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18 PRIMERA PARTE 1. ¿Quién es Rafael Adorno? El 14 de junio de 1820 apareció publicada en la ciudad de Puebla de los Ángeles la lista de los electores de partido parroquiales votados por los ciudadanos de esa ciudad, que formarían parte del ayuntamiento próximo a constituirse. Profesionales, clérigos, propietarios, militares y artesanos constituían, naturalmente, esa minoría política. En esa lista está registrado un militar de nombre Rafael Adorno, capitán de grado. Exactamente dos meses después, Adorno era ya uno de los regidores representantes de los electores de la parroquia del Sagrario, de esa ciudad. Repitió el cargo como representante jurisdiccional de la Catedral desde diciembre de 1822. En julio de 1820 fue partícipe de un momento político clave de esa localidad: fue uno de los firmantes de una representación que dirigió el Ayuntamiento a las Cortes para que en Puebla se pudiera establecer una Diputación provincial, según la constitución

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PRIMERA PARTE

1. ¿Quién es Rafael Adorno?

El 14 de junio de 1820 apareció publicada en la ciudad de Puebla de los Ángeles la

lista de los electores de partido parroquiales votados por los ciudadanos de esa ciudad, que

formarían parte del ayuntamiento próximo a constituirse. Profesionales, clérigos,

propietarios, militares y artesanos constituían, naturalmente, esa minoría política.

En esa lista está registrado un militar de nombre Rafael Adorno, capitán de grado.

Exactamente dos meses después, Adorno era ya uno de los regidores representantes de los

electores de la parroquia del Sagrario, de esa ciudad. Repitió el cargo como representante

jurisdiccional de la Catedral desde diciembre de 1822. En julio de 1820 fue partícipe de un

momento político clave de esa localidad: fue uno de los firmantes de una representación

que dirigió el Ayuntamiento a las Cortes para que en Puebla se pudiera establecer una

Diputación provincial, según la constitución gaditana.1 Al finalizar el año de 1823, figura

ya como Diputado de la provincia de Puebla, y en junio de 1824 firma como Diputado

Secretario del Honorable Congreso del Estado de Puebla la Ley Penal contra Asesinos y

Ladrones del Estado Libre de la Puebla de los Ángeles…; en julio, la Ley sobre erección

1 Representación que hace a S.M. las Cortes el Ayuntamiento de la Puebla de los Ángeles, para que en esta ciudad, cabeza de provincia se establezca Diputación provincial, como la dispone la Constitución , Puebla, Imprenta del Gobierno, 13 de julio de 1820. Hasta la fecha de este documento, las reformas territoriales-administrativas estaban pendientes tanto en España como en la Nueva España. En síntesis, tres son los puntos a destacar en este documento: 1) La exigencia a las Cortes de que se respete la Constitución y se permita que la provincia de Puebla erija su propia Diputación provincial para que ella misma mire por la «prosperidad» y «felicidad pública» de la provincia; 2) La erección de una sola Diputación provincial central, en la Ciudad de México, iría en contra del «gobierno económico político de los pueblos», sería una violación «muy grave de la constitución» y sería un retroceso respecto a las «intendencias»; 3) No puede existir un diputado para cada provincia de la Nueva España: México no es España: «las provincias de la Península están en corto recinto: sus poblaciones se tocan unas a otras: sus distancias se acortan con el auxilio de la navegación […] Madrid no comprende veinte partidos como Puebla», así pues, quedando Puebla sin su propia Diputación y sujeta a México, «¿Podrían siete diputados [uno para cada provincia] […] oír los clamores de tres mil cuatrocientos ochenta y cinco pueblos, examinar sus necesidades, y dictar providencias de prosperidad con la celeridad correspondiente a curar la miseria y decadencia del abandono de tres siglos?»

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de la Audiencia Superior del Estado Libre y Soberano de la Puebla de los Ángeles y, en

1825, la Constitución Política del Estado libre y Soberano de Puebla.2

La Diputación poblana vio con entusiasmo el ocaso del Primer Imperio y cuatro

meses después de él, empezó a edificar un nuevo esquema administrativo alabando las

virtudes de la libertad bajo un régimen republicano. Con tal ánimo deciden dar a conocer a

sus conciudadanos las penurias pasadas durante la pasada y breve monarquía, así como

sus retos y logros. Tras resolver «hacer efectivo el goce de tan precioso derecho [y]

desterrar […] las medidas opresivas» en materia de política económica, decidieron hacer

públicos sus planes mediante un exhorto que, además, recoge el decreto de 18 de febrero

de 1823.3 De este documento se destacan tres puntos: 1) Aunque no se aplicaron a fondo

las medidas orientadas a emitir «papel moneda» para sufragar los enormes gastos

gubernamentales de Agustín I, la Diputación condenó esa medida argumentando que «el

papel moneda originó desde que empezó su circulación graves prejuicios, continuas

reclamaciones y general desconfianza». Los pocos billetes emitidos fueron cuidadosamente

amortizados, «sin que resintiesen desfalco sus tenedores», y no fuera a «desmayar el

tráfico y la industria»; 2) La Diputación decretó la derogación de los impuestos llamados

«auxiliar y de consumo», afortunadamente no ejercidos, dicen, por ser injustos, pues su

producto estaba destinado a «sostener el lujo de una corte corrompida» así como «para

remachar las pesadas cadenas que ya arrastraba la nación». 3) En cambio, se introdujo, en

este mismo decreto, una «contribución» de naturaleza «suave y equitativa, puesto que

comprendía todas las clases del estado, guardando los respetos posibles al derecho de

2 Constitución Política del Estado Libre y soberano de Puebla, sancionada por su congreso Constituyente en 7 de diciembre de 1825. Puebla, Imprenta de Moreno Hermanos, 1825.3 Puebla, Diputación provincial, Conciudadanos. Puebla, Oficina de Don Pedro de la Rosa, impresor del Gobierno, junio 11 de 1823.

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propiedad». En cuanto a las alcabalas, la Diputación disminuyó la que pagaban «los

víveres que usa la clase más necesitada del pueblo». El resto de sus ingresos, continúan,

fueron «donativos y préstamos» de los «patriotas» que acudieron a su auxilio. El ahorro

fue fundamental y en ello cooperó «la moderación sin ejemplo de nuestro virtuoso

ejército». Grande fue la odisea, con tal de preservar «el orden público, objeto preferente de

toda institución liberal». El dinero no rindió. Por eso exhortaron a la contribución

voluntaria, para lo que ofertaron la promesa de presentar los estados de cuenta de las

cantidades colectadas y dar a conocer mensualmente al público el uso que del dinero se

haya hecho. Desconocemos si la promesa fue cumplida.

Por otro lado, el ejercicio del poder comienza a exigirle a la clase política que llene

de contenido sus propósitos formales libertarios. Bajo el presupuesto de un gobierno

inconcebible sin reglas, reclamadas como necesarias por los «ciudadanos», el primer

«Congreso del Estado» redactó las siguientes leyes: la Ley sobre erección de la Audiencia

Superior del Estado Libre y Soberano de la Puebla de los Ángeles y la Ley Penal contra

asesinos y ladrones…, que antes fueron referidas.4 La primera, consiste en establecer los

órganos jurídicos encargados de impartir justicia y dar seguimiento en segunda y tercera

instancia. Para esos fines se establece «un juzgado central con el nombre de Audiencia

Superior del Estado».5 La segunda ley, expresa en su artículo 1º que «todos los homicidas

y salteadores de caminos, y ladrones sujetos a la jurisdicción temporal ordinaria serán

4 De ambas leyes destacan los requisitos que se exigen cumplan los aspirantes a ocupar los cargos públicos de cierta importancia: ser de «conocida honradez», «notoria piedad y conocido afecto a la Religión católica», ser «vecino» de la localidad, y según la importancia del rango, mayor será la antigüedad de la residencia exigida; poseer la nacionalidad mexicana, «no estar ordenado in sacris», ejercer «la profesión de abogado con título» en el caso de funcionarios impartidores de justicia, o bien, para ser jurado: «que no sea soltero, que esté ocupado en arte, profesión científica, comercio o agricultura y ciudadano en ejercicio de sus derechos».5 Ley sobre erección de la Audiencia Superior del estado Libre y Soberano de la Puebla de los Ángeles, expedida por el Honorable congreso del mismo Estado a 13 de julio de 1824, Puebla, Imprenta del Gobierno del Estado.

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juzgados por tribunales de jurados». Para ello, se asignan a los alcaldes de pueblos las

facultades ordinarias «para perseguir a esos delincuentes» (Art. 2º), o bien, recibir

acusación o denuncia, procesarlo y cuidar que en su comarca no se cometan delitos de esa

clase. Después de fijar las condiciones para ser jueces o jurados, y las jerarquías jurídicas

de todos los implicados en aplicar la ley, se indican las condiciones en que el procesado

pueda adquirir la libertad por absolución mediante su correspondiente fianza. La ley fija

tres posibles castigos, en orden de gravedad: 1) el «último suplicio», 2) la sentencia de

presidio (Art. 54) o cualquier otra corporis aflictiva entre las cuales está contemplado el

destierro. Si se aplica la primera sentencia «se le intimará al reo, para que se disponga a

morir cristianamente, dándole el sacerdote y auxilios espirituales que pida. Todo en el

preciso y único término de cuarenta y ocho horas […] y después de estar su cuerpo

expuesto al público por espacio de tres horas, se le dará sepultura…» (Art. 55º); 3) La

última opción es la «sentencia de servicio a las obras públicas».6

Como se ha señalado, Rafael Adorno fue también partícipe en la elaboración de la

Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Puebla de 1825. Su ascenso político

es evidente y muestra de ello es su participación en la Comisión de Industria de la Cámara

de Diputados de la misma entidad. Una de sus inquietudes político-económicas presenta

una clara postura proteccionista en materia de comercio exterior. Muestro, a manera de

síntesis, el dictamen que la Comisión leyó ante la Cámara de Diputados poblana el 27 de

marzo de 1835, donde sugieren se prohíba la importación de hilazas y mantas de algodón.

En ese documento se cuestionan: «Las opiniones y doctrinas de los más célebres

economistas modernos» porque «sin hacer caso de las bellas teorías de sus escritores […]

6 Ley penal contra asesinos y ladrones del Estado libre de la Puebla de los Ángeles, expedida por el honorable Congreso del mismo Estado a 9 de julio de 1824, Puebla, Imprenta del Gobierno del Estado.

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las naciones más cultas […] saben adoptar los principios y sistemas de economía, que más

convienen a sus intereses y peculiares circunstancias». Por eso mismo, no debe ser

«extraño que se piense así en la América niña, cuando las naciones viejas de Europa nos

dan el ejemplo de la conducta que debe observarse en la importante materia de economía

política». Estas naciones, «procuran llevar su comercio hasta los más remotos ángulos del

globo, [y evitan] que se les introduzca del extranjero todo lo que perjudica a la agricultura

o a la industria de sus […] territorios». Eso es lo que se debe imitar, dice la Comisión, no

«la simple hipótesis de que […] la absoluta libertad de comercio fuese conveniente a todo

país», puesto que: «las teorías generales e indeterminadas, admiten y exigen las

modificaciones y restricciones que convienen al interés y las particulares circunstancias de

cada país». «Los sectarios de la novedad, dicen que es benéfica al común de consumidores

la baratura de los géneros y efectos extranjeros; pero este es uno de tantos errores que

sostienen sin examen». Lo inadmisible es «que se nos traigan artículos que proporcionan

en abundancia, con mejor calidad y de más duración, nuestras fábricas, que inutilicemos

los productos de nuestra agricultura: que seamos ingratos a la naturaleza que nos regaló

con un suelo tan feraz: que mendiguemos […] lo que no hemos menester, que hasta en eso

seamos ciegos tributarios del extranjero» y todo ello, «no en cambio de frutos y

producciones de nuestra agricultura ni de nuestra industria, sino única, precisa y

exclusivamente, de nuestro oro y nuestra plata […] esto es un exceso de inadvertencia que

nos constituye inexcusables con la presente generación, nos granjeará la censura de las

sucesivas, y […] nos expone a la burla y al secreto desprecio de los mismos que se están

aprovechando de nuestros errores y […] engordan a costa de nuestra propia sangre». Por

eso, «siempre sería preferible […] el uso exclusivo de los [productos] nacionales, por el

fomento de la agricultura e industria, por la circulación […] del importe de esos valores,

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que ahora van a vivificar naciones extrañas». Y en ello están de acuerdo «la clase

pensadora, y las autoridades encargadas de regir a la nación y a las partes que la

componen», quienes «creen que en ciertos artículos, la libertad de comercio es un mal

público, que demanda un pronto y eficaz remedio».

Si las telas de algodón mexicanas no pagan impuestos iguales a las extranjeras, no

por eso dejan de contribuir con impuestos que van a formar del erario de los estados, por lo

que, «se verifica de todos modos que estos artículos no son improductivos al fisco en

general, puesto que todo queda en la nación». Y concluyen de este modo: «Siente la

comisión tener que decirlo; pero es un hecho, que el pueblo ha concebido la idea de que los

extranjeros le arrancan la subsistencia, privándole de los medios que antes tenía de

adquirirla: que esta opinión cunde con rapidez en las clases inferiores: que con el tiempo

puede ser el origen de una conmoción inevitable […] Semejante catástrofe debe precaverse

con oportunidad, por la justa obligación que la ley tiene de favorecer a hombres a quienes

ha abierto las puertas del país; por el honor de este, y por la necesidad y conveniencia de

conservarlo en paz y armonía con las secciones del mundo antiguo».7

Para finalizar, la Comisión arguye que otros dos males, no menos graves, que se

generan indirectamente con las importaciones marítimas. No basta con aumentar el pago

de derechos a las mismas, pues ello beneficiaría al «agente del contrabando» dada la

facilidad con que se podía realizar esa actividad en el enorme territorio costero. Este era

uno de los principales problemas de esta administración (de hecho, un problema crónico

nacional) seguido de la corrupción «de los agentes subalternos de la hacienda». Así pues,

7 Dictamen de la Comisión de Industria sobre la prohibición de hilazas y tejidos del extranjero, pronunciado en la Cámara de Diputados el día 27 de marzo de 1835, México, Imprenta de Santiago Pérez, 1835. (Cursivas mías)

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por todo lo que ha sido planteado, demanda la Comisión «remedios muy radicales». Y para

ello, esperan del gobierno leyes «capaces de hacer fieles, puras, exactas e integras todas las

manos que hubiesen de administrar las rentas».8

Casi dos años después, el 3 de enero de 1837, la Comisión emite otro dictamen9 que

ahonda los juicios del dictamen anterior. En él, se sugieren algunas medidas económicas

sobre la producción de minas y la administración de los metales preciosos, como el

estímulo de su producción y la liberación comercial de los mismos al interior del país

exclusivamente. A grandes rasgos se extrae de este documento la siguiente conclusión: sin

agricultura, industria y minas con que se puedan presentar al mercado extranjero los frutos

de un comercio activo, el país sería prácticamente nada. Y le favorecen, más bien, la

posesión de una tierra fértil y dadivosa todavía por explotar suficientemente, una posición

geográfica estratégica: México «se halla colocada en medio del mundo civilizado, y puede

extender sus brazos hacia la Europa y la Asia». Pero ello es imposible sin «metales

preciosos». Qué mejor ejemplo, aducían, que la grave situación económica, los graves

apuros productivos que se vivían al día. La Comisión ofreció sugerencias jurídicas

orientadas a reglamentar la aplicación de medidas económicas tendentes al estímulo,

tratando de seguir el ejemplo de la última administración española en México, que procuró

no sólo facilitar la explotación de las minas, sino activar su producción.10 Tales medidas 8 «Puebla resultaba un buen lugar para el establecimiento de fábricas textiles por su ubicación estratégica, al encontrarse situada entre el puerto de Veracruz y la ciudad de México, y también por la larga tradición textil que poseían los artesanos de la región». Además de la observación anterior, Carlos Illades señala, precisamente, a partir de este mismo documento, que el problema que ceñía esta exigencia de la burguesía poblana había sido alentado por la inminente apertura del Banco de Avío y su consiguiente política proteccionista. La euforia proteccionista fructificó en un brote nacional de de industrias textiles: Jalisco, Ciudad de México, Veracruz, Durango, Querétaro, Coahuila, Guanajuato, Sonora y Michoacán marcaban la pauta. (Illades, 2001b: 132, 134) 9 Dictamen de la Comisión de Industria del Congreso General sobre el importante ramo de minería, leído en la sesión del día 3 de enero de 1837, México, impreso por Ignacio Cumplido, 1837. 10 «Nada tiene de extraño que el gobierno español, más ilustrado con el transcurso del tiempo, y consultando a los intereses de su fisco, dijese en real orden del 15 de febrero de 1778, que quería contribuir al alivio y fomento de los mineros aún a costa de su real hacienda, en la del 17 de julio de 1779, que debía estarse en el

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económicas se inspiran en el siguiente postulado teórico: la riqueza se origina no por el

valor de los metales en sí, que no son más que una de tantas más mercancías, sino por la

propiedad que tienen de acelerar el comercio de las demás.

Restan comentar tres últimos documentos que he hallado sobre R. Adorno. Del

primero se desprende un rasgo complementario de todo lo expresado anteriormente: su

interés por «la apertura o mejora de los caminos [con «moderados peajes»] de la república

[…] para dar impulso a la industria nacional».11 Del segundo: que era «protector» de las

Estanqueras de tabaco de la ciudad de México, las cuales ofrecieron un baile en su honor el

19 de agosto de 1843.12 El último es una noticia publicada el 3 de mayo de 1845 en El

Monitor Republicano, titulada Representación que las maestras, oficialas y demás

empleadas de la Fábrica de Tabacos de esta ciudad, dirigen al Supremo Gobierno,

pidiendo no se adopte el proyecto de elaborar los puros y cigarros por medio de una

máquina13. Pondremos en boca de las mismas trabajadoras lo que de esta nota se

desprende:

ha llegado a nuestra noticia que el Sr. D. Rafael Adorno se halla actualmente en Inglaterra, de orden del Gobierno Supremo y con los fondos necesarios para traer una máquina que elabore

inequívoco concepto de que cuantos auxilios se presentan a los mineros son otros tantos positivos aumentos al real erario; en la de 1 de febrero de 1780, que se cuidara por el tribunal de minería que este ramo no experimentase ningún atraso: [pues] lo veía como el primer móvil de la riqueza y el primero en las atenciones de su gobierno». (Ibíd., p. 9)11 Dictamen de la Comisión de Industria sobre declarar que el camino de Veracruz a Perote no está comprendido en la ley del 20 de marzo de 1834. En este documento la Comisión de Industria juzgó pertinente se respetara el contrato celebrado entre la compañía capitalista que financió el camino de Perote a Veracruz y el gobierno central. Sugirió que se mantuvieran el pago de réditos a los gruesos capitales invertidos para dar mantenimiento y conservar en lo sucesivo en buen estado este camino «con tanto más motivo que [era] el principal de la república», puesto que, como lo sugirió el gobernador de Veracruz, era evidente «la necesidad indispensable de componer aquel camino que se iba haciendo intransitable». Con el sentir de que era necesario, ante todo, respetar «siempre el derecho de propiedad que tenían los acreedores» y cumplir el gobierno, la parte a la que estaba obligado en ese contrato excepcional, cuyo otro referente era el de los caminos de México y Toluca, no se les debía privar a los acreedores el derecho a los fondos de peajes que les correspondía, así como a los otros tipos de derechos que el gobierno debía resarcir, hasta liquidar el capital asignado.12 Vaile [sic] de las Estanqueras en las Arrecogidas.13 Publicada por El Monitor Republicano, 3 de mayo de 1845.

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los puros y cigarros que ahora se hacen a mano, y de cuyo trabajo subsisten, como nosotras, en la república, más de treinta mil familias menesterosas e infelices.

Por último, y apuntando a posteriores abordajes de este trabajo, deben señalarse

otros acontecimientos. Jan Bazant aduce que ya desde 1843 era perceptible una coalición

opositora entre militares y eclesiásticos poblanos, pidiendo la anulación de la Ley Juárez y

la destitución de Comonfort. En enero de 1856, tomaron la ciudad de Puebla y formaron

ahí un gobierno propio. Tras el control de los sublevados, resultó la expulsión del obispo

Labastida y la confiscación de algunos bienes de la Iglesia. Según Bazant, «esta

probablemente fue la razón que había detrás de la ley desamortizadora que Lerdo de

Tejada, entonces ministro de Hacienda, puso en marcha a finales de 1856» (1991: 131).

2. Juan Nepomuceno Adorno. Cometario bio-bibliográfico.

Nacido en 1807 en la ciudad de México, muy posiblemente hijo del capitán Rafael

Adorno y por tanto, proveniente de una familia medianamente acomodada, según nuestro

mismo personaje lo refiere, vivió su niñez en una finca de una comarca sureña del entonces

departamento de Puebla, cerca de Cuernavaca. Es posible que esa finca haya podido

ubicarse muy cerca de Izúcar de Matamoros. En el prólogo de la edición de 1862 lo plantea

así:

Las circunstancias más apremiante, me ligaron dilatados años a aquel lugar, sin poder yo dejarlo ni aún para adquirir instrucción ni posición social. Algunos libros, colores y pinceles, un telescopio de pequeñas dimensiones, un teodolito y algunos aparatos físicos y químicos, eran no sólo los compañeros de mi soledad, sino los tesoros de mi vida, y así esta se amenizaba e instruía con la práctica de aquellas ciencias y artes que estaban al aislado alcance de mis recursos. Me dediqué a la geometría práctica, y pronto formé no solo planos, sino el bulto topográfico de los terrenos comarcanos. Me aficioné a la pintura, y mis pinceles retrataron la belleza del paisaje. Me ocupé de la astronomía, y las cálidas noches de aquel clima me mostraron prontamente todos los planetas que se perciben a la simple vista; y auxiliado de mi pequeño telescopio, examinaba las manchas del sol, las montañas de la luna, y aunque débilmente los satélites de Júpiter y el anillo de Saturno. Finalmente, la geología me

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hacía deliciosos mis paseos por las quebradas y barrancos; la electrología, el aspecto imponente de las tempestades, y la ciencia de mis libros, me daba motivo de estudio en cada lluvia, en cada terremoto, en cada meteoro y, en fin, en cada cambio o movimiento que observaba en la tierra, en la atmósfera, o en los cielos. Así es como la práctica asidua me demostraba las verdades o los errores de mis libros, y así la naturaleza con el elocuente lenguaje de los hechos, elevaba a mi alma a la contemplación de sus arcanos, y era la sabia maestra de mis estudios.14

Y líneas abajo:

Acostumbrado a guiar mis observaciones por solo la fuerza de los hechos, formé mi gusto independientemente de la autoridad científica, y careciendo de escuela me vi asimismo libre de sus trabas. Me fue forzoso, es cierto, emprender sumo trabajo y afanes para obtener resultados, que sin fatiga habría obtenido por la voz del maestro; pero al lado de estas desventajas mi mente se extendía libremente, sin ser contrariada por la opinión ajena (Ídem).

En realidad, me parece, el orden de los párrafos bien podría leerse de manera

inversa. No es, desde luego, ningún arcano percibir la fuerte dosis romántica con que

Adorno nos describe su juventud, ni mucho menos el orgullo con que se define como

autodidacta.15 Para el incrédulo obispo Valverde, este dato no era más que una de sus

excentricidades. Pero su carencia de certificación académica, aunque se compensó con

prolongadas estancias en Europa, no dejó de explicarse tampoco sino por una causa más

mundana:

Aún era joven cuando uní una esposa a mi destino, la que me hizo padre de una cara familia; pero esta unión no entibio mi gusto por la filosofía, el cual, arrancándome de los campos, me condujo a la capital de mi patria y después a las más cultas del extranjero, llevando por todas partes mi pensamiento absorto en las grandes cuestiones filosóficas; y ni los afanes naturales por la subsistencia, ni mis proyectos ni trabajos mecánicos, ni mi inclinación artística, pudieron vencer jamás mi inclinación por la filosofía. Independiente en mis opiniones no cultivé estas en las universidades, pero las procuraba rectificar siempre en la naturaleza […] (1862: 6).

¿Será su familia el motivo que lo separó realmente de toda filiación académica? Es

muy probable que fuera así, pero ello no resultaría un argumento convincente. Debe

recordarse que Adorno carecía, en cualquier caso, de una certificación académica. Por otro

14 La Armonía, 1862: 5-6; Valverde Téllez, 1904: 134. Zacarías Oñate reivindicará, en su momento (1884), el reconocimiento para la propia originalidad de su obra, de una manera semejante a la de Adorno.15 Algo de que Saint-Simon, la tradición sansimoniana, o bien el mismo Fourier se sintieron orgullosos (Alexandrian, 1983). De todos modos, este relato de sus años mozos, me parece, responde más bien a una invención propia. Una fundación de una propia mitología de la prolepsis, dicho sea con Q. Skinner.

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lado, en ese entonces, la industrialización del país no aparecía a los ojos de los políticos

todavía como una tarea inaplazable, aunque Adorno viniera insistiendo en ello desde la

década de 1840. En consecuencia, las discusiones sobre ciencias naturales y tecnológicas

permanecían aisladas en las sociedades científicas, instituciones que rara vez dieron cabida

a los socialistas, aunque ello no quiere decir que algunos miembros, como Altamirano, no

fueran influenciados por algunas tesis de tal corte. En cualquier caso, con ese valioso,

primigenio e indudablemente falso cuadro de su infancia, Adorno refleja su aislamiento de

la «sociedad culta» de su época, situación que no sólo fue válida para su niñez, sino

extensible a su vida adulta. De hecho, él mismo llegó a quejarse de ser víctima de ese

aislamiento a la altura de 1873. Sencillamente, esto último, no es verdad del todo.16

Sabemos que algunos años después radicó nuevamente en la ciudad de México

como empleado de la Renta de Tabaco. Contra todo pronóstico, hacia 1836 se encontraba

de nuevo en las entrañas del México rural dedicado a la agricultura en el Sur del

departamento de Puebla (Análisis: 107; MTM: 59), posiblemente al cultivo del algodón –y

del tabaco- en las propiedades familiares. Su estancia aquí podría fecharse hasta el 27 de

mayo de 1841, día en que dio su Discurso dedicado a Mariano Matamoros en el poblado

de Izúcar, ubicado precisamente al sur de ese estado. Lo más probable es que en esos días

nuestro aislado «autodidacto de Thofail» (Valverde), haya hecho alguno de sus múltiples

viajes al otro lado del Atlántico, mirando por los negocios también familiares.

Rafael Adorno, reconocido «protector» del tabaco, y su hijo, decidieron consumar

una empresa sin precedentes en el país. Se trata de la primera noticia de Adorno ejerciendo 16 «Yo, señores, aislado, absolutamente aislado, y aun mas que esto, desanimado y repelido por aquellos de quienes pensaba obtener protección y apoyo, me he lanzado a esas concepciones, guiado por mi fe en los altos destinos de nuestra patria, y he emprendido no sólo la creación de los medios generales, sino además la de aquellos que asegurasen el éxito en los detalles para el logro de mis proyectos que os he mencionado.» (Resumen: 92)

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oficio de tecnólogo. Juan Adorno había pensado en la posibilidad de construir una máquina

procesadora de cigarros, cigarrillos, puros y tabaco picado en serie.17 Un proyecto original,

ambicioso, visionario, que llegó a contar con un parco financiamiento gubernamental.

Había llegado la oportunidad de probar las virtudes de esta próspera familia de agricultores

comerciales poblanos que querían dar el salto a la industria fabril mecanizada. Grandes

ambiciones tenían los Adorno, y razones tenían para tenerlas.18 En efecto, sin comparación

al peso que tenía en la época colonial, la creciente participación que el mercado del tabaco

tenía para la vida económica de la ciudad de México y del erario nacional (Illades, 2001b:

91 y ss.) hacían posible plantearse la mecanización de los productos de esa actividad

económica. Adorno relata así su caso:

[…] en el año de 1845 marché a Europa bajo un contrato hecho con el Supremo Gobierno para la construcción de dichas máquinas, pero desgraciadamente las circunstancias aciagas de aquella época y las posteriores impidieron que se me ministraran las cantidades estipuladas en el relacionado contrato. He regresado por fin a la república después de haber empleado mi fortuna, mi crédito y ocho años y medio de mi vida para llevar al cabo mis invenciones con la aspiración en que sean útiles a nuestro erario, pero de nuevo he encontrado con el inconveniente de estar arrendada la renta de tabacos a una empresa particular.19

Paradójicamente, por todos los apoyos y recursos con los que contó, y siendo su

primer experimento mecánico, quiero creer que este es uno de los más logrados constructos

de su invención, pues en ese mismo documento no perdió ocasión de revestir su propio

trabajo con la «autoridad constante y universalmente reconocida a mis invenciones».20

17 «[…] a decir del inventor eran [siete] máquinas [ni más ni menos que] enteramente originales, y no mejoras ni variaciones de modelos preexistentes. Servían para fabricar cigarros por el método de cadena sin fin; para hacer cigarros de tubo, como los usados en Francia y Rusia, puros cilíndricos mexicanos, puros habanos o de manila, y otras suertes de cigarros y cigarrillos» (González Casanova, 1987: 33)18 Pues contaban con dos tipos de capitales: político y económico, aunque no en la medida de sus deseos, pese a que contaran seguramente de un gran aprecio social en los medios militares, como podrá considerarse por una mirada de conjunto de la obra familiar común.19 Expediente 202. AMP. Documento firmando en diciembre de 1854. 20 Si nos atenemos a como lo expone en 1858, ello podría ser cierto: «Las máquinas están construidas, los pocos defectos que como invenciones enteramente nuevas puedan descubrir con el uso prolongado, se corregirán, y sus resultados serán infalibles para dar a la renta, si ésta se rehace, acreces e independencia» (AMM: 33, subrayado mío). Quiero llamar la atención del lector, de ahora en adelante, sobre el favorecimiento que el Estado (que nuestra historiografía ha traducido como “conservador”) tiene en una buena porción de sus proyectos.

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Reconocimiento extensible, siguiendo sus palabras, incluso en Europa. Por lo pronto, de lo

que no debe caber duda, es que Adorno era un excelente publicista de su persona.

Lo anterior podemos comprobarlo por información que viene de dos direcciones

diferentes y perceptibles en un mismo documento: el primero, de que la noticia haya hecho

sonar las alarmas para los grupos sociales potencialmente afectables de materializarse el

proyecto; la segunda se deduce por el hecho de que las ayudas del gobierno, en tiempos

nada pacíficos, se hayan alargado, así por muy parcas que fueran, hasta el año de 1846. En

el primer punto nos referimos a la famosa Representación de las trabajadoras de la Fábrica

de Tabacos de la Ciudad de México. En ella señalaban:

Que ha llegado a nuestra noticia que el Sr. D. Rafael Adorno se halla actualmente en Inglaterra, de orden del gobierno supremo y con los fines necesarios para traer una máquina que elabore los puros y cigarros que ahora se hacen a mano, y de cuyo trabajo subsisten, como nosotras, en la república, más de treinta mil familias menesterosas e infelices. […] Es preciso [señalan más adelante] no aplicar ciegamente los principios económicos que han ensalzado el progreso de las máquinas sino examinarlos en su comparación con este particular, porque sólo así será posible apreciar las circunstancias que modifiquen o hagan inaplicables aquellas teorías.21

Trabajador y ordenado como era, si latas eran sus ambiciones, así también sus

planes.22 Si en México se dio a conocer primero, con bombo y platillo, como tecnólogo;

por lo menos en Londres, una de las ciudades que conformaron su hábitat por esas tierras,

se lanzó al ruedo de lo público como filósofo-matemático. Bajo el sello editorial Reynell &

Weight, publicó una Introduction of the harmony of the universo; on principles of physico

21 Representación que las maestras, oficialas y demás empleadas de la Fábrica de Tabacos de esta ciudad, dirigen al Supremo Gobierno, pidiendo no se adopte el proyecto de elaborar los puros y cigarros por medio de una máquina. Irónica es, en verdad, la aplicación del mismo recurso retórico a Rafael Adorno, quien un día usara precisamente la relativización de las teorías económicas para defender los intereses de sus representados. Por otro lado, es de destacar el alto nivel expositivo, y el manejo fluido de información respecto a los problemas sociales que poseían estas trabajadoras. Sin lugar a dudas, estaban, al menos, bien asesoradas. Finalmente, esta «Representación» expone ya motivos centrales del primer socialismo, y se los espetan en la cara a Rafael Adorno. 22 Sabemos -aunque no dónde- que publicó en 1848, según comenta el obispo de León, Emeterio Valverde, una primera versión de su Armonía del Universo que él mismo no conoció (Bibliografía: 492). Asimismo, sabemos en consecuencia que esa obra tardó en gestarse por lo menos treinta años.

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harmonic geometry.23 Desde luego, París y Madrid y la misma Unión Americana24 fueron

otros de sus enclaves o visitas. De hecho, en varios lugares de su obra refiere haber

cultivado amistades en los tres primeros países.

Con cierta crueldad, Pablo González Casanova refiere que a su regreso (1853) del

prolongado viaje de 1845 (como si Adorno no supiera absolutamente lo que el país estaba

viviendo), después de haber expuesto una de sus máquinas de procesar tabaco a Lerdo de

Tejada25 (personaje clave en el ministerio de Fomento por esos años), «tras la demostración

se encontró con la triste noticia de que en su penuria el gobierno había traspasado la renta

de tabaco a una empresa particular» (1987: 33-34). A decir verdad, Adorno no llegó tan

desinformado, ni carecía de los apoyos mínimos posibles como para sacar adelante un

proyecto que era bien visto en el Ministerio de Fomento. De hecho, la estrategia de los

Adorno para sembrarla como futuro proyecto industrial a costa del erario público,26 había

tomado, como mínimo, ocho años para madurar. Puede uno imaginarse la pluralidad de

sentidos en que se presentaron las resistencias y las críticas27 desde el año 1845, cuando se

23 Emeterio Valverde señala que esa obra se encontraba (al menos en 1904) en el catálogo de la Biblioteca Nacional.24 «Guiado por mi deseo de investigar en la verdad psicológica, asistí varias veces a las autopsias cadavéricas en el anfiteatro de la Academia de San Carlos, en Madrid, por los años de 1849 y 1851, practicando por mí mismo la disección anatómica del cerebro y sus cordones nerviosos en busca de confirmación o negación del sistema craneológico de Gall». (NP, p. 20)25 Lerdo de Tejada: «“colaboró” con la ocupación armada de Estados Unidos y después con el reaccionario Santa Anna» (Bazant: 131)26 De hecho, la primera máquina lograda para procesar tabaco se produjo hasta 1881, y la industrialización del tabaco en Europa no se logró sino al comenzar el siguiente siglo. Así que habrá que apuntar a Adorno entre los pioneros en intentar llevar este experimento a cabo, y quizá hasta podría haber tenido éxito de contar con los apoyos necesarios para realizarlo. Precisamente en 1846, los problemas políticos y económicos del país no harían sino agravarse.27 Expediente 202, A. M. P. En la autorización que le concede Agustín Sánchez de Tagle, comenta que Adorno solicitó se le dispensara de publicar la solicitud de la patente de su invento por dos motivos: «la necesidad que tiene de marchar muy próximamente a Europa, y la alarma inútil que pudiera causar en las fábricas de tabaco dicha publicidad». El comentario concluye así: «La mesa [revisora] no se detendrá en demostrar la importancia y la originalidad del invento del señor Adorno porque el hecho es tan notorio que no admite cuestión y de hecho le ha valido al autor una reputación nacional y europea merecida, haciéndolo acreedor a toda protección por parte del Supremo Gobierno. En cuanto a dispensarlo de la publicación de su solicitud la mesa cree fundadas las razones por las cuales la pide, y como es de toda evidencia que no ha de haber opositor alguno que contradiga la invención, que es el objeto único con que se mandan publicar las

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dio a conocer la tentativa industrializadora. En 1858 no perdió la oportunidad para recordar

la ineficacia del estanco, pues el producto al erario de su «renta […] en 1845 sólo [redituó

la miserable cantidad de] un millón ochocientos mil pesos» (AMM: 32). Si, en efecto,

detrás de esos males se hallan, sobre todo, el agiotismo28 y el contrabando, lo cierto es que

aquí Adorno justifica –lo que otros no se plantearán jamás-, en todo caso, su interés

privado con un beneficio público, y recordémoslo de una vez, para él, el beneficio privado

no puede entenderse de otra forma.29 Esta actitud –de amplias miras- será de lo más

“normal” en los philosophes del primer socialismo: hablamos del inventor (Juan), no del

comerciante (Rafael).

Según ofertaba, un producto “perfeccionado” maquinalmente podía diferenciarse

físicamente de uno labrado a mano, facilitando así, más allá de los beneficios económicos

al erario, el control de los estanquillos y una posible exportación de «los sobrantes».

Obviamente, esta medida –como no dejaron de resultar otras- se antoja risible puesto que

eso no iba a impedir que la venta del tabaco fuera de ellos (aunque eso no lo dudamos,

complicaría en verdad la libertad de acción del contrabandista). A decir verdad, ése era un

problema del que ni siquiera Europa podía escapar (v. al respecto Koselleck, 1976: 291 y

ss; o bien AMM: 34 y ss.).

solicitudes para privilegios, no hay inconveniente en salvar este trámite» (subrayado mío). 28 En sus escritos esotéricos-políticos ésta crítica es ambigua y sus consecuencias sociales se plantean metafóricamente: en suma, su ataque al agiotismo carece del impacto retórico que en su Catecismo se ejecuta con la maestría que le caracteriza.29 Cabe, sin embargo, recordar, de todas formas, que dentro de las exigencias de un análisis histórico riguroso, no podemos exigir a individuo ninguno se apegue a los criterios éticos de nuestro presente, sencillamente porque no existía en su espacio de experiencia tal posibilidad. Como dice Quetin Skinner, «sí [se] excluye la posibilidad de que una explicación aceptable del comportamiento de un agente pueda sobrevivir nunca a la demostración de que depende en sí misma del uso de criterios de descripción y clasificación a los que el propio agente no tenía acceso. Puesto que si un enunciado determinado u otra acción han sido realizados por un agente a voluntad y tiene un significado para él, se deduce que cualquier explicación plausible de lo que pretendía tiene que estar necesariamente contenida en y hacer uso de la gama de descripciones que el agente mismo podría haber aplicado, al menos en principio, para describir y clasificar lo que hacía. De lo contrario, la explicación resultante, por precisa que sea, no puede ser una explicación de su enunciado o acción» (Skinner, 2000: 171).

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Lo cierto es que Adorno marchó de nuevo al Viejo Mundo30 en los primeros de

enero de 1855, no sin antes solicitar privilegios de inventor de esas máquinas por quince

años, esperando que el gobierno retomara las riendas de la administración del tabaco, o

bien, como muy último de los consuelos, que los particulares que tenían la concesión se

interesaran por sus invenciones, pero tampoco eso sucedió. Pensamos que fueron dos los

motivos que lo conminaron a marcharse: la clara imposibilidad de echar a andar su

proyecto industrial, pues todas las cartas le eran adversas en ese momento y, segundo, la

cercanía de un acontecimiento en el que él estaba deseando participar y que, no obstante,

había venido al terruño a afinar: Enrique Olavarría y Ferrari refiere en su Reseña histórica

del teatro de México dos cosas: primero, la participación de Adorno en la Exposición

Universal de París (1855) y, segundo, la sorpresa que se llevó cierto mexicano curioso al

descubrir el nombre de nuestro extraño personaje en cierta obra del músico François-

Joseph Fétis debido a una invención suya bautizada como Melógrafo31: una suerte de piano

capaz de «demostrar» su novedosa notación musical y cuya virtud residía en «fijar las

improvisaciones de los compositores en unas tiras de papel, que se enrollaban a un cilindro

ajustado a la encordadura de los pianos de cola […] Según refiere el observador El

sistema poseía una cómoda escritura, que daba mayor y más racional simplicidad a la

notación musical, permitiendo nulificar catorce signos, siete llaves y siente accidentes, con

30 Cabe recordar que por aquellos lares y por aquellos días, fijó su residencia en Inglaterra: (AMM: 54) 31 En las Nociones acerca de la Naturaleza Metamórfica, en un pequeño apartado donde expone su Teoría armónica de los sonidos musicales, comenta: «Publiqué en París una nueva notación musical [Melografía, 1855], con objeto de simplificar el aprendizaje de la música; y de leer fácilmente las marcas escritas por mi piano melográfico. En dicho opúsculo exhibí también un dibujo morfológico que manifiesta las evoluciones vibratorias del Armonio, para producir los sonidos musicales de las dos escalas: diatónicas y cromática, a cuyo opúsculo remito al lector que deseare mayores detalles acerca de este ramo de la acústica.» (NANM, p. 167) En este mismo lugar, Adorno refiere, en efecto, haber no sólo diseñado una «escala proporcional de sonidos» puesta a prueba en «una caja armónica con cuerdas a la que di el nombre de 'geometrina', la cual produce, en mi concepto, los sonidos tanto de la escala cromática, como de la diatónica, con la mayor corrección y pureza» (Ibíd., p. 166).

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lo que se facilitaba mucho la lectura». De hecho, el de Adorno fue el tercer intento de un

mexicano buscando simplificar el sistema de notación musical aún vigente (1987: 36).

Para 1858, ya instalado de nueva cuenta en el país, decidió explotar a tiempo

completo su imagen social. Comienza su frenética carrera inventiva y, a partir de 1860,

empieza a asolar las oficinas del Ministerio de Fomento con solicitudes de privilegios de

invención de proyectos de los cuales, naturalmente, una parte sustancial se quedó en

planos, dibujos o máquinas en pequeña escala. A partir de 1858, para usar la lograda

metáfora de González Casanova, Adorno será mecánico por la mañana, pues comienza a

ensayar la construcción de sus «máquinas regeneradoras» del mundo físico, mientras que

sus noches las empleará en elaborar su sistema regenerativo del mundo moral. En ese año

patentó un Nuevo sistema de metalurgia; en septiembre, un molino de vapor para moler

harina; una máquina para limpiar y desaguar atarjeas en 1861; unas diligencias de

seguridad y armas pacificadoras en diciembre de 1863, antes de un nuevo viaje a Europa;

una máquina para alzar agua en noviembre de 1865; unas armas y carros de seguridad con

nuevos sistemas en octubre de 1867, privilegios para unas máquinas destinadas a la

limpia, profundización y abonamiento de los canales, ríos y acequias en noviembre de

1870.32 Sus «invenciones», o mejor dicho, proyectos, no terminan aquí, como tampoco

fueron infinitas las negativas del Ministerio de Fomento para financiárselos, pero no por

los motivos que aduce González Casanova. Reiteradamente los comentarios secundarios a

sus solicitudes de patentes, reflejan más que desdén, un respeto legítimo y a veces

ciertamente crítico hacia sus propuestas. Adorno imaginó la construcción desde una simple

máquina para alzar agua (algo no tan simple entonces) hasta cubrir el país con ferrocarriles

32 Expediente 398, A.M.P. (Documento indisponible); Expediente 407, A.M.P.; Expediente 416, A.M.P.; Expediente 450, A.M.P.; Expediente 492, A.M.P.; Expediente 543, A.M.P.; Expediente 630, A.M.P.

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basados, para usar unas palabras muy de su gusto, en un sistema “enteramente original”. El

respeto no venía sino de su incansable trabajo y de su profundo, y hemos de creerle,

desinterés hacia los problemas nacionales –calidad de la oferta aparte.

El 20 de junio de 1861, la suerte le sonríe. El Congreso de la Unión aprobó uno de

tantos ambiciosos proyectos de su ingenio, que no obstante, no habría sido posible sin el

apoyo que Francisco Zarco le brindó. Era una oportunidad excepcional para él tanto como

un simple trabajo de obras públicas para el gobierno. Adorno no estaba deseando levantar

ostentosos monumentos, cosa que, de todas formas, se hallaba impedido como puede

juzgarse por el clima de las discusiones de la Contestación (1843): se encontraba

académicamente incapacitado. Sin embargo, pensaba en actividades estéticamente menos

atractivas aunque no menos prácticas; tareas que, por otro lado, arquitecto alguno

menospreciaba: hablamos de la limpia de atarjeas, canales, y reempedrado de algunas

calles y banquetas del centro de la ciudad de México.33 La novedad radica en el método

con que Adorno se propuso efectuarlas y la manera de organizar el gasto de las mismas

obras. Como en el proyecto se encontraban en juego cantidades de dinero no menores y,

puesto que nació preñado de conflicto al colisionar con las actividades hasta entonces

monopolizadas por el Ayuntamiento de la ciudad, el que, según relata, hizo propicia la

ocasión para que con un recurso legal, el Supremo Gobierno de consuno con el Congreso,

hartos, quizá, del tradicional y común descaro marrullero en los siempre escabrosos

asuntos de obras públicas, viera la oportunidad de poner en práctica otra forma de hacer las

cosas. Se trataba de un asunto político delicado, así que Adorno quedó altamente

33 Y este hecho es precisamente una prueba de lo último señalado en el párrafo anterior. Pues Adorno patentó para esos fines unas máquinas «1° para limpiar y desaguar las atarjeas, 2° para limpiar canales navegables, 3° para limpiar y profundizar las zanjas y abrir nuevos canales, y 4° para apisonar y emparejar los empedrados y para macadamizar las calles y caminos» (v. Exp. 416, óp. cit.). Tan sólo bastaron dos meses para que sus propuestas fueran escuchadas.

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comprometido con sus benefactores. Era, además, una invaluable oportunidad en su

carrera, así que no podía darse el lujo de errar el tiro. Se esforzó al máximo. Orgulloso,

dijo al ministro de Gobernación:

«Las calles sentadas en el presupuesto están ya comenzadas y en bastante adelanto, lo que advierto a usted para que observe la rapidez creciente que obtengo en la ejecución de la limpia». (Datos útiles, p. 6)

Para defenderse de unas acusaciones argüidas por el Ayuntamiento, Adorno

escribió entonces un opúsculo dirigido al Ministerio de Gobernación, al Poder Legislativo

y a la opinión pública de la ciudad.34 A caballo entre la verdad y la mala fe, los que

constituían al primero, argüían35 que el Supremo Gobierno y el Poder Legislativo se habían

tomado prerrogativas indebidas al imponer a su jurisdicción un proyecto que no se derivó

de los procedimientos legales estipulados para ello, que era de dudosa garantía y costoso

por añadidura; sin embargo, el Ayuntamiento omitió mencionar el hecho de que estas

obras, si bien obtenían su financiamiento de una figura impositiva concreta a la ciudadanía,

el mismo Juan Adorno quedaba comprometido por su contrato a reintegrar al

Ayuntamiento un buen porcentaje de lo que en una contrata “normal” corresponderían a las

ganancias del postulante elegido.

Pese a cualquier argumento razonable en contra de los resultados del trabajo de

nuestro personaje, este es uno de los documentos en que es perfectamente legible en toda

su crudeza las limitaciones técnicas de sus proyectos, y los obstáculos de tipo político a los

que se enfrentaba, así como la incongruencia entre las expectativas que se fijó y su 34 Adorno, Juan N., Datos útiles sobre las obras públicas de esta capital, que el contratista de ellas expone ante el público y las autoridades, México, Imp. De J. Abadiano, 1861. 35 «Sabedor el que suscribe de que el Ayuntamiento de esta capital ha hecho una representación al congreso de la Unión, desfavorable a la contrata […] Como dicha representación se ha ocultado al que suscribe y no se le ha citado para el examen de las obras, no puede conocer los términos en que está concebido aquel documento, del cual sabe sólo los fundamentos generales que se han vertido en los cabildos ordinarios por los Sres. Capitulares. Así que el soberano congreso, el supremo gobierno y el público, no extrañarán que el que suscribe se defienda asimismo en términos generales» (Datos útiles, p. 3)

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impotencia para cumplir lo prometido. Por si esto fuera poco, mentía: «Sin embargo, -decía

al ministro de gobernación- tengo muy próxima a su terminación la máquina de vapor para

empedrar y macadamizar las calles y caminos, y en algún adelanto el arado hidráulico para

la limpia de canales» (Datos útiles: 7). Mentía porque todavía en 1871 hablaba de construir

no sólo una máquina, sino una serie de máquinas para «macadamizar» (una especie de

martillo apisonador mecánico que era el mismo utilizado para la construcción de vías

férreas). Sin embargo, debe decirse a su favor, justificándolo si se quiere, que los retrasos

en el cumplimiento de los pagos de la oficina de Contribuciones (en verdad eran días

aciagos), que Adorno necesitaba para invertir en sus máquinas y en su trabajo en general, y

los ardides de sus contrincantes, contaron mucho para retrasar las obras según los tiempos

estipulados en el contrato. Tiempos de los que se valieron sus oponentes para «ratificar»

las imponderables críticas y anatemas que se le imputaron, pues, ¿no son los hechos por los

que se juzgan las cosas?...

