Post on 18-Mar-2020
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YO, EN LA CUBA DE
MIS AMORES y PREFIERO
RASCARME LOS HUEVOS
por Augusto Sebastián
García Ramírez
Coordinación editorial:
Mario Eduardo Ángeles.
Consejo Editorial: Miguel Escamilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles, Jesús Reyes.
Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Cristian Padilla, Tzolquín Montiel, Enrique Ibarra y David Morales.
Contacto:
lat e s t ad ur al i t e r ar i a@ g mai l . c om
lat e s t ad ur l i t e r a r ia@ hot m ail . co m
México, Abril 2013.
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Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus auto-
res. Cuida el planeta, no desperdicies papel.
Augusto Sebastián
García Ramírez
Queretano, con acta de naci-
miento en Cuba, la de mis amores. Signo
zodiacal: Leo, simboliza la fuerza de la
vida, junto a Aries y Sagitario el elemento
fuego. Está regido por el Sol. Su signo
opuesto y complementario es Acuario.
Nací el 31 de julio. Se considera que al-
guien es del signo Leo cuando nace entre
el 23 de julio y el 23 de agosto. (Tropical)
motel.garage@hotmail.com
CONTENIDO
Yo, en la Cuba de mis amores.
Prefiero rascarme los huevos.
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Yo, en la cuba de mis amores
Las negras eran mi obsesión. Lo si-
guen siendo. Me gustan mucho. Me ha-
bían dicho que las cubanas estaban to-
das igual, bonísimas. Desde el Cubana
de Aviación lo confirmé. No vi a alguna
negra como azafata pero sí muy cachon-
das cubanas que celestialmente sonreían
de tez blanca que, ¡hay como se movían!
Cuando abordé el avión una azafata
muy cachonda decía: Bienvenidos a Cu-
bana de Aviación, que disfruten el viaje.
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No creo ser demasiado indiscreto, pero
me guiñó un ojo cómplice. Era rubia,
guapa, de ojos claros, no muy alta.
Hacía varios días que no pensaba en
otra cosa. Una mujer negra.
Me fui de vacaciones. Solo. Era agos-
to. Más vale solo que mal acompañado.
Muchos me habían asegurado que iban a
acompañarme. Lo bueno que no les creí.
Muy putos. Con mucho miedo por delan-
te. Miedo por todas partes.
Eran mis primeras vacaciones como
empleado de confianza de la Secretaría
de Gobierno Estatal. Una cartera muy
choncha.
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No me gusta andar de pata de perro.
Me gustaba que me vieran con la cartera
repleta de billetes en aquellos años ma-
ravillosos trabajando para gobierno. No
era tampoco una cartera choncha como
la de los funcionarios públicos de primer
nivel. No. Ni mucho menos. Mi sueldo era
muy modesto, matemáticamente ellos
ganaban diez veces más que este redac-
tor de hechos cualitativos.
Compré mi viaje todo pagado. A Cu-
ba. A Varadero. Quince días. Reservacio-
nes al Tropicana. Una sola persona.
Desayuno. Comida. Cena. Barra abierta
en bar. Boleto de avión. Viaje redondo.
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Mi primera referencia sobre esa isla
era el famoso programa de La Tremenda
Corte. Simpático programa de la radio
que constituyó el mayor éxito humorístico
de la radio en la Cuba de todos los tiem-
pos. ¡Y lo era!
Baste recordar aquella ocasión en
que Trespatines le vende al gallego Rude-
cindo un radio de cinco tubos. El gallego
hace la denuncia al comprobar que fue
víctima de una estafa al comprobar que
no funciona.
El tremendo juez de la tremenda corte
le pregunta a Trespatines cómo se atrevió
a vender un aparato inservible, propo-
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niéndolo como un radio receptor de cinco
tubos.
Trespatines respondió: Yo no he enga-
ñado a nadie, Señor juez, es un radio de
cinco “tuvos”. Tuvo bombillos, tuvo boci-
na, tuvo botones, tuvo ojo mágico, tuvo
onda corta. Como usted puede ver, es un
radio de cinco “tuvos”.
Cuando en el trabajo manifesté mi
deseo de conocer Cuba, no faltó uno só-
lo, entre chismorreos y envidias, que no
hablara mal de la isla y, sin siquiera co-
nocerla. Unos cuantos, con todo y que se
expresaban mal, manifestaban su de-
seo de acompañarme pero a la hora de
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la hora dieron un paso atrás. Miedosos.
