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PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE LA REPÚBLICA MOLDAVA
PRIDNESTROVIANA (“TRANSNISTRIA”). IMPRESIONES DESDE EL
TERRENO.
Javier Gutiérrez Espinosa, investigador FPU en el Departamento de Historia del
Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos. Facultad de Ciencias Políticas
y Sociología. Universidad Complutense de Madrid (UCM). Email: javigu03@ucm.es
Resumen
La República Moldava Pridnestroviana (RMP), más conocida como Transnistria, es
un estado con reconocimiento limitado, ubicado entre Ucrania y la República de
Moldavia, que declaró la independencia de esta última en 1990, aunque su autonomía
no se confirmó hasta la guerra civil de 1992 que se saldó con la victoria de las fuerzas
separatistas apoyadas por Rusia. Sin embargo, ningún estado miembro de la ONU
reconoce a Transnistria como país independiente.
Este trabajo repasa la historia de la RMP y registra los efectos que el conflicto
ucraniano, la inestabilidad política en la República de Moldavia y la crisis económica
que vive Rusia, han tenido sobre la RPM y reflexiona sobre su futuro, a través de la
propia experiencia personal sobre el terreno y las opiniones de sus ciudadanos, los
principales perjudicados por el aislamiento y el recorte de las ayudas rusas, que
mantenían a la república en un “bienestar ficticio”, clave para mantener el apoyo
popular del proyecto.
Aunque el nivel de incertidumbre sobre los derroteros que tomará el conflicto es alto,
la reintegración en la República de Moldavia, la anexión a Rusia o el reconocimiento
como estado independiente por parte de ésta, parecen soluciones muy poco probables al
aislamiento de la RMP, inclinándose por la opción más factible: el agravamiento de la
crisis económica y la pérdida paulatina de población.
Palabras clave
Postcomunismo, estados con reconocimiento limitado, Rusia, Transnistria, Moldavia
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UN LEGADO DE LA UNIÓN SOVIÉTICA
La desintegración de la Unión Soviética no fue tan pacífica ni tan consensuada como
se cree. La solución del puzle de las nacionalidades no generó conflictos bélicos tan
encarnizados y mediáticos como los que tuvieron lugar en la antigua Yugoslavia.
Tampoco hubo sorpresas en el diseño de las fronteras de los nuevos estados
independientes: las 15 repúblicas socialistas integrantes de la Unión Soviética se
convirtieron en estados soberanos, respetándose la integridad territorial de todas ellas.
Pero tras décadas de dominio soviético y de favores y agravios a unas y otras
nacionalidades, para satisfacer unos u otros intereses, así como por culpa de viejos y
enconados conflictos que bajaron de intensidad pero no desaparecieron durante la etapa
soviética, el proceso fue necesariamente complejo y, en algunos casos, violento.
Ejemplos de ello son la guerra de Chechenia en la Federación Rusa, el conflicto en
Nagorno Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán, la guerra civil moldava por el control de
la región de Transnistria y el conflicto tayiko. Cierto es también que algunas
problemáticas nacionales no estallaron automáticamente tras la independencia, pero sí
que tienen su raíz en ella. Es el caso del conflicto ucraniano y la anexión rusa de
Crimea, o de la guerra de Osetia del Sur de 2008, que han ocurrido más recientemente.
Por lo tanto, los ecos de la desintegración de la Unión Soviética, 25 años después,
resuenan todavía en las repúblicas herederas, condicionando de diferente manera su día
a día, así como comprometiendo la paz y prosperidad de estas regiones.
En algunos casos, la problemática parece estar protagonizada por minorías rusas o
rusificadas que se sienten amenazadas por el nacionalismo dominante del estado al que
pertenecen. Un ejemplo de ello podría ser el conflicto de Transnistria, una pequeña
región al este de Moldavia, entre el río Dniéster y la frontera ucraniana, con mayoría de
población eslava y rusófona, que funciona como si se tratara de un estado
independiente, pues Chisináu no tiene control sobre este territorio desde la guerra de
1992. La República Moldava Pridnestroviana –RMP-, nombre con el que se ha
bautizado a este estado de facto, cuenta con su propio ejército, pasaporte, moneda, etc.
pese que a ojos de toda la comunidad internacional, este territorio forma parte de la
República de Moldavia. Tan solo otros tres estados con reconocimiento limitado -
Abjasia, Osetia del Sur y Nagorno Karabaj-, reconocen a la RMP como estado
independiente.
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El conflicto ucraniano, la crisis económica que vive Rusia y la inestabilidad política
en la República de Moldavia, han abierto un nuevo escenario para la RMP. En primer
lugar, dada la filiación prorrusa de la república, ésta se encuentra encorsetada entre dos
estados hostiles, claves otrora para el exiguo comercio transnistrio. Ambos la acusan de
servir como centro de operaciones a los irredentos prorrusos y de trabajar para la
desestabilización y extensión del conflicto a las regiones de Odessa y Moldavia (Sobják,
2014b). Por otro lado, la inestabilidad política en la República de Moldavia y la
agudización del conflicto entre prorrusos y proeuropeos, así como la reciente firma de
un tratado de asociación con la UE, han contribuido a enmarañar aún más las relaciones
entre Chisináu y Tiráspol, la capital de la RMP, dinamitando cualquier posibilidad de
una resolución consensuada del conflicto. También, la necesidad de su principal socio;
el Kremlin, de prestar apoyo militar y financiero a las recién nacidas Repúblicas
Populares de Donetsk y Lugansk, y a Crimea, junto con la crisis económica rusa,
concretizada en la caída del rublo, inducida a su vez por las sanciones occidentales y por
el desplome en los precios de las materias primas, han provocado el recorte de las
ayudas rusas a la república secesionista, que según algunas fuentes suponían más del 70
por ciento del presupuesto público de Transnistria, lo que ha repercutido negativamente
sobre su situación económica (Puiu, 2015).
Estos últimos acontecimientos pueden modificar el statu quo del que es, según
algunos analistas, el más “congelado” de los “conflictos congelados” en el espacio
postsoviético (Baban, 2015: 1), es por ello que resulta de máximo interés y relevancia
analizar las razones del conflicto, así como en qué situación se encuentra y qué es lo que
puede ocurrir en un futuro próximo. El presente trabajo se propone satisfacer estos
objetivos, haciendo una revisión de los últimos acontecimientos y utilizando fuentes
primarias: entrevistas personales a ciudadanos de la RMP y la propia experiencia
personal sobre el terreno.
