Post on 13-Jul-2020
TRAVESÍA TIERRA ADENTRO
Jhenny Elena Zambrano Sierra
Dijo un día mamá mientras me abrazaba:
-¿Vas a ser una gran escritora?
Yo, solamente asentí.
Luego tomé nota de ese momento
…
EL PLANETA AZUL.
Hubo un tiempo y un lugar en el que existió Solaris, su suelo, ese cascarón que
recubría el corazón del planeta era de colores azules, todos los tonos
imaginables entre los violetascasinegros y los turquesacasiblancos, un
espectáculo bellísimo, sin embargo, ya no es como lo fue en sus inicios…
Al principio, Solaris fue una estrella pequeñita del
tamaño de una nuez, su corazón atraía el polvo
de las lunas de los otros planetas que pasaban
por su lado y así fue creciendo, tanto que luego
sería la casa de unos dioses muy particulares; los
dos primeros nacieron de dos fragmentos de la
estrella mayor que cayeron sobre el caparazón
de Solaris, uno se convirtió en Silentyus que tenía su
piel de color índigo, con unas betas turquesa del mismo
color de sus ojos que al mirarlos fijamente podía sentirse como si estuvieras siendo
abrazado por el universo entero en ellos se podía ver la danza de las estrellas, las
de los tiempos pasados y futuros. Del otro fragmento surgió Aleyian, una figura
esbelta, alta, con piel de un cristal duro de tonos morados y sus ojos violeta, de
ella se desprendía un aura que podía calmar cualquier alma solitaria, era luz en
todo lugar incluso en el corazón de Silentyus.
Ellos dos, los primeros habitantes de Solaris, aprendieron a crear y dar vida a todo
lo que imaginaban, Silentyus pasaba horas tallando delicadamente sus
creaciones en las rocas de Solaris, mientras Aleyian pasaba esas mismas horas
poniendo en el pensamiento de él las próximas piezas a crear, luego bastaba
con un beso de los dos para que la figura cobrara vida y desde ese
momento todo lo que necesitaran para vivir vendría
del suelo de Solaris. En ese juego clásico de los
dioses, Silentyus descubrió que podía además
crear el sonido, de su soplo venía la cualidad
de la palabra, mientras que del soplo de
Aleyian venía el amor y la lealtad, esa
devoción inquebrantable hacia todo aquel
capaz de tocar un corazón.
La primera diosa que crearon fue Amentys, de piel blanca, cabello rojizo
ondulado, de ojos tan oscuros como el océano de la galaxia, de figura
incomparablemente bella, envidiablemente armónica, manos suaves e inquietas
y la juventud parecía haberse apoderado de ella. Amentys se había enamorado
de la única Luna que tenía Solaris, había perdido por completo la razón al
parecer vagando por todo el planeta persiguiéndola, y viendo como noche a
noche la Luna perdía un pedazo de sí hasta desaparecer por completo, ella
solamente podía preguntarse si acaso aquella majestuosa pureza se había
olvidado de su incondicional y devota seguidora, si en verdad se marcharía
eternamente, si era posible que no hubiese notado que ella seguiría noche a
noche mirándola tan fija y maravillada, Amentys no lo sabría nunca, al igual que
no sabía que sus años habían dejado de correr presurosos hace mucho tiempo.
En las noches de Luna nueva se sentía tan vacía e intranquila como una
partícula en medio del espacio, una sensación que se había repetido
incontablemente y aunque ya las había olvidado.
Caminando meditabunda,
desconsolada, con la mirada
perdida en la misma oscuridad
que le acompañaba, olvidaba
cómo su majestad Luna hacía
siempre lo mismo, que nunca
se iba, solamente giraba en su
trono de aire, no recordaba
que ésta desaparecía
solamente mientras buscaba en
los susurros del universo otro cuento,
otra historia que contarle, para luego estar de nuevo frente a ella acariciándola,
observándola, otra vez con ese brillo blanco inmenso al tiempo que Amentys
creaba figurillas inspiradas en éstas historias. Ella tenía un poder particular e
insospechado que aprendió a controlar con la sabiduría de la Luna, ese poder
era la soledad y lo conjuraba con sus lágrimas, con ellas le dio vida a sus figurillas
que ya eran ejércitos completos de magos a quienes los habitantes de Solaris
llamaban poetas.
Los poetas nacían en las noches de Luna nueva en los brazos de Amentys, esas
noches en que la soledad lloraba de soledad intentando encontrar compañía.