A través de ese opúsculo dio la cara públicamente y, principalmente, intentó

deslindar toda culpa del Ministerio de Gobierno: «creo haber dejado completamente

desvanecidos los cargos que el Ayuntamiento ha hecho al Congreso de la Unión y al

Supremo Gobierno»: «como esos ataques han sido acompañados por diversas personas con

otros dardos dirigidos en lo particular al C. Ministro [Zarco] que firmó mi contrato, he

querido demostrar la lealtad, previsión y buena fe de aquel magistrado, en cuya bondad y

desinterés para conmigo, me dejó una deuda eterna de gratitud, tanto más difícil de saldarla

cuanto es más elevado y generoso el carácter que ha favorecido mi empresa sin mira

personal ninguna y sin relaciones ni amistad anteriores para conmigo, y sólo guiado por el

deseo de hacerle un bien a la ciudad y proteger los verdaderos adelantos de la industria en

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nuestro país» (Datos útiles: 18-19). Si este episodio fue una bacanal de bochornos y

vergüenzas ajenas y, a cuyo final, Adorno volvió a encontrarse «aislado, absolutamente

aislado»; acaso podemos sospechar, que había ganado, precisamente en ese señor ministro,

un amigo.

Sin duda, este acontecimiento minó su salud. Según él comenta, sin mencionar la

causa, aquella «intermitente perniciosa» (Notas, p. 2), por poco le quita la vida. Si esto es

así, supo Adorno arrostrar sus problemas y quizá para paliar su honor, puso más ahínco en

su trabajo intelectual, pues poco después vio la luz la una nueva edición de La Armonía del

Universo o la ciencia en la Teodicea. Dos años después, bajo una colección de El pájaro

Verde y la impresión de Mariano Villanueva, publica en el mes de octubre, su Memoria

acerca de los terremotos en México. De él nos dice Emeterio Valverde: «el libro es

pequeño, 136 páginas en 12°, muy mal impreso; parece que salió como folletín del famoso

periódico conservador; pero revela todo el carácter de su autor» (Crítica filosófica: 148).36

Por otra parte, sus escritos de los años 1861, 1864, 1865, 1871 y 1873 (v. tabla de

publicaciones) configuran una rama fundamental que enlaza su concepto de la ciencia y de

la técnica (más aún, nos atrevemos a aventurar: al concepto de ciencia y técnica al que se

adscribe). Se puede decir que presentan en su debida extensión un proyecto al que Adorno

dedica muchos años: un plan para la creación de canales de navegación, irrigación o

simplemente desagüe del Valle y la Ciudad de México. Pensado primariamente para la

seguridad de ésta, ese proyecto presentaba muchas más posibles utilidades. Para tales fines,

36 No obstante, Valverde no refiere explícitamente el desconcierto que le ocasionó este libro, del mismo modo que nuestro personaje en sí, a quien no duda en llamar «excéntrico» y extraviado, desde el punto de vista religioso y filosófico, y no obstante, en otro lugar, lo consideró un: «hombre de paciente y fecundo estudio» (Bibliografía: 464). Por otro lado, debe advertirse, en pro de un análisis de la recepción de la obra de Adorno, que bien podrían ser éstas palabras de Valverde el surgimiento de la imagen política con que se ha recordado históricamente al personaje.

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decía haber diseñado unas máquinas ad hoc y un mapa topográfico regional. Será

precisamente con su Carta de 1871 con la que decide presentarse en su infructuosa

participación en el concurso del proyecto de desagüe del Valle de México lanzado por el

Ministerio de Fomento el 7 de noviembre de 1872 (Adorno, Resumen, pp. 86-87).

Como “fracaso” no es una palabra que podamos encandilarle, en el año de 1873

ensayó su último y más audaz lance; mayor aún que el de 1858. En México, muchos

refirieron los problemas nacionales como «crónicos» o «inevitables», se buscaron

culpables –reales o ficticios- en todas direcciones, y una gran porción de los hombres de

Estado justificaban (como hoy todavía sucede con la tradición de los “licenciados” en el

poder) de esa manera su ineptitud, su incapacidad, y los límites de toda posible acción, eso

sí, en nombre del desinterés y la preocupación legítima por la felicidad y el progreso de la

patria. Y no es que Adorno esté exento de todo lo anterior, ni mucho menos. Pero si algo

hay de encomiable en sus trabajos, pues lo eran, es (más allá de su capacidad de previsión,

y más aún, el mero hecho de proponer un cuerpo de soluciones organizado) precisamente

ese fuego jeremiaco perceptible entre líneas que lo empuja a no callar, a no omitir, a no

cesar.37

Podría hacerse un listado de un topos en la historia de los discursos de políticos

mexicanos cuyo contenido es de amplio espectro: el de los males de México. Ya después

que los diputados poblanos, Santa Anna hablaba en 1839 de una necesidad de reformas

legales capaces de dotar al país de fortaleza económica. Por fechas muy cercanas, de los

males de México, Anastasio Bustamante los tematizaba, directa o indirectamente, de éste

modo: «La usurpación de Texas, […] el peligro que amenaza a los departamentos

37 Adorno encarna ya ese dilema de los revolucionarios latinoamericanos, el «de hacer coincidir el ardor del discurso con la realidad y la generosidad de los propósitos críticos» (Abramson: 87).

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limítrofes, hostilizados a la vez por los bárbaros; la sublevación de Yucatán; la necesidad

de comprar buques de guerra; la urgencia de completar los cuerpos permanentes del

ejército». Conjurando la tendencia a la anarquía del pueblo mexicano, sus «intrigas

revolucionarias», y hablando del principio de representación, el “centralista” J. Figueroa,

apunta: «son tan notorios cuanto graves los males que afligen a la nación: un erario

empobrecido; costumbres cada día más depravadas; inseguridad de bienes y de la vida en

un país infestado de bandidos, y a lado de esta calamidad una general miseria. El

desarreglo, la disonancia en todo, y un espíritu siempre creciente de desunión y discordia,

son los caracteres casi distintivos de la desgraciada sociedad en que vivimos al presente».

Sin duda, la literatura de los golpes de pecho es, históricamente, el deporte nacional por

excelencia. Cierto es lo que arguye Enrique Olivarría y Ferrari: «en donde quiera y por

donde quiera el hambre y la sed de una suerte mejor servía de pretexto a motines, asonadas

y revueltas, pocas de ellas inspiradas en nobles y patrióticos fines, […] sólo para mejor

encubrir los odiosos aspirantismos y ambición de una oficialidad inquieta y corrompida»

(México…, T. VIII: 8, 14, 15, subrayado mío). A estas voces comienzan a sumarse la

sospecha de una posible invasión norteamericana.

Sin embargo, al finalizar 1858, se percibe en éstas palabras de Melchor Ocampo el

giro respecto a la cuestión: «es ejecutivo –decía-, preeminente, que demos a nuestros hijos

una buena educación civil, honrosas y productoras ocupaciones; que consideremos los

destinos públicos como cargos de conciencia y de temporal desempeño y no como

sinecuras y patrimonios explotables; que por estrictas economías y justas distribuciones

gastemos menos de lo que ganamos para ir cubriendo nuestras deudas. Aún es tiempo, pero

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es acaso la última de las oportunidades» (Ocampo, Discurso).38 Y nada más. Habían

pasado ya varios meses de la publicación de los Análisis, donde Adorno ubicó las visiones

apocalípticas en su justa dimensión práctica: el efecto retórico, para dar prioridad a

proposiciones concretas capaces de “remediar” los males del país,39 independientemente de

sus posibilidades de éxito, en condiciones ideales, que son precisamente las que muy

raramente están dadas. Según González Casanova, la condena de la «utopía» de Adorno

radica en que surgió en un tiempo en el que para México, «el reloj marcaba precisamente la

hora de la destrucción» (1987: 44). Técnicamente, eso es así.

Quizá por el entusiasmo que logró despertar en algunas personas, en especial entre

los periodistas mexicanos (era muy apreciado por los de El Siglo XIX y el Monitor

Republicano), y por una estratégica y meditada campaña mediática que el mismo tejió,

logro hacerse alguna vez un espacio, quizá breve, dentro de la nómina gubernamental.40 En

1873, nos dice, «pasé de nuevo a Europa con una Comisión [científica] de nuestro

Gobierno Mexicano. En aquel viaje conduje conmigo unos cuantos ejemplares de mi obra

[la edición de la Armonía de 1862], la que regalé a otros tantos íntimos amigos, y aún

38 Y en sus momentos de mayor arrebato añadió: «¡Oh México! ¡Oh infeliz y por lo mismo para mí venerada patria mía! Oh digna cuna de los Guatimoczin y Jicoténcal, de los Hidalgos, Rayones y Morelos, de los Guerreros y Victoria, dignos modelos de fe y esperanza en tus destinos, de amor y abnegación por tus hijos! ¡Tú, dueño de todos los climas y por lo mismo de todos los productos posibles! ¡Tú, la más rica en metales de todas las tierras del globo! ¡Todo te lo dio Dios y casi todo hemos sabido desaprovecharlo!». Se puede percibir fácilmente en éste mismo discurso el impacto recibido en la opinión pública de los Análisis de los males de México: «¡Tienes la aptitud para las artes y el trabajo de sus razas indígenas! ¡Tienes el desprendimiento y la imaginación de la raza latina que se cruzó con ella, sólo te falta la laboriosidad y energía de la raza sajona! Morigérate y tus apenas entrevistas riquezas, tu posición geográfica entre la civilización cristiana y las civilizaciones del Asia, harán de ti, no la señora del mundo, que el mundo ya no sufre señores, sino el emporio del comercio, de la riqueza y bienandanza» (ibídem).39 1º Hacer de México un país independiente por su propia fuerza; 2º Nivelar los ingresos y egresos del erario base de la prosperidad, la honra y el crédito financiero de la república; 3º Dotar a ésta de una red de ferrocarriles baratos y nacionales; 4º Amplificar la producción agrícola del Valle de México y modernizar la ciudad de México (Resumen, p.8) e integrar a México a la gran familia de las naciones poderosas y civilizadas, dibujan sus grandes soluciones. (AMM: p. 6)40 Y no obstante, Adorno jamás pretendió ser un mediocre roedor del erario público, como esos gesticuladores aparentemente preocupados por gestionar los “más caros intereses del país”.

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presenté un ejemplar al Ateneo de Barcelona, a donde di en 1875 algunas lecturas sobre

Filosofía Providencial» (Notas del autor: VII). Seguramente debieron parecerle un sueño

horroroso los temas de las discusiones en los círculos científicos de la Europa de esos días.

Y no obstante, ese último viaje le dio nuevos bríos: «El buen éxito de ellas [de sus lecturas]

y las reiteradas instancias de mis buenos amigos para que publicase mi obra, a la cual

calificaban de “utilísima y oportuna”, me decidieron a verificarlo, por lo que cuando volví

a México, procuré ver el estado que guardaban los materiales impresos y por tanto tiempo

encajonados; pero tuve el sentimiento de hallarlos truncos, probablemente por el abuso de

algún mal servidor» (Ibídem). Así que a la vuelta de ese viaje reanudó una frenética labor

de escritura: preparó la «segunda época» de su Armonía, e incluso, se dió tiempo para

escribir su única obra literaria: La senda de la Felicidad. 41

Pero la mayor ambición de Adorno quedó cifrada en el primero, el Gran Libro:

aquel donde se concentrara y al mismo tiempo regulara todo el saber humano generado

hasta entonces; el Libro sintetizador (bien podría decirse una summa) de todo el

pensamiento “científico” y filosófico, de acuerdo con el principio regulador de las

tendencias que él podía leer en la Historia Universal. Bajo ese signo está escrita la edición

final de la Armonía del Universo, publicada en 1882. Desde mi punto de vista, se trata de

un libro verdaderamente singular no sólo por el tiempo que ocupó en terminarse, sino

porque en él se reflejan varias líneas de los procesos de cambio de la Modernidad.

41 Adorno, Juan N., La senda de la felicidad es hacer el bien y eliminar el mal: Drama filosófico escrito en 5 actos, México, Imprenta de Gonzalo A. Esteva, 1879.

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SEGUNDA PARTE

INTRODUCCIÓN

Todas las teorías que no estén conformes con las determinaciones de los datos empíricos son falsas. […] Los procesos acabados de cambio histórico, con sus intricadas relaciones causales, ocurrieron de verdad, y la historiografía puede falsearlos o entenderlos mal, pero no pueden en lo más mínimo modificar el estatuto ontológico del pasado: E. P. Thompson, 1981: 70.

Pero el tiempo posterior nos enseña que la ingenuidad teórica no protege del éxito: Reinhart Koselleck, 1993: 259.

El “liberalismo” mexicano decimonónico, puede afirmarse, ha conocido dos fases

que están divididas por su triunfo en las guerras de Reforma. Conocidas son las

características que adoptó tal doctrina una vez que venció a la facción “conservadora”. Una

cita de Lawrence Ballard Perry resume bien, de manera indirecta, lo que queremos señalar:

Los años que siguieron a la ocupación de la capital por el gobierno liberal de Benito Juárez a mediados de julio de 1867 se caracterizaron por una lucha por el poder. Los antiguos pleitos entre liberales y conservadores seguían acalorando a algunos elementos de ambas facciones, pero el conservadurismo estaba roto: las riquezas de la Iglesia estaban confiscadas, se había

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destruido la fuerza del Partido Conservador y estaba desacreditada la monarquía, ligada en la mente pública a la intervención extranjera (Perry, 1996: 40).

Desde mi punto de vista, no es poco pertinente preguntarse por la eficacia teórica

de una imagen historiográfica de ese corte. Más adelante se elaborará una crítica más

concreta. Por lo pronto, queremos insertar aquí algunas preguntas: ¿el triunfo de los

liberales fue un acontecimiento inmaculado?, ¿la victoria de los liberales consistió en el

triunfo de un modelo político sobre otro, tal como plantea Perry? Nosotros pensamos que

hoy por hoy, una lógica del oficio exige no escatimar la fuerza de ningún discurso

“vencido”. La omisión de un surplus que brota de lo que bajo la lente arriba expuesta

(liberalismo versus conservadurismo) da pie a una narrativa historiográfica equivoca. Uno

de los objetivos fundamentales de éste trabajo pretende señalar la hasta ahora discreta

presencia de – aparentes- “oscuros personajes” que viene a cuestionar un discurso que

prescinde de una serie de “subdiscursos” y acciones en un abanico de interlocutores cuya

presencia en este periodo y temas de discusión resulta palpable. Interrogamos la

pertinencia de un discurso institucionalizado a partir de etiquetas ontológicas superpuestas

al curso real de los hechos históricos sucedidos.

Nuestro trabajado se guiará, pues, bajo la idea de una reestructuración de nuestras

categorías analíticas de la sustancia histórica ya emprendida últimamente por distintas

corrientes de la Historia Intelectual. Nos preocupamos, pues, por las estrategias discursivas

que los contendientes usaban realmente en la arena de los discursos, sea para

desprestigiarse mutuamente pero, también, una vez asumidas algunas diferencias y

entablados algunos acuerdos grupales, esas categorías, por denigrantes que hayan sido en

su momento, fueron asumidas vaciando el significado del término de su sentido anterior.

En muy última instancia, que es determinante, ser “liberal” o “conservador” no es sino una

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manera de identificarse y ubicarse en una temporalidad –con diferentes niveles de

aceleración- que otros aceptan o rechazan. Además, un “sujeto” cualquiera, podía ser

“liberal” en un contexto, discutiendo un índice temático-político contingente o no, y ser

“conservador” en otro.42

La manera de entenderse en lo que ellos concebían (como todavía nosotros) como

Modernidad (o Modernidades) se puede, a su vez, problematizar, siempre y cuando

sepamos distinguir las interferencias que sus disputas por la velocidad de la aceleración de

la temporalidad, nos pueden ocasionar. Si casi todos aceptarán después de la Revolución

Francesa que la legitimidad de toda sociedad recae, finalmente, en la Soberanía Popular,43

no todos están de acuerdo en el grado de autoridad que los representantes estén dispuestos

a “cederle” al “pueblo llano”. Si todos dicen pertenecer a la comunidad “Soberanía

Popular” en el discurso público, en el privado no todos le cantarían gustosos sus amores.

Es necesario explicar, pues, porqué –especialmente- la segunda generación liberal del siglo

XIX mexicano simplemente proyectó construir al pueblo moderno, aunque fue en realidad

el primer socialismo quien lo presentó como actor central, extrayéndolo de la categoría de

entelequia (Illades, 2003b y 2005). Como sucedía en Europa, en México ambas corrientes

(“liberalismo” y “socialismo”) terminaron por sostener diferencias con el paso del tiempo.

O más concretamente, cada uno de esos discursos terminó por ser adaptado a los

42 Un ejemplo de la segunda mitad del XIX, no ajeno a nuestro tema es el siguiente: «lo que en buena síntesis queremos señalar es la profunda ambigüedad de lo que se sigue llamando la Ilustración hispánica, que por una parte promovió lo más positivo de sí misma, como por ejemplo la difusión oficial del pensamiento napolitano, desde Vico hasta Filangieri, por la otra lo negó, como en el caso ya citado de los cargos: nombrar a peninsulares para las Audiencias fue anteponer el principio tradicional de prelación por sangre (en este caso el nacimiento en España) al nuevo de la meritocracía (impulsado por la monarquías ilustradas). En otras palabras negar en América lo que en España permitió a los Floridablanca, a los Campomanes, a los Gálvez, lograr lo que lograron ser a pesar precisamente del nacimiento o de la fortuna familiar» (Annino, 2007: 8).43 «Reflexionad sin embargo que el derecho divino comienza a hacer transacciones: ya se le ve capitular, pues que los mismos que se erigen en tutores invocan el voto de la mayoría o lo suponen como único título valedero. Sería, en efecto, difícil conservarse uno serio ante un decreto que comenzase con la fórmula consagrada de: don Félix [María Zuloaga], por la gracia de Dios...» (Ocampo, op. cit.).

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particulares contextos nacionales asumiendo, por tanto, diferencias entre uno y otro

continente. No obstante, insertadas en el Nuevo Mundo, el proceso propio de su mutación

permanece todavía –inevitablemente- ligado a un proceso propio de mímesis-

diferenciación del otro discurso, el europeo.44 Así pues, los habitantes de la comunidad

política, a pesar de su común ascendencia y parentesco con los ilustrados y el siglo XVIII

europeo y americano, la Revolución de 1792, el Romanticismo, la creencia en el Progreso

(o la común creencia en que América era una tierra virgen donde todos estaba por hacerse),

encarnaron diferencias que sólo podrán asumirse a partir de una atenta tematización de

tópicos en disputa entre todos los participantes. La influencia de Adorno en Miramón y la

repercusión del discurso de éste en la “plataforma” de gobierno liberal y poco después,

positivista, señala sólo un caso de ninguna forma excepcional.

Éste trabajo se reduce a reconstruir ese ejemplo: el caso Adorno que, al no poderse

“fichar” como “liberal” ni “conservador”, o bien, como ninguno o como los dos al mismo

tiempo, según los contextos (cuya mera recreación no debe considerarse en sí misma, de

ninguna manera, una respuesta seria o científica-social en el buen sentido de la palabra), no

quiere ello decir que apostemos por una disolución de las diferencias para “concluir” con

nada.

1. TÓPICOS PARA UN NUEVO ESTADO

Bien dijeron los Seítas a Alejandro: “No hay verdadera amistad entre el amo y el esclavo; en medio de la paz, el derecho de guerra subsiste”. Antonio López de Santa Anna

44 Palti, 2007; Annino, 2007.

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Según una perspectiva historiográfica tradicional (acaso no vigente, mas no inútil),

las mieles del florecimiento económico novohispano del siglo XVIII, según unos; o bien la

miseria acumulada del otro, o las envidias y menosprecios entre las “jerarquías” o castas,

estimularon el discurso emancipador revolucionario: ideas y acciones, siempre de la mano,

asechando la coyuntura desde la oscuridad de la subyugación. Si no la Providencia, quiso

Francia propiciarlas, más que por humanitarismo.

Una visión historiográfica que decide posicionarse, para identificarse a sí misma, en

el polo opuesto, plantea como Elías Palti (2007) que la Independencia llegaría, da igual

antes o después, al aparecer las “esperadas” contradicciones contractualistas, en las que no

cabía marcha atrás alguna. Según éste autor, la independencia se explica más bien por una

serie de aporías lingüísticas en los conceptos políticos operantes y decisivos para la

permanencia de la legitimidad de un orden dado (el “régimen colonial”) y la configuración

de uno nuevo a partir los mismos elementos lingüísticos (básicos);45 todo esto en el marco

de la extensión de la ruptura entre espacio de experiencia y horizonte de expectativas que

transforma, en «conexión» con los mismos discursos, las condiciones semánticas de su

propia enunciación.

Sea bajo el influjo de las ideas, o bien debido a las aporías conceptuales, qué mejor

ejemplo que las historias de nuestro país para ejemplificar la profunda dependencia de

nuestra suerte a las coyunturas de los otros, especialmente de los europeos y americanos

del norte. Está claro que los grupos dominantes de la prístina patria independiente no eran

meros entes pasivos, receptáculos de ideas monolíticas y deterministas, como tampoco lo 45 Observación que por otro lado, me parece encomiable: «ningún presente se engendra a sí mismo, y que toda situación nueva surge necesariamente de un pasado, sea éste próximo o remoto. […] La hermenéutica gadameriana ha insistido suficientemente en este punto: sin tradición no hay fundación, y la mera idea de la tabla rasa, de un arranque absoluto e incondicionado, es inconcebible y radicalmente ajena a la razón histórica» (Fernández Sebastián, 2005: 4).

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serán los otros grupos sociales jerárquicamente subordinados, atentos lectores de cada

momento político y de sus repercusiones (lo contrario es sólo poiesis colonialista). Bajo

ese mismo compás, mientras tanto, los «grandes hombres» tuvieron que ir aprendiendo el

arte de la prognosis. Se veían obligados a hacerlo, puesto que, siguiendo un postulado

imprescindible en la Historik de Koselleck, a nuestro juicio, la pregunta de mayor

pertinencia que recorre todo el siglo XIX latinoamericano era: ¿seremos griegos o

bárbaros?46 El problema radica en que los griegos47 nos vean como tales y no como «no-

nadie» o «ninguno».48 Así pues, México pronto supo que su camino “natural” estaba

orientado hacia la construcción de un Estado moderno, laico49 –en sentido decimonónico-.

Un dilema nada sencillo,50 dada la dificultad para sentar esa «unión más cordial» que 46 Sin duda, como señala Juan Arana: «afirmar el ser y negar la nada es lo más natural y coherente; al fin y al cabo el ser es algo positivo, mientras que la nada es pura negatividad» (2001, p. 20).47 ¿Es griego, habla griego?, preguntaba Sócrates/Platón en el Menón como premisa imprescindible para la validación del decir de algún interlocutor extraño –un pequeño ejemplo de la «contemporaneidad de lo no contemporáneo».48 Para Karl Schmitt: «La guerra procede de la enemistad, ya que ésta es una negación óntica de un ser distinto»; así, el antagonismo no es lo opuesto de la política, «sino el presupuesto siempre presente como posibilidad real y que determina de modo particular el pensamiento y la acción del hombre, provocando así un comportamiento político específico» (citado en: Villacañas: 81 y Palti, 1998: 29).49 Para Elías Palti: «el carácter secular no se define por las creencias individuales, sino por las condiciones objetivas en que dichas creencias se desenvuelven. Ciertamente, la inmensa mayoría de la población cree aún hoy en Dios. Si sólo tomamos en cuenta las “ideas” de los sujetos, es probable que concluyamos que no estamos demasiado lejos del siglo XIII» (2005: 42).50 El 24 de octubre de 1840, Anastasio Bustamante en una proclama donde condenaba rotundamente la segunda propuesta monárquica - la famosa carta de Gutiérrez Estrada-, dice: «Como primer magistrado de la nación, aprovecho la oportunidad que me ofrece este acontecimiento no sólo para cumplir una de mis más sagradas obligaciones, sino para dar de nuevo testimonio público de la decisión invariable del gobierno para sostener las formas republicanas […]. Cualesquiera que sean las desgracias que aflijan a los mexicanos, jamás se arrepentirán de la elección que han hecho de las instituciones republicanas. Un cambio tan ominoso agravaría los males públicos, […] poniendo en inminente riesgo la cara independiente de la patria. Para defenderla y hacerla respetar en el mundo civilizado, yo os recomiendo […] la unión más cordial…» O unos meses después, el 1 de enero de 1841: «Si el Ejecutivo, señores, no ha de estar suficientemente autorizado; si sus actos y los del Congreso general se han de anular por otro cuerpo desconocido en las instituciones modernas, no tengáis la menor esperanza de felicidad pública. […] Apelo, señores, a la experiencia de estos últimos años, y a las instituciones que han adoptado el sistema representativo» (Olivarría: 20-21, 22; subrayado nuestro). Ciertamente, el cambio no era ni fue fácil pues, de algún modo, implicaba la exigencia de unos usos y costumbres reglamentados (es decir, escritos) lo más disciplinados posibles (es decir, ideales). De todos modos, detrás de la necesaria disciplina se hallaban los ejércitos nacionales (o de la OTAN también ahora) para reavivarla. Resultan muy curiosas las paradojas que han implicado el cultivo de la –sin duda encomiable- educación ética ilustrada mediante el recurso a la fuerza. Desde esta perspectiva, cómo podrían dejar de ser ilustrativas las máximas schmittianas como esta: «sólo es enemigo el enemigo público». Asumir los supuestos del Estado moderno implica, hoy como entonces, la posibilidad de una coexistencia pacífica (al menos formal), y con algo de suerte, la “maquiavélica” habilidad de hacer de nuestro enemigo un amigo.

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Bustamante pedía (al menos formalmente) ante el nada desdeñable factor de la irreductible

pluralidad de acuerdos entre los grupos participantes en la arena socio-económica y

política.51 Precisamente porque cabe la categoría schmittiana del amigo-enemigo al interior

de esa entidad llamada nación, no podemos negar la presencia de la categoría de lo

publico-secreto (y por tanto la de dentro-fuera) porque, justamente, «del peligro surge la

necesidad del secreto, tanto como de la defensa surge la necesidad de lo público», y sólo

por ese par de binomios, «se explica a su vez la diferencia entre política interior y

exterior».52 Si la pluralidad de historias es posibilitada precisamente por la pluralidad de

grupos, la inversa ya no es idéntica sino que refleja “refracciones”: ahora ellas tienen «que

51 Valga como ejemplo el indignante y descarado vapuleo de los diplomáticos europeos y norteamericanos a la cosa pública nacional. Uno de ellos, menor pero bien significativo, en contradicción franca con la exigencia de los imperativos categóricos “civilizantes” e ilustrados fue la “indignación” del M. de Saligny ante la expulsión de su homólogo español, el prelado Pacheco –persona non grata-, agitador empedernido y exaltado amante de exquisitos placeres. «El ministro francés –nos recuerda Ralph Roeder- impugnó la expulsión del nuncio, y dando rienda suelta a su indignación declaró, en un violento altercado con Ocampo, que el Emperador de los franceses [Napoleón III] vería la afrenta al soberano pontífice como una ofensa personal. Ocampo hizo caso omiso de sus expostulaciones. Tanto el gobierno como la prensa no tardaron, sin embargo, en darse cuenta de que el nuevo ministro francés era un diplomático que pretendía, y que merecía, que se le tomara muy en cuenta». (1972: 411). 52 Nosotros aceptamos el postulado óntico de esta perspectiva y no su base ontológica, que en todo caso deviene como parte de la herencia heideggeriana en Koselleck. Desde nuestro punto de vista, al eliminar todo sentido (o teleología en realidad) al ser-ahí (hombre) en el mundo (el-ser-en-el-mundo), Heidegger se permite, en consecuencia, mundanizar, según él, o mejor, someter al dictado de una especie de “Fortuna” la relación entre el ser-ahí y los utensilios (lo más mundano de lo óntico). En palabras de Eusebi Colomer: El ser-ahí se mundaniza cuando «permite en cada caso que le salgan al encuentro entes en la forma de ser del utensilio». La interrelación ser-ahí/utensilio deviene fenómeno del mundo, interactuando sobre la “mundanidad del mundo”. A partir de ello, este “mundo fenoménico” deviene un «sistema relacional y significativo y les confiere así la unidad de un mundo. De ahí que para Heidegger el problema de la realidad del mundo externo carezca de sentido. Kant tuvo por un escándalo de la filosofía la ausencia de una demostración apodíctica de la realidad del mundo. Heidegger piensa más bien que el escándalo consiste en que esta demostración sea todavía esperada y exigida». (T. III, 2002: 511 y ss.) Consecuencia de ello vendrá a ser la natural admisión en Koselleck de las diferencias entre los que mandan y los que obedecen, es decir, «el hecho de que siempre existirá esa relación», tal como lo ha identificado José Luis Villacañas (Faustino Oncina ha dicho otro tanto en su introducción a Aceleración, prognosis y secularización). Por eso mismo, señala este autor, para Schmitt, es precisamente en la aceptación de esa relación entre un mando superior sobre un «ordenamiento inferior» donde se ubica el «cierre y la autonomía de la esfera de la política, pues según el politólogo, si no existe un «mando y obediencia» de carácter público, no puede haber claridad en la noción del amigo y enemigo, de donde se desprende que «nada diferente se quiere decir al mantener que el soberano, el que manda, decide la diferencia entre amigo y enemigo» (Villacañas, 2003:84-85, 87). Precisamente Villacañas ha referido antes otras posibilidades que no se cierran en Heidegger para fundar la finitud de la existencia humana como condición posibilidad de la res gestae y de la res fíctae y redimensionar la Histórica bajo otras perspectivas. Omar Acha y el mismo Villacañas serán faros en este derrotero. Por último, basta señalar el análisis de Pierre Bourdieu: La ontología política de Martin Heidegger para corroborar los delicados presupuestos de tales planteamientos.

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ver justamente con esa diferencia entre lo que se dice para dentro y para fuera, lo que se

dice para mandar y para obedecer, lo que se dice en público y en secreto», en suma, que

estas mismas categorías redundan en la pluralidad de historias que los miembros de un

grupo se cuentan para permanecer unidos en «compromiso de unión» y en «compromiso

de la verdad». Pero sin un relato unificador, sin una diacronía estable, los grupos no

pueden perdurar, pues son tales diacronías las que transmiten la imitación de prácticas o

acciones, capaces de establecer instituciones. Así, según Schmitt y Koselleck, mientras los

enemigos «puedan darse muerte, no hay peligro de que los grupos políticos se conviertan

en un único grupo. Si esto fuera así, la política dejaría de existir y sería sustituida por la

moral». Nosotros hemos de seguir más bien otro derrotero, y probaremos con mirar la

Historik en una de sus dimensiones poco menos atendida –sino es que negada por quienes

se han asumido como practicantes de la Begriffsgesgichte-: su relación con «las diferentes

ciencias sociales», y en preguntar cómo «se relaciona con la sociología» (Villacañas, 2003:

81-87). Así pues, nuestra visión de los proyectos de construcción del Estado laico están

lejos de esa concepción temporal monolítica reductible al par antitético progreso/reacción,

si bien ésta es un arma punzante predilecta en la guerra de partidos o grupos de interés que

pugnan por privilegios (desde prebendas territoriales a un trozo de pan, desde fueros hasta

libertad de prensa y opiniones, desde buenas raciones presupuestales hasta la prórroga de

las onerosas obligaciones fiscales del ciudadano común) para posicionarse dentro de los

espacios institucionales del Estado y buscar perpetuarse generacionalmente dentro de él

por diversas estrategias: ya de parentesco o amistad, y como sucede a menudo, no

exclusivamente en el caso latinoamericano, por toda una serie de costumbres

paternalistas.53 Nosotros queremos poner el acento –aquí, lamentablemente, como 53 No olvidemos que se trata también de revisar argumentos que plantean de una manera muy fina la defensa de un discurso historiográfico que no se deslinda de una política económica bien terrenal. Tomemos un

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trasfondo- en el hecho de que, en las nuevas reglas del juego, aquellas sin las que no puede

existir propiamente un Estado como tal, las demarcará, además, y en buena medida, la

pugna entre las diversas formas de religiones humanitarias y la Iglesia Romana, pues es

precisamente en ese campo fundamental de lo simbólico donde se percibe la centralidad de

lo que se va a señalar: puesto que una de las características de las sociedades modernas es

que sus historias transcurren más que en el espacio, en el tiempo,54 la pugna por el

“monopolio” de las proyecciones futuras se volvió un asunto sumamente delicado.55 Pero

la insistencia de los nuevos “profetas” (que proponen religiones en su mayoría cristianas,

pero no católicas) en las promesas de la técnica no es gratuita. Koselleck ha señalado que

la independización de las sociedades respecto de sus necesidades de la naturaleza y del

tiempo de los ciclos de ésta, ha sido posible gracias al desarrollo técnico-industrial

(1993:130). Lewis Mumford, ha sostenido que el soldado, el minero, el técnico y el

científico56 (sectores sociales que están en la base de los discursos de esa naturaleza de los

ejemplo: «Por otra parte, la historiografía conservadora católica y la nacional-populistas siguen atacando el liberalismo tachándolo de “eurocéntrico”, “extranjero” etc., culpable de no ser compatible con las “idiosincrasias” americanas, sin darse cuenta de repetir exactamente las mismas acusaciones que hace un siglo se utilizaron en el Viejo continente para el mismo efecto» (Annino, 2007).54 Ahora bien, no olvidemos que esa nueva conformación de la temporalidad exige una nueva espacialidad. Como Ottmar Ette apunta: «No olvidemos que fue por primera vez en el siglo XVIII cuando los relojes, cada vez más precisos, permitieron a los navegantes determinar con mayor precisión la longitud» de un nuevo «espacio y tiempo [que] no sólo están íntimamente relacionados, sino que también se acoplan al tiempo del espacio propio» (2001: 19). Pluralidad de espacios, pluralidad de tiempos con distintas velocidades.55 Sólo bajo esa lente puede entenderse de otra forma las coordenadas espaciales del Liberalismo, que para Annino apareció como: «un paradigma internacional […] nuevo (en aquel entonces), que redefinió la manera de mirar a las complejas relaciones entre constitución política e histórica de un país. Un paradigma que se quedará a lo largo del siglo XIX en todo el Occidente, y según el cual la vigencia exitosa de una moderna constitución política, define la nueva frontera entre civilización y barbarie, entre libertad y despotismo. […] Su éxito en el imaginario occidental fue tal que sus argumentos adquirieron el estatus de verdades evidentes, inmediatamente perceptibles por cualquier observador que se consideraba parte de la “opinión pública”» (2007: 4). Para nosotros, Occidente (en aquel entonces) era más que Liberalismo. De ahí que sea importante recrear en la medida de lo posible el espacio de los campos en que el Liberalismo encuentra su lugar, y no pensar sólo en ver Occidente a partir de la «historia de la cuestión liberal».56 Ya en sí «la industrialización puede considerarse igualmente una operación militar en gran escala». Esto es, «la asociación entre el soldado, el minero, el técnico y el científico es antigua. El considerar los horrores de la guerra moderna como el resultado accidental de un desarrollo técnico inocente y pacífico es olvidar los hechos elementales de la historia de la máquina» (Mumford, 1971: 105 y ss.). Al respecto cabe un comentario de P. Bourdieu: «El conjunto de las transformaciones tecnológicas, económicas y sociales […] son correlativas del nacimiento y del desarrollo de las ciudades». A su vez, también «la aparición de las

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philosophes), conforman la base económica de los grupos de interés de estas nuevas

sociedades, de las que, en México, la región de Puebla podría proporcionar valiosos

ejemplos descansando en dos polos: primero, la Constancia Mexicana señalando el

despliegue “moralizador” de una naciente burguesía originaria de las filas militares (al

respecto v. Illades, 2001b). Alberto Santa Fe, quien se definió como simpatizante del

socialismo, sería otro ejemplo singular y opuesto.

Por otro lado, nuestro país no podía escapar al radio de alcance de esos terremotos

epistémicos del mundo “griego” que se suscitaron paralelamente a la pérdida del

monopolio sobre la temporalidad que después de la Iglesia, la monarquía absoluta poseía.

Al mediar el siglo XIX, el panorama intelectual de Europa cambió cuando la tradición

“materialista” entabló nuevamente discusiones con otros discursos también filosóficos. En

éste nuevo contexto, conforme el concepto de ciencia de los primeros comenzó a cobrar

influencias, a ocupar espacios institucionales y a crear otros tantos nuevos, en tanto

escuelas con conocimientos cada vez más definidos, relevaron – dicho sea en un sentido no

teleológico- las formas epistemológicas de abordar el mundo que en el periodo

inmediatamente anterior se elaboraron y valoraron (Burrow, 2000; Di Filipo, 2003, Charle,

2000). Nuevos discursos políticos, tecnológicos, espirituales y científicos estaban

cuajándose. Bajo el acicate de la pluralidad naciente de discursos científicos (pero también

políticos) que proyectaban su sociedad al futuro, se encuentra el surgimiento del punto

siguiente.

Como en Europa, y en cierto modo, con mayores libertades, nuestro país vivió al

mediar el siglo, según Carlos Illades (2003a y 2005a), una expansión de la prensa periódica

grandes religiones universales están asociados a la aparición y el desarrollo de las ciudades» (2006: 37).

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manifestable en una rica diversificación de publicaciones que se iba afianzando a pesar de

un visible estancamiento económico.57 Mientras las Leyes de Reforma declaraban “oficial”

la fractura del Estado-Iglesia, entre estas partes surgió una guerra por el control de sus

soberanías, es decir, por el control y la lealtad de las «conciencias».58 De hecho, no fueron

pocas las voces de la misma prensa que señalaron el notorio nivel de vida y cierta doble

moralidad en los representantes de la Iglesia. El mismo obispo Labastida, ya en el exilio,

decía ver en esos ataques «el avance del socialismo en este seguro desenlace». En

Guadalajara, uno de sus pares, Pedro Espinosa, especulaba que tal agresión estaba

sustentada en el jansenismo: su sospecha se fundaba en que tal doctrina se solapaba con

argumentos similares a los que la prensa y, cada vez con mayor insistencia la «sociedad

civil», les venían espetando: falta de apego a las normas de conducta propias del Clero

según las Sagradas Escrituras.59 Producidos dentro de sus propias condiciones de

posibilidad, pronto harían acto de presencia otras voces aún más radicales, que la Iglesia no

se imaginaba, pero que tampoco el sismógrafo de la historiografía no ha apreciado en su

especial importancia, esto es, precisamente en su función de ariete del “pilar” escatológico 57 A su vez, dicho como Bourdieu (1997), esto señalaría el crecimiento en importancia social del «capital cultural», que, según Charle (2002), resulta imprescindible para la consolidación profesional y conquista de espacios públicos de una “intelectualidad” autónoma. 58 La aparición en la Europa decimonónica de «mitos sociales e ideologías políticas de salvación que no sólo suponían, sino que habían de precipitar también el derrumbamiento de la tradición», su competencia política, y en cuya rivalidad «el cristianismo se encontró también puesto en cuestión indirectamente. La Reforma sólo había destruido la unidad de la Iglesia, pero a consecuencia de la Revolución francesa perdió sobre todo su función integradora para la sociedad burguesa. En otras palabras, el cristianismo se vio reducido a la categoría de partido» (Koselleck, 1976: 289 y ss.). Ciertamente, estamos de acuerdo con Annino en ver «La cuestión liberal [como] hija del art. 16 de la Declaración de los Derechos de 1789: “Una sociedad que no asegura la garantía de los derechos, ni la separación de los poderes, no tiene constitución”» (op. cit.: 4); pero no coincidimos con él en la tesis obligada que de esa observación se desprende: el Liberalismo como hijo primogénito, consentido y legítimo de la Revolución de 1789. 59 «Para mediados de los años cincuenta estas ideas y actitudes se habían esparcido a buen número de funcionarios no sólo en el gobierno federal sino, como hemos visto, en los ayuntamientos y prefecturas del país [y] el cura párroco hasta el obispo iban perdiendo cualquier aureola trascendental y eran juzgados cada vez más como ciudadanos y cristianos […] se les encontraba carentes de las mejores dotes que eran de desearse y por contrapartida se estimaban los laicos suficientemente capacitados para criticar y exigir, y no sólo obedecer». En el mejor de los casos, la naciente opinión pública reclamaba «un catolicismo que apelaba al Evangelio y la pureza en la práctica de la fe que se asociaba con los primeros tiempos de la Iglesia, como lo hacía el jansenismo» (Connaughton, 2002: págs., 1001 y ss., 119-120).

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en el que se funda el Estado del “Antiguo Régimen”; pilar que, por otra parte, resultó ser

mucho más flexible y camaleónico de lo que ellos quisieran,60 tanto como la misma

tradición a la que los aspirantes pertenecían...

Decíamos, en la Introducción, que el liberalismo mexicano ha tenido dos fases que

están divididas por su triunfo en las guerras de Reforma. Elías Palti (1998 y 2005),

siguiendo a Louis Hartz, ha señalado ya las pretensiones universalistas que adoptó tal

doctrina en su traslación de Europa a América. Mientras nosotros nos preguntamos si la

narrativa historiográfica “liberal”/”conservadora” posee solidez suficiente, éstos autores

sostienen que tal “vocación” universal se hizo más patente una vez que su triunfo sobre la

facción que se denominó a sí misma conservadora fue total.61 Frente a ésta visión, ¿se

seguiría, por tanto, que el conservadurismo ha tendido a resaltar, independientemente de la

pluralidad del abanico de sus opciones, la valoración de la “particularidad” del terruño?

Naturalmente, la respuesta es negativa.

Aunque para el caso francés, la obra de Paul Bénichou (2001) ha venido a señalar la

presencia de nuevos actores y de nuevas e ideologías surgidas de la misma Modernidad. Su

obra plantea, de una manera comparativa frente a nuestra historia, una serie de preguntas

inquietantes. Sobre todo, invita a solventar las grandes lagunas, a veces escandalosas que

en ella quedan desnudas. Planteemos una de tales interrogantes; una, al menos bien

representativa: el hecho de que a poco más de un mes después de promulgar la Ley de

60 El catolicismo también hizo su propia aportación a la teoría del Estado en México, su contribución elevó «el “pueblo” a un nivel más relevantes en el discurso político del país, y su aportación a un nacionalismo trascendente que daba visos de integrar coherentemente el pasado, presente y futuro de la nueva nación, todo en el corto lapso de 1821-1853» (Connaughton, 1996: 353). Esto se revela como un claro ejemplo de la asunción del catolicismo como partido a la par de su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos.61 Ciertamente, puesto que los que a sí mismos se denominaban liberales frente a sus opuestos, –como se verá-, siguiendo la tradición de Mora, terminaron por decidir quién tenía derecho a decir qué es y qué no es la verdad.

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Imprenta, Juárez e Ignacio Ramírez proyectaron como libro primordial de enseñanza el

Catecismo político constitucional de Nicolás Pizarro y, un mes después, su programa de

ampliación de la educación pública.62 ¿Cómo explicar, pues, la vinculación entre

liberalismo y espiritismo, entre una doctrina de la libertad enlazada con doctrinas

sospechosamente “irracionalistas”? ¿Cómo responder a la familiaridad con que los mismos

prohombres de la historiografía de cuño apriorístico liberal, como Melchor Ocampo, se

aferraran a ideas que van precisamente en contra de su etiqueta historiográfica?63 Toda

revisión aquí sugerida, no se funda sino en la observación de las acciones e ideas de los

mismos personajes históricos, las cuales se contraponen, a veces radicalmente, al “binomio

ontológico” que funda el modelo relacional de grupos que propone nuestra tradicional

historiografía.64

Así pues, en la historia mexicana, las relaciones de amistad y enemistad no son de

ninguna manera reducibles a la oposición liberales/conservadores, como ya se ha apuntado.

Más allá de la presencia de otros grupos en cuestión, se trata de saber cómo se pernearon

todos ellos.65 En la apuesta por ese rumbo, en el siguiente capítulo se plantearán las 62 González y González, 1986: 111; Illades, 2005a: X-XI y 2008a: 81. Lo cual es extraño, porque como nos recuerda Paul Bénichou, al liberalismo europeo le repugnaba «la idea de constituir un dogma social moderno» (2001: 43). Y en esto encontramos ya otro punto de quiebre respecto a los liberalismos desarrollados a ambos lados del Atlántico. Por otro lado, como señala Carlos Illades para el Catecismo de moral (1868) de Nicolás Pizarro, la mayor parte de los catecismos escritos por los socialistas románticos, tenían por objeto fundar «nuevas bases morales», así como «llenar el vacío dejado en la educación pública por la moral religiosa» (2005a: XI) no menos ajena a un concepto particular de lo divino.63 « El gran trabajo de que hoy se ocupa y que tiene que desempeñar el espíritu humano, es el de hermanar el dogma político, la soberanía del pueblo, con la moral, haciendo conocer sus enlaces y volviéndola perceptiva, para que en la vida interna rija al hombre por la convicción, que es la verdadera autoridad. Ya para la externa se tienen la policía y el deseo de conservar la reputación, deseo que el vulgo llama el ¿qué dirán? como correctivos de los que se separan del sendero de lo recto» (Ocampo, op. cit.).64 «Los teóricos del liberalismo en nuestro país fueron adversarios constantes del socialismo. [Pero] Coincidieron en más de una de sus críticas, con las de los conservadores» (García Cantú: 11).65 Responder, por ejemplo, por qué Ocampo llegó a negar el principio esencial de la “política deliberativa” con estas palabras: «Nos han educado en la adoración del yo y héchonos creer que el yo es el todo y que el prójimo es el simple medio de alcanzar tal o cual satisfacción, tal o cual ventaja. Aún no aplica la humanidad para el uso de cada individuo, pero si siguiese el camino de los místicos: sálveme yo y el mundo quémese, llegaría a practicar el desahogo que la saciedad de todos los placeres y el desprecio a todas las personas, dio a Luis XV en la cínica, misantrópica y execrable exclamación de ¡Tras de mí el diluvio! […]

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coordenadas políticas, económicas y sociales que se desprenden de algunos escritos de

Adorno, de los pertinentes. Ahí se buscará reconfigurar los índices temáticos en el que

bandea su participación política en la vida nacional.

2. PECULIAR TRAYECTORIA DE UN PECULIAR “CONSERVADURISMO”

La década de 1840 no sólo fue intensa en el fragor de las armas, sino también en el

plano discursivo de los “partidos”. Al comenzar la siguiente, las posiciones encontradas

habían tomado un lugar más o menos definido dentro de los nuevos lenguajes políticos

modernos (Palti, 1998). Aquí se indagan las opiniones esotéricas políticas de carácter

público66 de Juan Adorno sobre qué es lo que tiene que ser la política (y la política

económica), la sociedad civil y su moral, la opinión pública, la burocracia, la academia, el

ejército y la Iglesia. Las respuestas de nuestra traducción historiográfica a la manera de

interrogar los documentos nos llevan a creer que estos conceptos y nociones pueden ser

índices que reflejen su manera de percibir los procesos de ruptura, «temporalización»67 y

«aceleración» de las categorías temporales (de experiencia y expectativa), pero también las

formas de sociabilidad, las identidades que asumió de diversos grupos sociales de los que

La tendencia de tales doctrinas ha hecho que en México quiera resolverse este insoluble problema; hacer que la administración pública ande con la misma regularidad que los astros, a condición de que yo (dice cada ciudadano o habitante) no contribuya en nada, ni con mi fortuna, ni con mi persona. Aún es peor: ha producido, que en el concepto de muchísimos el no interesarse en las cosas de la patria, y esto aun cuando vivan del tesoro público, se tenga por una especie de virtud ... ¿Virtud el egoísmo? ...Y hay gentes tan faltas de todo decoro, que se jactan de no pensar más que en ese yo, presentado así en su más asquerosa desnudez» (Ocampo, op. cit.).66 Como contrapuntos ricos en representatividad, insertaremos de vez en cuando tesis de otro grupo de escritos de carácter también esotéricos, pero menos amable a las autoridades. Se trata de escritos de carácter moral que nos ayudan a desnudar las estrategias discursivas de Juan Adorno para promover, a su modo, las reformas socialistas qué su consideraba urgentes al país. Ruego al lector, mantenga siempre esa tensión discursiva, pues resulta muy útil para la lectura de los capítulos subsiguientes. 67 Agradezco al Dr. Brian Connaughton sus críticas respecto al término «secularización», las cuales me han servido de plataforma para asumir una amplia distancia respecto a esa figura analítica conceptual del aparato teórico de Koselleck. Así, dicho término, ha sido sustituido por el de «temporalización», de carácter más empírico y menos sujeto al radio de influencia koselleckiano de sus preocupaciones filosófico-históricas.

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formó parte y, en fin, cómo estructuró los valores que orientaron su vida. Por otro lado, en

su conjunto refieren una propuesta sistemática como no se había planteado en México al

menos desde las reformas borbónicas (nuevamente, más allá del maniqueísmo

progreso/retroceso), esto es, la conformación de un «Estado moderno»,68 lo que nos llevará

inevitablemente a indagar sus consideraciones sobre la “naturaleza” de la constitución

ideal, y, en última instancia, sus tesis “contractualistas”. Se planteará, asimismo, el alcance

a nivel político factual, y en la manera en cómo sus tesis sociales, políticas, económicas y

tecnológicas llegaron, si no a transformar (una tesis así resulta ingenua), sí a condicionar o

repercutir en la lectura de los acontecimientos políticos, desde la Guerra de los Tres Años,

el punto de vista de un personaje clave. La lectura de sus planes y manifiestos nos

revelarán un regusto retórico al más puro estilo de Adorno. Su presencia en éste (para

nosotros) momento sumamente importante de la historia nacional explica sus

participaciones públicas anteriores y posteriores.

