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16 E E n la primavera y el verano del año 1917, cuando no se entreveían aún ni perspectivas ni plazos pa- ra la conclusión de la Gran Guerra que enfrentaba a las principales potencias y asolaba Europa, se produje- ron ya amplios movimientos contra ella y contra los go- bernantes respectivos en el interior de varios de los paí- ses beligerantes, con una intensidad y violencia que en bastantes casos permiten hablar con propiedad de mo- vimientos revolucionarios 2 . En el Este, el Imperio de los Zares se tambaleaba seriamente en medio de oleadas de protesta y resistencia en la propia capital imperial y el hecho iba a tener un extraordinario impacto exterior. En fin, en lo que respecta a España, país neutral pero no ajeno a la Guerra, las condiciones de vida de una im- portante parte de su población, la de menor poder eco- nómico, habían ido sufriendo desde antes un deterioro progresivo, cosa en la que tendrían un influjo determi- nante el desarrollo que en la economía y el comercio in- ternacionales impuso el conflicto internacional. En la pri- mavera y verano de aquel año, decimos, se produjeron aquí tres grandes acontecimientos de desarrollo sucesi- vo pero muy cercano en el tiempo, que con frecuencia se han tenido, de forma correcta, por estrechamente li- gados a lo que sería el comienzo de una crisis irreversi- ble del régimen de la Restauración que se transmitiría a la sociedad entera. Se trataba de la aparición, en junio, de la rebeldía militar en forma de unas Juntas Militares de Defensa, de la rebelión de los parlamentarios que tu- vo como escenario Barcelona en el mes de julio y, en fin, de la primera gran huelga general revolucionaria del siglo, estallada cuando corría el mes de agosto. De ahí que, por lo común, todos esos acontecimientos se en- marquen en su perspectiva histórica bajo el rótulo gene- ral de la “crisis española de 1917”. Por más que la actuación de un hombre, sobre todo si es un dirigente de masas, como es el caso de Francis- co Largo Caballero, no se explica sino a partir de un buen conocimiento de la situación histórica en la que actúa, no es nuestro propósito aquí analizar con deten- ción esa crisis española de 1917 y ni siquiera describir con pormenores las propias vicisitudes de la huelga ge- neral 3 . Nuestra atención se ceñirá a los aspectos que en la actuación de Largo Caballero en aquel momento CLARIDAD · PRIMAVERA/VERANO 2008 · CUARTA ETAPA 120 Aniversario de UGT Francisco Largo Caballero dirigente de la UGT: 1917, la primera gran prueba 1 Julio Aróstegui Universidad Complutense de Madrid 1. Este texto recoge sustancialmente, aunque no lo reproduce en su totalidad, un pasaje de mi trabajo en preparación Francisco Largo, la intuición de clase y sus quimeras, que publicará próximamente el sello Debate de Random House Mondadori. 2. Una visión sintética pero muy útil de los diversos movimientos revolucionarios en los países europeos puede verse en J. ANDRÉS GALLEGO: Los movimientos revolucionarios europeos de 1917-1921. Sevilla, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1979. Para el caso peculiar alemán R. BADIA: Histoire de l’Allemagne contemporaine, 1917-1962. Tome premier, 1917-1933. Paris, Éditions Sociales, 1964. Para Francia Ph. BERNARD: La fin d’un monde, 1914-1929. (Nouvelle Histoire de la France Contemporaine, 12), Paris, Éditions du Seuil, 1975. 3. El estudio que sigue siendo clásico e insustituible sobre la crisis de 1917 es el J. A. LACOMBA: La crisis española de 1917, Ma- drid, Editorial Ciencia Nueva, 1970. En cuanto a los estudios del tiempo los más útiles son los de M. BURGOS y MAZO: Vida polí- tica. Páginas históricas de 1917, Madrid, M. Nuñez Samper (s.a.); J. BUXADÉ: España en crisis. La bullanga misteriosa de

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16

EEn la primavera y el verano del año 1917, cuando

no se entreveían aún ni perspectivas ni plazos pa-

ra la conclusión de la Gran Guerra que enfrentaba

a las principales potencias y asolaba Europa, se produje-

ron ya amplios movimientos contra ella y contra los go-

bernantes respectivos en el interior de varios de los paí-

ses beligerantes, con una intensidad y violencia que en

bastantes casos permiten hablar con propiedad de mo-

vimientos revolucionarios2. En el Este, el Imperio de los

Zares se tambaleaba seriamente en medio de oleadas

de protesta y resistencia en la propia capital imperial y

el hecho iba a tener un extraordinario impacto exterior.

En fin, en lo que respecta a España, país neutral pero

no ajeno a la Guerra, las condiciones de vida de una im-

portante parte de su población, la de menor poder eco-

nómico, habían ido sufriendo desde antes un deterioro

progresivo, cosa en la que tendrían un influjo determi-

nante el desarrollo que en la economía y el comercio in-

ternacionales impuso el conflicto internacional. En la pri-

mavera y verano de aquel año, decimos, se produjeron

aquí tres grandes acontecimientos de desarrollo sucesi-

vo pero muy cercano en el tiempo, que con frecuencia

se han tenido, de forma correcta, por estrechamente li-

gados a lo que sería el comienzo de una crisis irreversi-

ble del régimen de la Restauración que se transmitiría a

la sociedad entera. Se trataba de la aparición, en junio,

de la rebeldía militar en forma de unas Juntas Militares

de Defensa, de la rebelión de los parlamentarios que tu-

vo como escenario Barcelona en el mes de julio y, en

fin, de la primera gran huelga general revolucionaria del

siglo, estallada cuando corría el mes de agosto. De ahí

que, por lo común, todos esos acontecimientos se en-

marquen en su perspectiva histórica bajo el rótulo gene-

ral de la “crisis española de 1917”.

Por más que la actuación de un hombre, sobre todo si

es un dirigente de masas, como es el caso de Francis-

co Largo Caballero, no se explica sino a partir de un

buen conocimiento de la situación histórica en la que

actúa, no es nuestro propósito aquí analizar con deten-

ción esa crisis española de 1917 y ni siquiera describir

con pormenores las propias vicisitudes de la huelga ge-

neral3. Nuestra atención se ceñirá a los aspectos que

en la actuación de Largo Caballero en aquel momento

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UG

T Francisco Largo Caballerodirigente de la UGT:

1917, la primera gran prueba1

Julio ArósteguiUniversidad Complutense de Madrid

1. Este texto recoge sustancialmente, aunque no lo reproduce en su totalidad, un pasaje de mi trabajo en preparación FranciscoLargo, la intuición de clase y sus quimeras, que publicará próximamente el sello Debate de Random House Mondadori.

2. Una visión sintética pero muy útil de los diversos movimientos revolucionarios en los países europeos puede verse en J. ANDRÉS

GALLEGO: Los movimientos revolucionarios europeos de 1917-1921. Sevilla, Secretariado de Publicaciones de la Universidadde Sevilla, 1979. Para el caso peculiar alemán R. BADIA: Histoire de l’Allemagne contemporaine, 1917-1962. Tome premier,1917-1933. Paris, Éditions Sociales, 1964. Para Francia Ph. BERNARD: La fin d’un monde, 1914-1929. (Nouvelle Histoire dela France Contemporaine, 12), Paris, Éditions du Seuil, 1975.

3. El estudio que sigue siendo clásico e insustituible sobre la crisis de 1917 es el J. A. LACOMBA: La crisis española de 1917, Ma-drid, Editorial Ciencia Nueva, 1970. En cuanto a los estudios del tiempo los más útiles son los de M. BURGOS y MAZO: Vida polí-tica. Páginas históricas de 1917, Madrid, M. Nuñez Samper (s.a.); J. BUXADÉ: España en crisis. La bullanga misteriosa de

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componen un pasaje importante de su bio-

grafía y en las consecuencias más visibles

que para el futuro inmediato del obrerismo

socialista se dedujeron de ello. Caballero

mismo consideró aquel acontecimiento co-

mo determinante para el futuro del obre-

rismo y de la trayectoria socialista, y, aún

más, según lo calificaría años después, lo

tuvo como un “hecho glorioso de los traba-

jadores españoles”, añadiendo, sin dar mu-

chas razones de ello, que “ha caído en el

olvido sin justificación alguna”4.

No obstante, la verdad es que Caballero

escribió poco sobre aquellos hechos. Aún

así es indudable que, de todas formas, cre-

ía que de 1917 arrancaban procesos que

culminarían en otros no menos de-

cisivos de los años treinta. Alguna

entrevista y referencias en textos

periodísticos breves, todo ello en fe-

chas muy posteriores, se completa-

rían con las consideraciones, bre-

ves también en todo caso, hechas

al comienzo de sus Notas históricas

de la guerra de España (1917-

1940), escritas en 1939 y, después, en

Mis Recuerdos que lo fueron en 1945.

Precisamente, Largo Caballero dedicaría

unas líneas muy precisas a exponer las ra-

zones de que su extenso discurso sobre un

tracto temporal decisivo en la historia es-

pañola del siglo XX, que es lo que constitu-

ye el contenido de esas Notas Históricas,

el que terminó con la victoria de los suble-

vados en una guerra civil, comenzase pre-

cisamente con los sucesos de 1917. De la

huelga diría en concreto que:

“Por primera vez, las organizaciones

del Partido Socialista y de la Unión Ge-

neral afirmaban en un manifiesto que

la huelga revolucionaria tenía como ob-

jeto cambiar el régimen político; desde

ese día la muerte de la Monarquía es-

pañola estaba decretada y todos los

movimientos posteriores no han hecho

más que completar las operaciones in-

evitables para cristalizar en la del 14

de abril de 1931”5.

No deja de ser cierto, sin embargo, que

se explaya en la narración de las vicisitu-

des personales atravesadas mucho más

que en el análisis de aquella acción. La

brevedad caracteriza también el discurso

que, elegido ya diputado, realizaría ante el

Parlamento en mayo de 1918, al que nos

referiremos después. En cualquier caso,

algunas de sus lecciones más importan-

tes, fueron, sin duda, asumidas. De ahí

que pueda decirse que 1917 fue la oca-

sión de una primera gran prueba para el

que acabaría siendo el más representativo

de los dirigentes obreros españoles al al-

canzarse la década de los años treinta.

El deterioro de las condiciones

de vida obrera

La fase de reconversión de la economía es-

pañola que había comenzado tras la pérdi-

da de Cuba y demás posesiones de Ultra-

mar, entraría en una coyuntura particular

al comenzar la segunda década del siglo y

se vería aún más determinada por

el desencadenamiento de una gue-

rra general en Europa desde 1914.

El capitalismo español evolucionó

hacia lo que se ha llamado la “vía na-

cionalista”6. La acumulación de be-

neficios que la coyuntura de la Gue-

rra supuso para el capitalismo espa-

ñol, en pleno ciclo expansivo, es bien

conocida, pero entre sus consecuencias

más trascendentes estuvo el ahondamien-

to de la fractura social que ya tenía mani-

festaciones previas y, de paso, el impacto

muy directo sobre la crisis política del régi-

men de la Restauración. Por tanto, que la

situación europea tuvo un influjo determi-

17

Que pueda decirse que 1917 fue la oca-

sión de una primera gran prueba para el

que acabaría siendo el más representati-

vo de los dirigentes obreros españoles al

alcanzarse la década de los años treinta.

1917, Barcelona, Imprenta de B. Bauzá, 1917; F. SOLDEVILLA: El año político 1917, Madrid, Imprenta de Enrique Fernández de Rojas, 1918 (la obra de Sol-devilla forma parte de una serie que se publicó entre 1895 y 1928); A. SABORIT: La huelga de agosto de 1917. (Apuntes históricos), México, Editorial PabloIglesias, 1967; L. ARAQUISTAIN: Entre la guerra y la revolución (España en 1917), Madrid, (s.e.), 1917, que es una recopilación de artículos. La crisis, o lahuelga, son tratadas en muchas obras que hacen referencia al periodo, algunas de las cuales son mencionadas en las líneas que siguen. Véase también J. L.MARTÍN RAMOS: Entre la revolución y el reformismo, 1914-1931. En S. CASTILLO (dir.): Historia de la UGT, vol. 2, Madrid, Siglo XXI, 2008, pp. 33-50. Es igual-mente útil la circunstanciada exposición que hace del trasfondo y desarrollo de la huelga L. GÓMEZ LLORENTE: Aproximación a la historia del socialismo español(hasta 1921), Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1972, pp. 223-341.

4. F. LARGO: Mis Recuerdos. Cartas a un amigo (Prólogo y Notas de Enrique de Francisco), México, Ediciones Unidas, S.A., 1976, p. 47 (La primera edición deésta, apareció también en México en 1954). Véase también F. LARGO CABALLERO: Notas Históricas de la Guerra de España (1917-1940). Texto inédito meca-nografiado y autentificado por el autor en Archivo de la Fundación Pablo Iglesias (AFPI) (Alcalá de Henares), que verá la luz próximamente en las Obras Com-pletas de Francisco Largo Caballero a partir de su volumen 7.º. Es igualmente importante lo escrito por Largo Caballero en la Carta Abierta a Luis Araquis-tain que precede al texto anterior.

5. En la citada Carta Abierta a Luis Araquistain, AFPI.

6. El trabajo fundamental sobre esta nueva situación del capitalismo español es el de J. MUÑOZ; S. ROLDÁN; A. SERRANO Y OTROS: La vía nacionalista del capitalismoespañol. I: Orígenes y desarrollo (1874-1923). En Cuadernos Económicos de I.C.E. (Madrid), nº. 5, 1978. Sobre el capitalismo español que arranca de1914, S. ROLDÁN, J. L. DELGADO (con la colaboración de J. MUÑOZ): La formación de la sociedad capitalista en España, 1914-1920, Madrid, ConfederaciónNacional de Cajas de Ahorro, 1973, 2 vols.

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nante y directo sobre los sucesos desen-

cadenados en España tres años después

es asunto meridianamente claro. Pero la

cuestión es, al mismo tiempo, que los su-

cesos españoles de 1917 tienen también

unas inocultables, y no menos determinan-

tes, raíces endógenas.

