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CARTA PASTORAL 2016 EVANGELIO DE LA FAMILIA Y LA MISERICORDIA Año de la Familia y la Misericordia PRESENTACIÓN Saludo a todos ustedes amigos de esta Diócesis de Tuxpan, a los sacerdotes y las religiosas, a los laicos que sirven como agentes de pastoral, a todos los bautizados y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Les presento la Carta Pastoral de este año 2016, cuya prioridad es la Familia: la opción por la familia, el matrimonio y la vida. El tema de esta Carta Pastoral 2016 incluye también la Misericordia, ya que el Papa Francisco nos ha invitado a vivir el Jubileo de la Misericordia durante este año. De manera que unimos los dos temas y titulamos la carta: “Evangelio de la Familia y la Misericordia”. En cuanto al tema de la Familia, hemos tenido dos sínodos a nivel de la Iglesia universal. Concretamente en octubre de 2014 hubo un sínodo extraordinario sobre los Desafíos Pastorales de la Familia en el contexto de la Evangelización. En octubre de 2015, los padres sinodales se reunieron nuevamente convocados por el Papa Francisco para reflexionar con él, y bajo su guía, sobre la Vocación y la Misión de la Familia en la Iglesia y en el Mundo. Al final de este valioso encuentro los padres sinodales entregaron el fruto de su trabajo, señalando que habían tenido presentes a las familias del mundo, con sus alegrías y esperanzas, con sus tristezas y angustias. Este es un párrafo de la relación final: “Le damos gracias al Señor por la generosa fidelidad con la que tantas familias cristianas responden a su vocación y misión, incluso a pesar de los obstáculos, incomprensiones y sufrimientos. La Iglesia unida a su Señor y asistida por la acción del Espíritu Santo alienta a estas familias, consciente de tener una palabra de verdad y esperanza que puede dirigir a todos los hombres”. 1 1 Relación Final, Sínodo 2015. N 1

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CARTA PASTORAL 2016EVANGELIO DE LA FAMILIA Y LA MISERICORDIA

Año de la Familia y la Misericordia

PRESENTACIÓN

Saludo a todos ustedes amigos de esta Diócesis de Tuxpan, a los sacerdotes y las religiosas, a los laicos que sirven como agentes de pastoral, a todos los bautizados y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Les presento la Carta Pastoral de este año 2016, cuya prioridad es la Familia: la opción por la familia, el matrimonio y la vida.

El tema de esta Carta Pastoral 2016 incluye también la Misericordia, ya que el Papa Francisco nos ha invitado a vivir el Jubileo de la Misericordia durante este año. De manera que unimos los dos temas y titulamos la carta: “Evangelio de la Familia y la Misericordia”.

En cuanto al tema de la Familia, hemos tenido dos sínodos a nivel de la Iglesia universal. Concretamente en octubre de 2014 hubo un sínodo extraordinario sobre los Desafíos Pastorales de la Familia en el contexto de la Evangelización. En octubre de 2015, los padres sinodales se reunieron nuevamente convocados por el Papa Francisco para reflexionar con él, y bajo su guía, sobre la Vocación y la Misión de la Familia en la Iglesia y en el Mundo.

Al final de este valioso encuentro los padres sinodales entregaron el fruto de su trabajo, señalando que habían tenido presentes a las familias del mundo, con sus alegrías y esperanzas, con sus tristezas y angustias.

Este es un párrafo de la relación final: “Le damos gracias al Señor por la generosa fidelidad con la que tantas familias cristianas responden a su vocación y misión, incluso a pesar de los obstáculos, incomprensiones y sufrimientos. La Iglesia unida a su Señor y asistida por la acción del Espíritu Santo alienta a estas familias, consciente de tener una palabra de verdad y esperanza que puede dirigir a todos los hombres”. 1

Como fruto y resultado final de estos dos encuentros a nivel de la Iglesia universal, y del aporte personal del vicario de Cristo, que bajo la guía del Espíritu Santo es quien encabeza la conducción de la Iglesia, el Papa ha regalado a la Iglesia y a la sociedad un magnífico documento sobre el Amor en la Familia. Se trata de su Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia”: La alegría del Amor, que apareció el 19 de marzo, fiesta de San José.

Es una bendición de Dios contar con abundantes materiales sobre tema familia, en especial al llegar a nuestras manos esta valiosa exhortación. Sin duda ese mismo hecho constituye una razón de peso para la elección de este tema como prioridad para el año 2016 en nuestra Iglesia diocesana. Pero la razón fundamental para escogerlo y asumirlo como prioridad, se origina en la importancia que tiene esta institución, a la que consideramos como base fundamental de la sociedad.

Por una parte está la importancia que le reconocemos a la familia y los valores que encierra por ser la célula básica de la Iglesia y la sociedad; y por otra, son abundantes y sumamente desafiantes los problemas que viven las familias en nuestra región y a nivel de toda la sociedad; todo ello nos invita a que pongamos atención y busquemos acompañar y fortalecer esta valiosa institución.

1 Relación Final, Sínodo 2015. N 1

Respondiendo a una iniciativa que comenzó el año 2013, cuando decidí escribir cada año una carta pastoral, estamos aquí, de nuevo, ofreciendo estas reflexiones, estos análisis y propuestas con la intención de involucrarnos en el proyecto pastoral de la familia, que nos compete a todos.

Se trata de contemplar con ojos de fe la realidad que vivimos, de buscar la luz del evangelio y del magisterio de la Iglesia, -afortunadamente muy abundante- para responder al plan de Dios y a las necesidades de nuestra sociedad, a través de una adecuada acción pastoral, que se enfoque de manera preferencial en la familia. Pedimos al Señor que nos ilumine y nos conceda responder adecuadamente a este noble propósito.

Tuxpan, Veracruz. Mayo 20 de 2016,

Año de la Familia y la Misericordia

Juan Navarro Castellanos+ Obispo de Tuxpan

VALOR E IMPORTANCIA DE LA FAMILIA

1. Abramos una rendija, aunque sea pequeña, para iniciar nuestra reflexión a partir de la Palabra de Dios, ya que su voz nos invita a escuchar y su luz nos ilumina de manera permanente, para pisar en tierra firme y poder avanzar por caminos seguros.

La familia es buena noticia, porque tiene una misión fundamental, una misión de vida, que es expresión de la naturaleza humana, creada por Dios, pero que está llamada a crecer y profundizarse en el encuentro con su Creador. La familia es vida, es amor, es misericordia; es el nido que nos recibió cuando venimos al mundo, pero es igualmente el espacio donde crecimos, donde las cosas se hacen mayormente por amor, pero es también el espacio donde damos y recibimos misericordia, amor y comprensión.

Dice el Papa que la Biblia está llena de familias, de generaciones, de historias de amor, pero también de crisis familiares, desde la primera página, donde entra en escena la familia de Adán y Eva con su peso de violencia, pero también con la fuerza de la vida que continúa (cf. Gen 4), hasta la última página donde aparecen las bodas de la Esposa y del Cordero (cf. Ap 21,2.9). 2

2. Las primeras páginas de la Biblia nos dicen que Dios creó el universo, pero nos informan también que Dios creó la primera pareja humana. Se afirma que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Cristo mismo hace referencia a la creación del hombre y la mujer: “¿No han leído que el Creador en el principio los creó hombre y mujer?” (Mt 19,4).

Y recuerda aquel mandato del Génesis: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Génesis 2,24). Estos textos nos hacen pensar que el matrimonio y la familia son instituciones naturales, que surgen de la misma naturaleza humana y que son reforzadas por la revelación, por la luz de la Palabra de Dios.

En la biblia aparece la trascendencia de Dios y su poder que ha creado todos los seres del universo. Y refiriéndose al ser humano, el Papa Francisco señala que “La pareja que ama y genera la vida es la verdadera “escultura” viviente, capaz de manifestar al Dios creador y salvador.

Por eso el amor fecundo llega a ser el símbolo de las realidades íntimas de Dios (cf. Gn 1,28). A esto se debe el que la narración del Génesis, se refiera a varias genealogías (cf. 4,17-22.25-26), porque la capacidad de generar de la pareja humana es el camino por el cual se desarrolla la historia de la salvación.

3. En esta perspectiva, la relación fecunda de la pareja se vuelve una imagen para descubrir y describir el misterio de Dios, fundamental en la visión cristiana de la Trinidad que contempla en Dios al Padre, al Hijo y al Espíritu de amor. El Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente.

San Juan Pablo II nos dijo que nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo. La familia no es entonces una realidad ajena a la misma esencia divina. Este aspecto trinitario de la pareja tiene una nueva representación en la teología de San Pablo cuando el Apóstol la relaciona con el «misterio» de la unión entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5,21-33). 3

Del encuentro del hombre y la mujer se puede sanar la soledad, pero también pueden surgir la generación y la familia. Así Adán, hombre de todos los tiempos y de todos los lugares, al unirse a su mujer, dan origen a la familia, como señala Jesús al citar el Génesis: «El hombre se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne» (Mt 19,5; cf. Gn 2,24).

2 Cf. Amoris Laetitia, n 83 Cf. Ibid. n. 11

El verbo «unirse» en el original hebreo indica una estrecha sintonía, una adhesión física e interior, hasta el punto que se utiliza para describir la unión con Dios: «Mi alma está unida a ti» (Sal 63,9). Se aplica también a la unión matrimonial, no solamente en su dimensión sexual y corpórea, sino también en su donación voluntaria de amor. El fruto de esta unión es «ser una sola carne», sea en el abrazo físico, sea en la unión de los corazones y de las vidas y, quizás, en el hijo que nacerá de los dos, el cual llevará en sí, uniéndolas no sólo genéticamente sino también espiritualmente, las dos “carnes”.4

4. En el salmo 128 se habla de los hijos como brotes de olivo (Sal 128,3): «La herencia que da el Señor son los hijos; su salario, el fruto del vientre: son saetas en mano de un guerrero los hijos de la juventud; dichoso el hombre que llena con ellas su aljaba: no quedará derrotado cuando litigue con su adversario en la plaza» (vv. 1.3-5).

Si bien estas imágenes se refieren a culturas de la sociedad antigua, la presencia de los hijos es un signo de la plenitud de la familia, en continuidad con la historia de la salvación, de generación en generación. 5

En esta perspectiva podemos señalar otra dimensión de la familia. En el Nuevo Testamento se habla de «la iglesia que se reúne en la casa» (cf. 1 Co 16,19; Rm 16,5). Efectivamente, la familia está llamada a crecer en calidad y virtudes, hasta convertirse en iglesia doméstica, en sede de la Eucaristía, de la presencia de Cristo sentado a la misma mesa. A este respecto, es muy sugestiva e inolvidable la escena que describe el libro del Apocalipsis: «Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos» (3,20).

Así crece y se proyecta una casa, una familia que lleva en su interior la presencia de Dios, con una fe arraigada, que se expresa en la oración común y en la vida de sus miembros y, que por eso mismo, aparece como una bendición del Señor. A esto están llamadas las familias, según lo que se afirma en el Salmo 128 que señalamos un poco arriba: «Que el Señor te bendiga desde Sión» (v. 5). 6

Maestros de la fe

5. La familia aparece también como una bendición de Dios por la misión educadora o catequética que le señala la Biblia, cuando dice «Lo que oímos y aprendimos, lo que nuestros padres nos contaron, no lo ocultaremos a sus hijos, lo contaremos a la futura generación: las alabanzas del Señor, su poder, las maravillas que realizó.

El Señor estableció una norma para Jacob, dio una ley a Israel: «él mandó a nuestros padres que lo enseñaran a sus hijos, para que lo supiera la generación siguiente, y los hijos que nacieran después. Que surjan y lo cuenten a sus hijos» (Sal 78,3-6).

Por lo tanto, la familia es el lugar donde los padres se convierten en los primeros maestros de la fe para sus hijos. Ha de asumirse esta misión como una tarea artesanal, de persona a persona: «Cuando el día de mañana tu hijo te pregunte le responderás…» (Ex 13,14). Así, las distintas generaciones entonarán su canto al Señor, «los jóvenes y también las doncellas, los viejos junto con los niños» (Sal 148,12).

Los padres tienen el deber de cumplir con seriedad su misión educadora, como enseñan a menudo los sabios bíblicos (cf. Prov 3,11-12). Por su parte, los hijos están llamados a acoger y practicar el mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre” (Ex 20,12), donde el verbo “honrar” indica el cumplimiento de los compromisos familiares y sociales, sin descuidarlos con excusas ni pretextos.

4 Cf. Ibid. n. 135 Cf. Ibid. n. 146 Cf. Ibid. n. 15

(cf. Mc 7,11-13). Porque, “el que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros” (Si 3,3-4).7

Los hijos tendrán su propio camino

6. El Evangelio nos recuerda también que los hijos no son propiedad de la familia y que tienen por delante su propio camino de vida, su vocación. Es verdad que Jesús se presenta como modelo de obediencia a sus padres terrenos, sometiéndose a ellos (cf. Lc 2,51), pero también es cierto que él muestra que la elección de vida del hijo y su misma vocación cristiana pueden exigir una separación para cumplir con su propia entrega al Reino de Dios (cf. Mt 10,34-37; Lc 9,59-62).

