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E L

C R I S T I A N I S M O

r o n

É L R E V . G . H . R U L E ,

M I N I S T R O P R O T E S T A N T E .

E N L A I M P R E N T A DI! I,A I1IHLIOTECA M I L I T A R DE G I B K A L T A t í ;

A B O S T A D E L A S O C I E D A D D E L O S E S T A D O S U N I D O S

D E A M E R I C A P A R A L A C I R C U L A C I Ó N X>V,

T R A T A D O S RELT.TIOSOS,

1842.

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T A B L A D E L C O N T E N I D O .

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Pajina INTRODUCCIÓN 1

Capítulo I . Biblia y Protestantes 12 I I . Unidad de la Fé 16

I I I . Tradiciones 20 IV . La Iglesia 26 V . Pastores y Doctores de la Iglesia. . . 30

V I . Cabeza de la Iglesia 35 V I L La Penitencia 36

V I I I . La Justificación por la Fé 37 I X . " Sin la Fé la Caridad no justifica." 38 X . " S o m o s hechos justos, y no repu­

tados solamente." 41

X I . Testimonio del Espíritu Santo 42 X I I . Pena Temporal 46

X I I I . La Satisfacción 47 X I V . Los Pecados 49 X V . Obras buenas 50

X V I . Obras de Supererogación 52 a 2

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iv

C R I S T I A N I S M O R E S T A U R A D O .

I N T R O D U C C I Ó N .

La luz de la verdad, que en estos últimos años lia vuelto i. penetrar algún tanto en la península Española, que era " tierra de miseria, de tinieblas y de sombra de muer­t e , " aunque no haya despertado, ciertamente ha incomo­dado A muchos que aman mas la oscuridad que la luz, por motivos que aquí no refiero, porque tal vez me equivocaría,

.tacliaiúio de maliciosos á los que obran de buena fé, v que solo repitiendo lo que han oido decir á otros, aun cuando no digan la verdad, no son tau culpables como los que fraguaron la mentira.

El empeño principal de los escritores cuyas obras han llegado á mis mauos, ha sido el cubrir de ignominia nuestra santa relijion. Algunos intentan filosofar, y hacer ver que nuestros principios son subversivos, ó de algún modo per­judiciales, ya k los gobiernos, ya á los pueblos. Estos parten de principios erróneos, y, siento decirlo, de pre­misas falsas. Otros, mas dignos de ser oidos, dicen que nuestra relijion no es la de la Biblia; y como la Biblia todavía es poco conocida en España, y poco estudiada por los mismos, predicadores, quedan casi dueños del «ampo, y, hallándose apoyados con el aplauso del clero y con )a ignorancia del pueblo, aun ellos mismos creen qua

Pajina

Cap. X V I I . Los Sacramentos 55 X V I I I . E l Pecado orijinal y la Rejeneraclon 57

X I X . La Gracia del Espíri tu Santo 65 X X . La Santa Eucaristía 67

X X I . Abusos de la misma 70 X X I I . El perdón de los pecados SO

X X I I I . Preparación para morir bien 98 X X I V . Ministros del Evanjelio 104 X X V . Sacerdocio 105

X X V I . El Matrimonio 107 X X V I I . Los únicos méritos de Jesu-Cris to . . 108

XXVII I . E l Cielo y el Infierno . r r . . 111 X X I X . La Oración 116 X X X . Intercesión de Jesu-Cristo 119

X X X I . El Culto Relijioso 123

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llevan la razón. Conociendo la ignorancia de ипя gran I parte del clero Español , uo por culpa suya, sino por su j desgracia, no nos ofenden sus vituperios, ni nos damos por agraviados por sus calumnias. Son mero secos de otros. Copian lo que ven impreso en sus libros, libros que no pueden contener la verdad, porque se escribieron bajo la censura de los inquisidores, enemigos natos de ella. No contesto á ninguno de estos autores, porque me vería obligado á reprehender su descortesía, ó á consentirla; y, por no querer lo uno ni lo otro, me ciño á manifestar nuestra creencia, y á revisar las citas traídas de las Sa­

gradas Escrituras con las que pretenden impugnar nuestra doctrina. Mas, como dicen que esta es una novedad, y que el dogma de su iglesia es el mismo que predicaron lo» Apóstoles, sentaré, al principio de este librito, alguno» apuntes sobre

La Reforma que se llevó á cubo en el siglo XFI. En cumplimiento de la promesa que hizo Jesu­Cristo ¿

S. Pedro, y en él á nosotros, que las puertas del Infierno* no prevalecerían contra su Iglesia, y que la sociedad santa que estaba entonces formando sería inmortal, plugo A Dio» revivificar el Cristianismo que, muchos siglos hacia, había decaído hasta tal punto, que ya no era él mismo que se estableció al principio.

Empero debemos tener presentes dos bechos que im portan mucho para la buena inteiijeucia de la cuestión que ее ajita entre Jos Romanistas y los Protestantes, y son que la decadencia no fué total en todas partes de la cristian­

dad, y que Ja reforma relijiosa uo tuvo su principia en el siglo X V I , no habiendo sido Martin Lutero el primero de los reformadores. El suponer esto sería incurrir en un

• L a palabra del orijmal, qZ­qs mas bien quiere decir щиаг(<> Cpa infierno.

error gravísimo, ya desvanecido por los hechos notorios de la historia. Debemos en justicia hacer esta observación, para desengaño de los que nos tienen por novadores.

Antes de conocido Lutero, ni aun nacido, muchos, es­

candalizados de la corrupción que en aquellos tiempos se Labia introducido en la Iglesia, habían reclamado su r e ­

forma " e n su cabeza" (según decían ellos), " y en sus miembros." Se llenarían muchos tomos, y no pequeños, copiando las quejas, las sátiras, y aun las confesiones del misino cjero, que fueron publicadas mucho tiempo antes de. Lutero y sus colaboradores, por las que se demuestra el triste estado á que habia quedado reducida la Cristiandad. Óigase como testigo á Mezeray *, célebre historiador Fran­

cés, cuyas palabras, no siendo de un Protestante, no pue­

den sospecharse de parcialidad. Dice que " los jefes de la Iglesia uo se cuidaban de la sagrada disciplina ; los vicios y los escesos de los eclesiásticos llegaron hasta el último grado de maldad, y fueron tan públicos, tan patentes á los ojos de todos, que escitaron el odio y el desprecio del pueblo contra ellos. No podemos decir sin sonrojarnos, cuales fueron las usuras, la avaricia, la embriaguez y la disolución universal de los sacerdotes de aquel siglo, la licencia y Injuria de los monjes, la soberbia y lujo de los prelados, y la vergonzosa torpeza, ignoraucia y supersti­

ción de todos. Y debo confesar que estos escándalos no eran nuevos, pues la barbarie y la ignorancia de los si­

glos anteriores habían encubierto en algún modo aquellos vicios 5 pero, volviendo á aparecer después la luz de las letras y de la erudición, saltaron á la vista esas manchas; y, como los malos é indoctos, por tener la vista tan débily no podían soportar aquella claridad, tampoco les perdona­

ban los eruditos, poniéndolos en ridículo, y descubriendo; á un mismo tiempo su desnudez y su nefanda impureza."

* Apud Gerdeaium Hist. Evangelü Renovad. Ton* & p . 15« A 2

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La verdad era que (por usar las palabras del Jesuíta Ma­r i ana* ) , " de anos atrás estaba aquella jente (de Alema­nia) preñada por los abusos y vicios que, se veían donde y. en quien menos fuera razón." Y bien á las ciaras, aunque sin quererlo, habló el Concilio de Trcnto f, diciendo que las eo.stumbt'es del clero y del pueblo estaban depravadas, sin esceptuar los jefes de la Iglesia; que "' tilgunos " clé­rigos se olvidaban de su propia salvación, prefiriendo las cosas terrenas á las celestes, y las humanas á las divinas ; y que estos pastores infieles, entregados á los negocios mundanos, habían desamparado el rebaño. • Dios, siempre misericordioso, habia proveído el reme­

dio, v preparado, aunque lentamente, el camino de la Reforma. Esto no lo quieren confesar los autores mas afamados de España, sino que ponen en el largo'catálogo de los reputados herejes los nombres de muchos que no lo fueron, pero que protestaban contra liorna, predicaban cou mas ó menos ¡nueza la verdad, y eran, en sus tiempos-y países, restauradores del Cristianismo, en cnanto alean-' zabari sus luces y su influencia. Habia también comuni­dades numerosas de disidentes, que pudieron conservarse en medio de las persecuciones atroces á que estuvieron espuestas por muchos siglos. Hacia el año de 1440 ó 1442 se inventó en Alemania el arte de la imprenta, el

' cual no tardó en estenderse, á despecho del Papa quien hizo quemar en-Roma la efijie del primer impresor. Algu­nos años después, varios emigrados Griegos de Constan-; tiuopla, refugiados'en 1 Palia; enseñaron la lengua Griega, haciendo se generalizara en Europa el estudio de los auto- ;

res Griegos que se habia introducido primeramente por Crisolólas, en Veneeia, en el "año de 1397, después de

jff-'-Historia de España. Sumario año 1517.

t ; Sess. v i . Dec. Reforma*, cap. i.

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* i loreri . Diccionario Grande. Chrysolóras.

haber sido ',' menospreciada 700 y mas años * . " De ma­nera que, al paso que se ponia en uso la imprenta, rundios literatos se preparaban para valerse de ella, ha­ciéndose por este medio maestros de aquel siglo. Antes de oidas las reclamaciones de Lutero y de los Alemanes, salió á luz el Nuevo Testamento en el orijiual Griego, publicado por Erasmo en Holanda, cuya obra facilitó mu­cho la esplicacion del Santo Evanjelio á los Profesores en. Tcolojía. A ésta le sucedieron otras muchas semejantes, y todo el conato del clero Romano no bastó para sofocar el deseo ardentísimo de instruirse que cundió por toda la: Europa; y de repente resplandeció uua luz que no se pudo apagar. . , s _ .

Pero, hablando con verdad, la reforma, segnn se ha dicho arriba, no tuvo principio entonces. Largo es el catálogo de mártires que en el siglo décimo quinto perdieron sus vidas por defender la verdad. Largo es el catálogo, pero incompleto, pues se ahogaron sus jemidos y se se­pultaron sus nombres en los calabozos de la Inquisición, y solo Dios sabe el número de las víctimas. Eu España, en Francia, en Piamonte, en Alemania, casi en todos los países de Europa, los Valdenses, desde los primeros tiempos de la decadencia del Cristianismo, habían recha­zado los errores qne .de siglo en siglo iban en aumento. Estos fueron degollados ó quemados á millares. A mas de ellos hubo muchos varones relijiosos é ilustres, de los cuales algunos se dejaron arrojar á las llamas antes que negar la doctrina verdadera y santa que habían aprendido en las Sagradas Escr i turas; distinguiéndose entre ellos, en Bohemia, Juan Huss y Jerónimo de Praga, á los que martirizó el Concilio de Constancia, con violación escan-, dalosa del salvoconducto que el emperador Sijismundo les habia dado para que se presentasen con seguridad en dicho

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Concilio. Mas éstos dejaron á tantos secuaces, ffnc' Roma tuvo qne capitular con ellos, después de trece años de guerra que en vano gastó para someterlos, concediéndoles el uso del cáliz en el Sacramento de la: Eucaristía. En Inglaterra sucumbieron al furor de loS Papistas el Lord Cobliam, Taylor, Wliite, Gooze y otros ; en Rama misma el Francés Rliedon, el Italiano Savana-rola y sus compañeros ; y en España y las Islas Baleares una muchedumbre de disidentes que fueron penitenciado* y quemados por haber profesado una fé mas pura que la del clero, sin incluir un sinnúmero que por otras causas faeron procesados y sacrificados por la Inquisición. Mas < porqué hablar de particulares r CINCO NACIONES, la Inglesa, la Francesa, la Española, la Alemana y la Ita­liana, clamaban por la reforma de la Iglesia. A Martin V. , el dia después de ceñirse la tiara, le pidieron que les hiciese esta merced que les habia prometido antes de ser elejido. La pidieron tarde : el pérfido Papa se negó 6 cumplir lo prometido j el clero estaba acorde con él ; y nada se consiguió. No hay que estrañar que hubiesen deseado una reforma, porque, habiendo en aquel siglo muchas versiones de las Sagradas Escrituras en varios :

idiomas, y, entre otros, en Inglés, Francés, Castellano,. Valencianos Catalán y Por tugués* , veian en ellas la doc­trina pura que los Sacerdotes no les enseñaban.

En el siglo valoree 110 faltaron mártires. Wieklifle, ilustre patriota Inglés, traductor de la Santa Biblia, y acérrimo impugnador del Papismo, hubiera sido contado entre ellos, á no haberle protejido el -Rey, el Parlamento,, los nobles y el pueblo de Inglaterra. Pero la Corte de -

Roma, movida por un espíritu-dé vengan/a á un tiempo-•il é ineficaz, hizo después desenterrar sus huesos- y

* Villanueva. Lección de las Sagradas Escritura» en lengua»-vernacularea. Cap: i.

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tpiemarlos, m n escándalo de la nación Inglesa, Lnrgo Sawtroy y Bidby sellaron su doctrina con su sangre ; pero no por esto se arredraron los demás, pues mu­chísimos de los discípulos de Wickliffe seguían cons­tantes en la misma íé; y 6» memoria se tiene, y siempre ge tendrá, en la mayor veneración. Los progresos de la verdadera relijion en España, en el mismo siglo, solo se pudieron atajar á fuerza de prisiones y de fuego. Fuerou arrojados los predicadores de la mai llamada herejía á lo» quemaderos de Aragón, Cataluña y Valencia,

Es notorio que, en el siglo trece, una gran parte de la Iglesia Gálica estaba subievada contra Roma ; y los escri­tos de Guillermo de San Amor, en los que probaba que ya habían llegado los tiempos peligrosos de los últimos dias, son un testimonio histórico de que la misma doctrina que predicó Lutero en Alemania, habia sido predicada en Fraucia trescientos años antes. Y la abdicación forzosa del buen Celestino ' / . , y la persecución que sufrió en Roma, demuestran que se hubiera verificado una reforma aun sobre los siete collados, si la madre de las abomina­ciones no la hubiese ahogado en la cuna. Muchos vivían entonces separados de la llamada "un idad eclesiást ica"; y en España particularmente, la Inquisición, establecida en el año de 1223, es un indicio convincente, al paso que terrible, de que la Iglesia Romana no podía mantenerse contra la razón y la revelación divina, ni aun en aquel siglo de tinieblas, sino por medio de un despotismo rigu­roso y sangriento. La Santa Biblia, entera ó en parte, estaba en las manos de muchos. Veian éstos que su doc­trina no era la de Roma. Peligraba el Romanismo; y varios eclesiásticos, reunidos en Tolosa rje Francia en el año de 1229, tuvieron que prohibir absolutamente " á los legos que tuviesen ejemplares de los libros divinos." Se vierou precisados á declararse abiertamente contra la pa­labra de Dios, imponiendo la pena de prisión ó 4fi muerte

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á los infractores de su nueva ley, porque los disidentes eran tan numerosos entonces, y tenían tan bien estableci­das en varios países sus congregaciones y sus ministros, que ni la autoridad de los prelados, ni los discursos de los sacerdotes, ni las penitencias mandarlas por los confe­sores, bastaban para contrarestar los progresos rápidos del Evanjelio.

El siglo doce fué verdaderamente un siglo de reforma, sin embargo de la poca libertad que gozaban las naciones, y la ignorancia en que estaban sumidas. Desde entonces hasta el diez y seis, esto es, por espacio de cuatro cientos años, el Evanjelio estuvo en lucha con el Papismo, hasta que en este tiempo se le arrebató gran parte del norte de la Europa. Otra época esperamos en la que se cumplirán las profecías de Daniel, de S. Juan, de S. Pabio y otros, y Babilonia se hundirá en el piélago de la ira de Dios. En aquel siglo apareció Pedio VValdo, comerciante F i a n -ees, ciudadano de Lyon. Este se dedicaba enteramente al bien de sus semejantes. Repartió su cuantioso caudal entre los pobres ; tradujo las Sagradas Escrituras del Latin al F rancés ; y, sin hacer caso de las prohibiciones del Arzobispo, las esplicaha al pueblo. Se opuso con entereza á la fábula de la Transustanciacion, recién esta­blecida como artículo de fé por el Papa Inocencio I I I . Entonces se vio un espectáculo horrendo. Los que de-bian ser pastores del rebaño de Jesu-Cristo, perseguían y mataban las ovejas, con la ferocidad de lobos rapaces, dándoles caza en los montes y valles de casi toda la Eu­ropa meridional, pues se habían refujiado en las serranías y en los valles, y por esto se les llamaba Vallenses ó Valdenses. Aumentóse mucho el número de éstos por 1a predicación de Waldo y de sus discípulos, por lo cual se ha dicho equivocadamente que éste fué el fundador de su relijion. Mas no fué así, sino que debió haberlo sido el buen Español Claudia, Obispo de Turin, capital del país

• donde los mas residian. Este buen Obispo ocupaba dicha i sede en el siglo nono. Aun no habian todas las Iglesias

Europeas admitido el culto de las iraájenes ; antes pro­ís testaron contra ello en varios Concilios. Claudio lo tenia •; por innovación, como en efecto lo e r a ; y apenas llegó á

tomar posesión de su diócesis cuando mandó se quitasen. las imájenes de todas las iglesias. Fué un verdadero

: Protestante, si se puede aplicar este nombre á uno qué ' floreció hace mil años, ó poco menos. Entonces se ' echaron los cimientos de uua iglesia visible que debia í protestar contra la idolatría y la irrelijion del Anticristo

'•, ¡ Romano, siepre que éste pensase establecer su predominio •. sin oposición. Claudio encontraba á los Italianos y á los í Franceses de su tiempo tan conformes con sus principios, !. que sin ningún trabajo pudo derribar aquellos ídolos. E l l Rey de Francia, Luis el benigno, le protejió contra sus •¡ enemigos, diciendo á los que se quejaban del iconoclasta, l que la caridad le habia movido á enviarle á pastorear las

f | ovejas de las iglesias del Piamonte, por estar aquellas ¡ sumidas en la ignorancia, y por necesitar de una guía ] 'segura que las desengañase del culto erróneo á que se 5 habían entregado. I

[ i Probado está que, en el largo discurso del tiempo que I medió desde que los Papas por un lado y los Mahometa-

i I nos por otro empezaron á asolar la Cristiandad, hasta la ! invención de la imprenta, la restauración de la literatura ¡y el feliz alzamiento de Alemania contra la Curia Romana;

siempre hubo varones célebres y piadosos, ó comunidades de Cristianos fundadas ó aumentadas por ellos, que se

1 cegaron noblemente á doblar la cerviz al yugo de la men­tira, constituyéndose antes por el contrario testigos de la verdadera doctrina contra los errores que prevalecían. Pudo mantenerse Roma, porque aquellos eran tiempos de ignorancia y de degradante sumisión. Estos no lo s o n j

B

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mas ahora vuelven á aparecer la luz, la libertad verdadera, y con ellas la relijion pura de Jesu-Cristo.

En España la Inquisición, ayudada por el influjo del Sacerdocio, casi pudo (aunque no del todo) ahogar la verdad que se publicaba menos difícilmente en otras na­ciones, y tener sojuzgados á los Españoles por mas tiempo que otros. Mas últimamente, auu en España, los minis­tros de Roma han mostrado mas pudor que sus antecesores. Aquellos decian que era pecado el leer la Biblia en lengua vulgar, y llamaban veneno al agua de la vida. Estos se vea obligados á aparentar alguu respeto á la palabra de Dios, pero dicen que " l a F é y Relijion de los Protestantes no es la de la B ib l i a* . " Muchos pasos han retrocedido; y no dudamos que cada dia han de ceder mas terreno, y que el sistema humano que nació de la ignorancia y del pecado propio del hombre, que se apoya en principios puramente mundauos, y que se va desplomando ya, muy pronto desaparecerá del todo.

Hasta ahora nuestros contrarios en España no han he­cho mas que vituperarnos, y, en lugar de citar por estenso el contesto de las Sagradas Escrituras, y los hechos de la historia civil y eclesiástica, han desfigurado éstos, y ma­nifestado una ignorancia real ó supuesta, no citando de la Biblia mas que unos trozos cortos, y, por lo que parece, copiados de segunda mano, sin que los autores se atrevan á estudiarlos con el esmero y con la justa libertad que deben caracterizar á los maestros de la relijion. Nos acusan de impiedad, engaño y herejía : sin mas autoridad que sus propios asertos, esparcen calumnias, sin conside­rar que ya no se tiene á nadie por infalible, y no consi­guen mas aplauso que el de sus partidarios. Tampoco consideran que si ellos, llamándose Cristianos, muestran nu espíritu ajeno del Cristianismo, no oponiendo á lo que

* Título de un libro escrito por D. Francisco Palomino Domínguez,

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creen ser erróneo las razones y las pruebas con qtie ía relijion verdadera puede sostenerse, sino llenando las pa­jinas con los epítetos de malvado, infernal, hereje, hipó­crita, engañador, & c , & c , dan motivo á los que no creen la relijion de Jesu-Cristo para justificar su incre* dulidad, diciendo que una relijion que llena los pechos de rencor no puede ser la de Dios.

Ni ellos ni nosotros debemos dejarnos llevar de parcia­lidad á la Iglesia de que somos hijos ó ministros, ni menos al partido á que somos adictos. Nos interesa sobre todo el saber cual es el camino verdadero del cielo. Debemos, es verdad, procurar desterrar el error, para que no deje de producir sus efectos el Evanjelio; mas el error no se deshace por medio de las polémicas que ajítan los espíri­tus, sin convencer el entendimiento, ni santificar el cora­zón ; y, si nuestras almas se pierden por falta de caridad, lo cual podrá suceder, nuestra será la culpa. Por medio del pulpito y de la preusa podemos enseñar á nuestros semejantes ; pero, si les enseñamos mal, y si por nuestra falta de fidelidad se pierden sus almas, recaerá en nosotros una gravísima condenación. Estas rcflecsioiics deben in­clinarnos al sufrimiento, á la humildad' y á la oración. Mas, por desgracia, hay hombres tan afiliados en su modo de sentir, que no es de esperar que depongan fácil­mente el odio con que miran á los que están fu< ra de su gremio. Por éstos oro á Dios, pidiéndole t¡ue por su gracia haga en ellos lo que no puedan nuestros argumen­tos. Otros hay, y no pocos, de clase muy superior. M e prometo de e l lo3 , si llegan á leer los capítulos siguientes, que lo harán con candor, reflecsíonando sobre los puntos que se tratan en ellos. Les ruego encarecidamente, en nombre de Jesu-Cristo, en el que creemos todos, que lean atentamente las Santas Escrituras, y que pidan á Dios la luz de su Espíritu para poderlas entender, y no solo en­tenderlas, sino también obedecer sus preceptos y confor»

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tuarse á lo que dicta su espíritu, siendo mas difícil tributar la sumisión del corazón que el asenso del entendimiento.

No debe inquietarnos la maledicencia de los escritores y predicadores que se levantan contra nosotros, porque el Evaujelio de Jesu-Cristo es la fortaleza inespngnable en que nos guarecemos, confiando que su santa causa pronto triunfará de todos sus enemigos. Estas manos pronto dejarán de manejar la pluma, y en la muerte estas lenguas callarán. Entonces, Romanistas y Protestantes estaremos juntos ante el Tribunal de Dios ; y, teniendo casi á la vista aquel tremendo juicio, digo á los calumuiadores que de corazón los. perdonamos. Al presentarles las pajinas siguientes, confieso no ser digno de salir á la defensa de nuestra Santa Relijion, y hago oración en las palabras de David : — " Ayúdame, Señor Dios mió ; sálvame según tu misericordia. Y sepan que tu mano es ésta, y que tú, Señor, has hecho esta cosa. Maldecirán ellos, y tú ben­decirás " (Salmo e v i u . 2G—28.).

C A P I T U L O I.

BIBf.IA Y P R O T E S T A N T E S .

Ya he dicho que no es mi intento entrar en una polémica formal que sería inútil, ni confundirme á mí mismo, ni á los que leyeren, argumentando sobre cuestiones espinosas. M e ceñiié á lo mas esencial de Ja relijion, procurando desmentir algunos asertos sumamente equivocados que pasan por verdades entre la jen te sencilla y poco instrui­d a ; y manifestando, con arreglo alas Sagradas Escrituras, cual es la creencia jeneral de los Protestantes, así l lama-dos, respecto á los puntos en que disienten de la Iglesia

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de Roma. Deseoso de evitar equivocaciones sobre las pa­labras que están en uso, debo esplicar como entendemos estas dos : Biblia y Protestante.

B I B L I A es la colección de los libros del Antiguo y Nue­vo Testamento, escritos por la inspiración del Espíritu Santo. Los siguientes se comprenden en el Antiguo :— El Jénesis, el Ecsodo, el Levítico, el Libro de los Núme­ros, el Deuteronomio, los Libros de Josué, dé los Jueces, de Ruth, cuatro de los Reyes, dos de Parolipómenos, dos de Esdras, de Ester , Job , Salinos, Proverbios, Eclesiás-tes, Cantares, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amos, Abdías, Joñas , Miquéas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Aguéo, Zacarías y Malaquías. Unos mismos son los libros del Nuevo Testamento admitidos como de divina inspiración en todas las Iglesias de la Cristiandad*. Al Antiguo Testamento se añadieron algunos libros his­tóricos y morales, y se intercalaron también unos pocos capítulos ó párrafos en los canónicos ó divinamente ins­pirados, los que no fueron declarados como tales por la Iglesia de Roma hasta el Concilio de Tiento ; pues, aun­que algún Concilio ó autor eclesiástico citó estos escritos ó algunos de ellos con aprobación, semejante citación no hace inspirado lo que no lo es, ni tampoco tiene fuerza de declaración auténtica y formal. Pero no tratamos de dis­putar aquí sobre esta materia. Los Protestantes creen unánimemente que los sobredichos libros constituyen el código completo de la divina revelación, y fundan esta creencia en razones que les parecen incontestables. Las especulaciones de un Harduino ó de un Whiston nada prueban contra la unanimidad de los Romanistas ni de los Protestantes, pues siempre ha habido eruditos demasiado

* El autor no ignora que varios e8critos apócrifos se tienen, también por parte del Nuevo Testamento entre algunos Cristia­nos del Oriente ; pero en el Occidente no sa ha orijinado coutro-Yerum alguna sobre esto.

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atrevidos, tanto entre aquellos como entre éstos. N o sería justo negarnos la libertad de derivar nuestra creen­cia de dichos libros, con esclusion de los demás ; y, si se pudiera probar que nuestra fé y relijion no concuerdan con ellos, ciertamente deberiamos reconocer que con razón se nos taclla de inconsecuentes, y de no estar acordes los unos con los otros.

PROTESTANTES son los que hacen demasiado favor á la iglesia de Roma, llamándose así para espresar de este modo que protestan contra los errores que en ella se t ie­nen por artículos de fé. Mejor sería que se llamasen Cristianos reformados. De éstos hay diversas denomina­ciones, mas no disienten entre sí del modo que se dice y cree comunmente en España. Hay un punto sobre que están todos de acuerdo, y es que la Biblia es la regla tínica y suficiente de la fé y de las costumbres, habiendo sido escrita por inspiración del Espíritu Santo, y siendo así la ley de Dios. En esta creencia convienen todos los Crist ianos; mas nosotros nos precavemos del error en que muchos han caido, sustituyendo ó añadiendo á dicha ley las tradiciones y mandamientos de los hombres. Esto lo hicieron los Judíos ant iguos; y, en castigo de tan grave pecado, el Señor los desamparó, y los entregó á sus ene­migos, diciéndoles claramente Jesu-Cristo : " Erráis, por DO saber las Escrituras, ni el poder de Dios " (Mat. x x n . 2 9 . ) . "Escudr iñad las Escrituras, porque vosotros creéis que en ellas tenéis la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de m í " (Juan v. 39 . ) . " A y de vosotros, doctores de la ley, poique os habéis alzado con la llave de la ciencia, y no entrasteis vosotros, y á los que entra­ban se lo estorbasteis " (Lúe. x i . 52 . ) . Nosotros, al contrario, tenemos la mayor deferencia y veneración á los infalibles dichos de los profetas, evangelistas y após­toles. Ert ellos oimos hablar al mismo Dios. Su autoridad es para nosotros la suprema : creemos que de su fallo no

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cabe apelación á otro ninguno, por no haber otro superior á Dios, y conocemos que todo lo que nos dejaron escrito aquellos varones santos y divinamente inspirados, " es útil para enseñarnos, para correjirnos, y para instruirnos en la jus t i c i a" (2 Ti ni. n i . 10'.). Respetamos los dictá­menes de los sabios, mas estamos obligados á obedecer los mandamientos del Eterno. Y, sin hacer caso de lo que dicen algunos, adoptando el principio de la difunta inqui­sición, y la casi difunta Congregación del índice, que una Biblia sin notas es libio prohibido, nosotros la tenemos por código |>eifecto de la Ley Divina, ley que el mismo Dios nos na como para ser la regla de nuestra vida, como lo será de su ti'ial juicio ¡ y no titubeamos en desafiar á los que di­cen calumniosamente que los Protestantes en jeneral (no se deben incluir los impios que en todo el mundo se en­cuentran, y en ninguna parte mas que en Roma), no se coufonnan en lo esencial de su creencia con la Divina Revelación.

Empero, al mismo tiempo que no se conoce comentario autorizado en las Iglesias reformadas, ni se encuentra en nuestros pulpitos Biblia anotada, ni se circulan semejantes ejemplares por las Sociedades Bíblicas, porque esto sería en cierto modo ignalar las notas con el testo, se aprecia entre nosotros la erudición sagrada; y de consiguiente muchos de los mas sabios de nuestros clérigos han escrito comentarios voluminosos sobre el sagrado testo, y aun ha habido laicos que han hecho lo mismo. Sentamos por principio que la Biblia es la única regla de la fé ; mas, para que la entiendan bien y sepan esplicarla nuestros clérigos, tienen que estudiar las lenguas en que está es­crita, como también cultivar la que se llama ciencia bíblica. Y para leer, estudiar, ó sacar fruto de este sagrado libro, debemos todos implorar los aucsilios del Espíritu Santo. Diciendo, pues , que es la única regla de la fé, queremos deeir que lo es con esclusion absoluta de los escritos d,í¡

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los hombres, por sabios 6 santos que sean, como uulori-santes; mas de ningún modo eseluimos la erudición y la ciencia humana bien entendida, dirijida, santificada y he­cha eficaz por la gracia del Espíritu Santo. Quiera Dios, padre de las almas y fuente de las luces, conceder esta gracia al que indigno se atreve á emprender la apolojía de la que cree ser la verdad, como también á los que leyeren esta obrita.

C A P I T U L O I I .

U N I D A D D E LA F E .

Si la fé fuera una ciega credulidad, y la unidad de ella una uniformidad monótona de pareceres y de voluntades, con razón nos llaraarian infieles, pues semejante fé no es la que profesamos. Jamas lian convenido los hombres enteramente ni aun en los asuntos que mas fácilmente se comprehenden, y cuando los pocos han intentado suje­tar á. su soñada superioridad el ¡intelecto y los corazones de la muchedumbre, vano ha sido el intento. Y, sino, díganlo las causas innumerables, llamadas de la fé, que por seis siglos formaron los inquisidores en España. Los mismos Apóstoles, sin embargo de estar perfecta­mente acordes en todo lo fundamental de su creencia, no pensaban del mismo modo en todas las ocasiones, pero reconocían el derecho que á cada uno le asistía para mantener su parecer, cuando se trataban materias graves. Notoria es la disensión que habia entre Pablo y Bernabé (Hech. X T . 3 6 — 4 1 . ) , entre los Santos Apóstoles congre­gados en Jerusalem para discutir algunos puntos de doc­trina y disciplina (Hech. x i . 1—18. xv . 6, 7.), y entre Pablo y Pedro (Gal. n . 11—14) . Mas no por esto se

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¡atreve nadie á decir que aquellos santos varones, inspira» dos como estabau por el Espíritu Santo para enseñar como maestros infalibles la doctrina del Evanjelio, y otros muchos que poseían los dones milagrosos del mismo Es ­píritu, no tenían una misma fé, bien que algunas veces no estuviesen del mismo modo de pensar.

Los primeros maestros de la relijion reformada de J e -su-Crlsto en la época que equivocadamente se supone la primera de la Reforma, de quienes el Obispo Francés Bossuet cuenta tan pesados cuentos, no pudieron estar siempre todos conformes. Nacidos entre las tinieblas del Papismo, los principios de oscurantismo é intolerancia de que se habian imbuido dentro de los claustros ó colejios antes de su conversión, impedían á varios de ellos siguie­sen en todo la marcha franca que hubiera convenido á tan ilustres reformadores ¡ y las disputas escolásticas en que tuvieron que enredarse con los corifeos del partido Roma­no, los distrajeron mucho. Pero hubiera sido nada menos que milagro, y milagro de tal clase que todavía no se ha visto, el que los muchos autores y predicadores de aquellos tiempos, acalorados como estaban con las controversias, y en el estado de perplejidad en que se hallaban, hubiesen pensado, entendJÉte y enseñado la doctrina relijiosa con perfecta uniformidad. Esta no se ha conseguido en la misma Iglesia Romana, sino en las esterioridades del cul­t o ; y aun esto no se ha verificado sino en estos dltimos tiempos, y con notables variaciones. La mera adopción de tfn mismo símbolo, el credo de Pío IV . que no todos entienden, siendo forzada, no se puede llamar con verdad unidad de fé.

No haria al caso enumerar las diversas sectas que han ecsistido y ecsisten todavía dentro de la comunidad roma­na, porque semejante diversidad es inevitable; y ni Ro­manistas, ni Griegos, ni Reformados, pueden ni deben cortar el vuelo al intelecto humano, obligando á todos á

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que piensen de un mismo modo, sobre los infinitos puntos de fé, de costumbres y de mera opinión, que son suscep­tibles de discusión. Unusquisque in suo sensu abundet. Cada uno abunde en su sentido, dice el Espíritu Santo por boca de S. Pablo. No tenemos unidad de pareceres, ni esperamos tenerla; pero la gran mayoría de los Protes­tantes nos gloriamos de una preciosa unidad de fé, porque esta fé es común á todas las secciones 6 ramas principales del Protestantismo. Pero es menester esplicar también esta palabra F E .

Es la creencia, <S íntima convicción de la verdad*, la que se nos declara por medio de la Divina Revelación. N o todos entienden del mismo modo todas las espresiones de la Santa Biblia j pero sí convienen que en ella se encierran las verdades que se deben creer, y que, no habiendo otro libro escrito por la inspiración de Dios, no hay otro que estemos obligados á admitir como de autori­dad divina. Valiéndonos de las luces de la crítica, de. los testimonios de la antigüedad, y del socorro del Espíri tu Santo que influye en los corazones de los que con humildad imploran su auesilio, procuramos averiguar su verdadero sent ido; v de esta averiguación resulta el que convenimos en creer los artículos de F é eompreliei»4}dos en el credo llamado Apostólico, con la tínica escepeion de la secta que niega la Divinidad de nuestro Salvador, secta antiquí­sima que por desgracia ecsistia aun en el tiempo de S. Juan (1 Juan n . 22, 23 . ) , y se estendió después hasta los líl-timos límites del orbe Cristiano, perpetuándose desde el siglo de Atanasio hasta hoy. Unidos, pues, en creer los artículos fundamentales de la Relijion Cristiana, ninguna discrepancia de opiniones sobre otros mas ó menos impor­tantes, es suficiente para destruir esta unidad.

Tomada la palabra F E en su sentido mas elevado, esta-

n£<TTií dicitur quasi ire«rT« h. TÉTTCÍCTCU.

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mos todavía mas unidos. Dice S. Pablo que la Fé es la sustancia de las cosas que se esperan, el argumento ó demostración* de las que no aparecen (Heb. x i . 1.). Esto no se puede entender literalmente, porque de cosas no eesisteutes y que solo se espera ecsistirán, no hay sus­tancia, ni puede haber demostración de lo que todavía no es aparente. Pues en estos términos se nos enseña que la fé verdadera, que es don de Dios (Efes. n . 8 .) , es don maravilloso, porque es sobrenatural, y no dimana de los maestros que no podrían demostrar lo que por sí es invi­sible ; que no está en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios {1 Cor. n . 5 . ) . Lejos de orijinarse en el hombre, se opone del todo á las propensidades de su naturaleza depravada, y en algunos casos parece repug­nante á todo lo que aparece ; de manera que nosotros, á ejemplo de Abraham, amigo de Dios y padre de los fieles, caminamos por la fé, y no por la apariencia (1 Cor. v. 7 .) ; justificados por la fé, tenemos f paz con Dios por nuestro Señor Jésu-Cristo (Rom. v. 1.). Esta paz es efecto de la fé que caracteriza á los Cristianos verdaderos. Estos se encuentran en todas las Iglesias Reformadas, y se conocen por hermanos en Cristo, prescindiendo de la diferencia de sus nombres ; tienen, y 'conceden á otros que tengan, la justa libertad de conciencia y de cu l tos ; adoran á Dios del modo que mejor les pa rece ; se toleran mutuamente ; y, lo que es mas que tolerar, se abrazan en la unidad de tan santa fé, y desmienten así la calumnia de los que los acusan de ser enemigos. H é aquí el sagrado lazo que une á los amigos y bienhechores del jénero humano, el prin­cipio común que los dirije en las empresas arduas á que se'dedican con el fin de promover el bien de sus semejan-

t La lección de la Vulgata habeamus, tengamos, es ¡necsacta. JE1 Griego dice íxohfl,t tenemos.

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tes . Ejemplos de esta union son las Sociedades Bíblicas, y otras muchas semejantes establecidas en todos los países libres, donde el Presbiteriano, el Independiente, el An­glicano, el Metodista y otros de muy diversas opiniones, se asocian cordialmente sin otro vínculo que el de la fé v caridad cristiana, ni con otro fin que el de glorificar á Dios y hacer bien á los hombres. Esta es la verdadera unidad de Ja fe, cual nunca se ha visto en España bajo la influencia de un clero dominante, ni que ha podido esta­blecerse en pais ninguno por las congregaciones de la Curia.

C A P I T U L O I I I .

TRADICIONES. •

No reconocemos otra ley mas que la escrita, porque, en materia de relijion, las costumbres no. tienen fuerza de ley, ni deben tenerla, pues esto no podría suceder sino, en el caso de ser la ley divina defectuosa ó ambigua ¡y no lo es, porque " l a Ley del S e ñ o r e s sin mancilla, que¡ con­vierte las almas ; el testimonio del Señor es fiel, ,que da sabiduría á los pequeñuelos. Las justicias del Señor solí derechas, que alegran los corazones; el precepto del Se­ñor claro, que alumbra los ojos " (Sal. x v m . fc>, 9¡).

Hay muchísimas tradiciones, mas no todas sím de la.mis­ma clase, ni las graduamos de fidedignas ni de falsas ab­solutamente. Si se refieren á. hechos, las eesáminamos cotejándolas con los datos bien autenticados de la historia; y, si son relativas al dogma,, las comparamos, con el testo de las Sagradas Escrituras, único depósito divinamente autori­zado de la Ley y Doctrinf Crist iana; y de este modo les damos el valor que les corresponda. Pero semejantes in­dagaciones nó pueden hacerse sino por los eruditos* y de

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éstos hay muy pocos ; y, aun cuando una tradición me­rezca su aprobación, no la admiten como autorizante ni obligatoria, ¡porque esto sería desentenderse de la soberana autoridad de Jesu-Cristo, el cual dijo á los Judíos, y en ellos á los que pecan riel mismo modo: " Habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición. ¡ H i p ó ­critas ! bien profetizó- de vosotros Isaías, diciendo: Este pueblo me honra con los labios, mas su corazón está lejos de mí. Y en vano me dan culto, enseñando coi»o doc­trinas preceptos de hombres " (Mati xv . 6—9.) . El Señor es Dios celoso que no dá su gloria1 áo t ro¿ ni sufre que se mude su Ley, amplíándola> con añadiduras inventa­das por los hombres. Y así dijo 'Moyses, hablando por la inspiración' del Espíritu S a n t o : " N o añadiréis á la palabra que yo os hablo, ni quitaréis; de el la : guardad los mandamientos del Señor Dios vuestro que yo os i n t i m o " (Deut. iv. 2 . ) . Después del legislador Hebreo, Salomón, el mas sabio de los reyes, repite lo mismo : " N o añadas cosa alguna á las palabras de él (de Dios) porque no seas reprehendido, y hallado mentiroso " (Prov. x x x . 2 . ) . Y el último de los escritores inspirados, completando con el libro del Apocalipsis el canon dé la Divina Revelación, cierra la puerta á los novadores que Quisieran hacer adi­ciones á la Santa 'Biblia bajo cualquier titulo ó pretesto, protestando que, " s i alguno--añadiere á estas palabras alguna cosa, pondrá Dioí sobre él las plagas qUé están escritas en este libro. Y , si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía (y los Otros libros no son ménoá sagrados), quitará Dios su parte del libro de la vida, y de la ciudad Santa, y de las cosas que c»tán escritas en este l i b r o " (Apoc. X X I I . 18, 19.) . <•• i

Teniendo á la vista tan solemnes amonestaciones¿ no nos atrevemos á 'haeer ampliaciones ni enmiendas eri el sacrosanto código de la Ley de Dios. Los libros qufe lo componen han sido ecsaminados por los doctores nías pida

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é instruidos de la Iglesia universal,, desde su primera publicación has tahoy . Defendiéndolos contra las impug­naciones de los incrédulos, nosotros también los hemos ecsamiuado, y los hallamos como oro acrisolado en el fuego, purísimo, sin liga que lo deteriore. La moral, enseñada por los sagrados escritores desde Moyses hasta Juan , siempre es la misma. Las profecías ya se lian cum­plido en gran parte. La historia sagrada está comprobada por el testimonio unánime de los historiadores mas fide­dignos, Judíos y Jenti les . Su estilo es castizo y sencillo, al paso que sublime. El espíritu que respiran es puro, es celestial. Más los libros que también se admitieron como canónicos en la Iglesia de Roma, solo teniendo á su favor el sufrajio .variable é incierto de la tradición, carecen de estas calidades; y cualquiera qué, después de.leer los cinco libros de Moyses, los Salmos 6 las Profecías, siga cou aquellos escritos apócrifos, hallará estampada en ellos la imperfección humana, y todo lo que caracteriza al espí­ritu profano, de manera que ellos mismos desmienten esta moderna tradición, y por su mismo contraste atestiguan el príjen divino de los Libros llamados canónicos, que son los únicos escritos por la divina inspiración.

