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RECURSOS FORESTALESY CINEGÉTICOS

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La guerrilla de los bosques a fines del Antiguo Régimen en la isla de Gran Canaria

La guerrilla de los bosques a fines del Antiguo Régimen en la isla de Gran Canaria

Jesús Pío González de Chávez MenéndezUniversidad de Las Palmas de Gran Canaria

El 15 de febrero de 1814, en un informe sobre el Monte Lentiscal, el comisario de montes para la isla de Gran Canaria nombrado por la Diputación Provincial, don José Vázquez y Figueroa1, al que Chil y Naranjo califica de «acérrimo defensor de los bosques»2, decía los siguiente:

1 El informe iba dirigido al Jefe Político Ángel J. Soverón, que al comunicarle su nombramiento, el 19 de noviembre de 1813, le había escrito: «Siendo la conservación de los Montes uno de los objetos que en el día llaman la atención a la Diputación Provincial, y deseando ésta que los terrenos usurpados a ellos sean restituidos al dominio público, ha elegido [...] para que inspeccione los de esa Isla y hagan realizar la indicada restitución baxo las reglas que se detallarán luego que se reciva de V. la contestación a este ofi-cio». Vázquez y Figueroa aceptó ilusionado la comisión, a pesar de su estado de salud, «la estación actual, doblemente agria en los parages donde se han de practicar las operaciones, y los escabroso de los caminos y terrenos», con tal que se limitase a los Montes Lentiscal y Doramas. Pero cuando le llegó la instrucción —que prescribía la consulta a los archivos de los ayuntamientos y escribanías, el examen y vista de cada monte, el levantamiento de planos de los parajes poblados y despoblados, etc.— hizo ver al Jefe Político que ateniéndose a ella la restitución no tendría efecto, porque los bosques habrían desaparecido antes de que terminase de practicar todas las diligencias... cuando bastaba con «los mismos recientes vestigios, con la constante notoriedad»: AMC, leg. Montes.

2 D. Gregorio Chil y Naranjo fue el primer historiador canario que estudió el proceso de destrucción y privatización de los bosques en sus Estudios históricos, climatológicos y patológicos. El primer tomo se publicó en 1876 en Las Palmas, Imprenta de D. Isidro Miranda, pero la parte donde se ocupa de los montes permanece todavía inédita: Archivo de El Museo Canario [AMC]: Ms.1-II-A-1, fol. 112.

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Es un hecho intergiversable, del que van testigos todos los que conciben ideas desde la mitad del siglo, que hasta entonces contenía este Monte una extensión considerable, y que concedidas por el Gobierno de la Corte a don Francisco Vilches, a don Bartolomé Zumbado, a don Fulgencio Arturo y al marqués de Acialcázar y Torrrehermosa unas datas de 600 fanegadas3, estos exemplares, por más resistidos que fueron, no por la estúpida y rutinaria veneración a principios aislados, sino por la más sabia previsión, despertó en muchos la esperanza de hacerse, sobre la ruina del público, con propie-dades que ni havían heredado ni tenían medios de adquirir onerosamente; y así es que desarbolando de intento y al propósito lo que este año v.g. estaba poblado, al siguiente se decía yermo, valdío, erial e inútil, y sobre ello se hacían pretensiones de iguales datas, que ni aun así, excepto alguna que otra furtiva, se conseguía, en virtud de la contradicción y resistencia que opo-nían los verdaderos síndicos personeros, el Ayuntamiento, la Audiencia y la Sociedad [Económica de Amigos del País], y llegó el caso de formarse una guerrilla de opiniones en orden a repartirse o no el Monte4.

De esta «guerrilla de opiniones», y de las opiniones de ambas partes o «partidos», es de lo trata el presente trabajo.