UN POCO DE HISTORIA
Lo primero que debe ser dicho es que Moldavia es un “estado artificial”, surgido de
las negociaciones y de la repartición de Europa entre Hitler y Stalin en 1939 (Nantoi,
2002: 1). La actual República de Moldavia tiene su origen en la República Socialista
Soviética de Moldavia –RSSM-, surgida en 1940 de la unión de Besarabia y la región
de Transnistria, que por aquel entonces formaba parte de la República Autónoma
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Socialista Soviética de Moldavia –RASSM-, dependiente de la República Socialista
Soviética de Ucrania –RSSU-. Tras la creación del ente autónomo en 1924, miles de
rusos y ucranianos llegaron a la RASSM para trabajar en las granjas e industrias
colectivizadas, lo que unido a los esfuerzos de rusificación de los años 20 y 30, produjo
que para 1940, momento de creación de la RSSM, la mayoría de los habitantes de la
región de Transnistria fueran eslavos y rusófonos (Batalden y Batalden, 1997: 68),
mientras que en el resto del país –Besarabia, principalmente- se hacía valer la tradición
y la lengua rumana, en aquel tiempo reconvertida por decreto en idioma moldavo que
no era otra cosa que el rumano con alfabeto cirílico (Cojocaru, 2006: 263). Además,
históricamente, a diferencia del resto de Moldavia que entre 1918 y 1940 formó parte de
Rumanía, la región de Transnistria solo había formado parte de aquella entre 1941 y
1944, tras la ocupación rumana en la II Guerra Mundial. De esta manera, dentro del
imaginario transnistrio, lo rumano era identificado con el fascismo, el capitalismo y la
ocupación, por lo que ya en tiempos de la RSSM se hacía notar cierta rivalidad entre los
“moldavos transnistrios” y los “moldavos de Besarabia”, cuya lealtad a la Unión
Soviética, dado su pasado rumano y “burgués”, estaba además cuestionada (Cojocaru,
2006:262-264 y 268-269). Por otro lado, las diferencias no solo se daban en el terreno
cultural e histórico, sino que también en el económico. En Transnistria se ubicaba la
mayoría de la industria y las condiciones de vida eran algo mejores que en el resto del
país, predominantemente agrario. Además, en líneas generales, los étnicamente rusos
disfrutaban de un estatus social superior al resto de etnias en la Unión Soviética, debido
al dominio de su idioma en todas las esferas de la vida pública y a las políticas que
privilegiaban lo ruso sobre el resto de manifestaciones nacionales (Baban, 2015: 3-4).
Pero para entender las razones que motivaron la aparición del conflicto moldavo-
transnistrio tal y como se conoce en la actualidad, hay que remontarse a los últimos
años de la URSS y al contexto de “despertar de las nacionalidades” que caracterizó a la
Perestroika. Muchas voces en Moldavia buscaban restituir la identidad rumana y hasta
se apostaba abiertamente por su integración en Rumanía. Incluso Chisináu adoptó
algunas medidas tendientes a revertir las políticas soviéticas de rusificación, como la
proclamación del rumano con grafía latina como la lengua oficial del país en 1989.
Estos movimientos fueron vistos con temor al otro lado del Dniéster. La población local
creía su lengua y tradiciones en peligro, mientras que la élite transnistria, también
prorrusa, veía peligrar su estatus privilegiado en una Moldavia dominada por los
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nacionalistas rumanos. Tras varias huelgas y protestas, y acelerado por la victoria de los
candidatos vinculados con el Frente Popular Moldavo –prorrumano- en las elecciones
de 1990 al Soviet Supremo, esta conjunción de intereses llevó a la proclamación de su
independencia el 2 de septiembre de 1990 (Baban, 2015: 2-4).
Pero Transnistria quería seguir siendo parte de la Unión Soviética. Así lo demostró
con su apoyo a los golpistas de agosto de 1991 y con su declaración de unión a la URSS
como República Socialista Soviética en septiembre del mismo año, como reacción a la
declaración de independencia moldava, a quien ya consideraba “país vecino”. Tras la
desaparición oficial de la URSS en diciembre de 1991, y precedido por varios episodios
de tensión a uno y a otro lado del Dniéster, el conflicto acabó escalando hasta la guerra
abierta en marzo de 1992, cuando el Gobierno de Moldavia, coincidiendo con el
reconocimiento oficial del país como estado independiente en la ONU, lanzó una
operación militar para recuperar el control del territorio separatista. Sin embargo, el
nuevo y débil ejército moldavo se topó con la fuerte resistencia de los voluntarios
transnistrios que, ayudados por los restos del XIV Ejército Soviético y con el apoyo
explícito de Rusia, acabaron por derrotar a las fuerzas moldavas y confirmar su
independencia “de facto” de Chisináu. La contienda, que duró hasta julio, costó la vida
a 585 personas (Uppsala Conflict Data Program, n.d)1, lo que le convierte en uno de los
conflictos menos sangrientos de entre todos los que han tenido lugar en el espacio
postsoviético. Desde el acuerdo de alto el fuego de julio de 1992, poco se ha avanzado
en la resolución del conflicto, habiéndose alcanzado pequeños acuerdos en temas
prácticos como transporte o cooperación económica pero ni Moldavia acepta la
independencia de la RMP, ni ésta acepta reintegrarse en Moldavia, ni siquiera en una
solución federal (Blakkisrud y Kolsto, 2011: 183-184). De hecho las diferentes rondas
de negociaciones han estado caracterizadas por los desplantes y el enconamiento, lo que
evidencia la poca voluntad de las partes de solucionar el conflicto por la vía del acuerdo.
Hasta el año 2011, la RMP solo había conocido un presidente: Ígor Smirnov. Este
ciudadano ruso, nacido en el lejano oriente, que ejerció la mayor parte de su actividad
profesional en Ucrania, había llegado a Tiráspol en 1987 para trabajar como director de
una planta eléctrica. Los cambios que se estaban dando en la URSS y, especialmente, en
1 De acuerdo con el Uppsala Conflict Data Program, la estimación del número de víctimas varía desde las
316 hasta los 632, considerándose 585 como el número más cercano a la realidad. Desde el alto el fuego de 1992 no se han reportado oficialmente víctimas mortales.
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la RSSM, no lo dejarían con los brazos cruzados: será una de las caras visibles del
movimiento opositor al Frente Popular Moldavo y por la preservación de la URSS,
hasta llegar a ser elegido Presidente de la RMP en 1991. Convertido en héroe durante la
guerra de 1992, renovará mandato en tres ocasiones más, hasta la victoria del actual
líder de la RMP: Yevgeny Shevchuk, un “reformista”. Su presidencia estuvo siempre
caracterizada por el autoritarismo y la supresión de cualquier tipo de disidencia,
especialmente después de la guerra, cuando Smirnov se aseguró de eliminar a cualquier
potencial adversario. En este hecho se encuentra también la base del relativo éxito de
este territorio secesionista en desarrollar un poder fuerte y todas las estructuras de un
estado, en comparación con otros pseudoestados surgidos en el espacio postsoviético: el
liderazgo incuestionado de Smirnov evitó que el país se sumiera en un caos postbélico,
de competencia entre facciones por conseguir el poder político (Popescu, 2006: 7).
La aplastante victoria del actual presidente Shevchuk –candidato independiente- en
diciembre de 2011, fue vista desde Occidente como una posibilidad única para terminar
con el conflicto. A diferencia de Smirnov, centrado en la búsqueda del reconocimiento
internacional de la RMP, con un estilo de gobierno autoritario, aislacionista y
caracterizado por la política de la confrontación, en Shevchuk destacaba su
pragmatismo, su capacidad de diálogo, su intención de cooperar y entenderse con
Moldavia y Occidente, y de centrarse en mejorar la situación económica de la república
secesionista, como forma de garantizar su supervivencia (Kosienkowski, 2012: 7). Sin
embargo, aunque más del 70 por ciento de los votantes lo apoyaron en la segunda vuelta
de las elecciones, se encuentra en una posición política débil, tanto por la oposición de
los partidarios de Smirnov, padre fundador de la RMP y que tiene el control de las
fuerzas de seguridad, como por la oposición del principal partido reformista,
“Renovación”, que tiene la mayoría en el Consejo Supremo –Parlamento-, y que es el
brazo político de los magnates Gushan y Kazmali, dueños del conglomerado
empresarial Sheriff, que ostenta el monopolio en algunos sectores claves para la
economía de la RMP, pues uno de sus objetivos como presidente ha sido liberalizar la
economía y acabar con los privilegios y las ayudas públicas a ciertas empresas (Popescu
y Litra, 2012: 2-3). Todo ello, junto con las dificultades sobrevenidas por los últimos
acontecimientos internacionales, ha provocado la decepción de muchos de sus votantes,
pues consideran que Shevchuk no ha logrado satisfacer las expectativas generadas. En
diciembre de 2016 su gestión será sometida a la evaluación de las urnas.
