11. La Quimera Esférica. Labrador

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Número 1 , 2013 355 354 Revista de alces XXI La Quimera Esférica. La experiencia estética de la crisis española y su simbolización quijotista en la Eurocopa de 2012 . E l día 10 de junio de 2012 tienen lugar en España dos sucesos destacables: primero, se anuncia públi- camente la solicitud ocial del gobierno español al Euro- grupo para que éste proceda al rescate de su sector bancario mediante un préstamo multimillonario y, en segundo lu- gar, menos de veinticuatro horas después, debuta el equipo nacional en la Eurocopa (el torneo bianual del fútbol euro- peo de selecciones nacionales), competición que acabaría ganando. En las semanas siguientes, el silencio del gobierno sobre las condiciones del crédito a recibir contrastará con la abundante atención que recibe el equipo español en los medios. En tales circunstancias, ¿explicaría el fútbol aquello que no habría de explicar el gobierno? Estas páginas estudian, en dicho contexto, las interferen- cias discursivas entre la esfera de la economía y la del de- porte proponiendo que, a través de su cruce mediático, se posibilita una simbolización particular de la temporalidad de crisis, es decir, del paisaje histórico colectivo iniciado en 2008 en relación con la crisis nanciera global, pero desa- !"#$%& ()*#)+,# -.&+"/ 0 1#2&3"4,& 5&26"#7248

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La Quimera Esférica. La experiencia estética de la crisis española y su simbolización quijotista en la Eurocopa de 2012.

El día 10 de junio de 2012 tienen lugar en España dos sucesos destacables: primero, se anuncia públi-

camente la solicitud o!cial del gobierno español al Euro-grupo para que éste proceda al rescate de su sector bancario mediante un préstamo multimillonario y, en segundo lu-gar, menos de veinticuatro horas después, debuta el equipo nacional en la Eurocopa (el torneo bianual del fútbol euro-peo de selecciones nacionales), competición que acabaría ganando. En las semanas siguientes, el silencio del gobierno sobre las condiciones del crédito a recibir contrastará con la abundante atención que recibe el equipo español en los medios. En tales circunstancias, ¿explicaría el fútbol aquello que no habría de explicar el gobierno?

Estas páginas estudian, en dicho contexto, las interferen-cias discursivas entre la esfera de la economía y la del de-porte proponiendo que, a través de su cruce mediático, se posibilita una simbolización particular de la temporalidad de crisis, es decir, del paisaje histórico colectivo iniciado en 2008 en relación con la crisis !nanciera global, pero desa-

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rrollado, en el sur de Europa, en unas claves especí!cas.1 Éstas, en el caso español, erosionan y fracturan el tejido so-cial, las identidades políticas y las instituciones representa-tivas que han caracterizado a la cultura española de los últi-mos treinta años: mesocracia fantástica, estado de bienestar, estabilidad política, sociedad de consumo y de servicios y legitimidad fundacional del proceso de transición a la de-mocracia. La conciencia colectiva de habitar una tempora-lidad de crisis, en junio de 2012, experimentó una súbita densi!cación: como si el país cruzase un punto de no re-torno. Entonces, la opinión pública española se vio expues-ta, de modo directo, al fantasma bélico-quirúrgico de sufrir

1 Este texto lo participan una buena selección de personas, Agustina Mo-nasterio, David Vegue, Ángel Loureiro, Ana Fernández Cebrián, Miguel Mosta, Cristina Balbas, Elena Delgado, Eduardo Seco, Alicja Wencel, Antonio Labrador, Lidia Labrador, Lidia Méndez, Ignacio Méndez, Ma-ría Fernández Salgado y Rafael Sánchez-Mateos Paniagua. Y, Pablo Ja-rauta, Miguel Méndez, Emilio García, Javier Méndez, Juan Gutiérrez y Sergio Pereira con quienes, además, vi los partidos en esos días extraños y contados. Agradezco a Arcadio Díaz Quiñones, su demanda de crónicas trasatlánticas, las que me ayudaron a comenzar el texto. Y a Pedro Meira su curiosidad cómplice, pues una primera versión de una parte de este texto, en un formato más corto, y con un tono más urgente y periodís-tico, sin bibliografía ni aparato académico, fue publicada en portugués, como “Tudo que é ar desmancha no sólido. Eurocopa 2012, quixotis-mos e crise espanhola”, traducida por Sergio Molina y Rubia Prates, Re-vista Piauì, 71 (agosto 2012). Un resumen de aquella crónica apareció en “Todo lo que era aire se disuelve en lo sólido. Eurocopa 2012, qui-jotismos y crisis española”, Viento Sur, 124 (septiembre 2012): 83-92. Esta es la primera versión académica, expandida, de aquellos borradores iniciales. Forma parte de un proyecto mayor sobre estéticas, culturas y políticas en la temporalidad de crisis. Por último, quiero agradecer a los revisores de este texto, por la excelente calidad de los comentarios que me han hecho llegar, que he tratado de incorporar al resultado !nal.

una intervención o, al más humanitario, de ser objeto de un rescate.2 Para conjurar esos fantasmas se iba a actualizar un recurso discursivo de largo cultivo histórico en la tradición nacional: el quijotismo.3

Desde mi perspectiva, la solución quijotista es la que per-mite, en una enrevesada operación interpretativa, transfe-rir pérdidas de carácter material, económico o geopolítico,

2 El término fantasma, a lo largo del artículo, lo emplearé en clave psi-coanalítica, como exposición a la elaboración simbólica del deseo de un otro, a través de un proceso de resistencia, de represión, y de temor a su retorno. En ocasiones, en la parte de la “experiencia estética de la crisis” lo conecto con elementos de cultura urbana: busco pensar la resisten-cia política de deseos colectivos (como el 15-M) a través de la resistencia de sus culturas materiales (carteles, gra"ti…) que duran en la ciudad mientras se deterioran, con lo que comparecen fragmentadas, borrosas, fantasmales.3 Empleo el término quijotismo como un modo de relación problemáti-ca entre realidad y fantasía característico del caso español. En la acepción más básica, podemos entenderlo como un tipo de sublimación delusiva, como una forma particular de alienación o como una suerte de neuro-sis de control. En una acepción más rica, que busco desarrollar en este texto, sería una fantasía nacional, según la cual, las pérdidas materiales, económicas, políticas, se sobrecompensan en lo espiritual, lo moral, lo inmaterial, etc. Se trataría de un intercambio de bienes materiales limi-tados, por bienes simbólicos también limitados (la gracia divina, una vic-toria deportiva, un récord mundial, una proeza, una estadística…) don-de el coste !nal sería una plusvalía inmaterial (pobres de dinero pero ricos de espíritu). La fantasía se completa al darse cuenta de que con esas ganancias ilusorias no se puede sobrevivir. Parte de dispositivo quijotista requiere del desengaño. Esta fantasía opera en una dimensión nacional, tiene como espacio discursivo y como sujeto colectivo la nación espa-ñola. Y, por último, se trata de un mecanismo histórico recurrente en la modernidad española, como digo al principio del siguiente párrafo. He estudiado su funcionamiento en el contexto del tercer centenario quijo-tesco en otro artículo (“Dynamiting Don Quixote”).

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a un dominio espiritual, moral e, incluso, teológico. Así, en esos días, mientras el gobierno discutía las nuevas limi-taciones que las fuerzas políticas del capital !nanciero glo-bal iban a imponer a la soberanía del país en la gestión de su economía, a la opinión pública española se le propo-nía a!rmar la supremacía espiritual de la nación en el plano simbólico del deporte. Este tipo de dispositivo compensa-torio en el contexto de la secuencia del rescate que aquí se estudia, empieza a funcionar con anterioridad al propio co-mienzo de la competición (por ejemplo, en un anuncio de Coca-Cola aparecido a !nales de mayo), pero tendrá que modularse durante la Eurocopa en repetidas ocasiones para enfrentar las emergencias continuas de otras formas de nom-brar la crisis, pues la cristalización, en los medios y en el ci-berespacio, de un imaginario ciudadano de la crisis (des-ahucios, mareas, vidas subprime...), las protestas políticas en la calle, la propia experiencia estética urbana de cada día y, sobre todo (y en relación con todo ello), la crítica y el enfa-do de la a!ción ante el errático, cambiante, impersonal jue-go de su equipo, cuestionan la fantasía normalizadora de la magia de la selección española. Sólo la victoria !nal de La Roja podrá, momentáneamente, recrear el espejismo colec-tivo del triunfo inmaterial del fútbol sobre las angustiosas demandas pecuniarias de la crisis.

Sin embargo, tan sólo una semana después del des!le de la victoria, celebrado a la llegada de la selección a Madrid, una marcha reivindicativa de mineros teatralizaba la ruptu-ra de una parte de la sociedad con el encantamiento de la sublimación quijotista.

1. El primer partido: las necesidades simbólicas de la crisis.

10 de junio de 2012. Tras una semana de fuertes rumores, el día 9 se había hecho pública la noticia de que el gobierno español, al agravarse la situación de la banca nacional, ha-bía solicitado formalmente al Eurogrupo el llamado rescate, apenas veinticuatro horas antes de que su selección de fút-bol, #amante campeona de Europa y del mundo, disputa-se su primer partido en la Eurocopa. Por si esta coinciden-cia no fuese lo su!cientemente signi!cativa, el presidente Mariano Rajoy quiso subrayarla al no desistir de su idea de acudir como espectador al primer partido (“me voy funda-mentalmente porque la selección española es la campeona del mundo”, CEC), un España-Italia llamado a reeditarse en la !nal del torneo. Tampoco era la primera vez que Ra-joy subrayaba los vínculos entre economía y sport, entre el espíritu de las políticas de austeridad y los valores que repre-sentan los deportistas españoles.4 Sin embargo, en junio de

4 En febrero de 2012, el ciclista Alberto Contador fue condenado por dopaje. Tuvo lugar entonces una llamada “crisis de los guiñoles”, cuan-do, en la televisión francesa Canal +, se mostraron muñecos de depor-tistas españoles !rmando un documento de apoyo a Contador usando jeringuillas como estilográ!cas. En una reacción característica de la polí-tica quijotesca, mientras una parte de los medios de comunicación atri-buyeron la broma al resquemor francés por las victorias de ciclistas y te-nistas españoles en sus competiciones, el Gobierno organizó un acto de desagravio al deporte patrio en el que Rajoy pronunció un discurso que considero verdadera piedra Rosetta del quijotismo deportivo, pues en él se condensa entera su !losofía política. Decía Rajoy: “España es un gran país, una gran nación, y la hacen los españoles, entre ellos sus deportis-tas, que llevan nuestro pabellón por todo el mundo.[...] Detrás de eso hay mucho trabajo, mucho esfuerzo y mucho sacri!cio.[...] Esos son va-

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2012 con tal acto se hacía explícito que el fútbol iba a ope-rar como el telón de fondo fantástico de la representación pública del traspaso o!cial de la restante soberanía econó-mica nacional al capital global.

