Post on 19-Apr-2020
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GASTON GORI
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Nícanor y . ¡!
Las Aguas f urídsas I
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EDICION HOMENAJE
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Universidad Naacional del Litoral
F::1cultad de Formación Docente en Ciencias
BIBLIOTECA
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FACULTAD DE F0RMACION DOCENl'f'E EN ·CIENCIAS BIBLIOTECA
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CIUDADANO ILUSTRE
Nícanor y Las Aguas·
furiosas
Comisión de Cultura y Acción
Social del Honorable Concejo
Municipal de la ciudad de Santa Fe
1991
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1.
HONORABLE CONCEJO MUNICIPAL DE, Í,A CIUDAD DE SANTA FE
.:·'/,,. DESPACHO, DE LA OOMISION DE CULTlJ"R&{
Y ACCION SOCIAL
VISTO:
El Expte. NQ 6480-R-90, Autoría de los Concejales Roberto Magnin y Raúl Prieto, que dispone declarar Ciudadano Ilustre al Escritor Gastón Gori y,
CONSIDERANDO:
Que el citado escritor santafesino es autor de numerosos ensayos, novelas, cuentos y obras de investigación sobre cuestiones inmigratorias, que actualmente son utilizados como material de estudio en diversas universidades, lo cual le ha valido ser merecedor de innumerables . premios y distinciones, entre ellos el más alto al que puede aspirar un escritor en Argentina, cual es el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argen· tina de Escritores (S.A. D. E.) en 1990.
Una de sus obras más célebres, "La Forestal", editada en 1965, es un testimonio de la explotación en los obrajes madereros del norte santafesino, además de una denuncia histórica que no puede dejar de reconocerse.
Por todo ello, y por el orgullo que debemos sentir de que este prolífico escritor pertenezca a nuestra ciudad la Comisión de Cultura y Acción Social aconseja la aprobación de la siguiente:
Art. 19
Art. 29
RESOLUCION
Dispónese que el Departamento Ejecutivo Mu.,nicipal declare Ciudadano Ilustre al escritor Sr. Gastón Gori.
De forma
SALA DE SESIONES, 19 de setiembre de 1990
José Angel - Ramón Martinez - Miguel Funes Carlos Chamorro - Virgilio Viglieca
' HONORABLE CONCEJO MUNICIPAL DE LA CIUDAD DE SANTA FE
RESOLUCION NQ 1826
El honorable Concejo Municipal de la ciudad de Santa Fe, sanciona la siguiente:
-RESOLUCION
Art. 19
Dispónese que el Departamento Ejecutivo Municipal, declare Ciudadano Ilustre al fü:critor Gastón Gori.
Comuníquese al Dto. Ejecutivo Municipal.
SALA DE SESIONES, 28 de setiembre de 1990.
NOMINA DE CONCEJALES
ACEVEDO, Dodrigo
ANGEL, José Roberto
BELBEY, Osear
BENAGLIA, José Luis
BULLRICH, Miguel
CHAMORRO, Carlos
DE AZCUENAGA, José María
FAV'RE, Jorge
FUNES, Miguel
GONZAL'.EZ, Dalroacio
GORRIZ, Stella Maris
HEREDIA, Héctor
IPARRAGUIRRE, Carlos
MAGNIN, Roberto
MA.RTINEZ, Ramón
MASCHERONI, Ricardo
OBEID, Jorge
PIEDRABUENA, Eduardo
PONCE, Hugo
PRIETO, Raúl
VIGLIECA, Virgilio
Si algo impacta de éste "Nicanor y ·las aguás fu ... riosas", además de su formidable construcción poética, es su fuerza de canto, su empecinada insistencia, su amorosa sabiduría narrativa para relatar los extraños caminos por los que se construyen los afectos verdaderos entre los hombres.
La naturaleza de la costa, deseada y temida; la naturaleza de sus habitantes, robusta y sabia; y, aún más, 1a relación entre ambas, aparecen, casi, como un mar-:co de contención ineludible y, a la vez, prudente, en el cual la historia que se nos cuenta es la de la edificación interior, la albañilería maciza, paciente y enamorada de una amistad profunda, definitiva, entre dos hombres de tan diferentes mundos.
El narrador, un yo vivencia! y memorioso, urbano y cazador incuiable, y un personaje trascendente por paradigmático, un Nicanor rural y sabio; un sufridor de las contradicciones del sistema, antihéroe que, por menudo y silencioso, sabemos conocer en nuestra costa.
Este "NICANOR Y LAS AGUAS FURIOSAS", límite exacto entre el cuento largo y la novela breve, sirve, nos sirve -¿y qué obra de la creación artística persigue otro fin sino el de servir a los hombres?- para re-conocemos, para re-descubrirnos, más allá o más acá de las convenci. ... nes mediante las que los hombres manipuleamos nuestros afectos, bloqueamos nuestros sentires. Sirve, y bienvenido sea, para recuperar la mística profunda y entrañablemente viril que conlleva fa amistad entre hombres "de verdad".
,Esta edición de ''NICANOR Y LAS AGUAS FURIOSAS", -historia y escritura que más no podrán aportar como soplo de aire purificador en orden a la reconstrucción de las relaciones personales-, cumple con dos fines igualmente significativos: homenajear a uno de nuestros más sensibles, entrañables y representativos escritores, Don GASTON GORI, y, a la vez, acercar este texto a escuelas, bibliotecas populares, y a todo aquel sitio en el que haya hombres y mujeres capaces de recibirlo y valorarlo en toda su dimensión literaria y ética .
Este Concejo Municipal y quienes, en particular integramos su Comisión de Cultura y Acción Social, emprendimos la edición presente de ''NICANOR Y LAS AGUAS FURIOSAS" como un honor, por la dignidad del autor y como una responsabilidad para con la comunidad que representamos, en el entendimiento de que este texto 1.;ontribuirá, sin dudas, a mejorarnos humanamente . a nosotros mismos y a nuestra gente .
· De GASTON GORI, podríamos parafrasearlo y decir de él lo que el narrador dice de Nicanor: ''No sé si es grande como la noche o luminoso como el día".
Conc. JOSE R. ANGEL
Presidente de la Comisión de Cultura y Aceión Social del
H. Concejo Municipal
LITORAL BAJO AGUA - ·
Extraño la compañía de Nicanor Bongar y padezco con él, sabiendo su desdicha, la inundación. Días lluyiosos de otoño, grises, exagerados de agua, bloquean con barro la entrada al "bajo de Gauna" donde ahora vive mi amigo. Barro y agua en las cunetas, pantanos donde. antes hubo huellas, barriales en los campos y diariamente la aburridora constancia de la lluvia. El mundo que nos rodea .está ~ucio de lodo y fastidioso de humedad. La zona de la costa del Paraná y sus afluentes .desde el sur de Santa Fe hacia el norte, está empapada de agua, sumergida en garúa o tapada de neblina. Arboledas naturales y de cultivo, montes y chaparrales los cubre por arriba la humedad, y por abajo el agua que viene creciendo en los ríos se despliega vastamente. En yuyales poderosos, en pajonales bravos, tupidos de extensos campos vírgenes -llanura de bañados, esteros y lagunas, lecho legendario de inundaciones...;.. el agua que cae y la que brota y la que llega inundando, empapa el aire, el suelo, la :piel de animales, el fastidio, la angustia consuetudinaria del hombre. Llanura reumática de mojaduras antiguas y de mojaduras nuevas cada otoño, cada invierno, persistentes, abundantes alzando la humedad por dentro en vegetales: árboles, hierbas, musgos, líquenes, camalotes. Totorales de agua ablandando cortezas, agobiando hojas, ramas; intensificando el líquido deslizamiento sucio de podredumbres en viejas aguas que rebasan cauces y orillas. Todos los seres y las cosas están tapadas de niebla y chorrean la abundancia de agua.
Los arroyos y el Paraná se mueven lentos todavía, pesados de corriente, sin apuro, y avasallantes derrochan en esteros la sobrecarga de agua salida de madre, y cubren la tierra y sus malezas, sus arbustos, sus laureles y ceibos; tierra fragorosa y también, en amplías limpiadas, afelpadas de dulces gramíneas, de canutillo al lado o lejos de esteros y cañadas. Esa tierra virgen amenazada siempre por el río se hace barro y charcos hasta el último confin del horizonte donde otros arroyos, otros zanjones rompen definitivamente la posibi-
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lidad de algo !>eco, seguro, pacífico de simiente culti~ vada, sin algo de salvaje y vacuno.
Tierra de agua y ganado, dolorosa de fecundidad sin el ensueño del hombre, apenas con cierta esperanza amenazada de muerte acuática. La esperanza chapalea barro; está en el mujir de vacas saliendo de montes, bajando a los corrales; está en el viaje de novillos enjaulados rescatados de la corriente, vendidos a precio de salvataje forzoso, a precio de agua y barro o está en. el vacunq yendo de manera absolutamente primitiva y originaria: al tranco, a patas embarradas. Y en camino a carnicerías de pueblos, como fueron ya "las vaquitas"' de don Nicanor, valoradas a ojo de inundación, calculadas con desprecio saturado de agua creciente rebasando barrancas, de lluvias torrenciales, de humedosa vida y b;isteza.
Vacas lloradas por Nicanor Bongar, sufridas en la resignación de Ceferina, su mujer, intuido drama y dolor, en silencio, por los hijos. Lloradas vacas salvadas de la inundación de las islas y perdidas en manos del matarife.
El hermoso Paraná se aburrió de bellos ceibos, de timbóes adornándoles las riberas, de camalotes florecidos; se aburrió de paz, de escamas y branquias, de espineles y canoas, de golondrinas en vuelo rozando las olas; se aburrió de pobreza, de ranchos en sus orillas y en los campos, de pescadores y nutrieros; se aburrió de ganado paciendo en las islas, de maizalitos, lejos, de mujeres padeciendo, de niños, de caracoles y conchillas; se aburrió de haciendas y de estancieros. Y se largó a la aventura formidable del desastre, del prestigio cruel en reencuentro de su historia de fuerza desatada Le acompañan las lluvias recias -hermanas hermosas sin piedad- y el viento poc:leroso; le ayuda el cielo de nubarrones a derrotar al hombre, a ignorar su lágrimas, a estremecerlo de miedo, de dolor o a hundirlo impotente en la tristeza o a levantarlo iracundo y blasfemo en repudio al agua y su avance de magestad desoladora -lomo alto remedo de mar- olorosa a lejanas dulzonas podredumbres de vegetales rotos en flor y corriendo bajo el vuelo de aves expulsadas de esteros, de campos, de árboles, de aleros y techos caídos.
Litoral bajo agua, te admiro y te deploro.
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PRIMER VIAJE A "LOS ESPINILLOS"
Aquel año salí de Santa Fe a las cuatro de la madrugada, pensaba llegar al campo ''Los Espinillos" a las seis, cuando recién la luz del sol comenzara a asomar y la gente estuviese despierta. Había calculado el tiempo necesario en relación al estado de los caminos v a la posible velocidad del Jeep, primero en los cin~uenta kilómetros de pavimento hasta más allá de Santa Rosa, y luego en los pesados arenales de la costa. La ruta nueva en el trazado del camino viejo aun estaba por construirse. Viajaba pues de noche, y así debía cubrir toda la distancia. Mi perro de caza dormía al lado de mi asiento, acurrucado en la alfombra de goma, protegiéndose del frío.
Yo no conocía al hombre que visitaría. Le llevaba saludos de un amigo común, que por lo demás, me advirtió:
-Es un gran tipo. Le dije que vos irías. Tenés la seguridad de que inconvenientes no te pondrá, siempre que no sea un compromiso para él.
En la estancia "Los Espinillos", de los ingleses, se puede cazar, pero con permiso del mayordomo. Yo _no tenía ninguna vinculación con él. El hombre al que iba a ver, era peón, y vivía en un rancho -estas fueron las indicaciones- al que se llegaba pasando una tranquera, más allá de El Laurel ubicada a la izquierda a quince metros más o menos de unos algarrobos grandes, antiguos.
-No te podés equivocar, son los únicos que hay, con una tranquera al lado.
Desde que saliera de casa me dominaba sin embargo, la incertidumbre. ¡Podrían ocurrir tantas co~as! Por ejemplo, que siendo feriado desde el día anterior, el hombre no estuviera allí; que encontrándolo, no se mostrara dispuesto a permitir que cazara; que sin esos inconvenientes resultara que no valía la pena viajar con sacrificios por una cacería insignificante. Se habla tan-
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to de perdices, que easf siempre . todo -es pura ima-ginación .. ~
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El viaje se hizo monótono hasta que terminó el asfalto, luego el camino arenoso me obligó a poner más aten.ción y a disminuir la marcha. El Jeep respondía maravillosamente bien. Me entretenía. con los frecuentes cambios de. huellas y de velocidades, evitando .deslizamientos laterales bruscos.
Cuando empezaba a cansarme, unas que otras luces eléctricas fueron señales de que pasaba a un costado de Helvecia. Continué sin tropiezos los kilómetros que me faltaban, según mis previsiones. No vi los algarrobos. Seguí avanzando despacio, sin hallarlos. El alba se anunciaba con resplandores rojizos hacia · la costa del río San Javier y más lejos, del Paraná. Vi venir un hombre a caballo y detuve el Jeep; aquél se acercó.
-Dígame, -le pregunté- ¿Podría decirme dónde vive Baumgarnert?
El hombre pensó un rato.
-No, -respondió- que yo sepa, por aquí no ... --'Usted ¿Es vecino de aquí?
...:_sí señor, y conozco a muchos, pero a ese hom-bre no.
-Se llama Nicanor, Nicanor Baum ... gar ... nert. -¿Nicanor dice? ¿No será Bongar? -A lo mejor, -le contesté por si acaso.
-¿El que está en "Los Espinillos ¿no será? -Si, allá está, -dije esperanzado-.
:-Ah, bueno. Para ir a lo de Bongar, siga unos tresc1~ntos metros, aquí cerquita casi frente aquellos eucaliptos. Al lado de unos algarrobos entre y siga nomás por el camino de huellas. Lo lleva hasta allá . ·
-Gracias, amigo ...
nos -No hay de qué, -me contestó el hombre- y despedimos.
De manera que lo conocían por Nicanor Bongar. Me repetí el apellido ese para no enredarme más en el dificultoso Baum ... gar ... nert.
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Llegué a los algarrobos señaleros; Bajé la cuneta, abrí la tranquera y pasé para cerrarla otra vez. Las
. huellas tenían una lonja · de yuyos en el medio; a los costados se extendía el campo. Alcancé a divisar un monte a la derecha -yo iba hacia el poniente- y re-petía: Bongar, Bongar. . . ·
_Nicanor Bongar. ¿Madre o abuela criolla? -¿Padre o abuelo extranjero Un gran tipo, me dijeron.
Desde lejos se distinguía un molino qe viento; el camino me llevaba hacia él y terminó precisamente cerca de unos bretes y corrales con bebederos. A la izquierda estaba el rancho, mejor dicho, dos ranchos ha:bía, uno al lado de otro.
Sobre el techo del más chico, con chimenea construída contra la pared en el exterior, se formaba una tenue nubecilla de humo. . . y en eso, salió al patio el hombre; "el Bongar" que le dicen, pensé.
-Buenos días, saludé bajando, y me acerqué con la diestra tendida que apretó en la suya fuerte ... ·
-Buen día, señor, -me contestó mirándome y demorando en soltar mi mano. ·
Rápidamente lo observé. La frente era: 1o· más llamativo de su rostro ancha y alta, cabellos ralos. Le díje mi nombre y sonrió:
-Ajá, me habló Domingo Schuegers de usted ...
Domingo era mi amigo. El hombre me s.emblanteaba; de paso miraba el Jeep, de color amarillo, pefrtero. Mi perro saltó al suelo y comenzó a corretear queriendo jugar con dos perrazos negros parcos, huraños, desconcertados por la ingenuidad del mío.
· -Pase, -me dijo el hombre y entramos en la cocina. Nos sentamos y entró enseguida una señora, sin duda venida de la otra pieza, del otro rancho, morocha, menuda de cuerpo, mediana de estatura y ojos chicos, negros, de vivo charol.
-Ceferina, este es el hombre, amigo de Domingo. Así conocí a don Nicanor Bongar y a su señora. El techo de la cocina, el varejón central y las cumbreras parecían barnizadas. Patina parda brillante por lo nuevo del material, le había creado el humo doméstico. Por supuesto que eso ví rápido. Es chocante entrar a
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un rancho y ponerse a cureosear. Cosa que nunca hice, porque nada me sorprende en ese orden de asuntos. Conozco más ranchos que rascacielos y más campos que pueblos y ciudades.