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BACK IN THE USSR? LA ESENCIA DEL ESTADO TRANSNISTRIO
Quien quiera ver en la RMP una “aldea gala” de resistencia al capitalismo y baluarte
del internacionalismo proletario; no podría estar más equivocado. Sí, es fácil encontrar
simbología soviética por todas partes, pero para la RMP estos símbolos son sus señas de
identidad nacionales, parte de su historia, y la forma en la que se diferencia de la actual
República de Moldavia, que ha tomado los símbolos nacionales rumanos. Es fácil
identificar, sin embargo, cierta retórica soviética, como ejemplo claro la definición de la
RMP como un estado “multiétnico” y la consideración de la “identidad transnistria”
como supraétnica, es decir, por encima de las identidades nacionales de base étnica que
se habrían “impuesto” en los estados vecinos de Moldavia o Ucrania. Es por ello que la
constitución de la RMP establece tres idiomas oficiales: el moldavo, el ruso y el
ucraniano. En definitiva, para los líderes de la RMP ésta sería la salvaguarda del
verdadero “Moldavianismo” –en contraposición al “Rumanismo”, supuestamente
predominante en la República de Moldavia-, es decir, de aquel espíritu que promueve la
convivencia armónica entre las diferentes nacionalidades. Esto recuerda mucho a la
noción del “pueblo soviético” –Sovetskiy narod-, que estaba llamado a ser la identidad
nacional de la URSS, síntesis de las identidades nacionales previas. Aunque, tal y como
pasaba en tiempos soviéticos, lo ruso parece dominar sobre el resto de manifestaciones.
En este punto es importante remarcar que, aunque parezca que existe un trasfondo
étnico en el conflicto, y que sea éste el que muchas veces se esgrima sobre todo por
parte de Rusia para apoyar a la RMP (Baban, 2015:6), lo cierto es que existe un
equilibrio en la composición étnica de la región. Según el último censo oficial (2004)2,
en la RMP vivían un 31,9 por ciento de moldavos, un 28,8 por ciento de ucranianos y
un 30,4 por ciento de rusos, lo que evidencia que se trata en puridad de un conflicto
político y no étnico, motivado por intereses políticos y económicos de la élite
transnistria (Cojocaru, 2006:262), así como geopolíticos y geoestratégicos por parte de
Rusia (Baban, 2015:6). Aunque sobre este punto hablaremos en el siguiente epígrafe.
Volviendo con el punto anterior, es cierto afirmar que las élites transnistrias querían
mantener la URSS y por eso se oponían a cualquier reforma democrática del estado
soviético. También es cierto que en los 80 y 90 jugaron la carta ante la población
2 Según Tele Radio Moldova, en 2015 se habría llevado a cabo un nuevo censo de población del que
todavía no hay datos.
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transnistria, de ser el dique de contención de las dolorosas reformas económicas
aplicadas en el resto del espacio postcomunista, pero la vieja guardia comunista fue
rápidamente marginalizada por Smirnov, por lo que se puede decir que la ideología
comunista no es una parte central de este pseudoestado (Blakkisrud y Kolsto, 2011:
196-197). Pese a todo, la RMP es considerada por muchos un “museo soviético al aire
libre” (Munteanu y Munteanu, 2007: 58), pues no solo se han mantenido los
monumentos y alegorías de la etapa soviética, sino que también se han instalado nuevos
símbolos.
Inicialmente, como decíamos, Transnistria se mostraba contraria a desmantelar la
economía centralizada característica de tiempos soviéticos, lo que permitió a la RMP
posponer las convulsiones sociales asociadas a la transición desde una economía
planificada hasta otra de libre mercado. Sin embargo, los efectos del inmovilismo y el
impacto que sobre su economía tuvieron los países que ya las habían implementado,
pronto se hicieron notar. Por ejemplo el volumen de producción industrial a finales de
los 90 pasó a ser de tan solo un tercio del nivel que existía a comienzos de la década
(Blakkisrud y Kolsto, 2011:188). Lo mismo ocurrió con las privatizaciones, que fueron
pospuestas hasta el año 2000, y cuyos principales beneficiarios han sido los oligarcas
rusos (Munteanu y Munteanu, 2007:52). Sus autoridades han llegado a decir que la
RMP tiene una economía de libre mercado más fuerte, más abierta y más próspera que
la República de Moldavia (Munteanu y Munteanu, 2007: 54), por lo que esa visión de
“bastión del comunismo” vuelve a desmontarse y se evidencia que no existe ya ni
siquiera a nivel de propaganda.
Mucho se ha hablado también sobre las razones de su relativo éxito económico, pese
a las grandes problemáticas que tiene que enfrentar como estado con reconocimiento
limitado. Aquel estaría basado en el comercio, tanto legal como ilegal. Con respecto al
primero, sus productos son competitivos en los mercados internacionales gracias al bajo
precio del gas y la electricidad, posibles por la ayuda rusa (Popescu, 2006:6). Además,
pese a tener una tarifa de gas 3 veces inferior a la de Moldavia, la deuda de la RMP con
Gazprom –el suministrador de gas ruso-, alcanzaba en 2013 los 3,7 mil millones de
dólares (Riu, 2015), pero las autoridades transnistrias no reconocen tal deuda, pues, en
palabras de Smirnov: “Transnistria no tiene una deuda legal de gas, porque no ha
firmado ningún contrato con Gazprom”, pues dicho contrato ha sido firmado en realidad
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por Moldavia, sobre la que recaería la responsabilidad del impago (Munteanu y
Munteanu, 2007:54)
Con respecto al comercio ilegal, que según algunas fuentes sería la clave de su
viabilidad económica, la RMP, llamada a veces el “agujero negro de Europa”, es
acusada de permitir y facilitar actividades ilegales de todo tipo, desde el lavado de
dinero, hasta el tráfico de armas, drogas, tabaco, alcohol, carne y personas. Solo el
conglomerado Sheriff, según algunas estimaciones, tiene una facturación promedia
anual de unos 2000 millones de dólares, cantidad 25 veces más grande que el
presupuesto público de la RMP y 5 veces más grande que el de la República de
Moldavia, y buena parte de ese dinero estaría relacionado con las actividades listadas
más arriba (Munteanu y Munteanu, 2007:53). Incluso hay quien acusa a la RMP de
vender material nuclear, aunque Blakkisrud y Kolsto (2011:188), citando a Radio Free
Europe, dicen que “las acusaciones que recaen sobre la RMP, de servir como centro al
tráfico de armas y drogas, así como a la venta de material nuclear, son extremadamente
exageradas, y no existiría evidencia real de tal hecho”.