Ellos tenían la capacidad de dar vida a los pensamientos de todos los seres del
universo, a los vivos y a los que ya no vivían, pues la magia de los poetas nunca
ha conocido la palabra olvido, capaces de las más bellas y conmovedoras
imágenes esculpían con la palabra, los colores, los sonidos, poco se sabe de los
límites de sus poderes porque siempre nace alguno que logra hacer lo que los
otros aún no, sin dudas, resultado del misterio y la profundidad de la soledad.
La siguiente fue Sientya, un ave gigantesca
dorada, las puntas de sus alas y su cola
eran de color turquesa e índigo,
Silentyus y Aleyian le habían dado
la capacidad de adivinar la
pregunta escondida en
cualquier pensamiento, la
respuesta correcta y aquella otra
que siempre se quiere escuchar
aun cuando no sea la correcta,
pero además fue dotada con todo
el conocimiento del universo desde el
día en que dio su primer vuelo y fue alcanzada por un rayo de la estrella mayor.
De sus plumas caídas habían brotado muchos de sus hijos, eran pequeñas aves
que no podían volar porque sus cuerpos eran de piedra, estaban alrededor de
todo el planeta y les llamaban sabios; vivían encantando a todas los seres con
su sabiduría y parecían disfrutarlo, eran los consejeros del universo, algunos seres
los seguían con valor, a donde fueran sin rechistar, también habían otros que
parecían sentir curiosidad por todo lo que decían, sin embargo, optaban por
seguir su camino reflexionando cada palabra, también los había quienes de
otra manera parecían huir tan pronto les veían, lo cierto es que el conocimiento
siempre ha causa todo tipo de reacciones, los sabios simplemente saben y
pocas veces eligen a quién dar lo que saben, son otros los que deciden qué
escuchar y qué creer.
Luego fue creado Ángor, era un dragón rojo y toda su piel era de cristal e
irradiaba calor, era realmente bello, perfecto, sus padres le dieron la cualidad
del amor y de la música, producía sonidos guturales que podían
tranquilizar el sentir más afligido, furioso o
enloquecido y el calor de su piel
abrigaba acogiendo a quien se le
acercara. Su alma noble, tierna,
cálida, en realidad enamoraba,
era el reflejo del lado más
hermoso de sus padres, aún
cuando no producía palabras,
sus sonidos llegaban a cualquier
corazón como el de Amentys que
lo amaba profundamente, aunque
jamás tanto como a la Luna, pero le
encantaba cómo la piel de Ángor era capaz de copiar en cada una de sus
escamas el brillo de la Luna llena, ella completamente feliz se dejaba abrazar
con la enorme cola de cristal, pues sentía como si miles de Lunas se posaran a su
alrededor cobijándola. Ángor había sido su único compañero y testigo de cada
una de sus angustias y alegrías y vio nacer a miles de poetas de los brazos de
Amentys, solo él podía ver el amor que salía de sus lágrimas.
Silentyus y Aleyian eran realmente felices, orgullosos de sus creaciones, de cómo
su consagrada unión había sido capaz de crear seres tan bellos. Jamás
sospecharían que algún día su mundo cambiaría tanto.
Todo ocurrió una noche en la que un gran planeta plateado muy brillante
llamado Ego, quien tenía un corazón de aire caliente de donde venía su vida,
había endurecido tanto su corteza que ni siquiera su propio centro podía
respirar. Mientras más duro se volvía su suelo, más caliente se hacía su aire y más
grande la necesidad de respirar. Ego estaba completamente deshabitado,
quería ser el planeta más fuerte, pues había visto
cómo otros planetas más pequeños y
más frágiles, aunque hermosos,
habían sucumbido ante el golpe
de los más grandes. Había
pasado su vida admirando la
dureza de la estrella mayor,
que era casi intocable y
cualquier golpe hubiera sido
devorado sin problema por el
líquido caliente que le recubría. Así
Ego llegó a ser una esfera sólida
perfectamente lisa, muy rígida, igual de brillante que las Lunas de los otros
planetas, indudablemente no había nada más fuerte que su caparazón, sin
embargo, no pudo aguantar toda la fuerza que habitaba en su interior, así que
estalló en miles de fragmentos que alcanzaron casi todos los lugares y seres del
universo. Ego, hecho astillas llego a ser mucho más grande que cualquier otro
astro.