E l decir que admitimos estos libros por divinamente inspirados bajo la autoridad de la tradición, ó de la Igle­sia, es muy iuecsacto. Las Sagradas Escrituras no se admiten como tales por ser recomepdadas por ninguna Iglesia part icular; antes al contrario, todas las ramas del Cristianismo, inclusas las que se llaman Católicas, han convenido y convienen en recibirlas, leerlas con venera» cion, y reconocerlas por divinas ; y ésto sin poder negarse á ello, porque llevan en sí mismas las pruebas de su autenticidad,

Dios inspiró á los Santos Profetas y Evanjelistas, para que nosotros, leyendo sus Escrituras, tuviésemos consuelo, fé y esperanza. Pero , si hemos de depender de un Sa?

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ccrdocio humano, por no decir egoísta é intolerante, y pedirle licencia para leerlas, y si se nos obliga á creer como auténtico cuanto nos presente como tal, queda frus­trado el designio benéfico del Padre de las luces ; y los que no pertenecen á la Iglesia gobernada por dicho clero, se dedican en vano á su lectura, á pesar de que lo hagan con toda sinceridad, y orando á Dios. ¡ Gracias á Dios que no sucede así ! Los que no dependemos del despo­tismo ultramontano somos los que gozamos del mayor consuelo, de la mas viva fé, y de las mas firmes esperan­zas, confiados en el infalible testimonio de las palabras de Dios. Nosotros nos confundiríamos como los secuaces de aquel clero, si á cada paso se nos citasen tradiciones tan numerosas, tan inciertas y tan discordes, como sou las que se mientan en sus libros.

Dicen que la palabra no escrita fué la primera regla de! Cristianismo. Se equivocan. Varios discursos y los prin­cipales escritos de los Apóstoles, contiene el Nuevo Tes­tamento ; y por éstos consta que los primeros predicadores del Cristianismo, incluso el mismo Jesu-Cristo, se referían constantemente á ta escrito en el Antiguo Testamento, en confirmación de su doctrina. Es te hecho prueba lo con­trario de lo que afirman ellos.

Dicen que la práctica jeneral, con respecto al Bautismo, no tiene mas fundamento que la tradición. La práctica nuestra está arreglada á las Sagradas Escrituras, seguí» las entendemos, como puede averiguarlo cualquiera que lea algún libro de autor Protestante en que se trate la materia. En lo accidental tal vez se admitirían por algu­nos como dignas de consideración las opiniones de los antiguos ; mas, en lo esencial, todos apelamos á la única autoridad del Sagrado Testo.

Dicen que, ateniéndose á la tradición, se evita la in­terpretación errónea de las Sagradas Escrituras. Nosotros decimos que el Papismo es una corrupción total de ellas,

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por haberlas suplantado con las tradiciones. Su aserto, pues, no es prueba; y, como no lo admitimos, deben con* ceder, cuando menos, que el pleyto no está decidido todavía. Y, aunque la Tradición sea necesaria para man­tener un sistema de dominación eclesiástica, nunca podrán probar que el Dios que tantas veces prohibió las tradicio­nes como reglas de fé y de costumbres, ha venido en sancionarlas. Y, aun si no fuera así, deberíamos estudiar el Talmud de los Judíos, mas bien que los Concilios y los Padres , por ser aquel la colección mas antigua de tradi­ciones que ecsiste.

Cierto escritor dice que " la Sinagoga tuvo por hagió-grafos " los libros Apócrifos que declaró el Concilio de Trento haber sido divinamente inspirados. Mas esto es sumamente inecsacto. Hagiógrafos quiere decir Escrituras Sagradas, y es una palabra Griega * que casi equivale á otra Hebréa f usada como título jeneral de los libros de los Salmos, Proverbios, J o b , Cantares, Ruth, Trenos, Ecle-siastes, Es te r , 'Danie l , Ezra, Nehemías, y los dos de las Crónicas. Esto debia ignorarlo dicho escritor.

Suponiendo que hubo una serie no interrumpida de tra­diciones desde"los Apóstoles hasta el Concilio de Trento, dicen que en él habló la Iglesia. La Iglesia no pudo hablar en Trento. ' La Iglesia está esparcida por todo ; el nrañdo,'y no hubo>en dicho Concilio'qnien la 'representase. Roma estaba muy; bien representada por los eclesiásticos Italianos que con sus adictos formábanla gran mayoría de dicha asamblea, quedando fuera los> que no querían verse aburridos por los pontificios, ó que estaiban anatematizados por ellos. Y las Iglesias orientales que eran tan Cristia­nas como la de Roma, no pudieron ni debieron ser repre­sentadas en dicho Concilio donde reinaba la parcialidad, de modo que en él no pudo- hablar- la Iglesia; Tampoco

* 'Áyióypaipa. tB'aini, escrituras.

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son voz de la Iglesia las tradiciones particulares, ni los decretos de Papas, Congregaciones ó Concilios. Jamas se reunió én Concilio toda la Iglesia, ni mandó Cristo que así se reuniese. De consiguiente, aun no ha hablado, y ahora no es posible que hable la Iglesia universal. No oimos su voz, pero sí oimos la voz de Dios que eu las Santas Escrituras habla clara y eficazmente á nuestro en­tendimiento y á nuestro corazón.

Citan, en defensa de las tradiciones, los siguientes lu­gares de la Sagrada Biblia.

2. Tes. I I . 14. " H e r m a n o s , estad firmes, y conservad ¡as tradiciones que aprendisteis, ó por palabra, ó por carta nuestra." Los discursos y las cartas que dirijió S. Pablo álos Tesalonicenses se llaman tradiciones, si así se traduce la palabra del orijinal Griego *, que significa instrucción dada, bien de palabra, ó por escrito. Los Tesalonicenses ciertamente debian guiarse por la instrucción del Apóstol ; mas esto no prueba que estemos obligados á recibir otras instrucciones, y menos si son totalmente diferentes de aquellas.

2 Tim. i. 13, 14. Dice S. Pablo á Timoteo : " Guarda la forma de las sanas palabras que me has oido, en la fé y amor en Jesu-Cristo. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros." ¿ Y qué tiene que ver esto con la tradición ? Nada. Pruebe lo contra­río el que pueda.

2 Tim. i i . 2 . " L a s cosas qué has oido de mí delante de muchos testigos, encomiéndalas á hombres fieles, que sean capaces de instruir también á otros." Esto lo haría Timoteo; y, si todos los llamados ministros de Jesu-Cristo hubieran sido fieles, y capaces de instruir ú otros, y esto en el largo discurso de diez y ocho siglos, la tradi­ción, ó instrucción dada al pueblo, hubiera sido conforme

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á las Escrituras de los Apóstoles, y la Cristiandad se hallaría en un estado muy diferente del actual. Pero los clérigos no han sido jeneíalmente fieles ni instruidos. La tradición fidedigna del Evanjelio muy pronto cesó, y bajo la autoridad de la historia eclesiástica de los primeros siglos, podemos asegurar que, inmediatamente después de los Apóstoles, se iban entremezclando tantos errores con la doctrina que se enseñaba al pueb'o, que ni aun en el primer siglo del Cristianismo se transmitió una tradición 6 enseñanza completamente sana.

Desechamos, pues, toda tradición que se llame autori­zante en materias de fé, por ser muchas veces contraria á los preceptos de Dios, según se demostrará mas adelan­te , y porque suelen desmentirla los hechos consignados en ¡a historia, los que manifiestan la poca fidelidad é ignorancia de los Sacerdotes Papistas y otros.

C A P I T U L O IV.

LA IGLESIA.

No cabe disputa sobre la significación de la palabra Iglesia *. Por otra parte, es iniítil discutir la cuestión de cual de las Iglesias entre las que está dividida la cris­tiandad, es realmente la de Jesu-Cristo. Mas, aun si hubiera una que pudiese apropiarse tan venerable título, negamos que fuese infalible. Los individuos que componen una Iglesia son falibles, sin escepcion a lguna; y, siendo

* Varios autores dieen que el clero es la Iglesia; mas, como no encuentro semejante definición en los libros simbólicos de la Igle­sia Romana que tengo ecsaminados, no me detengo en demostrar su inecsactitud.

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así, no es posible qne el conjunto de ellos esté eesento de error. Todas las Iglesias conocidas se han mostrado su­jetas al error, ó, cuando menos, á la imperfección. Los que se titulan teólogos no ignoran este hecho notorio ; sin embargo, no cesan de llamarse infalibles ; y, como citan algunos pasajes de la Divina Revelación con que pretenden probarlo, conviene recorrerlos. '

Mat. xv i . 18. Dijo nuestro Señor á Pedro : " Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y portee inferi no prevale­cerán contra ella." No tenemos inconveniente en conce­der que á S. Pedro pertenece el honor de llamarse la piedra sobre la que fundó Jesu-Cristo la primera Iglesia Cristiana, por haber sido dicho Apóstol el primer pre­dicador, por medio de cuyos sermones se convirtieron muchos Judíos , y también muchos Jentiles (Hechos n . y x . ) . Las puertas del Ades *, ó, como dice el Latin, porta inferi, son la muerte, ó las maquinaciones con que los enemigos de la Iglesia intentan destruirla. Promete Cristo que su Iglesia, que entonces estaba por estable­cerse, uo sería destruida ; mas no dice que los individuos que habían de componerla serían infalibles. Dios sostiene la verdadera Iglesia de Jesu-Cristo, como sostuvo la de Moyses, á pesar de los gravísimos errores de muchos de sus ministros y de su pueblo.

1 Tim. m . 15. Llama S. Pedro á la Iglesia columna y apoyo de la verdad, y está claro que lo es ; porque sin Iglesia no se hubiera conservado el conocimiento del ver­dadero Dios antes ni después de la venida de Jesu-Cristo. Esto no obstante, la Iglesia erraba fatalmente antes de aquella época, sustituyendo á los mandamientos de Dios los preceptos de los hombres; y del mismo modo erró después. La Iglesia del Dios Vivo que ecsiste donde quiera que se reúnan dos 6 tres buenos Cristianos, con el •— _ _ . .—T

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Salvador presente por su espíritu en medio de ellos, es columna y apoyo de la verdad ; pero las Iglesias decaídas no merecen llamarse así, á no ser que en cierto sentido lo sean, pues aun la mas corrompida de ellas conserva en su pureza el testo orijinal de la palabra de Dios, como en testimonio contra sí misma. Dice S. Pablo que la Iglesia es columna de la verdad, hablando en el estilo figurado que estaba en uso en la sinagoga como también dicen los Judíos que Abraliam era la columna del mundo * ; mas no por esto se atrevería nadie á decir que el esposo de Sara fué infalible. Tampoco lo es Iglesia alguna, y ciertamente no lo es aquella que abriga en su seno la sangrienta Inqui­sición, la diplomacia Jesuítica, el clero amancebado, y el odio á las luces y á la libertad.

Mat. x x v m . 20. Cuando Jesu-Cristo envía A SUS Apóstoles á predicar el Evanjelio á todo el mundo, les animó, diciendo : " Mirad que yo estoy con vosotros todos los dias, hasta la consumación de los siglos." Dios pro­mete también asistir á su pueblo. Mas no debe creerse uno infalible porque Dios le asiste en tiempo de necesidad. Tampoco se obliga Dios á cumplir las promesas que nos Lace sin que cumplamos las condiciones anejas á e l las ; y si los ministros del Santuario no enseñan al pueblo á hacer todo lo que él les mandó, ó si pecan por esceso, invali­dando, en cuanto de ellos pende, los mandamientos de DÍ05, mezclando con ellos las tradiciones de los hombres, sea la que fuere la significación de la citada promesa, no pueden reclamar su cumplimiento.

Juan xiv. 1 (i, 17. 2.0". Jesu-Cristo prometió á sus discípulos que les daría otro consolador, el Espíritu de la Verdad, que moraría siempre con ellos, y que les ense­ñaría todas las cosas. Pero, dígannos los teólogos Roma­nistas como se ha cumplido esta promesa. Es innegable

cbw ra TO *

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que muchos de los ministros de todas las Iglesias del mundo no son así enseñados por el Espíritu Santo, pues ignoran gran parte de lo que deberían saber, y no siempre se guian por lo que saben. Luego, si Jesu-Cristo hizo su promesa á la Iglesia visible en su totalidad, falta á su promesa ; mas lejos de nosotros sea semejante blasfemia. Leyendo este capítulo (el décimo cuarto) del Evanjelio según S. Juan, hallamos que las preciosas promesas, re­lativas á la iluminación del Espíritu Santo, se hacen á los que aman á Dios, creen en su amadísimo Hijo, y guardan sus mandamientos; mas, aun cuando todos los clérigos Romanos, Griegos ó Protestantes, hiciesen ésto, no de­jarían de ser hombres, y sujetos á eirar. Hay muchos pasajes semejantes al citado, y no titubeamos en asegurar que se cumplen señaladamente en los que observan las condiciones que Dios impone en el los; mas no hay lugar del Antiguo ni del Nuevo Testamento en el que encon­tremos que Dios prometió á su Iglesia la infalibilidad. Dejémonos pues de disputas, y arrojémonos á los pies de Jesu-Cristo, pidiéndole el socorro del Santo Paracleto que dijo se nos enviaría del Padre.

No nos detengamos en hablar sobre la visibilidad de la Iglesia, porque no puede haber iglesia ó congregación invisible. Como toda reunión ó corporación humana está precisamente á la vista, las iglesias son visibles de por s í ; y por lo que se ve en ellas podemos juzgar si son partes integrantes de la Iglesia universal de Jesu-Cristo. Ex fructibus eorum cognosceti? eos; por sus frutos los conoce­réis. Si por acaso algún autor Protestante habla de igle­sia invisible, lo hace por señalar el contraste (pie hay entre las comunidades meramente visibles, y la comunión de los Cristianos verdaderos que se mantiene con independencia de ellas, que es el euerpo místico de Cristo, y que se llama la Ig/esiu espiritual. En este sentido solamente se puede admitir la palabra invisible, y no debe usarse en otro.

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C A P I T U L O V.

PASTORES V DOCTORES DE LA IGLESIA.

Para enseñar al pueblo, y conservar el buen orden en las Iglesias, son necesarios los pastores y los doctores. La palabra de Dios, Ja razón y la necesidad, demuestran que cada grey debe tener su pastor, y que, sin maestro qué instruya, pocos ó ningunos se dedican á aprender. Prescindiendo de la diversidad de pareceres y de costum­bres que se nota en las Iglesias reformadas sin perjuicio de su unidad en la fé, y sin contar las pequeñas sectas que aparecen y desaparecen dentro de ellas sin que por esto á ninguna se persiga, nos defendemos contra las calumnias de los que dicen que negamos la necesidad de que los haya, con observaciones como las siguientes.

Nadie se cree por sí solo capaz de formar su fé por inspiración del Espíritu Santo, sin consultar autoridad alguna, ni de resolver por sí cualquiera cuestión tocante á la f é * ; ni hubiera podido mantenerse la Reforma por mas de tres siglos, y esteuderse por todo el mundo, sin mas apoyo que la doctrina desorganizadora que se nos im­puta . Los ministros evanjélicos son pastores y doctores, porque gobiernan <5 dirijen las iglesias, y enseñan á los que están confiados á su cargo.

¿o.? Doctores, ó maestros, son los espositores de la pa­labra de Dios, y, en la inmensa mayoría de las congrega­ciones reformadas, ninguno ocupa la cátedra del Espíritu Santo que no sea destinado y autorizado formalmente para ello. No se persigue á alguno que otro que se aparte de esta regla común, por motivos particulares con que crea poder justificarse; pero semejantes individuos tienen que arreglarse tarde ó temprano al orden establecido, agre-

* Esto es lo que dice el autor de la llamada DEMOSTRACIÓN arriba citada.

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gándose á alguna de las corporaciones eclesiásticas reco­nocidas. La cuestión principal es saber como se autoriza este ministerio. Bien por el snfiajio del pueblo, ó bien por la sanción de los ministros superiores, ó, según se requiere jeneralmente, por el asenso y aprobación de unos V otros, los que parecen idóneos para desempeñar sus sagradas funciones se constituyen en él. Los doctores así constituidos en sus iglesias respectivas, se atienen en un todo á los libios inspirados, del mismo modo que, en las naciones mejor gobernadas, los abogados y los jueces acatan las leyes, se dedican esmeradamente á su estudio, y no se atreven á dar su fallo como en virtud de alguna autoridad con que estén revestidos, sino con arreglo á los estatutos publicados por la competente autoridad, ó á la ley común.

Y una deferencia no menos lata á la autoridad suprema es sumamente necesaria en materias relijiosas ; porque tal es la frajilidad humana, que, si fuera permitido á hombre alguno decidir auloritativamente sobre las cuestiones re­lativas á la fé y las costumbres, abusaría el sujeto tan privilejiado de su alta prerogativa, y pronto nos veríamos reducidos á la mas degradante sujeción por los jefes eclesiásticos. Estos dariau la regla, y se creerían supe­riores á todo tribunal humano ; y los ministros de Jesu­cristo, no pudiendo ya ejercer nuestro propio juicio, y de consiguiente libres de responsabilidad, caeríamos en un estado de fatal indiferencia, con gran perjuicio de nuestro sagrado ministerio, y de las almas de nuestros feligreses. Pero no se encuentra en la Santa Biblia ejem­plar ni título con que justificar semejante usurpación. Moyses, Josué , Esdras, Nehemías, los Sumos Sacerdotes, los Reyes y los Profetas, leyeron al pueblo la ley de Dios, se la esplicaron palabra por palabra, y se sujetaron á ella. Jesu-Cristo abrió el entendimiento de sus discípulos para que entendiesen las Sagradas Escrituras. Los Apóstoles

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no pretendieron ser mas que testigos de los hechos que habían visto, y, como testigos, intérpretes de las profecías que entonces tuvieron su cumplimiento. Todos sus ser­mones fueron esplicaciones de la doctrina evanjélica, apo­yada como está en la Ley de Moyses, y confirmada por las profecías ya cumplidas, y por los milagros hechos; y jamas se propasaron á mandar á sus oyentes que les cre­yesen ú obedeciesen, sino que escudriñasen las Sagradas Escrituras, para ver si habían dicho la verdad. Dios los ordencí para ser maestros de su doctrina, mas no los auto­rizó para ser dueños de la conciencia.

Los Pastores de la Iglesia universal de Jesu-Cristo ejercen un oficio distinto, sí, pero inseparable del de los primeros. Y ¿ hasta donde se estiende su autoridad ? Hasta el punto señalado por el Espíritu Santo en los pasajes siguientes.

H e b . x x . 28 . " Mirad por vosotros, y por toda la grey, en la cual el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para gobernar la Iglesia de Dios ." Como está traducido este pasaje en la versión Vulgata Latina, no es tan claro como el orijinal. Este manda á los pastores, qm- llama super­intendentes* (pues no habia entonces funcionarios seme­jantes á los obispos diocesanos, ni inventó S. Pablo un nombre nuevo para señalarlos), que pastoreasen^ la Iglesia

* La palabra obispo se deriva del Griego It'mtkokos, orijinal de episcoptis, vescovo, evoque, obispo, bishop, &c., (pie no tiene en los autores antiguos el sentido que en los modernos, Iiesy-chio, célebre gramático del siglo sesto, la esplica por fSaaiAeiis, éirqKoos, <p¿Aa£, ¿7r<Í7rT7js. KaTacrtcoiros, re;/, escucltador do ruegos, guardia, inspector, recimocedor. El obispo del reino es el rey, el de la grey, el pastor ; y así en todos casos se debe traducir según el sentido que tenga.

f Dice el Apóstol iroifialveiv, pastorear, y así representa la Igle­sia de Dios bajo la sencilla comparación de una grey muy nu­merosa, dirijida por sus pastores. En 1 Pedro v. 2. el mismo vorbo se traduce por pascite, apacentad, en la Vulgata.

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de Dios, e s t o e s , la grey que estaba fiada á su dirección; Estos ministros son responsables directamente á Jesu-Cristo, " el gran pastor de las ovejas " (Heb. x n . 20 . ) , como S. Pedro Ib dice con toda claridad: " Apacentad la grey de Dios, que está entre vosotros, teniendo cuidado de ella, no por fuerza, sino de volúutad, según Dios : ni por amor de vergonzosa ganancia; mas de gradó. Ni como que queréis tener señorío sobre la herencia, sino hechos dechado de la grey : y cuando apareciere el príncipe de los pastores, recibiréis corona de gloria que no se puede marchitar" (1 Ped. v. 2—4. ) . Aquí está prohibido á los ministros Cristianos el enseñorearse del pueblo que es la herencia ó clerecía del Señor, porque las palabras que se hallan en la versión Latina (in cleris) no se refieren al clero, sino al pueblo, según se esplica en la n o t a * . Aquellos ministros primitivos fueron loS pastores de la grey, mas de ningún modo sus dueños ; y en el mismo concepto se tienen los ministros Protestantes.

No ignoramos que los Apóstoles y sus colaboradores;, reunidos en Jerusalem, publicaron un decreto, á fin de acortar una controversia que entonces ajitaba á la iglesia; pero no por esto nos creemos menos obligados á guardar todos los mandamientos de Dios. Y , no siendo éstos de-

* La palabra KAíjpós copiada, no traducida, en el Latin, eS cie-rus. Los autores eclesiásticos ¡a usan por estado eclesiástico; ó clero; pero los autores antiguos, sagrados y cl;ísicos¡ no la en­tendían ni podían entenderla en este sentido, porque hasta el tiempo de los Apóstoles no hubo clero Cristiano ; y en este pasaje el clero de que habla S. Pedro no sé compone de lo'i ministros, sino de los que están bajo su dirección. En las dos versiones mas antiguas del Nuevo Testamento se traduce de este modo : La Si­riaca simple dice la grey del Seíwr, y lá Etiópica, íjí pueblo. Él sabio Amat, en su paráfrasis de este lugar, pone el clero, 6 lá heredad del Seíwr, y en una nota se esplica en estos términos i El pueblo de Israel se llamaba clero, esto es> herencia, suerte, ú patrimonio de Dios;

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fectuosos, no se lian enviado al mundo nuevos Apóstoles con la facultad de imponer al pueblo otro yugo mas pesa­do que el de Cristo, ni se lian sustituido otros preceptos á los suyos. Creemos, como otros, que el Espíritu Santo influye en los corazones de los fieles, mas no tanto para inclinarlos á creer á los pastores y doctores, como para in­fundir en ellos verdadera fé en Jesu-Cristo, nuestro único Salvador. No se limitan las influencias de la gracia á la clerecía de una iglesia con esclusion de las demás, ni de­ben todos los que, bien ó mal, se crean ordenados canó­nicamente, esperar que por esto solo tan alta sanción consagre su ministerio. Notoria también es la disensión que reina entre los clérigos de la Iglesia Romana, y con la cual no es compatible la asistencia del Espíritu Santo. Algunos predicadores atizan la discordia y la sedición, otros cesortan á la paz. Algunos son milenarios (no digo si éstos tienen ó no razón), y otros los llaman herejes. Algunos predican la libertad del albedrío, y otros absolu­tamente la niegan. Muchos predicaron en un tiempo que la Vírjen María fué concebida en pecado, y otros sostu­vieron lo contrario. No era posible que todos pensasen de un mismo modo; pero hubieran debido tener mayor moderación, y no dar márjeii á decir que los teólogos son los disputadores mas tenaces y menos sufridos del mundo, y que. las controversias teolójicas son las que mas han ecsacerbado los ánimos. Y ¿ el Espíritu Santo asiste ¡i todos ellos en medio de sus animosidades, sus neglijencias y sus opresiones, solamente porque fueron ordenados seguu el Pontifical Romano ? Nadie lo crea.

C A P I T U L O V I .

CABEZA DE LA IGLESIA.

Jesu-Cristo es " l a Cabeza del cuerpo de la Iglesia, teniendo él mismo la primacía en todas las c o s a s " (Col. i. 18.). Este es " el santo y el verdadero, el que tiene la llave de David ; el que abre, y ninguno cierra ; cierra, y ninguno abre " (Apoc. m . 7.). Cualesquiera que fue­sen las prerogativas de S. Pedro y de los demás Apósto­les, es cierto que no las legaron á otros, pues no tuvieron sucesores. Ellos fueron los testigos de la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesu-Cristo, y, habiendo dado su testimonio, cuya obligación no se pudo delegar á otro que no había visto al Salvador, murieron ; y con ellos cesó el Apostolado. Cristo, al contrario, no muere." Después de resucitado, subió á los cielos, se sentó á la derecha del Padre Eterno, permanece en sil gloria, hace perpetuamen­te intercesión por nosotros, y es conocido como cabeza de la Iglesia. Dice que donde quiera que estén dos ó tres , congregados en su nombre, está en medio de ellos ; que es el chinitio, la verdad y la vida, y que ninguno viene al Padre sino por él. Todo esto es terminaute. No cabe duda en su interpretación, y lo mismo e'stá consignado con no menos claridad en los escritos de los Profetas y de los Apóstoles que también estaban inspirados. Los secuaces del Papa, partiendo del principio equivocado que lo que se dijo á S. Pedro debe entenderse como dicho también á sus sucesores (y el suponer qiie tiene sucesores es también equivocación), citan ciertos testos en apoyo del aserto que el obispo de Roma es cabeza de la Ig les ia ; pero no me detengo en esplicar aquellos pasajes, porque, después de los arriba referidos, no habiendo otros que digan lo con­trario, no deben entenderse las palabras de Jesu-Cristo

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i Pedro como renuncia de su supremacía, ni como delega­ción de sus facultades, y porque, para demostrar lo mal interpretadas que han sido por el Romnnismn, sería me­nester llenar muchas pajinas. Pero los tengo comentados por estenso en otra obra * á la que. remito al lector que quiera convencerse que no tienen relación alguna con los obispos de Roma.

C A P I T U L O V I I . •

LA PENITENCIA.

La penitencia es " e l dolor y arrepentimiento que se tiene de algún mal hecho, ó el sentimiento de haber eje­cutado alguna cosa que no se quisiera haber h 'ec l io t ." , Nuestros predicadores, muy lejos de decir qné la peniten- ! cia no es necesaria, denuncian la ira de Dios contra los pecadores impenitentes, usando con frecuencia de ,las pa­labras del Salvador : Si no os arrepintiereis, todos pere­ceréis ( L ú e X I I I . 3 . ) , porque son enviados á predicar la penitencia para la remisión de los pecados, mediante la fé que tiene el penitente en Jesu-Cristo, y creen que, al arrepentirse el pecador, doliéndose dé corazón por haber ofendido á Dios, da el primer paso en el camino de la salvación. Fácil es levantar calumnias contra nosotros, y propagarlas como si estuvieran bien fundadas, citando algunas palabras aisladas de Lutero, Calvino, Wesley, ú otro autor part icular ; pero estas calumnias pronto queda­rían desmentidas por el contesto de los mismos autores.

* Los Cuatro Evanjelios, traducidos del Griego prijinal, á {lustrados con notas.

•(• Diccionario de la Aoadcmia,

;No conviene engolfarnos en una logomaquia sin otro fin ique el de justificarnos de semejantes inculpaciones que ¡son de poco ó ningún valor. En nuestros pulpitos se pre­d i ca la doctrina común de los Cristianos Reformados, con ' respecto á la penitencia : y los que no oyen los sermones, •¡pueden leer los libros que publicamos en Español , en los ique hallarán una doctrina muy diferente de la que se nos {imputa. •j {

j

1 C A P I T U L O V I I I .

I I LA JUSTIFICACIÓN POR LA F E . I . •• .: I La justificación, ó perdón de los !p.ecados, se cpnqede, I por la gracia de. Dios, á los que se.arrepienten y creen en | Jesu-Cristo. " Somos justificados por ¿a fé" (Rom. v. | 1.); y en el último dia Dios dará á cada uno según sus I obras (Mat. x y i . 27 . ) . i No puede haber fé verdadera,en i el que no) hace buenas obras, porque esta gracia es tan I eficaz, y es precedida tan constantemente por el odio al I pecado, que los penitente^ precisamente dejan los pecados I en que vivían antes de arrepentirse, y dan los frutos de la' I fé, que son las buenas obras. Con el fin de protestar de | un modo nada equívoco contra el error de los que dicen | que el hombre es justificado por la fé juntamente con* las íj obras, como si éstas no fueran efecto de la gracia, s¡no I causa de ella, algunos han dicho que, el hombre es justi--I ficado por la fé sola, sin las obras. Esta proposiciou es I ambigua sino se esplica, y por esto ¿no debe sentarse así I en términos jenerales sin la debida restricción. La doc-3 frina comují de los Protestantes es, que por la fé sola se

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justifica el hombre ; pero convienen en que esta fé no la tiene ni la puede tener sino el pecador arrepentido que desea reconciliarse con Dios, y que, estando reconciliado, persevera en la misma fé, siempre aborreciendo lo malo, y procurando hacer lo bueno. Esto puede ponerlo en prác­tica mediante la gracia de Dios, cuya gracia le es conce­dida por amor de los méritos de Jesu-Cristo que murió por él, á fin de salvarle del pecado y del infierno. Nadie se justifica sin la fé, ni se salva sin las buenas obras.

C A P I T U L O IX.

" L A F E SIN L A CARIDAD NO J U S T I F I C A .

Diciendo esto nuestros contrarios, suponen que soste­nemos que la caridad' no es necesaria en el que está justi­ficado; ¡ Lejos de nosotros sea semejante herejía ! Aunque la caridad no sea l a q u e justifica, sino Dios, con tal que el pecador tenga fé por amor de Jesu-Cristo, el que no tiene caridad no' puede mantenerse en paz con Dios, con solo profesar creer e n ' é l ; ni tampoco tiene la fé'que obra por caridad. 1 Por lo que nosotros, "aguardando por el Espír i tu la esperanza de la justicia por la fé ," conside­ramos que nada nos serviría sin " la fé que obra por caridad" (Gal. v. 5, 6 .) . Nuestra doctrina sobre este punto está bien espresada por un autor que nos acusa equivocadamente de despreciar la caridad, diciendo casi lo mismo que decimos los Protestantes en estos términos: " J a m á s dijo S. Pablo que por sola la fé se justifica el pecador* . S. Pabló solo escluye la circuncisión, y las

* Véase el capítulo anterior.

| obras de la ley de Moyses " (Diriamos que escluye cüal-| quiera obra hecha con la esperanza de hacerse por ella

Ímerecedor de la gracia de Dios . ) . " L a fé que no obra por la caridad," si hubiera semejante fé, " n o sirve para la justificación ; y el que tiene tanta fé que traspase los

| montes, y no tiene caridad, nada es según el Apóstol ; y | la caridad es guardar los mandamientos de Dios ." Esto | es decir, que el que ama á Cristo, guarda sus mandamien-I tos. " Y así, el que quiere justificarse, no solo ha de I tener fé, sino que se ha de arrepentir de sus pecados, y 1 tener propósito firme de guardar los mandamientos de i Dios ; y sino, no se justifica. Ha de creer en Dios,

esperar en Dios, y amar á Dios, como fuente y oríien de toda justicia; y le ha de pesar de haber ofendido á Dios, y proponer no ofenderle mas : y guardar sus mandamientos."

.' Tratando escolásticamente la doctrina de la justifica-.; cion, algunos teólogos se enredan en una polémica inter-| minable. Piensa, escribe, argumenta cada uno á su modo, ] procurando traer á su favor las palabras y frases de la

Sagrada Escr i tura ; y, si es de la Escuela Romana, se •¡ apoya en las sentencias que saque á propósito de los au-; tores eclesiásticos. Mas esto es tratar con poco tino el •. punto que, mas que otro alguno, debe ecsaminarse con hu-. mildad y con candor, porque de entenderlo bien pende en

efecto la salvación de nuestras almas. Prescindo pues i- de las variaciones menos esenciales que hay entre los Pro-, testantes de diferentes denominaciones, y espondré del

modo mas claro que pueda la doctrina común de todos, '] que es ésta :

Cuando el hombre piensa seriamente en la muerte y en ; la eternidad, acordándose que tendrá que presentarse ante

j , el tribunal de Dios, y ser condenado á sufrir la pena eter-I na de sus pecados, ó ser absuelto de ellos, y admitido en ¡ el cielo, no se detiene en raciocinar inútilmente, sino que •| procura desde luego alcanzar el perdón de Dios. Si con-

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siilta á cualquiera de los ministros Protestantes que sé atienen sencillamente á la doctrina que se enseña en la Santa Biblia, le dirá :

1 ? Que es pecador desde su nacimiento, y de hecho ( 3 Reyes v m . 4 6 . Job xv. 14. x x v . 4 — 6 . Sal. c x x i x . 3 . Prov. x x . 9. Ecles. v u . 2 1 . Mat . xv . 19. Rom. n i . 9. 18. v. 12. 19. Efes. n . 3 . Gal. i i i . 10. 2 T i m . I I . 26'. Jacob, m . 2 . 1 Juan 1. 8.) .

2 ? Que, aun cuando hubiese podido hacer alguna obra digna de llamarse buena, no sería ésta de ningún modo meritoria, porque debemos á Dios una obediencia mas perfecta de la que somos capaces de darle (Deut¿ ix . 4, J o b x x x v . 7, 8. Rom. iv. 3 — 8 . 13. 16. 22. Rom. xi. 6. 2 Tim. 1—9. Tic. n i . 5.) .

3 ? Que, según consta igualmente de los pasajes ahora citados, nadie debe pretender ser perdonado sino por la pura gracia de Dios (Tit . i i . 11 . m . 4 , o. Rom. n i . 24.), y por amor de los méritos de Jesu-Cristo, en los que d pecador arrepentido debe poner su entera confianza.

4 ? Que , si lo hace así, y de corazón pide á Dios el perdón, como lo pidió el publicano orando en el templo: " ¡ O D i o s ! ten misericordia de mí, pues soy pecador," podrá ser " jus t i f icado/ ' como lo fué aquel, "porque todo el que se ensalza será humillado, mas el que se íiu-. milla será ensalzado " (Lúe. x v i n . 14.) .

5 .° Que , siendo así justificado, esto es, perdonado por la gracia de Dios, tendrá paz con Dios (Rom. v. 1.), se hará su hijo adoptivo (Rom. v m . 1/.) , y tendrá gozo y confianza en su padre celestial (Gal. m . 13, 14. IV. 6.). Se tranquilizará su conciencia (Rom. v m . 15, 16.) , ca­minará en santidad, no-según la carne, sino según ti Espíri tu (Rom. v m . 4 et seqq.) , y perseverará en h esperauza de recibir el espíritu de Ja justicia por la íi-<Gal. v. 5.)-

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C A P I T U L O X .

" SOMOS HECHOS J U S T O S , Y NO KEPlf t 'AbOS

S O L A M E N T E . "

Esto no lo niega ningún buen Protestante, antes bien, lo sostiene como punto principal de su creencia, creyén­dose obligado por el precepto Apostólico : " Seguid Ja paz con todos, y la santidad, sin la que ninguno verá á Dios " (Heb. x i í . 14.) . Sin embargo, dicen algunos que creemos y predicamos todo lo contrario, y que somos impíos. A semejante calumnia no se necesita dar una respuesta for­mal, porque el mundo juzga de nosotros mas bien por lo que ve que por lo que oye. Empero, como dan á entender que la supuesta impiedad es efecto de una doctrina erró­nea, debo dar alguna idea de nuestra creencia tocante á la justicia.

No titubeamos en decir que Dios " i m p u t a " á los que se confiesan por injustos, " la fé por la justicia." Los injustos, que confiesan serlo, ya están arrepentidos. E l Señor les imputa la justicia de la fé, esto es, los t rata como si fueran justos, ateniéndose al sacrificio propiciato­rio del Saltador. No decimos (á no ser que alguno lo diga inconsideradamente) que Dios reputa por justo al que no lo es¿ La Ley de Dios es la misma para nosotros como para nuestros acusadores; y aun éstos deben conceder que, si como ellos dicen, y en esto no nos hacen injuria> las Sagradas Escrituras son ¿a única regla de nuestra fé y costumbres, no podríamos desentendernos de ellas hasta el punto de admitir jeneralmente la pravísima doctrina de que los Cristianos verdaderos no son hechos justos, sino solo reputados por tales. La justificación es un acto dé Dios. Lo hace perdonando al pecador, el cual, hablen* dose arrepentido dé corazón^ creé en Jesii-'Oristoi

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Después de haber alcanzado así la misericordia, el per­donado viene á ser hijo de D i o s ; está rejenerado por el Espíritu S a n t o ; procede con nuevo tenor de vida; conoce siempre mejor á Dios, y le ama mas. Entonces, el mismo que fué justificado siu ser justo , llega á serlo en efecto, ó, en otras palabras, está santificado; no todos, sin embargo, en el mismo grado, porque las operaciones del Espirita Sauto no son iguales en todos en cuanto al grado, aunque lo son en cuanto á su carácter.

Creemos que " la sangre de Jesu-Cristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado," y que " e s t e es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo." Y hacemos Ja misma oración que David : " Borra mi iniqui­dad : me lavarás, y mas que la nieve seré yo emblanque­c ido ." Y los que han oido á nuestros predicadores, ó Jeido nuestros libros, saben muy bien que, lejos de blasfe­mar de Jesn-Cristo con decir que cubre nuestros pecados, ¡ y no los borra, enseñamos al pueblo, y esto como parte esencial de nuestra doctrina, que el que no es limpio de corazón é irreprehensible en sus costumbres, no debe esperar verse con Dios en el cielo, ni es digno del vene­rable nombre de Cr is t iano; y que ensalzamos el nombre del Señor, no olvidando lo dicho á María : " Llamarás su nombre J E S Ú S (quiere decir Salvador), porque él salvará á su pueblo de sus pecados " (Mat. i. 21 . ) .

C A P I T U L O X I .

T E S T I M O N I O D E L E S P Í R I T U SANTO.

La cuestión es, ¿ si pueden saber los que están recon­ciliados con Jesu-Cristo, que los pecados que cometieron están perdonados J Las Sagradas Escrituras-nos aseguran que sí , siendo testigo el mismo Espíritu Santo. H é aquí

I el ejemplo de David. Sus palabras son : " Te hice mani-• fiesto mi pecado, y no tuve escondida mi injusticia. Dije : ; Confesaré contra mí al Señor mi injusticia, y tú perdonaste '. la impiedad de mi pecado. Por este motivo nm te orará ? á tí todo hombre pío en el tiempo oportuno " (Sal. x x x n . i 5 ) . S. Pablo habla mucho del testimonio del Espíritu i Santo á las almas de los rejenerados. Dice á los Gálatas : ' " P o r cuanto vosotros sois hijos, ha enviado Dios á vues-• tros corazones el espíritu de su Hijo, que clama, Aba í P a d r e " (Gal. iv. (5.). Pues es cierto que ninguno clama i á Dios por impulso del Espíritu Santo, diciéndole Padre i mió, sin saber que tiene derecho de llamarle así. Le

condenaba antes su misma conciencia, por haber vivido i "según la carne," y espuesto á la muerte, cuyos temo-| res le acosaban ; mas ahora vive " s e g ú n el Espír i tu ," y j " n o tiene nada de condenación " (Rom. v i n . 1.), y se j halla en el mismo estado que los convertidos de Roma á í quienes dijo P a b l o : " No habéis recibido el espíritu de i servidumbre, para estar otra vez con temor, sino que •¡ habéis recibido el espíritu de adopción de hijos, por el ¡ cual clamamos, Aba Padre, porque el mismo Espíritu da '•; testimonio á nuestro espíritu que somos hijos de Dios " ¡ (v. 15, 10'.). Los primeros Cristianos gozabau jeneral-. mente de este privilejio, y en sus escritos se hace frecuente .,; mención de la confianza sobrenatural con que esperaban

la gloria. Mientras sufrían la persecución, decían: " B e n -• dito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesu-Cristo, el

'. Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación, el ; cual nos consuela en toda nuestra t r ibu lac ión . . . . El cual

también nos selló, y dio en nuestros corazones la prenda del E s p í r i t u " (2 Cor. i. 3 , 4 . 22 . ) . " E l que nos hizo

¡ para" ser inmortales " e s Dios que nos hadado la prenda del Espíritu. Por ésto vivimos siempre confiados " (v. 4 ,

•; 5-). Iluminados " l o s ojos de sus corazones" veian con "l claridad ¡a gracia de Dios reconciliado, y así dijo el mismo

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Apóstol á los Efesios : " En el cual vosotros, cuando oís­teis la palabra de la verdad en el evanjelio de vuestra salvación, y habiendo creido en él, fuisteis sellados con el-Espíritu Santo, que era prometido, el cual es prenda de nuestra herenc ia" (Efes. i. 14.). De modo que la gracia que tiene el pecador arrepentido y perdonado, el cual, creyendo en Jesu-Cristo, nació de nuevo, se llama testimonio, sello y prenda, obra del Espíritu y motivo de confianza, constante. De esto se signe que no la puede tener uno sin saberlo, y que nosotros, en estos tiempos, debemos pedir el socorro del mismo Espíritu que entonces obraba con tanta eficacia en los corazones de los fieles, pudiendo decir, así como decían ellos : "Justificados por la fe, tenemos paz con Dios por nuestro Señor Jesu-Cristo " (Rom. v. 1.).

En las Iglesias reformadas que reconocen las Sagradas Escrituras por regla de la Fé , se confirma esta doctrina por la esperiencia de todos los que se dedican de veras al servicio de Dios, y viven en comunión con E l . Tienen la paz de Dios, que los hace verdaderamente felices, y ma­nifiestan los frutos del Espíritu que los ha rejenerado, Se distinguen hasta el fin por la santidad de su vida, y mueren ein temor.

Juzgue entre nosotros y nuestros calumniadores el lector imparcial, y diga si e6 t a doctrina debe llamarse herética. Diga si por esta santa y bien fundada confianza, no es Dios mas glorificado que por el triste abatimiento de los que en la vida y en la muerte no tienen otro consuelo que las ceremonias de su Iglesia, y las pretensiones de sus ministros. Aun nuestros adversarios se ven precisados á confesar que nuestra creencia parece tener apoyo en la letra de los testos citados} mas dicen que es contraria á su espíritu. \ Contraria al espíritu de Cristo que vino á soltar las prisiones del pecado, y dar libertad, luz y vida £ los que yacen en. Ja sombra de la muerte ! Pero dicen

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á

mas. Citan algunos pocos pasajes á su favor, los que, ecsaminados, se hallan de ningún valor en esta materia. Entre otros, estas palabras de David : " i Quien conoce los delitos ? De los mió:; ocultos, l í b rame" (Sal. x v m . 12.) . Esto no hace al caso ; porque no se trata en el Salmo del conocimiento del favor de Dios, sino del de los delitos. El Salmista deplora el engaño de su corazón, como hom­bre pecador, y pide á Dios le limpie de su maldad, sin hacer alusión alguna al estado del rejenerado, qne debe

: 6er del todo di ferente ; mas en otros lugares dice del \ modo mas terminante que Dios le ha perdonado.