Las nuevas condiciones de la economía

española, lo mismo que la dificultad

creciente en las condiciones de vi-

da de las capas bajas de la pobla-

ción, que constituyeron el telón de

fondo de los problemas de 1917,

fueron sin duda alguna condiciona-

das por la coyuntura que trajo la guerra.

Representaron, de una parte, un auge es-

pectacular de la producción industrial, de

la minera y la agraria, para las que hubo

mercados insaciables entre los beligeran-

tes. De otra, la fiebre exportadora, benefi-

ciada de todo punto por una situación de

precios en el mercado internacional que la

hacían extremadamente favorable, tuvo el

efecto inmediato de producir una inflación

generalizada cuya derivación inmediata fue

el agravamiento de un proceso ya anterior

como era el del encarecimiento alarmante

de muchos artículos de consumo en el in-

terior del país7, una cosa que afectaba

directa, y obviamente, a las clases de me-

nor poder económico, las clases popula-

res en su conjunto, y que fue insistente-

mente denunciada y motivo de protesta

permanente por parte de las organizacio-

nes obreras desde antes ya de 1914. El

estallido de 1917 se generó, en muchas

de sus dimensiones, sobre un trasfondo

de problemas que venían arrastrándose

con bastante anterioridad. No es menos

cierto tampoco que, más allá del aspecto

puramente económico, con su correspon-

diente transcripción social, los sucesos de

1917, o más ceñidamente, los sucesos

de agosto, vinieron a ser el desenlace de

una crisis de tipo global que se había ido

gestando desde hacía años y que en los

venideros, tras pasar por el intento co-

rrectivo que representó la Dictadura en

los años veinte, arrastraría consigo la caí-

da de la propia Monarquía. Los aspectos

políticos de todo aquel problema no pue-

den, por tanto, ser minimizados tampoco.

El movimiento obrero español se encontró

en primer plano en la recepción de todo ti-

po de incidencias negativas de la nueva si-

tuación, pero se trataba también del sec-

tor social y el ámbito organizativo que dis-

ponía de una tradición más aquilatada de

protesta. La repercusión más directa del

deterioro de las condiciones de vida se

produjo en el continuado aumento de los

precios de las subsistencias, realidad fren-

te a la cual la movilización obrera iría en

aumento. La llamada crisis de subsisten-

cias, y no otra cosa, es, no hay que insistir

en ello, el contexto primario que mejor ex-

plica el conflicto social de 19178. Ello tiene

una incidencia directa sobre el volumen de

huelgas de todo el periodo. Las “protestas

del pan”, por ejemplo, conforman uno de

los factores que mejor caracterizan la lu-

cha obrera en Madrid en estos años. La

minoría socialista en el Ayuntamiento em-

prendería una batalla porfiada por la muni-

cipalización de la industria panificadora,

mientras los fabricantes de pan empren-

den su propia campaña contra los conce-

jales socialistas9.

Pero en vísperas de 1917 la reali-

dad era que los concretos perfiles

de ruptura con el sistema por par-

te de las fuerzas sociales que se

manifestarían de forma explosiva en ese

año eran los que, por el momento, menos

visibles aparecían en los antecedentes,

por lo que cabe decir que la agudización

del conflicto social y su acercamiento a un

enfrentamiento político en toda regla se

produce de forma paulatina aunque rápi-

da. Hasta 1916, la evolución general de

la crisis adoptó, de hecho, perfiles relati-

vamente clásicos, puesto que había co-

menzado como un nada infrecuente pro-

blema de “carestía de la vida”, desde don-

de pasaría hacia una propuesta política de

corte revolucionario. Es cosa en la que

conviene insistir: los sucesos revoluciona-

rios de 1917 tiene un trasfondo de pode-

roso conflicto social emergente con raíces

muy anteriores que suele quedar oscure-

cido por la insistencia habitual en los perfi-

les políticos revolucionarios de la huelga

general de aquel verano. Podría decirse,

pues, que lo verdaderamente significativo

en este momento del conflicto generalizado

18

Los sucesos revolucionarios de 1917

tiene un trasfondo de poderoso conflicto

social emergente.

7. M. TUÑÓN DE LARA: El Movimiento obrero en la Historia de España, Madrid, Taurus, 1972, pp. 550 y ss. La exposición de la crisis de este autor es tambiénmagistral.

8. Crisis ampliamente documentada en S. ROLDÁN y J. L. GARCÍA DELGADO: Ob. cit., 1, 127-239. Véase, además, el epígrafe “La generalización del conflicto social”,pp. 239 y ss. También la relación del movimiento del índice de los precios de productos básicos con base en 1913 en el Anexo A del Dictamen de la comisiónnombrada por Real Orden de 9 de enero de 1929, para el estudio de la implantación del patrón oro, Madrid, Imprenta de Samarán y Come, 1929, con da-tos elaborados por la Cámara de Comercio de Barcelona. De la misma forma son de importancia para el estudio de la variación de las condiciones de vida enestos años los diferentes informes publicados por el Instituto de Reformas Sociales. Véase en especial Encarecimiento de la vida durante la guerra. Preciosde las subsistencias en España y en el extranjero (1914-1918), Madrid, Sucesores de Minuesa de los Ríos (s.f.: 1918).

9. F. SÁNCHEZ PÉREZ: La protesta de un pueblo. Acción colectiva y organización obrera, 1901-1923, Madrid, Fundación Largo Caballero/Ediciones Cinca, 2005,especialmente las muy documentadas páginas de “Las protestas del pan”, pp. 33 y ss.

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en la España del primer tercio del siglo XX

es la transformación de un problema so-

cial creciente, pero de perfiles clásicos,

en un conflicto político imparable.

En el plano de su contextualización históri-

ca, cabe decir que entre 1875, en que ad-

viene el régimen de la Restauración, y

1917, el conjunto de las fuerzas opuestas

al régimen, o con dificultades crecientes

para desenvolverse en él, no hace sino ad-

quirir importancia y entre esas fuerzas

acabaría destacando crecientemente “un

socialismo transformado y multiplicado

por la guerra”10. Lo mismo cabía decir del

republicanismo, a pesar de sus divisiones,

de los diversos nacionalismos regionales,

o de la masa obrera que encauza su ac-

ción por la vía del anarcosindicalismo. To-

das esas fuerzas ganan presencia con la

entrada del régimen en una segun-

da fase después de la catástrofe de

1898. Sin embargo, pese a que en

1914 Pablo Iglesias es proclamado

de nuevo diputado en las Cortes, la con-

junción republicano-socialista no despega

después de haber atravesado una seria

crisis11.

La Guerra, en fin, precipita la crisis políti-

ca partiendo de una crisis social aún de

mayor envergadura. Según Burgos y Ma-

zo, en la Asamblea de Parlamentarios ca-

talanes del 5 de julio en Barcelona, preám-

bulo de la más general que habría de cris-

talizar el día 19 del mismo mes, Cambó

había venido a decir que “para impedir la

revolución social era necesario hacer la

política” o sea que lo más conservador en

aquel momento era ser políticamente re-

volucionario12. El asunto era, por tanto,

bastante más que un problema de descon-

tento entre la élite política. Cambó temía

la posibilidad de una revolución popular vio-

lenta y conocía la preparación de una gran

huelga revolucionaria, aunque esperaba

que no llegara a realizarse13.

Indudablemente, la cuestión de las subsis-

tencias, es decir, los precios de los artícu-

los de primera necesidad, alimenticios y

de otro orden, de los que se surtían las

clases asalariadas fue un argumento cen-

tral y temprano de la protesta. Luis Ara-

quistain hizo un diagnóstico certero del

progreso del descontento que había lleva-

do a agosto:

“Un hondo malestar económico, com-

binado con la creciente irritación de

ver con qué frialdad afrontaban los po-

deres públicos los más graves proble-

mas de la nación, indujo a los obreros

españoles a demandar del gobierno

turnante una política de abaratamiento

de las subsistencias y fomento de la ri-

queza”14.

El encarecimiento del pan se va convirtien-

do en crisis general de carestía. Esto ori-

ginó el recrudecimiento de la protesta y

actuó como motor fundamental de la ac-

tuación de las fuerzas obreras, fuese cual

fuese su desembocadura, por lo que el

conflicto creciente no se entiende sino

desde este punto de partida. El problema

de la subida de los precios venía agudizán-

dose al menos desde 1909, si no desde

el arreglo arancelario de 1906 que pre-

tendía favorecer enérgicamente la econo-

mía agraria española a costa de una deci-

dida protección arancelaria. M. Tuñón de

Lara señaló también en su momento có-

mo los salarios reales empiezan a declinar

mucho más velozmente desde 191515. La

situación se complicaría también en ese

mismo año con la aparición del paro en la

construcción, o, en términos más genera-

les, con “la crisis de trabajo”.

La clase obrera parte de una situación de

defensiva por el empeoramiento

constante de las condiciones de vi-

da del mundo asalariado. En Barce-

lona empieza a haber huelgas con-

siderables por la cuestión de los salarios y

en Madrid se recrudece el paro. De he-

cho, el desarrollo de las huelgas es uno de

los mejores indicadores del conflicto en to-

da la segunda mitad de la década. El pa-

norama, reflejado en las memorias e infor-

mes del Instituto de Reformas Sociales,

no puede ser más indicativo16. Las infor-

maciones muestran que el aumento de las

huelgas, en el número de ellas y en el de

participantes, fue imparable, si bien alcan-

zado su cenit tras el fin de la Guerra,

cuando la situación económica alcanzó su

19

El encarecimiento del pan se va convir-

tiendo en crisis general de carestía.

10. Como dijese J. PABÓN: Cambó. 1876-1918, Barcelona, Editorial Alpha, 1952, vol. 1, p. 500.

11. Véase A. ROBLES EGEA: “La Conjunción Republicano-Socialista, una síntesis de liberalismo y socialismo” en AYER (Madrid), 54, 2004. Monográfico A los 125años de la fundación del PSOE. Las primeras políticas y organizaciones socialistas, pp. 97-127.

12. M. BURGOS Y MAZO: Ob. cit., p. 76. Véase también J. PABÓN: Ob. cit., 1, 506.

13. G. H. MEAKER: La izquierda revolucionaria en España (1914-1923), Barcelona, Ariel, 1978, pp. 105 y 109.

14. L. ARAQUISTAIN: Ob. cit., p. 173.

15. M. TUÑÓN DE LARA: Ob. cit., pp. 557 y ss.

16. Véanse los cuadros ilustrativos, extraídos de esas Memorias, que aparecen en S. ROLDÁN y J. L. GARCÍA DELGADO: Ob. cit., pp. 239 y ss.

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peor momento, es decir, entre los años

1918 y 192117. Y muestran también la

enorme diferencia de actitud que se ob-

servaría en el medio urbano frente al ru-

ral. La conflictividad social no afectaría al

mundo rural sino a partir de 191918. Tan-

to el problema de las subsistencias como

el ahondamiento de la respuesta del prole-

tariado fueron asuntos esencialmente ur-

banos.

Fue entonces cuando se produjo en la or-

ganización socialista madrileña el viraje ha-

cia una conexión más estrecha de sus ac-

tividades en Madrid con todos los demás

ámbitos provinciales. La UGT en sus me-

dios de comunicación, en mítines y reunio-

nes, comienza una constante presión al

gobierno en torno a subsistencias y paro.

Se ha dicho, sin embargo, que los socialis-

tas perdieron las batallas del pan, “el pro-

blema eterno del pan en Madrid” como se-

ñalaría más tarde Julián Besteiro

en el Parlamento, porque no conse-

guían movilizar al pueblo19. El pro-

blema del pan y del fraude en su pe-

so era antiguo y de la acción socialista en

este terreno hay también testimonios tem-

pranos. Así, en 1912, el concejal socialis-

ta por Madrid y secretario general de la

UGT entonces, Vicente Barrio, fue proce-

sado por denunciar el problema al que Ca-

ballero se refiere varias veces también en

relación con el comportamiento del Ayun-

tamiento madrileño, de los aranceles de

importación y de la cuestión del fraude en

el peso. Caballero, concejal igualmente,

intervino públicamente para apoyar lo di-

cho por Barrio y denunciar las irregulari-

dades del Ayuntamiento madrileño dicien-

do que a los concejales socialistas no se

les llamaba “cuando van a tomar dinero”

otros colegas. Denunciaba el mismo asun-

to en el distrito de Chamberí20.

Aunque el problema estaba absolutamen-

te al orden del día, no fue considerado en

el congreso PSOE de 1915. En cualquier

caso Caballero se hace amplio eco de él

con cifras concretas sobre el aumento de

las importaciones de trigo en 1914, que

no habían redundado en una bajada de los

precios del pan sino que más bien había

ocurrido todo lo contrario. Los harineros

españoles habían importado más trigo y

exportado más harinas. Caballero citaba a

Marx a este efecto al decir que el libre-

cambismo era la libertad del capital, pero

no del proletariado. Iglesias, por su parte,

había pedido en el Parlamento la supre-

sión de derechos sobre trigos y harinas y

se había opuesto a que se restableciese y

se autorizase la exportación, de la misma

manera que Caballero en la Junta de

Aranceles había batallado desde 1911

por la supresión de derechos al bacalao y

otros productos. “El bacalao es en la ma-

yor parte de España la carne que come el

obrero”, dice en 191521. Pero la batalla

se perdió. Aún así, Caballero se mostraba

entonces proclive a que el partido no hicie-

se ninguna declaración oficial en materia

de aranceles sino de “proceder en cada

caso como mejor convenga a los intere-

ses de los trabajadores”, sin importar que

ese proceder pudiese ser tachado de

oportunista. “España no es Inglaterra, ni

mucho menos”, concluía. Obviamente, la

guerra agravó el problema y en 1915 hu-

bo un aumento generalizado del precio de

todos estos productos, lo que Caballero

intenta probar en sus escritos de enton-

ces con abundancia de datos estadísticos.

No sería la última vez que el dirigente

abordase el asunto de las subsistencias.