Según Vázquez y Figueroa la polémica —o «guerrilla»— sobre el reparto del bosque habría empezado en la isla de Gran Canaria5 en la década de los 70 del siglo XVIII, y se confunde con la polémica motivada por las datas reales —los montes de Gran Canaria era realengos— que se concedieron en el reinado de Carlos III. Las usur-paciones anteriores, que casi siempre terminaron legalizándose, mediante concesión

3 Sobre estas datas, concedidas entre 1773 y 1782, ver: SUÁREZ GRIMÓN, Vicente: La propiedad pública, vinculada y eclesiástica en Gran Canaria en la crisis del Antiguo Régimen. Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, Madrid, 1987, t. I, pp. 269 ss.

4 AMC, leg. Montes.5 Por el momento no contamos para las otras islas con estudios tan exhaustivos como los de SUÁ-

REZ GRIMÓN: op. cit., y —desde el punto de vista geográfico— SANTANA SANTANA, Antonio: Evolu-ción del paisaje de Gran Canaria (siglos XV-XIX). Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, Madrid, 2001, aunque hay aportaciones importantes: HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Germán: «Los montes de la Gomera y su conflictividad», Aguayro, nº 84, Las Palmas, 1977; NÚÑEZ PESTANO, Juan Ramón: La dinámica de la propiedad de la tierra en Icod de los Vinos (1796-1830). Transformaciones sociales y comportamiento económico en la crisis del Antiguo Régimen. Secretariado de Publicaciones de la Universidad de La Laguna, Madrid, 1984, pp. 67 ss.; EXPÓSITO LORENZO, María Gloria y QUINTANA ANDRÉS, Pedro: «Defo-restación y contrabando: los montes palmeros a fines del Antiguo Régimen (1799-1830) «, X Coloquio de Historia Canario-Americana (1992). Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, Madrid, 1994, pp. 365-384, y QUINTANA ANDRÉS, Pedro: «Las transformaciones socio-económicas de los montes palmeros a fines del Antiguo Régimen», I Encuentro de Geografía, Historia y Arte de la Ciudad de Santa Cruz de La Palma. La Palma, 1993, pp. 272-291.

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real o por sentencia de la Audiencia, estableciendo un canon a favor de los propios6, no dieron lugar, al parecer, a ninguna polémica sobre la conveniencia de repartirse o no el monte (las posteriores entran a formar parte del debate).

Los peticionarios de datas en sus memoriales, además de alegar méritos propios o de sus antepasados y deudas de la Real Hacienda, subrayaban —en consonancia con el reformismo ilustrado del gobierno— los beneficios que reportaría al público, a la Iglesia y al rey, la concesión: fomento de la agricultura y el comercio, creación de empleo, diezmos, tercias reales, etcétera. El Consejo de Castilla, cuando recibía la solicitud pedía informes a la Real Audiencia, al Cabildo y a la Real Sociedad Econó-mica de Amigos del País. Tanto estos informes como las alegaciones de los solicitantes terminaban siendo conocidos por todos los interesados, si es que la Audiencia no se los comunicaba para que los tuvieran en cuenta al hacer los suyos. De manera que todos se veían obligados a responder a los argumentos de los adversarios.

La concesión de datas, cuyos beneficiarios son los privilegiados (salvo las de carácter benéfico que son en realidad un reparto entre los vecinos, solo que en este caso el censo en lugar de ir a los propios va al Hospital de San Lázaro), suscita el debate sobre el reparto. Y el retraso de éste —por la oposición del Cabildo, la Real Sociedad Económica y la Real Audiencia: las tres instituciones que más influían en el ánimo del rey o en las decisiones del gobierno— da lugar a toda una serie de repartos irregulares, ya en el siglo XIX, en un contexto de inestabilidad política e institucional, que tiene resultados muy diversos desde el punto de vista económico y social7, y que son muy cuestionados, y que acaban convirtiendo la «guerrilla» de los bosques —que también se desarrolla por medios violentos— en uno de los conflictos más importantes de este período de crisis, la crisis del Antiguo Régimen8.