Hablando S. Pablo de su conducta como ministro de Cristo, y dispensador de los misterios de Dios, dice que no se juzga á sí mismo, y que de nada le arguye su con­ciencia, mas que no por esto es justificado, pues el que

- le juzga es el Señor (1 Cor. iv. 3 , 4 . ) . E l Espíri tu Santo no hacia al Apóstol infalible, de tal modo que no

•• pudiese formar juicio errado de sí mismo. Mas no por ; esto se negaba á libertarle de la condenación. Tampoco

en este pasaje se trata de la certeza de la fé qne tiene el ." justificado, sino de otro asunto muy distinto. Con la

misma falta de tino citan el primer versículo del capítulo , nono del libro del Eclesiástes, que no tiene mas relación - con este asunto que un canto de la Araucana, según lo .' verá el que se tome la molestia de leer la nota *.

* " Todas estas cosas traté en mi corazón, para entenderlas : dilijentemente : Los justos y los sabios, y las obras de ellos estún . en las manos de Dios : y con todn eso no sabe el hombre si es digno

de amor ó de odio," Así lo traduce el V. Scio ; pero dice el He-• breo orijinal: ,; T I Dmasi n v ' " 1 ^ TÍ»» ^3 n « TÜVI ••ib bu \-iru m ^3 n « '3 ; ¡•ri'jE') tan m«n s i v }'N ns jo o n n m s c a D'n^n En la Biblia

antigua de los Judíos se encuentra la siguiente versión, literal . hasta lo sumo: " Porque todo esto di á mi corazón, y para esco-i jer á todo esto, que los justos y los sabios y sus obras en poder •i 4el Dios: también amor, también odio, no sabe el hombre lq

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C A P I T U L O x a .

P E N A T E M P O R A L .

D i o s , para manifestar su odio al pecado, no solo lo castigará en el otro mundo, sino que lo castiga en éste, á fin de que " todo el pueblo, oyéndolo, tema " (Deut. x v n . 13. et passhn.J. Mas no lia autorizado á hombre alguno para imponer á sus semejantes castigo ó pena por

todo delante ellos." Habla el Eclesiástes en estas palabras y en su contesto de la suerte del hombre, mas de ningún modo de su estado interior, ni en semejante sentido lo entienden los tra­ductores antiguos. Las palabras de la Vulgata moderna uirhn amare an odio dignus sit, no son versión del testo orijinal. A fin de que los lectores que no saben la lengua Hebrea vean que á la última cláusula de este pasaje O t a n s i v n«ra txfl narro es ; DrTOD'j tan se le da en la Vulgata otro sentido, y así se cita contra la doctrina verdadera del testimonio del Espíritu Santo, siguen las pruebas sacadas de las principales versiones antiguas. Símaco: Úpórrre oe ov (pi\íav oi»oe %x®Pav

¿TÍffTaTai & avdpwnos, T ¿ tíÁvto, ¡ÉfiirpoírOev avrov afin\a. Tampoco entiende el hombre la amistad ni la enemistad: todas las vosas delante de él son inciertas. Los Setenta: Kaíye a7aV?)j> naíye fieros o v k tmiv tifias ó iívdpwiros, ra Trávra. irph Trpacr<¿Trov avrtüv. No sabe el hombre el amor ni el odio; todas las cosas están á la vista de ellos (i. e. no son mas que aparentes.). S. Jerónimo: Et quidem amorem, ct quidem odium, non est cognoscens homo; omnia in facie eorum. Lo mismo que los Setenta. El parafraste Caldeo lo esplica en estos términos: " Por amor del estudio de la Ley, se han entregado (los justos y los sabios) en las manos del Señor, y por él está decretado sobre todo el mundo lo que sucederá en sus dias, tanto el amor de los que los amarán, como el odio de los que los odiarán. No hay hombre en el mundo que sea profeta para saber lo que sucederá con el hombre. Todo está decretado en el hado, para que se cumpla á su vista." De este modo podríamos citar tal vez todos los antiguos traductores y espositores, como testigos de la cor­rupción de la Vulgata Romana, cuyo testo, por ser tan diferente de los orijinales del Antiguo y Nuevo Testamento, no puede ser, vir de norma para la decisión de controversias.

4 7

las ofensas puramente espirituales. En esta vida rije la soberana Providencia de Dios, el que "v is i ta las iniqui­dades de los padres sobre los hijos, hasta la tercera y caarta jeneracion de aquellos que le aborrecen, y hace misericordia sobre millares con los que le aman y guardan sus p recep tos" (Ecsodo x x . 5 , 6 . ) . No hallamos en la Divina Revelación autorización de la doctrina de que se satisface á Dios por medio de los padecimientos de los que llevan el castigo merecido de su justicia. Por esto la palabra satisfacción no se usa entre nosotros sino con aplicación á Jesu-Cristo. Y , aun si Dios castigara tem­poralmente á los que se han arrepentido y están reconci­liados con él, no por esto podrian los pastores de la Iglesia arrogarse la autoridad de hacer otro tanto. Lo único que tienen derecho de hacer, es separar de su co­munión á los que no sean dignos de permanecer en ella. Esto lo hicieron los Apóstoles, y lo mandaron hacer ; mas no ecsijieron que ninguno hiciese penitencia. Después de esto, la decisión final queda al arbitrio del tribunal supe­rior del cielo.

Las penas temporales son para los que cometieron ofensas temporales; y los majistrados, no los Sacerdotes, son los que por disposición de Dios tienen el derecho y la obligación de imponérselas.

C A P I T U L O X I I I .

L A S A T I S F A C C I Ó N .

Todos convenimos en que Jesu-Cristo nuestro Salvador DIO satisfacción entera, perfecta y suficiente por los peca­dos de todo el mundo. Empero, nuestros adversarios dicen que, ademas de la satisfacción completa de Je su -Cristo, debemos ofrecer á Dios obras satisfactorias 6

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mortificaciones, y tienen por tales la oración, las limos­nas y el ayuno. Ningún buen Cristiano negará la nece­sidad de la oración, ni dirá que no estamos obligados á dar limosnas á los pobres, ni que el ayuno, en algunos casos, no sea muy provechoso. Mas la oración y el avuno son medios por los qué se consigue la gracia de Dios) y dando limosnas se cumple en parte con la ley de Dios que manda hacer bien á nuestros semejantes, y especial­mente socorrer á los necesitados.

Para confirmación de su doctrina de las obras satisfac­torias ; los Romanistas citan principalmente sentencias de los Padres. Los pocos testos que estractan de la Biblia con este fin no hacen al caso, pues con una sola ojeada se ve que versan sobre otros puntos totalmente distintos. El único pasaje que merece nuestra atención es aquel de Daniel con Nabucodònosor. Dícele el Profeta, según la Versión Vulgata ; Peccata tua eleemosynis redime, et ini-qüitates tuas misericordiis pauperum. Redime tus pecados con limosnas; y tus iniquidades ejercitando misericordia con los pobres (Dan. iv. 24 . ) . Sobre estas palabras ob­servamos que los hombres son los que se redimen, no Jos pecados, ni tampoco la pena de ellos. Habiendo notado esta ambigüedad en Ja versión, nos remitimos al orijinal para ver si está mas claro, y hallamos que se debe traducir de este modo : Que tus pecados haciendo justicia depongas, y tus iniquidades, apiadándote de los pobres *. El rey era

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un tirano cruel, que habia faltado tanto á l a justicia como á la misericordia, y Daniel le eesortó á deponer sus cruel­dades, y á ejercer en su lugar la misericordia y la justicia;

, mas no atribuyó á estas virtudes la calidad de poder satis-! facer á Dios ofendido por sus iniquidades.

Este e s , aun en la Vulgata, el único pasaje que, si mal no me acuerdo, parezca servir de apoyo á la doctrina de la satisfacción penitencial.

C A P I T U L O X I V .

i LOS P E C A D O S .

Aunque todos los pecados no sean del mismo grado de maldad, todos son mortales, si no nos arrepentimos de

i ellos. Empero, por la gracia de Jesu-Cristo, se hacen t veniales, es decir, perdonables, luego que el pecador arre­pent ido d e s e e reconciliarse con Dios por los méritos del ¡Salvador. Sobre esto no cabe disputa. 1 Lo que negamos e s , que los pecados sean en sí morta­j e s ó veniales. Bajo e s te supuesto se ha formado un ;sistema desmoralizador en sumo grado, pero lucrativo para Jos que por su medio viven. Fácilmente se concede la

¡absolución por los pecados de segunda c l a s e ; mas los que

* El Caldeo original es este : npii'n yim y'a "ea* ^ o í o t o jró : •jrrrjtft íOIN mnn jn p» ]nc3 - p i n p s Por tanto, 6 Rey, séale

. -agradable mi consejo, que tus pecado* con justicia depongas, y tus iniquidades, apiadándote de los pobres, 'mediante lo cual, tal vez se hará mas duradera tu prosperidad. La inecssctittul qrie se nota en la Vulgata se orijinó de la de los Setenta ; pero la advirtieron los traductores mas sabios, y la corrijieron, como entre otros lo hizo el Doctor Juan Augusto Dathío, traduciéndolo así : " Prop-terea, o reX) adníitte; qu£ese> eonsiliürn mettm, fct desiste i

•peccatis tuis et delictis per bona opera et misericordiam erga ..pauperes, si forte liujus felicitatis tuse prorogatio tibi contingat." jHan reparado que el verbo pnD, aunque en varios lugares signi­fica redimir, también se usa on otros en sentido bien distinto,

} como por ejemplo deponer, rebajar, separar, &c. El lector eru-;<lito lo verá comprobado en el Targum Caldeo en Gen. x x y n . 40. ;Kúm. i. 51. I R e y e s x i x . l l . Sal. va . 3. c x x x v i . 24. Prov. ¡xvii. 9. Trenos v. 8. Y que la palabra n¡ns, que algunas veces |6e usa para espresar limosna, es justicia, y que eu este pasaje está jfü singular, y en la Vulgata en plural. \ o

i

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pecan mortalmente, como dicen ellos, han de gastar mu­cho tiempo y dinero para conseguirla. Bastantes pecados hay que solo el Papa pretende poder perdonar, sacando así gran partido de la credulidad de los pueblos; y, como se supone que, aun muriendo reconciliado un buen hijo de la Iglesia, le queda una porción de pecados veniales pol­los que no se ha hecho satisfacción suficiente por medio de las penas temporales, esperan los clérigos que se les paguen algunas misas pro defunct'u.

Ciertos autores que en sus folletos sobre estas materias se dirijen al vulgo, citan algunas palabras de la Biblia (siendo este libro casi desconocido en España) para hacer creer que en ella se dice algo de pecados veniales ; mas no pueden hallar ni siquiera una sola palabra que venga al caso, y por esto el Concilio de Tien to , los compilado­res del Catecismo para los párrocos, y los autores mas respetables de la Iglesia de Roma, no se atreven á apelar á las Sagradas Escrituras en prueba de este artículo de su dogma; y, de consiguiente, es escusado traer citas con las que combatir semejante novedad.

C A P I T U L O XV.

OBRAS B U E N A S .

No siendo este opúsculo una impugnación del Roma­nismo, sino una sencilla esposicion, aunque incompleta, de la creencia común de los Protestantes acerca de los puntos de doctrina en que se diferencia de la de aquel, no digo nada del error gravísimo de los que suponen mérito en las obras del hombre.

Tampoco cito confesiones de las Iglesias Protestantes sobre este particular, por no querer meterme en un labe­rinto dé palabras, considerando que le sería muy fácil> á

uno que quisiera entrar en controversias, torcer con suti­leza el contesto de semejantes esposiciones de fé, y sacar de ellas consecuencias ajenas de su espíritu. Baste un solo ejemplo para comprobarlo. Suelen alegar nuestros

- contrarios que los Protestantes dicen esto 6 estotro, y con este preámbulo se nos imputa toda especie de herejía. Y no nos es posible desvanecer tales calumnias sino por

; medio de obras voluminosas que pocos leerían. Juzgue el mundo por lo que nos oye predicar y enseñar. Nues­tros teólogos esplican nuestra creencia de palabra y por escrito en todas partes del orbe civilizado y bárbaro ; y

( con su doctrina y trabajos evanjelizau y civilizan á los : pueblos salvajes en ambos hemisferios. Ya es tarde para

pensar en desacreditarlos con calumnias tan groseras como las que los tachan de licenciosos, y por otra parte, no se puede tratar de justificarlos con mentiras. No nos llaman herejes por decir que solo las obras de Jesu-Cristo son de

í suyo meritorias, porque todos creemos lo mismo; pero se l insinúa que traspasando el justo límite señalado en el i Evanjelio, sostenemos que las obras buenas no son d e ; ningún precio ni valor; haciendo así creer, que en la •¡ práctica las despreciamos. Esto lo niego en nombre de las •; diferentes clases de Protestantes con los que tengo la ; dicha de estar en fraterna unión, cooperando con ellas, | aunque indignamente, en varias de nuestras instituciones i católicas. Aseguro que creemos que las obras buenas, he -

¡l chas por los creyentes en Jesu-Cristo, mediante la gracia { del Espíritu Santo, son tan agradables á Dios, que las re -> conocerá en el dia del juicio delante de la congregación j universal de los hombres y de los alíjeles, y que pedimos

1 incesantemente á Dios su santo aucsilio para poder perse-2 verar en ellas. No creemos que pudiesen salvarnos ; pero ¡ sí creemos que por la falta de ellas seríamos condenados al I infierno. No somos impíos é inmorales como los predica/" 1 dores intolerantes nos pintan delante de loa Españo le^ ¡i o 2

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C A P I T U L O X V I .

OBRAS DE SUPEREROGACIÓN'.

Los Protestantes negamos que haya obras de superero­gación, esto es, COSUD ejecutadas sobre, 6 ademas de los términos de nuestra obligación. Esta obligación no está señalada en ordenanzas minuciosas que prescriban ciertos actos definidos y numerados, prohibiendo los contrarios. Los escritores inspirados no hacen mención de pecados capitales, ni de virtudes cardinales, ni dan una lista de deberes ú obligaciones relijiosas. Asíjcomo en la consti­tución fundamental del estado hubiera sido un desacierto sumamente perjudicial al bien público el estampar los pormenores de lo que solo los tribunales deben entender, en el código fundamental de la relijion, que es la Santa Biblia, y principalmente en el Nuevo Testamento, evita la Divina Sabiduría los detalles minuciosos que estarían muy á propósito en un manual de confesores, y se sientan los principios normales de la lejislacion Divina, usando de pocas y clarísimas palabras. H é aquí un ejemplo : "Lle­gándose uno dolos Escribas, le p r e g u n t ó " á Jesu-Cristo: " ¿ Cual es el primer mandamiento de todos ? Y Jesús le respondió : El primer mandamiento dé todos es : Oye, Israel, el Señor, el Dios tuyo, es el único Seño r ; y ama­rás a) Señor tu Dios de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todo tu entendimiento, y con todas tus fuer­zas . És te es el primer mandamiento. Y el segundo es semejante. Es este : Amarás á tu prójimo como á ti mismo : No hay otro mandamiento mayor <jue éstos. Y le dijo el Escr iba : Bien, maestro, has hablado según la verdad, porque uno es Dios, y no hay otro fuera de él. Y el amarle de todo el corazón, y con todo ti entendi­miento, y con toda el alma, y con todus las fuerzas, y el

áá

á

arriar al prójimo como á sí mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios. Y Jesusy mirándole, porque ha­bía hablado juiciosamente, le dijo : No estás lejos del

• reyno de Dios " (Márc. x n . 28—34. ) . Luego no es " paralojismo ni sofisma " el decir, como lo decimos sin titubear, que, estando obligados á lo mayor, si acaso cumplimos lo menor, éste no se nos puede abonar como

- escedente : que, si empleamos todas nuestras fuerzas en hacer bien, no nos restan otras mas para hacer aun mejor que bien con el las; y, si amando á nuestro prójimo como á nosotros mismos, hacemos mas de lo que podríamos hacer ofreciendo á Dios los sacrificios mas costosos ó pe-

; nosos, se sigue indudablemente que no nos es posible v hacer para con Dios ni para con nuestro prójimo mas de

lo señalado. La verdad es que el que mas se aventaje entre los Cris­

tianos no puede hacer mas que ésto, y, aun haciéndolo, se tiene á sí mismo por sumamente indigno; y que, " aun

j cuando hubiéremos hecho todo lo que se nos ha mandado, somos siervos inútiles, pues lo que teníamos la obligación de hacer hacemos " (Lúe. x v n . 10.) . Estas palabras se

í citan de uno de los discursos de nuestro Salvador, en el ; que supone el caso de un criado de campo, el cual, ha-. biendo cumplido fuera de casa todo lo que su amo podia

ecsijir de él como criado de tal clase, vuelve de su trabajo, y, en lugar de descansar, hace lo que tocara mas bien á un criado de casa, disponiendo la cena para su amo. Esto

, no lo llama Cristo obra de supererogación, ni le cree con j derecho al agradecimiento de su amo, por haber, en des-' empeño de su obligación moral, hecho algo mas de lo que i se consideraba como su deber ; y añade que, por lo que ; toca á nosotros, tampoco cabe esceso de servicio, porque, : siendo Dios dueño absoluto del hombre, ecsije de él todos | cuantos servicios pueda prestarle, de modo que los que

hubieren hecho todo lo mandado, no han hecho mas de lo

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<pje estaban obligados á hacer. Y como esta obligación no está limitada por precepto alguno relativo á los actos particulares que se deben ejecutar, sino principalmente por los dos grandes mandamientos en los que consiste toda la ley ; y como en éstos se encierra todo cuanto pueda hacer el hombre, se sigue que no puede haber obra de supererogación, ó cosa ejecutada sobre, ó ademas de los términos de nuestra obligación.

Esto sentado, notemos sus consecuencias. Los Santos que están en la bienaventuranza no pudie­

ron hacer mas de lo que Dios les habia mandado y ecsijido de ellos en justicia, y de consiguiente no les sobran mé­ritos que se nos puedan aplicar. Dios reconoce sus buenas obras, y las premia con la gloria eterna ; pero á sus ojos no han hecho mas que las suficientes para si, ni nos con­cede el galardón que á ellos les pertenece. Porque "cada uno ha de probar su obra, y así él tendrá gloria en sí mismo solamente, y no en otro, porque cada cual llevará su c a r g a " (Gal. vi . 4 ) . Atendiendo á esta declaración del Apóstol y otras semejantes (Sal. L X I . 12. Mat. xvi. 27 . Rom. u . ( i — I I . et passim.), no nos atreveríamos á pedir á Dios su favor por los méritos de los Santos, como se le pide con frecuencia en las preces autorizadas de la Iglesia de Roma, de las que la siguiente poscomunión es un ejemplo :—••" ¡ O S e ñ o r ! Nosotros, que te ofrecemos como en sacrificio (libantes) los divinos misterios, te roga­mos qne por LOS méritos de los Santos, cuyas reliquias venerables descansan en esta iglesia, merezcamos el per-don de. nuestros pecados, y seamos confortados con lus dones celestiales de la gracia. P o r nuestro Señor*. ' "

Si fuera menester que el océano infinito de los méritos <3e Jesu-Cristo se llenase con los escasos arroyados de las buenas obras de los Santos, nosotros también trabajaria-

* In commemoratione SS. Martyrum, &c. Ord. S. Aug.

mos á fin de beneficiar á los millones de nuestros seme­jantes, que no hacen cosa buena en su propio beneficio; mas no creemos haber hecho todavía todo lo que debemos, y si Dios se digna miramos con agrado, es por un efecto de su clemencia, reconociendo en nosotros los frutos de los dones sobrenaturales que proceden de sí misino. Y

:por mucho que veneremos á los santos varones cuvas vir­tudes escedieron tanto á las nuestras, sería una impiedad gravísima el fiarnos de algún modo en sus buenas obras,

:'ó mirarlas como supererogatorias. Antes decimos con S. Pablo: " N u n c a permita Dios que nos (¡loriemos sino en la cruz de nuestro Señor Jesu-Cristo **** Y todos los que siguieren esta regla, paz sea sobre ellos, y misericor­dia, y sobre el Israel de Dios " (Gal. vi . 14—16 . ) .

C A P I T U L O X V I I .

L O S S A C R A M E N T O S .

No quiero disputar sobre el modo en que Dios nos co­munica la gracia por medio de los Sacramentos. Si la

¡ conseguimos, poco importa el que no todos seamos de , una misma opinión acerca del modo. La gracia nos une, ; y tal vez uo convendríamos si discurriésemos silojística-

mente. Los buenos Cristianos están unidos por la caridad, i y no quieren apartarse de tan santa comunión por meras i sutilezas.

Los Romanistas entenderán la palabra Sacramento de í un modo, y nosotros de otro. Dicen ellos que hay siete | Sacramentos instituidos por Cristo en la Iglesia; y noso-! tros solo contamos dos, el Bautismo v la Eucaristía, los que | celebramos con snma veneración. Pero debemos dejarnos | de puerilidades, y no reñir sobre si debe ser el guarismo

J

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2 ó el 7. Y si queremos ser prudentes, dejemos tambiiín á los Lecsicógrafos el esplicar palabras qne no se encuen­tran en la Divina Revelación, y cuyo significado puede variarse sin perjuicio de la fé dada por Jesu-Cristo á los Sautos.

Dicen qne se estableció en España el uso de la Littujia Romana, con preferencia á la Mozarábica, por medio de desafios y pruebas de fuego. Dicen que entre los Cristia­nos de otros tiempos hubo disensiones y anatemas, sin mas motivo que el de no poder todos convenir en señalar un mismo dia para la celebración de la Pascua; y no es es-traño que hubiese semejantes contenciones. Olvidados los hombres de su obligación primera de servir á Dios, y ocupados solamente en procurar el engrandecimiento de sus jerarquías y el aumento de sus intereses, se valen de armas carnales, y manifiestan el espíritu mundano que los anima. Mas Jesu-Cristo ecsije de nosotros que seamos mansos y humildes de corazón, que imitemos su santo ejemplo con abnegación de nuestro amor propio, y suje­ción de nuestras pasiones al imperio de su espíritu. Los Santos Sacramentos no son enseñas de las sectas, siuo prendas de la gracia; y las verdades que en ellos se repre­sentan deben de tal modo influir en nuestras almas, que en su solemnización no admitamos voluntariamente pen­samiento alguno ajeno de la santidad característica del Cristianismo, ni del temor de Dios que debe influir en todos sus adoradores. Si por desgracia las disputas son inevitables, deben escluirse del Templo de Dios, pues no debemos con ellas profanar las moradas del Eterno, sino con profundo acatamiento acallar las disensiones cuando se piensa en Cristo crucificado que se nos representa en la Eucaristía, 6 en el Espíritu Santo, escudriñador de corazones, cuyas operaciones se señalan en el Sacramento que mandó Cristo á sus discípulos administrasen en todas las naciones, en el nombre de la Santísima Trinidad,

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C A P I T U L O XVII I .

ÉL PECADO 0RI J1N AL, Y LA BE.IENEIÍACION.

Los Protestantes no creemos que el hombre, nacido erí pecado, pueda rejenerarse por medio de un Sacramento*; Para manifestar nuestra creencia común acerca de la Reje-

i neracion, ó renacimiento espiritual del alma, cito de las ¡Sagradas Escrituras algunos pasajes claros é importantes "sobre los que la fundamos, pidiendo á Dios ilumine con, jsu Santo Espíritu á los que leyeren, á fin de que depon-•gan la preocupación, y admitan la verdad.

Nuestro Señor Jesu-Cristo dijo al Judío Nicodemo, qne "e l que no renaciere de nuevo no verá el reyno de Dios "

.'; * Sobre esto es menester observar, en obsequio á la verdad, i que todavía hay algunos Protestantes especulativos que atribuyen. al Bautismo la virtud de limpiar las almas del pecado orijinal.

: Este es uno de los vestijios de la antigua superstición que por \ desgracia aun subsisten entre nosotros. El ministro Anglicano, usando las palabras del oficio del Bautismo, da gracias á Dios

i porque " se ha dignado rejenerar " al niíio bautizado " con sil | Espíritu Santo," en el acto Sacramental. Algunos sostienen que j en efecto sucede así; pero los mas son de otro parecer, y, fuera jde aquellos, no hay otros Protestantes que admitan semejante | doctrina, la que es totalmente contraria 4 la de las Sagradas 1 Escrituras.

ii

Siendo estos mis sentimientos, no puedo tomar parte ett •¡ controversia tan infructuosa, ni acalorarme á mí y á loa •i lectores con una cuestión de palabras. Digan que hay i siete sacramentos, ó setenta si quieren, y entiendan á su : modo la palabra. Dejando, pues, este punto como trivialj ; procuraré esplicar otros de mayor importancia en los ca­pítulos siguientes.

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(Juan n i . 3 . ) . Y para que se entienda perfectamente lo que es este renacimiento, los Sagrados Escritores lo describen con minuciosa particularidad. Según ellos, nosotros todos, sin esceptuar á los mejores Cristianos, estábamos muertos por los delitos y pecados en que andá­bamos. Siguiendo el impulso de nuestros deseos carnales " hacíamos la voluntad de la carne, y de sus pensamientos, v eramos por naturaleza hijos de la i r a " (Efcs. n . 1—3.). Este es el estado natural de todos los hombres, y no pue­de ser otro, porque son concebidos en iniquidad, nacen en pecado (Sal. i,. 7.) , " d e s d e la matriz se enajenan, yerran desde el vientre, hablan fa lso" (Sal. LVII . 4.); "están todos debajo de pecado, así como está escri to: no hay ningún justo, ni hay quien entienda, no hay quien busque á Dios, todos se desviaron, á una se hicieron inútiles, y no liay quien haga bien, no hay ni uno solo (Rom. m . 9— 12 ) . Siendo esto así, no debemos engañarnos con espe­ranzas falaces, creyendo que un nombre nos puede salvar, ni que el ponerse el pecador bajo la preteccion de una Iglesia que se llama la verdadera, aun cuando lo fuera, le pueda servir de escudo contra la justa indignación de Dios, Es un aforismo de Ja Divina Revelación que " sin la san­tidad ninguno verá á Dios ," por lo cual, volviendo á repe­tir las palabras del Salvador, es necesario water de nuevo. Digna de imitación es la oración de David, pecador de nacimiento como los demás, en la cual dice : " Aparta tu rostro de mis pecados, y borra todas mis iniquidades. Crea en mi, O Dios, un corazón puro, y renueva en mis entrañas un espíritu r e c t o " (Sal. L. 11, 12.).

Haciendo esta oración, debemos considerar que Dios obra por ciertos medios, que él mismo ha señalado. Sa­bemos por la esperiencia común, que los Sacramentos de por sí no se cuentan entre ellos. Dios los ha instituido; son santos y venerables, mas no limpian los corazones, ni enmiendan las costumbres; antes sucede lo contrario

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aun donde es mayor el número, y se administran con mas frecuencia, de manera que podemos decir con Jeremías-: "Cosa asombrosa y estraña se ha hecho en la t ierra; los profetas profetizan mentira, y los sacerdotes aplauden con sus manos, y el pueblo quiere tales cosas " (Jerem. v. 30, 31 . ) . Los medios de rejeneraciou son la palabra de Dios y el influjo de su Espíritu.

1 ? La palabra de Dios. S. Jacobo habla sobre este punto con una claridad que no admite equivocación. Dice: "No queráis errar, hermanos mios muy amados. Toda dádiva escelente, y todo don perfecto es de lo alto, que desciende del Padre de las lumbres, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. Porque de su voluntad nos ha engendrado por la palabra de verdad, para que sea­mos como primicias de sus criaturas. Por esto todo hom­bre sea pronto para oir, tyc." (Jac. i. 16—19.) . Óigase también á S. Pedro. " Habéis renacido, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra del Dios vivo, y que permanece e t e r n a m e n t e " (1 Ped. i. 23 . ) . Permaneciendo, pues, eternamente, la palabra del Dios vivo, no pierde su eficacia; y, habiendo sido el medio por el que se rejeneraban las almas en el tiempo de Sn. Pedro, asimismo renacen hoy por su eficacia. Añádase á estos testimonios el de S. Pablo. Dice á los Corintios : "Aunque tengáis mil ayos en Cristo, mas no muchos pa­dres. Porque yo soy el que os he enjendrado en Jesu­cristo, por el Evanjelio " (1 Cor, iv . ib. Véase también Juan x v n . 17.) .

2 9 El Espíritu Santo. Aunque el Evanjelio se dirije al hombre racional, y por el solo deben todos convencerse de que son pecadores, y enterarse en él de lo que Dios ecsije de ellos, esta convicción y esta ciencia no bastan para llenar el objeto que Jesu-Cristo se propuso al venir al mundo para salvarnos. Quiso el Salvador que nos con­virtiésemos del pecado á la santidad, y nos hiciésemos

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lluevas criaturas. Es ta conversión es obra de Dios, el cual la hace por medio del Espíritu Santo que asiste á los ministros del Evanjelio. Esto se verificó cuando " salieron los Apóstoles y predicaron en todas partes, obrando el Señor con e l l o s " (Márc. xv i . 19.) , y haciendo que su predicación fuese en demostración de espíritu y en virtud, para que la fé de los creyentes no consistiese en sabiduría de hombres, sino en virtud de Dios" (1 Cor. n . 4, 5.). Esta virtud de Dios es la que da vida á los muertos, que reenjendra á los que están arrepentidos de haberle ofen­dido, y desean librarse de la carga insoportable del peca­do. Estos penitentes son los que reciben á Cristo, y "á cuantos le reciben les da poder de ser hijos de D i o s ; esto es, á aquellos que creen en su nombre. Los cuales no son nacMos de sangres, ni de voluntad de carne, ni de volun­tad de hombre, sino de Dios " (Juan i. 12, 13.). Y como Jesu-Cristo mismo lo esplica, el nacer de Dios equivale á nacer del Espíritu Santo . H é aquí sus pa labras : "Lo que nace de carne, carne es, y ¿o que nace de espíritu, espíritu es. El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido; mas no sabes de donde viene ni adonde va ¡ lo mismo sucede con todo aquel que es nacido de Espíritu " (Juan n i . C—8.). Sin embargo de ser tan terminantes los pasajes referidos y otros muchos, se citan algunos en justificación de la doctrina de que el bautismo es causa eficiente de la rejeneracion. Los principales son los que siguen :—

Juan u i . 5 . " E n verdad, en verdad te digo, que, á no ser que el hombre nazca de agua y de Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios . " Si tomamos en sentido literal esto de nacer de agua, debemos entender del mismo modo lo que dice S. Juan el Bautista de bautizar en fuego, en el lugar del Evanjelio según Mateo, donde se lee: " E l os bautizará en Espíri tu Santo y en fuego " (Mat. i i i . 11 . ) . Empero , aun dado que se refiera á un bauti«-<

mo real en agua y espíritu, ¿ qué será de los que se bau­tizaron en agua sin espíritu, como sucede con los que, sin embargo de haberse bautizado en agua, están todavía llenos de la inmundicia del pecado, de la que el apua del Espíritu Santo, pues así se debe entender la frase, los hubiera limpiado ?

Efes. v. 25, 26. " Como Cristo amó también á h Igle­sia, y se entregó á sí mismo por ella, para santiácarla, purificándola con el lavatorio de agua por la palaí>ra de vida," parece suficiente, para indicar la sigiiificacicn ver­dadera de este pasaje, repetir las últimas palabras, por ¿a palabra de vida. El lavatorio de agua no seria sukciente para purificar á nadie sin la palabra de vida; pues, si lo fuera, se seguiría que, sin la predicación del Evanjelio, se podria salvar el mundo, siendo evidente lo contrario, pues que Jesu-Cristo mandó á sus discípulos á predicar antes de bautizar, y á bautizar solamente á los que hu­bieren cre ído; y dijo S. Pablo que Jesu-Cristo no le envió á bautizar, sino á predicar el Evanjelio.

Tit. n i . 5 . " Nos hizo salvos por el lavatori» de la rejeneracion, y por la renovación del Espíritu Santo." Deben citar todo el pasaje, que dice : " A'o por lis obras de justicia que hicimos, mas según su misericoidia nos hizo salvos por el lavatorio de la rejeneracion, T por la renovación del Espíritu Santo ." Nadie puede pr«bar que el lavatorio de la rejeneracion quiere decir bautismo. Mas , aun dado que los términos fueran equivalentes, tampoco aquí va solo el bautismo, poique se debe la salvación á la renovación del Espíritu Santo. Semejante íenoracion no puede dejar de conocerse en el que se hace por ejla nueva criatura, y, como tal, vive sin reprehension en santidad y fé : mas ¿ quedan así retiovados los que los Sacerdotes de la Iglesia Romana bautizan, si se debe llamar bautismo el que se hace con agua, con sal, con soplo y con saliva, usando un ritual escrito en idioma que no entienden las

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* La promesa de buena conciencia á Dios. 5№fi8^<r€£i)s áyaOíjS ¡iripdiTn^a cis &ebp. Para aclarar el punto á ¡os lectores menos instruidos, conviene esplicar esto de promesa de buena conciencia á Dios. Cuando los Apóstoles, y después de ellos los demás mi­

nistros de Jesu­Cristo bautizaban á los convertidos, ecsjjian de ellos una declaración de que creían en él. S. Felipe, por ejem­

plo, dijo al Etíope que le pedia el bautismo : " Si crees de todo corazón, bien puedes (ser bautizado). Y él respondió y dijo : Creo que Jesu­Cristo es el Hijo de Dios" (Hech. v m . 3 7 . \ Se supone que S. Pablo hace alusión á la profesión de fé que debía haber hecho Timoteo, dándole esta eesortacion: " Pelea buena batalla de fé, echa mano de la vida eterna, á la que fuiste llama­

do, habiendo también Aecho buena confesión ante muchos testigos " (1 Tim. vi . 12.). En los primeros tiempos los convertidos res­

pondían al ministro bautizante con las palabras sencillas que les ocurrían al momento. Después de introducidos varios formula­

rios en las Iglesias, se guardó en cada una de ellas cierta fórmulá­

que servia casi para todos, y que por último se reduciría á escrito y formaría parte de su ritual. Baste aquí un solo ejemplo, citado de " las Constituciones Apostólicas," obra de autor no conocido, del siglo cuarto ó quinto; obra de ninguna autoridad en materia de fé, pero útil por contener muchas noticias históricas de las costumbres buenas y malas de aquellos siglos. Dice la Constitu­

ción, ó regla acerca del modo de bautizar á un Jentil convertido: "Cuando el catecúmeno está ya por bautizarse, aprenda lo que toca ú la renunciación del Diablo, y á la unión con Cristo. Por­

que ante todo le conviene abstenerse de cuanto sea contrario á esto, y luego hacerse partícipe de los misterios, habiendo dese­

chado de su corazón toda perversidad, toda mancha y todo de­

fecto, y luego acercarse á participar de las cosas santas. Porque como el labrador mas instruido limpia primero la sementera de

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tiempo habían sido incrédulos, cuando en los días de Noó contaban sobre la paciencia de Dios, mientras que se fa­

bricaba el arca; en la cual pocas personas, es á saber, ocho, se salvaron por agua, lo que era figura del bautismo

' de, ahora (instituido por Jesu­Cristo Mat. x x v i í i . 19.), el cual nos hace salvos ; NO LA PURIFICACIÓN DE LAS INMUNDICIAS DE LA CARNE, mas la promesa de buena conciencia á Dios* por la resurrección de Jesu-Cristo" (1 Ped. ni . 20, 21 . ) .

concurrentes ? ¡ Ojalá que de algún modo estuviesen re­

novados ! Seguramente no lo están, y así los hechos desmienten la doctrina.

Creyendo que las Sagradas Escrituras, escritas por la divina inspiración, no se contradicen á sí mismas, ñus atenemos primeramente á los pasajes mas claros y fáciles de entenderse, y luego interpretamos los difíciles por medio de la luz que ello» arrojan de sí. Los pasajes ci­tados en favor del dogma de la Rejeneracion bautismal, están espresados en estilo metafórico; para entender su sentido es menester interpretar sus términos ; y, al hacer­

lo así, no se les debe atribuir un sentido que discrepe de otros escritos con tanta claridad, que no se puede equivo­

car la doctrina que en ellos se enseña. Mas prescindien­

do de esto, y suponiendo que los pasajes que acabamos de citar deben entenderse al pie de la letra, aun en este caso ya queda demostrado que en niuguno de ellos se atri­

buve la rejeneracion al bautismo solo, y si no se atribuye al bautismo solo, se sigue que no se puede atribuir al bautismo, como tampoco se entiende que cadáver es hom­

bre, siendo así que el cuerpo y el alma unidos constituyen al hombre, y al cuerpo solo no se le llama hombre. Y nadie ha podido citar ni una sola sentencia de las sagradas pajinas que diga que el mero bautismo siempre, ó aun las mas veces, va acompañado del influjo rejenerador del Es­

píritu S a n t o ; ni hay 6EÑAL de semejante gracia en los mas de los bautizados en la Iglesia de Roma, bien sean niños reciennacidos, 6 bien hombres convertidos del Jen­

tilisrao por sus misioneros. A mas de lo dicho, citamos unas palabras de S. Pedio,

que por sí solas bastan para refutar la doctrina de esa Iglesia, y desvanecer la ilusión de los que se creen salvos por haberse bautizado y confirmado en ella. Son tan ter­

minantes que no necesitan comentario, y con solo citarlas ¡se eolve la cuestión, Dice el San to : " Los que en otro

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\ Ojilá que los llamados Cristianos se bautizasen en Es­píri tu Santo ! Limpios del pecado por virtud de semejante bautisno, se harian dignos de tan venerable n o m b r e y se hallarán sin culpa en el dia en que sean llamados todos ante e! tremendo tribunal del Juez Eterno.

los csprios que no deben de crecer en ella, y luego siembra el trigo, .asimismo os conviene desarraigar en primer lugar toda impiedid de ellos, luego sembrar en ellos la piedad, y entonces tenerlos por dignos del bautismo. Pues también nuestro Señor nos encarga, diciendo : Enseñad primero á todas las naciones; y luego añade aquello : y bautizadlas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santoi Renuncíelo, pues, el batizando, en este acio de abnegación:—Renuncio á Satanás, y á sus obras, sus pompas, & las ceremonias de su culto, á sus ánjeles, á sus in-venciortés, y á todo lo que de él dependa. Y después de la re-nunciacon, como se une (con Cristo) dirá: Y también me uno con Criao, y creo, y me bautizo (dedicándome) al Dios único, injénito, verdadero y todopoderoso, al Padre de Cristo, Criador y gobernador del universo, de quien son todas las cosas; y al Señor Jesu-Cristo, su unijénito Hijo, el primojénito de toda la creación, el enjendrado ante todos los siglos por el beneplácito del Padre, por el cual son hechas todas ¡as cosas en los cielos y en la tierra, visibles y no visibles, el que en los últimos dias des--cendió del cielo, se encarnó, y nació de la Santa Vírjen María, y vivía santamente según las leyes de Dios su Padre, fué crucifi­cado bajo Poncio Pilato, y muerto por nosotros, y después de su pasión resucitó de entre los muertos en el tercero dia; que subió á los cielís, y se sentó á la derecha del Padre, y vendrá otra vez á la consumación del siglo con gloria, A juzgar á los vivos y á los muertos, cuyo reyno no tendrá fin. Me bautizo también para el Espíritu Santo •. este es el Consolador* el que obra internamente en los Santos desde los siglos, y por último fué enviado del Padre á los Apóstoles, según la promesa del Salvador nuestro Señor Jesu-Cristo, yi después de los Apóstoles, á todos los que en la Santa Iglesia Universal crean en la resurrección de la carne, en la remisión do los pecados, en el reyno de los cielos, y en la vida del siglo venidero" (Const, Aposti Lib. v n . cap. 40, 41.). Si esta ¿irfp¿>Ti¡p.a, profesión á promesa dimanase verdaderamente del corazón, y no fuese hecha á los hombres solamente, sino á Dios, como dice S. Pedro, se salvaría por su medio el bautizan­do, aun intes de " llegar al a g u a " del bautismo.

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C A P I T U L O X I X .

LA GRACIA D E L E S P Í R I T U SANTO.

Tenemos la obligación de tributar á Dios el sag rada culto que le es debido, y de respetar á los ministros de la relijion, pero no la de reconocerlos como dadores de la gracia, ni la de observar absolutamente unos mismos ritos. Es notorio que el insistir sobre el uso de los mismos formularios, y de las mismas ceremonias, ha sido la manía de Roma, como lo es todavía; y si lo ha conseguido en muchos paises, ha sido en los tiempos del oscurantismo, y á costa de muchos y gravísimos males. Los buenos Protestantes, como se dijo arriba, nos tolera­mos unos á otros ; y ninguno se atreve á decir qué la gracia de Dios se concede á los que la buscan por medio de esta ó de aquella ceremonia, con eselusion de los demás. Eil algunas de nuestras Iglesias está en uso la ceremonia (no la llamamos sacramento) de la confirmación; mas no en todas. Convenimos que no es de institución divina, fun­dándonos, no en comunes pareceres, sino en el hecho. Y , sin embargo de que varios autores Romanistas citan pasa­jes del Nuevo Testamento para probar que Jesu-Cristo ;debió de instituirla, basta leerlos para convencerse que no tienen relación con e l la ; yT, como la Iglesia Romana, hablando en sus libros simbólicos, no trae ninguno sacado <le las Sagradas Escrituras en comprobación de su doctrina sobre este punto, sino solo la opinión de algunos Padres , no hay necesidad de ocuparnos de la cuestión. Suponien* do, pues, que uno que se creyese condenado delante de Dios por causa de sus pecados, acudiera á un ministro Protestante, preguntándole como podría conseguir la gra» cia del Espíri tu Santo (y esto sucede con frecuencia), le-enseñaría de este modo :

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" Debes precisamente reconocerte pecador, porque io eres en realidad, y urje que te reconcilies con Dios ofen­dido. Jesu-Cristo no vino á llamar á los justos, sino á los pecadores, para que se arrepientan, y se reconcilien con él. Si tú estás verdaderamente arrepentido, no te llamaras justo, sino pecador, y, como tal, le pedirás el perdón de tus pecados, y el aucsilio del Espíritu Santo para que no vuelvas á reincidir en ellos, sino que vivas reconciliado con él, y seas obediente á sus leyes, amándole de corazón, v consagrando á su gloria todas tus fuerzas. Debes pedir la Gracia de Dios. No se la pidas á los hombres, porque no pueden dártela. Yo uniré mi oración con la tuya, é imploraremos á Dios para que consigas el anesilio tlcl Espíritu Santo, mediante los méritos de nuestro Salvador. Oye sus palabras. D i c e : ' Pedid, y se os d a r á ; buscad, y hallaréis. Llamad, y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, ha l la ; y á quien llamare, se le abrirá. ¿ Y quien de vosotros es aquel que, si su hijo le pidiere un pan, le dará uua piedra ? ¿ O si pidiere un pez, le dará una serpiente ? Pues, si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas á vuestros hijos, ¿cnanto mas vuestro padre que está en los cielos dará bienes á los (juc se los pidan ? ' ^Mat. v i i . 7—11.) . Y en otra oca­s-ion se esplicó en términos aun mas positivos, diciendo: ' Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas ¡i vuestros hijos, ; cuanto mas no dará vuestro Padre desee el cielo el Espíritu Santo á los rjue se lo pidieren ? ' ( L ú e . x i . 13.). Mas no te apartes de Cristo, porque es ' e l camino, la verdad y la vida; ninguno viene al Padre sino por él ' (Juan x i v . 6'.). Y al que así viene á Dios, no se le negará su petición, porque el mismo Jesu-Cristo nos asegura que ' todo cuanto pidiéremos en su nombre, él lo hará ' (Juan x i v . 13.) . H a y varios sagrados ejercicios q u e llamamos medios de la gracia; mas todos se refieren á la oración, y, sin ella, ninguno de ellos de nada t é servirá."