En 1915 de nuevo se denunciaba pública-

mente que los poderes públicos habían he-

cho innumerables declaraciones en las

que decían ocuparse del problema. Pero

“el gobierno es un inconsciente o ha enga-

ñado al país”. De hecho, rebajó los aran-

celes del trigo pero permitió sin tra-

bas una voluminosa exportación de

harinas. El precio del arroz había

aumentado de 38 pesetas el quin-

tal en 1914 a 60 en 1915 y, en general,

en todas las variedades del cereal la subi-

da experimentada era de más de 20 pe-

setas. El fenómeno verdaderamente signi-

ficativo era que la exportación de alimen-

tos hacia los países beligerantes era muy

superior a las importaciones que prove-

nían de ellos. El desequilibrio, según las ci-

fras aportadas por Caballero para muchos

productos, era sencillamente escandalo-

so. Escribiría, pues, con extrema ironía y

20

El librecambismo era la libertad del capi-

tal, pero no del proletariado.

17. INSTITUTOS DE REFORMAS SOCIALES: Estadística de las huelgas. Memoria que presenta la sección 3.ª Técnico-Administrativa, Madrid, Instituto de Reformas So-ciales, 1905 y ss. (La serie es anual y comienza en 1905).

18. Un estudio pionero y muy valioso de este hecho fue el que llevó a cabo el notario cordobés J. DÍAZ DEL MORAL: Historia de las agitaciones campesinas anda-luzas. Córdoba (Antecedentes para una reforma agraria), cuya primera edición apareció en 1929 y del que se han hecho múltiples reediciones posteriores,Madrid, Alianza Editorial, 1973 (4.ª ed.).

19. F. SÁNCHEZ: Ob. cit., p. 68.

20. En el mitin del 31 de diciembre de 1911.

21. El subrayado es del propio Caballero. Véase F. LARGO CABALLERO: Obras Completas. Edición a cargo de Aurelio Martín Nájera y Agustín Garrigós Fernández,Madrid, Fundación Francisco Largo Caballero/Instituto Monsa de Ediciones, 2003, 7 vols., con paginación corrida, vol. 1, p. 67.

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en letra cursiva: “el Dato (sic) que figura a

la cabeza del gobierno, y éste en pleno,

han dedicado toda su inteligencia y volun-

tad a estudiar el insignificante asunto de

las subsistencias”…22 A ello se sumaría la

actividad socialista de presión por el ade-

lanto y refuerzo de las leyes sociales que

estaban esperando, dictaminadas ya por

el IRS, y que no alcanzaban a su promul-

gación.

Al comenzar el año 1916, decisivo

en el conflicto dado el empeora-

miento de la situación social, van a

cambiar las perspectivas. Desde

marzo de ese año aparece una sec-

ción específica en El Socialista titulada “La

crisis económica”. Caballero expone aho-

ra, en un mitin del mes de enero, que las

cuestiones claves son tres: “crisis de tra-

bajo, encarecimiento de las subsistencias

y defraudación en el peso y calidad de és-

tas”23. El hecho era que la guerra no había

llevado perjuicios a las industrias, sino to-

do lo contrario, pero había empeorado la

vida de los obreros. El dinero que entraba

en España se había empleado en cosas

que no eran precisamente el fomento de

la oferta de trabajo. Las exportaciones, in-

cluidos los productos alimenticios, seguían

aumentando. Y, de nuevo, el sempiterno

asunto del pan. “¿Por qué está caro el

pan?”, se pregunta en un artículo del 15

de marzo. El asunto no parecía tener más

explicación que la acción de los acapara-

dores de trigo y harinas. La causa era que

los especuladores estaban aprovechando

las circunstancias de la guerra. La excusa

era la subida del precio de las harinas, pe-

ro Caballero demostraba con cuadros y

tablas que se importaba más trigo que

antes pero también se exportaba más. La

importación había aumentado, sobre to-

do, desde los Estados Unidos. El hecho

fundamental denunciado en aquella prima-

vera de 1916 era algo evidente: que la

guerra había hecho aumentar vertiginosa-

mente todo tipo de exportaciones con los

que los precios interiores habían aumen-

tado en la misma medida. Consecuente-

mente, se proponía la prohibición de la ex-

portación de harinas mientras durase la

guerra.

En junio de 1914, había tenido lugar el XIº

Congreso de la Unión General de Trabaja-

dores que marcó ciertas directrices dura-

deras para el sindicato de forma que que-

dó más robustecido y racionalizado en su

organización. Los estatutos experimenta-

ron una reforma significativa. El Comité

Nacional pasó ya a ser íntegramente elegi-

do por el Congreso –antes éste solo elegía

al presidente y el secretario– y a él pasa-

ron a pertenecer por vez primera dos

hombres llamados a tener en el futuro una

densa historia ugetista, Julián Besteiro y

Andrés Saborit. Pero habría que esperar

al XIIº Congreso de la Unión, celebrado los

días 13-23 de mayo de 1916, para que

se pusiera en marcha un programa que

conduciría a la huelga general de agosto

de 191724, y el hecho obedeció, más que

a la decisión de los organismos centrales

en Madrid, a la presión de los grupos de la

periferia. Concretamente, sería la delega-

ción asturiana la que insistiera ya en estas

fechas en la necesidad de poner en mar-

cha un amplio mecanismo coordinado de

la protesta generalizada ante la situación

social. En el curso del congreso, Largo Ca-

ballero, Vicepresidente de la Unión, apare-

ce debatiendo con Virginia González, vocal

de la directiva, que acusaba al Comité Na-

cional de falta de interés por el tema de

las subsistencias. Caballero, pese a su co-

nocida posición beligerante, decía

que una amplia campaña como la

reclamada por Virginia era imposi-

ble por las dificultades económicas

que se atravesaban y porque había

muy escasa movilización entre la

militancia; “en la masa faltaba entusiasmo

hasta para asistir a un mitin”, diría. De

cualquier forma, en El Socialista de 19 de

mayo se señalaba la decisión de promover

un paro general de protesta de un día de

duración y todo lo demás quedó relegado

a proyectos a más largo plazo. El Congre-

so decidió que junto al Comité Nacional

funcionase otro de representantes nacio-

nales elegido por justamente por la misma

asamblea congresual. Para aquel verano

había proyectos de manifestaciones que

hubieron de suspenderse por la huelga fe-

rroviaria declarada los días 12 a 16 de ju-

lio de 1916.

Comienza la movilización sindical

Desde 1914, la recién legalizada CNT em-

pezaría a airear en Barcelona su decisión

de poner en marcha la táctica de la “huel-

ga general”. A partir de 1916, la Confede-

ración Nacional del Trabajo perseguiría un

objetivo absolutamente análogo al socialis-

ta, como se puso de relieve en la Asamblea

21

El hecho era que la guerra no había

llevado perjuicios a las industrias, pero

había empeorado la vida de los obreros.

22. “El gobierno y las subsistencias” en Acción Socialista, 10 de octubre de 1915.

23. Mitin en la Casa del Pueblo, El Socialista, 23, enero, 1916.

24. A. SABORIT: Ob. cit., pp. 44-46. Saborit destaca la ponencia que hizo Besteiro en ese congreso a la que califica de “histórica”, pues “dio margen a la huelga re-volucionaria de 1917”. F. SÁNCHEZ PÉREZ: La actividad socialista en Madrid y la huelga general de 1917. En La sociedad madrileña durante la Restaura-ción, 1876-1931, Madrid, Comunidad de Madrid-Alfoz, 1986, vol. 2, p. 485.

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de Valencia y en el Congreso Confederal

de Barcelona de aquel verano de 1916.

Los socialistas, desde Madrid, repensa-

rían igualmente sus propias y tradiciona-

les posiciones muy restrictivas hasta en-

tonces en ese terreno de la táctica de las

huelgas. Evidentemente ello daba una di-

mensión nueva a la preparación de un mo-

vimiento que debía abarcar todo el país,

abandonando la fijación excesiva en la ac-

ción en Madrid. El comité de los represen-

tantes nacionales pedido y creado por el

Congreso socialista se compuso de las

directivas de partido y sindicato. “La Asam-

blea de Barcelona [el Congreso Confederal]

fue el impulso que de modo directo e inme-

diato contribuyó a poner en pie a la clase

obrera” escribiría Luis Araquistain. A partir

de ahí, “se hizo carne” la idea de la huelga

general nacida en marzo de aquel año, que,

de todas formas, no era sino un momento

más en un largo proceso acelerado por

causa de la guerra, “aunque los orígenes

habría que buscarlos más lejos, tal vez en

el desastre colonial de 1898…”25. A par-

tir de entonces empezaron los contactos

directos del sindicato socialista con la CNT

y de la negociación surgió la composición

de un organismo conjunto en el que se in-

tegraron por parte de los anarcosindicalis-

tas Ángel Pestaña y Salvador Seguí. El en-

tendimiento de anarquistas y socialistas

llevaría a la creación efectiva de un comité

conjunto de actuación. La conexión con los

anarcosindicalistas fue, en consecuencia,

una de las circunstancias fundamentales

en la preparación de la huelga. Pero la

preparación de la conjunción misma había

sido ardua.

Una pieza esencial de ella fue el que se lla-

mó “Pacto de Zaragoza”. La CNT, simultá-

neamente al congreso ugetista, había con-

vocado en Valencia una Asamblea Nacio-

nal. Fue el comité de Zaragoza de la CNT

el que tuvo la iniciativa de la conexión con

los socialistas, con la UGT en concreto, y

en ella el elemento clave fue Ángel Lacort.

De ella nació la firma de un pacto, hecha

en Zaragoza, que cerró el acuerdo de ac-

tuación conjunta. Siguió un mitin y un ma-

nifiesto conjuntos26. Como recuerdo de

aquella reunión queda la nota que Caballe-

ro enviaba, firmada “Paco”, a Dolores Ce-

brián, esposa de Besteiro, en la que le in-

cluía un recorte del periódico barcelonés

El Noticiero Universal, de 13 de julio de

1916, en la que se comunicaba que “Ca-

ballero, Besteiro y Vicente Barrio ‘signifi-

cados propagandistas socialistas’” perte-

necientes al comité directivo de la Unión

General de Trabajadores llegaban de Ma-

drid a Barcelona en viaje relacionado con

la alianza de esa organización y la CNT, a

través de su “Comité Asamblea Nacional

de Valencia” (sic), pactada en Zaragoza el

8 del corriente y “el acuerdo adoptado de

celebrar el domingo una manifestación en

toda España y un paro general el lunes de

22

25. L. ARAQUISTAIN: Ob. cit., p. 9.

26. A. SABORIT: Ob. cit., pp. 47-48. Según el autor, el manifiesto llevaba la fecha de 17 de julio de aquel año.

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24 horas”27. Precisamente, en relación

con ese viaje, La Vanguardia del día 14 del

mismo mes había señalado la detención

de los tres expedicionarios a su llegada a

Barcelona por obra de la Brigada de

“anarquismo y socialismo” de la policía28.

Poco después, en este mismo mes de ju-

lio, comenzaban los problemas

huelguísticos ferroviarios con la

Compañía del Norte que prolonga-

dos todavía un año después iban a

estar en el origen de la difícil deci-

sión de adelantar la fecha de la huelga ge-

neral que hubo de adoptarse. Ahora se

trataba del reconocimiento de las organi-

zaciones obreras por la compañía exigido

por los sindicatos ferroviarios29. Pero no

fue sino ya en noviembre de 1916 cuando

se alcanzó el acuerdo definitivo con la

CNT, y, subsidiariamente, se designó la fe-

cha de 18 de diciembre siguiente para el

primer gran movimiento conjunto de pro-

testa contra la carestía de las subsisten-

cias, consiguiendo la promesa de apoyo

de un pequeño número de comerciantes.

No es difícil percibir ya en el fondo de to-

das estas decisiones del verano de 1916

unos propósitos que empezaban a desbor-

dar los objetivos concretos de una protes-

ta social. Aún así, por aquellas fechas, Ca-

ballero escribía todavía sobre la intención

y perspectivas de una acción conjunta que

no contemplaba la intención política. Pues

si bien, anunciaba Caballero, “lo que sí

puede afirmarse es la significación que a

esta huelga dan los trabajadores. Esta

huelga general no es un caso de epilepsia

de las muchedumbres y, por tanto, violen-

ta o revolucionaria; no, es un movimiento

bien pensado, calculado producto de la re-

flexión y, por consiguiente, pacífico”, tam-

bién era cierto que “No puede tener, no

tiene, un carácter político determinado…”.

Los gobiernos, continuaba, venían des-

oyendo la protesta del pueblo, mientras

gastaban el dinero en “la sima marroquí”

en vez de dedicarlo a las obras públicas.

“Además de lo dicho, la huelga del [día] 18

tiene una importancia superior a todas las

anteriores huelgas generales, por ir uni-

dos al movimiento los dos organismos

obreros de España más importantes, la

Unión General y la Confederación del Tra-

bajo, después de muchos años de luchas

intestinas…” Y luego: “¿Será necesario

recurrir a procedimientos más enérgicos

para ser atendidos?”30. Además de una

declaración de intenciones y mucha pro-

posición didáctica, esto era toda una pre-

monición. En definitiva, hasta este mo-

mento, fines de 1916, los designios so-

cialistas tenían mucho más que ver con

las condiciones económicas generales del

país, cuyas peores consecuencias pesa-

ban sobre el proletariado, que con los pro-

pósitos de mucho más alcance de una

huelga política revolucionaria. Esta última

dimensión solo fue ganando peso a medida

que las condiciones de vida empeoraban sin

más respuesta política del régimen que la

pasividad.

