los espacios en que funcionó el rectorado, se abren al arte y la cultura como lugares en que se montan exposiciones y se imparten charlas, conferencias y seminarios.

El antiguo brillo ha vuelto al viejo edificio, remozado en su forma tanto como en su uso. Comenzando para él una nueva era acorde con la que vive la ciudad que lo vió nacer.

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La Basílica de LA VIRGEN DE LA MERCED, antigua y tradicional casa de oración Guayaquileña, remonta su tiempo de construcción a los últimos años del siglo XVIII cuando, venidos de Portoviejo, un grupo de padres Mercedarios, establecen capilla y convento en el lugar que hoy se halla la iglesia.

El largo periplo cursado por la orden, hasta hacer realidad sus ambiciones, se inicia en el mes de octubre de 1786, cuando solicitan al Cabildo guayaquileño, permiso para trasladarse desde Portoviejo hacia el Barrio del Astillero, sitio en el que establecerían su iglesia. El lugar no les fue grato, por lo que, poco tiempo después obtendrían la concesión de la nueva parroquia de LA CONCEPCIÖN, cuyo templo se levantaría en el mismo lugar en el que hoy se encuentra la Basílica.

Su larga historia conoce de tragedias tanto como de glorias. En 1896 será uno de los cuatro templos que desaparezcan bajo las llamas del “Incendio Grande” acaecido el 5 de Octubre de dicho año.

Pero su feligresía y la profunda devoción Mariana de este pueblo, permitió una rápida reconstrucción de la que surgiría más hermoso que antes y la que, luego de corto tiempo, sería remodelada pero ya con Hormigón armado.

La década de los cincuentas tendría un especial significado para “La Merced” pues en ella se procedió a montar una campaña que permitiera la “coronación” de la Santísima Virgen con una diadema especial hecha con una colecta que, sociedad civil y clero, organizarían en la ciudad.

Su plaza, aquella típica plaza colonial que acompañó siempre a las iglesias de la América Hispana, sería el emplazamiento escogido para la erección del monumento a aquel hombre por quien el cambio cultural de este pueblo, pudo hacerse realidad, nos referimos a Don Pedro Carbo Noboa.

Construido por el extraordinario Faggioni, el monumento se inauguró en 1909, junto con los arreglo que hicieron de la plaza un hermoso parque que ven-dría a embellecer aún más, este rincón de la ciudad.

Basílica de La Merced

El sector de “La Merced” fue uno de los primeros en ser afectados con los trabajos de Regeneración Urbana emprendidos bajo la primera administración del Abogado Jaime Nebot Saadi.

El embellecimiento de su entorno y los cambios impuestos al diseño integral del parque, le han conferido una imagen más moderna, acorde con la de esta ciudad que cambia con el vertiginoso ritmo de los tiempos.

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Su CIUDAD BLANCA, singularísima por las características que posee es, sin duda alguna, el mayor patrimonio escultórico con el que cuenta la nación. Su trazado; la silenciosa magnificencia de sus estatuas y el carácter escultó-rico de sus mausoleos, nacidos todos de las manos virtuosas de escultores que como Enrico Pacciani, entregaron a la

ciudad, los esfuerzos de su vida, le han valido en el pasado, el ser comparado con el camposanto de Génova, considerado, con mucho, el cementerio más portentoso del planeta.

De historia corta pero intensa, el cementerio inició su crecimiento en este sitio a partir de 1835, cuando los catacum-bas de las iglesias guayaquileñas ya no daban abasto a los espacios que se requerían.

Así, el cabildo porteño fue poco a poco habilitando el viejo emplazamiento de las faldas del cerro “San Lázaro” para que en él pudiera darse cristiana sepultura a aquellos que, no perteneciendo a ninguna cofradía, se les dificultaba tener un lugar para el entierro de sus muertos.

El Cementerio creció y fue entregado a fines del siglo XIX a la recién creada Junta de Beneficencia de Guayaquil, para su administración. Con ella adquirió un nuevo impulso al realizarse un trazado funcional que permitió su ordenado crecimiento.

A manera de un libro vivo, en el que la historia del arte es la protagonista, el visitante recorre por sus silentes calles e intrincados pasadizos, la historia de una ciudad, pero principalmente la de su gente, conmoviéndose con el legado de sus deudos plasmado en piedra y bronce con una ternura tal, que parece que, la vida y la muerte estuviesen suspendidas en un limbo dimensional creado por los artistas que trabajaron en él.

En el año 2004, El Cementerio de Guayaquil fue incluído dentro del Patrimonio Cultural de la Nación.