No hay por lo tanto solución de continuidad entre la polémica que provoca la con-cesión de datas, y la del reparto, la «guerrilla de opiniones en orden a repartirse o no el Monte», más amplia e intensa. Significativamente, algunos de los que participaron en la primera aparecen en la segunda con los papeles cambiados. Como se cuidan de subrayar sus adversarios, buena parte de los «conservacionistas» habían sido o eran,

6 SUÁREZ GRIMÓN, V.: op. cit., pp. 151 ss. 7 El único reparto legal del siglo XVIII, que tuvo lugar en 1787 —aunque las escrituras no se otor-

garon hasta 1804— en virtud de R. O. de ese mismo año, apenas tuvo trascendencia, por la cantidad de tierra que se repartió —unas 1.200 fanegadas— y porque no afectaron a los montes más disputados: Lentiscal y Doramas, situados en las zonas de mayor concentración demográfica. Sobre los repartos vid. SUÁREZ GRIMÓN, V.: op. cit., pp. 303 ss.

8 Ibid., pp. 511 ss.; SUÁREZ GRIMÓN, V.: «La Montaña de Doramas y la conflictividad social en Gran Canaria en el tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen», VII Coloquio de Historia Canario-Americana (1986). Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas, 1990, pp. 537-558; GONZÁLEZ DE CHÁVEZ, Jesús: «El motín de 1823 en Gran Canaria», Aguayro, nº 144, Las Palmas, 1982.

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aspirantes, solicitantes o beneficiarios de datas, de tierras que en muchos casos habían usurpado y desde las que seguían usurpando terreno al bosque.

Los argumentos de los informes y representaciones en pro o en contra del reparto, son en gran parte los mismos que se utilizaban a propósito de las solicitudes de datas, que por otro lado proliferan en el período álgido de la polémica, a partir de 1814. Las principales novedades del debate en este período son las referencias a la experiencia anterior y la mayor presencia del liberalismo económico o de la economía política en las argumentaciones. Novedad esta última que aleja a menudo la polémica de los problemas concretos y la convierte casi en una disputa teórica o ideológica, porque si ya desde el principio el debate no da plena cuenta de la complejidad de intereses enfrentados en torno al monte, la introducción de la economía política lo esteriliza aún más.

Para dar una idea de los temas y argumentos de esta polémica, vamos a resumir brevemente dos intervenciones de signo opuesto, la primera de febrero de 1814, en contra del reparto, y la segunda de 1817, a favor9.

El primero, es el ya citado informe de Vázquez y Figueroa sobre el Monte Lentis-cal. Informando sobre el expediente que le fue remitido por el Jefe Político, formado a partir de 1812, rebate las propuestas del Ayuntamiento constitucional de Las Palmas favorables al reparto. Admite el mal estado del bosque, pero dice que es «tan fácil de reproducirse y reponerse por sí, como que quando de él se cuidaba medianamente, de tiempo en tiempo los tercios (milicias antiguas) salían a abrir los caminos cerrados por la espesura». Califica de «filatería» lo que afirma el Ayuntamiento sobre que el Lentiscal se había conservado «por una especie de veneración estúpida y rutinaria, apoyada en ciertos principios aislados de una política mal entendida y fomentada por el egoísmo refinado de los grandes propietarios e intereses de los corregidores» (pasaje que transcribe literalmente).

No producía, es verdad, maderas ni carbón, pero surtía esta Ciudad y Pueblos inmediatos de leña, muchos, o los más, de los aperos de labranza, y no pequeña parte de los entibos para las viñas se sacaban de él. En los años de invierno corto, los ganados encontraban en él una como dehesa boyal, y aun a la mano se sacaban de él indiferente y diariamente muchas cargas de yerba para el pasto, así de las reses que consumen los Pueblos de esta y esa Isla [Tenerife], como para el de aquellos otros animales a cuyos dueños no era fácil la transhumación [...] de sus ramas menores y secas se ha sostenido la fábrica de loza común para las cosinas de toda esta Isla y parte de las otras, empleándose en este destino 200 vecinos y más de mil