-¿Gusta mate amargo o dulce? -preguntó Bongar. -Amargo, pero si usted toma dulce ... -Cebá amargo, Ceferina.
Le conté que le había errado a la entrada v le di-je lo de Baum ... gar ... nert. ' ·
. -También no es para menos ¿no?. Es más difícil decirlo que hacer gárgaras boca abajo ...
. El hombre sonrió mirándome de frente: le gustó m1 franqueza.
-Cierto. Desde que me conozco me llaman Nicanor o si no, Bongar.
Así ;omen~amos la conversación. Su timbre de voz ~go tema de mcomparable con cualquier otro que hubiera escuchado en los campos, del norte o del sur.
P~ro su ~c~nto_ sí era campero. Recio de contextura. Blanca ongmana era su piel oscurecida por el sol y sonrosada en los pómulos. Hombre de huesos grandes como suele decirse. Sin embargo no "vendía salud" por lo menos esa mañana. '
De los pastos se alzaba afuera neblina baja tenue y el sol iluminaba generoso de luz. Se me hacía tard~ para las perdices, pero no quise mostrar apuro· prime-ro el amigo, lo demás después. '
~ p:~opósito de mi perro que se metió en la cocina, mencione a las perdices como quien tiene tiempo para todo.
-Sí, hay perdices -me dijo-.
Sospeché en su parquedad algún inconveniente. -Le digo, Bongar, siempre que se pueda ... -Poder, se puede, -se movió y cruzó las piernas-
Si un hombre me visita, no está mal que lo atienda ¿no? Pero hoy lo llevaré a otro campo. '
~stuvimo~ de acuerdo con las pocas razones que en segu!?ª Il;e dio para no cazar allí. Y o reparé en su expresion s1 un hombre. Vale decir, -pensé-, para él
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soy poco menos que un desconocido, me incluyó e_n el , genérico hombre. Aunque tambiéll dijo hoy. Dejaba abierta la posibilidad de que no siempre fuera así. Yo tenía ganas de cazar perdices argentinas en el campo de los ingleses., '
Había llevado medio cordero ''ensillado" -así le llaman cuando además se lo acompaña con el vino y el pan- y se lo entregué a don Nicanor.
-No había necesidad, -dijo- pero ya que lo trajo, lo vamos a asar .
Transcurrió esa mañana en conversaciones. De la cacería él no hablaba, yo tampoco . Confiaba en su palabra, y además soy veterano. ''Veterano viejo". como. decía otro amigo del campo.
Tenía don Nicanor cuatro hijos en ese entonces, pequeños, de los que en la primera visita les recordé el nombre a Héctor y a Hugo. Los trataba con afe?to como a doña Ceferina. Con cálida intuición me dr cuenta que había ido por perdices y volvería con un amigo entrañable. Todo me agradaba en esa casa. Por _la relación que me hizo de sus trabajos en la estancia, era fácil deducir lo vaquiano que era en cuestiones agropecuarias. Me asombraba que fuera peón. La independencia de su carácter, y sus conocimientos lo destinaban a otra cosa.
-.En la estancia hago de todo, si viene el caso. He arreglado un tractor, y el molino de viento. ¿Cómo iba a esperar? ¿no?. Había que atenderles en el día la sed a los animales. Y cuando se presenta la ocasión no le saco el lomo a cualquier trabajo, si hace falta.
Después del almuerzo y de los mates que le siguieron, salimos, con mi perro, a cazar a un campl) vecino, pero retirado de allí. Conservo en mi memoria algunos de sus diálogos conmigo. Caminando a la par y mientras no tenía rastros mi perro Dick, hablábamos. Ya éramos compañeros.
Estábamos cruzando por una inmensa extensión despejada, virgen, íbamos <,on yuyales hasta los muslos.
-Cazar es mi único entretenimiento, don Nicanor. -Se ve que le apasiona. ¿Y qué no? El hombre que
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anda así sobre la tierra, tiene para él todo el sol y todo el cielo. Hace de cuenta que es libre, y eso es un des~ canso para el espíritu. Será que la libertad es la falta de molestias, digo yo ¿no? ·
Extrañas me resultaron sus palabras en lo agreste que nos rodeaba. Rudo aspecto era el de don Nicanor, y sin embargo tenían sus ojos, a veces, expresión de dulzura, de silvestre dulzura, de varonil dulzura. Sus manos podían retorcer cuatro alambres juntos o posarse con suavidad en los hombros de su mujer. Tan posible era que a pie firme sacudiera contra el suelo a un toro, como que escuchara, tratando con paciencia de comprenderlo, el canto de un zorzal. Era asombroso lo que sabía sobre pájaros.
Fue un día magnífico. Todo lo que tuvo de agradable lo puso el empeño y la naturaleza de Nicanor Bongar, quizá también estimulado por la evidencia con que mi pensamiento le iba descubriendo su espíritu, su sagacidad campesina. Era un hombre complejo. Res cuerdo que al año siguiente, después de haberlo visitado muchas veces; y cuando yo cazaba con él en la estancia, le dije:
-Don Nicanor, tengo un amigo, compañero de ca~ cerías, Tito Canterna. El sabe que vengo aquí. Está deseoso de acompañarme y cree que soy yo quien no lo invita por esconder campos con abundancia de aves y liebres. ¿Podría venir conmigo?
. ~o me contestó. Me miró complacido, con apariencia de no haberme escuchado. Estábamos por sene tarnos a la mesa, de noche. Durante la cena, creí que ~e !18-}lía olvidado de mi preg~nta. Por supuesto que no ms1sb. De sobremesa -hab1a transcurrido quizás una hora y media- mientras bebíamos derivó la conversación pausadamente, hacia el olfato de mi perro. Con reflexiva entonación, dijo:
. -Un buen perro es necesario para cazar en los pa-1onales. Y el suyo es demás bueno. Si un amigo me visita, y trae un perro, es un amigo que me visita, y que se entretiene tirando unos tiros. ¿No le parece? Eso le puedo decir al mayordomo, llegado el caso, y es una explicación. Si vienen dos a visitarme, con dos perros Y .dos .escopetas esos no son amigos, son cazadores ...
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No hay otra expJicación.
Seguramente fue respuesta, meditada, demorada con diplomacia rural y certera.
El regreso del primer viaje a la estancia se diferenció completamente de cualquier otro retorno de cacería . En mi pensamiento predominaba Nicanor Bongar. Ni el estilo excelente de mi perro, ni el emocionante vuelo de martinetas, ni los disparos exactos, ni el aire, el sol, el olor a yuyos o la frescura de los montes se me grabaron en la mente. No podía evocarlos, toda imageü era dispersada por la de Bongar. La íntima proximidad del encuentro,· impedía alejármelo, sacármelo· de adentro de mi para comprenderlo mejor. Quizá también por el cansancio físico, sólo se me ocurría decir: ...
-Es un flor de tipo ...
Al día siguiente miré el almanaque para saber cuan:-do volvería a· ''Los Espinillos". · ·
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li
NICANOR BONGAR
-Cuando me desalojaron de la chacra, creí el primer día que el mundo se me venía abajo. Imagínese, tenía ya tres hijos, chiquitos, y andaba de encargue Ceferina. No me faltaban amigos, pero no era fácil mmbearle al destino .
¿Que algunos me ayudaron? Es cierto, nunca tuve que rogar, porque una mano me tendieron.
-¿Siempre trabajó la tierra, don Nicanor, antes de venir aquí, a esta estancia?
-Siempre. Desde chico aprendí las cosas. Mi padre fue colono, pues. Así que vea, mi oficio es agricultor, pero también entiendo de animales. ¿Y qué no?
Yo conversaba con el hombre y le observaba como al descuido, los ademanes, la cara rasurada, la frente amplia, la calvicie prematura que se prolongaba hacia arriba. Fornido, cargado de espalda. Era nieto de gringos· suizos, chacareros también; la madre, criolla, morocha como Ceferina, según me dijo.
. -¿Desde cuando está aquí en la estancia? -Ya lo ve, es nuevito el rancho- -y sonrió ba
jando un poco la cabeza- y ladeándola.
Tiempo después comprendí que tenía a veces esa modalidad de no contestar directamente, según la respuesta que quería dar; se valía de elementos cercanos, de referencias visibles, y siempre que lo hacía, sonreía o fracamente reía como si cometiera una diablura.
El sol tramontaba; pantalla de luces radiales se hundía a lo lejos detrás de chañares y algarrobos. Sentados bajo el alero de la cocina tomábamos mate.
Mi perro, un pointer de pedigrée, olisqueaba arreos colgados o un cojinillo en el suelo, hambriento después del esfuerzo de la cacería. Perdices y liebres colgadas del paraíso cercano, sellaban, definitivamente, el comienzo ne una amistad entrañable. Me había acompañado durante la caza para que no me perdiera en el monte.
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-Vea que tira lindo usted, al vuelo ... -:- me elogió . __:.Gracias a usted, encontré las perdices, que si
no, es la hora que todavía estoy caminando ...
Más tarde encendió fuego y saló la carne para asar. El mate fue sustituído por el vino. Bebimos y conversamos mano a mano. Doña Ceferina -como ya dije, mujer de ojos chicos y vivaces- en el fogón colocó una olla de hierro de tres patas, para hacer un "cocido".
LDe fideos. No sé si le gustará señor.
Todavía me decía "señor", con el tiempo, "don Dalmacio" como ya me llamaba el marido. Después de cenar continuamos con el vino hasta la . segunda botella. Junto a la mesa nos sentamos don Nicanor y yo; la señora con los hijos, esperaron para comer solos. Me llamó la atención eso, pero no dije nada y trataba de no mirar a los chicos que ~ arrinconaban contra la pared mientras comíamos. No tenía por qué meterme en costumbres que no conocía.
-Le voy a ser sincero, don Dalmacio, cuando me avisó Domingo que usted vendría, yo pensé: ''Quien sabe cómo será el hombre. A lo mejor, delicado. Ya me gustó cuando lo vi venir en Jeep. Eso fue la. primera vez. Ahora el corazón me dice que usted es un .amigo .
Yo guardé silencio mirándolo con cierta admiración por su honrada simplicidad de sentimientos; aun no había demostrado hasta dónde era capaz de entregarse a una amistad, pero se le vislumbraba reciedumbre de carácter que podía manifestar en cualquier circunstancia, y a la vez ingenuidad y pureza. Comencé por estimarlo y terminé queriéndolo .
Yo le hacía preguntas que él me contestaba, primero como tanteando lo que iba a decir y luego con fluidez. Así supe cosas de su vida, y él -porqué en algo debía corresponderle-- también supo de la mía.
-Me conchavé en la compañía como peón de a caballo, fíjese, yo que siempre aré la tierra. Pero me gusta y si me dan tiempo, verán cuántas cosas sé hacer. Porque mire Dalmacio -ya me sacaba el donpara mi que cuando un hombre sabe trabajar y le gusta, todo se hace fácil. ¿Vió ese brete al lado del molino?
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-Sí, donde tomó agua el perro ... -,-Ajá. Lo e::staban construyendo, y les di u~a ma-
no· de comedido nomás. ¡Para que le voy a contar! Allí no~ás me dijo el mayordomo:
-Quédese hoy aquí, si quiere ayudarles ...
No agregó lo demás don Nicanor, que lo supe con el tiempo, cuando mi amigo ya era capatáz: sabía hacer las cosas como nadie de los · que allí estaban. Alambraba colocaba tranqueras, inventaba cierres para ellas, arregl~ba molinos. ¡Qué no sabía hacer! -Y trabajo para los ingleses ahora ¡Fíjese!. Usted ya}º sabrá. ¿Y cómo no lo va a saber si es doctor? Aqm hay vemte mil hectáreas de campo, pero la compañía tiene otras estancias mejores que ésta ...
Quedó un rato en silencio, con la cabeza baja, meditando, luego me preguntó: ¿-Dígame no habrá argentinos, digo yo, que hagan que todo lo que se trabaja sea para los argentinos? ··
Yo no quise arrimarle leña a ese fuego. Así que lo dejé sin respuesta. ¿Para qué avivarlo al hombre? Si tanto necesitaba trabajar allí, mejor era, pensé, no aclararle las cosas del modo que yo las entendía, no sea que por azuzarlo en ese orden de asuntos algún día m~ pesara. ¡Son tan delicados con lo que piensan los peo· nes en esa estancia!
-Usted que es doctor -ahora preguntaba él- ¿me puede aclarar porqué un hombre que es agricultor tiene que andar pionando con ganado ajeno para ganarse· el pan? '
Parecía un poco mareado por el vino porque no acertó de primera intención a acercar la llama de un fósforo a la punta del cigarro "del país".
Esa pregunta sí se la contesté. Se lo expliqué, como diciendo cosas de todos los días. El me escuchó atento, y dijo:
-Entonces, si es como me dice, -se acomodó en 1a silla moviendo el cuerpo- en este país hay bastante trabajo para el que quiera gobernar como es debido. Porque vea amigo, hasta ahora, que yo recuerde, siempre se han beneficiado los grandotes. ¡Y meta lonja al pobrería!
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) Era su manera de expresarse con imágenes, y lo dijo .riendo. ·
Había avanzado la noche. Salió al patio .don Nicanor y cuando salí yo, lo vi de piernas abiertas, mirando el cielo. Caminé hacia el horno y állí Ille quedé un rato mirando también el estrellerío que adornaba la noche. Reparó en mi presencia y sin bajar la cabeza, como si le hablara a alguien que estuviera allá arriba, dijo con tono · reflexivo:
~iempre me gustó mirar las estrellas. Es como si fueran la felicidad. . . ·
Me sentí pequeño, humilde, y traté de hallar la sensación de felicidad que le trasmitían las estrellas.
Volvimos juntos a la cocina. El candil-botella -con kerosene y pabilo de trapo- apenas si iluminaba, y en el fogón, las cenizas cubrían la brasa de un tronco y mantenían tibio el ambiente.
Preparamos el catre donde yo dormiría, con cojinillos sobre la lona y una frasada que yo llevé, por las dudas. Cuando estuvo preparado el catre, don Nicanor me miró sonriendo, y con la cabeza me señaló las copas en la mesa. Aun les quedaba un trago. Comprendí.
-¡Cómo no!-
y las vaciamos. Me sonrió otra vez sin que yo entendiera con claridad el enigma de esa manera de sonreír, creí que había en ello una satisfacción muy honrada por haberme hecho marear con el vino, o de haberlo consentido yo, que era un modo de ser hombre derecho, sin vanidad, capaz de beber con él y de dormir en un catre, en su cocina.
Recuerdo que en otra visita íbamos juntos cruzando un pa jal ralo. A más de treinta metros de distancia vo~ ló una paloma que es plaga. La voltié con el primer tiro.
-Yo siento orgullo -me dijo- de cazar con usted ...
Eso me recordó aquella sonrisa que no entendí. Quizá don Nicanor confundía orgullo con satisfacción. Apagué el candil. Quise dormir, pero no pude hacerlo
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de inmediato. Me sentía viviendo conscientemente en la inmensidad del mundo. La noche adentro no era sino un poco de la vasta noche estrellada afuera, y en ese silencio infinito, sentía que en mi pensamiento o en mi vida, algo había cambiado. El ser humano, en . su pequeñez, se me antojaba uno solo, formado por todos los seres del mundo; uno solo lleno de piedad o de amor, por sí mismo y por todos los otros.
-La pucha, este don Nicanor, -pensé saliendo de eso- no se si es grande como la noche o luminoso como el día ...
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LA CULEBRA
Etábamos descansando en el monte debajo de un algarrobo, sentados sobre pasto tupido, verde y fresco. Ese día de otoño hizo calor y por andar cazando en campo de pajonales y cardos, yo por lo menos, necesitaba de ese descanso. Mi perro jadeaba acostado cerca de nosotros. Don Nicanor se había quitado el sombrero. Para secarse el sudor de la frente se pasó una manga de la camisa alzando un brazo. Luego se recostó apoyándose en un codo y la cabeza en la mano. Tenía en la boca un gajito de hinojo que a ratos mordía o cambiaba de una a otra comisura.
Salimos demasiado temprano a cazar. Todavía faltaban más de dos horas para que atardeciera y había· mas recorrido todo el campo del norte. De modo que no teníamos apuro y, naturalmente, era feriado. Antes de salir al campo en el rancho habíamos conversado mucho los dos tomando mates que cebaba doña ·Cefe.· rina, callada. Los . chicos me espiaron desde la · cocina; nosotros estuvimos en el patio. Mi simpatía por el hombre creció, y me di cuenta que cuando hablaba conmigo se le expandía el espíritu haciéndolo sobre asuntos que estaban muy arraigados en su vida, pero cuyas sugerencias, en su pensamiento, necesitaban el estímulo de ciertas compañías. Tenía yo el convencimiento de que don Nicanor también me conoció "el lado flaco" y quizá por complacerme se prodigaba.
