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Javier Marías: periodismo, literatura y memoria Dr. Luis Veres Universidad Cardenal Herrera CEU Valencia-España Resumen: La reivindicación de la memoria ha sido especialmente incisiva en la novela rural o ambientada en ciudades de provincias, pero no es tan frecuente en los escritores urbanos. Llama la atención, pues, la

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  • Javier Maras: periodismo, literatura y memoria Dr. Luis Veres

    Universidad Cardenal Herrera CEU Valencia-Espaa

    Resumen: La reivindicacin de la memoria ha sido especialmente incisiva en la novela rural o ambientada en ciudades de provincias, pero no es tan frecuente en los escritores urbanos. Llama la atencin, pues, la

  • reivindicacin de la memoria en el columnismo de Javier Maras. Muchos artculos de Javier Maras tienen un carcter autobiogrfico, al igual que muchas de sus novelas. Pero, a diferencia de sus novelas, en las que las evidencias autobiogrficas se retuercen y desfiguran y no tienen la apariencia de ser ficcionalizados, en su articulismo la autobiografa se trasparenta intencionadamente. Toda su obra supone un intento imposible de reconstruir el pasado. Palabras clave: Javier Maras, novela espaola contempornea, memoria, articulismo

    Existe una tendencia novelstica en la literatura espaola de la segunda mitad del siglo XX que se extiende hasta el presente y cuyo arranque es el escritor vallisoletano Miguel Delibes. Esa lnea novelstica viene marcada por una reivindicacin y apasionada defensa de la importancia y el peso de la memoria en la cultura de nuestro pas y su pervivencia en la literatura. Dicha novelstica supone en muchos casos un trasfondo rural con gran presencia de las ciudades de provincias. Las regiones de Castilla y Len es el marco en donde estos relatos han puesto su acento, aunque en muchas ocasiones surjan los territorios imaginarios [1]. La novela de la memoria, que supone una oposicin a la modernidad o a cierto concepto de una modernidad mal entendida, basada en el progreso agresivo y en la aceleracin sin sentido de la vida, arranca en Miguel Delibes y se extiende hasta el presente, teniendo como hitos importantes las obras de los escritores leoneses que comienzan a escribir a finales de los sesenta y que durante tres dcadas ponen de relieve su talento fabulador y creador. Escritores como Luis Mateo Dez, Jos Mara Merino, Juan Pedro Aparicio, Antonio Pereira, y en una generacin posterior, Julio Llamazares o Avelino Hernndez. [2]

    La reivindicacin de la memoria como sustrato del proceso creativo ha sido repetidamente mentada por los escritores leoneses:

    Me gusta esa idea de la memoria como maceracin de la experiencia y una de las frases ms plsticas y significativas que he odo en los ltimos tiempos es la que afirma que la imaginacin no es otra cosa que la memoria fermentada.

    Para los escritores que a la hora de definirnos, de tener que decir algo de nosotros mismos, siempre algo de ms y algo de menos, nos declaramos escritores de la memoria, esa idea y esa frase resultan francamente elocuentes. Se escribe desde la memoria, donde se macera la experiencia de vivir y, al fin, lo ms imprescindible que es la imaginacin, esa facultad del alma, no es otra cosa que la memoria fermentada.

    Quienes nos declaramos escritores de la memoria encontramos un autntico salvoconducto para transitar por la imaginacin como por casa, para tocar conciencia de que la imaginacin es el grado supremo de la memoria, el propio fermento de nuestra vida, de nuestra sensibilidad, de nuestras emociones y afectos, la facultad que alimenta la combustin, la potencia de nuestras invenciones. [3]

    Y aade:

    Siempre me interes mucho la idea de que el patrimonio imaginario de la humanidad es, en muy buena medida, el patrimonio de su memoria,

  • que una parte sustancial de lo que ha sido el ser humano se encuentra en el espejo de las ficciones, que para el conocimiento de una poca, de una sociedad, para encontrar el reflejo ms ntimo de la misma, el latido ms secreto de quienes pudieron vivirla, hay que recurrir a las novelas. [4]

