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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
Isaías, Jeremías, Lamentaciones,
Ezequiel y Daniel
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 8
Capítulo 1
Perfil de un profeta
Los libros proféticos son considerados la esencia del Antiguo
Testamento, especialmente desde la perspectiva del Nuevo. En el
Nuevo Testamento, Jesús se refiere al Antiguo Testamento como “la
ley y los profetas” (Mateo 7:12; 22:40). La Ley son los primeros
cinco libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y
Deuteronomio. Los profetas, es decir, los libros que vamos a estudiar
ahora, comienzan con Isaías y abarcan hasta Malaquías.
El apóstol Pablo dio una perspectiva sobre los profetas
cuando estaba en audiencia con un rey. El apóstol estaba encadenado
y proclamaba el evangelio con tanto ahínco que el rey comentó que
Pablo casi lo había persuadido para que se hiciera cristiano. La parte
más dramática del testimonio del apóstol fue cuando le preguntó al
rey: “Rey Agripa, ¿crees a los profetas? Yo sé que tú crees”. La
pregunta que hizo Pablo sobre los profetas era muy común. Su
predicación y sus escritos eran tan ungidos y sobrenaturales, que una
manera de descubrir si una persona era una mujer o un hombre de fe
era preguntarle: “¿Crees a los profetas?”.
Cuando el Nuevo Testamento menciona a los profetas,
generalmente se refiere a los profetas que escribieron libros, es decir,
a la literatura profética. Hay diecisiete libros proféticos escritos por
dieciséis profetas. (Jeremías escribió dos libros proféticos: Jeremías y
Lamentaciones).
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Antes de comenzar nuestro estudio de los libros proféticos,
quisiera responder a una pregunta: ¿quiénes eran, exactamente, los
profetas? Comenzaré mi respuesta haciendo una comparación entre
el profeta y el sacerdote. Cuando se escribieron los libros de la Ley,
el líder espiritual más importante era el sacerdote. Los sacerdotes
tenían un rol muy importante porque intercedían por las personas
cuando estas habían pecado. También les explicaban las Escrituras al
pueblo de Dios. Eran los maestros del pueblo de Dios. Respondían
preguntas sobre las Escrituras, sobre los sacrificios y sacramentos en
el tabernáculo del desierto, primero, y después, en el templo de
Salomón.
El oficio de sacerdote era hereditario, ya que lo ejercían todos
los descendientes de Aarón o Leví. Lamentablemente, con frecuencia
los sacerdotes eran hombres muy corruptos y pecaminosos. Oseas
acuñó la expresión “¡De tal pueblo, tal sacerdote!” (Oseas 4:9, NVI).
Muchas veces, cuando el pueblo se volvía apóstata y pecador, los
sacerdotes eran los primeros en practicar el pecado. Cuando los
sacerdotes se volvieron corruptos y pecadores, Dios envió a los
profetas.
Estos hombres no nacían siendo profetas, sino que eran
llamados de todas las profesiones y clases sociales. Dos o tres de
ellos eran sacerdotes cuando fueron llamados a ser profetas, pero son
excepciones. Algunos eran nobles judíos. Otros tenían ocupaciones
comunes, como Amós, que cosechaba higos y era pastor.
Básicamente, el sacerdote era el hombre que se presentaba delante de
Dios para interceder ante Él por el pueblo. Los profetas eran hombres
que venían de la presencia de Dios al pueblo, con un mensaje de Dios
para ellos.
Todos los profetas que escribieron libros vivieron en un
período de unos cuatrocientos años, desde aproximadamente el año
800 hasta el 400 antes de Cristo. Durante este tiempo, el pueblo era
muy pecador; especialmente, culpable de idolatría. Dado que
adoraban otros dioses, el juicio de Dios iba a caer sobre ellos en
forma de invasión y cautividad del reino del norte por parte de los
asirios. Esto fue seguido, aproximadamente cien años después, por la
invasión de los babilonios al reino del sur, que fue llevado cautivo.
Los profetas que escribieron libros vivieron antes de estas
cautividades, ministraron durante la cautividad, o predicaron después
de estos trágicos hechos, durante la restauración.
De los dieciséis profetas escritores, tres ministraron y
predicaron después de esas cautividades, y sus predicaciones
hablaban de la restauración y la reconstrucción que siguieron al
regreso del pueblo de Dios de la cautividad en Babilonia. Pero la
mayoría escribieron antes de las conquistas y cautividades o durante
su transcurso.
Los profetas que precedieron a la cautividad del reino del
norte en Asiria y la cautividad en Babilonia del reino del sur
predicaban, básicamente, este mensaje: “Si ustedes viven un
renacimiento espiritual, si se arrepienten sinceramente de su pecado
de idolatría, esta invasión y el cautiverio en manos de los asirios (o
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de los babilonios) no se producirá”. Estos profetas pedían
arrepentimiento y un renacer espiritual. Pero, en su mayor parte, su
mensaje fue ignorado. Los profetas fueron ridiculizados, burlados y,
con frecuencia, perseguidos y martirizados. Muchos de ellos
murieron por haber predicado un mensaje que nadie deseaba
escuchar.
Cuando los profetas se dieron cuenta de que el pueblo no
respondía a su mensaje, predicaron: “Llegará la cautividad, y cuando
llegue, será el juicio del Dios todopoderoso sobre ustedes, porque no
quieren arrepentirse de su idolatría”. Y tenían razón. Cuando los
asirios conquistaron el reino del norte, este reino fue llevado a la
cautividad y nunca volvió a oírse hablar de él. Cien años después, los
babilonios invadieron el reino del sur.
Los profetas predicaron un mensaje de fe con respecto a la
invasión de los babilonios y la cautividad. Recibieron una revelación
profética y predicaron: “De aquí a setenta años, ustedes volverán de
esta cautividad”. Ellos consideraban ese retorno de la cautividad en
Babilonia como una expresión de la misericordia y la gracia de Dios.
La mayoría de estos profetas no vivieron lo suficiente como para ver
la concreción de ese milagro.
Profecías mesiánicas
Otro tema interesante en el mensaje de los profetas es que
predicaron sobre el esparcimiento del pueblo de Dios hasta los
confines de la tierra. Cuando predicaban sobre esa dispersión, solían
predecir también el regreso. Cuando predicaban el regreso de la
cautividad en Babilonia, también mezclaban profecías mesiánicas
entre las profecías del regreso de Babilonia.
Los profetas presentaron la llegada de Cristo en dos
advenimientos, dos venidas. La primera vez, Él vendría como el
Salvador sufriente, para morir por los pecados del mundo; pero
cuando regrese —lo que nosotros llamamos la segunda venida de
Cristo—, vendrá como Rey de reyes y Señor de señores, para vencer
definitivamente a todos los poderes del mal y establecer un nuevo
cielo y una nueva tierra en los que reinará la justicia.
Muchas veces, es difícil separar las profecías mesiánicas de
las profecías del regreso literal de la cautividad en Babilonia.
También es difícil separar sus profecías sobre la primera venida de
Cristo de las que llegan más allá de nuestros días, a la segunda
venida de Cristo. Las profecías mesiánicas sobre los dos
advenimientos son las más emocionantes de estos libros proféticos.
Voceros de Dios
Cuando escuchamos la palabra “profeta”, pensamos en el rol
del profeta como el de alguien que es una especie de “pronosticador
del tiempo espiritual”, que nos dice cómo estará el clima mañana. La
palabra “profeta”, en realidad, significa ‘el que habla de parte de
Dios’. Por lo tanto, un profeta era un ser humano a través del cual
Dios hablaba. Estos profetas hablaban por Dios en dos sentidos.
Primero, “proclamaban” la palabra de Dios, lo cual significa que
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fueron los grandes predicadores de la Biblia. Segundo, también
“predecían” hechos que aún no habían ocurrido. Algunos de esos
hechos que ellos predijeron aún no se han cumplido.
Nos intriga mucho la dimensión predictiva del ministerio del
profeta. Era una parte muy dinámica de su ministerio, pero también
era relativamente reducida. Los profetas, fundamentalmente, eran
predicadores. Exhortaban al pueblo a obedecer la Palabra de Dios y
aplicarla a sus vidas. Los profetas recibían, con frecuencia,
revelaciones proféticas de nuevas verdades, pero en la mayoría de los
casos, desde el tiempo de Josué, predicaban la Palabra de Dios que
ya había sido dada a través de Moisés. Por eso digo que Moisés es el
gigante de los profetas, porque él recibió la Palabra de Dios que
después predicaron los profetas.
La palabra “profeta” está compuesta por dos términos que
significan ‘pararse delante de’ e ‘iluminar’. El profeta se paraba
delante de la Palabra escrita de Dios y la iluminaba, es decir, la hacía
brillar. También exhortaba al pueblo de Dios a obedecer y aplicar la
Palabra de Dios a sus vidas. Cuando recibía revelaciones de hechos
futuros, el profeta siempre exhortaba al pueblo de Dios a vivir vidas
santas a la luz de la revelación que Dios le había dado para el pueblo
sobre los hechos futuros.
Si no hay problema, no hay profeta
Los profetas aparecían en escena porque había problemas. En
cierto sentido, “si no había problema, no había profeta”. Al estudiar
la vida y el mensaje de cada profeta, debemos preguntarnos: “¿Qué
problema estaba obstaculizando la obra de Dios cuando esta persona,
en particular, fue llamada como profeta?”, y “¿cómo logró su
ministerio que ese obstáculo para la obra de Dios en esa época fuera
removido?”.
Por ejemplo, en la época del profeta Hageo, que fue durante
el retorno de la cautividad en Babilonia, la obra de Dios era la
reconstrucción del templo de Jerusalén. Cuando el pueblo de Dios
comenzó a reconstruir el templo, tuvo que soportar una dura
persecución. Aunque un rey persa les había dado permiso para
regresar del cautiverio, y materiales para reconstruir el templo,
sufrieron oposición cuando comenzaron la tarea.
Cuando comenzó la persecución, ellos dejaron de trabajar en
el templo. Se distrajeron y se preocuparon por construir sus propias
casas. Esto continuó durante quince años, hasta que Dios llamó al
profeta Hageo. Hageo, literalmente, levantó ese templo con su
predicación. Le dijo al pueblo: “¿Es para vosotros tiempo, para
vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está
desierta?” (Hageo 1:4). Hageo los exhortó a volver al trabajo para
reconstruir el templo de Dios.
Gracias a la predicación de Hageo, el pueblo de Dios dejó de
construir sus casas y organizó sus prioridades: puso a Dios y su casa
primero, y las casas de ellos después. Entonces, la obra de Dios
volvió a avanzar, y Hageo salió de la escena.
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Las epístolas del Nuevo Testamento, es decir, las cartas de los
apóstoles (y otros), siguen un patrón similar. En el Nuevo
Testamento, la obra de Dios era construir la iglesia de Cristo. Cuando
surgían problemas que bloqueaban la obra de Dios, Él levantaba un
apóstol que escribía una epístola. ¿Cuál era el propósito de la epístola
de ese apóstol? Clamar contra los obstáculos que bloqueaban la
edificación de la iglesia del Cristo resucitado hasta que esos
problemas fueran quitados, y la obra del Señor pudiera continuar.
Los problemas-obstáculos que tratan los profetas no son los
mismos que tratan las epístolas del Nuevo Testamento. Cuando
combinamos los mensajes de los profetas y los libros del Nuevo
Testamento, tenemos aproximadamente cuarenta libros de la Biblia
con indicaciones para quitar esos problemas-obstáculos que bloquean
la obra de Dios en la actualidad.
Dios quiere hacer su obra a través de su pueblo. Eso es tan
cierto hoy como lo era en la época de los profetas y los apóstoles.
Cuando usted vea que la obra de Dios en la parte del mundo donde Él
lo ha ubicado estratégicamente no funciona como Él lo desea, ore
hasta descubrir el obstáculo que la bloquea. Cuando sepa cuál es el
obstáculo, vaya a los escritos de los profetas o apóstoles y pida a
Dios la gracia, la sabiduría y la valentía para aplicar sus mensajes a
los problemas que enfrenta la obra de Dios en el lugar donde usted
está.
A través de los profetas y apóstoles, Dios le mostrará cómo
quitar los obstáculos que bloquean su obra. Si los profetas y
apóstoles no hablan sobre los obstáculos que bloquean la obra de
Dios en donde usted vive, puede ser que Dios desee que, tal como
hicieron los profetas y apóstoles, usted clame por esos problemas
hasta que sean quitados, y la obra de Dios pueda continuar.
Capítulo 2
El ir y venir de Isaías
Los profetas se dividen en dos grupos: profetas mayores y
profetas menores. Esto no implica que los profetas mayores sean
superiores a los menores. La distinción se basa en la extensión de los
libros que escribieron. Cuando pensamos en profetas “mayores” y
“menores”, el profeta “mayor” es Isaías, ya que su libro es el más
extenso de todos los proféticos.
Isaías era de la nobleza judía. La tradición rabínica nos dice
que estaba emparentado con el rey Uzías y el rey Joás a través de su
padre. Dado que Isaías ministró a varios reyes, su linaje real fue una
buena preparación para el ministerio al que Dios lo había llamado.
Perspectiva histórica de vital importancia
Aunque este estudio de la Biblia es devocional y práctico,
debemos tener cierta perspectiva histórica para comprender los
mensajes de los profetas. Durante el período histórico en el que ellos
vivieron, predicaron, escribieron y ministraron (desde
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aproximadamente 800 a 400 A. DE J.C.), hubo tres grandes potencias
mundiales: el gran imperio asirio, que conquistó al reino del norte de
Israel; el imperio babilónico, que conquistó y envió al exilio al reino
del sur de Israel después de conquistar al imperio asirio, y los medos
y persas que conquistaron Babilonia.
Isaías vivió durante el tiempo en que Asiria era la potencia
que gobernaba el mundo, antes que invadiera el reino del norte y
conquistara su capital, Samaria. Las diez tribus del norte, llamadas
“Israel”, fueron llevadas a la cautividad y nunca se volvió a tener
noticias de ellas. Gran parte de la predicación de Isaías fue una
advertencia para el reino del norte, de que la invasión de los asirios
llegaría como juicio de Dios por su pecado de idolatría.
Después de invadir el reino del norte, y conquistar y enviar al
exilio a esas diez tribus, los asirios fueron hacia el sur e invadieron el
reino del sur. Conquistaron cuarenta y seis ciudades amuralladas en
Judá y llegaron hasta las puertas de Jerusalén. Llevaron 200 000
personas cautivas a Asiria. Pero cuando el ejército asirio llegó a las
puertas de Jerusalén, Isaías tuvo su momento de gloria como profeta.
El rey del reino del sur, Judá, en ese tiempo, era Ezequías, un
hombre espiritual y gran guerrero de oración, que escribió diez de los
Salmos. Cuando los asirios llegaron a las puertas de Jerusalén, su
general gritó insultos a los hombres que guardaban la ciudad,
desafiando al pueblo de Judá a rendirse.
