Post on 18-Jul-2015
Reformas Borbonicas
Las 'Reformas Borbónicas' fueron los cambios introducidos por los
monarcas de la dinastía borbónica de la Corona Española: Felipe V,
Fernando VI y, especialmente Carlos III; durante el siglo XVIII, en materias
económicas, políticas y administrativas, aplicadas en el territorio peninsular
y en sus posesiones ultramarinas en América y las Filipinas.
Estas reformas de la dinastía borbónica estaban inspiradas en la Ilustración
y, sobre todo, se enmarcan dentro del nuevo poder de las elites locales y
aumentar el control directo de la burocracia imperial sobre la vida
económica.
Una de las principales instituciones afectadas por el despotismo ilustrado
español fue la Iglesia Católica, ya que la Corona pretendió afirmar el poder
secular sobre el religioso. Esto incluía la restricción de los privilegios y
exoneraciones fiscales que gozaban las órdenes religiosas. Fueron los
jesuitas los que más se opusieron al proyecto centralizador de los borbones,
por lo que fueron expulsados de España y sus posesiones ultramarinas en
1767.
En este año, Carlos III decretó la expulsión de la Compañía de Jesús. Las
reformas borbónicas llegaron del exterior, concretamente de la corte
imperial de Madrid; llegaron de fuera como llegó la conquista en el siglo
XVI. Afectaron todo el imperio, pues no eran sólo para la Nueva España y
menos privativas del noroeste. El objetivo último de los monarcas de
Borbón era la sujeción de las colonias para beneficio económico de la
metrópolis: corregir las fugas fiscales y promover la producción para
aumentar así la recaudación de impuestos.
Antes de tomar medidas para la Nueva España, el gobierno español
decidió, primero que nada, organizar una inspección militar (1769) y una
visita general a las oficinas virreinales (1765), aunque estas dos medidas
provocaron una división entre las autoridades coloniales. Con la llegada de
José de Gálvez, con carácter de visitador general las tensiones aumentaron,
hasta que sale en 1771 de la Nueva España. De su visita resultó la nueva
división política del territorio en intendencias y comandancias de provincias
internas, el aumento al triple de las rentas públicas, la reducción de
restricciones al comercio, la fundación del obispado de Sonora y la
Academia de Bellas Artes.
El visitador inicia una segunda reorganización del ejército e intenta
establecer una nueva modalidad en las milicias provinciales. Toma
medidas intrascendentes que fracasan y sólo hacen perder dinero. La
economía de la Nueva España es cargada con los cuantiosos gastos que
provocaban los preparativos militares para el conflicto en América del
Norte. La recuperación de La Habana (1763) y las medidas para
modernizar sus defensas se transformarían en la insaciable boca que
engulle Nueva España no se basta para producir: dinero, hombres, pólvora,
carne, maíz, arroz, habas y harina. En Veracruz enfermaban los cientos de
reos que esperaban para ser llevados a trabajar en la isla. Se calcula que
las obras de fortificación de la isla requirieron del envío de más de 5 mil
trabajadores novohispanos.
La quiebra del erario se fue agudizando debido al aumento de los gastos,
provocados por el mantenimiento de las tropas y trabajadores en La
Habana. Ante esto, las tensiones sociales aumentan y comienza a
organizarse la oposición. El Gobierno de Carlos III recibe desde 1766 noticias,
las que considera sin fundamento, sobre el supuesto espíritu de rebeldía
existente en la nueva España, y sobre un plan de insurgencia que contaba
con el apoyo de Inglaterra.
