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EEn la primavera y el verano del año 1917, cuando
no se entreveían aún ni perspectivas ni plazos pa-
ra la conclusión de la Gran Guerra que enfrentaba
a las principales potencias y asolaba Europa, se produje-
ron ya amplios movimientos contra ella y contra los go-
bernantes respectivos en el interior de varios de los paí-
ses beligerantes, con una intensidad y violencia que en
bastantes casos permiten hablar con propiedad de mo-
vimientos revolucionarios2. En el Este, el Imperio de los
Zares se tambaleaba seriamente en medio de oleadas
de protesta y resistencia en la propia capital imperial y
el hecho iba a tener un extraordinario impacto exterior.
En fin, en lo que respecta a España, país neutral pero
no ajeno a la Guerra, las condiciones de vida de una im-
portante parte de su población, la de menor poder eco-
nómico, habían ido sufriendo desde antes un deterioro
progresivo, cosa en la que tendrían un influjo determi-
nante el desarrollo que en la economía y el comercio in-
ternacionales impuso el conflicto internacional. En la pri-
mavera y verano de aquel año, decimos, se produjeron
aquí tres grandes acontecimientos de desarrollo sucesi-
vo pero muy cercano en el tiempo, que con frecuencia
se han tenido, de forma correcta, por estrechamente li-
gados a lo que sería el comienzo de una crisis irreversi-
ble del régimen de la Restauración que se transmitiría a
la sociedad entera. Se trataba de la aparición, en junio,
de la rebeldía militar en forma de unas Juntas Militares
de Defensa, de la rebelión de los parlamentarios que tu-
vo como escenario Barcelona en el mes de julio y, en
fin, de la primera gran huelga general revolucionaria del
siglo, estallada cuando corría el mes de agosto. De ahí
que, por lo común, todos esos acontecimientos se en-
marquen en su perspectiva histórica bajo el rótulo gene-
ral de la “crisis española de 1917”.
Por más que la actuación de un hombre, sobre todo si
es un dirigente de masas, como es el caso de Francis-
co Largo Caballero, no se explica sino a partir de un
buen conocimiento de la situación histórica en la que
actúa, no es nuestro propósito aquí analizar con deten-
ción esa crisis española de 1917 y ni siquiera describir
con pormenores las propias vicisitudes de la huelga ge-
neral3. Nuestra atención se ceñirá a los aspectos que
en la actuación de Largo Caballero en aquel momento
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T Francisco Largo Caballerodirigente de la UGT:
1917, la primera gran prueba1
Julio ArósteguiUniversidad Complutense de Madrid
1. Este texto recoge sustancialmente, aunque no lo reproduce en su totalidad, un pasaje de mi trabajo en preparación FranciscoLargo, la intuición de clase y sus quimeras, que publicará próximamente el sello Debate de Random House Mondadori.
2. Una visión sintética pero muy útil de los diversos movimientos revolucionarios en los países europeos puede verse en J. ANDRÉS
GALLEGO: Los movimientos revolucionarios europeos de 1917-1921. Sevilla, Secretariado de Publicaciones de la Universidadde Sevilla, 1979. Para el caso peculiar alemán R. BADIA: Histoire de l’Allemagne contemporaine, 1917-1962. Tome premier,1917-1933. Paris, Éditions Sociales, 1964. Para Francia Ph. BERNARD: La fin d’un monde, 1914-1929. (Nouvelle Histoire dela France Contemporaine, 12), Paris, Éditions du Seuil, 1975.
3. El estudio que sigue siendo clásico e insustituible sobre la crisis de 1917 es el J. A. LACOMBA: La crisis española de 1917, Ma-drid, Editorial Ciencia Nueva, 1970. En cuanto a los estudios del tiempo los más útiles son los de M. BURGOS y MAZO: Vida polí-tica. Páginas históricas de 1917, Madrid, M. Nuñez Samper (s.a.); J. BUXADÉ: España en crisis. La bullanga misteriosa de
componen un pasaje importante de su bio-
grafía y en las consecuencias más visibles
que para el futuro inmediato del obrerismo
socialista se dedujeron de ello. Caballero
mismo consideró aquel acontecimiento co-
mo determinante para el futuro del obre-
rismo y de la trayectoria socialista, y, aún
más, según lo calificaría años después, lo
tuvo como un “hecho glorioso de los traba-
jadores españoles”, añadiendo, sin dar mu-
chas razones de ello, que “ha caído en el
olvido sin justificación alguna”4.
No obstante, la verdad es que Caballero
escribió poco sobre aquellos hechos. Aún
así es indudable que, de todas formas, cre-
ía que de 1917 arrancaban procesos que
culminarían en otros no menos de-
cisivos de los años treinta. Alguna
entrevista y referencias en textos
periodísticos breves, todo ello en fe-
chas muy posteriores, se completa-
rían con las consideraciones, bre-
ves también en todo caso, hechas
al comienzo de sus Notas históricas
de la guerra de España (1917-
1940), escritas en 1939 y, después, en
Mis Recuerdos que lo fueron en 1945.
Precisamente, Largo Caballero dedicaría
unas líneas muy precisas a exponer las ra-
zones de que su extenso discurso sobre un
tracto temporal decisivo en la historia es-
pañola del siglo XX, que es lo que constitu-
ye el contenido de esas Notas Históricas,
el que terminó con la victoria de los suble-
vados en una guerra civil, comenzase pre-
cisamente con los sucesos de 1917. De la
huelga diría en concreto que:
“Por primera vez, las organizaciones
del Partido Socialista y de la Unión Ge-
neral afirmaban en un manifiesto que
la huelga revolucionaria tenía como ob-
jeto cambiar el régimen político; desde
ese día la muerte de la Monarquía es-
pañola estaba decretada y todos los
movimientos posteriores no han hecho
más que completar las operaciones in-
evitables para cristalizar en la del 14
de abril de 1931”5.
No deja de ser cierto, sin embargo, que
se explaya en la narración de las vicisitu-
des personales atravesadas mucho más
que en el análisis de aquella acción. La
brevedad caracteriza también el discurso
que, elegido ya diputado, realizaría ante el
Parlamento en mayo de 1918, al que nos
referiremos después. En cualquier caso,
algunas de sus lecciones más importan-
tes, fueron, sin duda, asumidas. De ahí
que pueda decirse que 1917 fue la oca-
sión de una primera gran prueba para el
que acabaría siendo el más representativo
de los dirigentes obreros españoles al al-
canzarse la década de los años treinta.
El deterioro de las condiciones
de vida obrera
La fase de reconversión de la economía es-
pañola que había comenzado tras la pérdi-
da de Cuba y demás posesiones de Ultra-
mar, entraría en una coyuntura particular
al comenzar la segunda década del siglo y
se vería aún más determinada por
el desencadenamiento de una gue-
rra general en Europa desde 1914.
El capitalismo español evolucionó
hacia lo que se ha llamado la “vía na-
cionalista”6. La acumulación de be-
neficios que la coyuntura de la Gue-
rra supuso para el capitalismo espa-
ñol, en pleno ciclo expansivo, es bien
conocida, pero entre sus consecuencias
más trascendentes estuvo el ahondamien-
to de la fractura social que ya tenía mani-
festaciones previas y, de paso, el impacto
muy directo sobre la crisis política del régi-
men de la Restauración. Por tanto, que la
situación europea tuvo un influjo determi-
17
Que pueda decirse que 1917 fue la oca-
sión de una primera gran prueba para el
que acabaría siendo el más representati-
vo de los dirigentes obreros españoles al
alcanzarse la década de los años treinta.
1917, Barcelona, Imprenta de B. Bauzá, 1917; F. SOLDEVILLA: El año político 1917, Madrid, Imprenta de Enrique Fernández de Rojas, 1918 (la obra de Sol-devilla forma parte de una serie que se publicó entre 1895 y 1928); A. SABORIT: La huelga de agosto de 1917. (Apuntes históricos), México, Editorial PabloIglesias, 1967; L. ARAQUISTAIN: Entre la guerra y la revolución (España en 1917), Madrid, (s.e.), 1917, que es una recopilación de artículos. La crisis, o lahuelga, son tratadas en muchas obras que hacen referencia al periodo, algunas de las cuales son mencionadas en las líneas que siguen. Véase también J. L.MARTÍN RAMOS: Entre la revolución y el reformismo, 1914-1931. En S. CASTILLO (dir.): Historia de la UGT, vol. 2, Madrid, Siglo XXI, 2008, pp. 33-50. Es igual-mente útil la circunstanciada exposición que hace del trasfondo y desarrollo de la huelga L. GÓMEZ LLORENTE: Aproximación a la historia del socialismo español(hasta 1921), Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1972, pp. 223-341.
4. F. LARGO: Mis Recuerdos. Cartas a un amigo (Prólogo y Notas de Enrique de Francisco), México, Ediciones Unidas, S.A., 1976, p. 47 (La primera edición deésta, apareció también en México en 1954). Véase también F. LARGO CABALLERO: Notas Históricas de la Guerra de España (1917-1940). Texto inédito meca-nografiado y autentificado por el autor en Archivo de la Fundación Pablo Iglesias (AFPI) (Alcalá de Henares), que verá la luz próximamente en las Obras Com-pletas de Francisco Largo Caballero a partir de su volumen 7.º. Es igualmente importante lo escrito por Largo Caballero en la Carta Abierta a Luis Araquis-tain que precede al texto anterior.
5. En la citada Carta Abierta a Luis Araquistain, AFPI.
6. El trabajo fundamental sobre esta nueva situación del capitalismo español es el de J. MUÑOZ; S. ROLDÁN; A. SERRANO Y OTROS: La vía nacionalista del capitalismoespañol. I: Orígenes y desarrollo (1874-1923). En Cuadernos Económicos de I.C.E. (Madrid), nº. 5, 1978. Sobre el capitalismo español que arranca de1914, S. ROLDÁN, J. L. DELGADO (con la colaboración de J. MUÑOZ): La formación de la sociedad capitalista en España, 1914-1920, Madrid, ConfederaciónNacional de Cajas de Ahorro, 1973, 2 vols.
nante y directo sobre los sucesos desen-
cadenados en España tres años después
es asunto meridianamente claro. Pero la
cuestión es, al mismo tiempo, que los su-
cesos españoles de 1917 tienen también
unas inocultables, y no menos determinan-
tes, raíces endógenas.
Las nuevas condiciones de la economía
española, lo mismo que la dificultad
creciente en las condiciones de vi-
da de las capas bajas de la pobla-
ción, que constituyeron el telón de
fondo de los problemas de 1917,
fueron sin duda alguna condiciona-
das por la coyuntura que trajo la guerra.
Representaron, de una parte, un auge es-
pectacular de la producción industrial, de
la minera y la agraria, para las que hubo
mercados insaciables entre los beligeran-
tes. De otra, la fiebre exportadora, benefi-
ciada de todo punto por una situación de
precios en el mercado internacional que la
hacían extremadamente favorable, tuvo el
efecto inmediato de producir una inflación
generalizada cuya derivación inmediata fue
el agravamiento de un proceso ya anterior
como era el del encarecimiento alarmante
de muchos artículos de consumo en el in-
terior del país7, una cosa que afectaba
directa, y obviamente, a las clases de me-
nor poder económico, las clases popula-
res en su conjunto, y que fue insistente-
mente denunciada y motivo de protesta
permanente por parte de las organizacio-
nes obreras desde antes ya de 1914. El
estallido de 1917 se generó, en muchas
de sus dimensiones, sobre un trasfondo
de problemas que venían arrastrándose
con bastante anterioridad. No es menos
cierto tampoco que, más allá del aspecto
puramente económico, con su correspon-
diente transcripción social, los sucesos de
1917, o más ceñidamente, los sucesos
de agosto, vinieron a ser el desenlace de
una crisis de tipo global que se había ido
gestando desde hacía años y que en los
venideros, tras pasar por el intento co-
rrectivo que representó la Dictadura en
los años veinte, arrastraría consigo la caí-
da de la propia Monarquía. Los aspectos
políticos de todo aquel problema no pue-
den, por tanto, ser minimizados tampoco.
El movimiento obrero español se encontró
en primer plano en la recepción de todo ti-
po de incidencias negativas de la nueva si-
tuación, pero se trataba también del sec-
tor social y el ámbito organizativo que dis-
ponía de una tradición más aquilatada de
protesta. La repercusión más directa del
deterioro de las condiciones de vida se
produjo en el continuado aumento de los
precios de las subsistencias, realidad fren-
te a la cual la movilización obrera iría en
aumento. La llamada crisis de subsisten-
cias, y no otra cosa, es, no hay que insistir
en ello, el contexto primario que mejor ex-
plica el conflicto social de 19178. Ello tiene
una incidencia directa sobre el volumen de
huelgas de todo el periodo. Las “protestas
del pan”, por ejemplo, conforman uno de
los factores que mejor caracterizan la lu-
cha obrera en Madrid en estos años. La
minoría socialista en el Ayuntamiento em-
prendería una batalla porfiada por la muni-
cipalización de la industria panificadora,
mientras los fabricantes de pan empren-
den su propia campaña contra los conce-
jales socialistas9.