Y aún más, él mismo a los doce años responde a María y a José que tiene otra misión más alta. Su madre le dijo: Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados. Jesús les respondió: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”. (Cf. Lc 2,48-49

Habla igualmente de otros lazos, profundos también, dentro de las relaciones familiares: «Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra» (Lc 8,21). Por otra parte, en la atención que él presta a los niños, Jesús llega al punto de presentarlos, casi como maestros, por su confianza simple y espontánea ante los demás: «En verdad les digo que si no se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos» (Mt 18,3-4).8

Un sendero con sufrimiento

7. En las Sagradas Escrituras se constata la presencia del dolor, del mal, de la violencia que en ocasiones rompen la vida de la familia y su comunión de vida y de amor. La Palabra de Dios es testimonio de la dimensión oscura que se abre ya en los inicios, cuando la relación de amor y pureza entre el varón y la mujer se transforma en dominio: “Multiplicaré tus sufrimientos en los embarazos y darás a luz a tus hijos con dolor. Siempre te hará falta un hombre, y él te dominará” (Gn 3,16).

La familia es un sendero de sufrimiento y de sangre que atraviesa muchas páginas de la Biblia, a partir de la violencia fratricida de Caín sobre Abel y de los diversos conflictos entre los hijos y entre las esposas de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, hasta las tragedias que llenan de sangre a la familia de David; igual sucedió con otras dificultades familiares en la historia de Tobías o el abandono de Job: “Ha alejado de mí a mis parientes, mis conocidos me tienen por extraño. Hasta mi vida repugna a mi esposa, doy asco a mis propios hermanos” (Jb 19,13.17).

Jesús mismo nace en una familia pobre que debe huir a tierra extranjera. Entra en la casa de Pedro donde su suegra está enferma (Mc 1,30-31), se involucra en el drama de la muerte en la casa de Jairo o en el hogar de Lázaro (cf. Mc 5,22-24); escucha el grito desesperado de la viuda de Naín ante su hijo muerto (cf. Lc 7,11-15), atiende el clamor del padre del epiléptico en un pequeño pueblo del campo (cf. Lc 19,1-10. Encuentra a publicanos como Mateo o Zaqueo en sus propias casas, y también a pecadoras, como la mujer que irrumpe en la casa del fariseo.

La Palabra de Dios se muestra como compañera para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor, y les muestra la meta del camino, cuando Dios “enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor” (Ap 21,4). (cf. Lc 7,36-50).9

Comerás del trabajo de tus manos

7 Cf. Ibid. n. 16-178 Cf. Ibid. n. 189 Cf. Ibid. n. 19-22

8. Al comienzo del Salmo 128, el padre es presentado como un trabajador, quien con la obra de sus manos sostiene a su familia: “Comerás del trabajo de tus manos, serás dichoso, te irá bien” (v. 2). El trabajo aparece como una parte fundamental de la dignidad de la vida humana desde las primeras páginas de la Biblia, cuando se declara que “el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara”. (Gn 2,15).

El trabajo hace posible el desarrollo de la sociedad, el sostenimiento de la familia, así como su estabilidad y su fecundidad: “Que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida; que veas a los hijos de tus hijos” (Sal 128,5-6). En el libro de los Proverbios también se hace presente la tarea de la madre de familia, cuyo trabajo se describe con detalles en las actividades cotidianas, atrayendo la alabanza del esposo y de los hijos (cf. 31,10-31).

El Apóstol Pablo se mostraba orgulloso porque trabajó con sus manos y así se aseguró el sustento (cf. Hech. 18,3). Tan convencido estaba de la necesidad del trabajo, que estableció una norma para sus comunidades: “Si alguno no quiere trabajar, que no coma” (2 Ts 3,10; cf. 1 Ts 4,11).

Ante esto, se comprende que la falta de trabajo se convierte en sufrimiento, como se señala en el libro de Rut y como recuerda Jesús en la parábola de los trabajadores sentados en la plaza del pueblo. (cf. Mt 20,1-16), o cómo él lo experimenta al estar muchas veces rodeado de pobres y hambrientos. Es lo que vive la sociedad actual en muchos países y en México donde más del 50 % vive en la pobreza. Esa ausencia de fuentes de trabajo afecta a la serenidad y la estabilidad de las familias.10

La ternura del abrazo

9. Cristo ha puesto como emblema de sus discípulos la ley del amor y del don de sí a los demás (cf. Mt 22,39); y lo hizo a través de un principio que un padre o una madre suelen testimoniar en su propia existencia: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Fruto del amor son también la misericordia y el perdón. En esta línea, es muy significativa la escena de la adúltera en la explanada del templo de Jerusalén, rodeada de sus acusadores, y luego sola con Jesús, que no la condena y en cambio la invita a una vida más digna (cf. Jn 8,1-11).

En el horizonte del amor, un aspecto fundamental en la experiencia cristiana del matrimonio y de la familia, se destaca también otra virtud, algo ignorada en estos tiempos de relaciones superficiales: la ternura. Como se advierte también en otros textos (cf. Ex 4,22; Sal 27,10), la unión entre el fiel y su Señor se expresa con rasgos del amor paterno o materno.

Aquí aparece la delicada y tierna intimidad que existe entre la madre y su niño, un recién nacido que duerme en los brazos de su madre después de haber sido amamantado. Por eso el salmista canta: “como un niño tranquilo en brazos de su madre, así está mi alma dentro de mí”. (Sal 131,2).

10. Con esta mirada, hecha de fe y de amor contemplamos la familia que la Palabra de Dios confía en las manos del varón, de la mujer y de los hijos para que conformen una comunión de personas que sea imagen de la unión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La actividad generativa y educativa es, a su vez, un reflejo de la obra creadora del Padre. La familia está llamada a compartir la oración cotidiana, la lectura de la Palabra de Dios y la comunión eucarística para hacer crecer el amor y convertirse cada vez más en templo donde habita el Espíritu.

Frente a cada familia está la imagen de la familia de Nazaret, con su vida cotidiana hecha de cansancios y hasta de pesadillas, como cuando tuvo que sufrir la violencia de Herodes, experiencia que se repite hoy en tantas familias migrantes y prófugos desechados. Como los magos, las familias son invitadas a contemplar al Niño y a la Madre, a postrarse y a adorarlo (cf. Mt 2,11).

10 Cf. Ibid. n. 23-25

Como María, las familias están llamadas a vivir con coraje y serenidad sus desafíos familiares, a custodiar y meditar en el corazón las maravillas de Dios (cf. Lc 2,19.51). En el corazón de María están todos los acontecimientos de cada una de nuestras familias, que ella conserva cuidadosamente. Por eso puede ayudarnos a interpretarlos y entenderlos para reconocer en la historia familiar el mensaje de Dios.11

LA BUENA NUEVA DE LA MISERICORDIA

11. A partir de lo señalado arriba sobre el evangelio de la familia, entendemos que la misericordia es igualmente una buena noticia y una virtud fundamental a la que está llamada toda familia, pues se trata de un dinamismo que sana heridas, que tonifica y dinamiza a la familia, de manera que ésta pueda cumplir su misión de generar vida, educar y hacer crecer a sus hijos en todos los aspectos.

El Evangelio nos presenta el episodio de la mujer adúltera, a la que Jesús salvó de ser condenada a muerte. Nos conmueve la actitud de Jesús: no pronunció ninguna palabra de desprecio, no escuchamos palabras duras y menos condenatorias, sino sólo palabras de amor, de misericordia, que invitaban a la conversión y a la superación.

Cuando todos se fueron y nadie la condenó, porque el Señor dijo que tirara la primera piedra el que estuviera sin pecado, Jesús le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?». Ella le respondió: “Nadie, Señor”. «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante». (Cf. Jn 8, 1-|11).

Un poco de misericordia hace el mundo menos frío y más justo. Necesitamos entender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso, que tiene tanta paciencia... Recordemos el profeta Isaías, que afirma que aunque nuestros pecados fuesen color rojo escarlata, el amor de Dios los convertirá en blancos como la nieve. 12

Jesús leyó el pasaje del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». (61,1-2).

El Señor invita, también en estos tiempos, a llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a tantos prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más, porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella.

Vivimos el año de la misericordia

12. Al anunciar el año de la Misericordia el presidente del Consejo para la Nueva Evangelización Rino Fisichella decía que el tema de la Misericordia que el Papa propuso a la Iglesia es un momento de gracia para todos los cristianos y un renacimiento para continuar en el camino de la nueva evangelización y de la conversión pastoral.

Se trata de un Jubileo temático que toma su fuerza del contenido central de la fe y busca recordarle a la Iglesia la misión prioritaria que tiene de ser signo y testimonio de la misericordia en todos los aspectos de su vida pastoral, y por supuesto en la vida y la misión de la familia.

Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cf. Ef 1,4), para que fuera la Madre

11 Cf. Ibid. n. 27-3012 Cf. Francisco, Angelus, Marzo 17, 2013

del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona.

La misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”, que proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón. 13

13. Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16), afirma por primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor.

Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Jesús todo habla de misericordia. Nada en él es falto de compasión.

En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cf. Lc 15,1-32).

En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón.

La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo.

Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza. 14

La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de las personas. Está llamada a hacer suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno. En nuestro tiempo el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral.

14. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.

La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega al el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí

13 Cf. Ibid. n. 614 Cf. Ibid. n. 8-10

debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia. 15

El Papa Francisco nos dice que siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es el camino que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados, no obstante el límite de nuestro pecado. 16

El llamado a experimentar la misericordia es para todos y ojalá que nadie se escude en la indiferencia. Esta invitación se dirige con mayor insistencia a aquellas personas que se encuentran lejanas de la gracia de Dios por conductas equivocadas de cualquier tipo. Es importante cambiar de vida; no hay que olvidar que Dios rechaza el pecado, pero nunca rechaza al pecador.

No hay que caer en la trampa de pensar que la vida depende del dinero y que ante él todo lo demás carece de valor y dignidad. Es solo una ilusión. No llevamos el dinero con nosotros al más allá. El dinero no nos da la verdadera felicidad. Las fortunas amasadas con sangre y violencia no hacen a nadie poderoso ni inmortal. A todos, tarde o temprano, llegará el juicio de Dios al cual ninguno puede escapar.   17

La Iglesia nos invita a ser misericordiosos

15. Hoy se necesitan personas que sean testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacude a los resignados, reanima a los desanimados. Él enciende el fuego de la esperanza, no nosotros. Muchas situaciones requieren nuestro testimonio de consolación. Es importante que seamos personas gozosas, personas que consuelen.

Pensemos en quienes están oprimidos por sufrimientos, injusticias y abusos; en quienes son esclavos del dinero, del poder, del éxito, de la mundanidad. Estos últimos tienen consolaciones superficiales, no tienen la verdadera consolación del Señor. Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos, testimoniando que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas existenciales y espirituales. ¡Él puede hacerlo! ¡es poderoso! 18

El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas, sino proclamar la misericordia de Dios, invitar a la conversión y conducir a todos hacia la salvación del Señor (cf. Jn 12,44-50). La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora.

La misericordia es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios. Todo lo que la Iglesia dice y realiza, manifiesta la misericordia que Dios tiene para con el hombre. Cuando la Iglesia debe recordar una verdad olvidada, o un bien traicionado, lo hace siempre impulsada por el amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn 10,10).

15 Cf. Ibid. n. 1216 Ibid. n. 217 Cf. Ibid. n. 1918 Francisco, Angelus, dic 7 de 2014

Para la Iglesia, en realidad, concluir el Sínodo significa volver verdaderamente a “caminar juntos” para llevar a todas las partes del mundo, a cada diócesis, a cada comunidad y a cada situación la luz del Evangelio, el abrazo de la Iglesia y el amparo de la misericordia de Dios. 19

16. Hablando del poder de la misericordia afirma el Papa Benedicto: “Es la misericordia la que pone un límite al mal. En ella se expresa la naturaleza del todo peculiar de Dios: su santidad, el poder de la verdad y del amor”. 20

La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia.

La palabra y el concepto de “misericordia” parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado. Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia. 21

Precisamente porque existe el pecado en el mundo, ese mundo al que Dios amó tanto hasta entregarle a su Hijo unigénito, Dios que es amor no puede revelarse de otro modo si no es como misericordia. Esta corresponde no sólo con la verdad más profunda de ese amor que es Dios, sino también con la verdad interior del hombre y del mundo que es su patria temporal.

La misericordia en sí misma, en cuanto perfección de Dios infinito es también infinita. Infinita pues e inagotable es la prontitud del Padre en acoger a los hijos pródigos que vuelven a casa. Son infinitas la prontitud y la fuerza del perdón que brotan continuamente del valor admirable del sacrificio de su Hijo.

No hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni siquiera que la limite. Por parte del hombre puede limitarla únicamente la falta de buena voluntad, la falta de prontitud en la conversión y en la penitencia, es decir, su continuidad en la obstinación, oponiéndose a la gracia y a la verdad, especialmente frente al testimonio de la cruz y de la resurrección de Cristo. 22

PRINCIPALES DESAFIOS EN LA FAMILIA

17. Presento algunos desafíos a nivel global, señalados principalmente por los padres sinodales. Al final presentaremos algunos desafíos de nuestra realidad, a partir del Plan de Pastoral.

De cara a la sociedad que vivimos actualmente, el Papa Francisco nos recuerda que el bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia. Son incontables los análisis que se han hecho sobre el matrimonio y la familia, sobre sus dificultades y desafíos actuales.

Es sano prestar atención a la realidad concreta, porque las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia, a través de los cuales la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia23

19 Cf. Francisco. Final del Sínodo 201520 Cf. Homilía Domingo de la Misericordia, 200721 Cf. Dives in Misericordia, n. 222 Cf. Cf. Ibid. n. 1323 Cf. Amoris Laetitia, n. 31

Fieles a las enseñanzas de Cristo miramos la realidad de la familia hoy en toda su complejidad, en sus luces y sombras. El cambio antropológico-cultural hoy influye en todos los aspectos de la vida y requiere un enfoque analítico y diversificado.