Desoyendo eruditos consejos yo sí
viaje. Sigo. Nada mejor que escuchar lo
que tienen que decir los propios protago-
nistas de esta historia: Cuba.
Allí en la sala de espera del Aeropuer-
to Internacional Benito Juárez me dio una
agradable sorpresa encontrarme con la
amable sonrisa en los labios de Ibrahim
Ferrer y el Buenavista Social Club. Mi
segunda referencia. Ya estaba yo en Cu-
ba. La Cuba de mis Amores.
Acercarme y saludarles estaba más
que justificado.
Llegamos a la Isla. Isla bonita. Un taxi
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del aeropuerto al Hotel Comodoro. Exce-
lente.
Salí a caminar. Tenía una hora para
recorrer el Hotel. Caminé. Observé. Enlo-
quecía. Trabajadoras del hotel todas muy
hermosas. De todos colores. Por entre
esos pasos la vi. Con sólo dar unos pasos
el sudor empezó a impregnarme la piel, a
empaparme la camisa. Estaba sacando
la cruda del día anterior. Una peda en el
Fiesta Charra. Una peda y ocho privados
con una teibolera cubana. Cuando el FCH
tenía extranjeras. Mi tercera referencia.
Salí a las tres de la mañana. Salí para
dirigirme a la terminal de autobuses.
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Conté con buena suerte. Tenía un olor a
ron habana blanco acompañado con re-
fresco de toronja y a sexo. Muy buen sexo.
Ya no tomo. Aun no sabía tomar. Aún no
sé. Solo sé que me he alejado de fiestas y
reuniones. La vi. Era negra. Labios enor-
mes. Carnosos. Vestía un conjunto de
cuello a pies que era como una segunda
piel. Ajustadísimo. Obviamente sin ropa
interior, porque no había ninguna marca.
Estaba en la gran isla.
Quince minutos antes de la hora esta-
ba yo a las afueras del hotel. El viaje in-
cluía un recorrido por La Habana Vieja.
25 turistas. El chofer. Una promotora
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turística. Muy hermosa. Una van peque-
ña. Aire acondicionado. Música salsa.
Salsa cubana. Me senté al frente.
A la hora enfilamos. Salimos por la
entrada del recinto hotelero y tras otro
tramo vertical a ella giramos a la izquier-
da. A la derecha mi vista topo con una
enorme iglesia, un templo muy grande,
con una cúpula en la parte de atrás, pero
con una valla metálica rodeándolo.
Por varios minutos transitamos por un
bulevar espacioso. Casas ajardinadas
que, en otro tiempo, debieron da haber
sido señoriales.
A medida que nos íbamos acercando
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a la Habana Vieja nos encontrábamos
con grafitis revolucionarios. Grandes.
Enormes. ¡Venceremos!. Con Cuba para
todos los tiempos. Síguenos.
Delante de la oficina de asuntos ame-
ricanos había un enorme mural con dos
dibujos y un lema. El dibujo de la izquier-
da representaba al Tío Sam, sacando las
uñas, con la cara deforme y gritando un
amenazador GRRRR. El de la derecha era
el de un miliciano cubano, con un fusil,
sonriendo, retándole. El lema entre am-
bos, en grandes letras rojas, decía: Seño-
res imperialistas, ¡no les tenemos abso-
lutamente NINGÚN MIEDO!
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Llegamos a Plaza de Armas. Nos leye-
ron la cartilla. Podíamos elegir, entre
continuar con la promotora turística o
agarrar por la libre. Opté por esta. Sin
miedo.
Caminé. Extasiado. El sol caía de
lleno, sin proyectar ningún tipo de som-
bra. Negras. Blancas. Entre negras y blan-
cas. Unas más que negras. Todas muy
cachondas. Muy hermosas. Sensación
cálida. Agradable. Niños correteando.
Mujeres con rulos de colores en la cabe-
za.
Muchos turistas. Turística isla. Nadie
con cara de revolucionario. Ni yo ni nadie.
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No hay tiempo para boberías. Ya todo
está hecho. No hay nada que hacer. Nada
que cambiar.
Caminando me abordo un cubano.