Por supuesto, Solaris no escapó de recibir los fragmentos de Ego que se posaron
en los grandes dioses y sus hijos, haciendo que alucinaran situaciones y cosas
que jamás habían sucedido. Ahora solo podían ver maldad, defectos y
carencias en los demás. Así Silentyus se sumió en una profunda ausencia de
sonidos y la luz de Aleyian no alcanzaba a iluminar tanta tristeza, él no volvió a
crear y parecía haber olvidado que una vez fue quien le regaló sus sonidos no
solamente a Solaris y a sus hijos, sino también a todo el universo, Silentuys dejó de
hablar, por más esfuerzo que hiciera, no lograba producir sonido alguno, así que
en un ataque de tristeza se prometió no volver a intentar hablar, tenía miedo de
que en algún intento él sonara mal, creía que si
tal vez solo se quedara quieto sin
mostrar señal de preocupación,
como si no sintiera
absolutamente nada, se
mantendría en secreto que
el dios del sonido ya no
podía producirlo.
Aleyian, por su lado, no podía
parar de llorar, el silencio de su
compañero se tornaba ahora en
indiferencia, lo que para ella era injusto, haciendo que se lamentara por haberle
dado los mejores de sus pensamientos a Silentyus pues creía, ahora, que de ella
venían todas las mejores ideas y que nadie lo reconocía, pensó que era
demasiado leal y que él se había aprovechado de ella, que tal vez él la había
hechizado haciéndole callar todas sus inconformidades y que hasta ahora
estaba viendo las cosas como eran en realidad, tal vez era el momento de ser
leal a ella misma, pero también empezaba a sentir el peso de la distancia de
Silentyus, sus ojos estaban nublados y sentía una fuerte necesidad de
permanecer firme a su lado, estaba dispuesta a dejar a un lado sus
pensamientos negativos, ella permanecería fuerte para él y para sus hijos como
la diosa de la lealtad, sintiera lo que sintiera, ella estaría para siempre a su lado,
quizá esa innata capacidad con la que nació Aleyian de ver los defectos en los
otros como una cosa demasiado pequeña y su gran capacidad de exaltar la
virtud de cada ser, era lo que le hacía permanecer en pie, realmente Aleyian
había nacido para admirar con devoción las bondades de cualquier otro ser.
Amentys, quién se encontraba
escuchando a la Luna, envuelta en
la gran cola de cristal de Ángor,
no recibió ninguna astilla pero él
sí, la astilla cayó en el centro
de su frente, en un pequeño
espacio entre sus escamas,
Ángor no lo sintió, lo que en
realidad si sintió fue un gran susto
cuando de manera repentina dejó
de escuchar, no oía absolutamente
nada, ni las historias de la Luna, ni la risa de
Amentys, ni sus propios sonidos. Ángor realmente enloqueció, sacudió su cabeza
y gritó muy fuerte arrojando bocanadas de fuego en todas direcciones, se
estremeció Solaris y todo lo que había a su alrededor. Amentys lo único que
pudo hacer fue colgarse en la parte de atrás de él, entre sus alas, donde no
podía ser alcanzada por el fuego, sin embargo, fue tanto el miedo que sintió
Ángor, que sus piel también empezó a arder, no había rastro de su ternura ni de
su nobleza, estaba completamente invadido por el miedo, sin sus sonidos
capaces de calmar los sentires más terribles se juzgaba vulnerable, la paranoia y
las alucinaciones le hacían disparar fuego a todas partes y su piel no dejaba de
arder, por lo que era imposible acercarse a él.
Ni siquiera Amentys podía calmarlo un poco, todo el tiempo él estaba alerta y
dispuesto a atacar mientras poco a poco sentía como crecía dentro de sí un
poder muy grande, ahora el amor con el que fue creado se convertía en orgullo
y altivez, veía con nitidez el lado oscuro de todos los seres y él tenía el suficiente
poder para detenerlos si alguno intentara hacerle daño, no daría una sola
oportunidad de que lo lograran.