En el plano político, la RMP habría logrado construir un régimen político fuerte, con
todas las estructuras típicas de un estado al uso y, lo que es más importante, un régimen
funcional (Popescu, 2006:7). Aunque la situación ha mejorado en comparación con los
años de presidencia de Smirnov, se identifican claras limitaciones al pluralismo, a la
libertad de expresión y a la actividad de las organizaciones no gubernamentales,
especialmente de aquellas financiadas desde el extranjero, a quienes acusan de planear
golpes de estado y querer “lavar el cerebro” a los jóvenes. Esto ha provocado que la
sociedad civil en la RMP sea extremadamente débil (Popescu, 2006: 8-9). También se
han registrado intentos desde las propias autoridades de mostrar hacia el exterior una
imagen de pluralismo político, por medio del registro de partidos y movimientos
políticos virtuales, en fechas cercanas a las elecciones. Blakkisrud y Kolsto han
calificado a la RMP como un sistema político de “pluralismo dirigido”, con una
“oposición de bolsillo” (2011:203). Por ejemplo, es significativo que ningún partido
político de los oficiales cuestione la estatalidad de la RMP. Por otro lado, sobre las
autoridades transnistrias recaen también acusaciones de violación repetida de los
derechos humanos, por practicar torturas, detenciones ilegales y limitar las libertades,
quedando como evidencia clara de la última de las acusaciones, los acontecimientos de
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2004 conocidos como la “crisis de las escuelas”3 (Popescu, 2006:13) Todo lo dicho,
junto a la impronta autoritaria identificada en sus élites y el papel y sobredimensión de
las fuerzas de seguridad, convierten a la RMP en una entidad donde las reglas de la
democracia están ausentes.
EL PAPEL DE RUSIA
El conflicto moldavo-transnistrio no puede ser considerado un problema interno del
estado moldavo, sino que tiene una dimensión externa significativa. El papel de Rusia
como tercer actor en el conflicto estaría motivado por su intención de restaurar su esfera
de influencia en el flanco oeste de la antigua Unión Soviética, evitando de esta manera
la expansión de la OTAN hacia el este (Baban, 2015: 9)
El respaldo ruso a las fuerzas separatistas antes, durante y después de la guerra de
1992, respondería por lo tanto a los intereses geoestratégicos y geopolíticos de Rusia
con respecto a Moldavia y Ucrania, aunque Moscú esgrima en todo momento que su
papel es el de proteger a la población rusa en la región.
Devyatkov (2012: 55-56) considera que la implicación rusa en Transnistria seguirá
hasta que Moldavia no garantice su condición de estado neutral, antes y después de una
posible reunificación. Es decir, hasta que Chisináu no renuncie a la posibilidad de
integrarse en la OTAN, ingreso que estaría más cercano con su integración en la UE y
con su acercamiento a Rumanía, lo que por tanto tampoco agrada a Moscú. Por ejemplo,
una de las fórmulas para garantizar dicha neutralidad propuestas por Rusia la
encontramos en el “Memorándum Kozak” de 2003, en el que se habla de una unión
federal asimétrica, que garantizara a Transnistria poder de veto sobre las enmiendas
constitucionales y sobre la ratificación de tratados internacionales, que pudieran limitar
su autonomía (Baban, 2015: 7). De hecho este plan ha sido lo más cerca que han estado
las dos partes para poner fin al conflicto, pues Tiráspol aceptó firmarlo -aun
renunciando a la estatalidad- y en un primer momento, el comunista Vladimir Voronin,
presidente de la República de Moldavia, se había mostrado favorable a estampar
también su firma en el documento, aunque las presiones internas y, sobre todo, externas
le llevaron a negarse en el último momento.
3 En julio de 2004 las autoridades transnistrias cerraron las 5 únicas escuelas que enseñaban moldavo
con alfabeto latino, lo que produjo la reacción de Moldavia y la comunidad internacional, que acusaban a la RMP de llevar a cabo una “limpieza lingüística”. Tras la presión internacional, las escuelas volvieron a abrirse.
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Rusia por lo tanto buscaría reintegrar a Transnistria en Moldavia, lo que solo podría
ocurrir si ésta se “transnistriza”, es decir, si cae del lado de Moscú. Esta sería una de las
razones que explican que Rusia no haya reconocido a la RMP como un estado
independiente, tal y como sí que ha hecho con Abjasia y Osetia del Sur, ni haya
aplicado la misma receta que en Crimea, pese a que la opción de integrarse en Rusia fue
apoyada por el 98 por ciento de los votantes del referéndum llevado a cabo en la RMP
en el año 2006 (Baban, 2015: 7) y pese a que existan también razones históricas –la
región de Transnistria ha pertenecido al “estado ruso” –entendiendo como tal a la Rusia
imperial y a la Unión Soviética-, desde 1792, tras un acuerdo con el Imperio Otomano
(Cojocaru, 2006: 263)-.
Es importante también valorar las repercusiones que para Moldavia tiene la
persistencia del conflicto, en tanto su política nacional e internacional está en muchas
ocasiones condicionada por Rusia, que presiona con la problemática transnistria
(Devyatkov, 2012: 56). Además, este conflicto se encuentra en la base de la permanente
situación de inestabilidad política en Moldavia –conflicto entre “prorrusos” y
“proeuropeos”- y es también uno de los principales escollos para su integración en la
UE, lo que sin duda compromete el éxito de la democracia en el país más pobre de
Europa.
Mientras tanto, Rusia es el principal valedor de la RMP en sus relaciones con
Chisináu y la comunidad internacional. De esta manera, el Kremlin ha salido en su
defensa cuando los gobiernos moldavos y ucranianos han intentado torpedear los
intereses transnistrios y es el responsable directo de los acuerdos que han permitido a la
RMP tener una actividad económica y un comercio más o menos normalizados, pese a
las dificultades inherentes a su no reconocimiento internacional.
Por otro lado, en el plano económico, analistas señalan que la RMP no podría
sobrevivir más de 2 o 3 meses sin la ayuda rusa (Baban, 2015: 5), que Moscú considera
como “ayuda humanitaria”. El Kremlin complementa las pensiones y salarios de sus
habitantes; es el principal inversor en sus empresas; uno de sus principales socios
comerciales; subsidia a sus instituciones públicas, al ejército y al Ministerio de
Seguridad del Estado; prácticamente le provee gas gratuitamente; y, de forma indirecta,
con las remesas de los trabajadores transnistrios en Rusia, contribuye a mantener su
economía (Baban, 2015: 5).
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LOS ÚLTIMOS ACONTECIMIENTOS INTERNACIONALES
El conflicto ucraniano, la crisis económica rusa y la convulsión política en la
República de Moldavia han repercutido negativamente sobre la RMP, afectando sobre
todo a su economía y dinamitando las posibilidades de alcanzar una solución pacífica y
consensuada al conflicto en el corto plazo.
La crisis ucraniana
El 21 de noviembre de 2013 ninguno de los manifestantes reunidos en la Plaza de
Maidán de Kiev, contrarios al gobierno de Víktor Yanukovich, podía siquiera imaginar
que esa protesta se convertiría en la primera de las muchas que, bajo el nombre de
“Euromaidán”, acabarían por expulsar al magnate prorruso, democráticamente elegido
por todos los ucranianos, del poder, y que cuya marcha desencadenaría la anexión rusa
de Crimea y una cruenta guerra en el este del país que se ha cobrado ya la vida de miles
de personas.
En teoría, el elemento motivador de dichas manifestaciones fue la negativa de
Yanukovich a firmar un tratado de asociación con la UE, supuestamente por la
injerencia rusa, pero en realidad el principal argumento aglutinador fue la corrupción
imperante en la política ucraniana (Taibo, 2014: 97). Las manifestaciones se
extendieron por todo el país, si bien es cierto que fueron especialmente masivas en Kiev
y otras regiones occidentales, menos rusificadas. En ellas, más que una ideología
europeísta, se hizo valer la ideología nacionalista ucraniana, lo que permitió a la
extrema derecha tener un papel relevante en las protestas, sobre todo por sus
enfrentamientos con la policía antidisturbios.