Considero que este es el lugar para advertir el peligro que resulta de buscarle un

sitio a Adorno entre los conservadores, o al menos, de sostener con ellos algunos puntos

“paralelos”. De todas formas, pongamos sus tesis en posición comparativa con las de

Lucas Alamán. Su interés común en la industrialización nacional y en el saneamiento de

las finanzas públicas, si bien parten desde, al menos, unos habitus, una raíz socio-racial-

económica, unos puntos de vista muy “familiares” dentro del «espacio social» (Bourdieu)

relativamente común.

68 «Buena parte de las "reformas" borbónicas se dedicó a una "moralización" del gobierno corporativo mediante un esfuerzo para someterlo más estrechamente a la vigilancia de los jueces civiles, oidores o alcaldes» (Annick Lemperiére: 47). O dicho con Palti: «Resulta comprensible, pues, que […] entre los reformistas borbónicos de mediados del siglo XVIII y los reformistas liberales mexicanos del mediados del siglo siguiente se encuentren analogías fundamentales» (2005: 41-42). Nuevamente la crítica: en realidad, el reformismo trasciende el marco de liberalismo, como Adorno mismo lo ejemplifica.

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I

Recordemos con Elías Palti que todavía a mediados de siglo, el partido conservador

era visto como el defensor de la independencia nacional frente al liberal partido

anexionista (1998: 7) de la Unión Americana –un rasgo que por cierto permeó los habitus

de la política económica de los gobiernos de “Licenciados” posteriormente habidos. La

postura concreta que Adorno asumiría, coincidiendo naturalmente con Alamán, dentro de

ese marco, fue la primera. Siempre fue así, lo que curiosamente en su Resumen (1873) se

revelará como una feliz coincidencia con los «liberales prácticos» como Sebastián Lerdo.

Volviendo a Alamán, el punto de partida no tendría porque garantizar sujetos con

conductas paralelas afines, salvo que partamos de un apriorismo -sin embargo, tal punto de

partida no deja de ser referencial. A la altura de la década de 1850, ambos tenían una total

divergencia en cuanto al contenido del sentir religioso nacional, o respecto a su particular

“opinión” de las «formas» republicanas de gobierno, por no hablar de su opuesta

percepción en la posibilidad de existencia de “leyes justas”. Mientras que para Adorno «el

prestigio de la ley» descansa en su «apoyo moral»; para el viejo Alamán, toda verdad que

se plantee como ley natural inmutable viene a ser lo mismo que una verdad revelada (Palti,

1998: 57). Si bien el concepto del Estado colonial para Alamán estaba ya roto, no hay para

él religión nacional fuera del catolicismo. Adorno, en cambio, se considerará practicante de

la religión “Providencial”. Mientras que para el primero, las formas de gobierno

republicano-democráticas terminan por ser una bagatela ridícula; para el segundo no hay

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posibilidad de buen gobierno si no es a través de ellas. Sin embargo, muchos

conservadores realmente seguían creyendo que la fórmula de una monarquía constitucional

era lo que más convenía a México –aunque muchos de ellos no estaban políticamente

activos en el país (Vigil, 1985), pero no todos ellos pensaban lo mismo. Hasta ahora, ha

pasado desapercibido el primer intento en el país de un gobierno bonapartista de la clase

militar como medio de solución radical de la guerra civil. Un bonapartismo mexicanizado

para los mexicanos. La intervención de Adorno hará saltar en su opúsculo la presencia y el

estímulo de esa opción de gobierno, pero también denota las diferencias de importancia no

menores que al fin y al cabo guardaban los militares con la opción “retardataria”.

Esta comparación entre las tesis de Adorno y las del conservadurismo –de lo que

Alamán sólo es una parte de él- conlleva, por cierto, la pregunta por la posición que

Adorno guarda respecto a la ideología “hispanoamericanista” o la inmigración europea,

temas todos ellos caros, según nuestra tradición historiográfica, al conservadurismo.

Pongamos algunos ejemplos recogidos de su escrito de 1858:

«Yo amo la nación inglesa […] por eso me duele [que] […] se desconozca la importancia de primer orden que hay, para el antiguo mundo, de relevar a México de la postración en que se encuentra, y de apoyarlo hasta alentarlo a atraer una emigración útil y vivificadora; porque entonces este rico país haría el resto, y el equilibrio del nuevo mundo garantizaría el del antiguo» (AMM: 54). 69

Pese a la posible interpretación “entreguista” de éste párrafo, en realidad, Adorno

inocula con su opúsculo en la opinión pública una visión más crítica, una indignación

resultante de nuestra dependencia hacia el exterior.70 De hecho, no me atrevería a afirmar

69 Por esos días «El partido Conservador por su parte dirigía “sentidas exposiciones” a Napoleón y al gobierno inglés, pidiéndoles la protección que tanto necesitaba; mas por entonces no se llegó a ningún resultado, pues el emperador declaró que no obraría sino de acuerdo con España, que se mostraba remisa, abrigando la idea de que se ofreciese la corona a un príncipe español, y con Inglaterra, que exigía a su vez la cooperación de los Estados Unidos» (Vigil, 1985: 4).70 «Yo no entraría [porque en efecto entra] en detalles analíticos de la deuda inglesa, si su triste historia no fuera un ejemplo elocuente de lo ruinoso que son esa clase de préstamos para los países nacientes y débiles como México, y de este modo poner en guardia a la nación para el porvenir, alejándola cuanto sea posible

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una posible negativa de Adorno al panorama de las relaciones diplomáticas de México con

el extranjero poderoso que ya planteará posteriormente el mismo Vigil. Un solo cuadro de

datos dice lo que Adorno piensa en verdad de la intervención extranjera (AMM: 59). Ante

todo, su desengaño viene de su lectura misma de la deuda externa, de la que llega a decir

con un molesto orgullo: «Esta suma no es alarmante sino por su origen y por las

tremendas circunstancias en las que nos hallamos»:

«Las naciones deben tener, como los individuos, una conciencia; y por una parte digo a México que aunque pobre y desgraciada, conserve su honor y que jamás repudie su deuda, como lo han hecho países menos escrupulosos» (op. cit.: 58).71

Evidentemente, Adorno vive una contradicción: como sansimoniano/furierista (y

con las posibles contradicciones que esa asociación de suyo implican), quisiera que el

mundo “civilizado” alentara la cabida de las naciones en ciernes72; por eso para él,

«Inglaterra y México están en el caso de no fundar sus relaciones en lo que son, sino en lo

que deben ser» (op. cit.:58). Sin embargo, sabe que eso no es posible si México no se

inserta en el concepto sistémico de Estado moderno, lo que implica necesariamente, un

desarrollo institucional –para él- fuera del marco de las monarquías.73 Sin embargo, el –sin

de contraer compromisos que la humillen y comprometan, o nulifiquen su independencia» (AMM: 54-55, subrayado mío). En efecto, los números que da Adorno son escandalosos (conf. págs. 55-57 del AMM), y por tanto se atreve a exclamar: «¡Y estos son los intereses que se invocaban como protectores naturales de México, y los que verdaderamente amenazan la vida política del país!» (op. cit.: 57-58). 71 Sobre las relaciones internacionales, éste era el sentir de Miramón en 1859: Yo por mi parte, «las promoveré con el mayor empeño, atendiendo en primer lugar á sus justas reclamaciones, hasta donde alcance la posibilidad de la República, observando estrictamente los tratados, creando verdaderos motivos de que tengan interés en la independencia, en la pacificación y en la prosperidad de México, y sobre todo, buscando su benevolencia por una justificación intachable en la conducta del gobierno» [Manifiesto de Miguel de Miramón, 12-VII-1859] (Iglesias González, 1998: 374-382).72 «Hoy México es el niño enfermo que necesita de indulgencia y de apoyo, y acaso vendrá un día en que sea el atleta que fije las admiraciones de un mundo agradecido» (op. cit.: 58).73 De hecho, como señala Santillán, desde las décadas de 1820 y 1830, para casi todos los políticos que estaban de acuerdo en dejar atrás el sistema monárquico, estaba claro que la independencia nacional creaba la necesidad de precisar el papel de la fe religiosa en la nueva circunstancia. Así, por una parte, unos postulaban la necesidad de erigir una moral pública, surgida del cristianismo, pero independiente de la Iglesia y propia del Estado. La emancipación política tendría que acompañarse de la secularización mental. En el nacimiento de esta nueva escala de valores, la tolerancia era básica porque el catolicismo tornarían imposibles los fundamentos de una nación diversa y porque la tolerancia volvería al Estado garante de la convivencia mediante el respeto a la moral civil por encima de la fe de cada individuo. Otros, en cambio, señalaban la necesidad de mantener el carácter oficial y exclusivo del catolicismo no sólo como parte del respeto al

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duda- apocalíptico escenario sangriento en que el país había entrado, lo llevaron a

considerar muy seriamente –al rayar la década de 1860- la atractiva ruta de un régimen de

excepción: una dictadura militar temporal capaz de poner la primera piedra de orden

necesario. No obstante, la atracción de esa vía se halla latente ya en escritos anteriores.74 La

común preocupación por idénticas temáticas entre Adorno y Alamán, como los conceptos

de representación y soberanía -base de la confusión de González Casanova- se halla pues,

en una falsa cercanía.

2.1 Orden, Progreso y Libertad (a las naciones)

«Había entre los conservadores una conciencia más clara que entre los liberales

(quizá precisamente por estar menos deslumbrados por las luces del siglo) de que los

pasado, sino también del surgimiento de un Estado nacional. No se trataba de un simple afán conservador, pero sí de una porción palpable de un proyecto del porvenir. Ante este último punto de vista, el catolicismo fue capaz de ofrecer una función secular: la estabilidad de la sociedad. Tal es el argumento justificativo de la intolerancia religiosa, que la intelligentsia eclesiástica bien supo soldar con el “nuevo” principio de soberanía popular. El primer punto de vista -Vicente Rocafuerte será un promotor de él-, apunta más bien a la construcción de una moral civil, quizá más en consonancia con una moral kantiana. La «admiración [de Rocafuerte] conducía a una deseable imitación de las costumbres anglosajonas para establecer una moral fuerte […] Rocafuerte consideraba a los protestantes como ejemplo de moralidad. Una vez instalados en territorio nacional gracias a la tolerancia, sus buenos hábitos serían seguidos por los mexicanos», aducía. «El amor al trabajo, [sería el] medio por el cual se lograría el enriquecimiento general. En consecuencia, los valores inculcados por las religiones deberían ser convertidos en 'activo instrumento de producción'». Paralelamente, «por encima de las diferencias religiosas estaba la ética pública que garantizaba la convivencia entre distintas convicciones y el cumplimiento de las normas civiles». Entre una y otra opción, termina por no haber comunidad de “sentires” respecto al papel del catolicismo. Así pues las disputas entre los Rocafuerte y los Fernández de Lizardi, terminaban necesariamente en el cuestionamiento sobre dónde recaía el monopolio de las palabras sagradas. Evidentemente, detrás de éstas discusiones está el dilema “bárbaros/griegos”: la necesidad de conformación de un mercado propio de un sistema económico occidental (una condición fundamental para el ser “griego”), lo cual empareja una «medida indispensable para favorecer la inmigración extranjera. Asimismo, El Pensador Mexicano [marzo 14 de 1827] consideraba que la tolerancia ayudaría a purificar al catolicismo» (Santillán, 2002: 89 y ss., 97-98, 100 y ss.). Como puede verse, el problema del carácter de la religión en el nuevo Estado es una preocupación que recorre casi todo el siglo. En consonancia con todos estos problemas, Adorno concibe su Religión Providencial. 74 El Bonapartismo poseía ya ciertas condiciones de posibilidad. Antonio Annino nos ha iluminado al respecto cuando recordaba una observación del Orbe Indiano de John Lynch: «Con mucho acierto John Lynch observó que “para Bolívar – el constitucionalista supremo – la dictadura consistía en una cura desesperada para enfermos desahuciados, en ningún caso una opción política derivada de un pensamiento político”» (2007: 3).

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mexicanos no tenían un tiempo infinito para resolver el problema de su constitución

política» (1998: 18), apunta Elías Palti enfatizando el tono apocalíptico del discurso

político de aquellos. Precisamente, para Juan Adorno ése fue un «problema» de primer

orden y una característica de su retórica. «Procúrense evitar […] terribles males dándose a

México una constitución practicable» (AMM: 26), urgía como algunos años antes el nº 103

de El Tiempo ya lo había hecho: «Su destino [del país] es ser la primera potencia

americana o desaparecer del catálogo de los pueblos. Ser o no ser» (cit. en Palti, ibíd.: 19).

Si bien resultaba eminentemente difícil un acuerdo entre los enfoques sobre la

representación y la soberanía, casi todos los partidos –al menos en el discurso- aceptarían

en todas sus palabras éstas de Adorno: la nación aspira a «las formas y las libertades que

reclaman la civilización y las tendencias saludables e invencibles del siglo» (AMM: 18).

Ahora bien, mientras los conservadores de Palti se divagaban en un “ya veremos” cómo

puede ser libre el ciudadano bajo las aporías de aquel régimen dando prioridad a la acción

o la revuelta; Adorno vendrá a enfocar el problema desde la perspectiva contraria, la

constitucional. Aquellos desde la boca del vaso, éste desde el fondo, pero todos,

admitiendo la imposibilidad “schmittiana” de evadir el problema de las formas políticas.

El Discurso de 1841 trae a colación algunos acentos especiales, pues a la sazón

estaban cuajándose los santos patronos laicos: los próceres de la nación.75 Matamoros es el

75 Según Carlos Herrejón Peredo (2003), el discurso cívico, versión laica del sermón religioso, podía contener oraciones retóricas que celebran gestas nacionales o deberes de la ciudadanía, que siendo temas profanos no dejan de tener un trasfondo religioso –y no especialmente católico. Generalmente estos discursos refieren gestas clásicas y figuras retóricas variadas con la finalidad de mitificar sucesos y a partir de ellos, sembrar héroes nacionales claves (y pertinentes políticamente, según los tiempos). La finalidad es persuadir a los asistentes a tal o cual conducta cívica: el ejercicio de ciertas virtudes como la unión, el respeto a las leyes o a la religión nacional, el ejercicio del trabajo, caridad a los menesterosos, respeto al ejército, entre otros. Ottmar Ette, también ha señalado un proceso de mitificación “sincrética” en el caso de José Martí a la altura de 1957 [¡!] en Cuba: «el “Padre santo” fue proclamado símbolo de la nación», pero a diferencia del caso de Adorno, allí, en Cuba, «“Su ejemplo [decía el discípulo Alfonso Bernal] no pide imitación, que es imposible, sino admiración sincera”» (1995: 78-79). La unificación, que no el ejemplo, era la tónica en esa fase de la recepción de sus discursos.

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«héroe» que Adorno tenía en este momento en la cabeza, hombre de no menor linaje épico

que el «cartaginés Aníbal». Sin la participación de aquel clérigo-general, considera, la

gloria de Morelos (el santo patrono de la libertad) no habría sido lo que es, aunque bien

podría uno preguntarse por qué Matamoros y no Nicolás Bravo (el santo patrono del

centralismo) o Vicente Guerrero (el santo patrono del federalismo). Hombre admirable fue,

sin duda, capaz de hacer cimbrar la «tiranía» hispana sólo con la ayuda de un puñado de

imperturbables soldados en la miseria total. El pasado, aquellos tiempos de inmensos

padecimientos que él asocia a la dominación española: «tres centurias de abyección y

esclavitud, [que] habían sofocado el espíritu de nacionalidad en el país de los Aztecas, y al

cabo de ellas, los tristes mexicanos, puede decirse verdaderamente, que ni tenían patria, ni

para lograr tan preciosa prerrogativa habían nacido las sublimes ideas de independencia y

libertad».76 Pero el pasado, pasado es, decía a éstas alturas de su vida:

«Después de reconocida la independencia de México por la antigua metrópoli, todos los mutuos rencores de ambos países han debido cesar. La Inglaterra y la España han resuelto prácticamente el problema de que a la Europa más conviene la amistad que la dominación de sus antiguas colonias. Principalmente la segunda de dichas naciones, conoce que la posesión de las Américas la despoblaba, destruía su riqueza fabril, enervaba su industria y complicaba su administración. Hoy comienza a revivir su energía, y florecerá por sus propios elementos el fértil país que un día sólo era el conducto del comercio ajeno. Tal cambio de bienes efectivos, harán que la España no sólo apruebe la independencia de México, sino que aún la célebre» (Contestación: 24).

En su estado proyectado, la libertad se torna la primera condición de posibilidad de

todo lo demás. Naturalmente, de nuestra felicidad material, en la cual, si posteriormente

cabe un beneficio económico social no olvidemos sobre qué reposará. Y, al respecto, han

sido precisamente nuestros héroes los que han materializado la primera condición de

posibilidad: «aquellos genios sublimes que con tanto valor nos pusieron en estado de

aspirar a la felicidad». Claro está: «¡Trabajoso es sin duda conseguirla, pero ni en la 76 Si bien España figura hacia el pasado como el gran enemigo; su discurso apela a un presente fundado en la reconciliación: «aún ya la misma España beatificó ya los votos de sus nietos; que habiendo llegado a ser adultos quisieron emanciparse» (Discurso, p. 8, 16).

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esclavitud no queda ni aún la esperanza de lograrla!»; «[…] miserable de aquel que […]

creyese se pudiera ser feliz sin libertad ni patria!» (Discurso, p. 8).

En el Discurso de 1841 se advierten, pues, las referencias a un «futuro

prometedor» en el que las revoluciones civiles (un tópico altamente combatido en el

naciente discurso civil) junto a la carencia de un sistema de organización del Estado, se

revelan como causas de atraso. Nuevamente: con la libertad de fondo, sólo bajo estas tres

condiciones es posible pensar el progreso económico: un genio superior, orden, paz y

racionalidad administrativa.77 En 1858 no hará sino ampliar no sólo la carta de condiciones

al desarrollo de la industria e instituciones. Claro está, la libertad se conquista y labra sólo

con las riquezas que (en su decir, afortunadamente poseemos aunque) no explotamos. Sin

«industria»78 no hay tampoco patria y felicidad. Desde luego, para él, en la industria cabe

el beneficio personal que se recompensa, como en cualquier otro giro de la vida, el trabajo

77 No obstante, dice, dicha racionalidad fue lograda durante la estancia del general Matamoros en Izúcar: «ya lo visteis, conociendo por experiencia que una hacienda pública bien reglamentada es el fundamento de toda sociedad y el alma de un ejército; y que para lograrla deben aliviarse los pueblos y duplicarse las economías, bajó el ramo de alcabalas a un tres por ciento, y el comercio se aumentó prodigiosamente, proporcionándole cuantiosos recursos. [Matamoros] Fue suave y humano por carácter, y los regimientos de Puebla volaban a alistarse a sus banderas» (Discurso, pág. 12, subrayado mío).78 Nos referimos al viejo sentido de industria como trabajo en sí, en el que cabe el trabajo artesanal; en Adorno se percibe ya el sentido propiamente moderno del término: al menos, el sentido de “industria” como modo de producción y no como actualmente se entiende, en sentido fascista (o al menos profundamente antidemocrático) o jerárquico: el “líder” empresario (la cabeza, el cerebro pensante, el organizador de “lluvias de ideas” que vienen del cuerpo por él ordenado) y los demás (el organismo, el “equipo creativo”, imitador del líder y debidamente obediente al unísono). Ex post, podemos observar en qué ha devenido «la idea de Max Weber, retomada, desarrollada y divulgada por Schumpeter, de que el líder político es comparable a un empresario –cuya ganancia es el poder, cuyo poder se mide con votos, cuyos votos dependen de la capacidad de satisfacer los intereses de los electores y cuya capacidad de respuesta a las demandas de los electores depende de los recursos públicos de los que puede disponer». En efecto, Bobbio señala los años 70 y 80 del siglo XX como el escenario de un conflicto propio de «la crisis del Estado benefactor […] del que ni los liberales, ni los marxistas, ni los demócratas puros se habían percatado, entre el empresario económico que tiende a la maximización de las ganancias y el empresario político que tiende a la maximización del poder mediante la caza de votos […] En suma, para los neoliberales la democracia es ingobernable no sólo desde la parte de los gobernados por el sobrecargo de las demandas, sino también desde la parte de los gobernantes, porque éstos no pueden dejar de satisfacer al mayor número para mejorar su empresa (el partido)». Y esto deviene fundamental para explicar las aporías contractualistas del sistema político de gobierno neoliberal, pues «el ideal del neoliberalismo es el de un Estado que al mismo tiempo sea mínimo y fuerte» (Bobbio, 2001: 137, 139-140).

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y el talento. Veamos a continuación, cómo cobran su importancia sistémica todos éstos

elementos en curso de su vida y obra.

2.2 Un Estado…

2. 2. 1 Para los militares

«Muy frecuentemente se tiene por visionarios a los que como yo, creen en la posibilidad de remedio […] ¿Se me preguntará acaso si yo tengo ésta [esperanza] y si yo puedo proponer los medios que la vivifiquen? En verdad que mi respuesta se detiene ante el cargo que de antemano me abruma de presuntuoso» (AMM: 14,18).

Tengo la hipótesis - el opúsculo no tiene mes de publicación- de que el Análisis de

los males de México y sus remedios practicables (1858) fue presentado públicamente

durante el gobierno de Miguel Miramón, esto es, en plena Guerra de Reforma. Nacido de

la coyuntura, publicado en la crisis; este es el primer escrito público formal con que

Adorno plantea de una manera más o menos sistemática (es decir: un «plan uniforme y

lógico», p. 7) sus inquietudes y preocupaciones sobre el país. En lo que nos ocupa, el

objetivo de este opúsculo es esbozar una dirección a la institucionalización de la

modernidad, o bien, la elaboración de imágenes concretas de las formas políticas, del

sistema de justicia, de la industria y los comercios nacionales, de los medios de transporte,

del trabajo, sus “estructuras” y reglas; del papel de la ciudadanía, del ejército, del sistema

de moneda, pero también de la revivificación del sentimiento religioso, todas piezas clave

que se proyectan a un futuro tipo-ideal nacional.

Hay, no obstante, por sobre algunos detalles que escaparon obviamente a la

ejercitada previsión de Adorno, uno frente al que no podía hacer nada: la lectura posterior

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de su discurso. Evidentemente, eso no podemos reprochárselo.79 No es -sin duda-

imprudente sospechar –ni desde ésta ni desde aquella acera de “los tiempos”- que la

aparición de su escrito en esa crisis y coyuntura obedezca precisamente a fines políticos y

particulares- o de clase, se podría añadir cronológica y causalmente después. Aunque

resulte difícil entenderlo, Adorno no creció ni convivió con los grupos que elaboraron un

discurso más radical y menos inexacto de la pobreza, y con los cuales, de todas formas,

tuvo diferencias que no lo convierten en un “reaccionario”. Sus “opiniones”, su propuesta

–sus «remedios»-, es la primera en el país planteada por un intelectual que decidió

voluntariamente no participar de manera directa en las facetas del poder y limitarse, en

toda regla, desde la trinchera de la opinión pública. Son el primer antecedente, por tanto,

del tipo de análisis posterior científico-social80 que trasciende las expectativas de los

Licenciados, independientemente del hecho de que algunos de sus «remedios» sí

anticiparan las soluciones tomadas por la “cientificidad” porfiriana en el sentido en el

llegó a sugerir.

I

«Mis convicciones son al menos exentas de vanidad y de interés» (AMM: 18),

confiesa. En realidad, ningunas de las dos cosas serán ciertas, más no podría esperarse otra

respuesta de alguien que espera mucho de la fuerza de la moral pública y, siguiendo el

planteamiento del mismo Koselleck (1988), esto no podría hacerlo sino alguien que

79 Y si acaso podía hacerlo, de todos modos, el temperamento de Adorno era «propenso a la imprudencia» (González Casanova, 1987: 31)80 Una actitud del todo nueva no sólo en México sino aún en Europa por esos años. «La planificación legislativa y administrativa no fue nunca obra de la clase inferior, sino de la burocracia, que en unión de la burguesía liberal y parte de la nobleza, trató de conseguir la reducción de los antiguos derechos corporativos en beneficio de una sociedad de propietarios» (Koselleck, 1976: 247).

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considera la autoridad como algo herético, pues sobre este “principio” descansa la crítica.81

Veamos cómo este planteamiento aparece en una sola cita:

«Nada más grandioso, nada más laudable que el programa glorioso de regeneración política de la patria, que el Supremo Gobierno se ha propuesto bajo el tradicional lema de las tres garantías…. ¿Pero en un país tan profundamente agitado como el nuestro, podrá haber religión sin la vivificación de la moral y la justicia? ¿Podrá haber independencia sin la reconstrucción de la fuerza y de la lealtad? ¿Y podrá haber unión sin el progreso físico y moral que infundiendo la confianza y la seguridad aleje los sacudimientos, y una en los positivos lazos de bienestar los opuestos partidos? Sin duda que el gobierno que logre esto se hará estable, glorioso e inmortal, y merecerá tanto más bien de la patria cuanto mayores sean las calamidades en que la encuentra, y acaso la posibilidad del logro de un bien tan inestimable merecerá el que se escuche a un hombre como yo, privado de antecedentes políticos y con diferentes aspiraciones, pero guiado por un sincero patriotismo. Así pues, expondré mis planes de buena fe, aunque con el natural temor de un hombre que desconfía de su capacidad, pero cuya divisa es la verdad y el amor más desinteresado de la patria» (AMM: 19-20).

Como puede deducirse de éste párrafo, su acercamiento al partido en turno está

ligado a su mutuo interés inmediato por la pacificación.82 Como los mismos militares

llegaron a sostener, la paz es, ante todo, condición de posibilidad de transformación

tecnológica y ésta de riquezas;83 a su vez, la paz es consecuencia de una base religiosa de la

que emerja una moral pública sólida. Obviamente, esto nos lleva al principio: no hay paz

sin religión; sin religión tampoco hay moral, y sin moral no hay un criterio y autoridad

capaz de poner fin a la «guerra civil». Además, sin cierto bienestar material la educación

moral tampoco es posible. Se trata pues, de una paradoja en toda regla donde resulta

81 Pero ésta a su vez sólo será admitida por el poder bajo la condición de su degradación a mera “opinión”. Sin embargo, hay algo que la opinión posee que el Estado ya no le puede arrebatar: la legitimidad moral. Por tanto, ésta será uno de los índices que nos orienten en nuestra posterior revisión de las disputas entre profeta/sacerdote por las funciones que, en toda la tradición de los gobiernos cristianos de Occidente, fueron cubiertas por la Iglesia de Roma.82 Así coincidirían en el famoso tópico de que los «conservadores» son enemigos de las guerras civiles. En realidad, el argumento que plantea «las revoluciones como el origen último de todos los males en México […] [y que insiste luego] en la necesidad de que todos los partidos se ciñan a los marcos legales establecidos» (Palti, 1998: 32), no ha sido del todo bien entendida ni en la misma crítica de esa etiqueta historiográfica que entiende la “cultura” política latinoamericana como una desviación. De todas formas, ese ritual rococó que finalmente reivindica el statu quo organicista, terminaría por incluir al liberalismo triunfante. Recordemos que, por el contrario, el acercamiento de Adorno al gobierno “conservador”, sí bien fue condicionado por un origen de clase, en realidad el origen de esa comunidad de “afinidades” no garantizan la persistencia de las mismas. 83 García Cantú, 1965.

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imposible excluir los elementos de paz, moral, religión84 e industria, que resultan ser el

basamento tipo-ideal de nación “conservadora”. Así planteados los temas, sin duda

podríamos calificar a Adorno como un retardatario declarado.

Señalaremos, sin embargo, un detalle de no poca importancia: en ningún momento

Adorno ha mencionado que la unión tenga que hacerse bajo el amparo de una monarquía y

de su indisoluble religión católica (no hay uno sólo de sus escritos donde eso se afirme; por

el contrario, tenemos algunos donde ella se rechaza y otros más donde se identifica, al

menos contingentemente, como republicano);85 además, la bandera de la independencia es

algo que bien podría haberla ofrecido a los “liberales” de no ser porque, sospecho, Adorno

no los tuvo por hombres «prácticos». Sobre todo, no lo hizo debido al antimilitarismo del

partido liberal, independientemente de sus diferencias de índole religiosa, moral o

espiritista. Por último, ¿coincidiría en verdad su ideal de nación con el de los

conservadores? Porque, a decir verdad, el Plan de las Tres Garantías no ofrecía

instituciones modernas concretas para la Patria, tal como ya no era posible pensarlas al

mediar el siglo,86 y menos aceptarlas públicamente (es decir, moralmente) desde las Leyes

de Reforma. Algún indicio tendría que darnos el hecho de que en 1858, Adorno sostenga

esta referencia crítica al sistema político mexicano, el cual, decía, había pasado «por toda

84 Por un lado se señala: «Para los conservadores la religión católica fue el vínculo cultural más importante del legado español […] fuente de identidad nacional durante los años de conformación del Estado Nacional» (García Gutiérrez: 134).Si, en efecto, para éstos la religión tiene una lazo social mientras que para los liberales no cabía más espacio que el de la «conciencia» y, aunque esto no erradique su consecuente atributo de necesidad social que es evidente que en ellos también existe, de todas formas, ya por un temor propio de la «conciencia ciudadana» a traicionar la lealtad a una de dos soberanías: la religiosa o ciudadana (Connaughton, 2002: 105), ya por el temor al “costo político” del rechazo a una medida “impopular”, lo cierto es que ni los mismos liberales se habían atrevido a proclamar la plena libertad de cultos todavía en 1859 (Bazant, 1991: 136). La religión se halla, nuevamente, en la base fundamental común de los enemigos políticos. 85 Sírvanos esta cita de ejemplo: «[…] por ahora solamente es posible una república democrática representativa, pero con formas simples y combinadas, de modo que concilien principalmente una fácil estabilidad.» (AMM: 23-24).86 En 1851, Luis G. Cuevas reconocía la imposibilidad de una monarquía, esto es, le parecía una quimera (Palti, 1998: 57) Alamán diría otro tanto.

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la escala de las formas gubernativas, desde el despotismo más absoluto y concentrado,

hasta la democracia más lata y subdividida87 […] no habiendo obtenido jamás […] la

felicidad» (p. 7). 88 Lo que podría parecer el preludio a una invocación monarquista -esto

es, del tipo de invocación de las «monarquías latinas» (Vigil: 8)-, no es más que una crítica

“al sistema”, ¡a partir de los propios motivos retóricos de lo que nosotros llamamos

conservadores!89

Adorno se diferencia de Alamán en que, en vez de emitir como éste el “acta de

defunción” del régimen político, aquel prescribe más bien el diagnóstico de un galeno.

87 A medida que el poder ha pasado de las manos de uno á las de otro partido, hemos ensayado diversos sistemas políticos, diversas formas de gobierno, diversas constituciones. […] Más de una vez la Nación ha esperado tranquila los resultados de un nuevo régimen que se inauguraba en toda la República, y de la elevación de nuevos personajes á los primeros puestos y, sin embargo, poco tiempo ha pasado sin que los síntomas de la revolución hayan vuelto á turbar la tranquilidad pública, sin que sacudimientos profundos hayan cambiado el cuadro del gobierno. […] Pero bajo los diversos sistemas que han regido en el país, se ha perpetuado una malísima organización administrativa; nuestros gobiernos, ocupados de cuestiones de la más alta política, apenas han fijado su vista en la administración, sino para cambiar el personal de los empleados, atendiendo en lo general, no á la aptitud, sino á los méritos contraídos en los trabajos revolucionarios de que los mismos gobiernos emanaran» (Miguel Miramón, op. cit.). 88 La traducción en clave secular de la noción neoescolástica de justicia vendrá a ser sustituida por la de felicidad general (Palti, 2007: 119).89 De sus topoi, «uno de los motivos […] radica en su preocupación por la unidad nacional ante una posible destrucción del país; otros eran el cumplimiento de las leyes, los serios problemas de la hacienda pública, o el atraso interno de la economía, y todos ellos juntos, todos, se orientaban al deseo de hacer de México 'una nación independiente y reconocida en el exterior'» (García Gutiérrez: 136). La autora también señala la valoración de éste grupo de un gobierno representado por hombres de importancia social y económica, así como la unidad nacional. Sin embargo, algo falla en esta tipificación cuando uno cae en la cuenta de que alguien como Ocampo, ya en 1848, calificara «la lucha entre los estados y el gobierno central federal como una 'anarquía sistemática'. Llegó incluso a la conclusión de que la federación, tal como existía en México desde la adopción de la constitución de 1824, había favorecido la independencia de Texas y la secesión temporal de Yucatán, y que por tanto había sido causa de la derrota y desmembración del país. [Ocampo] Debía haberse acordado de la opinión de Servando Teresa de Mier que consideraba que México necesitaba un gobierno central fuerte en la primera fase de su independencia» (Bazant: 133, subrayado mío). Para Adorno, sencillamente esa fase no había sido superada. Y así volvemos a caer en la pregunta: ¿en quién reposará las bridas de la soberanía para ganar fuerza e independencia? Ocampo diría: en el gobierno civil. Es muy interesante que Bazant sostenga que desde esa fecha, «los liberales se convirtieron en tan centralistas como sus rivales conservadores, si bien de palabra continuaban con el federalismo con el que el liberalismo había estado tan identificado durante un tiempo» (ibídem). Elías Palti señala que por esas fechas comienza la transición política hacia un modelo más parecido al actual “sistema de partidos”. Podríamos aventurar que estas condiciones de posibilidad, estas mayores convicciones sobre la necesidad de un “poder central”, hayan ayudado a proporcionar un suelo común. Precisamente, entre ésta fecha y la guerra de los Tres Años, los liberales comenzaron a cobrar «apoyo de las masas en las ciudades y en algunas zonas rurales, lo que les permitió formar gradualmente un nuevo ejército en el que abogados y periodistas liberales serían oficiales» (Bazant, 1991: 135).

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Llamando a evitar el peligro de una «convocatoria constituyente» -pues eso, aduce, en la

coyuntura de 1858, no haría más que agravar los problemas-, juzga que las constituciones

que equilibran los poderes legislativo y ejecutivo, «sólo son óptimas en la teoría y

practicables únicamente en medio de una paz absoluta», circunstancias que no existen en

México precisamente por la incesante pugna entre estas partes, pugna que «termina por

envilecer y desprestigiar los principios más sanos y sagrados de la representación

nacional»90 y cuya consecuencia serían «esas dictaduras rápidamente cambiantes, elevadas

y derribadas con sangre y desolación», el cese de las libertades públicas, el destrozo del

erario y, finalmente, el «Estado, que suele morir suicidado bajo el puñal fratricida de mil

filos, o postrado y humillado bajo la planta menospreciadora de un orgulloso pie

extranjero» (AMM: 24-26).91 Y es que, para él, existen ciertas virtudes sin cuyo

cumplimiento «sería estéril la constitución más perfecta». Primero que nada, cabe decir

que todo gobierno tiene que integrarse por hombres de una entereza ejemplar, cuya valía y

utilidad son vistas y puestas a prueba en los momentos críticos: de nada sirve contar con

una adecuada Carta Magna, cuando «las formas políticas no bastan a cubrir todas las

urgencias administrativas» (AMM: 7, 9); dígalo la experiencia de 1824, incapaz de

proporcionar el respeto a «leyes fijas». “Elogiando” al «sencillo y morigerado» gabinete

vigente, lo invita a que conmine a los partidos a que terminen ya la tan «sufrida guerra

civil». Aquí no hay oportunismo vulgar, pues, como se verá, los principios políticos que de

90 Posiblemente, Adorno se refiere a la cronicidad sistémico-política que encierra esta cita: «[…] las constituciones decimonónicas (1824, 1836 y 1857) mantuvieron la debilidad del poder ejecutivo y sólo la de 1843 lo fortalecía un poco [...] El costo del predominio del Legislativo [...] permitió que durante la primera república federal, el Congreso fuera el autor de grandes abusos, al igual que en la primera república central lo seria el Supremo Poder Conservador» (Vázquez, 1999: 116).91 «Nuestras revoluciones han traído el país a tal estado de debilidad que en un caso dado, en el evento de un rompimiento con alguna potencia, el honor nacional tendría mucho que sufrir, y esto precisamente, cuando los trastornos interiores pueden presentar más fácilmente motivos de queja á las naciones amigas» (Miguel Miramón, op. cit.).

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manera fundamental guían la acción de ese mismo gobierno estarán (incluso con el que

Adorno se siente más cercano de ellos, Miramón) bastante lejos de los suyos.92

El guiño a la clase militar es sui generis. Si la Constitución de 1824 le parece

errada, no es por sus principios en sí, sino porque tales principios no convenían aún a la

nación, «pues en el momento en que estas [leyes] son contra los hábitos, costumbres o

antiguas y veneradas leyes, se levanta la oposición amenazante que un día puede

desplomarse sobre esas mismas instituciones y destruirlas» (AMM: 20).93 Cambios de esa

índole se hacen gradualmente, pues ¿no es verdad que si a un crío se le alimenta a base de

«las viandas más fuertes», «vendría el niño a enfermarse»? Seamos sensatos: «tal régimen

y dieta serían indispensables […] sólo con suma prudencia y lentamente […] [pues sólo

así] sanaría del todo, y una vez vigorizado llegaría a ser susceptible de aquellas mismas

viandas que al principio le produjeron tan graves males» (AMM: 22-23). En el fondo, su

mensaje llevaba la intención de inocular en los altos mandos militares el convencimiento

de continuar con el desmantelamiento eclesiástico –riqueza en “manos muertas”- para darle

a esos recursos un destino menos ocioso –en consecuencia, así nos percatamos ya de una

diferencia fundamental entre los proyectos de Adorno y Zuloaga: la de los respectivos

proyectos religiosos.94

92 Donde Pablo González ve «cansancio» generalizado, reflejado en este opúsculo, («El cansancio de Adorno coincidía así con su declarado afán de “conservar los pocos elementos tradicionales que aún quedaban”» -p. 62); nosotros no vemos hastío ni abulia, sino pura y viva adrenalina. 93 Una observación que apuntaba a ese temor la enunció décadas antes José Mª Luis Mora: «La preocupación por la escisión que entonces se produce en la clase política mexicana es lo que motiva a Mora a fundar El Observador de la República Mexicana [que aparece en dos épocas, 1827-1828 y 1830]. El panorama que allí dibuja [en 1827] retrata muy bien hasta qué punto la situación política general del país se había deteriorado a menos de tres años de instalado el nuevo gobierno, así como las incertidumbres hacia el futuro que ello generaba»: ‘las leyes holladas por todas partes –dice Mora-, la persecución generalizada de un modo asombroso, las autoridades intimidadas por los gritos tumultuarios de los facciosos y el atrevimiento descarado de estos, eran síntomas precursores de una catástrofe funesta’. [“Censura pública”, El Observador, 29-VII-1827] (Palti, 2005: 90, 96). 94 «Al hablar de la elite, Saint Simon hace sonar una nota muy moderna cuando dice que se deberán practicar dos morales. […] Eso es bueno, así es exactamente como deben hacerse las cosas, porque no podemos esperar que el pueblo se enfrente de un solo golpe a la verdad, sino que hay que educarlo gradualmente». Ahí

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Un suceso que refleja la relevancia que llegaron a alcanzar los Análisis de los males

de México, proviene del mismo grupo político al que iba dirigido originalmente su mensaje

y que adoptaron su discurso reflejado en el Manifiesto de Chapultepec (1859). En él, tal

como lo reconoció en su momento Olivarría y Ferrari, Miramón aducía que los problemas

de México se debían no sólo a la acción de unos cuantos «ladrones y bandidos», sino a

«causas generales y profundas». En ese programa, Miramón, lamentando el estado en que

se encontró la administración pública en general: las instituciones de impartición de

justicia, la ausencia de policía, el estado miserable de «la benemérita clase militar», la

imposibilidad de exigirles a los empleados civiles el cumplimiento de su trabajo, o de

asistir a los pensionados y viudas, ante la falta de liquidez para erogarles sus pagas, o peor

aún, de sufragar las deudas interiores (1982: 377-378), reflejan pues, todos los temas

centrales – y algunos incluso menores, aunque no menos impactantes en el discurso- con

que Adorno se da a conocer como analista social. Así fue como entraron por la puerta

grande algunos de los grandes proyectos primer-socialistas al discurso político nacional;

respuestas del tipo que precisamente hacían falta a una “sociedad civil” que estaba dando

de sí más allá de sus posibilidades, pagando precisamente la amarga moneda del sacrificio.

A pesar de que Olivarría y Ferrari lamentara el acogimiento del clero en el discurso

de Miramón, o en ver como «se divagaba en trazar un plan de organización administrativa,

que fueran cuales fuesen sus méritos y excelencias, parecía de todo punto extemporáneo»,

el general liberal osó no sólo traspasar la barrera de las facciones y aludir que al «partido

conservador», aquel «joven capitán», «no le pertenecía por completo» e incluso los acusó

radica la importancia de la elite científica, industrial y artística. Cada uno de ellos es de hecho, «un ingeniero, ya sea de materia inanimada o de almas humanas; mas para lograr esto, no podremos tener una serie de creencias metafísicas caducas e ininteligibles que nos obstaculicen» (Berlin, 2004: 163). Aquí la observación de Berlin es muy ilustrativa y útil como epistémicamente peligrosa.

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de haberlo traicionado. Aquel mismo discurso, poco después «sirvió, sin embargo, para

fortificar las esperanzas del partido liberal, al ver que el soplo de sus ideas se hacía sentir

en las cimas de la administración tacubayista» (Ibíd.).

La desaparición del rastro genealógico del opúsculo de 1858 ha sido casi inevitable

ante el infinito verano de los “baños de sangre” en cuyos rastros se perdió su mensaje de

pacificación. En realidad, la situación política no haría sino empeorar aún más. Como sea,

todavía, tenemos que añadir algo sobre las tesis de este curioso “conservador”. Si por un

lado encontró un eco prácticamente generalizado, y lo que a la postre le daría cierta fama;

el lado “maquiavélico” de su acercamiento tenía como intención convencer (primero,

según su propio plan a Zuloaga, aunque el efecto de convencimiento recayera en Miramón)

a los militares de algunas de las bondades del constitucionalismo de 1824 y 1857.

«[…] una constitución conocida tiene en sí misma la ventajosa sanción de la experiencia, [por ello] he propuesto las bases orgánicas, pero reformadas de tal modo que conservando las formas republicanas, y el gobierno electivo del presidente, (único posible en nuestro país)» (AMM: 27, subrayado mío). 95

Y en ese sentido la constitución inglesa resulta esclarecedora pues, permite

«legalmente»:

«[…] disolver el cuerpo legislativo, convocando inmediatamente otro nuevo, bajo leyes electorales preparadas de antemano y no hechas para las circunstancias» (Ibídem).

En pocas palabras: un ejecutivo fuerte y a la medida de las necesidades. Pero claro:

95 Seguramente unos meses después, –septiembre de 1858-, en ese mismo sentido, Ocampo denunciaba en un discurso que Zuloaga atropelló la Constitución de 1857: «Hoy pesan sobre México treinta o cuarenta mil combatientes, ocupados con todo empeño en exterminarse y acelerar la ruina de la patria. ¡Y esto por qué! Porque Félix Zuloaga y cómplices declararon que era impracticable, aun antes de ensayarla, la Constitución de 1857 que habían jurado plantear […] Mientras, el número y calidad de los deudores se aumenta; los plazos se cumplen; los intereses se acumulan; el descrédito se afirma y perfecciona, faltándose a todas las obligaciones. Resulta, de aquí, injusticia para todos. El bueno y el mal servidor quedan confundidos en los mismos miserables prorrateos. […]Deseamos colonos y nos quejamos de falta de brazos. Somos pocos en efecto, comparados con un territorio fértil que puede mantener diez veces mayor número de habitantes» (Ocampo, op. cit.).

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«Esta constitución […] nos dejaría expuestos a las crisis de la inglesa, en una de las cuales costó la cabeza a Carlos I después de disolver siete parlamentos que le fueron hostiles, sin haber podido obtener uno sólo que le fuera favorable»

Un pequeño detalle de imposible omisión. Así pues,

«Si se quiere una constitución más estable, y que parece dictada, ad hoc, para cicatrizar las úlceras de las guerras intestinas, observemos la constitución francesa, que ha podido calmar la quemante irritación de [1]792 y el amenazante vértigo de [1]848, y la cual nos traería la inmensa ventaja de poderse gobernar al país sin facultades extraordinarias ni dictaduras absolutas, a las cuales infaliblemente veríamos apelarse en constituciones más latas».

En palabras del «distinguido personaje» Napoleón III:

«La constitución dada a la nación en 1806 por un gran genio la salvó de la anarquía, y como curó los estragos de [1]792, la misma constitución puede salvar a Francia de la confusión emanada de 1848» (AMM: 28-29).

O en otras tantas del mismo Napoleón III, una constitución fundada en la

«soberanía popular» que no exprese otra cosa que «el sufragio popular». Así que inspirado

en éste personaje –a quien se solía llamar «emperador socialista» por su proyecto político

de un «sistema industrial centralmente planificado» y por su visión de compatibilizar

«sufragio universal», «prosperidad económica» y «gobierno inteligente» (Palmer &

Colton, 1981: 248)96-, Adorno creía necesario esculpir de la piedra del actual poder

96 Tal proyecto está basado en una red ferroviaria, carreteras, canales y puertos y la «creación de nuevos puestos de trabajo». Según un manual clásico, el gobierno de Napoleón III, era un gobierno «cesarista» (dictadura plebiscitaria) que al principio fue bienvenida con júbilo hasta hacerse poco a poco odiosa. Sus planes transformaron París «en la “capital del mundo”». «A pesar de la previsión social (cajas mutuas, viviendas) la situación de los trabajadores se mantiene estacionaria: jornada laboral de doce horas, prohibición general de la huelga y del derecho de asociación de los obreros». (Atlas…: 75) Según Palmer & Colton, el proyecto del emperador creía «como algunos de los sansimonianos», en la posibilidad de «organizar unidades de trabajo a la manera militar y en dedicarlas a roturar y cultivar tierras yermas». Sus proyectos fundados «en el humanitarismo» apuntaban poner «remedio al sufrimiento». «Se organizaron hospitales y asilos, y se distribuyeron medicinas gratuitas. Comenzaban a aparecer, un tanto vagamente, los rasgos de un estado preocupado por un servicio social».Crea una burguesía nacional y capitaliza a algunas familias en cuya dirección quedan las «instituciones bancarias y crediticias». El Crédit Mobilier fue diseñado para allegarse «fondos mediante la venta de sus acciones al público». «En 1863, la ley concedía el derecho de “responsabilidad limitada”, por el que un accionista no podía perder más que el valor nominal de sus acciones, por muy insolvente o deudora que pudiera llegar a ser esta sociedad». «Muchas personas se hicieron ricas, acaso más ricas de lo que nadie hubiera sido antes en Francia». En fin, «Napoleón III creía en la libertad de comercio internacional», por lo que a menudo «apoyó con fondos públicos» a «los fabricantes franceses […] con vistas a la competencia británica». A causa de su política económica libertaria, «el emperador se creó enemigos entre los industriales de diversas ramas». Sus proyectos a menudo fueron bloqueados «por intereses privados». La otra cara de su proyecto económico se basaba en una política exterior agresiva. Todo su gobierno estuvo involucrado en o promovió guerras. Al interior, en cambio, «gradualmente, fue aclarándose la ambigua situación legal de los sindicatos de los obreros. En 1864, se declaró incluso legal […] la huelga. Así pues, se legalizaron al mismo tiempo las grandes unidades o

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legislativo un congreso limitado a discutir «los proyectos de ley que le presente el

ejecutivo, así como los gastos y contribuciones anuales», y a «la creación de un senado que

atienda principalmente a las urgencias departamentales» (AMM: 29). En todo caso, no es

recomendable, aduce, erigir ninguna nueva constitución si no se somete a la consulta del

«pueblo por medio de un plebiscito sujeto a sufragio universal, [lo que] no sólo sería con el

espíritu del Plan de Tacubaya, sino que legalizaría los resultados de éste y fundaría una

base firme a las instituciones» (AMM: 30).97 Por esta operación, por un lado, Adorno

pretende otorgarle la absoluta legitimidad a una nueva constitución “conservadora” que no

es sino la misma, la Carta Magna de 1857. Conciente o no de lo que planteaba (¿«falacia

intencionalista»?), Adorno pasa a subyugar –como, quizá desde Zuloaga, los militares

querían- la ley al imperio de la opinión98 para «facilitar la unidad de acción del poder»

(AMM: 29); la misma ley que para Benjamin Constant llegara a ser la expresión de los

límites de la soberanía, que es lo mismo que la limitación de las “negativas” pretensiones

sindicatos de trabajadores, y las grandes unidades o sociedades de empresarios. Napoleón III, desde luego, no hizo lo suficiente por los trabajadores para ser considerado como un héroe por la clase obrera, pero hizo bastante para que muchas personas de la clase media de la época sospechasen de él como de un “socialista”». «Nunca sabremos hasta que punto se habría sostenido el imperio, si se hubiese permitido que actuasen con plena libertad causas puramente internas. Luis Napoleón se aniquiló, en realidad, a causa de la guerra» (1981: 246-248).97 Según éste plan en sus artículos siguientes reza así: «Artículo 3. A los tres meses de adoptado este Plan por los Estados en que actualmente se halla dividida la República, el encargado del poder ejecutivo convocará un Congreso extraordinario sin más objeto que el de formar una Constitución que sea conforme con la voluntad nacional, y garantice los verdaderos intereses de los pueblos. Dicha Constitución, antes de promulgarse, se sujetará por el Gobierno al voto de los habitantes de la República. […] Artículo 4. Sancionada con este voto, se promulgará, expidiendo enseguida por el Congreso la ley para la elección de Presidente constitucional de la República. En el caso en que dicha Constitución no fuere aprobada por la mayoría de los habitantes de la República, volverá al Congreso para que sea reformada en el sentido del voto de esa mayoría .» (reproducido por: Iglesias González, 1999: 328-329, subrayado mío).98 Dicho en el sentido de una observación de F. X. Guerra: «como lo hizo notar Tocqueville, a propósito de la idéntica consulta que en Francia hizo Lomenie de Brienne en 1788, al hacer de la constitución un tema de debate se pasa, ya, de la restauración de las leyes fundamentales a la política moderna, al reino de la opinión». [La política moderna en el mundo hispánico: apuntes para unos años cruciales (1808-1809)]. En el caso del México decimonónico, Mora decía de «la política yorkina [que] había quebrado, para él, las reglas del juego político en un sistema republicano de gobierno. Al apelar a la “voz popular”, había entronizado a la mera opinión como su principio y sustento. “No, el liberalismo –protestaba Mora- es el imperio de la verdad. Y esta sólo puede obtenerse por medio de la discusión”. [“Discurso sobre las aversiones política”, El Observador, 2ª época (24-IV-1830)] (Palti, 2005: 97; 2007: 74).