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C A P I T U L O X X .

LA SANTA EUCARISTÍA.

Entre los Romanistas el Sacramento Eucarístico que ellos tienen por latréutico, propiciatorio y satisfactorio también, se ha transformado en la misa, cuyo ritual se varia y adapta á todas las ocasiones, con un aparato que distrae la imajinaciou de los concurrentes, y una minucio­sidad tan escesiva, que los Sacerdotes celebrantes deben hacer un estudio especial de las ceremonias prescritas en el misal Romano, y de los rezos propios de los muchos dias festivos que se observan jeneralmente, de los propios de algunos países, y de los ritos privativos de muchas órdenes monacales, y aun de ciertas Iglesias privilejiadas. Es para decir misa que se ordenan los presbíteros, y si; obligación principal se reduce á decirla ó cantarla en los altares mayores y menores de sus templos, á las horas que se ¡es mande por la Iglesia, y siempre que los part i­culares costeen misas en beneficio, como creen ellos, de Jos vivos ó de los difuntos. El oir misa en los dias festi­vos se tiene por primera obligación del pueblo, y esto por toda la vida, desde la edad de razón hasta la muerte cuando el llamado viático se lleva á la habitación del mo­ribundo.

Nosotros no lo hacemos a s í ; y por esto muchos creen, y lo creerán de buena fé, que somos unos profanos que despreciamos el cuerpo y sangre de Jesu-Cristo. Bajo este supuesto nos calumnian, y nos lanzan anatemas y maldiciones, á las que no contestaré ni una palabra, no queriendo apartarme ni un ápice del mandamiento del Salvador: "Bendec id á los que os maldicen; haced bien á los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y persiguen " (Mat. v. 44 .1 . A fin de que se conozca

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nuestra doctrina acerca de la Eucaristía, debo recordar su institución por Jesu-Cristo, esponer el concepto del común de los Protestantes en cuanto al modo de administrarla y recibirla, y luego ecsaminar los pasajes de la Sagrada lis-critura que citan los impugnadores de nuestra creencia.

S. Pablo refiere la institución de esto Sacramento en los términos siguientes, y está enteramente conforme con los Santos Evangelistas. " Yo recibí del Señor lo que también os enseñé á vosotros, que el Señor Jesús, e n la noche en que fué entregado, tomó el pan, y, dando gracias, lo partió, y dijo : Tomad y comed : este es mi cuerpo, que por vosotros está quebran tado*: haced ésto en me-inoria de mí. Asimismo tomó el cáliz, después de haber cenado, diciendo : Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre. Haced ésto cuantas veces lo bebiereis, en memoria de mí. Porque cuantas veces comiereis este pan, y bebiereis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor, hasta que venga. D e manera que el que comiere este pan, ó bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese el hombre á sí mismo, y así coma de aquel pan, y beba del cáliz. Porque el que come v bebe, indigna­mente , come y bebe su propia condenación, no haciendo discernimiento del cuerpo del S e ñ o r " (1 Cor. x i . 23— 29 . ) . Después de la historia Evanjélíca, y la6 Epístolas de los Apóstoles, no conocemos otro documento autori­zante , porque consideramos que, si aun durante la vida de S. Pablo y sus compañeros en el apostolado, se intro­dujeron en la Iglesia varios abusos de la Cena Dominical, los que enumera, censurándolos con severidad en su pri­mera carta á los Corintios, sería imprudente en estremo, por no decir otra cosa, el seguir los ejemplos sacados de la historia de otros 6Íglos en los que se ltabia mudado la

K\é¡j¿vov.

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práctica, y, por tanto, variado dé la de los Apóstoles, Por esta razón nos atenemos al testo sagrado, haciendo el repartimiento del pan y del vino del modo que en él se indica, y lo hacemos en memoria de la preciosa muerte de Jesu-Cristo, según él mismo lo mandó, de lo que. son testigos fehacientes los Santos Evanjelistas Mateo, Mar­cos y Lúeas, y el Apóstol Pablo.

En este Sacramento hacemos una oblación de alabanza, oración v acción de gracias, y jeneralmente también de limosnas ; y creo que no es necesario traer testos de la Santa Biblia en justificación de esto. Mas, sobre todo, hacemos solemnísima conmemoración de la pasión y muer? te de Jesu-Cristo, el cual, como Cordero de Dios, se sa­crificó por nosotros.

Por e¡ mismo acto hacemos profesión de nuestra fé en el Salvador, y, de consiguiente, de nuestra union con la Iglesia universal, pues todos participamos en una misma fé, nos unimos en una misma caridad, y esperamos los aucsilios de un mismo Espíritu. " Poique un solo paiij un solo cuerpo somos muchos, todos los que participamos de un mismo pan " (1 Cor. x . 17.).

Sin embargo de no creer que hay alguna virtud sobre­natural inhérente en el pan y en el vino, ni mirarlos como si fueran " tremendos misterios," y objetos de adoración, creemos que la gracia de Dios se concede á los que comul­gan debidamente, discerniendo el cuerpo y la sangre de Jesu-Cristo. Y, en efecto, no és creíble que los buenos Protestantes se reúnan á la mesa del Señor con fé, ora­ción, alabanza, acción de gracias, y recuerdo piadoso de la muerte propiciatoria de Jesu-Cristo, y la union de todos los Cristianos verdaderos en caridad fraterna por medio de él, s i nque consigan là gracia de Dios quien no se niega 4 concedería S los qué se la pidéif con sinceridad,

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C A P I T U L O XXI .

ABUSOS DE LA MISMA.

Y o no hablaría de abnsos, si no estuviera precisado á hacerlo, tanto para justificarnos contra las acusaciones que se nos hacen, como para desvanecer la mala interpretación de los pasajes de la Sagrada Escritura, que se citan en seguida, juntamente con algunas notas que para su cspli-cacion escribí en mi comentario sobre los Evanjelios.

Juan vi. 47—59 . " En verdad, en verdad os digo, que aquel que cree en mí, tiene la vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná cu el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que cualquiera que coma de él, no muera. Yo soy el pan vivo, que descendí del cielo. Si alguno comiere de este pan, vivirá eternamente ; y el pan que yo le daré, es mi carne, la cual daré para la vida del mundo. Enton­ces los Judíos disputaron entre sí, diciendo : ; Como puede éste darnos su carne á comer ? Empero Jesús les dijo -. En verdad, en verdad os digo, sino comiereis la carne del Hijo del Hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne, y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo le resucitaré en el último dia. Porque mi carne verdaderamente es comid-i, y mi sangre verdaderamente es bebida. El que come mi carne, y bebe mi sangre, en mí mora, y yo en él. Como el Padre vi­viente me envié, y yo vivo por el Padre, así el que me come, el mismo también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo, no como el maná que vuestros padres comieron, y murieron : el que come este pan vivirá eternamente. Esto dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaum." Desde que fué inventada la fábula de la Transustanciacion, se citan estas palabras en su apoyo, entendiéndolas en sentido literal los que profesan creer en

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ja presencia real. A fin, pues, de probar (si ésto puede! hacerse sin agraviar el sentido común) que Jesu-Cristo no habló de comer materialmente su cuerpo, ni beber su mis­ma sangre, sino de creer en él como muerto para la salva­ción de los hombres, anotamos lo siguiente:

1 ? El espresar los actos intelectuales de meditar y creer por las acciones físicas de comer y beber, es metá­fora usada con frecuencia entre los pueblos orientales. Según ellos lo espresan, la sabiduría clama por las plazas de la ciudad, convidando á los ignorantes á que coman su pan, y beban el vino que les ha mezclado (Prov. ix . 5 . ) . El profeta llama á los sedientos para que vengan á las aguas, y que reciban gratuitamente vino y leche, esto es, que le oigan con atención, comiendo lo bueno, y deleitán­dose su alma con la grosura (Is. LV. 1, 2 . ) . Así dice Filón en su primer libro sobre las alegorías de las divinas leyes (sec. 14. 17.), que " l a virtud se llama metafórica­mente Paraíso, y el permanecer en ella se llama Edén, palabra que quiere decir delicias ; y que el decir que el árbol de la ciencia del bien y del mal fué bueno para comer, significa la escelencia de la virtud práctica y teo­rética." Y el mismo, en su libro sobre el Heredero de las cosas divinas (sec. 15.) , dice que el maná fué la divina palabra, la comida celestial é incorruptible del alma, que se deleyta en la contemplación de Dios *. Así manda el ánjel á S. Juan que coma el libro (Apoc. x . 9 . ) ; intimán­dole así que medite sobre las cosas escritas en él. Mas los Judíos estaban tan familiarizados con esta metáfora, que la admitían en su lenguaje común, usando el verbo comer como equivalente á creer, ó participar de una cosa. Dice un Rabí : Los Israelitas comerán los años del Me-stusf (Sanhedr. fol. 98 : 2 . ) . Otro lo niega, diciendo que el Mesías ha venido, lo cual espresa en las palabras si-

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guientes : No hay Afesías pora Israel, porque ya le comie­ron en los dias da Exequias* (Fol. 99 : I . ) . Luego, si los Judíos mismos decían que se hahia comido (ó recibido) al Mesías, no es de estrañnr que el Señor hubiera usado la misma espresion en él mismo sentido ; y, si no se en­tiende literalmente en el Talmud, no hay razón para que así se entienda en el Evnnjelio.

2 9 En este capítulo la misma idea se empresa de dos maneras. La una es creer en Jesu-Cristo, y venir á él; y la otra es comer el pan que descendió del cielo, siendo este pan Jesu-Cristo, el mismo que está hablando con los Fariseos. De consiguiente, el creer en Jesu-Cristo, el venir á él, y el comer el pan que descendió del cielo, llamándose Jesu Cristo este pan, son términos equivalen­tes . Adviértase también como dice (v. 29.) á los Judíos que la obra de Dios es creer en aquel á quien envió, inti­mando que esta obra es el cumplimiento del i/iandamiento que acaba de darles : Trabajad por Ja comida que perma­nece hasta la vida eterna. Y, diciéndoles (v. 35.) que es el pan de la vida, les asegura que el que viene á él nunca tendrá hambre, y qué el que cree en él, nunca jamas tendrá sed. El venir á Cristo, pues, sucia el hambre, y el creer en él apaga la sed, locuciones que no se pueden entender al pié dé la letra. Mas con ellas y otras seme­jantes habla él Señor en todo su discurso.

3 9 Pero dice aun mas. El pan que yo le daré es mi carne, la cual yo daré pa ra l a vida del mundo. En verdad, en verdad os digo, qne^ si no comiereis la carne del Hijo del Hombre; y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo le resucitaré en el último dia. Por­que mi carné verdaderamente es comida, y mi sangre es bebida. E l q u e come mi carne y bebe mi sangre, en mí

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mora, y yo en ¿1, &c. (v. 52 . 54—57. ) Dicen los Pa­pistas que no puede haber palabras mas terminantes en favor de la transustanciacion ; mas Jesu-Cristo mismo nos enseña que el comerle no es otra cosa mas que llegarse á él por la fé, y que esta fé es Ja que salva al hombre. Mas que salvo uno no puede ser ; y de consiguiente, bas­tando para esto la fé, el comer de hecho el cuerpo de Cristo, si se pudiera hacer, tampoco es necesario para une se salve. Y si no es necesario ni posible, ; porqué anatematizar á cuantos no le comen ? Y si el comer pan. significa la fé, ¿ poiqué debemos entender que el comer carne, siendo esta acción semejante á la otra, no significa nada mas que lo que espresa la letra del testo ?

4 9 Entendiendo literalmente estas palabras de Cristo, sería menester confesar que el comer realmente su cuerpo es necesario para la salvación ; y, si es así, el ladrón arre­pentido, Juan el Bautista, y todos los que murieron des­pués de haber creido en el Salvador, antes de que fuese crucificado, como también todos los que hasta hoy han muerto sin tener la oportunidad de comulgar, están per­didos. Mas, por otra parte, si no es necesario semejante acto para la salvación, se nos concede todo ; y repután­dose por indiferente lo que sostienen los Papistas, ya no es artículo fundamental de la fé Cristiana.

5 ? Si es necesario beber la propia sangre de Jesús , debe tenerse por indisputable que todos los laicos se pier­den, pues éstos no la beben ; y, no siéndoles tampoco permitido bebería, quedan, según la doctrina de la Tran­sustanciacion, escluidos del cielo. Pero, si esto no es indispensable, otra vez se asiente al todo de nuestro ar­gumento.

6 9 Si todos los que comen á Cristo (entendidas lite­ralmente las palabras) moran ó permanecen en él, se sigue que Judas permanece todavía en él, aun estando en el infierno, y que millones de pecadores impenitentes, lia-

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biéndole comido en la Eucaristía, moran en Cristo, y él mora en ellos.

7 ? Como los Judíos no entendieron las metáforas del discurso de nuestro Señor, ó afectaron no entenderlas, se dieron por escandalizados. Por lo cual les replica : ¿ Esto os escandaliza ? ¿ Pues qué si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba al principio? Les dice que, muy lejos de hacerse antropófagos comiendo su carne, le verán subir a! cielo. Y prosigue diciéndoles que la carne nada aprove­cha, mas que el Espíritu es el qué da la vida. Que las palabras que les habla son Espíritu y vida. De esto se infiere que sus palabras 6 doctrina, no su carne material, son las que salvan á los creyentes. Mas algunos, y éstoi

fueron los que entendieron sui pulabras literalmente, no cre­yeron ; y, no creyendo, tampoco pudieron tener la vida.

8 ? Por fin, como no se habia instituido todavía el Sacramento de la Eucaristía, los Judíos no pudieron en­tender su discurso con referencia á ella ; y, en efecto, el discurrir con tanta particularidad sobre una institución que todavía no ecsistia, ni habia sido indicada á los oyentes, hubiera sido mas bien confundirlos que instruirlos ó amo­nestarlos ; y aun el pensarlo sería indigno del Cristiano.

Mat. xxv i . 2 6 — 2 8 . " Y , comiendo ellos, Jesús tomó un pan, y, habiendo pronunciado la bendición, lo rompúí, y dio á sus discípulos, y dijo : Tomad, comed, este es mi cuerpo. Y , tomando la copa, y habiendo dado gracias, se la dio, diciendo : Bebed de ésta todos. Porque esta es mi sangre de la nueva alianza, derramada por inuclios para remisión de pecados." En la obra referida esplique el testo con las notas siguientes :

l a . Y comiendo ellos la cena pascual. Nuestro Señor trocó la antigua pascua en una cena eucarística, al tiempo en que la ley ceremonial habia de ser reemplazada por la mas perfecta del Evanjelio; y el recuerdo de la emanci­pación de los Israelitas de la esclavitud Ejipciaca, traia»

la memoria el de la redención de todo el jénero humano; y el cordero inmaculado de Dios que quita los pecados del mundo, principiaba á celebrarse con preferencia al cordero de la pascua.

2a. Jesús tomó un pan. El testo, recibido en este lu­gar, es tomando E L pan *. El artículo del orijinal se omite en esta versión por las razones siguientes : l a . No se encuentra en muchos de los mejores códices, según se puede ver en cualquiera de las ediciones críticas del Nuevo Testamento Griego ; y por esto queda dudoso si debe ser admitirlo ó no como lección auténtica. 2a. Para resolver esta duda recurrimos á los lugares paralelos (Márc. x iv . 22. Lúe. x x i i . 19. y 1 Cor. x i . 23 . ) , donde está escrito tomando un pan, ó tomó un pan f, hablando indefinida­mente. Es probable que algunos copistas del Evanjelio según S. Mateo, insertaron el artículo TIV para señalar con especialidad aquel pan que fué repartido entre los dis­cípulos ; ó, si este Evanjelio fué traducido de un orijinal Siro-Caldéo, la palabra tton1; pudo entenderse como m ttatú emphatico, y orijinar la inserción 'del artículo en la versión. 3a. Consta de los escritores Hebreos, que se acostumbraba poner mas de un pan en la mesa para la cena pascual; en cuyo caso, seria muy inecsacto el decir, que Jesús tomó el pan, como si no hubiera en ella mas que aquel solo pan. Maimónides y otros dicen que habia dos panes ; y, si los habia en la mesa para la cena de Jesús y sus doce discípulos, como es regular que los hubiese, el Señor tomaría uno de ellos. Con todo, no puede ser ajeno de la verdad el decir que Jesús tomó un pan, ya que el testo Griego espresa, con alguna ambigüedad, que lomo el van. Estas observaciones se hubieran omitido, á no creer­se necesario glosar con particularidad sobre todo os te pa­saje que trata de la institución de la cena dominical. Con

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respecto al pan que se elijió para materia de este sacra Diento con preferencia á cualquier otra cosa, e6 suficiente notar que el pan y el vino s e miraban como los dos ali­mentos principales, y buenos para todos. Conforme á ésto, está, d iebo : " para sacar el pan de la tierra, j el vino (ine. alegra el corazón del hombre " (Sal. civ. 14, 15. ) . Y la ley tradicional mandó pronunciar una bendi­ción distinta sobre éstos, lo cual se espüca por los Rabi­nos diciendo : " Porque, por causa de su escelencia (del vino), ordenaron una bendición propia, y lo mismo te hace con el pan " (R. O b . Bartenoia in Misnaiot, Beratut v i . 1.). Todo esto concuerda con la historia de la cena dominical.

3a. y habiendo pronunciado la bendición *. No bendijo el pan, sino á Dios. Según el estilo Hebreo, bendición equivale á oración; y bendecir á Dios (Jacob, m . 9. tt passim), es prestarle la mas solemne adoración. Poique la misma palabra bendición f, tomada en 6U sentido rigu­roso, significa el acto de doblar las rodillas en la oración, s e g ú n se dice (2 Crón. v i . 13) y bendijo (Heb. se arrodi­lló) puesto de rodillas %. Las oraciones litiiijicas de los Judíos se llaman bendiciones, y el primer tratado de su jVlisnn se llama tratado de bendiciones í¡, poique, según dice Mnimónides en su prefacio, como n o es lícito á nadie comer sin haber dicho antes una bendición, así quiso Dios que este cuerpo de leyes tradicionales se principiase con bendiciones, " para que así fuese preparado el alimento con una preparación racional." Mas el motivo porque S. Mateo y los otros Apóstoles usan ti\oyeti> y t!ix"pise~¡¡'i se deducirá de la siguiente fórmula, que es probable fué la pronunciada entonces por el Señor, ó, si no la misma, otra muy semejante. Bendito seas, Dios nuestro, Rey del •mundo, que haces producir el pan á la tierra ||. En len-

* K¿¡ (vho-fiíaas. t Ttya. % vya -pa'!. § m r o rico. :ywn ¡o err? NSipn CVIRN irrf»» npx • p ' II

guaje como éste, Jesu-Cristo. bendijo á Dios. Jesu Cristo, como maestro y Señor de los discípulos, pronunció la acos­tumbrada bendición, haciendo ésto enteramente según el uso de los Judíos, lo cual se conoce por la siguiente regla de la Misna (Berajot vi . G.) : Cuando se sientan á comer (esto es, sin arrimarse á una mesa), cada uno bendice por sí. Cuando se arriman, uno bendice por todos. Estando, pues, arrimados á una mesa, el Salvador pronunció la bendición en nombre de sus discípulos.

4a. ¿o rompió. Los panes de los Hebreos eran unas tortas delgadas y quebradizas que no se podian cortar en pedazos como los nuestros, mas siempre se rompían. E n la iglesia primitiva, el romper el pan fué tenido por acción significativa, y, por tanto, esencial al Sacramento de la Ceua. Sn. Pablo, escribiendo por revelación especial, dice, en nombre de Jesu-Cristo : Este es mi cuerpo, que es rompido por vosotros (1 Cor. x i . 2 4 . ) ; entendiéndose que el romper el pan en el Sacramento es un rito emble­mático que representa el traspaso y quebranto del cuerpo del Redentor clavado en la cruz. Y en la misma la . Epís ­tola á los Corintios rx. 1C, el Apóstol dice : el pan que rompemos, es á saber, en la santa comunión. Consta que, en los dos siglos primeros de la Iglesia, la frase fracción del pan * fué sinónima de eucaristía ; y así el autor de la versión Siriaca la entiende, y, traduciéndola, dice: fracción de ¿a eucaristía (Hech. n . 42 . ) . H o y e n día el pan se trueca en una oblea, la cual, en lugar de ser rompida y repartida entre los comulgautes, las mas veces se mete en la boca de uno, quien no se atreve á comerla según el precepto de Jesu-Cristo, con respecto al pan, sino que la traga entera "por mayor reverencia."

ña. y dio á sus discípulos en señal de comunión con ellos (1 Cor. v. 11.) . Si no hubieran sido sus discípulos,

kAóV ís toD aproo.

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1.). Usando la misma comparación, nuestro Señor se* nos propone como objeto de nuestra fé, prometiéndonos la vida inmortal, si comemos su carne y bebemos su sangre (Juan vi. 47—59 . ) . Pues , en este rito emblemático, el comer voluntariamente el pan espresa el acto de creer en Jesu-Cristo, y el efecto de nutrirse el alma por su gracia. Y así, como es innegable que el pan es materia esencial de este Sacramento, también el comerlo no es menos ne­cesario para llenar el precepto que encarga á los fieles comulgantes hacer ésto ("uo sufrir que se les haga tragar) en memoria de Jesu-Cristo.

8a. Este es mi cuerpo. Los mismos que no toman en sentido literal el mandamiento, corneé bebed todos vosotros, sostienen que se deben interpretar las palabras este es mi cuerpo, al pie de la letra. Dicen que el pan ú oblea que se da en la eucaristía, es el verdadero cuerpo de Jesu-Cristo que vuelve á ser ofrecido como sacrificio incruento, y lo llaman hostia (ó víctima). Hay millonea de nuestros semejantes que se ven obligados á admitir ésto como artículo de fé bajo la autoridad coactiva de su iglesia, cuyos doctores sostienen que, como todas las cosas son posibles para Dios, por consiguiente es posible que el Dios infinito y eterno se transmute en una sustancia misteriosa, y que esté oculto bajo las especies de un pe­dazo de pan, ó de una oblea. Es te absurdo llaman ellos Transustanciucion. No será muy fácil convencerlos de la falsedad de este delirio : pues, habiendo resuelto ciertos teólogos no escuchar la razón, mantienen obstinadamente la disputa, y los mismos contrincantes pierden el juicio por la misma ridiculez del asunto que los tiene alucinados. Lo misino han hecho los escritores escolásticos j y el ve­nerable sacramento que debia de ser la grande señal de nuestra unión con Jesu-Cristo, y del amor fraterno, ha contribuido mas que otra cosa cualquiera, á esponer nues­tra Santa Relijion al escarnio del mundo. Notamos pñ-

» o les hubiera dado el pan, porque el hacer ésto fué tm acto de solemne reconocimiento; y, según este principio, el ministro reconoce al comulgante por miembro de la verdadera iglesia de Jesu-Cristo, y discípulo suyo. De aquí se sigue que el ministro no debe dar el pan de la eucaristía á quien no se halle en aptitud de ser reconocido por discípulo de Jesu-Cristo, sino que, arreglándose á las declaraciones del mismo Señor, " Si vosotros persevera­reis en mi palabra, verdaderamente seréis mis discípulos " (Juan v u i . 3 1 . x i n . 35 . xv . 8 . ) , debe negar la santa comunión á los que no den pruebas de ser verdaderamente relijiosos. Pero, ¿cuan dignos de reprehensión no 6ERÁN

aquellos qne compelen á los irrelijiosos á cometer el sacri-lejio de profanar la mesa del Señor, acercándose á e'la, y los amenazan de censuras 6 de escomunion si no lo hacen ?

6a. Tomad. Este es acto propio del que recibe. El Señor no dice : Abrid la boca para que yo lo eche en ella, sino tomadlo voluntariamente, ya que habéis querido par­ticipar de esta sagrada cena (vers. 17-).

7a. comed. N o dice : Tragad sin masticar, como que­riendo facilitar á LO6 mal intencionados el mezclar con el pan sacramental cosas nocivas que por el sabor se pudieran descubrir. Siendo que por el comer recibimos voluntaria­mente el alimento para mantener la vida del cuerpo, el tomar instrucción y recibir la gracia se representan por semejante acción. Así la sabiduría convida á los insi­pientes. " Venid, comed mi pan, y bebed el vino que os he mezclado" (Prov. i x . 5 . ) . Jeremías d i ce : " H a l l á ­ronse tus palabras, y las comí, y convirtióse en gozo tu palabra, y en alegría de mi corazón" (xv. 16.). El Sal-mista, encareciendo la bondad de Dios, esclama : " Gustad, y ved que el Señor es suave; bienaventurado el hombre que espera en él " (Sal. x x x i v . 8 . ) . Al profeta Ezequiel se le dijo en visión : " Hijo de hombre come ese tolúmen, y ve á hablar 4 los hijos de Israel " (Ezcq. n i ,

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mero que esta controversia se suscitó muy tarde en la Cristiandad ; y luego, dejando la polémica aparte, citare­mos autoridades bíblicas por las cuales se podrá entender el verdadero sentido de las palabras de Jesu-Cristo, "Este es mi cuerpo."

Los Cristianos, hablando del Sacramento Eucarístico, se liabian espresado en términos de la mayor reverencia, como es debido ; y algunos de ellos, no pudiendo prever el abuso, que otros hicieron después, de su lenguaje me­tafórico, se apartaban del estilo moderado que deben usar los que se dan por instructores del pueblo Cristiano, y parecia que hablaban del pan consagrado como si fuera alguna sustancia divina ó misteriosa. El Concilio idólatra <le Nicea, en el año de 787, declaró que el pan consagrado deja de ser pan, y pasa á ser el verdadero cuerpo y sangre de Jesu-Cristo. Sin embargo de esta insulsa declaración, el dogma de la transustanciacion no fué admitido por el común de los Cristianos ; mas, al contrario, cuando en el siglo nono Pascasio Radberto, monje Francés, escribió un libro en su defensa, su innovación fué impugnada fuerte­mente por Ratran, y otros. Mas, como pareciese al clero que la idea de poder ellos hacer todo un Dios con solo pronunciar cuatro palabras, les granjearía del ignorante pueblo aun mayor veneración, se empeñaron en propagar­l a ; y, después de reñidas controversias en aquellos siglos en que los clérigos y los pueblos estaban igualmente em­brutecidos por la superstición, prevaleció en la Iglesia Latina el orgullo sacerdotal sobre la autoridad de las San­tas Escrituras, y sobre la repugnancia de los hombres á admitir semejante interpretación ; y en el año de 121.5 un Papa declaró escomulgado á todo el que no lo creyese. Asi sucedió que, en el año de MCCXV., por mandado del imperioso Inocencio n i . , la Transustanciacion se hizo doc­trina de la Iglesia Romana.

Mas como los partidarios de esta impostura ya autori-

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sada por los directores de su conciencia quieren insistir en que Hoc est Corpus meum es una sentencia májica que, cuando debidamente pronunciada, y entendida literalmen­te, tiene la virtud de transustanciar una oblea en un Dios, y que fueron vencidos hasta por milagros los escrúpulos de los que no podian creerlo, haremos unas breves obser­vaciones sobre dichas palabras.

Nuestro Señor Jesu-Cristo no habló en Latin, diciendo Hoc est corpus meum, ni en Griego * tampoco. Así como S. Pablo hablaba en Hebreo, pues así se llamaba el dialecto Siró, ó Siró-Caldeo, cuando trataba con Judíos (Hech. x x i . 4 0 . x x n . 2.) ; como Pedro hablaba en el dialecto Galiléo (Mat . x x v i . 7 3 . ) ; como los Apóstoles todos usaban los idiomas vernaculares que sus oyentes entendían mejor (Hechos i t . 8 . ) ; y como el Señor, l la­mando desde el cielo á Saulo, habló en la lengua Hebrea (Hech. x x v i . 1 4 . ) ; es constante que Jesús , estando en la tierra con sus discípulos, les hablaba en su propio idio­ma (Véase Márc. m . 17. Mat . xv i . 17. Gr. Márc. v n . 11. 34. Mat . X X V I I . 4 6 . Lúe. xv i . 9. Gr. Márc. v. 4 1 . ) . Y no podia ser de otro modo, porque sus discípulos eran Galiléos siu instrucción, y no entendían Griego ni Latin, hasta que estas lenguas les fueron enseñadas milagrosa­mente en el dia de Pentecostés.

Esto sentado, hasta los partidarios de la Transustancia­cion deberán conceder que las palabras de Jesu-Cristo se ­rían las de la versión Siriaca este mi cuerpo, ó como también están en Hebreo, este mi cuerpo f. Es te es un modismo del Hebreo y de los demás idiomas Semitas, según el cual se omite la partícula de comparación, y se designa entré los Gramáticos Hebreos con la fórmula falta la caf de comparación %; y, si se insertara aquí, resultada la dic­ción este es como mi cuerpo. Es ta caf de comparación

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equivale á la palabra representa. Se pudieran citar un sin número de ejemplos de este modismo; mas nos con­

tentamos con señalar algunos pocos. Este el pan de aflicción que nuestros padres comían en la tierra de Egip­

to* (¡Vlacbsor.). No hay Judío que no entienda la obvia significación de estas palabras, y que no coma el pan ácimo de la pascua en memoria del pan de aflicción que comieron sus padres en Egipto. Las citadas palabras se repiten todos los años por los Judíos en esta fiesta, y son muy parecidas á las que se citan por Just ino, el mártir, como usadas en semejante ocasión por los Judíos (Dialog. cum Triphon.) . Esta pascua, nuestro Salvador y nuestro refujiof. Y Moyses, escribiendo en el mismo estilo, dice : Siete bueyes, siete años, tyc. J (Gen. X L I . 26.) . Y diez cuernos, diez reyes §. Mas, si algnn caviloso obje­

tara que este pasaje está en Griego y no en Hebreo, y que en el orijinal Griego se dice terminantemente este es mi cuerpo, se le responde que así se pudiera decir tara­

bien en la lengua vernacular de Jesu­Cristo, por no haber en ella verbo que, en el tiempo presente, equivalga al Griego «i , ó al Castellano es, y ésto sin mudar en iden­

tidad lo que solo es comparación. Y, si se indicase una transustanciacion cada vez que se usa del verbo es ó son, habria tantas transustanciaciones en el Nuevo Testamento, cuantas hay en las fábulas de Ovidio; y, según la regla por la que los Romanistas interpretan Mat. x x v i . 26., seguiríamos en este caso desenvolviendo el sentido de va­

rios versículos oscuros, de manera que, por ejemplo, las palabras de Jesu­Cristo en Mat. х ш . 38, 39, se habrían de entender de este modo : " E l campo sembrado encierra en sí todo el ámbito y todas las poblaciones de este globo

f ТОЗТО t í ттаегх" i <TWT)¡p 1щиу Kal у катафхгу}) тцхшу.

{ m e n o me ш § p t o rrvcy тот кччрт

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terrácueo; y las semillas, echadas en él , son de hecho hombres completos, y santos inmortales dotados de almas y de razón. La cizaña es la especie disfrazante que en­

cubre á herejes de carne y sangre, que han brotado, como de los dientes de la serpiente brotaron los soldados en el campo de Tébas. Aquel que á vuestros ojos de carne parece labrador y va esparciendo las semillas, es el mismo diablo, no obstante que esté encadenado en el Tártaro . Y lo que á vuestra vista entorpecida parece siega, es el fin del mundo, que llegó al momento en que Jesús dijo : La siega es el fin del mundo, y que todos los años se verifica. Los humildes jornaleros que ofenden vuestros oídos piadosos con su donayre y livianos chistes, son án­

jeles puros bajo especie humana. Según nuestra nueva regla crítica, interpretaremos que la piedra que Moyses hirió en el desierto fué el mismo Cristo, y que por este acto de irreverencia fué por el que el Señor castigó al lejislador Hebreo con una muerte intempestiva. Que en­

tonces el Salvador de los hombres estaba sacramentado, no bajo la especie de un pan, sino bajo la de una piedra ; y que los Israelitas apagaban la sed con su sangre verda­

dera que salía de su verdadero lado. Que, segun la ley de concomitancia, Moyses dejó de ser Moyses, y vino á ser el mismo soldado que traspasó á Jesu­Cristo en la cruz, transformándose al instante su pacífica vara en guerrera lanzad Por la misma concomitancia se mudó el siglo ; y en lugar de suceder aquello unos mil y quinientos años antes del nacimiento de aquel que fué crucificado entonces, sucedió su crucificsion real y verdaderamente en el año de nuestra salud treinta y tres, ó mil y quinien­

tos años antes de suceder, porque es uua verdad incontes­

table que las operaciones de la Omnipotencia no aguardan el tardío discurso de los siglos. Nuestra paráfrasi chocará con la razón ; pero nos preciaremos tanto mas de nuestra relijion, cuanto roas nuestra fé choque con la razón que,

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aunque un tiempo fué don de Dios, queda ahora transns-tanciada en zancadilla diabólica, porque desde el siglo decimotercio todo ésto ha sucedido, y muchos siglos antes sucedió. A la verdad, nuestros raciocinios sobreraciona-les parecen, á los no iniciados, algo enredosos ; mas por esto no dejan de ser Católicos, porque nada es imposible para Dios ; y, según fué decidido en Roma, donde todo es infalibilidad, le place enredar personas, acciones, lu­gares y épocas, para que los fieles sean acrisolados y sublimados hasta el punto de no necesitar ni de juicio ni de sentidos, facultades éstas que pudieran ser perjudicia­les al interés de la dominante curia. ¿ Mas hasta donde me propaso ? Veo que este dogma de la transustanciacion me enajena, como ha enajenado á otros muchos ; y, si­guiendo las huellas del engaño, me encuentro en la mística rejion donde vive la fé divorciada de la razón, prostituida á la mentira, y hecha madre de la pirrónica incredulidad. Vuelto en mí, lloro el descarrio de los mortales que, cre­yéndose tener á Cristo en el altar, dejarán de hallarle en el cielo ; y, confiados de que han recibido su carne por la t o c a , no conoceií que de su espíritu queda privado su corazón.

9a. y tomando la copa. La misma copa en que habia bebido el vino con sus discípulos, diciendo sobre ella la acostumbrada bendición (Lúe. x x n . 17.).

10a. y habiendo dado gracias*. La fórmula usada por los Judíos es : Bendito sea nuestro Dios, rey del mundo, criador del fruto de la vidf (Beracot.).

l i a . se ¿a dio, diciendo ; bebed de ésta todos. TODOS. Los Sacerdotes de la Iglesia Latina niegan á los laicos la copa que Jesu-Cristo mandó que todos tomasen, dándoles solamente una especie de pan. De consiguiente, los laicos de esta Iglesia no reciben el Sacramento de la Eucaristía.

* Eii^apisr¡(r^s. JDJÍT 'ID N113 DVttn -[te 13<rr>N T>"0 f

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12a. Esta es mi sangre. (Esto se esplica arriba.) 13a. de la nueva alianza. La relijion Mosaica se llama­

ba alianza (2 Cor. m . 14. Gal. iv. 24. Heb . v n . 22. v m . 6—13. ix . x . Gr. ) . Para que haya alianza debe haber dos partes contratantes, que de acuerdo otorguen algún documento, ó que se convengan con solemnidad en algún signo. En las alianzas antiguas relijiosas entre Dios y los hombres, el signo solemne sobre el cual solemniza­ban el pacto, era una víctima sacrificada. Esto es dema­siado notorio para que se necesite de pruebas ; pero pruebas suficientes se colijen de los pasajes aquí citados. Bajo la ley de Moyses los sacerdotes vertían la sangre de las víctimas sacrificadas delante del altar, y rociaban una porción de ella sobre el pueblo, en señal de que se incluía también á éste en la solemnización y en los beneficios del pacto. El mismo Moyses, entregandn al pueblo Israelí­tico la ley de Dios, y ecsijiendo de él la promesa de que la guardaría, hizo ofrecer holocaustos, y sacrificar becer­ros, víctimas pacíficas, al Señor ; y " t o m ó la mitad de la sangre, y la echó en tazones, y derramó lo que restaba sobre el altar. Y , tomando el libro de la alianza, leyó, oyéndolo el pueblo, y dijeron : Todo lo que ha hablado el Señor, haremos, y seremos obedientes. Y él, tomando la sangre, rocióla sobre el pueblo, y dijo : Esta es la sangre de la alianza que ha concertado el Señor con voso­tros sobre todas estas palabras " (Ecsod. xx iv . 7, 8.) . Jesu-Cristo, publicando una ley mas perfecta, y estable­ciendo una reí jion que no ecsije de nosotros holocaustos, ni sangre de, becerros, y ofreciéndose á sí mismo como la víctima inmaculada, cuya muerte es la propiciación ofre­cida á Dios por los pecados de los hombres, sustituye, en lugar de sangre, vino. El derramar de continuo la sangre de las víctimas en los atrios del templo, fué una tácita declaración de que la justicia rigurosa de Dios ofendido no estaba aun satisfecha, ni aplacada su ira que todavía

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amenazaba de muerte á los pecadores ; mas el repartir TINA copa de vino en la congregación de los discípulos, en señal de la bondad y favor de su Redentor, les inspira una santa alegría, y aviva su confianza en los méritos de la preciosa sangre, ya derramada una vez en la cruz por ellos, para la remisión de sus pecados. La alianza que Dios bace con los hombres mediante Jesu-Cristo crucifi­cado, no se llama nueva por ser nuevamente inventada, sino por ser en estremo escelentc, como se dice nombre nuevo (Apoc. II . 17.) , nueva Jerusalem ( m . 12.) , cántico nuevo (v. 9.) , cielo nuevo y tierra nueva (XXI . 1.). Según este sentido de la palabra, el cántico de los Santos será nuevo por toda la eternidad, y así esta alianza de gracia ae llamará nueva hasta la consumación de los siglos.

14a. derramada por muchos, i Y no está derramada por todos ? Sí , lo está ; mas, para probar ésto, las pa­labras del testo necesitan esplicacion. S. Pablo dice, en Rom. v. 15. 19., que por el pecado de uno murieron muchos, mas que por la gracia de uno, que es Jesu-Cris­to, el don de la vida abundó sobre muchos que, por la desobediencia de un solo hombre, muchos fueron hechos pecadores, y que así también muchos seráu hechos jus­tos, &c. Pero los muchos que murieron, que se hicieron pecadores, y sobre quienes abundó el don de la vida, son todos los hombres, según se afirma en los versículos 12. y 18. La frase los muchos*, es muy usada por los escrito­res Griegos, en el sentido de la muchedumbre, el vulgo, 6 el pueblo en jeneral, sin limitación ninguna. Y no tan solamente los Griegos. E l profeta Isaías, hablando del Mesías , dice ( u n . 11 , 12.) : " Mi siervo justo justificará á muchos llevará sobre sí los pecados de ellos. Por tanto, le daré por su porción á muchos él cargó con los pecados de muchos, y por los transgresore% rogó."

* oí iroAAo!.

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Luego es cierto que Jesu-Cristo llevó sobre sí los peca­dos de todos los hombres que aquí se llaman muchos y transgresores, y que los muchos que se le dan por su por­ción son los Jentiles, ó todas las naciones del orbe (Sal. LI. 8.) . Y es digno de notarse que el Targum Caidéo de este pasaje traduce el Hebreo muchos*, por las ¡entesf, y muchas naciones \. Según ésto, debemos entender la palabra muchos de este testo de S. Mateo, como refirién­dose á los Jentiles todos, puesto que por todos los hombres Cristo murió.

15a. para remisión de pecados, de los que arrepintién­dose crean en Jesús, porque sin efusión de sangre no puede haber remisión. Al esplicar esta frase remisión de los pecados §, debemos observar que la ¡t</>e<rij, ó remisión, no es solo el perdón de los pecados cometidos, sino tam­bién la purificación del alma del pecado orijinal. Esta interpretación concuerda con la doctrina de las Sagradas Escrituras, y con el sentido del verbo a<p¡7iiJ.í despedir á una persona, ó remitir una pena, que se usa por los Se­tenta intérpretes por traducir no solamente perdonar ||, sino también quitar .

Tal vez estas notas parecerán demasiado prolijas; mas no me ha sido muy fácil evitar el estenderme ann mas, atendida la suma importancia de este asunto, en la con­troversia pendiente entre los Romanistas y los Protes­tantes.

1 Cor. xi . 27 . " D e manera que el que comiere este pan, ó bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor . " Porque se dice el que comiere este pan, O bebiere el cáliz, infieren aquellos que es indiferente comulgar bajo una ó dos especies ; y dicen que, así como á los laicos adultos solo se les da el

* EJ'M F N'DOS Í JWJD ]>OD5 § &<pe¡ris -rüv ífíapTiüy, 11 rró 1} NIM

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pan, á los niños reciennacidos se les daba antiguamente el vino solo. No hablo ahora de las fábulas que se hallan en las historias de los tiempos heroicos de la Iglesia, sobre niños que comulgaban y hacían milagros, porque debo ce­ñirme á la letra del testo. Aquí, pues, es de notar que la conjunción disyuntiva vel, ú ó, se sustituye á la copu­lativa y, así como sucede también en otros varios lugares del testo orijinal, de los que se sacan estos ejemplos. En Malaquías u . 17. dice el Hebreo : ¿ O donde está el Dios del juicio ? Mas las versiones Latina y Alejandrina bien lo traducen < Y donde está, ¡kc." En Proverbios x x x . 3 1 . dice el Hebreo, Gallo ó carnero, y las versiones, Gallo y carnero. En Efesios v. 3 . se dice O avaricia, de­biendo entenderse Y avaricia. Y en Hechos i. 7. se pone Tiempos ó momentos, en lugar de Tiempos y momentos. Otros ejemplos de la misma especie pueden hallarse en la Philolugia Sacra de Glasio (p. 524) , obra sin la cual no estaría completa la biblioteca de un Teólogo, pues es la llave del Testo sagrado orijinal, el que todo el que se lla­ma Teólogo debe leer y estudiar, ó no venderse por tal, ni atreverse á entrar en polémica sobre materias de reli-j ion. En el pasaje que estamos anotando, algunos códices manuscritos tienen la conjunción copulativa y *, la que traen también las versiones mas antiguas, y así la citan varios autores eclesiásticos antiquísimos.