Pero en vísperas de 1917 la reali-
dad era que los concretos perfiles
de ruptura con el sistema por par-
te de las fuerzas sociales que se
manifestarían de forma explosiva en ese
año eran los que, por el momento, menos
visibles aparecían en los antecedentes,
por lo que cabe decir que la agudización
del conflicto social y su acercamiento a un
enfrentamiento político en toda regla se
produce de forma paulatina aunque rápi-
da. Hasta 1916, la evolución general de
la crisis adoptó, de hecho, perfiles relati-
vamente clásicos, puesto que había co-
menzado como un nada infrecuente pro-
blema de “carestía de la vida”, desde don-
de pasaría hacia una propuesta política de
corte revolucionario. Es cosa en la que
conviene insistir: los sucesos revoluciona-
rios de 1917 tiene un trasfondo de pode-
roso conflicto social emergente con raíces
muy anteriores que suele quedar oscure-
cido por la insistencia habitual en los perfi-
les políticos revolucionarios de la huelga
general de aquel verano. Podría decirse,
pues, que lo verdaderamente significativo
en este momento del conflicto generalizado
18
Los sucesos revolucionarios de 1917
tiene un trasfondo de poderoso conflicto
social emergente.
7. M. TUÑÓN DE LARA: El Movimiento obrero en la Historia de España, Madrid, Taurus, 1972, pp. 550 y ss. La exposición de la crisis de este autor es tambiénmagistral.
8. Crisis ampliamente documentada en S. ROLDÁN y J. L. GARCÍA DELGADO: Ob. cit., 1, 127-239. Véase, además, el epígrafe “La generalización del conflicto social”,pp. 239 y ss. También la relación del movimiento del índice de los precios de productos básicos con base en 1913 en el Anexo A del Dictamen de la comisiónnombrada por Real Orden de 9 de enero de 1929, para el estudio de la implantación del patrón oro, Madrid, Imprenta de Samarán y Come, 1929, con da-tos elaborados por la Cámara de Comercio de Barcelona. De la misma forma son de importancia para el estudio de la variación de las condiciones de vida enestos años los diferentes informes publicados por el Instituto de Reformas Sociales. Véase en especial Encarecimiento de la vida durante la guerra. Preciosde las subsistencias en España y en el extranjero (1914-1918), Madrid, Sucesores de Minuesa de los Ríos (s.f.: 1918).
9. F. SÁNCHEZ PÉREZ: La protesta de un pueblo. Acción colectiva y organización obrera, 1901-1923, Madrid, Fundación Largo Caballero/Ediciones Cinca, 2005,especialmente las muy documentadas páginas de “Las protestas del pan”, pp. 33 y ss.
en la España del primer tercio del siglo XX
es la transformación de un problema so-
cial creciente, pero de perfiles clásicos,
en un conflicto político imparable.
En el plano de su contextualización históri-
ca, cabe decir que entre 1875, en que ad-
viene el régimen de la Restauración, y
1917, el conjunto de las fuerzas opuestas
al régimen, o con dificultades crecientes
para desenvolverse en él, no hace sino ad-
quirir importancia y entre esas fuerzas
acabaría destacando crecientemente “un
socialismo transformado y multiplicado
por la guerra”10. Lo mismo cabía decir del
republicanismo, a pesar de sus divisiones,
de los diversos nacionalismos regionales,
o de la masa obrera que encauza su ac-
ción por la vía del anarcosindicalismo. To-
das esas fuerzas ganan presencia con la
entrada del régimen en una segun-
da fase después de la catástrofe de
1898. Sin embargo, pese a que en
1914 Pablo Iglesias es proclamado
de nuevo diputado en las Cortes, la con-
junción republicano-socialista no despega
después de haber atravesado una seria
crisis11.
La Guerra, en fin, precipita la crisis políti-
ca partiendo de una crisis social aún de
mayor envergadura. Según Burgos y Ma-
zo, en la Asamblea de Parlamentarios ca-
talanes del 5 de julio en Barcelona, preám-
bulo de la más general que habría de cris-
talizar el día 19 del mismo mes, Cambó
había venido a decir que “para impedir la
revolución social era necesario hacer la
política” o sea que lo más conservador en
aquel momento era ser políticamente re-
volucionario12. El asunto era, por tanto,
bastante más que un problema de descon-
tento entre la élite política. Cambó temía
la posibilidad de una revolución popular vio-
lenta y conocía la preparación de una gran
huelga revolucionaria, aunque esperaba
que no llegara a realizarse13.
Indudablemente, la cuestión de las subsis-
tencias, es decir, los precios de los artícu-
los de primera necesidad, alimenticios y
de otro orden, de los que se surtían las
clases asalariadas fue un argumento cen-
tral y temprano de la protesta. Luis Ara-
quistain hizo un diagnóstico certero del
progreso del descontento que había lleva-
do a agosto:
“Un hondo malestar económico, com-
binado con la creciente irritación de
ver con qué frialdad afrontaban los po-
deres públicos los más graves proble-
mas de la nación, indujo a los obreros
españoles a demandar del gobierno
turnante una política de abaratamiento
de las subsistencias y fomento de la ri-
queza”14.
El encarecimiento del pan se va convirtien-
do en crisis general de carestía. Esto ori-
ginó el recrudecimiento de la protesta y
actuó como motor fundamental de la ac-
tuación de las fuerzas obreras, fuese cual
fuese su desembocadura, por lo que el
conflicto creciente no se entiende sino
desde este punto de partida. El problema
de la subida de los precios venía agudizán-
dose al menos desde 1909, si no desde
el arreglo arancelario de 1906 que pre-
tendía favorecer enérgicamente la econo-
mía agraria española a costa de una deci-
dida protección arancelaria. M. Tuñón de
Lara señaló también en su momento có-
mo los salarios reales empiezan a declinar
mucho más velozmente desde 191515. La
situación se complicaría también en ese
mismo año con la aparición del paro en la
construcción, o, en términos más genera-
les, con “la crisis de trabajo”.
La clase obrera parte de una situación de
defensiva por el empeoramiento
constante de las condiciones de vi-
da del mundo asalariado. En Barce-
lona empieza a haber huelgas con-
siderables por la cuestión de los salarios y
en Madrid se recrudece el paro. De he-
cho, el desarrollo de las huelgas es uno de
los mejores indicadores del conflicto en to-
da la segunda mitad de la década. El pa-
norama, reflejado en las memorias e infor-
mes del Instituto de Reformas Sociales,
no puede ser más indicativo16. Las infor-
maciones muestran que el aumento de las
huelgas, en el número de ellas y en el de
participantes, fue imparable, si bien alcan-
zado su cenit tras el fin de la Guerra,
cuando la situación económica alcanzó su
19
El encarecimiento del pan se va convir-
tiendo en crisis general de carestía.
10. Como dijese J. PABÓN: Cambó. 1876-1918, Barcelona, Editorial Alpha, 1952, vol. 1, p. 500.
11. Véase A. ROBLES EGEA: “La Conjunción Republicano-Socialista, una síntesis de liberalismo y socialismo” en AYER (Madrid), 54, 2004. Monográfico A los 125años de la fundación del PSOE. Las primeras políticas y organizaciones socialistas, pp. 97-127.
12. M. BURGOS Y MAZO: Ob. cit., p. 76. Véase también J. PABÓN: Ob. cit., 1, 506.
13. G. H. MEAKER: La izquierda revolucionaria en España (1914-1923), Barcelona, Ariel, 1978, pp. 105 y 109.
14. L. ARAQUISTAIN: Ob. cit., p. 173.
15. M. TUÑÓN DE LARA: Ob. cit., pp. 557 y ss.
16. Véanse los cuadros ilustrativos, extraídos de esas Memorias, que aparecen en S. ROLDÁN y J. L. GARCÍA DELGADO: Ob. cit., pp. 239 y ss.
peor momento, es decir, entre los años
1918 y 192117. Y muestran también la
enorme diferencia de actitud que se ob-
servaría en el medio urbano frente al ru-
ral. La conflictividad social no afectaría al
mundo rural sino a partir de 191918. Tan-
to el problema de las subsistencias como
el ahondamiento de la respuesta del prole-
tariado fueron asuntos esencialmente ur-
banos.
Fue entonces cuando se produjo en la or-
ganización socialista madrileña el viraje ha-
cia una conexión más estrecha de sus ac-
tividades en Madrid con todos los demás
ámbitos provinciales. La UGT en sus me-
dios de comunicación, en mítines y reunio-
nes, comienza una constante presión al
gobierno en torno a subsistencias y paro.
Se ha dicho, sin embargo, que los socialis-
tas perdieron las batallas del pan, “el pro-
blema eterno del pan en Madrid” como se-
ñalaría más tarde Julián Besteiro
en el Parlamento, porque no conse-
guían movilizar al pueblo19. El pro-
blema del pan y del fraude en su pe-
so era antiguo y de la acción socialista en
este terreno hay también testimonios tem-
pranos. Así, en 1912, el concejal socialis-
ta por Madrid y secretario general de la
UGT entonces, Vicente Barrio, fue proce-
sado por denunciar el problema al que Ca-
ballero se refiere varias veces también en
relación con el comportamiento del Ayun-
tamiento madrileño, de los aranceles de
importación y de la cuestión del fraude en
el peso. Caballero, concejal igualmente,
intervino públicamente para apoyar lo di-
cho por Barrio y denunciar las irregulari-
dades del Ayuntamiento madrileño dicien-
do que a los concejales socialistas no se
les llamaba “cuando van a tomar dinero”
otros colegas. Denunciaba el mismo asun-
to en el distrito de Chamberí20.
Aunque el problema estaba absolutamen-
te al orden del día, no fue considerado en
el congreso PSOE de 1915. En cualquier
caso Caballero se hace amplio eco de él
con cifras concretas sobre el aumento de
las importaciones de trigo en 1914, que
no habían redundado en una bajada de los
precios del pan sino que más bien había
ocurrido todo lo contrario. Los harineros
españoles habían importado más trigo y
exportado más harinas. Caballero citaba a
Marx a este efecto al decir que el libre-
cambismo era la libertad del capital, pero
no del proletariado. Iglesias, por su parte,
había pedido en el Parlamento la supre-
sión de derechos sobre trigos y harinas y
se había opuesto a que se restableciese y
se autorizase la exportación, de la misma
manera que Caballero en la Junta de
Aranceles había batallado desde 1911
por la supresión de derechos al bacalao y
otros productos. “El bacalao es en la ma-
yor parte de España la carne que come el
obrero”, dice en 191521. Pero la batalla
se perdió. Aún así, Caballero se mostraba
entonces proclive a que el partido no hicie-
se ninguna declaración oficial en materia
de aranceles sino de “proceder en cada
caso como mejor convenga a los intere-
ses de los trabajadores”, sin importar que
ese proceder pudiese ser tachado de
oportunista. “España no es Inglaterra, ni
mucho menos”, concluía. Obviamente, la
guerra agravó el problema y en 1915 hu-
bo un aumento generalizado del precio de
todos estos productos, lo que Caballero
intenta probar en sus escritos de enton-
ces con abundancia de datos estadísticos.
No sería la última vez que el dirigente
abordase el asunto de las subsistencias.
En 1915 de nuevo se denunciaba pública-
mente que los poderes públicos habían he-
cho innumerables declaraciones en las
que decían ocuparse del problema. Pero
“el gobierno es un inconsciente o ha enga-
ñado al país”. De hecho, rebajó los aran-
celes del trigo pero permitió sin tra-
bas una voluminosa exportación de
harinas. El precio del arroz había
aumentado de 38 pesetas el quin-
tal en 1914 a 60 en 1915 y, en general,
en todas las variedades del cereal la subi-
da experimentada era de más de 20 pe-
setas. El fenómeno verdaderamente signi-
ficativo era que la exportación de alimen-
tos hacia los países beligerantes era muy
superior a las importaciones que prove-
nían de ellos. El desequilibrio, según las ci-
fras aportadas por Caballero para muchos
productos, era sencillamente escandalo-
so. Escribiría, pues, con extrema ironía y
20
El librecambismo era la libertad del capi-
tal, pero no del proletariado.
17. INSTITUTOS DE REFORMAS SOCIALES: Estadística de las huelgas. Memoria que presenta la sección 3.ª Técnico-Administrativa, Madrid, Instituto de Reformas So-ciales, 1905 y ss. (La serie es anual y comienza en 1905).
18. Un estudio pionero y muy valioso de este hecho fue el que llevó a cabo el notario cordobés J. DÍAZ DEL MORAL: Historia de las agitaciones campesinas anda-luzas. Córdoba (Antecedentes para una reforma agraria), cuya primera edición apareció en 1929 y del que se han hecho múltiples reediciones posteriores,Madrid, Alianza Editorial, 1973 (4.ª ed.).
19. F. SÁNCHEZ: Ob. cit., p. 68.
20. En el mitin del 31 de diciembre de 1911.
21. El subrayado es del propio Caballero. Véase F. LARGO CABALLERO: Obras Completas. Edición a cargo de Aurelio Martín Nájera y Agustín Garrigós Fernández,Madrid, Fundación Francisco Largo Caballero/Instituto Monsa de Ediciones, 2003, 7 vols., con paginación corrida, vol. 1, p. 67.
en letra cursiva: “el Dato (sic) que figura a
la cabeza del gobierno, y éste en pleno,
han dedicado toda su inteligencia y volun-
tad a estudiar el insignificante asunto de
las subsistencias”…22 A ello se sumaría la
actividad socialista de presión por el ade-
lanto y refuerzo de las leyes sociales que
estaban esperando, dictaminadas ya por
el IRS, y que no alcanzaban a su promul-
gación.