9 Ambos en AMC, leg. Montes.

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personas, que privadas de la tierra con que formaban los vasos y de la leña con que los cocían, arruinadas como ya se ven, han empezado a emigrarse del pago de la Atalaya que era el de su vecindario, y no hay duda que éstas serían otras tantas manos estériles, y quizá [...] abandonarse a los excesos a que de ordinario conduce la mendicidad y falta de ocupación. Y sobre este mal se experimentarán los de escasearse la carne con que estos mismos vecinos de la Atalaya acudían al surtido de esta Ciudad en dos meses de cada año, el de faltar una loza tan poco costosa como nada peligrosa, la precisión de comprarla en el extranjero y pribar a la Isla del ingreso que proporcionaba la exportación de esta misma loza, y últimamente, el Monte Lentiscal, por su buen arbolado, exalaciones o gazes, contribuía a la salu-bridad del buen aire que en todos aquellos contornos se respiraba, tan así como que era el refugio de muchos enfermos crónicos y convalecientes; atraía las lluvias y concerbaba algunas aguas que en él había. Beneficios todos que han desaparecido con la total extinción a que ha querido y quiere reducir este precioso Monte.

Luego se refiere a la destrucción del monte por el aumento de la población y del consumo, pero sobre todo por el «exemplar» de las datas, y las talas que siguie-ron para que se declarase baldío y se vendiese. Como hicieron el Ayuntamiento y la Audiencia, que para atender a sus necesidades «ya verdaderas o ya ficticias, no encontraron otro recurso que disponer de la propiedad del Común».

En este estado se hallaba el Lentiscal quando sobrevino la memorable y desastrosa epidemia de 1811, y tras ella la plaga de langostas, Y si bien es cierto que ambas calamidades trajeron consecuencias espantosas, también lo es que el remedio de estas desventuras no dependía del exterminio del Monte, y que el mayor de todos los males que entonces afligió a estos natu-rales fue el mismo Gobierno, que pudo y no quiso atender a esta otra ruina que se decía executada por los infelices, pero se calla que ellos quando más la comenzaron, y que lejos de irles a la mano, no solo se les incitaba indi-rectamente con el ejemplo a consumarla, sino que la tala y total extinción del Lentiscal se miraba como el presagio de mejorar de suerte y engrosar el patrimonio individual.

Se asignaron suertes para algunos miembros del Ayuntamiento «que desde enton-ces eran conocidas por el nombre o distinción del futuro o postulado Dueño». Los compradores mudaban a su arbitrio los mojones, llegando alguno a usurpar hasta 70 fanegadas. Se declaró la guerra «al Ayuntamiento y lugar de la Vega de Santa Brígida,

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sólo y únicamente porque preserbaba de estas depredaciones la parte que le toca en este mismo Monte».

Como el Ayuntamiento de Las Palmas utiliza «algunas teorías de Economía públi-ca y de Comercio dirigidas a destruir el Lentiscal», dice que

en el invariable supuesto de que el gran tino de la Economía pública consis-te en su oportuna aplicación a las circunstancias del respectivo local, yo no comprehendo, bien que esto será efecto de mi demasiada limitación. Como a Canaria sean adaptables las máximas sublimes que se han establecido para países tan diferentes de esta corta y pobre Isla; no entiendo tampoco como consistiendo la esencia del verdadero comercio en cambiar lo que sobra por lo que se necesita, sin tener Canaria un sobrante que exportar se quiera importar en ella lo necesario para toda clase de consumos; y por último menos comprehendo que utilidad conocida se siga al Común de estos natu-rales en que entre ellos haya un cierto número de casas (que nunca serán muchas) destinadas al comercio de vinos, y que estas tengan mercados conocidos donde beneficiarlos con ventajas, si para tales especulaciones se les ha de privar de este Monte, de la leña, aperos, yerba y carne que de él y en él se producen, igualmente que de la fábrica de su loza tosca. Los efectos de primera necesidad y de indispensable consumo siempre se prefirieron a los de lujo y de comodidad, y sería bien poco económico el país que tenien-do los primeros los cambiase por los segundos y se pusiese a mendigar lo indispensable por aquello de que sin ruina puede mui bien pribarse.