Con la excepción de los tranviarios, el pa-

ro de veinticuatro horas de 18 de diciem-

bre de 1916 fue un éxito y contó con el

apoyo de sectores de las clases medias y

una simpatía generalizada en el país. Ca-

ballero celebra ese éxito en un artí-

culo que titula, nada menos, Sí;

todavía hay pulso, en el que reme-

mora explícitamente la célebre de-

claración de Silvela en 1898 acer-

ca de la pérdida del pulso de la sociedad

española31. De haber vivido Silvela, escri-

be, el éxito de aquella huelga unánime “es

seguro que hubiera llevado a su espíritu

escéptico algún átomo de optimismo”. Al

pueblo no le falta pulso, pero no tiene

quién lo dirija, dice. De todas formas, ha

nacido un nuevo poder contra el agio y las

inmoralidades. La clase trabajadora ha

demostrado unión. El optimismo de Caba-

llero en este momento era como el que él

le suponía a un Silvela vivo. En consecuen-

cia, perdió parte de su escepticismo so-

bre la pasividad de la clase obrera y con-

tinuó recapacitando sobre sus reticen-

cias acerca del instrumento de la

huelga. Antes de que se produjese el

movimiento, había publicado el día 16,

un breve suelto aparecido en El Liberal,

de Madrid y en El Socialista que es por

sí solo un manifiesto. Afirmaba que el

gobierno estaba preocupado por el

anuncio del paro para el día 18 convoca-

do conjuntamente por la UGT y La CNT y

enfatizaba enérgicamente el hecho de

23

Al pueblo no le falta pulso, pero no tiene

quién lo dirija.

27. Archivo de la Fundación Largo Caballero (AFLC), Fondo Julián Besteiro, 02301-021.

28. Ibídem, 02300-20. El incidente lo relata también de manera confusa LARGO CABALLERO en Mis Recuerdos… Ob. cit., pp. 40 y ss., sin fecharlo y equivocandoa lo que parece su ubicación en el tiempo.

29. Se pidió la intermediación en el conflicto del IRS y en la ponencia que éste constituyó para informar estaba Largo Caballero. El IRS reconoció que era precisauna legislación sobre ese reconocimiento. M. PALACIO MORENA: La institucionalización de la reforma social en España (1883-1924). La Comisión y el Insti-tuto de Reformas Sociales, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1988, p. 184.

30. Véase F. LARGO CABALLERO, Obras Completas... Ob. cit., vol. 1, pp. 98 y ss.

31. El Socialista, 25, diciembre, 1916.

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que “toda España sabe que los trabaja-

dores conscientes, llevan más de dos

años reclamando medidas que atenua-

sen algo la irresistible situación creada

por el encarecimiento de los artículos de

primera necesidad y la crisis de traba-

jo”. No ha habido más que palabras y pa-

labras…

En todo el proceso que llevaría a la huel-

ga de agosto, pasando por este primer

episodio de diciembre de 1916, Largo

Caballero señalaría, como el pri-

mero de los rasgos que le pare-

cían destacados, la coincidencia

total de propósitos con la anarco-

sindicalista Confederación Nacio-

nal del Trabajo. Si bien, como sabemos,

Caballero no dedicó mucho espacio en

sus escritos y comentarios a este acon-

tecimiento, está claro que durante aque-

llos meses se produjo una inflexión impor-

tante en las aceptadas ideas pablistas

sobre la huelga. Y, muy probablemente,

fue el propio Pablo Iglesias el que mayor

resistencia mostró a semejante inflexión,

porque la huelga general era, justamen-

te, la cuestión táctica ante la que más

cautelas había adoptado tradicionalmen-

te el propio Iglesias y toda la organiza-

ción32. La observación de Caballero so-

bre la unidad obrera en su preparación y

desarrollo era toda una confirmación de

posiciones básicas sobre el destino y la

actuación de clase. Y ello, justamente,

cuando se estaba recorriendo el camino

que separaba la huelga económica de la

huelga política y cuando la confrontación

con el anarcosindicalismo, una de las di-

mensiones más persistentes, aunque

tampoco constante, en la actuación so-

cialista entraba en una tregua. El segun-

do rasgo que destacaría sería el segui-

miento que tuvo en toda España aquel

movimiento de paro pacífico que prece-

dió a la huelga general, lo que despertó

muchas esperanzas. Ahora bien, los po-

deres públicos no reaccionaron en modo

alguno frente a la llamada de atención33.

Tras el éxito de diciembre de 1916 y la nu-

la respuesta del gobierno, se fueron forta-

leciendo las propuestas de pasar a una

huelga general con el objetivo ahora de ha-

cerla indefinida, o, como se decía en los

documentos del momento, “por tiempo in-

definido”. Entre los meses de enero y mar-

zo de 1917, se produjeron tres aconteci-

mientos importantes que precipitarían

nuevas acciones por parte del obrerismo

coaligado al tiempo que un decisivo des-

plazamiento del significado y alcance atri-

buidos al movimiento que se preparaba.

Uno fue el fracaso de la creada Junta de

Subsistencias, que tenía dos miembros

obreros, en su intento de poner coto a la

escalada de los precios de la alimentación;

vino después el cierre del Parlamento en

febrero, ordenado por Romanones, lo que

propiciaría el entendimiento de grupos re-

publicanos con los de oposición monárqui-

ca y desembocaría en las acciones políti-

cas de aquel verano con la apertura de

nuevas perspectivas para el propio movi-

miento obrero; por fin, el impacto de la

revolución de febrero (ya marzo aquí) en la

Rusia de los Zares.

Pero, ¿cuándo fue decidido el paso funda-

mental desde el proyecto de una huelga

general por las subsistencias hacia otro

de una gran huelga política? Todo parece

indicar que tal decisión provino, o estuvo

fuertemente influida, por la observación

de que la huelga general económica del

18 de diciembre de 1916 no había tenido

ningún efecto sobre el gobierno. Con to-

do, había un factor más y no menos

importante: el del mecanismo de

contactos y negociaciones que hizo

que los propósitos de protesta fue-

sen compartidos por grupos bur-

gueses como los reformistas, los republi-

canos históricos y los socialistas, que

mantuvieron conversaciones entre sí en el

mes de junio. Y ello sin olvidar las iniciati-

vas anarcosindicalistas en el mismo senti-

do. En definitiva, los acontecimientos lleva-

ron a nuevas reuniones en Madrid entre

representantes de la CNT (Pestaña, Seguí

y Lacort) y dirigentes socialistas y a la apa-

rición del Manifiesto conjunto de las dos

centrales el 27 de marzo de 1917 en el

que se planteaba ya tajantemente una res-

puesta obrera de signo mucho más políti-

co. De ese hecho se dedujo la toma de

medidas policiales por Romanones contra

los participantes en esas reuniones que

llevó fugazmente a la cárcel a alguno de

ellos. Se hace eco del recrudecimiento de

la acción represiva Óscar Pérez Solís en

sus memorias, pero donde mejor se sigue

su rastro es en el efecto que esas deten-

ciones tuvieron en el grupo socialista del

Ayuntamiento de Madrid.

24

Los poderes públicos no reaccionaron

en modo alguno frente a la llamada de

atención.

32 Un buen testimonio de ello lo da M. CORDERO: Los socialistas y la revolución. Temas de actualidad. Madrid, [Imprenta Torrent], 1932, p. 30. Cordero comentaque Iglesias reprochó con fuerza en Barcelona al diputado republicano Azzatti, como se lo reprocharon otros muchos, las incitaciones a la huelga a los ferro-viarios valencianos. Véase, L. GÓMEZ LLORENTE: “La huelga general como problema teórico del socialismo” en la ya citada Aproximación a la historia… Ob. cit.,pp. 261 y ss.

33. En cualquier caso, las disposiciones oficiales sobre importación y exportación de productos que constituían la base de esa rúbrica de las subsistencias llega-ron a constituir una auténtica selva legislativa en aquellos meses, donde abundaban las contradicciones y el tira y afloja en los permisos y sus revocacionesposteriores. Véase un cuadro de ellas en S. ROLDÁN y J. L. GARCÍA DELGADO: Ob. cit., 1, pp. 443 y ss.

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Pérez Solís habla de una “importante reu-

nión” en la Casa del Pueblo de Madrid “de

jefes obreros de toda España”. ¿La ra-

zón?: que el Poder público, a pesar de la

huelga general de veinticuatro horas, “no

daba muestras de atender las reclamacio-

nes populares en el asunto vital, tapadera

de otros asuntos, de la carestía de la vi-

da”. Como los discursos y decisiones fue-

ron “casi un ultimátum al gobierno”, el

Conde Romanones, “cumpliendo lo que

creía su deber de gobernante”, “encerró

en la Modelo de Madrid a casi todos los

Fierabrases reunidos en la Casa del Pue-

blo”. Exageración aparte en el lenguaje, to-

do era cierto34. En la sesión del Ayunta-

miento de Madrid de 30 de marzo se ha-

cía constar que había sido detenido el

concejal Besteiro y que se hallaban ame-

nazados de ello también Caballero y

Anguiano por sedición. El Ayunta-

miento propuso pedir al Ministro de

Gobernación la libertad de los tres.

El hombre que llevaba la voz princi-

pal en este asunto era nada menos

que Antonio Maura, alcalde a la sa-

zón, y recordaría en esa sesión que ya en

1909, con motivo de los sucesos de Bar-

celona y siendo alcalde el conde Peñalver,

se cerró la Casa del Pueblo y se encarceló

a sus dirigentes. Entonces, efectivamen-

te, se hizo una gestión con el Ministro, La

Cierva, y se consiguió la puesta en liber-

tad a los que eran concejales. Además,

Moret, Canalejas y Romanones habían pu-

blicado entonces un Manifiesto protestan-

do de la clausura de la Casa del Pueblo. Y

era precisamente ahora el ministro Roma-

nones el que cometía el mismo error. Pe-

ro en esta ocasión, el alcalde de Madrid

señaló que la detención de los concejales

era cosa de la “autoridad judicial” y que la

petición de libertad no habría tenido efecto.

La corporación madrileña, en cualquier

caso, consideraba abusiva la medida, si

bien hubo ciertos miembros de ella que

propusieron la inhabilitación de estos con-

cejales y de ello hay huellas en el acta de

la sesión de 31 de mayo.

El Manifiesto incriminado del mes de mar-

zo, redactado seguramente por Besteiro,

empezaba destacando el éxito del 18 de

diciembre pasando luego a señalar cómo

“las condiciones insoportables de nuestra

vida, agravadas, sin duda, y puestas de re-

lieve por la guerra europea” eran el resul-

tado de “un régimen tradicional de privile-

gios”, de una “desenfrenada inmoralidad”,

que tenía en los poderes públicos su me-

jor apoyo y amparo. Nada se había hecho

por remediarlo. La guerra de Marruecos,

otro objetivo constante de la crítica socia-

lista, era la “sangrienta y vergonzosa ruina

de España”. El proletariado organizado “ha

llegado así al convencimiento de la necesi-

dad de la unificación de sus fuerzas”. En

consecuencia, se habían adoptado acuer-

dos por parte de las organizaciones, tanto

en el último Congreso de la UGT como en

la Asamblea de Valencia de la CNT, “con el

fin de obligar a las clases dominantes a

aquellos cambios fundamentales de siste-

ma que garanticen al pueblo el minimum

de las condiciones decorosas de vida y de

desarrollo de sus actividades emancipado-

ras” para lo cual iba a recurrirse a la “huel-

ga general, sin plazo definido de termina-

ción”. Firmaban el documento muchos

representantes regionales de UGT y CNT

–por ésta Seguí y Pestaña– y entre ellos fi-

guraban por la UGT Caballero, Besteiro,

Barrio, Saborit y bastantes dirigentes

más.

La expresión cambios fundamentales de

sistema y la alusión a las actividades

emancipadoras eran claves, sin duda, y

marcaban bien el salto a propósitos que

iban más allá de la reclamación por las

malas condiciones de vida. El movimiento

entraba en su fase clara de ruptura con la

situación política, con el régimen. Pero,

además, Largo Caballero en un mitin de

ese mismo día de marzo, tenido en la Ca-

sa del Pueblo, volviendo de nuevo sobre el

problema de las subsistencias, entraba

ahora ya, con un discurso bastante viru-

lento, en otros terrenos. Recorda-

ba cómo en el último Congreso de

la UGT, el XIIº, de mayo de 1916,

“se consideró insostenible la situa-

ción de la clase obrera española” y

cómo se habían emprendido accio-

nes de acuerdo con la CNT. Pero

éstas no habían surtido efectos, como

tampoco el paro del 18 de diciembre ante-

rior. Por tanto, “se imponen los procedi-

mientos extremos, una apelación suprema

al arma más poderosa del proletariado:

la huelga general por tiempo indefinido”.

La afirmación despertó prolongadas ova-

ciones35.

De todas formas, en boca de Caballero en

este momento lo fundamental era la de-

claración explícita de que “esta huelga per-

seguirá una transformación completa de

la estructura económica del país y de la

estructura política también, derribando

cuanto contribuye al sostenimiento de lo

que por más tiempo no puede subsistir”.

25

Obligar a las clases dominantes a cam-

bios fundamentales de sistema que ga-

ranticen al pueblo el minimum de las

condiciones decorosas de vida.

34. O. PÉREZ SOLÍS: Memorias de mi amigo Óscar Perea, Madrid, Artes Gráficas (s.f.: 1929), pp. 156-157.

35. Crónica en El Socialista, 28 de marzo de 1917. Obras Completas… Ob. cit., 1, p. 127.

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Los propósitos habían dado un vuelco de-

cisivo. El propósito revolucionario queda-

ba así definitivamente establecido: lo que

no podía subsistir era, sin duda, la Mo-

narquía. En consecuencia, “la clase obre-

ra organizada” –en expresión cuasi tau-

matúrgica empleada sistemáticamente

por Caballero– era consciente de que den-

tro del régimen existente no se podía ha-

llar remedio a una situación miserable, si

es que no se abandonaba la lucha de cla-

ses y, por tanto, habría de dedicarse,

“desde mañana”, a preparar ese otro mo-

vimiento “para que cuanto antes pueda

ser realizado”36.