    Lo cierto es que la recuperacin del pasado y la persistencia de la memoria es un rasgo mtico de la modernidad en un intento de defenderse de los cambios que ella implica en esa carrera vertiginosa hacia un progreso indefinido y algo oscuro y un futuro desalentador e impredecible. Y es cierto que la novela moderna, como ha sealado Germn Gulln se caracteriza por un vaivn, en una paradoja que une, en lo material el apoyo de la realidad, con su rechazo [5]. As el hombre escindido del cambio de siglo queda as deseoso de un asidero en el que creer, un asidero que recuperar en la propia identidad, un asidero de reafirmacin del propio sujeto. Como seal Maurice Halbwachs puede parecer que hay, en todo acto de memoria, un elemento especfico, que es la existencia misma de una conciencia individual capaz de bastarse por s misma. [6] Muerto el marxismo, en decadencia las religiones occidentales, desprestigiados los programas de resolucin de los problemas de este mundo y en el ocaso de una filosofa eclctica, el hombre requiere de algo en que creer que justifique su existencia o, al menos la haga ms llevadera. Y todo es consecuencia de una poca que ha sucedido a la modernidad, en la que la idea de futuro se diluye en la conciencia de los humanos o al menos queda en medio de la incertidumbre:

    "Entramos as en un terreno oscuro, donde las seguridades se pierden, los conceptos se hacen resbaladizos y las salidas a la luz apenas se vislumbran. Cada estudioso toma su camino y se inicia tmidamente en el de los otros tratando de sentar las bases de su propio descubrimiento y trazar puentes para la comprensin de los dems. Llegamos as a la unanimidad del rechazo, a la negacin del camino dejado atrs, pero no conseguimos ponernos de acuerdo en el futuro, que para algunos no existe puesto que todo es ya presente." [7]

    Esta reivindicacin de la memoria ha sido especialmente incisiva en la novela rural o ambientada en ciudades de provincias, pero no es tan frecuente en los escritores urbanos. Llama la atencin, pues, la reivindicacin de la memoria en el columnismo de Javier Maras, escritor algo posterior a los citados, a excepcin de Llamazares, pero que comparte este inters, evidentemente universal, por la memoria [8]:

    La percepcin del tiempo es una de las cosas que ms han variado ltimamente. La tendencia de nuestras sociedades es a negarlo en cuanto acontece, a rechazarlo, a sepultarlo, sellarlo, y, si es posible, olvidarlo al instante. Es como si el hombre actual precisara de nuevos e incesantes presentes muy breves, como si esa fragmentacin cada vez mayor de todo -de la historia y de las existencias, pero tambin de lo que en s mismo ya es efmero: los programas de televisin, por ejemplo- hubieran afectado a la manera de sentir los transcursos, y stos se hubieran reducido brutalmente. El resultado, como he dicho es que todo ocurre a mayor velocidad y a la vez todo se aparece ms largo mientras no sucede. Esto es, el presente es raudo, pero el pasado y el futuro -justamente por eso- nos quedan siempre muy lejanos. El pasado y el futuro no estn sucediendo, y todo lo que no es ahora parece remoto y brumoso. [9]

    Muchos artculos de Javier Maras tienen un carcter autobiogrfico, al igual que muchas de sus novelas. Pero, a diferencia de sus novelas, en las que las evidencias autobiogrficas se retuercen y desfiguran y no tienen la apariencia de ser ficcionalizados , como seala Manuel Alberca [10], en su articulismo la autobiografa

  • se trasparenta intencionadamente. Toda su obra supone un intento imposible de reconstruir el pasado, intento que su propio hermano reconoce en un prlogo:

    Puedo atestiguar, por ser cuatro aos mayor y haberme grabado a una edad levemente menos ingenua, que la mayor parte de los recuerdos que son tambin mos los cuenta con precisin, si bien alguna vez los haya embellecido -como suele suceder al narrar cualquier cosa, sobre todo a quienes se dedican a eso- o haya mezclado un par de sucesos en uno solo. Es de suponer, si se mantiene en sus ideas con la persistencia que suele, que Javier no vaya a escribir jams su autobiografa, as que a los aficionados al gnero y a los curiosos acerca de las vidas de escritores -en estos tiempos no tan aventureras como antao- les aviso de que esto es probablemente lo ms cercano a unas memorias suyas -indirectas, involuntarias y fragmentarias, aunque consentidas- que van a poder leer. [11]

    Parte de razn tiene Miguel Maras en este carcter autobiogrfico del columnismo de su hermano, sobre todo si esta consideracin se pone en relacin con la obra narrativa de Javier Maras. De hecho, el propio autor parte en su justificacin del ttulo de una antologa de sus artculos de esa preocupacin y conciencia del paso del tiempo y de la necesidad de en cierto modo recuperarlo, de ir a la bsqueda de lo perdido:

    El ttulo de este volumen, Aquella mitad de mi tiempo, se corresponde con el de uno de los artculos que lo componen. Como ver el lector, en aquella ocasin la referencia era exacta: lo escrib al darme cuenta de que haban pasado tantos aos desde la muerte de mi madre como aos haba yo coincidido con ella en el mundo, lo cual me produjo, por decirlo sin aspaviento, una enorme extraeza. Mi madre muri cuando yo tena veintisis, y aquel artculo lo escrib a los cincuenta y dos. [12]