se permitió ampliar los negocios entre ciertas colonias (Trinidad, Margarita,
Cuba, Puerto Rico). La medida que mayores desajustes provocó en la
Nueva España fue la real cédula de 1804 sobre la enajenación de bienes
raíces de las corporaciones eclesiásticas, que desató reacciones violentas
en contra del gobierno español. Esto se debió a que, con excepción de
los comerciantes más ricos, aquella disposición afectó a los principales
sectores productivos del virreinato (agricultura, minería, manufacturas y
pequeño comercio), y en particular a los agricultores, pues la mayoría de
los ranchos y haciendas estaban gravados con hipotecas y censos
eclesiásticos, que los propietarios se vieron obligados a cubrir en un plazo
corto, a fin de que ese capital fuera enviado a España
Invasion napoleonica a españa
Guerra Peninsular (1808-1814) fue un enfrentamiento militar entre España
y el Primer Imperio Francés, parte de las Guerras Napoleónicas,
provocado por la pretensión de Napoleón de instalar en el trono
español a su hermano José Bonaparte, tras las Abdicaciones de
Bayona, motivadas por la querella entre Carlos IV de España y su hijo y
heredero Fernando VII, orquestada por los franceses, que se inició con el
Proceso de El Escorial y culminó con el Motín de Aranjuez.
La Guerra de Independencia se solapa y confunde con lo que la
historiografía anglosajona llama Guerra Peninsular (Peninsular
War), iniciada en 1807 al declararle Francia y España la guerra a
Portugal, tradicional aliado del Reino Unido. También tuvo un importante
componente de guerra civil a nivel nacional entre afrancesados y
patriotas. El conflicto se desarrolló en plena crisis del Antiguo Régimen y
sobre un complejo trasfondo de profundos cambios sociales y políticos
impulsados por el surgimiento de la identidad nacional española y la
influencia en el campo de los «patriotas» de algunos de los ideales nacidos
de la Ilustración y la Revolución francesa, paradójicamente difundidos por
la élite de los afrancesados.
Según el tratado de Fontainebleau (27 de octubre de 1807), el primer
Ministro Manuel Godoy preveía, de cara a una nueva invasión
hispanofrancesa de Portugal, el apoyo logístico necesario al tránsito de las
tropas imperiales. Sin embargo, los planes de Napoléon iban más allá, y
sus tropas fueron tomando posiciones en importantes ciudades y plazas
fuertes con objeto de derrocar a la Casa de Borbón y suplantarla por su
propia dinastía, convencido de contar con el apoyo popular.
El resentimiento de la población por las exigencias de manutención de
las tropas extranjeras, que resultó en numerosos incidentes y episodios
de violencia, junto con la fuerte inestabilidad política surgida tras el
episodio del motín de Aranjuez y el ascenso al poder de Fernando VII,
precipitó los acontecimientos que desembocaron en los primeros
levantamientos en el norte de España y la Jornada del 2 de mayo de
1808 en Madrid.
La difusión de las noticias de la brutal represión, inmortalizadas en las obras
de Francisco de Goya, y de las abdicaciones de Bayona del 5 y 9 de
mayo, que extendieron por la geografía española los llamamientos
iniciados en Móstoles al enfrentamiento con las tropas imperiales,
decidieron la guerra por la vía de la presión popular a pesar de la actitud
contraria de la Junta de Gobierno designada por Fernando VII.
En el terreno socioeconómico, la guerra costó en España una pérdida neta
de población de 215.000 a 375.000 habitantes, por causa directa de la
violencia y las hambrunas de 1812, y que se añadió a la crisis arrastrada
desde las epidemias de enfermedades y la hambruna de 1808, resultando
en un balance de descenso demográfico de 560.000 a 885.000
personas, que afectó especialmente a Cataluña, Extremadura y
Andalucía. A la alteración social y la destrucción de
infraestructuras, industria y agricultura se sumó la bancarrota del Estado y la
pérdida de una parte importante del patrimonio cultural.
A la devastación humana y material se sumó la debilidad internacional del
país, privado de su poderío naval y excluido de los grandes temas tratados
en el Congreso de Viena, donde se dibujó el posterior panorama
geopolítico de Europa. Al otro lado del Atlántico, la América Española
obtendría su independencia tras la Guerra de Independencia
Hispanoamericana.
En el plano político interno, el conflicto fraguó la identidad nacional
española y abrió las puertas al constitucionalismo, concretado en las
primeras constituciones del país, el Estatuto bonapartista de Bayona y la
Constitución de Cádiz. Sin embargo, también dio inicio a una una era de
luchas civiles entre los partidarios del absolutismo y los del Liberalismo, que
se extenderían a todo el siglo XIX y que marcarían el devenir del país.