Mientras el rey Ezequías estaba en el templo, rogando a Dios
por las vidas de su pueblo, Isaías tuvo una revelación. Así que el
profeta fue al templo y le dijo a Ezequías que llegaría la liberación,
porque Dios había oído su oración. Le dijo que el ejército asirio iba a
recibir un mensaje diciendo que los necesitaban de regreso en su
país. Cuando llegaran a Asiria, el general de ese ejército sería
asesinado.
Esa noche, 185 000 soldados asirios murieron de una plaga en
su campamento. A la mañana siguiente, cuando descubrieron los
cadáveres, el ejército regresó a su país. Al llegar a Asiria, la profecía
de Isaías se cumplió: los dos hijos varones del general lo asesinaron.
Humanamente hablando, podríamos decir que si no hubiera sido por
la influencia y el ministerio de Isaías, los asirios hubieran exiliado
tanto al reino del norte como el del sur y hubieran hecho desaparecer
a ambos.
Isaías es uno de los más grandes ejemplos bíblicos del
ministerio predictivo de un profeta. Él predijo que Persia conquistaría
Babilonia, y que Ciro el Grande daría permiso a los cautivos para que
regresaran a reconstruir el templo. Isaías nombra dos veces a Ciro y
predice este gran suceso de la historia hebrea.
La tradición dice que los ancianos de los cautivos judíos le
mostraron este pasaje de Isaías a Ciro, y la milagrosa profecía de
Isaías motivó a ese rey para que emitiera su extraordinario decreto.
Él no solo les dio permiso para regresar, sino que contribuyó con
materiales para la reconstrucción del templo. En un cumplimiento
preciso de la profecía predictiva de Isaías, cuando Persia conquistó
Babilonia, lo primero que hizo Ciro el Grande fue emitir su decreto
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de que los judíos cautivos podían regresar a Jerusalén y reconstruir
su templo (Isaías 44:28-45:7; Esdras 1:2-4).
Un gran predicador
Isaías debe de haber sido un magnífico predicador. Según
Jesús, Juan el Bautista fue el más grande profeta nacido de mujer
(Lucas 7:28). Pero se nos dice que, cuando Juan salió a predicar al
desierto, predicó los sermones de Isaías (Lucas 3:4). Dado que “el
más grande profeta nacido de mujer” predicaba los sermones de
Isaías, este debe de haber sido el “profeta de profetas”.
Isaías predicó durante, al menos, cincuenta años,
posiblemente sesenta. Durante su ministerio pasaron cinco reyes por
Judá y seis reyes por Israel. Aunque tenía mucho para decir sobre lo
que estaba por venir sobre el reino del norte a causa de Asiria, su
ministerio y su preocupación principal era el reino del sur, Judá.
Si desea tener una perspectiva histórica de Isaías, lea con
atención los primeros versículos de su profecía. Los libros proféticos,
a menudo, ubican en el tiempo al profeta diciéndonos que vivió y
ministró durante los reinados de ciertos reyes. Algunos de los reyes
que reinaron durante la vida de Isaías fueron buenos; otros fueron
malos. Uno de los reyes malos fue Manasés, quien, según dice la
tradición, hizo matar a Isaías aserrándolo en dos partes. Muchos
eruditos creen que el capítulo de la fe de la Biblia habla del martirio
de Isaías cuando dice que algunos héroes de la fe del Antiguo
Testamento fueron “aserrados” (Hebreos 11:37).
Dividir el libro
Hay una forma correcta de dividir el Libro de Isaías. Los
primeros treinta y nueve capítulos son el mensaje de advertencia del
profeta al pueblo de Dios acerca de la invasión de los asirios y la
consiguiente cautividad. Los últimos veintisiete capítulos son un
mensaje de sanidad y consuelo. Es como si los primeros treinta y
nueve capítulos fueran una “cirugía espiritual” y los últimos
veintisiete, la sanidad que sigue a esa cirugía.
La forma en que se dividen estos sesenta y seis capítulos del
Libro de Isaías ha convencido a algunas personas de que se puede
encontrar un paralelismo entre este libro de la Biblia y la Biblia
misma. Piense en estas curiosas similitudes: El Libro de Isaías tiene
sesenta y seis capítulos; la Biblia tiene sesenta y seis libros. Isaías se
divide en dos secciones, la primera de treinta y nueve capítulos y la
segunda, de veintisiete. La Biblia se divide en dos secciones: el
Antiguo Testamento, que tiene treinta y nueve libros, y el Nuevo
Testamento, que tiene veintisiete. La primera parte de Isaías parece el
Antiguo Testamento, con muchas advertencias solemnes y un
mensaje de reprensión, y revela la verdadera condición del hombre y
la solución que puede encontrar en Dios.
La segunda sección de Isaías es como un “Nuevo
Testamento”, que ofrece consuelo y esperanza a las personas que, al
leer la primera parte —el “Antiguo Testamento” de Isaías, que
apunta al Salvador— han tomado conciencia de que necesitan un
Salvador. El Antiguo Testamento comienza con la pregunta:
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“¿Dónde estás?” (Génesis 3:9). El Nuevo Testamento comienza con
la pregunta: “¿Dónde está [Él]?” (Mateo 2:2). Las dos secciones de
Isaías nos hacen tomar conciencia de que necesitamos un Salvador y
luego nos presentan al Siervo Sufriente en el capítulo 53.
El llamado de Isaías
Dos pasajes de Isaías nos ayudan a conocer mejor al hombre
mismo, así como su ministerio y su mensaje. Uno de ellos es el
capítulo 6, que es el relato del llamado o la comisión que recibió
Isaías. Podría, aun, ser el relato de la conversión de Isaías. En la
Biblia, todo el pueblo de Dios tiene un “venir” hasta Dios que es
significativo, de manera de poder tener un “ir” desde Dios que sea
significativo. El capítulo 6 de Isaías contiene el relato de la
experiencia de Isaías y su venida a Dios, así como de su comisión de
ir para Dios.
Cuando Isaías vive su venida a Dios, escucha decir al Señor:
“¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” (v. 8). Isaías responde
expresando su compromiso: “Heme aquí, envíame a mí”. Este patrón
se repite vez tras vez en la Biblia. Todas las personas de Dios vienen
a Dios y reciben una comisión de ir para Él.
Dios le explicó: “Isaías, el pueblo no te escuchará. Tu
propósito, cuando vayas, no es que la gente se convierta. Ellos han
decidido apartarse de mí. Pero quiero que vayas, de todos modos,
porque quiero que ellos escuchen mi mensaje”. Ya es bastante duro,
de por sí, ser un predicador. ¡Imagine lo que sería predicar durante
cincuenta o sesenta años y que nadie responda a su predicación!
El compromiso de Isaías en el cumplimiento de su comisión
es sorprendente. Simplemente preguntó: “¿Cuánto tardará para que
estén listos para escuchar?”. Y Dios, básicamente, respondió: “Hasta
que estén todos muertos o sean llevados como esclavos, y su país
esté totalmente devastado y desierto” (ver 6:11, 12). El compromiso
de Isaías debe ser un modelo para todos nosotros. De hecho, el
compromiso de todos estos profetas es el más grande sermón que
predicaron. Ellos hicieron un contrato con Dios. Dios les dijo que
fueran, y fueron. Cuando iban, lo importante era que fueran fieles a
Dios e hicieran lo que Él les había encomendado hacer.
Nuestra responsabilidad es hacer lo que Dios nos llama a
hacer, cumplir nuestra comisión. El resultado de nuestra obediencia
es asunto de Dios. Solo Dios, el Espíritu Santo, puede producir
resultados. Nuestra responsabilidad es ser fieles. Dar fruto es
responsabilidad de Dios. Nuestra responsabilidad es hacer lo que
Dios nos ha llamado a hacer.
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Capítulo 3
Mensajes mesiánicos
Hay más mensajes proféticos mesiánicos en Isaías que en
cualquier otro libro de profecía. Isaías es más citado en el Nuevo
Testamento que cualquier otro profeta del Antiguo. Cuando lea el
Libro de Isaías, busque las profecías mesiánicas en él. En Isaías,
usted encontrará esta profecía relativa a los nombres con que se
llamaría al Mesías cuando llegara: “Se llamará su nombre Admirable,
Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).
Isaías dejó en claro que el Mesías sería Dios en carne humana,
Emanuel, que significa ‘Dios con nosotros’ (Mateo 1:23).
Isaías también nos habla de la esencia del Espíritu Santo que
se expresará por medio del Mesías cuando venga: “Saldrá una vara
del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará
sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia,
espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor
de Jehová. Y le hará entender diligente en el temor de Jehová” (Isaías
11:1–3). El Libro del Apocalipsis se refiere a esto como “los siete
espíritus de Dios” (Apocalipsis 3:1; 4:5; 5:6).
Dado que el número siete representa la perfección en la
Biblia, cuando Isaías nos habla del Mesías, lo que está diciendo, en
realidad, es: “El Mesías será la expresión perfecta del Espíritu de
Dios”. El Mesías expresará la esencia espiritual de Dios de esas siete
formas. De su vida vendrá el Espíritu de sabiduría, el Espíritu de
inteligencia, el Espíritu de consejo, el Espíritu de poder, el Espíritu
de conocimiento y de temor de Jehová, el Espíritu de Dios.
Cuando usted lee los cuatro evangelios, ¿qué clase de retrato
de Jesús se forma en su mente? Según Isaías, así iba a ser (así fue) el
Mesías: Su vida expresaría el Espíritu de sabiduría y de inteligencia.
Conocería y comprendería la Palabra de Dios perfectamente. El
Espíritu de sabiduría significa la aplicación del conocimiento, por lo
que Jesús también demostraría Espíritu de sabiduría al aplicar la
Palabra de Dios a su propia vida y las vidas de los demás. Esto quiere
decir que iba a demostrar Espíritu de consejo. Al hacerlo, habría una
dinámica en su vida y su ministerio que iba a cambiar las vidas,
demostrando así el Espíritu de poder.
Finalmente, Isaías profetiza que el Mesías iba a expresar y
demostrar el Espíritu de temor de Dios. Y agrega el comentario de
que se deleitará en esta última expresión del Espíritu. Cuando usted
lee los evangelios, puede ver que, cuando Jesús no está ministrando a
las personas, está orando y adorando en soledad. Lea los cuatro
evangelios buscando esta séptuple, perfecta expresión del Espíritu de
Dios cumplida en la vida de Jesús.
En la última mitad del siglo veinte hubo un renacer del interés
en el Espíritu Santo. Al interpretar nuestras experiencias del Espíritu
Santo, creamos muchas divisiones y confusión porque cometemos
errores en la forma de catalogar nuestras experiencias con Él. Por
ejemplo, ¿alguna vez escuchó hablar de un creyente lleno del
Espíritu, o un pastor lleno del Espíritu, o una iglesia llena del
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Espíritu? La implicación es que hay dos clases de creyentes, pastores
o iglesias. Hay pastores, creyentes o iglesias llenos del Espíritu
Santo, y están los otros creyentes, pastores e iglesias que nunca son
llenos del Espíritu.
¿Es eso lo que quiere decir la Biblia cuando habla de que los
creyentes sean llenos del Espíritu? Es algo que se ordena a todos los
creyentes: “Sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18). En el griego
original, el mandato es, literalmente: “Sed (Vivid) siendo llenos del
Espíritu”. Esta instrucción está estructurada de forma tal que es,
claramente, un mandato y no una opción para el auténtico discípulo
de Jesucristo.
¿Qué significa ser lleno del Espíritu Santo? En el Libro de los
Hechos se nos dice que Pedro, “lleno del Espíritu”, predicó su gran
sermón en el día de Pentecostés. Más adelante, leemos: “Pedro, lleno
del Espíritu” predicó otra vez, y miles de personas fueron salvas.
Más adelante aun, leemos: “Pedro, lleno del Espíritu” hizo esto o
aquello. Ahora, en los momentos intermedios entre aquellos en que
se nos dice que Pedro estaba lleno del Espíritu, ¿estaba o no lleno del
Espíritu, Pedro?
El Espíritu Santo no es un líquido. El Espíritu Santo es una
Persona. O tenemos la Persona del Espíritu Santo en nuestra vida, o
no. La pregunta, en realidad, no es cuánto tenemos nosotros del
Espíritu, sino cuánto tiene Él de nosotros. Cuando Él tiene todo de
nosotros, entonces estamos llenos del Espíritu.
Un creyente lleno del Espíritu es un creyente controlado por
el Espíritu. Antes de ordenarnos vivir siendo llenados del Espíritu
Santo, Pablo escribió: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay
disolución; antes bien sed [vivid] llenos del Espíritu” (Efesios 5:18).
Así como una persona que está ebria está bajo la influencia o el
control del alcohol, nosotros debemos estar bajo la influencia o el
control del Espíritu Santo.
Esta hermosa profecía de Isaías debería enseñarnos que
ninguno de nosotros debe tener temor de ser lleno del Espíritu Santo.
Porque, si estamos llenos del Espíritu Santo, si estamos
absolutamente controlados por el Espíritu de Dios, si expresamos la
esencia de lo que Dios es en su Espíritu, seremos como Jesucristo
cuando Él expresó y exhibió estas siete dimensiones del Espíritu de
Dios.
Isaías nos dice aquí que Jesucristo fue la expresión perfecta
del Espíritu de Dios. Jesucristo estaba controlado por el Espíritu un
ciento por ciento todo el tiempo, es decir, vivía lleno del Espíritu
Santo todo el tiempo. El Espíritu de Dios se expresaba perfectamente
en la vida de Jesucristo. ¿Y cómo era Él? Lea los cuatro evangelios y
lo verá. ¿Puede alguien leer los evangelios y no querer ser como
Jesús? Obviamente, su vida es el modelo que deberíamos seguir
todos para vivir nuestra vida expresando la esencia espiritual de
nuestro Dios... que es Espíritu.
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La carretera de Dios
En Isaías 40 encontramos otra hermosa profecía mesiánica:
“Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad
calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese
todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane.
Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá;
porque la boca de Jehová ha hablado” (vv. 3–5).
Cuando Juan el Bautista llegó predicando los sermones de
Isaías, predicó este sermón (Lucas 3:4–6). Este es uno de los
mayores sermones de Isaías. Predica que Dios vendrá a este mundo
en la Persona de su Hijo, el Mesías. Isaías compara esto con un rey
que sale de viaje. Si un rey salía de viaje a un pueblo lejano, sus
súbditos le construían una carretera sobre la cual andar, y la llamaban
“la carretera del rey”. Cuando se construye una carretera, se hacen
cuatro cosas: se allanan las montañas, se rellenan los valles, se
enderezan los lugares torcidos y se alisan los lugares ásperos.
Isaías usa esta ilustración cotidiana para decir, básicamente:
“Dios quiere viajar a este mundo, pero necesita una carretera para
viajar. La carretera en la cual Dios vendrá a este mundo será la vida
de su Hijo. La vida del Hijo de Dios será una de la cual podrá decirse
que las montañas de orgullo serán aplanadas, los valles o lugares
vacíos serán llenados, los lugares torcidos de pecado serán
enderezados y la respuesta del Hijo de Dios a los lugares ásperos será
tal, que esos lugares ásperos se alisarán. Entonces habrá una
Carretera en la cual Dios podrá viajar a este mundo, y toda carne verá
la salvación y la gloria de Dios a través de ella”.