Después de 3 meses de manifestaciones que dejaron casi un centenar de muertos y de
varios acuerdos entre el gobierno y la oposición que quedaron en papel mojado, el 22 de
febrero de 2014 Yanukovich abandonó el país. Entonces se formó un gobierno interino
encabezado por Arseniy Yatsenyuk, y Aleksandr Turchínov se convirtió en el presidente
interino. Es importante destacar que en el gobierno provisional había elementos de la
extrema derecha, y que pronto se aplicaron medidas que menoscababan los derechos de
la minoría rusa, como la proclamación del ucraniano como único idioma oficial del país
(Ortega, 2014)
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En Crimea, en el sur y en el este del país -con mayores vínculos históricos, étnicos y
lingüísticos con Rusia-, buena parte de la población consideraba al nuevo gobierno y
presidente ilegítimos. Sus autoridades y principales figuras, con el inestimable apoyo
ruso, pronto movieron ficha. En marzo, Crimea votó en referéndum su integración en la
Federación Rusa y se proclamaron en abril las repúblicas populares de Donetsk y
Lugansk, hoy convertidas en escenario de una cruenta guerra fratricida entre rebeldes
prorrusos y el Ejército de Ucrania. En el mes de mayo, en la ciudad de Odessa, se dieron
enfrentamientos entre prorrusos y nacionalistas ucranianos, que se cobraron la vida de al
menos 48 personas, pero este territorio se ha mantenido leal a Kiev y no se han
producido nuevos altercados de gravedad.
Sin embargo, este último acontecimiento se encuentra en la raíz de las crecientes
discrepancias entre Ucrania y la RMP, lo que habría provocado un cambio en la política
ucraniana hacia Transnistria, pasando de la práctica indiferencia mostrada hasta 2014, a
la hostilidad (Calus, 2014: 72). La primera acusa a la segunda de haber enviado a
activistas para provocar los incidentes en Odessa el 2 de mayo de 2014, aunque no
existiría una evidencia clara de tal hecho (Sobják, 2014b: 1). También Kiev asegura que
Transnistria se habría convertido en una de las fuentes principales de armas y material
militar para los separatistas de las regiones de Donetsk y Lugansk (Calus, 2014: 73).
Estas acusaciones se enmarcarían en el temor de que Rusia estaría buscando resucitar el
concepto histórico de “Novorrosiya”, región que incluiría el este y sur de Ucrania, por
lo que la RMP, como enclave prorruso con frontera con el sudoeste ucraniano, podría
tener algún rol en dichos propósitos. Además, en el contexto de la crisis, Tiráspol ha
llevado a cabo maniobras militares conjuntas con Rusia, lo que ha hecho saltar todas las
alarmas en Kiev. Ucrania ha incrementado las medidas de seguridad en su frontera con
Transnistria, construyendo incluso posiciones de trincheras, y ha endurecido sus
controles fronterizos, sobre todo a los ciudadanos rusos procedentes de la RMP en edad
militar, negando a muchos de forma arbitraria la entrada en Ucrania. También ha
rescindido los acuerdos con Rusia que permitían el paso por suelo ucraniano de los
militares integrados en las fuerzas de paz en misión en la RMP. Todas estas medidas
han crispado tanto a Tiráspol como a Moscú (Kucera, 2015).
Además, las autoridades y los medios de comunicación rusos y transnistrios han
difundido la idea de que Ucrania está gobernada por fascistas, que llevan a cabo una
política de exterminio de lo ruso, por lo que el cruce de la frontera -más complicado que
14
nunca por los controles- por parte de los habitantes de la RMP hacia la vecina Odessa,
se ha reducido considerablemente. Esta situación tiene graves repercusiones sobre la
economía local, pues muchos transnistrios viajaban diariamente a esta región ucraniana
para trabajar y comprar productos, que luego vendían en la RMP. No obstante, las
implicaciones económicas del empeoramiento de las relaciones bilaterales entre las dos
entidades no acaban aquí. El puerto de Odessa es utilizado por las empresas transnistrias
para exportar sus productos, pero también es el centro de buena parte del comercio
ilegal que involucra a la RMP. Además, la república secesionista importa muchos
bienes desde Ucrania, incluido el gas ruso pues pasa por su territorio. De hecho, el
comercio entre Ucrania y la RMP se habría reducido en un 60 por ciento en el año 2014
(Riu, 2015). En la actualidad, Tiráspol acusa a Kiev -también a Chisináu- de dificultar
el comercio en la región, pues su situación económica estaría siendo dañada
deliberadamente (Calus, 2014: 76). Tan importante es para la economía transnistria
mantener una relación lo menos conflictiva posible con Ucrania, que por ejemplo la
RMP no ha reconocido la independencia de las repúblicas populares de Donetsk y
Lugansk (Sobják, 2014b: 2), pese a que las razones esgrimidas para su creación son
muy parecidas a las que sostenía y sostiene Tiráspol en su conflicto con Moldavia, y
ambos territorios tienen una relación estrecha con la Federación Rusa. En caso de
haberlas reconocido, seguramente, las relaciones entre ambas entidades serían incluso
peores.
La reducción de las ayudas rusas
El conflicto en Ucrania y el papel que ha jugado en él el Kremlin, ha tenido también
repercusiones sobre Rusia. Occidente le ha impuesto sanciones comerciales que, junto
con el descenso generalizado del precio de las materias primas por la crisis económica
internacional, han provocado la caída del valor del rublo y que la economía rusa entrara
en recesión, aunque no han logrado el principal de sus objetivos: parar la injerencia rusa
en Ucrania (Veebel y Markus, 2015). Esta situación, junto con las necesidades de
financiación de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, involucradas aún hoy
en una guerra, y Crimea, territorios estratégicamente mucho más valiosos que la RMP
para Rusia (Sobják, 2014a: 2), habrían provocado una reducción considerable de la
ayuda financiera rusa a las autoridades de Tiráspol (Calus, 2015), así como de las
remesas de los trabajadores transnistrios en Rusia, que suponen un 80 por ciento del
total (Calus, 2016). De hecho en 2015, por primera vez en su historia, Moscú se habría
15
negado a otorgar una ayuda económica de 100 millones de dólares solicitada por el
presidente de la RMP; Yevgeny Shevchuk (Puiu, 2015). Según Calus (2014: 77-78),
Moscú habría entendido en 2014 que Transnistria ya no es una herramienta útil en la
prevención de un acercamiento de Moldavia hacia Occidente, sino que un instrumento
más bien ineficiente y muy caro, que estaría costando a las arcas rusas alrededor de mil
millones de dólares cada año.
Tal situación de privación de fondos rusos extendida en el tiempo, y añadida al
deterioro ya experimentado por la economía transnistria en 2013 por las reformas
aplicadas por el ejecutivo que habrían reducido la competitividad de sus empresas,
podría llevar a la RMP al desastre. Tiráspol habría encarado ya un déficit público de
casi 404 millones de dólares en el año 2015 (Puiu, 2015), aunque fuentes oficiales
reducen dicha cifra a 90 millones de dólares (Gorsky, 2015). También según fuentes
oficiales, sus reservas de moneda extranjera habrían bajado entre enero y febrero del
2016, de 19 a 12 millones de dólares, a razón de la disminución en un tercio de las
exportaciones en el mismo periodo y por las dudas sobre la estabilidad del rublo
transnistrio (Lyudmila y Michael, 2016). Otra evidencia de la grave crisis que atraviesa
la RMP es la reducción drástica de los créditos al sector agrario-industrial, que pasaron
de 48 millones de rublos rusos en 2014 a solo 5,7 millones en 2015 (Brigadir, 2016). Se
han realizado también recortes en los salarios públicos y en las pensiones, así como en
otros gastos sociales, como la gratuidad del transporte público para los jubilados. Estos
recortes han estado también acompañados por una subida de impuestos y la invención
de nuevas tasas, como las impuestas a la entrada de automóviles no registrados en la
RMP.