Telón de fondo fantástico, sí, pero fundamentalmen-te quijotesco. A comienzos de milenio el fútbol mantenía una correlación excesiva con las fantasías con las que el país se imaginaba. Los éxitos de la selección nacional, después de décadas mediocres, se interpretaron en clave económi-ca, como el reconocimiento simbólico de la pujanza empre-sarial y geopolítica de una “marca España” que, en el año 2008, todavía se autoimaginaba como la del “milagro espa-ñol” (EFE 2011). Si, históricamente, la pobreza de los re-sultados obtenidos por la selección nacional se veía como síntoma de una normalización pendiente, derivada, de la imposibilidad de una identi!cación nacional uniforme, des-de 2008, al ritmo que crecían las victorias de la furia roja, comenzaba a celebrarse más bien lo contrario, la capacidad de la selección de encarnar el mejor espíritu de la nación. El equipo, desde entonces, ofrecería una imagen modéli-ca de lo que podría ser la comunidad nacional, a veces una traducción directa de los valores populares que aún atesora la España mesocrática (“el tarro de las esencias se destapó”, “somos gente de la calle, gente normal” dijo el guardame-ta Casilla, cit. en Martínez), en otras ocasiones, más bien una especie de vanguardia inspiradora, capaz de anticipar al “hombre nuevo” de la España de la globalización. Entre los tiempos de esas dos selecciones, entre la eterna aspiran-

lores que in#uyen en todos los aspectos de la vida.[...] Volver a ese es-fuerzo, sacri!cio y trabajo es muy importante” (cit. en Mateo).

te a campeona y la gloriosa “armada roja” en la “hora del triunfo”, se puede veri!car la transformación estructural del mundo del fútbol español, donde entidades nacionales se han convertido en marcas globales (Llopis Goig).

La globalización del fútbol español se produjo, así, al mis-mo tiempo que creció la “burbuja del ladrillo”. Por ello no sorprende saber que se !nanció merced al endeudamiento de los clubes, con frecuente aval público, y gracias a su con-nivencia con proyectos especulativos e inmobiliarios, en un cruce continuo de intereses políticos y económicos (Mén-dez “El fútbol, otra burbuja pinchada”). Si el número de ae-ropuertos o de kilómetros de autovías es, en España, muy superior al de otras naciones de su entorno (Alegría), otro tanto puede decirse de la desproporción de las dimensiones del sistema económico del fútbol español, a propósito de su inmensa presencia mediática, y de su deuda, características todas que refuerzan la estructura excesiva de la correlación que el fútbol mantiene respecto de la realidad nacional que simboliza y conforma. “La deuda del fútbol español no sólo es económica, sino moral” (Iríbar). Así pues, espejo de Espa-ña, sí, pero espejo deformante, black mirror, en el que una sociedad pesimista y desmoralizada siempre podrá redescu-brirse capaz de singulares proezas al activar valores de coo-peración, esfuerzo, trabajo y sacri!cio, valores que, además, puntualmente coinciden con el lenguaje moral con el que se profetiza la salida de la crisis.5

5 En una nota de La crónica el 10 de mayo de 2012, se condensan de modo superlativo los elementos característicos de la lógica cultural re-cién descrita: la con#uencia de los intereses de las multinacionales espa-ñolas, su capacidad de proponer una “lectura de la crisis” a través del len-guaje del marketing en sintonía con el discurso de los representantes de

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Como en un juego de augurios, a principios de junio de 2012, mientras se resolvía la truculenta secuencia del resca-te, negado y a!rmado varias veces, se buscaban los signos interpretativos de los destinos nacionales en la fortuna de la selección en su paso por la Eurocopa. De ese modo, más allá de los intentos de ofrecer espectáculo en vez de crisis, se nos anunciaba la posibilidad de entender la crisis a tra-vés del espectáculo. Lo que habría de comenzar como una analogía (así en la realidad como en el fútbol), a lo largo de las semanas de competición acabará sucediendo como una fábula (en el fútbol puede suceder aquello que en la realidad es negado) nos fue negado. En ese proceso, tienen lugar una se-rie de modulaciones precisas, en las que se interrelaciona la emergencia pública de formas críticas (esto es, de signos de la entrada histórica del país en una temporalidad de crisis) con la crítica del fútbol (es decir, con la necesidad de inter-pretar discursivamente qué es lo que está pasando en el juego pues, el fútbol, sin esa tarea de crítica e interpretación co-munitaria, sería opaco, mudo, sin sentido: Labrador Mén-dez 2007). Mediante estas modulaciones se negocia un sen-tido moral para los efectos del rescate (y de la crisis) sobre la sociedad española.

las instituciones políticas, la conceptualización de la selección española como una imagen modélica y avanzada de la sociedad española que po-see, además, la capacidad de inspirarla y !nalmente el culto a valores la-borales neoliberales (energía, esfuerzo, unidad...): “La energía de la Roja es el nombre de una exposición itinerante organizada por Iberdrola [...] y que ensalza los valores de la selección española de fútbol. [...][Ayunta-miento e Iberdrola] apelaron al esfuerzo y a la unidad para lograr objeti-vos como superar la crisis y destacaron que esos mismos valores llevaron a la selección a un objetivo que nunca se había logrado” (La Crónica).

En un texto a propósito de esta Eurocopa, el escritor Juan Villoro analizaba el deporte como “versión incruenta de la guerra y refutación simbólica de la economía”. En la Espa-ña de la crisis, y, en general, en todo el sur de Europa, tales intersecciones parecen hacerse aún más complicadas, pues hoy es la economía la que quiere presentarse como una ver-sión incruenta de la guerra, y, la economía será también la en-cargada de ejercer la refutación simbólica del fútbol.

Si nada representa mejor la con!guración económica y simbólica de los años del boom español que la organización del fútbol como esfera, quizá sólo esa complejidad puede, a su vez, generar un juego milagroso, de una belleza y poesía excepcionales, como los de la selección nacional o el F.C. Barcelona. Habría poco pan, pero el circo era espectacular: el fútbol expresó, acelerando, la estructura rectora de la eco-nomía, y de la arquitectura milagrosa de la nación (Moix). La ascensión del Real Madrid como empresa en su era ga-láctica” sería su perfecta metonimia (Molinas): la recali!ca-ción de los terrenos de su Ciudad Deportiva permitieron, en 2004, la construcción de los rascacielos del Cuatro To-rres Business Area, skyline de la capital neoliberal, en cuya urdimbre se cruzaron bancos y fondos de inversión, agen-tes políticos y arquitectos estrella, tramas corruptas y agen-cias inmobiliarias. En la !gura del presidente del Real Ma-drid, Florentino Pérez, con#uye el poder político, el mundo del fútbol, del marketing, de las televisiones, de las grandes empresas de infraestructuras, de las inmobiliarias y, por su-puesto, las cifras desorbitadas de deuda (que habrá de ser socializada). Se reencuentran así un conjunto de factores cuya combinación particulariza la actual crisis y que hacen de Florentino Pérez su perfecto representante ($omas).

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El corazón monetario del mundo español de los 2000 está atado por densidad de lazos sanguíneos con esos equi-pos de ensueño, de futbolistas prodigiosos y juego visio-nario, que cristalizan mitopoéticamente en una selección de fútbol versátil y so!sticada, de jugadores con gran con-ciencia de su imagen, amplia cultura mediática, y un aura biopolítica que entremezcla per!l chico de barrio, cuerpo de videojuego e icono cosmopolita. Y sin embargo, mien-tras la estructura del mundo de los años 2000, mundo que vio nacer equipos y jugadores como estos, se disolvía en el aire progresivamente acelerado de la crisis económica, en junio de 2012, todavía quedaba la selección nacional intac-ta, como un enigma, como una máquina de ensoñaciones póstumas, o como un pollo que corre sin cabeza...6

En la experiencia estética del Spanish Crash (Mason), re-sulta llamativa la lentitud con la que se ha ido relacionando el actual ciclo económico con un imaginario de la escasez y la pobreza, lo que no depende de la existencia de indicado-res objetivos del crecimiento de esas condiciones, presentes

6 En una inteligente crítica a estos argumentos, Pereira sugiere que es la condición sobrepagada de estos jugadores, como metáfora de un mo-delo de negocio perfectamente adaptado a la economía !nanciera (no en vano esos jugadores serían hoy adquiridos por fondos de inversión), la que explicaría infraestructuralmente la capacidad del fútbol español de seguir funcionando en sus propios términos más allá del colapso de la cultura que lo con!gura, como una esfera progresivamente autóno-ma del sustrato nacional y dependiente de #ujos globales de dinero. Ello simplemente traslada mi argumento a otro plano: habría que explicar todavía cómo y por qué, entonces, el fútbol consigue seguir representan-do fantasías colectivas de carácter nacional con tal grado de penetración cuando ya no responde, en su funcionamiento como sector económico, a las determinaciones de esa comunidad.

a lo largo de los años del boom del ladrillo, sino de su pues-ta en narración a partir de 2008 en los medios. El imagina-rio de la crisis en la primavera de 2013 ofrece ya un impor-tante grado de cohesión, un paisaje de!nido, pero durante mucho tiempo se ha expresado como algo más bien difu-so: su concreción puede analizarse a través de dos procesos. En primer lugar, a propósito de la experiencia humana de la crisis, la cristalización de un imaginario de la escasez y la pobreza ha sido muy lenta en los medios hegemónicos, aun cuando las experiencias prototípicas que hoy de!nen las vi-das subprime (súbita depauperización, desahucios, búsqueda de comida en la basura, indigencia, etc.) aumentasen dra-máticamente durante los mismos años de esplendor de la burbuja inmobiliaria. Sólo cuando los relatos de esas expe-riencias de miserización comenzaron a circular intensamen-te en el entorno discursivo del 15-M, y a tener una audiencia fuera de él, la crisis ha adquirido rostro humano (Labrador Méndez 2012). Finalmente, en la medida en que las clases medias del país han comenzado concebirse como candida-tas posibles a esa misma pobreza, se ha animado una circu-lación masiva de las representaciones de las vidas en crisis, desde la televisión al cine, de los noticiarios a secciones !jas de periódicos como El País o El Mundo, a las series de tele-visión o los realities. A la hora de entender la lentitud con la que ha ido emergiendo ese imaginario, cabe referir que si-tuaciones de pauperización, como las narradas en un tem-prano cortometraje de Coixet (“La insoportable levedad del carrito de la compra”), han sido invisibilizadas durante lar-gos años en una nación, España, cuya imaginación demo-crática se basa(ba) en dos ideas centrales interconectadas: ser un país cohesionado de clase media urbana (Sánchez