Dado que Jesús nos estaba mostrando cómo debemos vivir,
esto significa que nuestras vidas deben ser carreteras para Dios.
Permítame que lo desafíe a hacer esta oración: “Dios, haz de mi vida
una carretera en la cual puedas viajar a este mundo”. Una vez que
haya hecho esta oración, no se sorprenda si las “topadoras de Dios”
comienzan a aplastar sus montañas de orgullo, a llenar sus valles y
lugares vacíos, a enderezar sus caminos torcidos de pecado y a alisar
sus lugares ásperos. Cuando usted y yo hacemos esa oración, Dios
cuelga un cartel en nuestras vidas: “Cuidado. ¡Dios trabajando!”.
El Manifiesto de Nazaret
Otro hermoso sermón de Isaías se encuentra en el capítulo 61.
Es una profecía mesiánica del ministerio público de Jesús. Cuando
Jesús comenzó sus tres años de ministerio público, lo hizo con un
manifiesto que los eruditos llaman “el Manifiesto de Nazaret”. Jesús
fue a su ciudad natal, a la sinagoga, y pidió el rollo de Isaías, el
profeta. Abrió el rollo casi hasta el final y leyó las siguientes
palabras: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me
ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos,
a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los
cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la
buena voluntad de Jehová” (Isaías 61:1, 2; Lucas 4:18). Después,
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
12
anunció que las palabras que había leído estaban siendo cumplidas
ese mismo día.
Si comparamos la profecía de Isaías en el capítulo 61 con la
cita que de ella hace el Señor en Lucas, capítulo 4, veremos que
Jesús terminó la cita en mitad de una frase. Isaías continúa: “...y el
día de venganza del Dios nuestro”. Jesús no leyó esa parte del
versículo, porque ella se refiere a su Segunda Venida. El Mesías
volverá y se vengará de todos los enemigos de Dios. Jesús se detuvo
en mitad de la frase y entregó el rollo nuevamente al rabí porque
estaba anunciando su manifiesto para los tres años de su ministerio
que comenzaban ese día. Después dijo: “Hoy se ha cumplido esta
Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:18-21).
Jesús estaba diciendo: “El Espíritu de Dios está sobre mí. Me
ha ungido para predicar un mensaje a los pobres”. Esos pobres eran
pobres porque eran ciegos. Su ceguera significaba que no sabían
distinguir su mano izquierda de su mano derecha. También eran
pobres porque estaban cautivos, es decir, no eran libres. Y eran
pobres porque estaban quebrantados y abatidos.
Ese día, en la sinagoga de su ciudad natal, Jesús, básicamente,
anunció: “Mi ministerio está dirigido a las personas ciegas, cautivas,
quebrantadas y abatidas. Cuando les proclame mi evangelio a esos
pobres, los ciegos verán, los cautivos serán liberados, los
quebrantados y abatidos serán sanados”. Después de declarar este
gran Manifiesto de Nazaret, Jesús comenzó sus tres años de
ministerio público.
El Manifiesto de Nazaret es un hermoso marco a través del
cual se puede ver el ministerio de Jesucristo en cualquiera de los
cuatro evangelios, pero especialmente en el de Lucas. Cuando Jesús,
que era Dios con nosotros, quiso proclamar un manifiesto que
explicara Quién era Él, Qué era Él, y qué estaba haciendo aquí, Él,
como Juan el Bautista, predicó uno de los sermones de Isaías.
Cuando lea los cuatro evangelios, observe lo que hizo Jesús
durante los tres años posteriores a la lectura de su manifiesto. Les dio
vista a los ciegos. Además de sanar, literalmente, a los ciegos,
también, por medio de su ministerio de enseñanza, dio vista espiritual
a los que eran ciegos en espíritu. Tuvo gran compasión por las
multitudes, porque eran como ovejas que no sabían distinguir la
derecha de la izquierda. Dar vista a los ciegos espirituales era,
obviamente, una metáfora referida a su ministerio de enseñanza.
En su ministerio de aconsejamiento, dio libertad a los
cautivos. Les prometió que los guiaría a la Verdad que los iba a hacer
libres si lo seguían a Él (Juan 8:30-35).
Si usted es ciego espiritualmente, si está confundido, si no
distingue la derecha de la izquierda, el ministerio del Mesías es para
usted. Su misión es satisfacer la necesidad que usted tiene, ocuparse
de que usted reciba la vista. Si usted no es libre, si es adicto, si es
controlado por hábitos y apetitos y deseos, el ministerio del Mesías
es para usted. Él vino para las personas como usted. Él quiere
liberarlo. Si usted está quebrantado y abatido porque su vida es
difícil, recuerde que Jesús vino para las personas como usted. Él
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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quiere sanarlo.
Si usted ya ha experimentado la milagrosa salvación que
Jesús e Isaías presentan en el Manifiesto del Mesías, cuando salga al
mundo para interactuar con otras personas, recuerde que el ministerio
de Jesús también es para ellas. Pregúntese: “¿Son ciegos? ¿Están
cautivos? ¿Están quebrantados?”. El Cristo que está en usted quiere
ministrar en sus vidas, como ha ministrado en la suya. Ahora, Él
quiere ministrarles a través de usted.
En sus últimas horas con los apóstoles antes de morir en la
cruz, Jesús les dijo que les enviaría al Consolador, el Espíritu Santo,
que estaría en ellos. Eso es lo que el Nuevo Testamento quiere decir
cuando afirma que nosotros, los seguidores de Jesucristo, su iglesia,
somos “el cuerpo de Cristo”. Él vive en nosotros. Somos sus manos,
sus pies, el cuerpo mismo por medio del cual Él se expresa hoy,
dando vista a los ciegos, libertad a los cautivos y sanidad a los
quebrantados y abatidos de este mundo.
El Salvador sufriente
Otra dimensión de la profecía mesiánica de Isaías se refiere a
la muerte de Jesucristo. El capítulo 53 de Isaías es el más grande de
la Biblia sobre el significado de la muerte de Jesucristo. En este bello
capítulo, Isaías comienza con la pregunta: “¿Quién ha creído a
nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de
Jehová?”. Recuerde, Isaías había sido enviado a predicar a personas
que no le iban a creer. Él tenía plena conciencia de que, cuando la
Palabra de Dios es predicada, si el Espíritu Santo no revela el
significado de esa Palabra a la gente, no la comprenderán ni la
creerán.
Lo que Isaías estaba preguntando, en realidad, era: “¿Quién
comprende verdaderamente el significado de la muerte de Jesús?” El
centro de la enseñanza de Isaías en este capítulo se encuentra en el
versículo 6: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada
cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de
todos nosotros”. ¿Cómo cargó Dios nuestro pecado sobre el Mesías?
“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros
pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos
nosotros curados” (v. 5).
El versículo 6 comienza con la palabra “todos”. La primera
vez que Isaías utiliza esta palabra, “todos”, dice que somos todos
como ovejas. ¿Lo incluye esto a usted? Recuerde que en el Salmo 23
dice: “Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados
pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará”
(vv. 1, 2). Cuando confesamos que el Señor es nuestro Pastor,
también estamos confesando que somos ovejas. Ahora, en este
profundo versículo de Isaías encontramos otro lugar donde la Biblia
nos exhorta a confesar que somos ovejas. Todos somos ovejas que se
han apartado. En otras palabras, todos somos pecadores; todos
seguimos nuestros propios caminos.
La segunda vez que Isaías usa la palabra “todos” es para
darnos la buena noticia. “Jehová cargó en él el pecado de todos
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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nosotros”. ¿Cree usted que está incluido en este último “todos” de
Isaías? Si confiesa que el primer “todos” lo incluye, entonces está
confesando lo que necesita para aplicar el significado de la muerte de
Jesucristo en la cruz a su vida. Podrá, entonces, experimentar la
salvación que se reveló cuando Dios utilizó la vida de su Hijo como
carretera para viajar a este mundo.
Capítulo 4
La profecía de Jeremías
Una serie de sollozos
El siguiente profeta mayor del Antiguo Testamento es el
profeta Jeremías. Se lo llama “el profeta llorón”, porque lloraba la
mayor parte del tiempo. De hecho, la profecía de Jeremías es, en
realidad, “una serie de sollozos”. Es casi imposible hacer un
bosquejo de su libro, porque la gente no llora siguiendo un bosquejo.
Después de llorar durante cincuenta y dos capítulos, Jeremías escribe
un extraordinario poema que es un apéndice de su profecía, llamado
“Lamentaciones”, es decir, “llantos”. En esta bella elegía, que es una
obra maestra literaria, Jeremías continúa llorando.
Un poco de perspectiva histórica
¿Por qué lloraba Jeremías? ¿Qué lo angustiaba tanto? ¿Cuál
era la agonía de su corazón? Para responder estas preguntas,
debemos comprender el contexto histórico en el cual vivió este
profeta, y en el cual predicó y escribió esta profecía que llamamos
“el Libro de Jeremías”.
En los primeros versículos, leemos que este profeta comenzó
su ministerio en el décimotercer año del rey Josías y ministró durante
el reinado de Sedequías, es decir, aproximadamente cuarenta y un
años. Comenzó su ministerio cuando un rey bueno, Josías, estaba
gobernando en Judá. Durante el reinado de Josías, algunos obreros
que estaban reconstruyendo el templo descubrieron varios rollos de
la Palabra de Dios. El pueblo de Dios estaba tan lejos del Señor,
espiritualmente, que había olvidado que existían las Escrituras, la
Palabra de Dios. Los otros reyes que se mencionan en los primeros
versículos de Jeremías son los que reinaron después de él y están
relacionados con la caída de Jerusalén y la cautividad en Babilonia.
La caída de Jerusalén fue una catástrofe que se extendió a lo
largo de casi veinte años. La primera vez que cayó Jerusalén, el rey
era Joacim, quien se rindió ante el ejército de Nabucodonosor y lo
sirvió en Jerusalén durante tres años. Cuando Nabucodonosor
conquistó Jerusalén, el ejército babilónico entró en la ciudad, y los
judíos se vieron obligados a servir a los babilonios y pagarles tributo.
Pero, después de tres años, Joacim se rebeló, así que el ejército de
Nabucodonosor conquistó Jerusalén por segunda vez. Entonces,
Joaquín, hijo de Joacim, que era solo un niño, entregó formalmente la
ciudad una vez más. Esta vez, los babilonios llevaron a mucha gente
de Judá a Babilonia como cautivos.
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
15
Cuando Joaquín entregó la ciudad por segunda vez, su tío
Sedequías fue nombrado “rey títere” —ya que solo gobernaba en
teoría— sobre Jerusalén. Gobernó durante once años, al cabo de los
cuales, también él se rebeló contra los babilonios. Esta vez, el
ejército babilónico destruyó por completo la ciudad de Jerusalén. No
quedó piedra sobre piedra. Cuando los babilonios conquistaron
Jerusalén por tercera vez, se llevaron a todo el pueblo a Babilonia,
excepto por los muy ancianos, los enfermos, los débiles y el profeta
llorón, Jeremías.
Durante el reinado de Josías, Dios le dio a Jeremías la
revelación profética de una catástrofe inminente. Jeremías comenzó a
predicar que se acercaba la invasión de los babilonios, y que la
conquista y la cautividad que le seguirían eran resultado del pecado
del pueblo. Esto era, principalmente, debido a su idolatría, pero
también por todos los demás pecados que derivaban de la apostasía y
la falta de respeto por la Palabra de Dios.
Al principio, el mensaje de Jeremías y los demás profetas era,
básicamente, este: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi
nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren
de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré
sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14). Pero el pueblo no
prestó atención a la predicación, y el mensaje profético cambió. Los
profetas como Jeremías comenzaron a predicar: “Se acerca el juicio
de Dios. ¡No hay forma de que puedan escapar de él!”.
Un hombre odiado
Cuando comenzó el sitio de Jerusalén, Jeremías predicó un
mensaje tan impopular que se convirtió en el más odiado de todos los
profetas. Tenía un mensaje doble. La primera parte del mensaje era
que la conquista y la cautividad, ahora, eran inevitables. Pero la otra
parte del mensaje de Jeremías era de esperanza. A diferencia de la
cautividad del reino del norte, los profetas que profetizaron la
cautividad en Babilonia del reino del sur tenían un mensaje de
esperanza para predicar: “Setenta años después de ir como cautivos a
Babilonia, ustedes regresarán”.
Jeremías creyó y predicó este mensaje de esperanza tan
enfáticamente, que cuando el ejército babilónico comenzó el sitio de
Jerusalén, predicó: “Este es el plan de Dios, y es irrevocable. Les
conviene ir y rendirse ante Nabucodonosor. Vayan a Babilonia,
porque cuanto antes vayan, antes volverán”.
Dado que Jeremías predicaba que el pueblo de Judá debía
rendirse, lo odiaron. Decían que el mensaje de Jeremías era una
traición, y en cierto modo lo era. Lo arrojaron en una cárcel, y lo
metieron en una cisterna llena de lodo. Allí lo dejaron con las ratas,
para que muriera de hambre.
El alfarero y la arcilla
Jeremías y otros profetas hacían cualquier cosa para que lo
que predicaban quedara en claro. Describían muy vívidamente lo que
estaban tratando de comunicar, algunas veces, por medio de lo que se
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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llaman “actos simbólicos”. Por ejemplo, Jeremías hizo un gran
predicación con un acto simbólico en el capítulo 18, llamada “La
Vasija Reciclada”. Jeremías predicó que Dios le había dicho que
fuera a la casa del alfarero. Mientras estaba allí, vio cómo el alfarero
hacía una vasija. Estaba tratando de hacer una vasija hermosa, pero
no le salía como él quería. Disgustado, el alfarero la arrojó al suelo y
la rompió. Después, recicló la arcilla y la convirtió en otra vasija.
Cuando predicó este sermón, Jeremías le estaba diciendo al
pueblo: “Ustedes eran como una vasija que el Divino Alfarero, Dios,
estaba formando. Pero no salieron como Dios quería, así que los está
castigando. Dios los llevará a Babilonia, los reciclará, y los traerá de
regreso de Babilonia como una vasija totalmente nueva”.
La aplicación personal para usted y para mí es obvia. Algunas
veces, nuestras vidas no salen según los planes de Dios. Así que Dios
tiene que reciclarnos. ¿Se ha sentido así alguna vez? De repente, toda
su vida se desmorona. Usted siente como si hubiera sido arrojado a
un montón de arcilla y como si lo estuvieran transformando en una
nueva vasija. La transición de la vasija vieja a la nueva puede ser una
agonía, pero después que esa nueva vasija ha tomado forma, ¡es
gloriosa! Como escribió el apóstol Pablo, “Si alguno está en Cristo,
nueva criatura es” (2 Corintios 5:17).
A lo largo de todo el Libro de Jeremías, debemos buscar las
aplicaciones personales de los profundos sermones de este gran
profeta. Hay momentos en que Dios debe castigarnos y reciclarnos
para hacer nuevas vasijas de nosotros. Cuando las consecuencias de
nuestros pecados son irrevocables y las cicatrices son irreversibles,
debemos ser transformados en nuevas vasijas como en este gran
sermón del alfarero que predicó Jeremías. Lamentablemente, la
mayoría de nosotros no buscamos ni le pedimos a Dios que
transforme nuestras vidas, como los que rechazaron la predicación de
Jeremías.