Individualismo exasperado

18. La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a perte -necer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos

Hay que tener en cuenta el creciente peligro que representa un individualismo exagerado que desvirtúa los vínculos familiares, que genera desintegración familiar y acaba por considerar a cada componente de la familia como una isla, haciendo que prevalezca, en ciertos casos, la idea de un sujeto que se construye según sus propios deseos asumidos con carácter absoluto. Las tensiones generadas por una cultura individualista exagerada de la posesión y del disfrute provocan al interior de las familias situaciones de intolerancia y agresividad.24

En la actualidad es fácil confundir la genuina libertad con la idea de que cada uno juzga como le parece, como si más allá de los individuos no hubiera verdades, valores, principios que nos orienten, como si todo fuera igual y cualquier cosa debiera permitirse.

En ese contexto, el ideal matrimonial, con un compromiso de exclusividad y de estabilidad, termina siendo arrasado por las conveniencias circunstanciales o por los caprichos de la sensibilidad. Se teme la soledad, se desea un espacio de protección y de fidelidad, pero al mismo tiempo crece el temor a ser atrapado por una relación que pueda postergar el logro de las aspiraciones personales. 25

19. Como creyentes no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar. Tampoco sirve de nada pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad.

Necesitamos un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les ofrece.

Al mismo tiempo tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable reacción de autocrítica.

Por otra parte, con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera, que el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación. Tampoco hemos hecho un buen acompañamiento de los nuevos matrimonios en sus primeros años, con propuestas que se adapten a sus horarios, a sus lenguajes, a sus inquietudes más concretas.

20. Otras veces, hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva, sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la gracia de Dios, no ha hecho que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo lo contrario.

24 Cf. Ibid. n. 32-3325 Cf. Ibid. n. 34

Tenemos dificultad para presentar al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como un peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas.

Muchos no sienten que el mensaje de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia haya sido un claro reflejo de la predicación y de las actitudes de Jesús que, al mismo tiempo que proponía un ideal exigente, nunca perdía la cercanía compasiva con los frágiles, como la samaritana o la mujer adúltera. 26

Se percibe una decadencia cultural

21. Muchos creen que el amor, como en las redes sociales, se puede conectar o desconectar a gusto del consumidor. Se tiene miedo al compromiso permanente, obsesionados por el tiempo libre. Se buscan relaciones que miden costos y beneficios y se mantienen únicamente si son un medio para remediar la soledad, para tener protección o para recibir algún servicio.

Se traslada a las relaciones afectivas lo que sucede con los objetos y el medio ambiente: todo es descartable, cada uno usa y tira, gasta y rompe, aprovecha y estruja mientras sirva. Después, ¡adiós! El narcisismo vuelve a las personas incapaces de mirar más allá de sí mismas, de sus deseos y necesidades. Pero quien utiliza a los demás tarde o temprano termina siendo utilizado, manipulado y abandonado con la misma lógica.

En algunos sectores, existe una cultura que empuja a muchos jóvenes a no poder formar una familia, porque están privados de oportunidades de futuro. Sin embargo, esa misma cultura concede a muchos otros, por el contrario, tantas oportunidades, que también ellos se ven disuadidos de formar una familia.

22. Estas son otras razones que alejan del compromiso matrimonial: la influencia de las ideologías que desvalorizan el matrimonio y la familia, la experiencia del fracaso de otras parejas a la cual ellos no quieren exponerse, el miedo hacia algo que consideran demasiado grande y sagrado, las oportunidades sociales y las ventajas económicas derivadas de la convivencia, una concepción puramente emocional y romántica del amor, el miedo de perder su libertad e independencia, el rechazo de todo lo que es concebido como institucional y burocrático.

Necesitamos encontrar las palabras, las motivaciones y los testimonios que nos ayuden a tocar las fibras más íntimas de los jóvenes, allí donde son más capaces de generosidad, de compromiso, de amor e incluso de heroísmo, para invitarles a aceptar con entusiasmo y valentía el desafío del matrimonio. 27

Fragilidad que desestabiliza

23. Los Padres sinodales expresaron su preocupación por la fragilidad de muchas familias. Señalan que los cónyuges se sienten a menudo inseguros, indecisos y les cuesta encontrar caminos para crecer. Muchos suelen quedarse en los estadios primarios de la vida emocional y sexual.

La crisis de los esposos desestabiliza la familia y, a través de las separaciones y los divorcios, puede llegar a tener serias consecuencias para los adultos, los hijos y la sociedad, debilitando al individuo y los vínculos sociales”. Las crisis matrimoniales se afrontan de modo superficial y sin la valentía de la paciencia, del diálogo sincero, del perdón recíproco, la reconciliación y el sacrificio. Los fracasos

26 Cf. Ibid. n. 35-3827 Cf. Ibid. n. 39-40

dan origen a nuevas relaciones, nuevas parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, creando situaciones familiares complejas y problemáticas para la vida cristiana.

El debilitamiento de la fe y de la práctica religiosa en algunas sociedades afecta a las familias y las deja más solas con sus dificultades. Los Padres afirmaron que una de las mayores pobrezas de la cultura actual es la soledad, fruto de la ausencia de Dios en la vida de las personas y de la fragilidad de las relaciones. Asimismo, hay una sensación general de impotencia frente a la realidad socioeconómica que a menudo acaba por aplastar a las familias. Con frecuencia, las familias se sienten abandonadas por el desinterés y la poca atención de las instituciones. 28

Otros preocupantes desafíos son las familias que viven sumidas en la miseria, castigadas de muchas maneras, donde los límites de la vida se viven de forma lacerante. Si todos tienen dificultades, en un hogar muy pobre esas dificultades se vuelven más duras.

24. Un problema que golpea fuertemente a numerosas familias es la drogadicción y las adicciones en general. Se trata de una de las plagas más características de nuestra época, que causa estragos y hace sufrir a muchas familias, y no pocas veces termina destruyéndolas.

Nadie puede pensar que debilitar a la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio es algo que favorece a la sociedad. Ocurre lo contrario: perjudica la maduración de las personas, el cultivo de los valores comunitarios y el desarrollo ético de las ciudades y de los pueblos 29

La ausencia del padre marca severamente la vida familiar, la educación de los hijos y su integración en la sociedad. Su ausencia puede ser física, afectiva o espiritual. Esta carencia priva a los niños de un modelo apropiado de conducta paterna.

A partir de las reflexiones sinodales no queda un estereotipo de la familia ideal, sino un interpelante “collage” formado por tantas realidades diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños. Las realidades que nos preocupan son desafíos.

No caigamos en la trampa de desgastarnos en lamentos autodefensivos, en lugar de despertar una creatividad misionera. En todas las situaciones, “la Iglesia siente la necesidad de decir una palabra de verdad y de esperanza Los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la búsqueda que impregna la existencia humana”. Si constatamos muchas dificultades, ellas son un llamado a “liberar en nosotros las energías de la esperanza traduciéndolas en sueños proféticos, acciones transformadoras e imaginación de la caridad”. 30

Algunos desafíos en nuestro entorno

25. En México se perciben situaciones de violencia familiar que son caldo de cultivo para nuevas formas de agresividad social, porque las relaciones familiares también explican la predisposición a una personalidad violenta.

Viven esta situación las familias que tienen una comunicación deficiente, en las que predominan actitudes defensivas y sus miembros no se apoyan entre sí; en las que no hay actividades familiares que propicien la participación; en las que las relaciones de los padres suelen ser conflictivas y violentas, y en las que las relaciones paterno-filiales se caracterizan por actitudes agresivas. La violencia intrafamiliar es escuela de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas 31

28 Cf. Ibid. n. 41 y 4329 Cf. Ibid. n. 49, 51-5230 Cf. Ibid. n. 55 Y 5731 Cf. Ibid. n. 51

El Plan pastoral diocesano nos señala algunos desafíos propios de nuestro territorio diocesano, como la pérdida de valores, la violencia y la desintegración familiar. Otros aspectos dolorosos, como a nivel global, son los vicios, sobre todo el alcoholismo, la drogadicción, así como la migración. En la mentalidad de mucha gente de ahora, el matrimonio como sacramento va perdiendo su valor, razón por la cual, es alto el índice de uniones libres, divorciados y madres solteras.

En nuestra ambiente, la familia se ve influenciada por el secularismo, esto es, por una mentalidad materialista e individualista que se ha generado y se alimenta sobre todo por la influencia de los medios de comunicación. Dicha influencia se percibe en formas nuevas de ser, de pensar y actuar que desestabilizan la estructura básica de la comunidad familiar.

En nuestras ciudades sobre todo, pero en las comunidades también, existe desintegración familiar, que se manifiesta en divorcios, abandono del hogar, migración, e hijos alejados de los padres. Como causas de este fenómeno se señalan la ignorancia, y por eso mismo la falta de valores, los vicios y la migración, la falta de educación y formación básica, pues nadie puede dar lo que no tiene.

26. Otros aspectos que generan causas y a la vez aparecen como efectos de otros desafíos, son la violencia intrafamiliar, el autoritarismo, la falta de una comunicación básica, los celos, la infidelidad, el alcoholismo, así como el desempleo que aumenta la pobreza y la desesperación, al no encontrar trabajo y no tener una forma de sustento.

Son muchas las familias que manifiestan carencia de valores, por la falta de una formación básica y por la influencia negativa de los medios de comunicación. Esta problemática se manifiesta en la irresponsabilidad de muchos padres, en la desorientación de los hijos, en falta de respeto, de amor y confianza; desorden y degradación del sentido de la sexualidad.

Existe inmadurez en muchos matrimonios; se percibe en la falta de interés para mejorar la propia familia, no se llevan bien, no tienen comunicación y les falta tolerancia. Al parecer, algunas parejas asumieron el compromiso matrimonial, llevados por la emoción o por un interés superficial, por un embarazo no deseado, o tal vez por escapar a tensiones familiares; quizás en la mujer, por el temor a quedarse sola. Crece, además, el número de parejas que se unen sólo por lo civil, rechazando el sacramento del matrimonio. Ha crecido también el número de madres solteras. Cada año aumenta el número de divorcios y separaciones matrimoniales. 32

Pastoralmente, nos hace falta trabajar mejor la formación para el matrimonio, tanto la formación remota, como la próxima e incluso la inmediata al matrimonio. Las propuestas de acompañamiento a las parejas jóvenes y a las familias en general son escasas. Necesitamos poner mucha atención a este aspecto fundamental de la pastoral familiar. 33

Es claro que necesitamos acercarnos a las familias, escucharlas con atención y misericordia, para conocer su situación y acompañarles de cerca. A partir de eso se puede tener una base para una evangelización que les ofrezca luz y esperanza ante su situación y les ayude para avanzar en su crecimiento. Necesitamos una pastoral positiva, una pastoral que aliente y genere esperanza, en orden al encuentro con la gracia del Señor.

LUCES SOBRE LA MISION DE LA FAMILIA

27. La mayor parte de la gente valora las relaciones familiares que quieren permanecer en el tiempo y que aseguran el respeto de la pareja. Por eso, se aprecia que la Iglesia ofrezca espacios de

32 Cf. Plan Pastoral 2014, n. 123-126 y 13033 Cf. Plan Pastoral 2014, n. 320

acompañamiento y asesoramiento sobre cuestiones relacionadas con el crecimiento del amor, la superación de los conflictos o la educación de los hijos. Muchos estiman la fuerza de la gracia que experimentan en la Reconciliación sacramental y en la Eucaristía, que les permite sobrellevar los desafíos del matrimonio y la familia.

En el mundo actual también se aprecia el testimonio de los matrimonios que no sólo han perdurado en el tiempo, sino que siguen sosteniendo un proyecto común y conservan el afecto. Esto abre la puerta a una pastoral positiva, acogedora, que posibilita una profundización gradual de las exigencias del Evangelio. 34

La fuerza de la familia “reside esencialmente en su capacidad de amar y enseñar a amar. Por muy herida que pueda estar una familia, esta puede crecer gracias al amor”. Hay quienes consideran que muchos problemas actuales han ocurrido a partir de la emancipación de la mujer. Pero este argumento no es válido, afirma el Papa Francisco, “es una falsedad, no es verdad. Es una forma de machismo”.

La idéntica dignidad entre el varón y la mujer nos mueve a alegrarnos de que se superen viejas formas de discriminación, y de que en el seno de las familias se desarrolle un ejercicio de reciprocidad. Si surgen formas de feminismo que no podamos considerar adecuadas, igualmente admiramos una obra del Espíritu en el reconocimiento más claro de la dignidad de la mujer y de sus derechos.

El varón «juega un papel igualmente decisivo en la vida familiar, especialmente en la protección y el sostenimiento de la esposa y los hijos. Muchos hombres son conscientes de la importancia de su papel en la familia y lo viven con el carácter propio de la naturaleza masculina.

Muchas familias viven con amor

28. Damos gracias a Dios porque muchas familias, que están lejos de considerarse perfectas, pero que viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque muchas veces caigan a lo largo del camino. 35

En nuestra región tenemos muchas familias que viven valores humanos, como la unidad, el respeto, la solidaridad, la convivencia, el diálogo, la comprensión y el apoyo mutuo que se da al interior de ellas. Estos principios y buenos hábitos se van adquiriendo a partir de los valores que los padres han inculcado en el pasado y que se transmiten de una generación a otra.