    Lo cierto es que muchos de sus artculos tienen un arranque recordatorio a partir de una imagen de la infancia o de la juventud:

    Cuando mi padre tena mi edad actual, yo tena cuatro aos, casi cinco, y acababamos de volver de Amrica tras uno de estancia en New Haven, Conecticut. De all vienen mis primeros recuerdos verdaderamente ntidos, de modo que durante algn tiempo vi a mi padre con pinta de americano de 1955 o 1956 (y as lo veo tambin siempre que quiero) () [13]

    Esa conciencia del paso del tiempo le hace plantearse a Javier Maras la perentoria necesidad de la recuperacin de un pasado que se pierde ante la presencia de un futuro que se nos abalanza sin piedad. La preocupacin por el tiempo es algo consustancial a muchos humanos y es particularmente una constante en Javier Maras: uno se pregunta qu se ha hecho del tiempo que se estiraba, sin duda nos ha abandonado [14]. En su novela Negra espalda del tiempo reflexiona con frecuencia acerca de la sucesin temporal [15]. As habla de un tiempo pasado y perdido [16], de la imposibilidad de reproducir el pasado: se hacen viejos los tiempos demasiado fcilmente y se los descarta, y los que les preceden se vuelven entonces antediluvianos [17]. La constancia de ese tempus fugit no se fundamenta en un lamento melanclico o dramtico, sino en un requerimiento de justicia y necesidad consigo mismo:

    Porque lo cierto es que, a la vez de que uno es consciente de sus probabilidades, o de su probable duracin, estamos instalados en la vida

  • de tal manera que se nos hace muy costoso abandonar la idea a la que estamos acostumbrados, a saber: la de que tenemos siempre, si no todo, mucho tiempo por delante. [18]

    Dicha conciencia le viene de lo mucho sucedido en ese tiempo pasado, en los muchos viajes, en las muchas personas conocidas, en el cambio de la fisonoma de la ciudad, en las calles y los comercios:

    Son sin embargo ciertas calles de Chamber las que asoci con mi infancia, calles que estn todava en pie y conservan sus nombres de entonces, poco o nada ofensivos o ya imparciales a fuerza de olvido: Miguel ngel, Genova, Sagasta, Zurbano, Luchana, Zurbarn, almagro, fortuna, Brbara de Braganza, Santa Engracia. Y Covarrubias. Las calles estn en pie, pero en buena medida tambin han sido arrasadas. En esa zona donde hoy hay tantos bancos, haba palacetes del S. XVIII y mansiones de altos portales con doble escalera de mrmol. () De stos ya no queda casi ninguno. [19]

    En numerosos artculos, Javier Maras insiste en el carcter literario de la memoria desde que habla de sus recuerdos en Soria y las azaas futbolsticas del Numancia, los partidos de ftbol de los aos indmitos de mi niez que constituyen la recuperacin semanal de la infancia [20] o el recuerdo de alineaciones enteras de equipos de ftbol que le vienen a la cabeza al comprar un lbum de cromos a precio de antigedad [21]. Las peleas con los compaeros de colegio [22] o las pelculas de cine que vio en su juventud constituyen el medio para recuperar ese tiempo aparentemente desvanecido y slo recuperable en la memoria, un tiempo sumido en la anodina sima de la dictadura y la mediocridad de la Espaa de los aos cincuenta:

    En un pas mediocre y bastante lbrego, el cine fue sin duda para los nios de aquella poca uno de los mayores refugios o consuelos y tambin la mayor aventura posible. Literalmente nos nutramos de l y nuestra capacidad devoradora era infinita. En mi caso lo sigui siendo en la adolescencia: cuando ya pude intentar colarme en las pelculas para mayores, tena tantas atrasadas por ver que la dosis de cine lleg a increentarse hasta las tres pelculas diarias. [23]

    De hecho el cine parece marcar gran parte de la obra de Javier Maras, como reconoce en ese mismo artculo acerca de su novela Los dominios del lobo y se constituye en un ndice de retencin de los hechos y los detalles de los hechos en la memoria:

    Los dominios del lobo fue una novela irrepetible, y adems me hice consciente, tras su existencia pblica, de que deba centrarme ms en el material que manejaba, las palabras y no las imgenes. No he vuelto a hacer un libro tan descaradamente cinematogrfico como aqul, pero rara es la novela ma en la que no aparezca alguna pelcula mencionada o aludida o vista por los personajes en una televisin. Tambin es raro que no haya en ellas alguna escena o pasaje que, calladamente, no sea deudor de algo contemplado en la oscuridad de una sala y retenido en la memoria para siempre jams. [24]