La vasija destrozada
Un día, Dios le dijo a Jeremías que fuera y comprara una
vasija grande y muy costosa, llevara consigo a algunos de los
ancianos y sacerdotes, y fuera cerca de la puerta oriental de la ciudad.
Cuando logró que la gente le prestara atención, Jeremías tomó la
vasija y la hizo pedazos contra el suelo. Después, predicó,
básicamente: “Ustedes, que luchan contra Nabucodonosor, se rebelan
contra los babilonios y se niegan a entregarse a ellos, van a ser
destrozados como esta vasija. No habrá reciclado, no habrá retorno.
¡Serán terminados! ¡Serán aniquilados!” (ver Jeremías 19:10, 11).
Profecías mesiánicas
Cuando Jeremías pronunciaba sus mensajes de cautividad y
de esperanza, después, mezclaba sus profecías sobre el retorno de la
cautividad con profecías sobre la venida del Mesías. La venida del
Mesías era la máxima esperanza, no solo para Judá, sino para todo el
mundo.
Uno de estos mensajes está en el capítulo 29. El pueblo estaba
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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a punto de comenzar su cautividad en Babilonia. Por medio de una
carta de Jeremías, Dios les dijo: “Porque yo sé los pensamientos que
tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de
mal, para daros el fin que esperáis. Entonces [en vuestra cautividad]
me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis
y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré
hallado por vosotros, dice Jehová, y haré volver vuestra cautividad, y
os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os
arrojé, dice Jehová; y os haré volver al lugar de donde os hice llevar”
(vv. 11–14).
Este es un resumen y una paráfrasis del magnífico sermón
que Jeremías pronunció para el pueblo de Judá cuando este
comenzaba la cautividad y el trabajo forzado en Babilonia: “El Padre
amoroso los está castigando, pero es para su bien, no para su mal.
Dios quiere darles un futuro y una esperanza. Mientras estén en
Babilonia, clamen a Dios. Si buscan a Dios con todo su corazón, Él
los escuchará. Serán hallados por Dios, y Él los traerá de regreso de
la cautividad”.
Cuando profetizó la cautividad, Jeremías estuvo dispuesto a
sufrir toda clase de dificultades y persecuciones por su mensaje. Pero
creía en su mensaje, porque sabía que Dios se lo había dado y que era
la verdad. ¡Y lo era! Una observación importante con respecto de las
profecías de Jeremías es que todas ellas se cumplieron.
Cuando lea la profecía de Jeremías, busque el mensaje sobre
el castigo y el juicio de Dios para el pueblo de Judá. Pero no pase por
alto el mensaje de esperanza. Aplique ambos mensajes a su vida, y
recuerde esto: Cuando Dios lo castiga, Él sabe los planes que tiene
para su vida: planes para prosperarlo espiritualmente, planes para
darle esperanza y futuro. Lo importante es que usted responda al
castigo de Dios de manera correcta, para que, finalmente, Dios pueda
hacerlo regresar de su experiencia personal de cautividad como el
pródigo, hecho una nueva vasija.
Capítulo 5
El cantor de la cautividad
Justo cuando el pueblo estaba por salir, encadenado, hacia
Babilonia, Jeremías les dio algunas palabras de esperanza para que
pudieran soportar la cautividad. Quienes habían sobrevivido a la
masacre cuando cayó Jerusalén estaban atónitos, llenos de dolor y
terror. Estas ungidas palabras de Jeremías los ayudarían a sobrevivir
setenta años de cautividad: “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en
su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe
en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en
entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia,
juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová”
(Jeremías 9:23, 24).
Algunas traducciones traducen “alabarse” como ‘gloriarse’.
Jeremías estaba diciendo, básicamente: “Si ustedes son ricos, no se
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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gloríen en sus riquezas. Si son fuertes, no se gloríen en su fuerza. Si
son sabios o tienen una buena educación, no se gloríen en su
sabiduría ni en su educación”. La palabra “gloriarse” significa ‘sacar
todo el potencial que tiene una situación en particular para expresar
la esencia plena de Quién es Dios y Qué es Dios en nuestra vida’.
Pero, en esta situación, Jeremías no aplica la palabra tanto a
Dios como a estos cautivos. Por ejemplo, Jeremías le está diciendo al
hombre que es rico: “Ya no puedes confiar en que las riquezas
expresen el pleno potencial de tu vida. No encontrarás tu plenitud en
las riquezas”. Los ricos que iban cautivos habían sido despojados de
sus riquezas. Podrían haberse gloriado en sus riquezas antes que
cayera Jerusalén, pero no ahora. De la misma forma, Jeremías les
decía a los sabios y fuertes: “Sabio, no te sientes demasiado
inteligente ahora que te llevan encadenado, ¿verdad? Fuerte, ya no
puedes gloriarte en tu fuerza. Vas a comer raciones miserables en
Babilonia, y llegarás a sentirte muy débil físicamente”.
Hasta ahora, esto suena solo como un mensaje negativo. Pero
hay una parte positiva del mensaje de Jeremías. Dios dice a los
cautivos, a través de Jeremías: “Si ustedes realmente quieren
comprender el significado y el propósito de la vida, y desarrollar todo
su potencial, vengan a mí relacionándose con la esencia de Quien soy
y lo que soy”. Jeremías está predicando: “Descubrirán su pleno
potencial cuando conozcan la esencia, en la tierra, de lo que Dios es
en el cielo. Podrán comprender la esencia del ser de Dios, y por
consiguiente su propia esencia, si comprenden que Dios se revela en
la tierra por medio de sus atributos”. Los atributos de Dios son lo que
forma su personalidad.
En este magnífico sermón, Jeremías predica que: “Así podrán
conocer a Dios: Dios puede ser conocido por medio de lo que Él es.
Por medio de su misericordia eterna, por medio de su rectitud, y por
medio de su justicia absoluta”. Ahora bien, ¡esto seguramente les dio
algo que pensar a esas personas mientras hacían trabajos forzados en
Babilonia! Sabían que no iban a encontrar su pleno significado y
realización en la riqueza, ni en la educación, ni en sus fuerzas físicas.
Tenían que buscar significado y realización en otro lugar. Según el
profeta, este era un buen momento para encontrar su significado y su
realización plena en conocer a Dios. Y eso era algo que sus capataces
no podrían quitarles jamás.
Prueba del regreso
En Jeremías 32 y 33, leemos sobre una de las mejores cosas
que hizo Jeremías. Sucede en el punto más álgido del sitio, hacia el
final del reinado del rey Sedequías. La ciudad estaba cayendo.
Mientras estaba en prisión por lo que había predicado, Jeremías
recibió una revelación de Dios. Dios le reveló que su primo
Hanameel iría a verlo para pedirle que comprara una granja que
estaba en Anatot. ¡Con Jerusalén bajo sitio, no era el mejor momento
para comprar una propiedad cerca de la ciudad! Pero Dios le dijo a
Jeremías que comprara la propiedad. Efectivamente, vino Hanameel
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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y le dijo a Jeremías: “Tengo esta granja en Anatot. Dios me ha puesto
en el corazón que venga a ofrecértela”.
Jeremías accedió a comprar la propiedad y transformó la
compra en una superproducción. Trajo testigos, abogados y escribas,
e hizo que la compra fuera oficial y bien publicitada. Firmó la
escritura, la selló y la colocó en una vasija. Después, predicó otro
gran sermón por medio de ese acto simbólico. De hecho, predicó así:
“Les he estado diciendo que ustedes van a volver de la cautividad en
Babilonia. Pues bien, déjenme demostrarles que realmente lo creo.
Acabo de comprar una propiedad a unos cinco kilómetros de
Jerusalén. ¿Creen que haría esto si no creyera que ustedes van a
volver? Dios restaurará las fortunas de Israel”. No deje de leer el
elocuente y poderoso sermón que Jeremías predicó para ampliar y
explicar este magnífico acto de fe (capítulo 32).
Este hermoso sermón de esperanza que Jeremías comienza en
el capítulo 32 fue el contexto histórico en que predicó las conocidas
palabras: “Así ha dicho Jehová, [...]: Clama a mí, y yo te responderé,
y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías
33:3). ¿Alguna vez clamó usted a Dios? Dios desea que todos
clamemos a Él, porque desea mostrarnos cosas grandes y tremendas
que nunca hemos visto antes.
¿Lo ve? No toda la predicación de Jeremías era de
condenación y tristeza. Había mucha esperanza para el pueblo de
Dios en sus sermones. Fue la única esperanza que el pueblo de Judá
tuvo cuando Jerusalén cayó y fueron como cautivos a Babilonia.
Asuntos del corazón
A medida que estudiamos brevemente algunos otros
sermones de Jeremías, recuerde que no lo hacemos en orden
cronológico. Él y su escriba, Baruc, no registraron los sermones a
medida que Jeremías los predicaba, sino los recordaron años después,
cuando él estaba en la cárcel.
Otro gran sermón resumido de Jeremías se encuentra al
principio del libro. El Señor dijo por medio de Jeremías: “Porque dos
males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y
cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua”
(Jeremías 2:13).
El pueblo se había apartado de Dios y de la sabiduría que hay
en su Palabra. Creían en los escribas, que habían convertido la Ley
de Dios en una mentira, según Jeremías. El gran profeta escribió:
“¿Cómo decís: Nosotros somos sabios, y la ley de Jehová está con
nosotros? Ciertamente la ha cambiado en mentira la pluma mentirosa
de los escribas” (8:8). Ahora bien, cuando alguien nos convence de
que la Palabra de Dios no es confiable, ¿qué podemos creer? Lo
único que nos queda es sabiduría y filosofía humanas. Y Jeremías
preguntó qué sabiduría hay en ellas, comparada con la sabiduría que
se encuentra en la Palabra de Dios.
¿Pueden cambiar las personas?
¿Tiene usted conciencia del hecho de que la Biblia nunca le
dice que cambie ni que se esfuerce por hacer mejor las cosas? Me
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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sorprende la cantidad de personas que creen que la Biblia solo se
ocupa de eso: haz las cosas lo mejor posible y esfuérzate por ser
mejor. La Biblia no nos dice que hagamos eso. En realidad, Jeremías
se burla de nosotros por tratar de cambiarnos a nosotros mismos.
Predica: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así
también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer
mal?” (Jeremías 13:23).
No podemos cambiarnos a nosotros mismos. Se nos exhorta a
ser “transformados por medio de la renovación de nuestro
entendimiento” (ver Romanos 12:2). Jesús nos dice que debemos
nacer de nuevo. Cuando somos transformados, o nacemos de nuevo,
para nosotros es una experiencia pasiva. No es lo mismo que nos
digan que cambiemos o que nos esforcemos por hacer mejor las
cosas.
¿Quién conoce nuestro corazón?
Jeremías también dijo esto sobre el corazón humano:
“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién
lo conocerá?” (Jeremías 17:9). La respuesta, por supuesto, es que solo
Dios conoce nuestros corazones. “Yo Jehová, que escudriño la
mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino,
según el fruto de sus obras” (v. 10).
Dios conoce su corazón. Quizá usted haya engañado a sus
familiares, a sus amigos, aun a usted mismo, pero no puede engañar a
Dios. Él conoce su corazón y quiere hacerlo nuevo. Ore como oró el
sabio rey David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de
perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmos 139:23, 24).
A lo largo de todo el Libro de Jeremías, debemos buscar las
aplicaciones personales de los profundos sermones de este gran
profeta. Hay momentos en que Dios debe castigarnos y reciclarnos
para hacernos vasijas nuevas. Cuando las consecuencias de nuestros
pecados son irrevocables y las cicatrices son irreversibles, debemos
ser convertidos en vasijas nuevas como en el sermón que predicó
Jeremías cuando Dios lo envió a casa del alfarero.
Capítulo 6
Noticias tristes de parte de Dios
Jeremías tuvo una visión de dos canastas de higos (capítulo
24). Algunos estaban frescos y maduros, otros podridos y
enmohecidos, tanto que no se podían comer. El Señor le dijo a
Jeremías: “Los higos sanos representan a los exiliados que fueron a
Babilonia. Yo los he exiliado por su propio bien. Me ocuparé de que
sean bien tratados y los traeré de regreso aquí. Los ayudaré y no les
haré mal. Los plantaré y no los arrancaré. Ellos serán mi pueblo, y
Yo seré su Dios, porque regresarán a mí con gran gozo.
“Pero los higos podridos representan a Sedequías, rey de
Judá, sus oficiales y todos los de Jerusalén que quedan en esta tierra.
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
21
También a los que viven en Egipto. Los trataré como a higos
podridos, demasiado malos como para usarlos. Enviaré masacre,
hambruna y enfermedades entre ellos hasta que sean destruidos”.
Jeremías predicó este mensaje continuamente. Había dos
clases de personas en Jerusalén cuando la ciudad caía ante el imperio
babilónico: quienes se dieron cuenta de que el cautiverio en
Babilonia era un castigo de Dios, aceptaron la disciplina divina y se
arrepintieron. Y quienes, como Sedequías, se negaron a reconocer
que esto era voluntad de Dios, rechazaron la predicación de Jeremías
y se rebelaron contra los babilonios. Ellos se convirtieron en los
higos podridos o la vasija rota del sermón anterior de Jeremías.
Argumentos en contra del humanismo
Algunos de los sermones de Jeremías se oponen a lo que hoy
llamamos “humanismo”. Algunas ideologías surgen y se hacen
populares en nuestra época, y pensamos que son actuales y
contemporáneas; pero, en realidad, no son nada nuevo. Son,
simplemente, viejas herejías que resurgen. Como el humanismo,
estas ideologías, que enseñan que lo único que el hombre necesita es
al hombre, se remontan a la historia antigua. “Yo soy el amo de mi
destino y el capitán de mi alma”, es el mantra del humanista. Pero,
cuando estudiamos la vida de hombres como Moisés, encontramos la
ideología opuesta. Encontramos absolutos espirituales que surgen de
sus vidas, como “Yo no soy, pero Dios es, y Dios está conmigo. Yo
no puedo, pero Él puede, y Él está conmigo”.
¿Necesitamos a Dios?
Jeremías argumenta en contra del pensamiento humanista
cuando predica sermones como este del capítulo 10: “Conozco, oh
Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que
camina es el ordenar sus pasos” (10:23). Vea este: “Maldito el varón
que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se
aparta de Jehová” (17:5). Después, Jeremías nos da el resultado
positivo de esa verdad: “Bendito el varón que confía en Jehová, y
cuya confianza es Jehová” (17:7).
Muchas personas creen que no necesitan un Pastor. Jamás han
tenido un problema que no pudieran solucionar. Creen que el ingenio
del hombre, su intelecto y su talento es lo único que necesitan. Pero
la Biblia dice, vez tras vez: “No, no es eso lo único que necesitas.