Respecto a lo que afirman el Ayuntamiento y el alcalde constitucional de la Ciudad de que aumentará el número de propietarios y mejorará la suerte de muchos braceros, dice que indudablemente será más feliz aquel país «donde haya el mayor número posi-ble de propietarios, ni de demasiada ni de mui corta extensión, porque ambos extremos tienen sus inconvenientes, ¿pero donde está escrito que este aumento de propietarios por mejora de braceros se deba facilitar a costa de la propiedad agena, qual es ésta del público, y de una propiedad no solo útil, sino absolutamente necesaria?».

Sólo alude de pasada a otro argumento de los partidarios del reparto, que veremos más desarrollado en el otro documento: «si algún que otro corregidor, y no todos, se malversó en la conservación de este Monte y él fue en otro tiempo el patrimonio de la gente llamada de Justicia, hubo época en que la Sociedad de Amigos, con la única intervención de un individuo suyo, no solo lo celó y guardó perfectamente, sino que lo replantó con el mejor éxito». Y para terminar insiste, porque era uno de los pun-tos en los que también solían insistir los adversarios, en que «por más que se quiera ponderar la dificultad de repoblarse, dentro de poco volvería a su estado, si de árboles

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de acebuche no, al menos de lentisco y de otros más fáciles de formarse y más útiles que aquellos».

El segundo documento, más extenso —y desordenado y contradictorio— es la «Alegación por los vecinos de Moya en el Expediente formado en virtud de Real Orden [de 25 de junio de 1816] a instancia del Ayuntamiento de esta capital sobre el reparto de las tierras del Monte [Lentiscal] y confirmación del que se hizo de las Fal-das de la Montaña [de Doramas]». Su objeto, como manifiesta su autor, Rafael Martín Hernández, es hacer ver la utilidad del reparto —que ya desde las primeras líneas pide que se amplíe «a todas las tierras llanas y capaces de producir frutos de primera necesidad»— contra las objeciones del ex-síndico don Pedro Alcántara Déniz.

Empieza cuestionando la descripción del estado de los bosques de la isla que había hecho el ex síndico, que le había llevado a concluir que peligraba el abasto de leña. «Si atendiéramos a su sonido —dice— era necesario confesar que ya en Canaria no existía monte alguno». Había evaluado la extensión del Pinar en 28 leguas cuadradas, «con mucha porción de claros que se están cultivando y contienen algunos vecindarios» y «trozos que no pueden usarse por la aspereza de sus cerros y colgadizos». No había incluido en su plano todo el monte bajo, «cuyos arbustos son tan copiosos que por su espesura se han hecho intransitables sus terrenos». En opinión de Martín Hernández el Pinar ocupaba al menos una cuarta parte de la isla, y con los despojos de los cortes que se hacen en él y el monte bajo «tenemos muy sobrado para el abasto de leña y aún para surtir a las otras islas que carecen de este beneficio», como lo demuestra el hecho de que «no pasa semana que dexe de verse en las playas de esta ciudad Barcos cargados de leña para el abasto público». Pero aun admitiendo las medidas de don Pedro Déniz, dice,

nos hallaríamos en la dura y estrecha necesidad de franquear los terrenos del Lentiscal y Doramas para su cultura y rompimiento, por tener la Isla lo muy bastante con las 28 leguas de Pinar.