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León) y estar homologado respecto de cualquier otro país europeo (Delgado 2003).7 Por ello, durante mucho tiem-po, la pobreza, en la España contemporánea ha sido insim-bolizable.8

7 Esta característica es relativamente reciente. Si bien podemos pensar en otras resistencias culturales anteriores a la hora de simbolizar el pau-perismo (con las polémicas sobre la existencia –o no– de un naturalis-mo católico o la supuesta preeminencia del costumbrismo frente a otros géneros más críticos), las culturas hegemónicas de la democracia se han caracterizado por minimizar la representación de la pobreza, o reformu-larla en clave melodramática. La España de los años ochenta, noventa y dos mil en el cine, la novela o la televisión ha sido fundamentalmente un país de clase media, donde se vive bien y la gente es feliz, y donde el mal irrumpe desde lo biológico (enfermedades, psicopatías), lo teológi-co (accidentes, atentados) y, cuando políticamente, desde el pasado. Ello se hace aún más extraño cuando lo consideramos desde una perspectiva histórica: la novela moderna española –Galdós, Sender, Max Aub, Lafo-ret, Aldecoa, Fernández Santos, Delibes, o Marsé, entre otros muchos– se construye sobre el nombramiento de la miseria y sobre la expresión política de sus demandas. Rafael Chirbes ha dedicado textos brillantes a este problema. Y él mismo se postularía como su solución. Le sigo en su a!rmación de que, durante la transición, hubo un ejercicio militan-te por parte de la crítica para disminuir el valor de estos modos de unir política y literatura (los de la literatura realista), que conectaban en una tradición literaria el proceso de construcción de la democracia con una tradición histórica anterior a la guerra. Frente a ella, y desde el mantra “en España no ha habido” (Labrador Méndez), esa misma crítica poten-ciaba la creación de una literatura de nueva planta, y de aspiraciones ex-tranjerizantes, que dominará el pasaje !nisecular de las letras democrá-ticas. Evidentemente, se trata de generalizaciones: es fácil pensar en las múltiples voces realistas que las pobrezas encuentran en la literatura de-mocrática (Andrés Sorel, Dulce Chacón, cierto Manuel Rivas o un Lla-mazares), pero también en sus límites y en sus constricciones de género. 8 Una prueba de esa resistencia la encontramos en el impacto que han tenido una serie de fotografías de la crisis, obra de Samuel Aranda, pu-blicadas en el New York Times en septiembre de 2012. Sin ambigüedad,

En segundo lugar, quizá por esta resistencia a asimilar un imaginario de la pobreza, la manera mediática de afrontar la temporalidad de crisis ha consistido prioritariamente en la enumeración sistemática de los bienes costosos e inútiles, acumulados en la última década, propuestos a la contem-plación moral en una narrativa típicamente barroca. Ayun-tamientos, bancos e inmobiliarias se endeudaron irrespon-sablemente, pero quedan ahí las cosas adquiridas en los años de bonanza, perfectamente inútiles: vanidad de vanidades. En el caso de Bankia, la gran entidad se ha desplomado, la soberanía nacional se hipoteca para evitar que sus accionis-tas prioritarios pierdan su dinero, pero todos los bloques de casas que habían servido de activos se quedan en su sitio. Las casas están donde las dejaron, como las líneas de alta ve-locidad, como las autovías privadas de peaje, como los aero-puertos sin aviones, como el puerto deportivo de Valencia, las Ciudades de la Cultura, el estadio de fútbol de Norman Foster, los rascacielos, los parques temáticos... Hoy se habla de ellos como de los elefantes blancos (Harter), regalados a la población por enloquecidos marajás locales, cuyo manteni-miento aumenta la ruina de haberlos poseído. Aquellas en-tidades que se habían usado para expresar relaciones de va-

sin dejar espacio para su refutación, para su culpabilización, allí podía verse en blanco y negro a personas rebuscando comida en la basura, y la rabia y el cuerpo peligroso de los jóvenes parados del sur, o, dentro de sus casas, el miedo de las familias que esperan a ser desahuciadas. Se podía ver, de pronto, el hambre, la deshumanización. “In Spain, Auste-rity and Hunger”, “Hunger on the Rise in Spain”. Dos años antes, tan solo, la idea de que hubiese españoles pasando hambre habría resultado a todo punto excéntrica. Ahora, en blanco y negro, el impacto de la crisis se contaba en imágenes con las técnicas fotográ!cas con las que se narra una guerra.

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lor, ilimitados sueños de progreso, marcas de la presencia de #ujos del capital global en el país, ahora, duran, desprovis-tas de valor de cambio y repletas de valor de uso. Resultan enigmáticas por ello. Condenadas a ruinas cuando están en muchos casos pendientes todavía de su estreno.

En la primavera de 2012 este era el melancólico imagina-rio de la crisis. Resulta pertinente recordarlo para entender que ello condicionaba profundamente los augurios con los que periodistas y a!cionados se preparaban para contem-plar los destinos de la selección nacional en la Eurocopa a mediados de junio de 2012, y de su país con ella. ¿Sería el equipo nacional una de esas costosas infraestructuras –aero-puertos sin aviones, hospitales por estrenar, palacios de con-gresos pendientes de inauguración– que de!nen “el Museo de Grandes Novedades” en que se ha convertido la arqui-tectura de la crisis (Labrador Méndez)? ¿Sería la selección española una de tantas quimeras fruto de años de endeuda-miento y bonanza? Y si no lo era, si demostraba ser capaz de responder de modo autónomo a las obligaciones interpre-tativas del presente y ser capaz de producir su propio signi-!cado colectivo, trascendiendo el enigma de la ruina que la amenaza, ¿en qué sentido lo haría?, ¿qué narraciones iba a facilitar la selección española, qué tipo de historias sobre la crisis iba a permitir contar en función del éxito que lograse durante el campeonato?

Algunos antecedentes esbozaban las posibles líneas maes-tras de tales narrativas, entre ellos un anuncio de Coca-Co-la aparecido a !nales de mayo, cuyo título resultaba trans-parente: “Demostremos a Europa de lo que somos capaces cuando estamos unidos”. En su primera parte se sucedían negras imágenes de crisis: edi!cios de viviendas sin concluir,

titulares alertando de que el número de parados había supe-rado los cinco millones y la prima de riesgo los 500 puntos, noticias de la pérdida de con!anza internacional en la eco-nomía española, vídeos de la huelga general del 29 de mar-zo... Todo concluía con la famosa patada karateca del holan-dés De Jong a Xavi Alonso en la !nal del mundial de 2010, como transfer de las patadas bursátiles que los mercados !-nancieros estarían propinando al país dos años más tarde. La segunda parte del spot la ocupaba un repentino, e im-previsto, canto a la esperanza: como en la !nal de 2010, de pronto, todo cambió con un acto de genio. Los a!cionados españoles, sin razón aparente pero con decisión, rompían los periódicos y, con ellos, las malas noticias desaparecían y, entre gritos (a por ellos, oé), el anuncio les informaba de que España es líder mundial en generosidad (donación de órga-nos y sangre) y de que ellos forman parte de una activa so-ciedad solidaria hecha por voluntarios y por organizaciones no gubernamentales, cuya acción se extiende desde la reco-gida de petróleo en las playas gallegas en 2002 a las asam-bleas multitudinarias de Sol en 2011 y los gritos mudos de la ciudadanía (manos arriba y palmas al aire). Más allá del elogio del capital humano de la nación, en todo ese relato, lo importante era subrayar el triunfo de lo espiritual sobre lo material, de la moral sobre la economía. Ese relato pre-sagiaba la necesaria (en términos metafísicos) victoria de la selección, a través de la comunión fármaco-dinámica con la bebida de cola. La magia de “La Roja” y la magia de la Co-ca-Cola vendrían a coincidir absolutoriamente, expresando, frente a la Europa del capital y de los mercados, la natural superioridad emocional de la nación y de su ethos, pasional, idealista, que haría desaparecer, mediante energía positiva,

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los problemas relacionados con la estructura económica de la realidad.

Así se animaban toda suerte de lecturas geopolíticas en las que los a!cionados deseaban que la !nal se jugase entre Ale-mania y un país rescatado. Parecía activarse en lo simbóli-co el viejo con#icto entre la “antigua nación espiritual” y las “modernas naciones materiales”, narración que, en 1898, construyeron los publicistas españoles para conjurar simbó-licamente la expansión de Estados Unidos sobre los últimos restos de su imperio: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. “De-seo que ganéis porque los españoles necesitamos una alegría en tiempos tan complejos. El triunfo de la selección sería un subidón de moral para España entera” (As). Así despi-dió Mariano Rajoy a “la armada española,” como un gene-ral absurdo que envía a extraños soldados a una muy rara guerra.

2. La crisis y su experiencia estética urbana (una obser-vación participada).9

El llamado rescate se ha traducido en privatización, depre-

9 Al hablar de experiencia estética, no pretendo decir que la crisis sea bonita. Tomo el término de Marshall Berman, sobre la idea de una “ex-perience of Modernity” que se mani!esta en una determinada organiza-ción de lo estético. El conjunto de las formas, en su modo particular de interiorizar los cambios de un momento, con!guran la estética de una época, tal y como se puede ver en su literatura, su cultura, o en el espa-cio privilegiado de la ciudad. Combino este concepto con otras ideas so-bre cultura urbana, y con las nociones de la antropología y la etnografía sobre la “observación participada” como un método de estudio de fenó-menos culturales. En este sentido, estetizar quiere decir formalizar pro-cesos sociohistóricos, y no idealizar, sublimar o poner bonito.

ciación y extrañamiento de las zonas del estado de bienes-tar todavía intactas después de cuatro años de temporalidad de crisis (educación, sanidad, límites ecológicos, y, aún de modo incipiente, pensiones). Pero cuando aún no se visua-lizaban sus consecuencias, en esos días de junio de 2012, la vida cotidiana se hizo extraña, esperando a la llegada del rescate. Tal extrañeza estuvo en relación con la inminencia, como la calma que precede a una tormenta. Mientras la tor-menta no llegaba, alguien (un emigrante español quizá, de pronto ocioso, quizá de vacaciones, un turista hispanó!lo, un exiliado, un periodista, un viajante, o incluso un pro-fesor en una universidad americana) que, tras varios meses fuera, pasease por Madrid a mediados de junio de 2012 ha-bría podido reconocer en el espacio urbano las marcas físi-cas de un proceso de desintegración, en el que se disolvían en el aire aquellos elementos que caracterizaron el periodo anterior de expansión y crecimiento, dejando la nada en su lugar. Los locales vacíos, ya no sólo en los barrios, sino también en el centro, llamaban la atención: escaparates que anunciaban la pérdida del poder adquisitivo, el aumento del paro y la bajada del consumo. Otros lugares vacíos anun-ciaban otras cosas y entre ellos destacan las sedes de sucur-sales bancarias de pronto clausuradas, que eran poderosas metáforas para la fuga de capitales, para la crisis de deuda y la volatilización de los activos. Aunque las sucursales man-tenían sus logos, su apariencia de bancos, y parecían que se-guir existiendo, cuando uno se acercaba, podía ver perfec-tamente, a través de cristales y de stores, que dentro no hay nada, que lo que contenían (y sobre todo el dinero) ha sido trasladado a un lugar otro [!g. 1].