Necesitas un Pastor. Necesitas sabiduría de Dios, y necesitas un
poder dinámico (gracia) de Dios para aplicar la sabiduría que recibes
de Él” (Santiago 1:5; 2 Corintios 9:8). Esa es la filosofía y la
enseñanza continua de todos los profetas, y del Antiguo y el Nuevo
Testamento.
Listo para la Palabra
La cura de Jeremías para la apostasía de Judá, el pecado que
produjo la cautividad en Babilonia, está expresada en otro gran
sermón que se encuentra en el capítulo 4: “Porque así dice Jehová a
todo varón de Judá y de Jerusalén: Arad campo para vosotros, y no
sembréis entre espinos. Circuncidaos a Jehová, y quitad el prepucio
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
22
de vuestro corazón, varones de Judá y moradores de Jerusalén; no sea
que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la
apague, por la maldad de vuestras obras” (vv. 3, 4).
Este hermoso sermón de Jeremías es similar a un sermón del
Señor que se encuentra en los evangelios, que se llama “La Parábola
del Sembrador”. Jesús dijo que, cuando la Palabra de Dios es
predicada, es como si un agricultor plantara semillas. Cuando
siembra las semillas, estas caen en cuatro clases distintas de suelo.
Los cuatro suelos representan cuatro respuestas diferentes a la
Palabra de Dios predicada o enseñada. Algunas veces, la Palabra no
penetra en la mente del que la escucha; algunas veces, no penetra en
su voluntad; algunas veces, penetra en la mente y la voluntad, pero
cuando crece, es ahogada por los espinos que son las preocupaciones
de este mundo, las riquezas y otras distracciones. Otras veces, crece y
produce diversas cantidades de fruto.
En su maravillosa parábola, Jesús quizá tomó como base este
sermón de Jeremías. El profeta dijo al pueblo: “Sus vidas son como
una tierra sin trabajar. No se ha sembrado ninguna semilla en ella
desde hace mucho tiempo”. Ellos habían olvidado la Palabra de Dios.
Todos los problemas de la gente y las circunstancias estaban
preparando el suelo de sus vidas para que recibieran la Palabra de
Dios nuevamente. Dios estaba preparando el suelo de sus vidas para
que escucharan su Palabra.
Jeremías habló de circuncidar el corazón. El apóstol Pablo,
quien también utilizó esa expresión, quizá la haya aprendido de
Jeremías. Pablo escribió que la circuncisión era para el pueblo de
Dios en el Antiguo Testamento lo que el bautismo es para el pueblo
de Dios en el Nuevo Testamento y en la actualidad. La circuncisión
era la ordenanza, el sacramento, por medio del cual el pueblo judío
expresaba su fe. El bautismo es la forma en que Jesús nos enseñó a
expresar nuestra fe en Él hoy.
Cualquier ordenanza puede convertirse en un formulismo
vacío. Cualquier ceremonia, sin la realidad que representa, llega a ser
vacía y totalmente sin significado. Jesús, los apóstoles y los profetas
hicieron énfasis en la diferencia entre profesar y hacer. Lo que
hacemos, la forma en que vivimos, es siempre más importante que lo
que profesamos, lo que decimos. Vivir en la vida diaria lo que
representa la ordenanza es lo que Jeremías y Pablo llamaron
“circuncidar el corazón”.
¿Dice usted que cree? Si es así, no se limite a profesarlo; viva
en su vida lo que profesa creer.
La noticia triste de Dios
En el capítulo 23, Jeremías puso tanto humor como sátira en
su predicación, como lo demuestra esta paráfrasis de ese pasaje:
“Cuando uno de su pueblo, o uno de sus profetas o sacerdotes les
pregunte: ‘¿Qué noticia triste trae Jeremías del Señor hoy?’, le
contestarán: ‘¿Qué noticia triste? ¡Ustedes son la noticia triste,
porque el Señor los ha desechado!’. En cuanto a los falsos profetas y
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
23
sacerdotes, y las personas que se ríen de ‘la noticia triste de Dios para
hoy’, yo los castigaré a ellos y a sus familias por decir eso”.
La gente se burlaba de Jeremías porque él nunca tenía nada
bueno para decir. Su mensaje, como hemos visto, era negativo,
porque la calamidad era inminente. Y todo lo que él dijo se cumplió,
la condenación y la tristeza, pero también la esperanza. La
predicación de Jeremías era la única esperanza para los judíos que
escuchaban sus sermones, y las profecías mesiánicas mezcladas con
su promesa de que regresarían de la cautividad representan nuestra
final, bendita esperanza hoy.
La carga de Jeremías
Su mensaje era muy emotivo: “¡Mis entrañas, mis entrañas!
Me duelen las fibras de mi corazón; mi corazón se agita dentro de
mí; [...]. Quebrantamiento sobre quebrantamiento es anunciado;
porque toda la tierra es destruida” (Jeremías 4:19, 20). En sus
revelaciones proféticas sobre la conquista de Babilonia, Jeremías
podía, verdaderamente, escuchar los sonidos del ejército babilónico y
los gritos del pueblo de Judá. Dado que experimentaba
continuamente el horror de estos hechos, se preguntaba: “¿Hasta
cuándo he de ver bandera, he de oír sonido de trompeta?” (v. 21). Y
el Señor respondió: “Porque mi pueblo es necio, no me conocieron;
son hijos ignorantes y no son entendidos; sabios para hacer el mal,
pero hacer el bien no supieron” (v. 22).
Este sermón de Jeremías podría estar dirigido a nuestra
generación. Somos expertos en construir armas de destrucción
masiva, pero ¿sabemos siquiera lo que es bueno? La violencia y el
delito son epidemia en nuestro mundo. Tenemos un talento absoluto
para inventar armas termonucleares, químicas y biológicas de
destrucción masiva, pero parece que no tenemos gran talento para
hacer lo bueno. Ni siquiera sabemos qué es lo bueno.
La perseverancia de Jeremías
Jeremías dictó su versión original de este libro a su fiel
escriba Baruc desde un calabozo. Después de terminar el rollo con
sus sermones según recordaba haberlos predicado, pidió que fuera
leído al pueblo en el día santo de ayuno. Esto causó un tremendo
impacto en el pueblo, y finalmente, todo el rollo le fue leído también
al rey. Mientras le leían el rollo al rey, había un gran fuego en la
chimenea. A medida que iban leyendo cada segmento, el rey, con un
cuchillo afilado, cortaba esa sección del rollo y la echaba al fuego,
hasta que todo el rollo fue destruido.
Cuando le contaron esto a Jeremías, él mandó a buscar a
Baruc y le dijo a su fiel escriba que consiguiera un rollo más largo,
porque iba a escribir su libro otra vez, y había recordado muchos
otros sermones que no estaban en el primer rollo. Entonces dictó los
cincuenta y dos capítulos del libro que hemos estudiado. No
tendríamos el Libro de Jeremías si no hubiera sido por la
perseverancia de este gran profeta (capítulo 36).
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
24
Capítulo 7
El Libro de Lamentaciones
A pesar de todo, Dios te ama
El Libro de Lamentaciones es la continuación del Libro de
Jeremías. Durante cincuenta y dos capítulos, Jeremías llora por las
revelaciones proféticas que Dios le da sobre la inminente conquista
de los babilonios. El libro de Jeremías termina con el profeta aún en
Judá, después que la mayoría del pueblo había sido llevado cautivo.
Aparentemente, después, él emigró a Egipto y, según la tradición, fue
martirizado allí. Otros eruditos nos dicen que Jeremías, finalmente,
fue a Babilonia a predicarle al pueblo de Judá que tanto amaba; otros
creen que pasó sus últimos días en la tierra de Judá.
El Libro de Lamentaciones tiene un nombre muy adecuado.
El “profeta llorón” sigue llorando porque la tierra ha sido
conquistada y las personas que tanto ama y que no fueron
masacradas han sido llevadas cautivas como esclavas a una tierra
distante.
Uno de los problemas que trata en Lamentaciones, que
también fue tratado por otros profetas, como Ezequiel y Daniel, es el
hecho de no poder estar cerca del templo. Los judíos creían que el
templo de Dios era el lugar donde habitaba la presencia de Dios. Su
divina presencia vivía, de hecho, en el Lugar Santísimo del templo en
Jerusalén. En cierto sentido, el templo era el “domicilio” de Dios
para estos devotos profetas. Por eso, el profeta Daniel miraba a
Jerusalén cuando oraba. ¿Dónde estaba Dios ahora, para su pueblo
que estaba viviendo en Babilonia? Jerusalén era, literalmente, la
ciudad de Dios para ellos, y se sentían separados de su ciudad santa y
de su Santo Dios.
La gruta de Jeremías
Jeremías escribió el Libro de Lamentaciones mientras estaba
en una gruta ubicada en una colina. Hay un lugar allí que en la
actualidad es llamado “la gruta de Jeremías”, situada en una colina
llamada “Gólgota”. Por la divina providencia de Dios, la gruta o
cueva de Jeremías estaba en la colina del Calvario, donde Jesucristo
murió por los pecados del mundo. Veremos la significación de ese
detalle providencial cuando nos adentremos en el mensaje de
Lamentaciones.
La forma literaria de Lamentaciones
Como pieza literaria, Lamentaciones es una obra maestra de
la poesía que contiene cinco poemas o elegías en sus cinco capítulos.
Cada capítulo es un poema diferente, y cuatro de ellos son acrósticos.
En un poema acróstico, la primera estrofa comienza con la primera
letra del alfabeto; la segunda, con la segunda letra del alfabeto, y así
sucesivamente. Pero, aunque la forma literaria de este libro es muy
bella, es su mensaje inspirado lo que le ha ganado su lugar dentro de
la Palabra de Dios.
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Ese mensaje inspirado se centra en la tragedia de la conquista
y la cautividad en Babilonia. El mensaje es reflejado gráficamente y
con gran emoción: “¿Qué testigo te traeré, o a quién te haré
semejante, hija de Jerusalén? ¿A quién te compararé para consolarte,
oh virgen hija de Sion? Porque grande como el mar es tu
quebrantamiento; ¿quién te sanará?” (Lamentaciones 2:13). La vívida
descripción que hace Jeremías de Jerusalén después de la conquista
presenta gráficamente el horror de lo que sucedía cuando una ciudad
era conquistada por un imperio como el babilónico.
Casi cuando ya pensamos que este libro es solo tristeza y
desesperación, como lo hizo en su profecía, Jeremías nos sorprende
con una bella profecía mesiánica de esperanza. Seguramente, usted
recordará que Job hizo lo mismo en el momento de su mayor
sufrimiento (Job 19:25, 26). En el tercer capítulo de sus
Lamentaciones, cuando su desesperación es más profunda, Jeremías
recibe una maravillosa revelación profética: “Por la misericordia de
Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus
misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi
porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré. Bueno es
Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es
esperar en silencio la salvación de Jehová” (vv. 22–26).
El mensaje de esperanza que fue revelado a Jeremías era:
“¡Dios nunca deja de amarnos! Aunque pequemos, a pesar de todo,
Él nos ama. Nuestra esperanza está en el amor de Dios”. Jeremías les
dijo a los cautivos que eran llevados a Babilonia: “No se gloríen en
sus riquezas, ni en sus fuerzas, ni en su sabiduría ni en su educación.
Gloríense en Dios. Ustedes deben llegar a conocer a Dios y encontrar
su realización plena en Él. Pueden conocerlo confiando en su amor y
su misericordia, incondicionales y eternos”. Ahora, Dios le hace
saber a Jeremías que no podemos ganar su amor por nuestro buen
comportamiento ni lo perderemos por portarnos mal. Dios nunca,
nunca, nunca deja de amarnos.
Prueba del amor de Dios
En el tercer capítulo de Lamentaciones, leemos también:
“¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no
mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? ¿Por
qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su
pecado. Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y
volvámonos a Jehová” (vv. 37–40).
Cuando Jeremías expresa esta gran esperanza, comparte una
verdad que descubrimos ya en el Libro de Job: que tanto los buenos
tiempos como los tiempos difíciles provienen de Dios (Job 2:10).
Esta verdad también es enseñada por Salomón, que predicó que
debemos alegrarnos cuando vivimos en un tiempo de prosperidad,
pero, en el día de adversidad, debemos reconocer que Dios hizo tanto
el uno como el otro. Antes de presentar esta enseñanza, nos dice que
es mejor ir a un funeral que a una fiesta, porque en un funeral
reflexionamos sobre los valores eternos. Pensamos en el hecho de
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
26
que vamos a morir. Pensamos acerca de Dios, de la vida, de los
propósitos y el significado de la vida (Eclesiastés 7:2,14).
Recordemos que el pueblo de Dios era incurablemente
idólatra. Su pecado de idolatría no tenía límites, y esto incluía a los
sacerdotes corruptos y los falsos profetas. Pero el mensaje de
Jeremías y de los profetas de la cautividad también expresaba esta
esperanza: Dios los ama demasiado para verlos desperdiciar sus
vidas, día tras día, viviendo en pecado. Dios no permitirá que esto les
suceda, porque ustedes son su pueblo.
La aplicación devocional para nosotros es que, cuando Dios
nos castiga por nuestros pecados, ese castigo es una confirmación de
nuestra identidad como hijos de Dios. Como padres, disciplinábamos
a nuestros hijos si los veíamos hacer algo malo, precisamente porque
eran nuestros hijos. No disciplinábamos a otros niños del vecindario,
porque no eran nuestros hijos. El autor del Libro de Hebreos dice que
esta clase de castigo es una prueba de que el Señor es nuestro Padre
celestial y nos ama (Hebreos 12).
Capítulo 8
La profecía de Ezequiel
Cosas extrañas y maravillosas
Mientras el pueblo de Dios era llevado a pie a Babilonia, el
salmista dice que sus atormentadores se burlaban de ellos: “A ustedes
les gusta cantar. ¡Bueno, hágannos escuchar algunas de sus canciones
ahora!”. Pero el salmista dice: “¿Cómo cantaremos cántico de Jehová
en tierra de extraños?” (Salmos 137:4).
Ese fue el contexto histórico en que los profetas Ezequiel y
Daniel vivieron sus extraordinarias vidas y ministerios como
profetas. Ezequiel y Daniel tenían aproximadamente la misma edad.
Daniel fue llevado a Babilonia como cautivo cuando tenía más o
menos catorce años. Ezequiel fue llevado aproximadamente nueve
años después, cuando tenía veinticinco. Predicó en los campos de
trabajos forzados; fue el único profeta que ministró directamente a
los cautivos.
Dios no quiso que su pueblo estuviera sin profeta, ni siquiera
en la cautividad. Por lo tanto, comisionó al joven Ezequiel para que
fuera a la cautividad y ministrara a los exiliados. Un versículo clave
de este libro es: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y
que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para
que yo no la destruyese; y no lo hallé” (Ezequiel 22:30). Dios
deseaba que hubiera un hombre entre los cautivos que se pusiera en
la brecha entre Él y su pueblo. Y comisionó a Ezequiel para que
fuera ese hombre.