La Otra Ciudad

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La prensa Guayaquileña, liberal por excelencia, tiene en dos de sus diarios, la imagen perfecta de lo que es esta ciudad y del sentir de su gente.

EL TELEGRAFO, “Decano de la prensa nacional”, tal como leemos en su encabezado es, sin duda alguna, el más antiguo del país y por más de cien años, una de sus tribunas de opinión más confiables y veraces. Fundado en 1884 por Juan Murillo Miró, experimentó un largo periodo de suspensión hasta que fuera reabierto por Don José Abel Castillo luego de comprar sus instalaciones. Bajo su administración y luego, bajo la de algunos de sus hijos, el diario vió algunos de los momentos más brillantes y trascendentes de su historia.

Hoy, recupera el brillo de antaño, luchando por las más altas causas, brindando sus páginas a hombres cuya única intención es la de ver que la nación viva mejores días.

EL UNIVERSO, “Tribuna de la verdad sin temor ni favor”, como bien reza su lema, sin embargo de ser más joven que el anterior, logró en pocos años con-vertirse en el reflejo del sentimiento y la voluntad de una urbe que no cesa en su lucha por llegar a metas mas elevadas. Fue fundado en 1921 por Don Ismael Perez Pazmiño, extraordinario poeta e intelectual que intuyó como nadie, la ne-cesidad que el país tenía de un diario con verdadera cobertura nacional.

“El más antiguo y el más grande del país”, son las características que mejor definen a estos ejemplos de la prensa guayaquileña que por décadas se han en-cargado de narrar el paso de la historia.

La historia escrita a diario

Dos inconfundibles íconos de la urbe son los edificios que albergan las oficinas de estos diarios.

El primero, se levanta en la calle Boyacá, intersección con la Diez de Agosto, opulento, remozado y recientemente ampliado con su original estilo, recordándonos la época en que llegó a ser el periódico más importante y poderoso de la nación.

El segundo, en plena arteria principal de la urbe, se sitúa en la Avenida 9 de Octubre, intersección con Escobedo y ya no está ocupado por las instalaciones del diario, que tuvo que trasladarse a más amplios espacios debido a su explosivo crecimiento.

El antiguo templo Masónico, comprado por Don Ismael para albergar al diario allá por la década del 20, nos cuenta de los inicios de un periódico que llegó a ser, con mucho, el medio de comunicación escrita más influyente de cuantos se hayan fundado en este país.

Ambos edificios, se han visto beneficiados con el embellecimiento de su entorno pues, su enclave, en plena área regenerada los benefició sustancialmente una vez que los trabajos finalizaron en sus respectivos sectores.

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A partir de la reconstrucción de Guayaquil, emprendida el mismo año de su incendio, en 1896 y luego de iniciarse en la ciudad un intenso programa de reorganización y saneamiento, se procedió a la incineración del antiguo mercado de abastos situado junto a la Casa del Cabildo, luego de que se construyeran las instalaciones que lo

reemplazarían y que vendrían a ocupar los nuevos mercados “de la Orilla” y del “Sur”. Este último, diseñado y construído por los ingenieros Francisco Manrique y Carlos Van Ischot, representantes oficia-

les de Gustave Eiffel en Guayaquil, fue armado con las piezas llegadas desde Bruselas y fundidas por “Verhaeren Ca. De Jager Ingenieurs-Constructeurs” en dicha ciudad.

Su singular belleza, y el hecho de haber sido remodelado por dos ocasiones en su interior, lo mantuvieron en pie por

casi un siglo.

Sin embargo, desde la década del sesenta, el violento deterioro que llegó a experimentar, llevó a pensar por más de una vez que lo más practico sería de-molerlo, para así poder construir en su emplazamiento nuevas instalaciones más higiénicas y modernas que permitieran a la comunidad contar con un mercado a la altura de sus necesidades.

Ventajosamente, nunca llegó a concretarse su demolición, pesando más el valor patrimonial del edificio, que recordaba los viejos tiempos de gloria cuando Guayaquil fuera levantada sobre sus cenizas.

El Palacio de Cristal

Si existe una metamorfosis realmente impresionante dentro del marco de construcciones y remodelaciones hechas por la Regeneración Urbana en Guayaquil, esa es la del antiguo Mercado Sur.

Sus viejas y derruidas instalaciones, restauradas y rehabilitadas integralmente han sido rediseñadas sin perder un ápice de su antigua magnificencia, dando paso a un centro de exposiciones y convenciones que con el nombre de PALACIO DE CRISTAL, se ha posicionado como uno de los principales centros culturales de la ciudad y el país.