Un buen número de familias participan en celebraciones religiosas, reciben los sacramentos y dan testimonio de su fe y participan responsablemente en la vida de la comunidad. Sin duda la evangelización ha favorecido la vivencia de estos valores, así como la catequesis, la formación cristiana y la participación en la Eucaristía. 36

El Evangelio anuncia la buena noticia de que es posible conocer el amor verdadero, un amor que se muestra como vocación, como camino hacia una plenitud, que colma el corazón humano y lo hace libre y feliz.

29. Dios se ha servido del amor de los esposos para revelar su amor. La transformación del amor humano en el amor de Dios no es algo circunstancial. Es tan permanente y exclusivo como la unión de Cristo con la Iglesia. Cristo, por medio del sacramento del matrimonio permanece con los esposos, para que con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como él mismo ha amado a su Iglesia y se entregó por ella.

34 Cf. Amoris Laetitia, n. 38 35 Cf. Ibid. n. 53-55 y 5736 Plan Pastoral 2014, n. 121-122

La vocación al amor es la que nos ha señalado el camino por el que Dios revela al hombre su plan de salvación. Es en la conjunción original de los distintos amores en la familia —amor conyugal, paterno, filial, fraternal, de abuelos y nietos, etc.— como la vocación al amor encuentra el cauce humano de manifestarse y desarrollarse conformando la auténtica identidad del hombre, hijo o hija, esposo o esposa, padre o madre, hermano o hermana.

Cristo necesita familias para recordar al mundo la dignidad del amor humano y la belleza de la vida familiar. Nadie en la comunidad eclesial puede desentenderse de esta misión.

Todos hemos recibido una vocación al amor. Todos estamos llamados a ser testigos de un amor nuevo, de una gran alegría, que será el fermento de una cultura renovada, que pasa por la defensa del amor y de la vida como bienes básicos y comunes a la humanidad. 37

Vocación y misión de la familia

30. La enseñanza sobre el matrimonio y la familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz del anuncio de amor y de ternura, para que no se convierta en una mera defensa de una doctrina fría y sin vida. Porque tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros. Por esto necesitamos contemplar a Cristo vivo presente en tantas historias de amor, e invocar el fuego del Espíritu sobre todas las familias del mundo. 38

Jesús, que reconcilió cada cosa en sí misma, volvió a llevar el matrimonio y la familia a su forma original (cf. Mc 10,1-12). La familia y el matrimonio fueron redimidos por Cristo (cf. Ef 5,21-32), restaurados a imagen de la Santísima Trinidad, misterio del que brota todo amor verdadero. La alianza de los esposos, inaugurada en la creación y revelada en la historia de la salvación, recibe la plena revelación de su significado en Cristo y en su Iglesia.

De Cristo, mediante la Iglesia, el matrimonio y la familia reciben la gracia necesaria para testimoniar el amor de Dios y vivir la vida de comunión. El Evangelio de la familia atraviesa la historia del mundo, desde la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27), hasta el cumplimiento del misterio de la Alianza en Cristo al final de los siglos con las bodas del Cordero (cf. Ap 19,9). 39

Jesús nos enseña a valorar la familia. Él inició su vida pública con el milagro en la fiesta nupcial en Caná (cf. Jn 2,1-11). Compartió momentos de amistad con la familia de Lázaro y sus hermanas (cf. Lc 10,38) y con la familia de Pedro (cf. Mt 8,14). Escuchó el llanto angustioso de los padres por la muerte de sus hijos, devolviéndoles la vida (cf. Mc 5,41) y mostrando así el verdadero sentido de la misericordia (cf. Dives in misericordia, 4). Esta misericordia aparece claramente en los encuentros con la mujer samaritana (cf. Jn 4,1-30) y con la adúltera (cf. Jn 8,1-11), en los que la percepción del pecado se despierta de frente al amor gratuito de Jesús. 40

31. La encarnación del Hijo de Dios en la familia de Nazaret, conmueve con su novedad la historia del mundo. Contemplemos el misterio del nacimiento de Jesús, en el sí de María al anuncio del ángel, cuando germinó la Palabra en su seno; también en el sí de José, que dio el nombre a Jesús y se hizo cargo de María; en los pastores junto al pesebre, en la adoración de los Magos; en la huida a Egipto, cuando Jesús fue exiliado y humillado; en la espera de Zacarías y en la alegría por el nacimiento de del Bautista, en la admiración de los doctores, al escuchar la sabiduría de Jesús adolescente.

37 Conf. Episc. Española.38 Cf. Amoris Laetitia, n. 5939 Cf. Ibid. n. 6340 Cf. Ibid. n. 64

Y luego, recordemos los treinta largos años donde Jesús se ganaba el pan trabajando con sus manos, susurrando la oración y la tradición creyente de su pueblo y educándose en la fe de sus padres, hasta hacerla fructificar en el misterio del Reino. Este es el misterio de la Navidad y el secreto de Nazaret, lleno de perfume a familia. 41

El amor y fidelidad que vivió la Sagrada Familia de Nazaret, ilumina el proyecto que da forma a cada familia, y la hace capaz de afrontar mejor las dificultades de la vida y de la historia. Sobre esta base, cada familia, a pesar de su debilidad, puede llegar a ser una luz en la oscuridad del mundo. Nazaret es una lección de vida doméstica, de vida familiar. “Enseñe Nazaret lo que es la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable; enseñe lo dulce e insustituible que es su pedagogía; enseñe lo fundamental e insuperable de su sociología”. (Pablo VI, en Nazaret, enero 5 de 1964). 42

Luces en el magisterio de la Iglesia

32. El Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución pastoral Gaudium et spes, nos habló de la dignidad del matrimonio y la familia. Definió el matrimonio como comunidad de vida y de amor (cf. 48), poniendo el amor en el centro de la familia. El “verdadero amor entre marido y mujer” (49) implica la entrega mutua, incluye e integra la dimensión sexual y la afectividad, conforme al designio de Dios. (cf. 48-49).

Además, subraya el arraigo en Cristo de los esposos: Cristo Señor “sale al encuentro de los esposos cristianos en el sacramento del matrimonio” (48), y permanece con ellos. En la encarnación, él asume el amor humano, lo purifica, lo lleva a plenitud, y dona a los esposos, con su Espíritu, la capacidad de vivirlo, impregnando toda su vida de fe, esperanza y caridad.

De este modo, los esposos son consagrados y, mediante una gracia propia, edifican el Cuerpo de Cristo y constituyen una iglesia doméstica, de manera que la Iglesia, para comprender plenamente su misterio, mira a la familia cristiana, que lo manifiesta de modo genuino.

33. Pablo VI profundizó la doctrina del matrimonio y la familia y puso de relieve el vínculo entre amor conyugal y procreación: “El amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su misión de paternidad responsable sobre la que hoy tanto se insiste con razón y que hay que comprender exactamente. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que la pareja reconozca plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismos, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores” Ev. N. [60] 43

San Juan Pablo II dedicó especial atención a la familia mediante sus catequesis sobre el amor humano. Definió a la familia como “vía de la Iglesia”; ofreció una visión de conjunto sobre la vocación al amor del hombre y la mujer; propuso las líneas fundamentales para la pastoral de la familia y para la presencia de la familia en la sociedad. En particular, tratando de la caridad, describió el modo cómo los cónyuges, en su mutuo amor, reciben el don del Espíritu de Cristo y viven su llamada a la santidad.

Benedicto XVI, en Deus caritas est, retomó el tema de la verdad del amor entre hombre y mujer, que se ilumina plenamente sólo a la luz del amor de Cristo crucificado (cf. n. 2). Señala que “el matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en la imagen de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano” (11).

41 Cf. Ibid. n. 6542 Cf. Ibid. n. 6643 Cf. Ibid. n. 67-68

Además, en la Encíclica Caritas in Veritate, pone de relieve la importancia del amor como principio de vida en la sociedad (cf. n. 44), lugar en el que se aprende la experiencia del bien común. 44

El sacramento del matrimonio

34. La Sagrada Escritura y la Tradición nos presentan la Trinidad con características familiares. La familia es imagen de Dios, que es comunión de personas. En el bautismo, la voz del Padre llamó a Jesús Hijo amado, y en este amor podemos reconocer al Espíritu Santo (cf. Mc 1,10-11).

Jesús, que reconcilió en sí cada cosa y ha redimido al hombre del pecado, no sólo volvió a llevar el matrimonio y la familia a su forma original, sino que también elevó el matrimonio a signo sacramental de su amor por la Iglesia (cf. Mt 19,1-12). En la familia humana, reunida en Cristo, está restaurada la “imagen y semejanza” de la Santísima Trinidad (cf. Gn 1,26), misterio del que brota todo amor verdadero. 45

El sacramento del matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso. El sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos, porque «su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia.

Los esposos son por tanto el recuerdo permanente para la Iglesia de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes. El matrimonio es una vocación, en cuanto que es una respuesta al llamado propio a vivir el amor conyugal como signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia. Por lo tanto, la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto de un discernimiento vocacional serio.

35. El don recíproco constitutivo del matrimonio sacramental se fundamenta en la gracia del bautismo, que establece la alianza fundamental de toda persona con Cristo en la Iglesia. En la aceptación mutua, y con la gracia de Cristo, los novios se prometen entrega total, fidelidad y apertura a la vida, y además reconocen como elementos constitutivos del matrimonio los dones que Dios les ofrece, tomando en serio su mutuo compromiso, en su nombre y frente a la Iglesia. Ahora bien, la fe permite asumir los bienes del matrimonio como compromisos que se pueden sostener mejor mediante la ayuda de la gracia del sacramento.

El sacramento no es una “cosa” o una “fuerza”, porque Cristo mismo mediante el sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos (cf. GS, 48). Permanece con ellos, les da la fuerza de seguirle, tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros.

El matrimonio cristiano es un signo que no sólo indica cuánto amó Cristo a su Iglesia en el compromiso sellado en la cruz, sino que hace presente ese amor en la comunión de los esposos. Al unirse en una sola carne, representan el desposorio del Hijo de Dios con la naturaleza humana. Por eso en las alegrías de su amor y de su vida familiar les da, ya aquí, un gusto anticipado del banquete de las bodas del Cordero. 46

36. La unión sexual, vivida de modo humano y santificada por el sacramento, es a su vez camino de crecimiento en la vida de la gracia para los esposos. Es el misterio nupcial. El valor de la unión de los cuerpos está expresado en las palabras del consentimiento, donde se aceptaron y se entregaron el

44 Cf. Ibid. n. 69-7045 Cf. Ibid. n. 7146 Cf. Ibid. n. 72-73

uno al otro para compartir toda la vida. Esas palabras otorgan un significado a la sexualidad y la liberan de cualquier ambigüedad.

Pero toda la vida en común de los esposos, toda la red de relaciones que tejerán entre sí, con sus hijos y con el mundo, estará impregnada y fortalecida por la gracia del sacramento que brota del misterio de la Encarnación y de la Pascua, donde Dios expresó todo su amor por la humanidad y se unió íntimamente a ella.

Nunca estarán solos con sus propias fuerzas para enfrentar los desafíos que se presenten. Ellos están llamados a responder al don de Dios con su empeño, su creatividad, su resistencia y su lucha cotidiana, pero siempre podrán invocar al Espíritu Santo que ha consagrado su unión, para que la gracia recibida se manifieste nuevamente en cada nueva situación. 47

Semillas del Verbo y situaciones imperfectas

37. El Evangelio de la familia alimenta también estas semillas que todavía esperan madurar, y tiene que hacerse cargo de los árboles que han perdido vitalidad y necesitan que no se les descuide, de manera que, partiendo del don de Cristo en el sacramento, “sean conducidos pacientemente más allá hasta llegar a un conocimiento más rico y a una integración más plena de este misterio en su vida”.

Fuera del verdadero matrimonio natural también hay elementos positivos en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas, aunque tampoco falten las sombras. Podemos decir que “toda persona que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer el mal -una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante- encontrará gratitud y estima, no importando el pueblo, o la religión o la región a la que pertenezca”.

La mirada de Cristo, cuya luz alumbra a todo hombre (cf. Jn1,9; GS, 22) inspira el cuidado pastoral de la Iglesia hacia los fieles que simplemente conviven, quienes han contraído matrimonio sólo civil o los divorciados vueltos a casar. Con el enfoque de la pedagogía divina, la Iglesia mira con amor a quienes participan en su vida de modo imperfecto: pide para ellos la gracia de la conversión; les infunde valor para hacer el bien, para hacerse cargo con amor el uno del otro y para estar al servicio de la comunidad en la que viven y trabajan.

Cuando la unión alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público —y está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la prole, de capacidad de superar las pruebas— puede ser vista como una oportunidad para acompañar hacia el sacramento del matrimonio, allí donde sea posible.

Frente a situaciones difíciles y familias heridas, siempre es necesario recordar un principio general: “Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones” (Fam cons, 84). El grado de responsabilidad no es igual en todos los casos, y puede haber factores que limitan la capacidad de decisión. Por lo tanto, al mismo tiempo que la doctrina se expresa con claridad, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición. 48

La transmisión de la vida

38. El matrimonio es en primer lugar una “íntima comunidad conyugal de vida y amor”, que constituye un bien para los mismos esposos, y la sexualidad “está ordenada al amor conyugal del hombre y la mujer”. Por eso, también “los esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente”.

47 Cf. Ibid. n. 7448 Cf. Ibid. n. 77-79

No obstante, esta unión está ordenada a la generación “por su propio carácter natural”. El niño que llega no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco de amor, del que es fruto y cumplimiento.

El hijo reclama nacer de ese amor, y no de cualquier manera, ya que él “no es un derecho sino un don”, que es “el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres”. Porque “según el orden de la creación, el amor conyugal entre un hombre y una mujer y la transmisión de la vida están ordenados recíprocamente (cf. Gn 1,27-28).