Señalando las presas cazadas, le dije:
LMire don Nicanor que es dañino el hombre, caza por placer ...
-Suerte la suya, que lo hace porque le gusta y no le tira ni a un carancho si no es al vuelo. Seguro que usted nunca cazó por hambre ...
-No, amigo, la verdad que no.
-Ahí si que se ve el instinto del hombre. Haga de cuenta que pone el alma y la vida. Un hombre que caza porque otra cosa no tiene para comer, tira siempre
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al bicho asentado, para no étrade, y cuando lo mata, no siente que alza un ave, es como si alzara comida. A.sí cazamos los pobres, perdone amigo, compre11do que en usted sea distinto, no quiero ofenderlo.
Sonreí pensando que para don Nicanor, era una ofensa sugerirme que no soy pobre.
-Dice usted -siguió hablando- que. eÍ hombre es dañino. Cierto, lo es. Si se .. ha fijado bieri, siempre es dañino con los más débiles.
Quise derivar el tema hacia su· propia vida y mientras encendía un cigarrillo para disimular mi interés, le dije entrecortando la frase con las primer.as pitadas:
-Usted habla, -fumé- como si le hubieran Pª'" sado, -volví a fumar::- muchas cosas ... ~ . '
. ......;Puede ser. Vea, tendría lo más nt1eve años cuando desalojaron a mi padre de un campo que tenía. ¡Ni las herramientas le quedaron! Recuerdo la volanta vieja al lado del rancho en la costa del San Javier, en la que anduvimos todos de aquí para allá: Cinco hermanitos tenía y yo era el segundo .. Si un recuerdo triste tengo es ese, porque a fuerza de penurias y malos días y malas noches, murió una de las hermanitas. Desde entonces pienso que el hombre que hace sufrir a · otro por interés,' no merece perdón de Dios. Hay hombres que deberían sentir vergüenza de tener el dinero que tienen.
-¿Era arrendatario su padre, don Nicanor?
-No. Al campo se lo tragó una hipoteca. Eso me lo supo contar mi madre. Hubo dos años de malas .cosechas, la tercera fue regularcita y la cuarta muy buena. Pero después que entregó mi padre el cereal no se lo pagaron porque quebró la firma ... ¡Fíjese! Le cayeron encima al campo. Lo persiguieron al viejo, unos de aquí por la. provista y ¡claro!, si-había dado de comer todos esos años a la familia, tenía que aguantárselas ahora. Otros de allá por la hipoteca y ¡claro! Había querido tener tierra propia y máquinas para hacer las cosas bien .como corresponde a un colono, y terminó con ooa chata, haciendo acarreos. Mire amigo, el hombre es dañino con los bichos pero los bichos buscan siempre dispararle, y es esa su defensa; y es aprovechador con el hom-
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bre que. necesita, porque ese hombre no puede disparar, se entrega. Es menos que un bicho perseguido. Es algo vergonzoso ¿no le parece?
Yo lo miraba serio, y don Nícanor a medida que hablaba adquiría más gravedad. Nunca lo había visto así. Se sentó, prendió un cigarro "de hoja", y continuó:
. -Uno a uno de los hijos nos hicimos mayorcitos, y uno a uno nos fuimos de las casas, a trabajar. Peoncitos todos. Nos ... ntregamos a esa vida, de campo siempre. Cuando me casé con Ceferina sabía tanto de agricultura como el que más, y tenía mis ''realitos" guardados. Así fue como arrendé cincuenta hectáreas. Pero esa historia ya se la conté. . . Aquí estoy, de peón otra vez. Conservé unas pocas vacas que tengo en las islas y es todo mi capital. Mis cinco hijos tienen, mal mal, qué comer y eso no les ha de faltar, según calculo. E.l Héctor está crecidito y va creciendo el Hugo, como nosotros en la casa del viejo. De a uno, de a uno, se irá después achicando la familia. A los hijos se los lleva la vida, amigo. Cuando se los lleva la muerte, uno queda penando, y después es como un misterio, digo~ que uno tiene en las ideas. Cuando se los lleva la vida, también uno queda penando desde que teme los azotes de la mala suerte o las cosas que se hacen contra los hombres.
Entendí que don Nicanor se refería a los hombres pobres, que trabajan, porque ese era el orden· de sus pensamientos. El hablaba con patético tono de indefensión.
-Para mi, -siguió diciendoL es asimismo un misterio pensar que cuando uno necesita trabajar, se sienta como entregado o como que se va a entregar. Uno a uno, nos vamos entregando para servir en provecho de otros. Eso es trabajar ...
Comenzó a masticar otro cabito de hinojo . Se hizo un silencio largo. Yo lo escuché observando su fortaleza y me parecía don Nicanor poderosamente afianzado en el mundo y sin embargo todo en ese momento era en él pesadumbre.
-Para qué le diré estas cosas ¿no?
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-Por el contrario, lo escucho y lo comprendo. -Mire, para terminar, le voy a contar algo que yo
sabía por otros, pero que el mes pasado he visto aquí mismo en el campo. Se lo voy a contar porque a usted le gusta saber costumbres de animales. Me decían los peones que la culebra cría a los pichoncitos de las perdices si matan a la madre; que los sigue y los va cuidando. Esa no es la verdad. Cerquita de las casas yendo a caballo, vi una perdíz con siete pollitos cruzando el camino y detrás iba una culebra. Ahí está, dije, para mí que no los cría! Hay pues, una limpiada, esa que habrá visto al norte de la tranquera. Seguro que la perdíz tenía por allí nomás el nido, y me propuse espiarla. Como a los dos días la vi otra vez y llevaba cuatro pichoncitos, le faltaban tres, a la culebra no la vi. Cuando volvía del trabajo otra tarde al pasar la tranquera, andaba la perdíz con un solo pichoncito. ¡ Le pasan cosas también a los bichos! La culebra que la seguía, amigo, le fue comiendo uno a uno los hijos; no podría, sino se la come a ella también ...
-¿Quién será, don Nicanor, -le pregunté siguiendo el orden de sus pensamientos- la culebra que sigue al hombre?
Bajó la cabeza y sonrió, señal de que nos habíamos comprendido:
-Qué quiere que le diga; yo no la he visto, pero que hay una, es cierto. Una que nos come de a poco, de a poco. Y hay también entre los hombres algunos que son culebras.
El perro se agitaba impaciente. Nosotros estábamos ya descansados y por delante teníamos un campo de cardales en el que silvaban martinetas ...
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A LA DISTANCIA
En los meses de veda -nueve en el año- que es cuando procrean las aves y se prohibe cazar, raras veces visitaba a don Nicanor, mis cxcursiones me apartaban de la zona de "Los Espinillos" o si pasaba por allí era de madrugada, oscuro aún, yendo a las arroceras de San Javier en compañía de amigos a tirarle al pato al vuelo. Pero en cualquier campo que estuviera su recuerdo vivo hacía que contara anécdota de él o 'comentara sus pensamientos de aguda penetración en experiencias de la vida campesina. A la .distancfa Y . a favor de los intervalos prolongados que transcurnan sm que lo viera y lo escuchara, trataba de comprender claramente su personalidad. Los resultados eran complejos. Por su manera intensa de trabajar desbordante de energía -cuando no padecía del hígado- a veces alegre hasta la risa, me parecía hombre optimista, co_mbativo, inarredrable. Y lo era en ver.dad, pero referido el concepto a sti voluntad, a su derroche de fuerza entregado a las labores, como si creyera totalmente en ellas, en su finalidad para la existencia del hombre.
Si lo recordaba montado a caballo no podía precisar exactamente cual predominaba de sus imágenes ecuestres. Podía ocurrir que a desenfrenada carrera lo viera cortar el paso a un enérgico, temible novillo chúcaro, lo pechara, lo volviera por donde más quisiera y lo hiciera ,disparar azotándole el lomo como si allí estuviera el centro motor de sus mañas y corriendo a la par golpeara con la lonja educadora pero como quien quita al animal una vieja suciedad de la piel. Sabía siempre donde castigar para obtener el resultado que quería, sin saña, con hábil manejo de la pedagogía bovina cuando se aplica montado a caballo a toda velocidad contra un novillo chúcaro, peligroso . O podía verlo venir al hombre a paso lento, sin fatiga, montado como si debajo de él no tuviera un caballo donde iba sentado, sino algo vivo, y fuera de su conciencia al que no daba ningún significado. Iría así lo mismo aunque no fuera trasportado por algo, sino por un deslizamien-
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to suave del aire que·Jo llevátá íio provocado por él pero aceptado y placentero desde muclúsimos años atrás. O podía verlo a don Nicanor tomarse de las crisnes y dar un salto para enhorquetarse firmemente, ahora sí poniendo su dicha en el sentimiento de montar su ca-1:>allo apreciado, valorado, ponderado, cepillado o bañado prolijamente, despacio, con el placer de sentir en las manos el calor y la fuerza del anca, de las patas, del cogote, la nerviosidad de los remos, y montar luego sustancialmente afirmado su propio cuerpo, su peso, sobre el caballo, granítico aunque capaz de cualquier sutileza de los movimientos, de los descargadores de violencia o de velocidad o de potencia y de los apacibles y rítmicamente despaciosos; y él mismo, don Nicanor, estaba allí arriba del lomo sabiendo que sobre ese caballo le podían ocurrir cosas extraordinarias -carreras o repuntes trabajosos- que no se olvidarían nunca y las contaría hasta en los últimos años buenos de su vejez; o cosas simples, comunes pero siempre procedentes de su caballo.
Pero podía también imaginarlo a don Nicanor -¿acaso no había sido agricultor?- conduciendo un tractor, un poco ingenuo al principio, entorpecido por el ruido poderoso del motor, azorante para el novato, que lo confundiera más que la necesidad de saber cómo ubicar la palanca, apretar el acelerador, soltar el embrague y librar así la formidable fuerza de la máquina y detrás suyo un arado de diez discos, automático, abriendo la .tierra mientras él se afirmaba en el manubrio y volcado su sombrero hacia atrás, daba la frente al viento y al porvenir hermoso de un campo roturado, fragancioso de tierra abierta y húmeda, de yuyos aplastados o rotos y enterrados, de raíces frescas al sol, de gusanos blancos y en el aire pájaros avisares siguiéndolo, cambiándole la belleza del vuelo por la comida desenterada. Pero tenía entonces que quitarme de la imaginación a "Los Espinillos" para verlo así, y retrotraerme a un tiempo pasado o avanzar en otro, futuro, porque en la estancia -apenas traspuestas una de sus tranqueras- hasta los pastos duros, la tierra virgen, los montes, las aguadas en cañadas de totorales, habían adquirido un difuso espíritu trashumante de ganado, y un ambiente de repulsa a la reja, a la semilla
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cultivada., a la cosechil, .. al hombre del trabajó en páz en el surco, al hombre de la esperanza en la lluvia, en el frío o en la benignidad general de la naturaleza. "Los Espinillos" tenía una fisonomía de rudeza, de cueros· y pezuñas y hasta de plantas y hierbas espinos_as. Pun"' zantes y filosos los pajonales, verdes o secos; tierra pla~ gada de púas de cardos o de abrojos, agujas de ~osetas, alfileres de cadillos, leznas de arbustos, todo pmchoso y ríspido, en una especie de fantástica siempre milenaria de espinas y garfios por más que el pasto suave cubriera en parte el suelo y hierbas sustanciosas, yu~os dulces -buscados por la hacienda- brotaran en V1ejos e inmensos campos siempre cubiertos total o parcialmente, de montes con fisonomía de salvajismo recién desaparecido o de obligada persecución constante de garrapatas y alimañas.
Allí sí lo imaginaba a don Nicanor domeñando las violencias de animales y plantas, de a caballo y aun a pie abriendo surcos con peones limpiando la recta por donde plantarían postes, estirarían alambrado, sonoros los hilos, cuerdas de imposibles arpegios para el viento, duros y defensivos en las púas, tensos deslindes de potreros montuosos, guardianes interiores rezagados de los otros alambrados, los rígidos divisores externos de una inmensa y antigua propiedad de extranjeros en tierra argentina. En ese medio fragoroso de vegetales, tierra y agua, intocado desde el fondo infinito de los tie1;1pos, apenas modificado -nada casi- por la presencia de pocos hombres, ranchos, alambrados y tranqueras, hollado por animales que lo mismo pudieron ser los mansos de la estancia o los salvajes no del todo desaparecidos, allí en ese medio podía ubicarlo a don Nicanor en mi pensamiento porque allí lo había conocido, allí había estrechado su mano ruda, había oído por primera vez su voz, sus palabras de inflexiones rústicas.
Pero si recordaba hechos pasados de su vida de agricultor o sus conversaciones e inclinaciones campesinas, el escenario, el paisaje o llámesele geografía d_e la zona, resultaba inadecuada para encajar en ella su imagen; era de imposible consustancia en la persona de don Nicanor, estaba allí sin justa ubicación, sin ;destino aparente. Más lógico entonces era pensarlo en campos de agricultura, arando o sembrando o gozando las fatigas
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de, las_ ~osechas, con su alegre manera de trabajar. Lo· ve1a vivir en casa confortable, ante un horizonte de trigales, un olor de tambo, mugiendo las vacas · con voz de leche y gordura. Entonces descubría la fatalidad de un persistente fracaso impuesto por las circunstancias arrastrando su vida, que lo había enredado hasta ha~ cerio recalar en un rancho de "Los Espinillos".
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LA RUTA PAVIMENTADA
Doña Ceferina está carpiendo unos "linios" de plantas de zapallitos. El sol, alto, calienta su espalda y s .. · cabeza cubierta con pañuelo grande, de cuello -uno negro, viejo, que ya no usa don Nicanor-, sobre él se ha puesto un sombrero pajizo. Hace bastante tiempo que no ve a los chicos esta mañana . Ahora son cinco los hijos que tiene. Jorgito, el último, está en pañales.
-¡Héctor, Hugol, -llama-.
Vienen Juanita y María, pero los muchachitos no; no le responden tampoco, simplemente por que no pueden oírla.
-No están en las casas. ¿Dónde se habrán metido?
No es que los quiera tener siempre cerca; por lo demás, son bastante libres. En ocasiones van al monte cuyos primeros árboles están un poco más allá del pa,tio y del alambrado de la huerta, pero se extiende hacia el norte y el este a mucha distancia. Allá buscan nidos o iguanas con los perros.
Ahora están los perros pero a Héctor y a Hugo no se los ve. Si se fueron solos, es difícil que estén en el monte. Doña Ceferina no hace un drama de la prolongada ausencia de sus hijos. Ya vendrán, aunque estaría más tranquila si hubiesen salido con los perros, porque son bravos, ligeros y atentos a las órdenes de sus hijos. Con ellos no tienen peligro de perderse, ni hay yarará que los sorprenda. Mientras se agacha doña Ceferina limpiando surcos con la azada, calcula por el sol que son las diez y media de la mañana, quizá un poco más.
-¿Dónde se habrán metido esos dos?
Sonríe pensando que se escondieron para no carpir y sacar yuyos. Otras veces trabajaron con ella en la huerta, sin que se lo exigiera. No sabe dónde están Héctor y Hugo, ni lo sabrá por el momento, por más que los llame.
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Por el camino de ht1ellasse han id.o. No corrieron lagartijas esta vez, ni extra.flan la compañía de los perros. Por el contrario, evitaron ser vistos y se alejaron para que no los siguieran. Cuando pasan por los yuyales de una arrocera en receso, antigua, siguen la huella pero a ellos no se los ven; son más bajos que aquellos hierbales. Pero luego si, porque los pastos del potrero de las vacas están pisoteados por el ganado. Cualquier vecino que los viera podría decir:
-Son los hijos de Bongar. ¿Raro no? que anden solitos por aquellos lados, y a estas horas ...
Andan solos y no corren, caminan con. el alma es~ pectan te. El trecho es largo desde "'las casas" hasta · 1a tranquera, pero llegarán ¿Que no?
-Vos te acordás de la máquina grande, grande? pregunta Hugo.
Y ¿que no? Sé cómo se llama también. Topadora, dijo papá. .
La vieron un día cuando fueron con el pádre a visitar a la abuela. Una máquina inmensa. La recuerda Hugo más como un miedo fuerte que como máquina, un monstruo espantando con su fragor.
