Post on 06-Feb-2018
“Café CCPC (Cuban Coffee by Portazo’s Cooperative)”
de El Portazo y el carnaval insular. Por Alberto Abreu Arcia
Fueron Gerardo Fulleda y Roberto Zurbano los primeros en hablarme sobre
“Café CCPC (Cuban Coffee by Portazo’s Cooperative)” última puesta del grupo teatral El
Portazo que dirige Pedro Franco, durante sus presentaciones en el café teatro Bertolt Brecht, de
La Habana. Cada uno elogiaba el espectáculo por razones diferentes. El primero de ellos desde
su nostalgia por el cabaret, los imaginarios de la cultura popular, y su condición de teatrista. El
segundo, por el espesor semántico del texto dramatúrgico y su capacidad para movilizar nuevos
sentidos sociales, sus interrogantes y preocupaciones en torno al presente y el devenir de la
nación. Antes de colgar el teléfono ambos se despidieron con la misma exhortación: “Tienes que
venir a verlos”.
Sin embargo, por innumerables razones, mi encuentro con El Portazo se fue postergando una y
otra vez hasta su más recientemente presentación en el Patio Colonial de la AHS en Matanzas,
como una de las actividades colaterales de la octava edición de Puente de la Concordia, evento
organizado por la sección de cine, radio y televisión de la filial de la UNEAC en Matanzas.
En varios textos publicados en este blog y en otros espacios digitales1 he insistido en una serie de
deslizamientos escriturales y estéticos que tipifican a influyente una zona de la producción
artística y literaria cubana emergente en el nuevo milenio. Por lo que el lector no debe
asombrarme si en este texto me cito, me repito, me plagio (después de todo la identidad como el
sujeto no son más que un deseo, una ilusión). El primero de estos desbordes o deslizamientos,
nos informa sobre las representaciones simbólicas producidas por o desde aquellos grupos
sociales subalternos. Cuyas prácticas culturales se tornan ininteligibles o sospechosas para los
paradigmas y marcos interpretativos del saber disciplinario y la cultura hegemónica. En la
medida en que los descoloca, lo pone en crisis. El segundo, tiene que ver con el texto sobre lo
social: las nuevas problemáticas de exclusión y marginación de todo tipo, las nuevas
percepciones sobre la ciudadanía que estas subjetividades subalternas, que habitan en el centro
de la vida popular, tratan de insertar dentro de los escenarios del debate cultural cubano. Temas,
conflictos, interrogantes asociados con sus ademanes de resistencia y sus reclamos de
reivindicación social. La tercera, dirige nuestra atención hacia lo que los cientistas sociales en
1 Paisajes emergentes”, “Y después de la postmodernidad, ¿qué?” (disponible en: afromodernidades.wordpress.com, “Subalternidad: debates teóricos y su representación en el campo cultural cubano postrevolucionario” revista Argus-a www.argus-a.com.ar
América Latina insisten cada vez más en llamar “crisis de lo popular”. Proceso que remite tanto
la etimología de “lo popular” o de “cultura popular” como a la operatividad o inoperatividad, en
la actualidad, de estos términos para designar y explorar el repertorio de prácticas,
representaciones simbólicas, de estos nuevos actores sociales atravesadas por la contaminación,
fragmentación, y una subalternidad que participan de los flujos y reflujos entre lo local, lo
nacional y lo transnacional.
Veamos cómo “Café CCPC” se inserta y participa de estas nuevas configuraciones o paisajes
emergentes. Ya en las notas al programa se nos alerta sobre la voluntad paródica y subversiva
que distinguen la puesta que veremos. Según se declara allí: por una parte, la obra está concebida
como un ready made teatral que recontextualiza la estética del cabaret. Pero el cabaret es más
que la estética insurgente y seductora de lo pájaro, que los ojitos, las muequitas y el cuerpo
esplendente de las figurantes, que los bolerones y los regios trapos de lo/as bailarinas, las
lentejuelas y el afocante glamour tropical de lo kischt. Es el relato residual de todo lo reprimido
y silenciado por la cultura hegemónica. El espacio,
por excelencia, de lo carnavalesco: con su ley y
lógica otra, transgresora de Dios, la
autoridad, la ley social. Escapa a las
prohibiciones. Es gozo, juego que trastoca y
relativiza los opuestos, subvierte y difumina todas las
fronteras y jerarquías: es muerte y
resurrección, lo cómico y lo trágico, discurso
y espectáculo. En él somos actores y espectadores.
De ahí, que el texto dramatúrgico se conciba como un collage, un remedo de citas que van desde
textos de Bonifacio Byrne, Leonor Pérez (madre de José Martí), Bertolt Brecht, Charles
Bukowski pasando por otros de Yunior García, Alessandra Santiesteban, Israel Domínguez,
Roberto Viñas, Rogelio Orizondo, María Laura German, Erick Sánchez, Pedro Franco, entre
otros, pasando fragmentos de pasajes de la historia de Cuba extraídos de libros de textos y
algunas canciones emblemáticas de la Nueva Trova hasta una serie de expresiones de la cultura
popular como la pasarela, karaoke y la música popular.
El procedimiento permite articular un discurso que se explaya en dos dimensiones. La primera
tiene que ver con la modernidad (sus incómodos binarismos). Aquellos patéticos desvelos de las
(post)vanguardias artísticas por conectar el arte con la vida; aquí es sustituido por este otro
apremio -no por local y periférico menos universal- “la relación individuo prosperidad”. Qué
más da, si al fin y al cabo los viajes de las vanguardias europeas a este lado del continente han
sido puro simulacro (teatralidad, juego de máscaras y canibalismos).