Algo similar pasaba con Sientya, la esquirla de Ego cayó justo en su pecho que
ahora se hinchaba de orgullo, el universo entero sabe que el conocimiento es
poder, él al tenerlo todo, sería entonces el más poderoso de todos los dioses que
jamás se hubiera conocido, así que al igual que sus hijos los sabios empezaron a
hacer uso de lo que sabían, ahora daban las respuestas que todos quería
escuchar, fueron capaces de argumentar perfectamente sus respuestas
haciendo que la discordia entre los habitantes del universo y de Solaris creciera,
todo aquel que les hiciera una pregunta, quedaba hechizado por sus palabras,
convenciéndose de que esa era la verdad y poco a poco fueron alejándose de
la intuición con la que nacen todos los seres, no había ahora ninguna
conversación que produjera nuevas ideas,
las conversaciones eran
confrontaciones interminables en las
que cada quién tenía la razón, así,
los seguidores de los sabios, esos
que les seguían con valor, se
volvieron mucho más aguerridos
y combativos, dispuestos a dar su
vida por la verdad que se había
sembrado en su corazón, aquellos
que alguna vez optaron por solo
escucharlos y reflexionar ahora estaban
concentrados en sus propias ideas, podían
pasar días enteros sin comer absolutamente nada, únicamente pensaban y
escribían teorías, leyes, tratados, absortos por completo con la mirada fija en sus
pensamientos y esos otros que parecían huir de los sabios y sus palabras, corrían
ahora de un lado para otro llevando y trayendo ideas como si se tratara de
chismes cualesquiera, aumentando la discordia y el malestar entre aquellos que
les escuchaban.
Ciertamente, Solaris estaba hecho un caos de envidias, odios, celos, silencios
llenos de tristeza y ruidos llenos de miedo, estaba muy lejos de ser el planeta
hermoso de colores azules en el que todos sus habitantes podían convivir
tranquilos. La única que parecía haberse salvado de los fragmentos de Ego, era
Amentys quien ahora se encontraba desconsolada porque la Luna, que también
había recibido una de esas esquirlas, solo contaba historias tristes, de odio,
terroríficas, historias que ya prefería no escuchar, fue eso lo que sacó a Amentys
de su amor cegador a la Luna. Ya no contaba con Ángor ni su calidez, ni su
amor, él ahora era intocable y ella estaba decidida a encontrar un remedio
para la Luna y para el dragón, así que emprendió su viaje alrededor de Solaris en
busca de ayuda, ajena aún de lo que estaba sucediendo, empezó por sus
siempre fieles criaturas, los poetas, que para ese momento habían realizado las
más hermosas obras gracias a que los fragmentos de Ego habían acentuado sus
sentimientos de soledad.
Los poetas habían hecho cánticos, esculturas, poemas, pinturas, melodías, todas
nacidas de su soledad, de sus sensaciones agudizadas; Ego había logrado
aflorar en ellos la más grande gama de emociones y sensaciones, su creatividad
estaba embotada, era como si el peor momento de Solaris hubiese traído a sus
manos y a sus almas la mejor de las musas. Amentys más enamorada que nunca,
ahora de sus poetas, les pidió reunirse, en conjunto parecían un una galaxia,
ellos las estrellas, ella el sol. Les contó lo que le sucedía a la Luna y a su hermano
Ángor pidiéndoles que en su infinito poder de crear, hicieran una cura para ellos,
pero varios le explicaron que no solo la Luna y el dragón actuaban extraño, sino
que todos los demás también, todo Solaris parecía haber sufrido un daño terrible,
ellos, siendo los más pacientes y sabios observadores, concluyeron que eso era
producto de Ego.
Pasaron unos días más en los que Amentys y sus poetas deliberaban sobre algún
plan que lograra disipar el poder de Ego, sus eternas memorias recordaron que
una vez, en alguna clase de pacto, todos los habitantes de Solaris obtendrían lo
esencial para vivir desde el corazón de éste. Así pues, una noche de luna nueva,
absolutamente oscura, se reunió Amentys con su gran ejército de poetas y en
una especie de llamado se concentraron en buscar en una imagen interior esa
raíz que los mantenía unidos a Solaris. De pronto, el suelo empezó a temblar y
lejos de perder la calma, Amentys y los poetas comprendieron que su planeta los
escuchaba.
En medio de ellos, justo al lado de Amentys, se empezó a abrir un agujero del
que emanaba una luz azul muy potente con una figura muy parecida a una
pequeña planta, fue creciendo con más fuerza sin detenerse. En ellos también
crecía al mismo tiempo una tranquilidad que no habían experimentado en su
vida, no fueron necesarias las palabras pues el vínculo entre todos era muy
fuerte, transparente y un montón de imágenes de la vida se Solaris en el pasado
y en el futuro empezó a rodar por sus pensamientos. Luego todo empezó a
ocurrir. Ésta gigante luz abrió sus brazos mirando con ternura hacia abajo
mientras que todos los demás, como atendiendo a un llamado muy superior,
volteaban a verle con una mirada que mostraba culpa, miedo y algo de
vergüenza.