Replantar el extinguido Monte Lentiscal, situado en medio de tantas poblaciones y propiedades particulares, y a corta distancia de la capital, va «contra todo el sistema de los economistas y contra la misma experiencia que tenemos de que semejantes arbolados en medio de tantas manos como le acometen puedan progresar». Se remite a las usurpaciones y a la tala que a vista de todas las autoridades se hizo en 1811, «cuya leña se vendía públicamente en la Ciudad, conduciéndose árboles enteros a las casas y haciendas de los poderosos». Las utilidades y ventajas que propone el ex-síndico dice que ni siquiera se daban cuando el monte estaba en todo su auge. Los ganados tenían prohibida la entrada, hasta el punto que «en distintas épocas han ido los soldados de esta ciudad para lanzar y diezmar las ovejas que allí se han hallado». Y

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es un hecho que jamás se ha sacado leña del referido Monte sin un ries-go eminente de los infelices que la cortavan y conducían a esta ciudad, donde a pocos pasos les salían al encuentro los alguaciles y embargaban su persona, viendo el triste resultado del remate del animal y decomiso de la carga que conducía, lo que unido con la condena de costas queda-ba este pobre arruinado y sin otro arbitrio que el de pedir limosna para sostenerse. Lo mismo se observaba respecto de los vecinos de la Atalaya quando furtivamente cortavan las ramas de los asebuches y lentiscos para el cocimiento de la loza que allí se fabrica, de muy mala condición. De forma que por esta regla los Guardas de tal Monte eran los verdaderos dueños de su producido, y solo se veía leña en las casas del Corregidor y Alcalde Mayor, y de alguna otra persona hacendada y confinante con aquel arbolado.

Las ventajas de la venta o reparto de lo que queda del Lentiscal son, por el con-trario, múltiples:

En primer lugar, que siendo en el día uno de los ramos que ya se ha prin-cipiado a establecer el comercio de extracción de vinos a Reinos extraños, se aumentaría con el plantío de viñedo de que únicamente es susceptible aquella clase de terreno arenisco, como ya se está experimentando en la Data del Marqués de Torrehermosa y otras muchas.

En segundo lugar, el rey, «como dueño y señor de toda esta Isla», ingresaría por la venta más de 50.000 ó 60.000 pesos, además del diezmo de novales y los derechos de exportación e importación de frutos, «con los que sufragaría en alguna parte los grandes gastos del Estado». Tercero, en estas «ricas haciendas» se emplea-rían muchas familias. Cuarto, con la poda de los sarmientos y las limpias de los frutales que circunden las haciendas habría «quintuplicada leña de la que daban los asebuches y lentiscos», y sin riesgos de persecución ni disputas. Quinto, con el comercio de vinos se evitaría la extracción de moneda. Y sexto y último, «no se verían tantos infelices y tantas familias que abandonando sus hogares se expatrían a las Américas».

Y respecto al de la Montaña de Doramas, dice:

Muchas son las ventajas que se han originado del reparto de estas tierras, y aún más se experimentarían si se concluyese con las demás que restan por roturar. La primera consiste en que un pueblo abatido y lleno de miserias

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como el de Moya10, se ve en el día progresar así en el ramo de la labranza como en el de la población. Y si bien este ramo no puede hacerse comer-ciable en Canaria como en varios dominios de Europa, a excepción de las judías que se exportan a la Península, y algunos otros frutos quando los años son abundantes, con todo ellos contienen la extracción de numerario que se necesita para traer granos de las Provincias Unidas de América, según se ha visto por la experiencia en los años de 811 y 812.

La segunda consiste en la utilidad que reporta al Real Erario, y la tercera que «las personas hacendadas se contienen en los presios suvidos a que se han propuesto ven-der sus frutos a costa de tantos infelices cuyas tareas no son capaces de sufragar, por lo mal que se paga, el alimento de su casa y familia».