Empero, si la conjunción se entiende literalmente según su significación común, lo mas que puede inferirse de ella es que sería indiferente el comulgar bajo la especie del pan é la del vino, cuya consecuencia no admiten los Romanis­tas. Casi perdida debe estar su causa, pues se ven pre­cisados á valerse del débil apoyo de semejante partícula. En los primeros siglos se tenia por sacrilejio el dividir el

* KOÍ. Véanse Wetstein, Griesbach, Sabatier y los demás edi­tores del Nuevo Testamento con lecciones variantes.

Sacramento, no dando al comulgante ambas especies ; tiras en estos tiempos se sigue otra moda. ¡ Cuan mutable es el hombre ! ¡ Cuan indigno de constituirse dispensador de los misterios de Dios !

El decir, como dicen ellos, que por la concomitancia el cuerpo de Cristo está en el vino, y sn sangre: en el pan, y que su alma y divinidad están en ambos ó en cualquiera de ellos, es amontonar absurdos, y hacerse cada vez mas ridículos los contrincantes por la confusión de ideas en que se engolfan.

Malaquías i. 11 . dice el Señor de los ejérci­tos ; y no recibiré ofrenda alguna de vuestra mano. Por­que, desde donde nace el sol basta donde se pone, grande es mi nombre entre las jentes , y en todo lugar se sacrifica y ofrece á mi nombre ofrenda pura ." Estas palabras se esplican perfectamente citando otras de nuestro Salvador, que d icen : " V i e n e la hora que ni en este monte ni en Jerusalem adoraréis al Padre. Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues también el Padre busca tales que le adoren " (Juan iv. 2 1 . 23 . ) . La ofrenda pura que se ofrece á Dios no es la misa, sino la oración y la alabanza, como lo dicen los escritores ins­pirados (Sal. CXLI . 2. Apoc. v. 8. v m . 3 , 4. 1 Tim. I I . 8. H e b . x m . 15. Sal. L . 14. 23 . et passim.); y hasta que prueben que Melquizedec gastó una casulla, no po­drán probar que Malaquías habla de las misas.

Dice S. Pablo que Jesu-Cristo murió «na ves por nos­otros, y que ya no queda mas sacrificio por el pecado. Ellos por el contrario sostienen que muere el Señor mu­chas veces, que cada momento vuelve á morir, y esto en muchas partes, y en cada una todo entero, quedando hasta el fin del mundo el sacrificio de las hostias, que sus sacerdotes hacen por el pecado. Nosotros, viéndolos totalmente opuestos á los Santos Apóstoles, rechazamos todo su dogma acerca de la misa como supersticioso, ido-

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lat ía y sacrilego ; y en los pocos pasajes de la Biblia que citan en su defensa, no encontramos ni una palabra si­quiera que no pruebe lo contrario de lo que ellos afirman.

C A P I T U L O XXI I .

E L PERDÓN DE LOS PECADOS.

Todos reconocen que Dios es el único que perdona los pecados. Decimos, ademas de esto, que no ha delegado Á otro el ejercicio de tan alta facultad.

Interesa á todos saber de qué modo pueden alcanzar el perdou de las ofensas innumerables con que se han acar­reado la justa indignación del Eterno, porque, de no reconciliarse con él, se verán condenados eternamente. Solo en las Sagradas Escrituras hallamos la instrucción necesaria sobre esto, como sobre todo lo demás, la cual se puede reducir á los dos puntos siguientes ;

1.° Que solo Dios perdona el pecado. Preguntáronlos Fariseos : " ¿ Quien puede remitir pecados sino Dios ? " Y Jesu Cristo les enseñó que " e l Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para remitir pecados " (Máic . u . 8. 10.) . El Hijo del hombre también es Dios, y, siendo Dios, hace lo que jamas pretendió hacer Santo ni Profeta. Los sagrados escritores no hacen mención de otro perdo-nador mas que Dios, y todos están acordes en reconocer en El solo la facultad de perdonar. Así dice David : " Bendice, alma mia, al Señor, y no te olvides de todos sus galardones. El perdona todas tus maldades, él sana todas tus enfermedades. Como el padre se compadece de los hijos, se ha compadecido el Señor de los que le temen, porque él conoce nuestra hechura " (Sal. c u . 2, 3 . 13,

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14.). Luego, como Dios perdona todas las maldades de los que se arrepienten, no quedan otras que perdonar; y , como lo hace porque conoce nuestra hechura, el hombre que no la conoce, tampoco puede perdonar á sus semejan­tes. Podrían llenarse muchas pajinas con citas de esta especie, en comprobación de que solo al Todopoderoso pertenece el usar de clemencia con los pecadores, remi­tiéndoles sus pecados ; mas, concedido esto, es escusado el hacerlo.

2 9 Que Dios promete perdonar á todos los que se lo pidun^ bajo las condiciones que él prescribe. Dice el Espíritu Santo por boca de S. Juan (I E p . i. 9.) : " Si confesáremos nuestros pecados, fiel es, y justo, para per­donar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad." Y S. Pablo, teniendo á la vista el sacrificio propiciador de Jesu-Cristo, y las muchas promesas que Dios hace á los fieles, dice : " El Espíritu Santo también nos lo atestigua. Porque después de haber dicho : Es te es el testamento que yo haré con ellos después de aquellos dias, dice el ¡Señor: Dando mis leyes, las escribiré en los corazones de ellos, y sobre sus entendimientos. Y nunca jamas me acordaré de los pecados de ellos, ni d e las maldiciones de ellos. Pues en donde hay remisión de éstos, no es ya menester ofrenda por el pecado. Por tanto, hermanos, teniendo confianza de entrar en el santuario pof la Sangre de Cristo, por un camino nuevo, y de vida, que nos con­sagró él primero, por el Velo, esto es, por su carne, y que tenemos un grande Sacerdote sobre la casa de Dios j lleguémonos á él con verdadero corazón, con fé cumplida, purificados los corazones de conciencia mala, y lavados los cuerpos con agua l impia" (Heb . x . 15—22 . ) . En todo esto el Apóstol no hace alusión alguna á otro sacerdote, sino solamente á Jesu-Cristo, ni á otro ministerio fuera de su intercesión. Las únicas condiciones que se imponen al que desee ser perdonado, se resumen en tres pa labras ;

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.Arrepentimiento, Oración y Fe. Asimismo Jesu-Crísfo j los Apóstoles predicaron el arrepentimiento para la remi­sión de los pecados. Arrepiéntete de esta tu malicia," dijo S. Pedro íí Simón el hechicero, " v ruega á Dios, si por ventora te sea perdonado este pensamiento de tu cora­zón . " Respondióle Simón. " R o g a d vosotros por mí al Señor , para que no venga sobre mí ninguna cosa de las que habéis dicho " (Hecli. v m . 22—24 . ) . Habiendo dicho S. Pablo que todos pecaron, añade que son " j u s t i ­ficados gratuitamente por la gracia del mismo (Cristo), por la fé en su sangre, á fin ele manifestar injust ic ia por la remisión dé los pecados pasados " (Kom. n i . 2 3 — 2 5 . ) . Y en los largos discursos de este Príncipe de los Teólogos, no se encuentra alusión ninguna á la penitencia (tomada la palabra en su sentido vulgar), á la confesión auricular, ni á la absolución dada por un sacerdote. David, Mana­ses, Sanio, Pedro y otros muchos que consiguieron el perdón de sus pecados, y luego refirieron el hecho, nó hicieron mención de semejantes cosas; y es evidente, por lo que dijeron, que no se habían valido de hombre alguno como ministro de la justificación, sino que acudieron di­rectamente á Dins.

Hay un pasaje del Nuevo Testamento que entienden los Romanistas en sentido diferente, y es principalmente en el que fundan los sacerdotes la pretensión de tener auto­ridad para perdonar los pecados. Es como sigue :—

Juan x x . 22 , 23 . " Sopló sobre ellos, y les dijo : Recibid el Espíritu Santo. A los que perdonareis, per­donados les son ; y á los que los retuviereis, les son rete­n idos ." Seeun el sentido que presentan estas palabras al que Tas lea sin refíecsion, los Apóstoles, después de inspirados por el Espíritu Santo, debían tener la facultad de perdonar los pecados. Mas, aun dado que la tuviesen, no se sigua que pudiesen conferirla á otros. Esto no se dice en los Eyanjelioa, ni se encuentra en ellos fundamento

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alguno sobre que afirmar, como lo hacen algunos, que, así C o m o los discípulos repartieron los panes y los pececillos entre las jentes, repartieron también esta facultad entre sus colaboradores, y que éstos todos la legaron á cuantos fuesen ordenados de ministros de la Iglesia en los siglos sucesivos. Todo esto está demás. Mas las palabras ci­tadas no deben entenderse al pie de la letra, como se leen en Latín ó en Español. Las cotejamos con o t r a 3 muy semejantes de la Santa Biblia, que tienen, sin em­bargo, una significación muy diferente de lo que parece al que ignora los modismos de las lenguas orientales ; y así llegamos á entender lo que realmente significan. Ha ­biéndolas esplicado en otro libro, copio en seguida la ex­plicación, del modo que en otros capitulos lo he hecho.

" Si Jcsu-Cristo hubiera delegado á sus discípulos la facultad de perdonar los pecados de los hombres, no hu­bieran dejado de ejercerla. Cumplieron fielmente con todas sus obligaciones predicando él Evanjelio, bautizan­do á los convertidos, administrando la cena del Señor, y edificando la Iglesia sobre el cimiento de su santa fé. Pero ninguno de ellos pretendió perdonar ni absolver & convertido alguno. Solo oraban á Dios para que perdo­nase á los arrepentidos, y manifestaron su justa indigna­ción contra Ananías, Safira, Simón el Mago, Elimas el hechicero, y otros. Admitieron á los prosélitos al gremio de la Ig les ia ; mas Felipe, por ejemplo, no perdonó al Eunuco Et íope , ni Ananías á Saulo, ni Pablo al carcele­ro, ni Pedro á Cornelio. E l acto de perdonar á los pe ­cadores, siendo propio de Dios, lo ejercia él solo; y no' se encuentra ejemplo alguno de que otro lo hiciese cómo ministro suyo, por autorización recibida de él, según pretenden hacerlo los Papistas. Los Apóstoles hicieron milagros, y se aventajaron, por estar revestidos de tan amplias facultades, á los ministros ó sacerdotes que hoy se arrogan la prerogativa de hacer las obras de Dios. A

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pesar de estar plenamente inspirados por el Espíritu San­to, no pretendían perdonar á nadie. En esto se ve un contraste notabilísimo entre sn conducta y sus pretensio­nes, y las de los que se jactan de ser sucesores suyos, y que, sin estar dotados de la misma fé, profesan prodigar perdones á sus favorecidos, y aun tenerlos de venta para los que quieran comprarlos á precio fijo. Esto no lo hicieron los primeros ministros del Evanjelio, á pesar de que el no perdonar á los penitentes hubiera sido en ellos un descuido criminal, si Jesu-Cristo les hubiera confiado semejante facultad, é impuesto la obligación de valerse de ella. Rehusando los Apóstoles conferir al pneblo Cris­tiano este don tan precioso de la gracia, para cuyo conse­guimiento el Señor derramó su sangre, hubieran también* faltado gravemente y con deslealtad á la dignidad de sil ministerio ; y ciertamente semejante desidia, por no darle Otro nombre, no hubiera dejado de ser severamente repre­hendida. Mas Jesu-Cristo no los reprehendió, ni envió á otros para que hiciesen lo que omitieron Pedro, Juan, Pablo y sus compañeros. No se encuentra en el Nuevo Testamento la mas leve intimación de que no hubiesen cumplido perfectamente su sagrada misión ; y Pablo, sin haber perdonado ni siquiera á uno de los convertidos, dijo á Timoteo sin t i tubear : " T ú , vela, trabaja en todas las1

cosas, haz la obra del Evanjelista, cumple tu ministerio. Sé sobrio. Porque yo estoy á punto de ser sacrificado, y cerca está el tiempo de mí muerte. Yo be peleado bue­na batalla, he acabado mi carrera, he guardado la fé " (2 Tim. iv. 5 — 7 . ) . Recorred los hechos de los Apósto­les ; leed las Epístolas Apostólicas; y no hallaréis ni uno solo que se haya adelantado á decir : Pablo me perdonó. Pablo, pues, acabó su carrera, y guardó en ella su santa fé, sin perdonar á pecador ninguno. Lo mismo los otros Apóstoles. Inferimos, pues, que aquellos varones santos no se creían facultados para perdonar á los pecadores)

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que nadie creia que lo estuviesen ; y que Dios tampoco los tuvo por infieles á su amado Hijo, el cual les habia confiado su importante ministerio, é instruido perfecta­mente sobre el modo de desempeñarlo.

" E s t o sentado, se sigue seguramente que los Apóstoles que oyeron hablar á Cristo, no entendieron sus palabras como se entienden hoy en Roma. El hecho es, que les DIO el Espíritu Santo, y les intimó que lo recibiesen por inspiración suya, soplando sobre ellos, y diciéndoles : Recibid el Espíritu Santo. Mas no les mandó que hicie­sen lo mismo, porque semejante acción no debían ellos imitar, como la de partir el pan en cumplimiento de su precepto, porque el inspirar en el hombre el Espíritu Santo no es función ministerial, ni lo puede hacer el hombre, sino solamente Dios. Las funciones del minis­terio Cristiano son el admitir á los cpnyertidos á la socie­dad de los fieles, reconocerlos luego administrándoles el pan y el vino en memoria de la preciosa pasión y muerte de Jesu-Cristo, y mantenerlos en la misma comunión por medio de la doctrina Evanjélica y la vijilancia pastoral. Todo esto cumplieron los Apóstoles. Pero vamos á ave­riguar en qué sentido se deben entender las palabras de Cristo : Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos, y á quienes los retuviereis, ¿es son retenidos.

" Claro está que, cualquiera que fuese la facultad que les confirió Jesu-Cristo, fué efecto de la inspiración, pues dijo primero : Recibid el Espíritu Santo. Y es hecho constante que desde luego predicaron la remisión de los pecados por la fé en Jesu-Cristo (Hech. n . 38 , 39 . x m . 38 , 39 . Rom. v. 1. Efes. n . 14—18. Col. i. 12—22. et pass im.) ; denunciaron la condenación eterna contra los que no creyesen en el Salvador; y por fin dejaron por escrito unas declaraciones e6plícitas y auténticas de la Ley Evanjélica, con arreglo á la cual se perdona á los

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que creen y se condena á los impenitentes, repartiéndoles los premios y los castigos en esta vida y en la otra. Estos límites no traspasaron los Apóstoles, y esto fué sin duda porque no tuvieron autoridad para escederse de ellos. Teniendo estos hechos indisputables á la vista, se reduce la cuestión á una de Gramática, y nos queda una de dos cosas : ó dar por repugnantes á la verdad, y discrepantes con los hechos las palabras de Jesu-Cristo, ó conciliarias con la verdad, y esplicarlas por los hechos.

" Todo se concilia fácil y satisfactoriamente, advirtien­do que los verbos remitir y retener, hablando de los que ejercen el sagrado ministerio de la Iglesia, se usan, aun­que tengan la forma activa, en sentido declarativo. Todas las lenguas abundan en ejemplos de semejante uso, los que se encuentran con frecuencia en las Sagradas Escri­turas, y algunos se citan en seguida.

" Dice el Señor (Ecsod. x x . 7.) que no hará inocente* al que tomare su nombre en vano. Lo traduce bien la Vnlgata: nec enim habebit insontem, ni le TENDRÁ POR. inocente. Manda (Lev. x m . 6.) que, después de averi­guado que el que estaba sospechado de tener la lepra no la tiene, el Sacerdote le limpiará^-. La Vulgata dice lo mismo, mundabit eum ; pero ya está limpio, de modo que no cabe el limpiarlo, aun si fuera posible limpiar á un leproso, lo cual jamas se hizo sino por milagro, y Dios no manda á sus ministros hacer milagros como parte de su deber ó instituto. Pero el Hebreo debe traducirse de otro modo, como en efecto lo traduce Dathius : mundum eum pronuntiet. Dará fé de que está limpio : el Padre Scio, le dará por limpio, y tal vez todos los traductores modernos. En el mismo capítulo (Lev. x m . 43.) se dice del leproso, Usté está contaminado, seguramente le contaminará el Sacerdote %. La Vulgata se atiene á la

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significación mas bien que á la letra, y lo traduce por condemnabit eum haud dubie lepras, sin eluda le condenará de la lepra. Contaminado está, pero se usa el verbo en otro sentido. Dice Jesu-Cristo haced al árbol bueno (Mat. x i . 33 . ) , esto es, conoeedlo por bueno, porque ninguno sino el Criador puede hacer un árbol bueno. Y S. Pablo declara que Dios ha encerrado á todos en la in­credulidad (Rom. X I I . 32 . ) , lo que parece muy ajeno de la misericordia divina • mas el mismo Apóstol ló esplicá en otra parte, diciendo que es la escritura que encierra á todos bajo de pecado (Gal. i n . 22.) ; y es cierto que ló que hace la Escritura, lo hace declarando que así se hace ó se hará. Resulta, pues, que, como los Sacerdotes iió limpiaban á los limpios, ni contaminaban á los contami­nados ; que, como nosotros no hacemos buenos á los árboles que ya lo son, y como Dios no encierra en la incredulidad á los que ya están encerrados en ella, tam­poco los Apóstoles íviultieron los pecados que estaban remitidos por Dios, ni retuvieron los que El habia re te­nido, Sino que bien por su predicación, ó bien por sus, escritos, declaraban, y todavía declaran á los hombres, la Ley y la voluntad de Dios, de manera que sepan las con­diciones bajo las que se les puede perdonar, y los casos en que, mientras no se cumpla con ellas, el perdón no ei asequible."

Citan también Mat. xv i . 19. " T e daré las llaves del rey'uo de los ciclos, y todo lo que atares sobre la tierra; será atado en los cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra será desatado en los f íelos." Por no ser molestó á los lectores, no Vuelvo á esplicar este pasaje con iá minuciosidad que es necesaria para ilustrarlo completa­mente, sino que me ciño á decir en pocas palabras lo que por estenso tengo ya probado : Que las llaves que dio nuestro Señor á S. Pedro no fueron símbolos del poder gubernativo de la Iglesia, que pertenece á Jesú-CHátó

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solo (Is . X X I I . 20—22 . cotejado con Apoc. n i . 7.) , sino de la facultad de enseñar ¿os preceptos y las prohibiciones de la Ley de Dios, lo cual hicieron S. Pedro y sus com­pañeros de palabra y por escrito, por la inspiración del Espíritu Santo, que en lo relativo á doctrina los hizo in­falibles ; y que las llaves no son de la Iglesia, sino del reino de los cielos, 6 de lá verdadera relijion de Jesu­cr i s to , enseñada y esplicada por los Apóstoles. Adviér­tase también que éstos no hicieron oso alguno de la facultad que les atribuye infundadamente la Iglesia de Roma.

Sobre la confesión auricular que en dicha Iglesia hacen los que desean la absolución de sus pecados, basta decir que no la usamos, ni jamas la usaremos; porque no está ordenado por Dios que la usemos, y porque no es nece­saria, ni aun prudente semejante confesión, sino antes subversiva de la buena moral, siendo demasiado notorio que el confesionario es, y siempre ha sido, escuela de incontinencia, de sedición, y demás vicios desorganiza­dores de la sociedad humana. Los mismos Inquisidores fueron testigos de que el confesionario de España se hubiera convertido en burdel, si la Inquisición no hubiera ejercitado su rigurosa vijilancia sobre los confesores, y procedido contra los solicitantes.

C A P I T U L O X X I I I .

PREPARACIÓN PABA MORIR B I E N .

Siendo cierto que moriremos todos, y que después de la muerte los buenos permanecerán en un estado de recon­ciliación con Dios, y los malos quedarán desterrados de

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su presencia, debemos prepararnos en esta vida para el dia del juicio. Los buenos Cristianos no temen la muerte, porque triunfan de ella por la fé en Jesu-Cristo, y la aco-jen como la que ha de libertarlos de los males de este mundo, y del riesgo á que van espuestos de reincidir en el pecado. Usando las palabras de S. Pablo, puede decir el verdadero discípulo del Salvador, cuando la hora de su muerte parece haber llegado: " E n ninguna cosa seré confundido ; antes con toda confianza, así como siempre, también ahora será Cristo engrandecido en mi cuerpo, ya sea por vida, ya por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir gananc ia" (Fil. i. 20, 21 . ) . Y , ha­llándose ya en las últimas, no titubea en decir : " Llevó­me por senderos de justicia, por amor de su nombre ; pues, aun cuando anduviere enmedio de sombra de muer­te, no temeré males, porque tú estás conmigo" (Salmo xx i i . 3 , 4 . ) . Esta bien fundada confianza es suficiente para sostenerle aun enmedio de las angustias mas amargas, y le hace llevadera la agonía en que sucumbe á la morta­lidad. Y para todos los fieles que han muerto, ha sido suficiente. Cuando los Santos Apóstoles padecieron el martirio, y los primeros Cristianos pasaron de la Iglesia •militante á la triunfante, no se ejecutaron ceremonias para ayudarles á morir. Entonces no se veian pasar pol­las calles de Jerusalem, de Antioquia, ni aun de Roma ó Constantinopla, después de convertidas al Cristianismo estas ciudades, procesiones de clérigos llevando el mal llamado Viático. Cuando á los Obispos 6 pastores de las Iglesias primitivas les llegaba su última hora, no se veían rodeados de clérigos, con velas encendidas, al lado de sus lechos, mientras que en ellos se incorporaban ves­tidos de roquete y estola, para que, en aquella actitud, la turba de eclesiásticos les molestase haciéndoles con fasti­diosa frecuencia besar la cruz, y aun rezar el credo, en señal de ser Cristianos, como si se pudiera sospechar que

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Qbispo fuera hereje, Judío , ó Jeníil *. Tampoco de­cían misas por las almas de sus antecesores t . bajo la suposición de que estuviesen penando en castigo de sus pecados.

La ceremonia, llamada estreñía unción, que se usa en la Iglesia de Roma, parece tener para el clero la gran ven­taja de hacer creer á los sencillos (pie no se puede alcan­zar la gloria sin su asistencia, como en otros tiempos se creia que no habría victoria en el campo de batalla, sin que hubiese precedido bendición de las banderas ; ni amor en el tálamo nupcial sin previo eesorcismo ; ni feítilidad en los campos, ni abundancia en los graneros, sin con­juros contra los gusanos y los ratones. ¡ A y de los infelices, cuya confian/a y tranquilidad pendan de seme­jantes ilusiones ! En justificaciou de la ceremonia que ejecutan con los moribundos, citan lo siguiente del Após­tol Santiago.

J a c . v . 14. 15. " i Enferma alguno entre vosotros ? JUarae á los presbíteros de la Iglesia, y oren sobre él, unjiéndole con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fé salvará al enfermo, y le aliviará el Señor, y si estuviere en pecados, Je serán perdonados. ' ' Una breve esplicacion de este pasaje servirá para manifestar poiqué nosotros no creemos que autorice la estreñía urcion.

1.° Habiendo aconsejado el Apóstol á los que estén tristes, que hagan oración, y á los (pie estén alegres que canten Salmos, aconseja también á los que están enfermos que llamen á los presbíteros de la Iglesia. No dice que si alguno está muriendo, sino si está enfermo. Y el ob­je to que se propone en semejante caso, no es prepararse para la muerte que le amenaza, sino procurar un alivio á su enfermedad; y supuesto que las enfermedades sean

* Cíeremonialis Episcoporum. . Cap. x s x v m , í íde)n, Capp, xxxyi . y xxxytt.

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efecto, y, hablando en cierto sentido, castigo del pecado, que se pida perdón á Dios, y mácsime si el paciente tieneí su conciencia atribulada con la memoria de sus ofensas.

2° En cuanto al unjir con óleo ó aeeyte, se esplica lo, que es, comparando, este pasaje con otros. Estaba en­fermo el Rey Ezcqnías (4 Reyes x x . Isaías x x x v m . ) . Le vino á visitar el Profeta Isaías, oró á Dios en su favor, le aplicó un remedio, y la oración que hizo con fé fué de tanta eficacia, .que el Señor le concedió la gracia de que aliviase, y ademas le añadió quince años de'vida. Esta­ba en el orden que Isaías le fuese á visitar, porque, pres­cindiendo de que estaba obligado á honrarle, como á Rey suyo, el visitar á los enfermos es un deber relijioso, como también lo dice Cr i s to : ' , 'Estuve enfermo, y me visitas­teis En verdad os digo que, en cuanto lo hicisteis á uno de estos mis hermanos peqtieñitos, á mí lo hicis­teis " (Mat. x x v . 3 6 , 40 . ) . Y leemos, en el Evarijelio según Marcos, que, saliendo los Apóstoles, ""predicaban, lanzaban muchos demonios, y unjian con aeeyte á muchos enfermos, los que sanaban" (Márc. v i . 12, 13.). Está unción no era estrema, porque ninguno de los unjidos moria. Si el unjir á los enfermos fuera ceremonia real­mente relijíosa, como el bautismo, los Apóstoles no lo hubieran hecho sin haber recibido al efecto instrucciones de su maestro, las que no les diej, pues solo les dijo al tiempo d>- enviarlos : " S a n a d enfermos " (Mat. x . 8 .) , sin prescribirles ceremonia alguna. Resta, pues, esplicar el oríjen de dicha unción.

3.° Kra costumbre jeneral de los Judíos y demás pue­blos orientales unjir á los enfermos, porque no siendo, conocida en aquellos tiempos el arte médica, los remedios eran pocos, muy sencillos, y en muchos casos aplicados esternamente, con preferencia aun á los medicamentos vejetales que también se usaban. Esta arte la llaaseban ]f>s Griegos la lutraleiptice, ó arte de sanar por -rfhjeionifyk

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Esto consta d e l o s autores citados en l a nota * , como igualmente de otros que, por abreviar, n o se mientan. Como no habia médicos, propiamente llamados as í , los Rabinos, como mejor instruidos, desempeñaban el oficio; d e lo que hay pruebas bastantes en sus escritos, como p u e d e verlo el lector erudito remitiéndose á los comenta­dores referidos en la nota. Ent re los Griegos antiguos n o habia mas que cirujanos que procuraban curar los heri­dos t - Entre los Jenti les los sacerdotes ó augures asistían á los enfermos %, y entre los Hebreos los sacerdotes ó los Profetas §, por cuyo motivo, si algún Hebreo acudía á los

* Wetstein Nov. Test. Grxc. Tom. i . p. 578. Schoeitgeit. Hora? Hebraica? et Talmúdica: in Nov. Test. Tom. i . p. 1033. KuinoU in Marc. v i . 13. Josephi Bell. Jud. Lib. i . cap. 33. sec. 5. Este dice que, hallándose Heródes en peligro de muerte, sin haber podido aliviarse con los medicamentos que habia tomado, le me­tieron en un baño de aceyte, siendo éste el remedio que se tenia entonces por el mas eficaz de todos. Plinto (Hist. Nat. x x i x . 3.) d i c e : " Prodicus, Selymbria; natus, fe discipulis ejus (Ilippocra-t¡8) instituit quam vocant Iatralepticen (el ¡irle de sanar vnjicndoj et UNCTOBIBUS (untares) quoque m e d i c o i w ac mediastinis (ba­ñadores) vectigal invenit." Tan jeneralizado estaba este modo de curar, que en varios idiomas orientales ¡a misma palabra sirve por medicina y ungüento, ó por sanar y vnjir. Véanse Lex. Syr. Michalit et Lex. Talm. Buxlorfii in voce vrcü y ac.

f 'lifrpbs yap av)¡p troWttíV aviarios &\\wy, 'lovs T 4tfrá¡xviiPf ¿irl T' ^iria (páp/juma irátraeiv.

Iliüd. Hom. xi. 514. Lo mismo dicen Plinio (Hist. Nat. x x i x . 1.) y Celso en el Pre­

facio de su obra sobre la medicina,

J 'AAA' &ye Sil T i c a ¡íimiv 4petop.ev, 1) ¡epr¡a,

"Os K' eXiroi i, TÍ róaaov ixúcrara *oí)8os 'AvoWay.

Iliad. Hom. i. 62.

Véase también Diodoro Lib. v. p. 235.

§ 3 .Reyeax iv . 4 Reyes i. 2. y v m . 8 .

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que profesaban sanar por medio de las encantaciones, -se le acusaba de impiedad * . En el tiempo de los Apóstoles tanta confianza se tenia en la oración " que salvase al enfermo," como en las medicinas que se aplicaban,- y atendiendo á que los Rabinos rezaban al visitar á los pacientes, y los " untores y bañadores" Jentiles practi­caban sus encantos, siendo aquellos los enemigos declara­dos de Jesu-Cristo, y éstos idólatras ademas, era preciso prevenir á los Cristianos los graves inconvenientes que resultarían á la causa de Dios, si los aflijidos acudiesen á ellos en tiempo de necesidad; y no pudo tomarse mejor precaución que la de hacer los ministros de Jesu-Cristo por sus enfermos, lo que los sacerdotes Judíos y Jentiles hacían por los suyos, aplicando los remedios jeneralmente aprobados, y sustituyendo á las invocaciones de los ánje-les, ó de los dioses falsos, la oración dirijida al Dios verdadero, en nombre del Salvador de los hombres. Con' este fin mandó Santiago, á los Cristianos de aquellos tiempos, que, si enfermaba alguno entre ellos, llamase á los presbíteros de la Iglesia; y á éstos les encargó que orasen sobre los enfermos, unjiéndolos con aceyte, no en nombre de un bnen ánjel, conjurando al ánjel estermina-dor, ó sacrificando un gallo á Esculapio, sino en nombro del Señor Jesu-Cristo, porque la oración, ofrecida con fé en él, salvaría al enfermo; y, como dicho Señor habia sanado á muchos enfermos, y perdonádoles sus pecados al mismo tiempo, lo mismo baria siempre que los fieles le invocasen, aliviando al enfermo, y perdonándole también, caso que no estuviere perdonado.

En esto nada se encuentra que dé viso de autoridad al que llaman Sacramento de la Estrema unción, sino una instrucción á los pastores de la Iglesia, para que visiten á sus feligreses con frecuencia, yendo de casa en casa

* 2 Paralip. xvi. 12,

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icomó iba S. Pablo en cumplimiento de su santo ministe­r i o ; pero principalmente cuando estén enfermos, ó en otra cualquiera aflicción, á fin tle darles consejo, consuelo y socorro.

C A P I T U L O X X I V .

MINISTROS DEL EVANJELIÓ.

Los ministros de Jesu Cristo son hombres buenos que, creyéndose llamados de Dios para ser pastores de su Iglesia, se dedican al ministerio de la palabra de Dios y de los Sacramentos. Están ordenados según los formula­rios de sus Iglesias respectivas, y velan sobre la grey, como que han de responder de ella en el dia del juicio. N o creemos que la ordenación tenga en sí virtud alguna para los que, sin haber recibido una misión divina, reciban las órdenes de las Iglesias, ni que éstas puedan dar auto­ridad para ejercer las funciones de ministros á los que no están autorizados por el pastor de los pastores. Los mi­nistros Protestantes reconocemos que somos responsables ü Dios en primer lugar, y en segundo al pueblo. Sabe­rnos que no somos bastante idóneos para cumplir nuestro ^ministerio; á no ser que por su gracia nos constituya dis­pensadores fieles de'sri palabra, y de los misterios de Dios. Nos dedicamos al estudio de las Sagradas Escrituras, y á s u : esputación, procurando sacar á los hombres de la ig­norancia y del vicio, desvanecer el error, y vencer á los 'enemigos de la cruz de Cristo, sin otra arina que la fespada del Espíri tu.

Nuestros formularios son muy distintos del Pontifical Romano. Entre nosotros no sé llama Sacramento la orde-

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nación. Pero sobre esto no quiero yo disputar con ellos,-Mas bien desearía ver á todos unidos con nosotros en pe­dir el aucsilio del Espíritu Santo. Pata esto usaria las palabras de urí himno que ellos mismos tienen por sagra­do, diciendo:

El rencor, el espíritu nefando de la disputa y disensión impía disipa, tú, gran Dios, con soplo blando, y reine en nos la paz y la alegría.

Consolida, Señor, y fortifica, robustece coíi mano poderosa los lazos del amor¿ y vivifica la unión entre Cristianos amistosa.

Y , en efecto, esperamos que no tardará en llegar el diá en que desaparezca del todo la enemistad, y se desvanezca el error. Entonces se llenará el deseo de nuestro amadí­simo Redentor, el cual hizo esta oración á Dios su Padre en favor de su iglesia : — " Padre Santo, guárdalos por t a nombre> el que me diste, para que sean una misma cosa, así como nosotros lo somos No ruego por estos solos, sino también por los que creyeren en mí por medio de tu palabra, para que todos sean uno, así como tú, Padre, en mí, y yo en t í , así ellos también sean uno en nosotros, para que el inundo crea que tú me env ias te" (Juan x v n . 11. 20, 21 . ) .

CAPITULO X X V ,

SACERDOCIO.

Jesu-Cristo es el único Sacerdote verdadero. Esté sé dio á sí mismo para ser sacrificado, y ofreció así á Dios la única víctima propiciadora por los pecados de los hora"

o

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bies. Los ministros Cristianos no se llaman Sacerdotes en el Nuevo Testamento, pero sí se llaman " ministros de la palabra " (Lúe. i. 2 . ) , ministros de Cristo, y dis­pensadores de los misterios de Dios " (1 Cor. ív. 1.). Y no debemos arrogarnos títulos que no se nos confieren en las Sagradas Escrituras, pues en ellas hay los suficientes, y propios de las varias obligaciones que nos incumben.

El objeto y el espíritu de nuestro ministerio se ven señalados en las Santas Escritoras, en las cuales queda archivada la institución de la Iglesia por su Divino funda­dor. Este objeto y este espíritu siempre son los mismos que al principio, y, ni entonces ni ahora, los espresa la palabra sacerdote, ó sacrificador. No sacrificamos, por­que los sacrificios no se usan, ni se deben usar en el culto cristiano. Después de inmolado Cristo en el ara de la cruz, no se ofrece mas víctima á Dios ; y, donde no hay víctima, tampoco hay sacerdote. Los apolojisras de la Iglesia de Roma, no hallando esta palabra en et Nuevo Testamento, la rebuscan en las profecías donde se usa la palabra en sentido metafórico, y sacan del libro de Isaías una sentencia que dice: " T o m a r é de ellos para ser Sa­cerdotes y Levitas ' ' (fs. LXVI. 20 . ) . Ahora bien ; si hay Sacerdotes propios en la Iglesia de Jesn-Crrsto, con arre­glo á la citada profecía, debe precisamente haber Levitas también ; Y quienes son los Levitas? Y, sí hay Sacer­dotes y Levitas en ta Iglesia, hablando en sentido literal, dichos Sacerdotes y Levitas tendrán que desempeñar su ministerio de un modo muy distinto del que observan ahora. Deberán embarcarse para la Tierra Santa á cele­brar la fiesta de los Tabernáculos, y ya está condenada Roma por no trasladarse al mismo pais, pues dice Zaca­rías : " ¡oiios los que quedaron dfe todas las jeutes que vinieron contra Jerusalem, subirán de año en año á adorar al rey, que es el Señor de los ejércitos, y á celebrar la fiesta de los tabernáculos Y si alguna familia de

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Egipto no subiere, ni viniere, tampoco lloverá sobre ellos, y les vendrá la ruina con lu cual herirá el Señor á todas las

jentes que no subieren á celebrar la fiesta de los tabernácu­los. Este será el pecado de Ejipto, y éste el pecado de todas las jentes que no subieren á celebrar la fiesta de los tabernáculos" (Zac. x iv . 16. 18, 19.) . Óigalo la Sagrada Congregación de los ritos ; y, sí su regla de interpretación bíblica es el tomar las profecías y hasta cada palabra de ellas erl sentido literal, disponga que los Católicos que dice hay " en todas las naciones," celebren, entre otras fiestas, la de los tabernáculos, con la intención, por su­puesto, que en Roma equivale al hecho, de ir á Jerusa­lem. Dispénsese á los impedidos el hacer semejante peregrinación, como siglos pasados se les dispensaba á los cruzados caseros de Europa el ir á Jerusalem. Pero, si Levitas, fiesta de tabernáculos, y otras muchas palabras y frases no se entienden al pié de la letra, ¿ porqué en­tender así la palabra Sacerdote ? Porque conviene llamar así á los que dicen misa.

C A P I T U L O X X V I .

) E L MATRIMONIO.

j Pongo este título, no porque sea necesario tratar del í matrimonio, sino porque diceu los Romanistas que es un Ì sacramento. Se trata de la doctrina errónea de la Iglesia J de Roma acerca de esta materia, en el librito titulado «"Pensamientos Sobre el Papismo," números 37 y 3 8 . i Nuestros clérigos se casan ( l . Q ) poique son hombres y ; ciudadanos como los demás ; (2.°) porque así se conserva i o 2

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mejor la moral pública; y (3.°) porque lo manda Dios. Los mismos que les tachan de lascivos y profanos, confie­san que por la Ley de la Iglesia primitiva se permitía á los ministros casarse; y que la obligación de vivir célibes que se impone á los llamados sacerdotes, no viene de-Dios, sino de la Iglesia. Y son harto notorios los males que resultan inevitablemente del celibato, bien de los sacerdotes, 6 bien de los soldados : tomando la palabra celibato eu su significación verdadera de libertinaje.

C A P I T U L O X X V I I .

LOS ÚNICOS MÉRITOS DE J E S U - C R I S T O .

Hablando S. Pablo de los que llamaba perfectos, esto es, que eran verdaderos Cristianos, dijo que ni él ni ellos juzgaban haber ya alcanzado el grado elevado de virtud hacia que aspiraban (Fil. m . 13—16. ) . Diciendo esto, habló en conformidad con las palabras de Jesu-Cristo que nos manda confesar, aun después de desempeñadas todas nuestras obligaciones, que " somos siervos inútiles " (Lúe. X V I I . 10 . ) . Es doctrina positiva de las Sagradas Escrituras que nadie puede poner otro cimiento de su fé ni de sus esperanzas fuera del que está puesto, que es Jesu-Cristo ( l Cor. m . 11.). Y con no menos claridad está declarado que Dios juzgará á cada uno según las obras que haya hecho, sean buenas ó malas (Rom. n . 6. Apoc. x x . 12.) ; y que " t o d o s compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque escrito está : Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua dará loor á Dios, Y así cada uno de nosotros

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dará cuenta á. Dios de sí m i s m o " (Rom. x iv . 10—12.) . Los que se conocen á sí mismos saben que sus obras, aun las mejores, son muy imperfectas, y que no pueden espe­rar la salvación por sus buenas obras y virtudes, sino por la fé en Jesu-Cristo, el cnal cumplió perfectamente la Ley Divina, é hizo obras meritorias, no para que éstas se con­sideren hechas por nosotros, s¡no para que la justicia completa de Cristo que fué manifestada por ellas, mere­ciese el favor de Dios en beneficio nuestro. Los Santos que están ahora en el Paraíso, siendo hombres como nos­otros, no se salvaron á sí mismos, ni hicieron mérito alguno, pues confesaron que no eran suficientes de sí mismos ni aun para pensar algo bueno, y el pensar es mucho menos que el hacer (2 Cor. n i . 5 . ) ; y de consi­guiente no pudieron dejar depositadas en el tesoro del cielo virtudes sobrantes, que Dios tuviese por nuestras, cerrando el Omnisciente sus ojos á los hechos. Nosotros estamos del todo satisfechos con lo que hizo Jesu-Cristo para nuestra salvación, y no contamos con otro socorro mas que el suyo. El decir que según el fuero de la Ju s ­ticia Divina, uno participa de las virtudes de otro, es contradecir directamente la doctrina evanjélica, y poner en su lugar otra que, á mas de no ser de Dios, y por lo tanto falsa, es impía eu estremo, por ser contraria al Evanjelio de Jesu-Cristo. Sostenemos, pues, que " no hay hermano que redime el hombre ; no dará á Dios su propiciación, ni el rescate de su a lma" (Sal. XLVII I . S, 9 .) .

Hallamos en la Santa Biblia la doctrina de que cada uno es responsable á Dios por sí solo; que los mejores de los hombres son totalmente indignos, y que no hay otj-os méritos mas que los de Jesu-Cristo. Pero los Ro­manistas nos traen algunos pasajes que en su boca suenan diferentemente. En su boca, digo, porque cuando leídas en el Sagrado Libro, no discrepan en lo mas mínimo de los citados arriba. Son los siguientes :

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Sal. cxvnr . 63 . " Participante soy de todos los que te temen, y de los que guardan tus mandamientos." Abro la Biblia Hebrea, y veo que la palabra* traducida participante (particeps) significa compañero, y, para afirmarme mas, busco el lugar en mi antigua Biblia Española, y encuentro: COMPAÑERO soy tí todos los que te temieren, fyc. Aquí no se ve nada de participación de vir tudes; solo dice el autor del Salmo que es compañero de los temerosos de Dios. Puede ser que como la Babilonia moderna comercia en grande (Apoc. x v m . ) , toma la palabra compañero en sentido mercantil. 1

2 Tim. I I . 10. " L o sufro todo por los escojidos, para que ellos alcancen también la salud que es en Jesu-Cristo, con la gloria del ciclo." Los escojidos, que así se llama á los Cristianos, se salvan por medio de la predicación del Evanjelio, porque la fé viene por el oido, y el oido por la palabra de Dios. El Apóstol sufre las persecuciones y los trabajos por amor de las almas, sabiendo que, 6¡ se rinde, 6 huye de la contienda, les faltarán su buen ejemplo y su doctrina; y por esto persevera, á fin de que consigan la salvación que es en Jesu-Cristo.

Colos. i. 24. " Suplo en mi carne lo que resta de los sufrimientos de Cristo, por el cuerpo de él, que es la Iglesia." Esta cita probaria demasiado, porque, si los sufrimientos de Jesu-Cristo no fueran suficientes, y si S. Pablo hubiera suplido lo que faltaba para que lo fue­sen, se seguiría que tenemos dos salvadores. El primero, Cristo, cuyos padecimientos no fueron suficientes, y el segundo, Pablo ; y éste deberia llamarse el principal, su­pliendo lo que faltaba para nuestra salvación. Es imposible que este pasaje tenga semejante significación. Pero todo está claro solo con advertir, que los sufrimientos y aflic­ciones de Cristo de que se habla en dicho versículo, son

•un *

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los que se sufren por amor de él; en cuyo sentido se erii-plea la misma frase en otros lugares. Véanse por ejemplo los siguientes : Apoc. i. 9. 2 Cor. i. 5 . Fil. i. 29. n i . 10<

CAPITULO X X V I I I .

E L CIELO Y E L INFIERNO.