Sin embargo guapea: -Yo la manejo así, así. ..
Y mueve palancas imaginarias.
Piensan que volverán a verla removiendo tierra . levantando el terraplén, otro asombro de Héctor y H~go. Antes era un camino chato, arenoso con yuyos a los costados entre hileras de árboles. La topadoras volteó todo, y llevó la tierra al camino. ¿Qué habrá hecho después con los alambrados, con los ranchos, con la gente? Oyeron decir al padre hace unos días:
-El camino está pavimentado; ya no habrá. más penlll'ias ...
-Es una aventura fascinante ir a conocer un pavimento, algo que evita penurias a los hombres, que hace más lindafa vida. ¿Cómo hará un pavimento para con-seguir eso? .
. . Cuando llegan a la tranquera la inminencia el descubrimiento les agita el . pecho. . Héctor está todo poseído de un anticipo de asombro; Hugo camina .d~-
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trás no sea que haya. algún oculto peligro en el pavi~ . mento. No pasan la tranquera; se suben a ella y desde
allí arripa ven sobre el terraplén una faja oscura, casi negra. La topadora no está. Observan el pavimento -Hugo se muerde el labio inferior- sin sentir el cansancio de la prolongada caminata.
-Mirá -dice Héctor- había sido eso.
El hermano se estira para ver mejor y no le sucede nada malo mirando. De modo que bajan para acer,carse, es cuando oyen un zumbido raro, como si se ele~ vara al cielo. Del sur llega ese zumbido y de pronto ven venir el automóvil. Pasa a más de cien kilómetros por hora: Vuuuuúmmm ... mmm, mmm ... !
·-Vuuúmmm ... ! y se fue, se perdió en el horizon-te.
Eso es algo maravilloso que los exalta; algo para contarlo por mucho tiempo. Más no concluye allí todo. Otro zumbido oyen. Están atentos: ¡Vuuuúmmm!
¡Más veloz que el otro! Algo casi imposible de ver. Héctor y Hugo piensan que más allá de donde viven, por el lado de Helvecia, quizá más lejos, hay un mundo extraordinario y distinto. El pavimento se lo revela un poco. La sensación de la velocidad de los automóviles los ha dejado perplejos. ¡Las cosas que deben ocurrir en las ciudades! Los pocos autos que ellos vieron an,tes, pasaban lentamente, luchaban con los arenales o éon el barro; algunos quedaban vencidos, en las huellas enterradas sus ruedas, hirviéndoles el agua, soltando vapor. ¡Pero éstos!
-Es por el pavimento, -dice Héctor-. Subamos para verlo mejor.
Trepan la banquina y miran hacia el sur. luego has cia el norte. No tiene fin.
-El auto corría así, así -dice Hugo y corre él por el pavimento. . . Héctor ríe y Hugo deja de correr tan velozmente. Es muy pequeño. Pero corrió sin .embargo, sobre esa franja oscura y rígida, lo mismo que un automóvil, y eso es suficientemente maravilloso para él
Ceferina ha dejado la azada. Terminó de carpir. Las plantas de zapallitos no tienen ya el riesgó de ser invadidas por malezas, por ahora. Está colnca:ndo nla-
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tos sobre la mesa porque llegará su marido, cansado -seguro- y con apetito. Tendrá que darle la noticia. Héctor y Hugo no están en la casa. ,
Espera en el patio a don Nicanor y antes de que baje del caballo le cuenta la novedad. Don Nicanor ha visto ya a los perros . Piensa que sus hijos, por más que hayan salido solos, no pueden extraviarse. Si se pierden animales en los montes de "Los Espinillos". en sus pajonales, en sus cardales tupidos y altos, él siempre sabe dónde encontrarlos. Es su oficio, esclarecido por su instinto y su conocimiento del ganado. Más fácil es conocer a los hijos.
-Ya te los traigo, -le dice a Ceferina- y sale hacia el este, hacia el rumbo del camino inaugurado, al galope.
Desde la tranquera ve a los chicos, acostados de vientre en la tierra de la banquina. Baja y a pie se acerca.
-¡Qué hacen los señores! -don Nicanor los trata de "señores" cuando están en falta.
Los hijos se sorprenden y se incorporan. Agachan la cabeza y lo miran por entre los flequillos. Don Nicanor los lleva hasta el caballo, tomados de la mano. A Hugo lo sube adelante, luego monta él y ayuda a Héctor que se enanca detrás. Así regresan.
-Los señores salen sin permiso, sin que les impor-te la madre ¿no?. ·
Los "señores" saben que es mejor callar; nunca les pasa nada desagradable con el padre. Los lleva con él, protegiéndolos. Retoman sin miedo; la madre tampoco les dirá nada severo. Esa certidumbre les permite ir así, de regreso, recordando todo lo estupendo que vieron esa mañana. El campo, el rancho, el monte, los perros, el molino, los bretes tienen ahora significado distinto. Parecen, en sus pensamientos, menos extraordinarios, más simples y conocidos. Recuerdan el pavimento y la fantasía se les puebla de extrañas imágenes. Es por ello que regresan, enancados con el padre, silenciosos y asombrados.
-Aquí están los señores -dice Don Nicanor a su mujer, ya quieren ser puebleros los señores.
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Héctor no pudo explicar bien todo lo que había sucedido mientras estuvieron en el pavimento, pero Hugo, que es más pequeño, si. El dijo todo y también imitó el zumbido:
-Mamá, el auto iba así: ¡Vuuúmml
Don Nicanor y doña Ceferina ríen.
-¿Cómo?- pregunta el padre.
Plantándose bien sobre sus piernas Hugo agitó un brazo y arrugó la cara:
-¡Vuuuúmmml
El pavimento se incorporó a su vida con un formidale zumbido, en cambio Héctor lo recuerda meditabundo.
La tranquilidad del campo cobijaba a la familia sentada almorzando y a mi con ellos; allá lejos, en el camino acercaba sus roídos el otro mundo, el que no conocí¡n -ni conocen aún- los hijos de don Nicanor.
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EL CANTOR PERALES
El trabajo había sido intenso. Bongar estuvo a cargo de los peones que repuntaron hacienda en uno de los campos sucios de pajonales y montes donde fue largada la novillada chúcara, adquirida en zona del Chaco para engorde y venta. Don Nicanor había trabajado a la par de los peones y quizá con superior esfuerzo puesto que su temperamento lo arrastraba con pasión en las tareas ganaderas, cuando ofrecían dificultades. Fue necesario encontrar novillos en abras de pajas bravas, altas, con desarrollo de capipotí, y muchos de ellos, ariscos, se ocultaban al reparo de esos pajales o en lo intrincado de espinillos y cardales elevados, crecidos a favor de la humedad del monte. En algunos casos hubo que .buscarlos en las cañadas y arrearlos al galope hasta el rodeo. Lo que normalmente hubiera ocupado una tarde en otros campos, de los grandes y limpios de "Los Espinillos", les llevó tres días de trabajo. Pero en esas dificultades geográficas y en las propias de hacienda chúcara, los peones se empecinaron con más ardor y don Nicanor se hallaba en ellas con su aguerrida naturaleza. Hicieron pues derroche de destreza y de conocimiento del terreno.
A medio día del sábado, terminada la tarea, se juntaron los peones en "las casas" del compañero Cuevas. Corno era día de provista de carne, mandó cada uno una tira de asado de su provisión para reunirse y comer un churrasco en compañía. Don Nicanor se demoró con el mayordomo de modo que cuando llegó al rancho de Cuevas ya ha6ían dado vuelta la carne sobre la parrilla y algunas botellas de vino, vacías, estaban tiradas en el suelo.
Había entre los peones uno nuevo, joven enh·erriano "medio cantor y guitarrero", Perales, hombre de linda estampa del que se decía:
-No va a quedar mucho tiempo por estos lados ...
Seguramente se opinaba así de él porque su aspecto y sus maneras no eran comunes y más sugería ser
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hombre andariego que establecido. Estaba cantando una canción chocarrera y riendo con los amigos, pero al llegar don Nicanor cesó de cantar; dejó la guitarra como quien creyera que al venir el capataz había que guardar ciertos respectos, quizá también porque sabía que don Nicanor era hombre de concitar en él la atención, y no quiso prevalecer. Cualquiera de ambos motivos podían ser, porque don Nicanor dijo:
-Siga Perales, que desde lejos lo venía escuchando lindo.
La vez que don Nicanor me contó de ese asado alabó las canciones de Perales, y también me dijo:
Habrá observado que hay maneras de cantar, según sean las circunstancias. Si oye cantar e~ un baile, es una cosa· si en un boliche, otra. Para ID1 gusto no , , hay como el canto del hombre que lo hace porque s1 nomás, el que canta como si estuviera solo, y ~ás si es en el campo. Me refiero a esos cantos argentinos que uno escucha y es lo mismo que si viniera música de los montes de aguadas, de pastizales y ranchadas viejas de los tiempos de antes: Cuando uno acuerda, está entregado a eso grande que ocupa en nosotros el sitio de la patria.
Guardó silencio mirando la lejanía en el atardecer; meditó un rato y volviendo la vista hacia mí agregó paulatinamente:
, -Mire, no le sabría decir lo que es la patria, aunque sí le aseguro que sin ese sentimiento no sabríamos ser padre, ni hijo, ni hermano, ni amigo. Vendría a ser un amor sentido que le viene de la tierra que conoce, y ese amor es para todos los hombres ...
-¿Todo eso, don Nicanor, le dijo a Perales?
-No. No le dije. No había tiempo ni oportunidad y para serle franco, tampoco lo pensé en esa ocasión.
-Y después de un trabajo tan rudo, ¿le quedaban ganas de cantar a Perales? le pregunté deseoso de que me hablara de él.
-¿Qué no le van a quedar? Es guapo demás; siempre anda contento cuando trabaja. Le brota la alegría del cuerpo.
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-Me parece simpático ese Perales. ¿Será así no?
-:-Efectivamente, para los peones, sí. Lo que le voy a decir no lo va a creer. Perales no le ha caído bien al mayordomo, y es nomás por ese carácter que tiene. Seguro que lo ve mal, digo yo, porque con esa alegría no se puede meter; es algo fuerte, más fuerte que el mayordo11;0, Qué inconveniente puede ser la alegría ¿no? ¿Sera que el peón que no es medio triste, o calla~o, no tiene cuerpo para peón? Un pobre que es peón, tiene que parecer pobre, si no le entran a desconfiar. Si es capataz y pobre además, lo mismo ocurre. Y si no, fíjese, usted ve ese pedazo de tierra en el que siembro algo para la familia, tendrá una hectárea cuando más, con rancho y toao, que para nada le sirve a la compañía porque está casi encerrada entre los alambrados de los dos potreros y del corral. El otro día vino el mayordomo y mirando el sembradito de maíz, los linios de sandía y de zapallo, me dijo:
-Esto no es colonia para sembrar tierra. Está ocupando un sitio sin autorización y está haciendo agricultura ... Así dijo: Agricultura. Fíjese, ¡Agricultura! Y le contesté de buen modo:
-:-Mire señor, que estuve autorizado por el mayordomo don Carlos, -era el que estaba antes-, cuando vine aquí.
-Será -me respondió- pero le advierto que voy a hacer agrandar el corral y el alambrado pasará por acá, dijo señalando los paraísos. ¡Vea un poco! Me va a rodear el rancho con el corral sin yo vea la necesidad. <.::osa de él, nomás. Lo que menos quisiera es que supiera de mis animalitos, aunque los tengo en la isla. Mi experienci~ me dice que se desconfía siempre del pobfr· que algo tiene. Cuando uno dice "pobre" ¿vió? también agrega: "pero honrado". Allí tiene usted, hay que aclarar que es honrado. Si dice pobre nomás y el aspecto de la persona está desmejorando se enti·a a pensar lo peor de ese hombre. Difícil que a un pobre y mal entrasado se le tenga confianza. Es otra ventaja que tam-bién le llevan los ricos. . . ·
Pensé que a don Nicanor sufrimientos prolongados lo habían hecho muy pesimista en ese aspecto y para alentarlo le dije: '
-Un hombre, cualquier hombre, es honrado, se dice, don Nicanor, hasta que se demuestre lo contrario.
Bajó la cabeza mi amigo y después de un rato sonrió; me había hallado una respuesta y fue esta:
-Un hombre pobre es honrado cuando lo demuestra ... y no basta siempre eso, a primera vista. La miseria lo hace sospechoso a un hombre. ¿Cree usted que a un hombre rico se le pregunta cómo es que tiene vacunos, por un decir? Los tiene y se acabó, son de él. Para eso es rico. Pero si un hombre pobre tiene su majadita o sus vaquitas -decía "vaquitas" por decir poca.s- lo primero que se pregunta es cómo puede ser que las tenga. Y si ese hombre cuida ganado ajeno, nunca faltará quien le haga la pregunta con malicia. En eso hay una ofensa que siempre anda en el aire. El pobre· es hombre fácil de ser ofendido por ese lado. Si quien pregunta con malicia es su mayordomo, entonces amigo, uno comprende que ser pobre es una desgracia. Y si se cree con derecho a progresar -aunque no haya pensado en ser rico- más difícil le resulta la vida, porque no halla conformidad .
-No siempre es así, si me permite, don Nicanor, porque hay casos en que eso no ocurre- le interrumpí para evitarle cierto resentimiento o ciertas humillaciones que parecían prontas a aflojarle ese día.
Le habrá parecido demasiado polémico el asunto porque levantó la cabeza no como para replicarme, sino para darme una mejor explicación, sin renunciar a sus ideas y haciendo de lado mis objeciones.
-Lo que yo le digo está referido a las grandes estancias que he conocido, porque cuando más grandes son, más exigencias hay y más aplastado se vive. Por eso le digo que Perales no es agradable al mayordomo, desde que se muestra alegre y libre, capaz de hacer lo que se le ocm-ra en cualquier momento. En estas estancias el peón, es peón, si es capataz, capataz, y lo menos que les gusta es ver a su gente progresando aunque para eso no les disminuya ni un poco el trabajo y se rebusque por su cuenta en vez de descansar los feriados. Lo quieren exclusivo y sumiso al personal y así uno es hombre embretado en el trabajo y en esas exigencias. La mejor manera de ser peón, para ellos, es no tener
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pasta más que para eso, vivir p~ón, mqrir peón . Soy capataz, desde que alguno tiene que haber en "Los Espinillos", y les convengo, pero no les satisfago cuando también aro Wl pedazo de tierra por mi cuenta. Me salgo del ganado y doy idea de agricultor. Por otro lado, estoy haciendo algo con independencia, allí nadie me da órdenes. Es lo mío, mi trabajo, mi semilla, mi cosechita poca, pero libre de mis actos. Eso, digo yo, les duele1 porque por el pañuelito de tierra no ha de ser ¿no? Mire, el sometimiento es una · desgracia que un hombre soporta, pero de mala gana.
-La ceniza del b·onco, -pensé- cubre la brasa, pero no la apaga.
Eran demasiado amargas las conclusiones de don Nicanor y creí que mencionándolo a Perales iba a salir de su pesimismo:
-A lo que llegamos, -le dije- hablando del can-tor Perales. . . ·
Era una de esas noches en que quedábamos solos en la cocina.? bebien_do o tomando mates, después de acostarse dona Cefenna y los hijos. Muera se extendía el inmenso silencio de la noche y del campo.
-Así es, -me respondió- yo hubiera querido que usted escuchara lo que contó Perales ese día. Vino la conversación a raíz de los sueldos. Perales es hombre que ha andado mucho y conoce demás las picardías.
-¿Qué les contó, don Nicanor?
Mi curiosidad era mucha.
-Dijo que en Entre Ríos trabajó en una estancia donde había tres puesteros. Uno de ellos vivía con muchos de familia, lejos del casco, como a tres leguas, en el fondo del campo. Para llegar allá debía atravesar una gran cañada, así que poco se lo veía. Los otros eran más a½egad?s al dueño. Resulta que estos dos, uno con un hi¡o chico y el otro con tres -cada vez que iba el patrón a la estancia, le hablaban del sueldo, que no alcanzaba, que era poco para el trabajo que hacían que era mucha la hacienda, y que esto y que lo otro. El patrón les contestaba con la ley:
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-Les pago lo que fija el estatuto; si no les gusta, vayan a protestarle al gobierno, no a mí, -les respondía-.
El que nunca protestaba, era el otro puestero. Vivía tranquilo en el fondo de la estancia, conforme, el hombre. Nada le exigía al patrón, ni al encargado. Hasta que un día en que volvieron los dos puesteros a pedirle que los mejorara, parece que el patrón se enoió, y se enojó tan fuerte que despidió al puestero del fondo ...