El antiguo Mercado Sur, hoy llamado Palacio de Cristal, es, hoy por hoy, una de las más emblemáticas construcciones de la urbe, fiel reflejo de su extraordinaria transformación.

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Al paso del tiempo, los coches de punto y las calesas, cedieron su lugar a los transportes que la explosión demográ-fica exigía. Aparecieron entonces las góndolas que, tiradas por mulares o caballos, recorrían pacientes nuestras calles en aquellos tiempos en los que aún eramos una muy pequeña ciudad.

La evolución tecnológica trajo luego a Guayaquil los tranvías y la tradicional Empresa de Carros Urbanos, los adoptó como la novedad reflejo del transporte de ese tiempo. Poco después se tenderían líneas de energía, que alimentarían de electricidad a los carros, confiriéndole a nuestras calles, una imagen de gran urbe, moderna y actualizada, por lo menos en lo referente a este tema.

Pocos imaginaron la corta vida que en Guayaquil tendría, este transporte tan útil como barato; pocos imaginaron que

los tentáculos de la ignorancia y la corrupción enterrarían a un sistema que aún subsiste con todo éxito en algunos países del mundo.

Un largo periodo de caos y oscuridad siguió a la muerte de la Empresa de

Carros Urbanos y sus tranvías eléctricos. Una larga noche, que está por fenecer pues los primeros rayos de luz que anuncian el amanecer de una nueva era, están iluminando ya las calles del nuevo Guayaquil.

El nacimiento del proyecto METROVÍA, mentalizado por la administra-

ción municipal del Abogado Jaime Nebot para poner orden en el transporte público, cambiará de manera drástica los conceptos y las costumbres que por décadas arraigaron en el vivir cotidiano de la ciudad.

El proyecto METROVÍA no solo contribuye sustancialmente al mejoramiento del transporte público sino que además es un elemento vital para la transformación morfológica de Guayaquil.

Sus terminales y estaciones, diseñadas con un muy típico sabor local, han conferido un factor adicional de identidad a la ya definida imagen de sus calles y avenidas.

La Metrovía

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Hace 400 años cuando el corregidor Andrés Contero cegaba el primer estero de ciudad vieja para iniciar los tra-bajos del Malecón de Guayaquil, no imaginaba la magnitud que tendría la obra cuatro siglos después. Infinidad de trabajos, inmensas metamorfosis y cambios urbanos provocados por incontables incendios irían dando un

singular carácter a esta ciudad, cambiante como pocas, cuyo constante básica sería el lento cambio de su malecón a me-dida que los guayaquileños avanzaban inexorables robando espacio al río. Así, lento pero seguro, fue el camino hacia la formación del malecón de Guayaquil.

En él pusieron tiempo y esfuerzos, Ramón García de León, Bartolomé Cucalón, Vicente Rocafuerte y Pedro Carbo, solo por citar cuatro gobernantes locales, dos de tiempos coloniales y dos Republicanos.

En el siglo XX, el advenimiento de nuevas tecnologías en la construcción, permitieron un progreso fulminante en los trabajos, por lo que ya para los sesenta el malecón se hallaba prácticamente terminado.

Su ornamentación, iniciada en la década de los veinte, con la construcción de nuevos y más bellos jardines, encontrará su punto culminante a fines de dicha década, cuando las colonias extranjeras afincadas en la ciudad, le regalan a esta un importante conjunto de monumentos que, colocados en el malecón, pasarían a constituirse en corto tiempo en el que luego se llamaría “EL PASEO DE LAS COLONIAS”.

El Malecón Simón Bolívar, como fuera bautizado en 1930 en homenaje al los cien años del fallecimiento del libertador tuvo durante más de cincuenta años, un carácter tanto funcional como de ornato.

Sin embargo, sus incontables muelles y sus bien cuidados jardines fueron poco a poco abandonados hasta quedar en el estado más deplorable, al punto que, para fines de los ochenta nadie podía imaginar la belleza que el malecón había tenido en el pasado.

En 1995 gracias a una iniciativa del Banco La Previsora, se había elaborado un anteproyecto diseñado por la Universidad de Oxford, destinado a transformar el Malecón de Guayaquil y regenerar el centro de la ciudad revalorizandolo urbanísticamente.

La visión del alcalde Febres Cordero recogió el proyecto, le dio camino a través de una fundación creada para el efecto a la que se llamaría MALECÓN 2000 en clara alusión a que esta sería la obra emblemática con que la ciudad recibiría el nuevo milenio, poniendo en marcha una formidable obra de transformación para la que se unirían en un gigantésco esfuerzo algunas entidades públicas y la sociedad civil.