    Esta recuperacin del pasado posee un cierto carcter mtico y pico. No hay que olvidar el inters que siempre ha tenido Javier Maras por reconstruir vidas literarias que siempre han formado parte del pasado, sus Vidas escritas o sus Miramientos [25]. Tampoco hay que olvidar la consideracin del pasado como esa cara oscura de las

  • personas, esa negra espalda del tiempo que da nombre a una de sus novelas y que la voz ficticia de un narrador siempre se ve obligada a falsear o manipular:

    As, el artista, en contra de lo que se le achaca desde el sentido comn y la convencin, es el mayor enemigo de la inmortalidad, su mayor negador puesto que se alimenta y vive de su propia muerte, convive con ella: la anticipa con impaciencia, la atrae (el novelista adems la cuenta); vive el futuro como si fuera ya su pasado; lo que le espera es lo que ya le ha ocurrido y est permanentemente de espaldas. De espaldas a su propia vida y contemplando su propia espalda. [26]

    Por una parte la recuperacin supone limpiar los hechos de la patina del tiempo y el reconocimiento de ese idealismo que la memoria y la nostalgia impone sobre los recuerdos. Tambin la recuperacin del pasado es una reconstruccin de la posible felicidad perdida. As Javier Maras imagina un territorio en el que su madre, su hermano muerto, Jualiann, al que nunca conoci, y su padre se unan en la eternidad:

    los tres son ahora pasado y memoria, y eso al menos comparten. Y no parece tan grave ser pasado, si bien se mira: es un tiempo, o quiz un sitio, lleno de personas interesantes, y tambin de algunas muy queridas. [27]

    Pero a la vez, de la mano del cine, y tambin del cmic, a raz de la lectura de un texto de Fernando Savater, los hechos recuperan la infancia forjada con un mundo de superhroes villanos que simplifican notoriamente la recuperacin de esos hechos perdidos:

    Los hroes que encarnaban el mediocre pero prolfico Alan Ladd, o Gary Cooper, o John Wayne -uno de los mejores actores de la historia, vilipendiado por la inacabable legin de los tontos, o James Stewart, Henry Fonda y hasta Randolph Scout solan oponerse a las injusticias, defender a los dbiles y ser magnnimos en sus victorias, pero era el Capitn Trueno quien nos visitaba puntualmente cada semana a los nios de entonces, y lo hizo a lo largo de tantos aos que fuimos sin duda los nios quienes, al no serlo ya tanto, lo abandonamos a l, sin que nos abandonara l nunca a nosotros. [28]

    Tambin la msica sirve para recuperar escenas de la infancia:

    Al poner el CD en casa sucedi: volv a tener cuatro o cinco aos y pese a ver visto Lil todas esas veces, me sent trasladado a una en concreto, en el cine Mara Cristina de mi barrio de Chamber, cercano a la calle Covarrubias en la que viva y nac, en compaa de mi madre y de mis hermanos. [29]

    Con mucha frecuencia el motivo de inicio de un artculo es el fallecimiento de alguien que form parte de ese pasado. La muerte sirve as para la remembranza de ese tiempo escurridizo que repele a la memoria:

    Ahora me llega la noticia de que ha muerto la que ms dur all, la que acompa buena parte de mi infancia y la de mis hermanos. Leo o la Leo, a los ochenta y un aos. Haca bastantes que no la vea y muchos ms que ya no la vea a diario, desde que un hermano suyo que tena una huevera en Vallecas la reclam para que la echara una mano y ella, obediente an a sus perplejidades, nos dej a nios y padres para atender aquel negocio () [30]

  • La muerte es un signo ms de que el tiempo no se detiene en su incesante delirio, igual que la memoria humana que no cesa de estar sujeta al recuerdo, y as es el tiempo quien marca el transcurso temporal:

    El pasado 17 de diciembre me encontr en el peridico una necrolgica con la noticia de que haba muerto mi mejor amigo de la infancia, Fernando Bauluz. Un cineasta en la sombra, deca el titular () Y el recuerdo que me viene ahora es el de haber jugado muchas veces con l en solitario, sobre todo a los exploradores. Veo a los dos encaramados a una cornisa, avanzando pegados a la pared del patio, como si dieramos la espalda a un terrible precipicio y pudiramos caer al abismo al primer paso en falso. [31]