Ésta luz que era el alma misma de
Solaris, se expandió alrededor del
gran caparazón que le recubría y
en él a todas sus criaturas, giró
con mucha fuerza alrededor de sí
misma, los granes dioses se
convirtieron en estatuas de cristal
blanco y luego en pequeñas
partículas que se mezclaron con los
fragmentos de Ego, de ella se
formarían todas las cosas del nuevo
planeta que recibiría el nombre de Tierra, el planeta
azul. Amentys de pie y a un lado de la raíz de aquella poderosa luz se deshizo
por completo y no fue una lágrima sino un inmenso océano lo que surgió de ella,
siendo sus hijos, los poetas, los únicos que permanecieron intactos, fueron los
primeros seres de éste lugar.
Ellos, que nunca han conocido la palabra olvido, nacidos en las noches de luna
nueva, cuando la soledad llora de soledad, le hicieron la promesa de
conmemorarla siempre, por lo que no es de extrañar que cada vez que alguien
queriendo encontrar la calma de la soledad, emprenda un camino hacia el
agua, de la lluvia, del mar, de los ríos. Es por ello que siempre en cada corazón
habita un poeta que recuerda y que crea, y aún cuando no se sintiera capaz de
crear, habrá una imagen lanzada a éste tejido de memorias que se posará en
otra mano, en otra voz y ella será viva en cualquier parte del universo, en algún
alma, que rindiendo tributo a la soledad, a esa que todos llevamos dentro y nos
hace libres, que es testigo y guardiana viva de lo más sincero que hay en cada
ser, que además es hija del silencio y la lealtad, hermana del amor y del
conocimiento, madre de los poetas, ha recordado que somos universo, nacimos
de él y volvemos a él siendo recuerdo eterno.
LA MUJER DE ARENA.
Venía de esa calle oscura, mojada, llena de lágrimas, soledades, olvidos y pasos
ebrios. Esa calle donde camina el amor indigno, mendigo de un capitán de
barco ciego.
Ya al borde del puente en plena oscuridad, contemplando la noche, las luces
de los carros y el vacío, en una noche fría que hacía juego con la tristeza, la
nostalgia y la amargura, al borde de la vida fumo el último suspiro y se dejó caer.
La mujer de arena se quebró en tantos pedazos que fue imposible adivinar que
alguna vez tuvo forma de mujer.
UN PAR DE EXTRAÑOS.
Él era extraño, pensó. Lo veía como a un hombre luchando contra una marea
invisible para verse como un hombre cualquiera, su mirada estaba clavada a
algún libreto que sus gestos no lograban interpretar.
Al borde del saludo al sol, casi se habían convencido de ser un par de humanos,
en una situación y en una noche corriente, hasta que Ella se aventuró a contar
algo: ¿has oído hablar de los gigantes de pascua?. Él no dijo nada. Ella continuó:
una vez soñé que el primer paseo al que sus papás los llevaron cuando niños, fue
a Egipto, estaban felices porque amaban la arena....
De repente, la mirada de Él se salió de su libreto imaginario y por fin coincidió
con todos sus gestos, pidiendo silencio Él continuó: ...en ese viaje, tardaron horas
jugando a hacer castillos en la arena, hicieron tres muy grandes, puntiagudos y
no descansaron hasta dejarlos perfectos. Los gigantes de Pascua, ya adultos,
siguieron jugando con la arena a enterrar sus cuerpos hasta la altura del cuello,
la última vez lo hicieron todos juntos y no pudieron salir nunca más.
Ella sonrió, y se dijo victoriosa y en silencio "¡lo sabía!", Él también sonrío perplejo,
ahora había alguien que literalmente y lejos de cualquier romanticismo
compartía sus sueños sin tacharlo de excéntrico. El sol pasó tres veces sobre sus
cabezas, mientras hablaban de sus sueños favoritos, de los personajes horribles
como los gigantes de hielo que jugando a tirar piedras al mar del la galaxia,
habían arrojado una que había terminado con la vida de los primeros seres del
planeta azul y desportillado una canica blanca que estaba a su lado. Fue ese el
primer encuentro de dos hijos de los dioses, en sus sueños tenían grabados todos
los grandes misterios de la humanidad.