Literatura apocalíptica
“Cosas extrañas y maravillosas” es un buen título para el
Libro de Ezequiel, porque está lleno de profecías extrañas y
maravillosas. En cierto sentido, Ezequiel mismo fue un profeta
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
27
extraño y maravilloso. Cuando comparamos a los profetas, vemos
que Daniel, Ezequiel y el apóstol Juan eran exiliados cuando
escribieron los libros de Daniel, Ezequiel y Apocalipsis,
respectivamente. Daniel y Ezequiel eran exiliados en Babilonia, y
Juan había sido exiliado por los romanos en la isla de Patmos. Los
tres escribieron lo que los eruditos llaman “literatura apocalíptica”,
que viene de “apocalipsis”, palabra que significa ‘descorrer el velo’
para que las personas puedan ver cosas que de otra forma no podrían
ver.
Esta literatura apocalíptica, también llamada escatológica, no
solo nos lleva detrás del velo, sino que nos lleva al futuro.
Escatología (eschat significa ‘las últimas cosas’) significa ‘el estudio
de las últimas cosas’. Un profeta escatológico nos muestra lo que
sucederá cuando Dios haga llegar a su fin la historia humana según
su plan. Los eruditos hablan del plan de Dios para finalizar la historia
humana como “la doctrina de las últimas cosas” o “escatología”.
Bosquejo del libro de Ezequiel
El libro de Ezequiel, que está muy bien organizado, puede ser
resumido así: Ezequiel profetiza la destrucción de Jerusalén. Como
profeta de la cautividad, parte del objetivo de su misión era
contrarrestar el mensaje de muchos de los falsos profetas, que
proclamaban que habría un regreso anticipado de la cautividad
porque eso era lo que los cautivos deseaban escuchar.
Jeremías menciona a un falso profeta llamado Ananías, que
contradijo a Jeremías y dijo que la cautividad no iba a durar setenta
años, sino solo dos. Jeremías lo confrontó y predijo que ese profeta
moriría antes del fin de ese año, profecía que se cumplió literalmente
(Jeremías 28:11-17). Aparentemente, había muchos profetas falsos
que predicaban ese mensaje.
En los primeros veinticuatro capítulos de su libro, Ezequiel
refuta esta falsa profecía y enfatiza el hecho de que Jerusalén sería
destruida. Como Jeremías, Ezequiel predicó que no había forma de
evitar la conquista por parte de Babilonia y la destrucción de
Jerusalén.
En los capítulos 25 al 32, Ezequiel profetizó contra Babilonia,
la nación que iba a destruir Jerusalén. A esto le sigue una profecía
llena de esperanza, de que Jerusalén se levantaría nuevamente
(capítulos 33 – 40). Los últimos ocho capítulos de Ezequiel
contienen una profecía escatológica. Profetizó que en el mismo lugar
donde estaba ubicado el templo de Salomón, se levantaría otro
templo, que es llamado el templo del milenio.
La comisión de Ezequiel
La mayoría de los sermones de Ezequiel le llegaron en forma
de visiones, muchas de las cuales también pueden encontrarse en el
Libro del Apocalipsis. La primera revelación de Ezequiel comienza
así: “Y miré, y he aquí venía del norte un viento tempestuoso, y una
gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor,
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
28
y en medio del fuego algo que parecía como bronce refulgente, y en
medio de ella la figura de cuatro seres vivientes. Y esta era su
apariencia: había en ellos semejanza de hombre. Cada uno tenía
cuatro caras y cuatro alas. […]. Y el aspecto de sus caras era cara de
hombre, y cara de león al lado derecho de los cuatro, y cara de buey a
la izquierda en los cuatro; asimismo había en los cuatro cara de
águila. […]. Mientras yo miraba los seres vivientes, he aquí una
rueda sobre la tierra junto a los seres vivientes, a los cuatro lados.
[…]...el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas” (Ezequiel
1:4–6, 10, 15, 21).
Los cuatro seres vivientes son la parte importante de la
visión. El apóstol Juan también menciona a estos seres en el
Apocalipsis, cuando se abre una puerta en los cielos, en su visión.
Alrededor de un trono que vio en el cielo, estaban estos mismos
cuatro seres vivientes. El primero era como un león, el segundo como
un buey, el tercero como un hombre y el cuarto como un águila
(Apocalipsis 4:6, 7).
Algunos eruditos creen que esta visión que comparten
Ezequiel y Juan es un resumen de la forma en que Dios se revela en
las Escrituras. Cuando Dios se reveló por primera vez al hombre en
el Monte Sinaí, rugió como un león. La segunda forma en que Dios
se reveló al hombre fue por medio del gran sistema de sacrificios de
Éxodo y Levítico. El buey representa los animales que eran
sacrificados por los pecados del pueblo.
El hombre, en estos cuatro seres vivientes, nos remite a los
evangelios, donde Dios se convierte en hombre. Dios vivió entre
nosotros durante treinta y tres años. Algunos dicen que el águila
representa la deidad. Este Hombre que vivió entre nosotros era “Dios
verdadero de Dios verdadero”, como dicen los credos, y “hombre
verdadero de hombre verdadero”. La encarnación de Jesucristo fue el
punto máximo de la revelación que Dios hace de sí mismo a este
mundo.
Las ruedas podrían representar la revelación continua,
constante, de Dios, que quizá incluye también a los profetas que
proclamaron esa revelación, dado que el espíritu de los seres vivos
estaba en las ruedas. Estas son algunas posibles interpretaciones de la
primera visión de Ezequiel.
Ezequiel recibió su comisión de parte de Dios (capítulo 2)
después de haber visto esta visión. Esta sería la experiencia de
“venir” de Ezequiel a Dios. ¿Recuerda usted la experiencia de “venir
a Dios” de Isaías? Todos los grandes profetas y hombres de Dios en
el Antiguo Testamento tuvieron experiencias de venir y de ir.
Algunas experiencias los hacían acercarse a Dios, y luego tenían
experiencias en que “salían para” Dios.
Los profetas y hombres de Dios en el Antiguo Testamento
tenían una experiencia de “venir” que algunas veces duraba muchos
años, como es el caso de Moisés. Él tuvo ochenta años de
experiencias de “venir” y cuarenta años de “ir”. Por eso es que los
cuarenta años en que “fue” resultaron tan dinámicos; habían sido
precedidos por ochenta años de venir.
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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En el capítulo 1, la gran visión de los cuatro seres vivientes y
las ruedas fue la experiencia de venir de Ezequiel. Cuando Ezequiel
recibió su comisión, el pueblo de Judá había perdido su visión de
Dios. No tenían a Jerusalén, no tenían el templo, no tenían la Palabra
de Dios ni ninguna ayuda para adorar. Así que el líder espiritual de
ese período, Ezequiel, tenía que tener una visión sobrenatural de
Dios.
Dios le dio a Ezequiel una visión de Él mismo de diversas
maneras. Primero, Ezequiel dice vez tras vez: “Vino a mí palabra de
Jehová”. Esto sucede con todos los profetas. También dice: “La
mano de Jehová estaba sobre mí”. Ezequiel es conocido como “el
profeta del Espíritu Santo”, porque hace más referencia al Espíritu
Santo que cualquier otro profeta. Pero lo que hace único a Ezequiel
entre los profetas es que los cielos se abrieron para él y vio,
realmente, la gloria de Dios.
Dios dio esta visión de sí mismo para evitar que su pueblo
pereciera. También es la visión que Dios le dio a Ezequiel para que
pudiera ministrar al pueblo como profeta en esos tiempos tan difíciles
y en ese difícil lugar: los campos de trabajos forzados de Babilonia.
Atalaya espiritual
En el capítulo 3 se registra un gran sermón de Ezequiel,
llamado “El atalaya de Israel”. La metáfora está basada en la cultura
de las ciudades amuralladas que con frecuencia eran sitiadas por
crueles conquistadores. Salomón usa esta misma metáfora cuando
escribe que, si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia
(Salmos 127:1). Siempre había atalayas por las noches, escuchando y
observando sonidos y señales del enemigo. La metáfora de Ezequiel
también parte de la solemne responsabilidad del atalaya, de advertir a
los ciudadanos cuando aparecía un enemigo. El sermón del atalaya,
de Ezequiel, comienza así: “Y aconteció que al cabo de los siete días
vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, yo te he
puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi
boca, y los amonestarás de mi parte. […]. Pero si tú amonestares al
impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él
morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma” (vv. 16, 17,
19).
Jeremías reprendió a los falsos profetas de su época
diciéndoles, básicamente: “Ustedes nunca advirtieron al pueblo sobre
sus pecados ni trataron de librarlos de toda esta calamidad”. Pero fue
más allá: “Como profeta, si adviertes al pueblo y este persiste en su
maldad, morirá en su maldad, pero tú te salvarás. Pero si tú no lo
adviertes, Dios te hará responsable”.
El apóstol Pablo creía esto en su época. Escribió: “Porque
para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los
que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a
aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es
suficiente?” (2 Corintios 2:15, 16).
La aplicación devocional para nosotros es: si le hablamos del
evangelio a alguien, y esa persona cree, hemos sido fragancia de vida
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
30
para esa persona. Pero si le hablamos del evangelio a alguien, y esa
persona lo rechaza, somos olor de muerte para ella, porque le hemos
hecho imposible decir: “Yo no sabía. Nadie me lo dijo”. Si creemos
que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios, debemos sumarnos a
Ezequiel y creer que somos “atalayas” de las almas de quienes se
cruzan en nuestra vida.
Por eso, Ezequiel hizo énfasis en el Espíritu Santo en su
predicación. Ezequiel, como Pablo, encontraba su capacidad para
esta tremenda tarea en el Espíritu Santo. Pablo escribió: “Nuestra
competencia proviene de Dios” (2 Corintios 3:5). Pablo creía que,
cuando hablaba del evangelio a personas como los corintios, nada
provenía de él, sino que todo provenía del Espíritu. Solo Dios puede
darnos la capacidad para ser atalayas espirituales.
Capítulo 9
Huesos secos
Muchos pastores que han predicado la Palabra de Dios
durante toda la vida, aman un sermón que Ezequiel predicó en un
cementerio, que podría haber sido un campo de exterminio donde
muchas personas fueron masacradas. Leemos que Ezequiel fue
llevado a un valle cubierto de huesos secos (capítulo 37). La tarea
que Dios le encomendó fue predicarles a esos huesos.
En sentido figurado, este es el desafío que suele enfrentar un
pastor cuando se presenta frente a su congregación un domingo. Un
pastor dijo que, cuando Jesucristo regrese, su congregación será la
primera en resucitar, porque dice el apóstol Pablo que “los muertos
en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:16). Algunas
veces, el pastor se pregunta: “¿Podrán vivir estos huesos secos?
¿Podré predicar de tal manera que yo y mi mensaje tengamos la
energía del Espíritu Santo, y que las vidas de estas personas reciban
una transfusión de vida espiritual?”.
Ezequiel obedece la orden de su Señor, de predicar a esos
huesos secos: “Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y
dije: Señor Jehová, tú lo sabes. Me dijo entonces: Profetiza sobre
estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová. Así ha
dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar
espíritu en vosotros, y viviréis” (37:3–5).
El pueblo de Judá era como huesos secos. El desafío que Dios
planteó al profeta Ezequiel fue: “¿Crees que vivirán estos huesos
secos?”. En la Biblia, vez tras vez, Dios desafió a los profetas con
relación a sus visiones. Observe que Ezequiel no dijo: “Sí, tengo fe
para creer que pueden vivir”. En cambio, dijo: “Señor, solo Tú lo
sabes”. El profeta no se comprometió realmente con Dios, porque, en
realidad, no creía que esos huesos pudieran vivir. Entonces, Dios le
dijo: “Predica a estos huesos”.
Así que Ezequiel comenzó a predicarles a los huesos.
Después de predicar un poco, dice Ezequiel, hubo un ruido, como un
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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traqueteo, y los huesos comenzaron a unirse. Cuando los huesos
terminaron de unirse, Ezequiel tuvo una congregación de esqueletos
sin tendones ni carne en ellos. Ezequiel recibió nuevamente la orden:
“¡Predica!”. Cuando predicó, los huesos se cubrieron de carne y
tendones.
Cuando Ezequiel tuvo ese ejército de esqueletos con carne y
músculos, todavía no había respondido la pregunta de Dios: “¿Podrán
vivir nuevamente estos huesos?”. Esos cuerpos aún no tenían vida.
No había aliento en ellos. Así que le llegó la orden de Dios: “¡Predica
al Aliento!”. En la Biblia, se utiliza la misma palabra para referirse a
aliento, viento y espíritu. El Aliento, aquí, es el Espíritu Santo. Es un
gran principio que encontramos en toda la Biblia: sin el Espíritu
Santo, la tarea del predicador es imposible.
Cualquier verdadero profeta sabe que, si el Espíritu Santo no
viene y pone su mano de unción energizante sobre él, lo que está
tratando de hacer es imposible. Cuando Ezequiel predicó al Espíritu,
el Aliento vino y entró en esos cuerpos, que se convirtieron en un
poderoso ejército.
La primera aplicación para los judíos de lo que Ezequiel
había sido enviado a predicar era, básicamente: “Yo puedo
restaurarlos de su experiencia de cautividad, y lo haré. Puedo traerlos
de regreso de Babilonia a su tierra natal, y lo haré. Yo restauraré las
fortunas de Israel”.
La segunda aplicación de este gran mensaje nos da una
imagen de lo que implica el gran ministerio de edificar la iglesia hoy.
La predicación del evangelio edifica la iglesia. Los huesos secos
representan a los perdidos. De los más de seis mil millones de
personas que viven actualmente en la tierra, ¿cuántas conocen a
Jesucristo? ¿Cuántas viven en Jesucristo? ¿Cuántas saben lo que es
que el Espíritu Santo habite en ellas, y ser convertidas por el Espíritu
Santo? Muy pocas. Este es el desafío que enfrenta la iglesia hoy. La
aplicación devocional del sermón de los huesos secos, de Ezequiel,
es esta: ¿Puede la iglesia de Jesucristo recibir la energía del Espíritu
Santo para poner en práctica la Gran Comisión y llevar el evangelio
de Jesucristo a los perdidos de este mundo?
¿Es usted uno de los huesos secos? ¿Está perdido porque
nunca conoció o creyó el evangelio de la salvación? ¿Se aplica a
usted este mensaje, porque solo parece vivo, pero le falta la
verdadera vida? ¿Tiene usted el Aliento del Espíritu de Dios en su
vida y su ministerio? Sean cuales fueren sus circunstancias,
probablemente no sean tan difíciles como las que Ezequiel
enfrentaba cada mañana al levantarse. Si Dios pudo dar vida a los
huesos secos para Ezequiel, puede hacerlo para usted y para mí.
Si el Espíritu Santo vive en usted, ¿qué está haciendo usted
para edificar la iglesia? No es necesario ser predicador para hablarles
del evangelio a otros. Usted debe creer que el Espíritu de Dios ungirá
la Palabra de Dios cuando usted la proclame a otra persona. Se dice
que un evangelista es un mendigo que le dice a otro mendigo dónde
puede encontrar pan. Si usted es uno de esos mendigos que les dicen
a otros mendigos dónde pueden encontrar pan, espiritualmente
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
32
hablando, debe comprender cuán poderosa es la combinación de la
oración y la transmisión de la Palabra.