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de un legislador de poderes ilimitados (Bénichou, 2001: 59) aunque, como lo señala Luca

Scuccimarra (2002: 3),99 el mismo círculo que rodeaba a Madame Staël y al mismo

Constant, llegaron a aceptar, al principio de su gobierno, el poder ilimitado de Napoleón

Bonaparte... De todas maneras, tanto como Constant, Adorno reserva de muy buena gana

un «espacio de derechos contra los que el poder es incapaz de ejercer autoridad legítima».

¿Y cuáles son esos derechos para éste?: «la libertad individual, la libertad religiosa, la

libertad de opinión, (en la que está comprendía la publicidad), el goce de propiedad, la

garantía contra toda arbitrariedad» (Bénichou, ibíd.: 60). Esto nos retrotrae, obviamente, a

la inevitable pregunta: ¿sobre qué derechos descansará la soberanía popular en la propuesta

de Adorno?

Antes de cometer la impertinencia de adelantarnos, mejor señalemos una curiosa

coincidencia que suena más bien a un fiel diagnóstico de la política nacional de esos días.

En palabras de David Hume:

«Cuanto más los legisladores y fundadores del estado sean honrados y venerados por los hombres, tanto más serán detestados y odiados los fundadores de sectas y facciones, puestos que éstos ejercen una función diametralmente opuesta a la de las leyes. Las facciones subvierten la sociedad política, convierten en ineficaces a las leyes y alimentan la animosidad más feroz entre hombres de una misma patria que, en cambio, deberían ofrecerse ayuda y protección recíproca. […] [Las sectas y facciones son como] una planta que crece con mayor avidez cuanto más abonado esté el terreno, y aunque los regímenes absolutistas no están totalmente inmunizados frente a ella, es preciso reconocer que crece[n] con más rapidez en los regímenes liberales, donde invade[n] el poder legislativo, el cual sólo podrá extirparlo administrando con firmeza recompensas y castigos» [Essay Moral, Political and Literary] (cit. en Scuccimarra, op. cit.: 7).

Si la propensión de los hombres a agruparse en facciones será para Karl Schmitt el

fundamento básico de la dinámica política o para Constant el presupuesto del goce de los

derechos individuales,100 para Hume constituye precisamente el mayor –por irracional- 99 Mi paginación del texto de Succimarra se guía por la disponible en internet.100 « […] la libertad no la desean los modernos sino en la medida en que les garantiza la seguridad en los goces privados: La libertad individual, lo repito, esa es la libertad moderna. La libertad política es su garantía; la libertad política es por consiguiente indispensable»: [B. Constant] (citado en Bénichou, 2002: 33, subrayado mío).

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impulso anti-político en la psicología humana, así que él apelaba a dispositivos de

autoesclarecimiento de las opiniones colectivas lo que, debe señalarse, tienden a coincidir

con una de las inflexiones que empezaron a exigir cabal cumplimiento desde 1789: la de

Le Chapelier. Bajo la letra de B. Backzo, Scuccimarra señala que es en el informe final del

Comité Constituyente de 1791 donde está contenida «de modo completo aquella

concepción antipartidista de impronta liberal, que en cierto sentido caracteriza toda la

cultura política de la Constituyente» (op. cit.: 8). Se aduce que las facciones no conducen

sino a la defensa del corporativismo del Antiguo Régimen y que los «antiguos privilegios»

van en contra del «sistema representativo», contra su coherencia, y violentan la armonía

del «interés general» con el verdadero «interés individual». Con esta visión, dice

Scuccimarra, se fortalece (al mirar retrospectivamente) el concepto de «representación» de

Rousseau, para quien el representante debe serlo de la voluntad general o bien no

representar nada (algo parecido dirá Mably). En fin, según Backzo y Scuccimarra, eso

explicaría «la profunda desconfianza con la que las instituciones de la Revolución

contemplan cualquier intento de legitimación del disenso: la tendencia, pues, a liquidar

como expresión de mero “faccionalismo” cualquier desviación de la regla de la mayoría

que aspire a encontrar una forma política organizada» (Scuccimarra, op. cit.: 9). ¿Se trató

pues, de una política que vendrá a soldar «igualdad» con «voluntad general», y cuya

expresión consecuente sería el Terror?

«Ahí es donde reside el error [dice Constant]; contra la hipótesis de una clase dotada milagrosamente de una sagacidad sobrenatural […] me levanto con todas mis fuerzas. Esta

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hipótesis sirve de apología a todas las opresiones» (citado por Bénichou, 2001: 35).101

Así hemos venido a topar con esos dos modelos “ontológicos” en la que casi todas

las construcciones historiográficas modernas se han fundado, y respecto de la cual resulta

un obligado deslinde. Una perspectiva teleológica que bien podría ejemplificarse con

palabras de Constant:

“Lo que llamamos libertad civil era desconocido en la mayoría de los pueblos antiguos” que “sometían a los individuos a una jurisdicción social casi ilimitada” […] Los legisladores revolucionarios “quisieron ejercer la fuerza pública como habían aprendido de sus guías que había sido ejercida en otros tiempos en los Estados libres de la Antigüedad; creyeron que todo debía ceder, hoy todavía, ante la autoridad colectiva, y que todas las restricciones a los derechos individuales serían reparadas por la participación en el poder social” […] “La libertad individual, lo repito, esa es la libertad moderna…” […] “La libertad política es el medio más poderoso y más enérgico de perfeccionamiento que el cielo nos ha dado”.

Ahora bien, aunque la Revolución haya efectuado la transmisión de la soberanía del

monarca a la nación basándose en un modelo –a juicio de algunos- erróneo o absurdo, no

es el caso discutir la validez de esa transmisión:

“la supremacía de la voluntad general sobre la voluntad particular” se impone. Pero el verdadero problema está menos en decidir a quien pertenece la soberanía que en definir su extensión y límites: “El reconocimiento abstracto de la soberanía del pueblo no aumenta en nada la suma de la libertad de los individuos; y si se atribuye a esta soberanía una latitud que no debe tener, la libertad puede perderse a pesar de ese principio, o incluso por ese principio» (citado por Bénichou, 2001: 33-34; subrayado mío).

Elías Palti (2007: 50) ha demostrado la inconsistencia y el “espejismo” que esconde

«esta perspectiva teleológica […] que instaura un muro entre un bloque que representa

“modernidad = individualismo= democracia” y “tradición = organicismo =

autoritarismo”». Como Palti (pp. 51-52), pensamos que no existe «un vínculo lógico y

101 «[…] hay razón en considerar que la doctrina de los liberales es una doctrina de los propietarios. Pero también es verdad que en Constant, la propiedad se funda en un derecho convencional y subordinado, y no en un derecho natural. Así, para él, la sociedad posee sobre la propiedad “unos derechos que no tiene sobre la libertad, la vida ni las opiniones de sus miembros”» (Bénichou, 2001: 36). Norberto Bobbio señala que ya Leibniz recordaba ese principio social -el neminem ladere- al indicar cuan importante era para los romanos este principio regulativo de la propiedad. En fin, que para Constant (como para Leibniz), no hay posible unión social sin principios de justicia distributiva (2001: 123). Es obvio que la visión de Constant no es la única a la que el liberalismo vino a ceñirse.

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necesario entre modernidad y atomismo, por un lado, y tradicionalismo y organicismo, por

otro», y sobre todo que «La modernidad, en tal caso, podría también dar lugar a esquemas

mentales e imaginarios de tipo organicista, como de hecho ha ocurrido» (subrayado mío).

Desde el punto de vista de la transición, en la historia no hay ya puntos de llegada

establecidos de manera apriorística. «La modernidad ya no se identificaría con un único

modelo social o tipo ideal, sino que comprendería diversas alternativas posibles…». Más

aún: «No existe, por otro lado, ninguna relación lógica entre atomismo y democracia, por

un lado, y organicismo y autoritarismo, por otro. Encontramos aquí la diferencia crucial

entre lenguajes e ideas o ideologías. Los lenguajes, en realidad, son siempre

indeterminados semánticamente; uno puede afirmar algo, y también todo lo contrario, en

perfecto español. Análogamente, desde un lenguaje atomista uno podría plantear

indistintamente una perspectiva democrática o autoritaria; e, inversamente, lo mismo

cabría para el organicismo. Las “ideas” (los contenidos ideológicos) no están, en fin,

prefijadas por el lenguaje de base».

Desde el punto de vista de la historiografía latinoamericana, tal apriorismo ha

causado el enfoque totalizante bifocal en torno a dos visiones maniqueas donde un

apriorismo subyacente en el historiador, hace que la balanza de su juicio se torne

finalmente liberal.102 Más allá de que no estemos de acuerdo con Palti respecto al quiebre

«inequívoco» entre atomismo y ética, lo cierto es que, en buena medida –para los estudios

históricos latinoamericanos-, con las aportaciones de F. X. Guerra ha comenzado el 102 «La oposición a dicha teoría ha sido particularmente perceptible en México. Como algunos autores en este país pronto notaron, el cuestionar las credenciales locales del liberalismo, además de ser autopeyorativo, tiene implicancias claramente conservadoras (es decir, parece conducir a la conclusión de que, después de todo, Alamán y sus seguidores habrían tenido razón en sus críticas de los intentos de aplicar las teorías liberales a México). Así, comenzando por Reyes Heroles y Cosío Villegas, historiadores mexicanos en la tradición whig, trataron de demostrar, en palabras del primero, que ‘el liberalismo nace con la nación y ésta surge con él. Hay así una conciencia de origen que hace que el liberalismo se estructure, se forme, en el desenvolvimiento mismo de México’» (Palti, 2005: 30-31).

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proceso de desmantelamiento de la perspectiva atomismo/ organicismo, como de los

enfoques moderno/tradicional y democrático/autoritario no sólo para estudiar los procesos

de cambio históricos de nuestro mundo americano “exótico”, sino de la Historie en sí. Sólo

rompiendo con tal esquema podemos captar la intencionalidad que subyacía en las

expectativas que desde su inicio generó el bonapartismo como opción política, dentro del

abanico de las doctrinas políticas modernas que pretendían materializar verdaderamente el

principio de la soberanía popular y los valores fundamentales de la Revolución Francesa.

Para decirlo con Scuccimarra:

«En efecto, la contraseña de la “lucha [napoleónica] contra las facciones” no coincide con el diseño “Termidoriano” de un progresivo desplazamiento del centro de la gravedad del sistema representativo desde el pueblo soberano a una clase política que se perpetúa, llamada cada vez más a introducir los correctivos necesarios a fin de que las imprevisibles decisiones políticas de la ciudadanía encuentren un eficaz filtro institucional. Este no es más que el eslogan detrás del cual una compleja mayoría centrista esconde la conducta sinusoidal de lucha por el poder, en el seno de una oligarquía parlamentaria en proceso de consolidación. Lejos de convertirse en un instrumento de lucha entre partidos y grupos de poder, Bonaparte, con una jugada por sorpresa, demanda un esclarecimiento político a las instituciones directoriales, sin excepción alguna. En su personal “lucha contra las facciones” considera que “no tiene nada que compartir con alguna de las partes en conflicto, ni menos con las más comprometidas con la organización del golpe de estado” (p. 11, subrayado mío).103

En palabras del mismo Napoleón, al día siguiente del golpe:

« […] Franceses, vosotros reconoceréis sin duda esta conducta, el celo de un soldado de la libertad, de un ciudadano devoto de la república. Las ideas conservadoras, protectoras, liberales han recobrado sus derechos gracias a la dispersión de los facciosos que oprimían a los Consejos…» (Ibídem).

Será pues, debido a los días convulsos del Brumario, gracias a los que el

«bonapartismo», en tanto modelo, encontrará un hilo de oro para una narrativa «épica»:

«cuando la impaciencia juvenil de un general ambicioso enfrentado a una clase política inepta y corrupta, comienza a tomar la forma de un proyecto político alternativo […] [que consistente en] la pretensión de gobernar a Francia no como representante de un partido, sino como intérprete de la nación y de sus más profundos ideales […] decidió despejar el campo de

103 Mora pensaba que «el resultado, a todas luces monstruoso, del surgimiento de los partidos o las facciones» es el surgimiento, como consecuencia de las pugnas, de «“poderes extraconstitucionales” que vienen a perturbar la marcha regular del orden republicano» (Palti, 2005: 100). Como puede apreciarse, pese a todo, ni los partidarios de la política del “disenso” ni los de la “excepción”, niegan los valores republicanos. Ahí es donde todos encuentran el último acuerdo. Más allá, reside el tabú.

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aquella forma de intermediación partidista, que sofoca la espontaneidad del pueblo soberano embridándola en las formalidades de un falso prejuicio representativo. Decidió, por ello, atribuir al principio de representación su auténtica sustancia política: la de una relación de identificación fiduciaria entre la nación y su jefe indiscutible, desvinculada de cualquier formalidad procesal. Sólo así será posible en la práctica instituir un régimen político que sepa ser fuerte por el mismo hecho de ser “popular”» (Scuccimarra, op. cit.: 12, subrayado mío).

Visto así, ¿cómo no iba a resultar interesante a la «benemérita clase militar» (estas

palabras son de Adorno) mexicana un modelo semejante en las condiciones en que el país

se hallaba? Prestemos atención al lenguaje del bonapartismo y prestemos atención también

a los discursos de Zuloaga y Miramón104, o a los de Miguel Mª de Echegaray.105 Hagamos

otro tanto con la jerga del liberalismo en sus proclamas. Hablamos de bonapartismo como

si habláramos de cualquier otro partido porque en cierta medida así fue ofertado y

percibido: «Todo sistema ha triunfado […] porque el nombre de Napoleón es ya, de por sí,

104 «Así, después de haber experimentado durante un periodo de tiempo regular el régimen constitucional, he apelado á la dictadura, único gobierno que puede tener la bravura, la actividad y la energía necesaria para reunir otra vez los elementos con que cuenta el país, para reorganizar esta sociedad casi disuelta, para plantear su administración y preparar los medios de llegar á tener una constitución política adecuada á su carácter, y duradera. […]Esta es la esencia de todos los planes que se han proclamado en los diversos movimientos revolucionarios ocurridos desde el que iniciado en el Hospicio de Guadalajara terminó por la vuelta del General Santa-Anna, á la primera magistratura de la República» (Miguel Miramón, Manifiesto, op. cit.).105 El Plan de Ayutla muestra cuán dadas estaban las condiciones para pensar en el éxito de esa opción política, pues a pesar de señalar fines distintos, son los principios del sistema los que no dejan de estar presentes en uno u otro proyecto militar dictatorial. Basten unas líneas: «El instinto popular, que raras veces se extravía, ha reprobado […] la Constitución de 1857 con sus principios de progreso exagerado, y el programa del gobierno de México, insostenibles por sus ideas retrógradas, repugnantes a la ilustración de la época y a los intereses creados en el país por los gobiernos que nos han precedido. […]Guiado por estas inspiraciones y resuelto sobre todo a salvar la nacionalidad en riesgo de perderse si continúa la guerra civil, me he decidido a proclamar el presente plan, para cuyo buen éxito cuento con […] la división de mi mando y con el patriotismo de los mexicanos sensatos y juiciosos de todos los partidos, que no tardarán en agruparse alrededor de una bandera de conciliación y de paz, enarbolada por mí con la recta intención de poner fin a nuestras disensiones, convidando con la participación en el gobierno a todas las inteligencias y notabilidades del país, sin distinción de colores políticos.[…] Como mi fin no es lisonjear aspiraciones, sino curar los graves males que aquejan a la República, me abstengo de promesas pomposas y quiero que alguna vez se entre en el camino de los hechos, porque se ha burlado tantas ocasiones la esperanza de mejorar la condición del país, que éste ha adquirido el derecho de Dudar de todo y de no creer sino en los hechos. […]Artículo 1. […] se convocará la reunión de una asamblea nacional, compuesta de tres diputados nombrados en cada departamento, conforme a la ley electoral que se expedirá desde luego bajo las garantías de que puedan votar y ser votados los ciudadanos todos, sin excepción de clases ni personas. […]Artículo 2. La misión de la asamblea nacional es dar una constitución al país, […] al efecto se le deja en la más amplia libertad de bases y tiempo para formarla. […]Artículo 3. A los seis meses de publicada la Constitución, se someterá al voto público y sólo comenzará a regir si obtuviere la mayoría de sufragios» [M. Mª de Echegaray, Diciembre 20 de 1858] (Villegas Moreno y otros, 1997: 923).

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un programa», decía Luis Napoleón (cit. por Scuccimarra, op. cit.: 48).106 Este «modelo

político» no vendrá a ser sino otro respecto al paradigma de la «política deliberativa»

(dicho en términos generales, pues apenas hay parecido entre las tesis de Locke y Constant,

o entre estos respecto a las de J. S Mill, y menos aún, frente a las tesis de J. Bentham,

Schumpeter o Hayek) y diferente también de la política «jacobina». Se trata de un modelo

que huele a lo mejor del pasado –lo que, desde luego, será un señuelo, de ahí lo atractivo

para el “conservadurismo” de los militares, pues apela al núcleo duro del contractualismo

monárquico. El bonapartismo terminó por representar «en realidad el punto de llegada de

un complejo proceso de construcción constitucional que hace del primer cónsul y luego del

Emperador “el primer y de hecho el único representante del pueblo”» (Scuccimarra, op.

cit.: 65). Si este modelo (que digámoslo de una vez Adorno entiende en 1858 como una

medida de emergencia, temporal y sobre todo –exclusivamente- como un programa de

arranque reformista al que paradójicamente se opone, pues parte de una vena radicalmente

patriótica al expansionismo bonapartista francés), sin duda, podía devenir en demagogia,

real fue, sin duda, la demagogia de los partidarios de la «política deliberativa», como

puede leerse en el Manifiesto de Ignacio Comonfort a la nación (Febrero 2 de1858):

«Un poco de energía, una ciega sumisión a la justicia, la proclamación y respeto de los verdaderos derechos, volverán a la República la paz, no el sosiego; el espíritu de adelanto, no la sujeción servil; el reinado de la ley, no la aristocracia ridícula de nuestros vanos y mentidos redentores; el amor a Dios y al prójimo, no las hipócritas simulaciones de prácticas sin verdad ni sentimientos […] ¡Levantáos pueblos de México! […] Un solo esfuerzo y la antigua lucha entre la luz y las tinieblas se deciden en favor nuestro. […] ¡Levantáos y la explotación infame de los muchos para beneficio de unos cuantos quedará destruida! (Iglesias González, op. cit., 340-341, subrayado nuestro).

106 El bonapartismo, en palabras de Reinhart Koselleck: «Esta corriente encontró seguidores entusiastas no sólo en Francia entre los viejos veteranos con su media paga legal, sino en todos los países europeos con los que Napoleón había sido exaltado no sólo como héroe sino también como tipo de gran hombre (Heine) que había derribado las antiguas barreras ofreciendo la posibilidad del libre ascenso a los más capaces. El bonapartismo pertenecía a aquellos mitos sociales e ideologías políticas de salvación que no sólo suponían, sino que habían de precipitar también el derrumbamiento de la tradición» (1976: 289).

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Evidentemente, a los ojos de muchos franceses, y por lo visto también algunos

militares mexicanos (independientemente de los grupos políticos civiles a que fueran

cercanos)107, el esfuerzo por reorganizar la constitución, el poder y las instituciones

representaban el principal núcleo de atracción del bonapartismo visto desde la urgencia de

las necesidades contingentes. Sobre todo cuando, al menos con Bonaparte, el bonapartismo

desconoce toda las “ideologías” derivadas de la Revolución, para reconocer sólo y

exclusivamente lo que a su parecer era el único principio «auténtico» surgido de ella: la

soberanía popular108 y la “abnegación” del hombre de Estado –l’art pour l’ art, una idea

107 «Juárez nunca confió en el ejército, aunque fuera una fuerza liberal revolucionaria». Durante la contienda por la presidencia al interior de partido liberal, en 1859, «La fracción anti-Juárez consideró que, como el presidente de la república era presumiblemente un civil débil, se tenían que tomar algunas medidas en caso de una posible emergencia. En honor de González Ortega, debe decirse que no intentó un golpe de fuerza militar» (Bazant, 1991: 139, subrayado mío).108 Precisamente, un “centralista” como «Sánchez de Tagle planteó [bajo influencia de Montesquieu] [...] la idea de que la división de poderes [...] es ante todo una garantía política de la libertad». De hecho, éste personaje niega precisamente el “meollo” bonapartista, es decir, la posibilidad de materializar una igualdad absoluta latente en el concepto de soberanía popular, y así lo plantea: no podemos hablar de igualdad física ni de igualdad social pues ambas figuras son inexistentes. «La sociedad natural y la civil quedarían destruidas en el momento que fueran iguales, el padre con el hijo, el marido con la mujer, el magistrado con el súbdito [...] y así los demás, pues que precisamente la desigualdad es la que constituye las relaciones sociales de que toman su origen diversos derechos y diferentes obligaciones». No podemos hablar tampoco de igualdad legal, porque es también quimérica y finalmente desigual. Respaldándose nuevamente en Montesquieu apunta que son esas "igualdades" las que destruyen la democracia. Curiosamente, Ocampo tendrá una actitud más “centralista” en su momento. De todas formas, las consecuencias de un planteamiento como el primero, llevarán a Noriega a reivindica a Sánchez de Tagle como un «liberal ilustrado» y no como conservador, calificativo con el que se le recuerda; más bien, aduce, se encuentra más cercano a las tesis de Mora. Sin embargo, a nuestro juicio, pesa sobre Sánchez de Tagle como sobre Noriega, la imposibilidad – por lo visto, es evidente que queda fuera del campo de visión de ambos- de percibir las propias paradojas del sistema de representatividad liberal. Veamos sus tesis sobre «la resistencia a la opresión»: dice Tagle, citando al «inmortal Jovellanos»: «Ningún pueblo -sea la que fuere su constitución- tiene el derecho ordinario de insurrección; porque concederlo sería destruir los cimientos de la obediencia a la autoridad suprema por ella establecida y sin la cual la sociedad no tendría garantía ni seguridad en su constitución», lo cual es a todas luces exacto. Rarezas de la vida, para él caben dos excepciones más bien vaporosas: para que sea lícita la «resistencia»: «Primera. Que la opresión sea insufrible y del todo irremediable por medios ordinarios y vías legales y pacíficas. Segunda. Que los males de la revolución no hayan de ser mayores que los que está causando la tiranía». Y aquí cabe la ineludible pregunta: ¿cómo cuantificar esto? Más que una tomadura de pelo, a nosotros nos parece el reconocimiento: 1º de la imposibilidad de eludir el concepto de soberanía popular –que en efecto, no le queda otra opción que aceptar; 2º el de la ineludible presencia del inherente derecho a la resistencia al concepto anterior que, no obstante, nuestro personaje intenta diluir vanamente, o «limitar», como dice Noriega, cuando al mismo tiempo funda en ese mismo concepto el derecho a la propiedad –de hecho más fielmente a Constant. «En las Constituciones políticas deben declararse y consignarse, no los derechos del hombre abstracto -los que llamó la Revolución Francesa Derechos del Hombre- sino los derechos de cada uno de los ciudadanos; o más bien, los derechos del mexicano», aducía. (Noriega: 123-125, 134-135, 153 y ss.)

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que como ha señalado Bourdieu, en su creación está inmiscuida la nobleza prófuga de la

Revolución Francesa.109 Naturalmente, los bonapartistas ignoraban si el pactum entre el

hombre fuerte y el pueblo, forjaría una exitosa fórmula. No obstante, las grandes

expectativas que venían de Occidente parecían asentirlo. Por otro lado, las condiciones en

América, en nuestro caso México, parecían estar dadas para la recepción de ese sistema.

Veamos, por ejemplo, el planteamiento de Zuloaga:

Al promover la revolución contra la Carta de 1857, no he sido guiado por interés alguno personal: […] El grito público, la conciencia universal, los males que sufre la patria a consecuencia de la Constitución, son las razones que me obligan á tomar las armas en su contra. Ni los intereses de partido, ni los particulares, sino los de la Nación, son los que defiendo .[…] Desde que se promulgó el Código, se dejó oír un grito de reprobación universal, y á la gente honrada y pacífica del país no quedó otra esperanza, sino la de […] su reforma, porque no se creyó que rigiese un solo día una Constitución que consigna como derechos del hombre principios disolventes; que arma al asesino y priva á la autoridad pública de los medios de perseguirlos; una Constitución que ata las manos del Ejecutivo, y que llega hasta el grado de prohibirle que tome parte en los alzamientos de los Estados cuando éstos no reclamen su protección, y una Constitución, en fin, que ha agitado las conciencias y turbado la tranquilidad de las familias sin motivos razonables. […] La libertad proclamamos en Ayutla, y sin retroceder un paso, seguiremos defendiendo la libertad bien entendida, y entre nosotros no hallarán protección los bandos opuestos, en que por desgracia se halla dividida la República , ni se atacarán intereses sin motivo, y las medidas que emanen del Gobierno que establezca este movimiento, llevarán el sello de la justicia y de la conveniencia pública. […]Todos conocen que hay una urgente necesidad de nuevos códigos, de ordenanzas de hacienda, de leyes militares, de policía y de otros ramos, y que es muy difícil obtenerlos con la prontitud que las circunstancias lo demandan, si no es aprovechando el corto intervalo de una dictadura que dé por resultado la pacificación del país, la tranquilidad de los ciudadanos, el progreso de todas las mejoras materiales, y por último, el establecimiento de una Constitución en la cual se tenga presente la historia, las tradiciones y las costumbres de nuestro pueblo» [Manifiesto del General en Jefe de la primera brigada del ejército, exponiendo los motivos que lo obligaron a pronunciarse en contra de la Constitución de 1857. 17-XII-1857] (Iglesias González, op. cit., p. 329-339, subrayado mío)

II

Por un lado, hemos dado, pues, con la pública invitación a la escritura de lo que será

el opúsculo de 1858. Ahora hemos de referir sus efectos. Hagamos otro tanto con las

aporías de la propuesta de Adorno. Por otro lado, también hemos llegado, desde mi punto

de vista, a un marco que nos permite observar que no es sino porque éstos militares que

109 Sobre un pronóstico elaborado por D. Diderot en 1774 sobre éste punto de llegada del sistema político fundado en la soberanía popular, véase: Koselleck, 1993: 38-39.

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rechazaban en cierta forma todo golpe de Estado –aunque recurrían a él cuando les parecía

necesario-, y asumían en contraparte el principio del ascenso al poder de su “clase” por la

vía electoral popular, por lo que se explica el hecho de que, aún teniendo rasgos propios

del conservadurismo, ellos se veían a sí mismos como un “cuerpo” político diferente,

poderoso y especial, frente a los grupos civiles, pues sin duda su posición sigue siendo

estratégica.110 De ahí que cuando los conservadores (por cierto, mayoritariamente civiles)

promovieron desde Europa un imperio monárquico, «Zuloaga y Miramón, dudaban. Como

generales […] no estaban entusiasmados con un imperio con un príncipe extranjero»

(Bazant, 1991: 140). Después de todo, no había sido una idea suya, sino una estratagema

de los conservadores civiles (Gutiérrez estrada, J. M. Hidalgo y Tomás Murphy, entre

otros).111 Quizá Miramón aceptó el nuevo imperio por el hecho de estar respaldo por el

110 Independientemente del grupo de civiles a los que estuvieran ligados, “liberales” o “reaccionarios”, los militares se veían a sí mismos como partido en el segundo de éstos dos sentidos: Según el primero, «tomamos la voz partido en la significación que tiene en nuestro idioma según el diccionario de la academia española, esto es: ‘Parcialidad o coligación entre los que siguen una misma opinión o intereses.’ Parcialidad según el mismo diccionario es [el segundo significado]: ‘La unión de algunos, confederándose para un fin, separándose del común, y formando cuerpo aparte’. En este concepto también decimos, que los ciudadanos no deben seguir partido alguno; porque los partidarios se coaligan, se unen o se confederan para algún fin, separándose del común, y como este es la voluntad y la opinión de la mayoría de la sociedad, los buenos ciudadanos no deben separarse de él porque se harían delincuentes» [“Partidos”, El Águila Mexicana, 8-II-1828] (cit. en Palti, 2005: 104). No así en los versados en leyes, para quienes, como Mora pensaba en El Observador según una transcripción de un artículo publicado en El Espectador Sevillano: ‘Solamente los que se han entregado al estudio de las letras tienen el caudal necesario de ideas y conocen el método de exponerlas […] Los sabios pues deben ser el primer órgano de la opinión pública’ [El Observador, 1ª época, 2-I-1828] (Ibídem). Es muy límpido el movimiento retórico de los partidarios del disenso para apropiarse, precisamente de la esfera de la opinión, de lo decible en cada caso. Como recuerda Carlos Illades: «El liberalismo ha dejado muchas promesas incumplidas y nadie lo llama “utópico”; ese calificativo queda estrictamente reservado para descartar a su antagonista como resultado de lo que Bourdieu ha llamado “el poder de nominación”» (2008a: 22). Como se desprende de estas palabras de Palti a partir del concepto de Mora de la opinión pública: «La opinión pública sigue siendo “siempre cerrada”, pero cuál es ella ya no estará igualmente claro para todos; para volverse reconocible, la opinión pública deberá comparecer ante el tribunal de la razón […] [El] objeto [será] (el de discernir la auténtica opinión pública de sus formas alegadamente “bastardas”)» (Palti, 2005: 101).111 Difícil es percibir esas diferencias cuando los mismos “liberales” agrupan a todos bajo un mismo esquema: «Pero ¿será cierto que la voluntad nacional se reconozca y cambie tan rápidamente como del 17 de diciembre al 11 de enero último? ¿Es posible que primero la Constitución de 1857 y después la persona del Presidente que llevaba ya varios días de traidor, fuesen santas la víspera y se volviesen nefandas en el día? ¿Es posible que los elegidos de la mayoría reunidos en congreso, representasen menos bien la voluntad de sus comitentes, el dogma de la soberanía del pueblo, y que la mayoría de la República tuviese por legal y buena una cosa, hasta que el genio de los Zuloaga, [¿Luis Gonzaga?] Cuevas y cómplices le iluminase el entendimiento para que conociera, por revelación súbita, que el dogma debía ser el plan de las tres

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mismo Luis Napoleón y, en consecuencia, por el hecho de que «Maximiliano aceptó la

corona con la doble condición de contar con la simpatía del pueblo de México y el apoyo

militar y económico de Napoleón» (González y González, 1896a: 113) y, por tanto, ello

implicaba la gran posibilidad de una serie de proyectos bajo ese estilo de gobierno. En

efecto, durante la guerra de los Tres Años, «el presidente Miramón envió instrucciones a

los representantes en París y Londres para que buscaran el apoyo de estos países, y a

Gutiérrez le escribió confidencialmente para que trabajara también en el mismo sentido»

(Díaz: 122). Pero los conservadores civiles trabajaron en otra dirección: la vía monárquica.

Por eso, cuando «por ésta época llegó Miramón a Europa: [y] se enteró de los planes

monárquicos dijo encolerizado que en México no existía ningún partido monárquico»

(ídem: 124). Para entonces, la cercanía de Hidalgo a la corte de Napoleón III y su esposa

ya habían rendido sus efectos. Como se sabe, las cosas no resultaron de acuerdo al plan

previsto por los mismo monarquistas… Lo más probable es que el bonapartista Miramón

respaldara a Maximiliano porque sabía que, anulado éste, estaría muerto no sólo

políticamente, pues como señala Bazant: «durante la guerra civil de 1858-1860 como

durante la intervención francesa de 1862-1866, las ejecuciones de prisioneros civiles y

militares habían sido un hecho corriente. Si Ocampo había sido fusilado, ¿por qué se debía

perdonar la vida de Maximiliano [y los suyos]?» (p. 142).

Volvamos al año 1858. No sólo justifica una dictadura temporal, sino que la

alienta.112 De eso a plantear como los partidarios de la “mitología del realismo” que

garantías?» (Ocampo. Op. cit.).112 Y la alienta de tal manera que sus palabras quedan casi impresas en el Manifiesto de Miguel de Miramón del 12 de julio de 1859: « ¿Por qué? Porque no basta la fuerza de los ejércitos para consumar una revolución; porque es preciso desarrollar sus principios; es preciso remediar las necesidades que la han determinado. […]Hoy he tomado mi partido, he formado un programa que estoy resuelto á llevar á cabo con toda la fuerza de mi voluntad, con toda la energía de que mi carácter es capaz. Comprendo las dificultades que tengo que vencer: graves cuestiones que es preciso zanjar de un modo aunque equitativo, violento; inveterados vicios que es necesario corregir, intereses bastardos de tamaños colosales que es indispensable nulificar» (Iglesias

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Adorno propugna un régimen terrorífico “distópico” ya implícito en su “utopía”113 distan

bastantes leguas. Otra cosa es que no previera la lectura posterior de su opúsculo. Lo cierto

es que para él, «es fácil a un gobierno enérgico e inteligente el hacerse fuerte, la diferencia

sólo está en que un gobierno malo es efímero, pues los elementos de descontento que crea

lo destruyen; podrá durar más o menos, en medio de la desgracia del pueblo, pero su fin

llega infaliblemente, cuando por el contrario, la fuerza de un gobierno paternal, es durable

y menos costosa…» (AMM: 62). Sencillamente, Adorno justifica la dictadura temporal

sólo:

« 1º Rehaciendo el principio de autoridad y de obediencia: 2º apoyando la moral y la religión: 3º elevando y acatando el imperio de la ley y la justicia: 4º moralizando los resortes administrativos, defensores y financieros: 5º promoviendo las mejoras materiales».

La autoridad no puede ejercerse si el gobernante no es virtuoso ni enérgico al aplicar

la ley con «el malvado, como generoso para premiar al bueno». Un gobernante capaz de

encarnar la moral precisamente «para dirigir al pueblo aquellas alocuciones que lo

entusiasman y disponen para obedecer sin hacerse violencia» (AMM: 63).114 La autoridad

de un Estado es impensable sin una religión como por la ausencia de una ley 115 de veraz,

pronto y expedito cumplimiento, pues nada afecta más a la moral de un país que la

ausencia de una ley que fuerce al respeto de aquella. Jugando con el imaginario de los

militares, recuerda:

González, op. cit.: 374-382).113 Un argumento esencialista caro a casi todos los teóricos de la “utopía” de casi todo el siglo XX por el que se nos escapa lo más rico de la disputa sacerdocio/profecía en el ejercicio de sus previsiones respecto a los estratos de la temporalidad.114 Aquí se aprecia en todo su esplendor el papel de la religión como ideología para Adorno. Algo que en palabras de Vicente Rocafuerte –dichas en la década de 1830-, podría plantearse así: « [La religión] disminuye la necesidad de restricciones legales y sustituye en gran manera el uso de la fuerza en la administración de las leyes. Esto lo obra haciendo que los hombres sean una ley para sí mismos, y reprimiendo toda disposición a turbar o agraviar la sociedad». (Santillán, 2002: 91) 115 «Si Napoleón el grande no hubiese hecho otro bien a la Francia que el de su código, ya tendría ésta que reconocerle por ello una durable gratitud». (AMM: 69-70)

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«[…] lo que ha distinguido a las monarquías para hacerlas durables, ha sido el que los monarcas, aún los más absolutos, han respetado por lo menos su propia palabra, cuando tenía la fuerza de ley, y basta abrir la historia para cerciorarse de que luego que la tiranía ha hollado las leyes ha formulado su propia ruina» (AMM: 71-72).

2.2.2 Para los “Licenciados”

Tampoco son pocos los elementos que se acumulan en la búsqueda de las «afinidades

electivas» que enlazan a la familia Adorno con la familia -veracruzana- Lerdo de Tejada.

Ambas tuvieron en común el ascenso político bajo el amparo de Antonio López de Santa

Anna. Miguel tuvo un peso importante y ocupó cargos estratégicos: en el campo de la

Educación (como Juárez triplicó el número de escuelas elementales) y de la promoción de

artes e industria, fungió como rector del Colegio de San Ildefonso de 1852 a 1863 y como

jefe de la Secretaría de Fomento que presidió algunos años. Durante su ocupación de la

presidencia municipal de Veracruz (1852), llevó a cabo obras públicas de salubridad,

reformas de Hacienda, beneficencia e instrucción pública. Sebastián, en tanto secretario de

Relaciones Exteriores durante el gobierno del militar Ignacio Comonfort (1857), fungió

como Presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.116 Y llegó a tener,

como durante su presidencia, algunos momentos cumbres anteriores: como nos recuerda

116 Ignacio Manuel Altamirano nos recuerda que «en 1851, siendo presidente el general Arista y ministro de relaciones don Mariano Yañez, el Congreso de la Unión expidió el siguiente decreto: […] Articulo 3º El ministro de relaciones será el presidente nato de la expresada Sociedad». La familia Bustamante, por cierto, también tuvo mucho que ver en la promoción de un proyecto industrializador. Cabe recordar que un tal Lic. Bustamante formó parte de la Comisión de Industria poblana al lado de Rafael Adorno. En 1868, Miguel Bustamante, ministro de Fomento, concedió privilegios (exp. 543, AMP) a Juan Adorno sobre su Diligencia de Seguridad así como de sus Armas Pacificadoras. Benigno Bustamente, además, presidió en 1851 «la sección de Estadística» dentro de la Sociedad ya señalada, de la cual Manuel Tejada, «catedrático de Minería», como «socios honorario», «el señor don Alejadro Humboldt, residente en Berlin» y «don Federico Gerolt, actual ministro plenipotenciario de Prusia en los Estados Unidos» eran miembros como también, en 1872, lo serían José y Miguel Bustamante. Allí, el número de militares del cuerpo integrante era abrumador. Cabe señalar otros nombres: José María Bocanegra, don Manuel Payno, Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Matías Romero, Mariano Riva Palacio, don Cástulo Barreda y Agustín Sanchez de Tagle, quienes, como Porfirio Díaz en su momento, presidieron el Ministerio de Fomento (Altamirano, 1989: 44, 46-48, 65-68).

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Ballard Perry, en «1867 […] [Sebastián] Lerdo gozaba de reputación nacional como

miembro del “Triunvirato del Norte”: Juárez, Lerdo y José María Iglesias».

Es normal, por tanto, que Adorno viera en él, un civil sensible a sus ideales, que

compartían con los militares; un aliado para apuntalar las “buenas causas”: ambos veían en

el catolicismo un enemigo, ambos creían en la tesis de la extirpación de las facciones

políticas, lo que implicaba «destruir la teoría del gobierno bajo dominio del parlamento».

Como nos dice Ballard Perry siguiendo a Frank Knapp, la política de Lerdo apelaba a la

«paz, respeto a la ley y a los principios de la Reforma, una presidencia nacional y no una

jefatura de facción /…/, [creía en la] centralización del poder en un presidente fuerte e

independiente». Ciertamente, Lerdo pertenecía a una época en que el discurso liberal

federalista se había desgastado:

La sustitución del modelo liberal republicano por el centralismo del ejecutivo empezó [según Ballard Perry] con Juárez, […] porque el modelo no funcionó. Lerdo continuó esa política [según él]. Frank Knapp escribió que “Lerdo […] centralista hasta el tuétano, en su intento de extender los tentáculos del gobierno nacional por debajo del apego al localismo, […] se las arregló para llevar a la presidencia hasta el máximo punto de avance bajo la Constitución de 1857” (Ballard Perry, 1993: 157)».

En efecto, de acuerdo a los más caros principios del Bonapartismo, que encuentra en

la cita anterior la fiel expresión de sus condiciones de posibilidad, el Congreso «confirió a

Lerdo poderes extraordinarios cuando los pidió», y al mismo tiempo, fue un apóstol de la

«la libertad de prensa». Ciertamente, el Bonapartismo había venido a impulsar (que no a

imprimir) valores de los que ya no se pudo prescindir en el discurso político. Por eso:

Los liberales del siglo XIX buscaban diversos medios de impedir la dictadura y convertir de insurrección en elección el proceso de la sucesión. Durante el primer cuarto de siglo de la Independencia, la panacea liberal fue el “federalismo”, basándose en parte en la idea jacobina de que el gobierno local garantizaría la libertad del hombre, pero también basándose en la observación del número de ocasiones en que un fuerte gobierno estatal frustró la práctica [fraudulenta] de los políticos nacionales de controlar las elecciones en todo el país. [Así pues,] […] Cuando subieron al poder los radicales durante el periodo de la Reforma, incluyeron en la Constitución de 1857 los conceptos de soberanía estatal, sufragio universal y elecciones libres.

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Sin embargo, el modelo político de excepción enfrentó un argumento muy fino por

parte de los defensores de la política de facciones, el cual surgió cobijado de estos

argumentos:

La nueva panacea de la República Restaurada fue la “no-reelección”. Se creyó que si la reelección estaba absolutamente prohibida, los políticos no usarían el poder del cargo para permanecer en él, los candidatos recurrirían al pueblo en lugar de las armas, el sufragio se volvería efectivo, cesarían las rebeliones y el gobierno se volvería receptivo. Estos argumentos se airearon en 1867, de nuevo en 1871 y se generalizaron más en 1876 (Ballard Perry, 1993: 162).

No estamos seguros, por el contrario, de que Adorno compartiera con Lerdo la tesis

económico-políticas de «la habitual conseja liberal de que la prosperidad de la nación

exigía una estabilidad política antes que, por ejemplo, una reforma agraria, el manejo de la

industria minera por el gobierno». Recordemos que en los Análisis sostiene que eso nunca

iba a suceder, con lo cual se sugiere una mejor comprensión de la situación por parte del

poblano. Pero si en algo Lerdo prestó atención, fue en su consejo de rechazar:

Los intereses comerciales, al negarse a otorgar una concesión para construir un ferrocarril que uniera México con Estados Unidos, a pesar de haber inaugurado el ferrocarril de Veracruz a México (Vázquez, 2008: 183).

Es muy probable que las propuestas reformistas de Adorno fueran descartadas de un

plumazo con la caída de Lerdo. Pero también, la caída de Lerdo puede señalar el fin de una

época que buscaba impulsar un conjunto de principios que, si con Lerdo ya no son

bonapartistas, ello no impide decir que civiles como él encontraron en ese modelo

argumentos de peso para considerarlos razonables. Así el triunfo de la política de facciones

fue triple: primero, al lograr imponerse con el principio político de la no-reelección,

segundo: al imponerse con la fuerza a través de Díaz117, y tercero: a través de la 117 Curiosa la defensa que de Lerdo hace el paladín anglosajón de la democracia –Ballard Perry- cuando, entrelíneas, sugiere que Lerdo fue víctima de Díaz: «El gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada cayó en noviembre de 1876 porque Porfirio Díaz reunió a las muchas facciones locales e individuos que se enemistaron con el dominio monopólico de una maquinaria política nacional sobre los cargos públicos de la nación […]. El centralismo ejecutivo, sin embargo, indisponía a individuos y facciones, que atacaban al gobierno en ejercicio por su propios intereses económicos y de carrera» (Ballard Perry, op. cit.: 172).

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historiografía, deformando tesis susceptibles de explicarse en su propio contexto de

emergencia. Las facciones entendieron la lección. Entendieron que el crecimiento

económico sólo es posible bajo un programa prolongado de reformas, pero que con el

Porfiriato se supeditaron a los intereses extranjeros, al saqueo del país con el

consentimiento de la clase política que Adorno bien denominó provincialista.

Aún así, suponemos, el dictador Díaz tuvo que recurrir al marco de los principios de

legitimidad que la propuesta bonapartista vino a añadir a las expectativas políticas como

fuente de legitimidad del poder, supongo que, en todo su esplendor, desde Miramón.118

Ajeno a éste planteo, encontramos en Lawrence Ballard Perry la confirmación indirecta de

ello:

Es indudable que Juárez disfrutaba un apoyo político muy superior al de cualquier otro dirigente mexicano en 1867. Con justicia se rindió honor a su aportación a la resistencia nacional y sus servicios a la nación fueron reconocidos universalmente. Se alegó que era merecedor de un gobierno en tiempo de paz para llevar a cabo su programa de reconstrucción, y a menudo se hacía notar que, de no utilizar el amplio apoyo recibido, éste se dividiría entre diversos contendientes, lo que pondría en peligro al Partido Liberal y a la República. Además, estaba muy extendida la idea de que el mejor modo de que México diera un mentís a la propaganda conservadora y francesa (es decir, que el libre voto del pueblo fue el que hizo a Maximiliano y a la monarquía venir a México) era votado abrumadoramente en 1867 por mantener en la presidencia al hombre que dirigió la resistencia republicana (1996: 40-41.El subrayado es mío).

De ninguna confrontación, pues, sale bando alguno inmune a los argumentos de sus

contrarios. Desde Juárez, las facciones (de las cuales los militares no están exentos,

naturalmente) tuvieron que ceñirse en sus discursos públicos al imperativo de la Soberanía

Popular.

118 En 1874, Plotino Rhodakanaty apuntará: «El ser universal, ese Dios omnipotente que rige los destinos de las naciones y les demarca el sendero por donde deben caminar a su elevación y engrandecimiento, no pudiendo soportar más la inflamación de la tiranía y el despotismo militar que, rebosando en la mísera Europa, se desbordaba cual torrente impetuoso sobre la joven América, quiso poner el hasta aquí al cesarismo napoleónico entronizado en Francia, fulgurando sobre la antigua patria de Moctezuma el radiante sol del 5 de Mayo» (Discurso cívico pronunciado por el C. Plotino C. Rhodakanaty como secretario que es de una sociedad progresista de esta capital, el día 5 de mayo de 1874. En Obras, 1998: 25).

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2. 3 Y las instituciones.

La dictadura fue concebida por nuestro socialista como medio, nunca como fin. En

1858, la importancia del Bonapartismo se percibe precisamente en el análisis de los

conceptos contractualistas aparentemente más abstractos o “estériles”. Para corroborar lo

señalado, qué mejor que el análisis de sus propuestas más concretas. En lo que nos ocupa

-las instituciones- me gustaría que recordemos un aspecto fundamental del contexto

socioeconómico: el estado clínicamente crítico de la nación. Esto es muy lógico,

ciertamente, pero es la brújula sin la cual su concreto planteamiento reformista se perdería

en abstracciones que cualquier análisis elemental lanzaría a la categoría de lo

convencionalmente entendido como “utópico” – esa red incapaz de retener algo-. El

ejército, la burocracia, el poder judicial, son instituciones cuyo saneamiento apunta a la

materialización de principios democráticos. Esto será más claro en 1873, cuando había sido

recién electo Sebastián Lerdo de Tejada, hablando de los pasos que la prensa ha dado hacia

la construcción de un basamento sólido para la democracia, Adorno sugiera la necesidad de

complementar esas «sabias instituciones» con otras capaces de «hacer a México

independiente por su propia fuerza». Hábil orador, sabía exagerar en determinados

momentos (sobre todo en los discursos esotéricos que nos ocupan) un optimismo sobre

algunos “avances” que, en realidad, dejaban mucho que desear. Puede que las instituciones

tuvieran cierta mejora, pero nunca estaría demás “reforzar” las conquistas:

Es inconcuso que para que un país tenga su independencia afirmada sólidamente, se necesita que su fuerza moral y material sostenga y consolide sus derechos sociales y sus instituciones [conquistados]. La fuerza moral de nuestra república está probada satisfactoriamente con el valor y constancia de nuestro pueblo en las guerras que ha sostenido, y hoy no se lanzaría una potencia extranjera a traernos una guerra injusta con la misma facilidad y desprecio de

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nuestros derechos […] Nuestro pueblo ha demostrado que es y merece ser libre e independiente (Resumen: 8-9).

