Post on 16-Jan-2016
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Lorenzo Valla, Refutación de la donación de Constantino, Barcelona:
Akal, 2011.
“Sé que hace ya tiempo que los oídos de los hombres están esperando a oír de
que crimen acuso a los pontífices romanos. […] Pues ya por unos cuantos
siglos, o bien no han entendido que la donación de Constantino era falsa e
inventada o bien ellos mismos la inventaron; o bien sus sucesores, siguiendo
las huellas del engaño de sus antepasados, la defendieron como verdadera
aun sabiendo que era falsa, ofendiendo así la majestad del pontificado, el
recuerdo de los antiguos pontífices, ofendiendo la religión cristiana y
mezclándolo todo con crímenes, ruinas y desastres.
Dicen que la ciudad de Roma es suya, que suyo es el reino de Sicilia y
Nápoles, que suya es toda Italia, la Galia, Hispania, Germania y Britania; en
definitiva, que es suyo todo Occidente. Y resulta que todo esto está contenido
en el mismo documento de la donación. ¿Así que, sumo pontífice, todo esto es
tuyo? ¿Tienes la intención de recuperarlo todo? ¿Tu plan es arrancarles sus
ciudades a todos los reyes y gobernantes de Occidente, u obligarles a pagarte
un tributo anual? Pues yo, bien al contrario, pienso que con más justicia le es
lícito a los gobernantes arrancarte a ti el imperio que posees […]” (P. 47)
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“[…] Pero yo, en este mi primer discurso, no quiero impulsar a gobernantes y
pueblos a detener al papa, quien se precipita en su carrera sin freno, ni a que
le obliguen a permanecer dentro de sus fronteras, sino que, sencillamente, le
adviertan, el cual, una vez que haya aprendido la verdad, quizá se retire por su
propia voluntad de una casa ajena a la propia, y se retire de unas olas furiosas
y unas crueles tempestades a un puerto.
Pero si lo rechaza, nos preparamos para otro discurso mucho más agresivo.
¡Ojalá! ¡Ojalá alguna vez pueda ver –pues nada para mi es más lento que
esperar a verlo y, sobre todo, si es provocado por mi consejo –que el papa sólo
sea vicario de Cristo y no también del César! Y que nunca más se vuelvan a oír
esas horrendas expresiones: <<Partidarios de la Iglesia>>, <<Detractores de la
Iglesia>>, <<la iglesia lucha contra los Perugia>>, <<contra los de Bolonia>>.
No es la iglesia quien lucha contra cristianos, sino el papa; la iglesia lucha
contra <<la maldad espiritual en los Cielos>>
Y entonces el papa será llamado y será de verdad el padre santo, el padre de
todos, el padre de la Iglesia, y no provocara guerras entre cristianos, sino que
pacificará las provocadas por otros con su juicio apostólico y su majestad papal
[…]” (P. 111)
Francis Bacon, La gran restauración, Madrid: Alianza Editorial, 1985.
“[…] Por el contrario la filosofía y las ciencias intelectuales son adoradas y se
ven muy concurridas, como las estatuas, pero no avanzan. En ocasiones
muestran incluso el máximo vigor en el primer autor y a continuación
degeneran, pues una vez que los hombres han vendido y sometido (como
senadores de rango) a la opinión de uno solo, ya no añaden incremento alguno
a las ciencias, sino que se limitan al oficio servil de adornan y elogiar a algunos
autores. Y que nadie nos diga que las ciencias, tras crecer paulatinamente, han
alcanzado ya finalmente un estado en el que –recorrido ya su camino
asignado- han establecido sus sedes firmes en las obras de unos pocos
autores y que desde entonces nada mejor se puede descubrir, quedando
únicamente la tarea de adornar y cultivar lo ya descubierto[…]” (P. 51)
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“Todo lo que se ha descubierto hasta ahora en las ciencias depende casi
enteramente de las nociones vulgares. Para penetrar en ámbitos más
recónditos de las naturaleza es necesario que tanto las nociones como los
axiomas se abstraigan de las cosas por una vía más cierta y segura así como
se haga uso del entendimiento mucho mejor y más seguro.