Todos los Cristianos creemos que hay un cielo y un infierno; que los buenos gozarán de la bienaventuranza eterna, y que los malos serán atormentados eternamente. Hasta este punto estamos acordes; pero mas adelante no pasamos los Protestantes. La Revelación divina no nos enseña mas que esto, y el creer mas sería incurrir en la misma credulidad, desechando la fé verdadera, para admi­tir una innovación. No hay mas purgatorio que el que ecsiste en la imajinacion de los que lo predican, en la su­posición de que crean la fábula que propagan. No obs­tante que en la Sagrada Biblia no se mienta Purgatorio, les parece conveniente citar algunos trozos de ella que contienen la palabra fuego ó cárcel, ó que puedan de algún modo autorizar su sistema. Helos aquí todos :

I Cor. n i . 12—15. " Si alguno sobre este fundamento pone oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, manifiesta será la obra de cada uno, porque el dia del Señor la demostrará, por cnanto en fuego será descu­bierta ; y cual sea la obra de cada uno, el fuego lo pro­bará. Si permaneciere la obra del que labró encima, recibirá galardón. Si la obra de alguno se quemare, será perdida, y él será salvo, mas así como por fuego."

No es justo ni razonable sacar sentencias aisladas de¡ \ los escritos de los Apóstoles, y emplearlas en confirma-

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cion de nuestras opiniones; y mucho menos si espresan solamente las consecuencias, quedando suprimidas ó pa­

sadas en silencio las premisas. Para que no suceda así en el caso presente, nos remitimos á la Epístola citada para ver de lo que trata su contesto. Pues , el asunto sobre que discurre S. Pablo es el ministerio del Evanjelio. Los predicadores del Cristianismo son itdjutorcs Dei, los que trabajan juntamente en la obra de Dios *. Los Co­

rintios, y, como ellos, los demás Cristianos, se llamar! labranza de Dios, y edificio de Dios. El Apóstol, como sabio arquitecto, echó el cimiento, enseñándoles la doc­

trina santa de Jesu­Cristo. Otro seguía edificando, esto es, enseñando sobre el mismo cimiento, ó con arreglo á los principios de la misma doctrina. Pero, viendo Pablo que no todos los maestros son constantes en sostener estos principios inconcusos de la verdad, les recuerda que nin­

guno puede echar otro cimiento que el que está ya echado, que es Jesu­Cristo. Prosigue amonestándoles, y dice que la obra misma ha de pasar la prueba. La obra no puede ser otra que la labranza y edificio arriba dichos. Los que profesan la relijion Cristiana son las piedras que constitu­

yen el edificio de la Igles ia ; pero, si éstos no son buenos, se hacen semejantes á la madera, al heno y á la paja, que se queman cuando se incendia el edificio, quedando intac­

tos el oro, la plata y las piedras preciosas, ó mármoles del templo (v. 16.) . Y el arquitecto que con manifiesta imprudencia haya puesto en la fábrica del edificio la ma­

dera, el heno y la paja, correrá gran riesgo de perecer en el incendio. No cabe duda que las personas son las de que se trata aquí. Pero resta inquirir cual será el dia del Señor que declarará la obra.

No queda á nuestro arbitrio la esplicacion. Debemos averiguar el sentido de la frase. Pues, ecsaminando los

* 0eoS ¡rwepyot. cf. Filip. iv . 3. 1 Tes. n i 2. 3 Juan 8. Gr.

113

pasajes (Lúe. x v l r . 22. 24. 26. .30; Sfuan riuv№. I CorV i. S. v. 5 . 2 Cor. i. 14. Fil. i. 6. 10. l í f e s . V . 2." 2 Tes. n . 2.) en los que ocurren­las espresion.es cLtñci, el dia de Cristo, ó­el dia del Señor, hallamos ^íieusignifi­ . can un. tiempo señalado para la•manifeSlaeibn del.poder ú» Dios, 6 de su juicio. De esto resulta que S. Pablo habrá,; de un dia señalado en que s e hará pública y solcmneiueuti}. la­prueba de nuestra fé, bien en esta vida, ó en la Otra}, y por otros pasajes consta que el tal dia:seráel del: juicio; final. Mas nada dice de una larga yípenosa purificación por la. que so haya de pasar antes de aqueldia *. Los comen­r tadores esplican este pasaje de diferentes modos ; mas, de> cualquier modo que se esplique, es evidente que no se refiere al Purgatorio, del que úo se hace mención en el Sagrado Código, pero sí en los poetas Jentiles f. N o

* P.ice la Vulgata Latina Die» Domini. El testo Griego oír 7¡ ij/icpa el dia, ó aquel dia. Así se espresa en las versiones a n ­tiguas. Alguuos Padres Latinos lo esplican añadiendo la p a l a b r a

Domini, del Señor, por no perder la fuerza del articuló i¡ que, seguu está esplicado, lleva e s t a significación.

t Dice Virjillo en su descripción del estado de los difuntos :;—

Non tamen omtíe malum miseris, u e c funditus omnes Corporal excedunt pestes ¡ penitusque necesse est Multa din concreta modis inolcsceie iniris. Ergo exercentur pcenis, vettínimque malorum­

Supplicia expendunt. Alia; panduutur inanes Suspensa: a d ventos: aliis sub gurgite vasto Infeetum e l u i t u T s c e i u s , aut exuritúr igni.

¿En. v i . 73G. . . . . . .pero no todo el mal, ni todas las contaminaciones corpó­

reas se les quitan del todo á ios desgraciados, y es inevitable i¡ue adolezcan üé muchas maldades ipiese les han pegado de un modo entraño. Por esto se les imponen castigos, y payan con suplicios sus antiguos delitos. Algunas almas,­suspensas en el agre, son el juguete de los vientos: otras purgan Sus culpas, sumerjidas en un vasto piélago, ó son acrisoladas por el fuego. Dioe­adcmas q u e ,

P

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Í 1 4

sabemos sí se ha copiado la fábula de ellos ó del Talmud de los Judíos *.

Mat. x n . 3 2 . " M a s el que dijere palabra contra el Espíritu Santo, no se le perdonará, ni en este siglo, ni en "el venidero." Dicen los que creen que hay un Pur­

gatorio, que el siglo venidero es el de la purgación de las a lmas ; pero ignoran, ó aparentan ignorar, qne las pala­

bras " n i en este siglo ni en el venidero," no son mas que un Hebraísmo conocido, que equivale á nunca jamas. Los eruditos, cuyos estudios no se limitan á las obras permiti­

das por el " í n d i c e , " verán esto comprobado, remitiéndose á cualquiera de los Comentarios críticos publicados en los idiomas principales de Europa, como también en el Latin.

1 Ped. m . 19. " E n el que (el Espíritu) fué también á predicar á aquellos espíritus que estaban en cárcel." Empero los escritores mas instruidos y mas juiciosos de la Iglesia Romana no se atreven á citar estas palabras en prueba de que ecsista un Purgatorio, sino que confiesan,

pasados mil años, Dios los saca, y les permite ver el cielo. Cle­

mente de Alejandría cita á varios filósofos Jentiles que creían que las almas habían de purificarse con fuego (Stromata lib. v. cap. 14. seco. 91, 92.). Uno' de sus autores dice haber oido, en la filosofía de los bárbaros, que los que habían vivido mal, debían purificarse en fuego, y que los Estoicos llamaban semejante purificación iia­repuv iicirOpucriv el último paso por el fueyo (Ibid Lib. v. cap. i. sec. 9.). Y Platón, en uno de sus diálogos (el Phajdo) dice que los que han cometido pecados curables lá<ri/xa apiaprniíaTa (que la Iglesia de Roma llama veniales), pero que se han arrepentido de ellos, se echan al Tártaro, ó Infierno, mas que, después de pur­

gados, se libran.

* Los Rabinos dicen qne casi todos los justos tendrán qtic estar en el Infierno

1 hasta que el fuego limpie sus pecados ¡ mas que por las oraciones de los hijos se sacan de la pena las almas de los padres difuntos. Los autores se citan en Allen's Modern Judaism chapter x., como también en otras obras que tratan de la supers­

tición Judaica.

115

con razón, que este pasaje es uno de los mas difíciles del Nuevo Testamento. Basta advertir,

1.° Que los "esp í r i t u s encarcelados" ecsistian en tiempo de Noé, y que así se llaman los hombres que fue­

ron incrédulos, y despreciaron sus amonestaciones (v. 20 . ) . Los sagrados escritores llamali almas 6 espíritus á personas.

2.° Que varios códices manuscritos y versiones tienen en espíritu, en lugar de á los espíritus, cuya variación, resultando del cambio de una sola letra *, muda ente­

ramente el testo que sería : En el que también fué á predicar ров F.L E S P Í R I T U á los que estaban entonces encarcelados. Empero, como este pasaje no se puede de ningún modo entender en el sentido que le dan los Roma­

nistas, nos es indiferente que se admita por jenuina esta ó estotra lección.

Como no hay Purgatorio, tampoco hay razón para que oremos por los difuntos. Y como no se cita ni una pala­

bra siquiera de las Sagradas Escrituras en justificación de semejante costumbre, no necesito molestar á los lectores con observaciones sobre ella. Por lo que toca á los libros de los Macabeos, he publicado las razones que nos mue­

ven á no admitirlos por inspirados t ­

Una cosa es cierta : sin la santidad ninguno verá á Dios en la gloria. Por naturaleza no somos santos, y, por causa de las ofensas innumerables que hemos cometido, no me­

recemos nada de Dios. Los Sacramentos no limpian al alma en esta vida, y, después de ella, no habrá lugar para la purgación de los pecados. Entonces dirá Dios : " El que es injusto, sea injusto aun ; y el que ande en inmun­

* Leyéndose irveífiart en lugar de Trvtíp.affi. Véase Sabatier, que no está prohibido en España,

t Pensamientos sobre el Papismo, N ? 41, nota. El Romanis* n o enemigo de la Santa Biblia, Sec. 2, y el Apéndice. Apolojíf* de la Iglesia Protestante Metodista,

p 2

i

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C A P I T U L O X X I X .

LA ORACIÓN.

• Oramos á Dios solo, por medio de Jesu-Cristo, " el único medianero entre Dios y los liombres " (1 Tim. n .

. 5 . ) ; y croemos que el faltar ú tan-sagrada obligación, ó el dar. á las criaturas el culto que se debe al Criador, sería

;pccar gravísimamente contra E l , pues d ice : " Y o soy el rSeíior, este es mi ' nombre ; mi gloria no la daré á otro, mi mi alabanza á las esculturas " (Is. x l i i . 8 . ) . Recono­cemos por . l ey absoluta y sacrosanta la que citó nuestro amable Redentor : " A l Señor tu Dios adorarás, y tí él

isolb darás-,vulto"- (Mat. iv. 10.). El adorar á las imáje-I Bes;- álos/Jiombres ó á los únjelcs, se prohibe terminan­temente on el Antiguo y Nuevo Tes tamento ; mas, para

¿desengaño de . los .que creen que en ciertas ocasiones se idió culto áuñníánjel, debemos ecsaminar los pasajes que citan para probarlo. r :En Gen. x x x i r . 2 4 r - 3 2 se relata la aparición de "un hambre" &. Jacob, con quien luchó hasta la madrugada, dirijiéndole también una especie de instancia; " N o te dejaré sino me bendijeres." A éste que Moyses llama hombre, y los Romanistas ánjel, Jacob mismo le llama

-Dios, .pues,y, llamó Jacob el nombre de aquel lugar Pa­lme!, diciendo: HE VISTO A DIOS CARA A GARA."

117

* La palabra es yta. • Guarini, monje Benedictino, dice, en su Diccionario de la lengua Hebrea, que en Ecles. v , 5. ánjel, ryüo equivale á Dios,-y tiene razón. ..Cuando Dios se digna apa­recer en forma de, ánjel,.. toma el."nombre correspondiente.

mrr í " mnrron f

dicia, scá ;aiitj-, :iiim.iin lüO,j;;y el qm es justo, seaaun jus­tificado j y el que e s sun to , sea aun santificado" (Apoc. xxu.- U . ) . Síendo ;eato así,-nuestra única esperanza está fundada en la declaración del Santo Apóstol, que la san­gré de Jesu-Cristo limpia de todo pecado.

G'én. X L V I I I . 16. " El ánjel que me libró de todos los males, bendiga á estos niños. ' ' Este- ánjel no es una criatura, sino Dios mismo, que toma el nombre de ánjel, por haberse aparecido muchísimas veces á los Patriarcas, bajo la figura de ánjel ; pero se llama Dios dos veces en el versículo anterior. Como acompañaba á Jacob en sus peregrinaciones, éste le llama ánjel, que no es nombre de persona, sino de oficio ; y no solo significa enviado, como en el Nuevo Testamento, sino también el que desempeña una embajada*, como lo hizo el mismo Dios, aparecién­dose á Abraham en el campo de Mamre, donde admitió su oración y le otorgó lo que habia pedido.

Josué v. 13—16. S e dice que Josué adoró al ánjel que se le apareció. Pero,también se dice que Nabucodònosor adoró á Daniel (Dan. IR.' 46.), y que los hermanos de Josef le adoraron' á- .éste (Gen. X L I I . 6 . ) ; mas esta ado­ración no fué mas que la acciou de postrarse f en señal de veneración, no como hacen al Papa los Romanistas, por­que le profesan respeto relijioso,. sino como los orientales hacían, y aun hacen, ..ante los reyes y otros grandes, cuando les piden alguna merced.

El ánjel del Señor , así llamado con distinción de lqs demás, no era ánjel como ellos, pues se llama absoluta­mente E L S E Ñ O R X, nombre que no se dio jamas á cria­tura alguna, ni aun lo pronunciaban los Hebreos de los siglos posteriores, teniéndolo por inefable.

Siendo indisputable que no debemos orai - á otro, sino é Dios solamente, resta decir, lo que nosotros creemos acerca de la oración. Según la entendemos, es el rogar

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á Dios, con sumisión á su santa voluntad, que nos dé la» cosas que deseamos, confiando en los méritos é intercesión de nuestro Señor Jesu- Cristo, esperando los axwsUios del Espíritu Santo, confesándole nuestros pecados, y dándole gracias por los bienes que nos ha concedido.

En la oración se supone un perfecto reconocimiento de la plena suficiencia de Dios, y de qne dependemos entera­mente de él. Es te es el medie que él ha ordenado para que logremos los bienes temporales y espirituales. H u ­biera podido concedérnoslos sin que se los pidiésemos; mas quiere qne los hombres le honren, ofreciéndole sus ruegos (1 Tes . v. 17-).

La oración es nn ejercicio espiritual, y no puede ser agradable á Dios sino cuando se hace por aucsilio del Es» píritu Santo (Rom. y i n . 26 . ) . " Las victimas de los impíos son abominables al Señor : los votos de los justos le ap lacan ' ' (Prov. xv . 8 . ) . Por esto el Espíritu Santo se llama Espíritu de gracia y de oración (Zac. x n . 10.) .

La oración se ha de hacer con fé en los méritos é inter­cesión del Redentor, que es el único medianero entre Dios y los hombres, según lo que él mismo dijo; " Y o soy el camino, la verdad y la v ida; nadie viene al Padre sino por m í " (Juan x iv . 16,) . Y con una entera confianza en Dios, porque f í sin fé es imposible agradar á Dios. Pues es necesario que el que se llega á Dios crea que hay Dios, v que es remunerador de los que le buscan" ( H e b . x i . 6 . ) .

La oración se debe hacer con la mas perfecta sumisión á la voluntad de Dios, según nos enseñan las Sagradas Esorituras. " Y esta es la confianza que tenemos en é l ; que pos oye en todo lo que pedimos, siendo conforme á su vo lun tad" (1 Juan v. 14.) . Hay cosas que, aunque nos fuesen dadas, no nos convendrían, las que Dios por su clemencia no nos quiere dar, por mucho que se las pidamos.

1 Í 9

La oración debe ir acompañada con una confesión dé los pecados, y con reconocimiento de la misericordia de Dios. Daniel rogó al Señor su Dios, y confesó (Dan. i x . 4 . ) . El hijo pródigo, en quien se representa el verdadero penitente, dijo á su padre : " Padre, he pecado contra el cielo y delante de t í ; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo " (Lúe. x v . 21 . ) . Y S. Pablo dice á los Filipenses (iv. 6.) : " Con nacimiento de gracias sean manifiestas vuestras peticiones delante de D i o s / '

C A P I T U L O X X X ,

I N T E R C E S I Ó N DE J E S U - C R Í S T O ,

Es uno de los deberes impuestos por nuestra Santa Re-lijion el iuterceder con Dios los unos por los otros. Soinos compañeros y hermanos. Estamos unidos en nna misma Sociedad, y nos está encargado por Dios que llevemos los unos las cargas de los otros, y que de esta manera cum­plamos la ley de Cristo. Me atrevo á decir, sin temer que nadie pueda alegar lo contrario, que, entre los Cris­tianos de las Iglesias Reformadas, esta santa costumbre prevalece mas, sin comparación, que entre ios que aun siguen bajo el yugo de la antigua superstición.

Mas el intentar asociarse con los que ya no pertenecen & nuestra Sociedad es vano, porque es impracticable. Es supersticioso, porque Dios no lo manda. Y es pecada, porque las que tratan de invocar á los santos 6 á los án-jeles, suponen en ellos ciertos atributos que son mas bien de Djos que de las criaturas, y porque, á pesar de las distinciones escolásticas que en cuestiones de hecho no tieneu valor ninguno, los tales iuvocadores les prestan

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nada menos que el culto vedado, que se opone directa­mente al que se debe á Dios. ¡Si los santos que están en el Paraíso (adonde quiera Dios que lleguen nuestros ad­versarios), y los ánjeles que asisten al trono del Eterno, tuvieran credenciales, por las que constase que se les ha conferido la facultad de recibir nuestras peticiones, y de satisfacer nuestros deseos, entonces deberíamos recono­cerlos por dignos de ser adorados. En semejante caso, los que los deshonrasen (lo que no hacemos nosotros), ó que se negasen á prestarles la adoración debida, queda­rían condenados por palabras claras y terminantes de las Sagradas Escrituras. Nada menos se necesitaría, porque no hacemos caso de las razones de conveniencia, así llama­das, que se alegan en justificación de dicha costumbre, pues carecen totalmente de fuerza. Veremos si hay algu­na sentencia del Sagrado Libro que parezca justificarla. Se nos citan las siguientes :—

Jerem. xv . 1. El Señor dijo á Jeremías, que, " a u n q u e Moyses y Samuel se le pusiesewJriolante, no estaría su almá'vá favor de aquel pueblo." No dijo que Moyses /> Samuel se le pondría delante como intercesor, como lo habían* hecho cuando vivían; mas antes insinuó lo contra­r i o . - ' E l rico atormentado dijo' á Abraham que, si alguno •dé los muertos fuese á casa de sus hermanos, éstos se arrepentirían, y Abraham le contestó que, aun cuando lóg muertos resucitasen y fuesen á su casa, no los oirían, porque tenían ya á Moyses y á los Profetas (que les ha­blaban por medio de sus escritos), mas que no los querían dir. Pero, si este versículo se entiende del modo que en­tienden ellos el de Jeremías, se debe suponer que , los muertos pudieron ir á aquella casa, y que allí estaban eri efecto Moyses y Elias.

Lúe. ix . 3 0 , 3 1 . Porque Moyses y Elias aparecieron en él santo monte, y hablaron con Jcsu-Cristo, infieren que harían con é) intercesión por los hombres. Mas esto

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tío es consiguiente del solo hecho de habérseles aparecido, igualmente se le apareció Satanás íí nuestro Seño r ; mas sobre ninguna de estas apariciones puede fundarse la con­clusión de que los Santos bienaventurados son intercesores ó mediadores entre Dios y ios hombres.

Juan v. 45 . Dice Cristo á los Judíos qne Moyses los acusa delante de D i o s ; y es cierto qne, si el mismo Moy­ses acusa, puede interceder también. Mas sería muy estraño que este Moyses, que se mostró tan amante del pueblo de Israel cuando estuvo en este mando, se hubiese constituido sú acusador en el cielo, donde no puede haber encono ni veuganza, y qne allí hiciese las veces de Satanás acusando á sus hermanos. Mas no ew así. Estando Moy­ses muerto, ya no habla con nosotros sino en sus escritos (Lúe. xv i . 31 . ) , como todos los profetas hablan en los suyos (Hech. x . 43 . ) , como los Apóstoles, que nunca se sentaron sobre tronos, se dice están sentados ahora sobre doce tronos, juzgando, esto es, condenando, por sus es­critos divinamente inspirados, á las doce tribus de Israel que no creen en Jesu-Cristo. Pero hay otro pasaje -que les parece favorecer su opinión de un modo incontestable. Es el que sigue :—

Apoc. v. 8. " Y cnando hnbo abierto el libro, los cuatro vivientes, y los veinte y cuatro ancianos se pos­traron delante del cordero, teniendo cada uno cítaras y copas de oro llenas de perfumes, QUE SON LAS O R A C i o ü f e s DR i.os S A N T O S . " Entendido esto al pié de la letra, se debe verificar en el cielo una transustaiiciacion poco me­nos maravillosa que la que, según ellos, se hace en la tierra. Las oraciones de los Santos, si interpretan bien el sagrado testó, no se representan por el símbolo de perfumes, sino que los perfumes son absolutamente las oraciones de los Santos. Las copas de oro son Los veinte y cuatro ancianos son...... Los cuatro vivientes son ¿ Y qué son ? Si lo entienden literalmente los

O

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Roiháhístás, deben espigárnoslo. Ya sabemos que él Cordero es Cristo, quiere decir, que lo representa ; que los odores son, ó representan, las oraciones que en otros lugares se llaman incienso y olor de suavidad, por ser taa gratas á Dios ; pero las copas de oro, las cítaras, los an­cianos, ios vivientes, el libró sellado, los siete espíritus, los siete cuernos, y otras muchas cosas, no las sabemos éspliear. Mas sabrán en Roma, ya que afirman con tanta seguridad que los perfumes son verdaderamente oraciones. Roma, la infalible Roma, la madre de misterios y d e . . . . Ella nos lo esplicará. Y dirá también donde están las intercesiones de los Santos, pues S. Juan no las vio, ó, si las vio, no hace mención de ellas.

Señálesenos ún sólo pasaje de las Sagradas Escrituras én el que se diga claramente qué los Santos que están en él cielo, 6 que los Anjeles oran á Dios por nosotros, y que debemos valérrios dé su intercesión; y, en viéndolo, nos creeremos obligados á conformarnos con la soberana disposición de Dios, acercándonos á las puertas del cielo donde éstos ministros' sé encargarán de nuestros ruegos, y los harán presentes' al Eterno. Entonces aprenderemos de memoria los hombres de los Santos terrestres y celes­tes , y nuestras devociones" se arreglarán al Breviario. Pero , mientras no sé nos enseñe un mandamiento de Dios al efecto, perseveramos ofreciéndole nuestras indiguas ora­ciones, mediante la intercesion.de Jesu-Cristo que sé llama el único medianero entré Dios y los hombres.

123

CAPITULO X X X I .

EL C U L T O K E L I J I 0 S 0 ,

" D i o s es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad " (Juan jv. 24 . ) . Si el culto que profesamos dar á Dios consta en gran parte, ó en su tota­lidad, de meras esterioridades, no se le adora en espír i tu; y, si se observan mas ceremonias de las necesarias para el decoro y solemnidad de los actos relijiosos, estos vienen á ser formalidades inútiles, y así Dios no es adorado en verdad.

Los Protestantes solemnizamos el culto relijioso en nuestros idiomas vernaculares, así como lo solemnizaban

; los primeros Cristianos ; y el hacerlo así es tan conforme á la razón, que no necesita justificación. Dice el Protes­tante lo que dijo S. Pablo, y lo mismo que dicta el sentido

. común del hombre : " Si la trompeta diere un confuso

. sonido, ¿ quien se apercibirá á la batalla ? Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabras intelijibles,

i ¿ como sé entenderá lo que se dice ? Porque hablaréis al áyre. Si yo no entendiere el valor de la voz, seré bár-

; haro para aquel á quien hab lo ; y el que habla lo será ', para mí.. Pues , ¿ qué haré ? Oraré con el espíritu, y ) oraré también inteligiblemente; cantaré con el espíritu, y ! cantaré inteligiblemente *. Mas si bendijeres con el es-'• píritu, el qué ocupa el lugar del simple pueblo, ¿como

dirá Amen sobre tu bendición ? puesto que no entiende lo '', que tú dices. Verdad es, que tú das bien las gracias, ¡ mas el otro no es edificado " (1 Cor. xiv.. 11—17.) . \ No hacemos un uso relijioso de las imájenes, i 1.° Porque semejante uso no se conoció en la Iglesia ) ' .

i- * La frase r$ vwt al entendimiento, se traduce bien así por Ainat. Q2

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primitiva; no se conoció por muchos siglos en parte algu­na ; no se estableció hasta muy tarde ; y siempre se ne­garon á él tnuqhos que aborrecían la superstición Romana, aunque les llamasen herejes; y e s notorio que muchos lla­mados herejes de aquellos siglos eran buenos Cristianos.

2° Poique de.su, uso. nacieron guerras al principio, y luego prácticas idólatras y supersticiosas en estremo, cu­yas prácticas continúan hoy, censuradas, s í , por algunas autoridades eclesiásticas, mas no abolidas, antes bieii luauteuidas con empeño por e l común del clero, coligado con el vulgo. . . .

3 ° Porque, y .estarn^on es Ja, principal, está prohibido por Dios, lié aquí el mandamiento segundo del Decálo­go. " N o harás para tí obra de escultura, ni figura alguna d é l a que. hay arriba en el cielo* ni de lo que hay abajo cu la; t iena , ni de las cosas que están en ¡as aguas debajo de la tierra. No las adorarás, ni les darás culto ; yo soy el Señor tu Dios, fuerte, celoso, que visito la iniquidad de lois padrea, sobre los hijos, hasta la tercera y cuarta jetie-racion de aquellos que ¡ne aborrecen ; y que hago miseri­cordia sobre millares con los que me aman, y guardan mis p r e c e p t o s " (Ecsodo x x , 4 — C ) . Teniendo á la vista este mandamiento, no hacemos para nosotros, esto es, como objeto de culto, figura alguna de los que están, ó que se suponen estar en el c ie lo; y como no lo hacemos, tampoco nos vemos eu la humillante precisión de andar buscando eftijios como los de que se valen los que desean hacer creer á los sencillos que Dios les ha dado la facul­tad de alterar sus mandamientos. El arriba citado, así como los otros del Decálogo, es para todo el mundo, y estará tijente hasta ei fin de los siglos, porque el Divino Lcjíslador no da á entender que será abrogado, antes bien io.contrario. La Ley de Dios es c lara ; no cabe en ella equivocación ; comparados con ella, no tienen fuerza al­guna los sistemas y los pareceres de los hombres; y de

125.

consiguiente no creo que sea necesario impugnar los argu­mentos de los que' l laman la veneración á las imájenes costumbre santa y saludable.

Procuran probar que el mismo Supremo Lejislador que prohibió á los Israelitas hacer para sí semejanza alguna, se desdijo luego, mandando á Moysés que hiciese dos querubines para colocarlos sobre el arca en el Santuario del Tabernáculo, y otros dos mas grandes para pouerlos en el Templo. A esto se responde que los querubines nó fueron puestos allí sino como ornamento. Nó se sabe ciertamente su forma, y no es probable que fuesen hechos á la semejanza de criatura alguna en el cielo ó en la tierra. Se supone que representaban la asistencia de los ánjeles al trono de Dios ; y es necesario advertir que, como es­taban en el Sanctum Sanctorum, Ó Santuario, no podía verlos el pueblo, sino solamente el sumo pontífice, y éste solo una vez al año. Por eáto es evidente que los queru­bines no fueron objeto visible de veneración, como tam­poco lo fueron los demás ornamentos del Templo, ni las vestiduras sacerdotales. Los adoradores no se volvian hacia los quei'ubines, sino hacia la gloria visible de Dios que por el espacio de algunos siglos se vio entre las alas ole los querubines, y como posándose sobre la cubierta del arca de la alianza, que le servia de asiento ó trono. Allí moraba, por decirlo así, el Rey de Israel. Señalaba su presencia una llama, ó nube luminosa, como la que acom­pañó á los Israelitas en su peregrinación por el desierto de Arabia, ó la que vieron los discípulos en el monte donde Cristo se transfiguró. Delante de ésta que, como dijo Moyses, no era figura, se postraban los Hebreos, adorando al Señor en los atrios del Templo, y, al hacerlo así, tenían que volver las espaldas al Sol que sus padres habían adorado, en testimonio de que ellos no le daban culto. Mas esta venerable señal de la presencia Divina desapareció después, no siendo ya necesaria, ni aun cou-

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veniente cuando llegó el Salvador al mundo, como éste ¡o dio á entender á la mujer Samaritana, diciéndolc que, sin embargo de haberse tenido por sumamente sagrado el Templo de Jerusalem, donde en su tiempo moró Dios, desde entonces debian saber que aquel sitio no era mas propio que otros para los sagrados ejercicios del culto relijioso (Juan iv. 19—2-1.).

Creen algunos que la serpiente de bronce puede servir de ejemplo para justificar la depravada costumbre de ve­nerar á las imájenes ; pero debe recordárseles" que Dios no mandó que esta iínájen se conservase después del dia en que sirvió de señal de la piedad que quería usar con su pueblo, sino que fué despedazada por haberla idolatrado los que al mismo tiempo adoraban á otros objetos seme­jantes . El buen rey^ Ezequias, el cual "hizo lo que era bueno delante del Sentir, conforme en todo á lo que habia hecho David su padre, destruyó los altos, quebró las esta­tuas, taló los bosques, é hizo pedazos la serpiente de bronce que habiá hecho fvfoyses, porque hasta aquel tiem­po le quemaban incienso los hijos de Israel, y llamó su nombre N o h é s j a n " (4 Reyes x v m . 3 , 4 . ) , quiere decir, aquello de bronce, {dolo abominable, cuyo nombre propio no debe pronunciarse.' Los querubines, hechos por man­damiento, de Dios, se perdieron, como lo fueron los demás objetos del Templo, conservándose solamente los sagrados l ibros; y éstos en toda su integridad, porqué los adornos del Templo no servian mas, pero sí la Divina Revelación. Aquella serpiente, aunque hecha 'por mandamiento de Dios, se hizo pedazos porque la habian idolatrado ; pero preguntamos ¿ cual de las imájenes, bien ó mal hechas, hechas á millones, y puestas en las Iglesias, en las casas y en las calles, fué hecha por mandamiento de Dios, ó con arreglo á lo mandado en el Antiguo Testamento ó en el Nuevo? " N i n g u n a . " ¡ N i n g u n a ! Pues háganse pedazos.

-. No guardamos ni veneramos los restos de los difuntos. Habiéndolos enterrado, no violamos sus sepulcros, para desmenuzar los huesos, y poner sus partículas en venta, metiéndolas en relicarios y esponiéndolas á la veneración del vulgo, con el fin de atraer mayor número de devotos á los sitios en donde se colocan; pues esto es lo que yo llamo ponerlas en venta ' - . Este tráfico, indecente en estremo, no se conocía entre los primeros Cristianos, y, sobre todo, Dios no lo manda ni lo tolera. Lo habrán mandado ciertos Concilios, y lo manda la Curia Romana ; pero nosotros no tenemos la desdicha de estar sujetos á aquellos ni á ésta.

Citan algunos pasajes para probar que con las reliquias se hacen milagros; mas basta leer las citas para ver que. no tienen conecsion con las reliquias. Estas, sean ó no verdaderas, lo que poco importa, no se ponen en nuestras Iglesias. Allí está Dios presente por su Santo Espíritu. Deseamos adorarle con sinceridad, con humildad y con Fé . Confiamos que no se desdeña de nuestras oraciones, siuo que las acepta por los méritos de nuestro adorable Reden­tor Jesu-Cristo, ál cual, con el Padre y el Espíritu Sauto, el Dios trino y uno, sea dada gloria y alabanza por los siglos de lps siglos. Amen.

* Tuve en mi poder, y la tiene ahora un amigo mió, una carta escrita en Italiano por un fraylé en Roma á .otro, frayle que esta­ba en la América Portuguesa, la que acompañaba una remesa de reliquias. Pide él ,escíitor, en recompensa de las reliquias, que iban con los correspondientes certificados de autenticidad, y au­torización para ser espuestas y veneradas, pide, digo, en recom­pensa de tan precioso donativo, regalo» de café, &c.; y no solo regalos, sino que se le proporcione colocación en la América, donde lia oído decir se pagan mejor las misas que en Roma.

F i X .

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RELACIÓN CIRCUNSTANCIADA

BE LA CONVERSIÓN DEL IRLANDÉS

D E L ROMANISMO A LA RELIJION D E JESTJ-CRISTO,

Traducida del Inglés al Español

POR

E L R B V . G. H . R U L E ,

M I N I S T R O P R O T E S T A N T E .

E N LA I M P R E N T A D E L A BIBLIOTECA M I L I T A R DE G I B R A L T A R ,

A COSTA DE L A S O C I E D A D DE LOS ESTADOS U N I D O S

D E A M E R I C A P A R A L A C I R C U L A C I Ó N DE

T R A T A D O S R E L I J I O S O g .

1 8 4 2 .

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A N D R É S D U W N .

CAPITULO I.

Andrés empieza á dudar de su relijion ¡ tiene una

conferencia con su Párroco; te le da un

Nuevo Testamento.

ANDRÉS D U N N era natural de Irlanda, y profesó la relijion Católica Romana hasta la edad de cuarenta años. Creia todo lo que le decian sus clérigos, así como lo creían todos sus conocidos. Tenia talento, pero solo lo emplea­ba en los negocios de este mundo, hasta que, llegando á la edad sobredicha, empezó á reflecsionar sobre la suma importancia de la relijion, y á conocer su ignorancia sobre esta materia; cuyas consideraciones le determinaron á ecsaminarla á fondo, en la convicción de que debía ante todo procurar la salvación de su alma.

Con este ñn acudió al Padre Domingo, Cura de su parroquia, y le dijo que desearia tener con su merced un rato de conversación. " ¿ Y bien ? " le preguntó, " ¿En qué puedo serle útil í " "Con su licencia," le contestó Andrés, "estoy pensando que, aunque yo sé muy bien ajustar mis cuentas, y tratar con cualquiera sobre todo cuanto se me ofrezca, entiendo tanto de relijion como puede entender cualquier irracional, lo que me parece

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no es propia de un Cristiano, y quisiera que vuestra reverencia* me enseñase como podría adquirir el conoci­

miento que me falta." " ¿Como puede ser e s t o ? " dijo el Cura, " nunca te echo de menos en misa ni en el con­

fesionario, y se ademas que eres muy hombre de bien ; pues ¿ qué mas quieres ? " " Debo confesar, Señor Cura, que, si alguno me preguntara porqué soy Católico Roma­

no, vo no sabría darle razón, sino que le dijera que porque mis padres lo eran antes que vo ; y, á la verdad, semejante razón me parece poro satisfactoria." " P e n i 1 :0 sabes tú, Andrés ," díjole el Padre Domingo, " que perteneces á la Santa Madre Iglesia; que no hay otra Iglesia verdadera fuera de ella; y que todos los que no son de su comunión son herejes, que sin duda han de ser condenados eternamente ? " " Esto se lo he oido decir á vuestra reverencia varias veces en la capilla; pero, si no le incomoda, me alegraría saber como vuestra reverencia salle todo és to ." " Andrés, tu eres el primeio de mis feligreses que se haya atrevido á hacerme seme­

jante pregunta, y yo no entiendo como tienes la osadía de hacerla. Empero, no tengo dificultad en satisfacerte. Lo sé, porque así lo dice la Iglesia."

Andrés 110 quedó satisfecho con tan corta respuesta, y se adelantó á insinuar que había oido decir á sujetos mas ilustrados que él, que nadie puede ser testigo en su propí» causa, y se tomó la libertad de preguntarle como so podía saber que en este caso dice Ja Iglesia la verdad. " Poco á poco," díjole el Padre Domingo, va acalorándose. "¿No sabes que el disputar con la Iglesia, como si ella pudiera errar ó engañarse, es casi lo mismo que blasfemar contra el Espíritu Santo ? " Arredróse algo Andrés al oir tules palabras ; pero, volviendo sobre si, prosiguió: " ¿ Se. me permitirá preguntar á vuestra reverencia como está tan

* Este ее el tratamiento que dan á los Curas en Irlanda.

3

cierto de que la Iglesia no puede errar eu esta materia > Porque bien sabe vuestra reverencia, que no está fuera de razón que uno sea un poco ecsijente cuando tiene tanta que perder 6 ganar ." El Padre contestó á esto con ayre de triunfo : " Pues, si quieres seguir con tus preguntas, sabe que Jesu­Cristo tiene prometido estar con sn Iglesia hasta el fin del mundo, y que de consiguiente la Iglesia es infalible, es decir, incapaz de errar." " Bien, Bien," esclamó Andrés, " e s t o es lo que queria saber ; y, si vuestra reverencia me hace ef favor de aclararme este punto, quedaré satisfecho para siempre." El buen Padre también lo estaba, creyendo haber salido del paso con tan poco trabajo, y le dijo que la promesa de Jesu­Cristo 6e encontraba en el último versículo del último capitulo del Evanjelio según S. Mateo, y, sabiéndolo de memoria, 6e lo recitó en Latín. " N o dudo," díjole Andrés, " q u e todo eso sea muy bueno y muy santo ; pero, perdone vuestra reverencia, 110 entiendo ni una palabra de l o q u e me acaba de decir ." " B i e n lo sé , " respondió el Cura. " Nosotros, para el bien de nuestro rebaño, nos reserva­

mos la facultad de esplicar estos lugares de la Sagrada Escritura, conforme al sentido en que la Iglesia los inter­

preta ." " C o n su licencia," dijo Andrés, "quis iera se me diese una esplicacion de esas palabras tan hermosas y tan sabias." " P u e s bien, Andrés, quieren decir que Jesu­Cristo promete estar con todo concilio que convo­

care el Papa, hasta el fin del mundo; que todo concilio, así convocado, siendo la misma Iglesia, será infalible, esto es, no estará espuesto ú e r ra r ; y que, de consiguiente, cualquiera que osare disputarle sus decretos, será casti­

gado como hereje, v «11 alma atormentada por toda la eternidad." " ¿ Y es posible," preguntóle Andrés, admi­

rado de lo que acababa de oir, " que todo esto se encierre en la breve sentencia que vuestra reverencia citó ?" " S í , " le dijo, " y aun mucho mas, como verías si yo tuviera

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tiempo de eBplicártelo. Con este, pasaje podemos nos­

otros confundir á todos los que presumen de versados en materias de relijion ; de modo que no les queda palabra que decir en su defensa." " Creo que vuestra reverencia dijo que este pasaje se encuentra en el Evanjelio según S. Mateo. Sé que Mateo fué un gran Santo, y no dudo que el Evan­

jelio sea cosa buena ; pero deseo saber cual es el Evanjelio según S. Mateo . " " Vamos, Andrés, que te vas haciendo muy preguntón. Si eigues de este modo, no podré con­

testar á tus preguntas en todo el dia. El Evanjelio según S. Mateo es aquella parte del Nuevo Testamento que escribió este Apóstol ." " N o 6e incomode vuestra reveren­

cia : solo le quería preguntar qué cosa es el Nuevo Tes ­

tamento ." Con esto el buen Padre, un poco alterado, le respondió secamente : " Es la parte de la Divina Revela­

ción que contiene la historia de la vida y muerte de Jesu­Cristo, y la doctrina que enseñaron él y los Após­

to les ." " ¡ Es posible ! " esclamó Andrés. " Pues yo me alegraría mucho leer ese Testamento. Dígame vuestra reverencia donde podré comprarlo, porque de muy buena gana ahorraría de mi jornal cuatro cuartos cada dia para poderlo tener en mi poder. Pero ahora me acuerdo ha­

berle oido decir á vuestra reverencia, que está en idioma estranjero, ¡ Qué lástima que no esté traducido al Inglés para uso de nosotros los pobres ! Si yo creyera poder aprender el idioma en que está escrito, dedicaría á su estudio algunas horas cada dia, aun sacrificando parte de mi trabajo para saber leer la palabra de DÍ06." El Padre Domingo no quiso desengañarle, ni dtcirle que por un chelín (5 rvn.) podia comprar una buena versión del libro, sino que le dijo que era muy tonto, y le mandó ir á su casa á trabajar, y no meterse en cosas demasiado hondas para su entendimiento.

Parecióle á Andrés que el clérigo no debería haberle despachado con taata aspereza; pero, sin embargo, acos­

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tumbrado á obedecer, se despidió de él, y volvió á sa casa pensando en la conversación que habían tenido.

Pero siempre deseaba Andrés hacerse de un Nuevo Testamento. Decia dentro de s í : " ¡ Qué gustoso debe ser el leer la historia de Jesu­Cristo, y qué provechoso el aprender la doctrina que enseñó, en el mismo libro donde se encuentra, y en las mismas palabras con que la espresó ! Al Padre Domingo no le envidio nada mas que sn saber ." Este deseo nunca le dejaba, y aun soñaba de noche que poseia un Nuevo Testamento.