No es suficiente. Desde luego, en 1858 señalaba ya la necesidad de regenerar la

patria “materialmente”, pero ella no marcaba la pauta del espíritu de su escrito. Destacaba,

sobre todo, la idea de «moralizar los resortes administrativos, financieros y de defensa». Al

respecto planteaba: «nuestro ejército –decía- se halla desmoralizado: 1º por las continuas

guerras intestinas, cuyo flujo y reflujo siempre se han apoyado en el ejército mismo; 2º por

la prodigalidad de los grados militares; 3º por la miseria que se ha tenido al soldado; 4º por

el desdén de las leyes militares, 5º por el sistema de levas». El sufrimiento de los soldados

se encuentra como una de las causas primeras del bandidaje. Cierto, en 1858 expresaba su

deseo de un orden dirigido por el Supremo Gobierno a través de «una sabia reforma en las

instituciones y la promoción de mejoras materiales» que hagan probar al país «las dulzuras

de la paz». «Que el ejército mismo sea el apoyo del orden y el promovedor de la felicidad

pública en vez de su destructor azote», sugería. 119 Con «el ejército convertido en el apoyo

de la tranquilidad y de la paz, marcharía en medios de las bendiciones del pueblo»,120

máxime «cuando el soldado permanece neutral en la lucha de los partidos, [pues] estos

concluyen por entenderse y decidir calmamente las cuestiones políticas». Sepa el ejército

asumir virtuosamente su autoridad, de lo contrario sólo podríamos hablar nuevamente de

119 «Yo estoy íntimamente persuadido de que ningún gobierno se ha consolidado en el país, porque ninguno ha cuidado de proporcionar al público el bienestar individual. […] Yo comprendo que el grande objeto con que se instituyó la sociedad, fue hacer felices á los asociados, y que el primer deber del gobernante es hacer que la sociedad consiga su fin» (Miguel de Miramón, 12-VII-1859, op. cit.). 120 Nosotros planteamos que Adorno intentó “traducir” de acuerdo a las necesidades que él observó en nuestro país, los conocimientos políticos, tecnológicos y organizativos que el aprehendió en Europa, fijando así una serie de tópicos que no fueron enunciados al garete, sino que tenían ya ciertas condiciones que no sólo posibilitaban su enunciación, sino que la favorecían. Él fue, pues, propiamente dicho, un precursor de preocupaciones temáticas que enlazan soberanía, nación y fuerzas armadas. Un ejemplo posterior lo hallamos en I. M. Altamirano, quien en 1873 elogió los libros del general Rafael Benavides (amigo por cierto de Sebastián Lerdo de Tejada), calificándolos como «obra interesantísima», señalando su «utilidad», y loando además su «patriotismo» e «instrucción». Para ver los temas de interés que parecían caros a Altamirano, Lerdo de Tejada, y Benavides, remito a éste libro. De ellos quiero destacar dos libros de éste último: Práctica de la guerra para servir de norma a los pueblos débiles invadidos por el extranjero- Nueva York.-1871; y El último de los Napoleones, traducción del francés a cargo del personaje referido (Altamirano, 1989: 78-80).

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los imperios de «la miseria», el «vicio» y «las dictaduras militares que en un solo día

suelen alzar a un jefe al solio en la mañana, para hacer rodar en la tarde su cabeza en el

patíbulo» (AMM: 72-76). Muchos ejemplos nos da la historia al respecto.121 Por eso, el

ejército tiene que ser capaz de erradicar sus «tentaciones de lujo y de derroche» y respetar

«sus leyes» si acaso pretendemos insuflarle vida a una nueva constitución.

Si ejército, burocracia y administración hacendaria son piezas claves a reformar

moralmente en 1858, en 1873 el acento estaba invertido:

La fuerza moral no es el todo, ella necesita en las naciones estar sostenida en la fuerza física, y esta, que en la historia antigua se cifraba en el número y la valentía de los combatientes, en nuestra época tiene además la necesidad de apoyarse en la perfección de armamentos.

La última guerra franco-prusiana presenta ante la humanidad una inmensa lección. […] Un examen imparcial demuestra, señores, que la Prusia está mucho mejor armada que la Francia, y que con los nuevos armamentos debía sucumbir la táctica que tantos triunfos había dado al primero de los Napoleones. La decisión de los combates, por medio de las armas blancas y sobre todo de la bayoneta, ha pasado ya para no volver a presentarse jamás en las batallas reñidas (Resumen: 9).122

De éste hecho vendrá a sacar inspiradoras conclusiones que a su vez imprimirían un

giro sobre su concepto de los “Napoleones”. La revisitación del tema que aquí nos ocupa,

lo llevará a una posición más “pragmática” aún. Sobre todo, se acercará al “milagro”

prusiano con ávido interés. Una sola mejora técnica provocó, leía en los acontecimientos,

una radical transformación estructural en el ejército triunfante.123 La lección puede

resumirse matemáticamente: «1 x 1: 10 x 10: 1: 100».124

121 En su Análisis –p. 108-, Adorno nos dice: «para que sea fructífera la historia, es indispensable comparar los resultados de los hechos con los principios científicos».122 «Por otra parte las tradiciones de la república deben tener siempre en vigilancia al gobierno respecto a la política de la Unión Americana, cuyos últimos actos oficiales deben alarmarnos más seriamente. […] Yo no pierdo la esperanza de que el conocimiento de los verdaderos sentimientos que me animan, el ver en mi administración un gobierno tan amante de la verdadera libertad, de la civilización y del progreso como el que más, atraiga á la causa del orden las simpatías del gabinete americano. […] Pero ello no disminuirá la importancia de conservar las firmes y cordiales relaciones con las grandes naciones europeas y con todas las del mundo civilizado» (Miguel Miramón, op. cit.).123 Por ese entonces, ya incluso con Considerant en Francia, «la escuela falansteriana había envejecido e iba en retirada dentro del mapa socialista. La industrialización modificó la geografía social del país al punto de dejar atrás el mundo de Fourier adentrándose en el de Marx» (Illades, 2008a: 121-122).124 Para cada 100 franceses, 1 alemán debidamente armado basta para detener una invasión, argüía.

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En verdad, esa lección es demasiado terrible para desentenderse de ella, principalmente por nosotros que somos vecinos de una nación poderosísima, a donde, con mengua del derecho, no faltan periódicos caracterizados que continuamente predican la absorción de nuestro hermoso y rico territorio y la destrucción de nuestra raza.125

Por eso,

No debemos desconocer ni un momento que México, para ser grande debe ser una nación seria y virtuosa, pero tampoco debemos olvidar que para ser independiente necesita ser fuerte.

Y así continuaba:

Hoy, ¡sensible es decirlo! México se halla casi completamente desarmado ante una potencia extranjera. Los armamentos en todas partes se perfeccionan de día en día; los arsenales, las maestranzas, las armerías de todos los pueblos fuertes presentan una actividad sorda y disimulada, pero inmensa y amenazadora; sólo en México carecemos de los medios de construir nuestro armamento, teniendo que comprarlo al extranjero, seguros de que no han de vendernos lo supremo y que en el día de un conflicto encontraríamos cerrados para nosotros todos los mercados de efectos de guerra. La lección de la cuestión de Alabama, entre dos naciones poderosas, no se olvidará en mucho tiempo, y México no tendría aliados, y ni aún amigos a quienes comprar armas en las tribulación. ¿Permaneceremos siempre en esta situación precaria? ¿Tendremos nuestra independencia garantizada, sólo por la virtud y la generosidad ajena? Esto, señores, además de ser muy incierto, es humillante (Resumen: 11-12)

El tamaño y la forma de las balas, la estructura de las armas, la aparición de

ametralladoras como arma de estrategia defensiva; o las nuevas tácticas de ataque de las

infanterías y caballerías, son temas que le merecen consideración y no pocas meditaciones.

«Tales son, señores, las consecuencias, que con relación a armamentos se deduce de las

últimas guerras Norte y Sud Americana, Pruso-Austriaca y Franco-Prusiana» (Resumen:

14). Tales son las enseñanzas que esas naciones proporcionan a la nuestra: la libertad se

defiende, incluso por la fuerza; pero la fuerza se labra con inteligencia. Esta experiencia

será su confirmación de cómo la modernización vendida por Francia a su periferia a

cambio de sumisión, de un discurso libertario a costa de la misma, encontrará sus naturales

contradicciones.

125 Conscientes del papel de las ideologías como instrumento eficaz para mover multitudes, a los socialistas preocupó siempre el uso de ciertos tópicos difundidos especialmente en los periódicos. En nuestro país, será Rhodakanaty quien hizo frente a las ideas difundidas en la prensa recurriendo precisamente a ella misma.

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Su famoso fusil (el «arma que construyo y hasta ahora no ha sido examinada por

ninguna comisión científica del gobierno» –Resumen: 14) 126 implica, a su vez, el

establecimiento de una serie «de fábricas […] con máquinas constructoras automáticas,

que por ellas mismas ejecuten las diversas operaciones con precisión y prontitud, y cuando

esto se consiga, se tendrá con el mismo dinero que hoy va a fomentar ajenas empresas, una

industria propia que ocupará multitud de brazos que hoy yacen ociosos y miserables y que

con trabajo tan útil formarán una de las necesarias graderías de la prosperidad» (op. cit.:

18). Con fusiles «incuestionable»-mente mortíferos, «no será necesaria una gran multitud

para el servicio normal, y así tendrán los pocos que manejen las armas, como un honor y

premio el portarlas».

Así yo creo: 1º que esa escogida tropa deberá ser mejor remunerada. 2º que ella estará compuesta de voluntarios que tengan buenas aptitudes y honrosos antecedentes; y 3º que sin perjuicio del buen servicio y la realidad de un aumento enorme de verdadera fuerza y dignidad en el ejército, habrá grandes economías en el erario que contribuirán a la solvencia de éste (Resumen: 20-21).

Toda reforma tecnológica tiene que dar pie a una transformación institucional,

podría formularse, era una premisa central de sus tesis social-reformistas, y viceversa; de

ahí mi insistencia en la profunda admiración que le causara el enterarse del alcance de la

reforma prusiana y conminará a seguir su ejemplo modernizador para que, a través de ella,

pudiera acabarse con costumbres que tanto dañaban el tejido social (en lo que también

insiste mucho), como la leva:

Hasta hoy, señores, no ha sido posible establecer entre nosotros otro sistema de reclutamiento que el de la leva, siendo imposible hallar nada tan odioso, injusto y cruel, como esta manera de forzar a los hombres a un servicio tan penoso como el del soldado. […] [Con la leva se daña]

126 En efecto, las otras fueron registrada en 1863 y 1867 (exp. 450 y exp. 543 del AMP, respectivamente). Tras revisar las fuentes donde patenta aquellos dos proyectos, hasta entonces no materializados, uno puede percibir cómo la petición de subsidio que Adorno solicita para financiar a gran escala ese proyecto circula por muchas manos. Por un lado la falta de apoyo gubernamental, por el o los motivos que fueren, lo llevaron a recurrir a la opinión ciudadana para crear una sensación de urgente necesidad de realización.

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la libertad por medio de la violencia con el aniquilamiento de los derechos naturales del hombre que la leva extermina en el recluta, violando todas las garantías institucionales».

«En nuestras instituciones se encuentra, señores, el verdadero remedio de tan

graves males». Con armas poderosas, desaparece la necesidad de un ejército amplio, y se

libera mano de obra cuya urgencia es sentida en otros rubros.127 Bajo ese mismo espíritu

reformador, de la prioridad de las “clases” sociales de la nación dirá:

Yo por mi parte, señores, creo que una de las necesidades más apremiantes del progreso y del movimiento regenerador que nuestro país emprende, es la de crear ocupaciones verdaderamente útiles a nuestra infortunada clase media, y trabajo provechoso a la proletaria: cuando esto se haya logrado, bajo el hermoso pabellón de nuestra patria, cuando nuestro pueblo tenga mejor y más seguro alimento, cuando la felicidad verdadera lo aleje del vicio, entonces vendrá por sí sola la inmigración, pero no antes, porque es muy atractivo participar del bienestar del pueblo que nos invita, pero fuerza es decirlo, muy repulsivo el hallarlo ocioso, desgraciado, y por consecuencia pervertido (Resumen: 28).

El olvidar que el Resumen es un documento de naturaleza “esotérica” puede llevar a

descontextualizar sus palabras, y hacer pensar que él favorece una clase sobre otra, y a un

colectivo social sobre otros.128 Sobre todo, no podemos olvidar que Adorno vendrá a ser

pionero en plantear reformas que, aunque orientadas por tesis socialistas, en lo cual

también será pionero, carecían todavía de un terreno relativamente abonado para una

amplia opinión sensible a sus propuestas.129 Pisando un suelo profundamente primer-

socialista, pensó que las reformas estructurales tenían que reavivar «todos los ramos de la 127 De hecho, todos los partidos sabían que una medida así era profundamente popular. La desmovilización del ejército realizada por Juárez en 1867, respondía a ello: «Si bien es indudable que la reorganización [del ejército] desbarató los planes de ciertos oficiales para conservar bajo su mando personal las fuerzas que por sí mismos habían puesto en pie, las tropas y también muchos oficiales estaban clamando por la desmovilización. [Pero] antes de un año, sin embargo, el gobierno se vio obligado a recurrir otra vez a la leva. […] La desmovilización dejó sin empleo a soldados veteranos, muchos de los cuales se metieron al bandidaje». Por cierto, «la reforma militar no fue motivo de división entre los jefes liberales» (Perry, 1996: 41). 128 ¿Para quién, sino para los menesterosos son finalmente las casas económicas y sui generis que intenta proyectar en sus MTM? Tan sólo para eso elaboró todo un rodeo cientificista no menos original, en todas sus líneas, que su modelo de construcción. Cabe señalar su insistencia tanto en 1858 como en 1873 de no disminuir el tamaño de la clase media ni de desairarla ante el favorecimiento de los extranjeros recién llegados (Resumen: 22).129 Así por ejemplo, en su Resumen, p. 24, apunta, antes de esbozar una crítica a manos corruptas: «Yo no ataco la honra de ningún empleado de hacienda; no conozco ninguno de los que comentan o puedan cometer fraudes, ni mucho menos me constituyo delator de nadie. Trato la cuestión hacendaria con la imparcial generalidad del hombre que conoce los resortes del corazón humano y que sabe cuán débil es éste para resistir las tentaciones del interés personal».

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producción, de cuyo abandono se aprovecha la importación de la pujante industria

extranjera». Desde su óptica sansimoniana, creía que toda reforma comenzaba, pues, con

reformas tecnológicas, como se ha visto, pero también y paralelamente, con

administrativas y financieras.

2.4 Política económica

La República necesita de instituciones análogas a sus usos y costumbres, y al desarrollo de sus elementos de riqueza y prosperidad, fuente verdadera de la paz pública, y del engrandecimiento y respetabilidad de que es tan digna en el interior y en el extranjero (Plan de Tacubaya).

Uno no puede dejar de esbozar una sonrisa –por las comparaciones que aparejan-

ante las memorables páginas (12-13) que el opúsculo de 1858 consagra a una reprimenda

en toda regla:

Las circunstancias actuales, me conducen a dar una ojeada rápida sobre la hacienda pública, y en verdad que se necesita ánimo muy firme para no retroceder de espanto ante el espectáculo de semejante caos. Acostumbrada la nación desde su independencia al estado habitual de bancarrota, ve casi como cosas insignificantes la falta de cumplimiento en los contratos, la desatención en las clases pasivas, las escaseces en las activas, el peculado de las recaudaciones, frecuentemente el abuso de las distribuidoras, y aún (parece increíble, pero lo hemos visto con nuestros ojos hace unos pocos días) la mendicidad del soldado de a pie».

Desde luego, detrás de ellas hay, sobre todo, preocupación. Pero la situación no

dejaba de parecerle evidentemente escandalosa:

«Semejante estado financiero ha hecho perderse todos los antecedentes de orden y legalidad: los expedientes por lo común mutilados, las resoluciones muy frecuentemente contradictorias, y estos elementos de desorden aumentados por la miseria pública hacen oscura la contabilidad, imposible su glosa, seguro e infalible el fraude y desfavorecen de un modo espantoso la dilapidación de los caudales públicos, haciendo del desorden un abismo tan profundo, que en él se han hundido no sólo todos los recursos normales del país, sino también la enajenación de todos los bienes nacionales, el préstamo inglés, la indemnización americana, la venta de la Mesilla y la multitud de préstamos exigidos al clero y a la nación, tan frecuentes y tan mal nivelados que han empobrecido a aquel y arruinado a veces a los particulares».

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Preocupación ¿y no cierto oportunismo? Puede ser. Pero llama más la atención la

curiosa línea de ambigüedad que Adorno sostiene en 1858 respecto a la Iglesia. Desde el

modo en que él entendía la urgencia de reformas, el hecho de que a aquella la denominase

«respetable clase», no implica (pese a la repugnancia que en cierto momento y en ciertos

puntos le causó el gobierno liberal) que Adorno no haya aceptado en todas sus líneas las

leyes de Reforma referentes a esa institución. Por motivos evidentes, no podía sino seguir

una línea prudente.130

Lo cierto es que desde 1841, Adorno ya venía hablando del presupuesto

gubernamental y de las guerras civiles con esta curiosa metáfora: antaño, «la fecunda y

gloriosa tierra de Anahuac» era una «infeliz nodriza» que tenía que amamantar con «el

precioso y abundante licor de sus pechos juveniles» a «sus opresores». Después, triste su

destino, «los mismo hijos de tan hermosa madre vierten su sangre y yacen débiles y

exhaustos, porque su ceguedad les hace derramar aquel mismo licor de su materno pecho»

(Discurso, p. 7). Dicho menos eufemísticamente, en 1858, reitera la imposibilidad de

convivencia del “orden” con la “violencia”, pero ahora recurre a un recurso retórico

apocalíptico forjado apenas casi una década antes: “la muerte de las naciones”. Esta

«cuestión vital que se presenta ante la ansiedad pública, es la organización del erario,

130 «Zuloaga, cumpliendo una promesa hecha a la Iglesia, anuló la Ley Lerdo, por lo que la Iglesia recuperó la propiedad sobre sus bienes desamortizados. A cambio, el capítulo metropolitano quedó en prestarle un millón y medio de pesos […] que tenían por garantía las propiedades eclesiásticas», que finalmente fueron agenciadas (“rescatadas”) por agiotistas. Por si fuera poco, los liberales como acto de respuesta, también «decretaron préstamos forzosos sobre el clero, lo que en términos prácticos equivalía a una confiscación de los bienes religiosos» (Bazant, 1991: 135-136). Ciertamente, Nicolás Pizarro definía como «justa» la nacionalización de los bienes, quizá y en disonancia con los arrendatarios cuya vida económica giraba en torno a esa institución, él veía en ella una fuente impune de «servidumbre» del mexicano, lo cual era rechazable, «cualquiera que sea el amo» (2005: 203). De cualquier manera, Adorno no deja de reflejar la impronta napoleónica que, como nos recuerda Alaistar Horne, después de una clara beligerancia durante el Consulado, y tras «suprimir las restricciones impuestas a la libertad religiosa por los hombres del 89», «Napoleón, en un golpe maestro, curó las heridas que aún dividían a Francia firmando un concordato con el papa Pío VII» lo que hace claro que él «nunca dejó de apreciar la importancia fundamental de la Iglesia Católica a la hora de ganarse a la nación francesa» (2008: 29-30).

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puesto que sin él es imposible la existencia del cuerpo social». La «bancarrota que lo

agobia, prolongada indefinidamente, traería por consecuencia inevitable la muerte política

de nuestra triste patria». Por tanto, a un asunto tan delicado -aduce-, «en mi concepto, las

utopías e innovaciones son muy peligrosas en punto a economía política» (AMM: 30-31).

Respetando pues, el espíritu del Manifiesto de Zuloaga, Adorno busca empatar

“novedad” con “tradición”, mostrando así su sensibilidad política a las preocupaciones de

los militares, es decir, «que se tenga presente la historia, las tradiciones y las costumbres de

nuestro pueblo», como pedía el general. Así que el “orden” no podía comenzar sino

saneando las arcas públicas: hemos venido a dar así con el «urgente» problema de «las

ordenanzas de Hacienda». La propuesta comprende reformas al sistema de captación de

impuestos, nuevas categorías de cobro del mismo, la aplicación de “nuevas tecnologías”

(nunca mejor dicho), de un método de castigos y premios al funcionariado y, por tanto, la

necesidad de nuevas normatividades así como la institucionalización de esas novedades de

suerte que se alcance una creciente sistematización de las funciones públicas de un Estado

moderno en toda regla.

2.4.1. «Las ordenanzas de Hacienda»

¿Qué debemos inferir de ahí? Antes lo he dicho, una verdad importante, que los males de México no están en la política, sino en la administración; que no es la época de resolver las cuestiones políticas, sino de herir las cuestiones administrativas. La Nación tiene de ello un sentimiento íntimo (Miguel de Miramón, op. cit.)

«Basta echar una ojeada por todos los sistemas financieros [de Europa] para

conocerse por sus resultados estadísticos: 1º que donde quiera que hay contribuciones

mixtas, las indirectas son las que rinden mayores productos; 2º que las directas hostilizan

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más a los contribuyentes: 3º que en estas es imposible una rigurosa equidad: 4º que no hay

un solo país civilizado en que las contribuciones directas sean exclusivas». Su propuesta

apunta, según él mismo, a imitar el sistema impositivo del último periodo colonial. Un

sistema al que la misma población se hallaba acostumbrada.

«Los hábitos del pueblo para contribuir son tan útiles, que es del todo necesario el aprovecharlos. Hasta nuestros indios estaban tan acostumbrados al sistema de alcabalas, que al entrar a una población ellos mismos buscaban la aduana para pagar los derechos de sus mercancías, y como por la práctica y el instinto hacían pesar sobre el consumidor los derechos, no había dificultad en exigir diez o doce pesos al mismo individuo que después se ha enfurecido con la exacción de un real mensual de capitación» (AMM: 31-32).

Comprensiblemente uno podría sospechar de esta medida “regresiva”, y mucho más

cuando va acompañada de la defensa de un “agio legítimo”, o de la poco liberal económica

medida de “restaurar” el monopolio del tabaco y de “aplastar” el contrabando, de estimular

una industria estratégica, del trabajo para el «vago» aunque forzoso de los «presos», de

procurar no hacer «desfallecer» a la misma Iglesia a la que Zuloaga devolvió sus «fueros».

Bajo la puesta en ruedas de ésta serie de tópicos, uno podría apostar a que hablamos de un

“retrógrado” en toda regla.

En efecto, apunta, «en nuestro país las contribuciones directas se han extendido a

las fincas rústicas o urbanas, a los empresarios industriales, a los sueldos y salarios, a las

profesiones y ejercicios lucrativos, a los objetos de lujo, a los giros mercantiles, a la

capitación, y por último, a los derechos de patente, y sin embargo […] nunca estas

contribuciones han montado a la tercera parte del producto de las indirectas, a pesar del

desorden y sisa que éstas sufren» (AMM: 41, subrayado mío). Y ya que hemos hablado de

“burgueses”, admitamos capitales -pero sólo los honrosos-, proporcionémosle –y

agradezcámoslo-, «una ocupación lucrativa con bien positivo de la nación» (AMM: 45),

pues por ellos como por un gobierno «paternal» que sepa ganarse a «sus hijos», la patria se

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puede labrar. En suma, «un gobierno paternal en grado tan eminente, no sólo tendría la

satisfacción de ver el contento de los ciudadanos, aún en medio de las grandes penurias,

sino que alcanzaría el placer de que estas desaparecieran como por encanto al impulso de

todas las energías reunidas» (AMM: 46). Estamos a un paso, pues, de declarar cerrado el

juicio en tan importante materia como es la postura económica de nuestro “biografiado” al

toparnos con Pablo González Casanova y “corroborar”, en fin, que nos las habemos no

sólo con un ingenuo charlatán, sino con un «mañoso» «conservador» (1987: 61), o ¡más

aún!, la afirmación directa y tajante de que: «todos estos eran los pensamientos propios de

un alma reaccionaria» (p. 64).131 O, en síntesis, decir que «la utopía de Adorno es como

una enfermedad del paternalismo de los industrialistas mexicanos […] [que] lo es de los

Antuñano [!] y hasta de los Alamán, aunque sea en cierta forma imitación de las europeas.

Pero de allí no hay que concluir que la utopía de Adorno sea nada más que conservadora»,

(y así cierra el libro con un humeante signo de interrogación)132 «en la esencia de la utopía

131 La cita más o menos completa es así: «Consideraba, en fin, que de “las utopías con que nos habían contagiado algunos países” era una de las más funestas la proscripción de los monopolios del Estado, y que México debía sobre todo mantener el monopolio del tabaco para evitar el contrabando […] Todos estos eran los pensamientos propios de un alma reaccionaria» (1987: 69). Contra este tipo de raciocinios, P. Bénichou nos ha puesto en guardia al recordarnos los peligros que entraña confundir liberalismo y liberalismo económico (2001: 16). Y así lo reitera G. Sartori quien señala que ambas doctrinas «son independientes, porque la teoría de los límites del poder del Estado no se refiere únicamente a la intervención en la esfera económica, sino que se extiende a la esfera espiritual o ético-religiosa» (2001: 127); o dicho en términos del francés, «una doctrina de libertad moral», «una filosofía del conjunto de las relaciones del hombre con el Estado» (Ibíd.: 17). De todas formas, quiero apuntalar tres cosas: debe decirse, primero, a favor de González Casanova, que en los años cuarenta, tales doctrinas aparecían como «indisolubles» en el espacio de experiencia analítico; segundo, que «se debe sobre todo a los economistas el descubrimiento y desarrollo de las semejanzas entre el mercado y la democracia. Se trata de una semejanza que debe ser tomada con cautela, debido a que si bien muchas son las semejanzas aparentes también son muchas las diferencias sustanciales» (Sartori: 131, 136); y tercero, una vez asumidas tales diferencias, no debemos olvidar tampoco el punto de coincidencia fundamental: su categoría axiológica primordial: el individuo, base ontológica de todas las confusiones. 132 Así también queda registrado en éste párrafo, por ejemplo, la dificultad de González Casanova para encontrar un sitio a los postulados de los actores olvidados y no menos importantes en la construcción de una historia pasada habida, de suerte que se nos “antoje” menos ficticia: «Adorno advirtió que la sociedad mexicana tenía problemas morales, religiosos, políticos, educativos, económicos y técnicos, y lejos de querer aplicarles un patrón mecánico […] los relacionó con soluciones de distinta índole. Así puso un pie en la tierra, en una tierra más firme, pero al mismo tiempo definió su color político, aunque ese color mantuviera innumerables matices que andando el tiempo se convertirían […] en verdaderos colores primarios, pero que en ese entonces estaban supeditados a su propia postura» (op. cit.: 59, destacado y doble destacado nuestro).

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romántica está el paternalismo» (p. 122, subrayados nuestros), sentencia. Desde mi punto

de vista, esa visión es maniquea. Veamos qué planteaba Adorno en realidad.

Nuestro personaje veía una gran posibilidad de poner en práctica (según su plan de

Hacienda) un nuevo método impositivo que aspiraba, en efecto, a recuperar el monopolio

del tabaco.133 Pensaba que la reestructuración del fisco sería el acicate para replantear y

ordenar el gasto público. Aunque en términos mucho más generales en 1858 que en 1873,

en ambos escritos señalaba la urgencia de una partida para modernizar las armas y

estructura del ejército y el combate a la corrupción mediante el uso de la tecnología. Tales

medidas estructuraban un sistema estatal que además de ofertar un superávit, fungiría

como base de nuevas costumbres impositivas para la población. Concretamente, permitiría

tasas impositivas de acuerdo al nivel de ingresos. ¿Qué mejor acicate para que la

población contribuyera motu proprio?

La polémica sobre la relación impuestos-tabaco no era nueva. En la Europa que

Adorno conoció, tal esquema tenía vigencia, y encontraba encomios significativos. Por

esos días, México vivía –las semejanzas al día de hoy son, en verdad, accidentales- un

proceso de privatización de esa industria. «La renta del tabaco produjo en 1808 cuatro

millones setecientos mil pesos de beneficio», decía en sus Análisis. Al establecer una

comparación con las cifras de 1845, la recaudación, bajo el esquema privado, ascendió a la

grosera cantidad de «un millón ochocientos mil pesos». Algo aquí no funcionaba. Si

verdaderamente pretendemos sanear las finanzas (el estanco no sólo no beneficia al erario,

Entonces, ¿era ingenioso e intuitivo, pero su juicio estaba enfermo? 133 No es de hecho, la única propuesta “regresiva”. La Ley Iglesias, que sí se llevó a la práctica, «estableció como válidos los aranceles que se pagaban en el periodo colonial o al principio de la independencia» (Bazant, 1991: 132)

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sino que fortalece el contrabando, «mal» que se extiende al resto de giros comerciales), 134

había que mirar el ejemplo inglés, cuya política en este sector deja mucho que desear

respecto a las naciones que ejercen el monopolio como «Francia, Rusia, Austria, España y

Portugal, y la mayor parte de los Estados de Europa, sin que por eso pueda deducirse que

su civilización es inferior» (AMM: 35). De hecho, la recaudación por este ramo, «en

Europa de año en año sorprenden sus acreces, a los que no comprenden cómo la fumación

[sic] de una planta narcótica puede seducir de tal modo las naciones en masa» (AMM: 36).

Claro está, poner todas nuestras esperanzas en una sola medida sería ridículo.

De todas formas, «lo que hace más perniciosas las contribuciones directas, es la

imposibilidad de hacerlas equitativas, porque ¿cómo hacer contribuir justamente al

especulador que encierra sus caudales en una cartera, y que acaso es más rico que las

autoridades más altas? La desproporción en las contribuciones directas es tanto más

odiosa, cuanto que pesan más duramente sobre el pobre» (AMM: 39-40, subrayado mío). El

escándalo aumenta cuando es del saber público que existen hombres cuyo negocio legítimo

va más allá del préstamo de grandes cantidades de dinero -y de su implícito riesgo al

cederlos. Concretamente, el problema reside en que esos «agiotistas» y «usureros»

corrompan al funcionariado ocasionando con ello el clima ideal para el desfallecimiento

presupuestal (i. e., Resumen: 24).135 También el comerciante contrabandista aporta su grano

de arena corruptivo en sus relaciones con los empleados de hacienda sin darse cuenta, por

cierto, de que al alterar «el comercio de buena fe» o incluso provocar al «revoluciones»,

134 Rafael Carrillo Azpéitia, apunta que ya durante el gobierno de los Borbones, «el estanco de tabaco dio lugar a graves resistencias y al cultivo y tráfico clandestinos del producto» (1981: 84). 135 Éste problema lo mortificaba ya desde 1858, y así lo planteaba: «el usurero, por lo común, fomenta los desórdenes y despilfarros, y ejerce principalmente en la juventud, una seducción que le trae provechos culpables, y que él mismo ha preparado y causado, sembrando el luto y las desgracias en las familias» (AMM: 43, subrayado mío). Agiotistas y usureros fueron objeto de crítica de todo el primer-socialismo.

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afecta no sólo los ingresos del erario, sino que él mismo termina por pagar más impuestos

o por ser víctima de sí mismo (AMM: 82 y ss.).

Ante todo, el gobierno ha de ordenar su gasto: el servicio de deuda externa y los

gastos necesarios para «asegurar la defensa e independencia» del país (AMM: 46) son,

junto con sueldos no onerosos ni miserables al funcionariado, las categorías «intocables»

de los egresos públicos. Tampoco podemos fiarnos exclusivamente de esa medida para

evitar la corrupción, pues «un país en donde los empleados de hacienda están seguros de

que tarde o nunca se han de revisar sus cuentas, tienen la tentación más peligrosa para

defraudar los caudales del erario». Ello le parecerá dos veces catastrófico, puesto que

revela también la falta de «conciencia financiera» en un “cuerpo” donde lo normal debía

ser el sentido de responsabilidad».136 Pero basta con que exista, por lo pronto, una mínima

preocupación por el tema y entonces escúchese:

«Para explicarme; supongamos que un padre de familia en medio de la abundancia disfruta con aquella de toda su riqueza, y que ella está al alcance de la distribución justa y virtuosa, de los gastos y recursos, y de que si llegase la escasez esta pesará igualmente sobre el jefe, como sobre todos los miembros de la familia. ¿Tendrían estos motivos justos de queja? No, en verdad: y se puede asegurar que todos procuraría aliviar con resignación y amor la aflicción del virtuoso padre» (AMM: 45-46, subrayado mío).

Evidentemente, aún habiendo voluntad, ello no garantiza el combate a los

«derechos criados» (las redes de corruptos, subrayado mío), pues «cuando las privaciones

no son el resultado espontáneo de una virtud acrisolada, se sublevan contra la virtud

misma, y […] [cede ante] el impulso de intereses bastardos» (AMM: 47). A estos hábitos

relajados no les vendría nada mal un poco de autoridad. A ello le adosa una segunda

observación: «nunca se revela más la superficialidad de los gobiernos que cuando

desprestigian o envilecen los tribunales de revisión de cuentas, ya escaseándoles los

136 AMM: 49 y Resumen: 24.

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recursos con que debían conservar su dignidad e independencia, ya eliminando de su

acción responsabilidades particulares, o ya en fin, retirándoles el apoyo respectivo y eficaz

que se debe a los verdaderos depositarios de la llave de la prosperidad» (ídem: 48). En esta

crítica se encierra, pues, los requerimientos de un necesario tribunal de glosa. De nada

servirían todos esos sacrificios si se carece de un sentido metódico del gasto. El problema

es muy claro: nuestra dependencia respecto al exterior nos afecta de muchas formas. El

cuadro de la p. 59 de los AMM evidencia quienes son los que hablan de iluminarnos

cuando de ellos solamente obtenemos insultos. Se sabe de quienes hablamos. Sugiere, por

tanto, tomar medidas en materia de protección económica para que los “industriales”

mexicanos no queden desprotegidos respecto a los extranjeros –AMM: 60.

El tema conocerá una sensible ampliación en 1873. Allí sostiene enfáticamente que

todo saneamiento fiscal no pasa por la «supresión […] de empleos». Una medida así le

parece, lo menos, profundamente «impopular»:

¡Ah, señores! ¡cuán grande es el malestar de aquellos que repentinamente se encuentran lanzados de las comodidades a la miseria! Nuestras revoluciones, por desgracia, nos han dado frecuentes ejemplos de esos funestos cambios en cuya expectativa no es fácil cultivar la laboriosidad, la fidelidad ni la aptitud del empleado (Resumen: 22).

Más aún, profundiza:

El atacar los intereses creados, es siempre cruel y con frecuencia peligroso. ¿Qué se haría de los muchos empleados y sus familias que, una vez lanzados de los destinos públicos, no tendrían ninguna posibilidad de hallar una manera privada para vivir? ¡Ah, señores! Cuán grave es el malestar de aquellos que repentinamente se encuentran lanzados de las comodidades a la miseria! Nuestras revoluciones, por desgracia, nos han dado ejemplos frecuentes de esos funestos cambios en cuya expectativa no es fácil cultivar la laboriosidad, la fidelidad, ni la aptitud del empleado.137

«Cuando los documentos fiscales, consulares, aduanales, y demás que se relacionan

con el erario, puede imprimirlos el mismo que les da giro o los recibe a granel de oficinas

137 Obsérvese los dos sentidos del término “intereses creados” señalados y la manera contradictoria en que son usadas.

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superiores, puede hacerse un abuso tan grande de tales documentos, que con ellos el

contrabando puede ejercerse con absoluta impunidad con la complicidad de los empleados,

y aún sin esta complicidad si los documentos son falsificables» (Resumen: 24), advierte.

De ahí que «la opinión general en México es que se comenten fraudes de esta especie en

grande escala, y que el contrabando documentado se ejerce con tal impunidad». Extirpar la

corrupción es «salvar» al país y «comercio de buena fe» del «cáncer que lo devora». Su

propuesta que engloba una solución para combatir la corrupción, el contrabando y el

desorden administrativo, la cifrará en su «máquina kaleidoscópica». Una máquina así, tan

deseada «en Europa como en América del Norte», resulta necesaria en México, «donde el

arte de grabar […] documentos está tan atrasado». La máquina ofrece múltiples

posibilidades para diversas instituciones: desde la producción de «timbres y estampillas»138

hasta la de «billetes de banco y bonos infalseables».139 El recurso a otros elementos

acompañantes como la elaboración de papel especial a prueba de agua, la ordenación

numérica o la misma confrontación de los grabados a contraluz con sus respectivas

«matrices kaleidoscópicas» originales, fungiendo como contraseña, complementaban una

idea verdaderamente original.140

La puesta en uso de la máquina para fines exclusivos de Hacienda implicaría la

creación de varias instituciones: una «dirección documentaria del erario mexicano, bajo el

mando inmediato de tres directores», de suerte que la división de las responsabilidades

dificulte el soborno y organice el control. Tal institución «se encargaría de la emisión del

138 «La prueba [de su falsificación] la tenéis, señores, en la penúltima emisión de sellos del correo, los cuales en la plaza se podían obtener al 30% de su valor legal» (Resumen: 29). 139 Máquina que sí llegó a desarrollar: «la máquina kaleidoscópica que tenéis a la vista» (Resumen: 25 y 28), decía a sus oyentes. Para los detalles de su estructura y funcionamiento: pp. 25-29. 140 En su Resumen –pp. 97- 101-, Adorno reproduce un artículo de La Ilustración Americana de donde obtuvo la idea sobre las potencialidades de ésta máquina: la Fábrica de Billetes de Banco de Washington.

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nuevo tipo de documentos, […] de su distribución141, circulación e historia de los […]

emitidos por el erario»; de su «glosa», de «las cuentas de los mismos documentos», de la

«recaudación general de los caudales del erario con las noticias que le dé el segundo

[director al tercero] y las cuentas que le remitan las oficinas consulares y de hacienda, y del

conjunto de sus operaciones remitirá al Ministerio de Hacienda los datos y observaciones

que preparen la cuenta general de caudales». «La dirección documentaria no es

recaudadora ni distribuidora de caudales, pero sí tendrá autoridad sobre las oficinas de

Hacienda y consulares acerca de las cuentas y deberes de estas con relación a los

documentos […] por manera que ella observare […] una malversación o desfalco, podrá

oficiar al juez respectivo». Propone, además, un sistema administrativo con cierta

similitud142 para otras instituciones como el sistema de correos, cuyas pérdidas de ingreso

era de considerable importancia entonces, o bien para gestionar mejor «todos aquellos

documentos que tengan relación con el erario federal». Pensaba que esa era la única forma

de devolverle al gobierno la credibilidad perdida y sus ingresos. El mismo sistema, de ser

exitoso, facilitaría la creación de un “banco nacional” donde se puedan hacer valer, como

en todos los de su género, los billetes del tesoro. Una institución así responde a una

«necesidad social. Con los bancos del tesoro se tiene el nivel normal de las rentas de una

nación, y así mismo los suplementos que la salvan en las grandes crisis y en las

emergencias imprevistas». Desaconsejaba la creación de papel moneda, pues atenerse al

crédito que quiera darle el patriotismo, le parecía impracticable en tiempos de «pánico»

(nosotros no tenemos un ejército fuerte para garantizar la paz, subrayó una y otra vez). Si

141 Este «remitirá a cada una de las oficinas de hacienda el número y clase de documentos [según la oficina de que se trate, y según la clase de contraseña impresa como fondo] que le sean necesarios, avisándole a todas las otras por catálogo los números ordinales que hayan tocado a cada oficina» (Resumen: 32), con tal de tener un estricto orden y control de los documentos emitidos.142 Al que no obstante, le «faltan muchos detalles y correcciones que brotarían indudablemente de una discusión seria y de las luces de hombres especiales en esas materias» (Resumen: 33).

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Estados Unidos ha adquirido la costumbre a comerciar con billetes al portador, ello se debe

a su gran prosperidad y, sobre todo, al «éxito de la guerra» que lo ha salvado de las «fatales

consecuencias del papel moneda». Desde luego, nuestra situación no es la de ellos. En

nuestra parte, los bonos del tesoro de ese banco deben sustentarse en la «sólida base» de

las rentas públicas, siendo al mismo tiempo el signo representativo del trabajo del pueblo y

del crédito del gobierno. Ésta clase de billetes son nuestra llave para la prosperidad. Un

banco del tesoro evitaría la salida de dinero metálico, pues nuestra industria «está casi

muerta, la agricultura agonizante y las necesidades del pueblo confiadas sólo en el dudoso

producto de las minas». El numerario es tan escaso que no alcanza a satisfacer las

transacciones de «nuestros nueve millones de habitantes». México, el país del oro y la

plata, presenta el espectáculo de ver como la riqueza de sus metales va a fecundar otras

tierras mientras las nuestras se encuentran estériles. Indignado por esta situación, exclama:

«¿Cómo es posible que subsista un pueblo montado tan defectuosamente en su manera de

comerciar con el extranjero?». Como podrá intuirse, en lo tocante a materia económica, sus

nociones de «economía política», esto es, «sobre lo que debe descansar todo edificio social

para ser sólido y estable», se sueldan con Adam Smith. Así, pensaba que no hay moneda

que sea “aceptada” si su valor no descansa sobre “la cantidad” de trabajo aplicado a una

mercancía. La moneda o cualquier otro medio representativo legítimo, «constituye la

sangre social y el vehículo de la civilización» (AMM: 95-97, 108). Si una moneda vale, es

porque el trabajador la encuentra útil para sus transacciones cotidianas.143

143 Abramos un paréntesis y señalemos de paso un ejemplo hallado en el CPH que puede dar cuenta de su doble discurso, ahí literalmente señala que «se inventó la moneda como signo universal representativo de la riqueza; así es que el que lograra acumularla en su poder, si no tenía los nobles instintos de la laboriosidad y la virtud, tuvo la seguridad de adquirir cuanto necesitara, sin trabajar, y he aquí los orígenes de la ociosidad consagrada por el derecho de propiedad y de la fuerza, independientes del trabajo personal» (p. 27).

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Es deber del gobierno sacar al «pueblo» de la «la última expresión de la miseria» en

que se hallaba. Era su obligación producir las expectativas que lo llevaran a «aspirar a

mejores y mayores goces […] hasta reducir [sus necesidades] a la última expresión de la

miseria. […] Dolor y bochorno causa el comparar este comercio mezquino con el que

hacen, no sólo las naciones poderosas y pobladas, sino aún algunas pequeñas repúblicas

del Sur de América, donde su comercio es mucho mayor y utilitario, toda proporción

guardando entre sus elementos y los nuestros». Si un pueblo no posee un signo

representativo de su riqueza y trabajo, toda transacción es imposible para él y la miseria se

desploma sobre sus habitantes. Ahí radica la necesidad de un banco nacional, cuya facultad

será la de emitir billetes del tesoro seguros de cualquier posible falsificación, raíz del

desprestigio de los billetes legítimos. He ahí la razón de ser de la máquina caleidoscópica:

instrumento seguro y eficaz para combatir la corrupción en la administración.

En sus prospecciones de 1873 cabe la participación privada. Naturalmente, las

restricciones no se hacen esperar. Los billetes emitidos por un banco de esa naturaleza, no

deben pasar del valor de la tercera parte de su capital y, a su vez, no deben constituir una

suma mayor del 10% de las rentas públicas. Aún como propiedad privada, la dirección del

banco debía ser mixta, precisamente para vigilar las acciones de los principales

interesados, quienes a su vez pondrán todo su empeño en su ágil funcionamiento, como

cabría esperar. Tres serían los directores, uno nombrado por el gobierno y dos por los

capitalistas. Una ventaja de la propiedad privada de esa institución radica en que los

riesgos de pérdida son asumidos por los últimos. Descartar las malversaciones y esperar

ganancias moderadas son sus obligaciones y deberes respectivamente. Las tasas de interés

tienen que ser de extrema moderación, pero el tenedor de los billetes podrá ganar cada fin

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de año «un módico tanto por ciento». Tales principios, son dictados por la providencia y la

economía moral. De establecerse estas instituciones, México daría un gran paso hacia la

prosperidad y la «felicidad pública», producto de una política «liberal y progresista».144

El comercio será libre de aceptar o no los billetes emitidos por el banco (aceptación

espontánea). Confía en ello pues son un instrumento importante para generar «créditos […]

de buena fe, y mejoras en la solvencia de los particulares». La mejora de los ingresos del

erario del gobierno no se hará esperar, y vendrá acompañada de la tranquilidad y orden

administrativos, siempre y cuando no se olvide la «moralización de los resortes».

Simplificado la contabilidad, establecida la confianza en el sistema financiero, la

circulación del crédito queda garantizada. Así es, pues, como Adorno comprende la

solvencia y prosperidad pública: «cuando sus partes componentes son el bienestar del

pueblo unísono con el bienestar del erario, constituyendo ambos la felicidad nacional»

(Resumen: 30-40). Sólo después de ello vendrá la reforma del paisaje del campo mexicano.

2.4.2. Las «mejoras materiales» o el meollo bonapartista.

Hemos querido titular esta subsección con un segundo tópico que Adorno recoge

del Plan de Tacubaya, documento ante el cual sus AMM cobran todo su sentido político.

Aquí se plantea el vínculo entre instituciones clave y política económica propuestas bajo el

trasfondo del Bonapartismo como base política estructuradora de las mismas. El

planteamiento de grandes obras públicas capaces de generar abundancia material, base de

144 «»El capitalismo del siglo XIX fue tambaleándose de desastre en desastre en los mercados bursátiles, con una inversión empresarial irracional; los cambios bruscos del ciclo comercial proporcionaban poca seguridad. En la generación /…/ posterior a la Segunda Guerra Mundial, este desorden se controló hasta cierto punto en la mayoría de las economías avanzadas; unos sindicatos fuertes, las garantías del Estado de Bienestar y las empresas a gran escala se combinaron para producir una era de relativa estabilidad» (Sennett, 2000: 21)

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una regeneración social y moral, no puede hacerse sin el desarrollo de ciertos principios

sansimonianos y furieristas145 que en aquel sistema político, especialmente durante algunos

años del gobierno de Napoleón III, quedaron impresos. En ese sentido, Adorno propone el

desarrollo de un sistema de vías de comunicación aplicados y traducidos a la realidad

mexicana. Como toda obra primera, llegó a pecar de muchas ingenuidades que, no

obstante, fueron compensadas por multitud de detalles dignos de admiración. Ferrocarriles,

bancos, canales y ríos de navegación y riego, sistemas pluviales y de drenaje, formaron,

pues, la aportación solutiva de Juan Nepomuceno Adorno en sus escritos esotéricos-

políticos para arrancar, de una vez por todas, a nuestro país de la miseria colectiva moral,

social y material.

I

¿Queremos formar parte de las naciones primeras del orbe? Si tal cosa queremos

«tal estado de apatía es necesario que cese […] Es necesario que este puñado de pobladores

que habitan este rico y extenso territorio, se muestren dignos de su magnifica herencia y la

conserven con honor. […] Luis Napoleón […] debe su conservación […] no al temor

propagado de las utopías modernas; no a la propagación de las testas coronadas; no al

cansancio de las revoluciones; no al espíritu conservador de la filosofía ecléctica. No a

ninguna de estas causas que sólo han influido secundariamente, aunque su conjunto sea

importante. Luis Napoleón debe su conservación a su propio genio» (AMM: 91-92,

subrayado mío). «Napoleón III ha comprendido perfectamente el genio de su nación, y le

ha dado importancia política, agrícola, industrial y comercial, la ha hecho las ventajas

145 El cercamiento de las diferencias de éstas doctrinas, especialmente a partir de la primera generación de discípulos de ambos autores, resulta demasiado difícil. Como se sabe, en el plano de los acontecimientos políticos, ambas doctrinas a menudo se tocaron, coincidieron en más de dos aspectos principales. Hablaban, en fin, el mismo lenguaje.

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positivas de la moderación y la prudencia, y ha logrado que cortejen el trono galo las

coronas latinas, eslavas y sajonas […] ha cruzado de ferrocarriles la Francia […], ha

embellecido esa suntuosa capital [París] que ha venido a ser a la vez la Roma y la Atenas

del siglo XIX […] ¿Cómo arrancarlo del cariño de un pueblo que le debe tranquilidad,

abundancia, trabajo gigantesco y gloria? […] Luis Napoleón ha afirmado su trono en las

mejoras materiales, y cuando su vida ha corrido un inmenso peligro, el pueblo ha creído

que ha salvado a la Providencia eterna al que ha sido una Providencia viviente para

Francia». Y así remata su revelación: «para mostrar a mi país natal el influjo poderoso de

las mejoras materiales en el siglo XIX, y que a virtud de ellas se puede contar con la

simpatía de los pueblos. Aprovecho, sí, con gusto, la lección práctica que nos dan los

hechos en una gran nación, más antigua, pero no menos conmovida que la nuestra, en los

últimos setenta años de sus cambios y revoluciones» (AMM: 92-94).