Al comenzar el año 1916, decisivo
en el conflicto dado el empeora-
miento de la situación social, van a
cambiar las perspectivas. Desde
marzo de ese año aparece una sec-
ción específica en El Socialista titulada “La
crisis económica”. Caballero expone aho-
ra, en un mitin del mes de enero, que las
cuestiones claves son tres: “crisis de tra-
bajo, encarecimiento de las subsistencias
y defraudación en el peso y calidad de és-
tas”23. El hecho era que la guerra no había
llevado perjuicios a las industrias, sino to-
do lo contrario, pero había empeorado la
vida de los obreros. El dinero que entraba
en España se había empleado en cosas
que no eran precisamente el fomento de
la oferta de trabajo. Las exportaciones, in-
cluidos los productos alimenticios, seguían
aumentando. Y, de nuevo, el sempiterno
asunto del pan. “¿Por qué está caro el
pan?”, se pregunta en un artículo del 15
de marzo. El asunto no parecía tener más
explicación que la acción de los acapara-
dores de trigo y harinas. La causa era que
los especuladores estaban aprovechando
las circunstancias de la guerra. La excusa
era la subida del precio de las harinas, pe-
ro Caballero demostraba con cuadros y
tablas que se importaba más trigo que
antes pero también se exportaba más. La
importación había aumentado, sobre to-
do, desde los Estados Unidos. El hecho
fundamental denunciado en aquella prima-
vera de 1916 era algo evidente: que la
guerra había hecho aumentar vertiginosa-
mente todo tipo de exportaciones con los
que los precios interiores habían aumen-
tado en la misma medida. Consecuente-
mente, se proponía la prohibición de la ex-
portación de harinas mientras durase la
guerra.
En junio de 1914, había tenido lugar el XIº
Congreso de la Unión General de Trabaja-
dores que marcó ciertas directrices dura-
deras para el sindicato de forma que que-
dó más robustecido y racionalizado en su
organización. Los estatutos experimenta-
ron una reforma significativa. El Comité
Nacional pasó ya a ser íntegramente elegi-
do por el Congreso –antes éste solo elegía
al presidente y el secretario– y a él pasa-
ron a pertenecer por vez primera dos
hombres llamados a tener en el futuro una
densa historia ugetista, Julián Besteiro y
Andrés Saborit. Pero habría que esperar
al XIIº Congreso de la Unión, celebrado los
días 13-23 de mayo de 1916, para que
se pusiera en marcha un programa que
conduciría a la huelga general de agosto
de 191724, y el hecho obedeció, más que
a la decisión de los organismos centrales
en Madrid, a la presión de los grupos de la
periferia. Concretamente, sería la delega-
ción asturiana la que insistiera ya en estas
fechas en la necesidad de poner en mar-
cha un amplio mecanismo coordinado de
la protesta generalizada ante la situación
social. En el curso del congreso, Largo Ca-
ballero, Vicepresidente de la Unión, apare-
ce debatiendo con Virginia González, vocal
de la directiva, que acusaba al Comité Na-
cional de falta de interés por el tema de
las subsistencias. Caballero, pese a su co-
nocida posición beligerante, decía
que una amplia campaña como la
reclamada por Virginia era imposi-
ble por las dificultades económicas
que se atravesaban y porque había
muy escasa movilización entre la
militancia; “en la masa faltaba entusiasmo
hasta para asistir a un mitin”, diría. De
cualquier forma, en El Socialista de 19 de
mayo se señalaba la decisión de promover
un paro general de protesta de un día de
duración y todo lo demás quedó relegado
a proyectos a más largo plazo. El Congre-
so decidió que junto al Comité Nacional
funcionase otro de representantes nacio-
nales elegido por justamente por la misma
asamblea congresual. Para aquel verano
había proyectos de manifestaciones que
hubieron de suspenderse por la huelga fe-
rroviaria declarada los días 12 a 16 de ju-
lio de 1916.
Comienza la movilización sindical
Desde 1914, la recién legalizada CNT em-
pezaría a airear en Barcelona su decisión
de poner en marcha la táctica de la “huel-
ga general”. A partir de 1916, la Confede-
ración Nacional del Trabajo perseguiría un
objetivo absolutamente análogo al socialis-
ta, como se puso de relieve en la Asamblea
21
El hecho era que la guerra no había
llevado perjuicios a las industrias, pero
había empeorado la vida de los obreros.
22. “El gobierno y las subsistencias” en Acción Socialista, 10 de octubre de 1915.
23. Mitin en la Casa del Pueblo, El Socialista, 23, enero, 1916.
24. A. SABORIT: Ob. cit., pp. 44-46. Saborit destaca la ponencia que hizo Besteiro en ese congreso a la que califica de “histórica”, pues “dio margen a la huelga re-volucionaria de 1917”. F. SÁNCHEZ PÉREZ: La actividad socialista en Madrid y la huelga general de 1917. En La sociedad madrileña durante la Restaura-ción, 1876-1931, Madrid, Comunidad de Madrid-Alfoz, 1986, vol. 2, p. 485.
de Valencia y en el Congreso Confederal
de Barcelona de aquel verano de 1916.
Los socialistas, desde Madrid, repensa-
rían igualmente sus propias y tradiciona-
les posiciones muy restrictivas hasta en-
tonces en ese terreno de la táctica de las
huelgas. Evidentemente ello daba una di-
mensión nueva a la preparación de un mo-
vimiento que debía abarcar todo el país,
abandonando la fijación excesiva en la ac-
ción en Madrid. El comité de los represen-
tantes nacionales pedido y creado por el
Congreso socialista se compuso de las
directivas de partido y sindicato. “La Asam-
blea de Barcelona [el Congreso Confederal]
fue el impulso que de modo directo e inme-
diato contribuyó a poner en pie a la clase
obrera” escribiría Luis Araquistain. A partir
de ahí, “se hizo carne” la idea de la huelga
general nacida en marzo de aquel año, que,
de todas formas, no era sino un momento
más en un largo proceso acelerado por
causa de la guerra, “aunque los orígenes
habría que buscarlos más lejos, tal vez en
el desastre colonial de 1898…”25. A par-
tir de entonces empezaron los contactos
directos del sindicato socialista con la CNT
y de la negociación surgió la composición
de un organismo conjunto en el que se in-
tegraron por parte de los anarcosindicalis-
tas Ángel Pestaña y Salvador Seguí. El en-
tendimiento de anarquistas y socialistas
llevaría a la creación efectiva de un comité
conjunto de actuación. La conexión con los
anarcosindicalistas fue, en consecuencia,
una de las circunstancias fundamentales
en la preparación de la huelga. Pero la
preparación de la conjunción misma había
sido ardua.
Una pieza esencial de ella fue el que se lla-
mó “Pacto de Zaragoza”. La CNT, simultá-
neamente al congreso ugetista, había con-
vocado en Valencia una Asamblea Nacio-
nal. Fue el comité de Zaragoza de la CNT
el que tuvo la iniciativa de la conexión con
los socialistas, con la UGT en concreto, y
en ella el elemento clave fue Ángel Lacort.
De ella nació la firma de un pacto, hecha
en Zaragoza, que cerró el acuerdo de ac-
tuación conjunta. Siguió un mitin y un ma-
nifiesto conjuntos26. Como recuerdo de
aquella reunión queda la nota que Caballe-
ro enviaba, firmada “Paco”, a Dolores Ce-
brián, esposa de Besteiro, en la que le in-
cluía un recorte del periódico barcelonés
El Noticiero Universal, de 13 de julio de
1916, en la que se comunicaba que “Ca-
ballero, Besteiro y Vicente Barrio ‘signifi-
cados propagandistas socialistas’” perte-
necientes al comité directivo de la Unión
General de Trabajadores llegaban de Ma-
drid a Barcelona en viaje relacionado con
la alianza de esa organización y la CNT, a
través de su “Comité Asamblea Nacional
de Valencia” (sic), pactada en Zaragoza el
8 del corriente y “el acuerdo adoptado de
celebrar el domingo una manifestación en
toda España y un paro general el lunes de
22
25. L. ARAQUISTAIN: Ob. cit., p. 9.
26. A. SABORIT: Ob. cit., pp. 47-48. Según el autor, el manifiesto llevaba la fecha de 17 de julio de aquel año.
24 horas”27. Precisamente, en relación
con ese viaje, La Vanguardia del día 14 del
mismo mes había señalado la detención
de los tres expedicionarios a su llegada a
Barcelona por obra de la Brigada de
“anarquismo y socialismo” de la policía28.
Poco después, en este mismo mes de ju-
lio, comenzaban los problemas
huelguísticos ferroviarios con la
Compañía del Norte que prolonga-
dos todavía un año después iban a
estar en el origen de la difícil deci-
sión de adelantar la fecha de la huelga ge-
neral que hubo de adoptarse. Ahora se
trataba del reconocimiento de las organi-
zaciones obreras por la compañía exigido
por los sindicatos ferroviarios29. Pero no
fue sino ya en noviembre de 1916 cuando
se alcanzó el acuerdo definitivo con la
CNT, y, subsidiariamente, se designó la fe-
cha de 18 de diciembre siguiente para el
primer gran movimiento conjunto de pro-
testa contra la carestía de las subsisten-
cias, consiguiendo la promesa de apoyo
de un pequeño número de comerciantes.
No es difícil percibir ya en el fondo de to-
das estas decisiones del verano de 1916
unos propósitos que empezaban a desbor-
dar los objetivos concretos de una protes-
ta social. Aún así, por aquellas fechas, Ca-
ballero escribía todavía sobre la intención
y perspectivas de una acción conjunta que
no contemplaba la intención política. Pues
si bien, anunciaba Caballero, “lo que sí
puede afirmarse es la significación que a
esta huelga dan los trabajadores. Esta
huelga general no es un caso de epilepsia
de las muchedumbres y, por tanto, violen-
ta o revolucionaria; no, es un movimiento
bien pensado, calculado producto de la re-
flexión y, por consiguiente, pacífico”, tam-
bién era cierto que “No puede tener, no
tiene, un carácter político determinado…”.
Los gobiernos, continuaba, venían des-
oyendo la protesta del pueblo, mientras
gastaban el dinero en “la sima marroquí”
en vez de dedicarlo a las obras públicas.
“Además de lo dicho, la huelga del [día] 18
tiene una importancia superior a todas las
anteriores huelgas generales, por ir uni-
dos al movimiento los dos organismos
obreros de España más importantes, la
Unión General y la Confederación del Tra-
bajo, después de muchos años de luchas
intestinas…” Y luego: “¿Será necesario
recurrir a procedimientos más enérgicos
para ser atendidos?”30. Además de una
declaración de intenciones y mucha pro-
posición didáctica, esto era toda una pre-
monición. En definitiva, hasta este mo-
mento, fines de 1916, los designios so-
cialistas tenían mucho más que ver con
las condiciones económicas generales del
país, cuyas peores consecuencias pesa-
ban sobre el proletariado, que con los pro-
pósitos de mucho más alcance de una
huelga política revolucionaria. Esta última
dimensión solo fue ganando peso a medida
que las condiciones de vida empeoraban sin
más respuesta política del régimen que la
pasividad.
Con la excepción de los tranviarios, el pa-
ro de veinticuatro horas de 18 de diciem-
bre de 1916 fue un éxito y contó con el
apoyo de sectores de las clases medias y
una simpatía generalizada en el país. Ca-
ballero celebra ese éxito en un artí-
culo que titula, nada menos, Sí;
todavía hay pulso, en el que reme-
mora explícitamente la célebre de-
claración de Silvela en 1898 acer-
ca de la pérdida del pulso de la sociedad
española31. De haber vivido Silvela, escri-
be, el éxito de aquella huelga unánime “es
seguro que hubiera llevado a su espíritu
escéptico algún átomo de optimismo”. Al
pueblo no le falta pulso, pero no tiene
quién lo dirija, dice. De todas formas, ha
nacido un nuevo poder contra el agio y las
inmoralidades. La clase trabajadora ha
demostrado unión. El optimismo de Caba-
llero en este momento era como el que él
le suponía a un Silvela vivo. En consecuen-
cia, perdió parte de su escepticismo so-
bre la pasividad de la clase obrera y con-
tinuó recapacitando sobre sus reticen-
cias acerca del instrumento de la
huelga. Antes de que se produjese el
movimiento, había publicado el día 16,
un breve suelto aparecido en El Liberal,
de Madrid y en El Socialista que es por
sí solo un manifiesto. Afirmaba que el
gobierno estaba preocupado por el
anuncio del paro para el día 18 convoca-
do conjuntamente por la UGT y La CNT y
enfatizaba enérgicamente el hecho de
23
Al pueblo no le falta pulso, pero no tiene
quién lo dirija.
27. Archivo de la Fundación Largo Caballero (AFLC), Fondo Julián Besteiro, 02301-021.
28. Ibídem, 02300-20. El incidente lo relata también de manera confusa LARGO CABALLERO en Mis Recuerdos… Ob. cit., pp. 40 y ss., sin fecharlo y equivocandoa lo que parece su ubicación en el tiempo.
29. Se pidió la intermediación en el conflicto del IRS y en la ponencia que éste constituyó para informar estaba Largo Caballero. El IRS reconoció que era precisauna legislación sobre ese reconocimiento. M. PALACIO MORENA: La institucionalización de la reforma social en España (1883-1924). La Comisión y el Insti-tuto de Reformas Sociales, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1988, p. 184.