CONJUNTOS VACÍOS.
En el cuaderno de Jacobo la lección de conjuntos: nueve flores, cinco
manzanas, tres lápices, un perrito y ocho árboles.
En la cabeza de Jacobo una historia: los árboles verdes, sus manzanas rojas, sus
flores de muchos colores, tres lápices hijos del manzano mayor y el perrito “guau,
guau”, con más fuerza “¡¡GUAU!!”.
La clase sin tiempo, la maestra sin paciencia, los conjuntos vacíos. En el
cuaderno una carita triste, una nota a sus padres y una historia secreta.
¡INDEPENDENCIA!
Aquel día, bajo un fuerte sol de verano, el balón de parches negros y blancos
intentó huir de nuevo. Corrió loma abajo porque estaba cansado de su trajinada
vida, y de su fracaso en los diálogos con los pies de los muchachos que no le
daban tregua.
Corrió lejos, e inspirado en los aviones del desfile de independencia, el 20 de
Julio del año pasado, dio un último salto contra la llanta de un camión, tomó
mucho aire y estalló feliz. Sonó como otro taco de pólvora en el cielo. Fue su
grito de libertad.
ADIÓS
Anoche lloré con dios.
De nuevo silencio, de nuevo nada.
Anoche lloré con dios.
mientras el callaba yo me ahogaba
en un mar de inquisiciones y sinsalidas.
Anoche lloré y dios estaba.
Como si se tratara de una sumatoria de soledades,
se sentó a la derecha de la mía.
Aquí frente a la iglesia,
sin poder entrar porque el pecado y la culpa
me han cerrado el paso.
Aquí, en frente, como alma perdida
en el limbo de esta tierra fría,
incapaz de ir a otro lugar,
ni adentro ni afuera,
esperando que la divinidad
alcanzara a cubrirme al otro lado de la pared.
Fue aquí, en la iglesia, donde dios me miró
desde su lugar más preciado –arriba-,
en las alturas, en silencio como siempre,
desde el podio del amor celestial
humanamente consagrado.
En silencio y apenado de éste despojo de mujer
hoy me mira de frente,
no sé si él ha caído
o yo ahora cuelgo en otra cruz.
SUEÑOS
Te desee soñando,
te soñé deseando.
Soñando el amor,
deseando el amor.
Te soñaba viva, te soñaba feliz.
Sonreías en el revoloteo de una mariposa,
vivías en la lágrima de savia del árbol,
sonreías en el viento acunando sus hojas,
vivías en la humedad bajo las rocas.
Te deseaba eterna, te deseaba silenciosa.
Permanecías perfecta, viva, feliz.
Hablaban tus manos, tu cuerpo, tu aliento,
permanecías en el aire, en la savia, húmeda.
Hablaban tu alma, la mía, tus ojos, mi boca.
Te desee soñándome,
te soñé deseándome.
REFLEJO
Me han preguntado de nuevo por ti
y de nuevo enmudecí con todas las palabras en mi boca.
¿Pero a caso qué es lo que debo decir?
Si en éste lugar de espanto, plagado de razones
¡Concretamente eres todo y nada a la vez!
¿Cómo conjugarte en una sola expresión?
Si eres una infinidad de opuestos.
Así que he respondido desconfiada y perpleja:
La soledad es espejo, es ficción, es reflejo.
ROJO
Como la rabia que se cernía en su piel
Como los ojos cristalizados ya sin lágrimas
Como la mancha temporal de la piel
Como el aire que se corta suplicando.
Rojo como el amor, como la sangre.
Como el miedo envuelto en golpes
Como el veneno de las palabras
Como la incertidumbre
Como el silencio que golpea en el alma
Rojo como el amor, como la sangre.
Rojo el dolor cansado, el odio vencido,
el corazón que pide tregua,
la pregunta con respuesta,
la voz que no tiembla, un grito sin eco,
una advertencia caducada,
la cadena de un pacto mudo ahora rota.
Rojo el amor, el abrazo que se extiende
y suena en el alma como perdón sincero,
el final necesario,
el hielo roto entre dos que se quieren,
la palabra que comprende,
los ojos que se cierran alegres.
Rojo como la sangre que hoy nos llama,
porque somos uno, porque lo hemos sido,
porque lo seremos.
…
Te diría ahora mamá
que aún no lo sé
pero mientras lo descubro
sígueme abrazando
mientras tanto mi corazón y mi mano
toman nota de éste infinito momento.