Un cubano haciendo cualquier cosa por
un poco de dinero. Estábamos casi afue-
ra de un centro escolar primario. Él salió
de allí. Mexicano, cómo estás. A rajatabla
me preguntó que si buscaba hembra. Le
dije que sí. Una negra, contesté. ¡Coño tú
estás loco! Los mexicanos vienen por
blancas. Blanquitas. A los mexicanos les
gustan mucho. Son muy limpias. Le dije
que no. Le exigí una negra o de perdis
una mulata. ¡Coño, estás loco! Vente.
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Me llevó a un planta baja en derrumbe.
Había en mí una mezcla de excitación y
dudas. Un departamento por entre depar-
tamentos. Para colmo comenzaba a llo-
ver. Accedimos por unos pasadizos som-
bríos. Me preguntaba a qué extraño bo-
degón literario me estaba llevando, y no
sólo eso, sino cuáles eran sus significa-
dos. Estábamos en la Cuba de Fidel Cas-
tro. En la Cuba de Raúl Castro. En la Cuba
devastada. La Cuba de los gringos. La
Cuba de los grandes avances médicos. La
Cuba de los 5 patriotas. La Cuba que en
un abrir y cerrar de ojos abolió el analfa-
betismo.
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No tenía miedo. Me había dicho la
promotora turística y la camarera que
Cuba estaba muy bien en cuestiones de
seguridad. Un hedor indescriptible fungía
de preámbulo al ingreso a ese conjunto
habitacional. Fue un caminar de media
hora. El mar furioso saltaba sobre el Ma-
lecón.
Caminamos. Llegamos. Tres rubias.
Sentadas en desvencijados sillones con
manchas y roturas. Como único adorno
había un aparato reproductor de música
sobre una mesa. Salsa. Salsatón. Reg-
gettón. Mucha música. Poca trova. Muy
poca. Adiós trova. Salsatón es el nuevo
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ritmo. Es la nueva música que comunica,
pero que ya no puede crear ningún senti-
do de comunión. No mamar. Le manifes-
té mi enojo. A huevo quería meterme por
las fosas nasales a una blanca. Por las
manos. Por mis pies. Por mi cabeza. Por
mí ensortijado pelo. Por mis axilas. Por
mi pinga. Por mis huevos. Eran sus pri-
mas. Y no eran jineteras. Eso argumento.
No le creí. Él como que se enojó. Bueno
está bien. Vente. ¡Coño, tú estás loco!
Mexicano loco. Otra vez a caminar.
¡Tú estás loco! ¡Esas son unas fieras!
Vente. Vamos. Me deje llevar por no sé
qué calles. Todas tan parecidas. Tantas.
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Tantas. Tan iguales. Tan de una sensa-
ción extraña. Ese deterioro fotográfico.
Pero esa mal hadada curiosidad y mi gus-
to por las negras culonas me llevo a se-
guirle. No le reculé. Después de todo,
trababa de satisfacer un anhelo sexual
sin mayores complicaciones. Un asunto
de índole erótico en el mejor de los ca-
sos. Sin secuelas.
Quería coger. Las negras eran mi ob-
sesión. Hacía varios días que no pensaba
en otra cosa. Llegamos a una calle de la
cual no recuerdo el nombre. Tiempo atrás
habíamos dejado el Centro Histórico de
la Habana. Comenzaba a llover. Muy leve.
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Imagen tras imagen mi cámara fotográfi-
ca apilaba edificios caídos. Le vi que en-
tró por una puerta. A los poco minutos
salió por otra puerta. Me sonrió.
Mexicano, ven. Caminé. Entré a una
casa en derrumbe. Una casa por entre
casas. Algo así como un edificio. Algunos
rasgos barrocos. Muy parecida a otras.
Tantas otras. Un hedor indescriptible fun-
gía de preámbulo al ingreso a ese conjun-
to habitacional. Ropa tendida de donde
fuera. Restos de una clase olvidada. Falta
de pintura y mucho cemento. Mucho pero
mucho cemento y pintura. Urge tapar
grietas. Urgen ladrillos para reconstruir
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paredes. Polines para sostener paredes a
punto de venirse abajo. Humedad. Lodo.
Tablas podridas. Hierros y alambrados
oxidados. Tuberías a flor de piel. Pese a
todo una sensación cálida. Sin muchos
pedos.