    La muerte marca el ritmo del calendario, el ritmo del tiempo. La muerte supone ante la muerte del amigo un tiempo verbal que nunca le habamos aplicado[32] parte de mi historia, o de lo que nos ha ocurrido [33], y la lista de fallecimientos de las personas queridas ponen de manifiesto el recuerdo de aquellos que ya no estn:

    Y qu decir de las personas: uno se va dando cuenta de que la vida consiste en buena medida en ir sufriendo bajas a nuestro alrededor, y en desconcertarse y apenarse un rato, para luego reemprender la marcha por la carretera onrica, como Lil y sus muecos en nmero cada vez menor, con los benditos que nos van quedando, y que an estn. [34]

    Para Maras los muertos son una constante del recuerdo. No nos abandonan y forman parte de esa realidad que cada persona lleva dentro, dentro de su memoria:

    Slo nos hablan en sueos, eso es cierto () Y los omos tan claramente, y su presencia es tan ntida en ellos, que mientras dura el dormir parece que sean esas personas con las que no hay forma de cruzar frase o mirada despiertos, ni manera de establecer contacto, las que nos cuentan y nos escuchan y hasta nos alegran el nimo con sus aoradas risas idnticas a las que tuvieron en vida en esta tierra: son las mismas, esas risas; sin vacilacin las reconocemos (). Pero de lo que no cabe duda () es de que esas voces y y sus nuevas palabras estn en nosotros y no fuera en ningn sitio. Estn en nuestra imaginacin y en nuestra memoria. Digmoslo as: es la memoria imaginada, y que por una vez no slo recuerda, o lo hace impuramente y con mezcla. Estn en nuestros sueos esos muertos; somos nosotros quienes los soamos () El hecho se asemeja ms a una encarnacin, a una suplantacin, a una personificacin por nuestra parte () No nos es desconocido del todo ese mecanismo, quiero decir en la vigilia. A veces quiere tanto uno a alguien que le cuesta poco esfuerzo ver el mundo con sus ojos y sentir lo que siente ese alguien, hasta donde son reconocibles los sentimientos ajenos. [35]

    Pero a la vez la reivindicacin de los muertos supone un acto de justicia, de honestidad, el cumplimiento de una deuda impagada. Somos memoria y dentro de esa memoria se incluye el recuerdo de los que nos precedieron. Por ello Maras seala que es ridculo pensar que hacia los muertos no hay deudas, es cruel no tener piedad por ellos [36]. Y con motivo del infarto de un testigo durante un juicio y su posterior emisin en los informativos el respeto a los muertos alcanza el nivel de irritacin. Maras parece repensar esa idea de Victoria Camps que indica que no hay motivo ms ntimo que la propia muerte:

  • Un muerto est indefenso; un muerto no controla su aspecto, su ltimo gesto, su expresin, su rictus, su putrefaccin ms tarde. Es el ser ms indefenso, y nadie tiene derecho a mirarlo as, desprevenido. [37]

    Y hay objetos que parecen detener el tiempo. Son las fotografas las que suponen para Maras un lbum de recuerdos que resucitan la nostalgia y tambin el pudor del afloramiento de lo que fuimos y ya no somos, de lo que un da decidimos huir para trasformarnos en lo que hoy somos o en lo que la vida nos ha convertido. Se trata de signos de ese tiempo perdido y que ya es irrecusable al recordar las circunstancias y el momento exacto en el que se realiz dicha fotografa:

    Por un azar que no viene al caso, me he visto obligado a buscar y mirar fotografas viejas, sobre todo de infancia y primera juventud. La visin de algunas de ellas la he compartido con mi padre y mis hermanos y los hijos e hijas de stos, mis sobrinos y sobrinas, veinteaeros ya en su mayora. Y as como a ellos las imgenes de sus padres y tos, de nios o de muy jvenes, les producan una mezcla de euforia, retrospectiva ternura e hilaridad, a los peropios fotografiados -y a mi padre, supongo- nos suscitaban, creo, una combinacin algo distinta: tambin la hilaridad apareca a veces, pero siempre teida, quiz inevitablemente, de un poco de lstima, otro poco de vergenza ocasional -una edad ingrata, una moda demasiado fechada y por consiguiente anticuada- y, de tanto en tanto, una extraa sensacin de simultaneidad, o mejor dicho, de reconocimiento inmediato de tiempo abolido. [38]

    Los objetos han tenido una especial importancia en las novelas de Maras, cuestin destacada por la crtica detallista [39]. Era Heidegger quien deca que el sujeto es un ser espacial en su sentido originario y que las circunstancias del individuo vienen marcadas por los objetos ms inmediatos que le rodean [40]. Y en ese sentido las fotografas definen al propio sujeto y crean al sujeto Maras y ese pudor reconocido por parte del narrador.