Andrés era trillador. Cuando niño, habia aprendido á leer y escribir, y como tenia buena memoria, aun leía y escribia medianamente. Trabajaba en el cortijo de un hidalgo vecino, y le tenian por bueu trabajador. La Se­

ñora de la casa era muy caritativa, y, en los dos últimos años que habian faltado las cosechas, se habia esmerado con tanta eficacia en socorrer á los pobres, que muchos de ellos le debieron la vida, la que, á no ser por esta Señora, hubieran perdido, ó contraido enfermedades incurables por el uso de alimentos malsanos­ Mas no бе limitaba á su­

ministrarles socorros temporales, sino que consideraba que sus almas habian de salvarse 6 perderse eternamente ; y, cuando iba á ver á los enfermos y á otros pobres, acos­

tumbraba indicarles, en pocas y sencillas palabras, lo necesario que era el pensar seriamente en su salvación eterna. En aquella época fué cuando esta Señora principió á comprar Testamentos y repartirlos gratis entre los pobres de la comarca, sin distinción de secta, creyendo сои razón que, aun cuando no sacasen beneficio ninguno de ellos, no les perjudicarían. El Padre Domingo hubiera tenido ver­

güenza de decir una sola palabra contra tan buena obra ; pero, si hemos de decir la verdad, mas bien hubiera de­

seado que la Señora no hiciese regalos de esta clase. Sucedió un dia, que, estando trillando Andrés solo, esta buena Señora pasó por allí, y entró en su casa á pregun­

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tar por uno de sus hijos que habia estado enfermo. Des­pués de alguna conversación, le preguntó si tenia en su poder algún Nuevo Testamento. Le respondió que no, pero que deseaba mucho tener uno, y no solo tenerlo, sino poderlo leer y entender. " ¡ Como ! " le replicó, " ¿ V . no sabe l e e r ? " " S i Señora, sé leer, pero solo el Inglés, porque no poseo otro idioma." " Pues bien," le dijo, " e s t e libro está en Inglés ." Parecióle saltar su corazón de gozo. " E s t o , " dijo, " es justamente lo que deseaba. ¿Tiene V . , Señoia, alguno que proporcionar­me ? " Ella, sin perder un momento, lué á casa, volvió con un ejemplar del sagrado libro, y se lo regaló á An­drés qnien lo recibió con suma alegría. Guardóse el libro hasta la hora de dejar el trabajo, y luego se fué á casa de priesa para principiar su lectura aquella misma noche, é iba pensando sobre lo precioso que debia ser el libro que llevaba. " Este l ibro," decia consigo mismo, " contiene las palabras de Dios. Si tuviera una obra que me enseñase á adquirir riquezas, la apreciaría mucho; mas con este libro aprenderé á conseguir las riquezas eternas. ¿ Y porqué he ignorado tanto tiempo que ecsis-tiese tal libro ? ¿ Y porqué no quiso el Padre Domingo que lo tuviese ? Sea como fuere, estoy resuelto á leerlo, si Dios quiere." Con semejantes reflecsiones se llegó á su casa, y habiendo acabado de cenar con su familia, se retiró solo al cuartito donde dormia, sacó el Nuevo Tes ­tamento, lo miró por algunos momentos con sentimientos de la mas profunda veneración, y dijo entre sí : " Este es el libro que Dios mandó escribir para enseñar el camino del cielo á los pobres pecadores como yo. Siendo el libro suyo, espero me dará capacidad para entenderlo, y con esta confianza voy á pedirle que me ilumine, para al­canzar á conocer su verdadero sentido, y no engañarme." Es to dicho, se puso de rodillas, é hizo la oración siguien­te : — " O Dios, Señor del cielo y de la tierra, yo soy un

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pobre que no sé nada; te ruego ilumines mi entendimiento para que, cuando lea tu santa palabra, la entienda bien, y sepa lo que tu quieres que haga, para que se salve mi alma." Leyó aquella noche algunos capítulos que le gus­taron mucho, y siguió leyendo el libro todas las noches hasta acabarlo. Lo que en gran manera le llamó la aten­ción durante su lectura, fué el no encontrar ni una palabra de Papa, misa, confesionario, penitencias, absolución ca­nónica, méritos de Santos, días de fiesta, comer pescado, rezar rosario, ni de otras varias cosas que el Padre Do­mingo habia predicado con tanta frecuencia. " ¡ Como !" esclamó, " he oido hablar de esas cosas desde niño, y rae han hecho creer que toda la relijion consistía en ellas, y que mi salvación y la de todos los hombres que viven y han vivido, depende de ellas; y sin embargo no encuentro ni siquiera una palabra sobre ellas en todo el Nuevo Testamento. ¿ N o lo sabia el P a d r e ? " Sin embargo, aunque Andrés no halló nada de ésto en el Nuevo Testa­mento, halló otras cosas de mucha mayor importancia. Le hicieron mucha impresión pasajes como el siguiente : Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. " Cierto," dijo, " esto lo entiendo ; quiere decir, que, sino fuéramos pecadores, no necesitaríamos un Salvador." Y también éste : No vine á llamar los justos, sino los pecadores. " ¡ Cuan consoladoras son estas palabras de Jesús que aseguran que, sin embargo de ser yo pecador, no me rechazará, ni á nadie que acuda á él por la oración ! " Y estotro : De tal macera amó Dios al mundo, que dio á su Hijo unijénito para que todo aquel que cree en él uo perezca, sino que tenga vida eter­na. Al leer esto prorrumpió Andrés admirado: " ¡ E s t o sí que es amar, que para esto nos enviase Dios á su propio Hijo ! ' ' Pero, volviendo á refiecsiouar, no pudo menos que mudar de lenguaje, y decir : " ¡ Ay de mí ! ¿ Qué motivo tengo para alegrarme de ello ! ¿ Como sé yo que

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me interesa eso ? " Había lugares que le herían hasta h mas íntimo del corazón. Tales eran los siguientes : Esto", irán al tormento eterno (Mat. xxv . 46 . ) . ¿ No sabei;; que los inicuos no poseerán el reyno de Dios? (1 Cor. v i . 9.) Dios retribuirá á cada uno según sus obras. Tri­bulación y angustia será sobre toda alma de hombre que obra mal (Rom. n . 6. 9.>. Al leer semejantes sentencia» á veces se desalentaba sobremanera, porque bien conocía que había pecado, y que Dios podia justamente conde­narle á la perdición eterna. Muy á meuudo esclamaba: "¡Miserable de mí ! ¿quien me librará ?" (Rom. v n . 24.) Así pasó algunas semanas, ora lleno de esperanzas, ora abrumado de temores.

Debo decir que la familia de Andrés constaba de su mujer, un hijo de diez y ocho años, y dos hijas de diez y seis y diez y siete. N o le era posible ocultarles entera­mente los sentimientos que le ajitaban, y, en su conse­cuencia, le preguntaron varias veces qué le hacia estar tan triste. Al priucipio no quiso descubrírselo, pero, viendo que le instaban mas y mas, les dijo claramente r " Amada mujer, é hijos queridos, la verdad es que la relijion es de mas importancia de lo que nosotros hemos pensado. Aca­bo de ver, por medio de la lectura del Nuevo Testamento, que soy un pecador; y esto es lo que me llena de tr isteza." Andrés era muy querido de su familia, y, al principio, creyendo que estuviese algo tocado, se alarmaron ; mas, como veían que, discurriendo sobre otros asuntos, mostraba estar en cabal sentido, procuraron consolarle con decir que á la verdad era pecador, mas que así lo eran todos. Que él era tan honrado como cualquiera de sus vecinos, tenia buen corazón, y nunca había faltado á sus deberes. " P o b r e consuelo es e se , " les contestó, " remedio poco eficaz es para una conciencia aflijida por el remordimiento. Si no me podéis dar mejor consuelo, no me digáis nada, porque el oiros hablar así aun mas me aflije. ¿ Podéis

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decirme como podré librarme de la pena de mis pecados r " " Sí que puedo," díjole su mujer, " vé al Padre Do­mingo, confiésate con él, y al instante te dará absolución." " ¡ Absolución!" esclamó Andrés, dando un profundo sus­piro : " eso bastaba cuando yo era ignorante, mas ahora sé que necesito de otra clase de absolución. Solo Dios, querida esposa, puede perdonar los pecados, y el Padre Domingo no tiene mas facultad para perdonarlos que líi ó y o . " Estremecióse su familia al oír aserto tan atrevido, y empezaron á santiguarse por miedo que se les pegase algo de la blasfemia, que por tal la tuvieron. " Vuelvo á repetirlo," porfió Andrés, " no tiene mas poder para perdonar los pecados que vosotros ó yo." Miles de veces le habían oido prorumpir en los mas tremendos juramen­tos sin manifestar repugnancia alguna ; le h.ibian oido con frecuencia maldecir su alma y las de otros sin estrañarlo en lo mas mínimo ; pero, cuando le oyeron negar que el Padre Cura tuviese autoridad para perdonar los pecados, se alarmaron, y se taparon los oidos por no volver á oír palabras tan sacrilegas. De manera que el pobre Andrea tuvo que luchar por mucho tiempo con la oposición de su familia y con los remordimientos de su conciencia.

Un dia tomó el Testamento, y leyó en el capítulo quin­ce del Evanjelio según S. Lúeas. Llegando á la parte donde dice : " Me levantaré, é iré á mi padre, y le diré : Padre, pequé contra el cielo y delante de tí, yo no soy digno de llamarme hijo tuyo," se. puso de rodillas, y, to­mando por suya la petición del pródigo, pidió perdón por los méritos de Jesu-Cristo, con el mayor fervor. Vol­viendo á mirar el libro, paró la atención en e^tas palabras : " C o m o aun estuviese lejos le vio su padre, y se movió á misericordia, y, coriiendo á él, le echó los brazos al cue­llo, y le besó ." Con esto se le recordó otro pasaje que habia leido : " La sangre de Jesu-Cristo nos limpia de todo

* pecado." Se enterneció al contemplar el amor quo Dios n

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manifestó enviando á su Hijo para salvar á los pecadores, y encomendándose como pecador á la misericordia., no merecida de Dios por Jesu-Cristo, esperimentó desde entonces un dulce sosiego y consuelo de lo que jamas babia creído fuese posible esperimentar.

C A P I T U L O I I .

Andrés consigue convencer á su familia. Tiene otra en­trevista con el Padre Domingo. Este se irrita ai

principio, pero se aplaca luego.

Desde entonces principió Andrés á hablar á su familia con mayor franqueza, manifestándole como Jesu-Cristo amó á los pecadores que estaban á punto de perderse, entregándose á la muerte para redimirlos. También les ecsortaba á no despreciar tan grande salvación; y, con lágrimas en los ojos, insistía sobre lo urjente que era que se arrepintiesen, se renovasen sus corazones, y que cambiasen de vida. Por algún tiempo le tuvieron todos, menos su hija la menor, como á uno que está fuera de sí. Esta desde el principio le había escuchado con mucha atención, y no tardó mucho en llegarse á él, y, con un semblante que espresaba lo que pasaba en su interior, confesarle que sus discursos le habían hecho una profunda impresión, que no podia menos de pensar en ellos día y noche, que por algún tiempo habia tenido vergüenza de participárse­lo , y que por esto lo tenia ocultado ; mas que estaba su ánimo tan perturbado, que habia tenido precisamente que ••enir á pedirle consejo y consuelo. Al oiría hablar de este

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modo se alegró mucho Andrés ; le recordó cuanto impoi-* taba el no tratar tan graves materias con li jereza; le es-plicó, como pudo, el amor de Cristo aun para el mayor de los pecadores, y la eesortó con instancia á no tardar en aceptar la misericordia ofrecida. La aseguró que no necesitaba mas recomendación para con Cristo que sus mismas necesidades, las cuales socorreria bondadosamen­te. Andrés tuvo en fin la satisfacción de ver también á su mujer é hijo convencidos de la verdad por la gracia de Dios, y pedirle la salvación por los méritos del crucifica­do ; de manera que solo quedaba en su casa su hija mayor que no era realmente relijiosa. Esta se hizo sorda á sus cesortaciones, y su obstinación causaba mucho dolor á su padre.

Las cosas siguieron de este modo por algún tiempo, y ya hacia mas de un año desde la primera conversación que Andrés habia tenido con el Padre Domingo. Por medio del estudio del Nuevo Testamento, al que se habia dedi­cado en cuanto le habia sido posible, llegó á enterarse bastante bien de su contenido, y podia, mediante la gracia de Dios, " responder á todo el que le demandase razón de la esperanza que habia en él, con modestia y temor." E n el Ínterin el Cura le echaba de menos en la Iglesia, y pasó á su casa á preguntarle porqué no se confesaba ni oia misa. Al principio, no teniendo bastante valor para decirle la verdad, evadió la pregunta; pero, después, con­siderando que no debia avergonzarse de lo que habia aprendido leyendo la palabra de Dios, y que estaba mas bien obligado á renunciar abiertamente la doctrina errónea que habia creído antes, se determinó á valerse de la primera ocasión para hablar al Padre con toda franqueza, y, descargando así su conciencia delante de Dios, esperar el resultado con sumisión á su divina voluntad.

No tardó mucho aquel en volver á visitarle, y repren­derle agriamente por faltar á su deber. Hablóle en tér-

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minos muy duros é irritantes; y parecía quererle tratar como á un perro mas bien que como á hombre. Esto no le incomodó. Habia estudiado en la escuela de Cristo, y aprendido á ser manso y humilde de corazón ; de modo que, sin embargo de no tener ya temor supersticioso al Sacerdote, no quiso imitar su lenguaje insultante, sino que con mansedumbre trató de hacerle conocer que habia errado en hablar tan destempladamente. " ¡ Ay ! " dijo €.1 Cura, " esto es lo que yo esperaba de tu manía de in­dagar. Parece que te han ensenado á despreciar tu clero, y ya no temes que te se impongan penitencias. Yo no esperaba otra cosa desde que tuviste el atrevimiento de leer el Nuevo Testamento. Si estuviéramos en España ó en Portugal, bien pronto te ipjitaria esa herejía metién­dote en la Inquisición,* donde pagarías caro tu arrojo en disputar contra la autoridad del clero. Mas, en este pais,f aquel vil principio de la libertad de conciencia está tan en voga, que cualquiera puede pensar por sí mismo, y nuestro poder está bajo un pié poco respetable." " S i n querer faltar al respeto que le debo á V . , " replicó Andrés, " n o puedo menos de dar gracias á Dios de que tengo la dichosa suerte de vivir en un pais donde todo hombre puede juzgar por sí misino ; y hace poco honor á una relijion cualquiera el que se deba emplear el tormento para obligar á los hombres á seguirla." Esta observación, no obstante ser justísima, encolerizó al Padre Domingo hasta tal punto, que se olvidó enteramente del decoro que debiera carac­terizarle como ministro del manso Redentor ; y, alzando la mano en que tenia un látigo, pues estaba á caballo, amenazó á Andrés castigarle, allí mismo si se atrevía á

* Entonces habia Inquisición en aquellos paises, ahora feliz­mente libres del dominio atroz de dicho Tribunal, pero no del despotismo Romano; y ésto en el año de 1841.

t La Gran Bretaña y todas sus dependencias.

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hablar de este modo.* Andrés, que habia llegado á en­tender, por la lectura del Testamento, como debe portarse un ministro del Evanjelio, se escandalizó al ver semejante locura, y calló por un rato, hasta que, viendo bajar gra­dualmente el brazo amenazador, conoció que el Padre empezaba á calmarse. Entonces le habló en estos térmi­nos : " ¿ C r e e V. , Señor Sacerdote, con semejante con­ducta, recomendar la relijion de que es ministro ? ¿ O espera atraerme otra vez al gremio de su Iglesia por medio de semejantes argumentos ? Si cree conseguirlo así, está muy equivocado. La convicción de que vivía en el error fué causa de la mudanza que tanto le ofende j y le aseguro que solo razones mas convincentes me liarían volver á la Iglesia de la que acabo de separarme. Si V. se lisonjea de poder adelantar algo conmigo, tenga la bondad de entrar en mi casa, y esponenne sus razones; y, si me parecen satisfactorias, V. no tendrá que quejarse de que soy obstinado."

Al paso que el Padre Domingo se fué serenando, em­pezó á avergonzarse de su comportamiento ; y, contras­tando su intempestivo acaloramiento con la modelación de Andrés, se sintió tan humillado, que desde luego fiensó en marcharse dejando á Andrés en su herejía. Empe­ro, dijo entre sí : " Si me voy v me niego á debatir la cuestión, será un gran triunfo para él, y dirá á todos sus vecinos que ha vencido al Sacerdote, y con eso haría que me despreciasen todos ellos. Y con todo es un pobre ignorante, y, aun cuando no pueda convencerle, podré hacerle callar." También consideró que, admitiendo la propuesta, quitaría el borrón de su primer arrebato, y daria una prueba de su condescendencia y humildad. Estas reflecsiones le determinaron á entrar en la casa de

* Es notorio que, aun en el dia, muchos Sacerdotes Irlandeses llevan un látigo debajo de la capa con que castigan á sus feligreses, bien en las casas ó en las calles.

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Andrés ; y, apeándose, ató el caballo á la puerta, y sé Sentó junto á la chimenea. Sentóse también Andrés, y s e acercó toda la familia á presenciar la conferencia que les pareció sería muy interesante:

C A P I T U L O II I .

La Conferencia y sus resultas;

Dio principio el' Cura al diálogo. Domingo, i Y no es mucho atrevimiento que uno cómo-

V. se aventure á disputar sobre la relijion con uno como yo, que sé leer Latin y escribirlo también, y he sido edu­cado para estas cosas ?

Andrés. Me parece que lo que interesa á todos debe íer sencillo y de fácil intelijencia. Por ejemplo : si quiero medir una pie¿a de paño, y no tengo vara, tengo (pie •adivinar cual puede ser la medida, ó fiarme del parecer de otro ; pero, si tengo una vara, mido la pieza, y no se necesita mucha ciencia para saber cuantas varas tiene.

D. ¿ Que quieres decir con eso ? A. Quiero decir, que Dios me ha dado una medida

por la que puedo guiarme, y que debo hacer uso de ella 5 para lo cual, según yo creo, no son menester tantos cono­cimientos como V. supone.

D. ¡ AH ! Ya veo lo que intentas. Crees que las Sagradas Escrituras te son dadas para tu guía, y que debes en todo arreglarte á ellas.

A. Cierto. D. Pero ¿ no has reflecsionndo que aquel libro no sirve

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sino á los sabios, y que los que como tú no han recibida educación, no deben quebrarse la cabeza con su lectura ?

A, Sé que V. me dijo eso varias veces antes de que yo lo hubiera leido; pero, después de leerlo y de haber pedido á Dios me diese su gracia para poderlo entender, lo hallé tan claro, que, aunque ni yo, ni el hombre mas sabio que haya, sepa espiicarlo todo, creo haber llegado á entender su contenían suficientemente bien pan-, conse­guir la salvación de mi alma, mediante la gracia de Dios.

D. Ciertamente que eres el hombre mas descarado que he visto en mi vida, pues crees entender las Escritu­ras, al paso que los sujetos mas sabios é instruidos apenas pueden esplicarlas.

A. Conozco que no soy sabio. Pero, si V. se hace cargo de los siguientes versículos que he leido en el Nuevo Testamento, tal vez no ensalzará tanto la ventaja de serlo. Dice nuestro bendito Redentor : " 'Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, que, habiendo escondido estas cosas á los sabios y entendidos, las has levelado á los p á r v u l o s " (Mat. x i . 25.) . Y en otro lugar: " E n ver­dad os digo, que, sino os convertís, y os hacéis como los niños, de ninguu modo entraréis en el reino de los c ie los" (ib. X V I I I . 3 . ) . S. Pablo también dice : "Hermanos , ved vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nob les" i l Cor. 1. 26 . ) . " [Ninguno se engañe á sí mismo : si alguno entre, vosotros se tiene por sabio en este mundo, hágase necio, para que sea s a b i o " (ib. 111. 18.V Podría traer otras citas de la misma clase, mas estas bastan para demostrar que nuestro Salvador y sus Apóstoles no tenian la sabidu­ría humana en tan alto concepto como muchos. Y V . debe saber mejor que yo que nuestro amado Señor, cuando estaba sobre la tierra, solia hablar mas frecuentemente con los pobres, y que algunos discursos que les dirijió se nos flan e n el Nuevo Testamento. Pues , Señor Cura, yo no

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veo porque un pobre Irlandés no pueda entender las pala­bras de Cristo tan bien como un pobre Judío, ni porqué á los pobres de Jrlanda se les prohiba leer lo que él, que es mas sabio que nosotros, creyó conveniente que leyesen los Judíos pobres.

El Padre Domingo, que no esperaba semejante racioci­nio de paite de Andrés, quedó algo perplejo al oir sus argumentos, y no supo como contestarle. Solo le quedó el recurso de atrincherarse en la infalibilidad de la Iglesia, y decir que " la Iglesia, en su sabiduría, habia prohibido la lectura de las Escri turas." * Mas hacia tiempo que para Andrés no tenia fuerza semejante alegato, y con esto dijo redondamente que " no necesitaba mas para convencerse que aquella Iglesia, en cuya defensa estaba hablando su reverencia, no podia ser la verdadera." Esto era demasiado para que el Padre lo oyese con paciencia; pero, acordándose de como se habia comprometido poco antes , hizo lo posible para reprimir su indignación, y le dijo que, si á la fuerza queria leer las Escrituras, podia hacerlo, y que él le probaria por las mismas que, á pesar de las cavilaciones de los herejes, todo lo que reprobaba en la Iglesia Católica era de Divina institución.

A. Pues , Señor, si V . puede hacer esto, prometo volverme al seno de la que llama Iglesia Católica.

D. Convengo. Dime los puntos del dogma que no admites.

A. Todo el dogma me parece falso; pero algunos de los puntos que mas repruebo son la Misa, la Confesión Auricular, la Penitencia y la Absolución, la Estrema Un­ción, el Purgatorio, ¿as oraciones ofrecidas á los Santos, y, sobre todo, el mérito de las buenas obras.

* Así diria el Padre Domingo, tal vez sin saber que la Congre­gación del índice habia tenido que conceder al pueblo una especie de licencia para leer la Biblia en lengua Vulgar, con restricciones sin embargo que casi dejan la prohibición en su vigor.

t). Bien. Empecemos con ¡a Misa. Es te es un Sacra­mento en qué las especies de pan y vino son consagradas por el Sacerdote, quedando el pan y vino convertidos real­mente en el cuerpo y en la sangre de Cristo, y ofrecidos & Dios como sacrificio incruento en propiciación del pecado. Solo tienes que abrir el Testamento, que crees tener á tu fa­vor, y verás que Cristo dice terminantemente, hablando del pan: Este es mi cuerpo; y del v ino : Esta es mi sangre. ¿Y qué tienes que replicar á palabras tan claras como estas?

A. Sé que las palabras están justamente como V. acaba de citarlas ; pero sírvase V . advertir, que no se debe tomar toda palabra en su sentido literal. Hablando S. Pablo de la roca de la que salió el agua para los Israeli­tas, d ice: " La piedra era Cristo " (1 Cor. x . 4 .1. Mas ciertamente sería una tontería figurarnos que aquella piedra era realmente Cr is to ; aunque tendríamos tanta razón para decirlo, como para decir que el pan y el vino que se usan en la misa, son realmente su carne y su Sangre. Y o , Señor, no soy sabio, pero aun el sentido comiin me hace conocer que, si las palabras de Jesu-Cristo deben ser ENTENDIDAS de modo que no se le represente cothó diciendo UN puro disparate, se deben entender como yo las entien­do. Porque, si tomo estas palabras como si espresáran que el pan y EL vino se transmutaron en carne y sangre verdadera, se sigue que, al mismo tiempo que el Señor estaba sentado corporalmente á la mesa cuando bendijo el pan, su cuerpo estaba puesto sobre ella, es decir, que su cuerpo estaba todo en un lugar, y al mismo tiempo qué estaba todo entero en otro lugar distinto. Porque si las palabras de Cristo " e s t e es mi cuerpo," se toman en sen­tido literal, deben significar que el pan se mudó en su cuerpo enteramente, y no en parte. Luego no me es fácil creer que un pedacito de hostia que no parece pesar mas que unos pocos granos, tenga realmente algunas arrobas de peso. Tampoco se mé puede hacer creer que la cosa

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que tiene Ja apariencia de pan, y que parece serlo si la ecsaminainos por el tacto, y la probamos por el paladar, sea, en contradicción á mis sentidos, carne y sangre. Y, ]

sobre todo, me repugna la idea de que el pueblo de Dios j no viS'c de alimento espiritual, sino de carnal. I

•Di Con que, tú no juzgas por la fé, sino por Jos j sentidos.

A. Si nuestro Señor hubiera dicho: " E s t o que veia ya no es pan, pero está realmente convertido en la sus­tancia de mi cuerpo, no obstante que parezca p a n ; " hu­biera sido sin duda el deber de todos sus discípulos creer en sus palabras aun cuando éstas fueran repugnantes á sus sentidos ; pero, como no se esplicó" de semejante modo, yo no me creo en la obligación de entender al pié de la letra lo que dijo. De otro modo, debería entender así otras vanas cosas que dice, como por ejemplo : " Yo soy el camino," y " Yo soy la puerta." Cuando hizo el agua vino en las bodas de Cana, no diá á los convidados un líquido insípido con toda la apariencia y propiedades de agua, diciéndoles que era vino. Cuando resucitó á Lázaro, le hizo apare­cer como hombre viviente, y no ecsijió de sus discípulos que creyesen que Lázaro, yaciendo en el sepulcro sin dar señal de vida, estuviese en realidad vivo, y que caminaba, hablaba y obraba como los demás vivientes. Y , ademas de esto, V. sabe que el mismo Salvador nos dio la clave de todos los pasajes de esta clase, diciendo : " El Espíritu es el, que da vida, la carne nada aprovecha. Las palabras que yo os digo, estas son espíritu y vida." Dice también: " H a c e d ésto en memoria de mí," intimándonos que queris que, en la santa cena, los Cristianos nos acordásemos de Sus padecimientos y muerte por nosotros. Mas, esto apar­t e , no puedo menos de preguntarle á V. , si el modo con que procedió nuestro Señor en esta ocasión, tiene alguna semejanza con los ademanes de los Sacerdotes que celebran la misa.. P o r lo que ¡taca.4 mí debo decir, que la gran di-

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ferencia que he notado entre las ceremonias de la Iglesia y la narración sencilla del Evanjelio, me sorprende sobre­manera. Uno que no las hubiese presenciado antes, pensaría que el Sacerdote estaba representando en una pantomima para divertir á la jente , mas bien que ense­ñarla á adorar á Dios en espíritu y en verdad. También quisiera saber, poiqué Vds. no dan el vino á los legos, siendo así que el que mandó á su3 discípulos comer el pan, les mandó igualmente tomar la copa y beber de ella.

A estas objeciones no era fácil contestar, y así se limitó el Padre Domingo á decir, que la Iglesia lo habia dispuesto de aquel modo, y que, de consiguiente, debía estar bien hecho. Mas Andrés estaba ya resuelto á atenerse, al Tes ­tamento, y no quiso ceder ni una pulgada de terreno á no verse obligado á ello por citas bien claras, sacadas del mismo Evanjelio.

" Y o he estado pensando," prosiguió, " p o r q u é los clérigos de la Iglesia de Roma mantienen este punto con tanta obstinación, pues, á mi corto parecer, deben encon­trar sobre él mas contradicción que sobre otro cualquiera de los que defienden, Sin querer ofenderle á V. , d'ré el que me parece ser el motivo verdadero. Puede ser que hayan pensado, que los que los creyesen capaces de mudar un pedacito de pan en el cuerpo de Cristo, les mirarían por lo- mismo con muy profunda veneración, y que, va­liéndose de ésto, podrían sin dificultad enseñorearse de la herencia del Señor.

Puso fin al argumento el Padre Domingo con decirle, que era imprudente, atrevido y calumnioso; y que, como no habia buen Cristiano que dudase de la real presencia de Cristo en la Santa Eucaristía, siguiese con su segunda objeción.

A. V . enseña á sus feligreses que tiene autoridad para mandar le confiesen al oido sus pecados, é imponer­les luego penitencias, y al fin darles la absolución,

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D. Seguramente. ; Hubo jamas buen Cristiano qne líos disputase esta facultad ?

A. Estimaría mucho que V- me señalase algun pasaje del Nuevo Testamento en apoyo de semejante pretensión,

D. Aquí lo tienes, " A quienes remitiereis los peta­dos les son remitidos, y á quienes los retuviereis les son retenidos (Juan x x . 23-). < Qué dices á esto ?

A. ¿ Es tá V . cierto que entiende bien estas palabras : ¿ Y puede V- creer que cualquiera Cura párroco, bajo la autorización de este testo, tiene derecho de mandar á los de su parroquia confesarse con él, imponerles la penitencia Canónica, y absolverles de sus pecados ? El padre L—, por ejemplo, de la parroquia N — , al que en varias oca­siones le han hallado borracho, teudido en el camino; ó el Padre M — , de la parroquia O — , que es notoriamente disoluto, y tiene no sé cuantas damas. ¿ Cree V. que hombres como éstos están delegados por Dios para per­donar á los pecadores ? No Seño r ; esté V . seguro que semejantes hombres, sin embargo de ser Sacerdotes, si no se arrepienten, serán arrojados al lago que arde en fuego, v azufre. Empero, deseo saber en donde se habla de la confesión hecha al oído de un Sacerdote.

D, Dice Santiago (v. l(i.) : "Confesad vuestros pe­cados."

A. Es t raño que V . cite ésto como haciendo al caso. Las palabras que siguen aclaran el sentido, pues el Após­tol signe diciendo: " Confesad vuestros pecados uno á otro, y. orad los unos por los otros;" lo que indica clara­mente que Santiago no dijo nada que se pareciese á con­fesar con un Sacerdote. ¿ Y quien dio á Vds. el derecho de imponer penitencias al pueblo ?

D. ¡ Ay ! bien sospechaba la verdad ; ahora está des­cubierto el secreto,, Porque te incomoda la saludable disciplina de nuestra Santa Madre la Iglesia, te desatas @n quejas contra ella,

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A. Señor, muy ajeno estoy de esto, pues, desde que he leido el Nuevo Testamento, mis costumbres se han reformado enteramente, de manera que yo, por la gracia de Dios, ya uo vivo eu el pecado como antes, y de consi­guiente lio tendría que temer el que V. me mandase hacer algunas penitencias ; pero quisiera saber eu qué parte de la Santa Biblia encuentran Vds. dicha autorización.

D. i No has leido lo que dice S. Pablo ? " Sea el tal entregado á Satanás para mortificación de la carne, y que su alma sea salva en el dia de nuestro Señor Jesu-Cristo " (1 Cor. v. 5 . ) .

A. El mismo S. Pablo se esplica en las palabras que siguen : " Quitad de enmedio de vosotros á ese inicuo " (ib. vers. 13.) . Por lo que se infiere que el Sacerdote se equivoca, presumiendo hacer lo que el Apóstol manda á la sociedad de los Cristianos, y que, cuando requiere que uno mortifique su cuerpo, comete un error grande, pues no se dice : Mandadle hacer penitencia, sino, "qu i t ad de enmedio de vosotros á ese iuicuo."

D. La penitencia canónica es muy saludable, y con ella se consigue un fin importante.

A. Importante será para el clero, porque tiene al pueblo sumiso, y le hace temer al Sacerdote mas que á Dios, y en decir esto no falto á la verdad, pues quebran­ta los mandamientos de Dios todos los (lias ; mas, sea como, fuere, tiene precisamente que obedecer a l a s órdenes que les den los Sacerdotes. Yo, por ejemplo, me acuerdo de haberme confesado que me había emborrachado, y V. me impuso una muy leve penitencia; mas, en otra ocasión sucedió, que, habiendo ido á oir un sermón no predicado por uno de Vds. (aunque me parecía muy bueno), V. me hizo andar de rodillas todo al rededor de la Iglesia, y me mandó hacer otras cosas muy penosas, á las que tuve la simpleza de someterme entonces. Pues, dígame, Señor Cura, si el oir un sermón es pecado mas grave qu« el em-

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borracharse. Yo creo que n o ; pero ya entiendo, que con asistir al sermón parecía ejercer mi juicio en perjuicio de la autoridad del c le ro ; mas, con emborracharme, solo quebrantaba uno de los mandamientos de Dios, lo que les importaba muy poco, puesto que quedaba ilesa su autori­dad. Parece, pues, que se nos impone la penitencia mas bien en desagravio del clero ofendido, que como pena debida al pecado; y que sirve mas bien para retraer al pueblo de desobedecer al clero, que de ofender á Dios. V . dice que la penitencia es saludable; pero ¿como? i Para qué sirve ? ¿ Se libra acaso el pueblo con ella de los pecados escandalosos ? V . sabe que no. Vds. pue­den asustar á los tímidos, y hacerles observar escrupulo­samente la Cuaresma y las fiestas, ó abstenerse de orar con los que Vds. llaman herejes; pero no pueden por este medio hacerlos sobrios, c a s to6 , ni honrados. Pues, ¿ para qué sirve esa penitencia ? Y luego ; ¿ qué necesidad tene­mos de vuestra absolución ? Si Dios nos perdona, ¿ para qué ir á buscar la absolución de un Sacerdote ? Y , si no nos perdona Dios, la absolución que un hombre nos pre­tenda dar, no puede librarnos de las penas que merecen nuestros pecados.

D. T e digo, hombre, lo que te dije a n t e s ; que eres muy tonto. La Iglesia lo arregló todo antes que nosotros naciésemos, y tan fácilmente podrías sacudir los cimientos del mundo, como derrocar la infalibilidad de la Iglesia.

Creia Andrés que la Divina Revelación merecía el título de infalible mas bien que la que el Padre Domingo llamaba Iglesia; y, como estaba resuelto á no admitir punto alguno que no pudiese probarse por la misma, no pudo convenir con él sobre esta materia, y tuvieron por precisión que dejarlo, y pasar á la estrema unción.

" Sobre es to , " dijo el Cura, " no cabe disputa, porque Santiago dice claramente : ' ¿ Enferma alguno entre vos­otros ? Llame á los presbíteros de la Iglesia, y oren

sobre él, unjíéndole con óleo en el nombre del Señor {v. 14.) . ; Qué tienes que decir contra esto ? "

A. Solo diré que V. no ha citado el pasaje por entero, y de este modo ha ocultado el verdadero sentido del Apóstol quien a ñ a d e : " L a oración de la fé salvará al enfermo, y le aliviará el Señor ; y, si estuviere en pecados, le serán perdonados." Pues b ien ; aunque yo no entienda perfectamente este pasaje, veo en él bastante para que me atreva á asegurar que V. no lo interpreta bien. V. unje á uno bajo la suposición de que está muriendo, y con esto cree darle un pasaporte para el cielo. Pero, 6¡ acaso recobra la salud, creen que es menester unjirle de nuevo en el caso de hallarse otra vez á la muerte. Hasta un niño podria ver que Santiago habla de la eficacia de la fé para curar al enfermo después de unjido con óleo, orando por él los presbíteros de la Iglesia, de modo que la unción de Vds. y la de Santiago son totalmente diversas. Me acuerdo de que, hace ya unos cinco años, me creí á punto de morir, y mandé á toda priesa por V. , pensando que sería condenado al infierno si no cumplía con mi Iglesia. La cama en que estaba, entendía tanto de relijion como yo en aquella época, pero de eso no hizo V. caso ; me dio los óleos sin dificultad ninguna, y me dijo que iría segu­ramente al cielo. Pero, Señor mió, tiemblo ahora al considerar que, si hubiera muerto entonces, estaba per­dido sin remedio; me causa horror el solo pensar en el riesgo que corría; y no puedo pensar en la misericordia de mi Salvador sin que un sentimiento profundo de grati­tud me haga derramar lágrimas y alabarle desde el fondo de mi corazón.

D. Tu eres muy presuntuoso, y te digo que, si no te diere un Sacerdote los santos óleos antes que mueras, sin duda irás al Infierno.

A. Pues , Señor, yo no los pediré. En las Santas Escrituras no encuentro qüQ se haga mención de ellos, j ,

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si muero con sencilla confianza en los méritos de la muerte propiciatoria de mi Salvador, no temeré ser esclnido del cielo. Créame V. que, por la gracia de Dios, ¡ alabado sea su nombre.! estoy libre del temor de la muer te ; y, si me llamara ahora á su presencia, saldría gozoso de esta vida.

D. ¡Menteca to! A. Mientras yo vivia en pecado, V . nunca me llamó

mentecato ; pues, • porqué me llama así ahora que estoy procurando vivir cristianamente ?

D. j Dejémonos de estas tonterías ! Vamos á otra cosa. Parece que, desde que has leido el Nuevo Testa­mento, tampoco crees en el Purgatorio.

A. No encuentro ni una palabra sobre él en dicho libro.

D. " No ? Pues esto es estraño, ya que tantos varo­nes sabios encuentran muchas. ¿ Como entiendes el dicho de S. Pablo : " El fuego probará la obra de cada uno ? " (1 Cor. i n . 13.)

A. Su sentido es á mi vef tan claro, que cualquiera persona despreocupada y de mediana intelijencia fácil­mente lo entiefide. Si V. ecsamina el pasaje, veta que el Apóstol habla de las varias doctrinas que diferentes doctores pueden enseñar después de que se haya echado el fundamento de la Verdad. Algunas de ellas, quiere decir, las buenas, las compara al oro, la plata y las pie­dras preciosas ; y las erróneas las asemeja á la madera, el heno y la paja. Luego dice que de todos ellos se hará Bna p rueba; ¿ y qué cosa mas propia que el fuego para hacer tal prueba ? Si las doctrinas son sanas y verdaderas> permanecerán sin mengua, como el oro, la plata y las piedras preciosas de un edificio quedan intactos sin que pueda deteriorarlos el fuego. Pero, si son falsas, las consumirá el fuego, así como á la madera, al heno y á la paja. > Y qué tiene que ver esto con la idea de que hay*

ViVi lugar en qué abrasar las almas de los hombres; y puri­ficarlas así para el cielo ? . •

Él Cura tómó el libro y leyó el testo, comparándolo con la esplicacion que había hecho Andrés, y no pudo menos de confesar que tenia razón en pa r t e ; pero le dijo que solo ló miraba superficialmente, que la Iglesia que lo habia ecsamíriado mas á fondo llabia declarado haber un Purgatorio, y ¿pie eso bastaba.

A. No lleve á mal si digo lo que me parece sobre este puntó. Es que nadie sostendría que hay Purgatorio, si de él nó sacase el clero crecidas ganancias. Bien me acuerdo de liaber pagado á V . misas para sacar del Pur­gatorio las almas de mis parientes y conocidos. Pero, si V . tiene facultad de sacarlas diciendo misas, debe usar de ella por compasión á los infelices atormentados en el fuego, sin ecsijir que se le pague su trabajo. Viendo, pues; que todas estas misas han de ser pagadas, y ésto adelantado, sospecho que el verdadero motivo de predicar la doctrina del Purgatorio es él de aumentar las rentas del clero. Y no podré persuadidme de que proceda de buena fé, hasta que lo vea esmerarse en aliviar las almas que dicen están penando, sin esperar limosnas ni legados. Y , aun cuando diesen Vds. pruebas de sinceridad, no por esto dejaría yo dé impugnar esa doctrina, porque, ademas de otras y graves objeciones; la mayor es, que atribuye al Púi-gatorio la virtud que todos reconocemos ser esclusivamente propia de la muerte propiciatoria de Jesu­cristo, seguii dice S. J u a n : " La. sangre de Jesu-Cristo nos limpia de todo pecado" (1 Juan i. 3.) ; lo cual sería falso, si el Purgatorio tuviese parte en purificar á las almas.

D. Vuelvo á decirte que eres un gran botarate, y no vale la pena de hablar contigo, mientras creas saber mas que la Iglesia.

D

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A. N o conozco guía superior á la palabra de Dios, ni puedo admitir cosa que no concuerde con ella.

No siéndoles posible avenirse sobre el Purgatorio, tu­vieron que pasar á la cuestión del culto de los Santos. Tomó la palabra Andrés.

A. i Puede V . justificar, con pruebas sacadas del Nuevo Testamento, la costumbre de orar á los Santos?

El Padre Domingo quedó suspenso, no pudiendo res­ponderle nada, porque jamas Había visto- nada de aquello en la Sagrada Escritura. Hizo, sí, una l'ijera alusión á la petición que el rico dirijió á Abraham desde el lugar de los tormentos ; pero conoció luego lo poco á propósito que era citar, para imitación de los fieles, el ejemplo de un condenado; y así se escudó como antes con la infali­bilidad de la Iglesia, y quiso que Andrés siguiese con sus objeciones'.

" 'Mucho podría decir ," prosiguió Andrés, " s o b r e los1

títulos que se dan impíamente á la Vírjen María, llamán­dola Madre de misericordia, Refnjio de pecadores, Puerta del cielo, y otros muchos. Podría discurrir sobre los ro­sarios, el agua bendita, y otros absurdos; pero prefiero 1

tocar el punto principal, y es, El modo én que los peca­dores pueden reconciliarse cok Dios. Antes efe haber yo lfeido-este precioso l ibro, 'creía que, si nó : hacia ningún pecado grave; y asistía puntualmente á la Iglesia, cum­pliendo, sCgün dicen, con mis deberes, me tenia por buen' Cristiário, y contaba con entrar en la gloria, si al punto-de morir me reconciliaba con la Iglesia. E s t o era lo que me hablan enseñado; y nunca los Sacerdotes me enseñaron otra cosa; y así seguí hasta llegar á la edad de cria-renta años. Pero; habiendo leido el Nuevo Testamento, veo que yo no era tan bueno como creia. La Divina' Sabiduría que en él se encierra, me enseña que todos los hombres somos pecadores ante Dios, que por los pecados que hemos cometido todos merecemos la condenación eter-

•2?

¡na, y que por naturaleza somos todos malos y corrompidos. Oiga V . algunas citas sobre és to . " . . . . para que toda boca sea cerrada, y todo el mundo se sujete á D i o s " (Rom. m . 19.) . " E l saber humano es enemigo de D i o s " (Rom. v i u . 7 . ) . " L a . c a r n e codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la c a r n e " (Gal ."v. 17 . ) . " De lo interior del hombre salen los pensamientos malos, adulterios, deshonestidades, homicidios, -hurtos, avaricia, malignidad, engaño, lascivia, codicia, blasfemia, orgullo, l o c u r a " (Márc. vi i . 2 1 , 22 . ) . También me hace saber que los que se salvan lo consiguen por la gracia de Dios, •mediante la muerte y méritos de Jesu-Cristo, sin que ellos tengan ningún mérito propio, según los pasajes si­guientes : Todos los que creen en Cristo, " son justificados gratuitamente por la gracia del mismo, por la redención que es en Jesu-Cristo, á quien Dios ha propuesto en pro­piciación por la fé en su sangre, á fin de manifestar su justicia por la remisión de los pecados pasados; en la paciencia de Dios, para demostrar su justicia en este t i e m p o " (Rom. JIJ . 24—26. ) . No por obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, mas según su misericor­dia nos hizo salvos por el bautismo de rejeneracion, y renovación del Espíritu S a n t o " (Tit. n i . 5.) . Enseña igualmente que solamente por la fé se puede tener parte en esta salvación. Podría citar muchísimos pasajes, pero bastan los siguientes : " Así concluimos que es justificado el hombre por la fé, sin las obras de la Ley "' (Rom. m . 2 8 . ) . "Just i f icados, pues, por la fé, tenemos paz con Dios por nuestro Señor Jesu-Cristo " (Rom. v. 1.). " D e gracia sois salvos por la fé " (Efes. n . 8.) . Luego encuen­tro en este santo libro, que los que tienen esta preciosa fé, están unidos por ella con Cristo, así como el ramo está unido con el árbol, <5 el miembro con el cuerpo: que se resisten constantemente al pecado, por leve que pa­rezca ; que: vencen al mundo ; que son celadores de obras

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buenas, y se dedican, á Dios. Para probar esto, no e$ menester mas que abrir el Testamento, y se encuentra á primera vista por cualquiera que no esté enteramente preocupado. Y, sin duda, V. mismo dirá que esta doc­trina es s.anta y verdadera. Me ha llenado de consuelo, consuelo tan dulce que no lo daría por todo el oro del mundo.