No sólo cierran sus sedes, los bancos también cierran los

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pisos que poseen. Lo dijo con un lema el movimiento 15-M: “España, ese país de casas sin gente y de gentes sin ca-sas” (y añadió un año después: “Se rescatan bancos, se des-ahucian gentes”). Entonces seguía creciendo el número de

Fig. 1. Escaparates vacíos. Sucursal Banco Pastor, calle Santa Isabel, Madrid. 22 jun. 2012. Fotografía del autor.

ejecuciones de desahucios y, con ellos, crecía también la re-sistencia popular a estos desahucios. Frecuentemente, des-pués de echar a sus dueños, la puerta de los pisos se tapia con ladrillos. Otra imagen dialéctica: la de las viviendas va-cías, causantes de la ruina de cientos de miles de familias, en las que hoy no vive nadie. Viviendas vacías cuyo interior no puede verse se relacionan poderosamente con sedes vacia-das cuyo interior se enseña que está hueco. Para hacer evidente esta conexión causal, para formalizarla grupos de activistas responden tapiando los cajeros automáticos de los bancos que ejecutan hipotecas [!g. 2].

Fig. 2. Hijos de Mutants. Acción del grupo de gra!teros Mutants. Ronda de Toledo, Madrid, 18 nov. 2012. Fotografía del autor.

Otros responden ocupando las casas que están vacías. Pai-saje para una nueva desamortización: estos súbitos vacíos, su visibilidad y su invisibilidad, su ocupación y su desocupa-ción, hablan de una nueva experiencia estética de la ciudad, en la que los símbolos del boom se han convertido en seña-les de la crisis: son lo mismo pero ya no lo signi!can.

La casuística es amplia. Así, por ejemplo, la multinacio-nal sueca Ikea fue uno de los pájaros del rinoceronte (anima-les simbióticos) de los años de expansión: hacían falta cien-tos de miles de sillones poang, mesas bjursta y camas malm para amueblar los cientos de miles de apartamentos que se compraban y se vendían al mismo ritmo creciente con el

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que se abrieron sus diez sedes peninsulares. Aunque el fe-nómeno sea global, su marketing en España respondía a las condiciones especí!cas del modelo de crecimiento espa-ñol, como ahora al de su crisis. Ikea prometía que, con sus muebles, era “tu casa, tu reino” y que te ayudarían a fundar la “república independiente de tu casa” (que “a pesar de ser una república, puede tener un rey, o una reina”), lemas vi-gentes hasta después de 2011. En mayo del 2012, Ikea pro-mocionaba en España sus complementos bajo otro signi-!cativo rótulo, “tu revolución empieza en casa”, mientras que sus sedes funcionan como comedores sociales, debido al bajo coste de sus restaurantes, donde una familia puede comer albóndigas por un euro (El Heraldo). En la primave-ra de 2013, hubo un cierto escándalo, debido a la presen-cia de carnes no declaradas en dichas albóndigas, lo que no ha reducido la popularidad de los comedores sociales de Ikea: “pre!ero que mis hijos coman carne de caballo en el Ikea a comida de la basura” (Moreno).

Otro proceso, global (la subida del precio del oro), ajus-taba sus manifestaciones glocales en verano de 2012. Desde Madrid hasta cualquier pequeña capital de provincia, como Pontevedra, el único negocio en expansión parecía ser el de las tiendas de empeños, de característicos letreros amari-llos y hombres-anuncio gritando “compro oro”, invitando a vender la última pieza de valor, el anillo de boda, las me-dallas de la madre, las riquezas privadas, actos de despose-sión íntima que encuentran su contrapunto para lo público en los recortes masivos en sanidad y educación. Otro ejem-plo de cómo se mani!esta la crisis en la experiencia urba-na: el cierre de centros de atención de día y de clínicas ha enviado a las calles a personas con problemas psiquiátri-

cos, incapacidades físicas y necesidades urgentes. Reapare-cen así tipos sociales de hacía décadas por más que muchos comentaristas lo reduzcan a una simple homologación del paisaje urbano español con el aspecto postfordista de las ur-bes anglosajonas (Davis), como hace Carlin: “no se ven más mendigos en las calles que en una ciudad económicamente boyante como Londres”.

En ese contexto, los cambios sucedían por semanas y, en julio de 2012, era posible registrar la aparición de un tipo nuevo, de resonancias hidalgas: un hombre solicita limosna y trabajo vestido con un polo de Lacoste (Alsedo), como di-ciendo yo pido dinero porque tengo necesidad, pero no me con-fundáis, por favor, con un pobre sociológico. Yo estoy pobre por culpa de la crisis, pero no lo soy por naturaleza. Añade en su cartel “español”. La redacción de la noticia refuerza esta lec-tura (“Los mendigos de la Castellana ya llevan Lacoste. La miseria ya atrapa a la clase media”).10 Si el cocodrilo del logo

10 Esta lectura semiológica puede parecer interesante, aunque bastante aventurada. Alguien podría pensar, con razón, que hay múltiples razo-nes que pueden explicar que un pobre lleve un polo de Lacoste (un rega-lo, una compra en una tienda de objetos usados, una imitación vendida por un inmigrante o comprada en un mercadillo de la calle, etc.). Todo eso es cierto. Sin embargo, la noticia de El Mundo es la que construye esa lectura. Con independencia de las verdaderas razones por las que lleve un polo de Lacoste, este tipo es una mitología de la crisis, una !gura imagi-naria. Él mismo contribuye a esa lectura a disfrazarse así. Un Lacoste en la Castellana de Madrid no es un signo neutro y en el o!cio del mendi-go vestirse es todo un arte, como supieron mostrar los clásicos en Rin-conete y Cortadillo o El Buscón, y como quizá vuelva a pensarse en nues-tros días. Una maravillosa y temprana película de Alberto Rodríguez (El Traje 2002) se plantea de nuevo este problema cruzando inmigración, distinción, pobreza y racismo: un inmigrante subsahariano en España recibe como regalo de un rico empresario afroamericano un traje de lujo con la promesa de que el modo de vestir ha de cambiarle la vida.

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fue la enseña de cierta clase media, o media-alta, propietaria y, frecuentemente, rentista, que se imaginaba triunfadora en las escaramuzas de la especulación inmobiliaria (pido un crédito, me compro un piso, lo vendo el próximo año por el doble, vuelvo a hacer lo mismo al año siguiente, o lo alqui-lo y con el alquiler voy pagando la hipoteca...), ese mismo signo se ofrece hoy en la vía pública como metonimia de la caída en desgracia, del giro insospechado en la rueda de Fortuna que, como este hombre confía (pues se ve a sí mis-mo como un emblema moral de la crisis), debería mover a la piedad y la caridad cristiana... y no al escarnio o a la risa. En los últimos meses, programas de telerrealidad y de periodis-mo “a pie de calle”, como pueden ser Callejeros de Cuatro, Comando actualidad de TV1 o Salvados de La Sexta, ofre-cen el espectáculo de las con!guraciones y recon!guracio-nes de la pobreza, de los distintos umbrales de necesidad y de sufrimiento que personas provenientes de mundos muy distintos atraviesan, al mismo ritmo que crecen las cifras de parados.

En tal narrativa, como digo, ocupa un papel central la problemática inserción de personas provenientes de las cla-ses medias o acomodadas en la cultura de la pobreza. En enero de 2013 otra imagen, irónica, expresa esa total trans-formación del territorio de la indigencia: un hombre, que pide dinero, pide una limosna “para comprar un chalet en Marbella y un Ferrari” [!g. 3].

Fig. 3. Por encima de las posibilidades. Zona Azca, Madrid, 24 ene. 2013. Fotografía del autor.

Usando irónicamente los símbolos de las quimeras que ha-brían empobrecido al país, este hombre reclama una pobre-za anterior a la crisis, y, por lo tanto, una pobreza inocente. No me confundáis con ese tipo que anda por ahí pidiendo con un Lacoste, parecería decirnos. Como un Diógenes moderno, se ríe de los vanos espejismos que cegaron a buena parte de las clases rentistas, hoy víctimas también –Madres Coraje– de los desahucios y de las restricciones propias de esa vida de pobre.11

11 Este fenómeno puede parecer extraño, el de la lucha por la distinción dentro de la pobreza, pero es consustancial a las culturas del pauperis-mo. Se puede interpretar como la competencia por un número reduci-do de recursos a través de la teatralización de las expectativas sociales. En los cartones usados para pedir limosna hay toda una puesta en escena de