Durante la profunda crisis creada por la guerra, la Junta Central Suprema,
que se creó tras la derrota francesa en la Batalla de Bailén, ordenó
mediante decreto del 22 de mayo de 1809 la celebración de Cortes
Extraordinarias y Constituyentes, rompiendo con el protocolo tradicional
pues sólo el rey tenía la potestad de convocarlas y presidirlas. Las Cortes,
previstas para 1810, por el avance napoleónico, tuvieron que reunirse
primero en San Fernando, entonces Isla de León, y después en Cádiz, que
entonces estaban sitiadas por las fuerzas francesas.
Cortes de Cádiz
La Junta Suprema Central decidió disolverse el 29 de enero de 1810 para
formar el Consejo de Regencia de España e Indias con cinco de sus
miembros. El propósito de este nuevo órgano era convocar a las Cortes de
Cádiz. Sólo un americano formó parte de la Regencia, el tlaxcalteca Miguel
de Lardizábal y Uribe; el resto de los integrantes de la Junta fue relevado de
sus obligaciones, incluyendo los representantes americanos que ni siquiera
habían llegado de ultramar.[67]
En tanto, después de conocer sobre el asedio de Cádiz y el avance de los
franceses en España, se establecieron en América nuevas juntas
autónomas, en abril se formó la Junta de Caracas; en mayo, la de Buenos
Aires; en julio, la de Bogotá; y en septiembre, la de Chile. Por esos días, la
Audiencia de México solicitó a la Regencia la destitución del virrey Lizana.
El ejercicio del gobierno novohispano recayó en la Audiencia desde mayo
de 1810 hasta la llegada de Francisco Xavier Venegas, nuevo virrey.[72]
En consonancia con los sucesos en otras partes de América, una nueva
conspiración estaba en marcha en Nueva España.Aunque en todo el
reino se efectuaban las elecciones de los diputados que habrían de
asistir a las Cortes de Cádiz, los criollos novohispanos estaban resentidos
por el derrocamiento de Iturrigaray que habían planeado los españoles
peninsulares o gachupines.
Precursores de la independencia
La etapa de inicio de la Guerra de Independencia de México
corresponde al levantamiento popular encabezado por Miguel Hidalgo y
Costilla. Descubiertos por los españoles, los conspiradores de Querétaro no
tuvieron otra alternativa que ir a las armas en una fecha anticipada a la
que planeada originalmente. Los miembros de la conspiración se hallaban
sin una base de apoyo en ese momento, por lo que Hidalgo tuvo que
convocar al pueblo de Dolores a sublevarse en contra de las autoridades
españolas el 16 de septiembre de 1810.
Los insurgentes avanzaron rápidamente hacia las principales ciudades del
Bajío y luego hacia la capital de Nueva España, pero en las
inmediaciones de la Ciudad de México retrocedieron por orden de
Hidalgo. Los siguientes encuentros entre los insurgentes y el ejército
español —llamado realista— fueron casi todos ganados por estos últimos.
Los desencuentros entre Hidalgo e Ignacio Allende, que estaban a la
cabeza de la insurgencia, aumentaron después de las derrotas.
Los sublevados tuvieron que huir hacia el norte, donde esperaban
encontrar el apoyo de las provincias de esa región que también se
habían lanzado a las armas. Los líderes de la insurgencia fueron
capturados en Acatita de Baján (Coahuila). Una vez arrestados fueron
conducidos a Chihuahua. En esta ciudad fueron fusilados Hidalgo,
Jiménez, Allende y Aldama, cuyas cabezas fueron enviadas a
Guanajuato para que fueran expuestas en las esquinas de la alhóndiga
de Granaditas.
La conspiración fue denunciada el 9 de septiembre por José Mariano
Galván. Otras denuncias llegaron a oídos del comandante Ignacio García
Rebolledo, que dispuso el cateo a la casa y la aprehensión de los
hermanos González. Josefa Ortiz envió como mensajero Ignacio Pérez
para avisar a los conspiradores en San Miguel el Grande, después fue
presa en compañía de su marido y otros conspiradores.