Al hablar así; se enardeció Andrés, y sintió en su cora­zón un amor tan tierno para con el Padre Domingo, y tanta compasión por él y sus feligreses, que no pudo contenerse, y prormnpíó a s í : — " O Señor mió," le dijo, " cuando yo considero el estado crítico en que V. se halla, al paso que profesa enseñar á los pecadores el camino de, la salvación, siendo así que no entiende el sentido verda­dero de las palabras de Dios ; y cuando pienso que tendrá, V . que dar cuenta á Dios en el día del juicio de las almas que ha dejado perecer en su ignorancia, ó aun ha seducido con engaños, me parece que podría llorar lágrimas de sangre sobre V., y que, sí pudiera salvarle de la tremenda suerte que le aguarda, dando mi vida en su rescate, la sacrificaría gozoso con la ayuda de Dios. Pero esto no serviría, Señor Cura de mi a lma; es menester que V. reflecsíoiie sobre su estado, y En esto le inter­rumpió el Padre que se levantó airadísimo, le preguntó como se había atrevido á insultarle de este modo, y le dijo que, si hubiera anticipado lo que habia de suceder, segu­ramente no hubiera entrado en su casa. Luego, dirijién-dosc á su familia, les p reguntó : ¿ Y Yds. quieren seguir á este picaro en su apostasía ? Todos, .menos la hija mayor, le contestaron sin titubear, que, si tenían dudas á ' t e s , lo que acababan de presenciar les habia convencido Ue que Andrés tenia razón, y su reverencia no.

D. Siendo esto así, os amonesto, que, si no os arre­pentís , os escomulgaré el Domingo que viene.

Esto dicho, se puso el sombrero, dio un portazo á la

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puerta, montó á caballo, y se fué. En el camino, decia cutre s í ; "Es to , le debe asustar, ó, sino á él, cuando menos, á su mujer é hijos ; y, aun cuando no fuere así, será menester tratarles con severidad, para escarmentar á¡ ptros y disuadirles de seguir su ejemplo."

A Andrés no le asustaron las amenazas del Cura, por­que bien sabia que éste no podía hacerle daño uingnno. Pero sentía ver que uno que se llamaba ministro de Cristo, lio. cQmprehendia el sentido de sus palabras, y estaba tan poco animado del espíritu de su Evanjelio. El padre Domingo, por su parte, viendo que Andrés y su familia no cedían, llevó á efecto su amenaza, y los eseouiulgó á todos el Domingo siguiente, con escepcion de aquella de la que tenia todavía algunas esperanzas, echándolos por aquel acto fuera de la Iglesia, que él llamaba de Jesu­c r i s to . Al llegar á saberlo Andrés, no pudo dejar dé apiadarse del hombre que podía creer que con semejante escomunion le perjudicaría de algún modo. Bien conocía á los individuos de aquella congregación, cuyas costumbres eran por la mayor parte tan sumamente depravadas, que no podía mirarlos como pertenecientes á la Iglesia ver­dadera de Jesu-Cristo que se distingue por la santidad. Estaba bien seguro que, si hubiera continuado en pecado, jamas le hubiera el Padre escomulgado, y que le miraba con encono solo porque se habia convertido á la verdadera relijion Cristiana. No se asustó; antes bien se regocijaba de que se le tuviese por digno de ser objeto de escarnio y oprobrio por amor de su Divino Señor, á quien oraba fervorosamente que le diese gracia suficiente para sufrir los insultos y la persecución que le esperaban, sin mos­trarse ofendido ni impaciente.

Leyendo el Nuevo Testamento notaba varias alusiones á otro libro, de que no tenia conocimiento alguno; pero veía que sin éste no le era fácil entender varios pasajes de aquel, ó, por mejor decir, que era imposible. Deseaba mu-

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eho saber como se llamaba el tal libro, y, creyendo que 1? buena Señora que le regaló el Testamento era quien podía mejor que nadie enterarle, se determinó á no perder tiempo en preguntárselo. También queria darle gracias por su apre­t ad í s imo regalo. En efecto, se valió de la primera ocasión para verse con ella, y mostrarle lo agradecido que estaba de su bondad ; y, al mismo tiempo, suplicándole le dis­pensase la libertad que se iba á tomar, le preguntó donde se hallaría venal el libro al que se hace referencia en mu­chos lugares del Nuevo Testamento, porque veia clara­mente que, sin leerlo, no podría entender varios de sus pasajes. La Señora le dijo que el libro á que se referia era el Antiguo Testamento, que contiene las Sagradas Escri­turas que se publicaron antes de la venida de Jesu-Cristo Prometió proporcionarle un ejemplar completo de ambos Testamentos, y no pasó mucho tiempo sin que Andrés tuviese la dicha de poseer toda la Santa Biblia. Leyó el Antiguo Testamento con sumo gusto, y aunque encon­trase partes que no podia entender, había muchas mas que comprehendia perfectamente. Muchísimo le interesó la relación de la salida de los Israelitas de la tierra de Ejipto donde eran esclavos, y su entrada triunfante en la de Canaan. " Y o , " decia, " f u i también en un tiempo esclavo del pecado, pero la gracia de Dios me ha hecho l i b r e ; y, aunque estoy ahora peregrinando por el desierto de este mundo, se aprocsíma el tiempo en que mi Dios me hará entrar en la tierra de promisión eterna." Con la lectura de la Epístola á los Hebreos, pudo venir en cono­cimiento del objeto de gran parte del ceremonial de la ley de Moyses, y vio con la mayor satisfacción que Cristo estaba profetizado muchos siglos antes de su encarnación, y prefigurado en el culto del pueblo de Dios. El libro de los Salmos era para él una rica mina de instrucción y consuelo espir i tual ; y, cualquiera que fuesen la situación y conflicto en que se hallase al abrir aquella parte del Sa-

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grado libro, nunca dejó de encontrar algo que se aplicase á su estado. En las profecías de Isaías igualmente hallaba abundante y deleytosa instrucción. Por fin, llegó á ver la concordancia perfecta del Antiguo Testamento con el Nuevo, la cual le probaba que ambos fueron escritos por la inspiración del mismo Espíritu de Dios, y cada dia abundabau mas en su interior los goces de nuestra Santa relijiou.

C A P Í T U L O IV.

Se establece la costumbre de orar en la familia de Andrés.

Poco faltó" para que se quemara la casa. Intentona

de un tal J A I M E NOWLAN contra Andrés.

Tiempo hacia que creía Andrés ser su obligación, como padre de una familia Cristiana, el introducir en su casa la costumbre de orar en común. Claramente veia que sería imperdonable el omitir el cumplimiento de tan sagrada obligación ; y refiecsionaba que, si no hubiera otra prueba de la irrelijion de sus vecinos, la falta total de semejante observancia sería por sí sola suficiente. Desde que se hubo instruido Andrés en la Divina Revelación, pasaba algún tiempo todos los dias en oración privada; echó sus rosarios y encantamientos " á los topos y murciélagos" (Is. I I . 20 . ) , y siguió orando con sencillez, manifestando á Dios sus necesidades, y su deseo de conseguir su ben­dición. Mas, aunque pudiese hacer esto muy bien estando solo, temia no poderlo hacer delante de su familia; no tenia fórmulas de oración para ella, ni tampoco sabia si

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ias habla • de manera que estaba perplejo por un lado póir desconfiar de su capacidad, y por el otro porque deseaba cumplir con lo que creia ser una obligación de suuia impor­tancia. Un dia pudo vencer su repugnancia, y se dirijió á su familia en estos términos: "Auihda mujer é hijos; por la misericordia de Dios los mas de nosotros hemos venido eh conocimiento de la verdad; pero no es suficiente que cada uno de por sí dé gloria á Dios. Debemos glorificarle todos unidos en familia. Pues la señal (júe mas distingue las familias temerosas de Dios de las qtte no lo son, es la dé invocar su santo nombre. Hace mucho tiempo que he es­tado pensando en esto; perb sin determinarme á principiar á hacerlo, por motivo de mi incapacidad para semejantes ejercicios; mas ahora veo qué el principal obstáculo ha sido realmente mi amor propio, y, por la gracia de Dios, estoy determinado á no diferir por mas tiempo lo que veo Dios ecsije de mí corno padre de familias. Principiemos esta misma noche." Todos convinieron en ello, y; con­cluida la cena, Andrés abrió el Testamentó; y leyó el Capítulo tercero del Evanjelio según S. Juan, siendo éste ttn capítulo Cuya lectura le habia sido muy títil. Hizo al­gunas breves observaciones conforme iba leyendo, y, al acabar, se arrodillaron todos, y él hizo oración. La hizo como se la dictó su corazón, dando gracias al Padre de las misericordias por su alimento, vestido y habitación, cuando otros muchos careciah de iguales beneficios. Sobre tódb lé alabó por su grande amor en mandar á su Hijo ál tiinhdo para salvar á los pecadores, y por haberle concedido á él y á la mayor parte de su familia los beneficios todavía mas preciosos de su gracia, mientras muchos de los que les íodeaban vacian en un estado de total iguorancia. Oró fervorosamente por sus amigos, así como por sus enemigos, si los tenia, y con especialidad por el Padre Domingo. Rogó con instancia por éste y sus feligreses, pidiendo al Señor que derramase sobre ellos todos los beneficios de

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su Evanjelio. Oró por el país en que vivían, v por la propagación de la verdadera relijion en todas par tes ; y concluyó con encomendarse á sí mismo, su familia y cuanto le interesaba, al buen Pastor de Israel que " d o duerme ni dormi ta" (Sal. c:xx. 5 . ) .

Aquella noche tuvo Andrés ocasión de reconocer la misericordia de Dios en preservar á los que ponen en él su confianza. Creyó percibir olor de humo en la casa, y, en efecto, halló que habia caido alguna chispa en una porción de pajas que habia en un cuartito de su habitación, y que se le empezaba á pegar fuego. Lo apagó al ins­tante sin dificultad, y dando devotamente gracias á Dios, autor de todo bien, por haberlos protejido de un incendio que pudiera haberles sido fatal, volvióse á su cama, sin decir nada á nadie hasta la mañana. Estando entonces reunidos todos, como lo deseaba, les contó lo que habia sucedido, les enseñó la paja medio quemada, ponderó el riesgo á que habían estado espuestos, y eesortóles á reco­nocer la bondad de Dios que por su divina Providencia los habia libertado del peligro que les amenazaba. En otro tiempo el suceso hubiera parecido á Andrés una mera casualidad ; mas entonces veia en todo la mano protectora de Dios, y la reconoció con la mas viva gratitud.

Yendo Andrés luego por el campo á su trabajo, vio íí un mancebo robusto, hijo de un conocido suyo, tendido sobre la yerba, al parecer sin saber en que ocuparse. " ¡ Ola, Tomas ! " le dijo, " ¿ Qué t ienes} ¿ Porqué no vas á trabajar con este buen tiempo? ¿Es tás m a l o ? " " Y o no estoy malo," le contestó, " nunca he estado me­j o r ; pero ¿ no sabes que hoy es dia de nuestra Señora ? " " {Y qué tenemos con eso ? " " ¡ Qué tenemos ! Maá bien me cortada la mano derecha, que trabajar en un dia de fiesta como hoy." " P e r o , dime, hombre," replicó Andrés, " ¿ no te vi yo sembrar patatas un Domingo do Ja primavera pasada, con varios compañeros tuyos i \

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" P u e d e s e r ; el Padre Domingo nos dio licencia para ello." " i Pues á quien crees ," siguió Andrés, " se debe mayor respeto ? ¿ A Dios, ó á la Vírjen ? " " Supongo que á Dios ." " ¿ Y porqué trabajas sin escrúpulo en el dia del Señor, y guardas tan escrupulosamente los dias de la Víi jen ? " " Y o no s é ; hago como me dice el Padre Domingo." " ¡ Ay del pobre Padre Domingo ! " esclamó Andrés. " ¡ De cuantas almas engañadas tiene que res­ponder ! " " E s o no me importa á mí ," dijo el mozo, " yo obedezco á los clérigos, v, si me engañan, ellos tie­nen la culpa, n o y ó . " " V e r d a d e s , " le contestó, " q u e ellos tienen la culpa; pero no creas que esto te disculpe. N o , Tomas, cada uno tendrá que responder de sí mismo; y dice Cristo que, si un ciego guía á otro ciego, ambos caerán en el hoyo." " M i r a por t í , y no te cuides de mí," esclamó el mozo. " Creo que el Padre Domingo, que sabe hablar Latín, entiende esas cosas mejor que tú." Y , dicho esto, se puso en pié, y se fué muy ufano de su respuesta. " ¡ Pobrecito ! " dijo Andrés consigo mismo, pues no se paró á escucharle; " vendrá el dia en que co­nozcas la verdad de lo que acabo de decirte. Quiera Dios que no sea demasiado t a rde . "

El dia que el Cura escomnlgó á Andrés y á su familia, habló mucho de herejía, y no reparó en insinuar que el matar á un hereje no sería pecado morta l ; antes bien, si «io miente la voz pública, lo representó como acto merito­rio. Sucedió, pues, que había entre los oyentes un tal Jaime Noulan que estaba resentido con Andrés, por haber 6Ído preferido éste en el arrendamiento de un terreno, y muy iuclinado á hacerle pagar caro la preferencia. Dicho Notvlan, al oir que Andrés era declarado hereje, y formal­mente maldecido por el Sacerdote, dijo entre s í : " A h o r a es tiempo de vengarme de este picaro. Dice el Padre que s e debe tener ni hereje por jentil y publicano; esto e s , en «ti concepto, tan malo como el mismo Demonio; que si

estuviera en España ó en Portugal, le quemarían vivo por Ser enemigo de la Iglesia; mas en este país es contra la ley (¡ maldita sea tal ley !) el quemar á los herejes. Con todo, si Andrés merece ser quemado, y solo lo impiden las malas leyes, no sería malo, sino, al contrario, muy bueno, darle una buena paliza de la que se acuerde mien­tras viva, y aun después. Esto lo tendría yo por un gran mérito para con Dios, y mácsime cuando yo corro el riesgo de ser molestado por la atrocidad de aquellas leyes, que no permiten á nosotros los buenos Católicos castigar á los malvados herejes como merecen. Esta es la realidad, y así se lo haré ver al perro ." Habiéndolo resuelto así, de ­terminó ir á la casa de Andrés la noche siguiente, y darle el castigo que merecía por haberse portado tan vil­mente con la madre Iglesia. De consiguiente, salió de su casa al tiempo señalado, atravesó el prado, y llegóse á la puerta de Andrés cerca de las ocho de la noche, justa­mente cuando acababa éste de leer un capitulo de la Biblia como de costumbre, y se ponin de rodillas, acompañado de su familia, para dar gracias á Dios por los beneficios del dia, é implorar la continuación de su3 favores. Se paró unos minutos á la puerta para cerciorarse de lo que es tu­viesen diciendo ó haciendo dentro, y de repente oyó una voz que le era familiar. Conoció ser la de Andrés, pero no era la de un hombre que estuviese hablando con otro, ó dando órdenes, ni, en fin, como cosa que jamas hubiese oido en eu vida. Escuchó así un poco de tiempo, y luego, mirando por una rendija que había en la puerta, se sor­prendió al ver que estaba arrodillado orando con su fami­lia. La curiosidad le movió á escuchar lo que estaba diciendo, hasta que se olvidó enteramente del objeto de su venida, y quedó suspenso al ver la devoción del hombre y de su familia, y el modo con que oraba, tan diferente de ío que hasta entonces había oido. Le oyó dar gracias á Dios por todos los beneficios de que disfrutaban, y mas

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especialmente por haber sido redimidos del pecado y pre­servados de la muerte. Pero lo que mas Ic afectó fué que orase Andrés por sus enemigos en estos términos : " O Señor, si tenemos enemigos, te ruego les perdones, sean los que fueren sus pensamientos ó proyectos contra nosotros : concédeles el que participen de tu salvación, y ayúdanos á nosotros á fin de qne en todas ocasiones les volvamos bien por mal ." Así siguió orando nn buen rato, asombrándose mas y mas Jaime Noivlan, basta que, al concluir ía oración, hubiera querido dar un abrazo al mismo á quien vino á maltratar. Por lo que habia dicho el Padre Domingo, creta que estaba Andrés enteramente entregado á toda especie de maldad, y qne habia aposta­tado de la l ?é Cristiana; mas vio que era todo lo contrario. Preguntóse, pues, á sí mismo : " < Es este hombre un hereje- ? Si lo es, < quiénes son los Cristianos ? Cierta­mente no serán los feligreses del Padre Domingo. ¡ Ojalá que todos los que se llaman Cristianos, incluso el mismo Cura, fuesen como Andrés ! De otro modo andaría el mundo si fuera as í . " Al punto renunció á todas sus malas intenciones, y empezó á culparse severamente por haber pensado en maltratarle. " ¡ Maltratarle ! " esclamó j " ¡ No lo permita Dios ! Mas bien perdería este brazo derecho, que alzarlo contra un buen hombre como é l . "

Iba á retirarse, mas lo pensó mejor, y se determinó á entrar en la casa de Andrés, decirle con que intento habia venido, y pedirle perdón; y en consecuencia llamó á la puerta, le admitieron sin sospechar nada, y Andrés le saludó como á conocido, preguntóle por su salud, y le convidó amistosamente á sentarse junto al fuego. " ; Sabe V, ," díjole Jaime, " q u e el Padre Domingo maldijo á V . y A su familia el Domingo pasado en la Iglesia ? " " L o »é," le respondió; " m i r o con compasión al pobre iluso, y de corazón pido á Dios que le perdone." " ¿ Pero V . no teme la maldición de na Sacerdote?" " Y o no la

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temó, porque sé que Ltios me bendice." " ¿ Y sabe V. , Señor Andrés, que yo venia esta noche á darle una paliza como á hereje, y á vengarme al mismo tiempo por aquello' del terreno? " " E n cnanto á herejía," replicó Andrés, " no hay mas hereje que el que se aparta de la Ley de Dios, v no temo las consecuencias que me puedan resultar de atenerme á dicha Ley contra todos los clérigos del mundo. Y , con respecto á lo otro, solo digo que V. mis­mo debe saber que yo no he faltado ni á la justicia ni á la amistad ; pero, si V. es de otro parecer, estoy pronto á cederle el terreno ahora mismo con todas las mejoras que tengo hechas, y tomar el qne V. ocupa, si el propietario lo permitiere, porque, aunque tengo que mantener á mi familia, mas bien quisiera abandonar cuanto poseo, y con­fiar en Dios para que me proteja, que no dar á nadie motivo de queja contra mí . " Jaime miraba al buen hom­bre con tina especie de veneración, y contestóle : " No permita Dios que yo le quite el terreno. Amigo mió, V. lo logró con muy buen derecho y ha procedido justa­mente. Quédese V. con él. Solo le suplico me perdone el mal que intentaba hacerle, y me reconozca por amigo." " Seguramente le perdono," replicó Andrés, " y ruego á Dios que le haga conocer su mal estado como me hizo co­nocer el mió, y que por su gracia le convierta á V. á s í . " Jaime no entendió bien lo que quería decir con ésto ; sin embargo, creyendo que el deseo era bueno en sí, y le ser­viría de provecho á él, no pudo menos que responder á Andrés con un Amen que salió de lo íntimo de su corazón, porque estaba sumamente conmovido por lo que acababa de ver y oir. Entonces dijo á Andrés el motivo que lé habia hecho mudar de propósito, y le preguutó si acos­tumbraba á orar con su familia como lo habia presenciado-aquella noche. Contestado que sí, pidió se le permitiese -

acompañarles algunas veces, no distando sus casas mas dé un cuarto de milla. " Cuando V. gus te ," respondióle-

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Andrés, " s i V. puede dispensar mi poca práctica." " E s o n o , " contestó Jaime, " j amas he oido oración que me hi­ciese tan viva impresión como la de V. esta noche. Ahí tenemos el Padre Domingo, pero no entiendo ni una palabra de las que dice, porque sus oraciones son todas en Latín y fuera del alcance de jente como yo ; y, si no fuera por decir que he ido á misa, creo que lo mismo sería pasar el rato en casa. Y en verdad debo decir que nunca he podido entender por qué se reza en idioma estranjero en ¡a Iglesia. ¿No valdrían las oraciones dichas en buen Ingles,* tanto como las que se ofrecen á Dios en otro idioma ? De este modo entenderíamos lo que dicen los Sacerdotes." " M u c h a razón tiene V., Señor J a i m e ; hemos estado sumidos en la ignorancia demasiado tiempo, y ahora debemos principiar á pensar por nosotros mismos." Por fin, díjole que todas las noches á la misma hora, con la ayuda de Dios, los hallaría ocupados del modo que acababa de presenciar; y le aseguró que se alegrarían de verle, y que si gustaba venir un poco mas temprano, po­dría participar de su pobre cena. Jaime le dio gracias y se despidió por entonces. Al volver á su casa no pudo dejar de reflecsionar sobre los acontecimientos de aquella tarde. " S a l í , " iba diciendo entre sí, " resue l to á mal­tratar á Andrés Dunn, y no se me hubiera dado cuidado de matarle. Mas ahora estoy volviendo á casa, no solo sin haber tocado ni un cabello de su cabeza, sino lleno de admiración, y remordiéndome la conciencia por ha­ber intentado hacerle daño á este hombre. Yo no sé en qué irá á parar ésto. En este momento estoy mas dispuesto á seguir á Andrés que al Cura. Me «acuerdo ahora, aunque entonces no fijé mucho la atención en ello, de que éste pareció estar muy alterado cuando hablaba de Andrés en la Igles ia ; mas Andrés, por el contrario, es

* O digamos buen Castellano 6 buen Frances.

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todo mansedumbre y compostura. Por lo que parece, Andrés Dunn tiene mas de Cristiano en su jenio y com- , portamiento que el Padre Domingo." En esto llegó á su casa, y se acostó luego, pero no pudo cojer el sueño como de costumbre. Ocupaban su imajiuacion las ocurrencias de la tarde : su perverso designio en peijuicio de An­drés la oración del buen h o m b r e . . . . su d u l z u r a . . . . su entereza. Poco durmió aquella noche, y al otro dia siguió pensando en lo mismo mientras trabajaba. A la noche fué otra vez á la casa de Audres á unirse con ellos en sus oraciones. Oró éste por su amigo, pidiendo á Dios iluminase su entendimiento y le dispensase el conoci­miento perfecto de la verdad. Después de la oración hablaron mucho sobre la relijion, y los dos estaban tan engolfados en la materia, que no repararon como pasaba el t i empo; y era cerca de media noche cuando por fin se se­pararon. No sabemos los pormenores de su conversación, mas consta que no fué un mero debate sobre cual de las Iglesias era la verdadera. Discurrieron sobre lo que debe hacer el pecador para salearse, convencido que esté de que merece la indignación de Dios, por ser su corazón entera­mente malo. Andrés hizo ver á Jaime con toda claridad, por citas de la Sagrada Escritura, que todas las peniten­cias que pudiese hacer, todas las mortificaciones á qus pudiese someterse, y todas las oraciones que pudiese decir durante su vida, no serían suficientes para reconciliarle con D ios ; que en la Santa Biblia se nos enseña el único modo de conseguirlo, á saber, el de creer de corazón en Jesu-Cristo que derramó su sangre para nuestra salvación. Le hizo ver también, que el amor de Cristo obliga al verdadero creyente á dedicarse á su servicio, de manera que no viva mas en pecado, sino que lo aborrezca, re-chaze y venza. Estos fueron los puntos de que se trató con mas particularidad en aquella noche, y quiso Dios inclinar el corazón de Jaime á admitir las verdades impor-

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tantes qne habia oido, de manera que Andrés tuvo muy pronto la satisfacción de verle poner su esperanza en Jesu-Cristo, y dar una prueba de ello renunciando á sus pecados.

Es te Jaime Nowlan habia sido muy pendenciero; acos­tumbraba ir á las ferias y juegos de barra, y mover riñas entre las jentes, para que se estropeasen unos á otros sin misericordia. Era hombre muy fuerte, y llevaba un garrote muy grueso llamado por los Irlandeses Shilelah, y el suyo era conocido en aquellos contornos por la varita de Jaime (Jemmy's Switch) . Con ella habia derribado á muchos, y pocos la veian sin temor. Mas este hombre, fiero como un león, temido de todos, cambió de tal modo por el in­flujo de la verdadera relijion, que se mostró manso como un cordero, verificándose en él el dicho de S. Pab lo : " Si alguno está en Cristo, ya es una criatura nueva ; acabóse lo que era viejo, y todo viene á ser nuevo. ' ' Hubo mu­danza hasta en su semblante, porque antes de esto era su aspecto feroz, y denotaba claramente la crueldad de su corazón; mas, después de convertido á la verdadera reli­jion, su fisonomía placentera manifestaba la serenidad de su alma. Una noche trajo aquel famoso garrote á la casa de Andrés, y le dijo que habia venido á quemar en su pre­sencia el instrumento que habia empleado tantas veces en servicio del demonio. " C o n és te , " le dijo, " v i n e yo dis­puesto á asaltar á V. en aquella noche, y así, no hay sitio mas á propósito para quemarlo." Al decirlo así lo echó al fuego, y, viendo que se quemaba, esclamó : " ¡ Bendito Redentor ! Estas manos se han empleado con demasía en hacer ma l ; y estos ojos han mirado con gusto hechos que debieron llenarme de honor . Mas por tu gracia me has enseñado á aborrecer semejante maldad. Ahora no deseo otra cosa mas que salvarme por los méritos de tu preciosa .muerte, por la que se rescate mi alma, morir al pecado, y consagrarme enteramente á tu santa causa." El corazón

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de Andrés saltó de gozo, y no pudo menos de esclamar: " Engrandece mi alma al Señor, y alégrase mi espíritu en Dios mi Salvador."

C A P I T U L O V. La familia de Jaime Nowlan se convierte. Otros tamíien

se unen á Andrés. Este ampara á un cstranjero en­fermo. Muere el Padre Domingo. Muerte

dichosa de Jaime Nowlan.

Habiendo Jaime Nowlan hallado la perla preciosísima de la Fé , deseaba que su familia igualmente participase de el la; y, esperando que Dios se dignase bendecirlos también á ellos, los convidó á acompañarle á la casa de Andrés al tiempo señalado para la oración. Ellos mos­traban mucha repugnancia, y por algunos dias se negaron enteramente á complacerle. Esto no obstante, notaban lo reformado que estaba Jaime, pues, en lugar de ser pen­denciero y borracho como antes, se quedaba en su casa, y hacia lo posible para el bien de su familia. No podian negar que Andrés Dunn habia hecho (según decian ellos, no conociendo que era obra de Dios), dentro de algunas semanas, lo que el Padre Domingo no habia podido efec­tuar con todas sus prédicas, penitencias y aspersiones do agua bendita, en veinte años. No sabian espliear esto, y á Ja verdad tenían cierta curiosidad que los hubiera llevado á su casa, á no estorbárselo el temor supersticio­so. Por fin, cobraron ánimo, y fueron. Andrés oró con sencillez y unción, y no hubo ojos en la pequeña congre­gación que no se bañasen en lágrimas al oirle. A la otra noche, algunos de ellos esperaban ansiosamente la hora señalada. Sin entrar en pormenores, baste decir que la familia de Jaime Nowlan empezó muy pronto á esperi-mentar el influjo poderoso de la, relijion, y demostró la

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realidad de 6U conversión, dejando el pecado y viviendo santamente, lo cual no pudo menos de despertar en Aiidres la mas viva gratitud hacia Dios. Luego tuvo la satisfac­ción de ver á su hija la mavor renunciar al Papismo, por estar íntimamente convencida de sus errores, de manera que toda esta pequeña familia vivía en la mejor ar­monía! Todos los Domingos las dos familias se reunían para adorar á Dios. Andrés, después de ofrecer una breve oración pidiendo á Dios bendijese su reunión, acos­tumbraba leer uu.capítulo de la Biblia, ó hacia que su hijo lo leyese, y, acabada la lectura, llamaba la atención á lo mas esencial de su contenido, v procuraba esplicarlp de tal modo, que se fortaleciesen en su fé, y viviesen mas cristianamente. Concluían con otra breve oración. Por algún tiempo solo estas familias se atrevieron á singulari­zarse, dejando el pecado y adorando á Dios en espíritu y en verdad, sin practicar las ceremonias inútiles y supers­ticiosas que se les habían enseñado desde su niñez. N o se atrevían sus conocidos á acompañarles, temiendo las maldiciones del Padre Domingo; y de consiguiente tenían que sufrir las burlas, y aun la enemistad de varios, por causa de su constancia en servir á Dios según las Sagra­das Escrituras. Sin embargo, pasada la primera impresión heclia por las amenazas del Sacerdote, principiaron á re-iSe^sionar sobre la grande mudanza que habían notado en las costumbres de Andrés D i iun , y especialmente en las de Jaime Noivlan. Se admiraban también del buen orden que reinaba en sus familias, la perfecta amistad Bn que vivían, tan diferente del odio con que ambos se miraban ¡-¡tites, y ademas reparaban lo mejorado qué era su estado. H:ib¡au esperado, en consecuencia de lá améiüiza del Padre Domingo, que Dios manifestaría su enojo contra la herejía de Andrés, con algún azote señalado, bien destruyendo su Casa, ó haciéndole perder su cosecha. Mas, en lugar dé 0bU>j Andrés prosperaba mas que ninguno de sus vecinos;

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Y no hay que estrañar e s t o ; pues la relíjion verdadera íé aprovechó tanto en lo temporal como en lo espiritual, porque su mujer y sus hijos, que antes eran ociosos, se dedicaron á trabajar, y los ratos que solían malgastar en la ociosidad ó en diversiones, los ocupaban útilmente. Compraron tornos con los que hilaban lino, y de esto sacaban una ganancia regular; de manera que en la choza de Andrés empezaban á verse señales de comodidad que antes no habia tenido. Mientras que él estaba trabajando en la hacienda de su amo, y su hijo cultivando el pedazo de terreno que tenían, su mujer y sus hijas hilaban alegre­mente en sus tornos. Muchos, viendo esto, formaron mejor opinión de Andrés, v, después de algún tiempo, al­gunos se atrevieron á asistir los Domingos por la mañana á las reuniones relijiosas que tenia en su casa ; y otros., deseosos de saber qué clase de reuniones eran, pero te­merosos de entrar en la casa de quien habia sido maldecido por el í-acerdote, escuchaban á fuera por las ventanas, y así poco á poco iban cobrando ánimo hasta que al fin en­traban también ellos. Como Andrés se atenia sencilla­mente á las Sagradas Escrituras, y eesortaba á los qne asistian á sus pláticas á no someterse á otro guía sino solamente á ellas, no tardó en ver los frutos de sus débi­les esfuerzos* Se esmeraba mucho en hacerles conocer que no trataba de introducir novedad alguna, sino que deseaba instruirlos en el sentido verdadero de las palabras de D i o s ; que" debían desechar las tradiciones de los hom­bres, y leer la Santa Biblia como si no hubieran sabido cosa alguna a n t e s ; y que, si lo hacían así, hallarían que contiene todo lo que es necesario saber para la salvación del alma.

Por este tiempo un vecino relijioso le hizo un regalo que apreció muchísimo. Era un libro de Himnos.* E l

* Dr. Watts' Psalms and Hymns. F ' 2

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mismo le enseñó algunas tonadas, las que le gustaron mucho; y desde entonces añadió el canto de Salmos ó Himnos á los otros actos del culto, muy pronto cantando con ól los demás. Esto le pareció conforme á lo que dice S. Pablo á los Efesios (v. 19.) : " Hablando entre vosotros mismos en salmos y en himnos, y en canciones espiritua­les, cantando y loando al Señor en vuestros corazones." Ved aquí una gran mudanza de costumbres. Muy pocos años antes, Andrés y su familia solían ir á todas las ferias y diversiones nocturnas que liabia en aquel pais, y eran los primeros que cantaban canciones deshouestas, lo cual era muy diferente del cantar al Señor, como dice el Após­tol, con gracia en sus corazones, sino mas bien cantar al Demonio con pecado. Eu la época presente conocían la Suma maldad de semejantes pasatiempos por amor de lo que se habian espuesto á la condenación e te rna ; y cuando se acordaban de lo que Dios habia obrado en su favor, der­ramaban lágrimas de ternura y de gratitud, por verse libertados- de la perdición por la gracia no merecida del Señor.

Hemos dicho que la esposa del hidalgo que regaló á Andrés un Testamento, habia dado otros también á varios pobres vecinos suyos. Mas, por decir la verdad, los po­bres los recibieron mas bien por no desayrarla, que con intención de leerlos, y en su consecuencia los pusieron á u n lado sin pensar mas en ellos. Pero quiso Dios valerse de las eesortaciones sencillas de Andrés para despertar á aquella jente de su indiferencia, é inclinó á muchos á leer s u santo l ibro; y, en el tiempo de que estamos hablando, una docena de familias principiaron á pensar seriamente eu la vida futura, y se aplicaron á la lectura del Nuevo Testamento, para ver si los discursos de Andrés estaban acordes con él . Los libros que antes se tiraban como cosas inútiles, se sacaron entonces á luz. Al principio se sorprendieron de las que para ellos eran novedades,

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pero pronto llegaron á conocer que eran verdades. Ce­dieron sus preocupaciones á la evidencia de la revelación divina, y Andrés tenia bastante que hacer en satisfacer á las preguntas de algunos, animar á otros á que persevera­sen, y unirse con otros en alabar al Redentor que los acababa de sacar de las tinieblas del pecado á la luz ma­ravillosa del Evanjelio. En esta ocupación se tenia por dichoso, y esclamaba con frecuencia : " ¡ Qué maravillosas son las disposiciones de la Divina Providencia, que me emplea á mí, que no soy mas que vil gusano, en obra tari gloriosa y tan i m p o r t a n t e ! " Pero luego, acordándose de las palabras de S. Pablo : " Dios ha escojido á los necios según el mundo, para confundir á los sabios : y Dios ha escojido á los flacos del inundo para confundir á los fuer tes" (1 Cor. i. 27.), decia : " S e g ú n este modo de obrar, Dios tiene toda la gloria. ¡ Así sea! Demos al Señor clojio y alabanza eterna." La habitación de Andrés se llenaba todos los Domingos por la mañana y por la tarde, y aunque el culto que en ella se tributaba á Dios careciese de ceremonial imponente, le era sin duda agradable, porque reunidos le adoraban del modo que habia ordenado, esto es, " en espíritu y en verdad," y por lo que esperimentabau conocían que Dios no despre­cia la humildad del lugar ni de las personas. Acabados los oficios matutinos, acostumbraban reunir los ahorros de la semana anterior, según lo dicho por S. Pablo á los Corin­tios : " El primer dia de la semana cada uno de vosotros ponga aparte, guardando lo que por la bondad de Dios pu­d i e r e " (1 Cor. xv i . 2.). Andrés Dunn y Jaime Novvlan fueron elejidos tesoreros, y cumplían fielmente el encargo sentando en un libro, con minuciosa ecsactitud, las entradas y salidas. Como todos contribuían en cuanto permitían sus alcances, pudieron hacer muchas obras de caridadentre sus vecinos. Tenían en lista los nombres de seis infelices que ya uo podían, trabajar por ser ancianos, y á cada uno

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fie éstos daban seis peniques y medio á la semana. Cui­daban mucho de los enfermos, visitándolos y socorrién­dolos en cuanto podian. Asi brillaba su luz delante de los hombres, y probaban al mundo que no profesaban una relijion de palabras ni de ostentación, sino la de " la fé que obra por el a m o r " (Gal. V. 6.) .

H é aquí un incidente que acaeció en este tiempo. Pa ­sando por aquel pais un pobre estranjero, tuvo que sus­pender su viaje por haber caido enfermo. Los dueños de la casa eú que se hospedaba, luego que vieron que tenia una fiebre que podia ser contajiosa, determinaron echarle á la calle. Llegando ésto á noticia de Andrés, fué al instante á la casa en donde estaba alojado el enfermo, acompañado de su hijo. Al entrar en la casa hallaron que se estaban disponiendo tí echarle afuera. Les hizo pre­sente lo cruel de su conducta, y, ayudado de su hijo, colocó al desgraciado sobre una puerta que desquiciaron al intento, y, abrigándole lo mejor que pudieron, le lleva­ron á su casa, donde, con el consentimiento de su familia, le acomodaron y cuidaron del mejor modo posible. La mujer de Andrés le asistía con tanta eficacia como si hu­biera sido su hermano propio, y, no limitándose á estas atenciones, Andrés pasaba muchos ratos, sentado á su lado, en leerle la Santa Biblia, y, arrodillándose cerca de su cama, oraba con él. Después de algunas semanas se puso bueno el forastero, mediante la bondad de Dios. Pasado el rigor de su enfermedad, solia reflecsionar sobre su situación, y no sabia esplicnr el cuidado estraordinario que habían tenido de él, admirándose de la suma bondad de sus huéspedes. " Ciertamente," decia, " si hay Cris­tianos verdaderos en el mundo, son los de esta familia: me trajeron á su casa cuando estaba enfermo y desampa­rado, esponiendo sus vidas al contajio, á fin de preservar la mía, v mostrándome tanto cariño como si hubiera sido un hermano ó hijo suyo." Viendo Andrés que. estaba tan

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reconocido, se valió de esto para recomendarle la santa re­lijion, por cuyo influjo habia ya esperimentado tan opor­tuno socorro ; v, mediante Dios, sus esfuerzos surtieron su efecto. Vino el hombre en conocimiento de la verdad en casa de Andrés ; y, habiéndose restituido á la suya, desplegó el misino celo para hacerla conocer á sus vecinos, y casi con tan buen écsito como Andrés entre los suyos.

Por aquel entonces supo Andrés que el Padre Domingo estaba muriendo. Le habia dado un ataque de perlesía, y cada hora se esperaba un segundo ataque que se supo­nía le sería fatal. Después de luchar mucho tiempo con­sigo mismo, determinó hacerle una visita, y fué á su casa al efecto. Luego que le vieron á la puerta, avisaron al Sacculote moribundo, suponiendo que habia venido á pe­dirle que le perdonase antes de s n muerte. Con esta idea admitieron á Andrés que sintió mucho hallarle así postrado. Al verle el Padre, esclamó : " ¡ Amigo Andrés ! Me fstoy muriendo, y lo que es aun peor, me temo que mi alma esté condenada á las penas del infierno." '* No diga V. eso ," le respondió Andrés con mucha emoción, " p u e s dice Dios que la sangre de Jesu-Cristo limpia de lodo pecado." " ¡ Ay de m í ! " esclanió :' " si yo hubiera hecho caso de su justa reprehensión el día en que hablamos en su casa, hubiera podido salvarme. Entonces V. me dijo que la cura de almas es Un cargo de tremenda responsable lidad. Ahora veo que lo es, y tengo que dar razón auto el tribunal de Dios de las muchas que se han perdido por causa de mi neglijencia ó de mi ignorancia. Espantosa cosa es el caer en las manos del Dios vivo." No pudo decir mas : le sobrevino otro ataque que le dejó insensible, y al cabo de pocas horas murió.

Andrés se retiró apresuradamente, no pudiendo ya serle lítil, y por serié el espectáculo demasiado doloroso. AI volver á casa Moró amargamente, refkcsionaiido sobre el fatal error de los que dejan, hasta la hora de la muerte^ el prepararse 'para el ciclo.

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Concluyo esta narración con un breve recuerdo de la muerte feliz de Jaime Nowlan, que sucedió unos dos años después. Como estaba sentado una tarde Andrés con su familia, se le avisó que Jaime estaba muy malo, y de­seaba verle. Se apresuró á satisfacer el deseo de su amigo, y, al entrar en su cuarto, Jaime le habló en estos términos : " Estoy muy malo, pero mi alma está llena de consuelo. No sé si esta enfermedad me conducirá al sepulcro, pero sabe mi Redentor lo que me va á suceder, y esto basta para mí. Hace tiempo que deseaba vivir solamente para su gloria, y si ésta se promueve mas por mi muerte que por mi vida, mas bien quiero morir que vivir." Andrés se regocijó de hallar á su amigo con tanta conformidad, y de corazón se unió con él para alabar al Redentor que tanto nos amó. " ¡ O cuan preciosas ! " prorrumpió Ja i ­me, " ¡ cuan dulces son las promesas que Jesús nos tiene dadas en su Santo Evanjelio ! ¡ O cuan dulce suena á mis oidos el nombre de Jesús ! " Siguió un buen rato hablan­do de esta manera, y Andrés no quiso interrumpirle; pero, cuando hizo una pausa, le preguntó si qncria que orasen, y que él le leyese algo de la Santa Biblia. " Lea V . , " dijo Jaime, " y o quiero oir la voz de mi Redentor, pues él es el que habla, y con toda mi alma le espero ." Tomó Andrés la Biblia, y leyó el capítulo quince de la Epístola primera del Apóstol S. Pablo á los Corintios ; y, después de leerlo, se puso de rodillas junto á su cama, é hizo acción solemne y fervorosa de gracias á Dios por haber usado de tanta misericordia con su amigo, y pidió al Señor qué continuase fortificándole en aquel trance. Luego se volvió á casa, y al otro dia, por la mañana tem­prano, le hizo otra visita. Le halló peor de su enferme­dad, mas con aun mayor confianza en Dios. Padecía de pleuresía, por lo que Je sangraron, pero era evidente que empeoraba por momentos ; y no solo él, sino todos los que allí estaban, creian que ya no tardaría mucho en trasla­darse á las mansiones del cielo. Poco antes de su tránsito

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mandó á llamar á Andrés, y como él llegó y los de su fa­milia estaban todos al rededor de su cama, esclamó en un rapto de alegría sobrenatural: " • Donde está, ó muerte, tu victoria? ¿Donde está, ó muerte, tu aguijón ? Gracias á Dios que nos (lió la victoria por nuestro Señor Jesu­c r i s t o . " Al verlos todos llorando, les dijo : " No lloréis por mí, amados mios, antes regocijaos conmigo, y ayu­dadme para (pie ensalce todavía mas el nombre de mi Redentor. Voy á verle en su gloria, y estar eternamente con él. ¡ O qué gloria tan maravillosa, tan inmensa ! Con ella va á ser coronada mi alma redimida. Pero no creáis que yo miro á la muerte como á cosa de poco mo­men to ; muy lejos estoy de mirarla así. Mas puedo poner mi confianza en J E S U - C R I S T O que venció la muerte y me hace inmortal." Desde entonces fueron decayendo rá­pidamente sus fuerzas ; pero su alma se gozaba de la perspectiva consoladora de una dicha eterna, según lo manifestó varias veces á los que le asistían. Después de permanecer algún tiempo en silencio, csclamó : ¡ Aleluya! " A l que está sentado en el trono, y al Cordero, bendi­ción, y honra, y gloria, y poder en los siglos de los siglos." Estas palabras son las últimas que habló, mas la serenidad que se manifestaba en su semblante indicaba á los que le veian el estado de su interior; y el modo tan espresivo en que alzalia las manos y los ojos hacia el cielo cuando ya no pudo articular, ern prueba de que todavía estaba en sí, y que su triunfo de la muerte era completo. Dentro de pocas horas su dichosa alma se trasladó al paraíso de Dios. Diga pues el que leyere esta relación : " Muera mi alma de la muerte de los justos, y mis postrimerías sean seme­jantes á é s t o s " (Núm. x x n i . 1 0 . ) .

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