Frente a estas ventajas las que propone el síndico para la conservación las juzga inconsistentes. Argüía «que los montes de que han hablado los economistas y de que no debe haber más que una tercera parte ni menos que una quinta, son para el consu-mo de leña, y no Montes para maderas hermosas, como las que producía y aún puede producir la Montaña de Doramas». Maderas para la construcción de barcos, casas, aperos, etcétera. A esto responde que

son exemplares muy raros y antiguos, porque de muchos años a esta parte los barcos se surten del Pinar, porque aquella otra madera no es ni ha sido jamás al propósito para arboladura de barcos, y aún siéndolo queda sufi-ciente Montaña que haciendo el cultivo de ella y guardándola como corres-ponde, es capaz de producir maderos para el surtimiento de una Esquadra. Tampoco es útil para el envigado de las casas, que ya en el día se procura hermosear y no techarla con palos cambados, según se ve en algunas que por viejas y de ningún gusto se echan al suelo. Lo propio debe decirse en quanto a los aperos de labor que se producen con mucha abundancia en los Pinares.

La ganadería

que debe considerarse en las islas de distinto modo que en la Península, donde hay dehesas para su correduría y conservación, lejos de disminuir se aumenta considerablemente. En Canaria, pues, por lo reducido de su

10 Antes había referido que en tiempos de necesidad se había visto «radicarse entre aquellos pobres ciertas enfermedades que le condusían en mucho número al sepulcro, porque no teniendo que comer, ni el sufragio de los poderosos, hecharon mano de las raíces de helecho y sagarutia, con cuyo alimento tomaban más fuerzas sus dolencias».

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término, únicamente se permite conforme a la ordenanza municipal que el criador de ganado ovejuno tenga vuelta o cortijo para su pasto, y éstos son en tanto número que apenas hay hacendado que dexe de poseer terrenos de esta clase, que sembrándolos al tercio sostenga una parte para el manteni-miento del ganado, otra para el barbecho y la restante sembrada. El ganado mayor se fomenta por distinto orden, porque no hay pedazo de tierra donde se dexe de criar su yunta y muchas más según la extensión de terreno.

Y desde el reparto es tal la abundancia que han bajado los precios e incluso se exporta desde las «bandas del norte» a Tenerife.

Después rebate algunos argumentos que podríamos llamar «ecológicos» del ex-sín-dico: es verdad que los árboles retienen las aguas y las tierras, «abrigan las sementeras contra los vientos fríos y rompen en parte la violencia de las tempestades», pero no era aplicable a Canaria el ejemplo de Fuerteventura, puesto que se halla poblada de árbo-les en su mayor parte; tampoco consiste la falta de lluvias en las «bandas del sur» en la tala de Doramas y el Lentiscal, sino en el «contrarresto y revoque que estas mismas nubes tienen según la más o menos altura de los Montes con que linda».

Y para terminar arremete contra los enemigos del reparto, citando a algunos por sus nombres: don Cristóbal Vicente Mújica, que consiguió una data de 30 fanegadas en Doramas con promesa de establecer varias fábricas y la pesca de la ballena11: «el resultado no ha sido otro que el de usufructuar las tierras y hacerse rico con perjuicio de otros beneméritos, sin haberse visto el progreso de la pesca de la ballena ni el de las fábricas»; el teniente capitán don Fernando del Castillo, conde de la Vega Grande, el coronel de los Reales Ejércitos don Juan de León, y don Manuel del Río, regidores y autores de otra representación contraria al reparto, «fueron separados del cuerpo