30. Véase F. LARGO CABALLERO, Obras Completas... Ob. cit., vol. 1, pp. 98 y ss.
31. El Socialista, 25, diciembre, 1916.
que “toda España sabe que los trabaja-
dores conscientes, llevan más de dos
años reclamando medidas que atenua-
sen algo la irresistible situación creada
por el encarecimiento de los artículos de
primera necesidad y la crisis de traba-
jo”. No ha habido más que palabras y pa-
labras…
En todo el proceso que llevaría a la huel-
ga de agosto, pasando por este primer
episodio de diciembre de 1916, Largo
Caballero señalaría, como el pri-
mero de los rasgos que le pare-
cían destacados, la coincidencia
total de propósitos con la anarco-
sindicalista Confederación Nacio-
nal del Trabajo. Si bien, como sabemos,
Caballero no dedicó mucho espacio en
sus escritos y comentarios a este acon-
tecimiento, está claro que durante aque-
llos meses se produjo una inflexión impor-
tante en las aceptadas ideas pablistas
sobre la huelga. Y, muy probablemente,
fue el propio Pablo Iglesias el que mayor
resistencia mostró a semejante inflexión,
porque la huelga general era, justamen-
te, la cuestión táctica ante la que más
cautelas había adoptado tradicionalmen-
te el propio Iglesias y toda la organiza-
ción32. La observación de Caballero so-
bre la unidad obrera en su preparación y
desarrollo era toda una confirmación de
posiciones básicas sobre el destino y la
actuación de clase. Y ello, justamente,
cuando se estaba recorriendo el camino
que separaba la huelga económica de la
huelga política y cuando la confrontación
con el anarcosindicalismo, una de las di-
mensiones más persistentes, aunque
tampoco constante, en la actuación so-
cialista entraba en una tregua. El segun-
do rasgo que destacaría sería el segui-
miento que tuvo en toda España aquel
movimiento de paro pacífico que prece-
dió a la huelga general, lo que despertó
muchas esperanzas. Ahora bien, los po-
deres públicos no reaccionaron en modo
alguno frente a la llamada de atención33.
Tras el éxito de diciembre de 1916 y la nu-
la respuesta del gobierno, se fueron forta-
leciendo las propuestas de pasar a una
huelga general con el objetivo ahora de ha-
cerla indefinida, o, como se decía en los
documentos del momento, “por tiempo in-
definido”. Entre los meses de enero y mar-
zo de 1917, se produjeron tres aconteci-
mientos importantes que precipitarían
nuevas acciones por parte del obrerismo
coaligado al tiempo que un decisivo des-
plazamiento del significado y alcance atri-
buidos al movimiento que se preparaba.
Uno fue el fracaso de la creada Junta de
Subsistencias, que tenía dos miembros
obreros, en su intento de poner coto a la
escalada de los precios de la alimentación;
vino después el cierre del Parlamento en
febrero, ordenado por Romanones, lo que
propiciaría el entendimiento de grupos re-
publicanos con los de oposición monárqui-
ca y desembocaría en las acciones políti-
cas de aquel verano con la apertura de
nuevas perspectivas para el propio movi-
miento obrero; por fin, el impacto de la
revolución de febrero (ya marzo aquí) en la
Rusia de los Zares.
Pero, ¿cuándo fue decidido el paso funda-
mental desde el proyecto de una huelga
general por las subsistencias hacia otro
de una gran huelga política? Todo parece
indicar que tal decisión provino, o estuvo
fuertemente influida, por la observación
de que la huelga general económica del
18 de diciembre de 1916 no había tenido
ningún efecto sobre el gobierno. Con to-
do, había un factor más y no menos
importante: el del mecanismo de
contactos y negociaciones que hizo
que los propósitos de protesta fue-
sen compartidos por grupos bur-
gueses como los reformistas, los republi-
canos históricos y los socialistas, que
mantuvieron conversaciones entre sí en el
mes de junio. Y ello sin olvidar las iniciati-
vas anarcosindicalistas en el mismo senti-
do. En definitiva, los acontecimientos lleva-
ron a nuevas reuniones en Madrid entre
representantes de la CNT (Pestaña, Seguí
y Lacort) y dirigentes socialistas y a la apa-
rición del Manifiesto conjunto de las dos
centrales el 27 de marzo de 1917 en el
que se planteaba ya tajantemente una res-
puesta obrera de signo mucho más políti-
co. De ese hecho se dedujo la toma de
medidas policiales por Romanones contra
los participantes en esas reuniones que
llevó fugazmente a la cárcel a alguno de
ellos. Se hace eco del recrudecimiento de
la acción represiva Óscar Pérez Solís en
sus memorias, pero donde mejor se sigue
su rastro es en el efecto que esas deten-
ciones tuvieron en el grupo socialista del
Ayuntamiento de Madrid.
24
Los poderes públicos no reaccionaron
en modo alguno frente a la llamada de
atención.
32 Un buen testimonio de ello lo da M. CORDERO: Los socialistas y la revolución. Temas de actualidad. Madrid, [Imprenta Torrent], 1932, p. 30. Cordero comentaque Iglesias reprochó con fuerza en Barcelona al diputado republicano Azzatti, como se lo reprocharon otros muchos, las incitaciones a la huelga a los ferro-viarios valencianos. Véase, L. GÓMEZ LLORENTE: “La huelga general como problema teórico del socialismo” en la ya citada Aproximación a la historia… Ob. cit.,pp. 261 y ss.
33. En cualquier caso, las disposiciones oficiales sobre importación y exportación de productos que constituían la base de esa rúbrica de las subsistencias llega-ron a constituir una auténtica selva legislativa en aquellos meses, donde abundaban las contradicciones y el tira y afloja en los permisos y sus revocacionesposteriores. Véase un cuadro de ellas en S. ROLDÁN y J. L. GARCÍA DELGADO: Ob. cit., 1, pp. 443 y ss.
Pérez Solís habla de una “importante reu-
nión” en la Casa del Pueblo de Madrid “de
jefes obreros de toda España”. ¿La ra-
zón?: que el Poder público, a pesar de la
huelga general de veinticuatro horas, “no
daba muestras de atender las reclamacio-
nes populares en el asunto vital, tapadera
de otros asuntos, de la carestía de la vi-
da”. Como los discursos y decisiones fue-
ron “casi un ultimátum al gobierno”, el
Conde Romanones, “cumpliendo lo que
creía su deber de gobernante”, “encerró
en la Modelo de Madrid a casi todos los
Fierabrases reunidos en la Casa del Pue-
blo”. Exageración aparte en el lenguaje, to-
do era cierto34. En la sesión del Ayunta-
miento de Madrid de 30 de marzo se ha-
cía constar que había sido detenido el
concejal Besteiro y que se hallaban ame-
nazados de ello también Caballero y
Anguiano por sedición. El Ayunta-
miento propuso pedir al Ministro de
Gobernación la libertad de los tres.
El hombre que llevaba la voz princi-
pal en este asunto era nada menos
que Antonio Maura, alcalde a la sa-
zón, y recordaría en esa sesión que ya en
1909, con motivo de los sucesos de Bar-
celona y siendo alcalde el conde Peñalver,
se cerró la Casa del Pueblo y se encarceló
a sus dirigentes. Entonces, efectivamen-
te, se hizo una gestión con el Ministro, La
Cierva, y se consiguió la puesta en liber-
tad a los que eran concejales. Además,
Moret, Canalejas y Romanones habían pu-
blicado entonces un Manifiesto protestan-
do de la clausura de la Casa del Pueblo. Y
era precisamente ahora el ministro Roma-
nones el que cometía el mismo error. Pe-
ro en esta ocasión, el alcalde de Madrid
señaló que la detención de los concejales
era cosa de la “autoridad judicial” y que la
petición de libertad no habría tenido efecto.
La corporación madrileña, en cualquier
caso, consideraba abusiva la medida, si
bien hubo ciertos miembros de ella que
propusieron la inhabilitación de estos con-
cejales y de ello hay huellas en el acta de
la sesión de 31 de mayo.
El Manifiesto incriminado del mes de mar-
zo, redactado seguramente por Besteiro,
empezaba destacando el éxito del 18 de
diciembre pasando luego a señalar cómo
“las condiciones insoportables de nuestra
vida, agravadas, sin duda, y puestas de re-
lieve por la guerra europea” eran el resul-
tado de “un régimen tradicional de privile-
gios”, de una “desenfrenada inmoralidad”,
que tenía en los poderes públicos su me-
jor apoyo y amparo. Nada se había hecho
por remediarlo. La guerra de Marruecos,
otro objetivo constante de la crítica socia-
lista, era la “sangrienta y vergonzosa ruina
de España”. El proletariado organizado “ha
llegado así al convencimiento de la necesi-
dad de la unificación de sus fuerzas”. En
consecuencia, se habían adoptado acuer-
dos por parte de las organizaciones, tanto
en el último Congreso de la UGT como en
la Asamblea de Valencia de la CNT, “con el
fin de obligar a las clases dominantes a
aquellos cambios fundamentales de siste-
ma que garanticen al pueblo el minimum
de las condiciones decorosas de vida y de
desarrollo de sus actividades emancipado-
ras” para lo cual iba a recurrirse a la “huel-
ga general, sin plazo definido de termina-
ción”. Firmaban el documento muchos
representantes regionales de UGT y CNT
–por ésta Seguí y Pestaña– y entre ellos fi-
guraban por la UGT Caballero, Besteiro,
Barrio, Saborit y bastantes dirigentes
más.
La expresión cambios fundamentales de
sistema y la alusión a las actividades
emancipadoras eran claves, sin duda, y
marcaban bien el salto a propósitos que
iban más allá de la reclamación por las
malas condiciones de vida. El movimiento
entraba en su fase clara de ruptura con la
situación política, con el régimen. Pero,
además, Largo Caballero en un mitin de
ese mismo día de marzo, tenido en la Ca-
sa del Pueblo, volviendo de nuevo sobre el
problema de las subsistencias, entraba
ahora ya, con un discurso bastante viru-
lento, en otros terrenos. Recorda-
ba cómo en el último Congreso de
la UGT, el XIIº, de mayo de 1916,
“se consideró insostenible la situa-
ción de la clase obrera española” y
cómo se habían emprendido accio-
nes de acuerdo con la CNT. Pero
éstas no habían surtido efectos, como
tampoco el paro del 18 de diciembre ante-
rior. Por tanto, “se imponen los procedi-
mientos extremos, una apelación suprema
al arma más poderosa del proletariado:
la huelga general por tiempo indefinido”.
La afirmación despertó prolongadas ova-
ciones35.
De todas formas, en boca de Caballero en
este momento lo fundamental era la de-
claración explícita de que “esta huelga per-
seguirá una transformación completa de
la estructura económica del país y de la
estructura política también, derribando
cuanto contribuye al sostenimiento de lo
que por más tiempo no puede subsistir”.
25
Obligar a las clases dominantes a cam-
bios fundamentales de sistema que ga-
ranticen al pueblo el minimum de las
condiciones decorosas de vida.
34. O. PÉREZ SOLÍS: Memorias de mi amigo Óscar Perea, Madrid, Artes Gráficas (s.f.: 1929), pp. 156-157.
35. Crónica en El Socialista, 28 de marzo de 1917. Obras Completas… Ob. cit., 1, p. 127.
Los propósitos habían dado un vuelco de-
cisivo. El propósito revolucionario queda-
ba así definitivamente establecido: lo que
no podía subsistir era, sin duda, la Mo-
narquía. En consecuencia, “la clase obre-
ra organizada” –en expresión cuasi tau-
matúrgica empleada sistemáticamente
por Caballero– era consciente de que den-
tro del régimen existente no se podía ha-
llar remedio a una situación miserable, si
es que no se abandonaba la lucha de cla-
ses y, por tanto, habría de dedicarse,
“desde mañana”, a preparar ese otro mo-
vimiento “para que cuanto antes pueda
ser realizado”36.
A la altura de marzo de 1917, la nueva di-
mensión política de las posiciones obreras
estaba, pues, adoptada y ello explica la
reincidencia en la búsqueda decidida de
conexiones en otros sectores y ámbitos
políticos, al tiempo que muestra que para
el éxito de la actuación se tenía como fun-
damental la consolidación de ciertos pre-
supuestos entre los que había uno incues-
tionable: que esa gran acción pudie-
se contar con aliados fuera de la
clase obrera. El 28 de abril, Caba-
llero escribe un texto vibrante, que
se publica el día 5 del mes siguiente en El
Liberal de Bilbao, en el que anuncia el
acuerdo de la UGT y la CNT de declarar,
“en momento oportuno”, “una huelga ge-
neral por tiempo indefinido”. Allí se insiste
en la petición de cambio del sistema y en
la afirmación de que “no es una huelga ge-
neral como las hasta ahora realizadas, de
simple protesta, no; esta huelga persegui-
rá una transformación completa de la es-
tructura política y económica del país”.
Caballero apostaba por un punto de parti-
da que no podía ser otro que la unidad de
todo el proletariado como clave del éxito.
Una de las grandes pruebas de la huelga,
o de las grandes apuestas, era, por tanto,
la de unanimidad y unión del proletariado,
elemento esencial sobre el que con el pa-
so del tiempo se volvería, si bien con suce-
sivos fracasos. Los privilegiados, diría, en-
tienden bien que aquella huelga proyecta-
da “es la revolución que va a derrocar el
sistema político presente” y por ello pre-
tendían “estrangular el movimiento en sus
comienzos”. Que esto no era retórica de
propagandista lo probarían los hechos
cuando el gobierno en el verano entrase
de lleno en la búsqueda de esa ruptura de
los elementos coaligados y actuase me-
diante la provocación. Al tiempo que en el
mes de junio hacían su aparición pública
las Juntas de Defensa, la situación política
aceleró intensamente su inestabilidad.
Melquíades Álvarez o Alejandro Lerroux
saludaron la aparición de aquellas. Los so-
cialistas las interpretaron como un pro-
ducto más de las arbitrariedades del régi-
men y consideraron indignas las concesio-
nes que el poder civil había hecho a las
presiones militares.