A la altura de marzo de 1917, la nueva di-

mensión política de las posiciones obreras

estaba, pues, adoptada y ello explica la

reincidencia en la búsqueda decidida de

conexiones en otros sectores y ámbitos

políticos, al tiempo que muestra que para

el éxito de la actuación se tenía como fun-

damental la consolidación de ciertos pre-

supuestos entre los que había uno incues-

tionable: que esa gran acción pudie-

se contar con aliados fuera de la

clase obrera. El 28 de abril, Caba-

llero escribe un texto vibrante, que

se publica el día 5 del mes siguiente en El

Liberal de Bilbao, en el que anuncia el

acuerdo de la UGT y la CNT de declarar,

“en momento oportuno”, “una huelga ge-

neral por tiempo indefinido”. Allí se insiste

en la petición de cambio del sistema y en

la afirmación de que “no es una huelga ge-

neral como las hasta ahora realizadas, de

simple protesta, no; esta huelga persegui-

rá una transformación completa de la es-

tructura política y económica del país”.

Caballero apostaba por un punto de parti-

da que no podía ser otro que la unidad de

todo el proletariado como clave del éxito.

Una de las grandes pruebas de la huelga,

o de las grandes apuestas, era, por tanto,

la de unanimidad y unión del proletariado,

elemento esencial sobre el que con el pa-

so del tiempo se volvería, si bien con suce-

sivos fracasos. Los privilegiados, diría, en-

tienden bien que aquella huelga proyecta-

da “es la revolución que va a derrocar el

sistema político presente” y por ello pre-

tendían “estrangular el movimiento en sus

comienzos”. Que esto no era retórica de

propagandista lo probarían los hechos

cuando el gobierno en el verano entrase

de lleno en la búsqueda de esa ruptura de

los elementos coaligados y actuase me-

diante la provocación. Al tiempo que en el

mes de junio hacían su aparición pública

las Juntas de Defensa, la situación política

aceleró intensamente su inestabilidad.

Melquíades Álvarez o Alejandro Lerroux

saludaron la aparición de aquellas. Los so-

cialistas las interpretaron como un pro-

ducto más de las arbitrariedades del régi-

men y consideraron indignas las concesio-

nes que el poder civil había hecho a las

presiones militares.

Ya en el mes de julio, a la vista de los

acuerdos adoptados por la Asamblea de

Parlamentarios, la CNT presionaba de tal

manera para la pronta declaración de la

huelga general en Cataluña que Caballero

fue comisionado para ir a Barcelona para

convencer a la Confederación de que la

declaración debía aplazarse para mejorar

su preparación37. La misión se materializó

en la entrevista en el paraje de Las Pla-

nas, cerca de Vallvidriera, en pleno mon-

te, con representantes confederales. La

entrevista no fue cordial sino más bien lle-

na de tensiones y acusaciones fuertes,

aunque Caballero consiguió aplacar las ur-

gencias y justificar el contacto con “políti-

cos burgueses” del que era acusada la

UGT por los anarquistas. Ángel Pestaña,

presente en la reunión, confirmó que él y

Seguí había apoyado igualmente esa inteli-

gencia con Lerroux y Melquíades Álvarez

de acuerdo con el Comité de la Confedera-

ción. Por tanto no había razón para acu-

saciones mutuas.

Y es que, efectivamente, el 16 de junio an-

terior se conocía que, además de haber un

nuevo entendimiento entre republicanos y

socialistas, “un Comité –en el que figuraban

Melquíades Álvarez, Lerroux, Largo Caba-

llero y Besteiro– preparaba un movimiento

revolucionario de cuya finalidad habló

Pablo Iglesias en El Socialista exhor-

tando a “abrir camino…al ‘régimen

republicano’”. Reverdecía, pues, una

“nueva conjunción republicano-socialista”, lo

que el autor que citamos ve sencillamente

como un proceso de subversión política38.

El alboroto de los anarquistas disparando

sus pistolas al aire al regreso de la reunión

aludida alteró, sin duda, a Caballero, pero

las versiones que exponen de este asunto y

de la reunión Caballero por una lado y Án-

gel Pestaña por otro difieren en algún pun-

to, como el del miedo pasado por Caballe-

ro, y, sobre todo, dejan ver el abismo de

26

La unidad de todo el proletariado como

clave del éxito.

36. Todo en ibídem. El subrayado es nuestro.

37. F. LARGO CABALLERO en Mis Recuerdos… Ob. cit., pp. 49 y ss. En Barcelona se reunió con los socialistas Comaposada y Escorza al llegar a la estación deSants.

38. Es lo que afirma sobre estos hechos J. PABÓN: Ob. cit., 1, p. 500. Véase la versión de G. H. MEAKER: Ob. cit., p. 113, basándose en crónicas del tiempo y lade A. SABORIT: Julián Besteiro, Buenos Aires, Editorial Losada, 1967, pp. 132 y ss. También J. J. MORATO: El partido socialista obrero, Madrid, BibliotecaNueva (s.a.: 1918), [Reedición de Madrid, Editorial Ayuso, 1976], passim.

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concepciones que, en el fondo, seguían se-

parando a una organización de la otra39.

Sobre el momento en que la huelga gene-

ral había de declararse no llegó a estable-

cerse acuerdo alguno. Ahora bien, y este

es un punto central en todo el episodio,

los planes para su desencadenamiento se

vieron decisivamente alterados, y hasta es

posible que, en parte al menos, su éxito

también, por la declaración de la huelga

ferroviaria que tuvo como epicentro a Va-

lencia y que hizo que toda la prepa-

ración se viera bruscamente sacu-

dida. La Federación Ferroviaria de

la UGT tenía como secretario a Da-

niel Anguiano, y su comité en pleno

estaba al tanto de que no podía desenca-

denarse ningún conflicto previo que altera-

ra los planes de huelga general. Una pri-

mera declaración de paro en los ferroca-

rriles de Valencia se puso en marcha

coincidiendo con la Asamblea de Parla-

mentarios en Barcelona y dio lugar a la

apertura de negociaciones entre empresa

y trabajadores, lo que detuvo momentá-

neamente el movimiento. Pero, en el for-

cejeo, la Compañía del Norte se mostró

inflexible, con el apoyo del gobierno, según

la común creencia40, en un tema primor-

dial, el de la readmisión a los despedidos.

Sea como fuese, Anguiano no pudo dete-

ner las decisiones de los dirigentes ferro-

viarios de ir de nuevo a una huelga general.

Seguramente es Caballero el que mejor

describe la delicadísima tesitura en que

aquél propósito colocó a la UGT y a toda la

infraestructura unitaria para la huelga ge-

neral prevista. El sindicato era consciente

de que no podía dejar de apoyar esa huel-

ga donde se jugaba la supervivencia de

una importante federación sindical si la de-

rrota era contundente. Pero apoyarla sig-

nificaba poner en serio peligro la posibili-

dad de la huelga general; “ir al movimiento

revolucionario sin estar preparados era ir

al fracaso seguro”41. Caballero llegará a

afirmar que la clave de aquella situación

insostenible creada por los ferroviarios fue

el exceso de ardor profesional pero, sobre

todo, “el cretinismo de su secretario gene-

ral”, es decir, Anguiano. Caballero se equi-

voca y, además, debe tenerse en cuenta

que esto se escribía en 1940, después de

consumada hacía muchos años la trayec-

toria divergente de Anguiano42. Fuese co-

mo fuese, el apoyo fue la decisión que se

adoptó.

Es evidente que el gobierno estaba muy in-

teresado en que la huelga ferroviaria de-

clarada en tan inoportuno momento no tu-

viese solución porque así arrastraba a las

asociaciones obreras a una decisión pre-

matura sobre la huelga general. La convic-

ción de que la huelga de los ferroviarios

del verano fue mantenida y provocada por

el gobierno era unánime y de ella partici-

paban no solo todos los socialistas sino

gentes tan heterogéneas como Cambó,

Lerroux, el coronel Márquez presidente de

las Juntas de Defensa, o el entonces capi-

tán Julio Mangada defensor después de

algunos de los implicados como colabora-

dores del comité de huelga, por poner

ejemplos. Se decidió declarar esa huelga

para el día 13 de agosto, lunes, con lo que

se superponía a la anunciada huelga ferro-

viaria que debía comenzar el día 10. El co-

mité de huelga general de las organizacio-

nes socialistas se constituyó con cuatro

miembros, Caballero y Anguiano por la

UGT y Besteiro y Saborit por el Par-

tido.

La huelga general revolucionaria

El 12 de agosto aparecía el Manifiesto A

los obreros y a la opinión pública en el que

se exponían los fundamentos, motivos y ob-

jetivos de la huelga declarada, al que acom-

pañarían unas “Instrucciones para la huel-

ga” en las que se insistía en que ésta sería

pacífica, que solo se emplearía la violencia

como defensa, y en que sería indefinida. El

Manifiesto decía, entre otras cosas:

“pedimos un gobierno provisional que

asuma los poderes ejecutivo y modera-

dor y prepare, previas las modificacio-

nes imprescindibles en una legislación

viciada, la celebración de elecciones sin-

ceras de unas Cortes Constituyentes.”

No estaba firmado por Pablo Iglesias, sino

por Caballero como Vicepresidente y por

Anguiano como vicesecretario, por la UGT,

y por Besteiro y Saborit por los mismos

27

No podía desencadenarse ningún con-

flicto previo que alterara los planes de

huelga general.

39. A. PESTAÑA: Lo que aprendí en la vida (I), Zero, Algorta, 1971, pp. 57 y ss. El mismo texto y otros de Pestaña pueden verse en Trayectoria Sindicalista. Pró-logo de Antonio Elorza, Madrid, Ediciones Tebas, 1974. Pestaña insiste en el susto de Caballero y en la dureza de la entrevista. Afirma de Caballero que “senotaba el terror que todo aquello le producía”. Caballero niega tal cosa y señala que le parecía absurdo –y lo era– que se tomasen tantas precauciones parala entrevista y a su final el divertimento fuese disparar las pistolas. La impresión que Pestaña sacó de una entrevista anterior con Pablo Iglesias, en julio, fueaún peor, pues éste se permitió contraponer “los obreros manuales” con “nosotros, los intelectuales”. Ibídem, p. 63.

40. Una discusión convincente de esta creencia en F. J. ROMERO SALVADÓ: España, 1914-1918. Entre la guerra y la revolución, Barcelona, Crítica, 2002,pp. 145 y ss.

41. F. LARGO CABALLERO: Notas históricas de la guerra de España (1917-1940)... Ob. cit., p. 21.

42. Caballero escribe esto en la citada Carta abierta a Luis Araquistain, después de muchos años y muchas vicisitudes pasadas.

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cargos en el PSOE. Es decir, los miembros

del Comité de huelga. En otro documento

aparecido al tiempo, se exponía la impor-

tante cuestión de la formación de un Go-

bierno Provisional una vez triunfante la

huelga. Otro más estaba dirigido específi-

camente a los obreros madrileños incitán-

doles a la movilización. La huelga fue con-

testada por el gobierno con la declaración

del estado de guerra y el comienzo de una

dura represión protagonizada por el ejérci-

to que estuvo absolutamente al lado de los

poderes públicos. El día 14 se detuvo al

Comité de huelga cuando estaba alojado

en casa de un militante sindical (precisa-

mente en la madrileña calle del Desenga-

ño, ironía que destaca G. H. Meaker) cosa

de la que el ministro de la gobernación,

Sánchez Guerra, dio a la prensa una

versión completamente falsa. Sus

miembros fueron conducidos a la

prisión militar donde fueron indeco-

rosamente tratados, incluso obli-

gándoles a desnudarse43. Se les

conminó a permanecer en sus celdas dan-

do órdenes de disparar si se acercaban a

la puerta o ventana.

El seguimiento fue desigual y los sitios con

enfrentamientos más graves fueron Ma-

drid, con encuentros sangrientos en la zo-

na fundamentalmente obrera de Cuatro

Caminos, y el empeño a ultranza del go-

bierno de que no se detuviesen los tran-

vías, el entorno de Barcelona (Sabadell,

Badalona), Vizcaya, Valencia y sitios como

las minas de Riotinto en Huelva, pero no

tuvo resonancia en muchos lugares del

interior del país44. Por supuesto, no arras-

tró al mundo campesino. El número oficial

de muertos que aquel evento produjo has-

ta su terminación el día 16 fue evaluado

por el gobierno en algo más de setenta; la

cifra real es seguramente más del doble

de esa, a la que hay que añadir la de heri-

dos45. En su actuación, el gobierno, sobre

todo a través del Ministro de la Goberna-

ción, José Sánchez Guerra, procedió tam-

bién a una eficaz campaña de desinfor-

mación, censurando la prensa, publican-

do manifiestos falsos y acusando a los

huelguistas de ser revolucionarios, utili-

zar la violencia y estar pagados por los

aliados, lo que en modo alguno respondía

a la verdad.

Como acontecimiento histórico de gran

calado, es preciso señalar que, de ser un

movimiento que estuvo gestándose como

respuesta a un conflicto clásico de subsis-

tencias, la huelga de agosto pasó a tener

un contenido político explícito y, en ese

sentido, a ser un movimiento revoluciona-

rio en muy corto plazo de tiempo. Esa

transformación rápida dejó claramente su

huella en la concepción y preparación del

movimiento. El hecho de que los movimien-

tos huelguísticos empezasen pensados co-

mo un movimiento social, “de protesta”, que

llegarían a desembocar en un movimiento

político de perfiles revolucionarios pero

que permaneció en esa su primera fase

durante bastante tiempo, no ha sido, sin

embargo, suficientemente destacado por

ciertos autores. La afirmación de G. H.

Meaker, uno de sus mejores analistas, de

que aquel movimiento tenía fundamental-

mente una dimensión política por parte de

los socialistas “de ayuda a las clases me-

dias españolas a hacer la revolución de-

mocrática que aquellas eran demasiado

débiles para hacer por sí solas”, no puede

discutirse; “la huelga general de agosto de

1917 sería, sobre todo, una huelga políti-

ca de objetivos concretos: que el rey se

fuera, creación de un gobierno provisional

y convocatoria de unas cortes constituyen-

tes que dirigieran la restauración de la vi-

da nacional”46. Cierto. Pero ese en-

foque olvida por completo que los

orígenes estaban mucho más enrai-

zados, en realidad, en la propia me-

cánica doctrinal de la huelga reivin-

dicativa que siempre mantuvo la or-

ganización socialista. Hemos visto cómo

Caballero marca bien el paso de una situa-

ción a otra. Seguramente es menos acep-

table todavía, porque ignora igualmente

los precedentes, la afirmación de que “la

huelga de 1917… al menos desde la pers-

pectiva de los dirigentes del PSOE y de la

UGT, no fue precisamente un intento de

revolución proletaria tras la etapa aristo-

crática (Juntas de Defensa) y burguesa

(parlamentaria), sino más bien un arma

para facilitar el acceso de la burguesía li-

beral al poder y del partido socialista a al-

guna cartera ministerial”47.