El aviso de la Corregidora llegó a Juan Aldama, y fue él quien lo llevó
hasta Dolores el 16 de septiembre. Con ayuda de presos que liberaron de
la cárcel, los insurgentes capturaron al delegado Rincón y se dirigieron al
atrio de la iglesia. En ese lugar, Hidalgo convocó a los asistentes a
levantarse contra el mal gobierno, en un acto que es conocido como
Grito de Dolores y se considera el inicio de la guerra por la independencia
mexicana. Al paso de los días algunos de los presos de Querétaro fueron
puestos en libertad, aunque otros sufrieron el destierro.
En Atotonilco tomaron el estandarte de la Virgen de Guadalupe, que es
considerado emblema del movimiento.
En las poblaciones del oriente de Guanajuato se unieron al contingente
mineros y peones de haciendas aledañas, mal armados y entrenados.
Cuando llegaron a Celaya el 21 de septiembre de 1810, los insurgentes
podrían haber sumado veinte mil hombres. Celaya fue saqueada por los
insurgentes, aunque Aldama y otros soldados de carrera intentaron
inútilmente contener a la masa. Tras este episodio, Hidalgo fue proclamado
"Capitán General de América" por encima de Allende, que tuvo el rango
de teniente general
Después de apoderarse de Salamanca, Irapuato y Silao; el ejército
insurgente llegó a Guanajuato el 28 de septiembre.[84] A pesar de las
simpatías que despertó inicialmente, el movimiento de Hidalgo fue mal
visto por las clases medias y altas, pues los líderes eran incapaces de
contener a su tropa. Por el mismo motivo comenzaron a hacerse más
visibles las diferencias entre Allende e Hidalgo.
En respuesta al avance de los insurgentes, el virrey Venegas publicó un
bando ofreciendo una recompensa de diez mil pesos por las cabezas de los
líderes de la insurrección. Félix María Calleja y Roque Abarca se pusieron en
marcha para cercar la rebelión. Por su parte, el obispo de Michoacán
Manuel Abad y Queipo publicó un edicto de excomunión contra Hidalgo y
sus seguidores. El 13 de octubre de 1810 Bernardo de Prado y Obejero
ratificó la excomunión y la hizo extensiva a todo aquel que aprobase la
sedición, recibiese proclamas, ayudase a los insurgentes o que mantuviese
comunicación con ellos.
Los insurgentes avanzaron hacia el valle de México. Para hacer frente a la
rebelión, el destacamento de Torcuato Trujillo realizó reconocimientos en el
área de Ixtlahuaca, pero ante el avance del numeroso ejército de Hidalgo,
decidió reforzar a Mendívil en Lerma y el puente de Atengo. Los rebeldes
avanzaron por Santiago Tianguistenco. El 30 de octubre de 1810 los
insurgentes derrotaron a los españoles en el monte de las Cruces, gracias a
la estrategia de Abasolo, Jiménez y Allende. Al terminar la batalla, los
insurgentes se apoderaron de armas y municiones del ejército realista, cuyos
remanentes —incluyendo a Iturbide— huyeron a la ciudad de México
los insurgentes se dividieron en dos contingentes, Allende marchó con la
mayoría a Guanajuato y el resto siguió a Hidalgo hacia Valladolid.
Teniendo en cuenta la situación, los insurgentes se dividieron y el grueso
de las tropas se volvió —con Allende a la cabeza— rumbo a Guanajuato;
mientras apenas un puñado regresó con Hidalgo a Valladolid. Allí, el
Generalísimo obtuvo el apoyo financiero de la Iglesia y nuevas
adhesiones.
Los otros líderes y el resto de la tropa siguió el camino hacia el norte, y
en su paso por Monclova se encontrarion por primera vez con Ignacio
Elizondo, que había sido simpatizante de la insurgencia. Como resultado
fue capturado de Pedro de Aranda. El 21 de marzo de 1811 fueron
presos en Acatita de Baján (Coahuila) Hidalgo, Allende, Aldama y
Jiménez junto con otros miembros más de la insugencia. Los presos
fueron fusilados en Monclova, y Chihuahua. Las cabezas de Hidalgo,
Aldama, Allende y Jiménez fueron colgadas en las cuatro esquinas de
la alhóndiga de Granaditas, permaneciendo a la vista de los habitantes
hasta 1821.