En el capítulo 2 del Libro de los Hechos, leemos que los
discípulos vivían juntos, en una gran comunidad espiritual.
Compartían sus posesiones y su comida: practicaban un socialismo
puro. Los apóstoles servían las mesas, o administraban el sistema de
provisión de comida, lo cual les quitaba tiempo para dedicar a su
ministerio pastoral. Leemos que, entonces, tomaron una decisión
muy importante. Eligieron a los primeros diáconos y les dijeron:
“Ustedes ocúpense de este asunto, y nosotros nos dedicaremos a la
oración y a ministrar la Palabra”. Dios bendijo con poder esta
decisión, y los apóstoles oraron y predicaron la Palabra.
Esta es la misma y poderosa combinación que Ezequiel usó
en su ministerio. Alguien ha dicho que, cuando nos reunimos como
iglesia, si nada cambia, nada ha sucedido. Cuando predicamos la
Palabra, si simplemente transmitimos información, no les sucederá
nada a los que nos escuchan. Pero, si seguimos el ejemplo de
Ezequiel y de los apóstoles, descubriremos que, cuando oramos antes
de predicar, algo sucede. Las vidas de las personas que escuchan la
Palabra cambian para siempre.
Cuando usted proclame la Buena Noticia que Dios le da para
proclamar, cuando “predique a los huesos”, también predíquele al
Aliento, al Espíritu Santo. Debemos mirar a Dios todo el tiempo,
mientras predicamos o le hablamos del evangelio a otra persona, para
que la unción energizante del Espíritu dé poder a cada palabra que
digamos. Cuando su poder da energía a nosotros y a nuestras
palabras, los “huesos” cobran vida.
Capítulo 10
La profecía de Daniel
Creyentes vs. babilonios
Daniel es el cuarto de los llamados “profetas mayores” y el
tercero de los “profetas de la cautividad”. Conocemos a Daniel
cuando él tiene aproximadamente catorce años, y Jerusalén cae por
primera vez. No hubo una gran deportación de personas a Babilonia
en esa ocasión; solo unos pocos selectos, incluyendo a Daniel y sus
tres amigos adolescentes, fueron llevados juntos a la cautividad.
Nabucodonosor, rey de Babilonia, aparentemente, había ordenado:
“Quiero que los nobles, los príncipes y los jóvenes realmente
inteligentes sean educados en mis universidades”. Dios estaba
usando el decreto de un gobernante mundial pagano para colocar
estratégicamente en Babilonia un ministerio para el bien de su
pueblo, para que, cuando llegara la mayoría de los cautivos, tuvieran
cierta influencia en el palacio de Nabucodonosor.
Ejemplos y advertencias
Los doce capítulos del Libro de Daniel se dividen en dos
partes iguales. Los primeros seis capítulos son una narración
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
33
histórica. Los capítulos 7 al 12 son revelaciones proféticas. El
versículo clave para todas las narraciones históricas de la Biblia —y
la que se encuentra en los capítulos 1 al 6 de Daniel— es un
versículo del Nuevo Testamento que dice: “Y estas cosas les
acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a
nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Corintios
10:11).
En el Antiguo Testamento, vemos que la vida espiritual de la
mayoría de los hijos de Dios tuvo altos y bajos. Pero no es el caso de
José y Daniel. Ambos vivieron toda su vida adulta en la cultura hostil
de los escenarios políticos de imperios mundiales. Estos dos hombres
son dos de las personas más puras que se pueden encontrar en la
Palabra de Dios. José vivió a la diestra de un faraón egipcio, y Daniel
vivió toda su vida de adulto en la cultura hostil de la política
babilónica y persa.
Vivió más que Nabucodonosor y su hijo Belsasar. Vivió para
ver la caída del imperio babilónico frente al persa. Sobrevivió y
sirvió como profeta durante los setenta años de la cautividad en
Babilonia. Era demasiado anciano y débil como para regresar con los
cautivos, pero los vio salir de la cautividad.
El rol de Daniel fue mostrar al pueblo de Judá cómo soportar
la cautividad, una tarea que comenzó a cumplir cuando solo tenía
catorce años. Daniel soportó la cautividad de forma magnífica, y fue,
así, un ejemplo excelente para el pueblo de Judá... y para nosotros
hoy.
La resolución de Daniel
El apóstol Pablo escribió: “No os conforméis a este siglo,
sino transformaos por medio de la renovación de vuestro
entendimiento”(Romanos 12:2). Este versículo ha sido parafraseado
de la siguiente forma: “No permitan que el mundo los obligue a
tomar su forma, sino permitan que Dios vuelva a moldear sus mentes
desde adentro”. Esta era una exhortación para los creyentes del
Nuevo Testamento, pero la misma verdad se aplicó a Daniel cuando
él llegó a Babilonia.
Daniel no tardó en darse cuenta de que estaban presionándolo
para que se acomodara a la forma de la cultura babilónica. Fue
elegido y obligado a asistir a la universidad en Babilonia, y
capacitado por los sabios de Nabucodonosor para llegar a ser, algún
día, un buen líder babilónico para ellos. El primer problema que tuvo
que enfrentar Daniel fue la comida babilónica, rica en grasas. Esa
comida probablemente incluyera cerdo y toda clase de cosas que eran
impuras para un joven judío. Leemos que “Daniel propuso en su
corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con
el vino que él bebía” (Daniel 1:8).
El nombre de Daniel significa ‘Dios es mi juez’. Daniel
andaba delante de Dios, pidiéndole que juzgara cada uno de sus
movimientos. Sus tres amigos también tenían nombres con
significados muy importantes espiritualmente. Misael significa
‘¿Quién como Dios?’; Ananías, ‘Jehová fue favorecido’, y Azarías,
‘ayudado por Jehová’.
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
34
Lo primero que hicieron los babilonios fue cambiar los
nombres de estos adolescentes hebreos. El nombre de Daniel fue
cambiado por Beltsasar, que significaba ‘Bel proteja su vida’. Bel era
un dios babilónico. Los babilonios estaban tratando de hacer creer a
Daniel que estaría bajo la protección de un dios pagano. El nombre
de Misael fue cambiado por Mesac, que es Mardock en Babilonia,
también el nombre de un dios. Y Azarías fue cambiado por Abed-
nego, que significaba ‘siervo del dios babilónico de la sabiduría’
(Daniel 1:7).
Nabucodonosor les estaba diciendo a estos cuatro jóvenes:
“Los vamos a convertir en babilonios”. Pero Daniel y sus tres amigos
adolescentes se enfrentaron a él y a todo el imperio babilónico
diciéndoles, básicamente: “Ustedes no nos van a convertir en
babilonios a nosotros. ¡Nosotros los vamos a convertir en creyentes a
ustedes!”.
El cuarto capítulo de Daniel nos dice que Nabucodonosor, el
genio que armó el gran imperio babilónico, profesó fe en Dios. Este
es uno de los capítulos más magníficos de la Biblia. ¿Qué fue lo que
llevó a Nabucodonosor a hacer esa profesión de fe? Todo comenzó
cuando Daniel rehusó contaminarse con las impuras y grasosas
comidas de Babilonia.
Interpretación de sueños
Al comienzo mismo de la cautividad, Daniel y sus amigos
tuvieron otra confrontación. Nabucodonosor tuvo un sueño que lo
perturbó mucho. Entonces, llamó a sus sabios y les dijo: “Díganme
qué soñé, y después interpreten el significado de mi sueño”.
Como es de imaginar, este fue un problema tremendo para los
sabios babilónicos. No es demasiado difícil interpretar sueños, pero
¿cómo saber si la interpretación es correcta? Eso estaba pensando
Nabucodonosor. Cuando el rey planteó ese desafío a sus sabios, estos
se perturbaron y entraron en pánico. Cuando un gobernante como
Nabucodonosor pedía que se hiciera algo y no lo hacían, estaban en
terribles problemas.
Así que le dijeron al rey: “No hay hombre sobre la tierra que
pueda declarar el asunto del rey; [...] no hay quien lo pueda declarar
al rey, salvo los dioses cuya morada no es con la carne” (Daniel 2:10,
11). Esta respuesta hizo enfurecer de tal modo a Nabucodonosor que
ordenó que todos los sabios fueran ejecutados. Lo cual incluía a
Daniel y sus amigos, porque eran alumnos de esos sabios.
Cuando llegó el verdugo para matarlos, Daniel habló con gran
sabiduría y tacto. Preguntó: “¿Por qué es tan severo el decreto del
rey?”. El verdugo respondió: “El rey y sus sabios tuvieron un
desacuerdo. Los sabios le dijeron que los dioses no viven en los
hombres y, por lo tanto, ellos no pueden decirle al rey qué fue lo que
él soñó”.
Una paráfrasis resumida de la respuesta de Daniel sería: “Ah,
pero allí es donde se equivocan, porque Dios sí vive en los hombres”.
Daniel fue a ver al rey y le pidió que le diera un tiempo para poder
decirle qué había soñado e interpretar su sueño. Después, Daniel les
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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dijo a sus tres amigos lo que había hecho, y ellos se pusieron a orar.
Esa noche, en un sueño, Dios le reveló sobrenaturalmente a Daniel lo
que Nabucodonosor había soñado, y su interpretación.
Daniel tuvo su audiencia con el rey Nabucodonosor y,
básicamente, la conversación fue así: “Joven, entiendo que puedes
decirme lo que soñé y lo que eso significa”. Daniel respondió: “Solo
Dios puede hacer lo que has pedido a tus sabios que hicieran, oh rey.
Tus sabios están equivocados. Dios sí habita con los hombres, y me
ha dicho cuál fue tu sueño y cuál es su interpretación”. Cuando
Daniel le dijo a Nabucodonosor cuál había sido su sueño y cuál era
su interpretación, el rey cayó de bruces, y desde ese día siempre se
refirió a Daniel como “el hombre en quien vive el Espíritu de Dios”
(ver capítulo 2). La interpretación del sueño del rey que hizo Daniel
es solo uno de los cinco milagros que registra el Libro de Daniel y
que demuestran que lo sobrenatural existe. Los otros cuatro milagros
son: el rescate de los tres amigos de Daniel del horno de fuego
(capítulo 3), la profesión de fe de Nabucodonosor (capítulo 4), la
escritura en la pared (capítulo 5) y el rescate de Daniel del foso de los
leones (capítulo 6).
Por medio de estos milagros, Daniel y sus amigos
demostraron la clase de fe que puede hacernos atravesar los peores
momentos. Ellos tenían una fe que creía en el poder sobrenatural de
Dios, absolutamente. Creían en el poder de la oración,
absolutamente, y creían absolutamente en la providencia de Dios que
los había ubicado en Babilonia.
¿Alguna vez ha vivido usted crisis en su vida que eran
inevitables, intolerables, y lo enfrentaban con algo imposible? Las
crisis que Daniel y sus amigos enfrentaron en Babilonia eran
inevitables, intolerables, y los hicieron enfrentar algo imposible.
Ellos nos muestran cómo podemos vivir con ese tipo de crisis, por la
forma en que vivieron sus propias crisis en Babilonia.
Cuando piense en estos milagros del Libro de Daniel,
pregúntese: ¿Cree usted en el poder sobrenatural de Dios? ¿Cree en
el poder sobrenatural de la oración? ¿Cree en la providencia y los
propósitos de Dios para colocarlo donde usted está, para la gloria de
Él? ¿Cree en estas cosas absolutamente?
Capítulo 11
La gloria que era Babilonia
Aunque no estamos haciendo un estudio académico, sino un
repaso devocional de toda la Biblia, hay cierta perspectiva histórica
que debemos tener para apreciar y comprender el mensaje del Libro
de Daniel. La Biblia utiliza con frecuencia los reinados de reyes o
césares para dar un marco histórico a los hechos bíblicos, como en
los primeros versículos de la historia de la Navidad que cuenta el
segundo capítulo del Evangelio de Lucas.
Durante los hechos que registran los primeros cuatro
capítulos del Libro de Daniel, Nabucodonosor era el rey del Imperio
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
36
Mundial Babilónico. En el quinto capítulo de Daniel se nos dice que
el rey es el hijo de Nabucodonosor, Belsasar. En los últimos
versículos del capítulo 5 y los primeros del sexto capítulo de Daniel,
leemos que los persas han conquistado Babilonia, y Darío de Media
es el rey. De esta forma, sabemos que los primeros seis capítulos de
Daniel cubren setenta años de historia de Babilonia.
El contexto histórico de los hechos que cubre la Biblia abarca
imperios mundiales como Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y
Roma. Dos imperios mundiales se superponen en el Libro de Daniel:
el imperio babilónico, que duró setenta años, y el imperio persa, con
sus 127 provincias de Media-Persia, que es también el contexto
histórico del Libro de Ester. En una de las profecías de Daniel, se
hace referencia a cuatro de estas potencias mundiales: Babilonia,
Persia, Grecia y Roma.
Para comprender mejor el contexto histórico del Libro de
Daniel, y para apreciar la pompa y la gloria del rey Nabucodonosor,
nos ayudará mucho aprender algo sobre la ciudad de Babilonia. Lea
esta descripción de la ciudad escrita por un erudito en historia del
Antiguo Testamento: “En ella vivían más de dos millones de
personas, y sus jardines colgantes eran una de las siete maravillas del
mundo antiguo. Los historiadores nos dicen que los muros que
rodeaban esta ciudad tenían casi 100 kilómetros de largo,
aproximadamente 25 kilómetros por lado. El muro tenía 110 metros
de altura y aproximadamente 30 metros de ancho. Se extendía 13
metros por debajo de la tierra, para que los enemigos no pudieran
hacer túneles para entrar. Había 400 metros de espacio vacío entre la
ciudad y el muro, en toda su extensión. El muro estaba protegido, por
fuera, por fosos anchos y profundos llenos de agua. Había 250
guardias en las torres del muro.
“La ciudad estaba dividida por el río Éufrates en dos partes
casi iguales. Ambas orillas estaban resguardadas por el muro de
ladrillos, que tenía 25 puertas que conectaban calles y las barcazas
que cruzaban el río. Había un puente sobre pilotes de piedra, que
tenía casi un kilómetro de largo y 11 metros de ancho, con puentes
levadizos que se quitaban de noche. Había un túnel debajo del río, de
7 metros de ancho y casi 4 metros de altura. Según el concepto de lo
que era la guerra en esa época, esta ciudad era inexpugnable”.
En la época de Daniel, Babilonia no solo era la ciudad más
importante del mundo, sino que gobernaba al imperio más poderoso
que había existido hasta ese momento. Pero ese imperio duró solo
setenta años. Daniel estuvo allí desde su surgimiento hasta su caída.
Fue amigo y consejero del rey. Nabucodonosor fue un genio y un
poderoso gobernante que construyó el imperio babilónico y lo dirigió
durante cuarenta y cinco de los setenta años que permaneció.
El poder y la autoridad de Nabucodonosor eran absolutos. En
el capítulo 5 de Daniel leemos: “A quien quería mataba, y a quien
quería daba vida; engrandecía a quien quería, y a quien quería
humillaba” (v. 19). En la actualidad, para muchos, es difícil apreciar
la autoridad absoluta de un dictador como Nabucodonosor. Pero
cuando poseemos cierta perspectiva histórica sobre este hombre, nos
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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damos cuenta de que, cuando él hace su profesión de fe en el Dios de
Daniel, está ocurriendo un gran milagro.