-¡Cómo! -le interrumpí- ¿Al que no protestaba?
-Si, al que no protestaba. Luego se supo porqué. Aquel sinvergüenza -dijo el patrón- está viviendo con mujer, cinco hijos y un entenado, los tiene de agregados al viejo Facundo y a la suegra, que para nada sirven. Diez personas viven en el puesto y nunca me protestó por el sueldo! Lo despido, no sea que me esté carniando animales. . . Y lo despidió nomás. ·
-Entonces don Nicanor, no siempre Perales está alegre, si cuenta esas cosas .
-No vaya a creer. El lo contaba muy divertido, para hacemos reír de la picardía del patrón . A veces hay cosas tan bárbaras que dan risa.
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EL TERNERO DE LOS CHICOS
La creciente del Paraná venía subiendo el agua en sus riberas; el San Javier y los zanjones se llenaban y antes de que amenazaran inundar las islas don Nicanor comenzó a sacar sus animales, cinco vacas y dos terneros. Había pedido permiso en la estancia para tenerlos cerca del rancho, y se lo concedieron, para que los pudiera salvar. Ahora los arreaba desde una isla fiscal.
Cuando llegaba a los zanjones, los hacía cruzar por los vados, y en los más profundos, se azotaban las vacas en el agua abriendo desmesuradamente los ojos mientras braceaban; al ternecito chico lo ató de patas para llevarlo en el caballo. Para cruzar el San Javier utilizó una canoa para los terneros y cuidó que se mantuvieran quietos. El ternecito tenía dos días; era overo amarillento, con pocas manchas, parecía blanco sucio, pero en realidad era bayo en lo más de su piel. Flacucho, débil, asustadizo. La madre, la vaca vieja, cro7Ó a nado el San Javier, agitada, desasosegada, con síntomas de estar enferma.
Lentamente, vadeado el río, arrea don Nícanor después de darles descanso. El ternerito se queda a veces y luego reinicia la marcha con suave trotecito. Abre don Nicanor la tranquera desde donde se ve el molino de viento -allí están los bebederos donde toma agua una parte de hacienda de la estancia- a un costado los últimos árboles de un monte, y al otro, la techumbre pajiza de su rancho. Va preocupado por la vaca enferma, que se detiene, resuella y su vientre es como fuelle agitado. Anda desp~cio la vaca, y lo que es peor, despreocupada de su cna.
Llega al rancho don Nicanor y los hijos acuden para ver el ternerito -doña Ceferina les dijo que lo traerían- y lo observan risueños, Héctor el mayorcito y Hugo.
-(¿Tiene ya ocho años? Cómo pasa el tiempo doña Ceferina! - le dije en una de mis visitas.
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-Sí, sf don Dalmacio; y éste, ..;_respondió mi amiga señalando a Hugo- ya va a tener siete; y ésta, la Juanita, cinco; y el regalón, Jorgito, tres; y la María, ya la ve, gatea ... ) .
Se queda parado el ternerito mirando con ojos tristones las morisquetas que le hacen. Héctor le tira una soga al cogote y la esquiva asustado, a saltos huye y luego se detiene, curioso.
Don Nicanor encierra "sus vaquitas". Doña Ceferina lo espera con el mate. Es sábado por la tarde y tendrán tiempo para conversar sobre la creciente, sobre los chicos y las vacas.
-Me parece que está enferma la barcina. Demás enferma ... Lo que faltaba.
En efecto, estaba enferma, tanto que a la ,emana siguiente murió. Nada pudo hacer don Nicanor con su sabiduría sobre vacunos ni con su práctica para las inyecciones. Murió nomás la vaca. El ternerito huérfano fue acercado al rancho y la huerta vieja, alambrada, fue su corralito. Allí comenzaron Héctor y Hugo a. quererlo, a mimarlo, a divertirse con él. Allí vieron cómo se prendía a la mamadera que le daba doña Ceferina, hasta que ellos mismos aprendieron a hacerlo y cada mañana madrugaban para acercarle el chupón de la botella. El temerito aprendió también con ellos sus primeras lecciones de vida. Los veía y se aproximaba, con el hocico los empujaba, se plantaba luego· sobre sus patas echando el cuerpo hacía atrás, erguidas las orejas, como si fuera a saltar; los desafiaba, los incitaba, hasta que Héctor y Hugo, revueltos los cabellos del sueño, le descubrían la mamadera oculta en la espalda. La boca ávida, los ojos agrandados, chupaba con glotonería, moviendo la cabeza, alzándola a sacudones como si golpeara la ubre ausente de la madre. El chono de leche le bajaba por su garganta ruidosa; espuma blanca le festoneaba con globitos los belfos y al dejar- la mama dera se los limpiaba con su lengua, ancha, sonrosada, blandita, ansiosa. Se quedaba allí parado mirando a Héctor y a Hugo, asombrado, cada vez que terminaba, de que eso tan delicioso hubiese concluído.
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' .
Don Nicanor y doña Ceferina se sentían felices contemplando la escena de sus hijos y del "guacho" - por-que "guacho" lo apodaron al ternerito. .
-Se van a encariñar demás estos salvajes. . . -comentaba el padre.
Los "salvajes" ya estaban encariñados, y el "gua cho" fue día a día, formando parte principal en la vida de la familia.
Debían espantarlo a veces porque buscando a los chicos, si ,tenía hambre, metía la cabeza por la puerta entreabierta de la cocina, y asustaba a María.
Pasada la creciente, que no alcanzó a afectar a las poblaciones y vuelta a su normalidad la vida en las islas, tomó don Nicanor a llevar sus vacas y el ternero grande, pero al guacho, no.
¿Qué iba a hacer sin los chicos, solito entre los animales grandes y los pastizales? ¿Qué iban a hacer los chicos -sin juguetes ¿no?- si les llevaba el guacho? Juguete vivo era y factor de adiestramiento en las faenas ganaderas. . . porque Héctor y Hugo ensayaban con él sus tiros de lazo hasta que convencidos de lo difícil que es revolearlo, tirarlo y acertar a pasarlo hasta el cogote, concluían por ponerle la armadura por la cabeza, mientras uno lo sujetaba, y luego lo tironeaban con la ilusión de estar haciendo -¡véanlos a los mocosos!- lo mismo que el padre con los potros.
Año y medio transcurrió. La vida del guacho pasaba entretenida y mansa. Salía a pastar y regresaba solo a su huerta vieja. Se puso fuerte, como los niños, y creció como ellos en "las casas" y a campo. Su color desmejoró desde que su aspecto general se tornó bayo clarito, y sus formas no lo jerarquizaban. Por más que su gordura fuera visible, huesos del anca sobresalían demasiado. Le faltaba clase. Definitivamente era un rústico un animalito criollo, que le dicen, como si lo de criollo caracterizara la falta de calidad. No la tenía el guacho, para qué nos vamos a engañar. Pero ¿hacía falta ser de raza para ser querido, amado, para cuidarlo, para proteger su vida?
El desarrollo del guacho creó el primer problema a don Nicanor en la estancia.
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-Vea, le dijo el mayordomo- no puede tener ese torito en el campo. Mejor es que lo saque.
-Está bien, si usted lo dice, lo voy a sacar.
¿Cómo hacerlo sin que algo muy profundo se desgarrara en la familia? Creyó que debía ser sincero con sus hijos, y les informó, nomás, de los motivos y que el próximo sábado lo llevaría a la isla. Era derecho de los otros, ¡que embromar! Contra eso no había más remedio que obedecer.
-¿Y acaso yo no lo quiero también? Vamos, amiguitos, -le dijo a sus hijos- que estas cosas pasan en la vida de los hombres. Son así y no hay vuelta que darle!
Héctor guardó silencio, luego de ensayar su protesta ... Bajó la cabeza y de reojo miró al torito. Lo sentía en el alma, pero también y desde antes había comprendido que el guacho vivía con demasiada independencia, qüe ya no obedecía, se hacía el bravo, y hasta daba miedo con sus corridás.
Hugo dejó correr algunas lágrimas, pero todo pasó, y el guacho fue llevado a la isla. No quiso castrarlo don Nicanor. Lo dejó enterizo porque venderlo, no lo iba a vender, ni por todo el oro del mundo, ni que se muriera de hambre. ¿Acaso se puede vender el amor que hizo feliz a los hijos? ¿Que era feo? Es cierto.
Yo tampoco soy buen mozo, -le dijo al cuñado Gerónimo Díaz, que le aconsejaba castrarlo- y por eso me van a capar?
-No salgás con macanas, Nicanor.
-¿Macanas? Mirá, a ese toro no lo toco ni que me maten.
-La pucha, che ¿qué les agarró a ustedes con ese torito?
-Cosas, nomás, que tiene la vida ...
Y fue lo definitivo. El toro terminó de criarse en las islas. Pocas veces lo volvió a ver Héctor cuando acompañó al padre en viajes hacia ellas pero en, el seno de la familia era un recuerdo vivo, nunca faltaron noticias de él. No olvidaron los chicos de llamarlo "gua-
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cho" aunque don Nicanor decía: "el toro"'. El toro de don Nicanor si algo tenía de famoso no era sino por el capricho del hombre en dejarlo enterizo.
-Porque decíme Ceferina, -le decía el hermano Gerónimo- sólo por capricho se puede tener un toro que al fin de cuentas para qué lo necesitan? Si es para reproductor, hay mejores, de los amigos ¿no?.
-Y qué querés vos, cuando Nicanor agarra a querer algo, es testarudo. Y a más si a él le gusta así ... ¿Acaso íbamos a ser menos pobres vendiéndolo novillo?
-También vos, hermana, sos igual que él.
El toro de don Nicanor vivía su regalada existencia en la isla fiscal, entre el Paraná y el San Javier, con árboles de sombra agradable, en los fuertes pastizales. Años después pudo traer don Nicanor al sitio de su rancho, sus vaquitas, pero el toro no. Quedó allá. Cruzaba los vados v se metía en islas vecinas donde rústicos vacunos le ·hacía compañía. Sus enormes cuernos pan,idan agobiarle la cabeza de huesos vigorosos; sus ancas alzadas le restaban jerarquía a su estampa. De verlo, parecía salvaje, no obstante conservaba su índole pacífica, como si los chicos qu6 lo criaron le hubieran dado, con las mamaderas diarias, algo de la dulzura de su cariño. Pero el toro, era toro. No volvió al sitio de su infancia, al sitio de su vida de ternero, y don Nicanor, que a veces le gustaba fantasear, decía cuando el toro mujía de cabeza al oeste, rumbo de su rancho:
-Etá llamando a los chicos ...
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EL PEON CUEVAS
Don Nicanor y el peón Félix Isidro Cuevas galopan a la par en el camino que va desde el casco de la estancia hasta Saladero Cabal, ocho o diez kilómetros al norte de El Laurel. "Los Espinillos" abarca toda esa extensión por el este; y por el oeste llega hasta el arroyo Saladillo. ¡ Mucha tierra amigo! En Saladero recibí~ rán un lote de hacienda que viene del norte. Don Nicanor es capataz. El peón Cuevas es su amigo, ambos eficientes en el trabajo y siempre bien dispuestos .. Cuevas es reservado en sus opiniones sobre asuntos de sus tareas, don Nicanor no. El dice todo, bien cladto y francamente y por más que el mayordomo dé una orden la inspecciona primero; si le parece acertada, cumple; si 1n juzga equivocada, expone primero lo que piensa.
-Eso sí, de buenos modos. Porque para qué hacer mal una cosa cuando se puede evitar, ¿no? Y hay mayordomos que a veces le eITan. Eso pasó con la ubicación del baño para las ovejas, hace unos años de esto y ahora quedó el escombrerío nomás ...
-Te le animás mucho Nicanor, -le advertía doña Ceferina en ocasiones.
-Es que el hombre no debe callar sus pensamientos, -respondía Nicanor con suavidad-, tener ideas es como un regalo que se le ha hecho al hombre. Esa es su principal diferencia con los animales. No dejar decir todo lo que tenemos en la cabeza, por un decir ¿No?, es como no querer que uno sea un hombre.
Además don Nicanor no podría callar ante una cosa que se está por hacer mal.
-En lo de mi incumbencia, se entiende ...
Félix Isidro Cuevas respeta al capataz amigo por esa condición y lo estima, tanto como el placer que siente trabajando con él. Hablando pocas ~eces _sobre_ tareas del día, llegan a Saladero. Echan pie a tierra 1unto al corral, que es de "Los Espinillos", en el cuadro donrle también está la balanza, en las afueras del pue-
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blo. Después de atar los caballos caminan hasta la casa del cuidador balancero; como no está en ese momento y queda un rato para esperar. Cuevas le inicia la conversación, de a poco, para no sorprender a don Nicanor.
Mirá, che, -le dice- no me andan bien las cosas en la estancia.
-¿Ajá? ¿ Y qué te está pasando?
-Mejor dicho Nicanor, es poco el tiempo que me queda para trabajar aquí.
-No seas loco Félix ¿qué estás diciendo? -Lo que oís. Mirá, te voy a ser franco para que lo
sepás.
Don Nicanor se alzó el sombrero, despejando la frente, achicando los ojos para verlo finne a Félix que le estaba presentando con misterio el asunto. Pero se lo dijo al fin:
-Al terminar el mes, me despiden. ¡Fíjate Nícanor! Y bien antiguo que soy en "Los Espinillos". Preavisado estóy, con nota, y me dan plazo quince días para desalojar el rancho. ¡Fíjate!
-Con razón que te veía medio caído, Félix. Te venías con ese embuchado. ¿Y qué pensás hacer?
-Qué querés que haga. · Si empezaron conmigo que tantas criaturas tengo, es que algo se traen en la cabeza estos gringos.
-Mirá, -le contesta don Nicanor reflexivo- con vos no empezaron porque a Gerónimo Díaz, mi cuñado lo despidier?n el mes pasado de la otra estancia, que co: mo vos sabes, son una y la misma cosa. ¿Porqué te despidieron?
-Por reducción de personal, dicen.
El primer camión jaula dobló desde la ruta pavimentada al camino de tierra. Don Nicanor y Cuevas fueron caminando hacia el apeadero.
-Si no tenías obligación de trabajar para qué viniste... '
-Es mi gusto Nicanor. Todavía no sé dónde voy a .ir. ¿ Y qué iba a hacer en las casas? Pensar al cuete
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nomás. Creí que esto, después de tantos años, iba a durar siempre. No me hago a la idea de_ no trabajar más a tu lado. He sido hombre sin emoción por la plata, pero estoy acostumbrado al mensual.
. El camionero maniobraba haciendo rugir el motor, para retroceder y ubicar la jaula en la plancha del apeadero.
Don Nicanor y Cuevas comenzaron su trabajo; luego llegaron dos camiones más, todos con Abe~deen Angus. Recién como a las cuatro de la tarde re,visados y controlados los animales por el mayordomo· que vino en automóvil - formaron la h·opa y la arrearon llevándola al cinco de "Los Espinillos", en el campo que le dicen de la avena aunque hace años que no hay.
Don Nicanor lo miraba a Cuevas que se entregaba a su trabajo como si estuviera olvidado de su próxima situación, mala, mala.
-Son muchos de familia. ¡ Qué flor de golpe para el hombre! - pensaba .
En un momento del arreo, fácil porque iban los animales como embretados por un callejón, don Nicanor le dijo:
-Che Félix, te estás portando como si no te hubieran preavisa.do del despido.
-¡Qué querésl Cuando un hombre siente en el alma su trabajo, le cuesta desprenderse de él. Vos lo sabés. Viví trabajando en lo que me gusta, y es mi manera de vivir. No creas que estoy tranquilo, siento una rabia profunda, y sé que es al ñudo. . . Solo me la~ arreglaría. Es por mi familia que me duele esto de los gringos. Nunca he aprobado la conducta del tape ese ¿te acordás? que abandonó mujer e hijos y se mandó a mudar solo cuando lo despidieron. ¡ No tenía entrañas ese hombre! Pero digo yo vaya uno a saber sus cosas.
-No me digás que estás pensando en el ejemplo del tape ¿no?
-Eso nunca Nicanor. Sólo te voy a decir que St'
habla mucho de familia, que si uno está casado o es concubino; que si la cuida a la mujer o es desamorado, que si mand6 o no a los hijos a la escuela como es de-
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bido. Pero fíjate. ¿Qué culpa tendré yo de aquí en adelante de lo que sufra mi gente?
pon Nican?r prefirió callar y dar vueltas en su pensm;uent~ a la idea de que Félix Isidro Cuevas ya n} se1;a peon al lado suyo, tan guapo el compañero. Para que padecer si no le podía remediar nada.