Ya en el mes de julio, a la vista de los
acuerdos adoptados por la Asamblea de
Parlamentarios, la CNT presionaba de tal
manera para la pronta declaración de la
huelga general en Cataluña que Caballero
fue comisionado para ir a Barcelona para
convencer a la Confederación de que la
declaración debía aplazarse para mejorar
su preparación37. La misión se materializó
en la entrevista en el paraje de Las Pla-
nas, cerca de Vallvidriera, en pleno mon-
te, con representantes confederales. La
entrevista no fue cordial sino más bien lle-
na de tensiones y acusaciones fuertes,
aunque Caballero consiguió aplacar las ur-
gencias y justificar el contacto con “políti-
cos burgueses” del que era acusada la
UGT por los anarquistas. Ángel Pestaña,
presente en la reunión, confirmó que él y
Seguí había apoyado igualmente esa inteli-
gencia con Lerroux y Melquíades Álvarez
de acuerdo con el Comité de la Confedera-
ción. Por tanto no había razón para acu-
saciones mutuas.
Y es que, efectivamente, el 16 de junio an-
terior se conocía que, además de haber un
nuevo entendimiento entre republicanos y
socialistas, “un Comité –en el que figuraban
Melquíades Álvarez, Lerroux, Largo Caba-
llero y Besteiro– preparaba un movimiento
revolucionario de cuya finalidad habló
Pablo Iglesias en El Socialista exhor-
tando a “abrir camino…al ‘régimen
republicano’”. Reverdecía, pues, una
“nueva conjunción republicano-socialista”, lo
que el autor que citamos ve sencillamente
como un proceso de subversión política38.
El alboroto de los anarquistas disparando
sus pistolas al aire al regreso de la reunión
aludida alteró, sin duda, a Caballero, pero
las versiones que exponen de este asunto y
de la reunión Caballero por una lado y Án-
gel Pestaña por otro difieren en algún pun-
to, como el del miedo pasado por Caballe-
ro, y, sobre todo, dejan ver el abismo de
26
La unidad de todo el proletariado como
clave del éxito.
36. Todo en ibídem. El subrayado es nuestro.
37. F. LARGO CABALLERO en Mis Recuerdos… Ob. cit., pp. 49 y ss. En Barcelona se reunió con los socialistas Comaposada y Escorza al llegar a la estación deSants.
38. Es lo que afirma sobre estos hechos J. PABÓN: Ob. cit., 1, p. 500. Véase la versión de G. H. MEAKER: Ob. cit., p. 113, basándose en crónicas del tiempo y lade A. SABORIT: Julián Besteiro, Buenos Aires, Editorial Losada, 1967, pp. 132 y ss. También J. J. MORATO: El partido socialista obrero, Madrid, BibliotecaNueva (s.a.: 1918), [Reedición de Madrid, Editorial Ayuso, 1976], passim.
concepciones que, en el fondo, seguían se-
parando a una organización de la otra39.
Sobre el momento en que la huelga gene-
ral había de declararse no llegó a estable-
cerse acuerdo alguno. Ahora bien, y este
es un punto central en todo el episodio,
los planes para su desencadenamiento se
vieron decisivamente alterados, y hasta es
posible que, en parte al menos, su éxito
también, por la declaración de la huelga
ferroviaria que tuvo como epicentro a Va-
lencia y que hizo que toda la prepa-
ración se viera bruscamente sacu-
dida. La Federación Ferroviaria de
la UGT tenía como secretario a Da-
niel Anguiano, y su comité en pleno
estaba al tanto de que no podía desenca-
denarse ningún conflicto previo que altera-
ra los planes de huelga general. Una pri-
mera declaración de paro en los ferroca-
rriles de Valencia se puso en marcha
coincidiendo con la Asamblea de Parla-
mentarios en Barcelona y dio lugar a la
apertura de negociaciones entre empresa
y trabajadores, lo que detuvo momentá-
neamente el movimiento. Pero, en el for-
cejeo, la Compañía del Norte se mostró
inflexible, con el apoyo del gobierno, según
la común creencia40, en un tema primor-
dial, el de la readmisión a los despedidos.
Sea como fuese, Anguiano no pudo dete-
ner las decisiones de los dirigentes ferro-
viarios de ir de nuevo a una huelga general.
Seguramente es Caballero el que mejor
describe la delicadísima tesitura en que
aquél propósito colocó a la UGT y a toda la
infraestructura unitaria para la huelga ge-
neral prevista. El sindicato era consciente
de que no podía dejar de apoyar esa huel-
ga donde se jugaba la supervivencia de
una importante federación sindical si la de-
rrota era contundente. Pero apoyarla sig-
nificaba poner en serio peligro la posibili-
dad de la huelga general; “ir al movimiento
revolucionario sin estar preparados era ir
al fracaso seguro”41. Caballero llegará a
afirmar que la clave de aquella situación
insostenible creada por los ferroviarios fue
el exceso de ardor profesional pero, sobre
todo, “el cretinismo de su secretario gene-
ral”, es decir, Anguiano. Caballero se equi-
voca y, además, debe tenerse en cuenta
que esto se escribía en 1940, después de
consumada hacía muchos años la trayec-
toria divergente de Anguiano42. Fuese co-
mo fuese, el apoyo fue la decisión que se
adoptó.
Es evidente que el gobierno estaba muy in-
teresado en que la huelga ferroviaria de-
clarada en tan inoportuno momento no tu-
viese solución porque así arrastraba a las
asociaciones obreras a una decisión pre-
matura sobre la huelga general. La convic-
ción de que la huelga de los ferroviarios
del verano fue mantenida y provocada por
el gobierno era unánime y de ella partici-
paban no solo todos los socialistas sino
gentes tan heterogéneas como Cambó,
Lerroux, el coronel Márquez presidente de
las Juntas de Defensa, o el entonces capi-
tán Julio Mangada defensor después de
algunos de los implicados como colabora-
dores del comité de huelga, por poner
ejemplos. Se decidió declarar esa huelga
para el día 13 de agosto, lunes, con lo que
se superponía a la anunciada huelga ferro-
viaria que debía comenzar el día 10. El co-
mité de huelga general de las organizacio-
nes socialistas se constituyó con cuatro
miembros, Caballero y Anguiano por la
UGT y Besteiro y Saborit por el Par-
tido.
La huelga general revolucionaria
El 12 de agosto aparecía el Manifiesto A
los obreros y a la opinión pública en el que
se exponían los fundamentos, motivos y ob-
jetivos de la huelga declarada, al que acom-
pañarían unas “Instrucciones para la huel-
ga” en las que se insistía en que ésta sería
pacífica, que solo se emplearía la violencia
como defensa, y en que sería indefinida. El
Manifiesto decía, entre otras cosas:
“pedimos un gobierno provisional que
asuma los poderes ejecutivo y modera-
dor y prepare, previas las modificacio-
nes imprescindibles en una legislación
viciada, la celebración de elecciones sin-
ceras de unas Cortes Constituyentes.”
No estaba firmado por Pablo Iglesias, sino
por Caballero como Vicepresidente y por
Anguiano como vicesecretario, por la UGT,
y por Besteiro y Saborit por los mismos
27
No podía desencadenarse ningún con-
flicto previo que alterara los planes de
huelga general.
39. A. PESTAÑA: Lo que aprendí en la vida (I), Zero, Algorta, 1971, pp. 57 y ss. El mismo texto y otros de Pestaña pueden verse en Trayectoria Sindicalista. Pró-logo de Antonio Elorza, Madrid, Ediciones Tebas, 1974. Pestaña insiste en el susto de Caballero y en la dureza de la entrevista. Afirma de Caballero que “senotaba el terror que todo aquello le producía”. Caballero niega tal cosa y señala que le parecía absurdo –y lo era– que se tomasen tantas precauciones parala entrevista y a su final el divertimento fuese disparar las pistolas. La impresión que Pestaña sacó de una entrevista anterior con Pablo Iglesias, en julio, fueaún peor, pues éste se permitió contraponer “los obreros manuales” con “nosotros, los intelectuales”. Ibídem, p. 63.
40. Una discusión convincente de esta creencia en F. J. ROMERO SALVADÓ: España, 1914-1918. Entre la guerra y la revolución, Barcelona, Crítica, 2002,pp. 145 y ss.
41. F. LARGO CABALLERO: Notas históricas de la guerra de España (1917-1940)... Ob. cit., p. 21.
42. Caballero escribe esto en la citada Carta abierta a Luis Araquistain, después de muchos años y muchas vicisitudes pasadas.
cargos en el PSOE. Es decir, los miembros
del Comité de huelga. En otro documento
aparecido al tiempo, se exponía la impor-
tante cuestión de la formación de un Go-
bierno Provisional una vez triunfante la
huelga. Otro más estaba dirigido específi-
camente a los obreros madrileños incitán-
doles a la movilización. La huelga fue con-
testada por el gobierno con la declaración
del estado de guerra y el comienzo de una
dura represión protagonizada por el ejérci-
to que estuvo absolutamente al lado de los
poderes públicos. El día 14 se detuvo al
Comité de huelga cuando estaba alojado
en casa de un militante sindical (precisa-
mente en la madrileña calle del Desenga-
ño, ironía que destaca G. H. Meaker) cosa
de la que el ministro de la gobernación,
Sánchez Guerra, dio a la prensa una
versión completamente falsa. Sus
miembros fueron conducidos a la
prisión militar donde fueron indeco-
rosamente tratados, incluso obli-
gándoles a desnudarse43. Se les
conminó a permanecer en sus celdas dan-
do órdenes de disparar si se acercaban a
la puerta o ventana.
El seguimiento fue desigual y los sitios con
enfrentamientos más graves fueron Ma-
drid, con encuentros sangrientos en la zo-
na fundamentalmente obrera de Cuatro
Caminos, y el empeño a ultranza del go-
bierno de que no se detuviesen los tran-
vías, el entorno de Barcelona (Sabadell,
Badalona), Vizcaya, Valencia y sitios como
las minas de Riotinto en Huelva, pero no
tuvo resonancia en muchos lugares del
interior del país44. Por supuesto, no arras-
tró al mundo campesino. El número oficial
de muertos que aquel evento produjo has-
ta su terminación el día 16 fue evaluado
por el gobierno en algo más de setenta; la
cifra real es seguramente más del doble
de esa, a la que hay que añadir la de heri-
dos45. En su actuación, el gobierno, sobre
todo a través del Ministro de la Goberna-
ción, José Sánchez Guerra, procedió tam-
bién a una eficaz campaña de desinfor-
mación, censurando la prensa, publican-
do manifiestos falsos y acusando a los
huelguistas de ser revolucionarios, utili-
zar la violencia y estar pagados por los
aliados, lo que en modo alguno respondía
a la verdad.
Como acontecimiento histórico de gran
calado, es preciso señalar que, de ser un
movimiento que estuvo gestándose como
respuesta a un conflicto clásico de subsis-
tencias, la huelga de agosto pasó a tener
un contenido político explícito y, en ese
sentido, a ser un movimiento revoluciona-
rio en muy corto plazo de tiempo. Esa
transformación rápida dejó claramente su
huella en la concepción y preparación del
movimiento. El hecho de que los movimien-
tos huelguísticos empezasen pensados co-
mo un movimiento social, “de protesta”, que
llegarían a desembocar en un movimiento
político de perfiles revolucionarios pero
que permaneció en esa su primera fase
durante bastante tiempo, no ha sido, sin
embargo, suficientemente destacado por
ciertos autores. La afirmación de G. H.
Meaker, uno de sus mejores analistas, de
que aquel movimiento tenía fundamental-
mente una dimensión política por parte de
los socialistas “de ayuda a las clases me-
dias españolas a hacer la revolución de-
mocrática que aquellas eran demasiado
débiles para hacer por sí solas”, no puede
discutirse; “la huelga general de agosto de
1917 sería, sobre todo, una huelga políti-
ca de objetivos concretos: que el rey se
fuera, creación de un gobierno provisional
y convocatoria de unas cortes constituyen-
tes que dirigieran la restauración de la vi-
da nacional”46. Cierto. Pero ese en-
foque olvida por completo que los
orígenes estaban mucho más enrai-
zados, en realidad, en la propia me-
cánica doctrinal de la huelga reivin-
dicativa que siempre mantuvo la or-
ganización socialista. Hemos visto cómo
Caballero marca bien el paso de una situa-
ción a otra. Seguramente es menos acep-
table todavía, porque ignora igualmente
los precedentes, la afirmación de que “la
huelga de 1917… al menos desde la pers-
pectiva de los dirigentes del PSOE y de la
UGT, no fue precisamente un intento de
revolución proletaria tras la etapa aristo-
crática (Juntas de Defensa) y burguesa
(parlamentaria), sino más bien un arma
para facilitar el acceso de la burguesía li-
beral al poder y del partido socialista a al-
guna cartera ministerial”47.
28
La huelga general de agosto de 1917
sería, sobre todo, una huelga política de
objetivos concretos.
43. Según el relato que Julián Besteiro hizo de estos sucesos en su discurso de 1918 en el Parlamento. Los sucesos de agosto ante el Parlamento. Discursosíntegros… Prólogo del Dr. Simarro. Madrid, Editorial LIF, 1918.
44. Una síntesis detallada de los acontecimientos se expone en J. A. LACOMBA: Ob. cit., pp. 249-287. Las minas de Riotinto habían sido una empresa muy con-flictiva siempre donde la actuación de la UGT generó controversias en el sindicato como las de 1911 en las que Caballero fue bastante atacado. El líder deaquellas acciones fue González Egocheaga. El hecho de que la huelga calase allí es prueba de que ese grado de conflictividad seguía siendo alto.