La milagrosa forma en que Daniel supo qué había soñado
Nabucodonosor y lo interpretó (capítulo 2) hizo un profundo impacto
en este emperador. En ese sueño, Nabucodonosor había visto una
estatua de un hombre. La cabeza era de oro; el pecho era de plata; el
vientre y los muslos, de bronce; las piernas de hierro, y los pies, de
hierro y barro.
La interpretación fue que esos eran cuatro grandes reinos
mundiales. Al interpretar el sueño de Nabucodonosor, Daniel dijo,
básicamente: “Tú eres la cabeza de oro, porque ahora eres la potencia
mundial, pero tu poder no permanecerá. Tu reino caerá y será
sucedido por otro reino. Esa es la parte de plata de la estatua. Este
reino, Persia, no será tan grande como el tuyo. El reino de bronce,
que es Grecia, le seguirá. Finalmente, las piernas de bronce
corresponden al Imperio Romano”. Los diez dedos podrían
representar las diez dimensiones del Imperio Romano.
Aparentemente, Nabucodonosor se llenó de orgullo cuando se
enteró de que él era la “cabeza de oro”. Así que hizo una estatua de
oro y ordenó que todos se postraran para adorarla. ¡En ese momento,
estaba lejos de haberse convertido! Pero, como veremos, el
testimonio de Daniel y sus tres amigos tuvo un profundo impacto
sobre él, que le cambió la vida y lo llevó a hacer una profesión de fe
en el Dios vivo y verdadero.
Nabucodonosor se arrepiente
En el sueño de Nabucodonosor, una piedra era cortada de la
ladera de una montaña, pero no por manos humanas. Esta piedra
sobrenatural caía sobre los pies de la gran estatua de Nabucodonosor,
los pies que eran de hierro y barro. Esto hacía que toda la estatua
cayera, se desintegrara y desapareciera como paja en la era. La
interpretación que Daniel dio a Nabucodonosor era que todos estos
reinos, los representados por el oro, la plata, el bronce y el hierro,
serían vencidos, un día, por un reino sobrenatural: el reino de Dios.
No sabemos exactamente cómo Dios utilizó la vida y las
palabras de Daniel para alcanzar a Nabucodonosor, pero,
milagrosamente, en el capítulo 4 de Daniel dice: “Conviene que yo
declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho
conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus
maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en
generación” (vv. 2, 3).
En este extraordinario capítulo de la Biblia, Nabucodonosor
relata otro sueño que tuvo. En este sueño, veía un árbol muy alto, tan
alto que podía ser visto por todo el mundo. Sus ramas estaban llenas
de frutos, con suficiente fruto para que todo el mundo comiera.
Entonces, un ángel de Dios descendía del cielo y gritaba: “Derribad
el árbol, y cortad sus ramas, quitadle el follaje, y dispersad su fruto;
[...]. Mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de
hierro y de bronce entre la hierba del campo” (4:14, 15).
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
38
El ángel continuó: “Sea mojado con el rocío del cielo, y con
las bestias sea su parte entre la hierba de la tierra. Su corazón de
hombre sea cambiado, y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre
él siete tiempos” (vv. 15, 16). El ángel dijo que el propósito de este
decreto era que el mundo pudiera entender que “el Altísimo gobierna
el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye
sobre él al más bajo de los hombres”.
El rey nos dice que también le contó este sueño a Daniel y,
cuando el profeta lo escuchó, quedó en silencio durante una hora,
anonadado por el significado de este sueño. Finalmente dijo: “Señor
mío, el sueño sea para tus enemigos, y su interpretación para los que
mal te quieren” (v. 19).
Después que el rey instó solemnemente a Daniel para que le
dijera la interpretación de este sueño, él le dijo: “Que te echarán de
entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con
hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío
del cielo serás bañado; y siete tiempos [años] pasarán sobre ti, hasta
que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los
hombres, y que lo da a quien él quiere” (v. 25).
Pero Daniel continuó diciendo que Dios restauraría el reino a
Nabucodonosor cuando este reconociera la soberanía de Dios.
Entonces, Daniel imploró: “Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus
pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias
para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu
tranquilidad” (v. 27).
Aparentemente, Daniel escribe entonces algunos versículos
que relatan el cumplimiento de esta interpretación profética de su
sueño. Después de terminado su terrible sufrimiento, Nabucodonosor
retoma su profesión de fe y alabanza al Dios vivo y verdadero de
Daniel. ¡Levanta sus ojos al cielo y alaba, honra y glorifica al
Altísimo!
Observe que Dios tuvo un propósito para hacer pasar a
Nabucodonosor por esa horrible experiencia: que aprendiera que el
Altísimo gobierna sobre los reinos humanos. Nabucodonosor tuvo
que vivir como un animal durante siete años hasta que, finalmente,
aprendió lo que Dios quería que aprendiera. ¡Qué ego enorme debe
de haber tenido, ya que le llevó a Dios siete años hacer que este
gobernante inclinara su cabeza!
¿Es posible que haya momentos en que pasemos por
experiencias terribles porque Dios está tratando de demostrarnos que
Él tiene todo el derecho de gobernar no solo este mundo, sino
también nuestras vidas? Cuando eso sucede, ¿cuánto tiempo debe
pasar antes que le digamos a Dios: “¡Señor mío y Dios mío! Tú eres
quien tiene el poder. Eres soberano, y tienes absoluta autoridad sobre
mi vida”?
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Capítulo 12
Visiones y revelaciones de Daniel
Los primeros seis capítulos de Daniel son de historia, por lo
cual son fáciles de comprender. Los últimos seis capítulos, como el
Libro del Apocalipsis y las profecías de Ezequiel y Zacarías, son
muy difíciles de comprender. La interpretación que hizo el profeta
del primer sueño de Nabucodonosor, en Daniel 2, nos da un modelo
para guiarnos cuando intentamos interpretar las difíciles revelaciones
y visiones del Libro de Daniel. Solo gracias al ministerio de
enseñanza del Espíritu Santo podemos comprender estas visiones que
son una revelación profética de la gran obra de Dios en nuestro
mundo.
A continuación, veremos algunos pasos que debemos dar para
tratar de comprender las visiones y revelaciones de Daniel. Primero,
observe los símbolos de la visión. Por ejemplo, en la primera de estas
difíciles visiones de Daniel, que está registrada en el capítulo 7, los
símbolos de la visión son similares a los del primer sueño de
Nabucodonosor.
Cuatro grandes vientos comenzaron a soplar y levantaron un
gran mar, y entonces aparecieron cuatro grandes bestias. La cuarta
bestia era terrible y espantosa, y destruyó a las otras, pero antes de
destruirlas, le salieron diez cuernos. Entonces, entre los diez cuernos
salió uno pequeño que tenía ojos y una boca grande, y hablaba de
cosas grandes.
Segundo, observe la acción e interacción entre los símbolos.
Considere la interpretación dada en el texto, que es la interpretación
inspirada del pasaje. Después de hacerlo, pídale en oración al
Espíritu Santo que le muestre qué significa todo esto. Pregúntese:
“¿Qué dice? ¿Qué significa? ¿Qué significaba para ellos? ¿Qué
significa para mí?”.
La revelación inspirada del sueño de Daniel en el capítulo 7
nos dice que, una vez más, estamos viendo cuatro grandes reinos.
“Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en la
tierra. Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán
el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre” (vv. 17, 18). Un
cuarto reino aparecerá en la tierra y lo devorará. Los diez cuernos son
diez reyes que vendrán de ese reino. “Y los diez cuernos significan
que de aquel reino se levantarán diez reyes; y tras ellos se levantará
otro, el cual será diferente de los primeros, y a tres reyes derribará. Y
hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo
quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y la ley; y serán
entregados en su mano hasta tiempo, y tiempos, y medio tiempo”
(vv. 24, 25).
Toda vez que se mencionan cuernos en la Biblia, son una
representación del poder, como el cuerno de un animal que destroza a
otros animales. Estos diez cuernos y el cuerno pequeño también
representan poderes o reinos. Muchas personas interpretan que este
cuarto reino es un Imperio Romano reestablecido. En la visión de
Nabucodonosor, las piernas de hierro (el cuarto reino) representaban
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
40
al Imperio Romano. Algunos creen que esta visión también
representa a un renacido Imperio Romano, pero en el futuro. Otros
dicen que no, que este cuarto reino es más terrible que todos los
demás. Es una figura del reino de Dios y presenta proféticamente a
Dios expresando su ira.
Personalmente, creo que no se puede ser dogmático en la
interpretación de estas profecías de Daniel. Sea que estemos en lo
cierto o no en cuanto a todos los detalles, debemos recordar esta gran
verdad de esta profecía en el séptimo capítulo de Daniel: Si somos
parte del pueblo de Dios, somos parte del reino que tendrá la victoria.
Todas estas visiones terminan con una nota de optimismo. Presentan
al reino de Dios venciendo a todos los demás reinos y
estableciéndose para la eternidad.
La visión de las setenta semanas
La visión o revelación profética más famosa de Daniel es “la
visión de las setenta semanas”. Daniel nos dice que, cuando estaba
leyendo las profecías de Jeremías, se dio cuenta de que era tiempo de
que el pueblo de Dios retornara de la cautividad en Babilonia. Isaías
y Jeremías habían predicho que, después de estar cautivo en
Babilonia durante setenta años, el pueblo de Judá regresaría a su
propia tierra. Cuando Daniel nos dice, al final del capítulo 5 y el
comienzo del 6, que ahora está bajo el gobierno de Darío el medo,
está fechando el final de los setenta años de cautividad.
Mientras hacía su magnífica oración del capítulo 9, Daniel
estaba, obviamente, abrumado por el hecho de que los setenta años se
habían cumplido. Mientras oraba, Daniel confesó sus pecados y los
del pueblo. Daniel fue uno de los personajes más puros de la Biblia,
pero se identificó con los pecados del pueblo diciendo cosas como
“nuestro pecado” y “hemos pecado” treinta y dos veces en esta
oración.
Daniel rogó el perdón de Dios. Dijo, de hecho: “Dios, Tú no
solo estás dispuesto a perdonarnos, sino que casi has terminado de
castigarnos”. En su oración, obviamente, estaba entusiasmado por el
hecho de que Dios iba a perdonar a su pueblo y lo iba a restaurar.
Mientras Daniel oraba, el ángel Gabriel se le apareció y le
dijo: “Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido
para enseñártela” (Daniel 9:23). Esta fue la respuesta de Dios a la
oración de Daniel, una de las profecías mesiánicas más precisas que
podemos encontrar en toda la Biblia. La visión es, básicamente, esta:
“Setenta semanas de años son decretadas en cuanto a tu pueblo y tu
ciudad santa. Estos son los propósitos de las setenta semanas
decretadas: terminar con la trasgresión, expiar la iniquidad, traer
justicia eterna, sellar la visión y el profeta y ungir al Santo de los
santos”.
Mezclado con la buena noticia de que estaba próximo a
producirse el retorno, encontramos un mensaje sobre el primer
advenimiento o venida del Mesías, Jesucristo. La interpretación de
esta extraordinaria profecía requiere que practiquemos cierta
Fascículo No. 8: Isaías - Daniel
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aritmética sencilla. Dios le dice a Daniel que, así como la cautividad
duró setenta años, entre la cautividad y la venida del Mesías iban a
transcurrir setenta veces siete años, es decir, 490 años. Estos años
estarían divididos en semanas de años (siete períodos de años) y, a su
vez, estas semanas de años estarían divididas de esta forma: siete
semanas, sesenta y dos semanas y una semana. En medio de esa
semana, el Ungido sería “cortado”, es decir, enviado a la muerte.
Esta profecía data del tiempo en que Ciro emitió el decreto de
que el pueblo podía regresar para reconstruir Jerusalén. Hubo tres
regresos, pero el principal fue en el año 457 A. de J.C. Si tomamos
las sesenta y dos semanas más siete, y multiplicamos eso por siete,
tenemos 483 años. Si avanzamos en la historia ese número de años a
partir del 457 A. de J.C., llegamos al año 26 D. de J.C., que, según
dicen los historiadores, es el año en que el Mesías comenzó su
ministerio público. Debía haber una semana de años (siete años)
después de eso, y en mitad de esa semana de años, el Santo sería
cortado. Los eruditos creen que Jesús fue crucificado exactamente
tres años y medio después del 26 D. de J.C.
Aunque los eruditos no concuerdan en los detalles, lo que es
claro en esta profecía es que es una extraordinaria predicción del
tiempo exacto de la llegada y la crucifixión del Mesías y el comienzo
de su reino, que no tendrá fin. Este es el reino que es presentado
proféticamente en el segundo sueño o visión de Nabucodonosor, que
Daniel le interpretó (2:34, 35, 44, 45). Ese reino era descrito como
una enorme piedra que caía sobre los pies de la estatua que
representaba a los cuatro reinos, y los hacía volar como paja.
La parte de la estatua sobre la que caía esta piedra era la que
representaba al Imperio Romano. Esto predice, de forma precisa y
elocuente, que Jesús comenzó su reinado durante el transcurso del
Imperio Romano, y que el reino de Dios que Jesús inició, y que ya ha
superado al Imperio Romano en más de dos mil años, no tendrá fin.
Aplicación personal de esta profecía
Una interpretación y aplicación obvia de esta milagrosa
visión profética es que quienes son parte de este reino eterno tendrán
vida eterna porque son parte de un reino sin fin.
Para cambiar la metáfora, si usted es creyente, si es parte del
pueblo de Dios, entonces, es un soldado del ejército que ganará la
batalla entre el bien y el mal. La guerra entre el bien y el mal se viene
luchando desde hace miles de años y es librada en muchas partes del
mundo en la actualidad. El lugar cambia constantemente; el bien y el
mal tienen diferentes rostros, pero es una guerra que se ha venido
librando desde que Caín mató a su hermano Abel.
Ciudadanos del cielo
El apóstol Pablo escribe que somos ciudadanos del cielo, y la Biblia
nos dice que las personas de fe somos peregrinos que estamos de
paso por este mundo mientras buscamos una ciudad con fundamento
cuyo Hacedor y Constructor es Dios. Dice que el pueblo de Dios es
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como un río que fluye por este mundo hacia esa ciudad de Dios
donde habrá gran gozo cuando el río llegue (Hebreos 11:13-16;
Salmos 46:4, 5).
¿Es usted súbdito del reino eterno, y comparte la victoria que
Cristo y su Padre Dios van a ganar sin lugar a dudas? Jesucristo es el
Rey de reyes y Señor de señores, el líder que, finalmente, vencerá a
las fuerzas del mal en este mundo. Si somos verdaderos discípulos
suyos, somos soldados de su ejército espiritual. Quizá perdamos
algunas batallas por el camino, pero vamos a ganar la guerra. Por
toda la eternidad, viviremos esta realidad: La calidad de nuestra
eternidad estará determinada por la medida en que participamos de su
victoria.