    No slo es ridculo enternecerse con quien uno fue y hasta cierto punto sigue siendo (cuando los pantalones son los, y no aquellos), sino que supone conferir al pasado una categora superior a la del presente y otro tanto al ignorar respecto al saber. Mirar con nostalgia los tiempos en que an no saba, o an crea, o an esperaba o abrigaba tal ilusin, slo puede explicarse -pues es una costumbre casi universal- en una poca como la nuestra, que glorifica la infancia, la hace durar ms que nunca en la historia, la estira y la alarga, incluso la contagia o la instila en quienes hace mucho que la debieron dejar atrs. [41]

    Segn Elide Pittarello, es la manera fenomenolgica de construir la imagen del individuo, una prolongacin de la personalidad humana [42] y esa construccin fenomenolgica se resiente de lo que Miguel Cataln ha denominado el prestigio de la lejana, la concesin de un valor aadido a todo aquello a lo que le pesa el tiempo pero considerado en su distancia, en su lejana temporal [43], cuestin que repudia el propio Maras, pensando en s mismo, y posiblemente, en Michi Panero:

    Pero trae amargura, ver cmo la muerte de los artistas revaloriza su obra, por el momento. Siempre ha ocurrido, y muchos murieron en la pobreza para no ver cmo al da siguiente de su muerte la gente se abalanzaba a comprar sus cuadros, sus libros, sus discos, cmo los marchantes y los editores se ponan a especular con ellos y a sacarles provecho. Trae ms amargura si el artista es un amigo invisible () [44]

  • Tambin los objetos son un modo de reivindicar el pasado. Javier Maras es especialmente insistente en su articulismo con el olvido de la memoria, como una especie de traicin a lo que nos hace de verdad humanos, traicin que adquiere resonancias personales y familiares ante los sucesivas zancadillas del franquismo hacia su padre. Desplantes y desprecios que el rgimen dictatorial de Franco, el mundo intelectual franquista, lo que Benjamn Prado ha llamado esa mala gente que camina, y la sociedad espaola en general, dedic a su padre, el filsofo Julin Maras, en forma de suspenso en la tesis doctoral, en forma de retrasos a su incorporacin como doctor, como profesor, como Catedrtico, en fin, los intentos de adormecer una trayectoria admirable e imparable en medio de una Espaa mediocre:

    En este pas casi nadie recuerda nada; de los que recuerdan, muchos falsean; y los que no tienen edad simplemente no saben. Adems, en la literatura y el cine hay tradicin de hijos justiciero, o vengativos, o rencorosos. [45]

    De hecho las referencia a Lan Entralgo, Cela, Rosales, Torrente Ballester, Maravall, Aranguren, Tovar y todos los que se plegaron ante el rgimen son bastante explcitas [46]. Y ese intento de aferrarse al pasado, de reivindicarlo y mantenerlo vivo se convierte en el periodismo de Javier Maras, sin duda en un acto de valenta personal y familiar, pero tambin en un acto de justicia hacia s mismo y hacia la historia. Por ello, respecto a la frase de su padre pero me acuerdo, frase que el filsofo pronunciaba cada vez que tena un recuerdo fotogrfico de algo y que pronunciaba como un hecho casual, su hijo Javier lo interpreta como un hecho de dignidad, pero tambin como un signo de asirse al estatuto vital del hombre: Quiz como si eso, el acordarse, pese a tanto tiempo, fuese ya la nica prueba vlida de cuanto l ha vivido y visto y sabido en sus noventa aos. [47]

    La dignidad del recuerdo otorga una validez inmediata al presente y se convierte en vertebrador de un futuro que nunca debe traicionar al pasado y a los que en l habitaron, pues fueron los que justificaron el momento que hoy vivimos, cuestin que se hace patente al rememorar varias veces el fallecimiento prematuro de su madre:

    Yo slo volva a la casa de mi madre para verla morir, tres aos despus. Y ahora que veo tan calladamente tristes a mis amigas cuyos hijos se van con veinticinco o treinta aos (pero ellas guardan la memoria viva de todos los dems, desde que no tenan ninguno), caigo en la cuenta de que mi madre slo me tuvo cerca durante veintitrs, y de que a ella, seguramente le debieron de parecer muy pocos. [48]