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Como parte de una misma experiencia estética urbana de la crisis, en las jornadas de junio de 2012, entre las formas que generaba el capital en su contra#ujo (cajeros vacíos, empresas desaparecidas, grupos de personas en los contene-dores al cierre de los supermercados, cambios poderosos en la sociología del consumo...) también era posible veri!car la existencia de otro lenguaje. Por las avenidas principales de Madrid, entre la nueva indigencia y los espacios vacíos, pu-lulan los fantasmas del aniversario del movimiento 15-M, nombre que recibieron las revueltas cívicas que, en mayo de 2011, ocuparon masivamente las plazas públicas de to-das las ciudades españolas instalando campamentos, asam-bleas, talleres y foros, y reclamando pací!camente a los po-deres públicos una reforma estructural de las instituciones democráticas. Sus propuestas (inhabilitación de políticos

los imaginarios sociales, tal y como son percibidos por los profesionales de la pobreza, mediante los cuales combaten los prejuicios sociales sobre su o!cio. Si un sentido común extendido asocia pobreza e inmigración, los indigentes se esfuerzan en resaltar su españolidad frente a otros com-petidores. Si se suele a!rmar que el que pide es porque no quiere traba-jar, otros carteles piden limosna o trabajo, aluden a un trabajo anterior o explican las circunstancias que impiden trabajar. Parecería que el ima-ginario político de estos homeless resulta muy conservador: así perciben ellos el sentido común más extendido de la sociedad de la que viven. Otro elemento a tener en cuenta es que la entrada en la pobreza no sólo no destruye el imaginario de la sociedad sino que lo recrea, como parte de un típico proceso quijotista. Como enseña la lectura de La Horda de Blasco Ibáñez, el mundo de la pobreza resulta profundamente clasista. Por último, una estrategia típica de los medios de comunicación de ma-sas en esta crisis consiste en extremar las condiciones de exposición a la intemperie de los pobres que muestran, para dejar al espectador el últi-mo consuelo de saberse a salvo de las mismas (“no estoy tan mal”), aún por el momento.

acusados de corrupción, articulación de mecanismos demo-cráticos para vigilar el funcionamiento de las instituciones públicas, transparencia en el gasto público, lucha contra el fraude !scal, banca pública, programas de racionalización del stock de viviendas...) se encontraron con la falta total de escucha por parte de los representantes políticos democrá-ticos. No sólo no les hicieron caso, sino que hicieron justo lo contrario de lo que les pedían. En el entretiempo, la re-presión policial aumentó duramente. El 31 de diciembre de 2011 se licitó la compra de un millón y medio de euros en gases lacrimógenos (BOE), cantidad que fue incrementada en diversas partidas, y varias personas han perdido ojos por disparos de balas de goma (Carranco). Se discute limitar los derechos de reunión y manifestación y se multiplican las denuncias de palizas y agresiones policiales en comisaría, así como de detenciones ilegales.

Las sucursales vacías se pueblan de carteles y de anun-cios. También los fantasmas del 15-M están en los escapara-tes. Translúcidos, gracias a ellos vemos algo más que un in-terior vacío, que una vez estuvo lleno de fondos. Vidrieras de una política por venir, pasa la luz a través de carteles, pe-gatinas, pan#etos superpuestos o medio arrancados. Tam-bién hay gra"ti y fantasmas de gra"ti en las paredes: “Qué pasa con mi beca”, “Ladrones”, “Madrid=Mordor”, “Fuego camina conmigo”. Inquietan esas pintadas desteñidas, fan-tasmales [!g. 4]. El río del lenguaje del 15-M, con su des-cripción alternativa de la realidad, con su capacidad de ima-ginar utópicamente (en el sentido más noble y radical del término) otro mundo y pragmáticamente otro imaginario de la crisis (y una vida post-crisis), reaparecía puntualmente en las calles. Es un río virtual, que continúa por redes so-

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ciales, blogs y páginas web, los otros cauces de la opinión

Fig. 4. En el Día de la Bestia. Campaña La Banca es Mordor, Acción Pitódromo Permanente, Av. Bravo Murillo, Madrid, 25 jun. 2012. Fotografía del autor.

pública. La !gura de Rodrigo Rato (Ministro de Econo-mía con Aznar en los años del boom, director del FMI en los años de la crisis !nanciera mundial, presidente de Ban-kia desde su diseño como contenedor de fondos tóxicos hasta su posterior quiebra programada…) se convirtió entonces en una metonimia de esas relaciones entre el río del 15-M y los espacios vacíos. A principios de junio, jóvenes activistas a través de microdonaciones anónimas e información con-!dencial de trabajadores de Bankia presentaron contra él una querella acusándole de falsedad y estafa. Reunieron en

pocas horas miles de euros y de !rmas. Muchos de los que quisieron contribuir no pudieron: el servidor estaba satura-do (González). El mismo 10 de junio de 2012, entre el res-cate y la Eurocopa, la Audiencia Nacional admitió a trámite la querella.12

Esta experiencia estética de la ciudad en crisis, fantasmal, hacía irreal el Madrid celebrativo con el que convivía en ve-rano de 2012, el Madrid de las tiendas para turistas pobla-das de camisetas y banderas de la selección nacional, el de los quioscos cubiertos de portadas rojigualdas. Es otra la ciudad que promociona marcas deportivas con anuncios de más de diez metros en la Puerta de Sol y en la plaza de Bil-bao [!g. 5], con carteles en el metro o con vídeos en panta-llas enormes, y anuncios en las sedes principales de los ban-cos en la calle Gran Vía. La estatua del Héroe de Cascorro, soldado de la guerra de Cuba, también lleva su bandera. En las fachadas menudean las telas rojigualdas, ventana con ventana con carteles de “se vende”.

Pero no era la misma magia. En mi percepción, este Ma-drid celebrativo tuvo poco que ver con la ciudad del mun-dial en 2010, infantil y eufórica. Había cierta melancolía en el ambiente. Durante las dos primeras semanas de compe-tición sólo los turistas, los camareros, los vendedores ambu-lantes y algunos indigentes llevaban camisetas de “La Roja”, unidos todos ellos en un mismo circuito (cromático y eco-nómico). Con el violeta, color del activismo de género, pero también el color de la franja ausente en la bandera española

12 Un año después, nuevas informaciones, incluyendo la !ltración de in-formes con!denciales, aumentaron las dimensiones de la estafa. Al mis-mo tiempo, el estado admite haber perdido cerca del 60% del dinero in-vertido en el salvamento de las cajas (De Barrón).

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Fig. 5. Plaza tomada. Anuncio, Puerta del Sol. Madrid, 28 jun. 2012. Fotografía del autor.

hoy constitucional, aquella que, junto con el rojo y el ama-rillo, formaba la bandera tricolor de la Segunda República, en estos tiempos el símbolo popular de una democracia por venir, alguien pintó un gra!ti morado en una tapia que de-cía No a “La Roja” [!g. 6].

3. La culpa mesocrática: la selección española y la eco-nomía moral de la crisis.

No se tardó en comprobar que la selección de fútbol no era ajena a la temporalidad de la crisis. Tras ciertas dudas ini-ciales, lo con!rmó un horrible partido contra Croacia juga-

do en la fase de clasi!cación. Recuerdo la decepción popu-lar en los bares madrileños, porque no se trataba de ganar, sino de jugar bien, y esa plusvalía estética era lo único que podría levantar de nuevo el espejismo quijotista de la com-pensación moral simbólica de lo material político. “Somos los únicos que no nos hemos abrazado al pasar a cuartos de !nal,” se quejó el entrenador español amargamente. Con-vocando el sempiterno fantasma de la desunión nacional (Delgado 2010), Del Bosque protestaba ante las críticas re-cibidas por el juego conservador de España, tacaño, auste-ro, tanto como las propias medidas económicas del gobier-no. Y luego, restregando el pasado mediocre de la selección de fútbol, recalcó: “Hemos pasado de pobres a ricos rápido y no valoramos lo que tenemos” (Público).

Fig. 6. Selección de color. Gra!ti Plaza de Olavide, Madrid, 28 jun. 2012. Fotografía del autor.

Era una lección de economía moral para las masas. Frente a la seguridad patriótica de aquel que cree merecerlo todo, Del Bosque refrescaba la memoria de la escasez, del subde-

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sarrollo, de un pasado distinto donde la selección nacional –y la nación– vivía en la pobreza. Si el discurso de la mo-dernización pendiente por !n satisfecha ha sido clave en la construcción imaginaria de la España democrática, a me-nudo también se señala que ello sólo fue posible a cambio de ejecutar numerosos cortes identitarios (cortes de memo-ria) para asentar la idea de que esa modernización se había cumplido. Mencioné la di!cultad de representar la miseria en la España democrática, y es que uno de esos cortes iden-titarios fue el olvido de la historia de la pobreza, es decir, de la historia popular, subalterna, de las complejas relaciones morales entre la dignidad, la identidad y la supervivencia.13 A ello alude Del Bosque.

En tiempos de escasez, de introspección, las artes perfor-máticas interiorizan la falta de recursos, parecía decir Del Bosque, y a una época de contención y de recortes, le co-rresponde un estilo tacaño, rácano, grisáceo. Todo lo que incumbe pues al entrenador de la selección, como al gobier-no, es presentar resultados, un dato, un marcador... pero no cumplir las ansias de la gente de vivir en un mundo hermo-

13 Hay que subrayar una vez más que las expectativas de un colapso na-cional, de un retorno a la pobreza, estaban completamente ausentes del horizonte colectivo a comienzos de este siglo. Para un español (y un eu-ropeo) medio, la pobreza, la crisis social, la inestabilidad política, podía sucederles a otros, podía suceder en otros continentes, pero resultaba in-concebible en la península. La idea de que existe un pasado distinto, una historia donde la miseria y el sufrimiento tienen un papel importante, no ha sido muy popular en la cultura hegemónica de la democracia. Al-gunos escritores como Rafael Chirbes (Armada) han hecho de esos bor-rados precisamente la línea de fuerza de sus obras. Esto es algo compar-tido en los países del mediterráneo, como ha señalado el ensayista Jorge Valadas para Portugal.

so, aún durante el tiempo ritual de un partido de fútbol. Pero, al !n y al cabo, ¿para qué jugar a un juego, sea éste el del fútbol o el de las !nanzas, el del capitalismo avanzado, que ni siquiera promete felicidad o hermosura? La crítica re-acción popular ante el partido contra Croacia se debía a que la selección jugando con este estilo de crisis resultaba irreco-nocible y, siendo en la última década la selección, como se ha dicho, la vanguardia de la España por venir, es fácil ima-ginar que el mal juego hacía presagiar que la España inter-venida iba a resultar muy distinta de la España del ladrillo.