No obstante, el escenario en la actualidad es algo más favorable que el que se podía
prever en 2015 para estas fechas, pues Tiráspol ha firmado nuevos acuerdos con Rusia
para aumentar las exportaciones y ha aceptado en el último momento unirse al DCFTA -
Deep and Comprehensive Free Trade Agreement-, acuerdo económico firmado entre
Moldavia y la UE, y que sustituye al ATP -Autonomous Trade Preferences-, cuya
vigencia terminó en diciembre de 2015, y que había permitido a la RMP exportar sus
productos a la UE con más facilidad. Algunos analistas consideran que el Kremlin ha
tolerado dicho acuerdo por las pocas concesiones que requería, aunque refuerza a
Moldavia, y por la incapacidad rusa de subsidiar aún más la economía de la RMP, tras
el fin del ATP, pese a su negativa en un primer momento (Calus, 2016). Pese a todo, las
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perspectivas económicas de la RMP siguen siendo desfavorables, aunque resulta curioso
que en los medios de comunicación siempre hablan de “factores externos” para
justificar sus problemas económicos, especialmente del bloqueo al que supuestamente
les someterían Kiev y Chisináu.
La situación política en la República de Moldavia
Otro factor que ha contribuido a modificar el statu quo en la RMP son los últimos
acontecimientos políticos ocurridos en la República de Moldavia. El 27 de junio de
2014, Chisináu firmó un Acuerdo de Asociación con la UE, lo que le acercaba un poco
más a Occidente. Como respuesta a tal acuerdo, Rusia impuso restricciones a las
importaciones moldavas y rescindió algunos acuerdos bilaterales relevantes, como
medida de presión (De Micco y Legrand, 2016).
La campaña electoral de las elecciones parlamentarias celebradas en noviembre de
2014 estuvo marcada por la confrontación entre prorrusos y proeuropeos, incluida la
ilegalización del partido prorruso “Patria” pocos días antes de las elecciones, y por el
miedo a que el país más pobre de Europa siguiera los pasos de su vecino ucraniano
(Markedonov, 2014). Incluso se realizaron detenciones y se incautó numeroso
armamento a grupos que buscaban desestabilizar la situación del país (Calugareanu,
2014).
Aunque el Partido Socialista –prorruso- fue el vencedor de los comicios, los partidos
europeístas obtuvieron la mayoría de votos y escaños, lo que les permitió formar
gobierno. En menos de dos años, Moldavia ha tenido cuatro gobiernos diferentes y ha
sido escenario de masivas movilizaciones de todo signo, en contra de la corrupción
política y del gobierno, muchas de ellas de un componente claramente prorruso y
contrarias al acercamiento de Chisináu a Bruselas. De hecho, en las elecciones locales
de 2015 los partidos europeístas ganaron por una estrecha mayoría a los prorrusos, lo
que no solo indica que la sociedad moldava está totalmente dividida, sino que los
partidos europeístas, que han estado en el gobierno desde 2009, están sufriendo un
desgaste.
Tras el precedente ucraniano y las maniobras militares conjuntas entre Tiráspol y
Moscú, Chisináu está en alerta ante cualquier intento de desestabilización procedente de
Transnistria, por lo que Chisináu ha cambiado su estrategia de no agravar el conflicto,
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inspirada por el miedo a las sanciones rusas y a que Tiráspol dinamitara su acercamiento
a Bruselas, y ha iniciado una política de clara hostilidad hacia la RMP (Calus, 2014: 74-
75): suspendiendo los certificados de exportaciones para las empresas transnistrias,
abriendo causas criminales contra sus élites e intensificado los controles fronterizos y
policiales, llevando a cabo incluso detenciones de ciudadanos de la RMP, lo que ha
crispado los ánimos de las autoridades transnistrias que sostienen que dichas acciones
unilaterales violan los acuerdos de paz. Según el medio ruso Sputnik, en abril de 2016,
como respuesta a la toma de fotos por parte de aviones rumanos de posiciones de la
RMP, Tiráspol ha puesto en alerta máxima a su defensa antiaérea, alegando que no
permitirá más violaciones de su espacio aéreo. Como ya se ha dicho, Transnistria acusa
también a Chisináu de imponer junto a Kiev un bloqueo económico a la región. Estos
últimos acontecimientos alejan aún más las expectativas de una resolución pacífica del
conflicto en el corto plazo y contribuyen a su escalamiento.
LOS VIAJES
Viajar a un estado que no existe entraña riesgos. El ministerio de Asuntos Exteriores
de España recomienda, en su ficha para Moldavia, no viajar a la región separatista de
Transnistria, puesto que el Gobierno de Chisináu no tiene control alguno sobre esta
parte de su territorio. Esto hace que cualquier pequeño imprevisto –como perder el
pasaporte- pueda convertirse en un verdadero drama, aunque tampoco es baladí quedar
expuesto al posible abuso de las autoridades de la autoproclamada república
independiente o ser víctima de un delito, situación en la que cualquier garantía legal o
derecho quedaría supeditada exclusivamente a la legislación de la RMP y a la buena fe
de sus autoridades que, por otro lado, al igual que en sus vecindades, suelen ser más
diligentes cuando media una buena suma de dinero.
Por otro lado, la mejor forma de ingresar en la RMP es por medio de minibús o
ferrocarril, tal y como hacen diariamente cientos de personas, pues además de
experimentar el día a día de estos ciudadanos, las probabilidades de tener algún
problema en el control fronterizo serán limitadas. Simplemente, tras cruzar algunos
puestos militares de las fuerzas de paz –MC, Mirotvorcheskie Sily en ruso-, se debe
esperar a que unas autoridades engalanadas con simbología soviética te otorguen un
visado provisional de tránsito que te permitirá permanecer en la RMP hasta un máximo
de 10 horas, so amenaza de cometer un delito contras las leyes migratorias del país.
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En el siguiente epígrafe se registra la experiencia personal vivida en dos viajes a la
RMP, entre los que media algo más de un año. El primero se realizó en enero de 2015,
mientras que el segundo tuvo lugar en febrero de 2016. Es importante hacer constar que
en enero de 2015 la presencia militar en la zona de seguridad y en el control fronterizo
era mucho mayor que la vista en 2016, probablemente debido a que el conflicto
ucraniano aún se encontraba en una fase de intensidad alta y la incertidumbre sobre el
camino que iba a seguir la RMP era mucho mayor, tras la anexión rusa de Crimea y la
guerra e independencia de facto de buena parte de las otrora regiones ucranianas de
Donetsk y Lugansk.
Durante estos viajes he tenido la oportunidad de conocer de primera mano la
situación de la RMP y el impacto que los últimos acontecimientos han tenido sobre ella.
Siempre con un ojo en el reloj para no exceder las 10 horas de validez del visado, he
podido visitar las ciudades de Tiráspol y Bender, hablar con la gente de a pie, comprar
su prensa, comer en sus restaurantes y acudir a sus mercados, como cualquier
“pridnestroviano/a”4
un día cualquiera.