    Ante la necesidad de la persistencia de la memoria, hay repetidas muestras crticas en los artculos de Javier Maras acerca del olvido, el olvido entendido como una injusticia, como una falta de honestidad frente al reconocimiento de una trayectoria vital. El falseamiento de la realidad por parte de los medios de comunicacin, muy en la lnea de Baudrillard, pone de relieve algunos aspectos de la dominacin del poder sobre la poblacin, aspectos presentes en las ltimas novelas de Maras y especialmente en el tercer volumen de Tu rostro maana: Veneno y sombra y adis. As al ver en televisin un reportaje en el que se insina la similitud entre el gobierno socialista y el franquismo, Maras seala:

    La memoria no slo es selectiva y parcial sino tambin engaosa y hasta falseadora. Han bastado algunos reportajes aparecidos en la televisin con imgenes de la transicin o con otras ms inocuas de la visita de los Vtales a Madrid y a Barcelona en 1965 para que cualquier tentativa de asemejar ambos periodos se haya ido al traste estrepitosamente. [49]

  • Por ello su mirada hacia el franquismo es de una dureza impecable e implacable, pues se trata de una lucha contra la falsacin producida por el olvido y por la posible manipulacin de los medios informativos y las nuevas tecnologas:

    Recuerdo las arengas de los esbirros y del propio Franco, una mezcla espantosa de crueldad y cinismo, de vulgaridad y despotismo. Recuerdo las ciudades tomadas por la polica, el desprecio y la chulera de los burcratas hacia el ciudadano -ms bien el sbdito-, la persecucin de la alegra y de la diversin ms, el miedo perpetuo con el que vivamos y dormamos, la mirada hacia nuestro portal desde una esquina distante antes de entrar por la noche en casa, no fuera a haber un coche estacionado de la polica que haba venido a buscarnos de madrugada. Tenamos dieciocho aos. [50]

    La recuperacin de la memoria nos acerca a la justicia, una justicia un tanto olvidada en el mundo modernos y en un tipo de sociedad en donde la postmodernidad ha terminado con muchas de las bondades entre los hombres y ha liquidado gran parte de las obligaciones de los humanos con sus congneres en un mundo hostil y egosta. La conclusin que se desprende de la lectura de Maras, a la sombra de la idea de la memoria, es el perentorio imperativo de rechazar el olvido como sistemtico hbito en la vida de las sociedades modernas y la necesidad de practicar el cultivo de la memoria como hecho que apela a la honestidad y la justicia de las relaciones humanas. La memoria propicia el universo de la libertad, de los mundos posibles, el habitculo de la vida que nos convierte, simplemente, en algo diferente al resto de especies animales. La escritura es el instrumento de poner orden en ese catico estrato del recuerdo que justifica su propia prctica:

    A diferencia de otras clases de pensamiento, que s son formas de conocimiento, el literario es ms bien una forma de reconocimiento, para ma al menos. O dicho de otra manera a la vez simple y enrevesada: es una manera de saber que se sabe lo que no se saba. Acaso porque no poda expresarse. La literatura que a m me interesa leer -y por lo tanto intentar escribir- es muy variada. Pero toda participa de eso: no cuenta lo consabido, sino slo lo sabido y a la vez ignorado. O en menos palabras: sin poder explicarlo, cuenta el misterio. [51]

    Maurice Halbwachs, en 1944, escribi algo al respecto antes de ser detenido en Pars por las SS y ser conducido al campo de concentracin de Buchenwald:

    La historia no es todo el pasado, pero tampoco es todo lo que queda del pasado. O, dicho de otro modo, junto a la historia escrita hay una historia viva que se perpeta y renueva a travs del tiempo y en la que se pueden encontrar muchas corrientes antiguas que aparentemente haban desaparecido. [52]

    NOTAS:

    [1] Vid. Santos Sanz Villanueva, El ltimo Delibes y otras notas de lectura. Postguerra, exilio y letras en Castilla y Len, Valladolid, mbito, 2007, pp.289 y ss.

    [2] Vase al respecto mis trabajos "Periodismo y narracin en los cuentos de Julio Llamazares", en Actas del V Congreso Internacional Luis Goytisolo sobre Narrativa Hispnica Contempornea: "Las Estrategias del Realismo a

  • finales del S.XX", Antagona. Revista de la Fundacin Luis Goytisolo, Cdiz, 2002; Sobre la novelstica de Avelino Hernndez, Espculo, n23, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, marzo de 2003.

    [3] Luis Mateo Dez, La mano del sueo. Algunas consideraciones sobre el arte narrativo, la imaginacin y la memoria, Madrid, Real Academia Espaola, 2001, p.22.

    [4] Ibdem, p.23.