11 Había solicitado a Carlos III nada menos que 1.000 fanegadas en la Montaña de Guía y en las faldas de la Atalaya (Guía), además de toda La Isleta y parte del agua de la Fuente del Laurel (en Doramas). Se opusieron los vecinos de Agaete, Guía y Gáldar. Los de Gáldar (Montaña de Guía) porque arruinaría las Vegas —«cuyos terrazgos son el objeto principal de esta isla por los abundantes frutos que rinden»— al desplomarse las tierras de la montaña (por eso no las habían panificado). Los de Guía porque ya las habían tomado hacía muchos años los vecinos (había más de 150 casas en la Atalaya) «con grande dispendio de caudales y trabajos personales de los pobres que no tienen otros terrazgos donde acudir para con sus frutos procurar el sustento de sus casas y familias, y en lo demás de dichas faldas se apastan sus ganados y fabrican hornos de cal para las obras de los templos y caseríos». A pesar de todo, el fiscal de la Audiencia informó favorablemente. El Consejo en 1796 mandó que se le diesen 200, 30 en Doramas y el resto en las bandas del sur. Pero él sigue reclamando porque las quería todas en Doramas. La Audiencia le dio las 30 en 1801. Tuvo multitud de conflictos con los vecinos —por usurpaciones, y ocupación de caminos y abrevaderos comu-nes— y con sus medianeros, a los que explotaban inmisericordemente. Al tiempo que ejerce de destacado conservacionista reclama las 170 fanegadas que le faltan y por si acaso solicita una data de 500 fanegadas (sic) en Lentiscal: SUÁREZ GRIMÓN, V.: La propiedad pública..., pp. 287-294.

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municipal [...] por no haber ocurrido a S. M. por el real título, ni pagado lo que les pertenecía» de las tierras que se repartieron a sí mismos en Lentiscal, pero «V. E» (el corregidor) en atención a lo reducido que se hallaba el Ayuntamiento tuvo a bien habi-litarles de nuevo, «bien que hasta el día ni han ocurrido por sus títulos y habilitación ni se save quales hayan sido sus diligencias».

Ellos, en unión del Síndico [sic] elevan las voces hasta lo infinito sobre la replantación de los tales terrenos cuando secretamente los pretenden para abrirlos por sí, unos porque dicen que sirvieron a S. M. en la guerra con el intruso, y otros porque el soberano les debe sus sueldos y otras sumas procedentes de causas diversas. ¿Se podrá dar una confusión semejante e implicación tan notable como la presente? Querer y no querer una misma cosa y a un mismo tiempo es lo que se ve en los regidores de Canaria.

Aunque el orden de los elementos varíe, la estructura de los todos los informes, representaciones o alegaciones es muy similar; los temas son casi siempre los mismos: el estado de los bosques, las causas de su deterioro —porque todos coinciden en su mal estado—, las utilidades que produce o producía, las que produce o podría producir su venta o reparto, y por último, el capítulo de las acusaciones, que es a lo que se reduce la respuesta —cuando se trata de informes solicitados por las autoridades superio-res— a la pregunta sobre «el origen de los innumerables pleitos y ruidosas contiendas que se han suscitado y promueven cada y cuando se trata de los montes».

Los motivos y los argumentos también eran muy parecidos. En abril de 1817 el corregidor don Salvador Terradas, uno de los más fervientes partidarios del reparto, mandó hacer una información en la que prestan declaración varios vecinos destacados de la ciudad: el comerciante don Patricio Russell, el doctoral don Graciliano Afonso, etcétera. Como dice Chil, «para hacerse una idea del modo con los testigos prestaban sus declaraciones basta transcribir la primera, pues todas se hallan concebidas en los mismos términos»12. Éstas y los informes del Síndico, don Lucas Real, el gobernador de las Armas, don Simón de Ascanio13, son muy similares a la alegación de los vecinos de Moya. Todas parecen cortadas por el mismo patrón. Y en 1821 don Agustín Rodrí-guez Pantaleón utiliza también los mismos argumentos en defensa, de nuevo, de los intereses de los vecinos de Moya. La explicación reside probablemente en la existencia de «partidos de oposición» —expresión del Síndico en 1813— en torno a la cuestión del reparto, con sus correspondientes ideas o ideologías. Los mismos partidos y casi

12 CHIL Y NARANJO, G.: op. cit., fol. 129.13 AMC, Col. Millares Torres, t. VII, pp. 113-137.

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JESÚS PÍO GONZÁLEZ DE CHÁVEZ MENÉNDEZ

las mismas ideas, los encontramos en 1837 debatiendo en el periódico tinerfeño «El Atlante», en un contexto geográfico e histórico muy diferente.