De esta manera, el Creador hizo al hombre y a la mujer partícipes de la obra de su creación y, al mismo tiempo, los hizo instrumentos de su amor, confiando a su responsabilidad el futuro de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana” 49

En este contexto, no podemos dejar de decir que, si la familia es el santuario de la vida, el lugar donde la vida es engendrada y cuidada, constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar donde la vida es negada y destrozada.

39. Es tan grande el valor de una vida humana, y es tan inalienable el derecho a la vida del niño inocente que crece en el seno de su madre, que de ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano.

La familia protege la vida en todas sus etapas y también en su ocaso. Por eso, “a quienes trabajan en las estructuras sanitarias se les recuerda la obligación moral de la objeción de conciencia. Del mismo modo, la Iglesia no sólo siente la urgencia de afirmar el derecho a la muerte natural, evitando el ensañamiento terapéutico y la eutanasia”, sino también «rechaza con firmeza la pena de muerte 50

Uno de los desafíos fundamentales frente al que se encuentran las familias de hoy es seguramente el compromiso de educar a sus hijos, in desafío todavía más arduo y complejo a causa de la realidad cultural actual y de la gran influencia de los medios de comunicación

La educación integral de los hijos es una tarea fundamental y un derecho de los padres de los padres. No es sólo una carga o un peso, sino también un derecho esencial e insustituible que nadie debe pretender quitarles. Cualquier otro colaborador en la educación de los hijos debe actuar en nombre de los padres, con su consenso y, en cierta medida, incluso por encargo suyo.

La Iglesia está llamada a colaborar, con una acción pastoral adecuada, para que los propios padres puedan cumplir con su misión educativa. Siempre debe hacerlo ayudándoles a valorar su propia función, y a reconocer que quienes han recibido el sacramento del matrimonio se convierten en verdaderos ministros educativos, porque cuando forman a sus hijos edifican la Iglesia, y al hacerlo aceptan una vocación que Dios les propone 51

La familia y la Iglesia

40. La Iglesia mira con gozo e ilusión a las familias que permanecen fieles a las enseñanzas del Evangelio, agradeciéndoles el testimonio que dan y alentándolas. Gracias a ellas, en efecto, se hace creíble la belleza del matrimonio indisoluble y fiel para siempre.

En la familia, “que se podría llamar iglesia doméstica” (LG 11), madura la primera experiencia eclesial de la comunión entre personas, en la que se refleja el misterio de la Santísima Trinidad. “Aquí se

49 Ibid. n. 80-8150 Ibid. n. 8251 Ibid. n. 84-85

aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida” (CIC 1657).

La Iglesia es familia de familias, constantemente enriquecida por la vida de todas las iglesias domésticas. Por lo tanto, “en virtud del sacramento del matrimonio cada familia se convierte en un bien para la Iglesia. En esta perspectiva, ciertamente también será un don valioso, para el hoy de la Iglesia, considerar la reciprocidad entre familia e Iglesia: la Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia. Custodiar este don sacramental del Señor corresponde no sólo a la familia individualmente sino a toda la comunidad cristiana.

El amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia. En su unión de amor los esposos experimentan la belleza de la paternidad y la maternidad; comparten proyectos y fatigas, deseos y aficiones; aprenden a cuidarse el uno al otro y a perdonarse mutuamente. En este amor celebran sus momentos felices y se apoyan en los episodios difíciles de su historia de vida.

La belleza del don recíproco y gratuito, la alegría por la vida que nace y el cuidado amoroso de todos sus miembros, desde los pequeños a los ancianos, son sólo algunos de los frutos que hacen única e insustituible la respuesta a la vocación de la familia, tanto para la Iglesia como para la sociedad entera. 52

El amor en el matrimonio

41. Todo lo dicho no basta para manifestar el evangelio del matrimonio y de la familia, si no nos detenemos especialmente a hablar de amor. Porque no podremos alentar un camino de fidelidad y de entrega recíproca si no estimulamos el crecimiento, la consolidación y la profundización del amor conyugal y familiar. En efecto, la gracia del sacramento del matrimonio está destinada ante todo a perfeccionar el amor de los esposos.

San Pablo nos dice al respecto: “podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve” (1 Co 13,2-3).

El Papa Francisco se inspira en el himno del amor (caridad) y nos ofrece valiosas sugerencias para la vida cristiana de los esposos:

“El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no hace alarde,no es arrogante, no obra con dureza, no busca su propio interés, no se irrita,

no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor 13,4-7).

Esto se vive y se cultiva en medio de la vida que comparten todos los días los esposos, entre sí y con sus hijos. Por eso es valioso detenerse a precisar el sentido de las expresiones de este texto, para intentar una aplicación a la existencia concreta de cada familia. 53

Reflexionemos, de la mano del Papa, sobre este pasaje de la primera carta de San Pablo a los corintios, ya que nos ofrece luces claras y propuestas sumamente prácticas. Seguiremos el esquema del texto, buscando ofrecer una síntesis del interesante mensaje que el Papa francisco nos ofrece en su exhortación. Como a lo largo de la carta, trataré de adaptar el lenguaje para que sea más fácil su asimilación

52 Ibid. n. 86-8853 Ibid. n. 89-90

El amor es paciente.

42. La paciencia se muestra cuando la persona no se deja llevar por los impulsos y evita actitudes agresivas. La paciencia es una cualidad del Dios de la Alianza que convoca a su imitación, también dentro de la vida familiar. La paciencia de Dios se manifiesta en la actitud de misericordia con el pecador y manifiesta, de esa manera, su verdadero poder.

Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos, de ninguna manera. El problema es cuando exigimos que las relaciones sean casi celestiales o que las personas sean perfectas; o también cuando nos colocamos en el centro y esperamos que sólo se cumpla nuestra voluntad, sin valorar, ni respetar a los demás. Entonces todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad. 54

El amor es servicial

43. Pero la paciencia ha de complementarse con la actitud de servicio, con una reacción dinámica y creativa ante los demás en las diversas situaciones de la vida diaria. El verdadero amor busca beneficiar y promover a los demás. Pablo insiste en que el amor no es sólo un sentimiento; hemos de entenderlo, más bien, a partir del verbo “amar” en hebreo, donde se traduce como “hacer el bien”.

En este sentido, decía san Ignacio de Loyola: “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”. Por ese camino, sí puede mostrar toda su fecundidad, y además nos permite experimentar la felicidad de dar, la nobleza y la grandeza de donarse sobreabundantemente, sin calcular, ni medir consecuencias, sin reclamar pagos; se trata de hacer las cosas por amor auténtico, por la convicción y el gusto de dar y de servir. 55

El amor no tiene envidia

44. Donde hay amor no hay lugar para sentir malestar ante el bien de otro (cf. Hch 7,9; 17,5). De hecho, la envidia es tristeza por el bien ajeno; hecho que muestra que no nos interesa la felicidad de los demás, ya que estamos concentrados en el propio bienestar. El amor nos hace salir de nosotros mismos, la envidia, en cambio, nos lleva a centrarnos en el propio yo. El verdadero amor valora los logros ajenos, no los siente como una amenaza, y se libera del sabor amargo de la envidia. Acepta que cada uno tiene dones diferentes y caminos diferentes en la vida. Es importante descubrir el propio camino para ser feliz, dejando que los demás encuentren el suyo.

Los mandamientos nos dicen: “No codiciarás los bienes de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él” (Ex 20,17). El amor nos lleva a una sentida valoración de cada ser humano, reconociendo su derecho a la felicidad. Si amamos a las personas, si las la miramos con la mirada de Dios Padre, que nos regala todo “para que lo disfrutemos” (1 Tm 6,17), entonces estaremos en condiciones de aceptar en nuestro interior que ellos puedan tener éxitos y momentos de felicidad. 56

El amor no hace alarde, no es arrogante.

45. Quien ama, no sólo evita hablar demasiado de sí mismo, sino que además, sabe ubicarse en su lugar, sin pretender ser el centro. Quien ama de verdad no se “agranda” ante los demás. La vanagloria es una obsesión por mostrar los propios logros y nuestras cualidades, perdiendo además el sentido de la realidad. Quien se agranda se considera superior a los demás, porque se piensa que es más “listo”, “más importante” y hasta más “bueno”. Algunos se creen grandes porque saben más

54 Ibid. n. 91-9255 Cf. Amoris Laetitia, n. 93-9456 Cf. Ibid. n. 95-96

que los demás, y se dedican a exigirles y a controlarlos, cuando en realidad lo que nos hace grandes es el amor que sabe comprender, que tolera, que cuida y protege a los más débiles.

Como cristianos es importante vivir esto al tratar a quienes están poco formados en la fe, a los más frágiles o menos firmes en sus convicciones. La actitud de humildad aparece aquí como algo que es parte del amor, porque para poder comprender, disculpar o servir a los demás, es indispensable superar (sanar de) el orgullo y cultivar la humildad. Jesús decía a sus discípulos que entre los poderosos se busca dominar a los demás. Y añade luego: “No ha de ser así entre ustedes” (Mt 20,26).

La lógica del amor cristiano no es la de sentirse más que otros. “El que quiera ser el primero entre ustedes, que sea su servidor” (Mt 20,27). En la vida familiar no puede reinar la lógica del dominio de unos sobre otros, o la competencia para ver quién es más inteligente o poderoso, porque esa lógica acaba destruyendo el amor. También para la familia vale este consejo: “Tengan sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes” 57

Quien ama es amable

46. Amar también es volverse amable. El amor no obra con rudeza, no es descortés, ni duro en el trato. Sus palabras y sus gestos, son suaves y agradables. Detesta hacer sufrir a los demás. La cortesía “es una escuela de sensibilidad y desinterés”, que moldea a la persona y la va cultivando para aprender a sentir, a hablar y también callar. Ser amable no es un estilo que un cristiano puede elegir o rechazar. “Todo ser humano está obligado a ser amable con los que lo rodean”. Para poder relacionarnos sanamente con los demás necesitamos la delicadeza de una actitud no invasora, que garantice y renueve la confianza y el respeto. El amor, cuando es más íntimo y profundo, exige mucho más el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra la puerta de su corazón.

Para disponerse a un verdadero encuentro con el otro, se requiere una mirada amable puesta en esa persona. Esto es imposible cuando el pesimismo destaca defectos y errores ajenos. Una mirada amable evita detenernos en los límites del otro, para que así podamos tolerarlo y unirnos en un proyecto común, aunque seamos diferentes. El amor amable genera vínculos, cultiva lazos, crea nuevas redes de integración, construye una trama social firme.

Quien ama es capaz de decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan y levantan el ánimo. Veamos, por ejemplo, algunas palabras que decía Jesús a las personas: «¡Ánimo hijo!» (Mt 9,2). «¡Qué grande es tu fe!» (Mt 15,28). «¡Levántate!» (Mc 5,41). «Vete en paz» (Lc 7,50). «No tengas miedo» (Mt 14,27). No son palabras que humillan, que entristecen, que irritan o desprecian. En la familia hay que aprender este lenguaje amable de Jesús. 58

No busca su propio interés

47. Este himno a la caridad nos dice que quien ama es desinteresado, es desprendido. Santo Tomás de Aquino ha explicado que “pertenece más a la caridad querer amar que querer ser amado”. De hecho”, las madres, que son las que más aman, buscan más amar que ser amadas”.

Por eso, el amor puede ir más allá de la justicia y desbordarse gratis, “sin esperar nada a cambio” (Lc 6,35), hasta llegar al amor más grande, que es “dar la vida” por los demás (Jn 15,13). ¿Todavía es posible este desprendimiento que permite dar gratis y dar hasta el fin?. Seguramente es posible

57 Cf. Ibid. n. 97-9858 Cf. Ibid. n. 99-100

también en estos tiempos, porque es lo que pide el Evangelio: “Lo que han recibido gratis, denlo gratis” (Mt 10,8). 59

Sin violencia interior

48. Si la primera expresión del himno nos invitaba a la paciencia que evita reaccionar bruscamente los errores de los demás, ahora nos invita a evitar la violencia interna, una irritación no manifiesta que nos coloca a la defensiva ante los otros, como si fueran enemigos que hay que evitar. Alimentar esa agresividad íntima nos enferma y termina alejándonos de los demás. La indignación es dañina cuando tiende a impregnar todas nuestras actitudes ante los demás.

En lugar de ver los defectos ajenos, el evangelio nos invita a mirar la viga en el propio ojo (cf. Mt 7,5). La Palabra de Dios nos pide no alimentar la ira: “No te dejes vencer por el mal” (Rm 12,21). Y en cambio nos dice: “No te canses de hacer el bien” (Gal 6,9). Una cosa es sentir la fuerza de la agresividad que brota y otra es consentirla, dejar que se convierta en una actitud permanente: “Si se indignan, no lleguen a pecar; que la puesta del sol no los sorprenda en su enojo” (Ef 4,26).

Por ello, nos ha dicho el Papa francisco, nunca hay que terminar el día sin hacer las paces en la familia. Y, “¿cómo hacer las paces? ¿Ponerme de rodillas? ¡No! Sólo un pequeño gesto, algún pequeño detalle, y podrá regresar la armonía familiar. Basta una caricia, sin palabras. Pero nunca hay que terminar el día en familia sin hacer las paces”. La reacción interior ante una molestia que nos causen los demás debería ser ante todo bendecir en el corazón, desear el bien del otro, pedir a Dios que lo libere y lo sane: “Respondan con una bendición, porque para esto han sido llamados: para heredar una bendición” (1 P 3,9). Si tenemos que luchar contra un mal, hagámoslo, pero siempre digamos “no” a la violencia interior. 60

Quien ama sabe perdonar

49. Si permitimos que un mal sentimiento penetre en nuestras entrañas, dejamos lugar a ese rencor que se anida en el corazón. Lo contrario es el perdón, que se fundamenta en una actitud positiva, que intenta comprender la debilidad ajena y trata de buscarle excusas a la otra persona, como Jesús cuando dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).