    [5] Germn Gulln, Los mercaderes en el templo de la literatura, Barcelona, Cabayo de Troya, 2004, p.34.

    [6] Maurice Halbwachs, La memoria colectiva, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004, p. 62.

    [7] Josep Pic (Comp.), "Introduccin", en Modernidad y postmodernidad, Madrid, Alianza Editorial, 1988, p.14.

    [8] Maarten Steenmeijer, Javier Maras, columnista: el otro, el mismo, en Irene Andrs-Surez y Ana Casas (Eds.), Javier Maras, Madrid, Arco-Universidad de Neuchtel, 2005, pp. 255-273.

    [9] Javier Maras, Mano de sombra, Madrid, Alfaguara, 1997, p.190.

    [10] Manuel Alberca, Las vueltas autobiogrficas de Javier Maras, en Irene Andrs-Surez y Ana Casas (Eds.), Javier Maras, Madrid, Arco-Universidad de Neuchtel, 2005, p.49.

    [11] Miguel Maras, Las huellas de los aos, en Javier Maras, Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, Barcelona, Crculo de Lectores-Galaxia Gutemberg, 2008, p. 16.

    [12] Javier Maras, Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, Barcelona, Crculo de Lectores-Galaxia Gutemberg, 2008, p.17.

    [13] Javier Maras, Que por m no quede, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.109.

    [14] Ibdem, p.111.

    [15] Vid. Amelia Florenchie, Maras en clave borgeana, en Andrs-Surez, Irene y Casas, Ana (Eds.), Javier Maras, Madrid, Arco-Universidad de Neuchtel, 2005, pp. 155-168.

    [16] Javier Maras, Negra espalda del tiempo, Madrid, Alfaguara, 1998, p.10.

    [17] Ibdem, p.142.

    [18] Javier Maras, Los pantalones tiroleses, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.17.

    [19] Javier Maras, En Chamber, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit., pp.36-37.

  • [20] Javier Maras, La recuperacin semanal de la infancia, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,pp.62-64.

    [21] Javier Maras, El lbum de los cabezudos, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,pp. 65-67.

    [22] Javier Maras, El cardilogo de clase, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit., pp.71-73.

    [23] Javier Maras, Todos los das llegan, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit., p.75.

    [24] Ibdem, p.77.

    [25] Javier Maras, Vidas escritas, Madrid, Siruela, 1992; Miramientos, Madrid, Alfaguara, 1997.

    [26] Javier Maras, La dificultad de perder la juventud, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.135.

    [27] Javier Maras, Un sueo prestado, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.130.

    [28] Javier Maras, Continuar el Capitn Trueno, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit., pp.81-82.

    [29] Javier Maras, Los que an estn, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.93

    [30] Javier Maras, Un corazn sencillo, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.49

    [31] Javier Maras, El amigo nio, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,pp.84-85.

    [32] Javier Maras, Lo que nos ha ocurrido, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.273

    [33] Ibdem, 275.

    [34] Javier Maras, Los que an estn, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.95

    [35] Javier Maras, Tu rostro maana I, Fiebre y lanza, Madrid, Alfaguara, 2002, pp.426-427.

    [36] Javier Maras, Ser amado cuando falte, Madrid, Alfaguara, 1999, p.70.

    [37] Javier Maras, A veces un caballero, Madrid, Alfaguara, 2001.

    [38] Javier Maras, Los pantalones tiroleses, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.90

  • [39] Elide Pittarello, Haciendo tiempo con las cosas, en Andrs-Surez, Irene y Casas, Ana (Eds.), Javier Maras, Madrid, Arco-Universidad de Neuchtel, 2005.

    [40] Martin Heidegger, Ser y tiempo, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2002, p.136.

    [41] Javier Maras, Los pantalones tiroleses, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.91.

    [42] Abraham Moles, Teora de los objetos, Barcelona, Gustavo Pili, 1974.

    [43] Miguel Cataln, El prestigio de la lejana, Barcelona, Ronsell, 2004.

    [44] Javier Maras, El amargo valor de algunos muertos, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.262.

    [45] Javier Maras, El padre, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.103.

    [46] Javier Maras, Pero, me acuerdo, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.122.

    [47] Ibdem, p.124.

    [48] Javier Maras, Pero muy pocos, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.127

    [49] Javier Maras, No los quiero, en Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrs, ed., cit.,p.156

    [50] Ibdem, p.156.

    [51] Javier Maras, Contar el misterio, en El hombre que no pareca querer nada, Madrid, Espasa Calpe, 1996, p.459.

    [52] Maurice Halbwachs, La memoria colectiva, ed., cit., 2004, p.66.

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