. Los Aberdeen Angus se fueron desparramando en el c1~co de "Los Espinillos" sin pastar, en el primer conocimiento de su nuevo destino. Como era hora avanzada ?ºn Nicanor sigui? hacia su casa que no le quedaba le~ JOS Y Cuevas volvió para tomar un sendero en el monte de algarrobos y pajonales que lo llevaba al fondo del Dos. Desde allí a poco más de andar llegaría a su ran-cho. .
Había caí~o ya la tarde, hora en que el campo es prei:a de la qwetud, de esa profunda calma, vieja como la tierra, serena y entristecedora que cubre a los seres y las cosas y las va sumergiendo en el sosiego y el sueño.
Parecía imposible que en medio de tanta serenidad de la naturaleza, en la vastedad del campo, en su riqueza enorme en pastizales y ganado, un peón bueno trabajador y honrado sintiera partida de angustia el ;lma.
Félix Isidro Cuevas llegó a su rancho, oscureciendo Y:1 como un d~sterrado llega a país extranjero, por poco tiempo, para irse luego.
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LA MUJER DEL PEON
Estábamos preparándonos para salir al campo, esa tarde de un día feriado, con mi amigo don Nieanor. Mientras me colocaba las polainas en el patio vi venir un sulky con tres criaturas y una mujer con una de ellas en la falda. Arrimó el caballo en los paraísos próximos al rancho en el instante en que salía doña Ceferina a recibirla. Las mujeres se saludaron mientras la dueña de casa tomaba en sus brazos al niño para que bajara cómoda la madre.
Era la mujer del peón Cuevas. Don Nicanor vino luego y la saludó dándole la mano y sacándose el· sombrero como si hiciera mucho tiempo que no la viese. Estaba un poco vacilante, confuso don Nicanor; doña Ceferina se mostraba contenta de que hubiera venido la amiga; nunca le había visto una sonrisa así, de mujer a mujer.
· Me dijo:
-Es María Cruz, la mujer de Cuevas.
Le estreché la mano a María Cruz, fría, huesuda.
-Don Dalmacio, -me llamó Bongar apartándome del grupo- nos vamos a demorar un poco, capás que venga por algún asunto y me necesite la mujer de Cuevas. Cuevas, agregó, es un amigo, peón que despidieron de la estancia.
. -No se preocupe por la demora, -le respondíAtienda nomás don Nicanor.
Se acercaron también los hijos de Bongar, y parados, miraban a los chicos de Cuevas. Se conocían pero 1:1utu~mente a distancia se sonreían con tiroides y luego silenc10sos formaron grupo con los muchachitos del peón -doña Ceferina conservaba en brazos al tercero- y se fueron hacia los corrales y el molino; allí sí comenzaron a hablar entre ellos.
-¿Y Cuevas? -preguntó don Nicanor a la señora.
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-Se fue a San Javier, hoy de mañana y no ha vuelto aún ...
-¿Consiguió algo ya?, -dijo doña Ceferina.
-En eso anda. Le prometieron pues, un conchavo, · -contestó y calló la mujer como si no tuviera más nada qué decir, en toda la tarde.
-¿En el campo de Blasser será?, -preguntaba don .Nicanor que parecía saber de esa gestión.
-No, don Nicanor, no.
Me pareció que yo debía decir algo e intervine: -¿Cuándo despidieron a su marido, señora?
-Hara unos quince días, señor.
Casi profesionalmente agregué:
-¿Le pagaron todo? -Si, señor.
-¿Y viven todavía en la estancia? · -:.:.Si, señor .
La mujer estaba cohibida, seguro que por mi presencia inesperada, más que por mis preguntas. Después de un momento, los dejé solos, con la excusa de dar unas vuéltas por el campo. Don Nicanor ·me comprendió:
'--Ya voy para allá, -me dijo.
En vez de dirigirme al monte, salí en dirección al sur, donde un inmenso potrero -hubo allí arrocera antaño- se extendía por el este hasta la ruta pavimentada. No me aparté mucho del rancho para permitirle a· don Nicanor que me encontrara después, y porque en verdad no tenía el ánimo bien dispuesto para cazar. Desconocía aún las circunstancias del caso Cuevas, y ;qada sabía de su familia salvo esa información reciente, escueta, de su despido.
El aspecto de mujer pobre, sufrida, de la señora, no era evidentemente consecuencia de haber quedado sin trabajo el marido, pensé mientras caminaba con la escopeta al hombro. Su pobreza vendría de lejo~, desde la infancia quizá o 1a lactancia; una pobreza enraizada, prnfunda, manifiesta, de esas que modelan el cuerpo y el rostre de -las personas, que · basta miFarlas -para certifi-
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carlas. María Cruz era en sí misma un certificado de pobreza. Pobre el cuerpo, pobre el rostro, pobre el alma, pobre de punta a punta; una eternidad de pobreza observé en la señora de Cuevas; de esas pobrezas que tienen en ciertas personas sus orígenes en miserias de siglos atrás, ininterrumpidas de generación en generación, hondas, tenaces, y despreciadas ...
¡Como para cazar estaba yo! Me sentía derrotado, avergonzado de mí, de mi bienestar; avergonzado de haber vivído sin hacer lo suficiente en favor de las señoras de todos los Cuevas.
Ejemplares magníficos de Aberdeen Angus miraban desconfiando de mi proximidad en el potrero. Yo los ví vacünados estancieros. Sentí vergüenza de sus gorduras.
La señora de Cuevas -¿Cruz el apellido de ella? - descendiente quizá de remoto anteces9r anónimo, de conquistador español, hijo de padres desconocidos cristianado y bautizado Cruz, para darle apellido, c?mo pudo ser Iglesia, Salvador, Apóstol, Santos: Mana Iglesia, María Salvador, María Apóstol, María Santos mujer de Cuevas, peón despedido de la estancia "Los Espinillos" .
A pesar de mis amargos sentimientos, la destreza y entusiasmo del Dik en el rastreo me interesaban por momentos y varias veces disparé mi escopeta, mal, sin concentrarme. Iba por la orilla de un alambrado cuando ví venir a Don Nicanor, y lo esperé, cerca de un espinillo grande a cuya sombra nos sentamos luego.
-¿Está cansado ya? -me preguntó mi amigo.
-Si, un poco. Don Nicanor, -agregué- me que-dé pensando en la mujer de Cuevas.
-Pobre gente, amigo, lo que le espera eu estos tiempos de poco trabajo.
-¿Por qué lo despidieron a Cuevas?
-Hay demasiado personal, dicen, ya que están por vender lotes. Dicen, pero vaya uno a saber. La vida del peón es demás sacrificada, del peón de campo, digo. No me refiero al trabajo ¿no? Haga de cuenta que un peón no es nadie. Un caballo, un buey, un burro, un tractor
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es algo mejor que él, llegado el caso, porque a nada de eso se lo tfra a la calle. Allí lo tiene a Cuevas, peón de los de antes, vino aquí sin nada y sale peor ahora, con mucha familia. ¿Ha visto usted que cuando una yegua -por mala comparación- pare un potrillo ha ya alguién que la arroje a la calle sin importarle su destino? Yo he visto hacer cosas peores con la gente, pobre, se entiende. Un hijito es algo muy dulce para el hombre, pero los hijos y el dolor de uno parece inferior para otros hombres... .
-¿Tiene tres Cuevas? - le corté la emoción a don Nicanor.
-¡Qué van a ser tres! Seis tiene. Los otros quedaron, dijo María, en las casas. Ya están aprendiendo a sufrir, a estar solos, a ser gente corrida del rancho.
Don Nicanor parecía hablar sobre asuntos propios muy metidos en su corazón. Agregó:
-Vea amigo, cuando a un hombre del campo le sacan el trabajo, le sacan todo. Lo despiden, pero eso es algo nomás del mal que le hacen, porque también lo desalojan. Sin trabajo queda y sin casa; sin sueldo para comida y vestido, y sin techo donde vivir. Es el desamparo total. Es como si estuviera a campo raso en el mundo, pisando siempre una tierra de donde lo pueden echar, por las buenas o por las malas, porque también sabe andar el sable del comisario en estas cosas. El mundo no tiene lugar para el hombre de campo, p0-bre y sin propiedad. Un lugar, digo ¿no?, donde se sienta con derecho. En cuanlquier lado que esté, es de paso. Mientras está no se halla tranquilo, y por delante todo es de otro. ¿Qué cosa no?
-Tiene los brazos, nomás para trabajar, - le dije.
-Eso es cierto ... Pero los otros nos están espian-do los brazos para aprovecharlos y eso es como una inferioridad que padecemos.
-¿Quienes son los otros? -le pregunté para coro, prenderlo mejor.
No me contestó inmediatamente. Pareció no darle imp?rtancia a la pregunta; más aún, pareció que nunca hubiera estado en su espíritu dar una respuesta a eso. Sacó del bolsillo un pedazo de tabaco en hoja, se lo pu-
so en la boca y comenzó a masticarlo. Se le englobó un carrillo; salivó de costado.
-Sabe usted lo que son "Los Espinillos"? - me preguntó a su vez, y de seguido agregó: Aquí hay veinte mil hectáreas. La misma compañía, que es extranjera y más vieja que yo, tiene, que se sepa dos estancias más en Santa Fe. Desde "Los Espinillos" además, cm· zando el Paraná, hay otra estancia en Entre Ríos, que es como si fuera una misma cosa, una misma tierra desde aquí hasta allá en la otra provincia. Para mi modo de pensar debe haber muchos hombres que son dueños, y que no conocen la tierra de esas propiedades o que ni siquiera conocen Argentina, que es mi patria, y la de usted.
-¿Esos son los otros? pregunté.
Pensó un poco y me respondió: -Sí, pero no todos. ¿Usted cree que la tierra se
puede decir que es de unos y de otros no? Si el hombre no está en la tierra, no puede estar en ningún lado. El hombre nació para ocupar un lugar. Un lugar ocupa este árbol, la casa, la vaca aquella, todo ocupa un lugar, y el hombre también. Pero el ho:mbre además tiene que tener derecho a ocupar un lugar, y ese derecho se lo niega el mismó hombre a otros hombres. Si aquí donde estamos sentados, ¿vió? vienen y nos echan y así nos echan igualmente de todos lados porque siempre hay un dueño, quiere decir que tenemos que irnos del mundo, porque no tenemos lugar seguro en él mientras haya quien nos pueda echar. . . A un perro en esa circunstancia, se lo patea o no faltará quien lo mate, si estorba. Al hombre lo dejan con vida, pero lo patean de otro modo. Qué cosa ¿no? Para mí que esto es lo que trae muchos padecimientos a la gente. Ahí lo tiene a Cuevas. Dentro de unos días no tendrá más ese lugar de la tierra donde le ha gustado vivir, ni tendrá otro mientras no encuentre trabajo y un pedacito de suelo donde sentarse. Será digo yo ¿no? que Dios ha hecho la tierra fácil para unos y para otros no? Le voy a hacer una mala comparación. En una estancia entran vacas, novillos, toros y entran peones a trabajar. A los animales se los deja un tiempo, se crían, engordan y luego se los saca del campo, tarde o temprano, y se traen otros; a los peones se los tiene también un tiempo, a unos más
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a otros menos, y en una de esas, los despiden, tienen que irse de la estancia. Eso es lo que le pasa a Cuevas. Cuando se saca del campo la hacienda, se la lleva a un destino, cruel, es cierto; cuando se despide y se saca del campo a un peón, se lo deja librado a un destino Ueno de necesidades, es cruel lo mismo. Las criaturas no entran en el pensamiento. Cuando se vende una vaca se dice: va con la cría. El animalito no tiene importancia fíjese! ¿Para qué pensar en los hijitos del peón? Son la cría ...
. -¿Y la mujer don Nicanor? - le preguntó angustiado.
-A llorar vino a las casas la mujer de Cuevas. Tiene miedo que el hombre, acobardado, la abandone. Se han visto casos. Pero seguro que eso no le ha de pasar con mi amigo Cuevas. Es hombre que se va a olvidar de él, pero no de su mujer y sus hijos. La comprendo a María Cruz, siempre fue pobre, pero no le ha pasado el miedo a la miseria, y ahora eso la trastorna.
, La t~de p~r?ió para mí el encanto que me prometía al vemr a vmtarlo a don Nicanor, mi amigo .del alma. Todo me parecía triste, miserable, penoso, terriblemente cruel, aunque las palabras de don Nicanor salvaran la conciencia de pertenecer al género humano.
Lo invité a caminar de cruce por el monte, donde de cuando en cuando levantamos palomas. Al atardecer regresamos, más temprano que de costumbre.
. La señora de Cuevas ya se había ido y doña Cefe-nna me preguntó:
-¿Cazaron algo?
-Si, poco, pero cazamos doña Ceferina.
-Bueno, don Dalmacio, entonces le voy a cocinar u,nas perdices, porque la carne y el pan se los di a Maria Cruz, la mujer de Cuevas.
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CON ALGUNAS GINEBRAS·
Regresaba una noche de "Los Espinillos" después de cenar. Venía fatigado y con sed. La luz de los faros alumbrando el pavimento me cansaba la vista y decidí: detenerme en un boliche de Helvecia junto a la ruta para despabilarme y befier algo fresco. Enb·é y me acerqué al mostrador donde dos hombres -de campo segu_i:air1ente-:-_ estaban frente a sus copas. Saludé, por rupuesto, y me respondieron suspendiendo la _converr;ación con un "buenas noches" vacilante, comienzo de·· GbservaciÓn disimulada.
Pedí cerveza. Los hombres reanudaron a media voz su diálogo y yo intuía que no habían descontado la pre- ' sencia de un forastero vestido humildemente -llegaba de pasar .. un .día de.campo- pero a l.o ciudad. Me vi por casualidad en un espejo de antigua propaganda colgado en una pared; mis abellos estaban despeinados, el éue-: llo de la camisa, abierto; torcida la corbata. ·
. Pedí un atado de cigarrillos "La Colmena", famosos entre la gente de pueblo que fuma tabaco fuerte. El hombre apoyado de codo en el mostrador, al oirme me miró francamente sin disimularlo. Al saber que yo fumaba "Colmena medio que nos nivelamos. En eso le dice al otro: ·
-¿Te acordás che Gerónimo, de don Justo Faisal?
-¿Qué no?
Continuaron hablando. Yo paré las orejas. ¿Gerónimo? Como no sea, pensé, el cuñado de Bongar. De pronto me decidí:
-Perdone, amigo, -le dije- ¿usted por casuali~ dad no será Gerónimo Díaz?
-Si señor, yo soy Gerónimo Díaz, me respondió cambiando de posición, muy atento.
-¡Lo que son las cosas! Hace rato que quiero conocerlo. Me lo supo nombrar don Nicanor.
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-¿Nicanor? ¡Y cómo es su gracia?
Le dije mi nombre, y me respondió: -Ah, pero vea un poco! Claro, si usted es el amigo
de mi cuñado, -me contestó- como si ya supiera bastante cosas de nuestra amistad con Bongar.
-Así es, -le dije- sonriéndole complacido de haberlo encontrado.
Me presentó al otro:
-Un compañero, -dijo-.
Se trataba de un hombre joven, bajo, morocho, de bombacha y camisa gastadas y sombrero chico echado a un lado.
-¿ Y viene de allá? - me preguntó Díaz refiriéndose a "Los Espinillos".
-Si, -le dije-.
Y nos entreveramos en una conversación vaciando de paso, las copas para poder invitamos. Así sucedie~ ron las cosas .
Yo rehusé la cerveza y bebí ginebra, como ellos Gerónimo Díaz se mostraba expansivo, y alegre -dijo_: por haberme conocido; el otro · hombre rara vez hablaba, asentía con la cabeza, miraba, fumaba y bebía. Díaz me invitó con otra copa diciéndole con voz muy alta al bolichero:
-Traé Fito, cualquier cantidad de ginebra.
El compañero, serio, casi solemne, aprobó: -Ajá.
Le propuse que nos sentáramos, puesto que estábamos refiriéndonos a don Nicanor; ponerlo a él en el tapete, era lo que me interesaba. Monté en guardia mi v?luntad de mantenerme lúcido y agucé toda mi sagacidad para zondearlo a Díaz y para saber fusta dónde podía ~~gar con él. Cuando en una oportunidad me dijo doctor .