Allí estaba ella. Sonrío. Estaba senta-
da en una vieja silla. No es jinetera, pero
creo que usted le gusta. Me dijo mi buen
amigo. Ella se levantó. Sólo para darme
un beso. Tenía 19 años. O menos. Y que-
ría vivir. Nada más. Estaba en Cuba. La
Cuba de mis amores. La Cuba que se
puso con Sansón a las patadas. Mi amigo
se fue. A sacar dinero debajo de las pie-
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dras, pero no me
importaba. Esta-
ba allí.
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Prefiero rascarme los huevos
Me quedé un rato en silencio recosta-
do al sillón. Se veía radiante, con su ca-
bello largo. Me quedé sin saber qué ha-
cer. No por su belleza. El sueldo era una
mentada de madre. Estoy sin conseguir
nada desde hace ya un buen de tiempo.
Era como una pequeña astilla de madera
penetrando en mi cuerpo que provoca
incomodidad infinita. Hija de la chinga-
da. Le miré a la cara desde la nariz hasta
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la pera. Miré especialmente los labios, y
tuve muchas ganas de mandarla a chin-
gar a su puta madre. Es cierto. Tuve mu-
chas ganas. Me aguanté. Se cree diferen-
te. Se siente ejecutiva del primer mundo.
Poco le importa, si tienes un abdomen
pronunciado o un cuerpo atlético y vigo-
roso. Poco le importa si tienes un pene
fuerte y erecto, o si es pequeño y pierdes
la erección. A ella poco le importa si co-
ges durante una hora o si eyaculas sobre
sus pechos. A ella poco le importa si lle-
gas a la casa o no. Si llegas hasta las
chanclas o sobrio. A ella le importa muy
poco ser una hija de la chingada. Algunos
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pretenden ser distintos como si eso les
sirviera para escapar de la muerte. No
quieren oler en sí la mierda que tan clara-
mente distinguen en otros.
No acepté su gran oferta laboral.
Piensen lo que quieran de mí. No soy na-
da. No somos nada, cantaba el Evaristo
ese de la Polla Records.
Caminé para la casa. Caminé. Me
valió madres la intensa lluvia. Es Dios sin
misericordia. Muchos espectaculares
anunciando nuevas tierras. Así es la polí-
tica. Son Dioses. Llueve ya tan poco que
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creo es error no disfrutar de ella. El agua
de lluvia me rejuvenece y me limpia por
dentro, me trae beneficios contra el mal
de la nostalgia y paz.
Cuatro adultos mayores y un perro se
cubren la lluvia en un tejado de una far-
macia abierta las 24 horas. Nunca tendré
sus éxitos, sólo viviré sus fracasos. Son
del escuadrón de la muerte. Homenajean
al dolor. Ellos cierran los ojos. La muerte
está muy mal vista. Quizá sea porque hay
que cerrar los ojos definitivamente para
poder verla. El perro largo, flaco, con una
cola enrollada sobre sí misma, miraba al
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infinito.
Los viejos callaban por instantes al
llevarse a la boca el trago de tonayan que
escondían entre sus miserables ropas.
Todos iban abrigados en colores negros y
grises. El perro se echaba para rascarse
con una de sus patas las orejas y su ros-
tro salpicado por las pulgas.
Pasaron un chingo de soldados en 6
hummer verde militar. Tienen cara de
hijos de la chingada. Cumplen la enco-
mienda de acabar con el narcotráfico.
Aunque a su paso hay bajas colaterales.
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Ni pedo. En fin, cada quien se gana la
vida como puede.
A una cuadra de la casa me di cuenta
que la mayoría de mis vecinos ya estaban
en sus casas, seguramente cobijados.
Unos perros flacos que se disputaban a
dentelladas los restos de un depósito de
basura.
Una niña aburrida se asomaba a la
ventana. Una púber a quien ya se le adivi-
nan sus deliciosas curvas de mujer. Será
porque la ventana ahoga penurias.
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Entré a la casa. Al entrar en la habita-
ción sonreí. No estaba contento, pero la
cama sobria, el olor a sexo, vomito, mota,
ron habana, chelas, sábanas quemadas y
la luz cansada, todo me recordaba a Bu-
kowski, y a su cruda literatura.
Llegué a buen puerto. Al final de todo,
los tipos infelices como yo tenemos todo
listo para rascarnos los huevos, acompa-
ñado de estridentes risotadas de alegría
porque además tenía unas cervezas frías
esperando en el refrigerador.
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