La segunda es el peregrinaje divertido no solo por la historia oficial de la nación, sino también
por la de la literatura y el teatro. A través de la parodia de consignas políticas y textos
canonizados por la historia literaria, el chiste de doble sentido, el juego de palabras dichas sin
aparente coherencia establecen la confrontación y desmontaje de aquellos discursos, canciones,
íconos culturales que durante el siglo pasado configuraron un imaginario utópico y triunfalista de
una nación imaginada desde la fantasía política del “hombre nuevo”.
En “Café CCPC” la voz de lo nacional-popular circula sin restricciones. La presencia de la
jinetera, el travesti, el pinguero y de otros personajes marginales, no solo implica el
reconocimiento a la alteridad de estos sujetos inscritos dentro de un terreno social, económico y
político cambiante, de hegemonía y exclusión, sino también de sus percepciones radicalmente
perturbadora sobre la realidad nacional. Ellos, en un ejercicio de ciudadanía cultural, expresan
sus preocupaciones e interrogantes sobre el presente y el
devenir de la nación. Otro aspecto que me llama la atención en “Café CCPC” es el rol que
en este espectáculo tienen las expresiones soeces, “repugnantes”,
propias del argot callejero; las mismas intentan socavar esas
subjetividades disciplinadas que, a través de la moralidad del
lenguaje, propone el orden letrado; así como los modelos de
ciudadano y ciudadanía, que desde los momentos fundacionales de
nuestra ciudad letrada y de nuestro proyecto de modernidad
ilustrada, delinearon nuestros patricios iluministas a partir de una filosofía higienista que
descansaba, fundamentalmente, en el control de los lenguajes corporales y de la oralidad. Fueron
esos mecanismos de control y exclusión, los que produjeron a través de la literatura y el saber al
otro subalterno.
Por lo que me interesa leer este gesto, no solo como una reacción frente a las gramáticas
normativas de la lengua nacional sujetas a relaciones de jerarquía y exclusión, sino también
como la búsqueda de modos más democráticos e inclusivos de imaginar el sentido común de la
nación.
En estas (post)utopías subalternas, el lenguaje, los escenarios hediondos, miserables; el sujeto
marginal y sus modos públicos de expresar su gestualidad entran en abierta contradicción con la
razón y el orden letrado; reaccionan contra la doblez y el silencio oficial en torno a un grupo de
problemas candentes de la sociedad cubana de estos días como el racismo, la (trans)homofobia,
la violencia urbana, las desigualdades económicas y sociales, las prácticas de exclusión social, el
abuso policial, la prostitución, la emigración, etc. que estos grupos sociales subalternos
visibilizan, proclamando sus modos disidentes y contraculturales.
De ahí la presencia del rumor, “lo chancletero” dentro del discurso eminentemente fonocéntrico
en “Café CCPC”. A través de ellos se vehicula el desacuerdo frente a los silencios y omisiones
de esos relatos y narrativas maestras de lo nacional, siempre anclados en sus nociones de certeza,
seguridad y el verismo del dato. Que busca suprimir los recuerdos malditos en aras de una
imagen monumental y armoniosa de la nación. Por el contrario, el rumor es una forma de
“mentira”, que desautoriza los efectos de verdad, “las buenas razones para creer” del discurso
oficial. Lo que explica, las innumerables transgresiones y grietas que en este espectáculo dirigido
por Pedro Franco, el rumor (entendido como lo “incierto” o lo presuntamente “falseado” por la
voz popular) provocan en la autoridad de los relatos oficiales de la historia.
Por último quisiera detenerme en uno de los momentos de “Café CCPC” donde los conceptos de
patria, pertenencia, identidad, familia y
vecinería son interpelados y re-escritos por estos
nuevos actores sociales que se mueven en un espacio
postsnacional y postutópico. Se trata del segundo
bloque (“Donde se inunda el ambiente de bolero
trágico y nos falta la propina”). El mismo plantea
el drama de la diáspora, los innumerables
correlatos que se derivan de una nación abocada
al éxodo, que se desangra ante la partida sus hijos más jóvenes. El conflicto es enunciado y se
dirime en un entorno íntimo, doméstico, pero al mismo tiempo es un relato anti-familiar. El
personaje, cuya subjetividad parece intercambiar guiños con lo queer, está resuelto a abandonar
el país, porque lo que más quiere en esta vida es tener un IPhone. En la confrontación familiar
que sostiene la escena el patetismo de los actores no hace más que enfatizar e indagar en el
agobio social, el vaciamiento de sentido de ciertas definiciones políticas y la radicalidad
militante de muchas de sus plataformas, así como la noria y el sinsentido insular. A primera vista
el IPhone puede ser un motivo frívolo. Pero tiene una dimensión simbólica, habla de una
generación que, gracias al impacto de las nuevas tecnologías, re-define sus lazos de pertenencia e
identitarios en un espacio transnacional. La oportuna intervención de la música, cuidadosamente
seleccionada, el vestuario y el intertexto contribuyen a des-dramatizar un conflicto que de una
manera u otra continúa tocándonos a todos muy de cerca. Lo nacional ya deja de ser solo alma,
un principio espiritual, el recuerdo monumental de un pasado heroico, glorioso y grandes
hombres para comenzar a re-imaginarse desde el triple juego de la memoria, el olvido y el deseo.
Un país que como recuerda la banda sonara de Habana Blues ya no se piensa, imagina y escribe
solo desde adentro: “En Madrid o en New York/, La Habana está en todas partes/ porque la
llevas contigo/ sin miedo a desarrollarte”.