45. Ibídem, 271 y, sobre todo, Apéndice II, p. 515.
46. G. H. MEAKER: Ob. cit., pp.110-111.
47. C. FORCADELL: Parlamentarismo y bolchevización. El movimiento obrero español, 1914-1918”, Barcelona, Crítica, 1978, p. 33.
Por otra parte, los autores se olvidan
completamente del peso del anarcosindi-
calismo, aunque parece claro también que
los anarcosindicalistas cedieron a los so-
cialistas la dirección y el protagonismo.
Pero la idea misma de una huelga general
revolucionaria es realmente de los anar-
quistas o anarcosindicalistas. Y esto es lo
que añade connotaciones importantes a
una historia como la de las organizaciones
socialistas españolas que tan escrupulo-
sas habían sido, y tan restrictivas, en el
uso del instrumento de la huelga. En cual-
quier caso, es evidente que estos dirigen-
tes no pensaban que el régimen podía ser
derribado declarando una huelga general
pacífica y manteniéndola por plazo ilimita-
do sin más fuerzas que las del movimiento
obrero. La creencia de que se contaba
con aliados era esencial, aliados en el Ejér-
cito y en la burguesía enemiga de la Mo-
narquía, o, sencillamente, republicana.
Por muy diversas razones, que pesaron
sobre la preparación, la oportunidad y la
naturaleza de las fuerzas contra las que
se dirigía, la huelga general política de
agosto de 1917 fue absolutamente derro-
tada. Aunque no pudieron elegir el mo-
mento preciso para su declaración, quie-
nes la dirigieron estaban convencidos de
que la situación del país y el estado de sus
fuerzas sociales y políticas apoyaban la
oportunidad de ir a aquel gran movimien-
to. La huelga tuvo unas raíces casi absolu-
tamente endógenas; ni hubo participación
extranjera alguna, contra lo que el gobierno
denunció, ni el cansancio general ante la
Guerra o la imagen de la revolución en Ru-
sia actuaron como acicates determinantes.
Pero si la situación de guerra no fue un de-
terminante decisivo si se encontraba, claro
está, en el origen del conflicto por su im-
pacto continuado sobre las condiciones de
vida de las capas bajas de la población.
El tradicional recelo socialista sobre el em-
pleo de la huelga en la lucha obrera se vio
aquí confrontado con una situación excep-
cional. Desde 1916, El Socialista empieza
a tratar de la huelga general con mayor
frecuencia lo que indica el debilitamiento,
o, cuando menos, las crecientes dudas,
en las persistentes reticencias socialistas,
bien conocidas48. Claro está que la con-
cepción de la huelga que encarnaba Caba-
llero, que no era sino derivación directa de
las ideas pablistas, hubo de confrontarse
con esta prueba de mayor envergadura
que ninguna anterior. La posición que se
29
48. F. SÁNCHEZ: Ob. cit., p. 480.
acabaría adoptando ante la huelga gene-
ral no es en este caso patrimonio de nin-
gún grupo ni sector de dirigentes49 sino
que representa claramente el pensamien-
to del socialismo en su conjunto como ex-
presa con bastante claridad Besteiro50.
Cuando Dato, Presidente del Gobierno du-
rante la huelga y Ministro de Estado en el
siguiente gabinete, interpela a los socialis-
tas diciendo: “¿Por qué camino lleváis al
partido socialista, que siempre ha repudia-
do la huelga general?”, el ministro no ha-
cía sino expresar una creencia extendida y
común sobre las posiciones doctrinales
socialistas. Pero la respuesta de Besteiro
es contundente. Diría que el partido socia-
lista salía al paso “de aquellos que consi-
deran la huelga general como una pana-
cea que cura todos los males en todas las
ocasiones y que lo están predicando en to-
do momento”, lo que representaba
una clara referencia a las posicio-
nes anarcosindicalistas. Pero, de
otra parte, que la huelga general
“es necesaria en algunas circuns-
tancias, no solamente está claro en
sus predicaciones [del socialismo]
sino en sus actos de 1909 y 1911”51.
Decir, como decía Dato, que la huelga ge-
neral no era ya aplicada por nadie era ce-
rrar los ojos a la evidencia de lo que esta-
ba pasando en Europa. Y Besteiro se de-
tenía en el caso alemán, país en guerra
donde se producía una huelga general en
enero de 1918 que organizan los socialis-
tas como presión para el final de la guerra
y la mejora de las condiciones de vida de
la población. Un huelga política también.
Todo ello basado en la idea clave, no obs-
tante, de la necesidad de toda huelga, y
más de esta envergadura, de estar “bien
organizada”. Sería en el libro Presente y
Futuro de la Unión General de Trabajado-
res, aparecido en 1925, donde, al hilo del
comentario de las Estatutos de la UGT, Ca-
ballero insista en que, como dice el artícu-
lo 2.º de tales estatutos, “La Unión Gene-
ral de Trabajadores de España se propone
realizar su objeto apelando a la huelga
bien organizada”52. Pero el caso de 1917
distaba de ser un buen ejemplo. Se trata-
ba de una situación excepcional y esa era
su única justificación. Si bien se contrapo-
nía a la doctrina mantenida siempre por
los anarcosindicalistas, “para que se vea
bien la diferencia de orientación y de tácti-
ca que representa ante los procedimien-
tos anarquistas”, decía, lo ocurrido estaba
en contradicción con lo mantenido reitera-
damente. La huelga no debe entablarse
cuando se quiera sino cuando se pueda:
“la UGT se opuso siempre a la declaración
de huelgas irreflexivas”. De la huelga no
debe hacerse uso sino cuando está per-
fectamente preparada, las cajas de resis-
tencia dispuestas y siempre que no todas
las secciones ni oficios la declarasen al mis-
mo tiempo. Las huelgas ponían siempre
en peligro la organización tan dificultosa-
mente montada del movimiento obrero, su
perdida deprimía a los trabajadores.
Caballero, vicepresidente de la UGT en
aquel momento, desempeñó, en definitiva,
un papel más instrumental que otra cosa;
distinto, desde luego, del de Besteiro, pe-
ro ambos fueron, en todo caso, “los dos
dirigentes más destacados de 1917”,
“sus guías espirituales”, hombres modera-
dos ambos que creyeron en la oportuni-
dad decisiva que se presentaba al movi-
miento obrero y que no prestaron en
aquella ocasión una atención decisoria al
criterio de Pablo Iglesias53. Un papel acti-
vo en todo el proceso de preparación de
la huelga, pero está claro que al final las
cosas no se desarrollaron como los diri-
gentes esperaban, sino que fue “un movi-
miento que ninguno queríamos”, pe-
ro que hubieron de aceptar “por no
dejar abandonados a los trabajado-
res en momentos tan difíciles y crí-
ticos”. Caballero tuvo una interven-
ción notable en la gestión del pacto
con los anarcosindicalistas. De ese
pacto iba a nacer la inclinación futura, frus-
trada a la postre, hacia el pacto duradero
entre las dos grandes centrales si no a la
fusión misma, según se intentó en más de
un momento de los años venideros.
Consecuencias de la gran prueba
Según es por demás conocido, la derrota,
sangrienta, de la huelga general revolu-
cionaría tuvo entre otras consecuencias
30
Las huelgas ponían siempre en peligro
la organización tan dificultosamente
montada del movimiento obrero, su per-
dida deprimía a los trabajadores.
49. Por lo que tampoco parece del todo adecuada la matización de G. H. Meaker entre “mayoritarios”, Besteiro, Fabra, Torralba Beci y “minoritarios”, Caballero,Saborit, Acevedo, más políticos los primeros y más sociales los segundos. G. H. MEAKER: Ob. cit., p. 111.
50. Discurso parlamentario de mayo de 1918 que comentamos después.
51. Se refería, claro está, a la intervención de los socialistas en 1909 con la agitación contra la guerra de Marruecos y en 1911 con la gran oleada huelguísticaque ya hemos relatado. Véase J. C. ULLMAN: Ob. cit., pp. 284 y ss.
52. El subrayado aparecía en el texto de la obra.
53. G. H. MEAKER: Ob. cit., p. 120.
inmediatas la de llevar a la cárcel por sedi-
ción a los componentes del comité de
huelga. Los encartados, Besteiro, Caba-
llero, Anguiano, Saborit, en concepto de
autores y Gualterio José Ortega Muñoz,
Luis Torrent, Mario Anguiano, Manuel
Maestre y Abelardo Martínez Salas en el
de cómplices, fueron sometidos a un Con-
sejo de Guerra acusados de un “delito
frustrado de sedición militar” y un “delito
consumado de rebelión común”.
Actuó como defensor del comité de
huelga el capitán Ramón Arronte
Girón. A Gualterio Ortega lo defen-
dió el capitán de Infantería Julio
Mangada. La sentencia de 29 de septiem-
bre de aquel mismo año, ratificada el 5 de
octubre por el Capitán General de Madrid,
Conde del Serrallo, calificaba de sedición
el delito cometido y condenaba por él a
nueve de los procesados mientras absol-
vía a Virginia González Polo, vocal del Co-
mité Nacional de la UGT, y Juana Sanabria
Martínez –en cuya casa se habían alber-
gado– del delito de colaboración54. El juez
instructor había sido el coronel Gustavo
del Amo Díaz. Según lo expuesto por Bes-
teiro55, los jueces hubiesen deseado una
pena menor, pero el asesor jurídico del tri-
bunal, sin duda instigado por el gobierno,
insistió en su criterio de imponer la mayor
pena por un delito más grave. Las Juntas
de Defensa por su parte entendían que
una condena grave comprometía aún más
el papel del ejército ante la opinión popular.
Los cuatro principales encartados serían
condenados a reclusión e inhabilitación
perpetua y cinco procesados más a penas
menores, de entre ocho y dos años de
cárcel. Las penas incluían además al pago
de indemnizaciones por los daños produci-
dos y los que se suscitaran por reclama-
ciones de los afectados. Los penados a
perpetuidad fueron conducidos al Penal de
Cartagena. Otros personajes, como el di-
putado Marcelino Domingo, fueron juzga-
dos ante tribunales civiles. Sin embargo,
las condenas más severas no tardaron
mucho tiempo en ser amnistiadas y los
ilustres socialistas repuestos en todos sus
derechos, aunque ello ocurrió por una vía
peculiar. Se produjo una amplia campaña
popular de solidaridad con ellos y al fin fue
el recurso a la vía política el que resolvió la
situación. Los cuatro condenados fueron
incluidos en las listas de candidatos al Par-
lamento por el partido socialista, y los que
eran concejales por Madrid también en las
listas correspondientes. En las elecciones
legislativas celebradas el 24 de febrero de
1918 fueron elegidos diputados Besteiro,
Caballero, Anguiano y Saborit. Caballero lo
fue por Barcelona. Junto a Pablo Iglesias
e Indalecio Prieto, estos cuatro diputados
conformarían la minoría de seis que el so-
cialismo llevó al parlamento aquel año en
un éxito desconocido antes en los tiempos
de la conjunción republicano-socialista.
Los que eran concejales en el Ayuntamien-
to madrileño serían igualmente repuestos
en sus cargos.
Sin embargo, en ambos casos el hecho no
dejó de provocar resistencias en otros
grupos políticos. La amnistía llegó el día 8
de mayo de 1918 y fue concedida a los
nueve condenados, en comunicación fir-
mada por el mismo juez Gustavo del Amo.
El documento que la concedía a Caballero
describía a éste como “de 48 años de
edad, 1,656 metros de estatura, pelo
castaño, ojos pardos (sic), nariz recta, ca-
ra oval, barba poblada, color sano”, con-
junto de rasgos, desde luego, en el que se
acertaba menos que medianamente.
La reposición de los concejales del
Ayuntamiento madrileño, Caballero,
Besteiro y Anguiano, estuvo prece-
dida de un episodio curioso de re-
sistencia que afectaba al primero
de ellos, el más destacado por su labor,
que tuvo lugar el 24 de noviembre ante-
rior. En ese día, un candidato por el distri-
to de La Inclusa, el mismo que represen-
taba Caballero, Nicolás Leopoldo Farge,
junto a dos electores, presentaban un es-
crito de reclamación ante la Junta Electo-
ral solicitando la no admisión del candida-
to socialista, proclamado concejal el día
15 anterior, en razón de su condena pre-
via a inhabilitación perpetua. La reclama-
ción exhibía la condición de inelegibles de
los candidatos socialistas electos y se diri-
gía contra Caballero porque el reclamante
en cuestión obtendría la concejalía de
cumplirse la inhabilitación. No obtuvo sa-
tisfacción porque la amnistía se produjo
antes de que hubiese resolución.
Una vez materializada la amnistía, la vota-
ción parlamentaria sobre la admisión de
los nuevos diputados amnistiados tuvo
igualmente un amplio eco en la prensa del
día 18 de mayo56. En las Cortes, la resis-
tencia a la admisión de los diputados elec-
tos en virtud de su condena a inhabilitación
31
Los cuatro condenados fueron incluidos
en las listas de candidatos al Parlamen-
to por el partido socialista.
54. De todo el proceso y de su sentencia final publicó El Socialista un folletón a manera de suplemento en 1918. De él tomamos los datos expuestos.