- Del agua fría, le contesté y nos largamos a reir. Después pedí más ginebra y al rato nomás Díaz, sin duda enterado por Bongar, le contó al amigo ciertos tiros
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extraordinarios -según él- que hice cazando con mi escopeta.
Aproveché la coyuntura: __;Mire Díaz, si no fuera por su cuñado, ni loco me
meto en los montes aquéllos. El los podría recorrer has~ ta de noche ¿No le parece?
-Y qué no? Si es, que yo sepa, uno de los m~s baquianos que se han visto por estos lados. Se crió en campo donde siempre hubo montes y es demás enten· dido para orientarse.
Contó cómo demostraba esa habilidad don Nicanor, habilidad que yo conocía de sobra por haber regresado con él atravesando montes en la oscuridad. Ahora encontraba yo el resquicio por donde impulsado a Díaz. Le eché una mirada al compañero, y lo vi abotagado, flojo ya de labios y con los párpados hinchados. U:na profunda ausencia de ideas lo mantenía cal~ado. '?olige que era de índole mansa y no me preocupo segwr con él tomando ginebra.
Había observado que Gerónimo Díaz era de esos. hombres que les gusta contar hazañas de los otros, pon-derando.
Me sentía con fuerte dominio sobre mí mismo y seguro de que Díaz no iba a descubrirme la astuta dirección de mis pensamientos. Le pregunté vagamente sobre un hecho como si ya lo supiera, pero no era más que una form'a de dar a entender un conocimiento del que en verdad nunca había tenido noticia, pero qu~ se me ocurrió sospechar en ese momento. Y le pregunte:
-¿Usted vió pelear a Nicanor?-, adrede le quité el don, y puse una pausa antes de agregar:
-Esa vez que ...
Ante la reflexiva expresión que de pronto adoptó Díaz, creí que me iba a responder: "Nunca peleó con nadie ... ".
Ya estaba por decirle, para aclarar las cosas: -"Ah, no, estoy equivocado, no fue Nicanor", cuando se me adelantó de esta manera:
-Una vez nomás peleo Nicanor, ¿No le contó?
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· · Hice como 11ue buscaba los cigarrillos en uno y otro · bolsillo, sin hallarlos y apurándole le contesté: ·
-Cuente, cuente Dfaz ...
-Fue haée unos años. Estábamos construyendo el rancho con él y otro peón de "Los Espinillos", allí donde vive ahora. Se nos agregó Abolí, un tape retacón que sabía ser nutriera. Anduvo todo el tiempo cargoseando y como nadie le hizo cuestión, pareció empacado. Era comedido demás para el vino. Había llegado pintón y encima se tomó una botella de las que llevó Nicano·r para el asado. A eso deI atardecer encendió fuego Nicanor. Le puso la parrilla a un costado y con un "palito que no era más grueso que esto -Díaz me mostró el pulgar- y de largo no tendría setenta centímetros, le fue arrimando las brasas a la parrilla. El tape halló la oportunidad de molestar. Con un pie desparramó la leña del fuego.
Quédese quieto, Abolí, -le dijo mi cuñado-. El tape contestó:
-Di ande mía saliú un padre para mandarme ... y le volvió a patear la leña que acomodaba. agachado Nicanor. Se paró mi cuñado y lo agarró de un brazo para alejardo del fuego. El tape le dió un tirón y sacó un cuchillo de un geme de hoja. Se le vino a Nicanor, y éste retrocedió. Yo me le fui de atrás a Abolí para. sujetarlo, pero mi cuñado gritó:
-¡Déjalo Gerónimo, que se saque el gusto!
Tenía en una mano el palito para acomodar las brasas. Se le avalanzó el tape y Nicanor se hizo a un lado al tiempo que lo golpeaba en la cabeza con el palito. Bien calculada la fuerza para no romperlo al palo. Retrocedía despacio Nicanor y Abolí le largó otra puñalada, la esquivó y lo golpeó de nuevo en la cabeza. A la t~rcera esquivada lo alcanzó
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con dos golpes rápidos del mismo lado. El tape parecio atontado; se demoró un poco para serenarse y lo primerió Nicanor · con otro golpecito, saltando de costado. Así lo tuvo, amigo. Yo lo yeía sereno a Nicanor, los ojos fijos en el tape. Ese p~to era relámpago que chicoteaba duro la cabeza. N1canor lo sobraba, le advinaba el movimiento del braw, cambiaba pié y lo azotaba, ya medio liviano, ya me-
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dio fuerte. Tiraba Abolí y recibía el·golpe. Estaba muy sentido porque se bambolió bajando el brazo con, el cu-• chilfo. Y aprovechó Nicanor .. Con toda su fuerza le rompió, ahora, si el palo en la cabeza, y cayó el hom-~e. .
Mientras hablaba Díaz, yo tenía la sensac10n. de la dramática soledad de los hombres en ese campo donde después del desalojo, se instalaría Bongar, con sólo horcones plantados en el suelo, yuyales en los contornos v montes cercanos tapando el horizonte; limpio el cielo' arriba, sucia de salvajes vegetales la tierra abajo. En esa soledad favorable a la rudeza, las amarguras de don Nicanor sufridas por el desalojo, podía haberlo saturado de fría rabia contra un tape. Por las dudas, para hallarle justificación, pregunté:
-¿Era bueno, no estando borracho, el nutriero Abolí?
-¡Qué va a ser bueno! Si había hombre peligroso, era él aun estando borracho. Tiraba a matar, .. Lo que lo sal~ó a Nicanor fue el tino de no quebrar el palito para no quedar sin defensa. Lo manejó justito como debía.
Me zumbaban los oídos.
-Don Nicanor, -pensé mirando a Díaz- ajustó la administración de la resistencia del palo en relación directa a la capacidad de resistencia de la cabeza de Abolí, y mientras lo pensaba, simultáneamente, en el trasfond? de mi conciencia, me propuse no tomar el resto de ginebra que tenía en nú copa.
El compañero de Díaz, sentado con las piernas aibertas, los brazos caídos y el sombrerito levantado, con un mechón renegrido y lacio sobre la frente, se mantuvo durante el relato en la placidez de su indiferencia, pero de cuando en cuando asentía con la cabeza a cualquier palabra, a cualquier frase, en una especie de confornúdad taxativa y general a la vez que bien podía ser una forma de encubrir lo único que le interesaba: beber.
-Se me hizo muy tarde, -dije poniéndome de pie- tengo que dejarlos.
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Díaz quiso demostrarme hasta dándose se sentía amigo y levantándose de la silla, me dio un abrazo.
Al arrancar el motor del Jeep reflexioné y me hablé:
-Dalmacio, prudencia, ahora tenés que via_jar despacio ....
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CUADERNOS Y LAGARTOS
-Buenos vieja, -dice don Nicanor después de bajar del caballo- ahora me ha tocado a mi. Usted perdone, amigo Dalmacio este mal momento.
Doña Ceferina le mira con mal presentimiento la µiano que introduce, lentamente, en el bolsillo derecho de la bombacha, y se le cae una lágrima cuando le ve sacar "el papel". Es la nota de "Los Espinillos"; con antelación la temían ambos porque varios peones fueron despedidos recientemente, todos con mujer e hijos, salvo uno soltero sospechoso de nutriar, sin dar cuenta. en los esteros de la estancia.
Le dan quince días de plazo para desalojar el rancho enclavado cerca del molino, de corrales y del monte, rodeado de sembradío; un maizalito, zapallos, calabazas, batatas, un poco nomás, para la familia.
Desde ahora puede salir don Nicanor en busca de nueva ocupación y de alojamiento. No tiene obligáción de prestar servicio hasta fin de mes, y le pagarán lo
· mismo esos días de emplazamiento aunque no trabaje, y de boca le dijeron que algún tiempo más se podrá quedar viviendo allí, si es necesario. La liquidación por preaviso y despido es exacta, ni un centavo de más ni de menos. Justo lo que le corresponde por ley. Tendrá que salir nomás.
Durante siete años trabajó en la estancia; había traído sus cuatro caballos y algunas vacas desde campo donde fue agricultor y donde padeció su segundo desalojo. Este es el tercero.
Dos de sus hijos, los menores, están arriconados en la cocina, observando el silencio extraño de don Nicanor y de doña Ceferina. Don Nicanor está sentado ahora en una silla, con la cabeza baja, mirando el suelo, pensando; doña Ceferina, afanándose con el fuego que aviva con ramitas secas arrimadas al tizón encendido. No es un silencio nacido en el ambiente doméstico, es un angustioso silencio que pareciera venir desde afuera
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desde el mundo, y los hijós observan désvalidos como si en ese momento don Nicanor y doña Ceferina ~tan distinto hoy el padre- fueran otros, con algo muy grave o muy serio que los alejara de ellos. Y se quedan quietitos, mirando.
Los otros hijos, Héctor, Hugo y Juanita, están en la escuela. Lo que costó hacer que se creara esa escuela allí a dos kilómetros del rancho para que no tuvieran los hijos de todos los peones, puesteros y capataces que recorrer largas distancias para educarse, y para que pudieran Uegar hasta ella los hijos de otros pobladores lejanos. Varios años quedaron sin instrucción los hijos de don Nicanor por no tener escuela cerca. El se ocupó de censar vecinos, de conseguir una casa vieja, grande, junto a los escritores de la arrocera próxima, y le habló a su amigo:
-Si usted nos hace los trámites, porque amigos no le han de faltar, cuente con todos nosotros para trabajar por la escuela que aquí hace falta. Son sesenta los chicos sin maestra, sino más.
-Se lo prometo don Nicanor. César Enría será nuestro puntual en Santa Fe, es empeñoso cuando se pone en favor de una escuela. No le vamos a perder
· pisada a este asunto. Déjelo nomás en mis manos.
Y tuvieron escuela creada a orilla de la ruta asfaltada. Allá están ahora tres de sus hijos, los caballos atados en el palenque, al costado del patio hasta donde llega el ruido de los motores de la arrocera bombeando agua en el valetón de los campos sembrados.
Dejaron de ser chicos retraídos frente a las visitas, frente a la gente instruida. Después de h·es años de trabajo en las aulas, cuando alguién llega al rancho de don Nicanor, lo primero que buscan, para mostrarlos, son sus cuadernos. El mayor, Héctor, dibuja con habilidad pájaros, árboles, lagartos, iguanas y se entretiene en los adornos de su letra, clara, y de sus números, parejitos ...
-No, si éste ya es medio doctor!, - dice don Nicanor orgulloso.
¡Claro! Si hasta escribe cartas a la abuela y a los amigos del padre, porque don Nicanor. ve poco las "escrituras" sin lentes ..
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Por eso aleja de sus ojos la nota de "Los Espinillos" para releer la comunicación de despido "por reducción de personal".
-Para mí Ceferina, es porque tenemos muchos hijos, y éstos -dice sacudiendo el papel- no quieren complicaciones con el salario familiar. Porque a decir verdad, dónde van a encontrar un hombre que les trabaje mejor. Y siempre hace falta gente en la estancia.
-Así debe ser, - acepta doña Ceferina, mientras le alcanza el mate, y lo que muy raras veces hace, le apoya una mano en el hombro. Es toda una firme adhesión ese gesto y esa mano descansando y tranquilizando a la vez a su hombre!. ·
Lo seguirá donde quiera y donde sea, corno siempre y trabajará para él y para sus hijos, como trabajó en la casa v en la tierra donde están madurando los choclos, sem'brado el maíz por sus manos y carpido por ella cuando fue su tiempo.
Veinte días anduvo don Nicanor pregun:tá ... l'ldo aquí y allá, por alguién que tuviera necesidad de un hombre para el campo. Lo conocen a diez leguas ·a la redonda, y son muchos los que lo estiman. Per~ nadie
· necesita "por ahora" de peón, ni de arrendatar10 para trabajar en agricultura. De capatáz de estancia, pasó de golpe a ser un desocupado. Qlúsiera volver al trabajo de labranza como en sus años de juventud: no hay
. tierra para eso, y los que venden ... -Bueno, para que vamos a hablar de precios.
En el boliche de El Laurel dejó el encargo, por si se presenta la oportunidad. Sabe hacer de todo: la cría de ganado no tiene secretos para él y supo dirigír hombres en la construcción de alambrados, bretes, corrales o tranqueras cuando estaba en la estancia.
-Mire, no es por decirlo, pero los patrones nunca tuvieron una queja en mi contra.
Ni él se queja tampoco en estas circunstancias; se considera uno de tantos que se quedan sin trabajo y sin un rancho donde vivir. Ni tiene tiempo para quejarse, ni voluntad, aunque se siente como afrontando "una injusticia de los hombres", como _Félix: Cuevas.
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Después de mucho andar, de conversar con uno y otro, "el amigo Gauna" le ofreció, por si quería salir del paso, un rancho medio tapera en un campo bajo a dos leguas del suyo. Allá podía albergar la familia arreglándolo, por supuesto y también le hizo la gauchada de permitirle traer sus animales, los caballos, las pocas vacas y el toro de la isla, hasta que hallara trabajo. Y aceptó don Nicanor.
-Para no andar sin techo para la familia ¿sabe?
Consiguió carro para la mudanza. Medio que estuvo por aflojar cuando cargaba las cosas, tristón, el hombre. Doña Ceferina y los hijos ya se habían ido y él cenó la puerta de la cocina y la del dormitorio, despacio, con tientos, como si fuera para volver, como si dejara adentro algo valioso que le pertenecía.
-Los recuerdos, amigo, no tienen precio -me dijo cierta vez-.
"Los Espinillos", una de las estancias de la compañía, tienen veinte mil hectáreas de tierra donde cuidó millares de cabezas de ganado, donde tantas otras cosas hizo durante siete años. Conoce palmo. a palmo todos sus montes, sus pajonales, sus cañadas, sus alambrados, sus puertas, sus senderos uno a uno; sabe dónde es fácil repuntar la hacienda y dónde "es para volverse loco buscando un animal". Vivió como en un mundo definitivo, entregado a la vida y al trabajo, seguro de que allí iba a envejecer con ubicación para los hijos varones. De madrugada salía y retomaba, a medio día o al caer la tarde, a su rancho. Los días feriados salía también al campo y conocía dónde anidaba un avestruz, dónde una martineta -a veces dejaba una señal para curiosear la cría-; dónde los perros podían hacer presas de tatú o de peludos. Palmo a palmo, amigo, con los ojos cerrados podía andar por el monte. Lo conocía mejor que el mayordomo. ¡Qué no iba a sentir el despido! Se le hubieran perdonado l1asta lágrimas, si las vertiera!
Se le puso fea la cosa, con tanta familia y sin trabajo. Cuando fui a visitarlo al campo de Gauna, don Nicanor no estaba; regresaría de noche.
-¿Consiguió trabajo, doña Ceferina?
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-Qué va a conseguir. Por estos lados, todavía nada, nada.
Al rancho lo había retocado, se notaba la paja de corte reciente en el techo, y el embarrado nuevo en algunas paredes; el patio aún estaba cubierto d~ ~~ales pero despejado a pala alrededor de . la hab1tac10n, una sola, como dejada de la mano de D1~s en esas soledades. Estaba a la orilla de un monte~1to ~!1 campo bajo; la paja brava insinuaba su lenta mvas1on desde la limpiada.
Los hijos menores me observab~n desde_ la puerta como si no me conocieran, parecian hunullados los chicos.
-¿Y los otros? -pregunté a mi amiga. -Andan por el monte, cazando con los perros. El
Héctor se ha puesto demás baquea1:? para l?s bich?~. Toditos los días salen "a hacer carne , y Maria tamb1en en ocasiones sale con ellos -dijo señalando hacia donde estaba sentada, en. el suelo mirándome retraída.
¡A mí, que la he tenido en mis brazos!
-¿Van a la escuela? . -Qué van a ir, si queda lejos. Por :1 lad~ de la
vuelta de doña Ramona hay una, pero leJOS, le1os.
Fui hasta mi Jeep y saqué el paquete con carne y el pan. Lo puse sobre la mesa. Al desenv~lv~rlo, ~xtendida la hoja de diario por una de esas comCidencias fortuitas o desgraciadas, leí un título a dos columnas:
CAMPA1'l'A DE ALFABETIZACION.
Le pregunté a doña Ceferina: -¿Tienen todavía sus cuadernos los chicos? -Sí, pero desde que salimos de "Los Espinillos"
no los han tocado. Para qué los necesitan ahora, ¿no?