Hasta ahora, «los sangrientos esfuerzos de nuestras convulsiones políticas; no han

sido otra cosa que los ensayos infructuosos de las teorías y las formas». Puesto que las

virtudes de este modelo político se han «adquirido de la experiencia» (experiencia política

que en su familia no escasea y que al parecer terminan por apuntar hacia conclusiones

parecidas), ¿cómo ignorar sus consejos?...

En Adorno es muy clara una cadena causal: gran parte de la dignidad humana lo

forja la riqueza material. Sus símbolos nos arrebatan de la barbarie. De ahí que considere

una medida muy prudente evitar la salida de metales de nuestra nación, bajo cualquier

concepto. Para ello concibió un nuevo sistema de pago para las transacciones en grandes

volúmenes, un sistema de comercio de acciones.146 Una “virtud” de éste método, plantea,

146 Ahora bien monedas y los títulos de acciones deben procurar estos puntos: «1º que el signo que representa el trabajo sea permutable, por cualquiera de las comodidades que necesite su poseedor; 2º que sea de fácil

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reside en sus formas crediticias que pueden utilizarse «cuando alguno concibe una grande

idea de utilidad indisputable, o inventa un nuevo y útil mecanismo, si no tiene capital con

que llevarlas a cabo por sí mismo, solicita de la autoridad la licencia y privilegio a que le

dan derecho la invención, y con estas dos sanciones del poder político, procura el capital

que le facilitan los especuladores privados» ya en compañía libre, en comandita o anónima.

Aunque Adorno cuestiona la utilidad de ésta última, pues «carecen de utilidad y valor»,

excepto cuando los intereses que persigue están fuera de toda duda.147 Si todas estas

compañías cotizan en «bolsas o lonjas» (AMM: 101-103), en nuestro país «el comercio del

crédito no existe […] y todas las transacciones se realizan en numerario de oro y plata».

Frente a las potencias, nos encontramos en posición desventajosa.

Cabe recordar que durante la década de 1830, los Adorno aprendieron los efectos

causales de una medida político-económica errónea (por tanto, la importancia de las

posibles “mejores”) al percibir como una desgracia la exportación casi total de los

productos industriales antes que favorecer el consumo nacional. Juan Adorno recuerda al

respecto:

conducción; 3º que no pueda falsificarse» (AMM: 100), Así, podemos colegir que ya antes de 1858, Adorno había concebido su idea de una máquina para producir documentos infalsificables, cuya propuesta acabada no presentará sino hasta 1873. Además, como podemos observar, la “costumbre” de falsificar dinero no era nada nueva en 1858, como actualmente podemos decir que no hay ninguna novedad en los candados utilizados para distinguir los “verdaderos” de los “falsos” billetes: «Para hacer este papel infalseable, se emplean generalmente: 1º los grabados más delicados, con algunos trazos […] irreproducibles; 2º el papel que por su calidad, resistencia, firmeza y marcas de luz se haga de muy difícil, sino de imposible imitación; 3º por la calidad y composición química de la tinta o tintas que se usan, ya para los fondos y ya para los diseños de papel» (AMM: 102-103).147 Los Análisis contienen, sin embargo, un ejemplo de cómo desalentaba la importancia de las inversiones privadas en su proyecto de reformas materiales: «La importancia del camino de hierro de Veracruz a México nadie la pone en duda […] Hoy mismo hay una empresa con privilegio exclusivo, y un contrato especial para llevarse al cabo aquella gigantesca negociación; pero a pesar de la liberalidad del gobierno del gobierno en aquel contrato y del caudal, tino y actividad del contratista (el Sr. Escandón), ésta obra es de una magnitud tal, que debe sobreponerse a los recursos de unos pocos individuos por ricos que sean, y solamente son practicables por compañías de una gran extensión de capital, o por medidas extraordinarias dictadas y sostenidas por los gobiernos» (AMM: 118). En las líneas siguientes Adorno invita a los capitalistas privados a ponerse a las órdenes directivas del gobierno bajo el plan trazado por él. Carlos Illades (2001b: 145) señala a Manuel Escandón como a uno de los más «conocidos agiotistas» del país en los días que por entonces corrían.

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«Yo mismo he visto los ricos sin conciencia recorrer los poblados con mulas cargadas de monedas de cobre [devaluadas], comprando a los infelices indios cuanto estos poseían. ¡Compréndase cuanto sería el dolor y descontento de aquellos desgraciados al encontrarse reducido su capital a la mitad!» (AMM: 106)

Obtuvieron, además, la certeza de que «la autoridad […] no puede por medio de la

fuerza hacer que un objeto cualquiera reasuma la representación del trabajo, [como]

tampoco debe arrebatar aquel signo de que convencionalmente se sirve este en sus

permutas». «Así es que cuando [el dinero] deja de representar exactamente la cantidad de

trabajo humano, la sociedad misma la califica y reduce a los justos límites de su valor

intrínseco» (AMM: 108-109). Nada más propicio para dejar a la merced de la fluctuación

del mismo mercado la seguridad y fortaleza de nuestra riqueza que establecer una moneda

de cobre como se hizo en los treinta, apuntaba.

De ahí la importancia de un gobierno responsable, puesto que ni a los ricos ni a

«Europa» les interesa la salud económica de nuestro país, por más que él mismo se empeña

en sostener su producción metalífera, la cual no rinde la exacción «a pesar de la baratura de

los azogues, que casi ha doblado la producción de nuestras minas en los últimos seis años»

(AMM: 105). Tan fundamental deviene la importancia de un gobierno responsable que,

persuade, «es necesario 1º elegir bien los negocios lucrativos que deban emprenderse para

dar empleo a los brazos; 2º expedir una ley sobre vagos y traer los hombres útiles y sin

quehacer a los trabajos de dichas negociaciones: 3º otra ley que reglamente los trabajos

con un orden estricto de economía y moralidad, que pueda preparar los trabajadores para

los reemplazos del ejército cuando fuera necesario: 4º otra ley creando presidios

ambulantes que deban ocuparse en los mismos trabajos: 5º la creación de acciones

proveedoras de material, raciones, alimentos y herramientas: 6º la creación de papel

representando los trabajos ya ejecutados: 7º la designación de los lugares de cambio de

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ese mismo papel para convertirlo en moneda al momento deseado: 8º la creación de

acciones en numerario para obtener del extranjero lo que sea necesario» (AMM: 116,

subrayado mío).

Aquí se nos ha sido planteado, pues, las líneas generales de éste New Deal del siglo

XIX. Como «obras preferentes» se encuentran: «1º [un] camino de hierro […] de México a

aquel punto del río Lerma en que la canalización de éste sea practicable, atravesando el

lago de Chapala y llegando a San Blas: 2º la canalización del Atoyac, desde el valle del

Balsequillo o el de Atlixco hasta las inmediaciones de Acapulco en la desembocadura del

Papagayo: 3º un ramal de camino de hierro de Puebla a Balsequillo o Atlixco, que reúna

así por medio de una vía mixta los dos mares: 4º un camino de tierra para caballos de

remolque de botes en el lago de Chalco a México y otro de México a Texcoco: 5º una

carretera de Chalco a Ameca, y de Ameca a Puebla».

Su especial favorecimiento hacia la “modernización” de Puebla saltan

inmediatamente a la vista. En realidad, el ferrocarril Veracruz-México debería dirigirse

más bien hacia allá (quedando de todas maneras en pie el proyecto 1º) mejor que a México,

pues eso facilita la comunicación de los dos mares porque se aprovecha el río Atoyac

(acondicionado para la navegación a través de un sistema de «arquitectura hidráulica», con

«obras de doble cedazos y exclusas que se necesiten establecer», o «por medio de caballos

de remolque» donde sea necesario como parte del trayecto, reduciendo costos; conf. pp.

120-121).

La realización de esas «vías de comunicación», pensaba, abarataría los costos

finales de las mercancías y posicionarían al comercio mexicano en la ruta de las

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exportaciones y la importación de lo imprescindible, como «el carbón piedra, que

favoreciese las fundiciones del magnífico hierro del país». La «calma, prosperidad,

abundancia de numerario», aseguraban el cambio de «la faz de la República» (AMM: 122-

123). Más aún –y por no hablar de trabajadores voluntarios vagos y presos:

«Los mismos preliminares para esas obras colosales, los estudios sobre el terreno, las obras preparatorias y demás medios de acción y previsión, harían necesarias las comisiones científicas y militares, y darían ocupación honrosa a tantos oficiales» (AMM: 123).

Una obra de esas dimensiones podría proporcionarle a todos los implicados en el

esfuerzo, ciertamente, «disciplina», pero también «el acudir cumplidamente a todas sus

necesidades […] sin desatender por eso a sus matrimonios y educación social y religiosa;

así se lograría purgar la nación de la vagancia, se evitarían los crímenes y el vandalismo»

(AMM: 124, subrayado mío).

Tales obras tenían que financiarse por medio de «acciones flotantes» infalsificables,

«capaces de suplir el numerario» en tanto que «representarían un trabajo lucrativo». Las

acciones «tendrían como lugares de cambio en toda la República los estanquillos de la

renta de tabacos». A un «tribunal especial» le correspondería cuidar de su impresión y

distribución, al tiempo que «tuviese el carácter de banco particular de los caminos de

hierro y obras públicas; y el ministerio jurídico de esas transacciones, con absoluta

independencia y con sujeción sólo a los altos tribunales de la República». Asimismo, a

este tribunal le correspondería vigilar que el valor de las acciones no supere el

correspondiente a «la raya material de los trabajadores» ni «la mitad del valor gradual que

los trabajos fueran importando» (AMM: 124-125, subrayado mío).148

148 Este planteo nos recuerda sus antecedentes: el Banco de Avío del Tribunal de Minería creado durante el régimen Borbón; y el Banco de Avío de Lucas Alamán. Precisamente sus realizadores ya habían planteado el problema a que se enfrentaban: «un sistema de transporte deficiente y caro» -por no mencionar su base mercantilista (Illades, 2001b: 55). Así pues, véanse los caminos inesperados a que conduce el recurso de la tradición.

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Semejante proyecto, que fue cobrando a lo largo del tiempo una mayor

minuciosidad en sus planteos fue, pues, el tema sustancial de casi todos sus escritos

esotéricos de carácter político. Por increíble que parezca, en el Resumen la oferta conoció

novedades, pues ahí expresa su fe en la posibilidad de una red de ferrocarriles baratos y

nacionales bajo su modelo, el Rapidinámico de velocidad, el cual, decía, sería capaz de

atravesar de cabo a rabo el país entero,149 aunque no de manera arbitraria: los ferrocarriles

tienen que abrazar, en primer lugar, las zonas económicamente potencial o

económicamente fuertes ya entonces existentes.150 Proponía su financiamiento inicial «con

750, 000 pesos tomados del 15% de mejoras materiales» (y así sucesivamente durante los

«quince años» que tardaría la construcción de 2,325 kms.). Se nutriría, además, con la

creación de un «Banco fabril» que abra a los particulares una posibilidad de invertir en el

ferrocarril a través de la compra de bonos emitidos por él. La inversión por éste concepto,

debía representar las «dos terceras partes» del costo total, pues consideraba indispensable

que para efectuar el proyecto el país no tenía, bajo ninguna circunstancia, porque

endeudarse. Sería prudente licitar tramos de la construcción a particulares,

proporcionándoles condiciones muy ventajosas para estimularles –bajo su propio riesgo- a

consumar los trabajos, siempre y cuando respete los principios de economía moral. El

banco sería la base de un crédito firme, con capacidad de emitir billetes de banco o

149 Seguramente, uno de los principales estímulos que lo llevó a publicitar sus inventos, leit motiv de este escrito, lo estimuló el hecho de que por esos días, se realizó una prueba del ferrocarril mexicano en el tramo de Orizaba a Boca del Monte, pasando por las Cumbres de Maltrata (Resumen: 56). La prueba más clara de ello y de una de las intencionalidades concretas de éste documento se asienta en su primer «proyecto de ley», donde plantea que «el mismo gobierno suspenderá ínterin se hace el ensayo práctico [un proyecto piloto] ordenado por esta ley, todo otro negocio o compromiso acerca de nuevos ferrocarriles, lo que convendrá así mismo a la nación para preparar su erario para los gastos que estos demanden» (íbid.: 60). En el Resumen, añadió el elogio que su modelo recibió en la revista francesa, de segura filiación sansimoniana, el Genio Industrial (ibíd.: 42). 150 Un ferrocarril transoceánico, pensaba, debería ser construido por México en caso de que tenga intereses económicos importantes que dependan de él, de lo contrario, construirlo y cargar con su costo, sería doblemente gravoso para nuestro país resultando de ello beneficiada Europa y sus «compañías extranjeras».

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acciones tenedoras al portador, y cuyo respaldo será la hipoteca del mismo ferrocarril. En

tanto privado, éste garantizará al erario público ganancias de accionista, librando a aquel de

todo posible riesgo de pérdida. Las ganancias de los capitalistas, como en el caso de banco,

también serían moderadas. En todo caso, él pensaba que no podía dejar de ser «la nación

propietaria de los tramos que construya»: se trataba, pues, muy en el fondo, de hacerla

«dueña de su territorio y de sus empresas». Sólo y sólo si éste proyecto se pone en marcha

y resulta exitoso, la inmigración extranjera beneficiaría a un país de escasa población como

lo era el nuestro en aquellos días. Sólo así podemos hablar de un verdadero cumplimiento

del «progreso social, moral y material» (Resumen: 60).

Para solucionar lo que en 1873 decía el cuarto problema más importante de nuestro

país, esto es: «hacer del Valle de México uno de los puntos más fértiles y saludables del

globo, así como de la ciudad de México una de las más bellas y suntuosas capitales»,

propuso, la versión más acaba de su «proyecto hidrodinámico». ¿Cómo salvar a la ciudad

de México de las inundaciones?, se preguntaba con toda razón, puesto que:

Tres razas humanas se han ocupado por espacio de seiscientos años en buscar remedios adecuados para salvar el Valle de México de las inundaciones. [Y] ninguno de estos tres pueblos ha sabido encauzar su problema con el agua, y han creído que desechándola es como si fuese un estorbo cuando se trata de una bendición y manantial de riquezas para el país que tiene la dicha de disfrutarla (Resumen: 65).

El proyecto apuntaba a librar la ciudad de inundaciones, buscando su

embellecimiento; planteaba canalizar las aguas de los lagos de Chalco y Xochimilco hacia

tierras irrigables del valle, y utilizarlos para la navegación; apuntaba también a explotar a

gran escala las sales ricas en cloruro de sodio y carbonato de sosa151 que contiene el lago de

151 «La primera de ellas tiene utilidad en las labores de minas, la segunda sirve para la fabricación de jabón y vidrio y para la fabricación de hiposulfito de sosa tan útil en el beneficio de platas». El carbonato de sosa, aseguraba, tiene un mercado prometedor en Europa, donde su uso es mayor que en México. Ahora, como su proceso de elaboración no es nada complejo, es posible comerciarlo con costos y precios ventajosos (Resumen: 73).

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Texcoco y a desaguarlo para nutrir más canales (op. cit.: 69). Imaginemos ese Valle de

México atravesado por canales como vías de tránsito colectivas. Para este fin Adorno dice

haber diseñado dos máquinas: la primera, de básculas compensadas elevadora de agua en

grande cantidad (movida por vapor y con capacidad de veinticuatro caballos); la segunda,

para canalizar terrenos de aluvión.

Proyectó también la construcción de un depósito de derrames en San Lázaro donde

terminarían las aguas de atarjeas, acequias, albañales e infiltraciones de la capital:

Con dicha máquina [de básculas compensadas] –apuntaba- se podrán elevar y expulsar fuera del perímetro abordado de la ciudad, hasta cien toneladas de agua cada minuto usando como combustible para el motor estiércol que se desecha de las caballerizas, mezclada con leña» y basura seca. «Con el efecto extractor de esta máquina, quedará la capital libre de toda inundación, pues aún para expulsar el agua de los mayores aguaceros solo se necesitará la máquina de algunas horas de trabajo, auxiliando con el oportuno juego de las compuertas de desagüe del canal» (Resumen: 70).

Todos los canales de navegación proyectados, grandes y chicos, tenían que llegar a

las puertas de San Lázaro y Santo Tomás; los actuales que no funcionan, debían ser

cubiertos, pues no eran más que focos de peste e infección.152 Para ello es necesario

conducir las aguas negras hacia el depósito. En el lugar, además, bien se podrían construir

«calzadas y calles con árboles, jardines, con lo cual cambiarían […] el aspecto y la

salubridad ventajosísimamente» (op. cit.: 70).

Los problemas de desabasto de agua que todavía hoy conocemos pensaba arreglarlos

con la ayuda de una máquina locomovil con básculas de compensación, pudiendo con ella

hacerse las veces de distribuidora de agua limpia por las calles de la ciudad (proveniente de

los lagos de Chalco y Xochimilco), e incluso hacer que llegue hasta la altura de las azoteas,

152 Hablando de La cara sucia de la capital, Ignacio M. Altamirano llegó a recrear el escenario donde la vida cotidiana de las marginalidades se desarrollaba: «De lástima, en efecto, son dignos los infelices que viven en aquellos lugares cenagosos, aspirando las miasmas mortales que inficionan allí el aire, y mezclándose entre reptiles, que por asquerosos que sean les sirven casi siempre de alimento» (1986: 70)

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donde planteaba la creación de depósitos para ello.153 Según sus cálculos, una de éstas

máquinas puede llegar a mover hasta 2.5 toneladas de agua por minuto, con el solo manejo

de dos hombres, «sin que cause fatiga a los trabajadores ni sea necesario estarlos

remudando con frecuencia» (op. cit.: 71). Si comparamos su jornada de trabajo con las de

la Ciudad del Sol, ella tiene una duración de «seis horas de trabajo y cuatro de descanso»

(op. cit.: 90). De realizarse éste proyecto, dice, veremos materializado el embellecimiento,

fertilidad y salubridad de este «hermoso valle […] que así vendrá a ser uno de los más

deliciosos jardines de la tierra y bien puede decirse, un verdadero paraíso», remataba (op.

cit.:73).

Pero nada de ello era posible si no se solucionaba primero el gran problema «del

alto costo de fletes del camino a Veracruz». Para ello, proponía darle una de sus varias

utilidades proyectadas a los vehículos que diseñó bajo el nombre de trirruedos. Dentro de

su proyecto de canalización se destaca la construcción de acueductos y de presas así como

el desvío de ríos. Una inversión inicial de tres millones de pesos por parte del gobierno

para comenzar las obras sería suficiente si se aplica «el trabajo, la honradez, el orden, la

economía y los inmensos recursos de la mecánica moderna, pues sin todas estas

circunstancias todo el oro del mundo no es bastante a conseguir una obra grandiosa de

primer orden. […] Acaso mis buenas intenciones me preocupaban, señores, pero como veis

por mi proyecto, no solo creo esos tres millones suficientes para llevarlo a cabo, sino que

además solamente los indico como un suplemento que el gobierno haría a la empresa»

[porque también sería un proyecto privado en una segunda fase] «y del cual sería

reembolsado con las riquezas que ella crease» (op. cit.: pp. 91-92). Todos los proyectos

153 El transporte del agua se realizaría a través de «tubos alcantarillas de hierro». «Estas mejoras -decía- traerán, por consecuencia, el evitarse la limpia nocturna y la anual de las atarjeas de ésta ciudad, y los resultados más satisfactorios para la salubridad, comodidad y embellecimiento» (Resumen: 71).

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planteados se retroalimentan económicamente unos a otros tanto en la fase de

construcciones, como al final, en su funcionamiento. Después de todo, el trabajo es la

fuente de toda riqueza.

Para concluir esta parte, me resta solamente señalar, 1º su persistencia en casi 30

años (desde 1845) en la elaboración de proyectos de naturaleza tecnológica cuya finalidad

última redundara en la generación de empleos, riqueza, libertad y belleza a México. 2º La

gradual conformación de un proyecto de reforma total del país. La orientación casi

estrictamente “práctica” que conoce su última obra de esa naturaleza –el Resumen-, no será

más que el inventario de todas las posibilidades que por su ubicación estratégica, recursos,

población y costumbres, el país podía ofrecer y encontrar en él mismo, grandes soluciones

a sus grandes males. 3º La interconexión práctica que ideó para cada uno de sus grandes

proyectos: la función de los ferrocarriles, los canales, y de ambos con la explotación de los

recursos naturales154 en beneficio de una Hacienda saneada, con un sistema de defensa

digno de respetarse en el exterior, conforman una propuesta única en el México

decimonónico. 4º Pensar que en su último escrito de carácter tecnológico, pese al rechazo o

la desconfianza que alguna vez tuvo –y que abiertamente lo llegó a decir en 1858- hacia las

empresas de capital privado y origen extranjero, fue algo a que la “edad” y la prudencia

que a ella acompaña lo fue encauzando a sus naturales cursos humanos, es la primera

respuesta que puede presentar la comparación. Sería decir que no encontró otra posibilidad

que darles cabida, al menos inicialmente, en la explotación y construcción de sus proyectos

viales realizables (ése era su deseo) con recursos mínimos de naturaleza pública, para

beneficio, principalmente, de ésa índole. Nuevamente, insisto, no podemos ignorar en

154 Y hasta aquí, todo ello realizable bajo la aplicación de la fuerza del vapor expresada en algunas máquinas clave útiles en la construcción y uso de cada uno de los proyectos.

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contexto de enunciación de éste escrito. De alguna manera, Adorno organizó sus tesis, al

menos inicialmente, para acercarse a Sebastián Lerdo de Tejada.

Por último, no podemos cerrar ésta parte central de nuestro trabajo sin dejar de

señalar el papel de los personajes centrales de todo éste proyecto: los trabajadores. Para

empezar, recurriremos a las fuentes con que indirectamente trata el tema. En la subsección

siguiente, intentaremos nuevamente extraer las tesis ilocutivas que Adorno esconde en sus

escritos de naturaleza esotérica. Así pues, respecto a los obstáculos inherentes a las obras

de canalización decía:

El barón de Humboldt, en su “Ensayo político de la Nueva-España” tomo 1º pág. 429:

Para sacar estos escombros, que era un trabajo muy penoso y lento, se valieron en los últimos tiempos del método puesto en práctica por Enrico Martínez. Por medio de pequeñas presas levantaron el nivel de las aguas, de suerte que la fuerza de la corriente se llevaba los escombros que habían echado en la reguera. Durante esta obra, ha habido ocasiones en que han perecido veinte o treinta indios a la vez. Los ataban con cuerdas, precisándolos a trabajar así colgados en reunir los escombros al medio de la corriente; y algunas veces sucedía que el ímpetu de esta los arrojaba contra los peñascos sueltos, aplastándolos en ellos (Resumen: 75).

Su defensa de los derechos más elementales de los trabajadores, a veces tenían que

ser disfrazados de argumentos como el siguiente:

Cuando se ve que tal método se practicó de facto, no se admira uno de que hubiesen sido necesarios dos siglos, cinco millones de pesos y multitud de víctimas, para obtenerse la obra aún incompleta del tajo de Nochistongo (Resumen: 75-76).

Desde luego, y en ello lleva toda la razón, ningún trabajo de las dimensiones con las

que él los propone, puede realizarse sino es «ejecutado con inteligencia, economía y

honradez». Si no partimos de eso, carecerá ya de sentido preguntar por los derechos y

mejoras laborales, tal como él intentará hacer notar a las “altísimas” autoridades, por lo

medios más ingeniosos, como se verá con el siguiente ejemplo –Resumen: 79-80, el

subrayado será mío:

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Véase un presupuesto aproximado de dichos costos:

Por la construcción de ciento cincuenta trirruedos para que puedan trabajar constantemente ciento veinte en buen estado, a 300 pesos….………………

45,000

Por el de trescientas mulas, a 40 pesos… ………….. 12,000

Por el de trescientas guarniciones, a siete pesos…... 2,100

Por ciento veinte carreteros a tres y medio reales diarios por mil doscientos días………………………

66,000

Por doscientos cuarenta camilloneros de las tierras de descarga, a igual precio y tiempo………………...

108,000

Por treinta sobrantes de segunda clase, a seis reales diarios………………………………………………..

27,000

Por diez sobrantes de primera, a un peso…………… 12,000

Por un sobrestante mayor con sesenta pesos mensuales……………………………………………

2,880

Herramientas de palas, azadones, carretillas, barretas, palancas, costales, etc…………………….

100,000

Por un taller de reparación de carros, guarniciones y comisiones y herramientas con los materiales necesarios…………………………………………….

50,000

Por salarios del taller de los diferentes oficios, a cien pesos semanarios…………………………………….

24,000

Por un millón cuatrocientos mil metros cúbicos de excavación y extracción de las tierras del canal del lago de Texcoco y encamillonamiento de ellas a sus bordos, a dos reales por metro cúbico….……………

350,000

Por la construcción de veinte máquinas canalizadoras sobre canoas, a dos mil pesos………………………..

40,000

Por cuarenta canoas de descarga de tierras, con sus habilitaciones y cabrías de descargue, a seiscientos pesos………………………………………………….

24,000

Edificios de almacenaje y galeras para los dormitorios y cocinas habilitadas de máquinas de amasijo y hornillas económicas para los peones, no presupuestándose aquí la alimentación de estos, porque aunque será mucho mejor que la que toman

200,000

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nuestros jornaleros, se les dará por cuenta de su trabajo……………………………………………...

Por las pasturas de 300 mulas por los 1,460 días de cuatro años naturales, a un real diario por mula, lo que es bastante por su conjunto y localidad de trabajo

54,750

SUMA----------------------------------------------------- 1,333, 730

Dirección, imprevisto y accidental, una mitad más…. 666,720

Suma del presupuesto de gastos del canal general de desagüe y rebaja del talud y tajo de Nochistongo.…..

2,000,000

No es necesario hacer cálculos para darnos cuenta de que en los costos señalados

por la tabla, la cifra más alta de las asignadas, se la lleva precisamente aquella donde se

procuran algunas comodidades mínimas al trabajador, que para Adorno resultan

imprescindibles. Por último, cabe la pena recordar la continuidad de temáticas así como la

ampliación de las respuestas que Rafael Adorno ya había planteado, en tanto diputado de

su tierra. El mundo agrícola, militar e industrial que condicionan el espacio de experiencia

y el horizonte de expectativas de Juan Nepomuceno Adorno han sido pues, revisados por

él mismo e integrados dentro las respuestas de la «familia» primer-socialista a la que

Adorno abrió brecha.

2.5 Hacia una nueva ciudadanía155

El discurso de 1841 contenía una invitación a la imitación fáctica de virtudes y

valores que el heroico Mariano Matamoros encarnó para la ejemplaridad del pueblo:

155 «Cómo construir el país, qué elementos conforman la identidad mexicana, cuál es el significado de la independencia nacional, cómo acabar con la discordia y el conflicto interno, qué debe hacerse para formar ciudadanos, cuáles son los instrumentos para arraigar los valores republicanos, fueron preguntas corrientes de este nacionalismo romántico […] Estas preocupaciones sociales, aunadas a la convicción de que México era aún un proyecto por hacerse, [eran] una entelequia política que requería un contenido concreto» (Illades, 2003b, pp. 19-20).

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verdad, amor, bondad, justicia, unión y concordia, respeto al derecho, patriotismo,

heroísmo, trabajo (aquí artesanal), constancia y familia, son el mensaje cívico de este

discurso. Adorno no titubeaba en calificarlo como uno de esos raros «hombres

magnánimos, que despreciando el reposo y los intereses innobles, sacrificaron sus más

caros afectos y aún la vida misma, para formar nuestra felicidad». Él y su triste ejército,

recordémoslo, hicieron gala de los «sacrificios heroicos» en los que se funda la «virtud» y

el «civismo», frutos de un «precioso árbol [que es] muchas veces regado con sangre».

Triste el destino de estos hombres que se tomaron la molestia de pensar en el «derecho de

gentes de los vencidos», pues cuando «llegó un tiempo en el que se le hizo justicia

universal», su misma vida había tenido que ser «su fatigosa prueba» (Discurso, p. 1, 6,

16).156 Pero no es acaso éste el único genio superior que Adorno tuvo en la cabeza. A la

postre, si el primero -hecho lamentable- muerto está, que al final seguramente será lo mejor

dada la necesidad del orden, el segundo seguía todavía muy vivo. Sin embargo, algo habría

tenido que hacer este otro como para que la posteridad juzgue sus actos,157 los que

seguramente no son a veces tan heroicos, por mucho que busquen consolidar la felicidad

pública. A propósito de su uso de las Fabulas literarias de Tomás de Iriarte, ¿no es verdad

que en una de ellas, el León figura como dominador natural de este mundo? Orgulloso,

156 «Las guerras decimonónicas sirvieron para que las clases populares expandieran su presencia al terreno de las armas y se les reconocieran derechos dentro del régimen político» (Illades, 2005a: 112).157 En su cuaderno de 1843 se refiere a Santa Anna en estos términos: «sólo guían mi pluma y encienden mi pecho, la gratitud a un gobierno supremo que me ha colmado de beneficios»: «ilustre general Santa Anna», «héroe que juzgará la posteridad» (Contestación: 24, 25). Podríamos aventurar una hipótesis derivada de las actividades comerciales de los Adorno. Si, de ser cierto que buena parte de sus actividades agrícolas estaban orientadas al cultivo del algodón, entonces es muy seguro que podrían haber participado del esquema económico que echó a andar la política proteccionista de importación de algodón en rama, hilo y las hilazas y algunas prendas de vestir de este material: la fidelidad al caudillo y el uso de estrategias de reproducción social dirigidas a sostener un statu quo. Carlos Illades ha señalado que buena parte de la base de apoyo del caudillo se nutría principalmente de los cosecheros de algodón, sobre de todo de su estado natal. Asimismo, da un ejemplo de cómo funciona ese esquema: uno de los dueños de la empresa textil El Patriotismo Mexicano entabló relaciones de parentesco «con la hija de un prominente cosechero de algodón de Tlacotalpan» (2001b: 135-137). ¿Hasta qué punto Juan Adorno participó de esos esquemas de reproducción social? Lamentablemente no podemos saberlo.

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suave, sabio y paternal cuando Fortuna le sonríe; valiente, desasosegado y también

orgulloso en el destrono. Cinco meses después de que Adorno hubiera pronunciado su

primer Discurso, Bustamante recordó cómo tenía que ser un gobernante morigerado al

repartir la mitad del dinero que había recibido para su viaje al exilio a una multitud de

pobres en la villa de Guadalupe mientras que los triunfantes, celebrando su victoria,

llamaban a «restablecer las relaciones íntimas y cordiales que deben reinar entre todos los

miembros de la familia mexicana» (Olivarría y Ferrari: 36). En 1856, cuando Arista cayó,

no se marchó sin antes amenazar con distribuir armas entre la “porción más ignorante y

menos morigerada del pueblo” (Palti, 1998: 57). Dos actitudes, muchos más ejemplos, una

escuela para la posteridad.

Sin duda, no podemos excluir este paternalismo de nuestro repaso por la vida de

Adorno. Pretender encerrarlo en una burbuja de sacralidad inmaculada respondería a

objetivos poco honestos. Es verdad que en el “inventario” de su paso por el mundo -como

entonces estaba configurado-, algo de lo que hoy nos parece aborrecible entonces no lo era,

pues como ha señalado Koselleck, por esos años, ni siquiera en Europa se tenía muy claro

qué era ser demócrata ni qué liberal. Por eso, mucho menos podemos esperar de él –como

de ningún primersocialista- el juicio analítico marxiano de la lucha de clases, pues será

precisamente este tópico analítico el que venga a marcar un cierre epocal.158 De todas

formas, contra esas trampas de juicios anacrónicos nos han advertido ya Javier Fernández

Sebastián con lo que él llama (nosotros miramos con recelo las posibles consecuencias

158 «La burguesía vio en la aristocracia a una clase ociosa, y aquella se concibió a sí misma como una clase productiva capaz de generar riqueza y no simplemente dilapidarla como su predecesora del ancien régime. De hecho, el primer socialismo rescató esta cualidad de los capitalistas industriales, diferenciándolos de los comerciantes y los usureros. […] El posterior descubrimiento de la explotación del trabajo por parte de Marx acabaría con la idea de que la burguesía también trabaja y que la riqueza era un resultado directo de su esfuerzo, además de la “vida idónea para formarse un buen carácter”» (Illades, 2008a: 15).

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epistemológicas y políticas del término) «las trampas del presentismo» y de la

acompañante «mitología de la retrolepsis» han sido (aquella) causa y consecuencia (ésta)

de los pre-juicios con que la “civilización” eurocentrista ha tipificado las “refracciones” de

las «luces». Una de estas cifras arrojadas por esta vara de medir es la denominada

“peculiaridad latinoamericana”, la cual es encerrada bajo los postulados de

centralismo/autoritarismo/organicismo. Desde el punto de vista de esta escuela de

seguidores de R. Koselleck y la Escuela de Cambridge, la inexactitud de estos juicios de

valor presentistas responde más bien a los vicios inherentes a las tesis de los tipos-ideales.

Más concretamente: «Mientras que los “modelos” de pensamiento (“los tipos ideales”),

considerados en sí mismos, aparecen como perfectamente consistentes, lógicamente

integrados y, por lo tanto, definibles a priori –de allí que toda “desviación” de éstos (el

logos) sólo pueda concebirse como sintomática de alguna suerte de pathos oculto (una

cultura tradicionalista y una sociedad jerárquica) que el historiador debe des-cubrir-, las

culturas locales, en tanto sustratos permanentes (el ethos hispano), son, por definición,

esencias estáticas. El resultado es una narrativa pesudohistórica que conecta dos

abstracciones» (Palti, 2007: 38).

Carlos Illades (2002:60) nos ha recordado cómo Rhodakanaty apuntaba que a

menudo los males sociales se suelen explicar o bien por la ineptitud de las instituciones, o

bien por defectos inherentes a la naturaleza humana. Adorno también denunció que los

gobiernos tienen un papel especial en este espinoso asunto.159 Uno de los principales

deberes del gobierno, decía a los militares, es velar por el término de la miseria

159 «En este país, otro tiempo tan sencillo, este pueblo tan dócil y morigerado, se cometen hoy crímenes que horrorizan a la humanidad.» Hoy con una «administración de justicia» reprobable, «[…] se dan facultades funestas y discrecionales a los vigilantes de los caminos, se ahoga la voz de la ley, y no se consigue sino crear asesinos de asesinos. Las cárceles son escuelas de vicio, y la mano legal se fatiga inútilmente por ejercer su influencia [ante la] […] creciente decadencia de la moral y las costumbres». (AMM: 14)

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generalizada que sumerge al país en un espiral destructor «de los pocos elementos

tradicionales que aún nos quedan» (AMM: 10).160 Este ejemplo que liga la suerte de los

miserables con el tradicionalismo sería sólo una prueba –de ninguna manera débil- de cuan

errático puede ser el destino de los supuestos que asocian la legitimidad del «pueblo» con

una imagen del espíritu moderno -en realidad, de dudosa costura-. Adorno también quiere

«que no sea un vano o perjudicial título el de ciudadano» (AMM: 16).

2.6 Política-exterior y Política-interior

Del Discurso de 1841 a los Análisis, es de notar una transición de aquella fe ingenua

en la cacareada difusión de las luces al mundo, a la realidad del imperialismo del

capitalismo industrial y financiero.

«Cuando en 1823 se negoció el primer préstamo inglés se preconizaba en México la funesta doctrina de que de este modo se aseguraba esta República su independencia, creando intereses laterales en una nación poderosa […] [Algunos años después caímos en la cuenta, continúa] que en realidad su actitud ha sido peor que neutral». En cada momento que a nuestra nación le fue imposible cumplir con sus obligaciones, inmediatamente «se promueven en nuestra contra el desprecio del mundo, y se azuza el espíritu devastador y rabioso del filibusterismo americano

160 Respecto a los intelectuales de los albores del XIX: «Muchas veces se les ha reprochado el recurso a un vocabulario confuso y vacilante, propio de una época bisagra. Mas si el núcleo duro de la política es encontrar en cada momento los conceptos y las palabras idóneas para comprender, legitimar o transformar el statu quo, debe reconocerse el esfuerzo de algunos escritores y oradores del momento por componer ese lenguaje anfibio apropiado para una situación en la que, partiendo de una cultura de fuerte impronta católica, se trataba de dar entrada sin estridencias a los principios fundadores de una política radicalmente nueva […]Lo que estamos tratando de sugerir es que el propio planteamiento historiográfico que contrapone netamente viejos y nuevos conceptos, como si esta distinción fuera evidente por sí misma, conlleva una valoración implícita no menos normativa que la de aquellos primeros liberales españoles que improvisaron una retórica de legitimación para sus propósitos reformistas con las armas intelectuales que tenían a mano: precisamente aquellos conceptos y argumentos que mejor encajaban en la cultura política española y, en consecuencia, podían resultar más eficaces y convincentes de cara a acercar a sus compatriotas a una política alternativa a la hasta entonces vigente» (Fernández Sebastián, 2005: 6-7). Asimismo, para Koselleck: «El cambio conceptual es generalmente más lento y gradual que el paso de los acontecimientos políticos» [A Response to Comments on the Geschichtliche Grundbegriffe] (citado por Palti, 2005: 41). Pero ni siquiera los mismos conceptos, al menos en tanto que actos “públicos”, escapan a la tentación o quizá inevitable recurso de la “bisagra”. Así, por ejemplo, los funcionarios de la Ciudad de México, pero también de los pueblos que «siguieron observando leyes vigentes de tradición gaditana, mantuvieron la estructura de los cabildos conformada por regidores y alcaldes, y recrearon muchas de las prácticas cotidianas heredadas del periodo colonial tratando de hacerlas compatibles con la realidad republicana» (Pérez Toledo, 2004: 40).

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por los órganos mismos de la prensa inglesa [«en especial el Times»] que ostentan el estandarte de la civilización, de la justicia y de los derechos internacionales. ¡Extraña anomalía! ¡Los intereses que creíamos nuestros protectores necesarios, son los que se invocan para destruirnos, y en vez de tendernos una mano amiga, cuando estamos al borde del precipicio, se nos empuja con el golpe afrentoso del desprecio! México no puede hacer reclamos contra la prensa inglesa, apoyadas en el poder físico de una escuadra; pero yo, aunque débil y oscuro levanto la voz de la justicia y de la conveniencia para protestar ante la conciencia del generosos pueblo ingles» (AMM: 52-53, subrayado mío).

Retórica. En realidad, pocos “conservadores” podrían aceptar en casi todas sus

letras este panorama pintado por Vigil respecto a las guerras de Reforma, sino es nuestro

“reaccionario” “utopista”:

«Además, la dificultad en que se halla el extranjero para comprender la verdadera índole de las evoluciones de una sociedad que no conoce, hizo que los ministros enviados a México no se diesen cuenta de lo que había en realidad bajo la lucha que presenciaban. Con el juicio más desfavorable que puede formarse de un pueblo, exageraron la ignorancia, el atraso, la inmoralidad y abyección del mexicano; supusieron, en consecuencia, inmenso poder al partido conservador, que disponía a su antojo a muchedumbres degradadas y fanáticas; y una vez más establecidas bases tan falsas, fácil es de figurase que informes remitirían a sus gobiernos […] [para] concluir por asentar la necesidad absoluta de que la Europa echase el peso de sus armas para hacer cesar tanto desorden y tanto escándalo, he aquí los temas obligados que formaban el fondo de las correspondencias diplomáticas» (México, t. X, 1985: 4).

Así que no sólo lo suscribiría, sino que añadiría que sobre todo Europa justifica su

comercio desleal con el nuestro en estos términos:

«¿Qué importa que los mexicanos exporten su oro y su plata? ¿No son estos metales el producto único exportable de su suelo e industria, y no reciben en cambio todos los objetos de necesidad y de lujo que solicitan del extranjero?» (AMM: 104).

Llamada está la atención sobre la defensa de lo nacional en el discurso de Adorno;

pero no aún sobre el influjo de Napoleón III161 en los discursos románticos (y viceversa).

Lamennais, que escribió a Francisco Bilbao en 1853: «La Providencia la ha destinado [a la

América Española] a formar el contrapeso de la raza anglosajona, que representa y siempre

representará las fuerzas ciegas de la materia en el Nuevo Mundo», servía a sus propias

161 Quien «se atrajo a las masas mediante promesas y mediante el fausto; cultivaba, solicitaba, dirigía, elaboraba el favor popular. […] Era un político. Había organizado putsches contra la Monarquía de Julio […] El primer Napoleón supo subió al poder en el curso de una guerra que él no había iniciado. El segundo Napoleón se erigió en dictador en tiempos de paz, jugando con los temores sociales en un país dividido por una revolución abortada. No es exagerado decir que el primer Napoleón nunca en su vida condescendió a pronunciar un discurso en público. Luis Napoleón los pronunciaba constantemente» (Palmer & Colton: 246).

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causas. Bilbao –contemporáneo de Adorno- será uno de estos románticos que pronto

sospechará también del imperialismo francés ¿Y cómo no hacerlo, si en las revistas

sansimonianas sólo se hablaba del comercio y las riquezas de Hispanoamérica?

(Abramson, 1999: 106, 110).

Dudo que Adorno llegara a engañarse, al menos tal como queda sentado a lo largo

de todos sus escritos, desde 1841 hasta 1873, sobre las intenciones segundas de los

imperios. Previendo un asunto tan delicado como la emigración europea a América,

señalaba ya en su Resumen, que le parecía inevitable, así que ella tenía que hacerse de la

manera más conveniente para nosotros. Y la mejor manera es insertándonos de lleno en la

Modernidad (v. § 2.3):

Indudablemente, si nosotros nos mostramos justos, cuerdos, fuertes y buenos vecinos, toda esa población que tiende a ensancharse, inmigrará en nuestro hermoso país, bajo de nuestras costumbres, nuestras leyes y nuestra hospitalidad (Resumen: 11, subrayado mío).

La experiencia de la modernización de la guerra y de las reformas a que ella nos

empuja, plantea un esquema de organización mundial de orden hobbesiano. El hecho de

que hoy como nunca antes, apunta, puedan los hombres darse muerte en cantidades nunca

antes vistas, puede hacer que los países, «antes de la lanzarse a la guerra, apelarán los

pueblos con empeño a los avenimientos o arbitrajes». De éste modo, él se atreve a

aventurar, en 1873:

Un paso más, señores, en punto a armamentos, y la paz universal se verá asegurada, y la predicción de Napoleón I, que decía: que la paz universal llegará con la completa perfección de las armas, vendrá a ser un hecho y el mundo podrá descansar de la guerra por haber llegado el hombre al estado de virilidad que por su propia fuerza le obligue a ser prudente (op. cit.: 14).

Su revisión de Napoleón III encontró aquí sus límites. La vertiente abierta durante

la Revolución Francesa que encontró en el corso su máxima representación fue la antesala

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de las otras doctrinas que llamaban a la puerta de la Soberanía Popular en éste mundo.

2.7 Los grandes hombres

Treitschke apuntaba en 1897 (bajo inspiración humboldtiana) que los grandes

hombres aparecen: «en el tiempo justo […] el hombre adecuado será siempre un enigma

para nosotros los mortales. El tiempo forma al genio, pero no lo crea».162 El misterioso

genio que repugnaba a Isaiah Berlin, para quien, en tiempos de crisis, pretendían salvar la

forma o crearla con el débil hilo de la contingencia en el preciso momento de la coyuntura;

eran, sin embargo, para Adorno, quienes mejor que nadie conocían «el remedio que se

aplica al origen de la enfermedad o la diestra maniobra que salva de la tormenta la nave del

Estado», mientras que con la otra mano forjaban «el descanso, la paz y el bienestar social»

(AMM: 17, 18).

Para Saint-Simon -dice Isaiah Berlin-, «todo lo que sea progresista dará la

oportunidad de llegar a la cima a los mejores. Para Saint-Simon los mejores son los más

talentosos, los más imaginativos, los más sagaces, los más profundos, los más enérgicos,

los más activos, los que desean probar todo el sabor de la vida. Para Saint-Simon hay muy

pocas clases de hombres: quienes intensifican la vida y quienes van en contra de ella,

quienes desean que se hagan las cosas y quieren ofrecer cosas al pueblo […] y quienes

162 Treitschke concebía el «fin de mantener abierto el espacio libre para las posibilidades y la libertad, pues la combinación de las circunstancias externas nunca bastaba para fijar como necesario el transcurso de la historia» (citado por Koselleck, 1993: 253)

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están a favor de bajar el tono, de hacer las cosas más calmadas, de permitir que las cosas se

hundan…» (2004: 152). De ahí la indignación y la impotencia: «un puñado de estos

hombres habría cavado la tumba de los invasores [americanos] que por la primera vez han

penetrado en nuestro suelo independiente; y por sólo la debilidad de los resortes que he

indicado, se ha visto, en días de funesta memoria, ondear en esta misma capital un pabellón

extraño» (AMM: 73).

Es verdad que la descripción berliniana cumple y comprende la visión que Adorno

posee de los grandes hombres. Sin embargo, el héroe político que el mexicano tiene en

mente no se reduce a la elemental ecuación más poder = menos libertad. Ciertamente,

“activo” tiene que ser: sencillamente, un hombre moralmente ejemplar. Iluminado también,

pero no exageremos. Los grandes maestros de moral pueden proporcionar otro giro de

ejemplos que completen nuestro deseo de tipificar las características imprescindibles del

asunto que nos ocupa. Pitágoras, Sócrates, Confucio… y no muchos más que la historia

nos regale. Mientras la antigua Roma se pudría en corrupción, decía, «Egipto, Palestina y

Arabia produjeron personajes de un orden peculiar, y que imprimieron un impulso

extraordinario a las sociedades humanas, levantando en ellas prodigiosas ideas y

encarnizadas luchas. Por esto, aquellos personajes fueron, y aun son hoy, tenidos por

deidades, y en otras, en fin, por impostores. Pero sus obras, sus dichos, sus hechos, y aún

aquellos que se les suponen, están ligados con los sentimientos religiosos». Y como la

«tolerancia es el propósito de esta obra», respetemos «esos sentimientos de los pueblos

que profesan aquellas creencias, cuando estas son acatadas de buena fe, y apoyadas en el

principio de moralidad» (CPH: 56, subrayado mío).

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Después de estas clarísimas palabras, ¿podríamos decir que Adorno encaja en el

tipo-ideal del romántico que en ciernes encarna un culto al héroe del manido nazismo? No,

aunque, cómo dudar que este párrafo encierra, por otro lado, el sello pluralista del talante

herderiano: ¿por qué no han de guardar los pueblos sus propias versiones religiosas?, ¿no

será que nos engañamos al ignorar la presencia de la moral por encima de esas mismas

visiones? ¿En qué consiste, pues, esa moral?: sea lo que sea que ésta signifique, ni siquiera

el mismo “héroe” tiene permitido ignorarla.

Sobre todo, no podemos ignorar que, para él, los hombres de genio son la fiel

manifestación humilde de la Providencia. «Sus discursos y hechos [son] las bondadosas

luces que intuitivamente [ella] les ha comunicado»; además, nadie está exento de serlo,

pues las «luces divinas [las] posee la humanidad toda, y sólo fructifican en aquel que sabe

cultivarlas en medio de la libertad de su albedrío» (CPH: 56, subrayado nuestro).

Cuando llegó a enunciar públicamente su deseo de que, por fin, habían terminado

las «revoluciones», que ahora «el gobierno se [asentaba] sobre fundamentos indisputables

de legalidad», descansando sobre la confianza en «un caballero, un sabio, un hombre de

orden y de experiencia, un liberal práctico [¡sic!] y bien entendido, un jurisconsulto

eminente, y en suma, el genio de quien la patria cifra sus esperanzas, [que] es el primer

magistrado de la nación», el señor Sebastián Lerdo de Tejada, Adorno, el astuto Adorno, le

estaba empujando a justificar su poder: «A él le toca regenerarla» (Resumen: 94),

puntualizaba. 163

163 En 1875, en su discurso de celebración del 2º aniversario de la Sociedad de socorros mutuos de impresores, además de defender el sistema cooperativo, Altamirano habló «de las asociaciones de trabajadores como principio fundamental de la democracia». Es más, «El verdadero soberano era pueblo. Al mandatario debía vigilársele de muchas maneras, ‘pero la más importante es la asociación, porque ella comprende también la tribuna y la prensa, otros dos vehículos poderosos de la opinión pública’» (García Cantú, 1986. 52-53).