Se han realizado dos entrevistas formales a dos hombres de Tiráspol y se ha hablado
en conversación informal con propietarios de comercios, gente de la calle, conductores
de autobús, etc. aunque siempre evitando en la medida de lo posible las referencias
políticas, ya que tal y como se ha visto anteriormente, en la RMP, como en otros
territorios en disputa del este europeo, la libertad de expresión se encuentra recortada
por la censura y sus habitantes todavía viven con el miedo a los servicios secretos,
quienes ven en los “free-thinkers” a traidores y agentes extranjeros, potencialmente
desestabilizadores para el país (FIDH Report, 2014). Por ejemplo es significativo que,
en el caso de la RMP, dicho servicio secreto todavía se llame KGB.
Estos testimonios y las propias impresiones obtenidas de estos viajes, son de gran
utilidad para entender cuál es la realidad actual –o cómo es percibida por los que allí
viven-, más allá de las revelaciones catastrofistas basadas en datos exclusivamente
macroeconómicos o en decisiones políticas, como se ha hecho normalmente cuando se
4 Nunca se refieren a sí mismos como “transnistrios” ni les gusta utilizar la palabra “Transnistria”, pues
es la forma en que son conocidos en Moldavia. Es por ello que, para ellos, el país se llama “Pridnestrovie” y por lo tanto su gentilicio es “Pridnestroviano/a”.
19
habla de Transnistria. Pero también sirve para conjeturar con más acierto sobre su futuro
a medio y largo plazo.
IMPRESIONES DESDE EL TERRENO
Lo primero que llama la atención de viajar desde Chisináu a Tiráspol es la
imposibilidad de comprar un billete de ida y vuelta, lo que pone en evidencia la poca
coordinación que existe entre las dos entidades en el transporte. Además,
sorprendentemente, si se viaja en minibús, el precio del billete de vuelta –desde la
RMP- es, literalmente, el doble de la cuantía del billete de ida. Frente a los 1,5 euros
que cuesta comprar el billete en Chisináu, los 3 euros que hay que pagar para salir del
país. Y esta gran diferencia de precio entre una y otra orilla del Dniéster no se
circunscribe solamente al transporte, sino que también al precio de los productos y de la
restauración. Comprar un mismo producto en Chisináu es, en líneas generales,
significativamente más barato que en Tiráspol. De hecho muchos transnistrios compran
productos en la parte moldava para luego revenderlos en la RMP. Y esta situación, en
opinión de uno de los entrevistados, es consecuencia de la política monetaria de
Moldavia, que no invierte dinero para estabilizar el tipo de cambio de su moneda y eso
perjudicaría a la economía de la RMP, que sí que mantiene un tipo de cambio estable,
en torno a los 12 rublos transnistrios por euro. Incluso la cadena de restaurantes Andy’s
Pizza, que está también presente en Transnistria, vende sus productos casi al doble del
precio de venta que hay en Moldavia. Llama la atención que pese a acudir al restaurante
que está en el centro de Tiráspol, se ve mucha menos gente que en Chisináu,
probablemente por su elevado precio. El ocio es en Transnistria un verdadero “artículo
de lujo”. Pese a todo, los habitantes de la RMP consideran que se vive mejor que en
Moldavia, donde la situación, insisten con fe ciega, sería mucho peor. De hecho, la
dueña de un kiosko en la Calle Lenin de Tiráspol considera que ellos no están en crisis,
que quienes están en crisis son Moldavia y Rusia, que en Transnistria se vive como
siempre desde la caída de la URSS y que incluso algunos precios, como el de la carne,
habrían bajado en los últimos años. Otra persona llega a decir, literalmente, que su vida
en la RMP es “maravillosa”. Aunque esta opinión contrasta con lo expresado por otro
de los hombres entrevistados, que sostiene que Transnistria está en crisis y que allí no
hay esperanza ni trabajo para ellos, aunque de nuevo acusa a Moldavia de su situación y
considera que allí están peor. De hecho, este tipo de referencias están también presentes
en la prensa, en todo momento se comparan los sueldos, las pensiones, el nivel de
20
inflación, etc. con los que hay en Moldavia y en Ucrania, para resaltar que pese a las
dificultades la situación sigue siendo mejor que en los “países vecinos”, aunque muchos
analistas desmonten estos argumentos, considerando que la RMP es incluso más pobre
que Moldavia (Popescu, 2006: 11). No obstante, la primera impresión de ciudades como
Bender o Tiráspol es que sí que se tratarían de ciudades algo más ricas y donde se
viviría mejor que en Chisináu. Al menos las calles están más cuidadas y se ve bastante
obra nueva.
Ese mismo hombre llega a decir que pese a la independencia, Moldavia todavía
“influye” en un 90 por ciento a la RMP, y de ahí vendrían todos sus problemas, ya que
si fuera Rusia quien les “influyera” en un 90 por ciento, las cosas en Transnistria irían
mucho mejor. Esta es una opinión muy extendida, todos consideran a Rusia como un
“hermano” –literalmente, según un entrevistado-, de hecho es fácil encontrar carteles de
propaganda rusa por las calles, como por ejemplo uno con el presidente ruso; Vladímir
Putin en el centro, y un mensaje que decía: “Nuestro único amigo”. O la imagen de dos
veteranos de la II Guerra Mundial, junto con las banderas de la RMP y Rusia, y un
mensaje en el que se puede leer “Mejor con Rusia”. Hasta la estructura de metal de uno
de los principales puentes ferroviarios que cruzan el Dniéster, en la entrada de Bender,
está pintado con los colores de la bandera rusa y los de la enseña transnistria.
Complementariamente, también se ve propaganda contra la República de Moldavia,
como la leyenda en un monumento en conmemoración de la guerra de 1992, donde
hablan de los fallecidos por la “agresión nacionalista moldava” o las noticias escritas en
la prensa a diario, que exponen teorías sobre los planes de integración de Moldavia –
incluida Transnistria- en Rumanía, sobre lo mal que trata Europa a Moldavia, y sobre la
posibilidad de un inminente ataque desde Chisináu, ante el cual uno de los entrevistados
dice que “están preparados para luchar por su país” y que aunque no tienen mucho
dinero y la vida en la RMP no es fácil, él no quiere emigrar porque su país lo necesita
para repeler cualquier “invasión extranjera”, porque ellos no quieren ser “prisioneros” y
“nunca se rendirán”. Además, dice que tiene la seguridad de que si empieza una nueva
guerra, Rusia les ayudará otra vez y les reconocerá como país independiente.
Este tipo de discurso belicista alimentado por el odio, no está presente en Moldavia
sin embargo, o al menos no en la medida en que lo está en Transnistria, aunque uno de
los entrevistados afirmó haberse sentido discriminado en Moldavia por no hablar bien
21
rumano y proceder de la RMP. Pese a todo, en Moldavia no parece existir tanto rencor
como se aprecia en la otra orilla del Dniéster, pues más bien evitan tratar el tema y
temen que aumenten las tensiones. Todo indica que la presencia de este tipo de
discursos en Transnistria forma parte de una estrategia exitosa de las autoridades de la
RMP, como forma de garantizar la supervivencia de este pseudoestado, pues alimentar
la idea de la existencia de un “enemigo externo” sirve para reforzar la identidad
transnistria, de reciente creación, y también a medida que pasa el tiempo y que son más
los transnistrios que solo han conocido la independencia, hace menos viable una
reintegración efectiva del territorio en la República de Moldavia. Es interesante que uno
de los entrevistados enfatizara, al final de la entrevista, que son y siempre serán
moldavos, y no rumanos, aunque no se le preguntara cómo se sentía.