28

La huelga general de agosto de 1917

sería, sobre todo, una huelga política de

objetivos concretos.

43. Según el relato que Julián Besteiro hizo de estos sucesos en su discurso de 1918 en el Parlamento. Los sucesos de agosto ante el Parlamento. Discursosíntegros… Prólogo del Dr. Simarro. Madrid, Editorial LIF, 1918.

44. Una síntesis detallada de los acontecimientos se expone en J. A. LACOMBA: Ob. cit., pp. 249-287. Las minas de Riotinto habían sido una empresa muy con-flictiva siempre donde la actuación de la UGT generó controversias en el sindicato como las de 1911 en las que Caballero fue bastante atacado. El líder deaquellas acciones fue González Egocheaga. El hecho de que la huelga calase allí es prueba de que ese grado de conflictividad seguía siendo alto.

45. Ibídem, 271 y, sobre todo, Apéndice II, p. 515.

46. G. H. MEAKER: Ob. cit., pp.110-111.

47. C. FORCADELL: Parlamentarismo y bolchevización. El movimiento obrero español, 1914-1918”, Barcelona, Crítica, 1978, p. 33.

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Por otra parte, los autores se olvidan

completamente del peso del anarcosindi-

calismo, aunque parece claro también que

los anarcosindicalistas cedieron a los so-

cialistas la dirección y el protagonismo.

Pero la idea misma de una huelga general

revolucionaria es realmente de los anar-

quistas o anarcosindicalistas. Y esto es lo

que añade connotaciones importantes a

una historia como la de las organizaciones

socialistas españolas que tan escrupulo-

sas habían sido, y tan restrictivas, en el

uso del instrumento de la huelga. En cual-

quier caso, es evidente que estos dirigen-

tes no pensaban que el régimen podía ser

derribado declarando una huelga general

pacífica y manteniéndola por plazo ilimita-

do sin más fuerzas que las del movimiento

obrero. La creencia de que se contaba

con aliados era esencial, aliados en el Ejér-

cito y en la burguesía enemiga de la Mo-

narquía, o, sencillamente, republicana.

Por muy diversas razones, que pesaron

sobre la preparación, la oportunidad y la

naturaleza de las fuerzas contra las que

se dirigía, la huelga general política de

agosto de 1917 fue absolutamente derro-

tada. Aunque no pudieron elegir el mo-

mento preciso para su declaración, quie-

nes la dirigieron estaban convencidos de

que la situación del país y el estado de sus

fuerzas sociales y políticas apoyaban la

oportunidad de ir a aquel gran movimien-

to. La huelga tuvo unas raíces casi absolu-

tamente endógenas; ni hubo participación

extranjera alguna, contra lo que el gobierno

denunció, ni el cansancio general ante la

Guerra o la imagen de la revolución en Ru-

sia actuaron como acicates determinantes.

Pero si la situación de guerra no fue un de-

terminante decisivo si se encontraba, claro

está, en el origen del conflicto por su im-

pacto continuado sobre las condiciones de

vida de las capas bajas de la población.

El tradicional recelo socialista sobre el em-

pleo de la huelga en la lucha obrera se vio

aquí confrontado con una situación excep-

cional. Desde 1916, El Socialista empieza

a tratar de la huelga general con mayor

frecuencia lo que indica el debilitamiento,

o, cuando menos, las crecientes dudas,

en las persistentes reticencias socialistas,

bien conocidas48. Claro está que la con-

cepción de la huelga que encarnaba Caba-

llero, que no era sino derivación directa de

las ideas pablistas, hubo de confrontarse

con esta prueba de mayor envergadura

que ninguna anterior. La posición que se

29

48. F. SÁNCHEZ: Ob. cit., p. 480.

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acabaría adoptando ante la huelga gene-

ral no es en este caso patrimonio de nin-

gún grupo ni sector de dirigentes49 sino

que representa claramente el pensamien-

to del socialismo en su conjunto como ex-

presa con bastante claridad Besteiro50.

Cuando Dato, Presidente del Gobierno du-

rante la huelga y Ministro de Estado en el

siguiente gabinete, interpela a los socialis-

tas diciendo: “¿Por qué camino lleváis al

partido socialista, que siempre ha repudia-

do la huelga general?”, el ministro no ha-

cía sino expresar una creencia extendida y

común sobre las posiciones doctrinales

socialistas. Pero la respuesta de Besteiro

es contundente. Diría que el partido socia-

lista salía al paso “de aquellos que consi-

deran la huelga general como una pana-

cea que cura todos los males en todas las

ocasiones y que lo están predicando en to-

do momento”, lo que representaba

una clara referencia a las posicio-

nes anarcosindicalistas. Pero, de

otra parte, que la huelga general

“es necesaria en algunas circuns-

tancias, no solamente está claro en

sus predicaciones [del socialismo]

sino en sus actos de 1909 y 1911”51.

Decir, como decía Dato, que la huelga ge-

neral no era ya aplicada por nadie era ce-

rrar los ojos a la evidencia de lo que esta-

ba pasando en Europa. Y Besteiro se de-

tenía en el caso alemán, país en guerra

donde se producía una huelga general en

enero de 1918 que organizan los socialis-

tas como presión para el final de la guerra

y la mejora de las condiciones de vida de

la población. Un huelga política también.

Todo ello basado en la idea clave, no obs-

tante, de la necesidad de toda huelga, y

más de esta envergadura, de estar “bien

organizada”. Sería en el libro Presente y

Futuro de la Unión General de Trabajado-

res, aparecido en 1925, donde, al hilo del

comentario de las Estatutos de la UGT, Ca-

ballero insista en que, como dice el artícu-

lo 2.º de tales estatutos, “La Unión Gene-

ral de Trabajadores de España se propone

realizar su objeto apelando a la huelga

bien organizada”52. Pero el caso de 1917

distaba de ser un buen ejemplo. Se trata-

ba de una situación excepcional y esa era

su única justificación. Si bien se contrapo-

nía a la doctrina mantenida siempre por

los anarcosindicalistas, “para que se vea

bien la diferencia de orientación y de tácti-

ca que representa ante los procedimien-

tos anarquistas”, decía, lo ocurrido estaba

en contradicción con lo mantenido reitera-

damente. La huelga no debe entablarse

cuando se quiera sino cuando se pueda:

“la UGT se opuso siempre a la declaración

de huelgas irreflexivas”. De la huelga no

debe hacerse uso sino cuando está per-

fectamente preparada, las cajas de resis-

tencia dispuestas y siempre que no todas

las secciones ni oficios la declarasen al mis-

mo tiempo. Las huelgas ponían siempre

en peligro la organización tan dificultosa-

mente montada del movimiento obrero, su

perdida deprimía a los trabajadores.

Caballero, vicepresidente de la UGT en

aquel momento, desempeñó, en definitiva,

un papel más instrumental que otra cosa;

distinto, desde luego, del de Besteiro, pe-

ro ambos fueron, en todo caso, “los dos

dirigentes más destacados de 1917”,

“sus guías espirituales”, hombres modera-

dos ambos que creyeron en la oportuni-

dad decisiva que se presentaba al movi-

miento obrero y que no prestaron en

aquella ocasión una atención decisoria al

criterio de Pablo Iglesias53. Un papel acti-

vo en todo el proceso de preparación de

la huelga, pero está claro que al final las

cosas no se desarrollaron como los diri-

gentes esperaban, sino que fue “un movi-

miento que ninguno queríamos”, pe-

ro que hubieron de aceptar “por no

dejar abandonados a los trabajado-

res en momentos tan difíciles y crí-

ticos”. Caballero tuvo una interven-

ción notable en la gestión del pacto

con los anarcosindicalistas. De ese

pacto iba a nacer la inclinación futura, frus-

trada a la postre, hacia el pacto duradero

entre las dos grandes centrales si no a la

fusión misma, según se intentó en más de

un momento de los años venideros.

Consecuencias de la gran prueba

Según es por demás conocido, la derrota,

sangrienta, de la huelga general revolu-

cionaría tuvo entre otras consecuencias

30

Las huelgas ponían siempre en peligro

la organización tan dificultosamente

montada del movimiento obrero, su per-

dida deprimía a los trabajadores.

49. Por lo que tampoco parece del todo adecuada la matización de G. H. Meaker entre “mayoritarios”, Besteiro, Fabra, Torralba Beci y “minoritarios”, Caballero,Saborit, Acevedo, más políticos los primeros y más sociales los segundos. G. H. MEAKER: Ob. cit., p. 111.

50. Discurso parlamentario de mayo de 1918 que comentamos después.

51. Se refería, claro está, a la intervención de los socialistas en 1909 con la agitación contra la guerra de Marruecos y en 1911 con la gran oleada huelguísticaque ya hemos relatado. Véase J. C. ULLMAN: Ob. cit., pp. 284 y ss.

52. El subrayado aparecía en el texto de la obra.

53. G. H. MEAKER: Ob. cit., p. 120.

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inmediatas la de llevar a la cárcel por sedi-

ción a los componentes del comité de

huelga. Los encartados, Besteiro, Caba-

llero, Anguiano, Saborit, en concepto de

autores y Gualterio José Ortega Muñoz,

Luis Torrent, Mario Anguiano, Manuel

Maestre y Abelardo Martínez Salas en el

de cómplices, fueron sometidos a un Con-

sejo de Guerra acusados de un “delito

frustrado de sedición militar” y un “delito

consumado de rebelión común”.

Actuó como defensor del comité de

huelga el capitán Ramón Arronte

Girón. A Gualterio Ortega lo defen-

dió el capitán de Infantería Julio

Mangada. La sentencia de 29 de septiem-

bre de aquel mismo año, ratificada el 5 de

octubre por el Capitán General de Madrid,

Conde del Serrallo, calificaba de sedición

el delito cometido y condenaba por él a

nueve de los procesados mientras absol-

vía a Virginia González Polo, vocal del Co-

mité Nacional de la UGT, y Juana Sanabria

Martínez –en cuya casa se habían alber-

gado– del delito de colaboración54. El juez

instructor había sido el coronel Gustavo

del Amo Díaz. Según lo expuesto por Bes-

teiro55, los jueces hubiesen deseado una

pena menor, pero el asesor jurídico del tri-

bunal, sin duda instigado por el gobierno,

insistió en su criterio de imponer la mayor

pena por un delito más grave. Las Juntas

de Defensa por su parte entendían que

una condena grave comprometía aún más

el papel del ejército ante la opinión popular.

Los cuatro principales encartados serían

condenados a reclusión e inhabilitación

perpetua y cinco procesados más a penas

menores, de entre ocho y dos años de

cárcel. Las penas incluían además al pago

de indemnizaciones por los daños produci-

dos y los que se suscitaran por reclama-

ciones de los afectados. Los penados a

perpetuidad fueron conducidos al Penal de

Cartagena. Otros personajes, como el di-

putado Marcelino Domingo, fueron juzga-

dos ante tribunales civiles. Sin embargo,

las condenas más severas no tardaron

mucho tiempo en ser amnistiadas y los

ilustres socialistas repuestos en todos sus

derechos, aunque ello ocurrió por una vía

peculiar. Se produjo una amplia campaña

popular de solidaridad con ellos y al fin fue

el recurso a la vía política el que resolvió la

situación. Los cuatro condenados fueron

incluidos en las listas de candidatos al Par-

lamento por el partido socialista, y los que

eran concejales por Madrid también en las

listas correspondientes. En las elecciones

legislativas celebradas el 24 de febrero de

1918 fueron elegidos diputados Besteiro,

Caballero, Anguiano y Saborit. Caballero lo

fue por Barcelona. Junto a Pablo Iglesias

e Indalecio Prieto, estos cuatro diputados

conformarían la minoría de seis que el so-

cialismo llevó al parlamento aquel año en

un éxito desconocido antes en los tiempos

de la conjunción republicano-socialista.

Los que eran concejales en el Ayuntamien-

to madrileño serían igualmente repuestos

en sus cargos.

Sin embargo, en ambos casos el hecho no

dejó de provocar resistencias en otros

grupos políticos. La amnistía llegó el día 8

de mayo de 1918 y fue concedida a los

nueve condenados, en comunicación fir-

mada por el mismo juez Gustavo del Amo.

El documento que la concedía a Caballero

describía a éste como “de 48 años de

edad, 1,656 metros de estatura, pelo

castaño, ojos pardos (sic), nariz recta, ca-

ra oval, barba poblada, color sano”, con-

junto de rasgos, desde luego, en el que se

acertaba menos que medianamente.

La reposición de los concejales del

Ayuntamiento madrileño, Caballero,

Besteiro y Anguiano, estuvo prece-

dida de un episodio curioso de re-

sistencia que afectaba al primero

de ellos, el más destacado por su labor,

que tuvo lugar el 24 de noviembre ante-

rior. En ese día, un candidato por el distri-

to de La Inclusa, el mismo que represen-

taba Caballero, Nicolás Leopoldo Farge,

junto a dos electores, presentaban un es-

crito de reclamación ante la Junta Electo-

ral solicitando la no admisión del candida-

to socialista, proclamado concejal el día

15 anterior, en razón de su condena pre-

via a inhabilitación perpetua. La reclama-

ción exhibía la condición de inelegibles de

los candidatos socialistas electos y se diri-

gía contra Caballero porque el reclamante

en cuestión obtendría la concejalía de

cumplirse la inhabilitación. No obtuvo sa-

tisfacción porque la amnistía se produjo

antes de que hubiese resolución.