De un mismo análisis se desprenden distintas valoracio-nes en las que la opinión pública y los medios se empeñaron entonces. Lo que se jugaba en esos meses últimos, incluyen-do a Del Bosque, era a la moralización de la crisis, es decir, de las derrotas. Se buscaba establecer los parámetros de lo que estaba bien y de lo que se hizo mal, identi!car proyec-tos políticos de futuro y responsables del pasado. Y es que el “hemos pasado de pobres a ricos demasiado rápido” que citaba Del Bosque era un eslogan vecino de otros, cercanos pero no idénticos, que han ido constituyendo el fermento del “sentido común” sobre la crisis. Entre ellos, el más co-nocido y popular es el dictum que a!rma que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, lema que apunta a la existencia de una culpa colectiva compartida (Pérez Oliva). Lo dijo Rajoy en un discurso programático sobre el deporte nacional: “Vivimos una crisis económica de la que nos va a costar salir. El Gobierno va a poner todo su empeño; detrás de cualquier crisis siempre hay cosas que hemos hecho mal entre todos” (Mateo).14

14 Vid nota 2.

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Cosas mal hechas entre todos. Según este refrán, individuos e instituciones, quien más y quien menos, habrían consumi-do aquello que no tenían, hecho lo que no debían, y espera-do lo que sabían no merecer. Ya era hora, por tanto, de que fuesen castigados por ello. Uno se fue de vacaciones al Ca-ribe, otro se compró un piso que no podía pagar pensando en revenderlo, el otro pidió dinero “para comprar un cha-let en Marbella y un Ferrari”, y aquel manejaba tres tarjetas de crédito… todos, todos culpables de soberbia, de codicia, de avaricia y de egoísmo. Como la humedad, este discurso de la culpa colectiva va calando, ofreciendo una economía moral de clara matriz católica: todos culpables, en mayor o menor medida quizá, pero ello resulta secundario, porque lo que nos iguala moralmente es la compartida condición de pecadores. La salida de la crisis pasará, entonces, por el arrepentimiento, la aceptación de la penitencia que unila-teralmente nos impongan, pero que nos permita recibir, un día, el perdón. En esta economía moral al gobierno le co-rrespondería el papel de Santa Madre Iglesia Católica, y a los mercados !nancieros, la Unión Europea y el FMI, el pa-pel de Santísima Trinidad. Podría parecer que estoy forzan-do el argumento, pero afortunadamente el obispo de San Sebastián se encargó de subrayar las coincidencias entre las matrices de pensamiento de ambos lenguajes (catolicismo y crisis),15 a!rmando en su homilía del 1 de agosto de 2012

15 Cito la homilía: “El colocar el tener por encima del ser ha sido el moti-vo último por el que ahora nuestra sociedad se encuentra al borde de la quiebra. [...] Las Administraciones han gastado el dinero que no tenían, endeudando a las instituciones públicas y comprometiendo el futuro de las generaciones venideras [...] Los bancos, cajas de ahorros e instituciones !nancieras sustentaron sus escandalosos bene!cios anuales sobre unos ci-

que “la crisis es un pecado del que todos hemos sido cóm-plices” (Chavarri).

Tras el consejo de ministros del 13 de julio, la subida de impuestos posterior alimentó nuevas hornadas de tópicos. En los telediarios se volvieron a escuchar cosas como “de la crisis saldremos trabajando”, “solo saldremos de la crisis si pensamos en positivo” o “hay que apretarse el cinturón y hacer los deberes”. Copio aquí una formulación afortunada de la misma construcción sobre la culpa colectiva: “la deu-da es de todos y tenemos que pagarla entre todos”, decía una mujer de apenas cuarenta años en una peluquería cén-trica de Madrid (Telediario). Resulta obvio que esas muleti-llas, que calan como la humedad y crecen como los hongos, enmascaran la desigualdad estructural en la distribución de la deuda y el impacto de la política de recortes del gobier-no. En octubre de 2011, el 60% de la deuda total del país, y más de dos tercios de la deuda privada, correspondía a las empresas (fundamentalmente a las inmobiliarias, a las gran-des empresas del IBEX35 y a las entidades bancarias) (Ale-gría). Meses después las llamadas a “pagar entre todos” no

mientos de una economía irreal, !cticia e insostenible. Los sueldos con los que fueron blindados los consejos de administración han sido inmorales, y siguen siéndolo [...] Y los ciudadanos han comprado lo que no necesita-ban con un dinero que no tenían. [...] Tenemos que reconocer que hasta en los niveles más populares se le había otorgado carta de ciudadanía al fraude !scal y sisar a Hacienda parecía estar fuera del campo moral”. En este vendaval de corrupción (del que, en apariencia, sólo la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana habría escapado), no cabe diferen-ciar niveles, sólo reconocer la compartida culpa. Las cursivas son mías y apuntan a la reescritura de la crisis en clave de economía moral católica, que mani!esta el sentido último de un análisis que super!cialmente se quiere presentar como una lectura indignada y cívica de la crisis.

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se hacían cargo de las partes proporcionales. La experiencia colectiva del boom, como la de la selec-

ción, como la de la crisis, atraviesan el cuerpo social organi-zándolo, construyendo !cciones políticas horizontales, que, en un segundo momento, reconstruyen las mismas divisio-nes que parecían neutralizar. Un ejemplo es la idea de que todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. “No puede ser que hasta los tontos estuviesen haciendo dinero” decía una joven vasca, niñera por placer en Philadelphia, en una discoteca de Nueva York, el 28 de abril de 2012. Para las élites sociales del país, la prueba fehaciente de que, en la coyuntura actual se expresa una crisis moral colectiva, fru-to de un pecado social nefando, reside en el hecho de que hasta los tontos se podían permitir viajes o coches que has-ta aquel momento sólo los listos podían pagarse. Meses des-pués, la presidenta del gobierno de Navarra, Yolanda Bar-cina, acusada de corrupción por el cobro de elevadas dietas sólo por asistir a supuestas reuniones de trabajo en la desa-parecida Caja Navarra, se manifestaba en un tono parecido: “hace cinco años esas cifras no sorprendían a nadie, porque el que más dinero ganaba en una obra y llegaba con el me-jor coche era precisamente el que hacía los alicatados” (EP). ¡Otra vez vemos a los tontos haciendo dinero y comprándose los coches que no se podían permitir!

4. No Country for Nobel Prizes: teología deportiva y el imaginario de la antimodernidad española.

Siempre hay un horizonte para la redención futura. En este caso, los mensajes de penitencia se acompañan de va-gas promesas de salvación, desplazados a un futuro lejano,

muy lejano.16 “Podemos” era el lema, inspirado en Oba-ma, de la selección en el mundial de 2010. Ese mismo lema formó parte del lenguaje de las celebraciones en la victoria de 2012: “España sí puede” (Carlin). Bajo el “Podemos” se a!rmaba (y aún se a!rma), que, en la unidad nacional, en la voluntad compartida, y en la obediencia, sigue estando la base del comportamiento colectivo virtuoso que permite la obtención de bienes simbólicos y triunfos inmateriales, tra-sunto abstracto de futuros bienes físicos.17

Uno de los partidos más nefastos de la Eurocopa enfrentó a las dos versiones de la misma crisis europea: España contra Portugal. Volvieron allí todos los fantasmas del mal juego. La política de austeridad deportiva conducía a la parálisis: la mala circulación del balón impedía que los futbolistas en-

16 La cuestión de los imaginarios de la posterioridad de la crisis requie-re su propio estudio. Porque ¿qué viene después de la crisis? El propio Rajoy, en su discurso de investidura, dedicó un hermoso pasaje a des-cribir ese cronotopo, en los términos retrofuturistas de películas como Eternally young, desde el clásico frame de la Bella Durmiente: “A la sa-lida de la crisis no habitaremos el mismo planeta que hemos conocido. Habrán cambiado las reglas, habrán cambiado las condiciones de vida, habrá cambiado el peso relativo de los países y su cotización internacio-nal. Habrá cambiado hasta la manera de participar en el proyecto euro-peo” (Rajoy).17 La escatología de la crisis no abunda en descripciones de las post-vi-das, como mucho se re!ere a “las cosas”, misteriosas y muy poco pre-cisas. La otra parte, in hac lachrymarum valle, es de claro frame católi-co: nos salvamos gracias a la dureza, a la amargura, al sufrimiento. Cito: “¿Hay vida después de la crisis? sí [...] y esas decisiones que estamos to-mando [...] que son duras, de que son difíciles, y que no son agradables, son las que me permiten decir que sí hay vida después de la crisis [...] pero sí hay cosas que son el preludio de que las cosas van a mejor en el fu-turo” (Ideal de Granada). Cursivas mías.

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trasen en juego y generasen ocasiones. La falta de posesión de la pelota, que eso es el crédito en el fútbol, amenazaba con hacer colapsar el sistema de juego de la selección espa-ñola, cuya dependencia económica se hacía de pronto trans-parente. La eliminación de una de las dos economías de!ci-tarias de la eurozona implicadas en el partido se decidió en los penaltis, donde una actuación resuelta de los españoles inclinó el encuentro a su favor. En la semana siguiente se vi-ralizó un vídeo con las reacciones de un relevante periodis-ta deportivo (redactor jefe del diario As), Tomás Roncero, conocido por su espontaneidad en la gestión de las emocio-nes y por sus constantes alusiones a los genitales masculinos como sede mitológica de la españolidad. El pasaje no tiene desperdicio:

Y somos la selección española, que hemos recuperado el orgu-llo que habíamos perdido, como país, porque estábamos ganan-do la Eurocopa sin emocionarnos. […] España, por su genética tiene que emocionarse. […] Porque esa es la historia de nuestra España, vibrando, no de decir “todos somos cientí!cos”. No so-mos gente que gana Premios Nóbel. No valemos para eso. No tenemos ni voluntad, ni capacidad para estar todo el día ma-chacando. No somos tan fríos. Nos dejamos llevar por las emo-ciones, por el corazón. […] Por eso estamos en la !nal de Kiev. Y con un par. Y los alemanes, ahora sí que nos temen. Porque ahora se ha despertado la España de verdad. […] Es que no sa-bemos lo que estamos viviendo. (Punto Pelota: 6’17’’-7’23’’)

Estoy de acuerdo con Roncero en una cosa: nunca sabemos lo que estamos viviendo, pues es muy difícil apropiarse del senti-do en el que se mani!esta el futuro en el presente (¿qué sig-ni!can los cambios nunca vistos que suceden ante nuestros

propios ojos?). Por lo demás, se activa aquí todo el progra-ma ideológico residual del nacionalismo español, con una densidad preciosista de la que ya casi no quedaba memoria. Lo que para Roncero es el código genético de la nación, yo pre!ero describirlo como un dispositivo cultural caracterís-tico de la modernidad española, que, ante el con#icto con una situación materialmente exigente, típica de los cambios fuertes de ciclo del capitalismo, responde proponiendo una implementación simbólica, una hipercorrección imagina-ria. La quijotización, como fantasía colectiva, abre la lectura del presente en clave identitaria, donde España sería un país de la pasión, y los españoles líderes mundiales del corazón. ¿Qué importa la densidad de lo sólido frente a los imperios del aire? ¿Qué importa la subida de la prima de riesgo, la co-rrupción política o la disminución de la esperanza de vida si uno participa de un imperio cultural de vastos horizontes y de las lenguas más habladas del mundo? Se trata de mitos nacionalistas muy arraigados, que hoy vemos resonar en la propaganda del Instituto Cervantes “a la conquista de Esta-dos Unidos sin más dilación” (Ruiz Mantilla) o en la crea-ción del Alto Comisariado del Gobierno para la Marca Es-paña –comunicada, por cierto, en el BOE dos días antes de la !nal de la Eurocopa–, mitos que argumentan a favor de una “España de verdad”, cuyas gestas pueden leerse en su “historia”, basada en la superioridad simbólica, en su mági-co capital inmaterial.