Pero la tendencia suele ser buscar más y más culpas, imaginar más maldad, suponer todo tipo de malas intenciones, y así el rencor va creciendo y se arraiga. De ese modo, cualquier error o caída del cónyuge puede dañar el vínculo amoroso y la estabilidad familiar. El problema es que a veces se le da a todo la misma gravedad, con el riesgo de volverse crueles ante cualquier error ajeno.

Cuando hemos sido ofendidos, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice que sea fácil. La comunión familiar puede ser conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Esto exige una pronta y generosa disponibilidad de todos para la comprensión, la tolerancia, el perdón, y la reconciliación. Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar.

50. Sabemos que para poder perdonar necesitamos perdonarnos a nosotros mismos. Nuestros errores, o la mirada crítica de los que amamos, nos han llevado a perder el cariño hacia nosotros mismos. Eso

59 Cf. Ibid. n. 101-102

60 Ibid. n. 103-104

hace que nos encerremos, escapando del afecto, llenándonos de temores en las relaciones interpersonales. Poder culpar a otros se convierte en un falso alivio. Hace falta orar con la propia historia, aceptarse a sí mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e incluso perdonarse, para poder tener esa misma actitud con los demás.

Pero esto supone la experiencia de ser perdonados por Dios, justificados gratuitamente y no por nuestros méritos. Si aceptamos que el amor de Dios es incondicional, que el cariño del Padre no se debe comprar ni pagar, entonces podremos amar más allá de todo, perdonar a los demás aun cuando hayan sido injustos con nosotros. De otro modo, nuestra vida en familia dejará de ser un lugar de comprensión, acompañamiento y estímulo, y será un espacio de permanente tensión o de mutuo castigo. 61

Alegrarse con los demás

51. Quien ama no se alegra con la injusticia, y se regocija con la verdad. Es decir, se alegra con el bien del otro, cuando se reconoce su dignidad, cuando se valoran sus capacidades y sus buenas obras. Eso es imposible para quien necesita estar siempre comparándose o compitiendo, incluso con la propia pareja, hasta el punto de alegrarse secretamente por sus fracasos.

Cuando una persona que ama es capaz de hacer un bien a otro, y cuando ve que al otro le va bien, lo vive con alegría, y de ese modo da gloria a Dios, porque «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). Nuestro Señor aprecia de manera especial a quien se alegra con la felicidad del otro. Si no alimentamos nuestra capacidad de gozar con el bien del otro y nos concentramos en nuestras propias necesidades, nos condenamos a vivir con poca alegría, ya que como ha dicho Jesús “hay más felicidad en dar que en recibir” (Hech 20,35). La familia debe ser siempre el lugar donde alguien, que logra algo bueno en la vida, sabe que allí lo van a celebrar con él. 62

Quien ama es capaz de disculpar

52. El himno termina con cuatro expresiones positivas: Quien ama, todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. De esta manera, se remarca con fuerza el dinamismo del amor, capaz de hacerle frente a cualquier amenaza. Se dice que todo lo disculpa, porque este término tiene que ver con el uso de la lengua; puede significar “guardar silencio” sobre lo malo que puede haber en otra persona. Implica limitar el juicio, no lanzar condenas.

La Palabra de Dios nos pide: “No hablen mal unos de otros, hermanos” (St 4,11). El amor cuida la imagen de los demás, con una delicadeza que lleva a preservar incluso la buena fama de los enemigos. En la defensa de la ley divina nunca debemos olvidarnos de esta exigencia del amor.

Los esposos que se aman y se pertenecen, hablan bien el uno del otro, intentan mostrar el lado bueno del cónyuge más allá de sus debilidades y errores. En todo caso, guardan silencio para no dañar su imagen. Pero no es sólo un gesto externo, sino que brota de una actitud interna.

53. Tampoco es la ingenuidad de quien pretende no ver las dificultades y los puntos débiles del otro, sino la amplitud de miras de quien coloca esas debilidades y errores en su contexto. Recuerda que esos defectos son sólo una parte, no son la totalidad del ser del otro. Un hecho desagradable en la relación no es la totalidad de esa relación.

61 Ibid. n. 105-10862 Ibid. n. 109-110

Entonces, se puede aceptar con sencillez que todos somos una compleja combinación de luces y de sombras. El otro no es sólo eso que a mí me molesta. Es mucho más que eso. Por la misma razón, no le exijo que su amor sea perfecto para valorarlo. Me ama como es y como puede, con sus límites; pero que su amor sea imperfecto no significa que sea falso o que no sea real.

Es real, pero limitado y terreno. Por eso, si le exijo demasiado, me lo hará saber de alguna manera, ya que no podrá ni aceptará jugar el papel de un ser divino ni estar al servicio de todas mis necesidades. El amor convive con la imperfección, la disculpa, y sabe guardar silencio ante los límites del ser amado. 63

Quien ama sabe confíar.

54. Quien ama es capaz de confiar en los demás, con esa confianza básica que reconoce la luz encendida por Dios, que se esconde detrás de la oscuridad, o la brasa que todavía arde debajo de las cenizas. Esa misma confianza hace posible una relación de libertad. No es necesario controlar al otro, seguir sus pasos, para evitar que escape de nuestros brazos. El amor confía, deja en libertad, renuncia a controlar, a poseer, a dominar. Esa libertad hace posible espacios de autonomía, de apertura y nuevas experiencias, permite que la relación se enriquezca y no se convierta en un círculo cerrado.

Así, los cónyuges, al reencontrarse, pueden vivir la alegría de compartir lo que han recibido y aprendido fuera del círculo familiar. Al mismo tiempo, hace posible la sinceridad y la transparencia, porque cuando uno sabe que los demás confían en él y valoran la bondad básica de su ser, entonces sí se muestra tal cual es. Cuando alguien sabe sospechan de él, que lo juzgan, que no lo aman de verdad, prefiere guardar sus secretos, esconder debilidades y fingir lo que no es. En cambio, una familia donde reina la confianza, y donde siempre se vuelve a confiar a pesar de todo, permite que brote la verdadera identidad de sus miembros, y hace que espontáneamente se rechacen el engaño, la falsedad o la mentira. 64

Quien ama tiene esperanzas

55. Quien ama cree que es posible una maduración, un sorpresivo brote de belleza, o que las potencialidades más ocultas de su ser germinen algún día. No significa que todo vaya a cambiar en esta vida. Implica aceptar que algunas cosas no sucedan como uno desea, sino que quizás Dios escriba derecho con las líneas torcidas de una persona y saque algún bien de los males que ella no logre superar en esta tierra.

Aquí se hace presente la esperanza en todo su sentido, porque incluye la certeza de una vida más allá de la muerte. Esa persona, con todas sus debilidades, está llamada a la plenitud del cielo. Allí, completamente transformada por la resurrección de Cristo, ya no tendrá fragilidades, ni oscuridades ni patologías. Allí el verdadero ser de esa persona brillará con toda su potencia de bien y de hermosura. Eso permite, en medio de las molestias de esta tierra, contemplar a esa persona con una mirada sobrenatural, a la luz de la esperanza, y esperar esa plenitud que un día recibirá en el cielo, aunque ahora no sea visible. 65

Quien ama sabe soportar

63 Ibid. n. 111-11364 Ibid. n. 114-11565 Ibid. n. 116-117

56. Quien ama sobrelleva con espíritu positivo todas las contrariedades. Es mantenerse firme en medio de un ambiente hostil. No consiste sólo en tolerar algunas cosas molestas, sino en algo más amplio: una resistencia dinámica y constante, capaz de superar cualquier desafío. Es amor a pesar de todo, aun cuando todo el contexto invite a otra cosa. En la vida familiar hace falta cultivar esa fuerza del amor, que permite luchar contra el mal que la amenaza.

El amor no se deja dominar por el rencor, el desprecio hacia las personas, el deseo de lastimar o de cobrarse algo. El ideal cristiano, y de modo particular en la familia, es amor a pesar de todo. es admirable, por ejemplo, la actitud de personas que han debido separarse de su cónyuge para protegerse de la violencia física y, sin embargo, por la caridad conyugal que sabe ir más allá de los sentimientos, han sido capaces de procurar su bien, aunque sea a través de otros, en momentos de enfermedad, de sufrimiento o de dificultad. Eso también es amor a pesar de todo. 66

Crecer en el amor

57. El himno de san Pablo, que hemos recorrido, permite dar paso al amor conyugal. Es el amor que une a los esposos, santificado, enriquecido e iluminado por la gracia del sacramento del matrimonio. Es una “unión afectiva”, espiritual y oblativa, pero que recoge en sí la ternura de la amistad y la pasión erótica, aunque es capaz de subsistir aun cuando los sentimientos y la pasión se debiliten.

El matrimonio es un signo precioso, porque cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, se “refleja” en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros. También Dios es comunión: las tres Personas del Padre, Hijo y Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. Y es precisamente este el misterio del matrimonio: Dios hace de los dos esposos una sola existencia.

Esto tiene consecuencias concretas en la vida diaria, porque los esposos, en virtud del sacramento, son investidos de una auténtica misión, para que puedan hacer visible, a partir de las cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia, que sigue entregando la vida por ella. Sin embargo, hay que ser realistas y no confundir las cosas. No exijamos demasiado a parejas limitadas. Sabemos que es muy difícil que puedan reproducir de manera perfecta la unión que existe entre Cristo y su Iglesia, ya que el matrimonio como signo implica un proceso dinámico, que avanza poco a poco con la progresiva integración de los dones de Dios. 67

58. En el matrimonio conviene cuidar la alegría del amor. Cuando la búsqueda del placer es obsesiva, encierra en una sola cosa e incapacita para encontrar otro tipo de satisfacciones. La alegría, en cambio, amplía la capacidad de gozar y permite encontrar gusto en realidades variadas, aun en las etapas de la vida donde el placer se apaga. Por eso decía santo Tomás que se usa la palabra “alegría” para referirse a la dilatación de la amplitud del corazón.

La alegría matrimonial, que puede vivirse aun en medio del dolor, implica aceptar que el matrimonio es una necesaria combinación de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de sufrimientos y de liberaciones, de satisfacciones y de búsquedas, de molestias y de placeres, siempre en el camino de la amistad, que mueve a los esposos a cuidarse: se prestan mutuamente ayuda y servicio.

Por otra parte, la alegría del amor se renueva en el dolor. Como decía san Agustín: “Cuanto mayor fue el peligro en la batalla, tanto mayor es el gozo en el triunfo”. Después de haber sufrido y luchado juntos, los esposos pueden experimentar que valió la pena, porque consiguieron algo bueno,

66 Ibid. n. 118-11967 Ibid. n. 120-122

aprendieron mucho juntos, o porque pueden valorar más lo que tienen. Pocas alegrías humanas son tan profundas y satisfactorias como cuando dos personas que se aman han conquistado juntos algo que les costó un gran esfuerzo compartido. 68

Casarse por amor

59. Casarse es un modo de expresar que realmente se ha abandonado el nido materno para tejer otros lazos fuertes y asumir una nueva responsabilidad ante otra persona. Esto vale mucho más que una mera asociación espontánea para la gratificación mutua, que sería una privatización del matrimonio. El matrimonio como institución social es protección y cauce para el compromiso mutuo, para la maduración del amor, para que la opción por el otro crezca en solidez, concretización y profundidad, y a su vez para que pueda cumplir su misión en la sociedad.

Por eso, el matrimonio va más allá de toda moda pasajera y persiste. Su esencia está arraigada en la naturaleza misma de la persona humana y de su carácter social. Implica una serie de obligaciones, pero que brotan del mismo amor, de un amor tan decidido y generoso que es capaz de arriesgar el futuro. Optar por el matrimonio de esta manera, expresa la decisión real y efectiva de convertir dos caminos en un único camino, pase lo que pase y a pesar de cualquier desafío.

60. Por la seriedad que tiene este compromiso público de amor, no puede ser una decisión apresurada, pero por esa misma razón tampoco se la puede postergar indefinidamente. Comprometerse con otro de un modo exclusivo y definitivo siempre tiene una cuota de riesgo y de osada apuesta.

El rechazo de asumir este compromiso es egoísta, interesado, mezquino, no acaba de reconocer los derechos del otro y no termina de presentarlo a la sociedad como digno de ser amado incondicionalmente. Pero quienes están verdaderamente enamorados tienden a manifestar a los otros su amor.

El amor concretizado en un matrimonio contraído ante los demás, con todos los compromisos que de él se derivan, es manifestación y resguardo de un “sí” que se da sin reservas y sin restricciones. Ese sí es decirle al otro que siempre podrá confiar, que no será abandonado cuando pierda atractivo, cuando haya dificultades o cuando se ofrezcan nuevas opciones de placer o de intereses egoístas. 69

El diálogo mantiene el amor

61. El diálogo es una forma privilegiada e indispensable para vivir, expresar y madurar el amor en la vida matrimonial y familiar. Pero no se aprende de la noche a la mañana; supone un largo y esforzado aprendizaje. Varones y mujeres, adultos y jóvenes, tienen maneras distintas de comunicarse, usan un lenguaje diferente, se mueven con otros códigos.