55. En el discurso parlamentario que comentamos después.
56. Hay un dossier muy completo de ello de la Agencia ACE, enviado a Besteiro, en AFLC, Fondo Besteiro, 2300-005, papeles procedentes de Besteiro y su es-posa Dolores Cebrián.
perpetua estuvo capitaneada por carlistas
e integristas y tuvo una voz destacada en
ella el diputado integrista Manuel Senante,
conocido publicista de esa línea, que man-
tuvo una proposición de no admisión de
los expresidiarios como diputados. Tampo-
co prosperó. El periódico El País reprodu-
cía una larga lista de noventa y ocho nom-
bres de los que habían votado a favor de
la moción. Entre los que lo hicieron en
contra figuraban seis diputados carlistas e
integristas, entre ellos Senante, Víctor
Pradera, Llorens –el creador de las inci-
pientes milicias carlistas– y Domínguez
Arévalo, conde de Rodezno, pro-
hombre de la historiografía carlista
más devota, académico de la Histo-
ria y ministro de Franco años des-
pués. El Universo titulaba “Los so-
cialistas en el Parlamento” y decía
que muchos diputados abandona-
ron la sala para no tener que votar
–lo que resulta, pues, ser una prác-
tica antigua…–, noticia tomada del ABC
del día anterior.
Prieto ya había tomado posesión de su es-
caño anteriormente, pero los de Cartage-
na, a decir del periódico, fueron recibidos
por algunos con “desdén, risa irónica y po-
co aprecio”. En el banco azul se hallaban
presentes Alba y Cambó, el primero de los
cuales hizo, de todas formas, un discurso
en contra de Pradera. La gente se reía en
los pasillos. En fin, Iglesias y Prieto eran
diputados, pero lo eran “por chiripa”, por
casualidad, decía. El rotativo oficial inte-
grista, El Siglo Futuro, publicó el dictamen
de Senante en la discusión del Congreso,
tenida el día 16, en una crónica titulada
“Impugnación del dictamen parlamentario”.
El dictamen, que, sin duda, produjo gran
indignación entre los amnistiados, y al que
en debate posterior no dejarían de referir-
se, Caballero entre ellos, fue respondido
por el publicista radical y crítico anticleri-
cal Luis Morote en nombre de la comisión.
En fin, el periódico de inspiración militar El
Ejército Español daba cuenta de que cuan-
do los amnistiados llegaron al Congreso di-
jeron que su propósito era que se discu-
tiera en el parlamento lo sucedido en el
mes de agosto anterior. La oposición del
periódico a la amnistía era también com-
pleta, con el plausible argumento de que
era inaceptable que el parlamento se ocu-
pase de tales cosas cuando los problemas
de España eran tales, en medio de dificul-
tades de todo orden, que aquella institu-
ción debería tener “propósitos más altos”.
Con este ambiente previo, se desarrolló,
en efecto, la discusión sobre los sucesos
de agosto en el Parlamento, que comenzó
el día 28 de mayo y que adquirió particu-
lar relieve y encono con alteraciones del
orden en el interior de la Cámara. El fondo
jurídico-político formal del asunto fue la
discusión de la legalidad de la suspensión
de garantías que el gobierno hizo durante
la huelga. Las intervenciones parlamenta-
rias de los cuatro condenados, más las
de Prieto, y los republicanos Marcelino
Domingo y Eduardo Barriobero, que tam-
bién habían sufrido los rigores de la repre-
sión, acompañadas de biografías que pre-
paró el socialista Torralba Beci, de algunas
réplicas y declaraciones y de documentos
sobre las Juntas de Defensa y la Asam-
blea de Parlamentarios, fueron publicadas
poco después en un volumen que prologó
el Dr. Simarro y que constituye un testimo-
nio histórico relevante57.
Como afirmaba Simarro en el prólogo, los
oradores socialistas “aceptaron todas las
responsabilidades que pudieran corres-
ponderles”. Pero, en realidad, el de-
bate mismo, en el que no podemos
detenernos mucho aquí a pesar de
su interés, aporta menos luz sobre
los sucesos relacionados con la
huelga que sobre la situación políti-
ca del momento en España, en ple-
na crisis, y la significación de la pre-
sencia socialista en la Cámara, don-
de ejercían algunas de las figuras de
mayor relieve en aquella segunda etapa de
la Restauración: Maura, Dato, Sánchez
Guerra, Bugallal, Romanones y demás,
que no dejarían de hacer una dura protes-
ta por las cosas que los diputados socia-
listas dijeron en su discursos.
Estos tuvieron distinta tonalidad y estilo. El
de Caballero estuvo, según su proceder ya
habitual, muy ceñido al asunto, carente de
todo adorno de oratoria, directo y acusa-
dor, reflejando bien el hecho de que, como
él mismo señalaba, “no estoy muy acos-
tumbrado a estos debates”. El de Prieto,
por el contrario, fue francamente explosi-
vo, preludio de otras ocasiones memora-
bles, y el que más indignación despertó en
32
Se desarrolló la discusión sobre los su-
cesos de agosto en el Parlamento, que
adquirió particular relieve y encono con
alteraciones del orden en el interior de
la Cámara.
57. Los sucesos de agosto ante el Parlamento. Discursos íntegros… Prólogo del Dr. Simarro, Madrid, Editorial LIF, 1918, 382 pp. El volumen fue preparadopor Torralba Beci. Además de los discursos y biografías, contiene una réplica de Dato, declaraciones de Maura y “afirmaciones” (sic) del general Marina. Ig-noramos por qué F. Romero Salvadó atribuye este libro al Dr. Simarro que solo es prologuista. Hay otras ediciones de los discursos como la titulada tambiénLa huelga de agosto en el Parlamento, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Felipe Peña, 1918, sin indicación de autor. Esta tiene la particularidad de co-menzar reproduciendo la formación de la Comisión que había de investigar la legalidad de la declaración del estado de guerra, lo que fue el origen de la largasesión parlamentaria.
los bancos de los grupos monárquicos y
del gobierno. Prieto hizo una larga y deta-
llada enumeración de hechos que proba-
ban la vesania y el exceso con que el go-
bierno había reprimido la huelga, detenién-
dose en lo sufrido por su propia familia,
con su esposa ultrajada por un policía.
Maura, jefe del gobierno en este momen-
to, con displicente labia aristocrática, le
acusó de haber hecho “sacar las hilas de
testimonios sueltos que tendrán el valor
que tengan ante quienes hayan de juzgar-
los”, cuando, según el viejo jerarca del
conservadurismo, debería haberse limita-
do a “aludir a ellos sintéticamente y poner-
los a disposición de la autoridad pública”.
El discurso más técnico y de mayor rigor
fue, desde luego, el de Besteiro, que arro-
ja mucha luz sobre los orígenes de la huel-
ga y la situación histórica que llevó a ella.
Caballero pronunció su discurso el
22 de mayo y comenzó diciendo
que se levantaba a hablar no bien
de salud todavía. Su discurso siguió
tenazmente la línea argumentativa
que defendía la huelga y la exposi-
ción de las razones que hubo para
declararla, en resumen, “cómo se hizo la
huelga de agosto”, quién tuvo la culpa de
que se realizase y qué finalidad tenía. Vol-
vió a insistir en el origen del conflicto co-
mo respuesta a la carestía de vida y la fal-
ta de repuesta para ello del gobierno que
entonces presidía Romanones. Pero tam-
bién en el hecho de la huelga misma fue
provocada por el gobierno “por su actitud
con los ferroviarios”. Justamente había si-
do la política gubernamental la que había
hecho posible la unidad de todos los traba-
jadores “de la Unión General de Trabajado-
res y de los que eran enemigos de la Unión
General de Trabajadores” (ni siquiera aludió
a los anarcosindicalistas por su nombre).
Al saber el gobierno, presidido ya por Gar-
cía Prieto, el propósito declarado desde
mayo de 1917, de convocar una huelga
indefinida cuyo propósito incluía “modificar
el régimen”, clausuró todos los centros
obreros de España, todas las Casas del
Pueblo y encarceló a todos los dirigentes
que pudo.
Cuando la huelga de ferroviarios del mes
de julio, continuaría diciendo, el gobierno
estaba ya presidido por Dato, por cierto
miembro del Consejo de Administración
de la compañía ferroviaria contra la que
se hacía la huelga, como también lo era el
ministro de Hacienda Conde de Bugallal.
El ministro de Fomento, Luis Marichalar y
Monreal, vizconde de Eza, completaba el
trío ministerial que apoyó a la compañía,
inflexible ante la huelga sobre todo en la
cuestión de los despidos. Hasta el 9 de
agosto, expone Caballero, no se decidió
declarar la huelga general. Esta huelga, no
lo negaba el futuro secretario general de
la UGT, pedía la constitución de un Gobier-
no Provisional que preparase unas eleccio-
nes a Cortes Constituyentes. Por consi-
guiente, dice Caballero en el meollo de su
discurso, “nosotros no negamos que al ha-
cer la huelga nuestro propósito era el pro-
pósito de la Asamblea de Parlamentarios”.
Pero, lo que era más grave, lo que las
Juntas de Defensa hicieron fue nada me-
nos que dar un plazo de doce horas al go-
bierno para resolver “ciertos asuntos”,
bajo la amenaza de parar trenes o apode-
rarse del poder público. Para lo que pedían
los parlamentarios el “castigo ha sido el
banco azul para tres diputados que toma-
ron parte en aquella asamblea… A los
que dieron el plazo de doce horas y a los
que querían apoderarse del poder públi-
co, como todos sabemos, ahí están las
reformas militares como castigo… y los
que no tuvieron valor o no quisieron me-
terse con la Asamblea de Parlamentarios
ni con los del 1º de junio [alusión a las
Juntas], se atrevieron con los trabajado-
res, como hacen siempre”. Poco más
quedaba por decir.
El núcleo doctrinal de lo expuesto era que
la huelga era política, que ello era comple-
tamente legítimo, que los trabajadores no
renunciaban a su práctica, pero que sien-
do el movimiento pacífico se había decla-
rado el estado de guerra y se había ejecu-
tado una durísima represión con muchas
víctimas. Ninguno de los oradores
dejó de aludir al contexto de las
otras crisis en el que la huelga se
desencadenó, la militar y la parla-
mentaria, y el diverso trato que la
oligarquía política dio a cada una de
ellas. Y todos fueron prolijos en la
exposición de los precedentes y motivacio-
nes sociales de fondo del conflicto. Tam-
poco dejó de estar presente de forma con-
tinuada lo ocurrido en 1909. Oradores
como Saborit y Prieto centraron sus acu-
saciones en los sucedido respectivamen-
te en Asturias y Vizcaya a cuyos distritos
representaban, pero en su transcurso
arrojaron graves acusaciones sobre
miembros del gobierno que fueron, en ge-
neral, enérgicamente respondidas por los
aludidos58.
El discurso de Besteiro, pronunciado en
dos días, 28 y 29 de mayo, fue el más
largo, y, sin lugar a dudas, el más denso
33
Prieto hizo una larga y detallada enume-
ración de hechos que probaban la vesa-
nia y el exceso con que el gobierno había
reprimido la huelga.
58. Del discurso de Saborit existe también una edición aparte: A. SABORIT: Los sucesos de agosto. Las acusaciones de Saborit. Discurso pronunciado en el Pa-lacio del Congreso, por el diputado socialista por Oviedo Andrés Saborit, Tortosa, Casa Editorial Monclús, 1918.
e, igualmente, dada la fuerza de su argu-
mentación y la contundencia de los docu-
mentos aportados, aquel al que menos se
atrevieron a contradecir los prohombres
monárquicos. Como en el caso de todos
los demás oradores, el principal énfasis
de aquel discurso no se ponía en cuestio-
nes políticas o sociales de fondo, en expo-
siciones doctrinales sino en el hecho de la
ingente difamación de que había sido obje-
to el movimiento huelguístico y de la infun-
dada y durísima represión, “las maneras
innobles”, con que había sido sofocado a
costa de muchas muertes. Todos pusie-
ron el acento en la culpabilidad extrema
de José Sánchez Guerra, Ministro de la
Gobernación, que la reprimió. Las
acusaciones contra él fueron cons-
tantes. El otro elemento que fue ob-
jeto constante asimismo de los ata-
ques de los oradores, incluidos los
republicanos, fueron las Juntas de
Defensa; el hecho probaba que el
resentimiento hacia un ejército y las
Juntas de las que se esperaba al menos
un parcial apoyo a la huelga, convirtiéndo-
se sin embargo en el brazo ejecutivo de la
represión, era una actitud bastante activa
y generalizada.
En cualquier caso, Besteiro, y los demás
oradores, hablaron de muchas más cosas
que de la huelga. En realidad, éste hizo un
amplio repaso de los males del país, la in-
eficacia de la política y los abusos del po-
der en aquel momento español. Recono-
cía que las organizaciones obreras se ha-
bían equivocado al presuponer una actitud
favorable del ejército y se explayó amplia-
mente sobre el significado subversivo del
orden constitucional que tenían las Juntas
de Defensa. Insistió en la absoluta arbitra-
riedad con que los gobiernos sucesivos
procedieron y en el origen de la huelga fe-
rroviaria en una provocación del gobierno.
Ante ella, los grandes sindicatos se vieron
obligados a poner en marcha la huelga ge-
neral porque de lo contrario “hubieran es-
tallado movimientos parciales”.
La huelga se declaró por dos motivos: por-
que la clase obrera tenía ya una conciencia
perfectamente determinada a ello y porque
con menos determinación se pensaba que
la burguesía que había declarado “que con
este sistema político no se podía vivir” pa-
recía dar su anuencia para la creación de
un gobierno provisional que convocase Cor-
tes Constituyentes. Y, así, se puso cierta
esperanza en Cambó, de la misma forma
que se creyó que una parte del ejército al
menos estaría a favor del cambio. “Sea la
que quiera la importancia de la huelga de
agosto y todos los actos que se han reali-
zado este verano para la historia contem-
poránea de España, no constituyen sino un
episodio de la transformación general de
nuestra nación y del mundo”. El final del
discurso era una requisitoria de la Monar-
quía y de aquellos que querían conservarla
aún contra la dignidad del régimen. De he-
cho, diría Besteiro, se concedió la amnistía
a los condenados porque de lo contrario el
gobierno no habría podido resistir la pre-
sión del pueblo.