En relación a la crisis ucraniana, uno de los entrevistados de Tiráspol sugiere que se
trata de una pequeña confrontación entre eslavos, pero que como en cualquier familia,
luego harán las paces. Y que por lo tanto la UE y Estados Unidos no deberían meterse
en estos asuntos, pues ellos solo quieren dividirles y debilitar a Rusia, lo que no puede
ser permitido. Dicen también que están notando el bloqueo económico ucraniano y
moldavo a la RMP, pues ahora es más difícil encontrar algunos productos en los
mercados y tienen que ir ellos personalmente a buscarlos a los países vecinos. También,
uno de ellos señala que la ayuda rusa se habría reducido en un 30 por ciento en 2015, en
comparación con lo recibido durante el año 2014, y que lo han notado en sus salarios,
pues antes Rusia daba un suplemento a todos los trabajadores de la RMP. La dueña de
una tienda de ultramarinos en Bender señala que ahora tienen menos dinero para gastar,
pero sobre todo por culpa de la crisis en Rusia, que hace que el dinero enviado por los
emigrados no permita comprar tantas cosas como permitía con anterioridad, por culpa
de la devaluación del rublo ruso.
UN FUTURO POCO ESPERANZADOR
Parece claro que el futuro de la RMP no pasa ni por su reconocimiento como Estado
independiente por parte de Rusia, ni por su integración como sujeto federal en ésta, pues
los costes para el Kremlin de tales acciones serían mayores que los beneficios. No
obstante, en caso de escalar de nuevo el conflicto hasta la guerra abierta -cosa que
también parece muy improbable en el corto y medio plazo, sobre todo una vez que se ha
estabilizado el conflicto ucraniano-, no podrían descartarse actuaciones similares a las
22
ocurridas en Georgia con Abjasia y Osetia del Sur -reconocidas tras la guerra ruso-
georgiana del año 2008- o incluso en Crimea, aunque este horizonte parece el más
improbable de todos, pues Rusia no tiene frontera con Transnistria y el territorio
quedaría completamente bloqueado por tierra y aire.
Rusia, según la mayoría de los expertos, sigue interesada en mantener el conflicto
congelado para seguir torpedeando el acercamiento de Moldavia a la UE y a la OTAN,
así como para amedrentar a Ucrania y no perder el control sobre la región del Mar
Negro, cuyo valor estratégico es muy grande, pues es uno de los puntos de unión entre
Europa y Oriente Medio. Y el objetivo final de Rusia sería básicamente la reintegración
de Transnistria en Moldavia, previa “transnistrización” de esta última, lo que sería más
fácil si las fuerzas prorrusas llegan al poder. No obstante, el odio promovido por la
RMP hacia Moldavia y que está presente a diario en las conversaciones de la gente y en
los medios de comunicación, puede ejercer como freno a este objetivo, así como por el
hecho de que muchos transnistrios solo han conocido la estatalidad de la RMP y no una
Moldavia unida, por lo que dicho horizonte podría ser rechazado de forma más
vehemente por aquellos que han sido socializados desde pequeños en el odio al enemigo
externo que estaría buscando el mejor momento para invadirlos. Esta situación solo
puede agravarse si el conflicto sigue sin solución en los próximos años.
La reactivación en el mes de junio de 2016 de las conversaciones en el contexto del
grupo 5+2, que reúne a Moldavia, Transnistria, Rusia, Ucrania y a la Organización para
la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), además de a Estados Unidos y a la
Unión Europea como observadores, supone un elemento a favor del optimismo, sobre
todo tras el fracaso de la ronda de 2014 en Viena y la consecuente suspensión de las
negociaciones. Pese a todo, en el marco de este grupo, nunca han estado sobre la mesa
recetas para una solución definitiva del conflicto, sino que medidas que redundan en el
aumento de la cooperación entre las dos entidades, como forma de mejorar la situación
socioeconómica de sus ciudadanos, los principales perjudicados por el enconamiento
del conflicto.
Sin embargo, todo apunta a que el futuro más realista para la RMP pasa por la
continuación e incluso profundización de la crisis económica que hoy sufre por la
reducción de las ayudas del Kremlin y de las remesas de sus trabajadores en Rusia, así
como por el bloqueo económico impuesto por Kiev y Chisináu, que han cambiado
radicalmente sus estrategias hacia la RMP, y la consecuente pérdida de población en
23
búsqueda de un futuro mejor en otros países. No hay que olvidar tampoco el impacto
positivo que el Acuerdo de Asociación firmado entre Moldavia y la UE puede tener
sobre la primera, en el sentido de un aumento de la inversión extranjera y por la apertura
del mercado europeo a los productos moldavos, lo que puede contribuir al desarrollo
económico de la que es hoy la nación más pobre de Europa, resultando un país más
atractivo para la población transnistria. Aunque no puede olvidarse que una posible
llegada de las fuerzas prorrusas al poder y el chantaje ruso, pudieran provocar una
suspensión de dicho acuerdo.
CONCLUSIONES
El conflicto moldavo-transnistrio es uno de los muchos conflictos que hunden sus
raíces en la caída de la Unión Soviética y que reciben el calificativo de “conflictos
congelados”, siendo quizá éste el que mejor describe esta tipología. Queda claro que el
componente étnico no ha sido ni es la razón principal del conflicto, sino que razones de
índole política y económica, así como la implicación de terceros actores, han sido los
verdaderos detonantes y sustentadores. Sin entrar a valorar quién tiene o quién no tiene
razón -pues ambas partes esgrimen argumentos que de algún modo, dependiendo de con
qué ojos se miren, pueden tener la consideración de “verdades”-, el conflicto tiene
consecuencias muy negativas sobre la población de ambos territorios, pues claramente
lastra su desarrollo económico y la consolidación de una verdadera democracia que no
solo garantice derechos y libertades, sino que también unos niveles de bienestar dignos.
Lo más sorprendente en mis viajes ha sido observar lo presente que está la retórica
militar en los discursos de la población transnistria y lo convencidos que están de que
Chisináu y Bucarest planean una ocupación militar de la RMP, para que forme parte de
la Gran Rumanía. Tampoco ayudan ciertas actuaciones desde el otro lado, como invitar
a la OTAN a hacer una demostración militar en el centro de Chisináu el Día de la
Victoria de 2016, pues tales acciones justificarían en cierto modo los miedos de la
población de la orilla izquierda del río Dniéster a una inminente ocupación.
Lo que está claro es que las dinámicas de creación de un enemigo exterior y de
azuzar el odio son muy peligrosas, y lamentablemente están presentes en este caso, por
lo que no puede descartarse totalmente un nuevo choque militar, y todo ello pese a que
en la literatura sobre el conflicto lo primero que se haga siempre sea negar
rotundamente tal posibilidad, pero tampoco se podía prever que la región este de
Ucrania, el lugar más próspero y rico del país, que acogió incluso en 2012 la Eurocopa,
24
podía convertirse solo dos años más tarde en un campo de batalla. En caso de desatarse
una nueva guerra entre Chisináu y los separatistas transnistrios, las consecuencias para
la región serían muy negativas, pues los pocos avances observados desde la caída de la
Unión Soviética en la consolidación democrática seguramente se revertirían y se
añadirían nuevos y más poderosos agravios que dificultarían aún más alcanzar una
solución consensuada en el futuro. Es por ello que la comunidad internacional no puede
olvidar este conflicto y las negociaciones, sean en el formato que sean, deben alcanzar
lo antes posible un acuerdo duradero.
Más concretamente, Occidente y Rusia deben entenderse y buscar vías de
colaboración, más si cabe por los nuevos desafíos a la seguridad internacional que
requieren urgentemente de acciones conjuntas, y dejar de alimentar este tipo de
conflictos que recuerdan a los tiempos de la Guerra Fría y que debieran ser ya parte del
pasado.
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