El modo de preguntar, la forma de responder, el tono utilizado, el momento y muchos factores más, pueden condicionar la comunicación. Además, siempre es necesario desarrollar algunas actitudes que son expresión de amor y hacen posible el diálogo auténtico.

Es importante darse tiempo de calidad, que consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba. Esto requiere el esfuerzo de no empezar a hablar antes

68 Ibid. n. 126 y 13069 Ibid. n. 131 y 132

del momento adecuado. En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos, hay que asegurarse de haber escuchado todo lo que el otro necesita decir.

Esto implica hacer un silencio interior para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente: despojarse de toda prisa, dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer espacio. Muchas veces uno de los esposos no necesita una solución a sus problemas, sino ser escuchado 70

Otro aspecto importante es desarrollar el hábito de dar importancia real al otro. Se trata de valorar su persona, de reconocer que tiene derecho a existir, a pensar de manera autónoma y a ser feliz. Nunca hay que restarle importancia a lo que diga o reclame, aunque sea necesario expresar el propio punto de vista. Todos tienen algo que aportar, porque tienen otra experiencia de la vida.

62. Es posible reconocer la verdad del otro, el valor de sus preocupaciones más hondas y el trasfondo de lo que dice, incluso detrás de palabras agresivas. Para ello hay que tratar de ponerse en su lugar e interpretar el fondo de su corazón, detectar lo que le apasiona, y tomar esa pasión como punto de partida para profundizar en el diálogo.

Hay que tener amplitud mental, para no encerrarse con obsesión en unas pocas ideas y en la flexibilidad; de manera que logremos modificar o completar las propias opiniones. Es posible que, de mi pensamiento y del pensamiento del otro pueda surgir una nueva síntesis que nos enriquezca a los dos. La unidad a la que hay que aspirar no es uniformidad, sino una “unidad en la diversidad”, o una “diversidad reconciliada”. 71

Es importante en la vida de la pareja tener gestos de preocupación por el otro y demostraciones de afecto. El amor supera las peores barreras. Cuando se ama a alguien, o cuando alguien se siente amado por él, se entiende mejor lo que alguien quiere expresar y los esposos se entienden mejor. Es importante superar la fragilidad que lleva a tenerle miedo al otro, como si fuera un “competidor”. Es muy importante fundar la propia seguridad en opciones profundas, convicciones o valores, y no en ganar una discusión o en que nos den la razón.

Finalmente, reconozcamos que para que el diálogo valga la pena hay que tener algo que decir, y eso requiere una riqueza interior que se alimenta en la lectura, la reflexión personal, la oración y la apertura a la sociedad. De otro modo, las conversaciones se vuelven aburridas e inconsistentes. Cuando se encierran demasiado las parejas y no existe algún tipo de trato o relación con otras personas, la vida familiar se vuelve de dos personas y el diálogo se empobrece. 72

PISTAS HACIA UNA PASTORAL CON MISERICORDIA

63. En las difíciles situaciones que viven las personas más necesitadas: familias jóvenes, personas ancianas, jóvenes desorientados y algunos francamente esclavizados por las adicciones, la Iglesia debe tener un especial cuidado para comprender, consolar, integrar, evitando imponerles una serie de normas como si fueran una roca, con lo cual se consigue el efecto de hacer que se sientan juzgadas y abandonadas precisamente por esa madre que está llamada a acercarles la misericordia de Dios. De ese modo, en lugar de ofrecer la fuerza sanadora de la gracia y la luz del Evangelio, algunos quieren “adoctrinarlo, convertirlo en “piedras muertas para lanzarlas contra los demás” 73

70 Ibid. n. 136-13771 Ibid. n. 138-13972 Ibid. n. 140-141

La Iglesia es el lugar propio para experimentar la misericordia de Dios. La Misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Toda acción pastoral debe estar revestida por la ternura de la Misericordia. Su misión es anunciar la Misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona.

La esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios, que sale a encontrar a todos sin excluir a ninguno. Sus palabras y sus gestos deben transmitir Misericordia para llegar a lo más profundo del corazón de las personas, motivarlas, de manera que puedan levantarse y logren reencontrar el camino de vuelta al Padre. En nuestras Parroquias, en las comunidades, en los grupos, en las asociaciones y movimientos, en fin, donde quiera que haya cristianos, cualquiera debería encontrar un oasis de misericordia. 74

“La Iglesia está llamada a convertirse en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Que nunca se canse la Iglesia de ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. Que se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin descanso: “Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos”. (Cf. Sal 25, 6) 75

Algunas pistas

64. Les comparto ahora, algunas pistas que nos ofrece el cardenal alemán Walter Kasper en su libro sobre la misericordia.

La misericordia ha de ser entendida como la justicia propia de Dios, como su santidad. Solo de este modo podremos hacer que resplandezca de nuevo la imagen del Padre bondadoso y compasivo que Jesús nos anunció en el evangelio. También cabría decir: es necesario dibujar la imagen de un Dios de empatía o un Dios compasivo. A la vista de las deformaciones ideológicas de la imagen de dios, eso resulta en los tiempos actuales doblemente necesario. 76

Efectivamente la biblia entiende la misericordia como la justicia propia de Dios. No como una relativización de esta, sino más bien como un gran impulso de la misma, ya que la misericordia constituye el núcleo del mensaje bíblico. El Antiguo Testamento presenta a Dios como un Dios clemente y misericordioso (Sal 81,15), y el Nuevo Testamento llama a Dios ”Padre compasivo y Dios de todo consuelo”. (1Cor. 1,3; Ef 2, 4).

Pero si nos asomamos al mundo de hoy, existen numerosas personas para las que, en situaciones humanamente sin salida, en catástrofes inmerecidas, en devastadores terremotos, tsunamis o reveses personales del destino, la llamada a la compasión representa un último consuelo y podríamos decir, en lenguaje nuestro, se trata de una última agarradera.

65. Podemos constatar que incluso personas que no practican la religión, de manera habitual, al ser confrontadas con esas situaciones complicadas, buscan espontáneamente refugio en la oración. Si pensamos en tantas personas que padecen enfermedades graves o que se han visto involucradas en situaciones aparentemente sin solución, el único consuelo que con frecuencia les queda consiste en saber que Dios es compasivo y misericordioso.

73 Cf Amoris Laetitia, n. 4974 Cf Ibid, n. 1075 Ibid, n. 2576 Cf. Kasper Walter. La Misericordia. San Terrae 2015, p. 22

Pero el tema de la misericordia no tiene que ver solo con las consecuencias éticas y sociales de este mensaje; se trata sobre todo de un mensaje sobre Dios y su misericordia y, solo en segundo lugar, del mandamiento y el compromiso que de ahí se deriva para la conducta humana. 77

El mensaje cristiano de un Dios misericordioso es, sin duda, un mensaje específicamente bíblico, pero la filosofía puede ayudarnos a entender adecuadamente la palabra misericordia. Misericordia, según el significado original, quiere decir: tener el corazón (cor) con los pobres (miseri), sentir afecto por los pobres. Significa, de manera práctica, tener un corazón compasivo.

La misericordia denota o expresa la actitud de quien trasciende y supera el egoísmo y el egocentrismo y no tiene el corazón acaparado para sí mismo, sino que lo sabe proyectar hacia los demás, olvidándose, de algún modo de su persona. 78

Anunciar la misericordia es nuestra tarea

66. En su carta convocatoria para el año de la misericordia el Papa Francisco nos dice que la Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, ya que ella es el corazón palpitante del evangelio, y que a través de esa misericordia debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona.

La Iglesia, como esposa de de Cristo esta llamada a hacer suyo el comportamiento del Hijo de Dios que siempre sale a encontrar a todos, sin excluir a nadie. En nuestro tiempo, en el que la Iglesia nos llama a comprometernos en la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto con un renovado entusiasmo y con una renovada acción pastoral.

Para la Iglesia, para todos y cada uno de nosotros que la integramos, obispo, sacerdotes, religiosas, seminaristas, agentes de pastoral y evangelizadores en general, es determinante para la credibilidad de nuestra acción pastoral que vivamos y testimoniemos en primera persona la misericordia. Nuestros gestos y palabras deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.

67. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia. 79

El Papa santo, Juan Pablo II invitaba a anunciar y testimoniar la misericordia en el mundo de hoy. Dios mismo nos impulsa a anunciar la misericordia como amor compasivo de Dios, revelado por el mismo Jesucristo, que vino a manifestarnos el amor misericordioso del Padre.

La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia – el atributo más estupendo del Creador y del Redentor – y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y al mismo tiempo dispensadora. 80

Este año jubilar nos ha invitado, a partir de la palabra del Señor, a ser misericordiosos como el Padre.es misericordioso. (Lc 6,36). Esta propuesta e invitación es un programa de vida muy comprometedor y a la vez pleno de alegría y de paz. Sabemos que este mandato de Jesús se dirige a cuantos escuchan su voz. “Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. (cfr Lc 6,27).

77 Cf. Ibid. p. 2778 Cf. Ibid. p. 29 y 3079 Cf. Misericordiae Vultus, n. 1280 Cf. Ibid. n. 11

68. Para ser capaces de misericordia, entonces, debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida.

Una pista muy práctica para vivir la misericordia en este Año Santo han sido las peregrinaciones que han convocado a muchas familias, a jóvenes y gente de todas las edades, para acudir a nuestra catedral, y a los demás templos parroquiales que fueron asignados para este Año Jubilar de la Misericordia: Tihuatlán, San José de la Montaña en Naranjos, Chicontepec, Tantoyuca, Pánuco y Tampico Alto.

La peregrinación es un buen estímulo para la conversión: atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros. Y claro esa misericordia hay que empezar a vivirla con los nuestros en la familia, en los ambientes de trabajo, el los grupos parroquiales, en los compromisos sociales y políticos también. 81

El Jubileo de la Misericordia nos ha recordado que la Iglesia es llamada a curar las heridas que viven nuestros hermanos, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la rutina que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo y el desprecio que destruye.

Abramos nuestros ojos para mirar las miserias de nuestra gente, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de su dignidad, y sintamos que Dios nos llama a escuchar su grito de dolor y de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y fraternidad. 82

Obras de misericordia

69. Las obras de misericordia son un camino para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta las obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos.

Redescubramos las obras de misericordia corporales:

Dar de comer al hambriento, Dar de beber al sediento, Vestir al desnudo, Acoger al forastero, Asistir los enfermos, Visitar a los presos, Enterrar a los muertos.

Pero existen también las obras de misericordia espirituales:

Dar consejo al que lo necesita, Enseñar al que no sabe, Corregir al que yerra,

81 Ibid. n. 13 y 1482 Ibid. n. 15

Consolar al triste, Perdonar las ofensas, Soportar con paciencia las personas molestas, Rogar a  Dios por los vivos y por los difuntos.

70. No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45). También se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad.

Pero igualmente se nos preguntará si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas.

En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga, para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor”. 83 

Ser confesores con misericordia

71. El Papa Francisco invita a los confesores para que seamos un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no es algo que podamos improvisar. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva.

Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo para perdonar los pecados; seamos muy responsables ante ese don que el Señor nos ha concedido. Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel y humilde servidor del perdón de Dios. Cada confesor acoja a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo, no obstante que había dilapidado sus bienes. Los confesores estamos llamados a abrazar a ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado.

No se cansen nunca –nos dice el Papa Francisco- de salir al encuentro también del otro hijo que se queda afuera, incapaz de alegrarse, para explicarle que su juicio severo es injusto y no tiene ningún sentido ante la misericordia del Padre que no conoce límites. No hagan preguntas impertinentes, sino escuchen atentos como el padre de la parábola y serán capaces de percibir en el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón. Los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del principal de la misericordia. 84

ALGUNAS SUGERENCIAS

Educación y transmisión de la fe 83 Ibid. n. 1584 Ibid. n. 17

72. Un aspecto fundamental en la familia es la educación de los hijos, que de estar marcada por un camino de transmisión de la fe, que se dificulta por el estilo de vida actual, por los horarios de trabajo, por la complejidad del mundo que vivimos, donde muchos llevan un ritmo frenético para poder sobrevivir. Sin embargo, el hogar debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo.

Esta misión inicia en el bautismo, donde, como decía san Agustín, las madres que llevan a sus hijos “cooperan con el parto santo”. Luego inicia el camino de crecimiento de esa vida nueva. La fe es don de Dios, recibido en el bautismo, y no es el resultado de una acción humana, pero los padres son instrumentos de Dios para su maduración y desarrollo. El Papa dice que “es hermoso cuando las mamás enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen”.

La educación en la fe debe adaptarse a cada hijo, porque los recursos aprendidos o las recetas a veces no funcionan. Los niños necesitan símbolos, gestos, narraciones. Los adolescentes suelen entrar en crisis con la autoridad y con las normas, por lo cual conviene estimular sus propias experiencias de fe y ofrecerles testimonios luminosos que se impongan por su sola belleza.

Los padres que quieren acompañar la fe de sus hijos están atentos a sus cambios, porque saben que la experiencia espiritual no se impone, se propone poco a poco en un ambiente de libertad. Es fundamental que los hijos vean de una manera concreta que para sus padres la oración es realmente importante. Por eso los momentos de oración en familia y las expresiones de la piedad popular pueden tener mayor fuerza evangelizadora que todas las catequesis y que todos los discursos. 85

La familia se convierte en sujeto de la acción pastoral mediante el anuncio explícito del Evangelio y el legado de múltiples formas de testimonio, entre las cuales están la solidaridad con los pobres, la apertura a la diversidad de las personas, la custodia de la creación, la solidaridad moral y material hacia las otras familias, sobre todo hacia las más necesitadas, el compromiso con la promoción del bien común, incluso mediante la transformación de las estructuras sociales injustas, a partir del territorio en el cual la familia vive, practicando las obras de misericordia corporal y espiritual 86

Camino de misericordia

73. El camino de la Iglesia ha de ser siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. Es el camino de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita. Por lo tanto, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición.

Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia inmerecida, incondicional y gratuita. Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren.

Es claro que si alguien, viviendo en pecado y defiende su situación como si ese hecho fuera parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que los separa de la comunidad (cf. Mt 18,17). Necesitan volver a escuchar el anuncio del Evangelio y la invitación que este hace siempre a la conversión. Ante situaciones así, puede haber para esas parejas alguna manera de participar en la

85 Cf. Amoris Laetitia, n. 287 y 28886 Cf. Ibid. n. 290

vida de la comunidad, sea en tareas sociales, en reuniones de oración o de la manera que sugiera su propia iniciativa, junto con el discernimiento del pastor. 87

74. Los divorciados con una nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas, sin dejar lugar a un discernimiento personal y pastoral.

En caso de una segunda unión que ya tiene tiempo, con nuevos hijos, viviendo en fidelidad, con entrega generosa y compromiso cristiano; conscientes de la irregularidad de su situación y con dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas. La Iglesia reconoce situaciones en que, cuando el hombre y la mujer por motivos serios, -como, por ejemplo, la educación de los hijos- no pueden cumplir la obligación de la separación.

En cualquier circunstancia, ante quienes tengan dificultades para vivir plenamente la ley divina, debe resonar la invitación a recorrer el “camino de la caridad”. La caridad fraterna es la primera ley de los cristianos (cf. Jn 15,12). Dice san Agustín: “Así como, en peligro de incendio, correríamos a buscar agua para apagarlo, del mismo modo, si de nuestra paja surgiera la llama del pecado, y por eso nos turbamos, cuando se nos ofrezca la ocasión de una obra llena de misericordia, alegrémonos de ella como si fuera una fuente que se nos ofrezca en la que podamos sofocar el incendio. 88

Sugerencias al final del Sínodo

75. Al final del Sínodo de la Familia el Papa Francisco, emitió algunos comentarios. a manera de sugerencias prácticas en orden al acompañamiento pastoral:

Nos pidió manifestar y difundir la misericordia de Dios a las familias necesitadas, a las personas abandonadas; a los ancianos olvidados; a los hijos heridos por la separación de sus padres, a las familias pobres que luchan por sobrevivir, a los pecadores que llaman a nuestra puerta y a los alejados, a los diversamente capacitados, a todos los que se sienten lacerados en el alma y en el cuerpo, a las parejas desgarradas por el dolor, la enfermedad, la muerte o la persecución.

Trabajar para apoyar y animar a las familias sanas, las familias fieles, las familias numerosas que, no obstante las dificultades de cada día, dan cotidianamente un gran testimonio de fidelidad a los mandamientos del Señor y a las enseñanzas de la Iglesia.

Iluminar las conciencias, a menudo asediadas por dinámicas nocivas y sutiles, que pretenden incluso ocupar el lugar de Dios creador. Estas dinámicas deben de ser desenmascaradas y combatidas en el pleno respeto de la dignidad de toda persona humana.

Ganar y reconstruir con humildad la confianza en la Iglesia, seriamente disminuida a causa de las conductas y los pecados de sus propios hijos. Por desgracia, el anti-testimonio y los escándalos en la misma Iglesia han afectado su credibilidad y han oscurecido el fulgor de su mensaje de salvación.

76. Salir y acercarse a los demás, porque una Iglesia cerrada en sí misma es una Iglesia muerta. Una Iglesia que no sale de su propio recinto para buscar, para acoger y guiar a todos hacía Cristo es una Iglesia que traiciona su misión y su vocación.

Idear una pastoral familiar renovada que se base en el Evangelio y respete las diferencias culturales. Una pastoral capaz de transmitir la Buena Noticia con un lenguaje atractivo y alegre, y que quite el miedo del corazón de los jóvenes para que asuman compromisos definitivos. Una pastoral que preste particular atención a los hijos, que son las verdaderas víctimas de las laceraciones familiares.

87 Cf. Ibid. n. 296 y 29788 Cf. Ibid. n. 298 y 306

Una pastoral innovadora que consiga una preparación adecuada para el sacramento del matrimonio y abandone la práctica actual que a menudo se preocupa más por las apariencias y las formalidades que por educar a un compromiso que dure toda la vida.

Amar incondicionalmente a todas las familias y, en particular, a las pasan dificultades. Ninguna familia debe sentirse sola o excluida del amor o del amparo de la Iglesia. El verdadero escándalo es el miedo a amar y manifestar concretamente este amor. 89 .

Urge anunciar la misericordia

77. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo.

La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo. Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia.

Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Es tan insondable la profundidad del misterio que encierra, tan inagotable la riqueza que de ella proviene.90

MADRE MISERICORDIOSA

78. La Sagrada Escritura y los padres de la Iglesia nos presentan en María una imagen concreta. Una imagen espectacular de la misericordia divina y un arquetipo o modelo original de la misericordia humana y cristiana. María es tipo de la Iglesia como también lo es de la misericordia cristiana.

Tenemos dos textos claves para la espiritualidad mariana: la anunciación (cf Lc 1,26-38) y la escena de María al, pie de la cruz en el calvario (cf Jn 19, 26,). María fue elegida para participar en la obra de la redención; a eso se le invitó en la anunciación y ella dio un “SI” humilde, pero firme que sostuvo a lo largo de su vida: Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra.

María vive exclusivamente de la gracia y vive también de la fe. Por ello se convirtió en instrumento de la compasión de Dios a través de su sí creyente con el que respondió al mensaje del ángel, que al principio la sorprende y hasta la abruma. Sin embargo ahí se define como la sierva del Señor. Con esa palabra manifiesta tanto su disponibilidad pasiva como su activa disposición a colaborar con la obra de la salvación. Deja espacio a Dios para que el obre el milagro. Y María, por medio de su obediencia, se convierte en la sierva de la misericordia divina, escogida y agraciada por Dios. 91

Pero María tuvo que realizar también el peregrinaje de la fe. Los relatos evangélicos nos presentan a María como la mujer del pueblo, que tuvo que soportar en su vida muchas dificultades y tribulaciones: en el nacimiento de Jesús en el pesebre de Belén; en la huida a Egipto; en la búsqueda de su hijo, perdido en Jerusalén; en su extrañeza cuando Jesús ya adulto comenzó su vida pública y ella lo quería llevar de vuelta al hogar familiar; y, por último, en su valiente permanencia al pie de la cruz, para consolar al crucificado.

89 Francisco. Final del Sínodo 2015.90 Cf. Misericordiae Vultus, n. 25

91 Cf. Kasper Walter. La Misericordia. p. 203 - 204

79. En realidad supo soportar con su hijo hasta la más oscura noche de la cruz. Nunca se dobló ni intentó la huida. Juan, que estaba a su lado, dice expresamente: “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre” (Jn 19, 25). El arte mariano presenta a María sosteniendo en su regazo el cuerpo de su hijo: sin duda la más terrible experiencia de sufrimiento que puede padecer una madre. Así María no solo anticipa en el magníficat las bienaventuranzas prometidas a los pobres y afligidos y los perseguidos en el Sermón de la montaña (cf. Mt 5, 2-12), sino que las experimenta, las vive personalmente.

En la cruz Jesús dijo a María: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dejo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya. (Jn 19, 26-27). en Juan nos dejó Jesús a María como madre de la Iglesia y de todos los bautizados.

En la tradición de la Iglesia pronto se invocó a María como madre de Dios y madre nuestra. Tenemos una oración a María probablemente desde el año 300: “Bajo tu ampara nos acogemos, santa Madre de Dios”. El cardenal Kaspers dice que su versión original sería tal vez así: “Bajo tu misericordia nos refugiamos, santa Madre de Dios”. En el canto de la Salve la proclamamos como “Madre de misericordia” y le suplicamos: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”.

80. Igualmente una antífona mariana de Adviento y Navidad concluye con esta súplica: “Compadécete de los pecadores”. En las letanías la invocamos también como “Madre de la divina gracia”, “salud de los enfermos”, “refugio de los pecadores” y de otras muchas formas afines a la misericordia. Efectivamente, María es invocada como auxilio nuestro en todo tipo de necesidad. La razón, porque María es madre misericordiosa: es la madre de todos los que sufren, de los afligidos, atormentados y de los necesitados de auxilio y consuelo. 92

El concilio vaticano II nos dice que María, como primicia de los redimidos es tipo de la Iglesia, más aún nos dice que es el prototipo de todos los redimidos; al mismo tiempo, como madre del Redentor, es la madre de todos los redimidos. “Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria del cielo.

A lo largo de la historia la Iglesia ha aprendido a ver a María no solo como testigo y tipo, sino como creación especial de la misericordia divina. María es una redimida, como todos los redimidos, pero, a diferencia de estos, María fue preservada desde el primer instante de su existencia de toda mancha de pecado. Por ello la Iglesia oriental llama a María la preservada de toda mancha de pecado.

Por ello concluimos que en ella y en su vida entera se ha manifestado victoriosa la misericordia divina, oponiéndose al pecado, haciéndolo retroceder y creando espacios para la vida. María es el signo de que el poder del pecado no puede, por principio, frustrar el plan divino de salvación para la humanidad; ella es, por así decir, el arca segura en el diluvio, la aurora de la nueva creación. En su belleza resplandece la originaria y perfecta belleza como creatura. Ella es la creatura perfecta. “En María vemos en cierto modo el plan originario del Creador y, al mismo tiempo, al ser humano redimido” 93

De entre todas las creaturas, María es la que encarna el evangelio de la misericordia divina, de la forma más pura y bella. Ella es la creatura que expresa mejor la misericordia de Dios y es por ello el espejo de aquello que constituye el centro del evangelio. Ella refleja todo el encanto de la misericordia divina y muestra el resplandor y la belleza que, proyectándose sobre el mundo desde la graciosa misericordia de Dios, todo lo transforma.

92 Cf. Ibid. p. 206-210

93 Cf. Ibid. p. 210-2011

81. De este modo, justamente frente a las circunstancias de la sociedad actual, con frecuencias deficientes y hasta negativas y ante la visión materialista de la vida en estos tiempos, María es tipo y modelo de una nueva cultura de la misericordia.

Y lo es tanto para la vida de cada cristiano, como para la Iglesia y su renovación a partir de la idea de misericordia, pero también de cara a la construcción de una cultura de la misericordia en la sociedad. Podemos decir entonces, con toda razón, que María es tipo y modelo de una renovada cultura y espiritualidad cristiana de la misericordia. 94

Los católicos no adoramos a María; sólo Dios merece admiración. Pero ciertamente la veneramos por encima de todas las demás creaturas, ya que ella es la creatura más perfecta que Dios ha creado, como instrumento en las manos divinas. Dios es un Dios de los seres humanos y quiere que la salvación que les concede se realice a través de seres humanos.

También esto es un signo de la compasión y la misericordia divina, que en María resplandecen de un modo ejemplar y singular. En María resplandece la imagen del ser humano renovado y transfigurado, en su belleza irrepetible, puede fascinarnos y ayudarnos a arrancar el pesimismo y la estrechez de miras que a veces nos debilitan exageradamente en la cultura actual.

María nos muestra que el evangelio de la misericordia divina en Jesucristo, es lo mejor que se nos puede decir y lo mejor que podemos escuchar y, al mismo tiempo, lo más bello que puede existir; porque es capaz de transformarnos a nosotros y de transformar nuestro mundo a través de la gloria de Dios en su infinita misericordia. Esta misericordia, como regalo de Dios, es al mismo tiempo tarea de todos los cristianos. Hay que vivirla y atestiguarla con la palabra y con las obras.

Así, por medio de la luz de la misericordia, nuestro mundo, a menudo oscuro y frío, puede tornarse más cálido y más luminoso, más digno de ser vivido y amado. La misericordia es reflejo de la gloria de Dios en este mundo y la quintaesencia del mensaje de Jesucristo que nos ha sido regalado y que nosotros, por nuestra parte, hemos de regalarlo a otros. 95

INDICE GENERAL

PRESENTACIÓN

VALOR E IMPORTANCIA DE LA FAMILIA

Maestros de la feLos hijos tendrán su propio caminoUn sendero con sufrimientoComerás del trabajo de tus manosLa ternura del abrazo

LA BUENA NUEVA DE LA MISERICORDIA94 Cf. Ibid. p. 21295 Cf. Ibid. p. 213

Vivimos el año de la misericordiaLa Iglesia nos invita a ser misericordiosos

PRINCIPALES DESAFIOS

Individualismo exasperadoSe percibe una decadencia culturalFragilidad que desestabilizaAlgunos desafíos en nuestro entorno

LUCES SOBRE LA MISION DE LA FAMILIA

Muchas familias viven con amorVocación y misión de la familiaLuces en el magisterio de la IglesiaEl sacramento del matrimonioSemillas del Verbo y situaciones imperfectasLa transmisión de la vidaEl amor en el matrimonioCrecer en el amorCasarse por amorEl diálogo mantiene el amor

PISTAS PARA UNA PASTORAL CON MISERICORDIA

Algunas pistasAnunciar la misericordia es nuestra tareaObras de misericordiaSer confesores con misericordia

ALGUNAS SUGERENCIAS

Educación y transmisión de la fe

Camino de misericordia

Sugerencias al final del Sínodo

Urge anunciar la misericordia

MADRE MISERICORDIOSA