La huelga general revolucionaria de agos-
to de 1917 fue, en suma, ese test o ban-
co de pruebas para las convicciones más
fundamentales que un dirigente como Lar-
go Caballero, ya en plena madurez, había
mantenido hasta entonces. Fue “una pie-
dra de toque” y una prueba para “la clase
trabajadora organizada”, diría Caballero en
un breve texto en el primer aniversario del
evento, que resulta ser uno de los más
perfilados y mejor escritos que salieron de
su pluma en la época59. La clase trabaja-
dora no podía aguardar “con una quietud
triste, el advenimiento de formas sociales
superiores cuya aparición puede acelerar
con su abnegación y sacrificio”; “las gran-
des transformaciones sociales son la re-
sultante de una larga serie de modificacio-
nes parciales”. Los fracasos preparaban
el mundo nuevo. Más aún: la lucha por im-
plantar un régimen más en armonía con
los tiempos modernos, no era el ideal
completo pero era “una de tantas
modificaciones parciales impues-
tas por la ley de la evolución para
llegar al total de sus reivindicacio-
nes”. Por tanto, la idea de la trans-
formación evolutiva hacia el socia-
lismo no solo no había sido limada
por el fracaso sino que había sali-
do fortalecida de él.
Pero la prueba se resolvió, pese a estas
visiones relativamente idílicas, ciertamen-
te, con más decepciones que confirmacio-
nes en la puesta en práctica de un ins-
trumento nuevo: la huelga política. Si hu-
bo decepciones importantes, la de mayor
calado fue, sin duda, la que produciría la
evidencia de que el movimiento obrero no
contaba con aliados –como demostraba
nítidamente el discurso de Besteiro en el
debate ya comentado–, que los enemigos
de clase habían permanecido y permane-
cerían firmes y unidos en caso de necesi-
dad, que su instrumento era el ejército y
que había que reajustar la lucha con nue-
vos presupuestos de partida. Por supues-
to, Cambó, la Lliga Regionalista, se des-
colgaron de inmediato del propósito de la
huelga y Melquíades Álvarez ya lo había
34
“La importancia de la huelga de agosto
para la historia contemporánea de Es-
paña constituye un episodio de la trans-
formación general de nuestra nación y
del mundo.”
59. El Socialista, 13, agosto, 1918.
hecho antes60. Los años venideros traerí-
an nuevas pruebas. Es plausible la opi-
nión de que de no haberse hecho la huel-
ga y acabado ésta en fracaso, el movi-
miento revolucionario del proletariado
pudiese haber tenido una decisiva
fuerza en el periodo de posguerra,
incluso con capacidad para derri-
bar efectivamente la Monarquía61.
Pero esta opinión pierde de vista
que el movimiento obrero de pos-
guerra tuvo como asunto principal la ac-
titud ante la revolución rusa y las tremen-
das disensiones que el hecho acarreó y
que se desenvolvería en un contexto ex-
traordinariamente desfavorable de crisis
económica profunda.
La proverbial agudeza de un Indalecio
Prieto todavía joven, señalaría también
poco meses después de los hechos cuá-
les habían sido su dos principales erro-
res. Prieto insistiría, sobre el ejemplo fun-
damental de lo ocurrido en Vizcaya, en
que la huelga fue, ante todo, pacífica. Pa-
ra añadir precisamente acto seguido: “El
principal de esos errores fue el carácter
pacífico del movimiento. ¿Se buscaba un
cambio de régimen? ¿Sí? Pues un movi-
miento que persigue tal finalidad hay que
acometerlo violentamente y por sorpresa.
En agosto se dieron el Gobierno todas las
ventajas imaginables”. El segundo de los
errores fue el de que los representantes
del partido Socialista y de la Unión Gene-
ral de Trabajadores asumieron por sí so-
los la dirección del movimiento. Su razo-
namiento subsiguiente era de una lógica
aplastante:
“Si el cambio de política por el que se
peleaba era aceptado no solo por los re-
publicanos y reformistas –público era el
pacto con ellos–, sino también por los
catalanistas, la lógica aconsejaba dar a
la opinión pública la sensación de que no
pretendía realizar una revolución social,
sino la conquista de un progreso que ni
siquiera debía asustar a las clases con-
servadoras, y esa sensación no podía
darse apareciendo como únicos directo-
res visibles los delegados de las fuerzas
de significación más extrema”62.
Lo cual mostraba dos cosas por demás in-
teresantes. La patente inadecuación de
los instrumentos tradicionales de una
huelga reivindicativa, que era la que había
tenido una preparación más temprana,
para realizar una huelga revolucionaria. Y,
segundo, que, como de costumbre, Prieto
vio mucho más claro el asunto que todos
los comentaristas que han escrito des-
pués de él…
Las consecuencias de los sucesos de
agosto se prolongarían durante un largo
periodo y de forma especial para la propia
marcha interna del socialismo, pese a que
Largo Caballero, como vimos, al final de
su vida considerase que el suceso había
caído en un olvido injustificado. Tal vez pa-
ra el movimiento obrero había una razón
que explicaba ese relativo olvido: los he-
chos de 1917 no levantaron prácticamente
polémica seria –con bastante diferencia
de lo ocurrido en 1930 y 1934– en el se-
no del socialismo; el acuerdo entre las co-
rrientes era efectivo y solo puede
hablarse, tal vez, de variantes me-
nores entre las diversas visiones.
Pero Caballero enfatizaría que la
huelga de 1917, pese a su fraca-
so, había sido un eslabón funda-
mental para el progreso en la acción políti-
ca de los trabajadores.
Aún así, es lo cierto que cuando iba a ser
trasladado al Penal de Cartagena, conde-
nado, escribiría en una carta a Llácer, co-
laborador en la Mutualidad Obrera Socia-
lista, el 19 de octubre, que iba contento a
la prisión por lo que se había hecho, pero
que había algunos que asustados “quieren
aprovechar las circunstancias para dar a
la organización una orientación ‘casi datis-
ta’”. Es posible que Caballero estuviese re-
firiéndose a hombres como Prieto u Óscar
Pérez Solís que mostraron su escepticis-
mo. Eran unos ciegos que no percibían
que aquel era el momento oportuno para
“dar un gran avance en la incorporación
del proletariado español a la vida política
del país” y esa era la clave para que el Par-
tido y la Unión General no cayeran en una
situación estática63. Los efectos divergen-
tes reverdecerían, sin embargo, de alguna
manera hasta penetrar en las relaciones
entre las corrientes socialistas en la pug-
na que les enfrentó en el tracto central
de los años treinta y en ello ocupó su lu-
gar la conocida historia de la disparidad
35
Las consecuencias de los sucesos de
agosto se prolongarían durante un largo
periodo.
60. La actitud de Melquíades Álvarez y el reformismo puede seguirse en M. GARCÍA VENERO: Melquíades Álvarez, historia de un político liberal, Madrid, Escelicer,1954 y más recientemente en M. SUÁREZ CORTINA: El reformismo en España. Republicanos y reformistas bajo la Monarquía de Alfonso XIII, Madrid, SigloXXI, 1986, pp. 171 y ss.
61. G. H. MEAKER: Ob. cit., p. 130.
62. El Liberal, 20 de febrero de 1918. Reproducido en I. PRIETO: Convulsiones de España. Selección de artículos (1917-1924). Recuerdos, estampas siluetas,sombras (I), Madrid, Fundación Indalecio Prieto, 2000, pp. 78 y ss.
63. F. LARGO CABALLERO, Obras Completas... Ob. cit., 1, p. 137.
de criterios entre Iglesias y Besteiro en re-
lación a la decisión que habría de tomarse
ante la creación de un gobierno provisional
de triunfar la huelga y ser derribada la Mo-
narquía. Mientras Iglesias fue partidario de
formar parte de tal gobierno, la posición de
Besteiro, que no hacía sino preludiar algo
que sería después constante en él, era la
de mantenerse al margen mientras la bur-
guesía recorría su propio camino político64.
Por tanto, no era sino un temprano ejem-
plo del enfrentamiento entre besteirismo
e izquierda socialista. Significativamente,
el 10 de agosto de 1935 aparecía en la
revista Claridad, rememorando los suce-
sos ocurridos dieciocho años antes y “den-
tro de los límites estrechos en que hoy es
posible hacerlo”, decía, una entrevista con
Caballero para, buceando en sus recuer-
dos, “hacer un balance estricto de
la significación de aquel movimien-
to, encuadrándolo en la historia del
desarrollo de la conciencia revolu-
cionaria entre las masas del prole-
tariado español”. El texto periodísti-
co reconocía, desde luego, que no era po-
sible entonces una descripción completa
de la huelga de 1917, con el dirigente en
la cárcel y una estricta censura de pren-
sa, por lo que la conversación se centró
en “el esclarecimiento de un punto alta-
mente interesante… sobre el que en algu-
na ocasión se han hecho aseveraciones
encontradas. Esto es, la actitud adoptada
por Pablo Iglesias, a cuyo respecto no ha
faltado quien osara pintarla en abierta
oposición con sus camaradas…”.
La alusión a esas viejas diferencias era diá-
fana. Había quienes mantenían que Iglesias
nunca había deseado aquella huelga y que,
en todo caso, disentía sobre sus objetivos
últimos. Caballero comenzaba sus declara-
ciones con afirmaciones rotundas sobre las
inquietudes que la Guerra Europea había
despertado entonces, entre las que desco-
llaba, una vez más, “el alza inmoderada del
coste de la vida”. “Esta es la raíz económica
de los sucesos de 1917”. Pero, junto a
ello, había unas causas de orden político y
político-económicas como eran, para él, la
cuestión catalana, la de las Juntas de De-
fensa, las aspiraciones revolucionarias de
la pequeña burguesía republicana, o sea,
todo aquello que culminó en la Asamblea de
Parlamentarios de Barcelona. Dos rasgos
eran destacables en tales precedentes:
uno, la coincidencia de puntos de vista en-
tre la Unión General de Trabajadores y la
Confederación Nacional del Trabajo, distan-
ciados en tantos otros de sus respectivas
visiones y tácticas. Otro, “la magnífica gran-
diosidad del paro pacífico” al que hubo de
llegarse por la nula atención del Estado a
los clamores del pueblo.
En la preparación, Iglesias tomó parte per-
sonal en todo65, pese a estar ya muy enfer-
mo, diría Caballero. El peligro previo fue
siempre el mismo: la impaciencia de algu-
nos, la propensión a adelantarse, la dificul-
tad de actuar según el plan y el ritmo acor-
dados. La huelga que se declaró en Valencia
a primeros de julio fue un serio contratiem-
po para los planes previstos; el gobierno to-
mó duras represalias sobre los ferroviarios
que habían participado en ella y, lejos de in-
termediar, tuvo mucho que ver en el desen-
cadenamiento de la huelga pues la persis-
tencia el conflicto ferroviario obligó a adelan-
tar el paro general al mes de agosto.
Sobre el papel de Iglesias no cabían inter-
pretaciones divergentes, aseguraba Caba-
llero. Si acaso el dirigente y maestro plan-
teó algunas discrepancias con respecto a
lo hecho, éstas se ciñeron a “la elección del
momento” ya que ante la huelga de ferro-
viarios él hubiese preferido hacer otra de
solidaridad, breve y pacífica, que no hubie-
se alterado los planes del gran movimiento
general, lo que hubiese dado tiempo a pre-
pararlo mejor, dado que, de hecho, la huel-
ga de agosto se realizó a remolque del con-
flicto previo de los ferroviarios e Iglesias
mantenía que todo movimiento que
no elegía su momento estaba llama-
do a la derrota. Pero su opinión no
consiguió imponerse y su conducta
fue, como siempre, enfatizará Caba-
llero, “admirable de lealtad y discipli-
na”; “jamás se oyeron (sic) de sus labios la
más mínima censura”. Caballero concluía la
entrevista haciendo un más bien forzado
paralelismo entre las actitudes de Marx an-
te la Comuna de Paris e Iglesias ante la
huelga general de 1917. Ambos llamaron
la atención sobre su falta de preparación
pero apoyaron sin límites su desarrollo
“¿No sería oportuno no manchar estos re-
cuerdos insignes –Marx, Iglesias– cotejan-
do en ese espejo otras conductas?”. Tam-
poco, en este caso, en un año como 1935,
se necesitaba leer entre líneas para enten-
der lo que quería decirse. No había equívo-
co posible.
36
“El alza inmoderada del coste de la vi-
da”. “Esta es la raíz de los sucesos de
1917”.
64. Esta divergencia es expuesta por A. SABORIT: Ob. cit., p. 175 y también por J. J. MORATO: Pablo Iglesias, educador de muchedumbres, Madrid, Espasa Cal-pe, 1931 (reedición, Barcelona, Ariel, 1968), p. 160. Morato señala que Pablo Iglesias fue autorizado por el partido a asistir a la Asamblea de Parlamenta-rios de Barcelona y para que en el caso de “llegarse al nombramiento de un gobierno provisional” aceptar un puesto en él. En la comisión Ejecutiva votaron encontra de ello Virginia González y Julián Besteiro. Saborit señala que Besteiro estaba de acuerdo en que un gobierno republicano debía ser apoyado, pero noparticipar en él.
65. Esta visión no es en modo alguno compartida por autores como Andrés Saborit o Juan José Morato que piensan que su intervención fue mucho menor.