Lo esperé a don Nicanor rodeado de tristeza y de pobreza, dolorido de argentinidad y por momentos, furioso de patria. A lo lejos ladraban de cuando en cua1:1-do los perros e imaginaba a los muchachos en salva1e libertad ejerciendo picardías de aborígenes en el monte detrás de los perros y de los bichos para t;aer el alimento familiar. Recordé los días -que parecian tan
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lejanos- en que visitaba a don Nicanor en la estanci~, y lo veía sonriente, echando hacia atrás el sombrero, atar el caballo apresurado para darme un abrazo, a la hora de su llegada después del trabajo en las veinte mil hectáreas donde pastan miles de cabezas de ganado. Allá aprendí a amar con alegría a toda la familia, ahora aquí, en sus momentos amargos -doña Ceferina está mucho más delgada- me está enseñando don Nicanor a hacer otra clase de preguntas.
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EL TORO DE DON NICANOR
Es día domingo, de sol, lindo para pasear o distraerse con la gente. Don Nicanor está en el boliche de El Laurel, sentado con su amigo Velázquez. Es temprano, de tarde, por eso aun están solos bebiendo una cerveza fresca, despacio, mientras conversan sobre sus cosas. Don Nicanor viste lo mejor que tiene: bombacha y camisa blanca limpias, pañuelo negro al cuello, un par de alpargatas casi nuevas.
Ha salido a entretenerse con los amigos en el pueblo, que es chiquito, eso sí; tiene comisaría, cuatro casas y un surtidor de nafta a palanca sin la manga porque no funciona; algunos árboles copudos dan sombra_. Afuera del boliche, dos caballos con sus cabezas abatidas, atados a un palenque -poste con argolla de hierro'- secuden de cuando en cuando sus colas para espantar moscas y mosquitos que vienen desde el bañado cercano.
-¿Cierto che Nicanor, que te caparon el toro? -pregunta Velázquez, hombre que supo ser peón ge-neral y ahora, viejo para el trabajo, vive con la hija casada en una quinta próxima a Helvecia.
-Sí es cierto -responde Bongar meditativo-. -Lo supe por tu cuñado que anduvo por las casas.
Pero, decime Nicanor, ¿cómo fue el asunto? -Vos sabés -dice don Nicanor levantando una
mano- que desde que quedé sin trabajo en la estancia, estoy como refugiado en el campito bajo de Gauna, cerca del monte. Allí tengo mis animalitos; alambrados bueno no hay, es la verdad. Así que mi toro había agarrado la maña de salirse y se ganaba en el potrero de "Los Espinillos", el último del sur.
-¡ Qué campo, amigo, el de esa estancia! Si lo conoceré ... -interrumpe Velázquez-.
-En ese potrero están los Aberdeen Angus, los puros ¿sabés? y anduvo, dicen, mi toro metido entre las vacas ...
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-¡Oiganlé! -Y bueno, vino un día el capataz y me dijo: -"Si
no encierra esa porquería, lo vamos a matar". Yo le contesté de buen modo: "Porquería será Cenobio, porque valer no vale mucho, pero no es cuestión para que nos despreciemos las cosas entre los pobres.
-Ahí le diste ... -Claro, pues, sí él es como nosotros nomás, los
Aberdeen Angus no son de él. Y le dije: -Encerrar lo encierro Cenobio, pero ¡quién lo para al toro cuando se larga a ventear las vacas alzadas! Bueno, me contestó, tengo orden de matarlo si cruza otra vez los alambrados de la estancia .
-Cumple órdenes el hombre -dijo Velázquez como disculpándolo a Cenobio-.
-Es el caso -toma un trago de cerveza-, que la semana pasada encontré al toro en el camino y lo vi capado. Sí Velázquez, me lo caparon. Hice la denuncia en la comisaría y dije nomás que en "Los Espinillos"' me lo caparon. Eso es un daño grande para mí, y si hay ley, le dije al comisario, que sea para todos.
-¡Ni el apunte que te habrá llevado!, dice Velázquez encendiendo un cigarrillo. Claro, con los de la estancia ¡qué se va a meter!
-No. Si lo citó al capataz. -Raro ¿no? Sí, lo citó y vino. Cenobio. Dijo que mi toro se
pasó otra vez los alambrados y andaba por servir a las Aberdeen. Y el comisario preguntó:
-Son las de raza ¿no? -Sí, dijo Cenobio, las de raza. Y pa más, en ese
potrero está el lote de vaquillas que se apartaron últimamente para el servicio con el premian . ..
-Bueno, don Nicanor, me dijo el comisario, si es así, no hay nada que hacer. Tenía derecho la estancia de caparlo al toro. El código rural establece que cuando un toro inferior del vecino se mete en un campo donde hay animales de raza, como las Aberdeen ¿no?, se lo puede capar, alli mismo nomás, inmediatamente.
-Pero comisario, le dije, entonces éstos de la estan.cia siempre van a capar los nuestros .
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-No -me contestó-, si el toro es de mejor raza que las vaquillas, no se lo pueden capar.
-¡Qué vamos a tener de mejor raza! -le dije, esos los tienen los ricos. Así que corno digo, siempre van a capar los toros de los pobres.
-Bien contestado -sentenció Velázquez-. -Cierto, amigo, si la ley es así, estamos embroma-
dos. ¿No le parece? Mi toro es pobre, pobre. ¿Qué cosa, no? A nú me dejaron sin trabajo, y a mi toro lo caparon.
En ese momento entra al boliche otro amigo. Se acerca a la mesa y dice:
-Hola, Nicanor, tanto tiempo que no lo veo. ¿Qué anda haciendo por aquí?
-Y ... ya lo ve. Tomando una cerveza.
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LAS AGUAS FURIOSAS
El agua de la creciente ha bajado; retorna de campos inundados, retrocede cargada aún de camalotes; se encausa en las riberas en busca del mar. La inundación dejó peces en los bañados, yararás · en las lomas, irupés litorales en esteros; derrumbó casas, se llevó puertas de ranchos destruídos, cumbreras y ventanas; dejó expuestos al viento yegua.rizos hincha.dos muertos en zanjones mientras luchaban con la corriente profunda y recala.ron ahogados en ramajes sumergidos. Demoró meses en bajar, lenta en el silencio de su inmensa superficie, veloz revuelta en los torrentes y remansos. Los hombres, las familias, vuelven a sus campos creyendo ya que encontrarán la manera de hacer que todo se olvide a medida que en la tierra se ampare lo que aún tiene vida, lo que palpita o está quieto, aves, hierbas de pastoreo, árboles - y retome a su antiguo esplendor a su belleza a su valoración en dinero o en alime~to, en suelo ~ue ha lucido antes coloridas maravillas de flores en campos de gladíolos, en quintas comerciales de claveles.
De lejanas poblaciones y ciudades llega gente para comprobar que valía la pena hablar durante mucho tiempo de desastre, de desolación. Algo de furias bíblicas dejó huellas ruinosas de su paso, contemporáneo, de vasta violencia.
El sol alumbra cada día el retomo a la paz, al trabajo, al lamento o al asombro. Ya pueden pobladores costeros de ríos, arroyos e islas confiar en el fértil barro que se seca, en el pasto apresurado por crecer, en frutales salvados, en máquinas y herramientas reparadas. Pueden hacer que vuelva el vacuno a hollar tierra de querencia, mientras lentamente reconstruyen la confianza en el ganado, en la reja o en el disco, en la siembra y sus frutos.
Se transita ya por la ruta pavimentada. Necesito saber dónde están don Nicanor, doña Ceferina, Héctor, Hugo, Juana, María, Jorgito. Viajo a mediodía. Sobre
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el pavimento, en trechos de kilómetros, ha pasado el agua avasallante, destructora. Ha formado cataratas en uno de sus bordes, carcomiendo la tierra de la banquina; ha roto asfalto, ha abierto zanjas y pequeños precipicios al costado cavando la corriente. No qtúero detenerme a mirar. Sigo viajando pero la evidencia de los destrozos me acompaña a todo lo largo de la ruta, sorteando en ella, derrumbes, rajaduras, animales sueltos refugiados allí o en busca de alimento, y yeguarizos muertos.
Paso por Helvecia con el pensamiento agolpado de imágenes y de recuerdos.
Pienso que don Nicanor me está esperando, sin que nadie le haya dicho que voy. El debe tener la convicción de que iría, que aguardaba la reparación de la ruta para viajar, inmediatamente. Porque así forzosamente -pensará- tiene que ser. Sabrá que días y noches estuvo en mi pensamiento y no necesita que se lo digrm. Y me espera.
El viento golpea en el Jeep y en mi rostro .y veo sacudidas del ubaja.isal helveciano las copas verdinegras en el recodo del río orillando el camino. Paso frente al negocio donde conocí una noche a Gerónimo Díaz, bebiendo ginebra, y Nicanor Bongar ante mis ojos se mueve ágil, palo en mano defendiendo su vida.
-¿Qué no? -me aclaró don Nicanor después-. Se creía el tape que yo era fácil de arrear. Al principio se me quiso subir el susto a ]a garganta. No hallo vergüenza en decirlo, porque el miedo es cosa del hombre. No debe tener vergüenza -es un parecer- el que siente miedo sino el que lo provoca. Provocar miedo, amigo es bajeza del hombre. Es maldad de fieras o de serpientes. Ser hombre -me lo ha enseñado la vidaes tener lástima o piedad, digo ¿no?, por la gente; es ese amor que agranda los sentimientos y que le hace ver buena la vida no sólo por sus beneficios, sino porque también tiene sus tristezas. Ser hombre no es ser malo. El tape Abolí no lo es. El es un pobre desgraciado, más que cualquier otro, peligroso porque lo han envenenado los desprecios. ¡Tiene mucha miseria enci-
.. nla, demás miseria! Pero desde que é] es hombre ¿por qué no ha de tener algo bueno?
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Eso me dijo don Nicanor cierta vez confirmándome el relato del cuñado. Otro día me dijo:
Aunque usted no lo crea, observando a los animales tengo mis ideas sobre algunas cosas del hombre. Un ejemplo es el del coraje. Supe tener muchos perros. Unos eran bravos si otro perro se les acercaba a la ccmida, aunque fueran hermanos y se hubieran criado juntos. Eso lo ve en algunos hombres que tienen coraje para su beneficio, y el mundo se les acaba en su plata. Estos parecieran que cuando están cerca de otros hombres, es para morderlos, para sacarles algún bocado, y que no le toquen el suyo. Cuando uno ve que el perro quiere morder al que se le acerca a la comida, siente ganas de azotarlo. ¡Porquería de perro! ¿Y quién se lo dice al hombre que vive para él nomás? Tendrá sus razones ¿no? Pero si en vez de hombre fuera perro, lo miraría de mal modo ...
Una profunda y amplia rotura, a todo lo ancho del pavimento, me hízo detener. El agua, con olor a inundación bajante -¿peces, vegetales, barro?-, aun corría por el zanjón socavado de cuneta a cuneta. Retrocedí en busca de una bajada por donde tomar el camino viejo de tierra arenosa. La hallé y seguí dificultosamente hasta empalmar de nuevo con la ruta. No me faltaban muchos kilómetros para llegar a otro camino y a la entrada del campo de Gauna. Impaciente iba construyendo en la imaginación mi próximo encuentro con don Nicanor. Nos miraríamos un rato, nos daríamos un abrazo; doña Ceferina y los chicos estarían mirándonos esperando su turno de afectos, sonrientes. ¡Queridos hijos de mi amigo!
Me recibirían no como si detrás de ellos se viera un rancho construido de barro y paja, sino como si estuvieran en un pedazo grande y despejado del mundo -hermoso en ese momento- donde una familia confía y se entrega al amor y a la amistad. El placer del alma se les vería en los ojos, y ese placer estaría por sobre la pobreza, sería un instante bello que sólo empalide· cería después la evidencia de sus pernurias.
-¿Cómo lo pasaron don Nicanor? -le pregunto a su imagen.
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-Ya Jo ve, amigo, sobre llovido mo.jado. Nos corrió la inllldación · pero volvimos, al rane::ho. ¿Dónde íbamos a vivir si no?
· ¡Claro! Ellos no tienen más refugio que ese. ¿Hasta: cuándo padecerán abandonados a su suerte, dejados de la mano de Dios y de los hombres? ¿Hasta cuánda serán hombre, mujer y criaturas anclados en su duro destino? · ·
l'ienso· que don Nicanor tendrá cuando me vea, esa mirada. -que muchos años atrás le he visto- como disculpándose de la pobreza. No de su pobreza, sino de la que lo rodea, de la que está· a . la luz del día en las paredes agrietadas del rancho, · en la flacura de los perros, en los píes descalzos de sus hijos, en el rostro dulce y. res~gnado de Ceferina; de la pobreza que se ve en el mundo.
.....,.Me pide disculpa don Nicanor -pienso-. ¡Y tQdavía se encuentra culpas usted! El cordero de Dio.s pide disculpas por el sacrifico donde sucumbe. Yo siento mi insignificancia, mi desvalimiento porque no sé enfrentar mi propia culpa por esto que veo, por esto ·que sufro. Usted don Nicanor no ha sentido·nunpá odio, ni lo sentirá. Vive en el mundo y lo sabe difícrl; sabe sin embargo que en este mundo viven éstos y aquéllos, distintos, y cuando padeció su despido de «Los Espinillos" dijo: -"Es una injusticia de los hombres", aunque sabe de dónde procede la injusticia. Sabe de eso más que yo. Lo aprendió con sufrimiento y dolor suyo, de su mujer y de sus hijos. Sin embargo usted vive en estado. de amor por la vida, y por el hombre, así por t<>,dos los hombres; más allá de sus propias penurias. U~tEJd sabe que es . campesino sacado de aquí y sacado .d~ allá; sabe por qué no tiene dónde trabajar,. que es todo lo que quiere en este momento. Sabe que no existe ~ solo lugar en todo el país, su patria, donde no haya alguien que con la ley, le pueda ,decir: _;.Váyase.: .. · .•..
En este momento llego cerca del bajo de Gauná, dialogando con mi amigo. No , lo puedo. evitar; · Está fuertemente metido en mi pensamiento.
-Don Nicanor, dijo un poeta que "El espíritu del hombre su tierra natal refleja".
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Qsted me mira serio pero-después baja fa. cabeza y sonríe. Sí, ya sé, me contestará' a eso: Diga nomás lo que está pensando.
·: ;,-Uste~ don Dalmacio, es hpmbre instruido, pero .;~.etmítame que le diga _esto. ELespírj._tu, del hombre en
·-~ "ocasiones, anda por un l~d9 y_ l~ tierra natal por el otro. El .espíritu del hombre s:uel1e ser mejor que el que la da su tierra . . . ·
, Llego. Detengo el Jeep frente a la "puerta" -tres alambres de púas unidas a una varilla por un extremo y a un poste por el otro- paso y vuelvo a cerrar. Algunos pájaros vue.lan sobre ,· el camino; , espinillos y cina-cina tienen en sus . troncos marcas de suciedad hasta la altura· d011de llegó el agua de la creciente. Sospecho .que todo eJ campo estuvo bajo agua. Han desaparecido borradas casi por completo las huellas por donde se va hasta el rancho de don Nicanor. Tengo dificultades para pasar un barrial; las ruedas patinan, pero :pocm .a poco llego al otro extremo, a la parte seca.
Por un costado comienza _el monte ralo, sufrido. Yuyos secos,. camalotes quizás, han quedado prendidos en las.ramas bajas. Por el lado izquierdo·renovales de paja brava y algunos arbustos. desparramados fo:rrnan descámpado áspero, sin un pájar~, una vaca o un éaballo. De pronto me enfrento con un pantano'. Es imposible cruzarlo en automóvil. Como ést9y cerca del rancho, decido continuar a pie y lo hago . bordeando el barro y el agua por adentro del monte.
Y ahora estoy. aquí, consternado. Nadie hay donde vivió mi amigo. El rancho está caído. Dos paredes formando ángulo, están aun sin derrumbarse, rotas arriba donde estuvo el techo. Las otras forman un montón de tierra asomándole pajas y cañas tacuaras rotas. Partes de la techumbre, más lejos, se pudren en la humedad. Está limpio y liso el suelo donde fue patio, solo hay una lata con herrumbe, abandonada .. Yuyales nuevos casi a raz de tierra resplandecen de verdor.
No me di euenta que estaba llorando.
¡
INDICE
- Litoral bajo agua
- Primer viaje a "Los espinillos"
- Nicanor Bongar
- La culebra
- A la distancia
- La ruta pavimentada
- El cantor Perales
- El ternero de los chicos
- El peón Cuevas .
- La mujer. del peón
- Con algunas ginebras
- Cuadernos y lagartos
- El toro de don Nicanor
- Las aguas furiosas
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La presente publicación se terminó de imprimir en el mes de Agosto de 1991 en los talleres · graficos · ·
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