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Por esas fechas, mientras Nicolás Pizarro esperaba las respuestas de los espíritus de

‘padres, amigos y protectores’, mientras que Rhodakanaty profundizaba y detallaba la

agenda de los problemas sociales a los que el Socialismo tenía que avocarse,164 Adorno

presionaba con sus elogios al «genio político» de Sebastián Lerdo de Tejada. Y

seguramente le recordaba, bajo la clave de un lenguaje común, que aquél sin el “genio

industrial”, está incompleto como las mesas de tres patas como en las que sesionaba

Pizarro:

Si para el logro de tan alto fin fuera de alguna utilidad mis prolongados afanes y mis constantes desvelos, aquí los consigno, y si aun fueren necesarios mis servicios en México o en el extranjero, tendré a dicha el prestarlo con entero desprendimiento de mis intereses; ¿cómo podría fijarme en estos, yo, que daría gustoso la vida por la patria? Será esta feliz y su aventura será mi premio (Resumen: 94).

Cambio de tiempos, cambios de gobiernos, cambios de partidos (no sólo el

bonapartismo había declinado, sino que hemos de recordar la escisión del Partido Liberal),

pero no de estrategia. Ayer Zuloaga y Miramón, después el Segundo Imperio, hoy Lerdo

de Tejada. ¿Oportunismo? Lo dudamos: La legitimidad del gobierno de Lerdo se fundaba

en la misma que tanto miedo había causado a los liberales. No podemos omitir la tesis de

que su relación con la familia Lerdo de Tejada había echado muchas raíces (debe

recordarse la presencia sólida de ésa familia en el Ministerio de Fomento), como para dejar

pasar la ocasión de llevar una vez más las Reformas a la cima, desde donde podrían ya

ejecutarse de una buena vez, sin punto de retorno.

164 Pese a las diferencias, un punto claro de acuerdo entre Rhodakanaty y Adorno se halla en los rastros de sansimonismo que en ellos tienen cabida: «Con Saint-Simon, Rhodakanaty consideró que la esfera económico-social constituía el núcleo de la vida comunitaria. Todos los gobiernos establecidos a lo largo de la historia fracasaron en lograr la felicidad de los hombres. Una articulación económico-social de carácter asociativo y una forma política federativa serían condición de posibilidad de la igualdad, de la justicia distributiva, del reconocimiento de los derechos de la mujer, del respeto entre los Estados y de acabar con la guerra» (Illades, 2008a: 96, 147-148).

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2.8 La opinión pública

Para Fernández de Lizardi, Lorenzo de Zavala y el mismo J. Mª L. Mora, «lo

público y lo privado» eran los «ámbitos respectivos de la razón y de las pasiones». De

hecho, «todo el modelo jurídico de Mora gira sobre la base del supuesto de que sólo un

discurso racional puede objetivarse, articularse públicamente; las pasiones individuales,

por el contrario, singulares e intransferibles por definición, no son susceptibles de ser

intercambiadas y circular socialmente. Por ello no alcanzan nunca a constituirse como

“opinión pública”», puesto que la opinión se funda en razones «que, para Mora,

únicamente la clase propietaria puede poseer: ‘Solamente esta clase de ciudadanos es

verdaderamente independiente y puede inspirar confianza así al legislador como a la masa

de la Nación […] El indigente, el jornalero y el deudor no pueden menos de ser accesibles

al soborno cuando su subsistencia, que es la primera necesidad del hombre, depende de

aquellos que pueden tener interés en corromperla’». Si en Mora la corrupción es una

preocupación de obligatorio interés para la vida civil, existen, decía, ‘fuentes de opinión

[…] que para distinguirlas de las anteriores, pudiéramos llamarlas facticias. En cada

pueblo […] se adquieren séquito alguno o algunos vecinos por su generosidad, por su

honradez […] y aun a veces por algún vicio reprensible. Estos tales se hacen también

origen de creencias y persuasiones […] [y] no merecen el nombre de opinión, pero bien

podrá dársele el de creencia o persuasión: y diremos que se puede tener una persuasión

común’ (Palti, 2005: 97-98). 165 Con Adorno, el Adorno de los discursos exotéricos, el

acento en lo facticio vendrá a invertirse.

165 Disertación formada y leída por Don José María Luis Mora, ante el supremo tribunal de justicia del Estado de México para examinarse como abogado… (1-IV-1827) y “Discurso sobre la opinión pública y voluntad general”, El Observador, 1ª época, 1-VIII-1827.

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Mientras que la opinión es producto de la razón, las creencias y persuasiones son

producto de las pasiones. Por lo pronto, cabría preguntar a Mora por los atributos del

discurso racional tanto como del “facticio”. Que no nos pille por sorpresa el observar en

quién recaerá el «poder de nominar» sino en los suyos. Un temor parecido esbozaba

Andrés Quintana Roo respecto al poder contenedor de las leyes en 1835.166 Exactamente

cincuenta años después que Mora, un periódico de tendencias “desviadas” vendrá a señalar

en dónde es que las cartas se marcaron antes del juego. En la Semblanza dedicada a P.

Rhodakanaty, elaborada por El Socialista (28.X. 1877), se señala que uno de los

principales fines de la creación de la Escuela Libre (desde 1863) era enseñar «al pueblo los

derechos y prerrogativas de su soberanía nacional» así como a «no respetar en materia de

creencia religiosa» a toda esta que no respete la «moral universal» (1998: 21-23).

Soberanía popular, reformas administrativas, educación, moral y últimamente, religión,

vendrán a ser las piezas principales que conformarán las disputas por los espacios de la

arena pública. Pero la conformación de ése claro «punto de vista», habrá tenido, sin duda,

sus puntos intermedios, aunque no tanto así.167

166 «Si hoy no se contienen con severos castigos los conatos anarquistas ¿qué se contestará al que establecido el centralismo grite que el pueblo está disgustado con él y no quiere más que mahometismo? Será preciso darle gusto según los principios que actualmente se proclaman» (Quintana Roo, Voto Improvisado, v. Ideario, 2000: 150).167 Ahora bien, un aspecto que tiene que ver con la opinión pública y los primer-socialistas, que los diferencia, es su vindicación del sentimiento como un hecho de la cosa pública. Si Lizardi, Zavala y Mora podrían decir con Thomas Jefferson (Proyecto de ley de la libertad religiosa, 1779): ‘las opiniones y creencias de los hombres no dependen de su voluntad; siguen involuntariamente la evidencia que se presenta en su mente’; los primer-socialistas, como Adorno vendrá a señalar desde su Catecismo, piensan con Adam Smith que «el crecimiento de los mercados y la división del trabajo [apuntaban al] progreso material de la sociedad, pero no [a] su progreso moral» (Sennett, 2000:38). Además de que ésta admirable percepción del sociólogo norteamericano permite comprender La riqueza de las naciones y la Teoría de los sentimientos morales como una teoría tensada por dos polos; permite, además, -sugerimos- entender la sociedad naciente como una contradicción que para Smith merecía la reunión de los esfuerzos para su superación; podemos sugerir, en consecuencia, que para todos los socialistas, la efectividad de sus sistemas, pasaba por la solución de esa paradoja. Ello implicaba, naturalmente, la afirmación pública de lo moral, es decir, de los sentimientos morales y, más aún: entender su religiosidad como un hecho práctico además de propiamente divino.

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La importancia de la opinión pública –y sus contenidos- será para Adorno una

constante en su vida. Sobre ella ya venía hablando a la altura de 1843. Pero comencemos,

para situarnos con mejor perspectiva, en 1858. En su Análisis, ya delimita su partido hacia

el topos:

«Pero si la consideración de mi pequeñez, en paralelo de tantas capacidades como forman el todo compactamente unido de la administración, me debiera enmudecer, me estimula, no obstante, a trazar estos renglones el creer que a veces brotan de humildes antecedentes algunos destellos de claridad que bastan acaso para que elementos más poderosos dirijan sus operaciones con mejor luz y acierto; pero principalmente aventuro emitir una opinión franca, el considerar que la nación hace mucho tiempo se queja con justicia de la apatía de sus ciudadanos, y que estos bien por un abandono culpable o por una indebida modestia se desvían de los asuntos públicos, en circunstancias las más difíciles, dejándolos al cuidado aislado de gabinetes agobiados con el ponderoso peso del trabajo hercúleo, y donde parece que se necesita nada menos que la organización de los elementos y la creación de un mundo político y social, donde sólo existe la confusión y el caos» (AMM: 6-7).

Una vez más Adorno, con sus formas elegantes, por una parte, invita al ejercicio de

los entonces ciudadanos168 a vigilar el trabajo del poder público; por el otro, urge y señala

la necesidad de crear ese «mundo» que no puede ser otro que la “región” de la opinión

pública de la prensa y editoriales; del mundo de las notas, opúsculos, novelas y libros; se

trata de «una de las primeras necesidades del país, y que con justicia ocupa hoy de

preferencia la atención pública» (AMM: 8). Así también lo apuntaba en su Resumen al

señalar como “sintomático” de «la virilidad de los pueblos democráticos» el papel «de la

prensa periódica asumiendo su legítima parte en la expresión y dirección de la opinión

pública, dedicándose espontáneamente no sólo a observar los sucesos, sino a vigilar las

instituciones y corregir los abusos» (Resumen: 5). Mientras por un lado se desvive en

elogios – tanto en 1858 como en 1873- al «Gabinete» en turno169, por el otro invita a la 168 El ala reaccionaria del «postmodernismo» (si es que existe) se regodea precisamente en cómo hoy las «masas» no valoran precisamente las “bondades” de la ciudadanía (que huela a marxismo) mientras, al mismo tiempo, consagran la mayor parte de su tiempo en «deconstruir» las bases de ese espacio de legitimidad. 169 «Cuando yo observo al personal que compone el supremo gobierno, […] y los lozanos y rectos antecedentes de sus miembros, me sobreviene la confianza de que salvará a la nación de la anarquía que la devora». «Creo, sin embargo, [continuaba] que es en extremo laudable la opinión del gabinete, [en la necesidad de] una forma gubernativa sencilla y morigerada» (AMM: 9). Reflejándose en éste opúsculo, fue

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ciudadanía a exigirles el cumplimiento de su deber. «La opinión pública es de una fuerza

irresistible, a la cual es necesario acatar» (AMM: 44).

Resulta, por otro lado, interesante (y de otro resulta corroboración que se explica

por lo velado de la propuesta) la insistencia a lo largo de sus escritos en la creación de ese

cosmos. Sobre todo cuando precisamente Europa no era en esos años un modelo a seguir.

Al iniciar la década de 1820, Inglaterra mostraba ejemplos de censura, en las que Alemania

no empezaría a ceder sino después de 1848, y que Francia no dejaría de practicar sino hasta

1907 (Charle: 18-21). De ello mismo se quejaron los redactores de El Iris (1826), para

quienes, «en ese momento Europa no era […] una influencia benéfica y un faro

civilizatorio; por el contrario, representaba un elemento retardatario que introducía de

nuevo la barbarie política». El México que nos ocupa, por esos años vivía «un cierto

crecimiento y diversificación de los receptores de la cultura escrita, que incluía ahora a las

clases medias altas y a una porción del artesanado urbano […] [así como] a las mujeres»

(Illades, 2005a: 69-70). 170

De hecho, ya en 1843, Adorno sostuvo un criterio sobre el punto en estas palabras:

«el discurso es natural a todo hombre, y el que dirige sus palabras al público se sujeta al

concepto de sus individuos: si algo disiente de su opinión, podrá confundirlo con razones,

pero no conminarlo al desprecio, porque esto es un contra-principio». Como sus

contemporáneos y como al parecer hoy todavía sucede, afirmaba que el juicio de la opinión

Zuloaga quien promovió un discurso sobre dicha necesidad; sus palabras debieron alcanzar importante revuelo. 170 Uno de ellos, Claudio Linati, italiano de origen y simpatizante de los carbonarios, «subrayó la importancia de las sociedades secretas». Aducía que «La Confederación Helvética, los Países Bajos e Inglaterra difícilmente habrían logrado las libertades que gozaban de no ser por estas organizaciones clandestinas, anatemizadas por la Iglesia y los déspotas absolutistas. Incluso si hubieran alcanzado sus objetivos, estas sociedades debían mantenerse vigilantes ante la posibilidad de que sus adversarios volvieran a la carga». (Illades, 2005a: 71)

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pública era, en tanto que «juez», «inexorable en su sentencia» (Contestación: 23). En

síntesis, la opinión pública es concebida como el instrumento de defensa de los «pueblos».

Sin embargo, los medios al servicio de la opinión, no dejan de prestarse a ciertas

artimañas que empañan la importancia del linaje de aquella:

«Las expresiones denigrantes con que se ultrajan los diversos partidos, el abuso del lenguaje que aprovechan los que triunfan con el poder en las diversas reacciones, y las manchas bochornosas con que procuran difamar y humillar a sus contrarios, son tanto más perniciosas y lamentables, cuanto que ofenden a la nación entera, la envilecen ante los países extranjeros, y alejan más y más esa unión y transacción fraterna que todos miran como el primer recurso para regenerarnos política y socialmente» (AMM: 138-139).

Cierto es el hecho de que las interminables penurias económicas de los impresores,

señala, contribuye a tal espectáculo, del que sólo la unidad puede arrancar de semejante

círculo vicioso, y para ello propone, entre otras cosas, gravar los libros impresos en

lenguas extranjeras, de suerte que el giro industrial nacional pueda hacer frente a los

competidores europeos.

3. CIENCIA, TECNOLOGÍA Y SOCIEDAD

3.1 El científico-social a-institucional

Por más familiarizado que estoy con la obra de Adorno, no deja de causarme

admiración la agudeza de sus observaciones y “remedios”, no porque piense ingenuamente

que el cumplir religiosamente una receta econométrica (a lo Coatsworth) habría sacado del

país de la categoría de la “barbarie” en que se le tenía –y tiene- en el “Primer Mundo”. A

diferencia de lo que piense Pablo González, considero que la ridiculez en que él afirma que

caen (a lo Wordsworth) las fantásticas propuestas de Juan Adorno, no se deben sino al

hecho de que México, en cuestión de tecnología industrial, todo trabajo requerido por cada

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uno de los proyectos de este hombre, tenían que partir -prácticamente- casi de cero.

Además, la política económica a menudo fue desastrosa en materia de promoción

industrial - la base recaudatoria que sentó tradición en los gobiernos de los “Licenciados”.

No estoy queriendo decir que el “espíritu de invención” le tuviera ojeriza a nuestra patria,

tan sólo basta revisar los libros del Archivo de Marcas y Patentes para darnos cuenta de lo

contrario. El “espíritu de invención” es algo que nada tiene que ver con ethos alguno, tal

como Pablo González nos lo recuerda al citar al mismo Adorno.171 Aunque éste tema está

profundamente estudiado, valga recordar que, ya hace varios lustros, L. Mumford (1994) y

Louis Bergeron (1976) han referido que detrás del “espíritu de invención” europeo, del

cual se “contagió” nuestro “utopista”, no bajó del cielo en un rompimiento de gloria

inesperado. En la Inglaterra del siglo XVIII, las fábricas textiles, las universidades, la

política económica proteccionista, los estímulos, el crecimiento demográfico, el aumento

del consumo, en fin, las guerras y la expansión de mercados, forjaron un amplio sistema

productivo que, con el tiempo, la Europa continental no haría sino sembrar –“implantar”-

de manera planificada en sus territorios (Bergeron: 7-18; 90-93; 167-183) y precisamente a

costa de regímenes de excepción.172 Como sea, en uno u otro caso, encontramos la

presencia del Estado financiando, estimulando, “insuflando vida” a una burguesía que no

tardaría en encontrar una “épica” propia en “narrativas” como las de Spencer (si no es que

ya desde Gobineau). Una burguesía que ha hallado en la clase de los intelectuales –sobre

171 Y más aún, Pablo González fue víctima más que Juan Adorno de los vicios inherentes a esa vara de medir de un eurocentrismo igual de ridículo que la contraparte medida latinoamericana –la “desviación”, que precisamente cae en otra clase de esencialismo no por eso menos consanguíneo a la «inferioridad racial e intelectual» (1987: 57) contra la que –sardónicamente- González Casanova, decía, Adorno se conjuraba ingenuamente. 172 De hecho, «la guerra creó un tipo nuevo de director industrial que no era un albañil, ni un herrero ni un maestro artesano: el ingeniero militar». Mumford nos obsequia un ejemplo sobre los estímulos que ofrecían los gobiernos continentales –una imitación de la política interior inglesa-: «Napoleón III llegó a ofrecer una recompensa por un procedimiento económico de fabricación de acero capaz de resistir la fuerza explosiva de las nuevas bombas» (Mumford, 1994: 105 y ss.)

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todo- institucionalizados, un pasillo con discursos-traje sastre, siempre frescos y vistosos,

listos para usarse según la ocasión.173 Si bien no es menos cierto que la institucionalización

ha favorecido el desarrollo de una mayor rigurosidad en las investigaciones; tampoco lo

será el hecho de que los profetas o “filósofos” socialistas abiertamente declarados sean

tipificados por los institucionalizados como entes peligrosos, productos «de una excesiva

popularización de la cultura dominante». Evidentemente, como señala Charle, si «la

imagen de los intelectuales orgánicos es conservadora […] podría ser asimismo un

instrumento para la reforma del orden establecido», tal como lo ejemplifican los

sansimonianos allegados al poder –como casi Adorno lo haría- quienes «se ven a sí

mismos como nuevos cristianos que quieren establecer una base distinta para la sociedad»

y que «aspiran a cambiar el mundo mediante la aceleración del progreso material» (2000:

44, 50). A diferencia de los profetas bíblicos, éstos tocaron las cimas del poder más allá de

lo que hemos querido o podido ver. Si «la tendencia profética, neoespiritualista, puede

observarse entre los intelectuales más conocidos, con independencia de sus posturas

políticas e ideológicas» (Ibíd. P. 42), también es verdad que el grupo que vino a plantearse

más seriamente la industrialización del país fueron los militares, y poco después, el «liberal

práctico» Sebastián Lerdo de Tejada –Porfiriato aparte.

Adorno se dió cuenta ya a la altura de la década de 1840, mucho antes que los

“científicos sociales” tuvieran que haber sido “insuflados” para venir a decirlo, que la

dependencia del país en el sistema imperialista no se debía sino al dominio y control de la

173 Heine «reprocha con vehemencia no sólo a los intelectuales convertidos en funcionarios al servicio de los poderes dominantes, que esconden su servilismo tras sublimes principios y una fachada idealista, sino también a los principales filósofos, cuyo oportunismo político queda muy a la zaga de su teórico desinterés» (Charle, 2000: 55). Por eso, desde entonces hacia acá, esa técnica de confección no ha hecho sino perfeccionarse.

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tecnología industrial (1858 y 1873) e ideológica (1862)174 (y para decir eso, por cierto, su

“adición” al espiritualismo no ha sido un estorbo, al contrario, tenemos la hipótesis -si no

deformamos a Ernst Bloch-de que subyace como acicate).175 De lo que Adorno no se dio

cuenta, y que sólo hasta Marx recibiría una explicación factible, es que mientras él veía una

“debilidad” en el hecho de Inglaterra importara materias primas y alimentos del extranjero,

el judío alemán vió en lo mismo, ni más ni menos, que “la fuerza” arquetípica del sistema

imperial europeo. Cuestión de tiempo y experiencias ganadas…

Beneficio personal y público no están opuestos. Quiere ser un intelectual acaso

“orgánico” (pero, como su vida misma lo ejemplifica, su adhesión no es a un organicismo

cualquiera), no un político; quiere, pues, servir con sus conocimientos a las que él concibe

como buenas causas:

«Bastan las indicaciones que he expuesto […] para hacer comprender mi idea sobre hacienda pública. Mis planes acerca de ella son sanos, y sobre todo sinceramente desinteresados. Si su organización se juzgase conveniente, apreciaría yo en el alma que mejores conocimientos que los míos les diesen forma y vigor, aunque siempre estaré dispuesto a contribuir con mis débiles luces, y a procurar, en mi pequeña esfera, y sin salir de la vida privada» (AMM: 51, subrayado mío).

Pese a que Juan Nepomuceno Adorno fue el pionero en tematizar y adaptar en el

contexto nacional algunos de los más caros ideales modernizadores para los liberales

sucesores, jamás se dejó llevar por la necesidad a abrazar una ideología con la que él no

simpatizara. El Porfiriato y sus intelectuales anhelaban industrializar el país al costo que

174 Los sansimonianos, como su maestro, no quisieron separar el industrialismo de sus grandes aspiraciones morales» (Picard, 2004: 248)175 «Las verdaderas causas de nuestra decadencia industrial, son: 1ª el que México se hizo independiente al tiempo mismo en que el descubrimiento de la fuerza de vapor y los prodigios de la mecánica cambiaban repentinamente la faz de la industria europea con una actividad centuplicada: 2ª nuestras continuas revoluciones y disturbios que han impedido el que nosotros aprovechemos los descubrimientos de las ciencia moderna: 3ª los privilegios y permisos especiales de introducción de materias primeras, que han secado las fuentes de la producción territorial: 4ª el contrabando sistematizado que nulifica todas las leyes protectoras de la industria: 5ª las utopías propagadas sobre el comercio libre por naciones interesadas y altamente fabriles, cuyas doctrinas hemos abrazado hasta un punto muy peligroso sin examinarlas, y sin comparar su práctica con lo que verifican otras naciones no menos civilizadas» (AMM: 130)

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fuere. Si una actitud mantuvo Adorno incólume toda su vida, fue la de la mayor coherencia

posible entre sus ideas y acciones. Pese a que el positivismo quedara, de todas formas,

fuera de su radio generacional de influencia, dudo, de todas formas, que Adorno hubiera

abrazado esa ideología por razones que se verán.

El encomio no es gratuito. Sin duda, no debía resultar fácil sobrevivir como

“intelectual” en un ambiente adverso o, como después sucederá, monopolizado por una

ideología de estado. P. L. Abramson señala que muchos de ellos tuvieron que admitir como

experiencia generacional el asumir el positivismo comtiano como algo a lo que todos

estaban “destinados”, como algo natural que: «viene, con la edad, a apaciguar la exaltación

romántica y a rebasar la contradictoria abundancia de las teorías del socialismo utópico»

(1999: 87). Heinz Krumpel, sin embargo, señala en su justa dimensión los verdaderos

motivos que subyacen a dicha “vivencia”. Nos recuerda las dificultades que implicaban el

ejercicio del oficio intelectual, pues pese a la rebeldía y el

« […] entusiasmo por el Romanticismo […] la mayoría de los románticos se convirtieron en positivistas cuando vieron que no se pudo obtener una consolidación económica y política mediante sus ansias románticas por la independencia. Por eso, la teoría de los tres estados de Comte cobró cierta importancia para los latinoamericanos. […] Muchos […] veían en esto una reflexión de sus propias experiencias. Así, se consideraba por ejemplo, como primera etapa, es decir como estado teológico, la historia de España. Gabino Barreda entendía el tiempo teológico como el de la dependencia colonial que fue sustituida por la etapa Metafísica — que incluyó también el Romanticismo— y que constituye la época de la independencia. Y finalmente, en la tercera etapa bajo el gobierno de Benito Juárez y […] Porfirio Díaz, dominó el Positivismo como programa filosófico […]; sirvió como un credo espiritual para el desarrollo de determinaciones propias de identidad. El Estado fue considerado como instancia superior del orden social que también poseía la prioridad de la libertad. En este ambiente, se formó un grupo que fue conocido como Los Científicos y que hacía suya la tarea de dirigir el Estado de una manera científico-positivista» (Krumpel, op. cit.: 78-79).

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3.2 La técnica

Vale la pena recordar, de manera resumida, el listado de sus principales inventos por él

citados en su Resumen (pp. 92-93):

1º Tres armas de fuego que son susceptibles de servir, y que cada una ha sido mejora de de la anterior.

2º Máquina para perforar los cañones de acero en frío. De dichas armas tengo una.

3º Máquinas para formar planchitas, resortes, cajas y excéntricas de dichas armas. Tengo los dibujos.

4º Máquina para fabricar cartuchos metálicos, para cargarlos y ponerles cápsulas [balas reutilizables].

5º Modelo de trincheras portátiles blindadas

6º Máquina Caleidoscópica con diez porta buriles automáticos de movimiento.176

7º Máquina para numerar ordinalmente por planas los documentos. Tengo un modelo.

8º Máquina para tirar los ejemplares con rapidez y precisión. Tengo los dibujos.

9º Ferrocarril Rapidinámico. Tengo los dibujos y el modelo que está a vuestra vista

10º Máquina para construir los terraplenes. Tengo los dibujos.

11º Máquina para desagüe movida por dos hombres. Existe en mi poder.

12º Modelo de la máquina general de elevación del agua en grande escala. Existe en mi poder.

13º Máquina para canalizar nuestros terrenos de aluvión del valle, ya sea en seco o ya en agua. Existe mi modelo en el ministerio de Fomento.

14º Trirruedo para el rápido y económico acarreo de las tierras del recorte y profundización del tajo de Nochistongo. Tengo un modelo además de carros semejantes en servicio.

15º Ferrocarril portátil para el caso de exigirlo los trabajos. Tengo los dibujos.

16º Balanza hidrodinámica. Este instrumento de precisión científica lo inventé para demostrar el efecto útil de mi máquina de básculas compensadas.

176 La máquina kaleidoscópica tiene, entre otras, las funciones de «combinación kaleidoscópica de toda clase de figuras, simples u ornamentadas, en toda especie de polígonos y enlaces radiales o líneas rectas», de toda una serie de formas geométricas y «copias numismáticas» de «infinita variedad», que una vez elaboradas, son irrepetibles incluso para una misma persona, siempre y cuando la forma trazada sea compleja (Resumen: 25-27). Posee una múltiple funcionalidad y estaba orientada a producir billetes de banco y documentos estatales infalsificables destinados a reformar las funciones administrativas y combatir de ese modo la corrupción, cerrándoles las puertas del Estado al «comercio desleal» que se comporta como una mafia y tiene comprados a los funcionarios…

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Desde su máquina para fabricar tabacos en serie, su «máquina de vapor para

empedrar y Macademizar las calles y caminos», o el «arado hidráulico» -Datos: 7, capaz

de servir a diversos fines en cuestiones de canalización y manipulación de aguas; el diseño

inteligente de sus viviendas «reformando así las habitaciones del hombre» para obtener con

ellas, a partir del recurso al hierro «como un medio de trabazón y enlace de los materiales

de los edificios», «solidez», «ligereza», «sencillez», «gracia» y «baratura» y al mismo

tiempo resistencia a las «inundaciones», «humedad», «incendios» y «terremotos»: MTM:

108-109,115; el desarrollo de armas de corto y largo alcance, de recarga breve, de

cartuchos fabricados con maquinaria portátil, de balas “reciclables”, de un sistema militar

de estrategia de ataques y contraataques, pasando por su sistema de contabilidad de eficaz

control -y por su redes de caminos; todo ello le mereció siempre «un estudio serio y

despreocupado»; todos temas capaces de volverlo fuera de sí al pensar los beneficios

sociales a que podrían dar lugar. De su fusil, dirá extasiado:

Suponed, señores, por un momento, que con armas semejantes a la mía se hubiese defendido Puebla en el sitio que le pusieron los franceses el año de 1863; habrían resultado los efectos siguientes:

1º En vez de veinte mil hombres habrían bastado dos mil para defender la ciudad, y así los víveres habrían durado mucho más tiempo.

2º Los franceses no habrían podido establecer sus paralelas ni sus baterías, bajo fuegos de tal alcance.

3º Las salidas de los sitiados habrían sido mortíferas para el sitiador (Resumen: 16).

De esa mexicanizada metáfora prusiana, Adorno advierte él mismo cuán por sorpresa

lo toman, en ocasiones, sus nuevas actitudes:

He procurado, señores, manifestaros las condiciones utilitarias que según mi intención procuré y creo haber obtenido en la construcción de mi arma. Nunca pensé dedicar mi tiempo y mis afanes a producir un instrumento mortífero, y sólo me reduje a procurar la defensa de mi país, pues creo que para que tenga éste el espacio necesario para la consolidación de sus instituciones y el desarrollo de sus poderosos y ricos elementos, necesita de un tiempo

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precioso que sólo puede garantizarse a sí mismo por su propia fuerza y prudencia (Resumen: 18).177

El uso de la máquina de vapor en diferentes formas y el uso inteligente de los

recursos, son la plataforma para verdaderos mega-proyectos capaces de dar empleo a

muchos brazos, de generar inversiones particulares (pero pivoteando alrededor de la

organización del Estado), de creación de riqueza y circulación monetaria, en fin, de una

riqueza cuyos fines, en lo esotérico, aún son tímidamente claros.

El Rapidinámico de seguridad 178 es un ferrocarril alimentado de vapor, de un solo

riel en su centro (versión “mejorada” –v. pp. 44-53- del sistema Larmajat,179 puesta a

prueba en Francia como en Portugal y que al parecer fracasó) cuyos costados se apoyan

sobre llantas. Su sistema, dice, es ideal para los países pobres que tienen necesidad de un

sistema de transporte, evitando las inherentes deudas a que podría someterse, pues, al

menos en Francia, el costo de construcción de un ferrocarril de este tipo es cuatro o cinco

veces menor que el del modelo conocido. Su ferrocarril tiene otras cualidades:

potencialmente, una mayor alcance de velocidad que el de la locomotora convencional, al

grado que un trayecto desde la Ciudad de México hasta la frontera norte consumirían sólo

24 horas, pasando por ciudades de importancia estratégica y económica, con sólo

desplazarse a una velocidad de 30 k/h, que es la velocidad máxima a que correrá su

vehículo. Con respecto al modelo de Larmajat, plantea mejorar su estabilidad dándoles

mayor peso a la máquina y los vagones; utilizar, en lugar de la convencional, la caldera de

177 Recordemos la advertencia de Lewis Mumford (última cita a pie de la página 35)178 Un primer modelo de este mismo lo publicó en el «Genio Industrial», «que es la publicación más caracterizada de los progresos mecánicos en Europa» (Resumen: 42).179 «Yo mismo fui el primero en darlo a conocer en ésta República, traduciendo un extenso artículo publicado en la Ilustración Francesa, en 1868», y él mismo, asegura haber pedido «un privilegio para la introducción a esta República del sistema Larmajat, pero esto sólo lo hice: 1º Por prevenir la atención pública con relación a los ferrocarriles de un solo riel…» (Resumen: 43). Líneas abajo, Adorno refiere de manera indirecta ser lector de otras revistas de éste corte como Publicación industrial

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Root, de mayor seguridad en prevención de explosiones y economía de combustible; así

como el inyector de Flaud mejorado (el mejor de los conocidos entonces), para alimentar

de agua la caldera (entre otras características que por su amplio y detallado escrutinio, no

puedo reproducir). Debe destacarse la precisa crítica a la constitución sistémica del

ferrocarril entonces común. Un ejemplo:

Las primeras locomotoras inventadas en Europa eran de peso y medida medianos. Después se quisieron tener fuerzas y velocidades mayores y se apeló a enormes locomotoras y a trenes monstruosos, y por consecuencia son muy caros, peligrosos y destruyen rápidamente los rieles. Estos aparatos, si bien son tolerables en donde el tráfico es muy grande, son perniciosos donde el tráfico de mercancías y pasajeros es mediocre (Resumen: 52-53).

Bajo la lección de estos errores, decidió orientar las bases de su Rapidinámico, sobre

todo en lo que concierne al ahorro de combustible, contemplando, por cierto, la posibilidad

de usas «excremento de animales» de tiro, pues nuestro país al carecer de mantos

carboníferos y al existir trayectos entre ciudades donde los bosques son inexistentes («por

haberlos arrasado el consumo de leña en el laborío de las minas y las construcciones

urbanas»-íbid: 54), se complica el acceso a los mismos. Si contempla sobre todo el uso de

madera, el perfeccionamiento de la caldera apunta a tratar de consumir la cantidad menor

posible de ella. Alrededor del Rapidinámico encontramos otras máquinas auxiliares como

una terraplenadora cuya función es mantener el “monorriel” del ferrocarril en buen estado

bajo el principio del martillo de vapor de Nashmith; su caldera estaría montada sobre una

base de cuatro ruedas, y sería tirada por mulas. La «terraplenadora» apisonará el camino de

ellas logrando un terraplén parecido al que tenían los romanos en sus caminos; los

durmientes (que pueden ser de madera o piedra, ya que esta es abundante en nuestro suelo)

serán martillados al suelo por esa misma máquina. La «máquina terraplenadora» no sólo

puede ser útil para los fines señalados, sino también para el mantenimiento de las calles de

las ciudades y los caminos comunes. Como el ferrocarril es de menor peso y dimensión, el

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monorriel se conservará en mejor estado. Además, es seguro: las volcaduras son muy

difíciles «a pesar de la alta velocidad que lleve el tren».

Enemigo de la supuesta “política deliberativa” en todas sus manifestaciones,180 que

no de la libertad individual, aspira a un concepto diferente y al mismo tiempo muy sencillo

sobre la aplicación social de la técnica. Ajeno o simplemente ignorante de las advertencias

que Marx había ya elucidado con un aterrorizante realismo (al menos así fue leído durante

mucho tiempo), Adorno reduce en sus discursos esotéricos la finalidad de la técnica en una

sola frase: dirigirnos «hacia la consolidación de nuestra independencia» (ibíd.: 19).

Precisamente, puesto que no se puede pecar de ingenuidad, México necesitaba integrarse a

la «familia» del “mundo griego”. Nuestro país necesita ser «activo, laborioso, morigerado,

prudente y fuerte», como lo es nuestro vecino, la «República del Norte» (ibíd.:12). Debe

serlo, pues, en la definición territorial en el Nuevo Mundo, la raza latina está destinada a

fungir como contrapeso de la raza anglosajona.

La técnica reviste, pues, el papel propulsor de tal integración: reviste la igualdad y,

a la postre, la fraternidad nunca suficiente en sus hobbesianos comienzos, como él y la

tradición Ilustrada pronosticaban –incluyendo a Smith-, comenzaría. Que el desarrollo

tecnológico no se consolida por sí mismo, ni por un solo hombre (ni siquiera un puñado de

una sola generación podrá hacer algo suficiente), eso será algo que el tiempo se lo fue

mostrando, y él fue asumiendo sin derrotismo alguno. Será sólo en su vejez cuando

finalmente se atrevió a anotar, con la humildad que dará la experiencia, que «todas las

180 Decía Adorno en el CP que la duodécima pasión del hombres es: «la tendencia inventiva del hombre», donde «sólo cabe el abuso de la exageración, por la cual los inventores corren frecuentemente tras de ilusiones, en vez de realidades; y por el egoísmo que les hace buscar casi siempre el provecho individual en vez de generalizarlo»: pág. 32.

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invenciones sufren en la práctica modificaciones a que da lugar el conocimiento material

del resultado de la primera idea».181

II

En una de sus páginas memorables, el Catecismo de Providencialidad se plantea

como la primera de las «tendencias providenciales» de la humanidad, el «cultivo y mejora

del planeta que habita». Adorno la define como la evidencia de que la humanidad «dispone

y domina la naturaleza física, sin más límites que los de las leyes generales que conservan

a la naturaleza; pero dentro de estos límites puede a su arbitrio modificar esta para el bien

y perfeccionamiento del planeta» (CPH: 38, subrayado mío). Destacando el uso que hace

de la palabra límites, por dominio hemos de entender los «esfuerzos» de los hombres por

hacer a la tierra «subsirviente» de nuestros goces y felicidad sobre los éxitos de la técnica.

“Civilizar” deviene la razón de ser de semejante conquista: desmontar, construir, cultivar,

modificar, aunque también «extinguir» especies salvajes indeseables.182 Se trata de

convertir al planeta «en un verdadero paraíso», pues es humana y natural la «tendencia a la

felicidad», el derecho a disfrutar de «nuevos goces» acordes con la moral Providencial.

Ciertamente, «en el orden de la naturaleza está el verificar [las transformaciones]

continuamente para conducir al planeta de mejora en mejora». Sin embargo, el costo del

hecho de que la naturaleza o el «planeta se renueve constantemente» reside precisamente

181 Secretaría de Fomento. Oficina de Patentes y Marcas: Privilegios exclusivos […] a Juan N. Adorno para las diligencias de seguridad y armas pacificadoras de su invención, 4 de diciembre de 1863, Exp. 450, Caja 7, AMP. Valga su experiencia con el «molino de vapor para moler harina»: Privilegios sobre el pedido por D. Juan N. Adorno para un molino de vapor de moler harina, 14 de septiembre de 1860, Exp. 407, Caja 6, AMP.182 Evidentemente, al menos a la altura de 1882, todavía quedaba fuera del espacio de experiencia de la época el conocimiento de lo terriblemente devastador que resulta la extinción de las especies animales para la economía vital del planeta. Al respecto, su planteamiento más concreto aduce «con respecto a los animales, [el hombre tiene que «destruir»] las especies dañinas, multiplicando y utilizando las benéficas. […] La misma naturaleza, ya sufriente y ya complaciente en los animales de servicio, manifiesta al hombre que está obligado a tratar bien y benignamente a estos». (CPH: 43)

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en la inevitabilidad de que se tengan que «verificar terribles catástrofes que aniquilan de

tiempo en tiempo muchas especies de seres vivientes incapaces de sobreponerse por sí

mismos a las fuerzas destructoras de esa misma naturaleza, realidad activa y enérgica de la

antigua fábula del viejo Saturno multiplicando y devorando a la vez sus propios hijos»

(MTM: 100).

En verdad que el hombre es exigente, si desea que la naturaleza respete sus míseras construcciones, en las cuales él ha sido menos previsor que las golondrinas; pues si es cierto que estas fabrican sus nidos de barro, también lo es el que los colocan al abrigo de la lluvia y enlazan aquel deleznable material con fibras vegetales que le dan solidez y resistencia […] Hoy lamentamos los terremotos que de cuando en cuando arruinan nuestras casas y suelen destruir ciudades y provincias enteras, sin advertir que no es la naturaleza la que ha de trastornar sus leyes para respetar nuestras mansiones deleznables, sino el hombre el que ha de construir sus casas, sus palacios y sus ciudades en concordia con las leyes de la naturaleza para aprovecharse de los benéficos cambios que esta ejecuta en la superficie del planeta (MTM: 75).

Si acaso hemos de acusar a Adorno de ser un “filósofo” más de su siglo, víctima de

un “ciego” antropocentrismo, habrán de tomarse en cuenta algunos señalamientos. Pese a

lo que pudiera pensarse, la ciudad no se torna el escenario exclusivo (aunque en

determinado momento lo parezca) donde este “paraíso” venga a erigirse. En sus días,

Adorno veía que «algunas familias [eran] felices en los campos, libres de las pasiones

tumultuosas de las sociedades facticias, obsequiando las dulces indicaciones de la

naturaleza». Entre ellas impera el trabajo -«el vigor y la agilidad conservan y prolongan la

vida»-, apenas hay enfermedades y miserias sólo las materiales. «Cuando los refinados

cortesanos van a aquellos lugares de calma y de felicidad, envidian aquella vida patriarcal,

y sienten por un momento el júbilo del bienestar sencillo y primitivo; pero bien pronto se

fastidian de esa tranquilidad que tienen por insípida y monótona; atribuyen aquella

felicidad a la ignorancia, llegan a despreciarla y se vuelven a la ciudad, a la vida

tumultuosa y al enervamiento y consunción de las fuerzas entre los placeres, muchas veces

indignos, y muchas más ridículos. En verdad que no es la ignorancia la que hace felices a

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los habitantes de esas bellas y apacibles campiñas. Si ellos tuviesen la ciencia y no los

vicios de las grandes capitales, serían doblemente felices». Esta imagen bucólica no debe

malinterpretarse: Adorno no pretende decir que si a estos campesinos se les arrancara de la

pobreza, se les quitaría su felicidad. La pureza campirana a que se refiere es deseable pero

no suficiente: resulta «necesario […] el retorno de la humanidad a las sociedades naturales

sin que pierda las conquistas de la civilización». De aquí que él perciba una diferencia de

sus tesis respecto a las de Rousseau (de quien no menciona directamente su nombre), pues

no cree «que el hombre sea más infeliz en medio de la civilización actual que en la

barbarie». Para él, esa hipótesis descansa en el «grandísimo error» de «algunos filósofos»

que confunden «el estado primitivo de la sociedad humana con el de la barbarie», pues «los

bárbaros tienen además de la ignorancia primitiva, todos los defectos de las pasiones

facticias y los vicios emanados de la desigualdad de condición».183 La «verdadera

civilización» se alcanzará «cuando la sociedad retorne a la pureza y Providencialidad

primitiva» enriquecida con «los tesoros» que la humanidad haya adquirido «en las ciencias

físicas, morales e intelectuales» (CPH: 69-70).184

183 En realidad, en este punto, Adorno carece ya de una lectura contextual propia de la enunciación concreta de Rousseau, quien encuentra en la vuelta a la inocencia primitiva su propuesta solutiva de los problemas morales –aunque también hallará algunas contradicciones. En realidad, las respuestas de Adorno, como la de todos los hombres partidarios del primer socialismo, descansa sobre esa misma base, enunciada exactamente un siglo antes que el Catecismo: El Contrato social y el Emilio se publicaron por primera vez en 1762. El sentido claro del mensaje rousseauniano es perceptible, sin embargo, en el mismo Kant –al menos en el Kant profundamente entusiasmado con la lectura de aquel: «Yo soy –dice el prusiano- un investigador vocacional. Siento en mí la sed por conocerlo todo y la inquietud por extender mi saber, así como la satisfacción que produce cada nuevo descubrimiento. Hubo un tiempo en el cual creía que sólo esto podía dignificar a la humanidad y menospreciaba por ello al vulgo ignorante. Rousseau fue quien me desengañó. Aquella deslumbrante superioridad se desvaneció y aprendí a honrar al ser humano. Ahora me consideraría el más inútil de los trabajadores, si no creyera que mi tarea reflexiva puede proporcionar a los demás algún valor, cual es el establecer los derechos de la humanidad» (cit. por Rodríguez Aramayo, 2001: 23). 184 Como puede apreciarse, el contenido de la noción “bárbaro” no incluye ningún argumento racial. Sin embargo, esto no excluye la existencia de una base ideológica eurocentrista, como puede apreciarse aquí. Las diferenciaciones entre el plus y el minus encuentran, en realidad, un gran abanico de posibilidades. Estas construcciones arbitrarias que P. Bourdieu ha estudiado ampliamente, las denomina principios de diferenciación. Y como él mismo señala, los capitales o principios de diferenciación, no se reducen al económico y cultural. Existir en un “espacio social”, significa ser diferente; como los habitus son los que nos hacen diferentes, todos hablamos el lenguaje de los signos distintivos, esto es, la diferencia. (1997: 16, 26) Sobre esa diferencia, entre el rango del plus y el minus, espacio social estructurador de campos, se debate

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La razón de ser de las ciencias es servir a las pasiones naturales del individuo y la

sociedad (del orden moral Providencial), en ser “sirviente” de «su anhelo por la felicidad

[y del] deseo de goces y placeres naturales». Su tarea consiste en perfeccionar la técnica, la

arquitectura, en desarrollar medios curativos más eficaces, y en asegurar otros medios

(como los educativos) para prevenir enfermedades de todo tipo, y de manera más urgente

las endémicas: desecando pantanos, dando curso a los ríos, fomentando la higiene, incluso

sexual, entre otros detalles que se tornan metas básicas para erradicar padecimientos que

«deben su origen a los vicios, la miseria, las penas, el desaseo, la mala alimentación y la

degeneración de la especie». Todo ello plantea la necesidad de unos hábitos e incluso

«costumbres gimnásticas». Como las enfermedades humorales y nerviosas tienen su origen

en vicios, abusos e imprudencias, los hombres tienen que aprender a asumir una

«economía» de goces y placeres que les ayuden a evitar enfermedades, eso sí, sobre una

base segura de oportunidades laborales y derechos básicos iguales para todos.185

La ciencia, sin embargo, es susceptible de interpretarse “a modo”: «así es como

unos cuantos hombres, invocando los principios rudimentales de la propiedad, y

apoyándose en los preceptos de una ciencia naciente y contrahecha, y protegiéndose entre

sí con una inveterada tenacidad, disfrutan del ocio y de la abundancia, mientras que la

generalidad de los hombres gime en la escasez y se fatiga de un incesante trabajo, que

apenas basta para producirles el sustento mas ruin, mezclado de lágrimas, y devorado entre

el desprecio y la mofa de los que se aprovechan de sus infortunios y desgracia». Estas

líneas tipifican, pues, la inobjetable actitud de Adorno respecto a la ciencia, la cual no está

exenta de degenerar en pasión facticia: «la tendencia humana hacia la ciencia»,

públicamente, el derecho de ser. 185 Debemos recordar, que para la época, estos planteamientos no resultaban tan trillados, pese a que a nuestros ojos lo parezca. Lo cual no deja de ser raro, pues no han sido metas cumplidas aún.

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especialmente cuando «se entrega a un miserable positivismo o materialismo, solo ve en

las grandes cuestiones metafísicas y morales motivos de desprecio, de repulsión y de

indeferentismo», dirá. De hecho, para nuestro tecnólogo, la ciencia «ya habría producido

los más grandiosos resultados si los intereses bastardos, la tiranía y el fanatismo no se

hubiesen coligado para oprimir la inteligencia del hombre, añadiendo además el ridículo

con respecto al deseo de instrucción en la mujer». No obstante, con «despecho de la

tiranía», el hombre «ha buscado constantemente la verdad a pesar de las hecatombes de

mártires» (CPH: 27-28, 31) con que ha tenido que pagar por satisfacer esta pasión natural.

Perfeccionar el planeta significa, sí, (dicho en una línea profundamente ilustrada)

evitar al máximo los naufragios, las tempestades, los terremotos, que también se pueden

«vencer» con la técnica.186 Los hogares tienen que ser portátiles, así se burlará el efecto

devastador de los terremotos o los volcanes. «Algún día el hombre se asombrará de la

ignorancia e imprevisión con que hoy construimos esas enormes y pesadas moles

deleznables a que llamamos edificios», alega. También tienen que aprovecharse medios

energéticos que la naturaleza presenta en abundancia y por los medios menos sospechados,

como el valor de los brazos de agua termales cercanos a los volcanes, capaces proporcionar

la energía necesaria para alimentar máquinas a vapor de las que Adorno venía hablando

desde la década de 1850. Sin embargo, todas esas posibilidades o conquistas, de nada

sirven si la «civilización» no resarce su carencia de fundamentos morales, de ahí que

resulte natural que éste concepto de ciencia padezca el «error y la ignorancia». Adorno

186 «Kant dedica su tesis doctoral a las meditaciones que ha inspirado el fuego, y sus trabajos de aquella época [hacia la década de 1750] versan sobre la teoría de los vientos o las causas de los terremotos. Esta última inquietud se vio particularmente acicateada por aquel famoso seísmo del año 1755 que asoló Lisboa y sacudió igualmente las conciencias de los pensadores europeos, haciendo entrar en crisis el optimismo de cuño leibniciano, como bien puso de relieve Voltaire con su Cándido (1759)» (Rodríguez Aramayo, 2001: 22).

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plantea una actitud de base previa a la “neutralidad cientificista” –y en cierto modo, se trata

de un punto que caracteriza a toda la tradición profética decimonónica-, una actitud

apriorística, acorde con el bien intelectual, el cual es producto, fundamentalmente, «de la

verdad». «Así como el universo físico todo emana de una sola premisa física, es decir: el

Armonio o elemento material, así también en el universo intelectual todos los elementos

científicos emanan de un solo absoluto: la verdad, y ambas premisas son el resultado a su

vez de una sola y suprema causa: Dios». Hablamos más concretamente de la «verdad

fundamental», que no obstante, siéndolo de una «ciencia absoluta»:

Es el conocimiento de la creación, y la creación continúa sus evoluciones materiales, cuyo agente es la naturaleza, y las evoluciones Providenciales en que obra el hombre como agente de la Providencia eterna, [por lo que] la ciencia de la creación debe marchar a la par con las evoluciones físicas, morales y sociales de la creación misma, y de este modo el mal intelectual, que es la ignorancia, está identificado con el mal absoluto que el hombre debe eliminar del planeta adquiriendo la verdad y la ciencia, que a su vez eliminarán también todos los males que hoy lamentamos

Así pues, ninguna verdad «y todo lo que no sea la verdad absoluta no puede

prolongarse indefinidamente en las creencias del hombre, guiado hacia la verdad misma

por su mismo intuitismo espiritual y sus tendencias Providenciales». Por el contrario, «una

sociedad preocupada con la teoría del dualismo, la veréis entregada al error, a la

degradación y al crimen, e incapaz de levantarse de su abyección y envilecimiento». Por

eso mismo, «La educación ha degenerado […] tratando de introducir por estandarte de la

ciencia una especie de culto a la riqueza como el germen absoluto del bien. […] Diré más,

se ha tratado de dar un carácter proverbial de positivismo al placer». De hecho, un efecto

físico de esta tara ideológica ha sido «hacer al hombre débil, enfermizo y afeminado», y no

«robusto, sano y vigoroso de cuerpo y alma», como visualiza al individuo de una sociedad

donde la «vida se prolongue libre de enfermedades, de miserias, de abusos y de vicios, […]

[donde la] muerte sea rápida y tranquila, como el tránsito suave de una vida pasajera,

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dignamente cumplida, para el renacimiento merecido a la vida inmortal». En la sociedad

que siga al báculo de la moral Providencial, las enfermedades físicas serán casi desterradas

o producto de un accidente. Y no obstante, a ella no se accede de manera gratuita: hay

retrocesos en su conocimiento, y de él dan cuenta los vicios, la «mala educación», «las

teorías perniciosas» que llegan a «corromper aún la sociedad en masa», a naciones enteras,

dando lugar a «las miserias y luchas intestinas, hasta desaparecer bajo la más vergonzosa

barbarie o sucumbir ante otros pueblos más vigorosos, más moralizados y Providenciales»

(CPH: 1, 12-15, 17, 35-36, subrayado mío). Esta civilización del sueño diurno (Bloch)

adorniano esconde, como se verá, entre sus planteamientos el intento de una respuesta

profundamente Moderna: el de la conciliación de la “fractura” de nuestros espacios de

experiencia y horizonte de expectativa. Sin embargo, la moral, por otra parte, no es ni será

«una ley positiva» de cumplimiento imperioso para el hombre. Si bien es verdad que su

visión de la moral se impone al concepto de ciencia, eso no implica que tal moral tenga que

imponerse, como se verá, a la libertad de los individuos.