Una vez materializada la amnistía, la vota-

ción parlamentaria sobre la admisión de

los nuevos diputados amnistiados tuvo

igualmente un amplio eco en la prensa del

día 18 de mayo56. En las Cortes, la resis-

tencia a la admisión de los diputados elec-

tos en virtud de su condena a inhabilitación

31

Los cuatro condenados fueron incluidos

en las listas de candidatos al Parlamen-

to por el partido socialista.

54. De todo el proceso y de su sentencia final publicó El Socialista un folletón a manera de suplemento en 1918. De él tomamos los datos expuestos.

55. En el discurso parlamentario que comentamos después.

56. Hay un dossier muy completo de ello de la Agencia ACE, enviado a Besteiro, en AFLC, Fondo Besteiro, 2300-005, papeles procedentes de Besteiro y su es-posa Dolores Cebrián.

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perpetua estuvo capitaneada por carlistas

e integristas y tuvo una voz destacada en

ella el diputado integrista Manuel Senante,

conocido publicista de esa línea, que man-

tuvo una proposición de no admisión de

los expresidiarios como diputados. Tampo-

co prosperó. El periódico El País reprodu-

cía una larga lista de noventa y ocho nom-

bres de los que habían votado a favor de

la moción. Entre los que lo hicieron en

contra figuraban seis diputados carlistas e

integristas, entre ellos Senante, Víctor

Pradera, Llorens –el creador de las inci-

pientes milicias carlistas– y Domínguez

Arévalo, conde de Rodezno, pro-

hombre de la historiografía carlista

más devota, académico de la Histo-

ria y ministro de Franco años des-

pués. El Universo titulaba “Los so-

cialistas en el Parlamento” y decía

que muchos diputados abandona-

ron la sala para no tener que votar

–lo que resulta, pues, ser una prác-

tica antigua…–, noticia tomada del ABC

del día anterior.

Prieto ya había tomado posesión de su es-

caño anteriormente, pero los de Cartage-

na, a decir del periódico, fueron recibidos

por algunos con “desdén, risa irónica y po-

co aprecio”. En el banco azul se hallaban

presentes Alba y Cambó, el primero de los

cuales hizo, de todas formas, un discurso

en contra de Pradera. La gente se reía en

los pasillos. En fin, Iglesias y Prieto eran

diputados, pero lo eran “por chiripa”, por

casualidad, decía. El rotativo oficial inte-

grista, El Siglo Futuro, publicó el dictamen

de Senante en la discusión del Congreso,

tenida el día 16, en una crónica titulada

“Impugnación del dictamen parlamentario”.

El dictamen, que, sin duda, produjo gran

indignación entre los amnistiados, y al que

en debate posterior no dejarían de referir-

se, Caballero entre ellos, fue respondido

por el publicista radical y crítico anticleri-

cal Luis Morote en nombre de la comisión.

En fin, el periódico de inspiración militar El

Ejército Español daba cuenta de que cuan-

do los amnistiados llegaron al Congreso di-

jeron que su propósito era que se discu-

tiera en el parlamento lo sucedido en el

mes de agosto anterior. La oposición del

periódico a la amnistía era también com-

pleta, con el plausible argumento de que

era inaceptable que el parlamento se ocu-

pase de tales cosas cuando los problemas

de España eran tales, en medio de dificul-

tades de todo orden, que aquella institu-

ción debería tener “propósitos más altos”.

Con este ambiente previo, se desarrolló,

en efecto, la discusión sobre los sucesos

de agosto en el Parlamento, que comenzó

el día 28 de mayo y que adquirió particu-

lar relieve y encono con alteraciones del

orden en el interior de la Cámara. El fondo

jurídico-político formal del asunto fue la

discusión de la legalidad de la suspensión

de garantías que el gobierno hizo durante

la huelga. Las intervenciones parlamenta-

rias de los cuatro condenados, más las

de Prieto, y los republicanos Marcelino

Domingo y Eduardo Barriobero, que tam-

bién habían sufrido los rigores de la repre-

sión, acompañadas de biografías que pre-

paró el socialista Torralba Beci, de algunas

réplicas y declaraciones y de documentos

sobre las Juntas de Defensa y la Asam-

blea de Parlamentarios, fueron publicadas

poco después en un volumen que prologó

el Dr. Simarro y que constituye un testimo-

nio histórico relevante57.

Como afirmaba Simarro en el prólogo, los

oradores socialistas “aceptaron todas las

responsabilidades que pudieran corres-

ponderles”. Pero, en realidad, el de-

bate mismo, en el que no podemos

detenernos mucho aquí a pesar de

su interés, aporta menos luz sobre

los sucesos relacionados con la

huelga que sobre la situación políti-

ca del momento en España, en ple-

na crisis, y la significación de la pre-

sencia socialista en la Cámara, don-

de ejercían algunas de las figuras de

mayor relieve en aquella segunda etapa de

la Restauración: Maura, Dato, Sánchez

Guerra, Bugallal, Romanones y demás,

que no dejarían de hacer una dura protes-

ta por las cosas que los diputados socia-

listas dijeron en su discursos.

Estos tuvieron distinta tonalidad y estilo. El

de Caballero estuvo, según su proceder ya

habitual, muy ceñido al asunto, carente de

todo adorno de oratoria, directo y acusa-

dor, reflejando bien el hecho de que, como

él mismo señalaba, “no estoy muy acos-

tumbrado a estos debates”. El de Prieto,

por el contrario, fue francamente explosi-

vo, preludio de otras ocasiones memora-

bles, y el que más indignación despertó en

32

Se desarrolló la discusión sobre los su-

cesos de agosto en el Parlamento, que

adquirió particular relieve y encono con

alteraciones del orden en el interior de

la Cámara.

57. Los sucesos de agosto ante el Parlamento. Discursos íntegros… Prólogo del Dr. Simarro, Madrid, Editorial LIF, 1918, 382 pp. El volumen fue preparadopor Torralba Beci. Además de los discursos y biografías, contiene una réplica de Dato, declaraciones de Maura y “afirmaciones” (sic) del general Marina. Ig-noramos por qué F. Romero Salvadó atribuye este libro al Dr. Simarro que solo es prologuista. Hay otras ediciones de los discursos como la titulada tambiénLa huelga de agosto en el Parlamento, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Felipe Peña, 1918, sin indicación de autor. Esta tiene la particularidad de co-menzar reproduciendo la formación de la Comisión que había de investigar la legalidad de la declaración del estado de guerra, lo que fue el origen de la largasesión parlamentaria.

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los bancos de los grupos monárquicos y

del gobierno. Prieto hizo una larga y deta-

llada enumeración de hechos que proba-

ban la vesania y el exceso con que el go-

bierno había reprimido la huelga, detenién-

dose en lo sufrido por su propia familia,

con su esposa ultrajada por un policía.

Maura, jefe del gobierno en este momen-

to, con displicente labia aristocrática, le

acusó de haber hecho “sacar las hilas de

testimonios sueltos que tendrán el valor

que tengan ante quienes hayan de juzgar-

los”, cuando, según el viejo jerarca del

conservadurismo, debería haberse limita-

do a “aludir a ellos sintéticamente y poner-

los a disposición de la autoridad pública”.

El discurso más técnico y de mayor rigor

fue, desde luego, el de Besteiro, que arro-

ja mucha luz sobre los orígenes de la huel-

ga y la situación histórica que llevó a ella.

Caballero pronunció su discurso el

22 de mayo y comenzó diciendo

que se levantaba a hablar no bien

de salud todavía. Su discurso siguió

tenazmente la línea argumentativa

que defendía la huelga y la exposi-

ción de las razones que hubo para

declararla, en resumen, “cómo se hizo la

huelga de agosto”, quién tuvo la culpa de

que se realizase y qué finalidad tenía. Vol-

vió a insistir en el origen del conflicto co-

mo respuesta a la carestía de vida y la fal-

ta de repuesta para ello del gobierno que

entonces presidía Romanones. Pero tam-

bién en el hecho de la huelga misma fue

provocada por el gobierno “por su actitud

con los ferroviarios”. Justamente había si-

do la política gubernamental la que había

hecho posible la unidad de todos los traba-

jadores “de la Unión General de Trabajado-

res y de los que eran enemigos de la Unión

General de Trabajadores” (ni siquiera aludió

a los anarcosindicalistas por su nombre).

Al saber el gobierno, presidido ya por Gar-

cía Prieto, el propósito declarado desde

mayo de 1917, de convocar una huelga

indefinida cuyo propósito incluía “modificar

el régimen”, clausuró todos los centros

obreros de España, todas las Casas del

Pueblo y encarceló a todos los dirigentes

que pudo.

Cuando la huelga de ferroviarios del mes

de julio, continuaría diciendo, el gobierno

estaba ya presidido por Dato, por cierto

miembro del Consejo de Administración

de la compañía ferroviaria contra la que

se hacía la huelga, como también lo era el

ministro de Hacienda Conde de Bugallal.

El ministro de Fomento, Luis Marichalar y

Monreal, vizconde de Eza, completaba el

trío ministerial que apoyó a la compañía,

inflexible ante la huelga sobre todo en la

cuestión de los despidos. Hasta el 9 de

agosto, expone Caballero, no se decidió

declarar la huelga general. Esta huelga, no

lo negaba el futuro secretario general de

la UGT, pedía la constitución de un Gobier-

no Provisional que preparase unas eleccio-

nes a Cortes Constituyentes. Por consi-

guiente, dice Caballero en el meollo de su

discurso, “nosotros no negamos que al ha-

cer la huelga nuestro propósito era el pro-

pósito de la Asamblea de Parlamentarios”.

Pero, lo que era más grave, lo que las

Juntas de Defensa hicieron fue nada me-

nos que dar un plazo de doce horas al go-

bierno para resolver “ciertos asuntos”,

bajo la amenaza de parar trenes o apode-

rarse del poder público. Para lo que pedían

los parlamentarios el “castigo ha sido el

banco azul para tres diputados que toma-

ron parte en aquella asamblea… A los

que dieron el plazo de doce horas y a los

que querían apoderarse del poder públi-

co, como todos sabemos, ahí están las

reformas militares como castigo… y los

que no tuvieron valor o no quisieron me-

terse con la Asamblea de Parlamentarios

ni con los del 1º de junio [alusión a las

Juntas], se atrevieron con los trabajado-

res, como hacen siempre”. Poco más

quedaba por decir.

El núcleo doctrinal de lo expuesto era que

la huelga era política, que ello era comple-

tamente legítimo, que los trabajadores no

renunciaban a su práctica, pero que sien-

do el movimiento pacífico se había decla-

rado el estado de guerra y se había ejecu-

tado una durísima represión con muchas

víctimas. Ninguno de los oradores

dejó de aludir al contexto de las

otras crisis en el que la huelga se

desencadenó, la militar y la parla-

mentaria, y el diverso trato que la

oligarquía política dio a cada una de

ellas. Y todos fueron prolijos en la

exposición de los precedentes y motivacio-

nes sociales de fondo del conflicto. Tam-

poco dejó de estar presente de forma con-

tinuada lo ocurrido en 1909. Oradores

como Saborit y Prieto centraron sus acu-

saciones en los sucedido respectivamen-

te en Asturias y Vizcaya a cuyos distritos

representaban, pero en su transcurso

arrojaron graves acusaciones sobre

miembros del gobierno que fueron, en ge-

neral, enérgicamente respondidas por los

aludidos58.

El discurso de Besteiro, pronunciado en

dos días, 28 y 29 de mayo, fue el más

largo, y, sin lugar a dudas, el más denso

33

Prieto hizo una larga y detallada enume-

ración de hechos que probaban la vesa-

nia y el exceso con que el gobierno había

reprimido la huelga.

58. Del discurso de Saborit existe también una edición aparte: A. SABORIT: Los sucesos de agosto. Las acusaciones de Saborit. Discurso pronunciado en el Pa-lacio del Congreso, por el diputado socialista por Oviedo Andrés Saborit, Tortosa, Casa Editorial Monclús, 1918.

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e, igualmente, dada la fuerza de su argu-

mentación y la contundencia de los docu-

mentos aportados, aquel al que menos se

atrevieron a contradecir los prohombres

monárquicos. Como en el caso de todos

los demás oradores, el principal énfasis

de aquel discurso no se ponía en cuestio-

nes políticas o sociales de fondo, en expo-

siciones doctrinales sino en el hecho de la

ingente difamación de que había sido obje-

to el movimiento huelguístico y de la infun-

dada y durísima represión, “las maneras

innobles”, con que había sido sofocado a

costa de muchas muertes. Todos pusie-

ron el acento en la culpabilidad extrema

de José Sánchez Guerra, Ministro de la

Gobernación, que la reprimió. Las

acusaciones contra él fueron cons-

tantes. El otro elemento que fue ob-

jeto constante asimismo de los ata-

ques de los oradores, incluidos los

republicanos, fueron las Juntas de

Defensa; el hecho probaba que el

resentimiento hacia un ejército y las

Juntas de las que se esperaba al menos

un parcial apoyo a la huelga, convirtiéndo-

se sin embargo en el brazo ejecutivo de la

represión, era una actitud bastante activa

y generalizada.

En cualquier caso, Besteiro, y los demás

oradores, hablaron de muchas más cosas

que de la huelga. En realidad, éste hizo un

amplio repaso de los males del país, la in-

eficacia de la política y los abusos del po-

der en aquel momento español. Recono-

cía que las organizaciones obreras se ha-

bían equivocado al presuponer una actitud

favorable del ejército y se explayó amplia-

mente sobre el significado subversivo del

orden constitucional que tenían las Juntas

de Defensa. Insistió en la absoluta arbitra-

riedad con que los gobiernos sucesivos

procedieron y en el origen de la huelga fe-

rroviaria en una provocación del gobierno.

Ante ella, los grandes sindicatos se vieron

obligados a poner en marcha la huelga ge-

neral porque de lo contrario “hubieran es-

tallado movimientos parciales”.