Dos son y pueden ser las vías para la búsqueda y descubrimiento de la verdad.
Una pasa volando de la sensación de las instancias particulares a los axiomas
más generales y a partir de esos principios y de su inmutable verdad juzga y
descubre los axiomas intermedios. Esta es la vía actualmente en uso. La otra
extrae de la sensación y de las instancias particulares los axiomas mediante un
ascenso mesurado y gradual, de forma que sólo al final se llega a los más
generales. Esta es la vía verdadera, pero nadie la ha intentado hasta el
presente.”(Pp. 91-92)
Dante Alighieri, De la Monarquía, Buenos Aires: Losada, 1990.
“El género humano, cuando impera un solo Monarca, vive por sí mismo, y no
por gracia de otro; sólo entonces se enderezan los regímenes tortuosos, vive
por sí y no por gracia de otro; sólo entonces se enderezan los regímenes
tortuosos, como las democracias, oligarquías, y tiranías, que mantienen en las
servidumbre al género humano, según se ve cuando se las recorre, y
gobiernan reyes, aristócratas, llamados también mejores, y pueblos celosos de
la libertad. Y esto es así porque, siendo el Monarca quien más ama a los
hombres, desea que todos lleguen a ser buenos, lo que no ocurre bajo los
políticos tortuosos. Por lo que dice el Filósofo en su Política: “Que bajo un mal
gobierno el hombre bueno es un mal ciudadano; bajo un gobierno recto, en
cambio, buen hombre y buen ciudadano son la misma cosa”. Y así los buenos
gobiernos procuran la libertad, es decir, que los hombres existan para sí
mismos. No pues, los ciudadanos para los Cónsules, ni el pueblo para el Rey;
sino, al contrario, los Cónsules para los ciudadanos y el Rey para el pueblo.
Pues así como el gobierno no tienen por fin las leyes, sino que las leyes tienen
por fin el gobierno, de igual modo, los que viven bajo la ley no se ordenan en
razón del legislador, sino más bien éste en razón de aquéllos […] Aquí puede
comprenderse que el Monarca es solicitado por el fin que le incumbe, al
imponer las leyes. Por consiguiente, el género humano, bajo el Monarca, goza
del estado óptimo; es decir que, para el bien del mundo, es necesaria la
Monarquía.” (Pp. 50-51)
Francesco Guicciardini, Historia de Florencia 1378-1509, México: Fondo
de Cultura Económica, 2004.
“No sé si hay otra persona a la que disgusten más que a mí la ambición, el
egoísmo y la molicie de los eclesiásticos, ya sea porque esos vicios son
detestables en sí mismos, o porque se trata de vicios tan opuestos que no
pueden encontrarse juntos más que en la corte de vamos papas me ha
obligado, por mi conveniencia, a querer su grandeza. Si no fuera por esta
consideración, amaría a Martín Lutero como a mí mismo, no para liberarme de
las leyes introducidas por la religión cristiana, como por lo general se interpreta
y se acepta, sino para ver esa caterva de desalmados reducidos a un estado
más congruente; es decir, a quedarse sin vicios o sin autoridad” (P.51)
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“Me parece que todos los historiadores, sin ninguna excepción, se han
equivocado en esto, que nada dieron de una cantidad de cosas que en sus
tiempos eran conocidas, justo porque todos las conocían; de allí que en la
historia de los romanos, los griegos y todos los demás pueblos, en la
actualidad nos falta información sobre un sinfín de detalles, por ejemplo, la
autoridad y diversidad de las magistraturas, la organización del gobierno, la
estructura de los ejércitos, el tamaño del estado y muchas otras cosas del
mismo tipo, que en tiempos de escritor eran muy conocidas y, por consiguiente
fueron omitidas. Pero si hubieran reflexionado que con el pasar de los siglos
los estados desaparecen y se pierde el recuerdo de muchas cosas, y que por
otra parte las historias se escriben precisamente con la finalidad de
recordarlas, se hubieran preocupado un poquito más por describirlas de modo
que e que naciera en una época lejana pudiera tener ante los ojos un
panorama completo, como los que estuvieron presentes: lo que es justo es el
objetivo de la historia” (P.78)