El resultado revasó todas las expectativas, pues construido por etapas y bajo las administraciones alcaldicias de León Febres-Cordero y Jaime Nebot, el antiguo MALECÓN SIMÓN BOLÍVAR, hoy MALECÓN 2000, ha llegado a convertirse en una de las obras de Regeneracion Urbana más extraordinarias de América Latina.

Su extraordinaria influencia en el rediseño y reconstrucción del nuevo Guayaquil, no podrá medirse en su verdadera magnitud sino con el paso de los años.

Malecón 2000

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Tierra de herencias y tradiciones, cuyos ancestrales recuerdos perviven en la memoria oral de los ancianos, Guaya-quil tiene en el Estero a un secular amante con cientos de historias narradas dentro de su eterno abrazo.

El estero de los abuelos y de los abuelos de éstos con sus tradicionales y muy antiguos BAÑOS, dio origen y pie a la creación del parque más emblemático que la ciudad ostentara en las primeras décadas del siglo XX.

El American Park de Don Enrique Baquerizo Moreno, construido sobre el antiguo emplazamiento de LOS BA-ÑOS DEL SALADO, llegó a ser en muy poco tiempo en el lugar de reunión y recreo de todos los guayaquileños.

Sus multiples juegos y lo completo de sus instalaciones, unido a la belleza de su entorno hicieron de él la delicia de

muchas generaciones hasta que, las bajas pasiones de políticos inescrupulosos, pusieron punto final a la vida de este pa-trimonio de la urbe.

En su lugar y con el paso de los años, se levantó un parque al que se le dió el

nombre de PARQUE GUAYAQUIL. Sitio de paso y reunión de estudiantes que obligadamente debían circular por él para llegar hasta su centro de estudios.

La Ciudadela Universitaria, levantada junto a él a inicios de los sesenta, pasó a formar parte del conjunto urbano construido en el sector, dándole a éste un carácter totalmente distinto al que tuviera en el pasado.

Malecón del Salado

La extraordinaria Regeneración Urbana emprendida bajo la administración del Abogado Jaime Nebot, en el año 2000, tiene como una de sus obras monumentales al MALECÓN DEL SALADO. Obra en la que convergen las ideas y los conceptos del pasado, en franca convivencia con los conceptos formados para crear el Guayaquil del futuro, este malecón cubre el doble de la extensión del que se levanta a las orillas del GUAYAS.

Su ambiciosísimo trazado cubre un circuito en el que se encuentran restaurantes y plazas, clubes de deportes y areas de exposición, salas de convenciones y parques infantiles, todo enclavado en un paradisiaco jardín formado por la flora endémica del lugar y enriquecido con las especies animales que en él vivían y que han vuelto con los primeros trabajos de desinfección del estero. Este maravilloso proyecto, cuyo acceso engalana una de las principales entradas a la ciudad, es sin duda alguna el programa más completo de recuperación ecológica y urbana de cuantos se hubiesen hecho en la nación.

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Ayer desde la Casa del Cabildo antiguo recinto, casa de la ciudad donde se decidió su futuro desde 1816. Hoy desde el Palacio Municipal, eje de acciones desde el cual el Abogado Jaime Nebot Saadi ha cambiado la historia de la urbe. Este emplazamiento es sin duda el corazón actual de Guayaquil.

Su portentoso palacio renacentista inaugurado en Febrero de 1929, ha sido escenario de los momentos más cruciales de la historia local y no pocas veces, de la historia nacional.

Es desde él que, a partir de 1992 y particularmente con la entrada del nuevo milenio, se vienen dando las acciones que han ido cambiando la cara de la urbe planificando, concienzuda y tesoneramente, la forma y el espíritu que tendrá el Guayaquil del mañana.

El Palacio Municipal

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Palabras finales

Este libro rememora el valor de nuestro patrimonio, recordando, su sustancia histórica, haciendo conocer, además, el legado de esta generación a las generaciones futuras.

Una vez más, Guayaquil ha cambiado gracias a sí misma. Se ha convertido en fanal y guía de quienes realmente creen que el futuro nadie nos lo forja, que somos nosotros quienes lo hacemos con esfuerzo y con trabajo; de aquellos que imitan el esfuerzo de los hombres de esta urbe que no cesan, ni cesarán, por encontrar días mejores para su ciudad y la nación.

Esto, como ya dije alguna vez, es tan solo el principio, es solo una muestra de lo que un pueblo unido puede hacer, cuando su ánimo y sus fuerzas van dirigidas a la obtención del bienestar común.

Que Dios nos bendiga y siga iluminando nuestros pasos.

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