Esta a!rmación, frecuentemente, se acompaña de un re-chazo aristocrático a la modernidad capitalista y tecno-cien-tí!ca, pues según estos ideólogos, España no es nación para cientí!cos. Aún a su pesar, Roncero nos ofrece otra entra-da en la crisis, al remitirnos al modelo productivo de la úl-

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tima década, el ladrillo, que simplemente aceleró las condi-ciones del “largo ciclo” del que hablan los economistas del Observatorio Metropolitano de Madrid (2010). La “nece-sidad de cambiar el sistema productivo” es otro de los fan-tasmas que recorren las estepas españolas llenas de adosados y urbanizaciones y ciudades dormitorio incompletas, desde la conciencia de que existe un capital humano de cientí!-cos, expertos y profesionales que han emigrado a otras lati-tudes, poniendo su formación al servicio de otras empresas y otros países. Sin esos conocimientos y esos profesionales el país de Roncero es una gigantesca estación de servicios, un área de descanso al sur de Europa, la cuarta potencia tu-rística mundial.

Desde la perspectiva de Roncero, la salida quijotesca de la crisis pasa por asumir lo que somos genéticamente: un país dedicado al ladrillo, a la especulación, al turismo, y mo-rir siendo eso, pero vibrando, emocionados... El problema es que este párrafo no es un simple trending topic, pues las me-didas tomadas por el gobierno, en algunos casos justo des-pués de la Eurocopa, demuestran que lo de Roncero sólo es el síntoma de una compartida fantasía: la urbanización de los últimos tramos de litoral virgen, los intentos de resucitar la inversión en infraestructuras pesadas y ladrillo, los recor-tes masivos en investigación y universidades, el gravamen !scal a la producción de cultura… Pero entre todas estas fantasías hay una particularmente inquietante y probable, la construcción de Eurovegas, un macrocomplejo de rasca-cielos con casinos en Madrid, una isla !scal y legal, ofrecida en condiciones ventajosas al magnate del juego Adelson, en el corazón de la península, una zona "anca, capaz de simbo-lizar estrictamente las relaciones entre neoliberalismo, esta-

do y nación en la España actual (Marcos, Jordá). Roncero estaba llorando, mientras gritaba entre sollozos

las palabras citadas, como si estuviesen apelando a aquello más íntimo y sagrado posible.

Los internautas que retweetearon el video se morían de risa.

El mito quijotesco es tragicómico.

5. La "nal nunca es el "nal: una observación participada del des"le de la victoria.

Cuando llegó la !nal de la Eurocopa, la fantasía rojigual-da del Madrid celebrativo se activó de improviso y, desde mi perspectiva, con cierto éxito. Llegó por !n el “subidón” que Rajoy había pedido a sus jugadores (As). Las banderas de España se multiplicaron, atadas al cuello o en la cintura. La moda masculina de la celebración la dominaban polos rojos y equipamiento deportivo para los chicos y, para las chicas, era todo un festival escarlata y complementos ama-rillos, vestidos bermejos y cinturones giallo y siempre una banderita pintada en las mejillas. El consumo de pintala-bios se disparó entre el domingo y el lunes. Eros celebrati-vo: el Spanish red en los labios era otro modo de encarnar la bandera. La toma de la ciudad duró dos días, el segundo con colapso del trá!co y el metro repleto, a pesar de que, aprovechando la coyuntura, los responsables habían vuelto a subir las tarifas... La elegancia del partido !nal, donde la magia estética de la selección volvió a activarse, rindió !nal-mente a la población todavía resistente al retorno quijotis-ta de su equipo, no sólo como campeones del mundo sino también, de nuevo, como campeones de Europa [!g. 7].

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Fig. 7. Marte Melancólico. Des"le de la Selección Española, Madrid, 2 jul. 2012. Fotografía de Javier Méndez Úbeda.

Así lo cristaliza la prensa en titulares: “La selección españo-la hace historia” (Marca), “La prensa mundial se rinde a la roja” (Sport), “Una exhibición para la eternidad” (El País), “Mito eterno” (El Mundo 2012).

Un reportaje de los periodistas de la televisión autónoma Tele K de Vallecas, en su programa La Tuerka, cubriendo el des!le triunfal de la selección, daba la medida de la pe-netración de la matriz quijotesca en la mentalidad popular:

“–¿No se podía haber negociado el rescate con Alemania? –No, no porque los alemanes son superiores a nosotros en el tema de la economía, entonces mejor ganar la Eurocopa, que les jode más, porque ellos no pueden hacer nada” (La Tuerka).

Sánchez Ferlosio a!rma que, si el momento de mayor plenitud para un pueblo es la temporalidad de la victoria, el sentido del deporte es precisamente “la redundancia de la victoria”. En su perspectiva, el juego deportivo no sería una “versión incruenta de la guerra”, como quería Villoro, sino más bien su correlación excesiva, su plusvalía quijotesca.

Pero la satisfacción española fue efímera. Dos días des-pués, los carteles de “casa en venta” y las banderas de Es-paña en los balcones recordaban que en eso nos habíamos quedado. En las dos primeras semanas de julio los teledia-rios trataron insistentemente de activar nuevos remakes de la victoria, partidos de la selección sub-19 de fútbol, informa-ción sobre los entrenamientos de la selección olímpica, las Olimpiadas de Londres que se acercan, el escaparate inter-nacional del deporte español… Pero no había mucho más combustible para abastecer de las inmensas dosis de nacio-nalismo unitario requeridas para mantener el descontento y la indignación social bajo control.

Inmensas reservas habrían sido necesarias, pues acto si-guiente un nuevo ciclo de acontecimientos se precipitaba: se aprobaban las medidas gubernamentales exigidas como contraparte del rescate !nanciero (segunda restricción de los sueldos de los empleados públicos, de las prestaciones sociales, aumento de impuestos al consumo…). Mientras los recortes se anunciaban en el parlamento, los diputados aplauden. Alguien entre ellos grita, a propósito del recor-

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te de las prestaciones de desempleo: “que se jodan” (Pérez Oliva). Era Andrea Fabra, hija del ex-presidente de la dipu-tación de Castellón, Carlos Fabra, imputado en múltiples procesos judiciales por corrupción y evasión !scal. Fabra es también el impulsor de un famoso aeropuerto sin aviones, con todas sus instalaciones relucientes, pero sin uso alguno. En aquellos mismos días de glorias deportivas se inaugura-ba una colosal estatua con la e!gie de Carlos Fabra, de 24 metros de altura (dos tercios del Cristo do Corcovado en Río de Janeiro), con un avión de acero inoxidable saliendo de su frente, único avión que hay en todo el aeropuerto.

Es increíble todo lo que puede pasar en un verano. Como en la carta robada de Poe, el inventario de la descomposi-ción estaba a la vista y aparecía publicado en los periódi-cos (aunque llevaba tiempo ahí, como denunciaba el Co-lectivo Todoazen). Al enumerar los sucesos ocurridos entre julio y agosto de 2012 continúan suicidios e inmolaciones y aumentan las listas de espera en los hospitales, mientras cierran colegios y servicios por falta de recursos. Al tiem-po, el gobierno aprueba una amnistía !scal para blanquear legalmente el dinero negro ganado en los años del boom, mientras ex-presidentes de gobiernos autonómicos son im-putados o condenados por malversación de fondos y desta-cados miembros de los principales partidos políticos se ven envueltos en inmensas tramas de corrupción. El presiden-te del Consejo General del Poder Judicial y Tribunal Supre-mo tiene que dimitir por irse con frecuencia de vacaciones a Marbella pagando con dinero público (“no tengo concien-cia de haber hecho nada malo”, Hernández). Un manuscri-to único (el Codex Calixtinus) aparece en casa del electricis-ta de la catedral de Santiago, además de 600.000 euros que

nadie echó de menos en una Santa Sede donde, literalmen-te, mueven el dinero en carretillas de obra (R. Pontevedra). Sentencias pioneras condenan a bancos que convencieron a ancianos para que colocasen su dinero en planes de ahorro, de los que no podrían nunca sacarlos…, o en bonos de ban-cos islandeses…. en quiebra. Este era el paisaje informativo de las semanas del encuentro y las inmediatamente poste-riores.

También el Rey de la nación (que dos meses antes se rom-pió la cadera cazando elefantes en Botsuana invitado por un empresario relacionado con la construcción del AVE Medi-na-La Meca), ofreció una traducción populista del signi!-cado político-moral de la victoria del equipo en la tempo-ralidad de crisis: “[Del Bosque] ha sabido aguantar muchas cosas, que no hay más remedio, pero aquí está el resultao. Y con el trabajo consiguen estos resultaos. [...] Que espere-mos que sigamos con esta racha, aunque sabemos que en el deporte se sube y se baja, y que hay diferentes situaciones” (Deportes LD 1’01’’-1’23’’, cursivas mías). Y en esa misma clave, adoptando el lenguaje del sacri!cio bélico-deportivo, los diputados pedían “sangre, esfuerzo, lágrimas, sudor”. En ese paisaje, por último, resuenan las palabras del presidente del gobierno: “Los españoles no podemos decidir. No tene-mos esa libertad” (Cué). Es esta una mutación importante del lenguaje político del nacionalismo español, porque pro-pone como tarea patriótica la renuncia colectiva a la sobe-ranía nacional. Dijimos que, en el contexto actual, la econo-mía quiere presentarse como una versión incruenta de la guerra, y que la economía funciona también como refutación simbólica del deporte. Veamos ahora cómo.