Otro defecto de la «civilización» actual (nuestro tiempo es denominado así en su

visión del proceso histórico y, por cierto, la palabra no encierra, como está ya dicho, elogio

alguno), en relación a la ciencia y a la técnica, producto del aislamiento de las sociedades,

se produce a partir del “amor a la patria”. Más precisamente, éste, que es una de las

pasiones naturales del hombre, como casi todas las demás, es susceptible de “degenerar” en

pasión funesta. En este caso hablamos del “provincialismo”. Ésta pasión facticia incita a

los individuos de sociedades aisladas a un falso patriotismo, a un amor exagerado al

terruño que no hace sino reforzar un conservadurismo de tradiciones poco encomiables,187

187 El «provincialismo» y su pasión hermana, la «rémora social», son los deseos de “conservación” de los límites, «las costumbres, el idioma y aún los vicios y defectos [del] país natal, aun cuando un cambio en ellos les trajese ventajas visibles pero que desdeña y desprecia» (CPH: 26).

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incluso, un autoritarismo por parte de quienes pueden ejercerlo, o a los padecimientos

injustos de los que no pueden evitarlos y, en fin, el temor a los cambios de todos ellos en

conjunto. El provincialismo es combatible mediante reformas institucionales pertinentes:

«la locomoción a vapor, el telégrafo eléctrico y la fotografía, [que] han casi anonadado las

distancias más próximas a la comunicación y acción que en otro tiempo» serán

fundamentales para procurar la vigilancia común de costumbres entre sociedades vecinas y

al interior de las mismas. Si el individuo puede hacer lo que su «libre albedrío» le indique,

sencillamente una sociedad no puede hacer lo que le dé la gana: «en las sociedades deben

equilibrarse las tendencias peculiares de los individuos y encaminarlas colectivamente

hacia el bien Providencial, dando así origen a la justicia directiva, distributiva y

remunerativa». Evidentemente, la razón de ser de tal justicia es proteger «con más o menos

eficacia al débil» y «refrenar al atrevido» (op. cit.: 20, subrayado mío).

En síntesis, para Adorno, de nada sirven todas las mejoras técnicas cuando se halla

al «salvaje cruzando distancias en un camino de hierro, o transmitiendo absurdos por

medio de los alambres telegráficos», o cuando un solo hombre poderoso y ambicioso

puede usar a «los demás hombres como simples máquinas» (CPH: 25, 56). De hecho, muy

a menudo -insiste- se observa cómo «la ciencia, el mando y la asociación sistematizada y

armada [se usan] para subyugar indefinidamente a la gran mayoría, continuamente

reprochada, abusada y explotada». Precisamente, por esas «teorías y prácticas […] el

desnivel de las clases ha llegado a ser tan grande y la degradación de la generalidad de los

hombres tan profunda». Así, no sólo la ciencia no ayuda, ¡sino puede ser incluso

perjudicial!

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En su despedida pública, que también fue su último intento por hallar mecenazgo

para poner en práctica toda su experiencia como mecánico, Adorno recuerda cuál fue el

móvil sentimental que lo empujo a realizar semejantes proyectos, con un desinterés

probado:

En mis extensos y dilatados viajes por el extranjero, siempre tenía fija la memoria en nuestra bella y rica patria […] Por todas partes hacía comparaciones de los elementos explotados por la ciencia y la industria, con aquellos con que la naturaleza dotó a esta región privilegiada, y por todas partes me halagaba hasta el entusiasmo la previsión de su grandioso porvenir; pero también me afligía el cúmulo de males, de errores y luchas fratricidas que no sólo nos alejaban del progreso moral y material, sino que también amenazaban a la existencia de nuestra heroica nación. He visto agotarse mis floridos años y sobrevenirme la vejez sin que el consuelo de la dulce esperanza hubiese venido a suavizar mis pesares patrióticos, hasta hoy que luce un día de felices circunstancias que dan valor al ánimo antes tan abatido y temeroso (Resumen: 94).188

4. NATURALEZA HUMANA

Curioso resulta hablar de patria y libertad, de sacrificio y abnegación, de los

valores, en suma, de la mexicanidad, al alba de una década crítica como fue la de 1840.

¿Quién más se puede alarmar ante semejante nubarrón que proviene del norte sino un

pudiente? Como siempre suele suceder, la responsabilidad de la defensa del espacio de

dominio de aquellos la hizo, de buena fe, el «populacho», sobre todo, quien menos tiene

que perder. Claro, en un siglo tan heroico como el XIX, uno no puede dudar de encontrar

honrosas excepciones. Adorno, precisamente nos regalara una serie de presupuestos en que

funda su concepto del “pueblo”: «los hábitos de ocio y vicio», «la embriaguez y al

188 En sus Datos útiles señalaba de paso la importancia y el alcance del buen estado del sistema de desagüe, así como de banquetas y empedrados. Para quien conoce las condiciones de insalubridad existentes en la Ciudad de México de esos días, conocerá el sentido de las palabras siguientes: «si no se toman medidas enérgicas para evitar el mal, las aguas cubrirán permanentemente las calles y plazas, y aun cuando se levanten estas, las infiltraciones en los pisos bajos de las casas serán origen de grande insalubridad y sufrimientos en las clases pobres, y de peligro de funestas inundaciones y mortíferas epidemias» (p. 9). Lo mismo cabe decir para su “sistema de vivienda”, como para su fallido «molino de vapor para moler harina» (exp. 407), por sólo citar lo evidente.

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homicidio» más que atributos esenciales, son consecuencia de la pobreza, el desorden

administrativo, la corrupción, el agiotismo, la carencia de propiedad e industria (AMM: 10-

11). Algo hay de cierto en los señalamientos de Isaiah Berlin cuando apunta que los

sansimonianos no son demócratas ni liberales, ni creían en un progreso lineal de la

ilustración humana. Como para ellos, el progreso lo desencadenan fundamentalmente los

inventos y descubrimientos tecnológicos, al propugnar una organización racional del orden

social, estaban mejor equipados para entender que «las formas políticas no eran más que la

forma externa de las conexiones verdadera, sociales y económicas, entre seres humanos»

(2000a: 135 y ss.). Claro está, ni ellos, ni siquiera los hombres de «cabeza fría» como los

liberales (Bénichou) podían escapar al argumento de que una sociedad sin formas

religiosas y morales podía acaso imaginarse sobrevivir al desastre; era, sobre todo a ellos, a

quienes precisamente les estaba vedado proferirlo públicamente.189 No obstante, la

Ideología se naturaliza y es exigida.

El «hispanoamericanismo» se torna un ejemplo útil, pues vendría a ser uno más

entre otros niveles de discurso ideológico colonialista –y, que no obstante, después fue

enfocado desde el punto de vista del latinoamericanismo libertario-. Y todo discurso de

ésta índole recurre, necesariamente, a un concepto de naturaleza humana. Adorno mismo

llegó a tomar conciencia de ello señalando constantemente la prensa extranjera como un

189 No debemos olvidar que uno de los principales interlocutores de Berlin fue Karl Marx. Valga la pena evidenciar que la lectura que el judío ruso hizo de los sansimonianos fue hecha a través de los ojos del judío prusiano. La prioridad de lo económico, fungiendo en ellos como la lente matriz explica las conductas humanas, que se torna una llave maestra que proporciona una definición de la naturaleza humana, los llevó a ignorar, más concretamente a Berlin, el propio diálogo de Marx con Smith, lo que matiza nuestra afirmación apenas hecha: «A la descripción de Smith [sobre los males de la rutina en el trabajador, base de su esquema de la alienación], Marx le añadió la comparación con prácticas más antiguas del sistema alemán del Tagmerk /…/ En dicho sistema, el trabajador /…/ tenía un ritmo [propio], porque era el trabajador quien lo controlaba. En comparación, como escribió más tarde el historiador marxista Edward [Palmer] Thompson, en el capitalismo moderno los empleados ‘perciben una diferencia entre el tiempo de su empleador y su propio tiempo’» (Sennett, 2000: 39).

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espacio de difusión ideológica poco conveniente al interés de nuestra soberanía. En alguna

ocasión llegó a reprobar la «calificación calumniosa», que afirmaba «que la raza española,

ya de por sí llena de defectos, ha degenerado, aún más lamentablemente en América, y que

principalmente en México debe mirarse como una raza degradada, sin valor y sin fuerza

física ni moral […] ¡Ah si pudiese yo borrar del lenguaje esas frases funestas, o mejor

dicho, si me fuese dable el reemplazarlas con la expresión de la confianza y la energía!»,

rebatía indignado.

Un sansimoniano estaba capacitado (si hemos de seguir prudentemente a Berlin,

pues en parte creemos que lleva razón) para entender que toda dominación económica

recurre a un discurso ideológico colonial. Por ello, recurriendo a un contra-discurso, como

aquellos que Adorno estaba acostumbraba a elaborar, podía decir que:

México […] que poblado providencialmente por la raza latina, parecía estar destinado para ser el contrapeso que contuviese en sus justos límites, y moderase, para bien de la civilización, los acreces inconvenientes del poder del Norte» (AMM: 53, subrayado mío).

En ese momento, el discurso de Adorno se encuentra con el de Melchor Ocampo:

En los gravísimos puntos que tan someramente voy indicando, la enseñanza se confunde con la educación. Al otro elemento de la moral, a lo finito, a lo imperfecto, al individuo, al hombre no nos han enseñado a verlo bajo mejor aspecto. Sería mucho detenerme, si me pusieras a refutar el absurdo casi fundamental de que el hombre es más inclinado al mal que al bien. Sin embargo, ésta es la idea que quieren que nos formemos del hombre, los mismos que nos enseñan que ha sido criado a imagen y semejanza de Dios. Tal aseveración de que el hombre, la copia, es más malo que bueno ¿no es una blasfemia flagrante contra el original? (1858, op. cit.)

5. LA MISERIA

El aumento demográfico empujó al surgimiento numérico y jurídico de una «nueva clase inferior al margen de los estamentos

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que no se hallaba cualificada ni desde el punto de vista cívico ni desde el social. Esta clase responde al concepto moderno de proletariado, que apareció desde los años treinta lo mismo en la ciudad que en el campo» (Reinhart Koselleck: 1976: 249)

[…] el desnivel espantoso que existe entre nuestra industria y la extraña, que deja ociosa aún la escasa población de nuestras ciudades y amenaza hundirnos hambrientos y desnudos en un sepulcro de tisus y de telas extranjeras (AMM: 11).

Roger Picard, en la primera página de su capítulo dedicado a Saint-Simon anota:

«Como románticos, sansimonianos y artistas comparten su creencia en el progreso, sus

sentimientos de justicia e igualdad y su amor a los humildes» (2004: 237).190 En una línea

enteramente contraria, Isaiah Berlin considera que para Saint-Simon, «los únicos

ciudadanos que realmente importan son los productores, ya sean manuales o intelectuales:

el resto son holgazanes y parásitos, supervivientes obsoletos del pasado, o si no, los tontos,

pícaros y desplazados que no pueden adaptarse al nuevo mundo creado por meras fuerzas

de producción» (2000a: 136).191 Ernst Bloch (2006, II), matizando, señala que para Saint-

Simon la explotación del débil no es el defecto esencial del “sistema industrial”: los

defectos fundamentales están en el derecho de sucesión y otras formas señoriales de

ingresos sin trabajo: suprimámoslos, y tendremos los efectos benéficos del industrialismo.

De ahí la explicación del porqué Saint-Simon se hallaba muy por debajo de la crítica social

contemporánea de Fourier (pp. 136-137). De todas formas, en su Noveau Christianisme, el

conde tilda de herejes a todas las religiones pretendidamente cristianas, por no haber

190 Por cierto, como apunta Sarane Alexandrian, Saint-Simon fue un entusiasta de las medidas napoleónicas (1983: 19). 191 «Asimismo, Saint Simon, más que nadie, inventó el concepto de gobierno de la sociedad por élites, utilizando una moral doble. Desde luego, algo de esto hay en Platón y en pensadores anteriores, pero Saint Simon es casi el primer pensador que sale a la palestra y dice que es importante que la sociedad no sea gobernada democráticamente, sino por élites o personas que comprendan las necesidades y las posibilidades tecnológicas de su época; y que puesto que la mayoría de los seres humanos son estúpidos y casi todos obedecen a sus emociones, lo que debe hacer la elite ilustrada es practicar una moral doble […] quien, lejos de considerar inmoral o peligrosa esa doble norma, piensa que es la única vía hacia el progreso, la única manera de hacer avanzar la humanidad hacia las puertas de ese paraíso que, en común con los pensadores del siglo XVIII, es el que mejor merece» (Berlin, 2004: 142).

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tendido al mejoramiento de las clases más pobres. Más aún, Saint-Simon plantea la noción

de filantropía entendida como racionalización de la caridad utilitarista (Di Filippo, 2003:

63, 71).

Como puede apreciarse, todas esas notas, salvo la berliniana, si bien tímidas –como

hemos venido apuntando- en su discurso esotérico-político, son en su discurso exotérico

donde fulgura su satis est (Bloch). Algo hay en el liberalismo de Berlin que le impide

asociar esa entelequia conceptual liberaloide denominada “organicismo” con la

democracia.192 Ya un argumento semejante planteaba Constant a los sansimonianos,

cuando se percató que en tal Escuela se hallaba en ciernes un “nuevo adversario”:

En toda disidencia de opinión, en toda divergencia de esfuerzos, esta secta ve la anarquía. Le asusta que todos los hombres no piensen lo mismo, o, por mejor decir, que muchos hombres se permitan pensar del modo distinto a como lo quieren sus jefes […] Proscribís lo que llamáis la doctrina crítica, es decir el libre examen. Con el fin de justificar esta proscripción, establecéis de hecho que el libre examen se ha vuelto inútil, porque todos los errores se han destruido, y porque en adelante bastará ya, en filosofía, en moral, como en las ciencias exactas, creer en las verdades demostradas (citando en Bénichou, 2001: 46).

Además de la pugna entre atomismo/organicismo, o, traduciendo en términos

políticos, como señalábamos arriba, entre «política deliberativa» y «política de excepción»,

entre representatividad plural y representatividad monista o elitista, encontramos ya en las

palabras de un liberal europeo, el apuntamiento a un futuro tema de discusión: el de la

“ciencia legítima”.

«Son “sus ataques contra el espíritu de examen, y lo que él llama la doctrina crítica”, es “su tendencia pretendidamente orgánica”, su proyecto de establecer “un poder espiritual encargado de fijar las doctrinas sociales y de mantener su uniformidad”, esto es lo que, según Dunoyer, distingue a Saint-Simon, y lo que constituye su error» (Bénichou, op. cit.: 48).

En última instancia esta discusión es eminentemente política. Aquí no está en

entredicho que la soberanía reside en el “pueblo”. La crítica liberal apunta, en primer 192 Aquí no vale la pena detenerse en los desastres de tiempo y recursos a que éste enfoque nos ha conducido. Por el contrario, puesto que no se trata de un problema menor, nos reservamos ése análisis para otro estudio: Momentos claves para la irrupción de la soberanía popular en México, actualmente preparación.

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lugar, precisamente al cuestionamiento de los límites del poder y la capacidad de crítica

individual, o en otras palabras, reivindica: «la inequívoca contraseña cristiana de la

“democracia política” [que] depende más bien del hecho de que en ella cada hombre

individualmente sirve como ente “soberano”, superiores non recognoscens» (Marramao:

40). Sin un monarca que sostener, se fuerza la lógica neoescolástica, lo que empuja a tornar

«la voluntad humana [como] parte fundante de la legislación humana (ius)» (Palti, 2007:

108) en su sentido literal. Roto el pactum subjetionis entre el pueblo y su soberano, sólo

subsiste, en consecuencia, de manera más clara y evidente el pactum societatis por el que

se constituyó el pueblo como tal -para decirlo en palabras de Bourdieu, como el «mito del

creador increado». Hasta aquí la coincidencia entre todas las doctrinas políticas de la

modernidad. El problema entre ambas perspectivas radica más bien en que el enfoque

liberal se haya profundamente tamizado por la ética protestante. De este modo, su enfoque

de la soberanía popular se podría plantear en términos de F. X. Guerra: «pueblo =

individuo 1 + individuo 2 +… + individuo n » (Palti, 2007: 49). En cambio, la apuesta

política última del sansimonismo como de otras opciones políticas que radicalizan la

soberanía popular193 apunta a diluir las contradicciones inherentes entre los conceptos de

representatividad y soberanía (precisamente la razón de ser de tanta violencia secular) en

un nuevo pactum subjetionis -bajo una sola cabeza194 (como creyeron los que estaban

detrás del gobierno de Napoleón III) o bajo un cuerpo de iluminados195- que pueda

193 Aunque más precisamente, se trata de una preocupación de todo el Humanitarismo el que, en algunas ocasiones, tomando un culto exacerbado por la soberanía popular, hizo que, por ejemplo, el inclasificable Ganneau, proclamara a «Napoleón [Bonaparte], como misionero supremo de la Revolución. Ganneau lo considera como 'el Pueblo hecho hombre', encarnación individual en cierto modo del encarnado colectivo». Napoleón III supo jugar con las simpatías de todos ellos, desde el antisocialista Wronski, pasando por el sansimoniano Fortoul –quien llegó a ser ministro de Instrucción Pública bajo su reinado, muriendo repentinamente en el cargo en 1855-, por el humanitarista socialista-bonapartista Béranger. En fin, Napoleón III «convenció a más de un demócrata de los beneficios sociales de la autoridad» (Bénichou, 2001: 226, 315, 365, 403).194 El mismo Fortoul, por ejemplo.195 Y en cualquier caso estamos hablando de Grandes Hombres.

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fundarse al mismo tiempo en la legitimidad de la soberanía popular –pactum societatis. Sin

embargo, tal como sucedía bajo la monarquía, el primero fija los derechos y obligaciones

del gobernante sobre la voluntad popular –sin que ésta pueda acaso cuestionar nada; pero

la sola presencia del segundo pacto cuestiona ya el primero. Así, por un lado el

sansimonismo no está todavía preparado para sortear los problemas que presentan la

conciliación de la representatividad y la soberanía, por un lado, como la de soberanía

popular e individuo como ente soberano, por otro. Valga la pena, de todas formas, recordar

que al menos durante la existencia de la Escuela, la necesidad de un nuevo liderazgo (de

un nuevo pactum subjetionis) se plantea como una interesante posibilidad de ordenar los

destinos de la sociedad en pro de hacerle justicia, es decir, de hacerla feliz sobre la tierra,

de cumplir finalmente la promesa cristiana. Si el punto de vista de Adorno no se cierra al

sansimonismo literalmente, tampoco se cerrará en el bonapartismo que promovió. En él, el

sistema Bonapartista de Estado tan profundamente ligado a su doctrina inspiradora, el

sansimonismo, al menos con Napoleón III y durante cierto periodo, constituirán el marco

principal de referencia en casi todos sus escritos esotéricos. Marcarán, sin duda, la posición

de sus puntos de vista en el poco espacio social de experiencia que tenía para maniobrar,

tanto como los horizontes de expectativas por él abiertos para los novadores.

En cuanto a la paradoja del planteamiento de Adorno respecto de las obligaciones

del gobierno y las instituciones para con los «miserables», bajo motivos tradicionalistas -

es decir, en una jerga organicista-, podríamos argüir, en primer lugar que, de hecho, «la

semántica socialista del pueblo la aportó Rhodakanaty asimilando el pueblo trabajador al

pueblo de la Constitución de 1857» (Illades, 2001a: 102). Quiero decir, que proviene de un

hombre que nació 21 años después que el primero.

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De todas formas, Adorno tiene esa empatía escocesa por el miserable.196 Los

errores económicos los pagan los más pobres. Refiriéndose a la medida de retiro de la

moneda de cobre en los años de 1835 y 1836, relata sus efectos: «pero si aquella medida

fue terrible, y de resultados tan adversos, […] desplomó de un solo golpe todo el lúgubre

aparato social, que hoy ejerce su acción destructora sobre la población de miserables, que

sin los medios de marchar con los goces y las esperanzas de la civilización, se ven

arrastradas por la miseria hacia la barbarie»197 (AMM: 108). Este ejemplo trae a colación un

planteamiento opuesto, que nos coloca en posición frontal a su concepto esencialista del

“indio”. De aquí la extrañeza a la que González Casanova denominó «paternalismo» pues,

en efecto, Adorno era un hombre de propiedades agrícolas con «peones de campo», pero,

como bien puede colegirse de éstas páginas, Adorno mismo llegó a preocuparse por los

efectos de sus enfermedades “físicas y morales”. Así por ejemplo, para la «enfermedad del

pinto» que (causaba fealdad física y marginación social) afectaba a todas las poblaciones

«del Sur» del país (Puebla, Morelos, Guerrero, especialmente), incluyendo a los «mismos

indígenas», planteaba la necesidad de «misioneros verdaderamente píos y caritativos» que

«al mismo tiempo ministren a esos habitantes desventurados los medios de curar sus

enfermedades endémicas y morales». Para ello exhorta: «tiéndales la civilización una mano

compasiva y amiga, y ellos retrocederán del precipicio de la barbarie y de la perdición, con

provecho de toda la sociedad, que no poseyendo afortunadamente esclavos, necesita de las

196 « Bajo otro vocablo distinto, «simpatía», David Hume, Adam Smith y otros filósofos escoceses discutieron ya algunos de sus rasgos más relevantes. La empatía ha sido considerada una condición de posibilidad del pensamiento ético y una de las principales causas que contribuyen al altruismo y a la cohesión social». (Audi, op. cit.: 282)197 «Nosotros no podemos desconocer estos efectos ruinosos cuando caminamos por los pueblos distantes de las grandes capitales. Después de la extinción de la moneda de cobre, la miseria se ha desplomado de tal modo sobre ellos, que apenas pueden verificar un comercio sumamente reducido con el numerario escasísimo que circula, y hay rancherías en las que en que no ven la cara de un medio real de plata en todo el año, los mismos rancheros que viven de los productos liberales de una tierra prodigiosa, pero que subsisten desnudos, disgustados y en medio de una vida semi-salvaje». (AMM: 110)

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razas aclimatadas para vivificar la agricultura costeña y en principal la de algodón» (AMM:

112-113).198

A sí pues, cuando hablaba de la necesidad de una «ocupación lucrativa y honrosa

de los brazos que hoy la miseria y la ociosidad hacen criminales» (AMM: 16),199 cuando

plantea cómo entiende el «comercio de buena fe»,200 lo dice enfatizando el “justo medio”

de los verbos «lucrar» y «honrar».201 Pero como «predicar a la generalidad de los

comerciantes la legalidad en sus especulaciones, es predicar en desierto. Todos los más

querrían ser los únicos contrabandistas, y que el comercio entero fuera de buena fe. Es tan

grato el lucrar que ofusca la vista, endurece el corazón y corrompe el alma. […] ¡Y sin

embargo, este cáncer gangrenoso es indispensable extirparlo cueste lo que costare al

cuerpo social, porque de lo contrario, lo enferma […] y destruye su vida! » (AMM: 85-86,

subrayado mío).

Ni el gobierno ni el comercio hace lo que está en sus manos para resolver no sólo

un problema tan delicado como la miseria. ¿Queremos capitales, caminos, agricultura,

exportar y colonizar; queremos canales, inmigrantes y, al fin, industria? Adorno no

entiende otro modo de generar riqueza sino dando empleo al desposeído. Pero no cualquier

198 El punto contrarreferencial es, evidentemente, el esclavismo norteamericano. 199 «Nos quejamos de la ociosidad de los brazos, y no damos ocupación a los pocos que tenemos» (AMM:90).200 «El comercio de buena fe es el solo que da estabilidad a las negociaciones […] los precios de los efectos tomando un nivel moral, hacen que el consumidor reporte como debe los costos de fábrica, las comisiones, conducciones y derechos, y finalmente, un lucro moderado del menudeador» (AMM: 85) 201 Precisamente, por su visión económica, por su capacité administrative, para Saint-Simon y los sansimonianos, un arreglo pacífico entre el capital y el trabajo era lo más natural del mundo. Capitalistas, campesinos, obreros, comerciantes, empresarios, ingenieros, artistas, científicos, todos ellos antes sin privilegios feudales en el estado anterior, contaban para Saint-Simon entre la parte creadora de la humanidad. Si su clase trabajadora se nutría del pueblo, el proletariado tenía el defecto de ser débil e “inmaduro”, por consecuencia, en situación de minoría de edad y actitud pasiva. Si acaso los llamó “héroes de la industria”, sobre ellos recayó el trabajo duro, la explotación. En contraparte, Saint-Simon supo ver lo que era la burguesía como clase propia: estaba cegado por su impulso del vapor, de la industria, de eso que se llamaba progreso. Por eso, Saint-Simon y los sansimonianos tuvieron muchos puntos en común con los tecnócratas actuales. (Bloch, 2003: 134 y ss.)

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empleo, no explotación, sino economía moral en perfecta sincronización con las exigencias

del mundo imperialista exterior. Para obtener eso, las reformas tienen que comenzar de

arriba, hacer que capital y trabajo por igual sirvan «lealmente al gobierno que los rindiese

dichosos» (AMM: 112).

II

«La venganza que nace de la lengua, no es repentina estocada y mortal, como la que nace de las manos; mas es escorpión cuyo veneno aunque tan penetrante, no mata luego, mas va dilacerando a pedazos; ni tiene resistencia, penetra con arpón lo interior del alma; no tiene medicina eficaz sino la misma lengua; y si es virtud divina el dar salud lo que causó la llaga que es tan raro que puede apostar a milagro, y lo que es sin duda en este siglo vengativo» (Don Guillén de Lampart)

De no tomarse en cuenta la dualidad de lecturas paralelas en la obra de Juan N.

Adorno, seremos susceptibles de caer en el error de aislarlo de la tradición socialista. Si

bien en sus escritos esotéricos nunca hace un rescate abierto de los indígenas americanos,

que como desde Rhodakanaty vendrán a ser sujetos históricos de primera línea en la

construcción de la nación (Illades, 20005a); ése hilo conductor podría verse en peligro con

afirmaciones salidas de su propia pluma. Por ejemplo, en algún lugar llegó a asentar de las

“tribus salvajes” o de los “revoltosos de Yucatán”, algunas palabras nada agradables:

«Para el caso de este país […] no sería necesario una nación poderosa, los bárbaros del Norte y los del Sur bastarían para la obra expiatoria y de destrucción, y en vez de los lamentos de la humanidad compadecida, sólo se oirían los crapulosos alaridos del salvaje en el antropófago baile de las cabelleras» (AMM: 77).

Frente a las palabras de Rhodakanaty que, de facto, y muy especialmente en

folletos y periódicos vendrá a apuntar frases contundentes como:

Pues el pueblo es la clase productora de la sociedad, la que edifica, la que siembra, la que construye muebles útiles a los usos de la vida, la que desciende quinientas varas en el seno de la tierra para explotar ricos metales que engrandecerán al poderoso, la que surca los mares desafiando el ímpetu de los furiosos aquilones para transportar a los navegantes de un país a otro, teniendo por doquiera de este modo los suaves vínculos de la fraternidad universal […] el

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resto es nada, es un enjambre de zánganos o de sanguijuelas sociales que devoran inicuamente la sustancia del proletario […]los capitalistas, cuyos caudales amortizados en nada aprovechan a la nación, sumergiéndola, sí, con su monopolio escandaloso, en la más espantosa miseria por la falta de circulación […] ¡No, estancadores de la propiedad nacional, vosotros no sois pueblo, porque nada producís más que la desgracia y la desolación…! (Obras: 47)

Sin duda se revelan las precariedades que padece el discurso de Adorno.

Precisamente, por la poca transparencia en su conciencia que sólo traerá la forja de

conceptos más acabados con Rhodakanaty (recordemos que él nació 21 años después),

nuestro personaje llegó a decir algunas barbaridades (aunque en otro escenario, es verdad,

y a propósito de su teoría del Armonio), sin “falacia intencionalista” alguna subyacente,

naturalmente. En la mina de Rayas, decía:

Hay muchos trabajadores que acarrean el mineral de las labores, hacia los tiros para su extracción fuera de la mina. […] Sin embargo se verifica allí un fenómeno sorprendente y que llama la atención de todos los que descienden a dicha mina […] Este fenómeno es, que los mismo hombres que al aire libre fuera de la mina sólo pueden cargar siete u ocho arrobas de mineral, dentro de ella cargan veintiocho o treinta arrobas fácilmente, a pesar de los inconvenientes del piso y de lo fatigoso de las pendientes subterráneas (NANM, p. 37).

Si partimos de la corroboración de que en Adorno no hay inferioridad

“naturalizada” alguna hacia ningún ser humano202, ciertamente estamos a un paso de una

visión más temporal de los hechos sociales en tanto que hechos económicos. Nuestro

«pueblo» no sólo es capaz de aprender rápidamente, no sólo es capaz de dar signos de

202 Así por ejemplo, de las tribus de América del Norte sentenció: «la civilización […] no quiere la ruina del bárbaro, sino el que éste se domestique y marche directamente a la felicidad […] El deber de nuestras poblaciones fronterizas es hacerse fuertes, proveer a su seguridad, y enseñar al salvaje aquellos principios de eterna verdad que infaliblemente lo atraen a la civilización, cuando propia y dulcemente se inculcan.» (AMM: 148) Y para civilizar y defender al mismo tiempo, el “pragmático” Adorno proponía no sólo enviar frailes evangelizadores, sino también ingenieros «para concentrar las poblaciones dispersas, y en ellos fundar ciudades resguardadas», al tiempo que el gobierno brinde a sus pobladores armas y herramientas, y los obligue al trabajo obligatorio de realización de obras de ingeniería para su autodefensa. En fin, «reorganizados en poblaciones defendidas, los presidios y las misiones, y armados propiamente los habitantes, es seguro que los bárbaros llegarían prontamente a adorar el Crucifijo y a respetar la fuerza civilizatoria» (AMM: 149 y ss.). Conforme nos acercamos más al sur, para Adorno, es notorio el contraste de la índole «suave y benigna de nuestro pueblo, sin la cual México sería ya sólo un montón de sombras. Se critican sin embargo, a este mismo desgraciado pueblo, crímenes y defectos como identificados con su carácter, sin analizar las circunstancias que desarrollan esos males, las que desaparecerían rápidamente en más propicios momentos. […] Sólo en este clima puede estar el hombre sin fuego, sin lecho, sin vestidos y aún casi sin alimentos, y no obstante, sumiso y respetuoso» (AMM: 152-153). O bien, finalmente, sírvanos este párrafo breve del CPH, p. 20: «P. Y qué todas las sociedades son Providenciales? […] R. Sí, y todas lo son y lo han sido, porque aún entre las tribus bárbaras y nómadas hay siempre los rudimentos de una justicia y de un orden Providencial que protege, con más o menos eficacia al débil y refrena al atrevido».

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sensibilidad artística, no sólo posee un particular «gusto y dulzura extraordinaria», «un

estilo delicioso» para leer partituras del «complicado lenguaje de la música». Los campos,

las montañas, la naturaleza toda «hablan al alma y engendran poesía aún bajo los míseros

harapos del proletariado». Por muchas cosas más, artísticamente para él, «México debería

ser […] la Italia del Nuevo-Mundo» (AMM: 154-155).

Si nuestro pueblo muestra como principales defectos «la pereza» y la

«embriaguez», «los gobiernos tienen un deber imprescriptible que cumplir y que

continuamente reclama la atención filosófica, es decir, la solución de este importantísimo

problema: ¿cómo promover con las instituciones mismas el desarrollo de las buenas

cualidades del pueblo y la nulificación de sus males propensiones? (AMM: 156-157,

destacado y doble destacado mío). Nulificación quiere decir la negación de todo

esencialismo negativo. De hecho, Adorno propone endurecer las leyes desde la producción,

venta y efectos funestos civiles que se derivan de la ingesta del alcohol.203 De cualquier

forma, apuesta por la educación -«academias de primeras letras y de artes mecánicas para

los adultos». Las escuelas no sólo tienen que estar ubicadas en zonas estratégicas, sino que

pueden funcionar bajo el sistema de «enseñanza mutua». Para estimular estas instituciones

propone su existencia como «excepción de ciertas contribuciones y del servicio militar».204

Educación y cristianismo serán, como se verá, condición de posibilidad de una

progresiva “evolución” hacia una forma para nosotros desconocida de modernidad. Por

203 «Debería asimismo castigarse con penas o multas severas a los vendedores de licor, que mirando tomados a los consumidores les vendiesen aún hasta embriagarlos. Finalmente, en los crímenes cometidos, en medio de la embriaguez, debería considerarse como cómplice indirecto al que hubiese vendido el licor al criminal» (AMM: 156-157). 204 «Si el Supremo Gobierno lo deseare, yo le presentare el proyecto de decreto que metodice y dote estas academias, de las cuales se debería plantear inmediatamente en esta ciudad una normal». Indudablemente, para él, «la educación viene a tener su indisputable importancia». En fin, para él no hay defecto incurable en la naturaleza humana, mucho menos en la naturaleza del pueblo mexicano; «la educación, por lo tanto, es la sola que hará desaparecer estos» (AMM: 158-159, 162).

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otro lado, Adorno no da signos de menos bravura, si recordamos, por ejemplo, un tono

elevado –raro en él- respecto a la desigualdad, aunque en este caso, una indignación para

con la clase política:

«Una cosa hay incuestionablemente imposible, y es que los pueblos eligiesen sus gobernantes con el objeto de ser vejados, tiranizados y oprimidos. Por el contrario, la historia está llena de las revoluciones y esfuerzos que las naciones han hecho para sacudir la tiranía, sea cual fuere el origen de los tiranos, y aunque estos sean deificados como césares de Roma, o aunque deban su poder a la elección popular cual los decenviros» (CPH: V).

De todas maneras, resultaría no sólo extraño asociar ésta imagen con un hombre

que en determinado momento pensó en la posibilidad de una “forma política” radical capaz

de encarrilar a México en la vía del progreso providencial. Raro resulta, empero, asociar de

facto (bajo la ausencia de un continuo rastreo de sus postulados políticos en su devenir),

una “dictadura permanente” o un “paternalismo” corriente –si no es que se le espete de

golpe el mote de “reaccionario”- a un hombre que no hizo sino defender durante toda su

vida una religión natural que no hace sino plantear que el libre albedrío «demuestra su

individualidad en cada hombre» (CPH: 4). Después de todo, su “veneno” elemental

fructificó lo suficiente como para que el Porfiriato como tal se planteara, al menos como

condición de posibilidad, pero bajo la dirección de otra clase de profetas… Quizá, de

momento, eso le habría bastado. Lo dudamos.

CONCLUSIONES205

Hasta aquí hemos hecho notar, en buena medida, los postulados “pragmáticos” de

las tesis de Adorno que invocan sobre todo sus influencias sansimonianas, su adhesión a

205 «Once años de viajes por la mitad más civilizada del mundo me dan algún título a ser creído, si mi dedicación a las mejoras materiales no me hacen extranjero en el mundo científico y progresivo, se vean mis planes con indulgencia y se juzguen, no por su humilde origen, sino por lo que ellos intrínsecamente valgan» (AMM: 19).

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algunos postulados de la Escuela Escocesa, el humanitarismo de su época, muy presentes

todos a lo largo de su obra. Como se ha visto, sus tesis políticas han llamado a su cercanía

los discursos de la otra tradición “liberal” alejada del utilitarismo, el socialismo. Hemos

abordado escritos donde, por propia normativa, sus ideas subversivas tenían que ser,

evidentemente moderadas (sus tesis furieristas destacarán, sobre todo, en el discurso

exotérico). Una lectura paralela del Catecismo y de los Análisis de los males de México

repetiría sistemáticamente todo lo que Adorno calla en éste último. La lectura contextual

de su Resumen lo confirma. Hasta aquí el primer escalón necesario para entrar en temáticas

exotéricas donde, lo que antes parece o aparece difuminado, cobra todo su sentido

ilocutivo. Aunque aquí se esbozan las líneas generales de ese segundo frente, eso será

objeto de un trabajo posterior.

Su promoción del bonapartismo se atendrá a los supuestos de donde esa doctrina

obtuvo su legitimidad: la defensa de la soberanía popular, el respeto a las constituciones y

las profundas reformas materiales bajo el estilo del primer socialismo, en éste caso

sansimonismo, aunque el furierismo también fue tocado por la fuerza mitológica del

bonapartismo que, no obstante, señaló tanto en Europa como en América, en tanto que una

“forma puente” del ascenso a la legitimidad de la soberanía popular respaldada por la

tradición, agua fresca para los discursos políticos y su legitimidad, aunque espacios

aislados a sus promotores. Finalmente, fueron tanto los “Militares” como “Licenciados”

los que apropiándose en ése discurso, reivindicaron el sistema de representativo actual.

En cuanto a Adorno, suponemos que el hecho de no promover tal sistema de

manera abierta se debe, primero, a la radicalidad de la medida en un momento crítico, y

puesto que apuntaba a violar la regla primera de la normatividad imperialista: el ser

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“liberal”. Hablamos, no del contenido de la palabra, sino de lo que disfraza: la legitimación

de la «política de facciones», sea lo que sea que en determinando momento esa defensa de

una “libertad” elitista lleve por apellido: utilitarismo, neoliberalismo, liberal-democracia,

etc.206

Sin embargo, promover un sistema de excepción sin nombrarlo públicamente no

fue obstáculo para que sacara su pasaporte histórico bajo un mote incorrecto, e incluso de

naturaleza opuesta a las tesis por él defendidas. Lo que importa, sobre todo, es el hecho de

que él no haya asumido un “autocalificativo propio”. Sus ideas, por cierto, a menudo

carecen de fuente. Si Adorno se vio obligado a callar lo necesario, ello tiene una

explicación bien simple: antes que cualquier otra cosa, Adorno era, pues, un socialista en

mundo todavía hostil.

REFERENCIAS Y ABREVIATURAS:

AMM: Análisis de los males de México y sus remedios practicables.

CPH: Catecismo de la Providencialidad del Hombre

206 Un juicio semejante lo daría Melchor Ocampo, quien define a «Conservadores, moderados y puros» de la siguiente forma: «Comprendo más clara y fácilmente estas tres entidades políticas: progresistas, conservadores y retrógrados […] Los progresistas dicen a la humanidad: “Anda, perfeccionate”; los conservadores. “Anda o no, que de esto no me ocupo, no atropelles las personas, ni destruyas los intereses existentes; los retrógrados: Retrocede, porque la civilización te extravía”. Los unos quieren que el hombre y la humanidad se desarrollen, crezcan y se perfeccionen; los otros, admitiendo el desarrollo que encuentran, quieren que quede estacionario». Para Ocampo, aquellos que «con sólo conservar el estado de actualidad (statu quo) se convierten en retrógrados», y son moderados aquellos para los que «nunca es tiempo de hacer reformas, considerándolas siempre como inoportunas y maduras; o por si rara fortuna las intentan, sólo es a medias e imperfectamente. Fresca está, muy fresca todavía la historia de sus errores, de sus debilidades y de su negligencia… Por otra parte, en todos los partidos hay buenos y malos, exagerados y simplemente entusiastas, moderados y tibios, atrasados y morosos. Las mismas calificaciones de puros y moderados son presuntuosas e inadecuadas […] ¡Cuantos moderados hay con pureza! ¡Cuántos puros con moderación!» (reproducido en González y González, 1986: 132-133).

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Discurso: Discurso pronunciado el día 27 de mayo de 1841, en memoria del heroico

general Mariano Matamoros en la ciudad de su nombre por el c. Juan Nepomuceno

Adorno.

MTM: Memoria de los Terremotos en México

NP: Nociones psicológicas.

NANM: Nociones acerca de la naturaleza metamórfica

Notas: a La Armonía del Universo, 1882.

Prolegómeno: a La Armonía del Universo, 1882.

Resumen: Resumen ordenado de los discursos pronunciados por el c. Juan N. Adorno…

AÑO TÍTULO IMPRESOR1841 Discurso pronunciado […] en la memoria del heroico general D.

Mariano Matamoros […]. Puebla.Juan N. del Valle

1843 Contestación a los dictámenes de los señores que han reconocido el gran teatro de Santa Anna. Publicada por el empresario de dicha obra, y por el arquitecto que la dirige, y terminada con algunos comentarios que hace don Juan Nepomuceno Adorno ante el público al cuaderno últimamente publicado por don Vicente Casarín. Ciudad de México

Ignacio Cumplido

1848 Posible primera versión de: La armonía del Universo.1851 Introduction of the harmony of the universo; on principles of

physico harmonic geometry. LondresReynell & Weight

1855 Melografía… (obra publicada en París)1858 Análisis de los males de México y sus remedios practicables.

Ciudad de MéxicoViuda de M. Murguía

1861 Datos útiles sobre las obras públicas que Juan N. Adorno, contratista de ellas, expone ante el público y las autoridades. Ciudad de México.

Juan Abadiano

1862 «La armonía del Universo»: [Primera época]: “Prolegómeno”, Juan Abadiano

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[Primera parte:] “Nociones fundamentales acerca del Creador y la Creación” y “Catecismo de la providencialidad”.

1864 Memoria acerca de los terremotos en México. Escrita en octubre de 1864. Colección de El Pájaro Verde. Ciudad de México

Mariano Villanueva

1865 Memoria acerca de la hidrografía, meteorología, seguridad hidrogénica y salubridad higiénica del Valle y en especial de la ciudad de México. Ciudad de México

Mariano Villanueva

1871 Carta demostrativa del proyecto hidrodinámico ideado, calculado y delineado por Juan N. Adorno

Viuda de M. Murguía

1873 Resumen ordenado de los Discursos pronunciados por el ciudadano Juan Nepomuceno Adorno, ante los ciudadanos redactores y editores de la prensa periódica, ingenieros, grabadores, abogados, médicos y demás personas que han asistido a sus reuniones con el objeto de buscar solución plausible y útil a los problemas que las originaron. Ciudad de México.

Ignacio Cumplido

1879 La senda de la felicidad es hacer el bien y eliminar el mal: Drama filosófico escrito en 5 actos

Gonzalo A. Esteva

1882 La armonía del Universo: [Segunda época] Segunda parte.- “Nociones acerca de la morfología fundamental”. Tercera parte.- “Nociones acerca de la Naturaleza metamórfica". Cuarta parte.- “Nociones acerca de la cosmogonía del sistema planetario”. Quinta parte.- “Nociones psicológicas”.

Gonzalo A. Esteva

Tabla cronológica de publicaciones

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

ADORNO, Juan Nepomuceno, (1841) Discurso pronunciado el día 27 de mayo de

1841, en memoria del heroico general Mariano Matamoros en la ciudad de su nombre por

el c. Juan Nepomuceno Adorno, Puebla, Impreso en lq casa de Juna N. del Valle, 1841.

_________, et. al., (1843) Contestación a los dictámenes de los señores que han

reconocido el gran teatro de Santa Anna. Publicada por el empresario de dicha obra, y

por el arquitecto que la dirige, y terminada con algunos comentarios que hace don Juan

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Nepomuceno Adorno ante el público al cuaderno últimamente publicado por don Vicente

Casarín. Tipografía de Ignacio Cumplido.

_________, (1858) Análisis de los males de México y sus remedios practicables.

México: Tipografía de M. Murguía.

_________, (1861) Datos útiles sobre las obras públicas que Juan N. Adorno,

contratista de ellas, expone ante el público y las autoridades, México: Imprenta de Juan

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Esteva, México.

_________, (1864) Memoria acerca de los terremotos en México. Escrita en

octubre de 1864 por Juan N. Adorno. Edición del el Pájaro Verde. Imprenta de Mariano

Villanueva.

_________, (1873) Resumen ordenado de los Discursos pronunciados por el

ciudadano Juan Nepomuceno Adorno, ante los ciudadanos redactores y editores de la

prensa periódica, ingenieros, grabadores, abogados, médicos y demás personas que han

asistido a sus reuniones con el objeto de buscar solución plausible y útil a los problemas

que las originaron. Imprenta de Ignacio Cumplido, México.

_________, (1879) La senda de la felicidad es hacer el bien y eliminar el mal:

Drama filosófico escrito en 5 actos, México, Editorial de Gonzalo A. Esteva.

AHUMADA, Luisa, (1845) Representación que las maestras, oficialas y demás

empleadas de la Fábrica de Tabacos de esta ciudad, dirigen al Supremo Gobierno,

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extranjero, pronunciado en la Cámara de Diputados el día 27 de marzo de 1835, México,

Imprenta de Santiago Pérez, 1835

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Secretaría de Fomento. Oficina de Patentes y Marcas. Privilegios a: “Juan N.

Adorno. Un molino de vapor para moler harina”. 14 de septiembre de 1860.Caja 6, Exp.

407, AMP.

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Secretaría de Fomento. Oficina de Patentes y Marcas. Privilegios a: “Juan Adorno.

Una máquina para limpiar y desaguar atarjeas”. 29 de abril de 1861. Caja 6, Exp. 416,

AMP.

Secretaría de Fomento. Oficina de Patentes y Marcas. Privilegios a: “Juan N.

Adorno. Unas diligencias de seguridad de su invención”. 4 de diciembre de 1863. Caja 7,

Exp. 450, AMP.

Secretaría de Fomento. Oficina de Patentes y Marcas. Privilegios a: “Juan N.

Adorno por una máquina para alzar agua, distinta de todas las conocidas y bajo principios

enteramente nuevos de cuantas hasta ahora se practican en las diversas partes del mundo”.

20 de noviembre de 1865. Exp. 492, AMP.

Secretaría de Fomento. Oficina de Patentes y Marcas. “Adorno Juan pide

privilegios por la invención de una armas y unos carros de seguridad”. ·1 de octubre de

1867. Caja 9, Exp. 543, AMP.

Secretaría de Fomento. Oficina de Patentes y Marcas. “Adorno Juan N. pide

privilegios por la invención de unas máquinas destinadas a la limpia, profundización y

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expedida por el honorable Congreso del mismo Estado a 9 de julio de 1824, Puebla,

Imprenta del Gobierno del Estado.

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Puebla de los ángeles, expedida por el Honorable congreso del mismo Estado a 13 de julio

de 1824, Puebla, Imprenta del Gobierno del Estado.

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18

INDICE

INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………I-XIII

PRIMERA PARTE

1. ¿QUIÈN ES RAFAEL ADORNO?................................................................................ 1

2. JUAN NEPOMUCENO ADORNO. COMENTARIO BIO-BIBLIOGRÁFICO…...9

SEGUNDA PARTE

INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………….….27

1. TÓPICOS PARA UN NUEVO ESTADO……………………………………………30

2. PECULIAR TRAYECTORIA DE UN PECULIAR CONSERVADURISMO…....40

2.1 ORDEN, PROGRESO Y LIBERTAD (A LAS NACIONES)……………45

2.2 UN ESTADO……………………………………………………………….49

2.2.1 PARA LOS MILITARES…………………………………………49

2.2.2 PARA LOS LICENCIADOS……………………………………...72

2.3 Y SUS INSTITUCIONES…………………………………………………76

2.4 POLÍTICA ECONÓMICA…………………………………………….....82

2.4.1 LAS ORDENANZAS DE HACIENDA……….…………………..85

2.4.2 LAS «MEJORAS MATERIALES» O EL MEOLLO BONAPARTISTA………………………………………………………………96

2.5 HACIA UNA NUEVA CIUDADANÍA………………………………….110

2.6 POLÍTICA EXTERIOR Y POLÍTICA INTERIOR……………..…….114

2.7 LOS GRANDES HOMBRES……………………………………………..117

2.8 LA OPINIÓN PÚBLICA………………………………………..………..120

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3. CIENCIA, TECNOLOGÍA Y SOCIEDAD

3.1 EL CIENTÍFICO-SOCIAL A-INSTITUCIONAL……………………….125

3.2 LA TÉCNICA……………………………………………………………….130

4. NATURALEZA HUMANA………………………………..………………….…….143

5. LA MISERIA……………………………………………..…..…………….……….146

CONCLUSIONES……………………………………………………………………..156

REFERENCIAS Y ABREVIATURAS………………………………………………..158

TABLA DE PUBLICACIONES………………………………………………………159

BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………………….160

ÍNDICE…………………………………………………………………………………175