La huelga se declaró por dos motivos: por-

que la clase obrera tenía ya una conciencia

perfectamente determinada a ello y porque

con menos determinación se pensaba que

la burguesía que había declarado “que con

este sistema político no se podía vivir” pa-

recía dar su anuencia para la creación de

un gobierno provisional que convocase Cor-

tes Constituyentes. Y, así, se puso cierta

esperanza en Cambó, de la misma forma

que se creyó que una parte del ejército al

menos estaría a favor del cambio. “Sea la

que quiera la importancia de la huelga de

agosto y todos los actos que se han reali-

zado este verano para la historia contem-

poránea de España, no constituyen sino un

episodio de la transformación general de

nuestra nación y del mundo”. El final del

discurso era una requisitoria de la Monar-

quía y de aquellos que querían conservarla

aún contra la dignidad del régimen. De he-

cho, diría Besteiro, se concedió la amnistía

a los condenados porque de lo contrario el

gobierno no habría podido resistir la pre-

sión del pueblo.

La huelga general revolucionaria de agos-

to de 1917 fue, en suma, ese test o ban-

co de pruebas para las convicciones más

fundamentales que un dirigente como Lar-

go Caballero, ya en plena madurez, había

mantenido hasta entonces. Fue “una pie-

dra de toque” y una prueba para “la clase

trabajadora organizada”, diría Caballero en

un breve texto en el primer aniversario del

evento, que resulta ser uno de los más

perfilados y mejor escritos que salieron de

su pluma en la época59. La clase trabaja-

dora no podía aguardar “con una quietud

triste, el advenimiento de formas sociales

superiores cuya aparición puede acelerar

con su abnegación y sacrificio”; “las gran-

des transformaciones sociales son la re-

sultante de una larga serie de modificacio-

nes parciales”. Los fracasos preparaban

el mundo nuevo. Más aún: la lucha por im-

plantar un régimen más en armonía con

los tiempos modernos, no era el ideal

completo pero era “una de tantas

modificaciones parciales impues-

tas por la ley de la evolución para

llegar al total de sus reivindicacio-

nes”. Por tanto, la idea de la trans-

formación evolutiva hacia el socia-

lismo no solo no había sido limada

por el fracaso sino que había sali-

do fortalecida de él.

Pero la prueba se resolvió, pese a estas

visiones relativamente idílicas, ciertamen-

te, con más decepciones que confirmacio-

nes en la puesta en práctica de un ins-

trumento nuevo: la huelga política. Si hu-

bo decepciones importantes, la de mayor

calado fue, sin duda, la que produciría la

evidencia de que el movimiento obrero no

contaba con aliados –como demostraba

nítidamente el discurso de Besteiro en el

debate ya comentado–, que los enemigos

de clase habían permanecido y permane-

cerían firmes y unidos en caso de necesi-

dad, que su instrumento era el ejército y

que había que reajustar la lucha con nue-

vos presupuestos de partida. Por supues-

to, Cambó, la Lliga Regionalista, se des-

colgaron de inmediato del propósito de la

huelga y Melquíades Álvarez ya lo había

34

“La importancia de la huelga de agosto

para la historia contemporánea de Es-

paña constituye un episodio de la trans-

formación general de nuestra nación y

del mundo.”

59. El Socialista, 13, agosto, 1918.

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hecho antes60. Los años venideros traerí-

an nuevas pruebas. Es plausible la opi-

nión de que de no haberse hecho la huel-

ga y acabado ésta en fracaso, el movi-

miento revolucionario del proletariado

pudiese haber tenido una decisiva

fuerza en el periodo de posguerra,

incluso con capacidad para derri-

bar efectivamente la Monarquía61.

Pero esta opinión pierde de vista

que el movimiento obrero de pos-

guerra tuvo como asunto principal la ac-

titud ante la revolución rusa y las tremen-

das disensiones que el hecho acarreó y

que se desenvolvería en un contexto ex-

traordinariamente desfavorable de crisis

económica profunda.

La proverbial agudeza de un Indalecio

Prieto todavía joven, señalaría también

poco meses después de los hechos cuá-

les habían sido su dos principales erro-

res. Prieto insistiría, sobre el ejemplo fun-

damental de lo ocurrido en Vizcaya, en

que la huelga fue, ante todo, pacífica. Pa-

ra añadir precisamente acto seguido: “El

principal de esos errores fue el carácter

pacífico del movimiento. ¿Se buscaba un

cambio de régimen? ¿Sí? Pues un movi-

miento que persigue tal finalidad hay que

acometerlo violentamente y por sorpresa.

En agosto se dieron el Gobierno todas las

ventajas imaginables”. El segundo de los

errores fue el de que los representantes

del partido Socialista y de la Unión Gene-

ral de Trabajadores asumieron por sí so-

los la dirección del movimiento. Su razo-

namiento subsiguiente era de una lógica

aplastante:

“Si el cambio de política por el que se

peleaba era aceptado no solo por los re-

publicanos y reformistas –público era el

pacto con ellos–, sino también por los

catalanistas, la lógica aconsejaba dar a

la opinión pública la sensación de que no

pretendía realizar una revolución social,

sino la conquista de un progreso que ni

siquiera debía asustar a las clases con-

servadoras, y esa sensación no podía

darse apareciendo como únicos directo-

res visibles los delegados de las fuerzas

de significación más extrema”62.

Lo cual mostraba dos cosas por demás in-

teresantes. La patente inadecuación de

los instrumentos tradicionales de una

huelga reivindicativa, que era la que había

tenido una preparación más temprana,

para realizar una huelga revolucionaria. Y,

segundo, que, como de costumbre, Prieto

vio mucho más claro el asunto que todos

los comentaristas que han escrito des-

pués de él…

Las consecuencias de los sucesos de

agosto se prolongarían durante un largo

periodo y de forma especial para la propia

marcha interna del socialismo, pese a que

Largo Caballero, como vimos, al final de

su vida considerase que el suceso había

caído en un olvido injustificado. Tal vez pa-

ra el movimiento obrero había una razón

que explicaba ese relativo olvido: los he-

chos de 1917 no levantaron prácticamente

polémica seria –con bastante diferencia

de lo ocurrido en 1930 y 1934– en el se-

no del socialismo; el acuerdo entre las co-

rrientes era efectivo y solo puede

hablarse, tal vez, de variantes me-

nores entre las diversas visiones.

Pero Caballero enfatizaría que la

huelga de 1917, pese a su fraca-

so, había sido un eslabón funda-

mental para el progreso en la acción políti-

ca de los trabajadores.

Aún así, es lo cierto que cuando iba a ser

trasladado al Penal de Cartagena, conde-

nado, escribiría en una carta a Llácer, co-

laborador en la Mutualidad Obrera Socia-

lista, el 19 de octubre, que iba contento a

la prisión por lo que se había hecho, pero

que había algunos que asustados “quieren

aprovechar las circunstancias para dar a

la organización una orientación ‘casi datis-

ta’”. Es posible que Caballero estuviese re-

firiéndose a hombres como Prieto u Óscar

Pérez Solís que mostraron su escepticis-

mo. Eran unos ciegos que no percibían

que aquel era el momento oportuno para

“dar un gran avance en la incorporación

del proletariado español a la vida política

del país” y esa era la clave para que el Par-

tido y la Unión General no cayeran en una

situación estática63. Los efectos divergen-

tes reverdecerían, sin embargo, de alguna

manera hasta penetrar en las relaciones

entre las corrientes socialistas en la pug-

na que les enfrentó en el tracto central

de los años treinta y en ello ocupó su lu-

gar la conocida historia de la disparidad

35

Las consecuencias de los sucesos de

agosto se prolongarían durante un largo

periodo.

60. La actitud de Melquíades Álvarez y el reformismo puede seguirse en M. GARCÍA VENERO: Melquíades Álvarez, historia de un político liberal, Madrid, Escelicer,1954 y más recientemente en M. SUÁREZ CORTINA: El reformismo en España. Republicanos y reformistas bajo la Monarquía de Alfonso XIII, Madrid, SigloXXI, 1986, pp. 171 y ss.

61. G. H. MEAKER: Ob. cit., p. 130.

62. El Liberal, 20 de febrero de 1918. Reproducido en I. PRIETO: Convulsiones de España. Selección de artículos (1917-1924). Recuerdos, estampas siluetas,sombras (I), Madrid, Fundación Indalecio Prieto, 2000, pp. 78 y ss.

63. F. LARGO CABALLERO, Obras Completas... Ob. cit., 1, p. 137.

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de criterios entre Iglesias y Besteiro en re-

lación a la decisión que habría de tomarse

ante la creación de un gobierno provisional

de triunfar la huelga y ser derribada la Mo-

narquía. Mientras Iglesias fue partidario de

formar parte de tal gobierno, la posición de

Besteiro, que no hacía sino preludiar algo

que sería después constante en él, era la

de mantenerse al margen mientras la bur-

guesía recorría su propio camino político64.

Por tanto, no era sino un temprano ejem-

plo del enfrentamiento entre besteirismo

e izquierda socialista. Significativamente,

el 10 de agosto de 1935 aparecía en la

revista Claridad, rememorando los suce-

sos ocurridos dieciocho años antes y “den-

tro de los límites estrechos en que hoy es

posible hacerlo”, decía, una entrevista con

Caballero para, buceando en sus recuer-

dos, “hacer un balance estricto de

la significación de aquel movimien-

to, encuadrándolo en la historia del

desarrollo de la conciencia revolu-

cionaria entre las masas del prole-

tariado español”. El texto periodísti-

co reconocía, desde luego, que no era po-

sible entonces una descripción completa

de la huelga de 1917, con el dirigente en

la cárcel y una estricta censura de pren-

sa, por lo que la conversación se centró

en “el esclarecimiento de un punto alta-

mente interesante… sobre el que en algu-

na ocasión se han hecho aseveraciones

encontradas. Esto es, la actitud adoptada

por Pablo Iglesias, a cuyo respecto no ha

faltado quien osara pintarla en abierta

oposición con sus camaradas…”.

La alusión a esas viejas diferencias era diá-

fana. Había quienes mantenían que Iglesias

nunca había deseado aquella huelga y que,

en todo caso, disentía sobre sus objetivos

últimos. Caballero comenzaba sus declara-

ciones con afirmaciones rotundas sobre las

inquietudes que la Guerra Europea había

despertado entonces, entre las que desco-

llaba, una vez más, “el alza inmoderada del

coste de la vida”. “Esta es la raíz económica

de los sucesos de 1917”. Pero, junto a

ello, había unas causas de orden político y

político-económicas como eran, para él, la

cuestión catalana, la de las Juntas de De-

fensa, las aspiraciones revolucionarias de

la pequeña burguesía republicana, o sea,

todo aquello que culminó en la Asamblea de

Parlamentarios de Barcelona. Dos rasgos

eran destacables en tales precedentes:

uno, la coincidencia de puntos de vista en-

tre la Unión General de Trabajadores y la

Confederación Nacional del Trabajo, distan-

ciados en tantos otros de sus respectivas

visiones y tácticas. Otro, “la magnífica gran-

diosidad del paro pacífico” al que hubo de

llegarse por la nula atención del Estado a

los clamores del pueblo.

En la preparación, Iglesias tomó parte per-

sonal en todo65, pese a estar ya muy enfer-

mo, diría Caballero. El peligro previo fue

siempre el mismo: la impaciencia de algu-

nos, la propensión a adelantarse, la dificul-

tad de actuar según el plan y el ritmo acor-

dados. La huelga que se declaró en Valencia

a primeros de julio fue un serio contratiem-

po para los planes previstos; el gobierno to-

mó duras represalias sobre los ferroviarios

que habían participado en ella y, lejos de in-

termediar, tuvo mucho que ver en el desen-

cadenamiento de la huelga pues la persis-

tencia el conflicto ferroviario obligó a adelan-

tar el paro general al mes de agosto.

Sobre el papel de Iglesias no cabían inter-

pretaciones divergentes, aseguraba Caba-

llero. Si acaso el dirigente y maestro plan-

teó algunas discrepancias con respecto a

lo hecho, éstas se ciñeron a “la elección del

momento” ya que ante la huelga de ferro-

viarios él hubiese preferido hacer otra de

solidaridad, breve y pacífica, que no hubie-

se alterado los planes del gran movimiento

general, lo que hubiese dado tiempo a pre-

pararlo mejor, dado que, de hecho, la huel-

ga de agosto se realizó a remolque del con-

flicto previo de los ferroviarios e Iglesias

mantenía que todo movimiento que

no elegía su momento estaba llama-

do a la derrota. Pero su opinión no

consiguió imponerse y su conducta

fue, como siempre, enfatizará Caba-

llero, “admirable de lealtad y discipli-

na”; “jamás se oyeron (sic) de sus labios la

más mínima censura”. Caballero concluía la

entrevista haciendo un más bien forzado

paralelismo entre las actitudes de Marx an-

te la Comuna de Paris e Iglesias ante la

huelga general de 1917. Ambos llamaron

la atención sobre su falta de preparación

pero apoyaron sin límites su desarrollo

“¿No sería oportuno no manchar estos re-

cuerdos insignes –Marx, Iglesias– cotejan-

do en ese espejo otras conductas?”. Tam-

poco, en este caso, en un año como 1935,

se necesitaba leer entre líneas para enten-

der lo que quería decirse. No había equívo-

co posible.

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“El alza inmoderada del coste de la vi-

da”. “Esta es la raíz de los sucesos de

1917”.

64. Esta divergencia es expuesta por A. SABORIT: Ob. cit., p. 175 y también por J. J. MORATO: Pablo Iglesias, educador de muchedumbres, Madrid, Espasa Cal-pe, 1931 (reedición, Barcelona, Ariel, 1968), p. 160. Morato señala que Pablo Iglesias fue autorizado por el partido a asistir a la Asamblea de Parlamenta-rios de Barcelona y para que en el caso de “llegarse al nombramiento de un gobierno provisional” aceptar un puesto en él. En la comisión Ejecutiva votaron encontra de ello Virginia González y Julián Besteiro. Saborit señala que Besteiro estaba de acuerdo en que un gobierno republicano debía ser apoyado, pero noparticipar en él.

65. Esta visión no es en modo alguno compartida por autores como Andrés Saborit o Juan José Morato que piensan que su intervención fue mucho menor.