En el epílogo de la cuarta edición de su ya clásico So-

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beranos e intervenidos (469-495), Joan Garcés contextualiza geopolíticamente, desde una perspectiva histórica, la llama-da crisis de deuda del sur de Europa. Garcés señala que, en esta coyuntura, la diversa naturaleza y procedencia de los intereses económicos anglosajones y alemanes que con#u-yen en la forma de deudas sobre el territorio español son, a largo plazo, una potencial fuente de con#ictos territoriales y sociales, comenzando por la propia lógica que ya está gene-rando en las periferias del estado. Garcés relaciona, en una perspectiva histórica (“el presente ni es prisionero de la his-toria ni la ignora” 470), las demandas de independencia de las burguesías catalana y vasca con la posibilidad de un tra-to directo con los acreedores internacionales, dirigido a una gestión preferente del pago de la deuda. En su libro, Garcés argumenta que, en la historia moderna, los con#ictos civi-les de la nación estallan en aquellos periodos y coyunturas en los que los intereses de dos o más potencias hegemónicas en la península chocan entre sí. Si traigo esta re#exión aquí es para situar el contexto actual de la crisis española en un escenario de decisión política superior desde el que contem-plar los fantasmas quijotistas que en aquellas semanas con-juraban la herida narcisista del rescate.

La fantasía de la normalización pendiente (Delgado 2003, 2010, Labrador Méndez “Lo que en España no ha habido”) resulta compatible con la lectura de Garcés de la realidad política española como una históricamente intervenida y atravesada por #ujos de intereses extranjeros, que vendrían a sostener el diseño institucional del estado. En el periodo actual, donde se juega un rediseño europeo del sur de Eu-ropa, basado en la precarización laboral, la desregulación económica y el debilitamiento de las instituciones estatales,

las élites locales actúan al dictado de directrices internacio-nales (487-490), ajenas a los deseos de la población que las ha elegido. Esta tensión amenaza a largo plazo la estabili-dad territorial y social del país. Garcés no a!rma nada dife-rente a lo que piensan analistas extranjeros: una breve nota de 2011, incluida entre los papeles de Wikileaks, proponía una parecida comprensión discursiva y cultural del nacio-nalismo español:

Eso de ‘España’ constituye una noción extremadamente arti!-cial. Ese país cuenta con un tipo muy particular de revuelta po-pular, uno que tiende a degenerar en regionalismo y/o anarquis-mo. A medida que se disuelve en la crisis del euro el pegamento económico que mantiene unido al país, parece que podemos ir hacia una repetición de la historia [...]. Esencialmente, Espa-ña siempre ha estado unida como nación o bien por el dinero o bien por el miedo... y ya no le queda dinero (cit. en Bayo, cur-siva mía).

El consenso y estabilidad de las últimas décadas se ha ge-nerado, nos dice este pliego, con dinero (#oire con deuda) y, en la medida en que su #ujo, exterior, ha cesado, el úni-co recurso histórico que queda para generar consenso es el orden público. Más que las profecías apocalípticas del ana-lista, me interesa su percepción de que la crisis económica, en tanto que crisis de legitimidad, vuelve a poner en pri-mer plano problemas políticos relacionados con el modelo de estado y con la dimensión no representativa de las insti-tuciones democráticas, problemas que se arrastraban desde la transición, como argumenta Garcés (156-227). Y, fun-damentalmente, me interesa iluminar lo que el analista lla-ma pegamento económico, en relación con lo que Delgado, siguiendo a Jaqueline Rose, llama pegamento social (2010:

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266). ¿Cómo pegan ambos pegamentos? O dicho de otro modo ¿cuál sería la relación entre las fantasías identitarias que han mantenido unida la nación en las últimas décadas y los #ujos de capitales que engrasaban las instituciones en-cargadas de esa tarea? ¿Explica entonces ese súbito “!nal del pegamento” la experiencia estética de la crisis como una donde todo aquello que parecía estar unido y bien unido co-mienza a deshacerse? ¿Estarán entonces la quimera esférica y el nacionalismo quijotesco tratando de compensar la repenti-na ausencia de #ujos económicos? ¿Sería el fútbol la fantasía compensatoria por excelencia que puede apelar intermiten-temente a ambas líneas de quiebra, la horizontal-territorial y la vertical-social?

Lo que con claridad sí se vislumbra es el !nal de la cultura mesocrática española (Observatorio Metropolitano de Ma-drid 2011: 70-76). Las clases medias fueron el objeto y el resultado de la transformación estructural del país durante el desarrollismo (Sánchez León), y también el sustento ima-ginario de la democracia, tal y como fue imaginada en los años setenta, precisamente por su condición de dique frente a tendencias separatistas, rupturistas, cívico-republicanas o libertarias. La experiencia comparada de Grecia y de Portu-gal con!rmaría que la destrucción de las clases medias me-diante la transferencia de sus sistemas públicos de servicios al sector privado es el objeto de las políticas actuales, el $n del estado del bienestar (Genro en Elola). Estas experiencias invitan a pensar que la disposición prioritaria de los recur-sos del país al pago de la deuda es, en sí misma, una medida que hace crecer la deuda. La austeridad llama a la austeri-dad, como el fuego quiere fuego, y el rescate de hoy reclama un nuevo rescate en el futuro. Se produce, en lo socioeco-

nómico, el mismo efecto de desertización que la penínsu-la sufre en lo ecológico, tras años de incendios y gestión no sostenible (Valadas 87-92). Mientras se consume el tejido social, se ve lentamente cómo emerge la roca dura, desérti-ca, del siglo XX, con su historia de violencia de estado y or-den público (Chirbes en Armada).

6. A modo de una coda: la comunidad de las luciérnagas: poéticas disruptivas y temporalidad de crisis.

“Durante 35 años en Egipto sólo se ha hablado de fútbol” -Sameh Khalil, El Cairo (Samar Media).

Julio de 2012. Martes 10. Ocho días después del des!le vic-torioso de la selección, una marcha distinta tuvo lugar en Madrid, sin permisos, ni patrocinio de bancos, gobiernos, ni marcas de deportes, sin autobuses descapotables, ni líde-res políticos. No fueron recibidos por el Rey en la Zarzuela. Las fuerzas de seguridad estaban frente a ellos, no les prote-gían, no acordonaban a las multitudes, ni las mangueras re-frescaban su calor. En vez de bombillas y luminosos, las au-toridades apagaron todas las luces del centro de Madrid. La Puerta del Sol se quedó a oscuras. El mismo lugar que había sido escenario de tomas de lugar colectivas un año antes, era un jardín de sombras.

A la Puerta del Sol llegaba una marcha de mineros. Lleva-ban varios meses en huelga tras conocerse el !nal de las ayu-das al sector, signi!cando el cierre de sus minas y, con ellas, los modos de vida de sus valles, y el futuro de sus comuni-dades. Entre las distintas movilizaciones que realizaron tuvo lugar una marcha a pie desde las cuencas, la “marcha ne-

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gra”, que aquel 10 de julio entraba en Sol. Todo estaba a os-curas, pero los mineros encendieron las lámparas frontales de sus cascos y, como tituló un fotógrafo, parecían luciérna-gas [!g. 8]. Esta marcha constituye la inversión política del nacional-quijotismo que he analizado hasta aquí. Nos abri-mos así a la posibilidad política de otra estética, más allá de la nación y de su fútbol.

Fig. 8. La Comunidad de las Luciérnagas. “Marcha Minera.” Foto-grafía de Rafael Sánchez Mateos-Paniagua.

Con esta !gura, Rafael Sánchez-Mateos Paniagua apela con fuerza a un hermoso texto de Didi-Huberman, “la co-munidad de las luciérnagas”. Didi-Huberman a!rma que “el primer operador político de la protesta, de la crisis, de la crítica o de la emancipación debe llamarse imagen en tan-to que se revele capaz de "anquear el horizonte de las cons-trucciones totalitarias” (3, mi traducción). En este texto,

Didi-Huberman explora una serie de escrituras en las que él ve encarnarse lo que llama una política de las luciérnagas es decir, los intentos de apertura, resistencia y testimonio, a través del poder político de la imagen, en contextos de vio-lencia totalitaria. Los ejemplos que da se nos quedan muy grandes, no así sus metáforas, las de esas imágenes-luciérna-gas. Pueden servir para inspirar modos de leer las prácticas estéticas populares que tratan de resistir la temporalidad de crisis (pintadas, fotografías, acciones efímeras...) que bus-can, en el gesto de representar la temporalidad acelerada del presente, apropiarse de un signi!cado del mismo que sea útil.

Estas poéticas desempeñan modos de in#exión estética cercanos a la poética de la iconoclastia, si la entendemos como el acto concreto, único, de hacer distinguir lo repre-sentado de su representación, produciendo, en el trascurso de ese mismo acto, la destrucción de la representación mis-ma. Ese mismo tipo de inversión, y de distancia, operan las poéticas efímeras, sin diseñar una destrucción formal, sino más bien una interrupción de un modo de comunicación estética hegemónico. Los mineros al encender sus frontales transforman la oscuridad política de la ciudad (oscurecida para no recibirles, para negarles el derecho de ser vistos en su llegada), en posibilidad de encuentro y de hallazgo.

¿En qué sentido Sánchez-Mateos desea con esa imagen-lu-ciérnaga que la marcha negra se revele capaz de "anquear el horizonte de las construcciones totalitarias? Utilizar la oscu-ridad para producir luz sería el gesto poético y epistemoló-gico. La poética efímera emplea un mecanismo de invisibi-lización para generar la propia visibilización. La imagen de los mineros llegando a una ciudad oscura resulta interesan-

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te. Al verla inevitablemente me pregunto por esos hombres y esas mujeres: ¿quiénes son?, ¿de dónde vienen?, y, sobre todo ¿por qué brillan mientras todo está a oscuras? (Quizá la pregunta ¿por qué todo está a oscuras? no sea tan inme-diata, no al menos tanto como la pregunta primera, ¿por qué brillan?). Al encender sus lámparas los mineros trans-forman la realidad impuesta, juegan a convertir la ciudad en una enorme mina, dicen que la democracia es un pozo de sombras. El negro que les rodea se llena de subterráneos donde ellos se vuelven mujeres y hombres que, por desco-nocidas galerías e imposibles túneles, son capaces de exca-var salidas.

Los mineros demostraron con esa acción que tenían un poder. No tenían el poder de obligar al gobierno a dar mar-cha atrás en su decisión de cerrar las minas, de dejar de apo-yar una energía cara (y contaminante), y condenar a la ex-tinción mundos y formas de vida. No tenían el poder de parar la ciudad hasta obligarle a recti!car. Pero sí tenían el poder de hacer ver que, en medio de la crisis, como cons-trucción temporal totalitaria (a lo que todo remite y a lo que todo tiene que remitir, que extirpa a los sujetos de sus espacios y les roba el sentido de los actos que desempeñan), en el horizonte de aceleración que consume mundos y for-mas de vida, "anqueando las luces celebratorias del naciona-lismo espiritual quijotista, es posible resistir utilizando lo que tienes. Con lo que tengas, haz luz. Creo que eso es lo que Sánchez-Mateos fotografía.

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